La Estrategia Del Oso Polar Cmo Llevar Adelante Tu Vida Pese A [PDF]

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LA ESTRATEGIA DEL OSO POLAR Cómo llevar adelante tu vida pese a las adversidades

Moritz Huber

141 LA ESTRATEGIA DEL OSO POLAR Cómo llevar adelante tu vida pese a las adversidades

Crecimiento personal C O L E C C I Ó N

Crecimiento personal C O L E C C I Ó N

Título de la edición original: Die Eisbär-Strategie Wie Sie trotz schwieriger Umstände Ihr Leben meistern © Heinrich Hugendubel Verlag, Kreuzlingen/München, Germany, 2007 Traducción: Beatriz Valero y Alicia Valero

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Re­pro­gráficos –www. cedro.org–), si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

© EDITORIAL DESCLÉE DE BROUWER, S.A., 2009 Henao, 6 - 48009 Bilbao www.edesclee.com [email protected]

Printed in Spain - Impreso en España ISNB: 978-84-330-2367-4 Depósito Legal: BI-2947/09 Impresión: RGM, S.A. - Urduliz

Índice

1. Si la vida te ha jugado una mala pasada… . . . . . . . . . … acepta tu pasado

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2. Si los demás tienen la culpa…. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 25 … no te percibas a ti mismo como una víctima 3. Si tu vida no puede continuar así…. . . . . . . . . . . . . . . 35 … asume que cambiarla es responsabilidad tuya 4. Si te sientes completamente solo…. . . . . . . . . . . . . . . . 47 … busca amigos o aliados 5. Si los obstáculos parecen infranqueables…. . . . . . . . . 61 … confía más en ti mismo 6. Si vas por el buen camino…. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 73 … disfruta de tu éxito

1 SI LA VIDA TE HA JUGADO UNA MALA PASADA…

Un viernes por la mañana, los doce empleados de una librería se reunieron a la entrada del zoológico con motivo de una excursión de empresa. El propietario del negocio, Friedrich Spät, había contratado a dos eventuales para que realizaran el inventario anual, y la librería iba a permanecer cerrada al público durante el resto del día. Todos los miembros del equipo se regocijaban ante la perspectiva de un día de asueto, pues dejaban a sus espaldas semanas y meses de trabajo agotador. Friedrich Spät era dueño de la librería desde hacía dos años. Sus anteriores propietarios habían perdido la esperanza de mantener a flote el negocio poco después de que una potente cadena de librerías abriera una sucursal en las proximidades de la tienda. Pero Friedrich Spät estaba firmemente convencido de que una pequeña librería podía subsistir junto a las grandes, y estimó que se le presentaba una excelente oportunidad para adquirir el negocio a buen precio. El

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animoso librero había impulsado diversas reformas en el transcurso de aquellos dos años, pero ninguna de sus ideas parecía surtir efecto. Los empleados de la librería, que tras años de fatigas con los antiguos gestores habían depositado su confianza en el nuevo dueño, estaban ahora desalentados. Algunos de sus compañeros más competentes se habían despedido, dos de ellos incluso se habían pasado a la competencia con la esperanza de conseguir un puesto de trabajo más seguro. La moral del equipo antiguo estaba por los suelos, y los colegas de reciente incorporación asumían sus funciones en condiciones tan adversas que difícilmente podían sustraerse del abatimiento que se respiraba en el ambiente. Friedrich Spät se había trazado el plan de retomar impulso, modificar sus estrategias y renovar la decoración y la oferta de la librería. Veía con claridad que el único modo de salvar el negocio era adoptar medidas drásticas, y mejorar el deplorable estado de ánimo de su equipo se contaba entre las más urgentes, pues ninguna de sus ideas daría frutos si sus empleados no colaboraban. Esa era la razón por la que había decidido organizar la excursión, ¿y qué mejor ocasión que el día del inventario anual? Los libreros habían discutido durante semanas a qué dedicarían la jornada sin alcanzar un acuerdo. A unos no les hacía ni pizca de gracia participar en una excursión de empresa: pensaban que, salvo la librería, no había nada que los vinculara a sus colegas. Otros se afanaban por que los demás acogieran sus propuestas. Y el resto, convencidos de que nadie prestaría oídos a sus sugerencias, no tomaba parte en el debate.

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Fue el jefe quien finalmente tomó una decisión: organizarían una visita guiada al zoológico. Si todo sale bien –se había dicho– quizás consiga distraerlos durante unas horas de sus preocupaciones cotidianas, que pasen un rato agradable juntos, y que surja entre ellos un verdadero sentimiento de equipo. Spät, por lo demás, sentía un vivo interés por el zoológico como empresa, pues era sabido de todos que desde hacía algún tiempo nadaba en la abundancia. Los directores habían invertido mucho dinero en nuevas instalaciones y servicios para los visitantes, dinero proveniente del nacimiento en el mismo zoo de un oso polar. El osezno había sido repudiado por su madre inmediatamente después de venir al mundo y criado con biberón por un cuidador. La historia había convertido al animal en una gran atracción, y la gente acudía de todas partes del mundo para verlo. Un joven que se presentó como Henri Gutmann les dio la bienvenida en las taquillas e informó al grupo de que iba a ser su guía durante la visita. Henri era estudiante de zoología, y llevaba a cabo un estudio etológico cuyos resultados se proponía presentar como trabajo de fin de carrera. Como el joven zoólogo tenía que financiarse los estudios, también trabajaba como guía los días festivos y un día laborable a la semana. Su trabajo consistía en conducir a los visitantes por un circuito e instruirles sobre los animales. Por regla general, las visitas que Henri capitaneaba habían sido concertadas por grupos: familias, colegios, estudiantes, también empresas, y el muchacho observaba con mucho interés las diversas actitudes que adoptaba cada grupo ante la excursión. Unos no mostraban interés

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por casi nada, otros hacían muchas preguntas y abrían con ellas conversaciones de lo más estimulantes. Hoy, como todos los días, acudió a la cita intrigado por cómo se desarrollarían los acontecimientos. Apenas hubo saludado a los libreros, el joven se percató de que en aquel grupo no se apreciaba el alborozo que solía reinar en las excursiones de empresa. Solo veía caras largas y miradas recelosas. Pero aquella deliciosa mañana de enero el sol brillaba en el cielo, y Henri confiaba en que todos se relajarían mientras hacían la ruta de la hibernación. En aquella época del año la naturaleza tenía un encanto especial. El zoológico había sido diseñado a la manera de un parque natural, con pequeños bosques, arroyos que corrían por todo el recinto, y praderas que en los días soleados invitaban a hacer un alto en el camino para disfrutar del paisaje. Con el fin de romper el hielo, Henri decidió preguntar por qué habían escogido el zoológico para hacer una excursión y qué esperaban de aquella visita. El jefe se apresuró a tomar la palabra sin esperar la respuesta de sus compañeros: —Permítame que me presente primero: me llamo Friedrich Spät. Dirijo la librería en la que trabajamos los aquí presentes y, para serle franco, nos hace mucha falta un poco de distracción. Nuestro sector atraviesa una profunda crisis, y como podrá figurarse, nuestra librería no es una excepción. De ahí que también nos apeteciera –prosiguió sonriendo– conocer los detalles de una historia de éxito. Este zoológico ha prosperado formidablemente desde el nacimiento del oso polar. Ya me gustaría a mí

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que le sucediera eso a nuestra empresa. Pero claro, ¿de dónde sacamos nosotros un osito polar? Algunos se echaron a reír por cortesía, los demás clavaron la vista en el suelo. Henri contestó amablemente: —Si es así, yo puedo hablarles largo y tendido sobre el oso polar, y contarles cómo contribuyó al éxito del zoo. Mi trabajo de fin de carrera trata sobre el crecimiento de las crías en circunstancias especialmente adversas, de ahí que lleve seis meses estudiándolo. Es sorprendente lo mucho que se parece el crecimiento de los animales al de los seres humanos. Les propongo que me sigan por un circuito que desemboca en el recinto del oso, así podré contarles de camino cuán difíciles fueron sus primeros pasos en la existencia. Nuestro destino se ubica en el centro del zoológico. Si alguna de las especies que veremos de camino llama su atención no tienen más que decírmelo; contestaré con mucho gusto a sus preguntas. Mientras caminaban, Henri Gutmann comenzó su relato. —Hace tres años, en una gélida mañana de diciembre, vinieron al mundo dos oseznos en el recinto de los osos. Durante las horas anteriores al parto, la madre no había dejado de moverse inquieta de un lado a otro, también había dejado de comer. Las crías eran diminutas, no más grandes que un cobaya, ciegas, sordas y completamente indefensas. La osa sabía por instinto lo que tenía que hacer e intentó alimentar con su leche a las dos crías, pero al darse cuenta de que se negaban a mamar, se alejó enfurruñada de ellas.

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Los cuidadores y veterinarios, junto con el director del zoo, observaron preocupados lo que sucedía. ¿Cómo iban a sobrevivir las crías sin leche materna? Era evidente que los oseznos no sabían mamar, y todo parecía apuntar a que la osa los había repudiado, pues ya no tomaba ninguna iniciativa para amamantarlos. Se suscitó la pregunta de si debían apartar a los oseznos de la madre para que no corrieran peligro, pues es frecuente que las mamás oso maten a sus propios hijos en semejantes circunstancias. Por otro lado, la probabilidad de que los oseznos sobrevivieran sin la leche materna era muy pequeña; de hecho habrían debido vivir solos con la madre en una guarida durante tres meses, el tiempo que las crías necesitan para ganar peso y comenzar a hacer sus primeras y extenuantes incursiones en el mundo. La osa no hizo ademán de acercarse a las crías, y los consternados veterinarios decidieron separarlas de la madre. Se introdujeron en el recinto sin que la osa se percatara de ello, y trasladaron a los pequeños con sumo cuidado a la clínica del zoo, donde la incubadora ya estaba preparada para ellos. La tarea de atenderlos las veinticuatro horas del día recayó sobre un experimentado cuidador que llevaba muchos años empleado en el zoológico y estaba familiarizado con todos los animales. Conocía desde sus primeros pasos en la existencia a casi todos los animales jóvenes que habían nacido en el parque, incluso había criado a muchos de ellos, y sabía muy bien cuánta paciencia y cariño requería mantener a los pequeños con vida. De ahí en adelante, los ositos fueron alimentados con una pipeta. Era una ardua tarea, pues uno de ellos no comía absolutamente nada, y el otro apenas ingería algunas gotas del preparado.

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Además de comida les administraban medicamentos, pero éstos no podían garantizarles la protección contra las infecciones que proporciona la leche materna, y los ositos carecían de defensas contra las bacterias a las que estaban expuestos. Al contrario que en su medio natural, donde el frío del Antártico proporciona un entorno casi completamente esterilizado, en un parque zoológico es imposible generar artificialmente un medio libre de gérmenes. Pese al denodado esfuerzo de veterinarios y cuidadores, una de las crías sucumbió a las adversidades. Su estado de salud empeoró ostensiblemente, hasta que al fin, cuatro días después de su nacimiento, dejó a su hermano solo en el mundo. Tras la muerte de la cría el cuidador se volcó en su hermano huérfano. El hombre se desvivía por el pequeño, y de hecho consiguió que ganara algunos gramos. El osito no echaba de menos a su madre, pues sus presentes circunstancias era lo único que conocía. Y aunque no podía decirse que hasta entonces las cosas le hubieran salido bien en su corta vida, estaba al menos calentito en la incubadora, y tenía a su lado a un cuidador que no lo dejaba solo ni de día ni de noche, y que lo asistía de inmediato cuando el hambre apretaba. La impresión general era que el animal había decidido afrontar valientemente su destino.

… acepta tu pasado Henri comprobó satisfecho que, como solía ocurrir, el relato había cautivado al auditorio. Aunque el público había seguido la evolución del osito durante sus primeras semanas de vida a

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través de los medios de comunicación, la narración de Henri ejercía una enorme fascinación entre sus oyentes. Nadie quiso interrumpirlo con preguntas, pese a que habían visto especies de animales muy interesantes; ni siquiera habían desviado la mirada hacia el lugar al que ahora les conducía su paseo: la Casa de los Elefantes. Pese a ello, Hernri consideró oportuno hacer allí una breve parada para que el grupo admirara el maravilloso y antiguo edificio en el que vivían los paquidermos.

Un hombre joven y con aire pensativo pidió algo de improviso la palabra. El muchacho llevaba varios años trabajando en la librería, pero apenas se comunicaba con sus compañeros. Era una persona solitaria que irradiaba abatimiento. A sus colegas no les resultaba fácil el trato con él: era poco hablador, y les hacía sentir que su retraimiento ocultaba alguna clase de animadversión hacia ellos. Todos quedaran sorprendidos al ver que se dirigía a Henri con tono circunspecto. —Disculpe, pero me gustaría decir algo sobre lo que nos acaba de contar. Por cierto, me llamo Lukas Kümmerle, y dirijo el departamento de libros de bolsillo –el muchacho sonrió tímidamente; nunca se había destacado por sus dotes oratorias–. Me pregunto por qué decidieron criar a los oseznos. Si la madre repudió a las crías, ¿qué sentido tenía mantenerlas con vida por medios artificiales? Henri ya contaba con aquella pregunta, los visitantes del zoo se la hacían a menudo.

