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Créditos TRADUCTORA Beth
CORRECTORA Beth & -Patty
DISEÑO Jani LD
Azriel La casa del río finalmente se había vuelto silenciosa tras la estridente fiesta del Solsticio de Invierno, las luces fae atenuándose para lanzar pequeñas piscinas de oro en medio de las profundas sombras de la noche más larga del año. Amren, Mor, y Varian finalmente se habían ido a la cama, pero Azriel se encontró permaneciendo en la planta baja. Él sabía que debería conseguir un poco de descanso. Lo necesitaría para cuando amaneciera, para la batalla de bolas de nieve arriba en la cabaña. Cassian había mencionado no menos de seis veces esta noche que tenía un plan secreto con respecto a su tan mencionada furia inminente. Az dejó que su hermano alardeara. Especialmente desde que Azriel había estado planeando su propia victoria por un año. Cassian no sabía lo que estaba por venir sobre él. Y Az planeaba aprovecharse completamente del hecho de que Nesta probablemente no dejaría dormir mucho a Cassian esta noche. Az rio para sí mismo, para las sombras escuchando a su alrededor. Duerme, parecían susurrarle en su oreja. Duerme. Desearía poder, respondió silenciosamente. Pero el sueño rara vez lo encontraba estos días. Demasiados pensamientos afilados como cuchillas lo cortaban cada vez que se quedaba quieto lo suficiente como para que pudieran atacar. Demasiados deseos y necesidades dejaban su piel sobrecalentada y tirando de sus huesos. Así que él dormía sólo cuando su cuerpo se rendía, e incluso entonces sólo por unas pocas horas. Azriel examinó la sala de estar vacía, regalos y moños ensuciando los muebles. Cassian y Nesta no habían reaparecido en el piso de abajo, aunque eso no era ninguna sorpresa. Estaba eufórico por su hermano, y aun así…
Azriel no puedo detenerla. La envidia en su pecho. De Cassian, y de Rhys. Él sabía que sería tragado por ella si subía a su habitación, así que había permanecido aquí abajo cerca de la luz moribunda del fuego. Pero incluso el silencio pesaba demasiado, y aunque las sombras le hacían compañía, como siempre lo habían hecho, como siempre lo harían, se encontró dejando la habitación. Entrando al vestíbulo. Pasos suaves sonaron debajo del arco de la escalera, y ahí estaba ella. Las luces fae lanzaban un brillo dorado sobre el cabello suelto de Elain, haciéndola brillar como el sol al amanecer. Se detuvo, su respiración atascándose en su garganta. —Yo… —La observó tragar. Ella apretaba un pequeño regalo en sus manos—. Venía a dejar esto en tu pila de regalos. Olvidé dártelo más temprano. Mentira. Bueno, la segunda parte era una mentira. No necesitaba sus sombras para leer su tono, la leve tensión de su rostro. Ella había esperado hasta que todos estuvieran dormidos antes de aventurarse a bajar de nuevo, donde dejaría su regalo entre los otros regalos abiertos, sutil y desapercibido. Elain cerró la distancia, y su respiración se aceleró mientras se detenía de nuevo, ahora a un escaso pie de distancia. Extendió el regalo envuelto, su mano temblando. —Aquí. Az trató de no mirar sus dedos con cicatrices mientras tomaban el regalo. Ella no le había comprado un regalo a su compañero. Pero le había conseguido uno a Azriel el año pasado—un polvo para el dolor de cabeza que él mantenía en su mesita de noche en la Casa de Viento. No para usarlo, sino para mirarlo. Lo que él había hecho cada noche que había dormido ahí. O intentaba dormir ahí. Azriel desenvolvió la caja, mirando la carta que simplemente decía, Puede que encuentres esto útil en la Casa estos días, y luego abrió la tapa. Dos pequeñas manchas de tela en forma de frijol yacían dentro. Elain murmuró—: Los pones en tus orejas, y bloquean cualquier sonido. Con Nesta y Cassian viviendo ahí contigo…
