Rène Grousset, Gengis Kan. El Conquistador Del Mundo [PDF]

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Zitiervorschau

COLECCION DE BIOGRAFIAS "RENACIMIENTO

Publicadas! Robespierre, por Mario Mazzucckelli. N Memoria y Tazón de Diego Rivera, p or Loló de la Tórnente (2 vols.) La apasionada vida de Federico Chopin, por Jean RousseloL

En preparación; Sueño y realidad de .Simón Bolívar, por Raúl Chivee Peralta. Federico Barbarroja, por E. Momigliano. \ L a romántica vida de La Fayette, por ] . Rousselot. ^ L u crecia Borgia, por María Bellonci. La fecunda vida de Alejandro Dumaa, por L. Thoorens. ''•Vida de Nicolás Maqtiiavelo, p or R. Ridoljx. La agitada vida de Gauguin, por C. Francolín. Andrea Doria, por Ivo LuzzaUi. La tormentosa vida de Rimbaud, por F. D'Eaubonne. Clotilde de Vaux, p or A. Theríve. Conan Doyle, creador de Sherlock Holmes, p or Dickson Carr. César, por A. Foschini. La apasionada vida de Liszt, por J. Rousselot. El Príncipe de Viana, p or M. Iríbarren. La atormentada vida de Baudelaire, por M. Manoli. Vida de Jerónimo Savonarola, p or R. Ridolfi. Vida y pasión creadora de Moliére, p or L Thoorens. Leonardo, por C. Pasero. Lutero, por E. BuonaiulL La vida y la obra de Balzac, p or L. Thoorens. Dantón, p or L Madelin. Paulina Bonaparte, por J. Kühn. Iván el Terrible, por C. Clemente Waliszewski. Buda, p or G. Oldenberg. Oliveiro Cromwell, por A. Peterson. Mussolini, pequeño burgués, p or P. Monelli. Miguel Angel, por G. Grimm. Mirabeau, por L Barthou. Vida y semblanza de Cervantes, por Miguel S. Oliven Napoleón en Santa Elena, p or 0 . Aubry. Napoleón lll, por M. Mazzucckelli.

RENE GROU SSET

de la Academia Francesa

GENGIS KAN E L C O N Q U IS T A D O R D E L M U N D O

Los grandes países largo tiempo callados se extenderán. A. DE V1CNY.

T raducción d e L eo n o r T. de P aiz

Editorial Renacim iento, S. A. M éxico

Traducción de "L e Conquérant du Monde” , de Rene Grousset. Éditions Albín Michel, París.

Primera edición en español

(C ) 1960. Editorial Renacimiento, S. A. Avenida de la Universidad, 767, M éxico, D. F. Queda hecho el registro y el depósito que determinan las respectivas leyes en to­ do» loa países de habla española. Reservados todos los derechos. Impreso en México Printed in México

Offset Hispano, Mateo Alemán, 8. México, D. F.

PREFACIO EDITORIAL

Como prometimos a nuestros lectores, continuamos con esta, obra la serie de nuestras Biografías, tan brillantemente iniciada con el Robespierre y seguida por el Diego Rivera (dos volú­ menes) y el Chopin, en el sesquicentenario de su nacimiento. Hemos escogido ahora, en el curso de nuestra labor, otra figura simbólica, antigua, pero de singular modernidad en cuanto a la presencia en la Historia de lo que fu e y significó: Gengis Kan, el gran caudillo mongol que supo organizar y es­ tructurar el Oriente para lanzarlo contra el mundo occidental en un afán incontenible de expansión y de conquista. Hacia Occidente, caminó el gran conquistador y legislador Gengis Kan, como los■hunos y como Tamerlán, en la ruta de sus triunfos;■también marcharon hacia Occidente los españoles para descubrir, conquistar y colonizar las tierras de América. Hay quienes pretenden sacar de estos hechos conclusiones pre­ maturas acerca del destino futuro del mundo; sin embargo, no debemos olvidar un hecho importante: antes que los españoles de Colón y los mongoles de Gengis Kan se lanzaran a sus con­ quistas, salieron de su patria los griegos de Alejandro Magno rumbo a Oriente y llegaron muy adentro de Asia .. . No pode­ mos desdeñar lo que quedó en los países conquistados después de las invasiones mongólicas: pero cualquier historiador objetivo tendrá que reconocer que aquellos resultados no pueden com­ pararse con los obtenidos por la expedición de Alejandro y por el descubrimiento de América. Resultaría pueril sobrestimar el papel de la Geografía en la Historia para prever lo futuro: sin embargo, tampoco seria justo desdeñarlo. Y nosotros queremos ofrecer al lector antecedentes y datos que lo ayuden a formar su juicio y a completar su cul­ tura con objetividad y eficiencia. Por eso, hemos escogido para ello este libro sobre Gengis Kan, obra del ilustre académico

6 francés René Groüsset, quien con su habitual maestría, nos ofrece un soberbio y ameno cuadro histórico, en el que los personajes y la época están perfilados por su brillante pluma como nadie, había logrado hacerlo hasta hoy. Más adelante, procuraremos que otras Biografías, ofrezcan al lector otros- aspectos de esta impresión histórica, esencial para el conocimiento de la realidad de ayer y de las posibilidades de mañana.

A D VER TENCIA DEL A UTOR

En trabajos anteriores, el autor de este libro se ha esforzado por estudiar, mediante la crítica y la comparación de las fuen­ tes, el método y las bases documentales de la historia gengiskánica (Etat.actuel des études sur l’ histoire gengiskhanide, " Bulletin du Comité International des Sciences Historiques,\ n ? 46, páginas 22-4 0 ; y V Empire Mongol,- colección de L’ Histoire du Monde, dirigida por E. Cavaignac, ediciones de Boceará). Hoy, desearía desprender de estas investigaciones la restitución narrativa de los hechos. Entre tanto, el maestro de los estudios mongólicos, Pelliot, ha proporcionado, a la So­ ciedad Asiática y acerca de las mismas cuestiones, tanto según su traducción científica de la Historia Secreta como según Rachid ed Din, comunicaciones muy importantes que no hemos dejado de Utilizar aquí. Por otra parte, Haenisch ha agregado a su edición de la Historia Secreta y al diccionario que llevaba añadido, una traducción que también hemos tomado en cuenta. Finalmente, tenemos de nuevo el deber de dar las gracias a G. Baruche por las observaciones y notas que tan liberalmente nos había comunicado para nuestra obra anterior y de las que ésta ha seguido beneficiándose.

PRIMERA PARTE

LOS A N T E PA SA D O S

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LOS HIJOS DEL LOBO Y DE LA CORZA

El paisaje en que se desarrolla esta historia terrible es uno de los que presentan más contrastes en toda el Asia. Al norte, poderosas cadenas montañosas — Altai, Sian, Jangai, Yablono vi, Jingan— cuya altitud frecuentemente alcanza 2 000 me­ tros. Macizos cubiertos en su mayor parte por selvas que no son más que la continuación de la inmensa, de la impenetrable taiga siberiana, con las esencias que caracterizan a ésta: en principio, en las vertientes expuestas al septentrión, el robusto alerce, "paciente ante el frío” , y el pino, en las pendientes meridionales. Esta flora subalpina se eleva hasta 1 900 e in­ cluso 2 200 metros. Más abajo, las pendientes húmedas y el hueco de los valles están tapizados de cedros; luego, aparecen los chopos, los abedules y los sauces, que seguirán- el trayecto de los ríos hasta el corazón de la estepa. Los pastizales — particularmente jugosos aquí— han co­ menzado en plena zona alpestre, al pie mismo de los montes. Pero a medida que se va progresando hacia el sur, el viento del Gobi hace que la pradera subalpina deje paso a la vege­ tación esteparia, cuya característica — a base de clemátides, de liliáceas, de ajenjos o de grama (este último alimento, muy apreciado aún por el ganado)— varía según la clase de suelos. En primavera, la estepa no es, hasta donde se pierde la vista, más que una inmensa alfombra de verdor que todos los bardos mongoles han cantado. En junio, se adorna con flores multi­ colores hasta el momento en que, hacia mediados de julio, un calor de hoguera empieza a secar tanto verdor y a colorear de un amarillo uniforme todas las llanuras. Puede verse que "la sonrisa de la estepa” dura poco. "En octubre, entra ya el invierno' con sus tormentas de nieve. En noviembre, el hielo aprisiona los ríos, que no volverán a ser libres hasta abril” . Por entonces, la tierra mongola no es

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sino un anexo dé Siberiá; y durante la segunda quincena de julio, una temperatura tórrida la transformará en anexo de los Saharas asiáticos: "L a estepa vibra bajo el sol; una tormenta furiosa estalla cada mediodía” .* Y de ahí, proceden terribles oscilaciones de temperatura: en Urga, capital actual de la Re­ pública Popular de Mongolia, salta de — 42-6 en invierno a -f- 38 92 en verano. Además, en toda estación, montañas y estepas se encuentran barridas por vientos que casi arrebatan de la silla al jinete. Si los mongoles han llegado a ser la raza de hierro del mundo antiguo, es porque han sido forjados por la existencia más ruda bajo este clima brutal, en esta tierra de bruscos excesos, cuyos contrastes sólo pueden equilibrarse en organismos capaces de no dejarse aniquilar de buenas a pri­ meras. Y así es com o se nos presentan aquellos cazadores fo­ restales y pastores nómadas — cazadores de la orilla de la taiga, pastores en las avanzadas de la estepa— "rostros some­ ros” , caras planas de pómulos salientes, de tez requemada, en la que relucen ojos de águila, pechos indestructibles, torsos macizos, troncos nudosos, piernas arqueadas por el constante uso del caballo; así se nos presentan también sus caballitos despeinados y esmirriados, tan rudos y resistentes como ellos mismos. Caballo y jinete están hechos para desafiar a las tem­ pestades de nieve y a los torbellinos de arena ardiente, para escalar por el norte los macizos alpestres cubiertos de selvas impenetrables, para atravesar por el sur las extensiones pri­ vadas de agua del Gobi, para com petir por doquier con los; veloces animales-tótem de la estepa y del bosque: el ciervo maral y el lobo. ¡El lobo y la corza! Los encontramos por cientos en esas curiosas placas o estatuillas de bronce, que, con temas de ani­ males, desde la región de Minusinsk, en el corazón de Siberia, hasta el recodo de los Ordos, en la frontera china, desde quizá el siglo vn a. de C. hasta la plena Edad Media, representan por excelencia el arte de las poblaciones de la Alta Asia. La leyenda mongola, igual que la leyenda turca {de la cual quizá * La Mongolia se distingue por el violento contraste entre el volumen de las precipitaciones estivales y el de las invernales; en verano, recibe el 75% de las pre­ cipitaciones anuales, y en invierno, sólo-del 2 al 3% y aún menos (L Berg).

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ha sido tomada), ve en ellos a los propios antepasados de la raza. El Lobo Gris, o más exactamente Gris-Azulado (Bortechino), sale de la caverna legendaria del Erkene-kon que debe imaginarse al norte, por el lado de las cordilleras cubiertas de selvas que citábamos antes, pues los mongoles, antes de ser gentes de estepa, fueron originariamente un pueblo de los montes selváticos. El gran lobo ancestral se encuentra con su futura compañera, la Corza Rojiza (K o ’ai-maral) y su rumbo los lleva al corazón del futuro país mongol. Procedentes de las orillas del lago Baikal — del "m ar” (Tenggis), como dice el bardo gengiskánico— vienen a establecerse en las fuentes del río Onon, cerca del monte sagrado del Burkan-kaldun, es decir del actual macizo del Ken Tai. Lugares sagrados por excelencia. Más allá que las espesas selvas de pino de su base, el Ken Tai alza hasta 2 800 metros los bloques de granito y de gneis de sus cimas planas y de sus calvas cúpulas, en las que mora el dios del cielo azul — Kok Tenga— , divinidad su­ prema de los mongoles. Y efectivamente, ahí es donde en los momentos cruciales de su carrera, después de haber realizado

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la ascensión del monte sagrado, Gengís Kan vendrá a colo­ carse bajo la protección de las potencias celestes. Y en verdad que el Ken Tai parece presidir los destinos del país mongol, cuyas dos zonas separa: ya hemos visto, al norte, la zona forestal, que no es sino la continuación de la taiga, y al sur, la zona de las estepas, que anuncia las so­ ledades del Gobi. En cuanto al Onon, en cuyas fuentes el Lobo y la Corza se han detenido, se presenta como un río de tran­ sición, pues la taiga llega hasta su curso superior mientras que el resto de su curso tiene el tipo mismo de los ríos de estepa seca que se arrastran sobre un suelo de arcilla y de arena, alternativamente indigentes y desbordantes, y cuyas riberas están cubiertas de jugosos herbajes. En aquel paisaje predes­ tinado, se amaron el Lobo Gris y la Corza Rojiza. Su hijo Batachikán será el abuelo de la familia gengiskánica. La descendencia que sigue, árida como una genealogía bí­ blica, no nos brinda más que nombres, aunque iluminados a veces por un reflejo extraño. Aquí está Yeke-nidun, es decir "Gran Ojo” , especie de cíclope cuya historia permanece, por otra parte, en la más profunda obscuridad. Después de algunas generaciones, parece que volvemos a pisar la realidad de nuevo. De Torgoljin el Rico (baiyan), nacen Dua el Ciego (sokor), es decir, el Tuerto, y Dobun el Prudente (mergen). Este último es quien perpetuará la raza. Un día que ambos herma­ nos habían realizado la ascensión del Burkan-kaldun, o sea, como ya hemos visto, del monte Ken Tai, divisaron una horda en marcha por el lado del Tungelik, pequeño afluente derecho del Orjon y que nuestros mapas indican con el nombre de Kara o "río negro” . El Tuerto indicó a su hermano menor: "Entre esas gentes, distingo, en la delantera de un carro negro, una chica muy guapa. Si no se encuentra ya casada, hermano Dobun, voy a pedirla para ti” . La muchacha se llamaba Alan-koha, "Alan la Bella” . Era de buena raza, perteneciente a la tribu forestal de los Koritumat, que vivía de la caza y el comercio de pieles en la ribera occidental del lago Baikal. Su padre, Korilartay, enojado con los suyos, había abandonado sus selvas natales, sus espesuras llenas de martas y de cebellinas, para venir a buscar fortuna

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a la sombra protectora del. monte Burkan-kaldun. La petición que se le hizo acerca de su hija debió de parecerle una buena oportunidad para que las gentes del país lo admitieran. Aceptó la proposición y así fue como Dobun el Prudente se casó con la bella Alan.

EL VISITANTE CELESTIAL

Estas tradiciones resultan interesantes porque nos confirman que, según el ejemplo del gran lobo ancestral, los mongoles primitivos eran ciertamente candores selváticos, o a lo sumo, gentes de la linde'entre bosque y pradera. Pero es notable que el bardo mongol, en cuanto a tiempos míticos, sólo nos hable de caza y jamás de ganadería. Este es el caso de Dobun el Prudente. Cuando se hubo casado con Alan la Bella, un día que estaba cazando en el monte Togochak, se encontró con un hombre de la tribu de los uriangkat, que acababa de ma­ tar un ciervo de tres años. El hombre estaba asando las costi­ llas del animal y las entrañas cuando Dobun lo interpeló: "Camarada — gritó brutalmente;— dame de esa carne” . Ante esa orden, el hombre cedió. La vida de aquellos sal­ vajes debía de estar compuesta de encuentros enojosos ante loa cuales lo más sensato era inclinarse, sobre todo, si el recién llegado parecía m ejor armado y más robusto. Conservando para sí sólo el pecho y la piel del animal, el cazador abandonó todo lo demás a Dobun. Dobun marchaba con la presa que acababa de conseguir tan fácilmente cuando, en su camino, se encontró con un pobre hombre de la tribu de los bayahut que llevaba a su fcdjito de la mano. Imploró a Dobun: "Dame de tu caza y te cederé a mi muchacho” . El trato era interesante. El Prudente entregó al mendigo un pem il de ciervo y se llevó al niño a su yurta para que fuera su servidor. No es imposible que el muchacho que acababa de ser com­ prado a cambio de un pedazo de venado haya sido el antepa­ sado de Gengis Kan. En efecto, acontecimientos desconcer­ tantes iban a surgir en la casa de Dobun. Este había dejado dos hijos a la bella Alan al morir. Pero después de su falle-

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cimiento, la bella dio a luz tres hijos más. Ante lo cual, nos cuenta cándidamente el bardo mongol, los dos hijos mayores — los de Dobun— se pusieron a murmurar: "Aquí tenemos que nuestra madre, sin presencia de esposo, ha traído al mundo a esos tres otros muchachos. Pero en su yurta, no hay más hombre que el bayahut. Los tres mucha­ chos podrían ser de é l . . Y en efecto, tal era la explicación demasiado humana de aquellos hechos sorprendentes. Pero juicios tan temerarios no tomaban en cuenta la intervención del Cielo, del Tengri en persona, preocupado — ahora lo sabemos— por asegurar des­ cendencia al héroe. Es lo que la viuda Alan reveló ella misma a sus hijos mayores. En un día de otoño, reunió a éstos con sus tres hermanos pequeños para un festín familiar (había asado un cordero de un año). Y explicó entonces el misterio cuyo secreto había guardado hasta entonces: "Todas las noches, un ser resplandeciente, de color oro, descendía por el agujero de ventilación de mi yurta y se des­ lizaba a mi lado, El es quien, por tres veces, ha fecundado mi G, Kao, pliego I

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flanco. Y después, se iba en un rayo de luna o de sol. Era semejante a un perro amarillo. Dejad pues, mis dos hijos ma­ yores, de pronunciar palabras desconsideradas, pues es indu­ dable que vuestros tres hermanos son hijos del propio Tengri. ¿Cómo podríais hablar de su caso como si se tratara de la ge­ neralidad de los mortales?” Y con una frase obscura, la gran viuda pareció profetizar que los hijos de estos hijos, que los hijos del milagro, serían un día los conquistadores del mundo . , . Al mismo tiempo, Alan-koha había entregado a cada uno de sus hijos una flecha, invitándolos a que la quebraran, lo que hicieron sin dificultad. Después, les tendió cinco flechas más, unidas en un haz, pero este haz no pudo ser quebrado por ninguno. Entonces, ella les enseñó la lección de esta prueba: "O h mis cinco hijos, si os separáis, seréis quebrados uno tras otro, como habéis quebrado vosotros cada flecha por se­ parado. Si permanecéis unidos com o un haz, ¿quién podría romper vuestra unión?” *

f El primer episodio evocado en este capítulo se refiere a la costumbre morí' gola llamada del chiralgat que hacía que cualquier hombre que se encontrara con un cazador que acabara de matar una presa pudiera exigir una porción, con la con* dición de que el animal no hubiera sido despedazado aún. La ley de la estepa tenía así el aspecto de un gesto de compañerismo en una sociedad de cazadores. (Véase Pelliot, T ou n g pa o, X X X V H , 3-4, 1944, págs. 102*113).

LA GESTA DE BODUNCHAR

Después de la muerte de la gran viuda, sus cinco hijos se repartieron sus rebaños — principal riqueza de los nómadas— o mejor dicho, los cuatro mayores-tomaron casi todo para sí, no dejando nada para el más joven, Bodunchar el Simple (murigkak), "por causa de esta simplicidad y de su debilidad” . Aquí comienza, en la narración del bardo mongol, la Gesta de Bodunchar, muy.quriosa, porque'después de la del Lobo y la Corza'y después de la'-hi'storj'á de la divina bastardía,'ta­ jamos del cielo a la tierra para seguir la vida miserable de un merodeador de la estepa, Bodunchar el Simple ha terminado por darse cuenta de que él no cuenta para Su familia. Decide separarse de -ella y buscar fortuna por sus propios medios. Toma un caballejo, "un caballo blanco de raya negra, con el rabo medio pelado y un desollón en el lomo” , y se llega hasta el páramo. No se le ocultaba que con semejante penco y extra­ viado qn la estepa, su suerte era precaria: "Si mi caballo aguanta, subsistiré. Si sucumbe, pereceré” . Bajó por el valle del Onon. A la altura del islote de Balchun-aral ("la isla ce­ nagosa” ) , se construyó una miserable cabaña de rastrojo. Cerca del lugar, divisó una hembra de azor — especie de gavilán que caza a ras del suelo— que devoraba a una gallina negra de las estepas. "C on las crines de su caballo, hizo un nudo co­ rredizo y se apoderó del azor” . Domesticó el ave rapaz y la adiestró para la caza menor. En primavera, cuando gansos y patos salvajes bajaban a miles por las aguas del Onon, después de haber dejado a su azor hambriento, Bodunchar lo lanzaba contra las bandadas de aves, y durante semanas, ambos tenían carne abundante. Cuando escaseaba la presa, Bodunchar a la manera de Mowgli, se asociaba con las bandas de lobos que acosaban a corzos, ciervos, antílopes y hemíonos a orillas del Onon. "A cechaba la caza que los lobos habían empujado y

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acorralado en el farallón; la abatía con sus flechas y la com­ partía con ellos. Lo que los lobos dejaban era para alimentarse él y alimentar a su azor” . La ruda existencia del Mowgli mongol fue trastornada por nuevos vecinos. Una horda, surgida de la cuenca del Tungelik (sin duda, como hemos visto, el Kara actual, afluente del Orjon, al norte de Urga), vino a acampar en la región. El Sim­ ple hizo al principio buenas migas con ella. Diariamente, des­ pués de haber lanzado su azor a cazar, iba hacía la horda para •mendigar leche de yegua, que no le negaban. Pero las costum­ bres de todas aquellas gentes seguían siendo hurañas y suspi­ caces. Ni Bodunchar ni sus vecinos se dirigían preguntas indiscretas acerca de su raza o de sus orígenes, y por la noche, aquél se retiraba prudentemente a su cabaña. Sin embargo,, el hermano mayor de Bodunchar, Bukukatagi ("e l ciervo potente” ), se preocupaba por lo que había sido de él. Ante las señas que daba, las gentes de la tribu vecina reconocieron a su hombre: "E l que buscas — dijeron a Buku— vive no muy lejos. Todos los días, viene a beber leche de yegua con nosotros, pero ignoramos dónde se oculta de noche. Cuando sopla el viento del nordeste, las plumas de los gansos salvajes abatidos por su azor vuelan hasta aquí com o los copos de una tempes­ tad de nieve. Pero no tardarás en verlo: es la hora en que viene por aquí” . En efecto, Bodunchar llegaba: Buku y él se reconocieron y se alejaron juntos a lo largo del Onon. Como iban cabal­ gando, Bodunchar profirió tres veces esta máxima sibilina: "es bueno que el cuerpo tenga cabeza y que el abrigo tenga cuello” . Y como su hermano le preguntara el sentido del enigma, ex­ plicó: la tribu en cuya vecindad estaba viviendo se debate, sin jefes, en la anarquía: "N o establecen diferencia entre la. cabeza y la pezuña, todos son iguales” . Y sin recordar que aquellas gentes, al darle diariamente leche, le habían salvado la vida, Bodunchar, como auténtico merodeador de la estepa, agregaba: "En estas condiciones, no sería difícil sorprenderlos y echar mano de sus bienes” . Buku, encantado ante la perspectiva del botín, llevó nueva­

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mente al desterrado al campamento familiar, donde los otros tres hermanos también aplaudieron el proyecto. Todos brin­ caron a caballo y ahí van al galope hacia la vieja cabaña de Bodunchar, mientras éste cabalga como explorador. Antes de llegar, capturó a una joven encinta a la que obligó a in­ formarle más ampliamente acerca de la tribu en cuestión, que era una fracción de los djarchihut. La sorpresa fue completa. "Cayeron sobre ellos •— cuenta alegremente el bardo mongol— , se apoderaron de sus rebaños y de su abastecimiento, y redu­ jeron sus gentes a la servidumbre” . El episodio ilumina con una luz fría aquellas costumbres de salvajes. Bodunchar el Simple, antaño despreciado por sus hermanos y obligado al destierro por causa de su debilidad, se ve ahora rehabilitado y honrado por ellos, precisamente por haber pagado con la más negra traición la hospitalidad dema­ siado confiada de los djarchihut. Mejor aún: para el bardo gengiskánico, que nos ha narrado el acontecimiento, este golpe a base de deslealtad constituye su mayor título de gloria. Cierto es que una observación del mismo Bodunchar nos ha informado acerca de las leyes ineludibles de la vida esteparia, tan parecidas a la ley de la manigua: "L a tribu de los djarchi­ hut es fácil de vencer, puesto que no tiene jefes” . Jefes de guerra, entrenadores de hombres y hasta organizadores inna­ tos, todo esto serán los descendientes de Bodunchar en grado sorprendente, y por ello, merecerán ser los "conquistadores del mundo” . Pero para llegar a eso, era menester primera­ mente, siguiendo el consejo de la viuda mongol, Alan, reunir el haz de las flechas mongolas, crear la unidad de las tribus.

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MISERIA Y GRANDEZA DE LOS NOMADAS

Esta reunión de las tribus, que había de ser llevada a cabo algún día por Gengis Kan, fue esbozada por sus antepasados en varias oportunidades. Y varias veces pareció realizada, para romperse luego dando lugar al desmenuzamiento de los clanes, a sus rudas venganzas, a la anarquía y a la impotencia. En­ tonces, no había situación más miserable que la de los des­ cendientes del Lobo y la Corza. El nieto de Bodunchar, Menen-tudun, había muerto joven dejando a su esposa Nomolun siete hijos que los genealogistas nos citan cuidadosamente uno por uno desde el mayor Kachikulug (Kachi el Héroe) hasta el más joven, Nachin-báhatur (Nachin el Valiente) .*■ La enérgica Nomolun se mantiene a la cabeza de la tribu, ejemplar de aquellas katún o princesas mon­ golas que durante los interregnos fueron capaces de sostener con mano viril el tuk de la tribu, la bandera adornada dé colas de caballo semental o de yac. A todo esto, se produjo en Mongolia un brusco remolino de pueblos, ocasionado por una incursión de los djurchet, na­ ción tun’gú surgida de la selva manchó y que se estaba adueñando, en otra dirección, de la China del Norte. Los djurchet atacaron a la tribu de los chalair, horda turca quizá, establecida a orillas del río Kerulen, y realizaron con ella una verdadera carnicería. Setenta familias chalair huyeron hacia el alto Onon, hacia los pastizales de los mongoles, que por entonces eran gobernados por la viuda Nomolun. Apremiados por el hambre, aquellos emigrantes se pusieron a buscar raíces en la pradera en que los mongoles ejercitaban a sus caballos. Nomolun in­ tentó oponerse. Subida en su carro se dirigió contra los chalair * Para el historiador persa Rachid ed-Din, la señora Nomolun (él dice: Monolun) es madre de Kachí-kulug. En la Histaria secreta mongola, párrafo 4 ó, aparece como esposa de este mismo Kachí-kulug.

y era tal su enojo, que logró herir a varios. Ellos se vengaron espantando a' sus manadas de caballos. Aquello iba a ser ba­ talla: los hijos de Nomolun acudieron al combate sin tomarse el tiempo de vestir sus corazas de cuero cocido. La viuda, asustada ahora ante el giro que tomaban los acon­ tecimientos, mandó a sus nueras que Ies llevaran rápidamente las armaduras, pero antes de llegar éstas, ya habían sido muertos seis de entre ellos. Los chalair mataron después a la propia Nomolun. Sólo sobrevivieron de su familia el séptimo hijo, Nachin el Fállente, que com o sé había casado con una mo2a del país de Barguchin, se había establecido por aquel lado, y un niño, Kaidu, hijo de Kachi-kulug y por ello, repre­ sentante de la rama mayor de la familia "real” . El país de Bargu, o "Barguchin” , donde Nachin se había casado, corresponde a la costa oriental del lago Baíkal y más particularmente, al valle longitudinal del río que lleva este nombre, separado durante largo tiempo del lago por una cor* diliera .costera de 1 200 a 1 4 0 0 metros de altitud, cubierta por tupidas selvas. Al enterarse de la matanza de los suyos, Nachin partió de Bargu bacía la pradera familiar del alto Onon, pero ya lo irreparable había sucedido: sólo se encontró a algunas viejas, desdeñadas por los chalair, y a su sobrino, el niño Kaidu, a quien habían salvado escondiéndolo a tiempo tras unos haces de leña o bajo un cuenco de.leche. Nachin el Valiente ardía, como -hombre de corazón, en de­ seos de Vengar á.los •suyós’,' y corno', buen mongol, de recuperar los caballos — la gran riqueza de los nómadas— que el agresor había .arrebatado. Pero Nachin no tenía montura. Por suerte, un alazán que se había escapado del campamento chalair re­ gresó a su pradera natal. Nachin lo montó y se dirigió hacia las yurtas enemigas, hacia el río Kerulen. "Encontró primero a dos cazadores a caballo, a cierta distancia uno de otro, que llevaban sobre el puño un halcón o un azor cada uno. No le costó reconocer que las dos aves de presa habían pertenecido a sus hermanos” . Se acerca al jinete más joven y sin darse a conocer, le pregunta si no ha visto un caballo semental more­ no, que llevaba hacia el E. una manada de caballos. Traban la conversación y en un recodo de la sinuosa pista a orillas

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del Kerulen, Nachin, de improviso, apuñala a su compañero. Con una sangre fría sorprendente, amarra al cadáver el caballo y el halcón, y se dirige después, tranquilamente, hacia el otro cazador. Este que, de lejos, no distingue lo que ocurre, pre­ gunta por qué el primer jinete está tanto rato tendido en el suelo. Nachin lo engaña con una explicación cualquiera y luego, escogiendo'el momento, también mata a este hombre. Más allá, divisa varios cientos de caballos que. pastan en un valle, vigilados por unos cuantos muchachos. No queda la menor duda: es la manada de su familia. Escala una eminen­ cia, recorre el horizonte con la mirada: no hay tropa armada. El enemigo, confiando en su victoria, se dedica a las tareas de su vida nómada. Nachin se precipita sobre lps jóvenes cui­ dadores, los mata y lleva el rebaño de caballos hacia los pas­ tizales de su familia, adonde liega, feliz, con los halcones de sus hermanos en los puños. Pero como teme un retomo ofen­ sivo de los chalair, se lleva consigo a su sobrino Kaidu y a las abuelas, y con los caballos sementales, yeguas y castrados, los lleva donde se encontraba su mujer, a los calveros del Baikal oriental, el país de Bargu. Ya hemos visto que Kaidu era el representante de la rama mayor. Cuando llegó a edad de hombre, su tío Nachin lo re­ conoció lealmente como jefe de las tribus. Entonces, Kaidu llevó a los suyos a la guerra de desquite contra los chalair, a quienes derrotó por completo y obligó a formar parte de su clientela. Puede' creerse que estableció entonces sus campa­ mentos en el antiguo patrimonio de su familia, en el sudeste del monte Ken Tai, cerca de las fuentes sagradas del Onon y del Kerulen. "Familias de diferentes tribus — nos cuentan los anales chinos— venían una por una a ponerse bajo su protección, y el número de sus súbditos crecía de día en día” . Esta es la característica de aquellas dominaciones nómadas, en las cuales, el prestigio del jefe provoca a su alrededor la reunión de los clanes deshechos y hambrientos, de las familias aisladas en busca de protector, de los aventureros deseosos de gloria gue­ rrera y de los arqueros que tratan de cambiar contra botín y venados la infalibilidad de sus flechas. Y la realeza del propio

Lámina L

Paisajes de la Mongolia central (Urga)*

Cliché Bouillane de Lacoste.

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Gengis Kan no se iniciará en forma distinta. Por eso, el reino fundado por" Kaidu — el primer reino mongol histórico— es precursor del futuro reino gengiskánico. Bardos mongoles, analistas chinos e historiadores persas no se han dejado enga­ ñar: Kaidu es el primero de su raza al que reconocen el título de kan, es decir, de-rey. Algunos incluso le dicen Kagan, es decir, emperador, pero salta a la vista que esto es una consa­ gración postuma, como si el título de los conquistadores gengiskánicos hubiera por fuerza de remontarse hasta su remoto abuelo. Por otra parte, la repentina elevación de Kaidu, que sobre­ viene después de la matanza de los suyos, nos muestra en forma impresionante la fragilidad de aquellos imperios nómadas y cómo una tribu, reducida a la nada por la pérdida de sus pas­ tizales, por la degollación de sus varones y por la captura de sus yeguas, se alza para una nueva expansión demográfica tan pronto como el terreno de caza y de crianza deja de serle escatimado. En cuanto a la fecha de estos acontecimientos, naturalmente, resulta imposible establecerla en forma exacta. Sin embargo, parece que hayamos llegado aquí al segundo tercio del siglo xu.