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—A medida que avancemos en el relato descubrirán que el osezno salió victorioso, sano y equilibrado de su lucha por la supervivencia. Lo realmente interesante de este tipo de historias es que nos enseñan, no solo que es posible superar las adversidades, sino que superarlas también puede fortalecernos. Esta verdad se puede aplicar tanto a los seres humanos como a los animales. Cuando prosigamos con el relato comprenderán de qué depende. —Entonces estoy deseoso de seguir escuchándolo –repuso Lukas Kümmerle–. Puede que incluso aprenda algo de esta historia. Lukas sonrió con aire inseguro. —Y yo haré todo lo posible para que así sea. Pero quizás quiera usted decirme primero qué es lo que ha despertado su interés– repuso Henri, y miró con atención a Lukas para alentarle a hablar. —Bueno, en realidad… nada en especial. Es sólo que… en cierto modo… me siento identificado con el osito–. Lukas miró ruborizado al resto del grupo para comprobar que sus palabras habían suscitado el interés de sus colegas. La expectación que descubrió en el rostro de sus compañeros le animó a continuar. —Mi infancia no fue tan difícil como la del osito, desde luego. Yo crecí en el seno de una familia. Pero tuve un montón de problemas, y sus secuelas aún siguen lastrando mi vida. Cuando era pequeño mis padres no tenían tiempo para mí, eran dueños de una pequeña droguería y casi siempre estaban trabajan-

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do. Lo único que esperaban de mí es que me adaptara a sus vidas y que no ocasionara problemas. Pensaban que al terminar la escuela debía matricularme en algún ciclo formativo orientado a la empresa. Aún sin contar con su respaldo, decidí seguir estudiando y terminé el bachillerato. No resultó nada fácil, la verdad, porque no cesaban de transmitirme la sensación de que no lo conseguiría. A sus ojos yo no estaba lo suficientemente dotado intelectualmente para cursar estudios superiores, y su único deseo era que aprendiera “algo útil”. Cuando les dije que quería estudiar en la universidad, en casa se organizó una buena y se negaron a financiarme los estudios. Empecé a estudiar filología germánica, porque quería trabajar como lector en una editorial; de hecho entré como auxiliar en la librería para financiar mis estudios. Pero al cabo de un tiempo la situación se hizo insostenible. Las constantes críticas de mis padres minaron la poca seguridad que tenía en mí mismo y comencé a sacar malas notas. Fue entonces cuando nuestro antiguo jefe me ofreció un puesto de trabajo fijo en la librería, y yo acepté la oferta. Nunca me sentí satisfecho con aquella decisión, y hoy en día a menudo me lamento de no haber terminado la carrera. Mis padres no me dieron la menor oportunidad. Sigo enfureciéndome cuando pienso en cómo me manipularon. No fue justo, sencillamente. He pensado muchas veces que debería darles la espalda y renunciar definitivamente a eso que llaman familia.

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La primera reacción del grupo ante la inesperada locuacidad de su compañero fue guardar un consternado silencio. Tampoco supo Henri qué decir en aquel momento. Pero una mujer que había llamado su atención desde el principio por la franqueza que revelaba su semblante intervino antes de que el joven zoólogo acertara a reaccionar. Tendría unos cuarenta y cinco años e irradiaba ilusión y cordialidad. Sus colegas la apreciaban mucho por su carácter optimista y su sentido del compañerismo. Hacía varios años que trabajaba en la librería, y mantenía una calurosa relación con la mayoría de sus colegas. Era la responsable del departamento de narrativa, y además de ser toda una experta en libros, conocía muy bien tanto a la clientela como el funcionamiento del negocio. Su jefe y sus compañeros valoraban mucho su carácter conciliador, y facilitaba enormemente la comunicación entre los trabajadores. A nadie le sorprendió que fuera ella la primera en reaccionar a la inesperada confesión de su compañero. —Me llamo Barbara Fröhlich –se presentó a Henri, y, mirando a su colega, prosiguió: –Lukas, antes que nada deseo decirte que me parece estupendo que nos hayas hablado de ti. Siento mucho lo que te ha pasado, y comprendo perfectamente lo mal que has debido sentirte, pues yo también pasé por experiencias similares a las del osito. Mi madre era una mujer soltera, estaba en paro, y mi padre desapareció antes de que yo naciera. Cuando pasados los años conocí a mi madre, me habló de la desesperación que sintió al enterarse de que estaba embarazada y de que ya era demasiado tarde para abortar. No le quedó otro remedio que deshacerse de mí nada más nacer.

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Tras vivir algunos años en un orfanato, la suerte me sonrió y fui adoptada por unos padres maravillosos. A veces pienso que si me hubiera quedado con mi madre la vida no me habría ido tan bien, carecía de medios para proporcionarme el tipo de vida que deseaba para su hija. Me sentí desgraciada durante mucho tiempo por no contar con mis padres biológicos, desde luego, y me costó años asimilar que aunque mis comienzos no habían sido fáciles, podía sacarle a la vida el mayor partido posible. ¿No te parece que con el paso del tiempo es posible superar una infancia difícil? El grupo alzó la vista asombrado, pues pocos minutos antes nadie conocía las difíciles circunstancias que habían rodeado la infancia de sus dos colegas. El rumbo que inesperadamente habían adoptado los acontecimientos dejó a Henri perplejo. Hacía apenas media hora que habían iniciado el recorrido, y el recinto del oso polar aún quedaba lejos. El joven zoólogo escuchó con satisfacción la pregunta de Barbara Fröhlich. Como le había explicado al grupo, su trabajo de fin de carrera consistía en estudiar el impacto que unos comienzos difíciles podían tener en el crecimiento de los animales. La psicología ya había estudiado el fenómeno en el caso de los seres humanos, y los resultados de sus investigaciones revelaban que las personas que habían crecido en circunstancias adversas reaccionaban de maneras muy distintas. Dirigiéndose al grupo, Henri expuso sus ideas: —Existe un estudio muy interesante sobre cómo afecta una infancia difícil al desarrollo de los seres humanos. Fue llevado a cabo por un grupo de psicólogos en una isla de Hawai; los inves-

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tigadores siguieron la evolución de 700 niños durante cuatro décadas. Un tercio de ellos había crecido en condiciones extremadamente duras, con padres muy pobres que los desatendían por completo o incluso los maltrataban. Los investigadores centraron su atención en este grupo y constataron que dos tercios de los niños que habían venido al mundo en condiciones de extrema dureza no consiguieron salir a flote. Tuvieron problemas en el colegio, desarrollaron conductas criminales o enfermedades mentales. Pero el otro tercio de los niños más desfavorecidos salió adelante sorprendentemente bien. Fueron buenos estudiantes, aprendieron una profesión, muchos fundaron una familia. El rasgo común a todos ellos era que habían logrado integrarse socialmente con éxito. Llegados a la edad madura, ninguno tenía problemas significativos. Lo cierto es que las investigaciones de los psicólogos en este campo llegan a conclusiones asombrosas. Existen mecanismos de defensa que reducen el impacto de experiencias traumáticas sufridas en la infancia y permiten a los seres humanos desarrollar una vida satisfactoria. Contar con el apoyo de personas de confianza en el seno de relaciones estables es aquí fundamental. Si no es posible crear esta clase de vínculo con los padres, cabe la posibilidad de establecerlo con otros miembros de la familia o en nuestro entorno cercano, es decir, con hermanos, abuelos, profesores o amigos. También forma parte de una vida satisfactoria la confianza en uno mismo, la disposición a aceptar ayuda de los demás y la firme resolución de superar los problemas que surjan. Por últi-

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mo, uno debe ser capaz de asumir responsabilidades hacia uno mismo y hacia los demás. Todos los niños que formaban parte del tercer grupo reunían estas características. Las aptitudes necesarias para sobreponerse al contratiempo que supone comenzar a vivir en condiciones difíciles se resumen en una palabra, “resiliencia”, es decir, resistencia, adaptabilidad y solidez. Algunos seres humanos aceptan abiertamente las dificultades e intentan sacar el mayor partido posible de las circunstancias, otros reniegan de su suerte y desaprovechan la oportunidad de fortalecerse mediante la superación de las crisis que atraviesan. Les cuento todo esto porque nuestro oso ejemplifica a la perfección lo que podríamos llamar una actitud resilente. Su historia demuestra que experiencias negativas en la infancia no conducen forzosamente a una vida repleta de problemas; no solo es posible superarlas, sino que incluso pueden fortalecernos y ayudarnos a gobernar mejor nuestra vida. Les propongo que sigamos avanzando, por el camino les contaré qué le sucedió después a nuestro pequeño amigo. El grupo reemprendió la marcha y Henri constató satisfecho que el inicial abatimiento de los libreros se había esfumado. La franqueza de los dos colegas había modificado el rumbo de la reunión, y ahora todos disfrutaban del precioso paisaje nevado del zoológico bajo el cálido sol invernal.

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Si te pasas la vida renegando de tu suerte lo único que conseguirás es coartar la posibilidad de desarrollarte. Solo sacudiéndote el lastre del pasado podrás emplear todas tus energías en reorientar valientemente, con esfuerzo, tu vida. Acepta que ya no puedes cambiar el pasado, y si quieres comenzar de nuevo, déjalo sencillamente atrás.

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Henri prosiguió con su relato: —Pocos días después de que su hermano muriera, al osezno comenzó a subirle la temperatura. El cuidador estaba muy preocupado, era evidente que los medicamentos no habían conseguido protegerlo eficazmente contra las infecciones. Su vida corría peligro, y con su diminuto cuerpo apenas tenía recursos para combatir la enfermedad. El osito tenía un aspecto penoso, parecía haber perdido por completo la fuerza y la vitalidad, y todo su cuerpo se estremecía por la fiebre. Si su madre lo hubiera cuidado, los primeros pasos de su existencia habrían sido los de una cría sana y feliz. En sus presentes circunstancias, sin embargo, tenía que plantarle cara completamente solo a las adversidades, ni siquiera tenía a su hermano para calentarse y acurrucarse a su lado. Su frágil vida pendía de un hilo, y el cuidador se desvivía por sacarlo a flote; pese a ello, todo parecía apuntar a que

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nuestro pequeño amigo se había rendido, no parecía reaccionar a ningún estímulo. El cuidador se acercaba a él una y otra vez para hablarle con voz suplicante: “Abre la boca, por favor, sólo dos gotitas de leche con la medicina. Ya sé que no sabe bien, pero es buena para ti. Ánimo, chiquitín, trágatelo. Confía en mí”. El pequeño no se movía, pero la tranquilizadora voz de su protector parecía hacerle bien, y, en efecto, un buen día, cuando vertió la leche en su boca, el osito se la tragó. El resto del tiempo permanecía inmóvil. Pasaron los días, y mediante mejorías casi imperceptibles, comenzó a recuperarse. Con cada gramo que ganaba aumentaban sus fuerzas. Parecía recuperar las ganas de vivir. Cuando sentía hambre, buscaba la leche moviendo su negra naricilla, y cada vez se impacientaba más si el cuidador no aparecía de inmediato para darle de comer. Era como si el pequeño hubiera tomado la decisión de vivir. A medida que se fortalecía, sus probabilidades de sobrevivir aumentaban.

... no te percibas a ti mismo como una víctima Los libreros, que para entonces ya habían llegado al pabellón de los monos, se hallaban ahora frente a los orangutanes, que saltaban despreocupadamente de un lado a otro. Era la primera vez que los miembros del grupo mostraban interés por un animal que no fuera el oso polar, incluso algunos se acercaron tanto al vallado que Henri se vio obligado a advertirles de que entre los pasatiempos favoritos de los orangutanes se encontra-

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ba escupir a los visitantes a la cara. A cierta distancia, un grupo de escolares observaba intrigado a un mono jugueteando con una sábana. Un niño consiguió agarrar uno de las extremos de la tela que el animal había arrojado por entre los barrotes. El niño tiraba de la sábana con todas sus fuerzas; lo mismo hacía el orangután, y llegado un punto, sucedió lo que tenía que suceder: el orangután escupió al niño, éste se dio un susto de muerte y soltó inmediatamente la sábana. El grupo de Henri, que había seguido atentamente la disputa, se divirtió de lo lindo con el descarado orangután. Como el ambiente era perceptiblemente distendido, Friedrich Spät aprovechó la ocasión para dirigir unas palabras al grupo: —La verdad es que me está encantando la excursión. Henri, gracias por tus valiosas explicaciones, y por contarnos la emocionante historia del oso polar. Resulta asombroso lo mucho que ese chiquitín puede enseñarnos sobre la vida. Lukas, Barbara: deseo agradeceros la sinceridad con la que nos habéis hablado. Lo cierto es que me he sentido conmovido por vuestra franqueza, y me gustaría aportar algo a la conversación. A mí me ocurre lo mismo que a Barbara, me cuesta darme cuenta de que cuando las cosas van mal hay que hacer frente a los problemas con valentía. En los últimos dos años la situación de los libreros se ha tornado dramática, nos han dejado fuera de combate. Se nos impone la obligación de competir, pero no hemos diseñado un proyecto propio para enfrentarnos a la competencia. Verse medido como pequeño librero por una importante cadena hace que se te meta el miedo en el cuerpo. Son los

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clientes los que a fin de cuentas tienen la última palabra, ¿y por qué venir a nuestra librería, cuando a tres minutos a pie hay una inmensa tienda con cafetería, salas de lectura y un fondo de libros impresionante? Cuando hace dos años entré en este negocio rebosaba optimismo. Estaba convencido de que reduciendo el espacio destinado a almacén y oficinas y ampliando la superficie de ventas saldríamos adelante. He tardado demasiado tiempo en darme cuenta de que aquellas sencillas medidas no bastaban para alcanzar nuestro objetivo, y ahora estamos a punto de arruinarnos. La idea de verme obligado a despedir a algún trabajador o incluso a deshacerme de la librería me quita el sueño. Y mantener alta vuestra moral y la mía a pesar de las dificultades requiere mucha entereza y energía. A la sucursal de la competencia le va muy bien, como sabéis. Sus instalaciones tienen un look muy moderno, la presentación de los libros es muy atractiva, y los dependientes son eficientes y amables. No dejo de pensar que su éxito desbarata nuestras posibilidades. La preocupación que a todos nos embarga repercute negativamente en nuestro estado de ánimo, cómo no, y no hay que olvidar que un buen clima de trabajo es crucial para la prosperidad de cualquier empresa. Sois todos trabajadores competentes, pero por algún motivo no damos con la solución. Sea como fuere, a estas alturas sí que tengo clara una cosa: sólo si soy activo y tomo las riendas de la situación conseguiremos sacar a flote la librería. Nos enfrentamos a una situación difícil, pero confío en encontrar un camino que asegure tanto