Se rio entre dientes, incapaz de reprimir el impulso. —No me sorprende que no quisieras que lo abriera en frente de todos. La boca de Elain se torció en una sonrisa. —Nesta no hubiera apreciado la broma. Él le ofreció una sonrisa de regreso. —No estaba seguro de sí debería darte tu regalo. Dejó el resto sin decir. Porque su compañero estaba aquí, durmiendo un piso arriba. Porque su compañero había estado en la sala de estar, y Azriel había necesitado quedarse cerca de la puerta todo el tiempo porque no podía soportar la vista de ello, el olor de su vínculo de compañeros, y necesitaba tener la opción de irse si se volvía demasiado. Los grandes ojos marrones de Elain parpadearon, muy consciente de todo eso. Justo como sabía que era muy consciente del por qué Azriel raramente venía a las cenas familiares estos días. Pero esta noche, aquí en la oscuridad y tranquilidad, sin nadie para ver… Sacó una pequeña caja de terciopelo de las sombras alrededor de él. La abrió para ella. Elain inhaló una suave respiración que susurró sobre su piel. Sus sombras retrocedieron ante el sonido. Siempre habían sido propensas a desaparecer cuando ella estaba alrededor. El collar dorado parecía ordinario, su cadena sin nada que destacar, el amuleto lo suficientemente pequeño que podría ser descartado como un dije cotidiano. Era una pequeña rosa plana hecha de cristal tintado, diseñada para que cuando se sostuviera ante la luz, la verdadera profundidad de los colores se volviera visible. Una cosa de secreta y preciosa belleza. —Es hermoso —susurró ella, levantándola de su caja. Las luces fae doradas brillaron a través de las pequeñas facetas de vidrio, haciendo que el dije brillara con tonos rojos y rosas y blancos. Azriel dejó que sus sombras se llevaran la caja mientras ella decía suavemente—. ¿Me lo pones? Su cabeza se quedó en silencio. Pero tomó el collar, abriendo el broche mientras ella exponía su espalda, sosteniendo su cabello arriba con una mano para desnudar su largo y cremoso cuello. Sabía que estaba mal, pero ahí estaba él, deslizando el collar alrededor de ella. Dejando a sus manos llenas de cicatrices tocar su
inmaculada piel. Dejándolos tocar el lado de su garganta, saboreando la textura suave como terciopelo. Elain tembló, y él se tomó un maldito largo tiempo cerrando el broche. Los dedos de Azriel se demoraron en su nuca, encima de la primera protuberancia de su columna. Lentamente, Elain giró hacia su toque. Hasta que su palma descansaba plana contra su cuello. Esto nunca había llegado tan lejos. Habían intercambiado miradas, el ocasional roce de sus dedos, pero nunca esto. Nunca un toque descarado, sin restricciones. Mal, estaba tan mal. No le importaba. Él necesitaba saber a qué sabía la piel de su cuello. A qué sabían esos labios perfectos. Sus pechos. Su sexo. La necesitaba viniéndose en su lengua… La polla de Azriel se tensó bajo sus pantalones, doliendo tan ferozmente que apenas podía pensar. Rezó para que ella no mirara hacia abajo. Rezó para que no entendiera el cambio en su aroma. Él sólo se había permitido esos pensamientos en medio de la noche. Solo había permitido a su mano apretar su polla y pensar en ella entonces, cuando incluso sus sombras se habían ido a dormir. Cómo ese hermoso rostro podría lucir mientras él entraba en ella, qué sonidos haría. Elain mordió su labio inferior, y tomo cada onza de la restricción de Azriel para evitar poner sus propios dientes ahí. —Debería irme —dijo Elain, pero no hizo ningún movimiento para irse. —Sí —dijo él, su pulgar deslizándose en largos movimientos a lo largo del costado de su garganta. Su excitación flotó hasta él, y sus ojos casi se ponen en blanco en su cabeza ante el dulce aroma. Suplicaría de rodillas por una oportunidad para probarlo. Pero Azriel solo tocó su garganta de nuevo. Elain se estremeció, acercándose. Tan cerca que una respiración profunda rozaría los pechos de ella contra su pecho. Ella levantó la mirada hacia él, su rostro tan confiado, esperanzado
y abierto que él supo que ella no tenía ni idea de que había hecho cosas inexpresables que mancillaban sus manos mucho más allá de sus cicatrices. Cosas tan terribles que era un sacrilegio para sus dedos el tocar su piel, manchándola con su presencia. Pero podía tener esto. Este único momento, y tal vez una probada, y eso sería todo. —Sí —suspiró Elain, como si hubiera leído la decisión. Sólo está probada en la quietud de la noche más larga del año, donde sólo la Madre podría ser testigo de ellos. La mano de Azriel se deslizó arriba de su cuello, enterrándola en su espeso cabello. Inclinando su cabeza en la dirección que él quería. La boca de Elain se abrió ligeramente, sus ojos escaneando los de él antes de parpadear hasta cerrarse. Oferta y permiso. Él casi gimió con alivio y necesidad mientras bajaba su cabeza hacia la de ella. Azriel. La voz de Rhys retumbó a través de él, deteniéndolo a apenas unas pulgadas de la dulce boca de Elain. Azriel. Comando implacable llenó su nombre, y Azriel levantó la mirada. Rhysand estaba de pie encima de la escalera. Frunciendo el ceño hacia ellos. Mi oficina. Ahora. Rhys se desvaneció, y Azriel se quedó de pie ante Elain, quien aún esperaba su beso. Su estómago se retorció mientras sacaba su mano de su cabello y retrocedía. Se forzó a decir—: Esto fue un error. Ella abrió los ojos, dolor y confusión en conflicto antes de susurrar—: Lo siento. —Tú no… no te disculpes —Se las arregló para decir—. Nunca te disculpes. Soy yo quien debería… —Sacudió la cabeza, incapaz
