De Cupisnique A Los Incas - Final PDF [PDF]

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Zitiervorschau

DE CUPISNIQUE A LOS INCAS. EL ARTE DEL VALLE DE JEQUETEPEQUE CAT. 1

CONTORSIONISTA DE PUÉMAPE Cupisnique Clásico

Botella de asa estribo con representación escultórica de contorsionista. Modelado e inciso. 37 x 14,3 x 20,7 cm. Donación Petrus Fernandini. MALI – 2007.16.10

Editores Luis Jaime Castillo Cecilia Pardo

pág. 2

1532 D.C. 1450 D.C. 1350 D.C.

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Editores

Colaboradores

Luis Jaime Castillo Cecilia Pardo

Christopher B. Donnan Carlos G. Elera Carol Mackey Jeffrey Quilter Julio Rucabado

1450 D.C. 1350 D.C.

1000 D.C. 850 D.C. 700 D.C.

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DE CUPISNIQUE A LOS INCAS. EL ARTE DEL VALLE DE JEQUETEPEQUE

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La donación Petrus Fernandini al MALI 2200 A.C.

Edward Ranney Pacanatmú, valle de Jequetepeque, 1994.

1532 D.C. 1450 D.C. 1350 D.C.

1000 D.C. 850 D.C. 700 D.C.

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Museo de Arte de Lima – MALI

Consejo Directivo Presidente Juan Carlos Verme Vicepresidentes Oswaldo Sandoval Jesús Zamora Tesorero Nicolás Kecskemethy Secretario Diego de la Torre Vocales Armando Andrade Jorge Basadre Alfonso García Miró Efraín Goldenberg María Jesús Hume Carlos Neuhaus

Dirección Natalia Majluf Gerencia General María Teresa Normand Curaduría de colecciones y de arte precolombino Cecilia Pardo Curaduría de arte contemporáneo Tatiana Cuevas Exposiciones y publicaciones Martha Zegarra Museografía Juan Carlos Burga Registro y catalogación Claudia Pereyra Conservación y restauración Marcela Rosselló María Villavicencio Proyectos educativos Luis Montes Sandra Rospigliosi Angélica Vega Biblioteca Jesús Varillas Imagen, marketing y ventas Haru Heshiki Comunicación y prensa Susy Sano

1532 D.C. 1450 D.C.

DE CUPISNIQUE A LOS INCAS. EL ARTE DEL VALLE DE JEQUETEPEQUE

1350 D.C.

1000 D.C. 850 D.C. 700 D.C.

500 D.C.

Edición Luis Jaime Castillo Cecilia Pardo Coordinación Pilar Ríos Producción Martha Zegarra Asistencia editorial Julio Rucabado Traducción Javier Flores Espinoza Corrección de estilo Martín Ueda Luis Eduardo Wuffarden

Fotografías de la colección Daniel Giannoni Fotografías complementarias Luis Jaime Castillo Christopher B. Donnan Daniel Giannoni Billy Hare Jorge Meneses Edward Ranney Daniel Sandweiss Programa Arqueológico San José de Moro Proyecto Arqueológico Huacas del Sol y de la Luna

200 A.C.

500 A.C.

Diseño Studioa Impresión Gráfica Biblos

1500 A.C.

© 2009 Asociación Museo de Arte de Lima Paseo Colón 125, Lima Teléfono 423 6332 www.museodearte.org.pe © 2009 de los autores Primera edición / 1250 ejemplares ISBN 978-9972-718-20-5 Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú Nº–2009-13662 Reservados todos los derechos. Prohibida la reproducción total o parcial sin previa autorización expresa del Museo de Arte de Lima. 2200 A.C.

Juan Carlos Verme Presidente Museo de Arte de Lima

1532 D.C.

Es una gran satisfacción presentar este libro, que representa la materialización plena de un proyecto más amplio dedicado al enriquecimiento de nuestra colección permanente. El punto de partida es la adquisición de un importante conjunto de piezas precolombinas procedentes de la colección formada por Óscar Rodríguez Razzetto, un proyecto largamente acariciado por el MALI que solo se ha hecho posible gracias al generoso compromiso de Petrus Fernandini con el arte y la cultura del Perú. Esta donación constituye uno de los hitos decisivos en el largo proceso de formación de colecciones iniciado hace más de medio siglo, cuando el Patronato de las Artes concretó la adquisición del legado del pintor Carlos Baca-Flor, un proceso que se consolida definitivamente en 1961, con la extraordinaria donación de la Memoria Prado. Desde entonces, numerosos aportes han contribuido a formar lo que sin duda es hoy la mayor colección pública de arte en el país. Hemos querido hacer de esta adquisición un modelo de lo que el MALI busca concretar de forma más amplia con sus colecciones. Partimos así del proceso mismo de selección de las obras, que fue cuidadosamente hecha por Luis Jaime Castillo y Krzysztof Makowski, dos de nuestros más destacados arqueólogos y gene­ rosos colaboradores del MALI. A todo ello siguió un intenso trabajo de conservación e investigación, que se concreta ahora con este libro, y que permite integrar las piezas adquiridas al contexto mayor de las investigaciones que en las últimas décadas han enriquecido notablemente nuestros conocimientos sobre las culturas de la costa norte del país en el periodo anterior a la conquista. Próximamente se exhibirá la colección en coincidencia con la reapertura del MALI y pondremos en acción los talleres educativos que se han diseñado en este marco. Así, en contacto con el público, se alcanzará el objetivo central de este proyecto y de todo el trabajo que realizamos en el MALI, que es el de ampliar el acceso al arte en nuestro país. Quiero agradecer al Banco de Crédito del Perú por su contribución y su decidido apoyo en el proceso de adquisición de esta colección, así como a Cementos Pacasmayo y a Minera Barrick Misquichilca, patrocinadores de este proyecto, por su confianza en el MALI y su apuesta por la cultura y la educación. No quiero dejar de reconocer el trabajo de Cecilia Pardo, curadora de arte precolombino del MALI, quien ha dirigido este trabajo con gran dedicación y profesionalismo.

Nada de esto sería posible sin la generosidad de Petrus Fernandini, quien se erige en un verdadero ejemplo de filantropía para nuestro país. Es una ocasión propicia para recordar un importante precedente familiar en el legado de Anita Fernandini de Naranjo, quien contribuyó a fortalecer notablemente las colecciones de arte virreinal del museo. Reiteramos aquí nuestro sincero reconocimiento a Petrus Fernandini, cuyo aporte permite ahora integrar decisivamente el arte del valle de Jequetepeque a una historia más amplia del arte en el Perú, y poner su extraordinaria riqueza arqueológica al servicio de los colegios de la región y del país.

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Eduardo Hochschild Presidente Cementos Pacasmayo

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Cementos Pacasmayo, comprometidos desde siempre con el desarrollo y la difusión del arte y la cultura del Perú, tiene en esta oportunidad el gran honor de poner en manos de los peruanos una valiosa obra. Se trata del libro De Cupisnique a los incas. El arte del valle de Jequetepeque, que presenta la nueva colección adquirida por el Museo de Arte de Lima. Este conjunto de arte precolombino, que reúne los principales estilos artísticos que se desarrollaron en esa región entre los años 2200 a.C. y 1500 d.C., no solo pone de manifiesto, una vez más, el arduo trabajo que realiza el MALI en este ámbito, sino el notable esfuerzo desplegado por el señor Óscar Rodríguez Razzetto y su familia, cuya preocupación por la preservación y el cuidado de este patrimonio cultural nos permite hoy contemplar, con gran admiración y orgullo, el desarrollo artístico y cultural que alcanzaron las civilizaciones que poblaron el antiguo valle de Jequetepeque. Estamos seguros de que esta publicación permitirá a los peruanos tener la posibilidad de conocer más su historia y, en consecuencia, valorar su gran legado cultural. Antes de finalizar estas breves palabras, queremos agradecer una vez más al MALI y a las personas que hicieron posible la realización de este libro, y rendir homenaje, de manera muy especial, a la memoria del señor Óscar Rodríguez Razzetto por su invalorable trabajo.

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Darrell Wagner Gerente General Minera Barrick Misquichilca

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El territorio peruano, con su gran diversidad geográfica, ha sido propicio para el desarrollo de diferentes culturas a lo largo de su historia milenaria. Cada una de ellas, en su momento y en su espacio, alcanzó niveles de desarrollo sorprendentes para su época, destacando en diferentes campos de la actividad humana y demostrando una especial capacidad para adaptarse a su entorno. La costa norte del país, en especial el valle de Jequetepeque, fue un escenario privilegiado para el florecimiento de varias culturas precolombinas cuyas manifestaciones artísticas alcanzaron una calidad impresionante. Hoy, gracias al trabajo de los arqueólogos y a la labor silenciosa del Museo de Arte de Lima, esas manifestaciones estarán al alcance de la mayoría de personas interesadas en conocer nuestro rico pasado histórico. Como empresa comprometida con los más elevados estándares de responsabilidad social y con el más profundo respeto a la cultura de los países donde opera, Minera Barrick Misquichilca se enorgullece de contribuir con la Dirección del Museo de Arte de Lima en las actividades que ha puesto en marcha bajo el sugestivo título De Cupisnique a los incas. El arte del valle de Jequetepeque, en un esfuerzo sin precedentes que cubre tres mil años de nuestra historia.

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Agradecimientos

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Agradecemos de manera especial a Petrus Fernan­ dini, así como a todas las personas e instituciones que han contribuido a la realización de este proyecto.

Asimismo pedimos disculpas a aquellas personas o instituciones que no aparecen en esta lista por alguna omisión involuntaria.

Expresamos nuestro más sincero agradecimiento a la familia de Óscar Rodríguez Razzetto, en especial a su esposa doña Blanca Figuerola de Rodríguez y a su hijo Óscar Rodríguez Figuerola por la confianza que han depositado en el MALI.

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1000 D.C. 850 D.C. 700 D.C.

Andrés Álvarez-Calderón

Banco de Crédito del Perú

Armando Andrade

Cementos Pacasmayo

Ralph Bauer

Colección Ganoza Vargas, Trujillo

Duccio Bonavia

Fowler Museum, University of California, Los Angeles

Richard Burger

Field Museum of Natural History, Chicago

Carlos Cabanillas

Instituto Nacional de Cultura, La Libertad

José Cassinelli

Minera Barrick Misquichilca

Leonidas Cevallos

Moche Archive, University of California, Los Angeles

Guillermo Cock

Museo de la Nación, Lima

Isabel Collazos

Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera, Lima

Solsiré Cusicanqui

Museo Cassinelli, Trujillo

Régulo Franco

Museo Nacional Brüning, Lambayeque

Nadia Gamarra

Museo Nacional Chavín, Ancash

Juan Esteban Ganoza

Museo Nacional de Arqueología, Antropología e Historia del Perú, Lima

Daniel Giannoni Billy Hare

200 A.C.

500 A.C.

Proyecto Arqueológico El Brujo. Fundación Wiese

Eduardo Hochschild

Proyecto Arqueológico Huacas del Sol y de la Luna. Universidad Nacional de Trujillo. Patronato Huacas del valle de Moche

Ulla Holmquist

Programa Arqueológico San José de Moro

Verónica Majluf

Studioa

Claudia Hidalgo

500 D.C.

Krzysztof Makowski Don McClelland Andrés Nakamatsu Carlos Ernesto Nava

1500 A.C.

José Ignacio Peña Alejandra Proaño de Uccelli Edward Ranney Carlos Rengifo Daniel Sandweiss Santiago Uceda Martín Ueda Carlos Wester Luis Eduardo Wuffarden 2200 A.C.

Edward Ranney Pacatnamú, 1986.

1532 D.C. 1450 D.C. 1350 D.C.

1000 D.C. 850 D.C. 700 D.C.

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500 A.C.

1500 A.C.

2200 A.C.

Edward Ranney Dos Cabezas, 1994.

1532 D.C. 1450 D.C. 1350 D.C.

1000 D.C. 850 D.C. 700 D.C.

500 D.C.

200 A.C.

500 A.C.

1500 A.C.

2200 A.C.

Edward Ranney Cerro Chepén, 2004.

1532 D.C. 1450 D.C. 1350 D.C.

1000 D.C. 850 D.C. 700 D.C.

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500 A.C.

1500 A.C.

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Contenido

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Cecilia Pardo



De lo privado a lo público: La formación de colecciones precolombinas en el MALI



34

Luis Jaime Castillo

112 Christopher B. Donnan

La arqueología del valle de Jequetepeque y la colección Rodríguez Razzetto







68



Carlos G. Elera

La cultura Cupisnique a partir de los datos arqueológicos de Puémape

El estilo Mochica Temprano del valle de Jequetepeque

154 Jeffrey Quilter



Los mochicas del sur

198 Julio Rucabado



Contactos costa-sierra

208 Luis Jaime Castillo



El estilo Mochica Tardío de Línea Fina de San José de Moro

244 Julio Rucabado



Transformaciones estilísticas en el bajo Jequetepeque durante el periodo Horizonte Medio

268 Carol Mackey



Los estilos alfareros costeños de los periodos tardíos

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1000 D.C. 850 D.C. 700 D.C.

304 Notas

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312 Créditos fotográficos y de reproducciones 314 Bibliografía citada

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2200 A.C.

pág. 24

PRINCIPALES INFLUENCIAS ESTILÍSTICAS Y ESTILOS DERIVADOS INCA

INCA

CHIMÚ-INCA

CHIMÚ

CHIMÚ

PROTO LAMBAYEQUE

LAMBAYEQUE

LAMBAYEQUE

CAJAMARCA COSTEÑO

COSTA CENTRAL

TRANSICIONAL

IMPRESO LOCAL

CASMA IMPRESO

MOCHICA TARDÍO

MOCHICA POLÍCROMO

ATARCO

MOCHICA MEDIO

VIÑAQUE

MOCHICA TEMPRANO

NIEVERÍA

CUPISNIQUE TARDÍO

CAJAMARCA

CUPISNIQUE MEDIO

CHAKIPAMPA

CUPISNIQUE TEMPRANO

MOCHICA IV y V DEL SUR

1532 D.C.

INCA

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CHIMÚ

1350 D.C.

LAMBAYEQUE

1000 D.C.

TRANSICIONAL 850 D.C.