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vuestro futuro como el mío. Lo único que tenemos que hacer es diseñar un proyecto empresarial adecuado para el negocio. En lugar de angustiarnos, deberíamos hacer un balance objetivo de nuestra actual situación, definir vuestras obligaciones y las mías, evaluar las ventajas de la competencia y reflexionar detenidamente sobre los medios con que contamos para salir del atolladero. Puede que especializándonos en algún campo y restringiendo nuestra oferta a un sector del público consigamos convivir en armonía con la gran librería sin pisarnos mutuamente la clientela. Los miembros del grupo se quedaron boquiabiertos: nadie contaba con que el jefe fuera a sincerarse con ellos. Se habían dado cuenta, desde luego, de lo preocupado que estaba en los últimos tiempos, pero nadie había sospechado que su angustia fuera tan profunda. Todos respetaban a Friedrich Spät. Era un hombre entregado en cuerpo y alma a su trabajo que les había infundido confianza. La impresión general era que la librería era lo más importante de su vida, de ahí que a nadie sorprendiera el hecho de que, a diferencia de Lukas y Barbara, Spät no hubiera hablado de su vida privada, sino de la gestión del negocio. Todos habían percibido en Spät la merma de fuerza vital, se había vuelto taciturno, y en ocasiones parecía abatido. Pero ni siquiera los empleados con los que más estrechamente se relacionaba se habían acercado a él tanto como aquel día. —Me alegra mucho oírte hablar así –replicó Helene Macherer, una de las empleadas más antiguas de la librería y responsable del departamento de compras. Helene, que ya había trabajado para los antiguos dueños, había visto con muy buenos ojos el cambio de propietario, pues sabía mejor que nadie que la única

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manera de sacar adelante el negocio bajo la presión de la competencia era desarrollar nuevas estrategias. Como madre soltera con dos hijos a su cargo, había considerado muy seriamente buscar otro trabajo, uno que le proporcionara seguridad. Con todo, se sentía afectivamente ligada a la librería, y estaba convencida de que todavía había clientes que preferían acudir a una pequeña y selecta librería en la que se les brindara un trato personalizado y asesoramiento profesional. En los últimos meses había entrado un par de veces en el inmenso edificio de la competencia y observado que, aunque la oferta de libros era muy amplia, la gran sucursal presentaba algunos puntos flacos. Las dimensiones de la tienda dificultaban a los clientes encontrar con rapidez el libro que buscaban, las secciones no estaban bien señalizadas, y a menudo los libros no estaban correctamente clasificados. Ciertos clientes se sentían perdidos en un lugar tan grande. La sucursal que había abierto sus puertas en las inmediaciones de la librería de Friedrich Spät era enorme, y a Helene le había costado mucho dar con un asesor competente, porque el personal estaba sobrecargado de trabajo: además de atender a los clientes, tenía que ordenar y reponer constantemente el stock de las estanterías. Helene había puesto por escrito sus conclusiones, pero hasta entonces, y pese a la buena relación que sostenía con su jefe, no se le había presentado ninguna ocasión para transmitírselas. Poder abordar el tema en un ambiente tan distendido le llenaba de satisfacción. —No se me ha pasado por alto lo agobiado que has estado últimamente; tanto, que ni te sentías capaz de revisar tus estrategias y actuar en consecuencia. Si queremos que nuestra peque-

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ña librería subsista junto a la gran sucursal tenemos que saber exactamente qué vamos ofrecer a nuestros clientes. No podemos limitarnos a aumentar la superficie dedicada al público y esperar que tan sencillo expediente mejore la situación. Lo que hay que decidir es si seguir vendiendo todo tipo de libros o si no sería mejor especializarse en algún campo. Tenemos que ingeniárnoslas para ganarnos al público con un servicio mejor, más personalizado, además de redefinir nuestra oferta y ofrecer un asesoramiento especializado. Por encima de todo, tenemos que dejar de lamentarnos de una vez por todas de lo difíciles que son los tiempos que corren. La situación no va a mejorar a corto plazo, y me imagino que ni la competencia estará satisfecha con sus ganancias. —Tienes mucha razón, Helene –replicó Friedrich Spät–. Aumentar la superficie de ventas no ha servido para nada. Tenemos que reflexionar detenidamente sobre los libros en los que vamos a especializarnos para convertirnos en una genuina alternativa. Y eso exactamente es lo que vamos a hacer en los próximos días. Henri no salía de su asombro a la vista del giro que habían dado los acontecimientos. La historia del osito polar había hecho brotar todo un torrente de pensamientos, y posibilitado un intercambio de ideas que nunca habría tenido lugar en la librería. A Friedrich Spät le ocurría lo mismo. Deseaba que la conversación no cambiara de rumbo y estaba impaciente por escuchar la opinión de los miembros del equipo, por lo que propuso hacer una pausa y tomar algo en el quiosco al que se acercaban.

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Mientras Helene y él iban a por las bebidas, los demás tomaron asiento cómodamente bajo el sol invernal. Una vez que todos estuvieron servidos, propuso a Henri que avanzara en el relato del osito.

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Es muy fácil sentirse víctima de las adversidades y responsabilizar a los demás de nuestra penosa situación. Pero echar la culpa a los otros no sirve de nada. Sólo dejando de hacerlo cogerás las riendas de tu vida. Esta decisión, por sí sola, constituye el comienzo de una vida mejor.

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3 SI TU VIDA NO PUEDE CONTINUAR ASÍ…

—Bien –se apresuró a decir Henri para que no decayera la estimulante conversación. Algunos de los presentes habían comenzado a distraerse–. Aún no se habían recuperado del susto los cuidadores cuando surgió un nuevo e inesperado problema. Un defensor de los animales lanzó a la luz pública la opinión de que la cría artificial contraviene los principios de la defensa de los animales. Semejante crianza, aseguraba, solo podía inducir el desarrollo de pautas de conducta anormales en el oso, y el animal no podría convivir con otros miembros de su especie; menos aún reintegrarse en su hábitat natural. Muchos periódicos se hicieron eco de la polémica. La indignación ante la propuesta que se seguía de su tesis: sacrificar al osito, no era mayor que la vehemencia con la que se criticaba la decisión de criarlo en condiciones artificiales. El cuidador dudaba del partido que tomaría la directiva del parque aquellos ataques. Él mismo no había tomado la decisión de criar al osezno, pero había asumido la responsabilidad de

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mantenerlo con vida. Los animales que tomaba bajo su protección formaban parte del sentido de su vida: se entregaba en cuerpo y alma a su cuidado. El cuidador resolvió luchar por la vida del osezno, y acudió a la directiva del zoológico para desfogar su indignación: “El osezno ha elegido la vida. Quiere comer, quiere vivir. He asumido la responsabilidad moral de criarle y no pienso fallarle, menos aún por lo que diga ese presunto defensor de los animales. Confío en que no dejarán que esta polémica modifique sus decisiones. Todos los animales tienen derecho a la vida, y nuestro deber es ayudarlos. Y si no, ¿por qué nadie se escandaliza cuando ayudamos a otros animales? Devolvemos al océano a las ballenas varadas, y reasentamos a los elefantes cuando escasea la comida por exceso de población. No los dejamos morir solo porque desconozcamos los efectos negativos de la intervención humana en su conducta.” El director del parque supo apreciar el compromiso del cuidador. Pero a sus ojos, la lucha por la vida del osezno no era una cuestión eminentemente moral. En la cría de animales en cautividad veía, por encima de todo, el futuro económico del zoológico. Por otra parte, la enorme expectación que había despertado el osezno en los medios de comunicación hacía previsible una avalancha de visitantes que llenaría las arcas de la empresa. El director se alegró de encontrar en el cuidador un firme aliado en la defensa de su decisión de alimentar artificialmente al osezno. El cuidador desempeñaba su tarea con abnegación, y el osezno debía la vida a su perseverancia.

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La directiva del zoológico arremetió con firmeza contra los ataques del defensor de los animales: no sacrificarían al osezno después de haber superado tantas adversidades, y su crianza respetaría dentro de lo posible las características de su especie. Los osos polares eran animales solitarios –argumentó la directiva– y su conducta se atenía a patrones esencialmente innatos. La cría artificial no lo inutilizaría para la vida en el zoológico, pues lo único que los osos polares aprendían de sus padres eran estrategias de caza que en el parque, evidentemente, no iba a necesitar. El cuidador se sintió infinitamente aliviado. Su osito polar iba a vivir.

… asume que cambiarla es responsabilidad tuya Henri miró intrigado a sus oyentes. Estaba ansioso por saber qué partido tomarían los libreros en la polémica que sostenían defensores y detractores de la crianza artificial. No era otra la pregunta que Lukas Kümmerle había formulado al comienzo del paseo. Estaba claro que la disputa había llegado a oídos de Lukas, y que el muchacho había reflexionado sobre este dilema ético. El osezno había estado al borde de la muerte, y no habría sobrevivido sin la ayuda del hombre. El cuidador lo había tomado a su cargo precisamente porque el osito no podía sobrevivir por sí solo. Ahora proteger su vida y hacer cuanto estuviera en su mano para que saliera adelante era responsabilidad suya. Barbara Fröhlich tomó la palabra para establecer un paralelismo entre la historia del osezno y la suya propia:

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—Ya os digo de entrada que la decisión de alimentar al osezno con biberón me parece acertada, por mucho que se trate de un medio artificial de mantenerlo vivo. ¿Por qué dejar morir a un ser vivo si podemos ayudarlo a vivir? Con ello no alteramos el equilibrio natural. Los seres humanos, lamentablemente, no contamos con la ayuda de cuidadores y tenemos que velar por nosotros mismos, si se me permite la comparación. Salvo durante los primeros años de vida, cuando los padres satisfacen nuestras necesidades básicas, los únicos responsables de nuestro bienestar somos nosotros mismos. Pero desde el momento en que sabes que hace daño caerse del árbol, eres tú el que tiene que poner cuidado para que eso no ocurra. Esto es lo que aprendí en el orfanato. No puedes contar con que vaya a haber siempre a tu lado una persona que te proteja, ni esperar que los demás averigüen por sí mismos cuáles son tus preocupaciones y necesidades. Aunque mis experiencias en la vida han sido buenas, enseguida me di cuenta de que debía responsabilizarme de mí misma. Yo sé mejor que nadie lo que es bueno para mí, y también decido qué cosas puedo hacer sola y en cuáles necesito ayuda. Creo que lo que en su momento entusiasmó a la gente fue el vínculo de solidaridad que unía al cuidador con el osezno. ¿Os acordáis de la cantidad de artículos que se publicaron sobre el tema, de los muchos programas de televisión que siguieron la historia? Las tribulaciones del osito dieron la vuelta al mundo. Por aquel entonces me preguntaba por qué el simple hecho de que un osezno sobreviviera sin su madre armaba tanto revuelo, pero ahora lo comprendo. El osito era monísimo, por descontado, pero lo que más nos conmovió a todos fue el celo de su cui-

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dador. Veló día y noche por él, se dejó la piel para sacarlo adelante. Seguro que aquel hombre lo vivió como un gran desafío, pero es muy probable que sus desvelos por la cría repercutieran negativamente en su vida familiar. Imaginaos lo que su mujer y sus hijos opinaban de su trabajo. Cuando Friedrich Spät se disponía a intervenir, Helene Macherer pidió la palabra: —Friedrich, disculpa, pero me gustaría decir una cosa. El medio laboral no es en esencia diferente a cualquier otra relación personal. No puedes esperar que los demás adivinen cuáles son tus problemas y, de paso, que te los solucionen. He tenido que ocuparme de mí misma desde que era pequeña, pero no solo de mí: también de mis tres hermanos pequeños; mi madre no daba abasto con cuatro hijos. Mi infancia no fue fácil, desde luego, y enseguida aprendí a responsabilizarme de los demás. Hoy en día sigue pareciéndome muy natural estar al tanto de todo y echar una mano a quien lo necesita. Lamentablemente, no puedo decir lo mismo cuando se trata de satisfacer mis propias necesidades, tiendo a anteponer los intereses de los demás a los míos. A menudo llego a casa del trabajo rendida, lo cual repercute en mi vida familiar –y eso que tengo dos hijos, y no cuatro. Tienen once y trece años, y aunque son bastante independientes para su edad, no les hace ni pizca de gracia que me pase el día trabajando. Comprendo perfectamente cómo debió de sentirse el cuidador al no poder dormir ni una sola noche en casa durante meses. Desde hace un tiempo, ya lo sabéis, raro es el día que me marcho a mi hora del trabajo, y cada vez estoy más fatigada. Cuando salgo de trabajar casi siempre me voy directamente a casa y ceno con mis hijos. Y al día siguiente vuel-

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ta a empezar. Hemos informatizado el sistema de pedidos y la contabilidad, pero el programa no acaba de funcionar y me da muchísimo trabajo. Me he pasado las últimas semanas pegada al ordenador, he dedicado horas y horas a que funcione de una vez. Y al llegar a casa se me impone la evidencia de que he trabajado demasiado, y me digo que tengo que hablar con el jefe, pero luego no me siento con fuerzas para hacerlo. Helene se volvió hacia Friedrich Spät: —Sé que tienes muchas preocupaciones, y no quiero agobiarte con más problemas. Comprendo perfectamente que de momento no podemos permitirnos contratar a un auxiliar. Pero yo también tengo mis límites, y me gustaría aprender a pedir y aceptar ayuda. —Pero te resulta difícil hacerlo –añadió Friedrich Spät con aire compasivo–. Estás abusando de tu salud. Desde que te conozco siempre has trabajado demasiado, y tampoco dejas que nadie te ayude. Debes de estar completamente sobrepasada para acudir a mí. A mí tampoco me sirve de nada que estés agotada. Lo que realmente nos sería útil es que te cuidaras más y que asumas que no puedes hacerlo todo sola. Eres la mejor en tu trabajo, y una persona muy alegre, por añadidura, cuando estás relajada y no tienes que hacer horas extra. Necesito trabajadores eficientes y responsables, por descontado, pero también es importante que disfrutéis de una vida privada plena. Es lo que me ocurre a mí: cuando mi vida privada no va bien, me siento incapaz de seguir resolviendo conflictos en el trabajo. La familia me fortalece, me infunde ánimo para enfrentarme a las responsabilidades laborales.