EL JEFE SALVAJE Y EL REY DE ORO

Después de Kaidu, primer kan mongol, las tribus parecen haberse repartido entre sus tres hijos, lo cual debió de con­ tribuir a debilitar a la joven realeza. De hecho, casi nada sa­ bemos de su sucesor, su hijo mayor Baichingkor-dokchin, "el halcón terrible” . Pero el nieto de Baichingkor, el kan Kabul, fue un gran jefe. Con él, los mongoles, cuyo horizonte no había sobrepasado hasta entonces los alrededores del monte Ken Tai, ingresan en la política mundial. Ya son lo bastante fuertes como para que la corte de Pekín se ocupe dé ellos. Pekín y la China del Norte pertenecían por entonces al pueblo de los djurchet, que había bajado de Manchuria y era de raza tong, es decir, pariente cercano de los manchúes ac­ tuales. Los príncipes djurchet, ostentando el título chino de kin, o sea, "Reyes de Oro” , reinaban desde las selvas del Amur hasta las cercanías del Yang-tse kiang. Cerca del Yang-tse, su presión se ejercía en perjuicio del imperio chino, al que deja­ ban reducido a las provincias de la China meridional. Para estar a sus anchas por este lado, era importante que los nó­ madas de Mongolia no amenazaran sus espaldas. Acaso la reunión de las tribus del Ken Tai alrededor del kan Kabul anunciara una amenaza. Para saber a qué atenerse, el Rey de Oro invitó al jefe tnongol a su corte, ya fuera en el mismo Pekín o en uno de los vedados reales de Manchuria. Allí, se portó Kabul com o un verdadero salvaje. Cierto es que los djurchet, que permanecían muy próximos a la barba­ rie manchó y apenas se habían rozado con la civilización china, eran harto poco refinados. Pero aún así, quedaron estupefactos al ver los modales de su huésped mongol, y particularmente, ante su apetito pantagruélico. Cierto que los historiadores persas explican este apetito en forma muy curiosa. El salvaje, que se encontraba invitado en medio de grandes señores, in-

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Caballo salvaje de Mongolia tranquilo ante tanta afluencia y sobre todo por los rebuscados manjares, dulces chinos tan misteriosos en los que podía ocul­ tarse algún veneno, salía de cuando en cuando para vomitar. Después, regresaba a la mesa y seguía comiendo y bebiendo tan campante. Pero los manjares debían de ser sabrosos y el alcohol de arroz particularmente abundante, ya que Kabul, más borracho que de costumbre, llegó hasta el punto de llevar la mano a las barbas del Rey de Oro. Al salir de su embria­ guez y enterarse del crimen de lesa majestad que había cometido, él mismo pidió ser castigado. Pero el Rey de Oro sólo se rio, ya fuera porque no pensaba que pudiera exigirse mejor comportamiento de un salvaje o porque no deseara atraerse la enemistad de los mongoles mientras los djurchet tuvieran que luchar contra los chinos en el Yang-tse. Así que perdonó a Kabul y lo mandó de regreso a Mongolia con ricos presentes, oro, pedrerías y ropas de honor. Ahora que, pensándolo bien, los djurchet juzgaron que bajo su campechanía, el salvaje a quien habían mimado podría ser un temible vecino. Tan pronto como Kabul marchó,

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el Rey de Oro, escuchando las sugestiones de consejeros rece­ losos, cambió de opinión. Lanzó emisarios tras el mongol para invitarlo a que regresara; pero éste, olfateando peligro, se negó. Los emisarios, entonces, trataron de apresarlo, pero montado en un potro gris” , logró escapar, y furioso ante la asechanza, mandó matar a los embajadores de la corte de Pekín. Estas narraciones pintorescas, transmitidas a las fuentes persas por los bardos mongoles, hallan su confirmación en los analistas chinos; efectivamente, sabemos que en 1139 y otra vez en 1147, los Reyes de Oro guerrearon en sus confines sep­ tentrionales contra los mongoles, a quienes hubieron por fin de abandonar algunos distritos fronterizos. Anualmente, desde 1148 en adelante, la corte de Pekín mandó, además, a las tri­ bus un obsequio que constaba de bueyes, carneros y cereales, regalo que no era sino un tributo disfrazado para lograr la paz en las fronteras del Gran Jíngan. Además, y según un proce­ dimiento muy chino, el Soberano de Oro reconoció, con, un título pomposo, a su enemigo como rey de los mongoles, afec­ tando no considerarle sino como un cliente y auxiliar. Las fuentes mongólicas nada nos cuentan de estas compo­ nendas. En cambio, siguen considerando la innumerable des­ cendencia de los obscuros jefes de horda que iban a tener el honor incomparable de ser los antepasados cercanos de Gengis Kan. Así, sabemos que el kan Kabul dejó siete hijos, que de­ bieron a su fuerza y a su valor el sobrenombre de Kiyat. que significaría "torrentes” y que conservó su posteridad, la cual formó un subclán particular en el clan real de los bordjigin. Estos siete hijos son frecuentemente evocados por los bardos mongoles, pues todos estos nómadas, por míseros que fueran, no dejaban de llevar cuidadosamente establecida su genealogía; son Okin-barkak, Bartan-bahatur (el Valiente), Kutuktu-mungur, Kutula, Kulan {el Hemíono), Kadahan y Todoyen. Y sin embargo, Kabul no transmitió su realeza a ninguno de ellos, sino a su primo Ambakai, nieto él también del kan Kaidu y jefe del clan de los taichihut.

ODIOS INEXPIABLES: EL SUPLICIO DE AM BAKAI.

El reino mongol parecía estar en su apogeo cuando estalló una rivalidad funesta entre él y el pueblo tártaro. Los mongoles, como ya hemos visto, vagaban al pie del ma­ cizo del Ken Tai, cerca de las fuentes del Onon y del Kerulen, dos ríos gemelos que corren poco más o menos paralelos, el primero al norte y el segundo al sur, dirigiéndose hacia el este. Pero los dos valles no tardaron en diferenciarse. El Onon, por lo menos en cuanto a su ribera izquierda, que bordea la taiga sin cesar, sigue siendo un río de los montes cubiertos de bos­ ques. Por lo contrario, el Kerulen no tarda en transformarse en río de estepa, corriendo, sin pendiente apenas, a través de horizontes planos, secos durante parte del año, igual que una cinta en medio del desierto. Por eso, cuando desagua en el lago Kolen, no tiene más que dos metros de profundidad en su parte más profunda, con un ancho de veinte a cuarenta metros. Se ha dicho que es un "extranjero de paso” sin rela­ ción alguna con la zona que atraviesa. Aislado, su valle, de un ancho de dos a tres leguas, forma en su centro una pradera con bosquecillos de sauces; pero a medida que se va alejando uno, ya sólo encuentra una vegetación esteparia, hierbas y zarzas, artemisas, derisus y caraganes. El propio lago Kolen, al que el río Kerulen va a desembocar, lago en vías de empo­ brecimiento, de orillas pantanosas, sólo se comunica con el río Argun, en tiempos de crecida, por un canal que permanece seco durante el tiempo restante. Pero también se encuentra alimentado por el río Urchihun (o Ursson), que sirve de des­ agüe a otro lago, más meridional, el Buyur, el cual se encuen­ tra a su vez alimentado por el río Jalja, que se origina en las pendientes arboladas del Gran Jingan. En su conjunto, se trata de una región semidesértica, salpicada de salinas y de están-

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ques. Pero a medida que se va uno acercando a la cordillera longitudinal del Jingan, aparece la vegetación y pronto las hierbas altas alcanzan el pecho del viajero y se mantienen ver­ des hasta el mes de agosto. Los bosquecillos de sauces, de olmillos, de abedules y de chopos motean la pradera. En cuanto al Gran Jingan, con sus montes que sobrepasan los 2 000 me­ tros, está cubierto de selvas tupidas en las qtíé, igual que en la taiga mongola, predomina el alerce. Toda esta región, desde la desembocadura del Kemlen en el lago Kolen hasta el Jingan y a través del río Urchihun, era la morada de los tártaros, pueblo que se creyó durante largo tiempo era de raza tongu, como los manchues, a pesar de que realmente es de pura cepa mongola. Y además, un pueblo viejo, pues se le encuentra mencionado en las inscripciones, turcas del Orjon, en el siglo vm. Sus brujos debían de. ser fa­ mosos, puesto que cuando el cuñado del kan Kabul cayó enfermo, se llamó, para cuidarlo, a un chamán tártaro. Pero a pesar de los encantamientos qtie se le prodigaron, el enfermo falleció. Entonces, los parientes del difunto acusaron de mala voluntad al chamán, y cuando éste regresaba a su casa, lo per­ siguieron y le dieron muerte. Los tártaros tomaron inmedia­ tamente las armas para vengar a su brujo, mientras los hijos de Kabul se unían al otro partido. * Esta lucha entre pueblos congéneres no carece de interés. Se trataba de saber si la hegemonía entre los mongoles había de pertenecer a las tribus del monte Ken Tai y del alto Onon o a las del bajo Kerulen y del lago Buyur, incógnita que se planteará todavía dos generaciones después, en tiempos de Gengis Kan, y que sólo será definitivamente resuelta por éste. Por el momento, la contienda sólo beneficiaba a la corte de Pe­ kín, al Rey de Oro, que veía una oportunidad de que los nómadas pelearan entre sí y por consiguiente, cesaran de pro­ gresar. Los mongoles parecían por ahora los más temibles, así que el gobierno de Pekín decidió en aquella coyuntura dar respaldo a los tártaros. Tártaros y dju rch et,con sus fuerzas unidas, iban a someter a la joven potencia mongola a crueles pruebas. ¿Sospecharía el kan mongol Ambakai el odio que contra su

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pueblo había despertado el asesinato del chamán? Quizá pensara que el asunto había sido cerrado. Quizá esperara poder desunir el haz de tribus tártaras celebrando alianza con una de ellas. En efecto, comprometió a su hija con un jefe del grupo tártaro de los airihut y de los buituhut, que vagaban por el río Urchihun, entre los lagos Kolen y Buyur. Pero el odio de los enemigos no se había aplacado. Cuando iba con su bija, sin desconfianza alguna, en busca del prometido de ésta, otra tribu tártara, la de los djuyin, se apoderó de él y lo llevó, fuer­ temente escoltado, ante el Rey de Oro. Por su parte, la corte de Pekín debía de encontrarse irritada ante las depredacio­ nes de los mongoles, pues tomó en el cautivo una venganza atroz: el kan Ambakai fue empalado en un burro de madera. El hijo mayor del difunto kan Kabul, Okin-barkak, apresado también por los tártaros, fue igualmente entregado al Rey de Oro y sufrió, por orden de éste, el mismo castigo. Estas eran atrocidades que no iban a ser olvidadas. Antes de morir Ambakai, había encontrado el medio de enviar a un mensajero — Balakachi, del clan besut, aclara el bardo a Kutula, el hijo más enérgico del difunto kan Kabul, así como a sus propios hijos. "Y o , jefe supremo del pueblo mongol, he sido capturado por los tártaros cuando les llevaba mi hija. Que mi ejemplo os sirva de lección. Y ahora, vengadme, aunque para ello ten­ gáis que desgastar, disparando el arco, todas las uñas de vues­ tros diez dedos y hastavuestros diez dedos . "V antes de expiiai, anunció al Rey de Oro que la venganza iba a ser terrible. Y es un hecho que inexpiables rencores iban acumulándose en el corazón de los mongoles, rencores que veremos satisfe­ chos por Gengis Kan y sus hijos en la sangre, primero del úl­ timo tártaro, y luego, del último de los Reyes de Oro'.

EL HERCULES MONGOL

Después del suplicio de Ambakai, los mongoles propiamente dichos y sus hermanos, los taichihut, procedieron a la elección de un nuevo kan en una asamblea que se reunió en Korkonakdjubur, selva situada a orillas del Onon. El electo fue Kutula, tercer hijo del difunto kan Kabul. La elección fue la ocasión propicia para una gran festividad, con danzas y banquetes. "Bajo los árboles de tupido follaje de Korkonak-djubur,' bailaron hasta que sus caderas se fundieron en sus cavidades y sus rodillas en polvo” . Y el nuevo kan, antes que ninguno, tomó parte en esta danza de carácter sacro, quizá con los dis­ fraces totémicos que todavía se usaban en algunos de los pue­ blos de la taiga. Tal como la leyenda nos lo describe, era un personaje ate­ rrador este último rey pregengiskánico, una especie de Hércu­ les mongol, medio bestial y medio divino. Largo tiempo después de su desaparición, los bardos habían de celebrar la potencia de su voz, que retumbaba como el trueno entre las quebradas de los montes, y el vigor de sus manos, semejantes a garras de oso, con las que partía a un hombre con la misma facilidad que si fuera una flecha. "Contaban que, en las noches de invierno, se acostaba desnudo cerca de una fogata de gran­ des árboles, sin sentir las chispas ni los tizones que caían sobre su cuerpo y pensando al despertar que sus quemaduras eran picaduras de insectos. Devoraba diariamente un camero entero y se tragaba un enorme cuenco de kamiz o leche fermentada de yegua” . Tan pronto com o subió sobre la alfombra de fieltro de la realeza, Kutula partió en guerra con su hermano Kadahan contra los tártaros, para vengar a Ambakai. En trece encuen­ tros, dieron batalla a los jefes tártaros Koton-baraka y Jalibuka (el Toro). Pero a pesar de sus esfuerzos — confiesa con

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Cargando un camello

tristeza el bardo m ongol— , no pudieron tomar venganza de aquellos traidores, no llegaron a infligirles el castigo merecido. Entendamos con esto que no pudieron sacar ninguna ventaja decisiva. Ningún detalle poseemos acerca de aquellas luchas, si no es que el sobrino de Kutula, Yesugei-bahatur (Yesugei el Valiente), hizo prisioneros a varios jefes tártaros, entre ellos a Temujin-uge y Kori-buka. Veremos que a esta circunstancia iba a deber su nombre el futuro Gengis Kan. El mismo hecho nos permite situar hacia el año 1166 la victoria de Yesugei sobre los dos jefes tártaros: es la primera fecha de esta historia. Sin embargo, Kutula había efectuado sus incursiones ven­ gativas más allá de los tártaros, hasta el territorio del Rey de Oro, indudablemente, hacia los actuales confines mongolomancbúes. La tradición cuenta que durante una de estas expe­ diciones, se entregaba a los placeres de la cacería cuando se encontró súbitamente atacado por'gentes de la tribu de los dorben, a pesar de ser tribu mongola, lo cual nos demuestra hasta G. Kin, pliego II

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qué punto era poco respetada la realeza fuera de los grupos a los cuales pertenecía directamente el kan. Abandonado por su séquito, Kutula se arrojó a un pantano, en el cual, su ca­ ballo se hundió hasta el cuello. "Subiéndose entonces a la silla, 9altó fuera de aquel terreno cenagoso. Los dorben, que llega­ ban a la orilla opuesta, descuidaron perseguirlo diciendo: "¿Qué es un mongol sin su caballo?” Mientras tanto, los ser­ vidores de Kutula habían difundido la noticia de su muerte y su sobrino Yesugei había ido, según la usanza, a llevar man­ jares a su familia para celebrar con ella la comida fúnebre. Pero la esposa de Kutula, una de aquellas mongolas viriles que tan frecuentes son en esta epopeya, se negó a creer en su fallecimiento: "¿Cómo un guerrero cuya voz conmueve la bóveda del cielo y cuyas manos asemejan a las patas de un oso de tres años iba a dejarle prender por los dorben? Creedme, yo sé que pronto reaparecerá” . Y en efecto, una vez que los dorben se fueron, Kutula sacó a su caballo del pantano tirándole de las crines. Cuando se en­ contró en la silla, divisó una manada de yeguas que pastaban en las praderas de los dorben bajo la dirección de un semen­ tal. Saltó sobre éste, lo dominó, empujó por delante a las ye­ guas y llegó alegremente a su yurta en el momento en que empezaban a llorarlo. Pero estas proezas debieron de terminarse mal. La tradición mongola nos habla de un desastre sufrido por los mongoles cerca del lago Buyur, en una batalla librada contra los tárta­ ros, unidos al Rey de Oro. También sabemos por mediación de las fuentes chinas que en 1161, éste mandó un ejército a Mpirgolia para terminar, pon las devastaciones de los nómadas. La política de la corfe de Pekín punida a las arínaé de los tár­ taros, debió de triunfar del primer reino mongol. En efecto, en la generación siguiente, vemos que los tártaros reemplazan a los mongoles en la hegemonía del Gobi oriental. Su poderío se irá volviendo tan considerable, que llegará a intranquilizar al soberano kin de Pekín, el Rey de Oro en persona, y a esta inversión de alianzas, deberá realmente sus primeros éxitos Gengis Kan.

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Es un hecho que nada sabemos del final del kan Kutula, salvo que no tuvo sucesor. Ninguno de sus tres hijos — Jochí, Girmehu, Altan— habrá de reinar. Tampoco reinó el sobrino de Kutula, Yesugei-bahatur (el Valiente), a quien la epopeya mongola no dejaría de atribuir el título de kan por poco que se hubiera presentado la posibilidad, puesto que aquí se trata del propio padre de Gengis Kan. Así queda comprobado que la primera realeza mongola, destruida por los tártaros y la corte de Pekín en condiciones que ignoramos, se había des­ vanecido nuevamente dejando en su lugar la desmembración de las tribus. La caída de la primera realeza mongola, según todos los tes­ timonios que poseemos, debió de acompañarse de una verda­ dera anarquía con disolución, no solamente de los vínculos políticos, sino también, con demasiada frecuencia, de los fami­ liares. El ambiente que va a describirnos la primera parte de la Historia Secreta será propio de pieles rojas, con la venganza de tribu a tribu, de clan a clan, el bandidaje en estado per'manente, robos de caballos, raptos de mujeres y asesinatos entre hermanos. "Antes de vuestro nacimiento — dirá Kokochos a los hijos de Gengis Kan— , Mongolia estaba llena de disturbios. Por doquier, había lucha entre las tribus. En nin­ gún lugar, existía seguridad” .*

* Se encontrarán valiosas "restituciones” de la historia de los mongoles, de los keraítas y de los naimán del siglo xii en los trabajos del señor Pelliot, Citemos par­ ticularmente las últimas investigaciones de este sabio: Dcux lacunes dans le texte mongol actuel de l ’Histoire Secrete des Mongols, en el "Journal Asiatique” (Mélanges AstMúfuesJ, en ero-junio de 1940 (id. 1943}, págs. 1-18; y: Une tribu méconnue des NdCman, les Bátákin, en el T ou n g Pao, tomo xxxvu, 1.2, 1943, págs. 35-72. En cuanto al paraje de Korkonak Jubur del que se trata en este capítulo y del que se hablará más adelante en este volumen, se puede buscar, parece ser, en el valle del actual Jurju, afluente del alto Onon. Véase nuestro mapa de Mongolia.

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SEGUNDA PARTE EL CONQUISTADOR DEL MUNDO

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YESUGEI "E L VALIENTE" Y PRESTE JUAN

Pocos hombres iban a gozar en la historia de un renombre postumo semejante al de Yesugei el Valiente (bahatur): fue padre de Gengis Kan, cuya gloria, efectivamente, ha recaído sobre él. Pero su vida había sido dura. Había llegado en I03 malos días de la historia mongola, cuando la primera realeza fundada por sus padres se derrumbaba bajo los golpes de los tártaros y de la corte de Pekín unidos. Jamás parece haber reivindicado para sí el título de kan que llevara su tío Kutula. Permaneció como simple jefe de subclán (yasun) de los kiyat, subdivisión del clan (obok) de los borjigin. Pero sería una exa­ geración concederle solamente un papel secundario. Para em­ pezar, en la guerra, desdichada en suma, que su pueblo llevó contra los tártaros, debió de alcanzar éxitos personales reales, puesto que ya lo hemos visto vencer a dos jefes enemigos, vic­ toria bastante halagüeña para que deseara perpetuar su recuer­ do dando a su hijo mayor el nombre de uno de los vencidos: Temujin. Además, se olvida demasiado que Yesugei echó las bases de la política gengiskánica logrando para su familia la alianza de los keraítas. Debemos recordar, en efecto, que sin esta alian­ za, la triunfal carrera de Gengis Kan hubiera sido imposible, com o vamos a ver. Los keraítas son uno de los pueblos más misteriosos de la Historia. Indudablemente, de raza turco-mongola, no sabemos exactamente si eran más bien mongoles o más bien turcos. No aparecen prácticamente en las crónicas hasta la generación que precedió a la de Gengis Kan, e inmediatamente, representan un papel de primer orden. Eterno destino de aquellos impe­ rios de la estepa que se edificaban en pocos años y se derrum­ baban del mismo modo. Su zona de movimientos no está siquiera detallada. No obs-

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tante, algunas partes de la Historia Secreta nos informan que sus reyes acampaban con frecuencia a orillas del río Tula, cerca de la Selva Negra (Kara-tun), macizo arbolado que pue­ de corresponder al de Bogdo-ula, al sur de este río y de la ciudad actual de Urga. Otra parte del mismo texto les da por frontera occidental un río Nekun, en el que han querido ver al actual Narun que baja de los montes Jangai hacia el Gobi, al sudoeste de Karakorum. Además, el historiador persa Rachid ed-Din parece situar su límite por este lado en los mon­ tes de Karakorum, es decir, en el macizo del Jangai, del lado de las fuentes del Orjon. Por otra parte, Rachid ed-Din los sitúa vagando como nómadas por el este hasta las fuentes del Onon y del Kerulen, es decir, hasta en el país de los mongoles propiamente dichos, y en el sudeste, a través del Gobi, hasta la Gran Muralla de la China. Tal como podemos trazar aproximadamente su área, el país keraíta estaba dominado en el nordeste por las últimas escar­ paduras orientales de los montes de Jangai, cuyas cimas, cer­ ca de las fuentes del Orjon, llegan hasta 3 300 metros. El monte Bogdo-ula, "la montaña santa” , domina igualmente la sección siguiente, la ribera izquierda del Tula. "Su aspecto — escribe Grenard— marca súbitamente, para el viajero, la transición entre dos zonas muy distintas: los montes arbolados y las praderas al norte, la estepa y el Gobi en el sur; a las ro­ cas desnudas del flanco meridional, se opone sin transición' la densa selva de coniferas, de abedules y de álamos, que hoy aún, protegida por la religión, cubre la pendiente norte desde 1 700 metros hasta la cima, que alcanza 2 5 00” . Efectivamente, al sur, el país keraíta penetraba en el Gobi. En el sudoeste, entre las últimas prolongaciones orientales del Jangai y las últimas prolongaciones orientales del Altai, se adelanta ya un "golfo desértico” , una avanzada del Gobi sola­ mente animada por seis ríos que corren de norte a sur, ali­ mentados por la primera cordillera. "Corren rápidos por cauces pedregosos tallados con ranuras en medio de valles planos, desde el Baidarik hasta el Onguin. Desembocan en lagos sala­ dos, alojados en la depresión que sigue al pie norte del Altai, ceñidos de cañas y de arenas con saksauls y tamariscos. En

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otoño y en invierno, el Onguin, que es el más oriental, se pierde en la llanura antes de llegar al lago Ulan, cuya cuenca de arcilla roja deja sin agua. El lago Orok, que recibe al río Tuin, puede cruzarse por vado en ciertos años. El Bumtsagan, más occidental y más estable, tiene sus aguas casi saturadas de sal y de azufre” . Lo mismo es en el este, al sur de Urga y del Tula, donde el desierto sólo se encuentra inte­ rrumpido por algunos arroyos truncados. Entonces es cuando surge el verdadero Gobi, superficie plana "en que la grava, la arena y la arcilla integran un suelo duro y liso com o el de un hipódromo, interrumpido a veces por dunas pequeñas o por afloramientos rocosos” . Los viajeros han descrito complacidamente estas áridas soledades que se extienden hasta perderse de vista, con algunas artemisas gri­ sáceas, iris enanos, karmyk o budargan o escasas matas de derisus, "de apagado verdor y ramillas duras como alambres” , a guisa de vegetación. El saksaul, "arbusto de ramas sin hojas, cuyo tronco tiene a veces un pie de espesor y puede alzarse hasta tres o cuatro metros” , es lo único que forma de trecho en trecho bosquecillos en medio de la arena. Tierra inhóspita por excelencia, el ganado sólo puede ramonear de vez en cuando entre hierba pobre "q u e se pone amarilla en julio y apenas se diferencia de la extensión rojiza” . A pesar de lo cual, estos pastizales desérticos se encuentran situados por lo general a intervalos suficientes para permitir que sub­ sistan las caravanas. Tai era el imperio del pueblo keraíta. Por muy pobre que pareciera ser, permitía, sin embargo, que éste controlara buena porción del Gobi, el "m ar seco” com o lo llaman los chinos, de una importancia política grande porque sus pistas estable­ cen la comunicación entre la estepa mongola y China. Por otra parte, la cuenca del Tula, con sus ricas praderas, constituía un territorio de veraneo en que los keraítas podían recuperar sus fuerzas, y sobre todo, un centro geográfico natural, afortuna­ damente situado para controlar a la vez la Mongolia occidental, habitada por los turcos naimán, com o vamos a ver después, y la Mongolia oriental, que los mongoles genuinos, antepasa­ dos de Gengis Kan, disputaban a los tártaros.

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A esta situación, se debe sin duda el que los keraítas hayan aspirado probablemente a la hegemonía del Gobi al mismo tiempo que de la estepa mongola. Y debemos reconocer que parecen haber sido merecedores de dicho papel. Sin que nos sea posible decir que fueran más civilizados que los pueblos vecinos (la biografía de sus soberanos presenta sombras sin­ gulares), resulta interesante comprobar que su papel de guar­ dianes del Gobi les había permitido recibir la prédica cristiana. Si hacemos caso del cronista siríaco Bar Hebraeus, habrían sido convertidos en el año mil aproximadamente. Uno de sus reyes se había extraviado en el desierto. A pun­ to de sucumbir, fue salvado por la milagrosa aparición de San Sergio. Ungido por la gracia y a instigación de mercaderes cristianos que se encontraban de paso, parece que pidió que el obispo nestoriano de Merv, del Jorasán, en Ebed-jesu, le enviara sacerdotes para bautizarlos a él y a su pueblo. La carta de Ebed-jesu al patriarca nestoriano de Bagdad, Juan VI (fallecido en 1011), fechada en 1009 y citada por Bar He­ braeus, nos dice que doscientos mil nómadas fueron entonces bautizados con su rey. El problema es establecer si el nombre de los keraítas no ha sido intercalado aquí ulteriormente para complacer a ios príncipes gengiskánícos, los cuales, como vamos a ver, te­ nían princesas keraítas por abuelas. Pero aunque así fuera, subsiste el hecho de que en el siglo xn, los keraítas habían abrazado el cristianismo, específicamente, la fe nestoríana, cuyo patriarca residía en Irak, en Seleucia-Bagdad, y cuyas prósperas comunidades permanecían en la provincia oriental irania del jorasán o en Transoxiana, por el lado de Samar­ canda. Y el texto citado es seguramente exacto cuando dice que de esta región llegaron los caravaneros jorasianos o sogdianos quienes, durante una de sus jiras comerciales a través del Gobi, convirtieron al soberano keraíta. Lo que no es menos cierto es que a fines del siglo xn, los kanes keraítas eran cris­ tianos nestorianos, de padres a hijos. De ahí proviene la le­ yenda, que Marco Polo propagó, del Preste Juan, a pesar de que este último haya sido identificado después (con la misma arbitrariedad) con el negus de Etiopía. En todo caso, el nes-

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torianismo de los keraítas representará un papel considerable en esta historia: gracias a él, como vamos a ver, la fe cristiana será una de las religiones oficiales del imperio gengiskánico. Que los keraítas hayan aspirado por otra parte a la hege­ monía en Mongolia es cosa que se desprende de los textos mismos. Dos generaciones antes de la época de Gengis Kan, sabemos que su kan guerreaba contra los tártaros del Gobi oriental, quienes com o hemos visto, estaban respaldados por

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el Rey de Oro de Pekín. Este kan llevaba el doble nombre de Marguz Buiruk, cuyo primer término no es sino el nombre cristiano Marco, bastante corriente, com o vamos a ver, entre los nestorianos de la Alta Asia. Pero los tártaros lo hicieron prisionero y lo entregaron a las gentes del Rey de Oro. Estos . le infligieron el mismo suplicio ignominioso que a los prín­ cipes mongoles cuya historia hemos visto ya: lo clavaron o lo empalaron en un burro de madera. Su viuda, la bella Kutuktay, resolvió vengarlo. Fingió resignarse ante el acontecimiento y fue cortésmente a prestar homenaje al jefe de los tártaros llevándole com o regalo cien odres, aparentemente.llenos de kumiz, leche fermentada de yegua, que era la bebida predilecta de los nómadas. En realidad, cada odre encerraba un guerrero; en medio del festín brindado por el jefe tártaro a su hermosa visitante, los cien soldados keraítas surgieron de su escondite y degollaron al príncipe enemigo y a gran número de los suyos. Como puede verse, éste es un cuento de las M il y una noches arreglado al estilo mongol. Marguz dejaba dos hijos: Kurjakuz, es decir, Ciríaco (otro nombre cristiano), y Gur-kan, el primero de los cuales fue sucesor suyo. Aquel Kurjakuz debió de tener, también un rei­ nado agitado: estuvo a punto de ser destronado por los tártaros y sólo lo salvó la intervención de sus vecinos occidentales, los naimán.* Su hijo mayor Togril — el Azor— representará en nuestra historia un papel considerable. Va a ser el "Preste Juan de Marco Polo, el protector de Gengis Kan en sits prin­ cipios. A la verdad, es menester reconocer que este represen­ tante del nestorianismo en la Alta Asia adquirió el trono me­ diante procedimientos que nada tenían de cristiano: al morir su padre, dio muerte a sus dos hermanos, Tai-temur Taichí y Buka Teraur, que hubieran podido disputarle el poder; otro * Leyendo al historiador persa Rachid ed-Din vemos que esté Kurjakuz se había casado con la hermana del rey de Naimán. Por este parentesco, quizás, los naimán intervinieron y lo salvaron de los tártaros (probablemente hacia 1140). Al ser vic­ toriosos, los tártaros habían capturado al h ijo de Kurjakuz, Togril, a la sazón de trece años de edad, reduciéndole a ¡a guarda de los cam ellos. Pero Togril logró escapar no sin llevarse consigo parte de los rebaños. (V. Pelliot, del jefe tártaro T oang Pao. X X X V II, 2, 1943, pág. 68).

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hermano suyo, Erke-kara, a quien deseaba suprimir del mismo modo, se refugió entre los naimanes. Los naimanes, que aparecen por vez segunda en nuestra historia, habitaban, com o veremos más ampliamente a conti­ nuación, la Mongolia occidental, al oeste del Jangai, es decir, la región de los lagos de Kobdo, el Altai mongol, y los valles del Irtych negro y del ¡mil, en el Tarbagatai.* Su kan, Inanchbilge (hombre fuerte del que se dirá que nadie había visto sus espaldas ni la grupa de su caballo), acogió a los príncipes keraíta3 desterrados, a los hermanos de Togril. También hubo de defender al tío de Togril, Gur-kan, rebelado también contra este mismo Togril y que tomó el mando de la insurrec­ ción. Gur-kan expulsó a Togril del trono keraíta y lo obligó a huir, con sus cien últimos fieles, del otro lado del río Selenga, hacia las quebradas de los montes Karaún. Por aquí, dominaban los merkit, tribus de mongoles forestales. Para granjearse su amistad, Togril ofreció su hija Hujahur a su rey Toktoha. Pero no parece que obtuviera de ellos apoyo efectivo alguno. En último recurso, acudió a Yesugei (y aquí encontramos al héroe de nuestro capítulo) e imploró su apoyo. "Ayúdame a arrebatar a mi pueblo de manos de mi tío Gur-kan” . "Puesto que me has implorado con tales palabras — respon­ dió Yesugei— , tomaré conmigo a los dos guerreros íaitjutas, Kunan y Bakaji, y juntos te devolveremos a tu pueblo” . Así dijo, y reunió sus tropas, libró combate contra Gur-kan allá por Kurban-telesut y lo obligó a huir a la tierra de los tangut, en la actual provincia china de Kansu. La intervención decisiva de Yesugei el Valiente había, pues, restablecido a Togril en el trono keraíta. Juntos en la Selva Negra del Tula, se juraron amistad eterna. * Sabemos, por el historiador persa Rachid ed-Din, que en la primera parte del siglo XH los naimanes estaban encabezados por el clan de los Betekin (restitu­ ción del Sr. Pelliot). Era un príncipe betekin el que salvara hacia 1140 al rey Kurjakuz contra los tártaros. Después el clan betekin perdió la hegemonía de los naimanes y la realeza entre éstos pasó a otro linaje, el de los kuchugur. V. Pelliot, Une tribu, méconnue des Naiman, T on n g Pao, X X X V II, 2, 1943, pág. 41.

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"Como recuerdo del servicio que acabas de prestarme — juró Togril— , mi reconocimiento se perpetuará hacia tus hijos y los hijos de tus hijos; que sean testigos el muy alto cielo (de'ere tenggeri) y la tierra” . Palabras graves que hacían de Togril y de Yesugei dos her­ manos por juramento y que habían de asegurar más tarde al hijo del segundo la protección del primero. La primera parte del reinado de Gengis Kan, hasta 1203, estará dominada por el recuerdo del "juramento de la Selva Negra” .*

* Hemos aludido en este capítulo* a la famosa leyenda del "Preste Juan” . En una comunicación entregada a la Sociedad Asiática el 12 de mayo de 1944, el Sr. Pelliot establece que esta leyenda ha nacido en Occidente a consecuencia de ataques dirigidos contra los musulmanes por diversos soberanos del Asia central, particularmente por los kara kitai, vencedores en 1140 del sultán Sanjar, y por el naimán Kuchlug, perseguidor del Islam en Kacligaria durante los artos 1211*1212.