MOCHICA TARDÍO

700 D.C.

MOCHICA MEDIO 500 D.C.

MOCHICA TEMPRANO

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CUPISNIQUE TARDÍO 500 A.C.

CUPISNIQUE MEDIO

1500 A.C.

CUPISNIQUE TEMPRANO

SECUENCIA ESTILÍSTICA DEL VALLE DE JEQUETEPEQUE

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De lo privado a lo público: La formación de colecciones precolombinas en el MALI Cecilia Pardo Museo de Arte de Lima

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Fig. 1 Retrato de Javier Prado Ugarteche por José Alcántara La Torre, ca. 1920. Museo de Arte de Lima. Memoria Prado.

La generosa donación hecha por Petrus Fernandini es, sin duda, una de las mayores adquisiciones de arte precolombino que se haya integrado al Museo de Arte de Lima en las últimas décadas. A la donación que las familias Prado y Peña Prado hicieran al naciente museo en 19611, hoy se suma una nueva selección de piezas, que enriquece de forma significativa la calidad histórica y artística del acervo que custodia. En ella se encuentran representados los estilos artísticos que caracterizaron a las sociedades que poblaron el valle de Jequetepeque y su área de influencia, desde el periodo Formativo hasta el Inca. Las piezas, por su variedad iconográfica, muestran las continuidades estilísticas a lo largo de tres mil años de historia, así como los quiebres en los estilos locales, evidenciados por influencias foráneas de culturas como Recuay, Cajamarca o Huari. La colección permite contar la historia social y política de un valle que, a pesar de haber formado parte del territorio de las culturas Mochica2, Lambayeque y Chimú en distintos momentos, siempre mantuvo sus particularidades. El con­ junto, sin embargo, no es sino una pequeña pero muy significativa muestra de la colección que la familia de Óscar Rodríguez Razzetto mantiene hasta hoy en la provincia de Pacasmayo, en la región de La Libertad, y que, habiéndose gestado en la década de 1950, es hoy una de las más representativas de la región. La iniciativa de integrar este conjunto al museo no es un hecho aislado, sino que forma parte de una política de adquisiciones que ha buscado dar forma a una visión amplia del arte peruano. La Memoria Prado -que hasta hoy constituye el núcleo central del museo- surge de una colección formada a inicios del siglo XX por el intelectual Javier Prado Ugarteche. Por su riqueza y por la diversidad de periodos y estilos representados, este importante legado constituye la base de lo que hoy es la

principal colección panorámica de la creación artística en el Perú. Un conjunto tan vasto no podía dejar de tener vacíos, y, como se mencionará más adelante, la propia historia de la colección explica por qué el arte de la costa norte no haya estado adecuadamente representado. Por ello, desde su fundación, el MALI ha ido sumando nuevas colecciones con el objetivo de completar y enriquecer las narrativas que ofrece al público. Como el Museo de Arte de Lima, la mayoría de los museos peruanos nacieron de un proceso similar; partiendo de colecciones privadas y de objetos aislados, dieron forma a verdaderas colecciones públicas. Esfuerzos personales -luego transformados en proyectos de museo- permitieron construir colecciones que hoy ofrecen al público un verdadero acceso al pasado peruano. Es gracias a estas iniciativas, marcadas por la visión personal de cada coleccionista, que gradualmente se hace posible perfilar la visión colectiva del arte en el Perú.

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La Memoria Prado: de la colección de gabinete al Museo de Arte de Lima De las once mil obras que hoy conforman los fondos del Museo de Arte de Lima, al menos siete mil forman parte de la Memoria Prado, colección formada a principios del siglo XX por el político e intelectual Javier Prado Ugarteche (Lima, 1871-1921). Este acervo nace de la ambición de reunir objetos que pudieran abarcar la historia del Perú y representarla a través de sus principales periodos, estilos y civilizaciones3 (Fig. 1).

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El museo particular formado por Javier Prado fue producto de su vocación intelectual, de su interés por el pasado, pero también por el Perú contemporáneo4. Prado representaba al hombre moderno, cuyas 2200 A.C.

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Fig. 2 a-b Vistas de las salas arqueológicas del Museo Prado en Chorrillos. Álbum Prado.

ideas progresistas veían en el pasado una forma de enfrentar mejor el futuro. Luego de cursar la carrera de Derecho en la Universidad de San Marcos, Prado inició una intensa actividad política e intelectual que lo convertiría en una de las figuras públicas más influyentes del país. Su exitosa trayectoria formó parte de la historia de una familia que conformó uno de los grupos de poder más importantes del siglo XX en el Perú 5. La colección Prado es un hito clave dentro de un largo proceso, que se inicia en los años posteriores a la Guerra del Pacífico, orientado a crear acervos que permitieran construir una memoria sobre el pasado. Esto contrasta con el periodo precedente, en que el naciente interés por el arte precolombino, incentivado por las visitas y estudios de viajeros y científicos europeos y peruanos, así como posteriormente por las primeras excavaciones arqueológicas sistemáticas, no logró dar forma a un marco institucional. El primer decreto supremo para la protección de los monumentos históricos y arqueológicos del Perú, promulgado en 1822, ordenaba “que los objetos provenientes de las huacas y sepulturas sean depositadas en un museo nacional” 6. Sin embargo, estas intenciones no lograron su cometido, y el Estado peruano no pudo establecer de forma inmediata una institución sólida capaz de preservar su patrimonio 7. El Museo Nacional, fundado en los hechos por el esfuerzo personal de Mariano Eduardo de Rivero, sería por décadas una institución frágil y pobre. La arqueología peruana surgió así de emprendimientos individuales, en gran medida al margen del Estado. Ante esta debilidad institucional, los bien intencionados relatos y memorias que viajeros y científicos como Humboldt, Rivero, Markham, Squier, Bandelier y Raimondi contribuyeron a difundir, lamentablemente desencadenaron un

repentino interés entre los coleccionistas extranjeros por el pasado peruano y por los objetos que lo representaban. Se inició así la comercialización de piezas arqueológicas, que condujo a la consecuente salida de importantísimas colecciones fuera del Perú 8. La Guerra del Pacífico, trágico episodio que supuso el saqueo de las colecciones del Museo Nacional, su cierre temporal y un estancamiento en el desarrollo de sus colecciones, dejaría un vacío museal que parecía insuperable. Es en este contexto que surgen iniciativas privadas como la de Javier Prado, sin las cuales hoy no sería posible pensar en colecciones públicas para el Perú. La primera sede del museo Prado estuvo ubicada en su propia residencia, en la calle limeña de Corcovado. Este espacio, que funcionaba como su hogar y gabinete de trabajo 9, permanecía abierto al público que se mostrase interesado en visitarlo. Por él pasaron las principales personalidades científicas de la época, como Max Uhle, quienes al término de la visita quedaban muy impresionados. Estas visitas eran guiadas por su hermana, Rosa Prado, responsable también de la catalogación y ordenamiento de las piezas 10. Aunque no abunda la información acerca de cómo o en dónde realizaba sus adquisiciones, Prado debió dedicar un gran tiempo y esfuerzo a ellas 11. La primera década del siglo XX vio un incremento notable en la comercialización de objetos precolombinos de la costa sur del país. En ese contexto, Prado adquirió una importante colección de piezas provenientes de esta región, principalmente de la cultura Nasca. De acuerdo a Julio C. Tello, en aquellos años los comerciantes, inspirados por el valor que adquirían estas piezas en el mercado, organizaban cuadrillas de huaqueros en toda la cuenca de Nasca12. Sus

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hallazgos eran luego vendidos a las principales casas de antigüedades de la época, como Jancke y Alexander; y a coleccionistas locales, de Lima principalmente, y del extranjero 13. Una de las colecciones adquiridas casi en su totalidad por Prado fue la que hacia 1904 formó Luis Zúñiga, en la región de Ica. Dentro de los objetos que la conformaban, Tello describió una momia Tiahuanaco y unos adornos de oro procedentes de Cahuachi que, habiendo sido extraídos de otra tumba, fueron insertados en la túnica de la momia cuando fue vendida a Prado 14. Sería también de la costa sur que procederían otras destacadas piezas de la colección Prado, como los importantes mantos Paracas, entre los primeros que el público peruano conoció y que llevarían a Julio C. Tello a descubrir los sitios de Wari Kayán y Arena Blanca, en la península de Paracas, dos décadas más tarde15. Por otra parte, mientras prosperaba la comercialización de antigüedades precolombinas, otros particulares, al igual que Prado, empezaban a formar sus propias colecciones con fines altruistas. Uno de ellos fue el hacendado trujillano Víctor Larco Herrera (Trujillo, 1870 – Santiago de Chile, 1939)16, cuya colección constituye la base de las que hoy alberga el Museo Nacional de Arqueología, Antropología e Historia del Perú. Desde temprano Larco se interesó por los negocios agrícolas de su padre, en torno a los cultivos de azúcar y de algodón en el valle de Virú17, y llevó a cabo una labor filantrópica, cultural y social. Durante sus viajes a Europa tuvo la oportunidad de visitar numerosos museos y en ellos percibió que las colecciones arqueológicas, más que llenar algún capricho egoísta o actuar como meros objetos decorativos, también podrían cumplir importantes fines educativos. Esta idea influyó de manera decisiva en el destino de su propia colección, que se incrementó notablemente en

1919 con la adquisición de otros acervos arqueológicos particulares 18. Hacia finales de ese año convocó a Julio C. Tello para que lo asesorase en su objetivo de establecer un museo de arqueología para el Perú, sobre la base de esos fondos 19. Bajo la asesoría de Tello, en el curso del año siguiente se adquirieron otros conjuntos provenientes de Lima, Cusco, Ica, Nasca y Pisco, con la finalidad de presentar una muestra más variada y abarcadora de las culturas precolombinas del Perú 20. Hermilio Valdizán ha destacado que el museo que Larco Herrera finalmente logró formar se consiguió a costa de una enorme actividad de coleccionistas particulares, de considerables desembolsos económicos y de una investigación muy eficaz de todas aquellas otras pequeñas colecciones que, estando en posesión de diversas personas, estaban destinadas a la exportación “vergonzante” 21. Las exportaciones a las que se refería Valdizán aparentemente solo podían ser contrarrestadas por las colecciones particulares que venían conformándose en diversas regiones del país, que, de hecho, constituían unidades independientes y que eventualmente fueron adquiridas por los museos nacionales. La fundación del Museo de Historia Nacional por el presidente José Pardo, en 1905, inauguró un nuevo periodo dentro de la historia del coleccionismo arqueológico en el país. Max Uhle, especialista alemán que había llegado al Perú por primera vez en 1896 con la misión de reunir colecciones para el Museo Etnográfico de Berlín 22, fue designado como director de la sección arqueológica del nuevo museo. Uhle tendría la responsabilidad de formar las colecciones arqueológicas mediante exploraciones y excavaciones, así como la de incorporar las adquisiciones y donaciones 23. Al término de su gestión, el Museo de Historia Nacional contaba con 8675 objetos arqueológicos, de los cuales

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más del sesenta por ciento procedía de excavaciones sistemáticas, mientras que el resto correspondía a compras y a donaciones 24. Lo sucedería Tello, quien desde 1913 había sido nombrado jefe de la sección antropológica del museo. Ya desde esta época, Tello manifestaba su interés por “detener el vandalismo que día a día progresa, arrancando y acabando para siempre los más preciados testimonios de la Historia Patria” y de organizar, clasificar y preservar científicamente los objetos arqueológicos que custodiaba el museo 25. De esta manera, Tello se convertiría durante los años siguientes en el principal representante de la gestión de colecciones arqueológicas del Estado. En ese proceso, la mayor adquisición en la historia del Museo Nacional sería, sin duda, la del Museo Arqueológico de Víctor Larco Herrera, que fue adquirido por el Estado en 1924. El enorme acervo de más de veinte mil piezas transformó completamente el perfil de la principal colección nacional, hasta entonces conformada por la sección arqueológica del antiguo Museo de Historia Nacional y el contenido de un cuerpo de materiales provenientes de las excavaciones realizadas en Cusco por la Universidad de Yale 26. Al organizar el primer inventario de los fondos del museo, Tello advirtió que si bien el patrimonio arqueológico tenía un gran valor intrínseco desde el punto de vista artístico, carecía de importancia por la ausencia de información acerca de su procedencia, de las circunstancias de su adquisición o hallazgo y de la asociación o interrelación con otros objetos 27. Las colecciones, de hecho, reflejaban la incipiente arqueología científica peruana, sin embargo, solo a partir de las contribuciones de investigadores como Uhle, Tello y otros se llegaría a reconocer plenamente la importancia de los contextos arqueológicos para la comprensión de la historia precolombina.