de soportar la desolación que él había traído a su expresión—. Buenas noches. Azriel se tamizó entre las sombras antes de que ella pudiera decir algo, apareciendo ante las puertas del estudio de Rhys un latido después. Sus sombras susurraron en su oído que Elain había ido arriba. Rhys estaba sentado tras su escritorio, la furia una noche sin luna en su rostro. Preguntó suavemente—: ¿Has perdido la cabeza? Azriel se puso la máscara de frialdad que había perfeccionado en el calabozo de su padre. —No sé de qué estás hablando. El poder de Rhys onduló a través de la habitación como una nube oscura. —Estoy hablando de ti, a punto de besar a Elain, en medio del vestíbulo donde cualquiera podría verlos —gruñó—. Incluyendo a su compañero. Azriel se tensó. Dejó que su furia helada saliera a la superficie, la furia que sólo había dejado ver a Rhysand, porque él sabía que su hermano podía igualarla. —¿Qué si el Caldero se equivocó? Rhysand parpadeó. —¿Qué hay de Mor, Az? Azriel ignoró la pregunta. —El Caldero eligió a tres hermanas. Dime cómo es posible que mis dos hermanos están con dos de esas hermanas, mientras la tercera fue dada a otro —Nunca se había atrevido a decir las palabras en voz alta. El rostro de Rhys se drenó de color. —¿Crees que mereces ser su compañero? Azriel frunció el ceño. —Creo que Lucien nunca será lo suficientemente bueno para ella, y ella no tiene interés en él, de todas formas. —¿Entonces tú qué? —La voz de Rhys era hielo puro—. ¿La seducirás para alejarla de él? Azriel no dijo nada. No había llegado tan lejos en sus planes, ciertamente no más allá de las fantasías con las que se daba placer. Rhys gruñó. —Permíteme hacer una cosa muy clara. Vas a mantenerte alejado de ella. —No puedes ordenarme hacer esto.
—Oh, puedo, y lo haré. Si Lucien descubre que la estás persiguiendo, él tiene todo el derecho de defender su vínculo como mejor le parezca. Incluyendo invocar el Duelo de Sangre. —Esa es una tradición de la Corte de Otoño —La batalla a muerte era tan brutal que era decretada en raras ocasiones. A pesar de ser extranjero, Azriel había querido invocarlo cuando había encontrado a Mor todos esos años atrás. Había estado listo para desafiar tanto a Beron y a Eris a un Duelo de Sangre y matarlos a ambos. Sólo el derecho de Mor de reclamar sus cabezas en venganza había evitado que lo hiciera. —Lucien, como hijo de Beron, tiene el derecho de exigírtelo. —Lo derrotaré sin mucho esfuerzo —Arrogancia pura estaba atada a cada palabra, pero era la verdad. —Lo sé —Los ojos de Rhys brillaron—. Y que lo hagas destrozará cualquier paz frágil y alianzas que tengamos, no sólo con la Corte de Otoño, sino también con la Corte de Primavera y Jurian y Vassa —Rhys desnudó sus dientes—. Así que dejarás a Elain en paz. Si necesitas follar a alguien, ve a un salón de placer y paga por ello, pero mantente alejado de ella. Azriel gruñó suavemente. —Gruñe todo lo que quieras —Rhys se reclinó en su silla—. Pero si te veo jadeando tras ella de nuevo, te haré lamentarlo. Rhys raramente había amenazado con un castigo o tirado de su rango. Sorprendió lo suficiente a Azriel que lo sacó de su ira. Rhys señaló con su barbilla en dirección a la puerta. —Sal de aquí. Azriel se encogió en sus alas y se fue sin otra palabra, caminando a través de la casa y hasta el césped del frente para sentarse bajo la fría luz de estrellas. Para dejar que el hielo en sus venas igualara el aire a su alrededor. Hasta que sintió nada. Era de nuevo nada en absoluto. Entonces voló a la Casa de Viento, sabiendo que, si dormía en la mansión junto al río, haría algo que lamentaría. Había estado tan alerta sobre quedarse lejos de Elain tanto como fuera posible, y se había quedado aquí arriba para evitarla, y esta noche… esta noche había probado que había estado en lo correcto al hacerlo.