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YESUGEI CONQUISTA A LA JOVEN OELUN

La unión de Yésugei el Valiente con la que había de ser madre de Gengis Kan nos es narrada por el bardo mongol con una libertad de lenguaje extraordinaria. No hay episodio que traduzca mejor la brutalidad de aquellas costumbres. En aquellos tiempos, Yesugei cazaba con halcón a orillas del Onon cuando divisó a un noble mongol de la tribu merkit, llamado Yeke Chiledu,* que se acercaba. Este acababa de casarse con una muchacha del clan de los olkunohut, fracción de la tribu de los onguirat que vagaba hacia la desembocadu­ ra del río Jalja en el lago Buyur, en la Mongolia oriental. Yeke Chiledu llevaba a casa a la joven esposa, que se llamaba Oelun, nombre que aparecerá constantemente en esta historia.. Por desgracia para él marido, la pareja fue divisada por Ye­ sugei. Este tenía muy buena vista sin duda; vio que la joven . era bellísima. Corrió a su yurta y regresó con sus hermanos de refuerzo: Nekun-taichi y Daritai. A l verlos que acudían hacia él, Chiledu se asustó. Azotó a su caballo — un corcel overo, nos aclara el bardo— y se dio a la fuga hacia un cerro vecino, mientras los tres hermanos lo perseguían. Al regresar dando un rodeo hacia el carretón donde su esposa Oelun se encontraba, .ésta, que érá mújdE-'práctica, le dijo: .' • "¿Has observado el aspecto de esos tres hombres? Parecen poco recomendables. Cualquiera diría que van contra tu vida. Si salvas tu vida, no te faltarán mozas en el asiento de las ca­ rretas, ni mujeres en los carretones negros . . . A la que hayas escogido, podrás darle mi nombre, llamarla Oelun en recuerdo mío. Salva tu vida. Escápate. Pero toma esto para que puedas, también en recuerdo mío, aspirar mi perfume . . . ” * Yeke Chiledu (Chiledu el Grande) era hermano de Toktoha Beki, jefe de los uduyit merkit, principal tribu de los merkit, pueblo mongol que erraba hacia la desembocadura del Selenga en el lago Balkal

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Así dijo, se quitó la camisa y se la tendió. El saltó en su caballo para agarrarla. Los tres hermanos que ya habían dado vuelta a la montaña, llegaban sobre él. Azotó a su corcel, que huyó a galope tendido subiendo por el valle de Onon. Los tres hermanos se lanzaron en persecución suya; franquearon siete colinas sin poder darle alcance y regresaron entonces al ca­ rretón. Yusegei se apropió de la bella Oélun y se la llevó triunfalmente a casa. El bardo lo muestra orgulloso de su con­ quista, manejando él mismo el carretón, mientras que su her­ mano Nekun-taichi avanzaba a la vanguardia y el tercero, Daritai, cabalgaba al lado del timón. Sin embargo, en el carretón que la llevaba, la pobre Oelun se lamentaba y gemía: "M i esposo, que hasta ahora no había expuesto al viento un mechón de sus cabellos . . . El que jamás había padecido hambre en la estepa . . . Y ahora, en el galope de su huida, sus dos trenzas aletean al viento, tan pronto sobre el pecho com o sobre_su espalda. ¿Cóm o es posible que haya llegado a esto . . . ?” "A sí hablaba ella — prosigue el bardo— y el eco de su la­ mento hacía que las olas del Onon se agitaran y que gimieran los árboles de la selva.’ ’ Pero el más joven hermano de su raptor, Daritai, que cabalgaba al lado del carretón, respondía, guasón, a la infeliz: "E l hombre que aún quisieras tener entre tus brazos está lejos ya, y en su fuga, ha franqueado muchos ríos. Por mucho que llores, no dará la vuelta, y no lo volverás a ver. Ni siquie­ ra lograrías hallar su rastro. Vamos estáte quieta” . Así es com o la exhortaba a conformarse con lo ocurrido. Y es un hecho que ella siguió a Yesugéi en su yurta y que desde entonces, como mujer sensata, se dedicó a él por entero. Este episodio famoso contiene muchas enseñanzas. Nos muestra que la exogamia, que era regla famjlíar entre los mon­ goles, los obligaba a recurrir con demasiada frecuencia, para encontrar espósala la práctica del rapto, que perpetuaba la guerra entre tribus. Entre merkit y mongoles del alto Onon, jamás cesarán los raptos de mujeres, com o veremos más allá, y de ello resultará un odio inexpiable que será causa a la larga

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del exterminio de uno de los dos grupos. Por otra parte, apre­ ciamos aquí una nueva prueba de ia anarquía que había aca­ rreado, entre las tribus, la caída de la primera realeza mon­ gola, anarquía que se salía del marco político para trastornar todas las relaciones sociales. Efectivamente, veremos cómo, después de que el orden gengiskánico se haya establecido en Mongolia, la regla exogámica, la obligación que los mongoles tenían de buscar esposa fuera de su propia tribu, podrá satis­ facerse por vía de negociaciones pacíficas, sin recurrir a la práctica del rapto. En fin, la tan pintoresca escena que el bardo mongol acaba de presentarnos muestra perfectamente bien, desde este primer encuentro, el carácter de la señora Oelun. Mujer de deber, cierto, que ama a su primer esposo y que aún está ena­ morada de él, com o lo demuestran sus conmovedores lamen­ tos cuando aquél desaparece en el horizonte, y el gesto tan .espontáneo del muy personal recuerdo que le deja; pero mu­ jer positiva a la ve2, que sabe resignarse a lo irremediable cuando, llevada por la ternura que hacia su marido siente, lo consuela de su pérdida y le aconseja que salve la vida. Una ve2 que ha penetrado en la casa de Yesugei, se dedicará a él con la misma lealtad, sin doblez, se consagrará a su nueva fa­ milia, cuya dirección tomará con mano viril cuando lleguen los malos tiempos, cuando haya desaparecido Yesugei. Y quién sabe sí, de no haber tenido su madre tal rectitud, tal energía, un sentido tan positivo, hubiera podido ser lo que fue la ca­ rrera de Gengis Kan.

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LAS MOCEDADES DE GENGIS KAN

Según las últimas investigaciones del Sr. Pelliot (1939), el hijo mayor de Yesugei y de la señora Oelun, el futuro Gengis Kan, nació en el año del cerdo, 1167. Su familia acampaba entonces en Delihun-boldak, es decir, cerca de la colina ais­ lada (boldak) de Delihun, en la orilla derecha del Onon. Al nacer, el niño tenía en su mano un coágulo de sangre del ta­ maño de una taba. Su padre le puso por nombre Temujín, en recuerdo de haber hecho prisionero al jefe tártaro Temujin-uge en la época en que lo engendró. En cuanto a la etimología de este nombre, parece que la interpretación "herrero” , de la raíz turco-mongola temar, "h ierro” , sea correcta fonéticamente. La casualidad hizo que el futuro "Conquistador del Mundo” debiera a las victorias paternas el ser designado como el hom­ bre de hierro a quien había de incumbir la tarea de forjar una Asia nueva. Detrás de él, Yesugei y Oelun trajeron aún al mun­ do a tres hijos más: Jochi-kasar, Kachihun y Temuge, este último, designado con el título de ottchigin, literalmente, el guardián del hogar, es decir, el más joven. Tuvieron también una hija, Temulun. De otra mujer — llamada quizá Suchigil, según los últimos trabajos del Sr. Pelliot (1941)— , Yesugei tuvo dos hijos más, Bekter y Belgutei. Los cronistas nos han transmitido indicaciones insuficientes acerca del físico de Gengis Kan. Sin embargo, nos dirán que el niño tenía ojos de fuego y un resplandor singular en el ros­ tro, quizá recuerdo del espíritu de luz que fecundara antaño a Alan Koha, su abuela mítica. En su edad adulta, se distin­ guirá por su alta estatura, su robusta osamenta, su amplia frente, su barba relativamente larga (por lo menos, en relación con el sistema piloso de un mongol), y finalmente, sus "ojos de gato” . Estos ojos de gato, es decir, de color gris verde, como se ha interpretado, han intrigado mucho a los comentadores.

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El futuro Gengis Kan ¿era acaso de "raza aria aturcada” , como los campesinos de Kachgaria? Pero hemos vivido personal­ mente en la intimidad de gatos con ojos leonados, y por otra parte, los bardos mongoles han conservado con demasiado es­ mero la genealogía de su héroe para que la menor duda pueda ser establecida acerca de su ascendencia altaica. En Mongolia, había que com prom eter a los adolescentes desde que eran pequeños. Sólo tenía nueve años Temujin (sería entonces hacia 1176) cuando su padre Yesugei se lo llevó para buscarle novia. Yesugei contaba comenzar su jira pasando primero por el territorio de los parientes de su esposa Oelun, los onguirat del clan olkunohut, que, ya lo hemos visto, solían vagar en Mongolia oriental, por el lago Buyur. En ca­ mino, padre e hijo se detuvieron con otro jefe onguirat llamado Dei-sechen (el Sabio), que acampaba entre los montes Chekcher y Chikurku, identificados respectivamente por el doctor Haenisch como los actuales Altan-nomor y Dulankora, en la ribera occidental del río Ursson, entre los lagos Kolen y Buyur. Dei-sechen quiso saber el objeto de su viaje. Yesugei se lo expuso: buscaba para su hijo una novia en país onguirat. El asunto interesó a su interlocutor. "T u muchacho — declaró Dei-sechen— tiene fuego en la mirada y su rostro es resplandeciente. Ahora bien, esta noche pasada, amigo Yesugei, he tenido un sueño extraño. Un halcón blanco, que llevaba en sus garras el sol y la luna, ha bajado del cielo y se ha posado en mi mano. Era un buen presagio, lo veo ahora que vienes hacia nosotros llevando a tn hijo con­ tigo. Mi sueño nos anunciaba que llegaríais vosotros, gentes del clan kiyat, como mensajeros de felicidad” . Probablemente, no en vano llevaba Dei-sechen el sobre­ nombre de sabio. Los onguirat eran célebres por la belleza de sus muchachas, pero desde el punto de vista político, eran una tribu secundaria: no podían compararse con el clan kiyat, que era el clan real por excelencia. Por eso, se sentían halagados cuando, según lo que parece haber sido tradición, los hombres del clan real venían a buscar esposa entre ellos. Esto es, por lo mismo, lo que Dei-sechen da a entender cuando se dirige

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"La bellezá de nuestras hijas y de nuestras sobrinas es ala­ bada, pero jamás hemos tratado de aprovecharla en beneficio de nuestro pueblo. Cuando algún nuevo kan llegaba de vues­ tras tierras, colocábam os con diligencia en uno de nuestros carros kasak a una de nuestras muchachas de bellas mejillas, y delante, un camello gris oscuro, lanzado al trote, y así mar­ chaba ella hacia vosotros para sentarse en calidad de esposaen el trono real al lado de vuestros kanes” . Todo el fragmento parece indicar que en la práctica de la exogamia mongola, había particularmente jus connubii entre el clan borjigin y los onguirat. Sin contar con que la copla prepara la proposición final de Dei-sechen: "A m igo Yesugei, entremos en mi yurta. Tengo una hija, mayorcita ya. Ven a verla” . Yesugei siguió a su huésped a la tienda de fieltro grueso. Hubo de sentarse en el asiento de honor, al lado del amo de la casa, en el centro de la tienda, o mejor dicho, al lado del hogar, que ocupaba el centro. En el fondo, a la derecha, debía de encontrarse sentada el ama de la casa con sus hijos. Entre éstos — y nos la imaginamos muy despabiladla ya— , la joven Bortei, cuyo nombre, ya hemos visto, es también el del color gris-azulado. Yesugei echó una mirada a la mocita y su cora­ zón se encontró satisfecho. Efectivamente, era muy bonita. Y el bardo no deja de repetirnos lo que nos decía antes del joven Temujin: ella también tenía ojos de fuego y un rostro de resplandor notable. Indiquemos como paréntesis que tenía diez años, es decir, uno más que Temujin. Al día siguiente, Yesugei presentó la petición de mano si­ guiendo el protocolo. Su huésped, que era discreto, sabía que no había que hacerse rogar mucho ni aceptar muy pronto. Además, a pesar de que las mongolas solían casarse jóvenes, Bortei no era, al fin y al cabo, más que una niña. Después de algunas consideraciones generales ("e l sino de las hijas es na­ cer en la yurta paterna, pero su destino es no envejecer en ella” ), Dei-sechen propuso una solución de espera: "D e acuerdo, os daré mi hija. Pero al marchar, déjame a tu hijo en calidad de yerno” (en aquel caso, casi se podría

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decir de "aprendiz-yerno” ). Yesugei aceptó esta proposición, pero entonces, hizo una recomendación a su huésped, la cual, refiriéndose al futuro Gengis Kan, no deja de sorprendernos un poco:

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"Bueno, te dejaré a mi hijo. Sólo que debes saber que teme a los perros. Amigo, cuida de que tus perros no lo vayan a asustar” . Hay que decir, para excusar a Temujin (no olvidemos que por muy comprometido que estuviera sólo tenía nueve años), que los perrazos mongoles, de pelo negro erizado, son partí* cularmente temibles. La misión Roerich informa que hace unos diez años, en la villa de Urga, perros vagabundos ataca­ ron a los transeúntes, y a los jinetes inclusive, y que en una noche, devoraron a un centinela.* Después de estas últimas recomendaciones, Yesugei dejó a su hijo de aprendiz en casa de Dei-sechen y montó nuevamente en su silla para regresar a casa. En camino, se encontró con un grupo de tártaros que se habían reunido para una franca­ chela en la Estepa Amarilla (Chirakeker), cerca del monte Chekcher, que el Sr. Haenisch identifica, corno ya hemos visto, con el monte Dulan-kora, entre el lago Buyur y la desembo­ cadura del Kerulen en el lago IColen. Como tenía sed, se sentó con ellos y les pidió de beber. El imprudente había olvidado el viejo odio que los tártaros sentían por su linaje. Pero éstos lo habían reconocido: "Sí, es Yesugei el kiyán quien viene hacia nosotros” . Yesugei, que durante las guerras anteriores, había dirigido tantas incursiones contra sus campamentos. La hora de la ven­ ganza había llegado, el destino se lo entregaba. Mezclaron veneno con sus alimentos, pero un veneno que actuaba a la larga. Sólo cuando se encontró en el camino de regreso sintió Yesugei los primeros ataques del mal. Tres días después, al llegar a su yurta, su estado se había vuelto tan grave, que no le quedaba la menor ilusión acerca de lo que le esperaba. Yesugei el Valiente iba a morir. Yesugei el Valiente entraba en la agonía. Llamó: "¿Quién está conmigo?” Munglik, hijo del viejo Charaka, de la tribu de los kongotat, le contestó: "Aquí estoy yo, Yesugei” . * G. de Roerich: ''Sur les pistes de VAsie c é n t r a l e pág. 79.

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Entonces, el moribundo le hizo sus últimas recomendaciones: "Munglik, muchacho, escucha: mis hijos son todavía de corta edad. Cuando dejé allá a mi hijo Temujin en calidad de novio, mientras regresaba para acá, fui envenenado por los tártaros. Me siento muy m a l. . . ¿Qué va a ser de mis hijos y de todos aquellos que dejo tras de mí, mis herraanitos, mi viuda, mis cuñadas? Munglik, muchacho, parte con premura y trae acá a mi hijo Temujin’ *. Y tras de pronunciar estas palabras, expiró.* La muerte dramática de Yesugei, la angustia y las recomen­ daciones conmovedoras del agonizante acerca de los suyos constituyen el primer capítulo de la historia personal de Te­ mujin, del futuro Gengis Kan. Un poco de la emoción que se apodera aquí del bardo mongol se transmite al lector hoy en día. ¡En qué terribles condiciones iba el futuro Conquistador del Mundo a hacer su aprendizaje de la vida! Conocemos las costumbres despiadadas de la selva y de lá estepa mongolas, aquella existencia hecha de emboscadas, de traiciones, de rap­ tos y de asesinatos, en la que la caza del hombre es tan fre­ cuente com o la caza del ciervo maral o del hemíono. El am­ biente, com o sabemos, de la pradera americana en tiempos de los cazadores de cabelleras. En aquella sociedad de hierro, es donde el joven Temujin, privado del apoyo paterno, iba a encontrarse de pronto. Según loa cálculos del Sr, Pelliot, esto sucedía en el ano de 1176.**

* Munglik, al que encontramos nuevamente, debía de ser bastante joven, pues­ to que un poco más allá (párrafo 2 0 4 ), la Histoire Secrete uoa asegura indudablemente con algo de exageración literaria, que había nacido hacia la misma época que Gengis Kan y que habían crecido juntos. ** Acerca de la fecha de nacimiento de Gengis Kan, véase la comunicación del Sr. Pelliot a la Sociedad Asiática, sesión del 9 de diciembre de 1938, Journal Asia• fique, tomo CCXXXI, enero-marzo de 1939, pág. 133. Acerca de la segunda esposa de Yesugei, Pelliot, Deux lacunes dans le tente mongol actuel de l’Histoire Secrete des Mongols, en Mélanges Asiatiques del Journal Asialique, enero-julio de 1940, págs. 7-12 (1943).

LOS HUERFANOS, FUERA DEL CLAN.

Munglik cumplió inmediatamente la misión que le había sido confiada por el agonizante Yesugei. Se fue al país onguirat, ante Dei-sechen, para traerse de vuelta al joven Temujin. Pero prudente como buen cazador de pradera, se guardó mucho de contar a su huésped la catástrofe que acababa de producirse. ¿Quién sabe si al enterarse del fallecimiento del jefe kiyan no se hubiera Dei-sechen apoderado del niño en calidad de es­ clavo? Munglik usó una treta: "T u hermano Yesugei — dijo al onguirat— no puede acos­ tumbrarse a la ausencia de Temujin. Su corazón se encoge al pensar en él. He venido para llevarle al niño” . Dei-sechen encontró la cosa muy natural: "Si el corazón de Yesugei sufre por la ausencia de Temujin, llévaselo; después de que haya visto al niño, tráelo prónto de vuelta” . Así que Munglik llevó al pequeño Temujin del Buyumor al alto. Onon, a la yurta en que Yesugei acaba de expirar y en que la viuda de éste, Oelun, acababa de tomar el mando. Pero la situación no iba tardar en empeorar para Oelun y sus hijos. Hacia el final de su vida, Yesugei había sabido, gracias a'su prestigio, reunir bajo su autoridad, alrededor del subclán de los kiyat, cierto número de clanes congéneres. Los príncipes taitjutas, en particular, primos suyos, lo habían — ya lo hemos visto— aceptado com o jefe de guerra y de cacería. Era el tipo de agrupaciones por vida que se formaban alrede­ dor de un hombre fuerte, pues los clanes tenían interés, tanto para las incursiones como para las batidas importantes, en ser encabezados por un capitán de experiencia. Sólo que a la muerte del jefe, la agrupación se disolvía. Es lo que sucedió cuando Yesugei hubo desaparecido. Entonces, los jefes taitjutas deseaban recuperar la hegemonía que habían gozado antaño

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Lámina III.

Supuesto retrato de Gengis Kan.

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en la persona de Ambakai, el anteúltimo kan de los mongoles. ¿Qué podía contra sus pretensiones la familia de Yesugei, de­ capitada por la muerte de su jefe y representada por un niño de nueve años? Un incidente brutal iba a mostrar su actitud. Era en primavera. Las viudas del kan Ambakai, las dos princesas taitjutas Orbai y Sokotai, se habían dirigido al lugar consagrado a fin de presentar a los manes de los antepasados las ofrendas rituales. Una vez terminada la ceremonia, los asistentes compartían las viandas brindadas. Pero Orbai y So­ kotai se habían olvidado, voluntariamente, de invitar a la viuda de Yesugei, a la señora Oelun. Esta se presentó, empero, mas llegó tarde para el sacrificio y también atrasada para sentarse al festín de la ceremonia. Ya sabemos que era una mujer fuer­ te, positiva, y de energía singular, con alma de jefe. Ella era ahora jefe del subclán de los kiyat, en el puesto de su marido y en nombre de sus hijos menores de edad, y no estaba dis­ puesta a dejar sus derechos postergados. Se puso muy seria con las dos viudas taitjutas y pasando pronto al ataque, las amenazó: "Ahora que ha muerto Yesugei el Valiente, quizá penséis que os podéis permitir cualquier cosa. Pero ¿acaso creéis que sus hijos no van a crecer y que no habréis de temer su cólera algún día? Cuando compartís las viandas y las bebidas del sa­ crificio, me dejáis de lado. Y después de haber comido, os disponíais a levantar el vuelo sin avisarme". En las creencias chamanistas de entonces, el hecho de ex­ cluir a Oelun de la comunión del sacrificio, de la manduca­ ción de las viandas ofrecidas a los antepasados, debía tener consecuencias graves. Aparte el insulto personal que consti­ tuía un acto tan descortés, significaba desterrar prácticamente a los herederos de Yesugei de la comunidad del clan, de los borjigin, transformar a la viuda y a los huérfanos en verda­ deros proscritos. Oelun creyó haber asustado a las dos otras viudas. Pero la joven había calculado mal sus posibilidades. Por mucho que se ilusionara, Yesugei muerto y sus hijos de corta edad no imponían respeto a nadie. Las dos viejas le respondieron ru­ damente con un torrente de rencores femeninos:

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¿Que no te hemos invitado al festín? ¿Acaso no acostum­ bras invitarte tu sola y servirte abundantemente? Mientras que tu, claro que haces invitaciones: pero en tu casa, no hay quien pesque un pedazo” . Amargas observaciones de viudas malévolas en la atmósfera ahumada de alguna yurta mongola, alrededor del mejor pe­ dazo de carnero, y que nos muestran crudamente la miseria de todos aquellos reyes de la estepa. Después, las princesas taitjutas estuvieron en conciliábulo durante largo tiempo. Al concluir, se difundió el santo y seña: Levantad el campamento y dejad ahí a la viuda con sus hijos. Alejémonos, abandonémoslos a su suerte” . Y así se hizo. A la mañana siguiente, los dos jefes taitjutas, Targutai Kiriltuk y Todoyen Girte, abandonaron el campo con sus gentes y bajaron por el valle del Onon. "La madre Oelun” se quedaba sin apoyo con sus huérfanos. Sólo uno de los adic­ tos a Yesugei tomó su defensa. Era un hombre de la tribu de los kongkotat, el viejo (ebugen) Charaka, padre de aquel Munglik a quien Yesugei agonizante había confiado sus últi­ mas voluntades. Lanzándose en persecución de los tai^'utas, Charaka trató de hacer que reconsideraran su decisión y que permanecieran cerca de la gran viuda. Pero Todoyen Girte le manifestó que la ruptura era definitiva. 'E l pozo se ha secado, la piedra brillante se ha rajado” . Acaso el viejo, en su devoción, insistiera más de lo conve­ niente; el caso es que los taitjutas lo abuchearon y cuando se volvía, lo hirieron gravemente a lanzazos en la columna ver­ tebral. Regresó a su yurta moribundo. Temujin fue a visitarlo. El anciano tuvoyáún fuerzas para dar cuentas de su gesto al hijo'de su jefe: . ■/ • ' ' . '"Querían arrastrar-lejos Je ti a‘ to‘do aquel pueblo que tu noble padre reunió antaño bajo su autoridad. He tratado de impedírselo y mira en qué estado me han dejado” . El niño lloraba a lágrima viva cuando abandonó la yurta en que aquel hombre — el último defensor de su causa— ago­ nizaba por él. Esta visita a su viejo servidor moribundo fue el primer acto de je fe de aquel niño de nueve años. Estaba realizando su aprendizaje en una sociedad de hierro y todos

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sus actos políticos serán influidos por la dureza de las leccio­ nes que así se le impartían. Pero no olvidemos tampoco las lágrimas de Temujin ante el lecho fúnebre de Charaka, pues por este movimiento de afecto y de ternura humana, en forma inesperada, Gengis Kan nos revela por vez primera un aspecto de su personalidad. Pero la "madre Oelun” no se rendía. Abandonada con sus huérfanos, traicionada por todos aquellos con quienes hubiera podido contar, la valiente mujer fue admirable. Asió el tuk, el estandarte de cola de yac o de caballo que era la bandera dei clan, montó a caballo, se lanzó en persecución de las tribus que habían levantado el campamento y logró que la mitad se detuvieran. Se pudo creer por un instante que su valor, agregado al recuerdo de Yesugei, triunfaría de la hostilidad de los tait­ jutas. Imaginad a las tribus en marcha con sus carretones, su caballería y su ganado, y cóm o la gran viuda las alcanzaba al galope, blandiendo su tuk y arengando a los "desertores” , re­ cordándoles el juramento prestado antaño a Yesugei el Va­ liente. Imaginemos también los remolinos en la columna del pueblo en marcha, la incertidumbre de los espíritus entre la llamada del deber, los reproches de Oelun y los compromisos adquiridos la noche anterior por los nuevos jefes taitjutas. Por fin, estos últimos fueron los que ganaron. Aquellos clanes que Oelun lograra acobardar o conmover un instante la abando­ naron nuevamente para seguir a Targutai Kiriltuk y a Todoyen Girte. Y todo aquel pueblo, que fuera el pueblo de Yesugei el Valiente, desapareció siguiendo el cauce del Onon, mien­ tras Oelun y los suyos se quedaban solos en la campiña aban­ donada. Además de sus cuatro hijos — Temujin, Jochi-kasar, Kachihun y Temuge— y de su hija Temulun, tenía consigo a Bekter y Beigutei, los dos hijos que su marido tuvo de una segunda esposa. Ella iba a ocuparse de todos por igual. Porque es aquí don­ de la "madre Oelun” , como la llama ahora el bardo mongol, alcanza toda su altura. Pensemos en la situación de esta viuda y de sus siete pequeños, abandonados por todos sus fieles y descendiendo de la noche a la mañana desde la vida de los jefes de horda a la existencia de los proscritos, perdidos entre

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selva y estepa, en aquella ruda tierra del alto Onon. Lejos de abandonarse, la valerosa mujer reunió todas sus energías y se hizo acreedora ai título de Oelun la Prudente (mergen) que le otorga también el bardo. Antes que nada, era menester im­ pedir que sus pequeños murieran de hambre. Para ello, se encontraba reducida a la recolección, que es la cosecha de los primitivos, "Con el gorro sólidamente atado y apretado sobre su cabeza, recorría hacia arriba y hacia abajo las riberas del Onon, recogiendo serbas silvestres y bayas". En efecto, sabemos que en los bosques y hasta en la zona alpina de Transbaikalia, se encuentran el serbal, el madroño, el arándano y el hinojo, cuyas bayas, en la estación clemente, pueden engañar el hambre de los proscritos. Con un palo de enebro en la mano, Oelun arrancaba las raíces comestibles con que alimentaba a sus hijos, así com o con ajos y cebollas. Ellos también, cuando fueron un poco mayores, se pusieron a tratar de cubrir sus necesidades. Confeccionaban anzuelos con agujas y colocábanse en las riberas del Onon; se entrega­ ban a la pesca, a veces, no atrapaban más que algunos pececitos infelices, pero otras, pescaban salmones de agua dulce, bastante abundantes en los ríos de Transbaikalia. También pescaban morralla con red y se la llevaban a su madre. Y así es como se perpetuaba la existencia de la familia pros­ crita. Los clanes que la habían abandonado a orillas del alto Onon contaban sin duda con que, entregada a sí misma, pe­ recería de miseria y de hambre. Bajo aquel clima sin remisión, en aquella sociedad de hierro, ¿cómo iban a poderse salvar la viuda y los huérfanos? Y sin embargo, habían sobrevivido, porque también ellos pertenecían a la raza de hierro del mundo antiguo. Los juegos mismos de aquellos niños eran juegos de caza o de guerra. Era amigo de Temujin un adolescente de los al­ rededores, Jainuka, de la tribu mongola de los cbajirat. "Tenía once años cuando Jamuka le regaló — la epopeya gengiskánica no deja de contárnoslo— una taba de cabrito. Temujin, por su parte, obsequió a Jamuka un juguete análogo y juntos ju­ gaban con ellos sobre el hielo de Onon” . Cuando llegaba la primavera, se adiestraban en el tiro con sus pequeños arcos

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{ de madera. Jamuka se había confeccionado flechas sonoras con la punta de los cuernos de un novillo, mientras Temujin afilaba flechas de madera de ciprés o de enebro, y ambos niños intercambiaban aquellos juguetes que ya eran armas. Repentinamente, un drama familiar salvaje estalló entre

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aquellos desterrados.

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GENGIS KAN, ASESINO DE SU HERMANO.

Aquellos jóvenes salvajes — pues Temujin y sus hermanos no eran otra cosa tenían los reflejos bruscos que pueden esperarse de semejante educación. También tenían los celos domésticos correspondientes, los rencores fraternos taimados que se alimentaban en el aislamiento y la miseria. Aquellos celos debían- de ser más vivos por el hecho de que los hijos de Yesugei eran, como hemos visto, de dos lechos diferentes: por una parte, los cuatro hijos de Oelun, de los cuales, Temujin era el mayor, y por otra, los dos hijos de la segunda esposa, Suchigil, es decir, Bekter y Belgutei. Entre ambos grupos de - adolescentes, la lucha .nó* se»‘ bi2p’ esperár. La'epópeya mongola nos narra el detalle coií una candidez y una crudeza que, en el miserable decorado que sirve de marco a la acción, evocan para nosotros una escena de la vida siberania tal como la pin­ tan algunos novelistas rusos. Un día que Temujin, su hermano menor Kasar y sus dos mediohermanos Bekter y Belgutei se entregaban a la pesca, sentados en la orilla, cogieron un pececito — un pececito lindo y brillante y se pusieron a disputárselo inmediatamente: Temujin y Kasar, contra Bekter y Belgutei. Los dos últimos resultaron más fuertes y se adueñaron del pescado. Al volver a la yurta, Temujin y Kasar se fueron a quejar a su madre: "Un pececito brillante había picado en el anzuelo, pero Bekter y Belgutei nos lo han arrebatado” . Indudablemente, sería grande su sorpresa al ver que Oelun, en vez de darles la razón, defendía contra sus propios hijos a los de la segunda esposa. Era la mujer-jefe que sólo piensa en el interés del clan: 'Dejad el asunto. ¿Cómo podéis reñir así entre hermanos?” Les recordó su aislamiento de proscritos: 'No tenéis más compañeros que vuestra sombra” .

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Y sobre todo, les recordó el deber de venganza que se im­ ponía a ellos. "N o debéis tener más que un pensamiento: tomar venganza de la afrenta que los hermanos taitjutas nos han hecho sufiir. ¿Cómo podéis mostraros tan desunidos como lo fueron antaño los cinco hijos de la bella Alan?” Pero Temujin y Kasar no se dejaron convencer. Y es que, por parte de Bekter, el procedimiento se iba haciendo costum­ bre. Ya poco tiempo antes les había quitado una alondra que sus flechas acababan de abatir. "A y er era una alondra, hoy es un pez. No nos es posible seguir viviendo juntos” . Diciendo lo cual, irritados y rencorosos, separaron el tapiz que servía de puerta a la yurta y se lanzaron afuera . . . Y el drama se produjo, rápido, entre aquellos adolescentes a quienes su vida de miserias había dado todas las pasiones de hombres hechos. Bekter se encontraba sentado en una loma desde la que guardaba los caballos de la familia, nueve ani­ males, entre ellos, un castrado de color gris plata. Igual que dos jóvenes pieles rojas en las novelas del Far-West, Temujin y Kasar prepararon su plan. Temujin se acercó por detrás, mientras Kasar avanzaba de frente. Ambos se deslizaban por la hierba, reptando, como los cazadores que no quieren poner sobre aviso demasiado pronto a la presa. La presa era su medio hermano Bekter, que permanecía sentado en su loma sin sos­ pechar nada___ Sólo se dio cuenta de su avance en el mo­ mento en que armaban sus arcos apuntándole. Trató de apa­ ciguarlos recordándoles, com o hacía un momento la madre Oelun, su solidaridad ante el enemigo común, los taitjutas: "En vez de matarnos, habría que realizar nuestra venganza contra ellos. La vergüenza que nos han impuesto sigue sin venganza . . . ¿Por qué me tratáis com o si fuera una pestaña en un ojo, una astilla en la boca?'" Luego, como permanecían inexorables con la flecha a pun­ to de dispararse, les hizo una última súplica: "N o destruyáis mi fuego doméstico, no matéis a mi hermanito Belgutei” . Así dijo y esperó la muerte sentado, con las piernas cruza­ das, en lo alto de la colina. Temujin y Kasar, ajustando sus

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flechas, le apuntaron '‘ com o a un blanco” , uno de frente, el otro en la espalda. Lo mataron y se fueron, una vez cometida su fechoría. Cuando los jóvenes asesinos penetraron en su yurta, la madre Oelun comprendió lo sucedido al ver sus rostros sin’iestros. Los increpó con furia: "Asesinos. Uno de vosotros (es Temujin), al nacer, apre­ taba ya en su mano un coágulo de sangre negra. El otro es semejante al feroz perro kasar cuyo nombre lleva.* Sois como el tigre kablán que salta desde lo alto de la roca, como el león que no puede dominar su furor, com o una serpiente gigan­ te que quiere tragar viva su presa, como el halcón que des­ ciende para asir su propia sombra, como el lucio que, silen­ ciosamente, devora a los demás peces, como un camello macho que muerde el píe de su propio camellito, como un lobo que aprovecha la tormenta para abalanzarse sobre su víctima, como un pato salvaje que engulle su propia nidada cuando no puede seguirlo, como un chacal que, tan pronto como puede mover­ se, defiende su madriguera en medio de la jauría, como un tigre que se lleva a su víctima, com o una fiera que ataca cie­ gamente. Y sin embargo, aparte vuestra sombra, no tenéis compañeros, aparte la cola de vuestros caballos, no tenéis lá­ tigo. Ni siquiera podéis cobrar venganza de la afrenta que os han hecho los taitjutas” . "A sí invectivaba la gran viuda a sus hijos, citándoles el ejemplo de máximas del pasado y de las palabras de los an- . tiguos . Lo cierto es que al haber matado al único hermano que osaba hacerle frente, Temujin, por joven qué fuera, seguía siendo jefe de su clan.