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—Yo no creo que sea imprescindible tener una familia para ser eficiente en el trabajo –intervino Barbara Fröhlich. Al igual que muchas de mis amigas, vivo sola, y por eso he aprendido a cuidar de mí misma. Nos las arreglamos muy bien sin la figura del hombre fuerte que saca las castañas del fuego. Barbara sonrió tímidamente y miró de soslayo a Friedrich Spät. Helene Macherer, que seguía dándole vueltas al tema de su intensa jornada laboral, dijo con aire pensativo: —En realidad no tendrían que decirme dos veces que trabajo demasiado. Pero siempre me ha sido más fácil estar pendiente de la prosperidad de la tienda que de la mía propia. Tienes mucha razón, Friedrich, la vida privada influye en la profesional, y al revés. Cuando estoy preocupada por la tienda, mi vida personal se resiente. Debería comenzar a ver las cosas desde otro ángulo, invertir el orden de prioridades: si me preocupara primero de mí misma, mi rendimiento laboral mejoraría, lo cual redundaría en beneficio de la librería. Y si todos procuramos conducirnos así, ¡puede que salgamos adelante! —Y por eso –dijo Friedrich Spät– lo que vamos a hacer ya desde la próxima semana es sentarnos a hablar y poner en común nuestras ideas. —¿No creéis que lo más importante ahora es definir objetivos? –terció Lukas–. Tenemos que formarnos una idea clara de lo que queremos alcanzar, solo entonces podremos ponernos manos a la obra. No tiene mucho sentido sentarse a discutir qué podemos hacer si no elaboramos previamente un proyecto con-

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creto para la librería. Miradme si no a mí: yo quería estudiar, me había marcado esa meta, pero renuncié a ella cuando perdí la confianza en mí mismo. La función que desempeño en la librería se asemeja bastante a la de lector de una editorial; por eso me conformé con mi puesto y renuncié a terminar mis estudios. Y ahora me paso el día en mi sección de libros de bolsillo y no pienso en el futuro. Hombre, no está tan mal –pienso a menudo–, pero no es lo que quería hacer. ¿Por qué no me decido de una vez a intentar alcanzar mi sueño aunque las circunstancias hayan cambiado y deba buscar nuevos caminos para alcanzarlo? Estoy convencido de que no es demasiado tarde para empezar de nuevo. En ese momento, Heinz Krieger, antiguo empleado y contable de la librería, tomó la palabra. —Yo no podría vivir sin objetivos firmes. Siempre me marco determinadas metas e intento alcanzarlas. Suelen ser la satisfacción de algún deseo profesional, personal… cualquier cosa que quiera conseguir, y mientras me aproximo a mi meta, la reviso una y otra vez para cerciorarme de que lo que al principio me propuse sigue ajustándose a mis deseos. Siempre quise tener una casa en propiedad, y me pasé años sacrificándome para comprarme una. Pero en algún momento me di cuenta de que tanto ahorrar me estaba asfixiando, y que fantasear con mi objetivo ya no me reportaba ninguna alegría. Así que renuncié a mi proyecto y en lugar de eso compré junto con unos amigos una casita de vacaciones en las montañas. Aquello resultó mucho más fácil, desde luego. Ahora mi sueño de independencia sólo se hace realidad durante las vacaciones,

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pero al menos se ha cumplido. No quiero decir con esto que deba uno arrojar por la borda los planes que se ha trazado a la primera de cambio. Al contrario, hay que saber sortear dudas y dificultades y perseverar en la empresa. —No he intervenido hasta ahora porque pensaba que no podía aportar nada interesante a la conversación– dijo una mujer joven–. Me llamo Rosa Fink, y estoy aprendiendo el oficio de librera. Este es mi tercer año –explicó dirigiéndose a Henri. Actualmente soy la encargada de la sección de literatura infantil, que es mi sección favorita. Me encanta mi trabajo. A diferencia de Lukas y Barbara, tuve una infancia muy feliz, y la relación que tengo con mis padres es excelente, siempre me han apoyado. Cuando era pequeña, soñaba con viajar y vivir en el extranjero, pero hace cuatro años mi vida experimentó un cambio radical. A los 18 me quedé embarazada, tuve un niño. Por aquel entonces ni siquiera había terminado el bachillerato. El padre de mi hijo era un compañero del instituto y el asunto le vino demasiado grande. No quiso asumir ninguna responsabilidad y enseguida pusimos fin a la relación. El nacimiento de mi hijo desbarató cualquier posibilidad de cumplir mis sueños de infancia. El primer año vivimos en casa de mis padres, y como había renunciado a recorrer el mundo, resolví formarme como bibliotecaria. Tuve que trasladarme a la ciudad para estudiar, y mi hijo vive desde entonces con sus abuelos. Pero aunque me tranquiliza saber que está en buenas manos, me devanaba los sesos preguntándome si dejarlo con mis padres era la mejor opción. Por eso tomé la firme decisión de no reconsiderar la situación hasta terminar mi formación. Me muero de ganas por

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estar con él, y mis amigos me critican constantemente, pero mi decisión era inconmovible, no quería que el asunto me tuviera continuamente atribulada. Pero tienes razón, Heinz, no hay nada de malo en pararse de vez en cuando a revisar nuestros objetivos. Es quizás más inteligente que emperrarse en algo que quizás ya no se ajusta a las circunstancias. Los compañeros de Rosa admiraron la madurez con la que la muchacha lidiaba con su situación. Friedrich Spät, que apenas tenía contacto con los aprendices en la librería, alzó la vista y dirigió una mirada de reconocimiento a la joven cuyas reflexiones tan gratamente le habían sorprendido. —No quisiera interrumpir la conversación– dijo Henri– pero, ¿qué os parece si damos por terminado el descanso y reemprendemos la marcha? Ya casi hemos llegado al recinto del oso polar, por el camino os contaré cómo encaró nuestro osito su complicado destino.

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Tú eres el que decides si hundirte o fortalecerte ante las crisis. Si le haces frente a tus problemas y te responsabilizas de tu vida vencerás cualquier obstáculo. Fijarse metas es fundamental. Los objetivos te orientan en periodos de inseguridad o desconcierto, y te abren nuevos caminos.

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4 SI TE SIENTES COMPLETAMENTE SOLO…

—El día en que el osito abrió los ojos por primera vez se encontraba completamente solo en el mundo. No tenía madre, ni padre, ni hermanos. Cuando el cuidador se acercaba a él y le daba el biberón gemía de satisfacción, pero en cuanto se quedaba solo se revolvía intranquilo y ansioso. Llegó el momento de trasladarlo de la estación de cuidados a su recinto, y como guarida, el cuidador fabricó una caja de madera provista de una tapa para mirar en su interior, y de una abertura al costado por donde el osezno podía entrar y salir. El interior de la guarida era acogedor, estaba en penumbra, y una tela de suave piel cubría el fondo para que el animal durmiera sobre una blanda cama. Hasta entonces siempre había tenido al cuidador a su lado. La primera noche en su guarida sería también la primera que pasara solo. La tarde en que el osito inspeccionó su nuevo reino particular parecía loco de contento: a todas partes quería llegar con sus torpes movimientos, no dejaba de olfatear intrigado. Los traba-

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jadores del zoológico estaban convencidos de que se aclimataría rápidamente a su nuevo hogar. Solo uno de ellos albergaba dudas: su cuidador. No estaba tan seguro de que fuera a adaptarse sin problemas a su nuevo entorno, ahora que ya no contaba con su constante protección. El pequeño dependía mucho de él, no había pasado ni una noche solo desde su nacimiento. No, no iba ser tan fácil como pensaban. Al anochecer el osito se retiró a su guarida y todo se quedó en silencio. Una ojeada del cuidador en el interior de la guarida confirmó que el pequeño respiraba lenta y pausadamente sobre su lecho de piel: se había quedado dormido. No obstante, decidió no alejarse mucho y se acomodó en una sala adyacente al nuevo recinto para pasar la noche. Las crías de animales son muy semejantes a los bebés, necesitan la cercanía, el calor y la protección de sus madres durante los primeros meses de vida, y nuestro oso no tenía a nadie en el mundo. Durante unas horas reinó la calma. Cuando el cuidador comenzaba a adormilarse le sobresaltaron unos desgarradores gemidos procedentes de la caja: el pequeño se había despertado y llamaba a su madre. Arañaba la caja gimoteando, se movía en círculos, y de tanto chocar contra las paredes de su nuevo habitáculo había perdido el sentido de la orientación. Su cuidador le había enseñado aquella misma tarde a utilizar la abertura lateral, pero solo y a oscuras el pánico hizo presa de él y era incapaz de encontrarla. Esperó unos minutos confiando en que el osezno se tranquilizara, pero cada vez percibía más desesperación en sus lamentos, y por fin ya no pudo contenerse más: levantó la tapa e iluminó el interior con la linterna. El oso miró

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hacia arriba sobresaltado, pero en el mismo instante en que olfateó a su protector se serenó. Mientras el cuidador se metía en la guarida para tumbarse a su lado, el oso se acurrucó en su cama de piel y enseguida volvió a dormirse. La historia se repitió durante tres noches seguidas. Al cuidador, por fin, se le ocurrió la idea de dejar un viejo jersey dentro de la guarida antes abandonar por la noche el recinto. La noche en que puso en práctica su feliz idea, el animal durmió tranquilo hasta la mañana siguiente. El osito se había adaptado a su nueva vida, y a los pocos días emprendió sus primeras expediciones por el recinto y conoció a sus nuevos vecinos. El recinto en el que convivían pingüinos, focas y osos polares ocupaba una gran extensión del zoológico. La directiva había hecho un gran esfuerzo para que el entorno de los animales se asemejara lo más posible al natural, y sus habitantes disponían de mucho espacio libre y numerosas zonas con agua. El color de las piedras sobre las que descansaban los osos era casi tan claro como el de las masas de hielo del Antártico, y el agua era limpia y de color azul marino. —Como veis –dijo Henri señalando el recinto en el que acababan de entrar– las instalaciones están en perfectas condiciones. A nuestro célebre oso no le falta de nada. Con los sustanciosos ingresos que procuró al zoológico o su éxito mediático y la masiva afluencia de público, hemos dotado a nuestros animales de un entorno casi perfecto. Los osos polares viven aquí de maravilla, se pasan casi todo el día descansando en sus

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lugares favoritos, salvo a la hora de la comida, claro está. Pero volvamos a nuestra historia: La directiva del parque decidió trasladar al osito a un recinto contiguo al de sus padres con la esperanza de que no fuera demasiado tarde para que se integrara en su familia. No tendría contacto físico con ellos, pero al menos podría ver a otros osos polares. Nada más llegar a su nueva casa, el osezno avistó a través de un cristal a dos grandes osos. Él no sabía que eran sus padres, desde luego. En cuanto vio a los osos se acercó a ellos intrigado, y se llevó un buen susto al comprobar que una superficie fría y dura le impedía el paso. Uno de los grandes osos vio al pequeño y se aproximó al ventanal, pero antes de llegar alzó las patas delanteras, emitió un intimidador gruñido y se dio media vuelta. El osito estaba visiblemente decepcionado. ¡No despertaba ni el más mínimo interés entre sus congéneres! Todo lo contrario, su presencia parecía irritarlos. El cuidador observó la actitud defensiva que habían adoptado los grandes osos polares y comprendió que sería muy difícil integrar al osezno en el grupo: comenzaba a pagar el precio de haber sido criado por la mano del hombre. En aquel momento supo que su labor no había terminado, que tendría que seguir prestándole todo su apoyo y permanecer a su lado. Habían afrontado juntos todos los contratiempos, le había cuidado, alimentado; había jugado con él. El estrecho vínculo que los unía había sostenido la vida del osezno. Por eso al cuidador ni se le pasó por la cabeza dejarlo ahora en la estacada. Por lo demás, estaba convencido de que haría grandes progresos y de que en unos pocos meses conseguiría

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desarrollar una vida independiente en el parque, al igual que sus padres y el resto de animales. Lo peor había quedado atrás: el osito bebía solo la leche del recipiente –ya nadie debía vigilar que no cayera dentro y se ahogara– y emprendía expediciones por los alrededores. Cada vez eran más las personas que acudían al zoo solo para ver al encantador animal. El osito, claro está, vivía ajeno a la expectación que había despertado, disfrutaba de sus primeros días al sol y jugueteaba con su amigo: brincaba a sus pies, trepaba por su espalda, mordía sus pantalones o luchaba con él por una vieja manta. Un día el cuidador le llevó un perro de peluche y el osito lo agarró por las orejas y lo zarandeó y mordió con fiereza durante horas. El saldo de sus simuladas peleas solía ser algún que otro moratón en la piel del cuidador, nadie podía decir quién de los dos disfrutaba más con estos juegos. Eran ejercicios importantes para el pequeño, pues debía desarrollar sus reflejos y fortalecer la musculatura. Como el recinto del osito estaba situado junto al de sus padres, los contactos que se establecían entre ellos eran breves pero frecuentes. El pequeño, por regla general, se sentaba intrigado frente al cristal para observarlos, pero al otro lado de la ventana la reacción siempre era la misma: la madre le daba automáticamente la espalda, y el padre le dirigía un gruñido tan amenazador, que el pequeño siempre salía corriendo. Pero en una ocasión el osezno reaccionó de forma muy distinta al ver aproximarse al gran oso con su habitual actitud desafiante: en lugar de huir, embistió con coraje la pared de cristal. A partir de ese momento los grandes osos se mostraron algo más respetuosos con él, y aunque el episodio no supuso un acercamiento entre ellos, puso al menos fin a las amenazas.