La historia de la colección de Víctor Larco Herrera revela el importante papel que los esfuerzos individuales tuvieron en la formación de colecciones públicas. Tal sería también el destino final de la colección de Javier Prado, que se integraría años más tarde al recientemente fundado Museo de Arte de Lima. En 1935, a más de una década de la muerte de Javier Prado, su colección fue trasladada a la casona de la familia Peña Prado, en Chorrillos, que contaba con un espacio adecuado para ella 28 (Fig. 2 a-b). Aquí se inauguró formalmente el Museo Prado, en memoria de su principal gestor. El nuevo espacio contaba con treinta y dos ambientes para la exhibición de la colección, de las cuales cinco salas fueron destinadas al arte prehispánico 29. En la nota periodística que anunciaba la donación que realizaran las familias Prado y Peña Prado al Patronato de las Artes en 1961 se señalaba que la Memoria Prado había sido donada para su exhibición permanente, así como para su debida conservación y custodia 30 (Fig. 3 a-b). De los siete mil objetos donados al museo -que representaban la mayor parte de la colección Prado-, al menos seis mil eran de origen precolombino. Este corpus, que constituye hasta hoy el corazón de la colección precolombina del MALI, estaba conformado por importantes conjuntos de cerámica, textiles y objetos de metal, además de otros conjuntos menores de objetos elaborados en madera, piedra y concha. La colección era muy completa en cuanto a la variedad de sus soportes, pero presentaba algunos vacíos estilísticos que no permitían exponer una selección representativa de las principales tradiciones artísticas de la región andina. En cerámica, por ejemplo, si bien las tradiciones del sur estaban representadas por un rico conjunto de más de mil

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500 D.C. Fig. 3 a-b Vistas de la exposición “3 000 años de arte en el Perú”, inaugurada en la segunda planta del Palacio de la Exposición, en 1961. Archivo Museo de Arte de Lima.

piezas de la cultura Nasca, entre botellas de doble pico y asa puente, vasos, cuencos y otros objetos como antaras, los estilos tempranos, como Paracas, y los del Horizonte Medio, como Tiahuanaco y Huari, figuraban únicamente con piezas menores. Las tradiciones del centro, por su parte, estaban representadas principalmente por un conjunto importante de vasijas de estilo Chancay y de otras culturas de la costa norcentral como Casma y Pativilca. Finalmente, la tradición norteña estaba representada principalmente por los estilos Lambayeque, Chimú y Chimú-Inca. El estilo Cupisnique se hallaba casi ausente, mientras que el Mochica comprendía piezas importantes del periodo Mochica Medio, pero muy pocas del Mochica Temprano y Tardío.

sitios arqueológicos de la región. La reforma agraria llevó a la desaparición de las grandes haciendas locales, la construcción de la represa Gallito Ciego habilitó un sistema de irrigación centralizado para abastecer todo el valle y, finalmente, tres terremotos muy intensos (1940, 1970 y 1974) fueron sucedidos por al menos cuatro fenómenos de El Niño y numerosas sequías. Todo ello hizo que sitios como Balsar, Tolón, Tembladera y Puémape, y más recientemente La Mina, Dos Cabezas, la Huaca de las Estacas y, particularmente, San José de Moro, fuesen saqueados en su día por cuadrillas de huaqueros 32. Es en este contexto que a partir de la década del cincuenta Óscar Rodríguez Razzetto se propuso conservar una muestra pequeña pero representativa de lo que se expoliaba en la región.

Desde la donación Prado, la colección del MALI se ha ido enriqueciendo gracias a la importante labor e interés del propio museo y a la colaboración de artistas y coleccionistas. La política de adquisiciones del museo establece una orientación hacia la incorporación de obras de primer nivel estético, priorizándolas sobre piezas de valor puramente utilitario o etnográfico 31. En el marco de estos lineamientos, en el año 2006 el museo emprendió un gran esfuerzo al incorporar a su colección una importantísima selección de setenta y tres piezas de cerámica y orfebrería pertenecientes a las principales tradiciones estilísticas de la costa norte. Esta selección forma parte de la colección iniciada hacia la segunda década del siglo XX por el empresario y agricultor Óscar Rodríguez Razzetto.

Agricultor de vocación, don Óscar Rodríguez Razzetto nace en la provincia de Huari, Ancash, el 31 de diciembre de 1916, de la unión de Ricardo Rodríguez Ramírez y Carmen Rosa Razzetto Fernandini. Siendo muy niño, la familia Rodríguez Razzetto se mudó temporalmente a Pacasmayo por motivos laborales. Años más tarde, en Lima, el joven Óscar se formó en el colegio Guadalupe, antes de iniciar estudios de medicina en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. En 1949, decidió establecerse en la región para dedicarse a la agricultura, junto a su hermano César. Algunos años después, conoció a doña Blanca Nelly Figuerola Lara, quien se convertiría en su fiel compañera hasta su muerte, ocurrida en 1999. La joven pareja contrajo matrimonio en 1954 y se instaló en Chepén, ciudad natal de doña Blanca y cuna de la colección.

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La colección de Óscar Rodríguez Razzetto Entre las décadas de 1950 y 1980 una serie de transformaciones sociales, políticas y naturales ocurridas en el valle de Jequetepeque afectaron a los principales

Don Óscar se caracterizó por ser un hombre digno, cultivado y muy comprometido con su trabajo. Su desempeño contribuyó significativamente al desarrollo agrícola de la región de Jequetepeque. En sus mejores 2200 A.C.

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Fig. 4 a-b Óscar Rodríguez Razzetto con su colección en Chepén.

años llegó a usufructuar alrededor de doscientas cuarenta hectáreas, que alquilaba a los hacendados para el cultivo de arroz y frutos. Con la reforma agraria, le fueron adjudicadas cincuenta hectáreas de la hacienda Ñanpol, a las que se dedicaría por completo para contribuir al proceso agrícola de la región. Don Óscar no era agricultor de arroz, pero trabajaba como semillero para mejorar la calidad de las simientes de este cultivo. Fue el fundador del Comité Nacional de Arroceros, que desde su sede en Guadalupe logró conseguir aportes del gobierno de turno para la adquisición de maquinaria 33. Como un hecho anecdótico, cabe recordar aquí que el primer lote de su colección fue un obsequio de doña Blanca en la Semana Santa de 1954, poco después de haber contraído matrimonio. Las piezas escogidas por su esposa fueron instantáneamente identificadas como falsas por don Óscar, quien desde ya contaba con un criterio dotado para distinguir los mejores ejemplares 34. Su adquisición de piezas arqueológicas solo se inició hacia 1955, pues le preocupaba enormemente la posibilidad de que estas fuesen vendidas en el extranjero. Pero la iniciativa de don Óscar no fue única en la región, pues su hermano César también se mostró interesado y emprendió su propia colección. Ambos acervos fueron creciendo hasta reunir alrededor de cinco mil piezas durante los primeros años. Gran parte provenía de los sitios arqueológicos del valle y, en conjunto, se hallaban representados cada uno de los periodos y fases de su evolución cultural. Es curioso notar que la colección fue incrementándose de acuerdo a las sucesivas olas de huaqueo que se desencadenaron en los diferentes sitios de Jequetepeque. Así, por ejemplo, las principales piezas del periodo Forma-

tivo fueron adquiridas en dos momentos. El primero, en la década de los setenta, coincidió con el saqueo de lugares afectados por la construcción de la represa de Gallito Ciego, como Tembladera, ubicado en la parte alta del valle. El segundo tuvo lugar a inicios de los noventa, cuando tras el terrible saqueo de Puémape, Rodríguez Razzetto logró rescatar piezas valiosas como la del Contorsionista, que hoy forma parte de la colección del MALI (véase cat. no. 1). La incorporación de piezas de estilo Mochica a su colección ocurrió principalmente durante la década de los ochentas. Estas provenían de sitios como Balsar, Tolón, Masanca, Pacatnamú y San José de Moro. En este último caso específico, la particularidad de sus piezas y la forma en que se fueron integrando a la colección de don Óscar sugieren que el huaqueo se habría efectuado esporádicamente, a lo largo de al menos tres décadas. La colección estuvo originalmente en Chepén, entonces la ciudad más importante del valle, donde residía la familia (Fig. 4 a-b). Pero más tarde, en 1976, fue trasladada a Pacasmayo, Jequetepeque, donde Rodríguez Razzetto se instaló de forma definitiva. El espacio dedicado a sus tesoros arqueológicos era rigurosamente cuidado por su esposa, quien también se ocupaba de la limpieza y restauración de algunas piezas. La casona familiar de Pacasmayo mantuvo siempre sus puertas abiertas a los interesados en estudiar la arqueología de la costa norte. Durante las excavaciones realizadas en Pacatnamú en la década del ochenta, la colección fue visitada por jóvenes estudiantes e investigadores norteamericanos, como Christopher Donnan, quien participó como co-director en este proyecto. Donnan no solo se convirtió en uno de los principales admiradores y estudiosos de la colección, sino que estableció una

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larga relación de amistad con don Óscar y su familia. En los años siguientes, otros reconocidos investigadores como Carol Mackey, Luis Jaime Castillo, John Verano, Alana Cordy Collins, Don y Donna McClelland, Steve Bourget y Walter Alva, entre muchos otros, visitarían la colección para enriquecer sus propias investigaciones. Don Óscar sentía una gran admiración estética por las piezas de su propiedad, a las que dedicaba las horas de la tarde. Sin embargo, siempre estuvo muy interesado en escuchar las opiniones de los arqueólogos, quienes le brindaban información rigu­­­­rosa que permitían contextualizar los objetos. Además de los grandes cuidados de doña Blanca, dichas piezas siempre estuvieron sujetas a una meti­ culosa conservación, delicada tarea que en más de una ocasión le fue encargada al maestro Córdoba, reconocido conservador de cerámica de Trujillo 35. Tras la muerte de don Óscar Rodríguez Razzetto, en agosto de 1999, la colección permaneció en Pacasmayo bajo la custodia de su esposa y de su hijo Óscar Rodríguez. Hoy en día, estudiantes e investigadores continúan visitándola como fuente de consulta para sus estudios. En la actualidad, cuando existe una mayor vigilancia de los sitios arqueológicos del valle de Jequetepeque, y sobre todo después de que las tumbas de élite han sido ya sistemática e íntegramente depredadas, sería imposible reunir otra vez un conjunto similar al que formó la familia Rodríguez Razzetto. Como la historia de las colecciones arqueológicas nos demuestra, una parte importante del arte precolombino producido en el valle de Jequetepeque no hubiera podido ser rescatado sin el concurso de valiosas iniciativas particulares como esta. Gracias a esta contribución es que los peruanos de hoy podemos disfrutar y aprender con estas excepcionales obras en nuestros museos.

Para el Museo de Arte de Lima, la incorporación de un selecto conjunto de la colección Rodríguez Razzetto constituye un aporte sustancial para el entendimiento e interpretación de los estilos artísticos que se desarrollaron en la costa norte antes de la llegada de los españoles. Gracias a su carácter regional, estas nuevas adquisiciones han permitido al MALI la construcción de una secuencia de desarrollo continuo en el marco del discurso museográfico que elabora para su público, tan difícil de lograr en cualquier museo, por constituirse estos sobre la base de colecciones dispares y procedentes de regiones diferentes. De esta manera, el fondo Rodríguez Razzetto complementa la valiosa colección de arte precolombino formada por Javier Prado más de medio siglo antes, convirtiéndola en una fuente de consulta accesible a los estudiantes, investigadores, turistas y público en general que visitan anualmente el MALI.

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La arqueología del valle de Jequetepeque y la colección Rodríguez Razzetto Luis Jaime Castillo Pontificia Universidad Católica del Perú

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La colección Rodríguez Razzetto, una de las más importantes en el campo del arte peruano precolombino, se distingue, ante todo, por su carácter regional. En efecto, no se trata de una muestra de la arqueología de toda la costa norte, sino que se circunscribe mayoritariamente a objetos que provienen del valle de Jequetepeque y que representan el desarrollo de sus sociedades antiguas. La incorporación de algunas de sus piezas más significativas al MALI se da en un momento en el que las investigaciones arqueológicas reconocen la necesidad de concentrarse en las historias regionales, en desmedro de las grandes narrativas iconográficas y arqueológicas que, por su naturaleza generalizante, no suelen discernir las particularidades locales. Pocas veces en el Perú se ha cubierto la historia de una región de manera tan completa, como en este caso, con artefactos arqueológicos singulares y representativos de cada uno de sus periodos. A través de objetos finísimos, esta nueva colección permite contemplar las tradiciones tecnológicas y artísticas del Jequetepeque en los tres mil quinientos años que abarca. La selección que se presenta en este catálogo es una pequeña muestra de los objetos que, durante décadas, don Óscar Rodríguez Razzetto atesoró en Chepén y Pacasmayo1. Hoy en día sería imposible formar una colección similar, ya que esta fue reunida bajo circunstancias fortuitas y lamentables, a medida que los sitios arqueológicos del valle eran saqueados. Desde el Contorsionista Cupisnique de Puémape, pasando por el Vigía Mochica Temprano del Balsar, o las maravillosas botellas de Línea Fina de estilo Mochica Tardío de San José de Moro, esta colección nos ofrece una vista panorámica del arte cerámico en uno de los lugares donde alcanzó mayor esplendor. Pero no solo la colección es singular, sino que la secuencia de sociedades y culturas que habitaron el valle es única en su complejidad y maestría, formada a mitad de

camino entre los grandes polos culturales de Trujillo y Chiclayo y testigo elocuente del tiempo en que los jequetepecanos tuvieron un inmenso poder y riqueza. El valle de Jequetepeque yace entre los dos grandes centros culturales de la costa norte: Moche-Chicama al sur y Lambayeque-Zaña al norte. Al igual que estos centros, el valle de Jequetepeque no está formado por la cuenca de un solo río, sino que comprende los valles aluviales de dos, el río Jequetepeque al sur y el río Chamán al norte, indistinguiblemente integrados por sus canales de irrigación. El valle está dividido, a su vez, en tres regiones: el estrecho valle del río Jequetepeque, al centro; la región de San Pedro, al sur; y la región de Chamán, al norte. En estas tres regiones se han registrado cientos de sitios arqueológicos que corresponden a miles de años de desarrollo cultural, desde los primeros cazadores y recolectores de la época Paijanense hasta restos de las ocupaciones inca y chimú-inca. Actualmente el valle comprende dos provincias, Pacasmayo y Chepén, con sus numerosos distritos, ciudades y pueblos (Fig. 7). Por su ubicación estratégica, las sociedades que se desarrollaron en el valle de Jequetepeque tuvieron un alto nivel de autonomía e independencia respecto a los grandes estados Lambayeque y Chimú; al mismo tiempo, lograron establecer vínculos estrechos con las sociedades de tradición Cajamarca establecidas en los valles interandinos aledaños. La autonomía de esta región se tradujo en la evolución de características culturales propias, como sus estilos cerámicos y el desarrollo de una extraordinaria metalurgia. Su secuencia cultural, por lo tanto, difiere de las más conocidas historias regionales del sur y del norte, dominadas por estados expansivos como Chimú y Lambayeque. Ciertos desarrollos culturales que aparecen en Jequetepeque,

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Fig. 6 Mapa de la costa norte del Perú con los principales sitios arqueológicos.