* .S ¡n duda, cree el Sr. Pelliot, raza de perros del país de Jasar, es decir, de las estepas de la Rusia meridional.

GENGIS KAN, CARGADO CON LA CANGA. ' » * '

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No era un simple movimiento de elocuencia lo que movía a la madre Oelun cuando evocó ante sus hijos la amenaza de los taitjutas. Esta amenaza seguía en pie y los acontecimientos no tardarían en recordárselo. El je fe taitjuta Targutai Kiriltuk, aquel mismo que había mandado abandonar a su miserable destino a la viuda y a los hijos de Yesugei, se alarmaba ahora ante lo que pudiera haber sido de la familia proscrita. Sin duda, lamentaba no haber terminado con ellos cuando todavía eran pequeños: "La perversa nidada debe encontrarse ahora en condiciones de volar. Eran niños que todavía echaban babas. Han de­ bido de crecer . . . ” El también, en forma indefinida, percibía una amenaza sorda. Una vez que llegaran a hombres, los hijos de Yesugei el Valiente y de la indomable viuda no dejarían de vengar en la sangre de los taitjutas las injurias sufridas. Había que impedir las venganzas posibles echando mano — mientras era tiempo aún-— a toda la "nidada” . El jefe taitjuta partió, a la cabeza de sus jinetes, hacia los pastizales donde la madre Oelun y sus hijos llevaban su existencia miserable., Al verlos surgir, la gran viuda y los adolescentes midieron toda la extensión del peligro. Angustiados, huyeron hasta lo más profundo de la selva próxima, donde se atrancaron apre­ suradamente en un refugio de troncos y de ramas. Belgutei abatía árboles para reforzar sus defensas, mientras Kasar, que anunciaba ya al hábil arquero que iremos conociendo, inter­ cambiaba flechas con sus asaltantes. Sus dos hermanos menones, Kachihun y Temuge, habían ido a esconderse con su hermanita Temulun en un hueco de la roca. Mientras volaban las flechas por ambos lados, los jefes tait­ jutas gritaron su voluntad: C. Kan, pliego IV

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" A quien queremos es a vuestro hermano mayor, a Temujin. A vosotros, no os deseamos daño alguno” . Efectivamente, apoderándose de Temujin, contaban con decapitar al clan. Al oir esas palabras, la madre y los herma­ nos de Temujin lo montaron erj un caballo y lo instaron a que huyera. .* V / , •* '. Temujin había huido-a' la selva

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los kahat-merkit, bajo el mando de Kahati-darmala, vivían hacia Karachi-keher, otra estepa de la región. Se trata esta vez de estepas arboladas de Transbaikalia, con pastizales y pinares alternados, estos últimos, encerrando en sus bosques rododendros y orquídeas. Luego, a medida que se avanza hacia el norte, se van presentando selvas más y más densas, con preponderancia de abedules y alerces, hasta las cordille­ ras que separan esta región de las riberas meridionales del lago Baika!, montes cuyas cumbres alcanzan 2 000 metros y en los que realmente comienza la taiga siberiana. Antes de emprender la guerra contra los merkit, el kan keraíta llamó a un tercer aliado; Jamuka, jefe de la tribu mon­ gola de los "charadan” o "ehajirat” . Jamuka, como recorda­ mos, era el viejo compañero de la niñez de Temujin, y ambos seguían considerándose como hermanos. Aquel título de "her­ manos por juramento” (anda) tenía valor real en la sociedad mongola, e imponía obligaciones a los guerreros que se lo habían concedido mutuamente, así com o el título de padre (echige) que Temujin daba al kan keraíta. Mientras Temujin comenzaba a reconstituir las fuerzas de su clan, Jamuka se había vuelto jefe también, un jefe más po­ deroso sin duda, puesto que mandaba en toda una tribu. Con razón, Togril, el kan keraíta, aconsejó a Temujin que pidiera para su empresa la ayuda de su amigo de infancia; "Envía un mensaje a tu hermanito Jamuka” . Jamuka acampaba por entonces cerca del río Korkonak, uno de los afluentes del Onon, sin duda el Kurku actual, o quizá, pero es más dudoso, el Kirkun, situado más al nordeste. Togril prometía a Temujin que se pondría en movimiento con 20 000 keraítas, los que constituirían el ala derecha del ejér­ cito. El "hermanito” Jamuka debía traer un número igual de guerreros para componer el ala izquierda, lo que muestra que el joven kan ehajirat mandaba, com o decíamos, en un grupo de clanes bastante considerable. Además, Togril se refería a Jamuka para que fijara éste el punto de concentración. De acuerdo con el consejo de Togril, Temujin envió a sus hermanos Kasar y Belgutei para que dijeran a Jamuka:

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"Los merkít me han hundido en la aflicción. Me han robado a mi esposa: mi lecho se encuentra ahora desierto. De mi pe­ cho, ha sido arrebatada la mitad. ¿No somos tú y yo del mismo linaje? ¿No hemos de vengar esta injuria?” A este mensaje, Jamuka dio la respuesta de un caballero cortés: "M e había enterado de que el lecho de mi amigo Temujin estaba desierto, de que la mitad de su pecho le había sido arran­ cada, y mi corazón (literalmente: mi hígado) había sufrido. Aplastaremos, pues, a las tres tribus merkit y libertaremos a nuestra señora Bortei” . Y la epopeya mongola, según el modelo de la epopeya homérica, pone aquí en labios de jamuka (como en los del kan Togril) amenazas llameantes que se dirigen a los dos jefes enemigos, Toktoha, "que estará aterrado ante el ruido de las suelas de fieltro porque creerá oir ya el redoblar de nuestros tambores” , y Dair-usun, "qu e se espantará del sonido de nues­ tros carcajes” . Jamuka trazó ante ambos enviados de Temujin el plan de las operaciones. Ya se había informado. Las tres tribus merkit, un instante unidas para el rapto de Bortei, se habían vuelto a separar. Descuidando por ahora a los uwas-merkit, que se acantonaban, como hemos visto, en la confluencia del Orjon con el Selenga, los aliados podrían descargar todo su esfuerzo en los uduyit-merkit, que constituían la tribu principal y que, bajo el mando de su jefe Toktoha, acampaban, ya lo dijimos, en el valle del Uda inferior. Togril, Temujin y el propio Ja­ muka, marchando de sur a norte, cruzarían pues el rio Kilko en balsas (el actual Jílok de nuestros atlas); caerían entonces sobre Toktoha "com o desde el agujero de ventilación de su yurta; de su yurta, derribarían el poste maestro” .* Antes de que Kasar y Belgutei montaran de nuevo, Jamuka les encargó, además, que llevaran a "su amigo Temujin” y a "su hermano mayor Togril” su completa adhesión a todos sus proyectos: * Ra viga de soporte que, entre los m ongoles, tenía carácter sagrado o, si la yurta del siglo xtu estaba construida como la de hoy, el armazón interior hecho de fustes de madera sobre el cual están colocados los tapices de fieltro.

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El río Kerulen

"H e consagrado (a los espíritus) mi estandarte de colas de yac, visible a lo lejos. He mandado que redoble mi tambor, hecho con la piel de un toro negro. He vestido mi coraza de cuero, montado mi negro corcel, asido mi lanza y mi sable de hoja encorvada, y hecho muescas en mis flechas de made­ ra de durazno. Con los merkit, va a ser la lucha a vida o muerte” El plan de guerra establecido por Jamuka, tal como nos ha sido transmitido por el bardo mongol, comprendía una topo­ grafía muy exacta. Saliendo de su campamento de la Selva Negra, cerca de la villa actual de Urga, con el ejército keraíta, Togrii debía reunirse con Temujin al pie del monte Burkankaldun — el Ken Tai actual— y ambos habían de dirigirse hacia la estepa de Botokan-bohorjit, en las fuentes del Onon, adonde el propio Jamuka llegaría subiendo el valle de este río y donde, por consiguiente, se realizaría la concentración ge­ neral. Hay que reconocer que la operación se presentaba como algo serio si se trataba verdaderamente, como lo pretende el bardo mongol, de operar, sin poner sobre aviso al enemigo,

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la concentración de unos cuarenta mil jinetes a través de una serie de quebradas, en aquella alta "región de las fuentes” , en la .vertiente nordeste d e jo s 'montes Ken.Tai. ijs un hecho que, dé acuerdo con las ifadícaóiones .de-Jamulca, el- kan Togril se dirigió, con diez mil keraítas, hacia el cantón de Burgui-ergui, cerca del nacimiento del Kerulen. Temujin, que acampaba en Burgui-ergui, le dejó la plaza y subió hacia el Tana, arro­ yo qué constituye una de las fuentes del Keítílen, al pie del Ken Tai, cubierto de pinos y alerces. La reunión de Temujin con Togril (reforzado éste con diez mil jinetes keraítas más, bajo las órdenes de su joven hermano Jakagambu) se verificó en Ail-karakana, cerca del arroyo Kimurka, el cual parece ser una de las fuentes del Onon, en el monte llamado hoy aún Kumur, contrafuerte nordeste del Ken Tai. Temujin, Togril y Jakagambu llegaron así hasta Botokan-' bohorjit, punto de cita de la concentración general y que tam­ bién se encontraba situado cerca de allí, igualmente en las fuentes del Onon. Allí, se encontraron con Jamuka, que los estaba esperando desde tres días antes y que comenzaba a im­ pacientarse. Los recibió con palabras airadas: "¿N o estaba convenido que a través de los elementos des­ encadenados, en medio incluso de las peores tempestades de nieve, llegaríamos puntuales a la cita? ¿Vale o no por un jura­ mento la palabra de un mongol? Acostumbrábamos excluir de nuestras filas a aquel que no respetaba un pacto. Y sin em­ bargo, eso es lo que nosotros mismos acabamos de hacer” . Togril concedió con buen humor que él mismo y Temujin merecían una reprimenda. Y de hecho, Jamuka, en el momen­ to aquel, com o su papel en aquella campaña y en el tono en que habla lo demuestran, parece no solamente haber ocupado una situación preponderante respecto a su "hermano” Temu­ jin, sino también haber dispuesto con sus chajirat de fuerzas suficientes para imponerse al propio kan de los keraítas. Desde Botokan-bohorjit, los aliados se dirigieron hacia el norte atravesando la frontera rusa actual. Puede suponerse que, después de haber atravesado la cadena de los montes Kamur, bajaron, por el valle del Menja, a la cuenca del río Chikoi, desde donde penetraron por las quebradas de los

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montes de Malkan, en el corazón dei país merkít, valle del río Kilko — el Jilok actual— , el cual cruzaron en balsas al este de Kiakta y de Troizkozavsk. Desembocando en tromba en la estepa de Buhura (Buhura-keher), a la que se süele situar en la cuenca dei Uda y que en este caso es una estepa arbolada, cayeron en plena noche sobre el campamento de Toktoha-beki, jefe de los uduyut-merkit, y se apoderaron de mujeres y niños. Habían incluso esperado sorprender a Toktoba mientras dor­ mía, pero los pescadores del Kilko y los cazadores de cebelli­ nas, que habían estado preparando sus trampas, tuvieron tiempo, a última hora, de dar aviso en medio de las tinieblas. Así es que Toktoha-beki y el jefe de los uwas-merkit, Dairusun, pudieron huir con un puñado de gentes en el momento crítico, .bajando por el valle del Seienga hasta el país de Barguchin, es decir, hasta la ribera oriental del lago Baikal, Si se salvaron, fue porque lo abandonaron todo: vurtas, familias, equipo doméstico y suministros. Llegaron, por la taiga sibe­ riana, hasta el valle de Barguchin, que baja paralelo hacia el lago — "hacia el mar” , com o dicen los mongoles— a la al­ tura de la bahía de ese nombre. Sin embargo, en el tumulto de aquella sorpresa nocturna, los jinetes mongoles galopaban pisando los talones de ios fugi­ tivos merkit, recogiendo cautivos y botín por doquier. Pero Temujin, olvidándose de la batalla, sólo pensaba en la mujer amada. En medio de los gritos de terror y de muerte, llamaba a Bortei con desesperación. En aquel momento, cayó sobre una multitud de fugitivos entre los cuales, se encontraba pre­ cisamente Bortei, una Bortei arrastrada por el desconcierto de sus raptores y que reconoció de repente la voz dei héroe. Trémula, se arrojó del carretón que la llevaba y corrió, con la vieja Kohachin, en dirección de la voz. Pronto se encontró allí, frente a él. "A garró la brida de su caballo. El claro de la luna la iluminaba por completo. Temujin la reconoció. Se arrojaron uno en brazos de otro. Entonces, Temujin mandó avisar al kan Togril y a su "hermano” Jamuka: "L a que yo buscaba, la que echaba de menos, la he encon­ trado. No queremos seguir marchando esta noche, sino acam­ par aquí mismo” .

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Como puede verse, el futuro Gengis Kan no le cobró aver­ sión a Bortei por la cohabitación forzada de ésta con un jefe merkit, así como tampoco parece qué el hecho haya preocu­ pado mucho a la propia Bortei.' ¿Acaso no se iba a sentir segura del corazón y de los sentimientos del héroe, cuando éste, para reconquistarla, había creado una coalición de reyes y mo­ vilizado a más de cuarenta mil hombres? Y sin embargo, Bortei traía de su estancia entre los merkit la seguridad de una ma­ ternidad próxima: una vez de regreso a la yurta gengiskánica, dará nacimiento a un muchacho — Jochi— que contará ofi­ cialmente como hijo mayor de Temujin, pero de quien los mal pensados sospecharán siempre si no habrá recibido la vida a través de Chilger-boko . . . * En efecto, recordamos que durante su cautiverio, la bella Bortei había sido adjudicada a Chilger-boko — Chilger el Atle­ ta— , hermano menor del jefe uduyit-merkit Toktoha-beki. La epopeya gengiskánica nos narra el terror del Paris mongol ante el retorno del esposo ultrajado. "La negra corneja debe alimentarse de jirones de piel, y el buharro, de ratones y de campañoles, pues tal es su sino. Es locura que codicien a gan­ sos salvajes, cisnes y garzas. Igualmente yo, Chilger, a pesar de mi situación inferior me he enamorado de la noble, de la santa Bortei, y he acarreado la desdicha de mi pueblo” . Y para salvar su vida, que no valía más que una "cagada de camero” , se fue a esconder "en las obscuras quebradas de la montaña” ,' sin duda hacia la cordillera del Ulan-burgasu, que domina el valle del Uda y la costa oriental del lago Baikal, con 1 680 metros de altitud. En cambio, Temujin y sus aliados se apoderaron de Kahataidarmala, jefe de la tribu de los kahat-merkit. Le pusieron la canga y lo obligaron a que sirviera de guía al ejército en el camino de regreso hasta el Burkan-kaldun. Y sin embargo, Bortei no era la única princesa de la familia de Temujin que hubiera sido raptada antaño'por los merkit. * En todo caso, no partee que el conquistador haya mostrado jamás rencor al­ guno a Bortei acerca de este delicado asunto. Hay que confesar, empero, que cual­ quier muestra de mal humor por parte suya hubiera resultado ilógica, puesto que el día de la incursión de los merkit él mismo había fríamente abandonado a la joven.

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También se habían apoderado de la esposa segunda de Yesugei, de aquella Suchigil que era madre de Belgutei. Al ente­ rarse de que su madre se hallaba en una de las yurtas del an­ tiguo campo merkit, Belgutei emprendió su búsqueda. Pero la antigua segunda esposa tenía el alma noble. En el momento en que Belgutei entraba en la-yurta por la puerta derecha, ella salía apresuradamente por la puerta izquierda, vestida con un abrigo de piel de cantero hecho jirones: "¿Acaso no me han dicho que nuestros hijos llegarán a ser un día grandes príncipes? ¿Cómo yo, que me he visto obligada a compartir aquí el lecho de un vulgar merkit, podría compa­ recer ante los ojos de mi hijo?” Y al pronunciar estas palabras, huyó hasta lo más profundo de la selva, y todos los esfuerzos por encontrarla resultaron vanos. Belgutei manifestó su dolor en perjuicio de los fugitivos o de los prisioneros merkit: mataba con sus flechas a todos los que divisaba, gritándoles: "Tráem e a mi madre de vuelta” . En cuanto a los merkit que participaron antaño en el rapto de Bortei y en la persecución contra Temujin en el monte Burkankaldun — nos cuentan que, eran trescientos— , Ja epopeya mon­ gola nos-dice; que fúeróri-exterminados despiadadamente..'-'pon sus hijos y los hijos de sus hijos” y que nada quedó de ellos "com o del polvo que el viento esparce” . Las esposas y las hijas de los vencidos fueron, en las cantidades que éstos quisieron, concubinas de los vencedores; muchachitos y niñas se volvie­ ron sirvientes "para abrir o cerrar la puerta de la yurta” . Sin embargo, ya veremos que, a pesar de lo que aquí nos cuenta la epopeya mongola, el pueblo merkit estaba lejos de ser exterminado. Toktoha-beki y sus gentes, después de haber­ se recuperado en las selvas inaccesibles del Barguchin, en la taiga transbaikaliana, iban a regresar en diferentes oportuni­ dades para disputar la, estepa mongola al futuro Gengis Kan y participar en todas las coaliciones contra éste. Un odio in­ extinguible había nacido de todos aquellos raptos de mujeres llevados a cabo por cada generación, odio que no podía cesar efectivamente más que con la exterminación radical de uno de los dos grupos de tribus. El imperio mongol será fundado, pero solamente merced a

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la matanza previa de la mitad o de más de la mitad de las tribus mongolas. Al lado de estas matanzas, encontramos algunos detalles encantadores. En el campamento de los aduyit-merkit, se en­ contró a un niño de cinco años, llamado Kucho, de ojos bri­ llantes y aspecto despierto, con botas de piel de corza y un abrigo de nutria. Este niño fue obsequiado a la madre de Temujin, la viuda Oelun, que lo adoptó. Temujin, que debía al "kan su padre” Togril y a su "her­ mano” Jamuka la liberación de Bortei, les dio las gracias con munificencia. También dio gracias al Tenga, el dios-cielo de los turco-mongoles, y a la "madre-tierra” (eke-otuken), que lo habían ayudado a vengarse de los merkit, a "vaciarles el co­ razón y rasgarles el hígado” . Después, los aliados se separaron.. Si la estepa de Buhura-keher, donde infligieron a Toktoha la sorpresa nocturna que acabamos de narrar, corresponde en efecto, como Haenisch lo afirma, a la región que se encuentra al este del actual Verkne-udinsk, tenemos que admitir que Te­ mujin, Togril y Jamuka fueron seguidamente a sacar a la ter­ cera tribu merkit, la de los uwas-merkit, fuera de la península formada por la confluencia del Orjon y del Selenga ("la isla Talkun, Talkun-aral” ), puesto que en este último distrito, se desarrolló la dislocación del ejército.

L A S E P A R A C IO N D E L A S H O R D A S

Así pues, los aliados, una vez alcanzado su objetivo, se se­ pararon. Por lo menos, el kan Togril volvió a sus campamentos habituales de la Selva Negra, en el alto Tula, cerca de la Urga actual; pero Temujin y Jamuka permanecieron juntos. Iban a establecerse en Korkonak-chubur, distrito arbolado próximo al Onon. La guerra que habían hecho juntos contra el pueblo merkit había reanudado entre ambos hombres una amistad que se re­ montaba a su niñez. Ahora, gustaban de evocar aquellos recuerdos, el tiempo en que jugaban a las tabas sobre los hielos del Onon, el tiempo en que se obsequiaban mutuamente sus flechitas. Hoy, ambos se habían vuelto jefes. Sin duda, Temu­ jin era de raza más noble, puesto que procedía de la antigua familia real, pero no hay duda de que en aquella época Jamu­ ka era el más poderoso, pues así lo demostró el papel de "ge­ neralísimo” que desempeñó en la guerra contra los merkit. Erj realidad, sus relaciones se habían establecido en el terreno de la amistad total: ¿acaso no eran anda, hermanos por jura­ mento, y obligados por esta fraternidad jurídica a ayudarse en todas las cosas? Intercambiaban su botín: Temujin regalaba a Jamuka un cinturón de oro conquistado a Toktoha y el caballo de éste, una yegua de crines y cola negros, mientras que Ja­ muka, por su parte, obsequiaba a Temujin la faja de oro del otro jefe merkit, Dair-usun, y la yegua de éste, tan blanca como un cordero. En Korkonak-chubur, bajo un árbol tupido — quizá el mismo árbol secular, el mismo árbol sagrado bajo el cual fuera proclamado el último kan mongol Kutula— , bajo la em­ pinada roca de Kuldakar, sellaron su pacto de alianza con un gran festín. Danzaron bajo el árbol como antaño danzara el kan Kutula, y de noche, dormían bajo la misma manta. Esta estrecha unión duró año y medio. G. Kan, pliego VI

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En suma — y el lugar de Korkonak-chubur resulta sugestivo a este respecto, puesto que ahí fue donde el último kan de la vieja realeza mongola había festejado su advenimiento— , Temujin y Jamuka, después de su victoria sobre los merkit, estaban resucitando esta realeza. Sólo que la resucitaban en forma de diarquía, ya que el título de anda (fue mutuamente se daban confería a su alianza el carácter sagrado de un víncu­ lo fraterno. Pero las (barquías son inestables por definición. Cuando Temujin y jamuka hubieron bailado bajo el árbol sa­ grado de Korkonak la danza del viejo rey, ¿no tendrían pre­ sente en su mente el significado mágico de semejante rito, la especie de consagración que, sin duda, procedía de ella? Si Temujin lo hubiera olvidado, uno de sus servidores, Mukali, habría de encargarse un día de recordárselo. Y de hecho, pronto, veremos que los dos aliados de hoy aspiran ambos, pero uno en contra de otro, a resucitar el imperio de las estepas. ¿Cómo sé produjo la ruptura entre Jamuka y Temujin? Es lo que adivinamos más que comprendemos claramente a través de la extraña narración que la epopeya nos ha dejado. Era el primer mes de la primavera. Los dos "hermanos jurados” acababan de levantar su campamento para ir a otra parte en busca, com o hacen todos los nómadas, de nuevos pastizales para sus rebaños. Era la época de la trashumancia. Ambos cabalgaban a la par, delante de las carretas cargadas con las yurtas desmontables y en las que mujeres y niños estaban su­ bidos. Los rebaños seguirían, bajo la guardia vigilante de nu­ merosas filas de jinetes. En el camino, Jamuka observó en alta voz que "si se acampa en la pendiente de Ios-montes, ios pastores de caballos tendrán ventaja, mientras que si se de­ tiene uno a orillas del río, los pastores de ovejas saldrán ga­ nando” . Como todos los primitivos, los mongoles solían expre­ sarse mediante imágenes y enigmas. Temujin, que no compren­ dió el sentido de las palabras de Jamuka, permaneció silencioso. Luego, se detuvo y esperó a que pasaran las carretas para preguntar la opinión de su madre' Oelun, cuya vieja experien­ cia podría guiarlo en aquella coyuntura. Pero antes de que Oelun hubiera podido contestar, la esposa de Temujin, Bortei, opinó:

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estas máquinas hubieron hecho brechas en las murallas, los mongoles penetraron en la fortaleza y no dejaron alma viviente” . Después de tomada la cindadela, los habitantes recibieron la orden de salir de la ciudad sin llevar otra cosa que las ropas que los cubrían. Una vez evacuada la ciudad, los mongoles la entregaron a un saqueo metódico y dieron muerte a todos los que, a pesar de la prohibición, habían permanecido en ella. El imán Alí Zandi, que veía los Alcoranes pisoteados por los caballos mongoles, expresaba su dolor a otra personalidad mu­ sulmana, Rokn ed-Din Imán-Zadeh. "Silencio, respondió éste. Es el viento de la ira divina que sopla sobre nosotros. Las briz­ nas de paja que dispersa no tienen más que callar” . Más tarde, la imaginación popular ampliará esta idea. En una romántica narración, pondrá esa expresión en los labios mismos de Gengis Kan. Al llegar a la ciudad, el conquistador habría entrado a caballo en la mezquita-catedral. "Preguntó si era -el palacio del sultán” . Le dijeron que era la mansión de Alá. Echó pie a tierra ante el mihrab, subió dos o tres es­ calones del minbar y dijo en alta voz: "L a campiña ha sido forrajeada. Dad de comer a los caballos” . Fueron a buscar granos a los almacenes de la ciudad. Los cajones que encerra­ ban los Alcoranes fueron transportados por los mongoles al patio de la mezquita para servir de artesa a los caballos, y los libros sagrados de los musulmanes fueron pisoteados por las ca­ ballerías. Los bárbaros depositaron sus odres de vino en medio de la mezquita. Mandaron traer bailarinas y cantantes de la ciudad. Ellos mismos elevaron sus canciones entre aquellos muros, y mientras se entregaban a la alegría y al libertinaje, los principales habitantes de la ciudad, los jefes de la religión, debían obedecer como esclavos y cuidarles los caballos. Des­ pués, Gengis Kan se dirigió a la plaza de la Plegaria (cerca de la puerta de Ibrahim), donde los habitantes solían reunirse para rezar en común en los días de ceremonias solemnes. Aquéllos habían sido reunidos por orden suya. "Subió al min­ bar y preguntó quiénes eran las personas más ricas de aquella muchedumbre. Le fueron designadas doscientas ochenta, entre las cuales, noventa eran comerciantes extranjeros. Les mandó que se acercaran y se dirigió a ellos. Después de haber recorG. Kan, pliego XVII

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dado los actos hostiles que lo habían obligado a tomar las armas contra el sultán, les dijo: "Sabed que habéis cometido grandísimas faltas y que los jefes del pueblo son los más cri­ minales. Si me preguntáis en qué me fundo para afirmarlo así, os diré que soy el azote de Alá, y que si no fuerais grandes culpables, Alá no me hubiera lanzado contra vuestras cabezas. Después, añadió que no les pedía que entregaran sus riquezas sobre la tierra porque ya sabría él encontrarlas, pero que ha­ bían de indicar las que tenían enterradas. Les ordenó que se­ ñalaran sus intendentes, los cuales fueron obligados a entregar los tesoros de sus amos” . Esta narración de Chuwayni, romántica y novelada, no se encuentra en los demás historiadores. Lo cierto es que se des­ arrollaron muchas escenas dolorosas. "Fue un día espantoso — escribe Ibn-al-Athir— . No se oía más que los sollozos de los hombres, de las mujeres y de los niños que se veían sepa­ rados para siempre, pues las tropas mongolas se repartían a la población. Los bárbaros atentaban al pudor de las mujeres ante la mirada de aquellos desdichados, que no tenían más recurso, en su impotencia, que entregarse al llanto. Algunos prefirieron la muerte al espectáculo de horrores tales. Entre éstos, estaban el cadí Sadr ed-Din-Kan, Rokn ed-Din ImánZadeh y su hijo, quienes, testigos del deshonor de sus esposas, hicieron que les dieran muerte combatiendo” . En medio del saqueo, estalló un incendio que consumió la mayor parte de la ciudad (estaba construida con inadera), con excepción de los edificios de ladrillo, tales como la mezquita-catedral y algu­ nos palacios.

HACIA SAMARKANDA

Gengis Kan abandonó las "humeantes ruinas de Bujara” para marchar contra Samarkanda. Subió por el valle del Zerafchan, cubierto de jardines, de vegetales, de praderas y de casas de recreo regados por diversos canales. Solamente dos fuertes — Dabusiya y Sar-i pul— intentaron resistírsele. Dejó destacamentos para reducirlos y prosiguió su camino, acompañado por un séquito inmenso de ciudadanos de las vi­ llas tomadas y de campesinos de los distritos atravesados, multitud que la caballería mongola empujaba hacia delante para utilizarla durante el sitio: todos aquellos que no podían seguir el paso de los caballos recibían la muerte al instante. Samarkanda se encuentra a siete kilómetros al sur del Zerafchan. Muchos canales (arik), derivados del río, asegu­ ran su fertilidad al loess, fertilidad que contrasta con la aridez y la desnudez del paisaje circundante. Como todas las ciudades transoxianas, Samarkanda se componía de tres partes, dispues­ tas aquí de sur a norte. En el sur, la ciudadela (kuhandiz), luego, la villa propiamente dicha o chahristan, y finalmente, el arrabal (rabad). El chahristan del siglo xm corresponde al lu­ gar de Afrasiyab, al norte de la ciudad actual. La villa estaba rodeada por una ancha muralla con cuatro puertas, de las cua­ les, la Puerta de China, al este, recuerda las antiguas relaciones de Transoxiana con el Camino de la Seda, y la Puerta Mayor, en el sur, tiene en sus cercanías el barrio de los bazares — par­ ticularmente, la calderería— , las posadas para las caravanas y los almacenes. Era é9te el barrio más populoso, pero la aglo­ meración entera podía tener unos 500 000 habitantes. Agrega­ remos que, a pesar del amontonamiento de los barrios obreros y del bazar, Samarkanda era muy extensa, pues una superficie considerable estaba ocupada por los jardines, ya que cada casa de alguna importancia poseía el suyo. En efecto, la abundan-

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cía de los canales de irrigación había permitido un considera­ ble desarrollo de la horticultura. "Las delicias de Samarkanda” al salir del desierto, residían ante todo en su adorno floral, en el encanto de sus canales, de sus estanques y de sus fuen­ tes. Los geógrafos árabes alaban también los monumentos de la ciudad, en particular, la mezquita-catedral, cuyas ruinas han sido descubiertas por Barthold al oeste de la ciudadela, en el barrio de Afrasiyab. Las industrias de Samarkanda eran célebres en Oriente. Pro­ ducían tejidos con aplicaciones de plata (simhun), el célebre "tisú de Samarkanda” , y también tiendas que las caravanas de toda el Asia central utilizaban. El barrio de los caldereros expoliaba jarros de cobre y copas de una elegancia maravillo­ sa, y el barrio de los talabarteros, todos ios accesorios de enjaezamiento que eran disputados desde Kachgar hasta Chiraz. Otra especialidad de los talleres de Samarkanda era el papel de trapo, cuya técnica aprendieron de los chinos en el siglo vin y que vino a reemplazar al papiro y al pergamino en los países musulmanes. Samarkanda exportaba también sedas, al­ godones, y hasta los productos de sus huertas: "los melones de Samarkanda, en cajas de plomo forradas con papel-nieve, se vendían hasta en Bagdad” . Tal era la gran ciudad que Gengis Kan vino a sitiar en aquel me9 de mayo de 1220. El sultán de Juarizm había dejado allí una guarnición de unos 50 000 turcos, al mando de su tío Tugay-kan. Las fortificaciones de la cintura, las de la ciuda­ dela muy particularmente, habían sido reparadas y aumentadas. Por eso, el conquistador, obró con circunspección. Cerca de la ciudad, fueron a unírsele los otros tres cuerpos de su ejér­ cito, los cuales, una vez realizada la conquista de Transoxiana, le aportaban multitudes de prisioneros para ayudar en el ase­ dio. Sus hijos Chagatai y Ogodei, que acababan de adueñarse de Otrar, iban empujando por delante a las gentes del Sir-daria medio. Todos los cautivos estaban repartidos por decenas y cada una de éstas llevaba un estandarte igual que si se hubiera tratado de guerreros mongoles: ardid guerrero destinado a en­ gañar a los defensores acerca de los efectivos — considerables por sí— del ejército sitiador.

Camelleros mongoles Habiendo instalado su puesto de mando en el Palacio Azul (Kok-serai), en el arrabal, Gengis Kan pasó los dos primeros días inspeccionando en persona los muros de la ciudad y exa minando sus fortificaciones. Al tercer día, hizo que sus tropas avanzaran, empujando por delante a los desdichados cautivos disfrazados de soldados. Los ciudadanos — tachiks en su ma­ yoría— salieron para combatirlo. Los mongoles, de acuerdo con su táctica habitual, se retiraron lentamente y atrajeron a una emboscada a aquellas milicias improvisadas, infantes que su caballería derrotó fácilmente: casi cincuenta mil defensores de Samarkanda fueron muertos de este modo. Esta derrota desanimó a los sitiados. Los mercenarios kankli, que componían la mayor parte de la guarnición, creyeron que, como eran turcos, los mongoles los tratarían como a com­ patriotas. Al quinto día del sitio, se dirigieron hacia el campamento mongol con equipajes y familias, Tugay-kan a la cabeza. Abandonados por la guarnición, los habitantes no po­ dían hacer más que capitular. El cadí y el cheik-ul-islam se

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presentaron con este objeto ante Gengis Kan. Regresaron con promesas algo satisfactorias y abrieron las puertas del recin­ to. Los mongoles entraron en Samarkanda por la puerta del noroeste, la "Puerta de la Plegaria” , el 17 de marzo de' 1220. Procedieron al momento a la destrucción de las murallas. Como siempre en estos casos, los habitantes hubieron de salir de la villa para permitir que el ejército mongol se entregara al saqueo más cómodamente. Ahora bien, Gengis Kan había dado salvaguardias, no solamente al cadí y al cheik-ubislam, sino también a los demás doctores de la ley y miembros del clero musulmán, unos cuantos miles en total: estas salvaguar­ dias fueron respetadas escrupulosamente. La ciudadela resistía aún. Los mongoles comenzaron por privarla de agua cortando el canal que la alimentaba. La mitad de los defensores — unos mil hombres— lograron huir durante la noche. Los demás se refugiaron en la mezquita-catedral para resistir desesperada­ mente. Todos fueron muertos, "hasta el último hombre” , y la mezquita fue incendiada. En cuanto a los mercenarios turcos que se habían entregado primero, habían calculado mal. Hemos visto el horror que la traición inspiraba a Gengis Kan. Mandó que tod03 fueran muertos — eran treinta m il— , incluyendo su jefe, Tugay. La población ciudadana, compuesta en su mayoría por tachiks, fue tratada con más miramientos. No cabe duda de que Gengis Kan estimó a aquellos burgueses que habían sido valientes y fieles a su príncipe. Se contentó con llevarse a los artesanos, que eran treinta mil, para repartirlos entre los ordus de sus hijos y de sus altos oficiales. Un número semejante de indivi­ duos fue requisado para los trabajos militares. Quedaban to­ davía unos cincuenta mil prisioneros, a quienes Gengis Kan permitió que se rescataran mediante 200 000 dinares.