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… busca amigos o aliados Henri no estaba seguro de si todos comprendían lo importante que había sido la relación de confianza entre cuidador y osezno para el crecimiento de la cría, y volvió a establecer un paralelismo con los seres humanos: —Cualquier persona puede sobreponerse a un comienzo difícil y abrirse paso en la vida. Mantener una relación estable y de confianza con un familiar o amigo es aquí de vital importancia. Todos necesitamos apoyarnos en alguien que nos secunde y valore. —¡Exacto! –prorrumpió Barbara Fröhlich entusiasmada–. Eso fue lo que aprendí en la casa de acogida. El medio humano en que me movía era muy inestable: los niños abandonaban constantemente el orfanato, ya porque encontraban una familia adoptiva, ya porque los trasladaban a otra residencia. Y a mí me consumía la preocupación por saber a dónde iría yo a parar. ¡La de noches que me pasé sin conciliar el sueño, muerta de miedo y llorando! Si no hubiera recibido el apoyo de personas que se preocupaban por mí y con las que podía compartir mi angustia, probablemente ahora no sería una mujer segura de sí misma. Mi persona de confianza en el orfanato era mi profesora. Podía acudir a ella en cualquier momento para hablarle de mis problemas, me quería, siempre me escuchaba. Además, guardaba en su escritorio unas galletas riquísimas que obraban milagros a la hora de mitigar mis penas. Nuestra relación sigue siendo hoy en día estrecha y cordial. No pudo sustituir a mi madre, por descontado, pero fue

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una persona muy importante en mi infancia y lo sigue siendo en mi madurez. Cuando Barbara terminó, Henri miró a Lukas Kümmerle intrigado: también él había puesto en común la difícil relación que había tenido con sus padres. Lukas apartó la mirada y guardó silencio, pero al cabo de un rato se decidió a hablar: —Diablos, claro que yo también me sentía muy solo sin el respaldado de mis padres. Durante años albergué la esperanza de llevarme bien con mi hermano, pero con el paso del tiempo me di cuenta de que pensaba exactamente igual que ellos. Acabó formándose como comercial de ventas y llevando nuestra droguería. Para mis padres él lo ha hecho todo bien, es el hijo perfecto. Mi hermano obstaculizó mis planes de estudio no menos que mis padres. Hoy en día no tenemos ningún contacto. Guardó silencio un momento antes de continuar hablando: —Si me paro a pensarlo, reconozco que en los últimos años se han cruzado en mi vida diversas personas ajenas a mi entorno familiar que me han ofrecido su apoyo. Pero he sido incapaz de confiar en ellas, nunca he aceptado su ayuda, porque tenía miedo de que solo quisieran sermonearme o meterse en mi vida. Seguramente he obrado mal. Tenéis razón: contar con el respaldo de un amigo o de un compañero de trabajo quizás me habría ayudado a encontrar mi propio camino. Ojalá hubiera hecho las cosas como nuestro pequeño amigo. Siempre me achantaba ante las amenazas de mi padre, debería haberme enfrentado a él, como hizo el osezno. Dudo mucho que hubiera conseguido imponer mi voluntad, pero al menos habría

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luchado y me habría sentido orgulloso de mí mismo. Si hubiera tenido a alguien a mi lado, alguien que me hubiera infundido valor para hacerlo, las cosas habrían sido distintas. Barbara Fröhlig asintió al escuchar las palabras de su colega. —Lukas, es natural que a uno le resulte difícil aceptar ayuda de otras personas cuando ha sufrido una decepción tan grande con los propios padres. Sentimos miedo al rechazo, nos volvemos desconfiados, sospechamos que vamos a ser objeto de envidias o críticas. Te entiendo perfectamente. ¡Cuántas veces no me habré sentido avergonzada por no tener padres! Cuando me sentía mal, me encerraba en mí misma y me lamía sola las heridas. Me costaba un mundo aceptar ayuda de otros. Y cuando una persona se acercaba a mí con las mejores intenciones, yo era incapaz de confiar en ella de buenas a primeras. Pero en algún momento, abrumada por la pena y la soledad, permití que se acercaran a mí personas que, según me parecía, sentían un sincero interés por mí y mis sentimientos. Fue una experiencia maravillosa. En la relación con mi profesora descubrí lo que era sentirse incondicionalmente apoyada, tener a alguien que se preocupa por ti y te respalda en todo. Fui correspondiendo paulatinamente al afecto que ella me demostraba y acabó por convertirse en un punto de referencia muy importante en mi vida. El grupo volvió la cabeza y esperó a una mujer joven que se había rezagado. —¿Qué es lo que te pasa ahora? –dijo Helene Macherer con tono airado.

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La mujer se aproximó a ellos caminando lentamente y dijo con expresión irónica: —Vaya, vaya, es fascinante la cantidad de descubrimientos que se están haciendo hoy. ¿No os parece extraño que personas que solo se conocen del trabajo se hagan tantas confidencias? A mí esta conmovedora “terapia de grupo” me parece bastante patética. No me trago que os estéis sincerando de verdad, nadie se preocupa realmente por los demás. —Esta es Margret Spitz –dijo Friedrich Spät a Henri, y volviéndose hacia ella continuó: —Es una pena que la excursión te merezca una opinión tan negativa. Es bueno que hablemos franca y abiertamente, por inusual que pueda ser. ¿Por qué no te unes a la conversación y expones tus puntos de vista? Margret Spitz se dio media vuelta; evidentemente, no tenía ganas de contestar a Friedrich Spät. Margret era una empleada inteligente y muy cualificada que trabajaba en la librería desde hacía más de diez años. Mientras la tienda estuvo en manos de los antiguos dueños, dirigía la sección de novelas por entregas, muy de moda en aquellos años, revistas y textos jurídicos. Para entonces los consumidores de esas publicaciones compraban los libros directamente a las editoriales a través de Internet, por lo que la librería había disminuido drásticamente sus existencias en estos campos. El área de trabajo de Margret había desaparecido. Friedrich Spät, considerando la dilatada experiencia de la librera y su antigüedad en la casa, deseaba que siguiera en la empresa, aun sabiendo que

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era una empleada conflictiva. Margret trabajaba provisionalmente en el departamento de narrativa, pero no le había asignado oficialmente el puesto: Spät no estaba seguro de si iba a poder conservar a dos empleadas tan cualificadas como Barbara Fröhlich y Margret Spitz en la misma sección. Margret se sentía incómoda con la situación: en su ubicación provisional en el departamento de una colega no veía más que falta de reconocimiento. Hablaba lo imprescindible, mantenía a sus colegas a distancia, y no toleraba ni la más mínima crítica. También ahora había entendido la invitación de su jefe a participar en la conversación como un ataque del que debía defenderse. Friedrich Spät dirigió a Margret una mirada interrogante, se encogió de hombros y se volvió hacia Henri, que en aquel momento buscaba el lugar idóneo para que el grupo contemplara a los osos tumbados al sol. —Damas y caballeros, permitan que les presente a nuestra estrella, el oso polar –dijo subido a un banco e impostando la voz como el director de pista de un circo–. Viéndolo ahora, nadie pensaría que ha tenido una vida difícil. Henri observó al grupo y se sorprendió de lo mucho que habían cambiado los rostros de los libreros desde su primer encuentro a la entrada del zoo. Estaba encantado por cómo se había desarrollado la visita, y quiso aprovechar el momento para agradecerles su franqueza. Como ya había ocurrido en otras ocasiones, Friedrich Spät se le adelantó.

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—No tengo palabras para expresar lo mucho que ha significado para mí lo que hemos discutido hoy; os agradezco enormemente que hayáis sido tan participativos. Y a los que no habéis intervenido: estoy seguro de que también a vosotros os ha conmovido la conversación, y de que vuestra actitud comprensiva ha animado a vuestros a colegas a ser tan sinceros. Quizás no sea demasiado tarde para ti –dijo a Lukas guiñando un ojo–. La familia no es el único lugar en el que buscar apoyo. Como en el caso de tu colega –dijo señalando a Barbara Fröhlich–, también puede ser un educador, un amigo, un compañero de trabajo, incluso en raras ocasiones también un jefe, el que te infunda valor para alcanzar tus metas. Te tengo en alta estima, siempre me ha sorprendido que no nos dejaras pese a que no te gusta el trabajo que desempeñas en la librería. Eres un hombre al que le gusta leer, que se siente en su salsa profundizando en los libros, no vendiéndolos. Por eso eres un excelente asesor para nuestros clientes –más que un entusiasta vendedor. Sé que estás con nosotros porque no te atreves a buscar trabajo como lector. Estás convencido de que ninguna editorial contrataría a un muchacho que no ha terminado los estudios. Pero quizás el problema no radique en la falta de titulación, sino de confianza en ti mismo. Lo más importante es lo que pienses de ti mismo. Y para ello nunca viene mal que alguien te respalde. Nosotros te animamos a que empieces de nuevo. Nos gusta trabajar contigo, desde luego, pero si decidieras tomar otro rumbo, lo entenderíamos perfectamente, incluso te ayudaríamos. Para nosotros es importante que encuentres tu camino. —¡Vaya! ¡De repente somos todo corazón!– dejó caer Margret Spitz–. Me parece absurdo pretender que se resuelvan de

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un plumazo los problemas con las que llevamos años lidiando. A algunos de nosotros nos va bastante mal, y no veo que a nadie le importe. Ni que Lukas fuera el único que… Friedrich Spät quedó visiblemente afectado por la intervención de su empleada. ¿Por qué Margret tenía que mostrarse tan negativa no sólo en relación a ella misma sino también a los demás? ¿Qué pretendía conseguir? Decidió no responder a su provocación y guardó silencio. No quería poner en peligro el buen clima de la reunión, aunque sabía que sería difícil mantenerlo sin la colaboración de Margret. Entretanto, el oso polar se había apartado del sol para meterse en el agua. Los libreros, absortos aún en sus cavilaciones sobre lo que habían escuchado aquella mañana, observaron en silencio sus movimientos. Todos necesitaban estar unos momentos consigo mismos. Al cabo de un rato, Henri retomó el tema de conversación que había presidido la mañana. Las semejanzas entre el mundo de los osos polares y el de los humanos eran tan evidentes que no pudo resistirse a seguir analizando cómo una cría desvalida, huérfana y enferma había llegado a convertirse en una atracción mundial.

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Todos necesitamos contar con alguien que nos respalde. Busca a esa persona en tu familia, en tu círculo de conocidos, entre tus compañeros de trabajo. Es importante que alguien te infunda valor para enfrentarte a los problemas cuando flaqueen las fuerzas. Si tus relaciones personales son estables, también lo será el resto de tu vida. Y si de verdad deseas tener un amigo, ten por seguro que lo encontrarás y que podrás confiar en él.

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—Mirad qué relajado está ahora, no se diferencia en nada de los otros osos, y resulta difícil explicarse por qué atrajo a tantos visitantes– dijo Henri mientras el grupo observaba gandulear a los osos polares. —Cuando alcanzó los diez kilos de peso, era un jovencito alegre y encantador de piel blanca como la nieve, pesadas zarpas, brillante nariz negra y alegre mirada. Todos los días lo sacaban al aire libre para que los visitantes pudieran verlo. Al principio era asustadizo y quería regresar al cercado cuando se armaba demasiado barullo: enseguida comprendió que sus excursiones al aire libre servían más al entretenimiento de los visitantes que al suyo propio. Cuando trepaba a la rama de un árbol, su cuidador lo felicitaba, y siempre lo animaba a que jugara con él frente a sus espectadores. Aquello no le gustaba nada a nuestro pequeño amigo, que prefería compartir a solas con el cuidador la intimidad de su cercado, y cuanto más lo instaba el gentío a salir, tanto más se atrincheraba en su habitáculo.