Fig. 5 Vista del valle de Jequetepeque.

como el periodo Transicional o el estilo Lambayeque en su forma local, son expresiones propias de fenómenos que se dieron de manera muy diferente en las otras regiones de la costa norte. La incorporación del Jequetepeque al estado Lambayeque y, posteriormente, las conquistas chimú, inca y española, acabaron con su desarrollo e integraron el valle a formaciones políticas cada vez mayores, pero como mera provincia periférica. La pérdida de su autonomía significó para el valle el fin de su singularidad cultural, del poder de sus élites y de su fortaleza económica. Como todos los valles de la costa norte, el de Jequetepeque debe su clima al frío océano Pacífico, a las estribaciones de los Andes y a su latitud ecuatorial (Fig. 5). Las precipitaciones son muy escasas y se concentran en los meses de verano. Ocasionalmente se producen grandes lluvias debido a los fenómenos de El Niño, que no solo incrementan el caudal de los ríos, sino que pueden arrasar pueblos, campos de cultivo y carreteras. Estas lluvias parecen cebarse con las ciudades que se han desarrollado al pie de las montañas, particularmente con Chepén. En contraste, las aldeas que se ubican en los campos agrícolas parecen sufrir menos los efectos de las lluvias. El clima es templado en invierno y cálido en verano, pero se percibe una pronunciada diferencia de insolación entre las zonas cercanas al litoral y las regiones interiores, particularmente en el valle de Chamán, protegido de los vientos y las neblinas marítimas por las montañas Catalina y San Ildefonso. Actualmente, la mayoría de terrenos agrícolas se dedica a la explotación de la caña de azúcar, el arroz y otros productos agroindustriales. En tiempos prehispánicos, en cambio, el énfasis debió estar en el cultivo del maíz, el algodón y productos de panllevar como frijoles, habas, papas y calabazas. Asimismo, extensos bosques de algarrobos,

espinos, guabos y zapotes debieron existir en tiempos antiguos, promovidos por una napa freática enriquecida por los desfogues de los canales de irrigación. Ellos debieron albergar numerosas especies de cérvidos, felinos, iguanas y lagartijas, patos moscovitas, águilas, búhos y otras aves. Adicionalmente, en los bosques se debía encontrar pastura para las grandes manadas de camélidos que existían en la costa. Lamentablemente, la mayoría de los bosques ha desaparecido en tiempos recientes por la tala indiscriminada, destinada a la producción de carbón vegetal, y por la ampliación de los campos de cultivo. En la actualidad, en todo el valle de Jequetepeque apenas queda en pie el Bosque de Cañoncillo, en la región de San Pedro. El desarrollo del valle de Jequetepeque y su fisonomía actual están directamente ligados a los sistemas hidráulicos de irrigación que permitieron extender la frontera agrícola de manera sostenida hasta el siglo VI o VII d.C., durante el periodo Mochica Tardío. Los canales de irrigación del valle, que funcionaron perfectamente hasta la década de 1970 y que actualmente siguen siendo usados en grandes secciones, eran verdaderos ríos artificiales. Consistían en canales principales y derivados que permitieron irrigar más de cincuenta mil hectáreas de cultivo y proveer agua fresca a una población considerable2. Los canales se originan en las bocatomas ubicadas en la parte media del valle, en la zona comprendida entre el pueblo de Ventanilla y el cuello del valle, donde se juntan los cerros La Punta y Pitura. En esta región, donde hoy se desarrollan las localidades de Huabal y Tolón, se ubicaron los ingresos a los sistemas de irrigación que desde estos puntos llevaban el agua hasta cuarenta kilómetros de distancia. Los canales fueron construidos de manera sucesiva, cada uno con una cota más alta que el anterior, lo que permitió extender sus

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E Chira

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Piura

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Vicús

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Loma Negra

La Leche Lambayeque

Purgatorio Pátapo

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Sipán Pampa Grande Algarrobal de Moro San José de Moro Farfán Pacatnamú Dos Cabezas Puémape Facalá El Brujo

Zaña 500 A.C.

Jequetepeque

Chicama Moche

Chan Chan

Virú

Huaca de los Reyes Huacas del Sol y de la Luna

Chao

Santa

Huacatambo Castillo del Santa

1500 A.C. Caylan Pañamarca

Océano Pacífico

Nepeña Casma

Manchán

Culebras Leyenda Gi`eZ`gXc\jj`k`fj Xihl\fc^`Zfj '

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Huarmey Paramonga

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Fig. 7 Mapa arqueológico del valle de Jequetepeque.

Cerro Colorado

Alto de San Ildefonso San Ildefonso

Pacanga

Río Chamán

San José de Moro

Huaca Rajada

Algarrobal de Moro

Las Estacas

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Cerro Chepén

Guadalupe

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Cerro Murciélago

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Pacatnamú

Dos Cabezas

Océano Pacífico

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La Mesa

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Calera de Talambo

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Cabur

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Puémape

Río Jequetepeque Ventanilla

La Punta

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La Mina

Balsar

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Portachuelo de Charcape

Tolón

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trazos cada vez más e incorporar más hectáreas de cultivo. Si bien resulta muy difícil fechar los canales directamente -es decir, a partir de restos arqueológicos que se encuentren asociados a ellos-, es posible inferir cuándo fueron construidos a partir del fechado de los sitios que estos sirvieron (Fig. 9 a-c). Sobre la base de este criterio es posible determinar que la región central del valle de Jequetepeque, donde se ubican los poblados de Jequetepeque y Faclo, fue la más antigua, pues sus canales, los más bajos y de recorridos más cortos, debieron servir a sitios muy tempranos. La primera extensión del sistema de irrigación se dio hacia el sur, donde hoy se ubican San José, San Pedro, Pacasmayo y Jatanca, a través de la implementación del canal de San Pedro y sus ramales. Esta extensión habría ocurrido durante los periodos Virú y Mochica Temprano, pues sirvió a sitios de esta filiación cronológica, como Masanca y Jatanca. Por su parte, la extensión al norte, hacia la región de Chamán, que incluye los poblados de Chafán, Guadalupe, Pueblo Nuevo, Chepén, San José de Moro y Pacanga, se asocia con sitios de los periodos Mochica Medio y Tardío, por lo que se asume que fueron estos los que habrían completado el sistema. A diferencia de la primera, la segunda extensión implicó un mayor despliegue tecnológico, pues requirió de la construcción de canales elevados, al pie de las laderas de las montañas y siguendo sus contornos. La construcción y el mantenimiento de los canales de irrigación, su uso y su control habrían requerido de niveles de organización muy avanzados; sin embargo, la existencia de numerosos canales independientes y redundantes permitiría inferir que las regiones servidas por estos gozaron de una gran independencia. A partir del estudio de los canales y los territorios habilitados por ellos es posible reconstruir el mapa de Jequetepeque en las tres grandes fases de su desarrollo. El resultado final

de este esfuerzo fue la construcción de un paisaje enteramente artificial, que es lo que hoy conocemos como el valle de Jequetepeque. Las comunidades cupisnique de Jequetepeque (2200 a.C.-200 a.C.) Pese al gran número de investigaciones arqueológicas realizadas en el valle de Jequetepeque, pocas son las que se han concentrado en los periodos más tempranos. Es reducida la información existente sobre los primeros cazadores y recolectores paijanenses, las aldeas de pescadores o los primeros cacicazgos arcaicos3. Para imaginarnos estos periodos tempranos tenemos que extrapolar la información de otros valles cercanos, donde este tipo de evidencias se ha preservado. Así, es de suponer que el valle de Jequetepeque fue habitado por pequeñas bandas de pescadores y cazadores que aprovechaban los recursos disponibles en su litoral, en los pantanos y en los bosques que florecían en las orillas de los ríos Jequetepeque y Chamán. Incluso ahora la desembocadura del río Jequetepeque forma una zona de humedales y marismas ricas en peces y aves, que pudieron ser aprovechados con facilidad por los primeros habitantes del valle. Podemos imaginarnos que poblaciones precerámicas explotaron estos recursos, fijando su residencia por periodos estacionales de corta duración. Sus aldeas no deben haber sido muy diferentes de las que se levantaban en sitios como Huaca Prieta o Asia. El fácil tránsito entre los estrechos valles costeros, con su rica biomasa marina y los amplios valles de la sierra, siguiendo el curso del río Jequetepeque, debe haber sido aprovechado, primero, por poblaciones trashumantes que habrían entrado y salido siguiendo manadas de cérvidos y camélidos. Miles de años después, las mismas rutas habrían servido para mover manadas de camélidos domesticados a fin

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de aprovechar los recursos de estación. En la época en que en el Norte Chico se desarrollaron sorprendentes sociedades arcaicas, como Caral o Áspero, en el valle de Jequetepeque no parece haber existido una población capaz de erigir los templos y plataformas que vemos en estas regiones. Las primeras sociedades complejas que podemos reconocer en el valle de Jequetepeque corresponden al periodo Formativo y son denominadas en esta parte del Perú como Cupisnique. A partir del descubrimiento de cementerios en el valle de Chicama, Rafael Larco Hoyle no solo caracterizó y nombró a los cupisnique 4, sino que los distinguió del fenómeno Chavín. Como consecuencia del descubrimiento de Larco, la relación entre Cupisnique y Chavín ha dado origen a un largo debate. En general, los seguidores de Julio C. Tello han mantenido la tesis por la cual Chavín de Huántar fue el centro de irradiación de un fenómeno religioso, social y político que afectó por igual a todas las regiones de los Andes centrales. En consecuencia, Cupisnique sería solo una expresión periférica del fenómeno Chavín, dependiente de aquel centro. Esta concepción subordina el desarrollo de la costa norte a los designios de una sociedad muy diferente en su ecología, adaptación y desarrollo; pero ignora los rasgos del fenómeno Cupisnique propios de su adaptación a las regiones costeras, así como la rica documentación arqueológica recuperada en investigaciones recientes. Rafael Larco y sus seguidores, notablemente Carlos Elera, defienden la hipótesis contraria, que sostiene que la costa norte, durante el periodo Formativo, habría estado habitada por una serie de comunidades regionales independientes y de pequeña escala. Estas estarían interrelacionadas por una intensa vida ritual devenida del culto de seres propios de los desiertos, bosques y oasis costeños. Los cupisnique, además de

ser independientes, habrían contribuido a la formación de la identidad del fenómeno Chavín de una manera más sustantiva que la que se reconoce ahora5 (Fig. 8). Las sociedades cupisnique no conformaron una agrupación política o social centralizada, sino que estuvieron compuestas por comunidades dispersas y autosuficientes, especializadas en la explotación de nichos ecológicos muy diversos. Dentro del valle de Jequetepeque se han documentado asentamientos cupisnique de gran escala en Puémape, en el litoral; Limoncarro, en el valle medio; Montegrande y Tembladera, en el valle alto; y Kuntur Wasi, en San Pablo, a más de dos mil metros de altura. Adicionalmente, cementerios dispersos han aparecido en muchos otros lugares del Jequetepeque. La extensión de las comunidades cupisnique es muy difícil de determinar, pues lo único que se ha conservado son sus centros ceremoniales, es decir, las construcciones más conspicuas y resistentes, y sus cementerios, que en su mayoría fueron saqueados hace mucho tiempo. Ahora bien, el énfasis en templos y tumbas no debe sorprendernos, pues estas sociedades parecen haber gravitado alrededor de un complejo sistema de cultos y prácticas rituales, ligado a sacerdotes o chamanes especializados y al consumo de sustancias psicoactivas 6. Cada comunidad habría vivido en un asentamiento disperso, separado de otras comunidades por desiertos o bosques, y explotando los recursos circundantes. Recuérdese que la extensión de los valles en esta época no era ni el diez por ciento de lo que es hoy en día, por lo que el espacio que separaba a un poblado cupisnique de otro no habría estado ocupado por campos de cultivo sino por tierra inhóspita. A lo largo del devenir cultural cupisnique se puede apreciar que la independencia y dispersión de las comunidades van cediendo a medida que se instaura

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Fig. 8 Selección de vasijas de estilo Cupisnique. Museo de Arte de Lima. Donación Petrus Fernandini.