EN URGENCH. EL ASALTO A LA CIUDAD EN LLAMAS.

Mucho más les costó a los mongoles apoderarse de la ca­ pital del Juarizm propiamente dicho, la villa de Urgench, la antigua Gurganch. Urgench estaba situada cerca de la delta del Amu-daria en el mar de Aral, a unos ciento cuarenta y seis kilómetros al noroeste de Jiva. Ahí, también un sistema de arik, o canales de derivación cuidadosamente mantenidos, aseguraba la ferti­ lidad del oasis en una región que se disputaban los pantanos y las arenas. La villa era célebre en el siglo XIH por su fabri­ cación de sedas y también por ser centro comercial y relevo de caravanas, situación que la había enriquecido considerable­ mente. La guarnición turca estaba resuelta a una defensa desesperada. El mismo sentimiento era compartido por la po­ blación civil, profundamente apegada a la dinastía juarizm. Gengis Kan envió contra Urgench un poderoso ejército, al mando de tres hijos suyo9¡ Jochí, Chagatai y Ogodei, sin hablar de generales curtidos como Bohorchu, Tolun-cherbi y Kadahan; en total, parece que unos cincuenta mil hombres. Jochi trató de conseguir que los habitantes capitularan sin combatir: "M andó decir a los habitantes que su padre le había dado el Juarizm propiamente dicho como privilegio, que deseaba con­ servar intacta su capital, que lamentaría mucho su destrucción y que ya daba una prueba de su benevolencia al respetar los jardines y los arrabales” . Pero esta invitación no hizo el me­ nor efecto. El país era arenoso y pantanoso, de modo que no había pie­ dras que pudieran servir de proyectiles. Los mongoles man­ daron que fueran cortadas las moreras de los suburbios y las serraron en forma de balas de cañón. Después, obligaron a los prisioneros a rellenar el foso, operación que duró diez días.

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A continuación, comenzaron a socavar las murallas, pero tu­ vieron que ir conquistando la ciudad barrio por barrio, o me­ jor dicho, calle por calle. En aquella guerra, nueva para ellos, empleaban baldes de petróleo, con los que incendiaban las casas. Pero la'villa estaba dividida en dos por el Amu-daria. Tres mil mongoles se lanzaron sobre el puente tendido en aquel lugar por encima del río. Fueron repelidos y murieron todos, lo cual no dejó de levantar la moral de los defensores. La causa secreta del fracaso mongol residía en el desacuer­ do que reinaba entre Jochí y Chagatai. Ya hemos visto que ambos hermanos se odiaban. La víspera de comenzar la cam­ paña, estuvieron a punto de agarrarse, pero los detuvieron a tiempo. El sitio de Urgench dio nuevos bríos a su disputa. Jochí, que sabía que la villa formaría parte de su privilegio, trataba, como hemos visto, de salvarla. Chagatai, siempre tan rígido, se lo echaba violentamente en cara. La disciplina de las tropas sufría por su desacuerdo. Acabaron por llevar am­ bos sus quejas ante su padre. Gengis Kan, muy descontento con ellos, respondió subordinando a ambos a su hermano Ogodei, medida conforme a las disposiciones que acerca de la su­ cesión habían sido tomadas anteriormente. El conquistador tenía, razón. "Ogodei logró con su dulzura restablecer el buen entendimiento entre sus dos hermanos, y con su severidad, restablecer en las-tropas la disciplina que las bacía invencibles” . El combate se reanudó, infernal. Mujeres, niños y viejos, que sabían que no podían esperar merced alguna, participaban incansablemente en la defensa. Los mongoles seguían lanzando dentro de las casas, transformadas en otras tantas fortalezas, potes de petróleo ardiendo. A la luz de los incendios, las olas de asaltantes iban progresando sobre montones de cadáveres atrozmente quemados. Finalmente, al cabo de siete días, los defensores se encontraron acorralados en los tres barrios que las llamas no habían alcanzado todavía; mandaron entonces al alfaquí Alí ed-Din Kayati para que implorara la misericordia de Jochí. "Muéstranos tu misericordia después de habernos mostrado tu furor” . Pero Jochí estaba exasperado por las pérdidas de su ejército: "¿C óm o pueden hablar así cuando es el furor de ellos lo que ha hecho perecer a tantos soldados

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míos? Ahora, nos toca a nosotros mostrar nuestra ira” . Mandó que saliera toda la población a la llanura. Las mujeres jóvenes y los niños fueron reducidos a la esclavitud. Los artesanos fue­ ron apartados para ser enviados a Mongolia, al servicio del kan. El resto de la población masculina se repartió entre las compañías mongolas, que le dio muerte con flechas y cimi­ tarras. Para terminar, los mongoles rompieron los diques que contenían las aguas del Amu-daria y sumergieron la ciudad {abril de 1221). Si hacemos caso a la epopeya mongola, Gengis Kan estaba muy descontento de sus hijos por la lentitud con que habían llevado el sitio, y en particular, con Jochi. Además, se ha­ bían dividido el botín de cautivos sin reservar una parte pre­ ponderante para su padre. Cuando una vez tomada la ciudad, se presentaron por fm ante él, se negó a concederles audiencia por tres días. Fue me­ nester que sus viejos compañeros Bohorchu y Chigui-kutuku intervinieran en favor suyo: "La caída de Urgench ha aumen­ tado nuestro poderío. El sarto está vencido, tu gran ejército se regocija. ¿Por qué, oh kan, sigues enojado? Tus hijos han reconocido sus culpas y están arrepentidos. Sé clemente y per. dónalos” . Entonces, Gengis Kan se deja ablandar un poco y recibe a los tres príncipes, no sin soltarles una severa repri­ menda. Mientras ellos se mantienen ante él, sin atreverse a hacer un movimiento y con el sudor de la angustia bañándoles las frentes, los tres "portadores de carcaj” Kongkai, Kongtakar y Chormagan intervienen a su vez: "Semejantes a jóvenes gerifaltes lanzándose durante una cacería, los tres príncipes han venido para estudiar el oficio de la guerra. ¿Por qué los regañas así a su regreso? Desde la aurora hasta el poniente, tenemos un mundo de enemigos. Suéltanos sobre ellos como nosotros soltamos al cazar a nues­ tros feroces perros tibetanos, y con ayuda del Tenga y de la diosa Tierra venceremos a esos pueblos, te traeremos oro, plata, sederías, riquezas, te conquistaremos poblaciones y vi­ llas. ¿Quieres que vayamos a atacar al jalifa de Bagdad?” Esas palabras acabaron de aplacar el corazón del conquistador. En realidad, sólo Chagatai y Ogodei se habían reunido con su pa­

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dre, y sus relaciones con él fueron, después de esto, perfecta­ mente amistosas. Por lo contrario, Jochí, después de la caída de Urgench, se quedó en aquella región y en las estepas de Kazakstán actual, que constituían su fuero. Allí vivió, apar­ tado, sin asociarse a la prosecución de esa guerra, y sus rela­ ciones con Gengis Kan no dejaron de enfriarse, como vamos

LA CAZA AL HOMBRE: RASTREANDO AL SULTAN.

Mientras su imperio se derrumbaba, el sultán Mohamed de Juarizm, espantado ante la catástrofe que su ligereza y su so­ berbia habían provocado deliberadamente, y pasando de la jactancia más loca al abatimiento más absoluto, había perma­ necido inerte primero y había emprendido la fuga después, dirigiéndose por el sur del Amu-daria hacia Balj. Desde ahí, llegó al Jorasán occidental, buscó refugio en Nishapur y final­ mente, cada vez más aterrado, corrió a Kashwin, al noroeste del Irak-Ajemi, en el extremo opuesto de sus Estados. Pero Gengis Kan lo perseguía con un odio inexpiable por el asesinato de su enviado durante el saqueo de la caravana mongola en Otrar. "Sea cual fuere el lugar hacia el que dirija sus pasos — declaraba al cadí Wahid ed-Din Buchenchi— , lo perseguiré. Devastaré todo país que le haya dado asilo” . Des­ ató en persecución del fugitivo a su3 dos mejores lugartenien­ tes: Chebe y Subotei, y también a Tokuchar, confiándoles veinte mil caballos. Y la caza épica comenzó. Chebe y Subotei cruzaron el Amu-daria al norte de Balj. De aquel lado, la anchura del río es muy variable: en la ba­ rrera calcárea de Kelif, se reduce desde mil quinientos metros hasta cuatrocientos cincuenta. Los do3 generales mongoles lo­ graron poner pie en la otra orilla sin puentes ni barcos, sin duda, del modo que Plan Carpin describe: el ajuar y el equipo de los soldados iban enrollados en una banda de cuero que flotaba como un odre y que iba atada a la cola de los caballos, sirviéndoles también a ellos de punto de apoyo durante la tra­ vesía. Los caballos pasaban a nado. Al aterrizar en la margen meridional del Amu-daria, Chebe y Subotei se encontraban en el actual Turquestán afgano, en el distrito de Balj. Los notables de la ciudad les mandaron una delegación con obsequios. Los dos generales habían reci-

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bido de Gengis Kan la orden de no detenerse para sitiar al­ guna plaza, sino que todo debía posponerse a la captura del sultán. Fieles a la consigna, se contentaron con las protestas amistosas de las gentes de Balj y salieron disparados hacia el oeste, hacia la provincia persa del Jorasán, donde íes habían señalado la presencia del sultán. Por lo contrario, su colega Tokuchar no resistió a la atracción del saqueo. Indudablemente, confiaba en su posición personal, pues estaba casado con una hija de Gengis Kan. Pero el conquistador no bromeaba con la disciplina: habló claramente de mandar decapitar al culpable,. su yerno, y en todo caso, le retiró el mando. Mientras tanto, Chebe, recorriendo en unos días algo más de setecientos kilómetros, había llegado ante Nishapur. Mandó llamar a las autoridades locales y les entregó una proclama de Gengis Kan, escrita en caracteres uig^ur, que mostraba perfec­ tamente el estado de ánimo del conquistador: "Comandantes, grandes y pueblo — decía aquel texto— , sabed que dios (el Tengri). me ha dado, desde Oriente hasta Occidente, el imperio de la tierra. El que se someta será per­ donado, pero ¡ay de los que se resistan!: serán degollados con sus esposas, sus hijos y toda su clientela” . A pesar de aquellos propósitos amenazadores, el general mongol se guardó mucho de retrasar su marcha con un ataque a la ciudad. La otra gran ciudad del Jorasán, situada un poco más al este, era Tus, cerca del Meshed actual, sobre el Kachafrud, "el río de las Tortugas". También éste tenía instalado un sistema de canalizaciones que aseguraba la fertilidad de sus árboles frutales. Los geógrafos árabes nos hablan de sus ma­ nufacturas (eran célebres sus telas rayadas) y de sus minas de turquesa. Subotei sólo deseaba, también aquí, una sumisión dé-jp.iírá fórmula, pero-los magistrados ludieron'.una respuesta insolente, as! que penetró en la ciudad -—aparentemente sin gran dificultad— y procedió a una matanza metódica. Chebe y él marcharon a continuación, siempre encarnizados tras, el rastro del sultán. Siguiendo indicaciones que les dieron, siguieron la pista que hoy sirve todavía en el Jorasán septen­ trional, al norte del gran desierto salado, por Sebzevar, Chahrud y Damgan, desde donde llega al Irak-Ajemi, y por Sem-

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Princesa mongola de la región de Urga. Col. Turnanoff. Museo del Hombre, París..

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nan, al Teherán actual. Las ciudades que resistieron— Damgan y Semnan— fueron saqueadas por Suhotei, que desde Semnan, marchó derecho a Reiy, mientras Chebe desviaba por el Mazenderán, donde saqueó Amol. Los dos generales se reunieron ante Reiy; habían recorrido más de setecientos kilómetros desde que dejaran Nishapur. Reiy, la antigua Rhages, a ocho kilómetros al sur de nues­ tro Teherán, era la ciudad más grande del Irak persa. Expor­ taba hacia Oriente sus telas de seda y su magnífica cerámica policromada, adornada con exquisitas "miniaturas” . Los mon­ goles, al surgir de improviso, mataron a mucha gente de los arrabales; en la ciudad misma, el cadí trató de parlamentar con ellos, pero no pudo impedir que saquearan el bazar y que mataran a mucha gente. Ahora bien, tampoco ahí perdieron tiempo los mongoles. Acababan de enterarse de que el sultán, siempre en fuga delante de ellos, se encontraba ahora al nor­ oeste, en Reslit, a orillas del Caspio, en la provincia de Ghilan. Era exacto. Pero al enterarse del saqueo de Reiy, el sultán, en vez de reunir los cien mil guerreros que las provincias per­ sas ofrecían, perdió nuevamente la cabeza. Tal era el temor que inspiraban los mongoles, que parte de sus gentes lo aban­ donaron. Corrió de Resht hacia Kaslvwin, donde uno de sus hijos había reunido treinta mil hombres. Con aquella tropa, todavía hubiera podido derrotar a los mongoles que batían la campiña por destacamentos aislados, pero nuevamente operó el "terror mongol” , así que, lejos de intentar sorprender a los enemigos, él fue quien estuvo a punto de ser sorprendido por ellos cerca de Karun. Su caballo fue muerto a flechazos y él mismo se salvó de milagro. Entonces, se le. ocurrió refugiarse en Bagdad, así que cabalgó hasta llamadján, con aquellos te­ rribles jinetes mongoles pisándole los talones; en el suburbio de esta ciudad, tuvieron una escaramuza con su tropa sin re­ conocerla. Ahora bien, acababa de cambiar nuevamente de opinión y trataba de llegar hasta la costa del mar Caspio. Ese súbito cambio de dirección desconcertó un momento a Chebe y a Subotei, que perdieron algún tiempo buscando el rastro. Así, pudo llegar hasta la costa del Mazenderán, pero ya los mongoles estaban nuevamente sobre la pista. Sus vanguardias

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iban a llegar. Sólo tuvo tiempo de arrojarse a una lancha y de llegar a alta mar bajo una lluvia de flechas. Se refugió en el islote de Abeskun, cerca de la desembocadura del Gurgán, al oeste de Astrabad. Ahí fue donde el antiguo potentado del Islam, el antiguo sultán de Turquestán, de Afganistán y de Persia, murió de desesperación y de agotamiento en enero de 1221. El hombre que había osado desafiar a Gengis Kan, matar a sus caravaneros y negarle satisfacciones, no existía ya. La misión que el conquistador había confiado a Chebe y a Subotei estaba cumplida. Si no habían podido prender al sultán vivo, lo habían forzado como una presa hasta que se abatió, agotado. Ellos, por lo contrarío, a pesar de aquella fantástica batida — desde el cruce del Arau-daria habían recorrido al galope más de mil seiscientos kilómetros— , se encontraban tan roza­ gantes com o el primer día. Y una vez su misión cumplida, Gengis Kan les iba a encargar otra: proseguir su carrera en una inmensa incursión de reconocimiento alrededor del mar Caspio, a través del noroeste de Persia, del Cáucaso y de Rusia m eridional. . . Narraremos después esta increíble cabalgada, pero por ahora, debemos volver sobre nuestros pasos para acompañar al con­ quistador del mundo a través de los montes afganos. El Gengis Kan que vamos a conocer a través de las fuentes árabe-persas, como hemos visto en Bujara y Samarkanda, parecerá algo di­ ferente del héroe que nos han mostrado en la primera parte de su vida las epopeyas mongolas. Divergencia de fuentes, por supuesto, pues los analistas árabes y persas no podían olvidar­ los daños causados a las tierras del Islam por el hombre a quien consideraban como el Atila del mundo musulmán. Pero en realidad, no basta esta explicación. La personalidad de Gengis Kan, tal como el bardo mongol nos lo ha dado a conocer, per­ manece fuera de’ discusión, y esto es un hecho. El héroe mon­ gol sigue siendo el semidiós generoso, magnánimo y grande, moderado en todas las cosas, equilibrado, gozando de un sen­ tido común robusto, humano en suma y hasta forjado de humanidad, tal com o no ha dejado nunca de ser. Sólo ha to­ mado las armas por una causa justa, porque los juarizm han destruido sus caravanas y degollado a sus embajadores. Pero

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esa guerra legítima que ha sido impuesta a sus mongoles, éstos la llevarán a cabo a la mongola, com o nómadas que son, como semisalvajes de la estepa y de la taiga que son también. No hay en ello contradicción alguna. Gengis Kan sigue mostrán­ dose aquí, personalmente, igual a los más grandes entre los "hacedores de Historia” , y no es culpa suya si el Alejandro mongol manda, a tropas que han permanecido poco más o me­ nos en el mismo estado cultural que los pieles rojas de la pra­ dera americana en el siglo. XV». Una vez que hemos establecido esta reserva, para perma■necer fíeles a la objetividad histórica, que se nos permita no ocultar el horror que tan abominables matanzas nos inspiran. ¿Es necesario que declaremos que nos encontramos al lado de la civilización árabe-persa contra los bárbaros que intentaron — en vano, a Dios gracias— aniquilarla?*

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* El nombre mongol Tokuchar citado en este capítulo y leído de este modo por Barthold está escrito Tagachar por Pelliot (véase Hambis, capítulo CVII del Y che, T u n g p a o , píg. 38). mm

EL VIENTO DE LA IRA PASA SOBRE JORASAN

Después de la toma de Samarkanda, Gengis Kan pasó los calores del verano de 1220 al sur de esta ciudad, en Nasaf, el Karshi actual, que es, en efecto, la parte más agradable de Transoxiana en esa estación: el oasis, abrigado por los montes Guisar, posee, si se compara con Samarkanda, la ventaja del verdor y de la sombra, y sus magníficos jardines superan a los de la capital. En aquellas praderas, pudo el conquistador re­ poner su caballería, cansada por tantas marchas ininterrumpi­ das;. En el otoño, se acercó al Amu-daria y puso sitio, frente a Balj, en la ribera septentrional del río, a la villa de Termez o Tirmidh. "C om o los notables se negaron a abrir las puertas, la villa fue tomada por asalto el undécimo día del sitio. Se mandó salir a todos los habitantes, que fueron distribuidos entre las compañías mongolas para ser exterminados. Una an­ ciana' mujer estaba a punto de recibir el golpe mortal cuando gritó que si no la mataban, entregaría una hermosa perla. Se la pidieron: dijo que se la había tragado. Inmediatamente, le ra­ jaron el vientre, y efectivamente, le sacaron una perla. Supo­ niendo que otras personas también pudieron haber tragado perlas, Gengis Kan ordenó que se destriparan los cadáveres". Mientras tanto, como hemos visto, las alas del ejército mon­ gol acorralaban al enemigo por doquier: en el Juarizm, Jochi, Ghagatai y Ogodei tomaban Urgench; en Persia, Chebe y Subotei acosaban a muerte al sultán vencido. Gengis Kan, diri­ giendo el conjunto de las operaciones desde las márgenes del Amu-daria, pasó el invierno de 1220-1221 en Sali-Sarai. Sólo cruzó el río en la primavera de 1221, cerca de Balj, y empren­ dió la conquista definitiva del Turquestán afgano, la antigua Bactriana, cuya cabeza de partido era esa ciudad, y a conti­ nuación, la conquista, o mejor dicho, la destrucción del Jorasán. Balj, la antigua Bactres, ha tentado siempre a los conquisG. Kan, pliego XVII2

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tadores. Era un oasis de regadío que, situado en medio de una estepa desértica, había sobrevivido a todas las invasiones, refu­ giada en su muralla de adobe, que tenía doce kilómetros de contorno. Ya hemos visto que Chebe y Subotei, al hacer su primera aparición ante la plaza, se habían conformado con una sumisión de pura fórmula. Al aproximarse Gengis Kan, los notables fueron a rendirle pleitesía. Pero el soberano mongol, pensándolo bien, llegó a temer que la ciudad se transformara en foco de resistencia para sus enemigos, mandó que saliera toda la población con el pretexto de contarla y la entregó a la matanza. Las fortalezas de la región que quisieron resistir fue­ ron tomadas unas detrás de otras y siempre siguiendo el mismo sistema: merced al empleo de una multitud de prisioneros que eran enviados a primera línea y recibían la muerte si inten­ taban retroceder. Mientras tanto, Gengis Kan había enviado a su cuarto hijo, Tolui, para realizar o concluir la conquista del Jorasán. En efecto, Chebe y Subotei, que habían atravesado aquel país el año anterior, sólo habían podido obtener, también allí, sumi­ siones puramente nominales. Esta vez, la conquista se llevó a cabo completamente. El Jorasán, cuyo nombre, en persa, significa "e l Oriente” (de Persia), se presenta como una larga banda de estepas sem­ bradas de oasis que los ríos que bajan de las cordilleras de Paropamisus, de Puch-i-Koh y de Binalud fertilizan antes de irse a perder por el desierto; éste, allí como en todas partes, corroe toda la parte interior de la meseta de Irán, Eso quiere decir que los cultivos no pueden mantenerse sino mediante un esfuerzo constante para conservar las canalizaciones, para de­ fender contra la cercanía de la estepa a los jardines, los verge­ les y los viñedos, los campos de trigo, de arroz y de cebada, las cortinas de olmos y de chopos que constituyen "la sonrisa de Jorasán” . En la época en que Gengis Kan llegó allí, largos siglos de trabajo paciente habían asegurado la riqueza del país, y en esta riqueza material, había florecido y prosperado la cultura persa. Cerca de Tus, había nacido el Homero de Per­ sia, el inmortal Firdusi, autor de la epopeya del Shak-nameh; también era originario de Tus el filósofo Ghazali, "el Pascal

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musulmán” , y asimismo, Nishapur era la patria del poeta Omar Jayam, cuyo sensualismo pesimista reviste todas las gracias del lirismo oriental. La llegada del principe Tolui y de .sus guerreros nómadas a aquellos oásis.privilpgiados'había'de'causar uno de los dra­ mas más dolorosos de la historia' humana: la destrucción dé la cultura espiritual combinada con la destrucción de los oasis mismos, con "la muerte de la tierra” . La primera ciudad que sufrió el choque fue la de Nessa, cerca de Askabad. También era un oasis que poseía la riqueza suprema: mucha agua, y por lo tanto, mucho verdor y muchos jardines (se encontraba acurrucada en el borde septentrional de la cadena del Kopet-dagh, de la cual, descienden muchos riachuelos). "Las diez puertas de la villa están sumergidas en verdor” , lo cual, al salir de las siniestras Arenas Negras (KaraKum) del Turkmenistán debía de producir "un contraste lin­ dando con el milagro” . Tolui destacó contra Nessa un cuerpo de diez mil mongoles al mando de Tokuchar, el yerno de Gengis Kan que, por fin, había recuperado su valimiento. En la época aquella, los mon­ goles habían sitiado tantas ciudades, que habían alcanzado progresos sorprendentes en poliorcética, en particular, en ba­ lística. "Contra los muros de Nessa, Tokuchar puso en juego una batería de veinte catapultas servidas por cautivos y por hombres requisados. Aquellos infelices debían también em­ pujar los arietes, y los desgraciados que retrocedían eran ani­ quilados. Después de quince días de ataques incesantes, y una vez que las máquinas hubieron abierto una amplia brecha, los mongoles se adueñaron de la muralla durante la noche. Al ama­ necer, penetraron en la ciudad y mandaron salir a todos los habitantes. Cuando éstos estuvieron reunidos en la llanura, les dieron la orden de maniatarse por detrás unos a otros. Los desdichados obedecieron sin darse cuenta de lo que hacían: si se hubieran dispersado huyendo hacia las montañas, la ma­ yoría hubiera podido salvarse. Cuando estuvieron maniatados, ios mongoles los rodearon y los exterminaron con sus flechas, ya fueran hombres mujeres o niños, sin distinción. El número de muertos ascendió a setenta mil”

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Tokuchar se dirigió después a Nishapur. Era una de las ciu­ dades más hermosas de Persia, la capital de la provincia de Jorasán, en pleno auge por entonces. Desde el rio Sangáver, que baja de la cordillera de Binalud, al norte de la ciudad, el agua bienhechora llegaba por doce canales de regadío y ponía en marcha, según los geógrafos árabes aseguran, setenta mo­ linos. "N o solamente todos los jardines, sino la mayor parte de las casas también estaban abundantemente provistas de .agua” . Los campos del, pasis: producían.arroz.y cereales, y los suburbios eran fampsos por sus, tuinas- dé turquesas. En ñn, considerándola desde el punto de vista político, Nishapur re­ cordaba todavía los tiempos, recientes aún, en que había sido una de las capitales de Irán bajo el reinado de los grandes sul­ tanes selyúcidas. Unos meses antes, Cliebe se había contentado con "amo­ nestar” a la ciudad. Tokuchar trató de tomarla por asalto, pero fue muerto al tercer día del ataque por una flecha disparada desde la muralla (noviembre de 1220). El general que tomó la sucesión, convencido de que no contaba con fuerzas sufi­ cientes para tomar la plaza, se retiró, dejando la venganza para más tarde. Mientras tanto, dividió sus tropas en dos destaca­ mentos. Con uno, se dirigió contra Sebzewar, villa situada a unos cien kilómetros al oeste de Nishapur: la tomó en tres días y mandó que toda la población, setenta mil personas, fuera degollada. El otro destacamento marchó contra Tus y tomó los castillos fortificados del distrito, cuyos habitantes todos fueron pasados por la espada. El propio Tolui no entró en campaña antes de comenzado el año siguiente. Primero, se dirigió a Merv, el gran oasis del bajo Murgab. La actividad industrial y comercial de la villa explica el papel considerable que había desempeñado durante el siglo anterior en el dominio político, cuando era capital del sultán selyúcída Sanchar. El oasis era célebre por su algodón fino, exportado en bruto o en forma de tejidos; célebre tam­ bién por el lugar que ocupaba allí la sericicultura, con expor­ tación de la seda bruta y de sus productos. El barrio de los tejedores, como el de los diamantistas y el de los alfareros, era transitado por las caravanas de todo el Oriente medio. Una de

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las maravillas de la ciudad era el mausoleo de Sanchar, cuya enorme cúpula, de color azul turquesa, se veía desde una dis­ tancia equivalente a una jornada de marcha, Tolui llegó ante Merv con un ejército de setenta mil hom­ bres, compuesto en parte por soldados reclutados en las pro­ vincias conquistadas. Dos salidas de los asediados fracasaron, en vista de lo cual, éstos ofrecieron rendirse (25 de febrero de 1221). Tolui ordenó que la población saliera con sus obje­ tos de más valor. Sentado en la llanura en un trono dorado, mandó que llevaran ante él a los soldados de la' guarnición primero: todos fueron decapitados allí mismo. Después, le tocó a la población civil. "Hom bres, mujeres y niños fueron sepa­ rados. El aire retumbaba con sus sollozos y sus gemidos. Aque­ llos infelices fueron repartidos entre las tropas y casi todos degollados. Sólo quedaron con vida cuatrocientos artesanos y cierto número de niños de ambos sexos destinados a ser escla­ vos. Los doscientos ciudadanos más ricos fueron torturados basta que hubieron declarado dónde habían ocultado sus tesoros” . Los mongoles destruyeron el dique del Murgab que asegu­ raba la irrigación de los suburbios y el floreciente oasis retornó al desierto. De la antigua ciudad de las Mil y una noches, sólo quedaron algunas lomas en los lugares donde habían estado los antiguos palacios, amontonamientos enormes de ladrillos barnizados, y los restos del muro de ladrillo y de las torres de la "Fortaleza del Sultán” (Sultan-kala). Testimonio único casi intacto de un glorioso pasado, la mezquita de Sanchar sigue elevando hacia el cielo su cúpula desmantelada. Desde Merv, Tolui marchó contra Nishapur, a la distancia de diez jornadas de marcha. El joven gengiskánida ardía en deseos de vengar la muerte de su cuñado Tokuchar, muerto cinco meses antes por sus habitantes. Estos, que sabían que no debían esperar cuartel, habían reforzado los muros de su recinto lo mejor posible. "Sus fortificaciones tenían tres mil balistas o máquinas para lanzar jabalinas, y quinientas cata­ pultas. Los preparativos de los mongoles no eran menos con­ siderables. Llevaban tres mil balistas, trescientas catapultas, setecientas máquinas para el lanzamiento de nafta inflamada,

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cuatro mü escalas y dos mil quinientas cargas de piedra” . Ante semejante "artillería” , los asediados perdieron pronto los bríos: una delegación fue a implorar clemencia a Tolui. Este se negó a cualquier arreglo y dio sus órdenes para el asalto. "Se combatió durante todo el día y toda la noche” . Por la maña­ na, los fosos estaban rellenos, el muro presentaba setenta bre­ chas y diez mil mongoles lo habían escalado ya. Por todos lados, penetraron las tropas de Tolui en la ciudad, cuyas calles y casas fueron, durante el día entero, teatro de otros tantos combates. El sábado 10 de abril de 1221, Níshapur fue total­ mente ocupada por los mongoles. La viuda de Tokuchar, hija de Gengis Kan, hizo entonces su entrada solemne en la ciudad con un séquito de diez mil hombres "que exterminaron sin distinción todo lo que vieron” . La carnicería duró cuatro días. Se mató hasta a perros y gatos. Tolui había oído decir que, durante el saqueo de Merv, muchos habitantes habían salvado la vida acostándose entre los muer­ tos. Para mayor seguridad, ordenó que los cadáveres hieran decapitados. Se construyeron pirámides de cabezas con "ma­ teriales” distintos: pirámides de cabezas de hombres, de cabe­ zas de mujeres, de cabezas de niños . . . "La destrucción de la villa duró quince días” . Tolui, como de costumbre, sólo dejó con vida a los principales artesanos calificados — eran cuatro­ cientos— , destinados a la deportación para ser empleados en Mongolia. La hija del conquistador podía dejar Níshapur con el alma satisfecha: Tokuchar había sido vengado. De Níshapur, Tolui marchó al sudeste — al sur de la cordi­ llera de los Paropamisus— , para sitiar la ciudad de Herat, otro oasis en medio de las estepas y de los desiertos, o mejor dicho, centro de la galería-oasis que representa, sobre una dis­ tancia de doscientos kilómetros, el valle del Herirud: "Las al­ deas se suceden a cada lado de los montes, rodeadas por cam­ pos de cereales, plantíos de viñas y de árboles frutales; de cuando en cuando, el pino de Alepo y el olmo dan relieve al paisaje; a lo largo de los ríos, el chopo forma verdaderos bos­ ques” . Los mongoles intimaron a ios habitantes de Herat a capitular. El gobernador mandó ejecutar a su parlamentario

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y la ciudad resistió a todos los asaltos durante ocho días, Pero una ves que el gobernador fue muerto, los burgueses iranios ofrecieron rendirse con la condición de que pudieran salvar la vida. Tolui se lo prometió y cumplió su palabra. Se con­ tentó con mandar matar a los doce mil soldados turcos que componían la guarnición. Y luego, marchó a reunirse con Gengis Kan ante los muros de Talekán.