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En una ocasión, mientras el oso trataba de escabullirse nuevamente, el cuidador lo llamó acercándose a los visitantes. El oso vaciló y se detuvo. Para seguir jugando con su cuidador tenía que acercarse a la gente. Los visitantes prorrumpieron en aplausos y el griterío lo asustó, pero el cuidador siguió animándolo a que se aproximara a él, y eso fue lo que finalmente hizo. Al cabo de unos días el oso se había acostumbrado a la gente y al ruido y volvió a concentrarse por completo en sus juegos con el cuidador. Ni siquiera los flashes de las cámaras lo asustaban. Exploraba el recinto de los osos, olfateaba los arbustos, trepaba a los árboles y observaba intrigado los objetivos de las cámaras. El desarrollo del oso exigía que ejercitara habilidades de mayor importancia para su vida, como, por ejemplo, nadar y bucear en aguas profundas. Semejantes habilidades no son innatas en los osos polares. Quizás os suene raro, pero las crías de oso polar temen las aguas profundas, y sus madres tienen que enseñarles técnicas de inmersión. En este caso, la tarea de de enseñar a nuestro amigo a sumergirse en el agua recayó de nuevo en su cuidador. Comenzaron a jugar en una especie de piscina infantil: por uno de sus extremos el agua apenas lo cubría, por el otro era más profunda. El cuidador se adentraba cada día un poco más en el agua, y al principio el osezno titubeaba antes de salir tras él. Es lo mismo que en el caso de los seres humanos: también nosotros adquirimos por mediación de nuestros padres los más básicos conocimientos para la vida. Nuestros padres nos preceden, de ellos aprendemos cómo reac-

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cionar ante los peligros que nos acechan: con empuje o con timidez, con precaución o irreflexivamente…

… confía más en ti mismo. —Es normal que al oso le diera miedo la gente y se mostrara inseguro en la nueva situación. ¿Qué si no iba a sentir? –añadió Barbara a las palabras de Henri–. Cuando uno ha pasado muchas calamidades en la infancia, no rebosa confianza precisamente. Cierto que había sido criado por hombres, pero nunca antes se había visto rodeado por una multitud. Me llama la atención que se atreviera a avanzar hacia ella. Quizás resulte algo infantil volver a establecer un paralelismo entre mi vida y la del oso, pero os confieso que siempre me infundió valor para seguir adelante reflexionar sobre todo lo que hasta entonces había conseguido. Terminar con buenas notas el colegio pese a haber carecido de un hogar me llenaba de orgullo. De ahí que también me sintiera capaz de finalizar con éxito mi formación como bibliotecaria. Y mirando a Friedrich Spät añadió con aire vacilante: —¡Y ahora me enfrento a un nuevo reto profesional, que me estimula y a la par me infunde mucho respeto! Friedrich Spät repuso: —Eres una pieza clave para nuestra librería, Barbara, una persona comprometida y muy responsable. Tienes arrojo cuando se trata de acometer tareas que a primera vista parecen exigir demasiado de ti, y hasta ahora nunca nos has fallado. Pienso a

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menudo que tu éxito, por encima de todo, se debe a que no tienes miedo. Quizás seas valiente porque te responsabilizaste de ti misma a muy temprana edad, y has sabido sacar partido de ello, ver siempre el lado positivo de lo que vivías. Tu difícil infancia parece haberte fortalecido, confías en ti misma. Las personas que, como yo mismo, crecen en la casa paterna, tardan más en desarrollar un carácter fuerte e independiente, en eso nos llevas ventaja. Permíteme que hable ahora de tu nuevo reto profesional. Hasta este momento has dirigido el departamento de narrativa; ahora tus responsabilidades van a ser considerablemente mayores. Deseo anunciaros a todos que le he propuesto a Barbara que asuma la dirección de la librería, es decir, la supervisión de todos los departamentos. Ella me ha pedido un tiempo para pensárselo, pero estoy seguro de que con su experiencia, sensatez y eficiencia desempeñará a las mil maravillas una tarea que entraña tanta responsabilidad. Barbara se puso roja como un tomate, y al advertir su azoramiento, sus compañeros prorrumpieron en aplausos. La noticia no les cogía por sorpresa, todos contaban con que Friedich Spät ascendería a Barbara en la empresa. Los cinco colegas que hasta entonces habían seguido en silencio las conversaciones de la mañana aprovecharon ahora la oportunidad para hablar y felicitar cordialmente a Barbara. —Ojalá sea como tú dices –respondió Barbara a su jefe–; confío en que estaré a la altura. Podré poner en práctica muchos de los cambios que he ideado estos últimos años; ya he hablado de ellos con algunos compañeros, sobre todo con Helene. Por ejemplo, me gustaría reconsiderar el tema de las adquisiciones.

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Creo que dedicamos demasiado tiempo a tratar con los representantes de las editoriales y repasar con ellos los catálogos de publicaciones. Actualmente, para hacer nuevas adquisiciones y conocer la oferta de las editoriales, recibimos en la librería a 57 representantes diferentes al menos dos veces al año. Perdemos con ello un tiempo precioso que deberíamos emplear en definir de nuevas estrategias de venta y, sobre todo, en los clientes. En realidad solo nos interesa recibir a representantes que ofrezcan asesoramiento especializado, o que puedan ponernos en contacto con los autores, o instruirnos sobre técnicas de marketing. En fin, solo deberíamos invitar a representantes que no sólo vendan sus productos, sino también buenos conceptos de venta. Y en lo tocante a los libros de las otras editoriales, podemos elegirlos y encargarlos directamente por catálogo, no es necesario pasar tanto tiempo hablando con los vendedores. Sé que es una medida bastante radical, pero como hace un rato decía Helene Macherer, debemos modificar drásticamente la actual estructura de la librería, ¿verdad, Helene? Todos trabajamos sin descanso, y a la mayoría de nosotros nos gusta lo que hacemos, pero ¿de qué sirve tanto trabajo y compromiso si no vemos resultados, es decir, si el negocio no funciona? Desarrollaremos una nueva estrategia para que cada uno la aplique en su departamento. Y ahora también debemos respaldar a Friedrich, necesita tiempo para elaborar un proyecto. Todos queremos que la librería salga adelante, y cada uno debe aportar su granito de arena. —Antes de entrar en detalles sobre lo que vamos a hacer en la librería –la interrumpió Friedrich Spät sonriente– me gustaría

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anunciar oficialmente que aceptas mi oferta, Barbara. Para mí es una gran satisfacción, y, como ves, cuentas con el respaldo de tus compañeros. Todos asintieron con la cabeza. —Para mí va a representar una gran ayuda –prosiguió Friedrich–. Así tendré tiempo para concentrarme en nuestro objetivo: buscar fórmulas de éxito para competir con la gran librería. La historia de tu vida nos ha enseñado que para desarrollar con éxito un proyecto de futuro, ya sea personal o profesional, hay que avanzar con paso firme sin perder la confianza. Para un jefe es importante saber que sus trabajadores le respaldan, a él y a la empresa, que puede confiar plenamente en ellos. Sé que podemos conseguirlo. No podemos consentir que la competencia nos bloquee. Decirlo resulta más fácil que hacerlo, ya lo sé, pero si tenemos las ideas claras, conseguiremos plantarles cara. Como sabéis, le doy vueltas a la idea de especializarnos, de convertirnos en una librería orientada, por ejemplo, a familias: literatura infantil, autoayuda para padres, guías de salud y de otros temas, etc. La idea sería cubrir las necesidades de toda la familia. Los niños hojearían libros en una sección ampliada de literatura infantil para que los padres buscaran con tranquilidad lo que necesitan. También podríamos poner un par de ordenadores para navegar por Internet. Para los padres sería perfecto: si los niños están entretenidos, ellos podrían moverse libremente por la librería. Incluso podríamos habilitar una zona para celebrar cumpleaños y en la que los adultos pudieran tomarse un café mientras los niños hojean libros. En nuestra ciudad no hay ningún local que ofrezca un servicio así.

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—¡Es una idea estupenda! ¡Me encanta! –intervino Rosa Fink, que en su imaginación ya había llevado a cabo todas las reformas–. Conozco muy bien mi sección, y estoy completamente segura de que podríamos sacarle mucho más partido al departamento de literatura infantil. Es asombroso la cantidad de niños a los que les gusta leer en la época de la televisión e Internet, y no solo Harry Potter o Manga. Sería estupendo organizar actividades para los niños: emocionantes lecturas con los autores, el día de la magia, contratar a un mimo… incluso podríamos llevar a la librería un pony de verdad para presentar los libros de Ponyhof. ¡Sería como un sueño hecho realidad! El entusiasmo de Rosa hizo reír a sus compañeros. La joven irradiaba ganas de vivir y espíritu emprendedor. —En cierta forma, me siento el aguafiestas de la reunión –habló Lukas con aire abatido cuando el grupo se hubo calmado–. A pesar de los problemas, todos parecéis estar donde deseabais. Soy el único que no lo ha logrado. Nunca he intentado retomar los estudios, y sin embargo son muchas las personas que deciden hacer el bachillerato o una carrera años después de terminar el colegio. Yo, por el contrario, me sentí aliviado por tener un trabajo fijo en la librería, y ni se me pasó por la cabeza retomar mis estudios pese a que había soñado con ser lector. Los libros han sido siempre mi pasión, y ahora me dedico a vender libros de bolsillo. Me muevo como pez en el agua en mi departamento, pero como antes decías, Friedrich, no me gusta atender a los clientes. ¿Por qué unas personas son capaces de reorientar su vida profesional y otras no?

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Lukas se volvió hacia sus colegas: —Heinz, eso fue lo que tú hiciste, ¿verdad? Aunque ya te habías formado en una profesión, tomaste la decisión de estudiar otra cosa. —Así es, en efecto, y puedo asegurarte que no resultó nada fácil –repuso Heinz Krieger. ¿Sabes lo que me impulsó a tomar esa decisión? El miedo a acabar como mi padres. Mi padre se quedó sin trabajo a los 52 años, nunca llegó a recuperarse del golpe, ni consiguió reunir fuerzas para empezar de nuevo. Elegí hacerme contable porque es una profesión flexible que se puede ejercer en múltiples campos. Para mí sería una pesadilla acabar con mi vida profesional a los 50 años y pasar el resto de mi existencia tomando cervezas frente al televisor. Lukas frunció el ceño. —Tengo que hacer un esfuerzo. Quizás no debería decir esto delante de nuestro jefe, pero es ahora o nunca: voy a buscar trabajo en una editorial, aunque tenga que empezar haciendo prácticas o trabajar como voluntario. Conseguir ahora un puesto de lector adjunto es prácticamente imposible, ninguna editorial me contrataría, por mucha experiencia que tenga en la venta de libros. Pero si empiezo desde abajo haciendo prácticas, aunque al principio gane una miseria, puede que lo consiga. Ya veré cómo me las arreglo, tengo algo de dinero ahorrado, y quizás pueda echaros una mano los fines de semana. Es posible que mi experiencia en la librería me ayude a llegar a ser un buen lector aunque no haya terminado los estudios.

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Me disgusta la idea de que nos dejes –repuso Friedrich Spät–. Eres una pieza clave en el equipo. Pero si tu deseo de ser lector sigue siendo tan intenso, debes perseguirlo y no desistir hasta que se haya hecho realidad. Cuando te sientas motivado, despertarán tus ganas de vivir. Barbara Fröhlich añadió: —Lukas, me parece estupendo que retomes con ilusión tu primer proyecto profesional. ¿No es triste vivir un día tras otro sin encontrar sentido a lo que hacemos, ni saber a dónde nos lleva? Sin perspectivas no es posible disfrutar de la vida. Y quizás podría decirse lo mismo en relación a Margret. El trabajo que ha desempeñado durante años ha desaparecido, ya no se venden revistas ni novelas por entregas. Ahora trabajamos juntas en el mismo departamento, y me alegra contar con la ayuda de una colega tan competente. Pero tal y como están las cosas, no podemos permitirnos el lujo de asignar dos sueldos a jornada completa a una sola sección. Por eso solo es una solución provisional, está por ver cuál va a ser su puesto en la empresa de aquí en adelante, algo que con seguridad le genera una gran inquietud. Pero si a partir de ahora asumo la dirección de la empresa, la cosa cambia. Me parece que la mejor solución sería que Margret pasara a hacerse cargo del departamento de narrativa. Margret Spitz procuró mantener la calma, pero al final no pudo ocultar su sorpresa. —¿De verdad creéis que el zoo es el lugar adecuado para tratar de estos tema? No voy a comentar nada en este momen-

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to, solo esto: deberíais pararos a pensar detenidamente si es lógico trasladar a una trabajadora como yo de un departamento a otro como si fuera una aprendiza. Las palabras de Margret dieron a Friedrich que pensar. Hacía tiempo que sus empleados mostraban poco interés en el día a día por sus compañeros, y que solo se dirigían la palabra para lo imprescindible. En cierto sentido, las críticas de Margret eran acertadas: la presión bajo la que él estaba se había transmitido a sus trabajadores. Estaba firmemente decidido a que aquella excursión de empresa representara el fin de los malos tiempos y el punto de partida de un nuevo comienzo. —Si hoy no estuviéramos aquí, seguiría ignorando muchas cosas que para mí son importantes –concluyó–. Hay que madurar nuevas estrategias, redefinir el rumbo, y vamos a tener que prestarnos mucho apoyo, sobre todo si de verdad damos el paso de convertirnos en una librería especializada en la familia. Friedrich miró a Rosa Fink: —¿Te gustaría seguir con nosotros cuando termines tus estudios y participar en el proyecto? Tendrías que seguir formándote en la empresa, desde luego, pero no creo que eso asuste a una persona emprendedora como tú. —¿Es eso una oferta de trabajo? –preguntó Rosa Fink con una amplia sonrisa. Todos sabían lo mucho que un trabajo fijo podía mejorar la situación de Rosa como madre soltera.

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Henri se echó a reír. —Este momento pasará a la posteridad: ¡la primera oferta de trabajo que se hace en un tour por el parque zoológico! En fin. No quiero apuraros, pero estamos a punto de terminar la visita, y he oído que vuestro jefe tiene la intención de invitaros a comer. Después de los osos viene la zona cálida del zoo: animales africanos. Y mientras la recorremos, os contaré cómo termina la historia de nuestro amigo. La confianza entre los miembros del grupo había aumentado mucho a lo largo de la excursión: solo algunos se habían sincerado con los demás, pero todos habían estrechado lazos. La distancia inicial había dado paso a un clima de compañerismo, y los que no habían tomado la palabra dejaban ver en la expresión de su rostro lo comprometidos que se sentían con la reunión. Únicamente Margret Spitz se mantenía al margen.

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Aunque en distintos grados, a todos nos asusta lo nuevo y desconocido, y el miedo nos resta determinación para afrontar el futuro. Si es más fuerte que la confianza en ti mismo, tu desarrollo personal se verá interrumpido. Los mejores amigos del miedo son la curiosidad y el valor. La curiosidad te mueve hacia delante, el miedo te advierte de los peligros que corres, el valor te mueve a actuar.