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Río Chamán

Río Jequetepeque

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Jequetepeque Pacatnamú

Río Jequetepeque

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Tolón

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Océano Pacífico

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Huaca Colorada San Pedro

Río Cupisnique

Río Cupisnique

Fig. 9 a-c Expansión del sistema de irrigación en el valle de Jequetepeque. San Ildefonso Guadalupe

San José de Moro Cerro Chepén Río Chamán

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Huaca Colorada San Pedro

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Río Cupisnique

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un culto común, o al menos basado en la preeminencia de las mismas figuras míticas (aves rapaces, felinos y serpientes, muchas veces antropomorfizados). El gran templo de la Huaca de los Reyes, en el valle de Moche, parece haber tenido una escala que implicaría algún tipo de integración multirregional de comunidades cupisnique7. Esto, sin embargo, dista de ser una evidencia de integración o centralización política. Una cierta homogenización de los estilos parece haber sido el resultado de prácticas religiosas, cultos, creencias y mitos compartidos, y particularmente de ceremonias de escala regional donde se congregaban individuos de comunidades dispersas. De la misma manera, las comunidades cupisnique comienzan a presentar rasgos de una organización social más compleja, con élites distinguibles a partir de sus prácticas funerarias más elaboradas, así como de la inclusión de artefactos de oro en sus tumbas8. Esta tendencia a la segmentación social debe haber sido el resultado de una economía más estable y, a su vez, habría influido en el desarrollo de tecnologías incipientes. Es posible que los primeros intentos por aprovechar las aguas de los ríos costeños, mediante la creación de sistemas de irrigación, correspondan a estas épocas. De ellos no quedan huellas directas, puesto que esos canales primitivos fueron integrados a los grandes sistemas de irrigación desarrollados por las culturas Mochica, Lambayeque y Chimú. Elera ha reportado en Puémape una dieta rica en cultígenos y en productos del litoral, que seguramente habían mantenido a una población creciente. Más personas y más producción suelen generar los primeros niveles de complejidad social y la aparición de élites, que se distinguen de los individuos comunes por sus roles en las prácticas religiosas, por sus vestimentas y adornos, y por su disponibilidad de mano de obra para la producción de sus viviendas y tumbas. Asimismo, la complejidad

social deviene en la aparición de artesanos capaces de producir objetos que singularizan y distinguen a las clases altas. Salinar, Virú y Mochica Temprano (200 a.C.-400 d.C.) La desaparición de las sociedades formativas, hacia el 200 d.C., marcó el inicio de un proceso de reconfiguración de las sociedades de la costa norte que culminó con la cristalización del fenómeno Mochica, hacia el 350 d.C. Parecería que una sociedad y su modelo cultural y social tienen que perecer para que de sus cenizas surjan otras formaciones que den solución de continuidad para la supervivencia de las poblaciones. Elera atribuye el final de las sociedades cupisnique a una combinación de eventos climáticos, un mega fenómeno de El Niño y un tsunami, que ha podido documentar en sus excavaciones en Puémape, a escasos metros de la orilla del mar 9. Estos desastres seguramente arrasaron las poblaciones localizadas en el litoral, pero difícilmente explicarían el colapso de aquellas comunidades cupisnique establecidas en regiones del interior. Parecería que, en combinación con los factores climáticos, el modelo cupisnique de cacicazgos regionales, su organización social y los sistemas ideológicos que daban legitimidad a toda la formación cultural habrían perdido credibilidad, iniciándose un lento pero inexorable decaimiento. Los grandes complejos ceremoniales fueron abandonados y en muchos casos enterrados10; los iconos cupisnique serían rechazados por las poblaciones locales y no reaparecerán sino hasta la época Mochica, cuando las élites de esta sociedad los reinstauran en su cerámica y en las paredes de sus templos, como en la Huaca de la Luna11. Pero el colapso de la sociedad cupisnique ciertamente no implicó la desaparición de las po-

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blaciones que habitaron la costa norte durante esta época, o la pérdida de sus tradiciones y conocimientos tecnológicos. Cambios drásticos ya se avizoraban en las ideas y prácticas rituales hacia el final del periodo Formativo, por ejemplo en la forma de los templos y en la posición de los individuos en las tumbas, predominantemente flexionada entre los cupisnique y que devendría en extendida con los mochicas. El vacío dejado por las comunidades cupisnique en el valle de Jequetepeque no parece haber sido cubierto inmediatamente por ninguna otra sociedad. En Puémape, Elera reporta una reocupación de los espacios ceremoniales por una población que enterraba a sus muertos en posiciones extendidas dentro de fosas pequeñas y alargadas 12. Estas poblaciones corresponden, genéricamente, al fenómeno denominado Salinar por Rafael Larco 13. Algunos otros ejemplos de este estilo de cerámica han sido reportados en otras regiones del valle, en Talambo y Limoncarro, pero sin mayor detalle de los asentamientos a los que corresponden. No sabemos mucho más acerca de esta época, seguramente porque sus asentamientos se encuentran enterrados bajo ocupaciones posteriores. La cerámica de estilo Salinar ha sido caracterizada como intermedia entre formas de estilo Cupisnique y Mochica, aunque su parecido más notable se dio con la otra tradición dominante de este periodo de cambio, el fenómeno Virú. A decir verdad, ambos estilos son a veces indistinguibles, lo que implicaría que posiblemente existió una gran continuidad entre Salinar y Virú, o que estas dos tradiciones son dos fases o manifestaciones de un mismo fenómeno. Salinar, en todo caso, significó una ruptura con la tradición Cupisnique y el abandono de sus iconos más reconocibles. Elera asocia algunas características del estilo Salinar con la tradición Laizón, que por entonces sustituye a las tradiciones

formativas, denominadas Huacaloma, en las sierras aledañas de Cajamarca14. A diferencia de Salinar, el estilo Virú15 está documentado frecuentemente en el valle de Jequetepeque y ha sido objeto de importantes investigaciones arqueológicas de Donnan en Masanca y Dos Cabezas 16 y recientemente de Walker, Swenson y Chiuala en Jatanca17. Cerámica de estilo Virú fue hallada en numerosos sitios del valle, usualmente en asociación con ocupaciones del periodo Mochica Temprano y Medio, y particularmente como ofrenda funeraria en tumbas mochicas de rango medio y bajo18. Las formas más frecuentes de la cerámica doméstica virú son los cántaros de cuellos de embudo y las ollas sin cuello, que presentan decoraciones hechas por incisiones en la arcilla que buscan representar ojos, bocas y narices, con elementos modelados añadidos. Todas estas formas son típicas del estilo Virú, tanto en su variante Castillo Modelado como Castillo Inciso, tal como se describió en los valles de Moche y Virú 19. Las tipologías más elaboradas de la cerámica virú halladas en Jequetepeque corresponden a finas botellas escultóricas que representan seres humanos o animales, decoradas con engobe blanco, con asas estribo o cuellos cónicos delgados; sin embargo, no se han reportado ejemplares decorados con pintura negativa, típica del estilo Virú más depurado. En las excavaciones que Donnan condujo en Masanca 20 se registraron algunos artefactos de gran maestría, tanto en su forma, en su acabado y decoración, como en su técnica de manufactura. Algunos de estos objetos eran idénticos a los artefactos encontrados por el mismo Donnan en Pacatnamú, en asociación con tumbas del periodo Mochica Medio 21. En otras excavaciones realizadas por Donnan en Dos Cabezas, un complejo monumental mochica de templos y residencias localizado al

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sur de la desembocadura del río Jequetepeque, se documentó, juntas en los mismos contextos y en las zonas residenciales aledañas, cerámica de los estilos Mochica Temprano y Virú 22. Hasta hace algunos años la arqueología de la costa norte asumía que Salinar, Virú y Mochica Temprano eran tres fenómenos claramente diferenciados. Larco mismo había planteado estas diferencias y había establecido tres periodos sucesivos conformados por estas tradiciones 23 Sin embargo, él también había tenido muchos problemas para distinguir algunos artefactos de los estilos Salinar y Virú, y reportó la existencia de artefactos mochica temprano en tumbas virú, en el valle del mismo nombre. En otras palabras, los periodos no parecían ser tan monolíticamente diferenciados. Para explicar la expansión del estado Mochica, y consecuentemente el tránsito entre Mochica y Virú, Larco sostuvo que los valles de la costa norte fueron incorporados mediante sucesivas conquistas militares, argumento que luego fue corroborado por numerosos investigadores, demostrándose la gran diferencia entre estas dos tradiciones 24. Pero las evidencias que aparecían en Jequetepeque, particularmente en las excavaciones de Donnan, sugerían, por el contrario, un tránsito mucho más lento, en el que el conflicto no parecía explicar el proceso. Parecería que el estilo Mochica habría evolucionado de un sustrato Virú, seguramente como un estilo de las élites en un principio, para convertirse después en el estilo dominante, con expresiones tanto en cerámica fina como doméstica. Este lento tránsito explicaría por qué durante el periodo Mochica Temprano, en sitios como Dos Cabezas, el componente mochica es pequeño y está circunscrito a tumbas de miembros de las élites, mientras que en las residencias de los pescadores la cerámica es casi exclusivamente Virú (Fig.10). En el

periodo Mochica Medio, la cerámica de estilo Virú va cediendo paso a formas mochicas, particularmente en la cerámica fina, quedando un pequeño remanente de artefactos virú entre lo doméstico. Parecería que en esta época el estilo Virú sobrevive asociado al pueblo llano, mientras que las élites ya se han transformado por completo en mochica. Finalmente, en el periodo Mochica Tardío casi no se encuentra cerámica de formas virú, ni en áreas residenciales ni en tumbas, a excepción de artefactos asociados con individuos de muy bajo rango. La evidencia arqueológica, en consecuencia, apunta a un tránsito gradual, a una transformación de la sociedad virú en mochica, en un proceso que seguramente tomó varios siglos. En conclusión, mientras que Salinar fue la solución de continuidad para el fenómeno Cupisnique, Virú y Mochica Temprano parecen haber sido dos expresiones del mismo fenómeno cultural y social que daría origen a las más importantes transformaciones que sufrió el valle de Jequetepeque en su historia. La gran mayoría de evidencias del fenómeno Mochica Temprano ha sido hallada en los márgenes del río Jequetepeque, en Ventanillas, Tolón y Talambo en las partes alta y media del valle, y en La Mina, Balsar y Dos Cabezas en la parte baja (Fig. 7). Esta distribución tan lineal sugeriría que los sitios Mochica Temprano se ubicaron en áreas servidas por canales que salían directamente del río y, por lo tanto, serían anteriores a la expansión del valle a través de los sistemas de irrigación. Sin embargo, dos sitios de contenido virú, Masanca y Jatanca, se sitúan en la parte sur del valle, en zonas necesariamente servidas por canales de irrigación que partían de bocatomas situadas al pie del Cerro Pitura y que se dirigían hacia el suroeste. En la actualidad, estas zonas son irrigadas por el canal de San Pedro y sus ramales. Es posible,

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entonces, que la época Virú-Mochica Temprano haya estado ligada a la primera extensión del valle hacia el sur. De manera alternativa, sería posible que dos formaciones políticas diferentes hayan coexistido en el valle en esta época, una de tradición estrictamente Virú en la zona de Jatanca y la otra, Virú-Mochica Temprano, en el valle mismo del río Jequetepeque. Jatanca y Masanca parecen formar una misma unidad no solo por su cercanía, sino porque el primero es un complejo de templos y espacios ceremoniales construidos con grandes muros de tapial, mientras que el segundo es un pequeño cementerio localizado al pie del cerro del mismo nombre. Este conjunto se sitúa en una zona hoy invadida por grandes dunas que avanzan desde el suroeste y que ya han cubierto completamente el sitio de Jatanca. Las edificaciones se pueden distinguir entre las dunas, así como canales de irrigación, pequeños edificios y grandes concentraciones de fragmentos de cerámica diagnósticamente de estilo Virú. Las investigaciones de Walker, Swenson y Chiuala van develando un complejo de templos, únicos en su diseño y técnica constructiva, cuya existencia permite inferir que esta parte del valle estuvo en capacidad de albergar a una gran población. El conjunto más importante para el periodo VirúMochica Temprano es Dos Cabezas, que se erigió como un gran centro ceremonial en la estratégica orilla derecha de la desembocadura del río Jequetepeque. Dos Cabezas está formado por un gran templo y una enorme plaza que domina toda la parte baja del valle. Alrededor del templo existió una gran cantidad de estructuras, seguramente ligadas al culto. Las excavaciones de Donnan en el sitio han develado una compleja red de pequeñas estructuras palaciegas y una aldea de pescadores localizada entre la zona

monumental y el mar 25. Asociadas a este centro se han hallado evidencias de la misma época en Balsar, La Mina y en el propio Pacatnamú. En términos de la historia del arte mochica, lo que sucedió en Dos Cabezas solo puede ser entendido si trazamos un paralelo con el Renacimiento florentino, pues en este lugar y en la región circundante se produjo una verdadera revolución artística, que transformó para siempre la cultura de la costa norte. Los artesanos de Dos Cabezas no solo innovaron las técnicas para producir artefactos de cerámica y cobre dorado, mediante nuevas maneras y procesos de producción y de uso de los materiales, sino que además transformaron el mundo del arte al materializar imágenes de seres reales y mitológicos, así como símbolos abstractos que seguramente habían existido antes solo en la imaginación de los sacerdotes. Decir que esta fue una época de innovación tecnológica y creatividad artística no hace suficiente justicia a los increíbles logros de los artesanos del Mochica Temprano. Al igual que en la Toscana del siglo XV, esta revolución artística del bajo Jequetepeque coincidió con la aparición de una nueva élite, rica y refinada, que seguramente propiciaba la elaboración de artefactos de altísima calidad y que sustentaba a los artesanos más notables por su destreza y creatividad. Estos artefactos no solo fueron la demostración de su estatus social y riqueza, sino que se hicieron indispensables en los rituales que legitimaban su poder26. La gran expansión durante el periodo Mochica Medio (400 d.C.-700 d.C.) La expansión de la sociedad mochica a lo largo y ancho del valle de Jequetepeque, como consecuencia de la implementación de los sistemas de irrigación,

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Fig. 11 Selección de vasijas de estilo Mochica Medio. Programa Arqueológico San José de Moro.