TEMPESTAD SOBRE AFGANISTAN Después de haber tomado Balj y Talekán, Gengis Kan se había ido a pasar el verano de 1221 en las montañas de Bactriana. Se dirigió después hacia el sur y franqueó la alta ba­ rrera montañosa que, de este a oeste y casi sin interrupción, separa la antigua Bactriana del Afganistán central, desde el Indu-kux hasta los Paropamisus. En el corazón de aquella red de montañas, en el punto en que precisamente los Paropamisus se unen al Indu-kux, mientras que en el sur esta cordillera sigue paralela a la del Ko-i-baba, la ciudad de Bamiyán pre­ sentaba una importancia estratégica de primer orden. Lugares pictóricos de historia, comenzando por el alto farallón que per­ foran antiguas grutas búdicas, cuyas gigantescas estatuas, de treinta y cinco a cincuenta y tres metros de alto, contemplaban desde hacía casi diez siglos el fresco valle de.Bamiyán con sus ríos, sus cultivos, sus bosquecillos de chopos y de sauces. Frente al farallón búdico, sobre la meseta de Char-i-golgola, se alzaba, com o "un vigía solitario” , la ciudadela musulmana del siglo x iii . Ninguna fortaleza iba a costar tan cara al conquistador. Uno de sus nietos, a quien amaba mucho, hijo de Chagatai, iba a morir por una flecha que lanzaron los defensores. Con el ansia de vengarlo, Gengis Kan dio la orden del asalto. El mismo participó, "con la cabeza desnuda” , afirmará una crónica ul­ terior. Sus tropas, animadas por su ira, tomaron la fortaleza por escalamiento. Ordenó que todo ser viviente, tanto hombre como animal, fuera exterminado, que no hubiera ni un solo prisionero, que el niño fuera muerto en el vientre de su ma­ dre, que no se hiciera botín, pues todo debía ser despiadada­ mente destruido, en fin, que después de aquella obra de muerte, ninguna criatura volviera a habitar el lugar, que reci­ bió el nombre de Villa Maldita. La orden fue estrictamente

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Dama mongola. Museo del Hom bre, París. Cliché Mission Citroen. ejecutada y la desolación actual de Char-i-golgola es, hoy to­ davía, testigo del dolor y de la ira del conquistador. "S ob re la colina abandonada y melancólica — escribe el Sr. Dollot— , nada ha cambiado desde aquellos trágicos días. He subido por el sendero que llega penosamente basta la cum­ bre entre las ruinas dominadas aún por algunos muros de to-

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rreón, vestigio supremo de la ciudadela, simples paredes de barro respetadas a través de siete siglos por las intemperies de este rudo clima. En aquel caos siniestro, centellean, con­ fundidos con guijarros que antes estuvieron encajados en las antiguas construcciones, mezclados con humildes vasijas de barro, fragmentos de lozas barnizadas en los que se distinguen los decorados de la cerámica persa” . Un episodio, que puede servir de epílogo al sitio de Bami­ yán, permite entender mejor las reacciones del conquistador mongol. "Cuando el joven Mutugen fue muerto, su padre Chagatai estaba ausente. Regresó mientras se estaba aniquilando a Bamiyán. Gengis Kan quiso que la muerte de Mutugen se le ocultara. Así que se dio a Chagatai un falso pretexto para explicarle la ausencia del joven príncipe. Unos días después, cuando Gengis Kan se encontraba en la mesa con sus tres hijos, Chagatai, Ogodei y Tolui, aquél se indignó contra ellos fin­ giendo disgusto y echándoles en cara el que no fueran ya dó­ ciles a sus órdenes; mientras hablaba, tenía los ojos fijos en Chagatai. Acobardado, Chagatai se puso de rodillas y protestó diciendo que preferiría morir antes que desobedecer a su padre. Gengis Kan reiteró su reproche varías veces, y por fin, agregó: "¿Dices la verdad? ¿Cumplirás tu palabra?” "S i falto a ella, exclamó Chagatai, quiero morir” . "Bueno ■ — repuso Gengis Kan— , tu hijo Mutugen ha sido muerto; te prohíbo que te quejes” . Como fulminado, Chagatai tuvo por lo menos la fuerza de resistir al llanto, pero después de la comida, salió para aliviar un instante su corazón oprimido. Pero el heredero fugitivo del antiguo imperio juarizm, el príncipe Chetal-ed-Din, había encontrado asilo a unos ciento cincuenta kilómetros al sur de Bamiyán, en Gazni, verdadero nido de águilas, roca en forma dé espolón aislada en medio de las altas estepas del país ghilzai, dominado al norte, a 2 300 metros, por otro nuevo nudo de montañas limitado por el Kohi-baba en el horizonte. En Gazni, Chelal ed-Din logró reunir un ejército de setenta mil jinetes, compuesto de mercenarios turcos y de indígenas afganos. Un destacamento mongol que asediaba un castillo fortificado perdió mil hombres.

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Al enterarse Gengis Kan de la reaparición de Cheíal ed-Din, destacó como observadores por aquel lado a un ejército de treinta a cuarenta y cinco mil hombres, al mando de su "her­ mano adoptivo” Chigui-kutuku. El encuentro se verificó cerca de Pervan, que no era sin duda la villa del Panchir al norte de Kabul, sino un antiguo sitio del mismo nombre en las fuentes del Lugar, al sur de la capital afgana. Se combatió el día en­ tero sin resultado decisivo, y hácia el anochecer, los dos ejér­ citos se retiraron, cada uno a su campamento. "Durante la noche, Chigui-kutuku quiso engañar a los enemigos dejándoles creer que había recibido refuerzos; para lograrlo, mandó que cada jinete mongol colocara un maniquí de fieltro sobre 9U caballo de repuesto. La estratagema estuvo a punto de triun­ far, pues a la mañana siguiente, los oficiales de Chelal-ed-Din, al ver a la caballería mongola colocada en dos líneas, creyeron que otros escuadrones habían venido a unírsele, y hablaron de batirse en retirada. Pero Chelal-ed-Din se mantuvo firme. Mandó que sus jinetes se apearan, teniendo cada uno la brida de su caballo atada a la cintura, y luego esperó, impávido, el ataque mongol” . Y el combate se reanudó: la caballería mongola cargó, pero fue acogida con una nube de flechas que la obligó a volver grupas para formar de nuevo. Una segunda carga estaba a pun­ to de conmover a las líneas enemigas cuando Chelal ed-Din mandó que tocaran las trompetas. Todas sus tropas montaron a caballo, y aprovechando su superioridad numérica, se arro­ jaron contra lps mongoles con gritos, extendiendo su línea para envolverlos. "Ghigui-kutukiu .había récbmendado a los' suyosque no perdieran de vista 9u tuk, su estandarte, pero cuando se vieron a punto de ser rodeados, se dieron a la fuga en des­ orden, y com o la llanura estaba entrecortada de quebradas donde sus caballos caían, los jinetes de Chelal ed-Din, mejor montados, los tajaban a sablazos, de suerte que la mayor parte del ejército fue destruida” . Los vencedores se distinguieron por crueldades peores aún que las que se reprochaban por en­ tonces a los ejércitos de Gengis Kan: se complacieron hun­ diendo clavos en las orejas de los prisioneros mongoles. Pervan había visto en fuga a los invencibles mongoles. ¿Se

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habría roto el encanto? Al enterarse Gengis Kan de la derrota de su lugarteniente, hizo muestra de aquel dominio de sí mis­ mo que era uno de los secretos de su genio. "Declaró con calma que Chigui-kutuku, hasta entonces mimado por la victoria, de­ bía aprovechar la lección” . Pero obró sin dilación. "Avanzó al momento hacia Gazni con tal apresuramiento, que durante dos días, sus tropas no tuvieron tiempo para cocer sus alimen­ tos. Al llegar al campo de batalla de Pervan, quiso que Chiguikutuku le explicara la posición de ambos ejércitos. Censuró las medidas tomadas, le echó en cara el no haber sabido es­ coger el campo de batalla, y a pesar del afecto que le tenía, lo declaró responsable de la derrota” . Sin embargo, cuando Gengis Kan llegó ante Gazni, no en­ contró a Chelal ed-Din. Las tropas de éste, después de su vic­ toria inesperada en Pervan, se habían dispersado a continuación por causa del desacuerdo entre afganos y turcos. Chelal ed-Din, incapaz de defender a Gazni contra el gran ejército mongol, se había dirigido a la frontera indo-afgana para refugiarse en el Penyab. Gengis Kan, marchando a toda velocidad, llegó en plena noche a orillas del Indo que el principe juarizm se pre­ paraba a cruzar al día siguiente (24 de noviembre de 1221). "E l pequeño ejército de Chelal ed-Din fue rodeado al punto por las fuerzas mongolas formadas en semicírculo sobre varias líneas y apoyadas en el Indo. Al despuntar el día, se dio el orden de atacar. Los mongoles se arrojaron contra las fuerzas enemigas, las perforaron y les destrozaron las dos alas. Chelal ed-Din permanecía en el centro con setecientos hombres y combatía con desesperación. El semicírculo de los mongoles iba estrechándose alrededor suyo pero, curioso detalle, evi­ tando disparar contra él: Gengis Kan lo quería vivo. El prín­ cipe juarizm se batió hasta mediar el día. Finalmente, cuando vio que no podía atravesar las líneas enemigas, montó un ca­ ballo de repuesto, y para presumir, procedió a una última carga furiosa: los mongoles retrocedieron levemente. Era lo que él esperaba. Volviendo grupas al instante, galopó hacia el Indo, se arrojó con su caballo desde una altura de veinte pies, y con el escudo a la espalda y el estandarte en la maño, cruzó el río a nado. Al ver aquello, Gengis Kan corrió a la

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orilla. Detuvo a sus tropas, que querían arrojarse a la corriente en persecución de Chelal ed*Din, y mostrando éste a sus hijos, se lo propuso por modelo” . . A pesar de este rasgo de generosidad, o mejor dicho, de admiración caballeresca por el único adversario que se atre­ viera a hacerle frente durante aquella campaña, Gengis Kan no aflojó en lo más mínimo su rigor habitual. Mandó que llo­ vieran las flechas contra los soldados de Chelal ed-Din que se arrojaron al río para seguirlo y aniquiló igualmente los restos de su ejército que habían permanecido en la orilla. Los hijos pequeños del príncipe juazigm, que habían caído en poder del mongol, fueron despiadadamente ejecutados.

DE LA DESTRUCCION DE LAS VILLAS, A LA REVELACION DE LA CIVILIZACION URBANA. Gengis Kan no persiguió en suelo indio al heredero del trono de Juarizm. No fue sino hasta el año siguiente cuando un destacamento mongol, al mando de Bala-noyan, de la tribu de los jalair, hizo una incursión por la ribera oriental del Indo, sin intenciones militares serias, por el lado de Multan, y a tí­ tulo de raid informativo. Los calores del verano penyabi, para los que las gentes de la estepa mongola y de la taiga siberiana estaban mal preparadas, bastaron para hacerles levantar el si­ tio de Multan. Se contentaron con levantar algún botín en las provincias de Multan y de Labore, y retornaron a Afganistán para reunirse con el gran ejército. En cambio, Gengis Kan hizo que su venganza fuera pesada para las infelices ciudades afganas o jorasaníes que se habían más o menos asociado al intento de desquite de Chelal ed-Din, En la primavera de 1222, Ogodei fue a castigar a Gazni, que podía servir de punto de apoyo para un retorno ofensivo del príncipe desterrado. Mandó que salieran los habitantes con el pretexto de contarlos, y los degolló hasta el último, con excep­ ción de los artesanos cualificados, que com o de costumbre, hubieron de irse a ejercer su oficio en Mongolia. Gazni fue metódicamente destruida. Los mongoles se ocuparon de Herat a continuación. Al oir la noticia de la victoria de Chelal ed-Din en Pervan, los habi­ tantes de Herat se habían rebelado contra la dominación mon­ gola. Gengis Kan mandó contra ellos un ejército al mando de Elchigidei, reforzado por unos cincuenta mil hombres de las milicias vecinas, reclutados para el asedio. Los sitiados sabían que no tenían que esperar la menor piedad: repelieron vigoro­ samente los primeros asaltos, pero el desacuerdo surgió entre ellos, y gracias a sus disensiones, Elchigidei se apoderó de la

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plaza el 14 de junio de 1222. La población entera fue pasada por las armas. "Durante una semana entera, los mongoles no hicieron más que matar, saquear, quemar y demoler. Cuando el ejército mongol se alejó, aquellos habitantes que habían po­ dido salvarse de la matanza escondiéndose en las quebradas y cavernas de las cercanías, reaparecieron entre las ruinas. Los mongoles, que así lo sospechaban, enviaron poco después a Herat un destacamento de caballería para exterminar a aque­ llos "aparecidos". En Merv, por metódico que hubiera sido el saqueo realiza­ do por Tolui, algunos barrios habían quedado en pie. Además, el valle del Murgab era tan fértil, que una vez que Tolui se hubo ido, el lugar había vuelto a poblarse rápidamente. La noticia de la batalla de Pervan provocó una explosión de gozo entre aquellas pobres gentes. También ellos creyeron que la hora del desquite juazigm había sonado. Con la ayuda de an­ tiguos oficiales de Chelal ed-Din, volvieron a levantar apresu­ radamente el muro de cintura, así com o el dique del Murgab que aseguraba la irrigación de la ciudad. Naturalmente, el pre­ fecto dejado allí por los mongoles, que era persa, fue ejecu­ tado. Pero también ahí, por haberse hecho esperar, llegó a su tiempo la venganza mongola. Un cuerpo de cinco mil mon­ goles al mando de Dorbai dio muerte a todos los habitantes y acabó de destruir los barrios que aún subsistían. La ciudad de Balj fue también víctima de una segunda destrucción, más completa, de una nueva matanza más total. Afganistán, com o Jorasán, no estaba ya en condiciones de asociarse a nuevos levantamientos. Villas destruidas de arriba abajo, como por un terremoto; diques también destruidos, ca­ nales de regadío cortados y vueltos pantanos, semillas incen­ diadas, árboles frutales serrados por la base; abatidos también los telones de árboles que protegían a los cultivos contra la invasión de las arenas;. terrenos de tareas milenarias retoma­ dos al estado de estepa; vergeles entregados indefensos a aque­ llas tempestades de arena que, soplando desde la estepa o el desierto, avanzan por doquier. En aquellos oasis de nombres armoniosos, donde se habían levantado ciudades miliunanochescas, florea de la delicada civilización árabe-persa, mara­

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villas del viejo Oriente, no había ya nada que no fuera aquella seca estepa, la cual, con la com plicidad de los nómadas, vuelve a apoderarse de todo. Era verdaderamente, como des­ pués de una catástrofe cósmica, la muerte de la tierra, y nunca el Irán oriental habría de reponerse por completo. En el otoño de 1222, Gengis Kan abandonó aquellas regio­ nes, devastadas por siempre jamás, y cruzó nuevamente el Amu-daria para volver a Transoxiána, comarca relativamente considerada si se la compara con el sino del Jorasan. Al pasar por Bujara, tuvo la curiosidad de hacer que le explicaran en forma somera la religión musulmana. La idea puede parecer extraña en un hombre que acababa de hacer sufrir al mundo islámico uno de los cataclismos más espantosos de la Historia. Pero Gengis Kan no había tenido la menor intención, ni si­ quiera el sentimiento, de hacerle guerra al Islam. En su espí­ ritu, en el espíritu de sus soldados, estaba-castigando a los juarizm por la matanza de sus caravaneros y de sus embaja­ dores, los mortificaba por aquel atentado a lo que llamaríamos libertad del com ercio, por aquella violación del derecho de gentes. Durante el transcurso de las operaciones, también ios había castigado por la muerte de su yerno y de su nieto pre­ dilecto. Los había castigado según el modo mongol, que era primitivo, de la única manera conocida por los mongoles, que eran primitivos. De ahí, procede el sorprendente contraste, que no hemos cesado de señalar, entre las espantosas matan­ zas cometidas por los soldados de Gengis Kan y la moderación innata, la moralidad, la generosidad del conquistador. Así que ahora se interesaba por el Islam. Hizo que le fue­ ran expuestos los principios coránicos. Los aprobó, ya que el Alá de los "creyentes” no era, en el fondo, tan diferente del Tengri de los turco-mongoles. Pero condenó la peregrinación a la Meca, "pues el Tengri está en todas partes” . Ordenó en Samarkanda que la plegaria coránica, la jotba, fuera pronun­ ciada en su nombre, ya que él había reemplazado al sultán Mohamed en la soberanía. Así que hacía del Islam una de sus religiones de Estado con el mismo título que el chamanismo de sus brujos mongoles o el cristianismo de su nuera keraíta. Aquel a quien el mundo islámico, espantado ante la destruc-

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ción del Jorasán y de Afganistán, no llamaba mas que "el Re­ probo” y "e l Maldito” , trataba, por lo contrario, de que sus nuevos súbditos musulmanes lo consideraran como una especie de emperador de Islam y de soberano legítimo. Cierto es que había destruido — y cuán radicalmente— la civilización urba­ na del Jorasán, pero no por ello era un adversario en principio del régimen citadino, aunque en verdad, lo comprendiera mal, y al principio, no lo comprendiera en absoluto. Sólo deseaba aprender. Precisamente dos musulmanes, dos turcos de Transoxiana, sedentarios, letrados e iranízados, dos hombres de ley y de gobierno según el viejo concepto árabe-persa: Mahmud Yalawach y su hijo Masud Yalawach, procedentes de Urgench, en el Juarizm, se brindaron a "enseñarle el significado de las villas” . Entiéndanlo bien: el interés que las aglomeraciones urbanas pueden presentar para un conquistador nómada, el arte de administrarlas para sacarles provecho. Aquella lección le interesó mucho — sabemos que una de sus principales vir­ tudes era el saber escuchar— y tomó al momento a su servicio a ambos musulmanes. Muy juiciosamente, los encargó de que administraran, de acuerdo con los damgas o prefectos mon­ goles, las viejas ciudades de los dos Turquestanes: Bujara, Samarkanda, Kashgar y Jotán. ' La misión así confiada a ambos letrados musulmanes señala un punto capital de la vida del conquistador mongol: el mo­ mento en que el jefe nómada, ignorante hasta entonces de las condiciones de la civilización urbana, comenzaba a adaptarse a las consecuencias de su victoria, a entrar en la escuela de los viejos imperios civilizados de los que resultaba heredero imprevisto, y de los cuales, por la fuerza de las cosas, iba a ser el continuador. Su amistad por el filósofo chino Chang-chuen es otro aspec­ to, no menos curioso, de su carácter, y si podemos decirlo así, de sus virtualidades culturales.

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GENGIS KAN Y EL PROBLEMA DE LA MUERTE: LLAMADA AL ALQUIMISTA Hemos visto cómo Gengis Kan, en vísperas de emprender su gran expedición contra el imperio juarizm, consideró la eventualidad de su muerte y tomó ya disposiciones testamen­ tarias, a pesar de que pareciera estar aún en la plenitud dé sus fuerzas. Aquella idea de la muerte parece haberlo preocupado desde entonces. Había oído hablar en China de la "droga de la inmortalidad” , aquella misteriosa bebida cuyo secreto po­ seían los taumaturgos de la religión taoísta y que permitía prolongar indefinidamente la vida de los iniciados. Precisa­ mente en la época de Gengis Kan, no se hablaba de otra cosa en la China del Norte que de la extraordinaria santidad de un religioso taoísta llamado Kieu Chang-chuen. Resuelto a adherir a su persona a un personaje tan famoso — en el que veía pro­ bablemente a una especie de chamán superior— , Gengis Kan lo mandó llamar en 1219, cuando su ordo se encontraba en país naimán. En realidad, Chang-chuen no era un brujo vulgar. Era pen­ sador y poeta, pues el antiguo taoísmo, al lado de sus recetas de alquimia, comprendía un sistema filosófico de sorprendente potencia, meditaciones metafísicas de una amplitud y de una elevación raras veces igualadas. "Antes del tiempo y en todo tiempo — dice el Libro de Lao-tsé, biblia de aquella doctrina— , fue un Ser existente por sí mismo, eterno, infinito, completo, omnipresente. Imposible nombrarlo, pues los términos humanos no se aplican más que a los seres sensibles. Ahora bien, el Ser primordial está esencialmente más allá del mundo sensible, más allá del mundo de las formas. Se le llama Misterio” . El sabio que, a través de la medita­ ción, se ha identificado con él, se ha asociado a la fuerza in­ nombrada que mueve los mundos. Se ha unido al universo.

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"Q ue el rayo caiga de los montes, que el huracán trastorne el océano: el sabio no se inmuta. Lo transportan el aire y las nubes, cabalga el Sol y la Luna, se mueve más allá del espacio” . No cabe la menor duda de que un hombre com o Changchuen entendiera estas nociones en un sentido espiritual. Pero los buenos mongoles que habían oído hablar de él no podían ver en ello más que un testimonio de los "poderes” mágicos cuya receta deseaban obtener. Gengis Kan era ya, como lo es­ cribirá su historiador persa, " e l Conquistador del mundo” . Le quedaban por conquistar los antiguos secretos que enca­ denarían a su voluntad las fuerzas celestes. Y así fue cómo mandó llamar a Chang-chuen.

PARA REUNIRSE CON GENGIS KAN: VIAJE A TRAVES DE MONGOLIA EN 1221. El filósofo taoísta tenía setenta y dos años. A pesar de su edad, no vaciló. Ahora bien, cuando los oficiales mongoles que tenían por misión la organización de aquel viaje quisieron agregarlo a un convoy de mujeres destinadas a los placeres de Gengis Kan, se negó resueltamente, pues la compañía no le pareció correcta. "Aunque no soy más que un salvaje de las montañas {es decir, un simple ermitaño), no viajaré en seme­ jante compañía". Y logró satisfacción. Abandonó la provincia de Pekín en marzo de 1221 y se adentró en las estepas de la actual Mongolia interior por la pista que, a lo largo de las avanzadas occidentales del Gran jingan, va del Dolo-nor al lago Buyur. Estepas casi desérticas, de hierba escasa, pero entrecortadas, de cuando en cuando, por bosquecillos de olmos, paisajes cuyo aspecto no ha cambiado desde la descripción que da la Vida de nuestro viajero: "Las habitaciones consistían en carretones negros con tien­ das blancas. Todas aquellas gentes eran nómadas y cambiaban de lugar según las condiciones de las aguas y de los pastos. La mayor parte del tiempo no tenían cerca árboles, sólo se veían nubes de polvo y la pradera con sus hierbas agonizantes". Marchando siempre hacia el norte, la caravana alcanzó, algo •al éste del Buyur, el'Áíq. Jalj4,'. cerca' dqb cuaL, .Gengis Kan, unos dieciocho años antes, había hecho campaña contra los keraítas. "Era un río arenoso donde los caballos no tenían agua más que hasta las cinchas, y cuyos bordes estaban cubiertos de sauces” . El 24 de abril, el monje y sus compañeros llega­ ron, cerca de la margen norte del Jalja, al campamento de Temuge, el hermano más joven de Gengis Kan, a quien éste había encargado la regencia de Mongolia. "El hielo comenza­ ba a derretirse y la hierba nueva salía de la tierra. Los jefes

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Anciana dama mongola del pueblo de los buriatos. Museo del Hombre* París.

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mongoles celebraban una fiesta y algunos de ellos acababan de llegar con leche de yegua. Vimos miles de carretones ne­ gros y de tiendas de fieltro dispuestos en largas filas” . El 30 de abril, Chang-chuen fue presentado a Temuge, quien puso mil quinientos caballos y bueyes a su disposición para que pu­ diera llegar adonde Gengis Kan estaba, a Afganistán. Puede sorprender el que, para ir de Pekín a Afganistán, el monje chino haya tenido que realizar, a través de la Alta Mongolia, un recorrido tan inmenso y penoso. ¿Acaso no hubiera sido mucho más fácil y más directo seguir la pista de las cara­ vanas de la cuenca del Tarim, el antiguo Camino de la Seda, a través del país tangut del Kan-su, y después, por el país uigur de Turfan y de Kucha? Pero si el iduk-kut de los uigur com­ batía en los ejércitos mongoles, los tangut acababan de eno­ jarse con Gengis Kan, a quien habían negado sus contingentes militares. Así es como nuestro viajero se vio obligado a reco­ rrer todo el país mongol para llegar al Irán oriental. Subió por el valle del Kerulen, país natal de Gengis Kan, de donde llegó al Tula, antiguo territorio del Ong-kan keraíta. La narra­ ción de su viaje señala bien las características del clima mon­ gol, muy frío por la mañana y caliente en aquella estación al final de la tarde, así como el encanto de las flores que salpican por entonces la alfombra de las gramíneas de la estepa. A lo largo de los contrafuertes meridionales del Kentei, la mon­ taña sagrada de los mongoles, la caravana pasó por el valle del Tula superior y de su afluente el Karuka, desde donde se llega ai alto Orjon. Era ya en aquella época el corazón del país mongol. "La población era numerosa y habitaba en carretones negros y en tiendas blancas. Vivía de la cría de ganado y de la caza. La gente vestía con pieles y cueros, y se alimentaba con car­ ne y productos de La leche. Los jóvenes y las muchachas tenían los cabellos largos cubriéndoles las orejas. Las mujeres casa­ das llevaban un tocado hecho con corteza de árboles, largo de dos pies, que cubrían a veces con una tela de lana, o si se trataba de gente rica, con un tejido de seda rojai Este tocado se terminaba por una larga cola” . Los mongoles, agrega la na­ rración del viaje, ignoraban el uso de la escritura; todo se des-

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•arrollaba por convenios verbales que venían a reforzar, a veces; muescas hechas en tablas. No desobedecían nunca las órdenes de sus jefes y respetaban su palabra” . Valioso testimonio acer­ ca del poder del yasak, de la disciplina establecida por Gengis Kan en todos los dominios y que tan fuertemente contrastaba con la anarquía anterior. El viajero chino se encontraba ahora en los montes Jangai. Su biógrafo nota al pasar la belleza de aquellas cumbres abrup­ tas, "cubiertas de pinos tan altos que llegan a las nubes, tan apretados, que los rayos del Sol no pueden penetrar hasta el suelo” , comarca cubierta de nieve durante seis meses del año. : La caravana cruzó el alto Orjon, luego, el río Borgatai, siguió la margen del lago Cbagau-po y después de haber atravesado el Chagan-olon, el 19 de julio, llegó al ordo, al palacio de tien­ das donde las esposas de Gengis Kan esperaban el regreso del héroe. El 29 de julio por la mañana, el viajero chino y sus compañeros abandonaron el ordo tomando la dirección sud­ oeste, hacia el antiguo país naimán. El 14 de agosto, al sudoeste del actual Gliasutai, al sur de Dsáfun-gol, pasaron cerca de una ciudad donde Chhikai, el canciller de Gengis Kan, había dejado también allí a dos concubinas del Rey de Oro, captu­ radas cuando la toma de Pekín. Todos aquellos desterrados acogieron al monje chino con lágrimas de alegría. El canciller Chinkai tenía por misión indicar a nuestro re­ ligioso la prisa que Gengis Kan tenía por verlo llegar. Para apurar la marcha de la caravana, se unió a ella. Estaban en la región escabrosa situada entre el Jangai y el Altai. "La cima de los montes estaba aún cubierta de nieve. En su base, se veían frecuentemente túmulos. Arriba, veíanse a veces la hue­ lla de los sacrificios brindados a los espíritus de los montes” . Los pasos del país naimán eran tan difíciles de atravesar y Gengis Kan tenía tanta prisa por recibir al monje taoísta, que se renunció a gran parte de los carretones para proseguir el camino principalmente a caballo. Además, aquellas montañas eran visitadas por demonios: "Antaño, cada vez que el rey de los naimán pasaba por aquel distrito, se encontraba hechizado por un demonio que lo obligada a ofrecerle sacrificios” . El 2 de septiembre, llegaron a la vertiente nordeste del Altai.

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Para atravesar la cadena del Altai, no había más que un estrecho camino trazado antaño por Ogodei. Y aún así, la es­ colta hubo de empujar los carretones en las subidas y de fre­ narlos en las bajadas. "E n tres días, atravesamos tres cadenas de montañas” . Una vez que la caravana hubo llegado a la ver­ tiente meridional de la última cadena, comenzó a bajar, sin duda por el desfiladero de Dabistan-daban, hacia el valle del Bulgun, que es una de las fuentes del Urungu, o más exac­ tamente, por el valle del pequeño Narun. Un desierto de dunas y arena, frecuentado también por demonios, "a los que se asus­ tó embadurnando con sangre la cabeza de los caballos” , fue cruzado; hacia el sur, se erguían, com o una línea de plata, irreales, los primeros contrafuertes de los tien-chan. A fines de septiembre, la caravana llegó a la villa uigur de . Bech-balik, la Dsimza actual, a unos cien kilómetros del Ürumehi actual. El príncipe uigur, el pueblo, los sacerdotes budistas y demás fueron a saludar al célebre religioso chino. Después de haber cruzado tantas montañas y tantos desiertos, aquellos oasis uigur, pacientemente fertilizados mediante ingeniosos ca' ízales de regadío, aparecían .'como un paraíso ante los cansados viajeros. En Chamfjhlik, ún festjrí fue- brindado a Chang-chuen en una terraza, con vino excelente y sabrosos melones. Era la última villa budista del camino. Más al oeste, comenzaba el país musulmán. Después de haber costeado el desierto de Dsungaria, llegaron al hermoso lago Sairam, cuyas aguas re­ flejan las cimas del Tien-chan, cubiertas de tupidas selvas de chopos y de pinos. El segundo hijo de pengis Kan, Chagatai, había abierto por este lado, en 1219, un camino a través de las montañas, entre el lago y el valle de Ili, por el paso de Talki, con puentes de madera que franqueaban los torrentes hirvientes de cascadas. "Aquellos puentes eran bastante anchos para que dos carretones pudieran pasar de frente” . Al sur del desfiladero de Talki,.la caravana bajó al valle del Ili, cubierto de pastos, de azufaifos y de moreras.

PLATICAS DE GENGIS KAN Y EL SABIO CHINO El 14 de octubre de 1221, llegó a la villa de Almalik, cerca de nuestro Kulsha, en el corazón del hermoso valle del Ili, la caravana que llevaba a Chang-chuen. El príncipe local fue al encuentro de los viajeros en compañía del daruga o prefecto mongol. La caravana acabó de reponerse. El país era célebre por su fruta {Almalik, en turco, significa "el Manzanal” ). La narración de nuestros viajeros alaba las obras de regadío que transformaban todo el distrito en un verdadero jardín, así como sus célebres telas de algodón. Marchando derecho hacia el oeste, la caravana atravesó du­ rante la segunda, quincena de octubre la fértil región de las fuentes del Chu, del Talas y de sus afluentes, y a través del país de Chimkend y de Tashkend, llegó al Sir-daria, que cruzó el 22 de noviembre; Más allá, comenzaba Transoxiana. El 3 de diciembre, Chang-chuen llegó a Sasmarkanda. De acuerdo con las autoridades mongolas, pasó el resto del invierno en esta ciudad: Gengis Kan, ocupado en la represión de los últi­ mos levantamientos de las villas afganas, tenía otros cuida­ dos más apremiantes que la filosofía. A mediados de abril del año siguiente (1222), volvió a pensar en Chang-chuen y le en­ vió un mensaje: "Santo varón — le decía— , vienes de los países en que sale el Sol y has cruzado con tañías dificultades tantas montañas y llanuras. Regresaré próximamente (a Samarkanda), pero estoy impaciente por aprender tu doctrina. Ven sin dilación” . Changchuen se puso en marcha al instante. Franqueó la Puerta de Hierro, atravesó el Oxo, pasó por Balj y por fin, llegó el 15 de mayo de 1222, al campamento de Gengis Kan. El conquistador brindó el más amable recibimiento al monje que había venido desde tan lejos para llevarle las palabras de la sabiduría. Se sentía, además, muy halagado, pues Chang-

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cbuen había sido invitado anteriormente, en China mismo, a la corte de! Rey de Oro o a la del emperador de Hang-chue, y había rechazado la propuesta: "Los demás reyes te habían invitado y te negaste. Pero haá venido hasta aquí a petición mía y para ello, has recorrido diez mil li. Te lo agradezco mucho” . Chang-chuen respondió: "E l hombre salvaje de las montañas (era el nombre que se daba a sí mismo por modestia eremítica) ha venido para ver a Vuestra Majestad: era la voluntad del Cielo” . Gengis Kan lo invitó a sentarse y lo interrogó inmediata­ mente: "Santo varón, ¿posees la droga de inmortalidad?” ' Honradamente, no como alquimista ni com o taumaturgo, sino como filósofo, el monje le respondió: "H ay muchos me­ dios para prolongar el hombre sus días, pero no, la droga de inmortalidad no existe” . Sin duda, Gengis Kan se sintió profundamente decepciona­ do, pues si había mandado venir desde tan lejos al monje chino, era únicamente, com o hemos visto, con la esperanza de ad­ quirir, por fin, el misterioso brebaje cuyo secreto poseían, al parecer, los maestros taoístas, y que había de permitirle a él evitar por siempre la inuerte. Sin embargo, — y ahora es cuando podemos comprender vivamente su dominio de sí mis­ mo, la dignidad de su carácter, aquella generosidad natural de noble origen — no manifestó descontento alguno, sino por que, en aquel hombre semisalvaje, parecía la de una persona lo contrario, felicitó a Chang-chuen por su franqueza y su sin­ ceridad. Confirió al excelente monje un título honorífico y mandó que alzaran para él dos tiendas, no muy lejos de la tienda imperial. Pero debemos reconocer que si bien Gengis Kan no mostró en absoluto su decepción respecto al sabio chino, si por ello mismo le testimonió mayor aprecio, si llegó a encariñarse pronto con él, ya no manifestó la misma impaciencia por plá­ ticas que, llevadas al terreno filosófico, no debían resultar muy comprensibles, ni siquiera para su inteligencia superior. . . Además, el conquistador terminaba la reducción — la destruc-

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ción, oh dolor— , en Afganistán y en Jorasán, de las últimas resistencias. Chang-chuen, que no tenía nada que hacer en' me­ dio de horrores tales, le pi,dió la autorización para regresar a Samarkanda. .Gengis Kan áe lo' pértififió y dio instrucciones para' que se le tratara particularmente bien. El gobernador mongol de Samarkanda, un kítai llamado Yeliu Akai, recibió a Changchuen con muchas consideraciones: sabemos que le regaló sandías deliciosas. En Samarkanda, el taoísta chino, que pa­ rece haber sido uno de los espíritus más curiosos de su época, trabó relaciones con los letrados musulmanes del país, los dánichmend, como se les llamaba. , .. r En septiembre de aquel mismo año de 1222, Gengis Kan, que había puesto fin a las insurrecciones afganas, mandó nue­ vamente llamar a Chang-chuen. El 28 de septiembre, el reli­ gioso llegó al campamento imperial, al sur de Balj, al pie del Indu-kux. Chang-chuen, con la independencia de carácter que era señal distintiva de los sabios taoístas, hizo hincapié- en que en China, los maestros de su religión tenían el privilegio de ser dispensados de la prosternación de rodillas ante los sobe­ ranos, y que para ellos, basta una inclinación de la cabeza, ejecutada con las manos unidas. Gengis Kan aceptó con buen : humor aquel rasgo de independencia filosófica. Tiene gracia nuevamente el comprobar que el conquistador bárbaro se mostró en esto más liberal que Alejandro Magno: efectivamente, no se ha olvidado que precisamente por haberse negado a "adorar” al macedonio prosternándose a la moda asiática, el filósofo Calístenes, sobrino de Aristóteles, perdió su valimiento primero y fue ejecutado después. Por lo contrario Gengis Kan, que quería honrar a su huésped, le ofreció kumiz, la leche fermentada de yegua que es la bebida predilecta de los mongoles; pero Chang-chuen se negó a tomarla por razo­ nes religiosas. Además, fue invitado a cenar diariamente con el conquistador, pero rechazó la invitación declarando, con la misma dignidad filosófica, que la soledad convenía más a un hombre como él que el tumulto de los campamentos. Nueva­ mente Gengis Kan demostró tener bastante inteligencia y co­ razón para darle la razón, Chang-chuen siguió, sin embargo, a la corte nómada cuando,