Se dirigió al ring de entrenamiento, cediendo a la necesidad de entrenar para alejar la tentación, la ira y frustración y la necesidad retorcida. Lo encontró ocupado. Sus sombras no le habían advertido. Era demasiado tarde para irse sin que pareciera que estaba huyendo. Azriel aterrizó en el ring a pocos pies de donde Gwyn practicaba en la fría noche, su espada resplandeciendo como hielo bajo la luz de la luna. Ella se detuvo a mitad de un corte, girando para enfrentarlo. — Lo siento. Sabía que todos ustedes iban a ir a la casa del río, y no creí que a nadie le importara si subía aquí, y… —Está bien. Vine a recuperar algo que olvidé —La mentira fue suave y fría, como sabía que lo era su rostro. Sus sombras la miraron por encima de sus alas. La joven sacerdotisa sonrió—y Azriel pensó que podría estar dirigida a sus curiosas sombras. Pero ella solo enganchó su cabello marrón cobrizo detrás de una oreja arqueada. —Estaba intentando cortar la cinta —Apuntó con su espada a la cinta blanca, que parecía brillar plateada. —¿No tienes frío? —Su aliento formaba nubes frente a él. Gwyn se encogió de hombros. —Una vez que comienzas a moverte, dejas de notarlo. Él asintió, cayendo en silencio. Durante un latido, sus miradas se encontraron. Él bloqueó el sangriento recuerdo que surgió, tan contradictorio con la Gwyn que veía ante él ahora. Ella agachó la cabeza, como si lo recordara también. Que él había sido quien la había encontrado aquel día en Sangravah. — Feliz Solsticio —dijo ella, tanto un despido como una bendición festiva. Él resopló. —¿Me estás echando? Los ojos verde azulados de Gwyn destellaron con alarma. —¡No! Es decir, no me importa compartir el ring. Yo solo… sé que te gusta estar sólo —Su boca se torció a un lado, arrugando las pecas en su nariz—. ¿Es por eso que subiste hasta aquí? Algo así. —Olvidé algo —le recordó él.
—¿A las dos de la mañana? Diversión pura brillaba en su mirada. Mejor que el dolor y aflicción que él había visto momentos antes. Así que le ofreció una sonrisa torcida. —No puedo dormir sin mi daga favorita. —Un consuelo para cada niño en crecimiento Los labios de Azriel se torcieron. Se abstuvo de mencionar que él de hecho dormía con una daga. Muchas dagas. Incluyendo una bajo su almohada. —¿Cómo estuvo la fiesta? —Su aliento se curvó frente a su boca, y una de sus sombras salió disparada para bailar con él antes de retroceder girando hacia él. Como si hubiera escuchado una música silenciosa. —Bien —dijo, y se dio cuenta un latido después de que esa no era una respuesta socialmente aceptable—. Fue agradable. No era mucho mejor. Así que él preguntó—: ¿Las sacerdotisas y tú tuvieron una celebración? —Sí, aunque el servicio fue lo más destacado. —Ya veo. Ella inclinó la cabeza, su cabello brillando como metal fundido. —¿Cantas? Él parpadeó. No todos los días la gente lo tomaba por sorpresa, pero… —¿Por qué preguntas? —Te llaman un shadowsinger ¿es porque cantas? —Soy un shadowsinger, no es un título que alguien solo inventó. Ella se encogió de hombros de nuevo, irreverentemente. Az entrecerró los ojos, estudiándola. —Sin embargo, ¿lo haces? — presionó ella—. ¿Cantar? Azriel no pudo evitar su suave risa. —Sí. Ella abrió la boca para preguntar más, pero él no sentía ganas de explicarlo. O demostrarlo, desde que eso era seguramente lo que ella iba a preguntar a continuación. Así que Az señaló con su barbilla a la espada colgando de su mano. —Intenta cortar la cinta de nuevo.