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corresponde al periodo Mochica Medio y se manifiesta en la aparición de su singular cerámica en lugares tan alejados como San José de Moro, Cerro Chepén, Pacatnamú, Cerro Catalina y Portachuelo de Charcape. Estos sitios están localizados mayoritariamente en la margen norte del río y en la región de Chamán. La cerámica del periodo Mochica Medio es burda si se compara con la producida durante el periodo Mochica Temprano en Dos Cabezas o La Mina, tanto en su forma y tecnología como en su decoración (Fig. 11). En tumbas encontradas por Ubbelohde Doering 27 y Donnan en Pacatnamú 28, así como en las tumbas del Mochica Medio de San José de Moro 29, se documentó una cerámica relativamente burda, de formas simples y casi carentes de decoración pictórica. Al parecer, durante este periodo, la calidad de la cerámica cedió su sitio al desarrollo de una avanzada metalurgia del cobre dorado, que se convirtió en el medio para la representación de imágenes complejas. Las formas típicas son cántaros con cuerpos y cuellos modelados como animales o seres humanos, botellas de asa estribo de color negro sin mayor decoración y, ocasionalmente, piezas escultóricas con representaciones de cabezas humanas o figuras eróticas. Un rasgo singular de la cerámica Mochica Medio es la aparición de un tercer color en la decoración de las piezas, el morado, que se empleó en adición al rojo y al blanco. Además de los hallazgos hechos en el Jequetepeque, cerámica de este estilo ha sido hallada en Sipán y en Úcupe, asociada con las tumbas reales encontradas en estos sitios 30. Frecuentemente la cerámica del estilo Mochica Medio ha sido confundida con la más desarrollada cerámica Mochica del Sur de las fases III y IV. Sin embargo, analizadas y contrastadas presentan características que las distinguen con claridad entre sí 31. No solo sus formas son más simples y su decoración menos elabo-

rada, sino que la cerámica Mochica Medio de calidad intermedia y la cerámica doméstica presentan formas que no aparecen en absoluto en la región Mochica Sur, como botellas de cuello efigie, ollas de cuellos curvos, y paicas sin cuello y de cuerpos compuestos. Sin embargo, algunos ejemplares sureños parecen haber sido copiados por los artistas del periodo Mochica Medio de Jequetepeque, por lo que presumimos que habría existido comunicación entre las comunidades mochica del valle de Jequetepeque y las del sur 32. Pero esta cerámica no solo habría convivido con las fases III y IV, sino también con la cerámica del Mochica Temprano de Dos Cabezas. Es posible que durante un tiempo el valle de Jequetepeque haya estado dividido entre comunidades que continuaron con la tradición temprana, mientras que otras, las localizadas en la parte norte, evolucionaron hacia formas del estilo Mochica Medio. Los fechados que Donnan obtuvo de las tumbas de Dos Cabezas extienden el periodo Mochica Temprano hasta el 500 d.C. para la región del antiguo valle de Jequetepeque, en la que se ubica este sitio, lo que prácticamente las coloca en la misma época que se desarrollaron las comunidades del Mochica Medio. Estas discrepancias cronológicas, y la enorme autonomía que las diferentes comunidades habrían tenido sobre la base de sistemas de irrigación independientes, nos lleva a pensar que los periodos en los que el valle estuvo fragmentado en pequeñas comunidades fueron mayores que aquellos en los cuales se logró una integración y centralización bajo la hegemonía de una sola comunidad. Si alguna vez se dio algún tipo de integración política y territorial, seguramente fue para aprovechar oportunidades ambientales o circunstancias políticas, pero, en cualquier caso, estos periodos unitarios debieron ser de corta duración. De acuerdo con lo sostenido

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anteriormente, se nos plantea un escenario en el valle según el cual es posible que hayan convivido no solo diferentes comunidades, sino que estas pudieron haberse situado en distintos estadios del proceso evolutivo, lo que se manifestó a través de sus diversos estilos cerámicos 33.

ha sido explorada, pero seguramente proveerá una importante línea de investigación para entender el inicio de los estados Mochicas.

La distribución de los sitios del Mochica Medio permite inferir que la red de canales de irrigación se culminó en este periodo y que se incorporó al valle de Jequetepeque la extensa región del valle del río Chamán. Este proceso presumiblemente tomó la mayor parte de este periodo y se habría dado paulatinamente, a medida que los canales llevaban el agua al desierto y los bosques iban siendo reemplazados por tierras de cultivo. Paradójicamente, esta ampliación de la frontera agrícola y el concomitante crecimiento de la producción y de la población no repercutieron en signos exteriores de riqueza. No hay ningún monumento que se asocie con esta época, salvo la pequeña Huaca 31 de Pacatnamú, al pie de la cual Ubbelohde Doering encontró, a fines de la década de 1930, un importante cementerio del Mochica Medio y, en él, la tumba múltiple E-1, que contenía once individuos y una gran cantidad de ofrendas de textiles, mates y cerámica34. En San José de Moro se han excavado más de cincuenta contextos funerarios pertenecientes al periodo Mochica Medio, ninguno de ellos particularmente rico, si los comparamos con las tumbas halladas en Sipán35. Recurrentemente, tanto en las tumbas de Pacatnamú como en las de San José de Moro, los individuos fueron colocados en ataúdes de cañas que luego se introdujeron en las cámaras funerarias. Si bien estos ataúdes son comunes en Sipán, las cámaras en forma de bota son propias solo de Pacatnamú y San José de Moro. La relación entre las comunidades del Mochica Medio de Jequetepeque y Sipán aún no

El periodo Mochica Tardío está caracterizado por la aparición de una serie de nuevos estilos cerámicos, particularmente el Mochica Tardío de Línea Fina y el Mochica Polícromo36. Estas tradiciones están entre las más avanzadas y complejas desarrolladas en los Andes centrales, particularmente por las técnicas de su manufactura y su contenido iconográfico (Fig. 12). Las condiciones de su origen, así como las causas que llevaron a su súbita aparición en Jequetepeque cuando ya eran tradiciones perfectamente formadas, permiten inferir que se iniciaron en otra región mochica, posiblemente en el valle de Chicama, donde se generó el estilo Mochica V, y posteriormente se trasladaron al Jequetepeque. Adicionalmente, la cerámica de uso doméstico también cambió de modo radical durante el periodo Mochica Tardío, apareciendo una serie de formas diagnósticas para esta época como las ollas de cuello plataforma, las botellas de cuerpo carenado y achatado, las botellas estampadas con motivos de animales y los cántaros con cuellos decorados con efigies de animales y personajes humanos con coronas, bigotes y patillas, comúnmente llamados “Reyes de Asiria”37. La distribución de esta cerámica abarca todo el valle de Jequetepeque, desde Huaca Colorada, al sur; Pacatnamú y San Ildefonso, al oeste; San José de Moro y Cerro Chepén, al norte; y Talambo, al este.

El periodo Mochica Tardío y el colapso del los estados Mochicas (600 d.C.-850 d.C.)

La gran expansión territorial y el singular desarrollo económico que se inició en el periodo Mochica Medio dieron lugar, durante el Mochica Tardío, a la

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formación de los primeros estados regionales en el valle de Jequetepeque. Durante esta época se culminaron los grandes sistemas de irrigación, lo que permitió incorporar básicamente toda la extensión que el valle tiene hasta ahora, y se establecieron los grandes asentamientos mochicas en lugares claves del valle. Los canales que aún hoy sirven, tanto el de San Pedro, que atiende la parte sur, como los canales de Chafán, Guadalupe, Chepén y Talambo, que riegan la parte central y norte, fueron establecidos en esta época. Sin embargo, este desarrollo no parece haber conducido a la formación de un estado centralizado, con una sola capital y una sola élite gobernante; más bien pudo haber consolidado la existencia de múltiples pequeños estados regionales a lo largo del valle. Cada uno de ellos habría sido económica, política y socialmente independiente. Más aún, suponemos que esta fragmentación política condujo a una situación intermitente de enfrentamientos y luchas entre los estados Mochicas de Jeque­tepeque 38. En esta época, las tensiones entre estos centros parecieron agravarse y la necesidad de defenderse los unos de los otros se hizo aun más necesaria. Los asentamientos amurallados de Cerro Chepén y San Ildefonso alcanzaron su máxima extensión y alrededor de ellos se aglutinaron las poblaciones en busca de refugio y seguridad. Cada uno de estos centros se distingue por su configuración y su ubicación en lugares secretos, de difícil acceso, o en lo alto de una montaña, como respuesta a las circunstancias de violencia generalizada y a las condiciones de su propio medio ambiente. Dentro de las murallas se encuentran residencias de diversas calidades, desde las muy grandes y ornamentadas para las élites, hasta barrios de pequeñas casuchas para el pueblo. Las murallas no solo habrían protegido a los habitantes sino también

las cosechas, que se almacenaban en grandes recipientes de cerámica. En un esfuerzo por distinguirse y por lograr la seguridad interna, cada uno de estos estados locales desarrolló sus propias estrategias de comunicación y alianzas con sociedades foráneas. En estos afanes de integración se distinguieron los habitantes de Cerro Chepén-San José de Moro por haber establecido importantes comunicaciones con sociedades cajamarca e incluso con los prestigiosos huari y sus estados asociados. En contraste con el estado de guerra endémica, aislamiento y distancias culturales entre las comunidades mochicas, como se puede deducir de sus fortificaciones, parece haber existido cierto grado de centralización y armonización para celebrar rituales religiosos de carácter regional. San José de Moro parece haber tenido este propósito, puesto que aquí se han encontrado abundantes evidencias de la realización de grandes fiestas y celebraciones, en una escala que largamente rebasa el número de habitantes de una sola localidad. A estas festividades habrían asistido hombres, mujeres y niños de los diferentes pueblos circundantes, deponiendo sus diferencias para participar en ceremonias seguramente organizadas por un clero de alto rango. En San José de Moro se han identificado numerosas tumbas de mujeres de élite que, a juzgar por sus atuendos y los artefactos asociados con ellas, habrían tenido un papel central en las liturgias religiosas. La celebración principal que se habría escenificado parece haber sido una versión local de la Ceremonia del Sacrificio, que incluía la presentación de la copa con sangre humana, particularmente la parte del ritual donde la mujer o “Sacerdotisa” tiene el rol más activo. Otra práctica que parece haber estado relacionada con estos centros es la del entierro de los personajes de la élite de las comunidades

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dispersas. Mientras que en estas comunidades es casi imposible encontrar tumbas del Mochica Tardío ricas o complejas, en San José de Moro estas han aparecido en gran número, lo que permitiría inferir que las personas de alto rango, y sus ajuares funerarios, eran transportadas luego de su muerte a este sitio para sus exequias y entierro. La función integradora de los centros ceremoniales habría permitido compensar las situaciones de aislamiento, ocasionadas por la tensión entre las entidades políticas 39. El final de las sociedades del Mochica Tardío en el valle de Jequetepeque se debería a una combinación de factores relacionados con la generalización del conflicto entre comunidades y el fraccionamiento territorial. Aparentemente, hacia el final del periodo Mochica Tardío la situación se volvió cada vez más tensa y forzó a las distintas comunidades a defenderse todavía más, elevando las paredes o construyendo nuevas murallas. Puesto que esta situación coincidió con un periodo de inestabilidad climática, podemos presumir que los conflictos se habrían incrementado debido a la competencia por los recursos, alimentos, agua y personas. En las tumbas de esta fase vemos cómo la identidad de los mochicas se va transformando al menguar la presencia de artefactos de tradicionales por otros de forma y decoración foráneas 40. Los objetos que denotan una influencia de las sociedades sureñas o cajamarquinas adquirieron una mayor relevancia, mientras que las formas propias de la producción mochica mermaron. Suponemos que este proceso incruento se debió a una transformación de la identidad cultural de las élites, ocasionada por el establecimiento de vínculos matrimoniales, sociales y comerciales con individuos cajamarca o incluso huari asentados en los valles serranos.

El periodo Transicional y la continuidad mochica (850 d.C.-950 d.C.) Los años que median entre el colapso de las sociedades mochicas y el inicio de la ocupación lambayeque del valle de Jequetepeque están caracterizados por el desarrollo de un raro fenómeno cultural que, por su naturaleza, ha sido calificado como periodo Transicional. Este reúne la más ecléctica constelación de expresiones culturales, tanto locales como importadas, que, a su vez, manifiestan un estado de apertura cultural nunca antes visto en la región. Es muy inusual que el tránsito entre dos tradiciones tan distintivas se manifieste arqueológicamente con la claridad que presenta el Transicional en San José de Moro y, en menor grado, en Cerro Chepén. En el centro ceremonial de San José de Moro han sido excavados a través de los años cientos de tumbas de élite y mausoleos reales de la época Transicional, miles de artefactos de cerámica, metal, hueso y piedra; así como numerosas capas estratigráficas compuestas por pisos de ocupación, viviendas y talleres. Todo esto materializa la complejidad de este periodo. Sin embargo, tal como sucedió con la distribución de la cerámica de estilo Mochica Tardío de Línea Fina, las expresiones de la tradición Transicional brillan por su ausencia en el resto del valle de Jequetepeque, aunque se han reportando en otras regiones de la costa norte 41. Esta inusual y restringida distribución, así como el carácter de la tradición Transicional, se explican por la secuencia de eventos que caracterizan el final de la sociedad mochica en Jequetepeque, la reconfiguración de la identidad local en ausencia de la predominancia mochica y, finalmente, su incorporación al estado Lambayeque.