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—Como os podéis imaginar, la popularidad que alcanzó el oso polar hizo que el valor de las acciones del zoológico se disparara –prosiguió mientras continuaban el paseo–. La avalancha de visitantes llenó las arcas del parque, por lo que pudieron mejorarse no solo las instalaciones de los osos polares, sino las de todos los animales. Con el paso de los meses, naturalmente, la afluencia de visitantes disminuyó, pues alcanzada la edad adulta, nuestro amigo dejó de distinguirse exteriormente de sus congéneres. Pese a ello, y debido a su particular historia, siempre vivirá en un recinto separado del de los otros osos, que jamás tolerarían su presencia. El parque experimentó un cambio extraordinario. La directiva invirtió gran parte de las cuantiosas ganancias en reproducir lo más fielmente posible el hábitat natural de los animales, y el parque adquirió prestigio internacional. Y aunque el oso ya no disfruta de tanta popularidad, se ha convertido en

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un símbolo de la lucha por la supervivencia y de la amistad entre animales y seres humanos. La figura del cuidador desempeña un papel muy importante en nuestra historia. Su confianza en el futuro del pequeño, en que llegaría a convertirse en un adulto fuerte y sano, fue inquebrantable. Nunca perdió de vista la meta, por feas que se pusieran las cosas. En la actualidad sigue cuidando con el mismo celo de las crías que se le encomiendan. Ya no entra en el recinto del oso, claro, pero todos los días va hacerle una visita, y da la impresión de que ambos se alegran de verse, como si se tratara de dos viejos amigos, aunque quizás suene algo cursi…

… disfruta de tu éxito Cuando Henri terminó de hablar, los libreros, que ya se encontraban frente a la salida del parque, permanecieron un rato en silencio: nadie quería romper el encanto del momento. Tampoco Henri sabía cómo poner fin a aquel extraordinario tour. Normalmente deseaba al grupo un buen día y les recomendaba visitar la tienda del zoológico, pero semejantes palabras no armonizaban con la trascendencia de una mañana centrada en apasionantes conversaciones más que en el disfrute de los animales. El joven zoólogo se sintió aliviado cuando Barbara Fröhlig, que tanto había avivado la conversación a lo largo del día, también en esta ocasión supo dar con las palabras adecuadas para despedir la excursión.

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—También uno debe saber relajarse y respirar hondo cuando las cosas salen bien –dijo Barbara–. Estoy segura de que el zoo, incluso el cuidador y el oso polar, afrontan nuevos retos. Pero de momento todo marcha sobre ruedas. El zoológico va viento en popa, las instalaciones son de primera, el oso y el cuidador disfrutan de una hermosa amistad. Hagamos nosotros lo mismo: si de verdad hemos logrado enderezar el rumbo, celebrémoslo. Hoy hemos dado el primer paso, y eso se merece, como mínimo, una cervecita, ¿no te parece, Friedrich? —¿Y qué se supone que tenemos que celebrar? –intervino Margret Spitz–. Lo siento, pero no puedo actuar como si todo fuera de maravilla cuando no es verdad. Seguimos estando igual de insatisfechos. No me gusta hacer el paripé. Barbara se volvió hacia su compañera con una apacible sonrisa en los labios: —Está claro que aún no hemos conseguido animarte. La mayoría de nosotros no nos sentimos infelices, sino que nos alegramos de lo que ha ocurrido hoy, ¿no es así? –Barbara miró a sus colegas, que corroboraron sus palabras con la mirada–. Nuestro negocio no va bien, pero queremos solucionar los problemas y eso exactamente es lo que vamos a hacer. La firme intención de solucionarlos, por sí sola, nos convierte en un equipo. Es evidente que todavía no hemos logrado que te sientas parte de él. Hace varias semanas que trabajamos juntas, por eso te propongo que en los próximos días quedemos tú y yo a solas a tomar un café y charlar. Si me voy a ocupar de la dirección del negocio vamos a necesitar tu experiencia y eficiencia en el departamento de narrativa. Somos un equipo, es

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importante que todos nos sintamos parte integrante de él. ¿Qué decís? Margret Spitz trató de adoptar una expresión amable y respondió: —Está bien, podemos intentarlo. Me alegra que al menos alguien sea sensible a los problemas de los trabajadores –Margret lanzó una mirada acusadora a Friedrich Spät. —Si con eso te refieres a que te sientes criticada o rechazada por mí, lo siento mucho –replicó Friedrich Spät–. Lo mejor será que tengas una conversación sincera con Barbara y que después, si lo creéis oportuno, me comuniquéis vuestras conclusiones. Margret arqueó las cejas sin pronunciar palabra, pero cualquiera que la conociera sabía que con aquel gesto manifestaba su conformidad. Friedrich Spät hizo entonces lo que les gusta hacer a los jefes en semejantes situaciones: un resumen. Para ello, comenzó con la pregunta: —Y bien, ¿qué hemos aprendido hoy? Los libreros casi habían olvidado que participaban en una excursión de empresa. Las conversaciones habían tenido un carácter tan íntimo que no sabían si de ellas podían extraerse conclusiones generales. —Hemos aprendido –continúo Friedrich Spät– que uno puede solucionar sus problemas y conducir exitosamente su vida (o, al menos, introducir cambios que mejoren las cosas) aún en circunstancias inicialmente adversas. Y para conseguirlo es importante tener claros algunos principios:

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Acepta tu pasado No te percibas a ti mismo como una víctima Asume tus propias responsabilidades Busca amigos o aliados Confía más en ti mismo Disfruta de tu éxito Estos seis puntos, obviamente, no son sólo aplicables a los osos polares y a nosotros mismos en tanto que individuos. También deben articular en la librería nuestro trabajo en equipo. Quien identifica y acepta sus problemas, quien asume responsabilidades y persigue objetivos, quien busca aliados y cree en sus aptitudes, alcanzará el éxito al final del camino. Para nosotros esto se traduce en que, observando estas máximas, superaremos juntos la crisis que atraviesa la librería. Hoy más que nunca me he dado cuenta de que puedo contar con vuestro apoyo, incluso con el de los que habéis permanecido en silencio: la atención que habéis prestado a la conversación y, por supuesto, a la historia del oso polar, confirma mi idea. Esta excursión me ha en­­señado lo comprometidas que estáis con la empresa, y que nos sentimos unidos en el objetivo de sacar a flote a la librería. ¡Quién si no nosotros podría conseguirlo! En fin, nos merecemos una buena comida. Nos vendrá bien distraernos tras una jornada tan intensa. El corrillo de libreros asintió con la cabeza. Era la primera vez que sostenían una conversación tan franca y fructífera con su jefe. Se habían tocado muchos temas, se había discutido sobre las primeras medidas a tomar. Los que aquel día no habían puesto en común sus parecer estaban seguros de que

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podrían hacerlo en el futuro, con lo que, de alguna manera, todos se sentían acogidos por el grupo. Incluso Margret se había relajado. Su silencio ya no era combativo, y todos entendieron que ocultaba el deseo de convertirse en un miembro del equipo. El grupo se despidió afectuosamente de Henri, que se encaminó a su despacho. El zoólogo meditaba sobre cómo aprovechar las reflexiones que había escuchado aquella extraordinaria mañana para su trabajo de fin de carrera. Llevar la teoría a la practica era en realidad muy sencillo: solo se necesita una excursión de empresa en el zoológico, un grupo de colegas, una sincera y abierta discusión sobre sus problemas, y un osito polar huérfano y muy especial. Si algún día se me ocurre escribir un libro sobre la estrategia del oso polar y cómo salir adelante pese a las adversidades –pensó–, sé que cuento con un lector que lo acogería con sumo interés, y con una librería que lo vendería de mil amores…

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Si te reconcilias con tu pasado y asumes la responsabilidad de tu vida, si te marcas objetivos y los persigues con perseverancia, superarás cualquier adversidad. Requiere arrojo y energía tomar este camino. Por eso es conveniente tomarse periódicamente una pausa para volver la mirada y ver lo que has conseguido tú solo y con ayuda de los demás. Te mereces disfrutar de la vida.

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Directora: Olga Castanyer

1. Relatos para el crecimiento personal. Carlos Alemany (ed.). (6ª ed.) 2. La asertividad: expresión de una sana autoestima. Olga Castanyer. (30ª ed.) 3. Comprendiendo cómo somos. Dimensiones de la personalidad. A. Gimeno-Bayón. (5ª ed.) 4. Aprendiendo a vivir. Manual contra el aburrimiento y la prisa. Esperanza Borús. (5ª ed.) 5. ¿Qué es el narcisismo? José Luis Trechera. (2ª ed.) 6. Manual práctico de P.N.L. Programación neurolingüística. Ramiro J. Álvarez. (5ª ed.) 7. El cuerpo vivenciado y analizado. Carlos Alemany y Víctor García (eds.) 8. Manual de Terapia Infantil Gestáltica. Loretta Zaira Cornejo Parolini. (5ª ed.) 9. Viajes hacia uno mismo. Diario de un psicoterapeuta en la postmodernidad. Fernando Jiménez Hernández-Pinzón. (2ª ed.) 10. Cuerpo y Psicoanálisis. Por un psicoanálisis más activo. Jean Sarkissoff. (2ª ed.) 11. Dinámica de grupos. Cincuenta años después. Luis López-Yarto Elizalde. (7ª ed.) 12. El eneagrama de nuestras relaciones. Maria-Anne Gallen - Hans Neidhardt. (5ª ed.) 13. ¿Por qué me culpabilizo tanto? Un análisis psicológico de los sentimientos de culpa. Luis Zabalegui. (3ª ed.) 14. La relación de ayuda: De Rogers a Carkhuff. Bruno Giordani. (3ª ed.) 15. La fantasía como terapia de la personalidad. F. Jiménez Hernández-Pinzón. (2ª ed.) 16. La homosexualidad: un debate abierto. Javier Gafo (ed.). (3ª ed.) 17. Diario de un asombro. Antonio García Rubio. (3ª ed.) 18. Descubre tu perfil de personalidad en el eneagrama. Don Richard Riso. (6ª ed.) 19. El manantial escondido. La dimensión espiritual de la terapia. Thomas Hart. 20. Treinta palabras para la madurez. José Antonio García-Monge. (11ª ed.) 21. Terapia Zen. David Brazier. (2ª ed.) 22. Sencillamente cuerdo. La espiritualidad de la salud mental. Gerald May. 23. Aprender de Oriente: Lo cotidiano, lo lento y lo callado. Juan Masiá Clavel. 24. Pensamientos del caminante. M. Scott Peck. 25. Cuando el problema es la solución. Aproximación al enfoque estratégico. Ramiro J. Álvarez. (2ª ed.) 26. Cómo llegar a ser un adulto. Manual sobre la integración psicológica y espiritual. David Richo. (3ª ed.) 27. El acompañante desconocido. De cómo lo masculino y lo femenino que hay en cada uno de nosotros afecta a nuestras relaciones. John A. Sanford. 28. Vivir la propia muerte. Stanley Keleman. 29. El ciclo de la vida: Una visión sistémica de la familia. Ascensión Belart - María Ferrer. (3ª ed.) 30. Yo, limitado. Pistas para descubrir y comprender nuestras minusvalías. Miguel Ángel Conesa Ferrer. 31. Lograr buenas notas con apenas ansiedad. Guía básica para sobrevivir a los exámenes. Kevin Flanagan. 32. Alí Babá y los cuarenta ladrones. Cómo volverse verdaderamente rico. Verena Kast. 33. Cuando el amor se encuentra con el miedo. David Richo. (3ª ed.) 34. Anhelos del corazón. Integración psicológica y espiritualidad. Wilkie Au - Noreen Cannon. (2ª ed.) 35. Vivir y morir conscientemente. Iosu Cabodevilla. (4ª ed.) 36. Para comprender la adicción al juego. María Prieto Ursúa. 37. Psicoterapia psicodramática individual. Teodoro Herranz Castillo. 38. El comer emocional. Edward Abramson. (2ª ed.) 39. Crecer en intimidad. Guía para mejorar las relaciones interpersonales. John Amodeo - Kris Wentworth. (2ª ed.) 40. Diario de una maestra y de sus cuarenta alumnos. Isabel Agüera Espejo-Saavedra. 41. Valórate por la felicidad que alcances. Xavier Moreno Lara. 42. Pensándolo bien... Guía práctica para asomarse a la realidad. Ramiro J. Álvarez. 43. Límites, fronteras y relaciones. Cómo conocerse, protegerse y disfrutar de uno mismo. Charles L. Whitfield. 44. Humanizar el encuentro con el sufrimiento. José Carlos Bermejo. 45. Para que la vida te sorprenda. Matilde de Torres. (2ª ed.) 46. El Buda que siente y padece. Psicología budista sobre el carácter, la adversidad y la pasión. David Brazier. 47. Hijos que no se van. La dificultad de abandonar el hogar. Jorge Barraca. 48. Palabras para una vida con sentido. Mª. Ángeles Noblejas. (2ª ed.) 49. Cómo llevarnos bien con nuestros deseos. Philip Sheldrake.