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en el otoño de 1222, comenzó ésta a dirigirse hacia el Nor­ te. En el camino, Gengis Kan mandaba a su amigo jugo de fruta hecho con, uvas y sandías, así com o otras diversas golo­ sinas. El 21 de octubre, entre el Amu-daria y Samarkanda, mandó que una tienda fuera preparada para escuchar una ex­ posición del taoísmo. El canciller Chinkai estaba presente y el kjtai Ye-liu Akai servía de intérprete. "E l emperador fue altamente edificado y-'las palabras1d e l' sabio ‘ encantaron su co­ razón” , El 25 de octubre, en una'hermosa noche, se prosiguió el coloquio. El conquistador estuvo tan impresionado por la enseñanza de Chang-chuen, que quiso que las palabras de éste fueran consignadas en chino y en uigur. Lo que el inter­ locutor de Gengis Kan iba a revelarle aquí eran las máximas de Lao-tsé y de Lie-tsé, los dos fundadores legendarios del taoísmo, cuatro o quinientos años antes de Cristo, o también las palabras de Chuang-tsé, el tercer gran sabio, contemporá­ neo de nuestro Aristóteles. Quizá oyera el conquistador la cé­ lebre invocación del Libro de Lao-tsé a la Fuerza innombrada que anima y mueve los mundos: "O h gran cuadrado que no tienes ángulos, gran jarro siempre inconcluso, gran voz que no pronuncias palabras, gran apariencia sin formas . . . ” Quizá enseñara el maestro a su imperial discípulo la teoría del ascetismo del Libro de Lie-tsé: "M i corazón se ha concentrado, mi cuerpo se ha dispersado. Todas mis sensaciones se han vuelto iguales. No tengo ya la sensación de aquello sobre lo cual mi cuerpo está apoyado, ni sobre lo que mis pies reposan. A capricho del viento voy, de este a oeste, como una hoja seca, tanto que al final no sé si el viento me lleva o sí yo llevo al viento” . En aquella hermosa noche del 25 de octubre de 1222, cerca de Samarkanda, quizá recordara el anacoreta al conquistador la encantadora y profunda imagen de Chuang-tsé: "¿Cómo saber si el yo es lo que nosotros llamamos el yo? Antaño, yo, Chuang-tsé, soñaba que era una mariposa que re­

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voloteaba, y me sentía feliz. De repente, me desperté y fui yo mismo,'el verdadero Chuang-tsé. Y ya no supe si era Chuangtsé soñando que era una mariposa o una mariposa que soñaba que era Chuang-tsé” . Quizá ambos interlocutores evocaban la escena Shakespeariana en que Lie-tsé, mostrando una calavera recogida al borde del camino, murmura, com o un Hamlet chino: "Esta calavera y yo sabemos que no hay verdaderamente vida, que no hay verdaderamente muerte” . Quizá, en fin, el filósofo chino iniciara al emperador mon­ gol en el mito platónico del gran pájaro celeste, tal como nos es narrado al principio del Libro de Chuang-lsé: "E l gran pájaro se eleva sobre el viento hasta una altura de ochenta mil estadios. Lo que ve desde arriba en el a2ul, ¿son tropas de caballos lanzados al galope? ¿Es la materia original que flota en polvo de átomos? ¿Son los alientos que dan naci­ miento a los seres? ¿Es el azul del cielo mismo o no es otra cosa que el color del infinito lejano?” No cabe duda que semejantes palabras, aunque sólo com­ prendiera imperfectamente su alcance metafísico, hayan im­ presionado profundamente al conquistador. Cuando el religioso se presentó nuevamente ante él el 10 de noviembre, Gengis Kan, que vivía siempre en un ambiente de esoterismo y de magia, preguntó si era menester que se retirasen los presentes, Chang-chuen lo disuadió: "E l salvaje de las montañas — respondió hablando de sí mismo— se ha dedicado desde hace tiempo a la búsqueda del Tao y a la vida del solitario. En el campamento de Vuestra Majestad, no oigo más que tumulto y no puedo abstraenne. Solicito la merced de poderme retirar” . Gengis Kan tuvo nuevamente el buen acierto de darle su consentimiento. Chang-chuen repartió lo que poseía entre los pobres de Samarkanda — Dios sabe cuántas miserias encerraba la villa tomada por asalto dos años ántes— y se disponía a volverse a China cuando la lluvia y la nieve que comenzaban a caer le hicieron comprender lo difícil que sería realizar en aquella estación la travesía de los Tien-chao. Gengis Kan apro­ vechó la oportunidad para preguntarle:

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"Y o mismo voy de regreso hacia el Este. ¿No quieres hacer el camino conmigo? Espera un poco más. Mis hijos van a lle­ gar y hay todavía algunos puntos de tu doctrina que no he en­ tendido bien” . Así es como el religioso, tanto por causa de la estación in­ clemente como para complacer al conquistador que tanto afecto le testimoniara, pasó el invierno de 1222-1223 con esté, en Transoxiana. En la región de Tashkend, el 10 de marzo, du­ rante una cacería, Gengis Kan perseguía un oso herido cuando cayó de su caballo. El oso, enfurecido, le hizo frente y el con­ quistador se encontró un momento en peligro. Chang-chuen aprovechó la circunstancia para demostrarle los inconvenientes de la cacería a su edad, demostración muy de acuerdo con la pura doctrina taoísta: 'Esta caída de caballo — le declaró— es una indicación del Cielo” . "Siento que tu opinión es justa — respondió Gengis Kan— , pero nosotros, los mongoles, tenemos costumbre de ir de ca­ cería desde la niñez y no podemos perder esa costumbre” . Finalmente, Chang-chuen se despidió de Gengis Kan el 8 de abril de 1223. Este le dio un regalo de despedida que era un decreto, sellado con el sello imperial, para librar de impuestos a los maestros del taoísmo. Uno de sus oficiales fue el encar­ gado de acompañar al sabio. Chang-chuen volvió a pasar por el Chu, el Ili y Almalik. Atravesó el desierto de Dsungaria donde las tempestades de arena cambian el paisaje de dunas todos los años, no sin in­ tervención de los espíritus, según le dijeron los habitantes. Nuevamente, franqueó en sentido contrario el paso del Dabistan-daban o uno de los desfiladeros más al este, luego, a través del Gobi, sin agua ni vegetación, y evitando el Tangut hostil, tomó otra vez el camino de China, de nordeste sudeste, del Chirguin al Onguin. Finalmente, por el país ongut de Kuku-joto, llegó a la provincia china del Chan-si ,en julio de 1223. Había de morir cuatro años después. El interés y la simpatía que Gengis Kan mostraba por el . taoísmo chino no dejó de dar nacimiento en China, entre los adeptos a esa religión, a grandes esperanzas. Tenemos la prue-

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En busca de agua por el desierto

ba en una estela grabada en 1219, por consiguiente, dos años antes del encuentro del conquistador con Chang-chuen, pero precisamente compuesta por instigación del monje que había de acompañar a este último en Afganistán. La estela, que da la palabra a Gengis Kan, traza en él un retrato curioso, con­ forme en todo punto con el ideal taoísta: "E l Cielo — así le hacen hablar al conquistador— se ha cansado de los sentimientos de arrogancia y de lujo tan extre­ mados en China. Yo permanezco en la región salvaje del norte, donde no puede nacer la codicia. Vuelvo a la sencillez, retomo a la pureza, me conformo con la moderación (ideales todos de la sabiduría taoísta). Que se trate de las ropas que llevo o de las comidas que como, tengo los mismos harapos y el mismo ali­ mento que los boyeros y los palafreneros. Miro al pueblo hu­ milde con el mismo cuidado que a un niño y trato a los solda­ dos como a hermanos. Presente en cien batallas, siempre he puesto delante a mi propia persona. En el espacio de siete

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Pastores mongoles. Foto Ewing Galloway.

años, he llevado a cabo una obra grande, y en las seis direc­ ciones del espacio, todo se encuentra sometido a una sola ley” . Sin duda, se reconoce en este texto la fraseología habitual de los filósofos taoístas. La última frase está incluso copiada de los boletines de victoria de los antiguos emperadores chinos, pero resulta difícil también no ver en ella un reflejo del pro­ pio carácter del jefe mongol, o si se quiere, de la actitud que asumía ante sus contemporáneos. Resulta interesante comparar la atención deferente con la que Gengis Kan escuchó los consejos de sabiduría del monje taoísta con el horror que le inspiraban los retóricos y los pe­ dantes. Con un desprecio sistemático por los títulos pomposos del protocolo persa o chino, recomendaba que los príncipes de su familia también se abstuvieran de usarlos: "Los príncipes de la sangre lo llamaban por su propio nom­ bre — Temujin— y en sus diplomas, este nombre no iba acompañado de ninguna calificación honorífica” . Había tomado

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a su servicio para la correspondencia en persa o en árabe a uno de los antiguos secretarios del sultán Mohamed de Juarizm. Un día, ordenó que este secretario redactara el texto de una nota conminatoria dirigida al atabeg de Mosul. El escriba si­ guió la moda persa, rodeando la amenaza con tantas flores de retórica, que Gengis Kan llegó a preguntarse si no le estarían tomando le pelo. Como no entendía de bromas, mandó que fuera ejecutado al momento el redactor demasiado pomposo . ..

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SACIADO DE CONQUISTAS, EL GRAN EJERCITO RETORNA AL PAIS NATAL.

Acabamos de ver que Gengis Kan había pasado en la pro­ vincia de Samarkanda el invierno de 1222-1223. Cuando abandonó ese país, en la primavera de 1223, para volver a la orilla septentrional del Sir-daria, en la región de Tashkend, ordenó: que cuando el ejército desfilara, la madre del difunto sultán Mohamed, la orgullosa Turkan-katun, así como las es­ posas y todos los parientes del difunto soberano apresados por los mongoles, "se estuvieran a orillas del camino y se despi­ dieran en alta voz y con largos gemidos del antiguo imperio' juarizm” . Este episodio responde bien a la respuesta que Gengis Kan había hecho una vez a su amigo Bohorchu acerca "del mayor placer del hombre” . ' Es — había declarado el honrado Bohor­ chu— ir de cacería un día de primavera, montando un hermo­ so caballo, con un gavilán o un halcón al puño, y ver que cae la presa” . • "N o — respondió el conquistador— , el mayor goce del hom­ bre es vencer a sus enemigos, empujarlos ante sí, quitarles lo que poseen, ver a las personas que aman con el rostro cubierto de llanto, montar sufe caballos y estrujar entre los brazos a sus hijas y sus mujeres” . Ahora, ya estaban abatidos todos los enemigos del conquis­ tador. Pasó la primavera de 1223 al norte de Sir-daria. Sen­ tado en un trono de oro, en medio de sus adictos, noyat y bakatut, reunió una "corte” solemne en el valle del Chirchyk, pequeño afluente septentrional del río al sur de Tash­ kend, y én aquella misma primavera de 1223 y hasta en el verano, gozó con grandes cacerías en las estepas de Kulanbachi, és decir, en la región del Aulie-Ata y del Frundsie actuales, al sur del Chu superior y al norte de los montes

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G Alejandro. Su hijo más joven, Tolui, los acompañaba siempre. Chagatai y Ogodei, que habían pasado el invierno cazando por su lado en la región del Bujara, de donde le enviaban sema­ nalmente cincuenta cargas de carné abatida, se habían unido a él también. Én cuanto al mayor de sus hijos, Jochiese había quedado más al norte, por las estepas del Chu inferior, pero por orden suya, una cantidad inmensa de caza, principalmente compuesta de hemíonos, fue empujada hasta los alrededores de Kulan-bachi, dqnde el conquistador pudo entregarse hasta la saciedad al placer de cazar. "Después de Gengis Kan, sus tropas se divirtieron dispa­ rando contra aquellos animales que se hallaban tan cansados por su largo viaje, que se los cogía con la maño. Cuando todos se hubieron cansado de esta distracción, se devolvió la liber­ tad a los hemíonos que sobraban, pero antes de soltarlos, aque­ llos que los habían apresado les imprimieron en la piel sus señas particulares” . Luego, por pequeñas etapas, el Gran Ejército, que ya no conocía enemigos, tomó el camino del norte. Dos de los nietos del conquistador, Kublai y Hulegu -—el futuro emperador de China y el futuro kan de Persia— , ambos hijos de Tolui, le fueron al encuentro cerca del río Imil, en Tarbagatai. "Kublai, Se once años de edad, había matado una liebre en el camino; Hulegu, de nueye años, había capturado un ciervo y como era costumbre de los mongoles frotar con carne y grasa el dedo mayor de la mano de los niños la primera vez que iban a cazar, Gengis Kan .procedió, él mismo a.esta'operación — esta "con­ sagración"” —--en sus nietos” . /. • ' El conquistador pasó después el verano de 1224 a orillas del Irtych superior o Irtych negro. Se detuvo mucho tiempo en el antiguo país naimán y no fue hasta la primavera de 1225 cuando se encontró de regreso en sus campamentos de la Selva Negra, a orillas del Tula, después de una ausencia de seis años. Más tarde, la leyenda mongola querrá saber más acerca del retorno del conquistador al país natal de lo que nos ha dicho la Historia. Sanang Sechen, se hará eco en el siglo xvu de aquellas tradiciones que tienen por tema principal la actuación de la emperatriz Bortei. Durante aquellos seis años de cam-

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paña, Gengis Kan había gozado solamente de la compañía de una de sus segundas esposas, su favorita merkit, la bella Kulan, "señora Hemíono” . Bortei, que no era nada celosa, habría ter­ minado empero por encontrar que la ausencia se prolongaba demasiado. Habría fingido temer que sucediera algo malo a Mongolia privada de defensores: "E l águila — mandaba decir a Gengis Kan— hace su nido en la cima de un árbol muy alto, pero mientras se detiene a lo lejos, pájaros muy inferiores pueden venir a devorar sus huevos o sus aguiluchos” . Entonces, Gengis Kan decide regresar a Mongolia, no sin sentir alguna inquietud acerca del recibimiento que le prepara Bortei. . . Así que manda a que se enteren de sus intenciones. Pero Bortei es una mujer prudente y parece considerar muy natural la conducta de su esposo: "En el lago cuyas orillas están cubiertas de cañas, hay mu­ chos gansos silvestres y cisnes. El amo puede dispararles a voluntad. Entre las tribus, hay muchas mozas y mujeres. El amo puede señalar a su gusto a las dichosas escogidas. Puede tomar una nueva esposa. Puede ensillar un corcel que nunca anteriormente había sido domado” . Ante l o :cual, el esposo, tranquilizado, retoma a su ordo. ¡Vanidad de la grandeza humana! Esa disputa doméstica — indudablemente forjada— es lo único que, cuatro siglos des­ pués de la muerte del héroe, han de recordar sus descendien­ tes de la prodigiosa campaña que había puesto a sus pies el mayor imperio del mundo musulmán . . .

A TRAVES DE PERSIA, EL CAUCASO Y RUSIA. LA FANTASTICA CABALGADA DE CHEBE "LA FLECHA” Y DE SUBOTEI "EL VALIENTE

Antes de seguir a Gengis Kan en su última campaña de China, conviene recordar la cabalgada de sus dos lugartenien­ tes, Chebe y Subotei, a través del noroeste de Persía, del Cáucaso y de la Rusia meridional. Más aún quizá que las expedi­ ciones masivas dirigidas por el conquistador en persona, esta fantástica incursión contribuyó a establecer la leyenda de ubicuidad y de invencibilidad de los jinetes mongoles. Hemos visto que Chebe y Subotei, los dos mejores estrate­ gos del ejército mongol, habían recibido el encargo de perse­ guir con veinte mil jinetes al sultán Mohamed de Juarizm por todo el Irán. A la altura de Jamadán, el sultán se les había escapado para ir a morir en un islote dei mar Caspio. Al com­ prender entonces que su misión había cambiado de objeto, prosiguieron su cabalgada hacia el oeste, dándole las aparien­ cias de una incursión de reconocimiento con vistas a futuras expediciones mongolas. En el camino, ponían rescate a las villas que se sometían y saqueaban las que resistían. Así fue como tomaron por asalto la importante ciudad persa de Kashvin, a cuatrocientos kiló­ metros del Teherán actual, villa célebre por sus alfombras y por ser depósito de las sederías del Guilán. "L os habitantes se defendieron en Las calles, con el cuchillo en mano, matando a muchos mongoles, pero su resistencia desesperada no pudo salvarlos de una matanza general en la que perecieron más de cuarenta mil personas” . Desde ahí, Chebe y Subotei cabalgaron a través de las altas estepas que constituyen la mayor parte de la Persia del nor­ oeste, penetraron en la provincia de Azerbeiján, provincia rica en toda estación gracias a los oasis de regadío que se encuen-

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tran esparcidos por todo su centro y de los cuales el principal es Tabriz, gracias también a la doble banda arbolada que la bordea al este, hacia Ardebil, por el lado del Caspio, y al oeste, hacia Urmiya, por el Kurdistán. Los mongoles marcharon de­ recho hacia Tabriz, la Tauris de nuestros geógrafos, hermosa villa rodeada de jardines en medio de una llanura aluvial bien irrigada, con un clima saludable. El gobernador turco, o atabeg, de Azerbeiján, Ozbeg, que residía en Tabriz, compró su tran­ quilidad a cambio de una fuerte cantidad de dinero, de ropas y 'de caballos. Chebe y Subotei fueron entonces a establecer sus cuarteles de invierno (invierno de 1220-1221) a orillas del mar Caspio, cerca de la desembocadura del Araks y del Kura. Allí, pudo restablecerse su caballería en las estepas del Mogán, donde el mes de enero es particularmente clemente y ve iniciarse ya el despertar de la vegetación. Pero no permanecieron allí mucho. En enero-febrero de 1221, subieron por el valle del Kura y penetraron en Georgia, reino cristiano en el apogeo de su poderío en aquella época. Para proteger a Tiflis, la bri­ llante caballería georgiana, al mando del rey Jorge III, les fue al encuentro. El choque se produjo en el valle de Kunan, cerca del punto en que el río Berduch, llamado también Borchala o Debeda, desagua en el Kura, al sur de Tiflis. Al principio de la acción, los mongoles, com o de costumbre, dejaron que el adversario se agotara en ataques inútiles, luego, se pusieron en movimiento de repente y lo destrozaron. En aquellas her­ mosas campiñas georgianas de ricos cultivos, de lindas aldeas llenas de iglesias antiguas, sus destrozos fueron espantosos, pero demasiado rápidos para arruinar del todo al país. En la primavera, Chebe y Subotei volvieron hacia Persia, a la provincia de Azerbeiján, para atacar a Maragha. Era una de las ciudades más bellas de la región, con vergeles célebres y jardines innumerables abrigados por cortinas de chopos, de nogales y de sauces. Como de costumbre, los mongoles empu­ jaron en la primera fila del asalto a las poblaciones musulma­ nas de las campiñas vecinas, dando muerte al que retrocediera. El 30 de marzo, tomaron la ciudad, degollaron a la población y quemaron todo lo que no podían llevarse.

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Los dos capitanes mongoles recordaron entonces que el año anterior no habían hecho más que pedir rescate a Jamadán. No cabe duda que la ciudad les había dejado una impresión. de prosperidad con sus jardines y sus fuentes, sus praderas y sus cortinas de sauces regados por los ríos retozones que bajan del Elvend. Así que regresaron, y com o la población les ne­ gara el pago de un nuevo rescate, sitiaron la plaza. Los habi­ tantes se batieron bien: aquella rica burguesía persa sabía .que no tenía que esperar merced alguna ymostraba el valor de la desesperación. El día del último asalto, luchó calle por calle, cuchillo en mano. Naturalmente, los mongoles respondieron con una matanza general y prendieron fuego a la villa. De ahí, Chebe y Subotei volvieron hacia Georgia en el otoño de 1221. Con una retirada fingida, Subotei atrajo a la caballería geor­ giana a una emboscada donde Chebe la estaba esperando. Nuevamente fueron destrozados los georgianos. Los dos capitanes mongoles concibieron entonces un pro­ yecto de audacia singular: decidieron pasar con sus veinte mil jinetes de la Transcaucasia asolada a aquel mundo descono­ cido que era Europa. Por el paso de Derbent, la "puerta” que se entreabre entre las cordilleras del Dagestán, últimos contra­ fuertes de la barrera del Cáucaso, y el litoral del mar Caspio, penetraron en las estepas regadas por el Terek, el Kuma y sus afluentes, y que prolongan al norte la inmensidad de las este­ pas rusas: "estepas grises” al noroeste, dominio de lá cría del caballo y de la oveja, y que ocupa toda la costa septentrional del mar Negro, desde el pie del Cáucaso y la cuenca de Kúbán, hasta la desembocadura del Danubio; "estepa blanca” al noroeste, que cubre la hondonada de los pantanos salinos del Caspio. Allí, iban a encontrarse los mongoles como en su casa. Des­ orientados en las viejas tierras de cultivo, en Irán o en China, encontraban aquí de nuevo los horizontes sin límites del país natal, llanuras inmensas alternativamente ardientes o heladas com o su estepa original, pradera infinita donde sus caballos iban a reponerse. Pero al salir de los desfiladeros del Cáücaso, en el momento en que llegaban a la estepa libre, se vieron atacados por la coalición de ,los diferentes pueblos de la po-

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marca: contra ellos, se habían unido los montañeses del Cáucaso, tanto lesguianos com o cherkeses, alanos o ases, viejo pueblo de raza irano-escita, de religión cristiana ortodoxa, que habitaban las estepas del Terek y del Kuma, y finalmente, los kipchak o cómanos, poblaciones turcas que permanecían ''pa­ ganas” , es decir, no musulmanas, y que vivían como nómadas por la estepa del sur de Rusia, desde el bajo Danubio, hasta el Volga. La coalición representaba una fuerza considerable. Chebe y Subotei tuvieron la habilidad de descoyuntarla des­ ligando a los kipchak: ¿No eran éstos, como ellos, turco-mon­ goles que vivían com o ganaderos nómadas? ¿Por qué habían de unirse con sus enemigos naturales, cristianos o musulmanes, contra sus hermanos de la Alta Asia? Los dos capitanes mon­ goles supieron agregar a estas consideraciones étnicas un ar­ gumento más convincente: para lograr la neutralidad de los kipchak, les dejaron parte de su botín. Abandonados a sus propias fuerzas, alanos y montañeses fueron vencidos. Después de lo cual, Chebe y Subotei se volvieron, como era de suponer, contra los kipchak, se lanzaron en persecución de éstos, los deshicieron y recuperaron con creces el botín que les habían regalado. La tierra rusa, dividida entonces en un gran número de principados, no se extendía muy al sur de Jarkov y de Kiev, o por lo menos, de Kanev. Los príncipes rusos, que no tenían por qué alegrarse de tener a los eternos ladrones que eran los kipchak en su vecindad, se encontraban fuera de la contienda y era poco probable que Chebe y Subotei se fueran a meter con ellos hasta sus tierras negras o al fondo de sus calveros. Pero el más poderoso de aquellos príncipes, el gran duque de Sudzal y de Vladimir, en el noroeste de Moscú, se había ca­ sado con la hija de un jefe kipchak. Por medio de esos vínculos familiares, los kipchak obtuvieron la intervención de los tres príncipes rusos más próximos, los príncipes de Kiev, de Chernikov y de Galich. Estos tres príncipes reunieron sus fuerzas a orillas del Dniéper; Chebe y Subotei les enviaron diez par­ lamentarios para proponerles que la paz fuera mantenida. "Los rusos — decían aquellos mensajeros— debían aprovechar oportunidad tan favorable para vengarse de los antiguos sa-

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Caravana mongola queos de lo» kipchak. No tenían más que unirse contra ellos con los mongoles, con quienes compartirían el botín. Aun desde el punto de vista religioso, deberían preferir la alianza con los mongoles, adoradores de un solo dios, y no la de los idólatras kipchak” . Este último argumento aludía quizá al dios mongol del cielo, el Tengri, o quizá a las creencias nestorianas. Sea como fuere, los rusos, en vez de escuchar sus proposiciones, dieron muerte a los mensajeros. Así era com o, cuatro años antes, el sultán de Juarizm había atraído el rayo sobre su Imperio . . . El ejército ruso bajó el valle del Dniéper al encuentro del enemigo; su fuerza era, según dicen, de ochenta mil hombres. Los adversarios se encontraron cerca de la Jortitza, en el gran recodo del río, frente a la actual Alexandrovsk. Los rusos em­ pezaron con ventaja. Lo que sucedía en realidad es que Chebe y Subotei operaban una retirada estratégica para cansar a la caballería ucraniana atrayéndola hacia un celada. Los rasos persiguieron así a los mongoles durante nueve días. Una vez que llegaron cerca del Kalka, Kalak o Kalmius, pequeño río

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costero que desagua en el mar de Azov cerca de Mariopol, Chebe y Subotei se detuvieron e hicieron frente al enemigo. Los rusos sorprendidos por este cambio súbito, se encontraron también perjudicados por su falta de cohesión. El príncipe de Galich, luego, los contingentes de Chernikov, así como los auxiliares kipchak, se lanzaron a la carga sin dar a los de Kiev tiempo para asociarse a su movimiento. Chebe y Subotei, que aparentemente tenían escogido el terreno de combate, con anterióridad, los derrotaron y el príncipe de Galich se dio a la fuga (el 31 de mayo de 1222). El príncipe de Kiev, Matislav Romanovich, cuyas tropas estaban intactas, se atrincheró en su campamento fortificado, donde resistió tres días, después de los cuales, negoció, ofreciendo un rescate que fue aceptado a cambio de dejarlo retirarse libremente. Pero el asesinato de los embajadores no había sido olvidado. Cuando los mongoles lo tuvieron a su merced, le dieron muerte y exterminaron a sus gentes. Debemos, sin embargo señalar que fue ahogado entre tablas o tapices, suplicio que no deja de causar indignación a los historiadores rusos, pero que, según las costumbres mon­ golas, representaba una muerte "d e h onor", reservada para los personajes reales cuya sangre se evitaba derramar, por respeto. Después de un éxito tan notorio, parece como que Chebe y Subotei hubieran debido ir a perseguir a los rusos por Kiev y Chernikov. Pues no fue así. Satisfechos con la lección que acababan de administrarles, se conformaron con destruir unas cuantas villas rusas de la frontera ruso-comana. Un destaca­ mento mongol pasó a Crimea, país enriquecido entonces por el com ercio genovés y veneciano. El puerto principal de la región era Soldai, la actual Sudak, donde los genoveses reco­ gían las pieles del norte, ardilla gris y zorro negro, así como los esclavos de ambos sexos, que exportaban hasta Egipto. Los mongoles saquearon aquella factoría, y ése fue, por el momen­ to, su único acto hostil contra el mundo "latino” . A fines de 1222, Chebe y Subotei fueron al nordeste para atacar a los "búlgaros del Kama” . Aquel pueblo de raza turca y de religión musulmana habitaba la zona forestal del país ac­ tual de Kazán, cerca de la confluencia del Kama con el alto

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Volga, donde se enriquecían exportando hacia Persia y Juarizm los productos del Norte: pieles, cera y miel. Al acercarse los mongoles, los búlgaros tomaron las armas, pero cayeron en una emboscada, se encontraron envueltos y perecieron en gran número. Chebe y Subotei pensaron luego regresar a Asia. Atravesa­ ron el bajo Volga, el Ural, acabaron de sojuzgar a los kangli, al este de este río, los cuales constituyen una población de turcos nómadas en Uralsk y el Aktiubinsk actuales, y luego, por el Emil, en Tarbagalai, volvieron a Mongolia. Gengis Kan podía estar contento de ellos. Durante aquella inmensa incursión de reconocimiento, habían recorrido más de ocho mil kilómetros (a vuelo de pájaro), habían vencido a persas, caucasianos, turcos y rusos, y sobre todo, habían con­ seguido valiosos informes acerca de la debilidad de los países atravesados. Subotei los recordará cuando, veinte años después, los hijos de Gengis Kan le encarguen la conquista de Europa.