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El colapso mochica fue, en realidad, el fracaso de sus élites y de su modelo de gestión, mas no de toda la 2200 A.C.

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Fig. 13 Selección de vasijas del periodo Transicional. Programa Arqueológico San José de Moro.

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población, que seguramente se vio liberada de la dominación mochica. Como resultado de este fracaso, lo que desaparece son las expresiones más directamente asociadas con las élites mochicas, como la cerámica de línea fina o las tumbas en forma de bota, así como algunas de sus prácticas rituales y las divinidades más idiosincráticas. Algunos asentamientos, como San Ildefonso o Portachuelo de Charcape, habrían sido abandonados en esta época. Pero la desaparición de la élite mochica pareciera no haber generado el surgimiento de otra en su reemplazo, por lo menos no inmediatamente; más bien se inaugura un corto pero activo periodo de reconfiguración cultural, carente de una organización social dominante. Esto se manifiesta en el hecho de que, luego de producido este vacío, ninguna expresión cultural ocupa el lugar que antes había tenido la identidad mochica. Muchas de las tendencias que se habían iniciado en la época Mochica, como las estrechas relaciones con sociedades de la sierra de Cajamarca y con Huari, continúan y, en ausencia de los líderes mochica, hasta se incrementan. En términos de los estilos que aparecen en San José de Moro asociados con los pisos y contextos transicionales, se abre un periodo de gran inclusión y creatividad, como se desprende del hallazgo de cerámica de diversas partes del Perú en los contextos funerarios de San José de Moro. Cerámica de Cajamarca, Lima, Huari, Casma, Chachapoyas y de otras regiones de la costa norte aparecen en dicho sitio, principalmente en tumbas de élite (Fig. 13). Como consecuencia de la influencia de los estilos foráneos y ante la falta de un estilo imperante, la producción local alcanzó un grado de versatilidad y experimentación nunca antes visto. Se desarrollaron copias locales de los estilos foráneos como el Cajamarca Costeño y el Huari Costeño, al tiempo que comenzaba a hacerse predominante

la cerámica negra reducida. Iconos de acervo huari comenzaron a ser retratados de manera cotidiana y se inició la experimentación con formas, técnicas de fabricación y contenidos iconográficos que serían dominantes en los periodos siguientes. A estos últimos los denominamos Proto-Lambayeque y Proto-Chimú. En general, el periodo Transicional, a diferencia de los periodos Mochica o Lambayeque, no presenta un repertorio cerrado, sino que más bien se define por su eclecticismo e innovación, por la síntesis de diversos estilos y por la gran variedad de influencias que se expresan a través de su producción cerámica. El papel que tuvo la tradición Cajamarca en el periodo Transicional merece una consideración destacada. Los primeros indicios de dicha tradición se encuentran en tumbas del periodo Mochica Tardío y se incrementan significativamente hacia el final del periodo Mochica. Presumimos que los artefactos encontrados en las tumbas mochica no solo son expresiones de contactos comerciales o alianzas militares o políticas entre estas sociedades, sino que implicarían una movilización de personas entre la sierra y la costa, seguramente a través de enlaces matrimoniales. La llegada de estas personas debe haber alterado la composición cultural y genética de la sociedad mochica. Durante el periodo Transicional, la presencia e influencia de Cajamarca se incrementa significativamente, al punto que las tumbas de este periodo llegan a tener un contenido de objetos cajamarca a veces mayoritario. Sin embargo, la cerámica cajamarca no corresponde a una sola localidad o sub-estilo, sino que representa las múltiples caras del fenómeno Cajamarca, como si se hubieran dado cita en estas tumbas todos los cacicazgos que en esa época habrían existido en la sierra norte. Un sub-estilo predominante es el Cajamarca Costeño, que podría haber sido producido

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localmente (Fig. 14). Hacia el final del periodo Transicional, la frecuencia de elementos cajamarca es tan alta que podríamos llegar a pensar que se ha producido una suerte de transformación de la identidad transicional, convirtiéndose en una expresión más de la tradición Cajamarca. Esto es sin duda intrigante, pero hay que ponderarlo puesto que los objetos cajamarca aparecen en una matriz costeña, es decir, rodeados de artefactos producidos localmente. Un sub-estilo presente en las primeras fases del periodo Transicional es el llamado Proto-Lambayeque, antecedente directo del estilo que caracterizará a la sociedad lambayeque expansiva. Este sub-estilo sintetiza elementos mochicas y huari en piezas predominantemente de color negro. Una forma común es la botella de doble pico y puente, con aplicaciones en relieve en forma de ranas, de figuras echadas y de cabezas humanas con tocados de cuatro puntas y con las orejas compuestas por un círculo y una punta (véase fig. 111). En algunos casos, las cabezas aparecen con los ojos alargados, que sustituyen a los ojos almendrados mochicas. Todas estas características, sumadas a la decoración en relieve con formas geométricas o de aves, son propias del estilo Lambayeque Clásico; sin embargo, su origen más remoto, y la evidencia del sincretismo entre las tradiciones Mochica y Lambayeque, se presenta solo en San José de Moro durante el periodo Transicional. El periodo Transicional acaba abruptamente, cuando el valle de Jequetepeque es incorporado al territorio del estado Lambayeque. Los nuevos líderes parecen haber erradicado intencional y categóricamente toda manifestación del eclecticismo transicional. Las poblaciones cajamarca fueron seguramente devueltas a su lugar de origen, sus tumbas fueron abiertas y saquea-

das. Con su expulsión desapareció la tradición cerámica que las caracterizaba, aun cuando los lambayeque incorporaron a sus repertorios de formas cerámicas platos y cuencos propios de la tradición Cajamarca. Con la conquista lambayeque se termina la primera gran fase cultural en el valle de Jequetepeque, en la que el desarrollo social y político estuvo en manos de sociedades locales. A partir de este momento, Jequetepeque pasa a ser una provincia de los grandes estados Lambayeque, Chimú e Inca, y posteriormente se reparte entre los conquistadores españoles. Los lambayeque y la primera conquista del valle de Jequetepeque (950 d.C.-1200 d.C.) La ocupación lambayeque del Jequetepeque se manifiesta en la cerámica clásica de esta cultura encontrada en diversos sitios. Esta presencia puede interpretarse como una prueba del control centralizado ejercido por el estado Lambayeque sobre el valle. A partir de esta inferencia se ha desarrollado un esquema clásico de conquista militar y control territorial para explicar el periodo Lambayeque en el valle de Jequetepeque. En este esquema de interpretación, el valle de Jequetepeque fue anexado por la fuerza al estado Lambayeque, el que luego procedió a reorganizar el valle a fin de aprovechar sus recursos, propósito para el cual los lambayeque construyeron una serie de asentamientos y sitios. Tumbas que contenían ceramios clásicamente lambayeque, en particular los llamados huaco rey en todas sus modalidades, tanto reducidos (negros) como oxidados (rojos), con pedestal o sin él, con asas simples, dobles y trenzadas, han sido hallados en La Mesa, Farfán, San José de Moro, Alto de San Ildefonso, Huaca de las Estacas, Ventanillas, Talambo, etc. En muchos de estos sitios se erigieron estructuras monumentales de

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Fig. 14 Selección de vasijas de los estilos Cajamarca Costeño y Serrano. Programa Arqueológico San José de Moro.

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Fig. 15 Selección de vasijas de los estilos tardíos del valle de Jequetepeque. Museo de Arte de Lima. Donación Petrus Fernandini.

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estilo Lambayeque, compuestas por una plataforma relativamente amplia y baja de adobes, con paredes inclinadas y rampas laterales. Adicionalmente, en los márgenes de valle se hallan numerosos sitios compuestos por plataformas adosadas a las laderas de los cerros y encerrados por murallas. Asociados con estos sitios aparece la cerámica doméstica típicamente lambayeque: platos de base anular con decoración en relieve, ollas decoradas en relieve en los hombros, así como cántaros y ollas paleteados. En cualquier caso, el patrón de ocupación lambayeque del valle de Jequetepeque difiere en mucho del patrón por el cual se organizó el valle de Lambayeque 42. En Jequetepeque no existen complejos monumentales como Túcume o Batán Grande, ni se han encontrado tumbas de gobernantes como las que aparecieron en esos sitios. El patrón de ocupación pareciera estar compuesto por muchos asentamientos medianos y pequeños, en vez de uno de grandes proporciones. En San José de Moro, por ejemplo, se encuentran muchas tumbas de la época Lambayeque, con cerámica de alta calidad pero sin que exista una clara y definitiva ocupación del sitio; más bien pareciera que hubo una suerte de continuidad entre las ocupaciones de los periodos Transicional y Lambayeque. Un palacio, o residencia de élite, fue hallado en la unidad 35 de San José de Moro asociado con la producción de chicha en grandes cantidades, pero prácticamente aislado de todo otro resto. La existencia de numerosos asentamientos pertenecientes al periodo Lambayeque podría deberse a que el valle fue organizado en esta época como un conjunto de cacicazgos y no como una provincia centralizada. En este tipo de reconstrucciones obviamente no se consideró el papel que tuvieron las poblaciones locales y sus líderes, las diferencias regionales en términos de territorio, disponibilidad

de recursos, el acceso a los sistemas de irrigación, etc. Cuando los lambayeque, los chimú o los incas conquistaron estos territorios, su población posiblemente era una de sus mayores riquezas, por lo que lograr su adhesión a los nuevos gobernantes habría sido de primordial importancia. Lamentablemente, los estudios realizados en el valle para el periodo Lambayeque no nos permiten abordar la naturaleza de la presencia de esta sociedad en Jequetepeque. Además del estilo Lambayeque Clásico o Imperial, en Jequetepeque aparece un segundo estilo de cerámica de filiación Lambayeque, predominantemente reducida y de formas simples, que ha sido hallado en Pacatnamú y San José de Moro. En este estilo las formas son un tanto distintas, y no aparecen huacos reyes aun en tumbas o recintos de alto rango. Se le ha denominado estilo Lambayeque Local, en contraste con las formas lambayeque imperiales que vendrían de la capital. Las formas domésticas en ambos, Imperial y Local, son muy semejantes, lo que implicaría que las diferencias se dieron entre las élites y no entre los pobladores llanos. La existencia de esta subdivisión en la presencia Lambayeque aún merece una consideración mayor, puesto que sorprende, por ejemplo, que en un sitio tan importante como Pacatnamú las huellas de la tradición Lambayeque Imperial sean muy escasas. El hecho de que estos dos estilos aparezcan juntos en algunos sitios mientras que en otros no nos lleva a plantearnos tres escenarios posibles para entender la evolución y secuencia del periodo Lambayeque en Jequetepeque. Primero, es posible que estos dos estilos hayan convivido, lo que demostraría la coexistencia de dos grupos, los lambayeque de Lambayeque y una segunda élite que podría interpretarse como lambayeque local. En segundo lugar, es posible que originalmente el valle hubiera estado bajo el control de los

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lambayeque de Lambayeque y que en una segunda fase se hubiera independizado o separado, convirtiéndose en una versión local del fenómeno Lambayeque, a la cual pertenecería el estilo Lambayeque Local. Finalmente, en tercer lugar, el estilo Lambayeque Local pudo haber sido contemporáneo con el periodo Transicional, como una de sus muchas subdivisiones e identidades, para luego haber sido subsumido por los lambayeque de Lambayeque. Estos tres escenarios solo podrán ser dilucidados con mayores investigaciones arqueológicas de carácter regional centradas en el periodo Lambayeque. Los chimú, los incas y la provincialización del desarrollo jequetepecano (1200 d.C.-1532 d.C.) La incorporación del valle de Jequetepeque al Imperio Chimú debe haber ocurrido en algún momento del siglo XIII d.C., luego de cientos de años de ocupación lambayeque. En realidad, no podemos saber si el tránsito entre los periodos Lambayeque y Chimú fue una ruptura, si el primero devino pacíficamente en el segundo, o si entre ambos medió una fase transicional. La cerámica popular en ambos casos es muy parecida, con casi el mismo tipo de ollas y cántaros, lo que indicaría que al menos el pueblo siguió siendo el mismo. La cerámica paleteada tiende a desaparecer en el periodo Chimú, mientras que las paicas o tinajones carecen de cuello y presentan la base puntiaguda. Por lo demás, los ajuares cerámicos chimú están compuestos por grandes cantidades de cerámica reducida, con mayor o menor pulido y con elementos decorativos bastante simples, prácticamente la misma que podríamos encontrar en otras regiones del territorio dominado por Chan Chan (Fig. 15).

Farfán, Algarrobal de Moro, Talambo y Cañoncillo son los cuatro grandes centros chimú en el valle de Jequetepeque que controlaban estratégicamente todo el valle a manera de una provincia dependiente. En estos sitios se encuentran elementos arquitectónicos que permiten inferir que se establecieron versiones en miniatura de Chan Chan, con audiencias y grandes patios amurallados dominados por plataformas con rampas. Adicionalmente, encontramos numerosos sitios de estilo Chimú en las laderas de las montañas, de acuerdo con un patrón de asentamiento muy similar al Lambayeque, y en algunos casos reocupando los sitios de ese periodo43. La ocupación inca del valle de Jequetepeque es casi invisible y, si no tuviéramos información etnohistórica que la mencionara, posiblemente no podríamos afirmar que el valle fue durante algo menos de un siglo parte del Tahuantinsuyo. En cualquier caso, es posible que el valle no cayera en poder de los incas directamente, sino que sucumbiera a la conquista de Chimú, del que era parte en los siglos XV y XVI d.C. No hay sitios inca en el valle, ni se han encontrado tumbas o colcas para este periodo. Solo se menciona la presencia de caminos incas, uno en particular, que cruza el valle de sur a norte, pasando por Cañoncillo, Farfán y el Algarrobal de Moro, pero incluso este pudo ser originalmente un camino mochica o chimú reacondicionado por los incas. Lo que sí encontramos son sitios con presencia de cerámica de estilo ChimúInca, particularmente Farfán y Cañoncillo, lo que nos llevaría a pensar que los incas aprovecharon la infraestructura y el sistema de administración chimú para imponer su autoridad.