50. Cómo no hacer el tonto por la vida. Puesta a punto práctica del altruismo. Luis Cencillo. (2ª ed.) 51. Emociones: Una guía interna. Cuáles sigo y cuáles no. Leslie S. Greenberg. (3ª ed.) 52. Éxito y fracaso. Cómo vivirlos con acierto. Amado Ramírez Villafáñez. 53. Desarrollo de la armonía interior. La construcción de una personalidad positiva. Juan Antonio Bernad. 54. Introducción al Role-Playing pedagógico. Pablo Población Knappe y Elisa López Barberá y Cols. 55. Cartas a Pedro. Guía para un psicoterapeuta que empieza. Loretta Cornejo. 56. El guión de vida. José Luis Martorell. 57. Somos lo mejor que tenemos. Isabel Agüera Espejo-Saavedra. 58. El niño que seguía la barca. Intervenciones sistémicas sobre los juegos familiares. Giuliana Prata; Maria Vignato y Susana Bullrich. 59. Amor y traición. John Amodeo. 60. El amor. Una visión somática. Stanley Keleman. 61. A la búsqueda de nuestro genio interior: Cómo cultivarlo y a dónde nos guía. Kevin Flanagan. 62. A corazón abierto.Confesiones de un psicoterapeuta. F. Jiménez Hernández-Pinzón. 63. En vísperas de morir. Psicología, espiritualidad y crecimiento personal. Iosu Cabodevilla Eraso. 64. ¿Por qué no logro ser asertivo? Olga Castanyer y Estela Ortega. (6ª ed.) 65. El diario íntimo: buceando hacia el yo profundo. José-Vicente Bonet, S.J. (2ª ed.) 66. Caminos sapienciales de Oriente. Juan Masiá. 67. Superar la ansiedad y el miedo. Un programa paso a paso. Pedro Moreno. (8ª ed.) 68. El matrimonio como desafío. Destrezas para vivirlo en plenitud. Kathleen R. Fischer y Thomas N. Hart. 69. La posada de los peregrinos. Una aproximación al Arte de Vivir. Esperanza Borús. 70. Realizarse mediante la magia de las coincidencias. Práctica de la sincronicidad mediante los cuentos. Jean-Pascal Debailleul y Catherine Fourgeau. 71. Psicoanálisis para educar mejor. Fernando Jiménez Hernández-Pinzón. 72. Desde mi ventana. Pensamientos de autoliberación. Pedro Miguel Lamet. 73. En busca de la sonrisa perdida. La psicoterapia y la revelación del ser. Jean Sarkissoff. 74. La pareja y la comunicación. La importancia del diálogo para la plenitud y la longevidad de la pareja. Casos y reflexiones. Patrice Cudicio y Catherine Cudicio. 75. Ante la enfermedad de Alzheimer. Pistas para cuidadores y familiares. Marga Nieto Carrero. (2ª ed.) 76. Me comunico... Luego existo. Una historia de encuentros y desencuentros. Jesús de la Gándara Martín. 77. La nueva sofrología. Guía práctica para todos. Claude Imbert. 78. Cuando el silencio habla. Matilde de Torres Villagrá. (2ª ed.) 79. Atajos de sabiduría. Carlos Díaz. 80. ¿Qué nos humaniza? ¿Qué nos deshumaniza? Ensayo de una ética desde la psicología. Ramón Rosal Cortés. 81. Más allá del individualismo. Rafael Redondo. 82. La terapia centrada en la persona hoy. Nuevos avances en la teoría y en la práctica. Dave Mearns y Brian Thorne. 83. La técnica de los movimientos oculares. La promesa potencial de un nuevo avance psicoterapéutico. Fred Friedberg. Introducción a la edición española por Ramiro J. Álvarez 84. No seas tu peor enemigo... ¡...Cuando puedes ser tu mejor amigo! Ann-M. McMahon. 85. La memoria corporal. Bases teóricas de la diafreoterapia. Luz Casasnovas Susanna. 86. Atrapando la felicidad con redes pequeñas. Ignacio Berciano Pérez. Con la colaboración de Itziar Barrenengoa. (2ª ed.) 87. C.G. Jung. Vida, obra y psicoterapia. M. Pilar Quiroga Méndez. 88. Crecer en grupo. Una aproximación desde el enfoque centrado en la persona. Bartomeu Barceló. 89. Automanejo emocional. Pautas para la intervención cognitiva con grupos. Alejandro Bello Gómez, Antonio Crego Díaz. 90. La magia de la metáfora. 77 relatos breves para educadores, formadores y pensadores. Nick Owen. 91. Cómo volverse enfermo mental. José Luís Pio Abreu. 92. Psicoterapia y espiritualidad. La integración de la dimensión espiritual en la práctica terapéutica. Agneta Schreurs. 93. Fluir en la adversidad. Amado Ramírez Villafáñez. 94. La psicología del soltero: Entre el mito y la realidad. Juan Antonio Bernad.

95. Un corazón auténtico. Un camino de ocho tramos hacia un amor en la madurez. John Amodeo. 96. Luz, más luz. Lecciones de filosofía vital de un psiquiatra. Benito Peral. 97. Tratado de la insoportabilidad, la envidia y otras “virtudes” humanas. Luis Raimundo Guerra. (2ª ed.) 98. Crecimiento personal: Aportaciones de Oriente y Occidente. Mónica Rodríguez-Zafra (Ed.). 99. El futuro se decide antes de nacer. La terapia de la vida intrauterina. Claude Imbert. (2ª ed.) 100. Cuando lo perfecto no es suficiente. Estrategias para hacer frente al perfeccionismo. Martin M. Antony - Richard P. Swinson. (2ª ed.) 101. Los personajes en tu interior. Amigándote con tus emociones más profundas. Joy Cloug. 102. La conquista del propio respeto. Manual de responsabilidad personal. Thom Rutledge. 103. El pico del Quetzal. Sencillas conversaciones para restablecer la esperazanza en el futuro. Margaret J. Wheatley. 104. Dominar las crisis de ansiedad. Una guía para pacientes. Pedro Moreno, Julio C. Martín. (7ª ed.) 105. El tiempo regalado. La madurez como desafío. Irene Estrada Ena. 106. Enseñar a convivir no es tan difícil. Para quienes no saben qué hacer con sus hijos, o con sus alumnos. Manuel Segura Morales. (11ª ed.) 107. Encrucijada emocional. Miedo (ansiedad), tristeza (depresión), rabia (violencia), alegría (euforia). Karmelo Bizkarra. (4ª ed.) 108. Vencer la depresión. Técnicas psicológicas que te ayudarán. Marisa Bosqued. 109. Cuando me encuentro con el capitán Garfio... (no) me engancho. La práctica en psicoterapia gestalt. Ángeles Martín y Carmen Vázquez. 110. La mente o la vida. Una aproximación a la Terapia de Aceptación y Compromiso. Jorge Barraca Mairal. (2ª ed.) 111. ¡Deja de controlarme! Qué hacer cuando la persona a la que queremos ejerce un dominio excesivo sobre nosotros. Richard J. Stenack. 112. Responde a tu llamada. Una guía para la realización de nuestro objetivo vital más profundo. John P. Schuster. 113. Terapia meditativa. Un proceso de curación desde nuestro interior. Michael L. Emmons, Ph.D. y Janet Emmons, M.S. 114. El espíritu de organizarse. Destrezas para encontrar el significado a sus tareas. Pamela Kristan. 115. Adelgazar: el esfuerzo posible. Un sistema gradual para superar la obesidad. A. Cózar. 116. Crecer en la crisis. Cómo recuperar el equilibrio perdido. Alejandro Rocamora. (2ª ed.) 117. Rabia sana. Cómo ayudar a niños y adolescentes a manejar su rabia. Bernard Golden, Ph. D. 118. Manipuladores cotidianos. Manual de supervivencia. Juan Carlos Vicente Casado. 119. Manejar y superar el estrés. Cómo alcanzar una vida más equilibrada. Ann Williamson. 120. La integración de la terapia experiencial y la terapia breve. Un manual para terapeutas y consejeros. Bala Jaison. 121. Este no es un libro de autoayuda. Tratado de la suerte, el amor y la felicidad. Luis Raimundo Guerra. 122. Psiquiatría para el no iniciado.Rafa Euba. 123. El poder curativo del ayuno. Recuperando un camino olvidado hacia la salud. Karmelo Bizkarra. (2ª ed.) 124. Vivir lo que somos. Cuatro actitudes y un camino. Enrique Martínez Lozano. (4ª ed.) 125. La espiritualidad en el final de la vida. Una inmersión en las fronteras de la ciencia. Iosu Cabodevilla Eraso. 126. Regreso a la conciencia. Amado Ramírez. 127. Las constelaciones familiares. En resonancia con la vida. Peter Bourquin. (5ª ed.) 128. El libro del éxito para vagos. Descubra lo que realmente quiere y cómo conseguirlo sin estrés. Thomas Hohensee. 129. Yo no valgo menos. Sugerencias cognitivo- humanistas para afrontar la culpa y la vergüenza. Olga Castanyer. (2ª ed.) 130. Manual de Terapia Gestáltica aplicada a los adolescentes. Loretta Cornejo. (2ª ed.) 131. ¿Para qué sirve el cerebro? Manual para principiantes. Javier Tirapu. 132. Esos seres inquietos. Claves para combatir la ansiedad y las obsesiones. Amado Ramírez Villafáñez. 133. Dominar las obsesiones. Una guía para pacientes. Pedro Moreno, Julio C. Martín, Juan García y Rosa Viñas. (2ª ed.) 134. Cuidados musicales para cuidadores. Musicoterapia Autorrealizadora para el estrés asistencial. Conxa Trallero Flix y Jordi Oller Vallejo

35. Entre personas. Una mirada cuántica a nuestras relaciones humanas. Tomeu Barceló 1 136. Superar las heridas. Alternativas sanas a lo que los demás nos hacen o dejan de hacer. Windy Dryden 137. Manual de formación en trance profundo. Habilidades de hipnotización. Igor Ledochowski 138. Todo lo que aprendí de la paranoia. Camille 139. Migraña. Una pesadilla cerebral. Arturo Goicoechea 140. Aprendiendo a morir. Ignacio Berciano Pérez 141. La estrategia del oso polar. Como llevar adelante tu vida pese a las adversidades. Hubert Moritz Serie MAIOR 1. Anatomía Emocional. La estructura de la experiencia somática Stanley Keleman. (7ª ed.) 2. La experiencia somática. Formación de un yo personal. Stanley Keleman. (2ª ed.) 3. Psicoanálisis y análisis corporal de la relación. André Lapierre. 4. Psicodrama. Teoría y práctica. José Agustín Ramírez. (3ª ed.) 5. 14 Aprendizajes vitales. Carlos Alemany (ed.). (11ª ed.) 6. Psique y Soma. Terapia bioenergética. José Agustín Ramírez. 7. Crecer bebiendo del propio pozo.Taller de crecimiento personal. Carlos Rafael Cabarrús, S.J. (11ª ed.) 8. Las voces del cuerpo. Respiración, sonido y movimiento en el proceso terapéutico. Carolyn J. Braddock. 9. Para ser uno mismo. De la opacidad a la transparencia. Juan Masiá Clavel 10. Vivencias desde el Enneagrama. Maite Melendo. (3ª ed.) 11. Codependencia. La dependencia controladora. La depencencia sumisa. Dorothy May. 12. Cuaderno de Bitácora, para acompañar caminantes. Guía psico-histórico-espiritual. Carlos Rafael Cabarrús. (4ª ed.) 13. Del ¡viva los novios! al ¡ya no te aguanto! Para el comienzo de una relación en pareja y una convivencia más inteligente. Eusebio López. (2ª ed.) 14. La vida maestra. El cotidiano como proceso de realización personal. José María Toro. 15. Los registros del deseo. Del afecto, el amor y otras pasiones. Carlos Domínguez Morano. (2ª ed.) 16. Psicoterapia integradora humanista. Manual para el tratamiento de 33 problemas psicosensoriales, cognitivos y emocionales. Ana Gimeno-Bayón y Ramón Rosal. 17. Deja que tu cuerpo interprete tus sueños. Eugene T. Gendlin. 18. Cómo afrontar los desafíos de la vida. Chris L. Kleinke. 19. El valor terapéutico del humor. Ángel Rz. Idígoras (Ed.). (3ª ed.) 20. Aumenta tu creatividad mental en ocho días. Ron Dalrymple, Ph.D., F.R.C. 21. El hombre, la razón y el instinto. José Mª Porta Tovar. 22. Guía práctica del trastorno obsesivo compulsivo (TOC). Pistas para su liberación. Bruce M. Hyman y Cherry Pedrick. 23. La comunidad terapéutica y las adicciones Teoría, Modelo y Método. George De Leon. 24. El humor y el bienestar en las intervenciones clínicas. Waleed A. Salameh y William F. Fry. 25. El manejo de la agresividad. Manual de tratamiento completo para profesionales. Howard Kassinove y Raymond Chip Tafrate. 26. Agujeros negros de la mente. Claves de salud psíquica. José L. Trechera. 27. Cuerpo, cultura y educación. Jordi Planella Ribera. 28. Reír y aprender. 95 técnicas para emplear el humor en la formación. Doni Tamblyn. 29. Manual práctico de psicoterapia gestalt. Ángeles Martín. (5ª ed.) 30. Más magia de la metáfora. Relatos de sabiduría para aquellas personas que tengan a su cargo la tarea de Liderar, Influenciar y Motivar. Nick Owen 31. Pensar bien - Sentirse bien. Manual práctico de terapia cognitivo-conductual para niños y adolescentes. Paul Stallard. 32. Ansiedad y sobreactivación. Guía práctica de entrenamiento en control respiratorio. Pablo Rodríguez Correa. 33. Amor y violencia. La dimensión afectiva del maltrato. Pepa Horno Goicoechea. (2ª ed.) 34. El pretendido Síndrome de Alienación Parental. Un instrumento que perpetúa el maltrato y la violencia. Sonia Vaccaro - Consuelo Barea Payueta. 35. La víctima no es culpable. Las estrategias de la violencia. Olga Castanyer (Coord.); Pepa Horno, Antonio Escudero e Inés Monjas. 36. El tratamiento de los problemas de drogas. Una guía para el terapeuta. Miguel del Nogal Tomé. 37. Los sueños en psicoterapia gestalt. Teoría y práctica. Ángeles Martín.

Este libro se terminó de imprimir en los talleres de RGM, S.A., en Urduliz, el 17 de noviembre de 2009.