—¿Qué, contigo observando? Él asintió. Ella lo consideró, y él se preguntó si diría que no, pero Gwyn soltó un suspiro, estabilizó sus pies y equilibrio, y deslizó. Un golpe hermoso y preciso, pero no cortó la cinta. —De nuevo —ordenó él, frotando sus manos contra el frío, agradecido por su vigorizante mordida y la distracción de esta lección improvisada. Gwyn cortó de nuevo, pero la cinta permaneció inflexible. —Estás girando la espada una fracción cuando se vuelve paralela al suelo —explicó Azriel, sacando su espada Iliriana de su espalda—. Observa —Demostró lentamente, rotando sus muñecas donde ella lo hizo—. ¿Ves cómo abres justo aquí? —Corrigió su posición—. Mantén tu muñeca justo así. La espada es una extensión de tu brazo. Gwyn intentó el movimiento tan lento como él lo había hecho, y él la observó autocorregirse, luchando contra el impulso de abrir la posición de su muñeca y girar la espada. Lo hizo tres veces antes de dejar de caer en el mal hábito. —Culpo a Cassian por esto. Está muy ocupado haciéndole ojitos a Nesta para notar tales errores estos días. Azriel rio. —Te concedo eso. Gwyn sonrió ampliamente. —Gracias. Azriel inclinó la cabeza en un bosquejo de una reverencia, algo inquieto se instalándose en él. Incluso sus sombras se habían calmado. Como si se contentaran con descansar sobre sus hombros y mirar. Pero, dormir. Necesitaba al menos intentar conseguirlo un poco. —Feliz Solsticio —dijo Azriel antes de dirigirse hacia el arco en la Casa—. No te quedes fuera mucho más tiempo. Te congelarás. Gwyn asintió como despedida, enfrentando de nuevo la cinta. Una guerrera evaluando a un oponente, todo rastro de esa encantadora irreverencia ido.
Azriel entró al calor de la escalera, y mientras descendía, pudo haber jurado que un canto débil y hermoso lo seguía. Pudo haber jurado que sus sombras cantaron en respuesta. Durmió tan bien como era de esperarse, pero cuando Azriel regresó a la casa del río para recoger sus regalos antes del amanecer, encontró el collar de Elain en medio de la pila. Lo guardó en un bolsillo. Pasó el resto de su día, incluso la maldita pelea de bolas de nieve, con toda la intención de regresarlo a la tienda en el Palacio de Hilo y Joyas. Pero cuando regresó de la cabaña en las montañas, no fue a la plaza del mercado. En su lugar, se encontró en la biblioteca debajo de la Casa de Viento, de pie ante Clotho mientras el reloj sonaba marcando las siete de la tarde. Deslizó la pequeña caja a través de su escritorio. —Si ves a Gwyn, ¿le podrías entregar esto? Clotho inclinó su cabeza encapuchada, y su pluma encantada escribió en un pedazo de papel, ¿Un regalo de Solsticio de tu parte? Azriel se encogió de hombros. —No le digas que vino de mí. ¿Por qué? —¿Necesita saberlo? Solo dile que fue un regalo de Rhys. Eso sería una mentira. Evitó el impulso de cruzarse de brazos, no queriendo lucir intimidante. Bloqueó el recuerdo que surgió—de su madre encogiéndose ante su padre, el macho de pie con los brazos cruzados de una forma que hacía saber su disgusto antes de que abriera su odiosa boca. —Mira, yo… —Az buscó las palabras, su voz volviéndose tranquila—. Si hay otra sacerdotisa aquí que podría apreciarlo, dáselo a ella. Pero no me estoy llevando ese collar conmigo cuando me vaya. Esperó a que la pluma de Clotho terminara de escribir. Tus ojos están tristes, Shadowsinger. Le ofreció una sonrisa sombría. —Perdí la pelea de bolas de nieve hoy.
Clotho era lo suficientemente lista para ver a través de su desviación. Escribió: Se lo daré a Gwyneth. Le diré que un amigo lo dejó para ella. Él no iría tan lejos como para llamar a Gwyn una amiga, pero… —Bien. Gracias. La pluma de Clotho se movió una vez más. Ella merece algo tan hermoso como esto. Te agradezco por la alegría que le brindará. Algo se encendió en el pecho de Azriel, pero sólo pudo asentir en agradecimiento y se fue. Sin embargo, podía imaginárselo, mientras ascendía las escaleras de vuelta a la Casa. Cómo los ojos verdes azulados de Gwyn podrían brillar al ver el collar. Por cualquiera que fuera la razón… podía verlo. Pero Azriel alejó el pensamiento, borrando conscientemente la ligera sonrisa que trajo a su rostro. Enterró la imagen profundamente, donde brillaba silenciosamente. Una cosa de secreta y preciosa belleza.