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Con la irrupción de los chimú e incas, y posteriormente con su incorporación a la corona española, el valle de Jequetepeque entró en un largo periodo de declinación. Lentamente, a causa de las plagas, las movilizaciones forzosas y la explotación, fue mermando su población; se abandonaron grandes porciones del territorio por falta de quienes los habitaran y trabajasen; se fueron deteriorando los sistemas de irrigación que tanto habían costado, etc. Carente de liderazgo y ajeno al control de su propio destino, el valle de Jequetepeque entró en un profundo letargo y solo se empezó a recuperar trescientos años más tarde. La introducción de la tecnología agrícola, el algodón, la caña de azúcar y el arroz, la llegada de los chinos y japoneses, las grandes migraciones de cajamarquinos, la industrialización y el comercio despertaron al valle dormido después de este largo anochecer y volvieron a darle a los jequetepecanos el control de su propio destino. Su reto es ahora poder brillar como brillaron sus antepasados, seguir trabajando e irrigando sus campos con los canales que construyeron los mochicas, construir no solo para su presente sino para un futuro que será tan milenario como su pasado, lograr la armonía con la naturaleza y el respeto de su herencia. Don Óscar Rodríguez Razzetto así lo entendió y esa fue la razón que hoy nos permite contemplar estas maravillosas obras de arte del antiguo Jequetepeque.

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Edward Ranney Huaca Las Estacas, 1994.

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Edward Ranney Farfán, 2004.

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La cultura Cupisnique a partir de los datos arqueológicos de Puémape Carlos G. Elera Museo Nacional Sicán

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Fig. 16 Vista de Puémape, valle de Jequetepeque.

Introducción El origen de las sociedades complejas en la costa norte del Perú, desde inicios del periodo Precerámico Tardío hasta fines del Formativo, está relacionado con la aún poco conocida cultura Cupisnique (2200-400 a.C.). Durante mucho tiempo, el fenómeno Cupisnique ha sido entendido como una suerte de manifestación regional, resultado de la influencia de la civilización Chavín sobre gran parte de la región andina. Por ello se le conoce también como Chavín Costeño, Chavinoide o Chavín Clásico. La cultura Chavín, cuyo núcleo se localiza en la sierra norte de los Andes centrales, ha sido considerada como la cultura matriz peruana, concebida como el foco irradiador de una compleja ideología religiosa, de un ceremonialismo elaborado y de una notable arquitectura monumental. Así, utilizando los modelos de desarrollo planteados sobre la base de las investigaciones en Chavín, es que se ha venido intentado explicar el origen y la evolución de otros fenómenos culturales desarrollados en este periodo. Las investigaciones arqueológicas realizadas en la costa norte y central del Perú en las últimas décadas se han visto afectadas por este arraigado esquema, que no ha permitido esclarecer la verdadera naturaleza de la cultura Cupisnique. Para lograr entender el origen y las particularidades de esta cultura temprana, se discutirá a continuación la información arqueológica obtenida en el sitio de Puémape, localizado hacia el suroeste del litoral del valle de Jequetepeque (Fig. 16).

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Los distintos microambientes de este sitio y de los territorios vecinos forman parte de la ecorregión del bosque seco y mar ecuatorial, que se ubica dentro de la región endémica tumbesina. Este marco geográfico y ecológico estableció los parámetros claves para entender la adaptación y el origen norcosteño de las sociedades que habitaron el territorio cupisnique en el periodo Formativo.

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Cupisnique y Chavín Las secuencias cronológicas de la costa norte, correspondientes a los distintos periodos cerámicos, han sido establecidas principalmente a partir del análisis estilístico de la cerámica fina hallada en contextos funerarios, aunque también se ha considerado aquella proveniente de otros contextos. Rafael Larco Hoyle1, quien excavó los cementerios de Palenque y Barbacoa de la hacienda Sausal y en Santa Ana, localizados en el valle de Chicama, utilizó la información empírica proveniente de estos contextos funerarios con el fin de establecer la primera secuencia cronológica para Cupisnique.

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Sin embargo, pese a que Larco fue el primero en advertir el origen de las prestigiosas botellas de asa estribo de estilo Mochica, de sus formas análogas Cupisnique, y en brindar importantes datos sobre la tecnología de la cerámica cupisnique en general, su secuencia no tiene un sustento estratigráfico convincente de superposición de contextos funerarios. Si 2200 A.C.

Fig. 17 Personaje sobrenatural sostiene un cactus San Pedro. Chavín de Huántar, Ancash. pág. 70

observamos rigurosamente los entierros excavados por Larco en los cementerios de Chicama, encontraremos que todos presentan prácticas funerarias en común, a pesar de la discreta variabilidad estilística que se advierte en la cerámica. En cuanto a la forma de los entierros, se trata generalmente de una fosa simple, que habría servido como contenedor físico para el individuo inhumado, colocado en posición flexionada. A pesar de contar con nuevas evidencias que favorecen la hipótesis sobre la introducción del fenómeno Chavín -desde el occidente de los Andes centrales y no desde el oriente de los mismos- un buen número de arqueólogos insiste en notar únicamente similitudes genéricas, pero no específicas entre Chavín de Huántar 2 y otras realidades culturales durante el Formativo Medio. Siguiendo esta propuesta la cultura Cupisnique continuaría siendo interpretada como una influencia directa de Chavín de Huántar. Sin embargo, los datos que revelan lo contrario son cada vez más convincentes. Los fechados de sitios de filiación Cupisnique como, por ejemplo, el monumental centro ceremonial de Huaca de los Reyes en el valle de Moche, son anteriores a Chavín de Huántar. Más aún, la distribución y organización de formas arquitectónicas en el espacio norcosteño, el formalizado simbolismo religioso cupisnique que se refleja en los frisos de la Huaca de los Reyes, y los innumerables objetos muebles de diversa naturaleza encontrados en la ya representativa muestra regional de entierros norcosteños, anteceden a gran parte de la iconografía de las litoesculturas de Chavín de Huántar. En este sentido,

Cupisnique sería más bien el origen de muchas convenciones religiosas que giran en torno al complejo de transformación chamánica hombre-jaguar, con atributos añadidos del ave rapaz y los ofidios 3. Esta hipótesis se ve reforzada por los referentes reales de la fauna y flora costeñas, representados por los cupisnique en su arte chamánico tales como las manifestaciones sobrenaturales de un paisaje sagrado. En otras palabras, los iconos sagrados de la cultura Cupisnique, confundidos como de tradición Chavín, estuvieron inspirados en la biodiversidad de los ecosistemas del bosque seco y del mar ecuatorial y no en la de la floresta tropical amazónica, como tradicionalmente ha sido asumido por varios investigadores. La parafernalia ritual destinada a la ingestión de alucinógenos, así como la iconografía asociada, tienen su origen en la costa norte. Esos elementos, que se inscriben en el universo chamánico, junto con las prácticas funerarias y la arquitectura monumental con iconografía compleja, eventualmente deberán ser investigados con mayor detalle, dada la riqueza potencial de la información de los complejos culturales que rodean a ciertas especies botánicas y faunísticas típicas del bosque seco ecuatorial. Todo ello servirá para entender el origen, la evolución y el posterior carácter panandino del pensamiento religioso cupisnique. Un ejemplo bastante ilustrativo de este pensamiento es la representación de personajes míticos de rasgos antropofelínicos asociados al San Pedro, una cactácea de efectos psicotrópicos (Trichocereus pachanois). En la plaza circular hundida de Chavín de Huántar se

Fig. 18 Réplica de mate con motivos incisos procedente del sitio de Huaca Prieta. Museo Nacional de Arqueología, Antropología e Historia del Perú, Lima.

encuentra representado un personaje sobrenatural que sostiene un cactus San Pedro4 (Fig. 17). Fuera del territorio de Chavín de Huántar, la asociación felinocactus San Pedro-escalón volutado solo aparece en las botellas funerarias modeladas e incisas de asa estribo Cupisnique Clásico, que han sido documentadas en Puémape, en otros sitios al interior del valle de Jequetepeque, y en los cementerios cupisnique del valle de Chicama. Este tipo de representaciones están inspirado en el jagüey, el humedal del bosque seco ecuatorial. Se trata de espejos de agua alimentados permanentemente desde el subsuelo, que constituyen el hábitat natural del San Pedro y de animales como los felinos, las boas y las aves rapaces. En el ámbito occidental semidesértico del norte de los Andes centrales, estos abrevaderos de agua permanente son vitales para diversas especies endémicas de la costa, sobre todo en los meses de invierno. Cupisnique Temprano A partir de las evidencias que se vienen estudiando, provenientes básicamente de contextos funerarios y ceremoniales, consideramos a Cupisnique como una de las sociedades que cumplieron un papel protagónico en la emergencia de Chavín de Huántar. Con el propósito de corroborar esta consideración, habría que preguntarse qué se puede decir hoy acerca de los orígenes del estilo, las prácticas funerarias, la estructura sociopolítica y otros aspectos de los cupisnique. Desde una perspectiva estrictamente regional, uno de los sitios claves para esclarecer los orígenes de Cupis-

nique es Huaca Prieta. Este gran montículo arqueológico, ubicado en el valle de Chicama, presenta una serie de depósitos estratificados de carácter doméstico y funerario, que se extiende desde el periodo Precerámico Tardío hasta la ocupación virú 5. Vale la pena mencionar que Huaca Prieta fue uno de los primeros sitios investigados arqueológicamente con el objeto de entender los orígenes de la agricultura en los Andes centrales 6. Uno de los contextos funerarios hallados, el Entierro Nº 99.1/9037, corresponde a uno de los primeros cultivadores norteños. Ha sido bautizado como el de la “Dama de los Mates”, por la asociación de dos pequeños mates decorados cuyas representaciones se relacionan con formas estilizadas de rostros antropomorfos y felínicos (Fig. 18). Varios de estos motivos estarían relacionados con los antecedentes más tempranos de la formación del estilo Cupisnique hacia el año 2200 a.C. De otro lado, el periodo de cerámica inicial documentado en Huaca Prieta, a continuación de las ricas manifestaciones del Precerámico Tardío, es contemporáneo al estilo Guañape Temprano identificado en el sitio de Guañape, en el litoral del valle de Virú 8. La cerámica inicial registrada en Puémape, al igual que en Guañape y en Huaca Prieta, antecede estratigráficamente al componente Cupisnique Clásico o Medio. Pero, en el caso de Puémape, varios rasgos formales y decorativos de aquella cerámica de estilo Guañape Temprano continúan en la cerámica de estilo Cupisnique Clásico. Esta continuidad es también notoria en las costumbres funerarias y en la arquitectura de carácter ceremonial. Se sugiere que la cerámica

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inicial de los sitios de Puémape y Guañape correspondería a la fase temprana del desarrollo de la cultura Cupisnique (Fig. 19). En términos sociopolíticos, los vestigios de varios centros ceremoniales y de sus correspondientes conglomerados habitacionales, diseminados desde el litoral hasta las cabeceras de los valles norcosteños, probablemente reflejarían unidades políticas independientes durante esta fase temprana. La evidencia arqueológica documentada hasta la fecha no sustenta la preeminencia de un sitio central de carácter político y religioso, pese a que las comunidades cupisnique estarían ya involucradas en la génesis de una ideología religiosa común. Esta se habría de consolidar y difundir extensamente durante la fase Cupisnique Clásico, periodo en el que adquiriría un gran prestigio interregional. Es posible pensar que varias élites emergieron de pequeños señoríos distribuidos en distintos sectores de los valles costeños. Su poder y competencia, en parte, se habrían sustentado por el control de las mejores tierras agrícolas, la organización de ceremonias, el acceso a las valvas del mullu (Spondylus sp.), oriundo de los mares cálidos ecuatoriales, y por la elaboración de recipientes, ornamentos y espejos de antracita, un recurso mineral no metálico que se halla en el ámbito territorial de Cupisnique y Chicama.

Fig. 19 Olla sin cuello del estilo Cupisnique Temprano de Puémape. Proyecto Arqueológico Puémape.

Cupisnique Clásico La fase que sigue a Cupisnique Temprano recibe el nombre de Cupisnique Clásico. También se le conoce como Cupisnique Medio, por el fuerte carácter distintivo del estilo de su cerámica funeraria, que correspondería al periodo Formativo Medio Temprano (situado, tentativamente, entre los años 1500 a 500 a.C.). La fase Cupisnique Clásico fue definida, de manera preliminar, sobre la base de una comparación sistemática de elementos culturales afines en el estilo, procedentes en su mayoría de contextos funerarios y, en menor medida, de contextos ceremoniales registrados en los valles de Jequetepeque, Chicama y Moche9. Tomando como base la clara estratificación cultural y natural del sitio de Puémape, es posible subdividir el periodo Formativo Medio en Medio Temprano y Medio Tardío. En Puémape, las áreas domésticas correspondientes a Cupisnique Temprano (Formativo Temprano) fueron utilizadas con fines funerarios durante el periodo Cupisnique Clásico o Medio (Formativo Medio Temprano). Más adelante, se construyó un gran centro ceremonial sobre este cementerio del Cupisnique Clásico. Este complejo arquitectónico ceremonial y su material cultural asociado constituyen el marcador físico y temporal para identificar al periodo Formativo Medio Tardío.

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