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LOS AÑOS DE DESCANSO DEL CONQUISTADOR Mientras sus dos fieles lugartenientes i ni ciaban'para sus sucesores la conquista de Rusia, Gengis Kan había regresado por pequeñas etapas desde el Turquestán hasta Mongolia. Hemos visto que se encontró nuevamente a orillas del Tula, en la región del Urga actual, en el otoño de 1225. Fueron los años de tregua del conquistador. Su dominación se extendía desde Samarkanda hasta Pekín. En las fronteras siempre flexibles del inmenso im perio, generales probados guerreaban por él contra los últimos juarizm o los últimos Reyes de Oro. El, que había tenido principios tan dificultosos, podía estar sin inquietud en cuanto a su obra. Ahora bien, sin ser viejo — no tenía más que cincuenta y ocho años— , podía pensar en un descanso relativo. Por lo menos, es lo que ima­ ginará cuatro siglos después su lejano descendiente, el histo­ riador mongol Sanang Sechen. Nos mostrará al conquistador invadido un día, ante una fresca pradera, por una extraña me­ lancolía, por una necesidad de calma inexplicable en aquel hombre de hierro: "Este es un bello lugar para las reuniones de un pueblo tranquilo — pone en labios de Gengis Kan el escritor ordo— , éste es un bello pasto para ciervos y corzos, un lugar perfecto para el descanso de un anciano” . En realidad, los recreos de Gengis Kan no llevarían segumente ese matiz de pastoral búdica. Ya conocemos sus diver­ siones. Eran, para empezar, la caza, aquellas gigantescas bati­ das a las que lo hemos visto entregado en 1223 en la región de Tashkend y que eran todavía a sus ojos una imagen de la guerra. También eran el juego y — naturalmente— la bebida sus diversiones. Puede darnos una idea de la vida de placeres de Gengis Kan la narración del chino Chao-Hong, embajador de la corte

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de Hang-chue ante su lugarteniente Mukali. Un día, Mukalí manda a buscar al embajador y le dice: "Hemos jugado hoy a la pelota, ¿Por qué no has venido?” El chino responde que, al no haber sido especialmente in­ vitado, no se había atrevido a participar en el juego. A lo cual, responde Mukali llana y campechanamente: "D esde que estás en nuestro imperio, te considero como uno de mis familiares. Siempre que haya un festín, una par­ tida de juego o una batida, cuento con que vendrás a distraerte con nosotros sin esperar invitación” . Y riendo, hizo que el embajador bebiera, a modo de casti­ go, seis copones llenos de vino, no dejándolo marchar por la noche más que en estado de ebriedad total. Lo cierto es que Mukali se había encariñado con aquel chino, que en la guerra que la corte de los Song hacía por su parte al Rey de Oro, había demostrado capacidades estratégicas tan notables. Cuan­ do llegó para el embajador la hora de despedirse, el jefe mon­ gol dio orden de que se le tratara hasta el final con conside­ raciones particularesr "Deteneos varios días en cada villa importante. Que le sean servidos los vinos más generosos, el té más perfumado, los alimentos más sabrosos. Que en su honor, se esfuercen con sus flautas bellos adolescentes, mientras músicas de rostro agra­ ciado hagan sonar sus instrumentos” . Este último detalle no debe sorprendemos. En efecto, sabe­ mos que Mukali llevaba por compañía, en sus expediciones, a unas veinte músicas competentes. Los diplomáticos chinos elogian mucho el buen gusto del personaje en materia feme­ nina. "Cuando el embajador se presentó ante el capitán mongol — cuenta uno de ellos— , fue invitado, después de la# presen­ taciones protocolarias, a sentarse en compañía de una de las esposas de Mukali y de ocho de sus concubinas que asistían al festín. La blancura del rostro de esas mujeres es deslum­ brante y su exterior, muy atrayente. Cuatro son princesas kin, las otras cuatro son mujeres tártaras. Son muy hermosas y el general les tiene mucho amor” . El placer supremo de aquellas fiestas era naturalmente la bebida. Gengis Kan declaraba que el decoro no permitía em*

LOS AÑOS DE DESCANSO DEL CONQUISTADOR Mientras sus dos fieles lugartenientes iniciaban'para sus sucesores la conquista de Rusia, Gengis Kan había regresado por pequeñas etapas desde el Turquestán hasta Mongolia. Hemos visto que se encontró nuevamente a orillas del Tula, en la región dei Urga actual, en el otoño de 1225. Fueron los años de tregua del conquistador. Su dominación se extendía desde Samarkanda hasta Pekín. En las fronteras siempre flexibles del inmenso im perio, generales probados guerreaban por él contra los últimos juar¡2m o los últimos Reyes de Oro. El, que había tenido principios tan dificultosos, podía estar sin inquietud en cuanto a su obra. Ahora bien, sin ser viejo — no tenía más que cincuenta y ocho años— , podía pensar en un descanso relativo. Por lo menos, es lo que ima­ ginará cuatro siglos después su lejano descendiente, el histo­ riador mongol Sanang Sechen. Nos mostrará al conquistador invadido un día, ante una fresca pradera, por una extraña me­ lancolía, por una necesidad de caima inexplicable en aquel hombre de hierro: "Este es un bello lugar para las reuniones de un pueblo tranquilo — pone en labios de Gengis Kan el escritor ordo— , éste es un bello pasto para ciervos y corzos, un lugar perfecto para ei descanso de un anciano” . En realidad, los recreos de Gengis Kan no llevarían segumente ese matiz de pastoral búdica. Ya conocemos sus diver­ siones. Eran, para empezar, la caza, aquellas gigantescas bati­ das a. las que lo hemos visto entregado en 1223 en la región de Tashkend y que eran todavía a sus ojos una imagen de la guerra. También eran el juego y — naturalmente— la bebida sus diversiones. Puede darnos una idea de la vida de placeres de Gengis Kan la narración del chino Chao-Hong, embajador de la corte

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de Hang-chue ante su lugarteniente Mukali. Un día, Mukali manda a buscar al embajador y le dice: "Hem os jugado hoy a la pelota. ¿Por qué no has venido?” El chino responde que, al no haber sido especialmente in­ vitado, no se había atrevido a participar en el juego. A lo cual, responde Mukali llana y campechanamente: "D esde que estás en nuestro imperio, te considero como uno de mis familiares. Siempre que haya un festín, una par­ tida de juego o una batida, cuento con que vendrás a distraerte con nosotros sin esperar invitación” . Y riendo, hizo que el embajador bebiera, a modo de casti­ go, seis copones llenos de vino, no dejándolo marchar por la noche más que en estado de ebriedad total. Lo cierto es que Mukali se había encariñado con aquel chino, que en la guerra que la corte de los Song hacía por su parte al Rey de Oro, había demostrado capacidades estratégicas tan notables. Cuan­ do llegó para el embajador la hora de despedirse, el jefe mon­ gol dio orden de que se le tratara hasta el final con conside­ raciones particulares"Deteneos varios días en cada villa importante. Que le sean servidos los vinos más generosos, el té más perfumado, los alimentos más sabrosos. Que en su honor, se esfuercen con sus flautas bellos adolescentes, mientras músicas de rostro agra­ ciado hagan sonar sus instrumentos” . Este último detalle no debe sorprendernos. En efecto, sabe­ mos que Mukali llevaba por compañía, en sus expediciones, a unas veinte músicas competentes. Los diplomáticos chinos elogian mucho el buen gusto del personaje en materia feme­ nina. "Cuando el embajador se presentó ante el capitán mongol — cuenta uno de ellos— , fue invitado, después de lalf presen­ taciones protocolarias, a sentarse en compañía de una de las esposas de Mukali y de ocho de sus concubinas que asistían al festín. La blancura del rostro de esas mujeres es deslum­ brante y su exterior, muy atrayente. Cuatro son princesas kin, las otras cuatro son mujeres tártaras. Son muy hermosas y el general les tiene mucho amor” . El placer supremo de aquellas fiestas era naturalmente la bebida. Gengis Kan declaraba que el decoro no permitía cm-

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briagarse más de tres veces al mes; agregaba que evidentemente sería mejor no embriagarse más que dos veces, o una vez. Sería incluso perfecto no embriagarse nunca. Pero, ¿dónde encontrar un hombre capaz de conservar semejante línea de conducta?” Hemos señalado ya el curioso contraste que hay entre las horribles matanzas cometidas por los ejércitos mongoles y la campechanía de Gengis Kan en su intimidad. Más aún. Por extrañas que parezcan semejantes expresiones aplicadas a un bárbaro, sabía mostrar, llegado el caso, una nobleza de alma, una cortesía caballeresca inesperadas en aquel ambiente. Uno de sus antiguos vasallos, el jefe kitai Ye-liu Lieu-ko, que pudo restablecer gracias a la ayuda, mongola un pequeño principado en Leo-tong, al sur’de Manchuria, había muerto en 1220. Gengis Kan estaba entonces en Transoxíana; la viuda, la señora Yao-li-sse, asumió la regencia con el consentimiento del príncipe Temuge-Ottchigin, hermano del conquistador y encargado por éste de adhiinistrar a Mongolia durante su ausencia. Cuando retornó Gengis Kan, fue ella con sus hijos al ordo imperial. "Cuando se presentó ante su soberano, se arrodilló de acuerdo con la etiqueta. Gengis Kan la recibió con una distinción particular y le hizo el honor — el más en. vidiado— de "presentarle la copa” . Ella le propuso-que el reino .kitai pasara al hijo, mayor del difunto rey, un joven que ' había acompañado a Gengis Kan en la guerra del Juarizm y de quien.ésta se mostraba muy satisfecha. Gengis Kan accedió al deseo de la regente, cuya prudencia y equidad alabó mucho: "Cuando se despidió, le regaló nueve cautivos chinos, nueve caballos de precio, nueve lingotes de plata, nueve piezas de seda, nueve joyas valiosas” {ya se sabe que el número nueve era sagrado para los mongoles). En cuanto al joven heredero kitai, lo recompensó con no menor munificencia por sus servicios: "Tu padre — le dijo— te entregó antaño a mí como prenda de su fidelidad. Siempre he obrado con él com o si hubiera sido mi hermano menor, y te quiero com o a un hijo. Mandá mis tropas {en Leo-tong) con mi hermano Belgutei, y vivid juntos en estrecha unión” . Gengis Kan obró del mismo m odo con el heredero de los

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príncipes ongut, el cristiano nestoriano Po-yao ho. Aquel joven sólo tenía diecisiete años, también lo había seguido en la campaña de Juarizm. A su regreso, el conquistador le dio en matrimonio a su propia hija, la prudente princesa Alagai-beki. Po-yao ho y Alagai reinaron apaciblemente juntos en el domi­ nio hereditario de la región de Kuei-hua-cheng, al noroeste del Chan-si, sobre aquel pueblo turco-ongut tan interesante para nosotros a causa de su fidelidad a la fe nestoriana. Los dos esposos no tuvieron hijo, pero Alagai, que tenía el carácter tan enérgico com o su ilustre padre, era también mujer de co­ razón. Educó "com o si fueran suyos” a los hijos qye su esposo tuvo con una concubina, y los preparó para la realeza. Los hijos adoptivos de la valiente katun iban a casarse con prin­ cesas gengiskánicas y a perpetuar la alianza íntima de ambas casas, alianza que estableció el cristianismo en las gradas mismas del trono mongol.

REGRESO A CHINA

Cuando Gengis Kan regresó a Mongolia, no pudo siquiera concederse un año entero de descanso: nuevamente los asuntos de China exigían su presencia. Desde que marchara, la lucha contra el Rey de Oro no había cesado. Su lugarteniente Mukali, que la tenía a su cargo, no había escatimado sus esfuerzos; noble figura, simpática en verdad, la de aquel guerrero mongol, compañero de su amo en los principios obscuros, elevado hoy al primer lugar por el conquistador. En efecto, hemos visto que Gengis Kan, para asegurar la autoridad de su lugarteniente sobre las poblaciones chinas, había conferido a éste el título real de go-ong, o sea, en chino, kuo-wang: rey del país. Mukali, que como todos los generales mongoles vivía con poca, cosa, sabía hacer efectiva­ mente figura de rey cuando el prestigió de la "bandera” es­ taba en juego. Cuando venían contingentes enviados por los principes vasallos para servir bajo sus órdenes, Mukali exigía que sus generales sujetaran la brida de su caballo como hacían sus señores con la brida del caballo de Gengis Kan. Abora bien, igual que el amo a quien tan fielmente representaba, sa­ bía escuchar y no era nada insensible a los consejos de la civi­ lización. Uno de los capitanes del Rey de Oro, que se había pasado al servicio mongol, Che-Tien-yi, le expresó un día va­ lientemente su opinión acerca de la barbarie con que sus tropas .ac.tuaban en territorio .conquistado. "Expusq a Mukali que, para el éxito mismo, 'de'la.'conqújsta mongola, era importante que las poblaciones sometidas ya se tranquilizaran, y que las que no lo estaban aún fueran sintiendo confianza” . Lejos de enfadarse, Mukali reconoció lo justo de la observación. "D io órdenes inmediatas para que cesara el saqueo y que los cautivos fueran puestos en libertad. La disciplina severa que impuso a su ejército facilitó mucho la sumisión del país” .

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Jefe de caravana mongola. Foto Ewing Galloway. Efectivamente, aquella humanización de la guerra era bue­ na política. Mukali modificó al mismo tiempo el carácter de la conquista mongola, que se había contentado hasta entonces con incursiones de caballería, destrucciones y matanzas, sin que una ocupación efectiva se llevara a cabo. La ocupación efectiva del suelo conquistado: a eso, se dedicó muy pronto. Para ello, empleó un número de día en día más considerable de adheridos chinos, kitai y hasta djurchet, los cuales le su­ ministraban lo que más falta hacía a los mongoles: una infan­ tería, así como máquinas de asedio. Varios generales del Rey de Oro, ahora al servicio de los mongoles, ayudaron a Mukali en esta empresa: tales fueron Ming Ngan, Chang Jeu y Che Tien-yi, de quien ya hemos hablado. Los adheridos traían a otros, Tal fue el caso de Ming Ngan y de Chang Jeu. El pri­ mero había pasado hacía varios años al servicio de los mon­ goles cuando apresó al segundo, cuyo caballo había caído en el campo de batalla. 'T o d o el que caía en el poder de los mon­ goles debía someterse a Gengis Kan o resignarse a la muerte. Pero Chang Jeu se negó, sin embargo, a doblar la rodilla ante el general gengiskánico diciendo que él mismo tenía un grado G . K a n , p lie g o X X I

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análogo en los ejércitos del Rey de Oro y que no se humilla­ ría por salvar su vida” . Con nobleza — y habilidad— , Ming Ngan apreció su valor y le devolvió la libertad. Cierto es que se las arregló después para quedarse con los padres de Chang Jeu en calidad de rehenes. "Este vaciló largo tiempo entre la piedad filial y sus deberes hacia el soberano” ; y como era un buen chino, la piedad .filial venció y decidió prestar homenaje a Gengis Kan, con lo cual, se le entregó inmediatamente un cargo de autoridad bajo las órdenes de Mukali. En realidad, la lucha era encarnizada. Los ejércitos del Rey de Oro, que habían sabido defender antaño durante más de cinco año3 las cercanías de Pekín, se mostraban más tenaces aún ahora que se habían atrincherado en su reducto del Honan, detrás de la barrera del Río Amarillo. En siete años (1217-1223), Mukali los había ido reduciendo a esa provincia, pero con durísimos esfuerzos; la mayoría de los distritos habían sido conquistados, perdidos y reconquistados varias veces. En 1217, el general mongol había tomado por primera vez la im­ portante plaza de Ta-ming, en las avanzadas de la Gran Llanu­ ra, al sur de la actual Ho-pei, pero no había podido mantenerse allí, puesto que hubo de conquistarla de nuevo en 1220. En 1218, tomó, o mejor dicho, volvió a tomar las metrópolis del Chan-si, Tai-yuan y Ping-yang, y en 1220, la metrópoli de Chan-tong, el Tsi-nan actual. Vemos que en 1222, la antigua metrópoli del Chen-si, Chang-ngan o Si-ngan-fu, está entre sus manos. En 1223, acababa de arrebatar al Rey de Oro la im­ portante plaza de Pu-cheu o de Ho-chong, en el ángulo sud­ oeste del Chan-si, en el recodo del Río Amarillo, cuando murió, agotado. Al sentirse cerca de su fin, le dijo a su hermano me­ nor que estaba con él: "Llevo cuarenta años haciendo guerra para secundar al kan mi amo en sus grandes empresas, y jamás he escatimado mis fuerzas. Mi única pena, en la hora de mi muerte, es no haber podido apoderarme de Kai-fong para ofrecérsela. Trata tú de adueñarte de ella” . Así dijo y expiró. Sólo tenía cincuenta y cuatro anos de edad (abril de 1223). Si la corte de Kai-fong resistía enérgicamente, no por eso

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descuidaba sus esfuerzos para conseguir la paz. En agosto de 1220, el Rey de Oro había mandado ante Gengis Kan, para tratar de ablandarlo, al embajador Wu-ku-suen Chong-tuan, vicepresidente del Tribuna! de los Ritos. El conquistador se encontraba entonces en el fondo del “ Oeste” , en Afganistán. El embajador se reunió con él por el camine del Ili en el oto­ ño de 1221. A su petición en favor de la paz, Gengis Kan respondió: "He invitado anteriormente a tu amo a cederme todo el país al norte del Río Amarillo y a contentarse con los distritos del sur con el simple título de rey (wang). Con esta condición, consiento en la suspensión' de las hostilidades; pero ahora, Mukali ha conquistado todo el territorio que yo reivindicaba y os veis obligado a implorar la paz” . Wu-ku-suen le suplicó que tuviera piedad del Rey de Oro. Gengis Kan respondió: "S i te muestro indulgencia a ti personalmente es porque considero la gran distancia que has recorrido para venir hasta aquí. Esta es mi decisión: el país al norte del Río Amarillo está ahora en mis manos, pero tu amo sigue conservando algu­ nas plazas.al oeste de Tong-kuan (en el Chen-si). Queme las entregue” . El embajador no pudo obtener más que esas condiciones. La corte de Kai-fong no se atrevió a aceptar: las fortalezas al­ rededor de Tong-kuan representaban — y para comprobarlo, basta con mirar el mapa— la única defensa del Ho-nan por el lado oeste, y entregarlas hubiera sido para el .Rey de Oro igual que entregar las llaves de 9u casa. Y este último tratará, empero, de aplacar con protestas de vasallaje, hasta en 1227, al inflexible conquistador. En 1216, uno de los generales del Rey de Oro, llamado Pusien Uan-nu, había aprovechado el desorden imperante para formarse en el antiguo país djurchet, en Manchuria meridio­ nal, un reino privado que bautizó, la china, "reino de TongHia” . En 1221, este personaje había mandado a Gengis Kan, para propiciárselo, un embajador que se reunió con el con­ quistador en Transoxiana o en Afganistán. Pero los mongoles no podían dejar que subsistiera mucho tiempo aquel retoño de

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una raza enemiga: el "Tong-H ia” desapareció del mapa entre 1224 y 1227. Lo que irritaba a Gengis Kan, más aún que la resistencia suprema del Rey de Oro, era la deserción de los tangut, del "reino de Si-Hia” , com o decían. Hemos visto que los tangut, pueblo de afinidades íibetanas y sinizado en parte (habían inventado para su uso particular caracteres derivados del chino), eran dueños, desde hacía dos siglos, de la provincia china del Kan-su, así como de las este­ pas de los Ordos y del Alachan. Después de varias campañas, Gengis Kan había obligado a su rey a declararse vasallo en 1209. Pero los vínculos así establecidos obligaban al vasallo, en caso de guerra, a suministrar su contingente al señor. Cuando el conquistador preparó en 1219 su expedición contra el sultán de Juarizm, exigió, pues, los auxiliares debidos por el soberano tangut: "M e has prometido ser mi mano derecha. Ahora bien, aca­ bo de romper relaciones con el Sartahul (o sea, el sultán de Juarizm) y voy a partir en guerra. Parte conmigo, sé mi mano derecha” . . .¡ ••‘Pero parece ser qu'e e l-8ob?ran.ó,tángut testaba- dominado por un ministro todo •poderoso que odiaba a los mongoles. Aquel ministro — Achagambu— fue quien, antes de que su amo hubiera tenido tiempo de pronunciarse, dio al conquis­ tador la respuesta más insolente: "Si Gengis Kan no tiene fuerzas suficientes para lo que quie­ re emprender, ¿por qué asume vanidosamente el papel de emperador?” Y con gran jactancia, hizo que el envío de contingentes fuera denegado. Gengis Kan se había sentido profundamente herido por una negativa tal en semejante momento. Era una de esas insolen­ cias que no acostumbraba perdonar. Pero com o la campaña contra el sultán de Juarizm estaba decidida y todas las medi­ das, tomadas al efecto, no se podía, sin trastornarlo todo, em­ prender una expedición punitiva contra los tangut. Había que esperar, pues, para ocuparse de ellos, porque ya lo había dicho él: "Si gracias a la protección del Tengri. Eterno vuelvo victo­

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rioso, después de haber puesto mis riendas de oro al Juarizm, la hora de la venganza sonará contra tos tangut” . Ya estaba de vuelta después de haber destruido por com­ pleto el imperio juarizm; ya había sonado la hora de la ven­ ganza contra los desertores.

"LOS EXTERMINARE, AUNQUE ME CUESTE LA VIDA” . Gengis Kan comenzó la campaña contra los tangut en la pri­ mavera de 1226. Dos hijos suyos, Ogodei y Tolui, lo acom­ pañaban, Así como había llevado a la guerra contra el sultán de Juarizm a una de sus segundas esposas, la señora Kulan, para esta nueva expedición, llevó consigo a su favorita tártara, señora Yesui. La campaña se inició bajo malos auspicios. El ejército de invasión atravesaba el Alachan, "esplanada” desértica recor­ tada por largas dunas de arena con una banda estrecha de oasis y de pastizales dominados al este por una cordillera que lleva sus cumbres hasta más de tres mil metros y.cuyas vertientes arboladas abrigan al ciervo almizclado ,y al hemíono. Como de costumbre, a pesar de los consejos de prudencia que le pro­ digaba antaño el sabio chino, Gengis Kan se entregaba con su ardor acostumbrado a los placeres de la caza. Una banda de hemíonos, espantados por los ojeadores, desembocó frente a él. En ese momento, su caballo se encabritó y lo derribó. Cuando levantaron al conquistador, se' estaba quejando de dolores internos muy fuertes. El campamento se alzó en aquel mismo lugar, en Chohórkat. Al día siguiente, la compañera de Gengis Kan, la señora Yesui, llamó a los príncipes y a los principales señores para avisarles que había pasado una noche agitada, con mucha calentura. Uno de los generales convoca­ dos, Tolun-cherbi, de la tribu de los kongkotat, propuso al momento que la expedición fuera diferida: "los tangut son un pueblo sedentario, con ciudades amuralladas y campamentos fijos; es decir, que es gente incapaz de trasladarse como hacen los nómadas. Cuando volvamos, seguirán ahí". Tolun-cherbi aconsejaba, pues, el retorno a Mongolia para esperar la cura­ ción de Gengis Kan antes de reemprender la campaña,

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Los príncipes y los señores mongoles aprobaron todos esta manera de ver, pero Gengis Kan no quiso entender nada:"S i nos retiramos, los tangut no dejarán de decir que nos faltaron ánimos. .Mandémosles.primera un mensajero y.espe- . remos la respuesta aquí” Así se hizo. Se envió un verdadero ultimátum al soberano tangut: "Habíasme jurado ser mi manó derecha. Cuando partí en guerra contra los musulmanes, te recordé tu compromiso, pero fuiste infiel a tu palabra, no me enviaste tu contingente. Aún más: me has dirigido palabras injuriosas. He diferido mi ven­ ganza, pero ha llegado la hora. Vengo para ajustarte las cuentas” Al recibir ese terrible mensaje, el rey tangut se descompuso: "Las palabras injuriosas no las dije yo” .. Pero el nefasto ministro reivindicó toda la responsabilidad del antiguo desafío: "Sí, esas burlas las proferí yo. Ahora, si los mongoles quie­ ren librar batalla, que vengan al Alachan donde tengo mí cam­ pamento con mis yurtas y mis camellos con su cargamento, y nos mediremos. Si necesitan oro, plata, sederías, otras rique­ zas más, que vengan a buscarlas a nuestras ciudades, a Erikaya y a Erichehu” , es decir, a Ning-hia y a Lang-cheu, Ante esa provocación, Gengis Kan, a pesar de su calentura y de los dolores que seguía proporcionándole su caída de ca­ ballo, decidió llevar la campaña hasta su extremo: "Después de semejantes palabras, no podemos retroceder. Aunque me cueste la vida, aceptaré su reto, iré hasta ellos” . Y se comprometió con un gran juramento, tomando por tes­ tigo de su decisión al Tengri Eterno, dios supremo de los mongoles. El ejército mongol atacó el reino tangut en marzo de 1226, por el Etzin-gol, río que sale de los montes Nan-chan y corre por ’ el Gobi de sur a norte, yéndose a perder con su estrecha faja de vegetación — cañas, tamariscos y tograk— en medio de un desierto de piedras y de arenas. Los mongoles tomaron la villa de Etzina, que defiende al norte, a orillas del Gobi, la entrada del valle. País célebre — apunta Marco Polo— por

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la calidad de sus camellos, muy apreciados por las caravanas del Gobi, y por la calidad de sus gerifaltes, empleados en la caza mayor. Subiendo por el valle, los mongoles penetraron en el "corredor del Kan-su” , faja de loéss estirada de sudeste a noroeste en el borde septentrional de los Nan-chañ, entre esta cordillera y el Gobi, faja fertilizada a ratos por los ríos que bajan de la montaña para formar el Etzin-gol. Los oasis que se encuentran escalonados y entre los cuales son Kan-cheu y Su-cheu los más importantes, están rodeados por una cortina da siiices y de chopos, dé jurdinés'y hasta 'de. praderas, de campos de trigo y de mijo qué'hacen* de ellos un lugar de delicias para las caravanas que llegan del desierto. Efectivamente, siempre Kan-cheu y Su-cheu han sido céle­ bres com o villas caravaneras, cabezas de línea de las pistas del Asia Central, "puertos” del "Camino de la Seda” . El co­ mercio — Marco Polo lo atestigua— había provocado allí la formación de una cristiandad nestoríana próspera en medio de poblaciones budistas en su mayoría. Marco Polo observará unos cuarenta y siete años más tarde las maravillosas estatuas búdicas de unos monasterios cuya moralidad lo dejará admi­ rado, así como la existencia de tres iglesias nestorianas. En el verano de 1226, los mongoles se apoderaron de ambas plazas, mientras que Gengis Kan, agotado por los calores, iba a acam­ par en los montes vecinos, con sus cumbres cubiertas de nie­ ves perpetuas. En el otoño, los mongoles marcharon hacia el este y se apoderaron del distrito de Leang-cheu y alcanzando el Río Amarillo cerca del Ying-li, a unos cien kilómetros de Hing-hia, la capital enemiga. En aquel país de oasis caravaneros, los estragos de los mon­ goles fueron tan aterradores com o de costumbre. "Para huir del hierro mongol, los habitantes se ocultaban en vano en la montaña — al oeste los montes Richthofen, al este el Alachan y el Lochan— o a falta de ella,* en cavernas. Apenas uno o dos por ciento lograron salvarse. Los campos estaban cubiertos de osamentas humanas” . El bardo mongol aclara que Gengis Kan, al aceptar el desafío del jefe tangut Achagambu, lo batió y lo obligó a refugiarse en los montes Alachan. "Le quitó sus tiendas, sus camellos cargados de riquezas, todo su pueblo,

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hasta que todo aquello quedara esparcido como ceniza. Los tangut que estaban aptos para el porte de las armas, empezan­ do por los señores, fueron muertos por orden suya” . Había soltado a sus soldados contra aquel pueblo culpable, y la orden del día sin perdón era: "L o s tangut, tantos com o prendáis, tratadlos como sea vuestro gusto” . Los generales mongoles aconsejaban a Gengis Kan en ese sentido. Hijos de la taiga o de la estepa, que no comprendían más vida que la del cazador o la del pastor, no veían qué uti­ lidad tenían aquellas poblaciones agrícolas que acababan de ser dominadas, aquellas tierras de labor que estaban anexio­ nándose. Más valía matar a aquellas poblaciones inútiles que' no sabían ni cuidar un rebaño ni trashumar tras él, más valía quemar las cosechas com o se destruía las ciudades y dejar la tierra hecha monte para devolverle su dignidad de estepa. El proyecto fue considerado cuidadosamente: "Los genera­ les de Gengis Kan le mostraron que sus súbditos chinos no le servían para nada y que más valía matar hasta el último habi­ tante para aprovechar por lo menos el suelo una vez que se hubiera convertido en pastos” . El espantoso programa iba a ser adoptado cuando un hombre se opuso con todas sus fuer­ zas: Ye-liu Chu-ts’ai, el letrato kitai, el consejero "chino” del conquistador. "S e levantó contra aquella bárbara opinión. Demostró las ventajas que-podían obtenerse de comarcas fértiles y de habi­ tantes industriosos. Expuso que recaudando un impuesto mo­ derado 9obre las tierras, derechos sobre las mercancías, tasas sobre el vino, el vinagre, la sal, el hierro, los productos de las aguas y de los montes, podrían percibirse alrededor de qui­ nientas mil onzas de plata, ochenta mil piezas de seda, cuatro­ cientos mil sacos de grano, y se sorprendió, ante todo ello, de que las poblaciones sedentarias pudieran ser presentadas como inútiles” . Lo que dominaba en Gengis Kan era la inteligencia, a la par que un robusto sentido común. Hacía o dejaba que se co­ metieran crueldades espantosas porque en el ambiente mongol de la época no se concebía otro modo de hacer la guerra, como no se imaginaba otro modo de vida que no fuera el nómada:

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el país de los sedentarios no servía más que para el saqueo, el pillaje y la caza al hombre. Tan pronto como le demostraban que no era así, el conquistador estaba dispuesto a adoptar la experiencia adquirida. Invitó al momento a Ye-liu Chu-ts’ai a establecer un programa con vistas a la administración regular en país sedentario, con impuestos fijos: en suma, lo que aca­ baba de revelarle su consejero chino. « Mientras Gengis Kan iba conquistando así, metódicamente, el país tangut, su tercer hijo Ogodéi, acompañado por el general mongol Chagan, había conducido una expedición de caballería en aquel mismo año de 1226 a través de los Estados del Rey de Oro. Bajando por el profundo valle deí Wei hasta Si-ngan-fu, penetró desde ahí en el corazón del Ho-nan, hasta el pie de los muros, del Kai-fong. Gengis Kan recordaba, como en los primeros días, las injurias antiguas de aquellos djurchet mal­ ditos: "Esas gentes del Rey de Oro son las que han dado muerte a nuestros padres. Repartidlas entre vosotros. Haced en sus muchachos lacayos que lleven vuestros halcones. Que de sus más bellas mozas hagan vuestras mujeres sirvientas para lim­ piar y remendar vuestras ropas” . Y mientras tanto, el Rey de Oro enviaba embajada tras embajada para tratar de conseguir la paz. Por ñn, parece que la que envió a Gengis Kan en 1227 iba a tener mejor acogida que las anteriores. El conquistador, cada día más enfermo a consecuencia de su accidente de caza, habría entonces manifestado, si nos fiamos de las crónicas chinas, un deseo inesperado de paz. Parece ser que anunció a los que lo rodeaban que ya en el pasado invierno, "cuando los Cinco Planetas se habían hallado en conjunción” , se había prometido poner fin a la matanza y al saqueo, y que el mo­ mento había llegado de realizar su deseo. Indudablemente, los regalos que el Rey de Oro enviaba como tributo no eran aje­ nos a esta inclinación de los terribles mongoles a la benevo­ lencia. Entre dichos regalos, figuraban gruesas perlas que Gengis Kan mandó se repartieran entre los oficiales suyos que llevaban pendientes: para conseguirlas, todos se hicieron pronto agujeros en la oreja.

"HIJOS MIOS, LLEGO AL TERMINO DE MI CARRERA. . ” El año 1227, que iba ser el último de Geng¡3 Kan, iba a comenzar. Hacia fines del año anterior — entre el 21 de no­ viembre y el 21 de diciembre de 1226— , había puesto el sitio ante la villa de Ling-cheu (o Ling-wu), llamada Dormegei en las crónicas mongolas, situada a unos treinta kilómetros de Ning-hia, la capital tangut, 'pero .separada de ésta por el 'Rió Amarillo. El soberano tangut ruando' 'desde Ning-hia un'éjér-' cito de refuerzo para tratar de romper el bloqueo de la plaza, Gengis Kan salió al encuentro de ese ejército en una llanura entrecortada de estanques formados por el río cuando se des­ bordaba y que en aquella época estaban helados. Una vez más, fueron aplastados los tangut: los mongoles tomaron a Ling-wu y la.saquearon. Quedaba la propia capital, la villa de Ning-hia, o como di­ cen las crónicas mongolas, Erikaya, la Egrigaia de Marco Polo. Edificada a unos siete kilómetros del río Amarillo, en una re­ gión donde la Gran Muralla deja de seguir la ribera izquierda del río y continúa por la derecha, Ning-hia vive, sin embar­ go, de él. Llega a la región dividido en una complicada red de-canales artificiales que aseguran la riqueza al país: los ca­ nales de regadío que rodean Nihg-bia datan de los principios de la era cristiana y son testimonio de la ciencia de los anti­ guos ingenieros chinos, que supieron transformar así en fértil oasis una lengua de tierra entre dos desiertos. También era Ning-hia, como hemos visto, un centro industrial y comercial muy importante, célebre en particular por sus telas de pelo de camello blanco, "las más bellas del mundo” , afirma Marco Polo. La actividad comercial de Ning-hia está atestiguada por la presencia de una rica comunidad nestoriana con tres igle­ sias, en medio de la mayoría budista de la población.

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Gengis Kan estableció, a principios de 1227, un cuerpo de ejército alrededor de Ning-hia para comenzar el bloqueo de la villa. El mismo, con otra división, se fue a conquistar la cuenca superior del Río Amarillo, donde atacó primero, en fe­ brero, la villa de Ho-cheu, a unos cien kilómetros aí sur de Lancheu. Era una comarca bravia: en aquellos confines sinotibetanos, el curso del río no es más que Una sucesión de cañones labrados hasta profundidades de quinientos metros en el loess o el granito, y que se-recortan en zigzag en el fon­ do de valles esteparios, entre pantanos y conos torrenciales. Más al oeste, alrededor de Si-ning y en la dirección de Kukunor — el "lago azul” que señala por este lado el límite entre las tierras chinas y las tibetanas— , el país es aún más salvaje, con altiplanicies de dos a tres mil metros entrecortadas por gargantas y divididas por los contrafuertes meridionales de los Nan-chan. El mercado de Si-ning domina la pista de las cara­ vanas que suben hacia las altiplanicies tibetanas y Lassá. En marzo de 1227, Gengis Kan llegó hasta Si-ning y lo tomó. En abril, se fue desde los contrafuertes occidentales del Kan-su hasta las fronteras orientales de esta provincia, hacia los mon­ tes Lu-pan-ehan, de donde baja el río King-ho, que corre en el sudeste haciá el valle del W e i y la rica llanura de Changngan. Pasó el resto de la primavera en ese distrito, cerca de Long-to, hacia las fuentes del King-ho. A fines de mayo o a primeros de junio, subió al Lu-pan-chan para establecer sus cuarteles de verano, pues esa cordillera, alta en ocasiones hasta los tres mil metros, le ofrecía un refugio contra el calor. Des­ pués, bajó hasta irnos sesenta kilómetros más al sur, al distrito de Ts’ing-chuei, donde los últimos contrafuertes meridiona­ les del Lu-pan-chan dominan el alto valle del Wei. En reali­ dad, el conquistador no se había repuesto de su accidente del año anterior y se sentía cada día más cansado. Gomo no se hacía ilusiones acerca de su estado, apuró insistentemente a sus lugartenientes para que apresuraran el asedio de la capital tangut, Ning-hia. Los defensores de Ning-hia estaban reducidos a una situa­ ción desesperada, pero el rey tangut Li Hien, que se había encerrado con ellos, trataba ante todo de ganar tiempo. Pedía

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Yurta y casas modernas, en Ulán Bator, M ongolia Exterior. un plazo de un mes para entregar la plaza. Aquel mismo mes, la primera quincena de junio, se resignó a capitular. Fue con gran aparato hasta el campamento mongol con magníficos pre­ sentes, que el bardo gengiskánico enumera con admiración: "imágenes de budas resplandecientes de oro, copas y bacías de oro y de plata, muchachos y muchachas, caballos y came­ llos, y todo por múltiplos de nueve” , según él protocolo mon­ gol. Pero a pq$ar de semejante tributo, algo tardío, y a pesar de las protestas de sumisión, no consiguió que Gengis Kan le concediera la audiencia deseada, o mejor dicho, sólo se le per­ mitió saludar al conquistador desde el "resquicio de una puerta” . En realidad, aquella presentación no debió de ser más que un simulacro: Gengis Kan estaba gravemente enfermo entonces y sin duda se encontraba ausente de la audiencia que se suponía concediera al vencido. Pero a éste, no le sirvió de nada: el conquistador había dado ya a su fiel Tolun-cherbi 3a orden de dar muerte al último soberano tangut, orden que, como es de suponer, fue cumplida gozosamente. Mientras sus generales doblegaban la capital enemiga, el

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conquistador del mundo vivía sus últimas semanas en las mon­ tañas del Kan-su oriental. Había llegado la hora en que debía seriamente pensar en su sucesión. Entre sus hijos, Jochi, el mayor — suponiendo que fuera suyo, cosa que muchos ponían en duda— no había obtenido nunca de él, al parecer, más que un afecto forzado. Además, la conducta de Jochi había resul­ tado extraña durante los últimos años: después de la destruc­ ción juarizm, en vez de reunirse con su padre en la primavera de 1223 cuando las grandes cacerías al norte de Tashkend, se había quedado con su mal humor en su heredad de las estepas siberío-turquestanas y no había vuelto a aparecer desde enton­ ces. Herido por el reproche tácito de bastardía que sentía rondar a su alrededor, ofendido también, quizá, porque le hu­ biera sido preferido su menor Ogodei, ¿meditaría entrar en disidencia? Gengis Kan lo había sospechado un instante y se contaba que en aquel mismo año de 1227, el padre había pen­ sado en enviar contra el hijo una expedición punitiva: pero pronto se supo que si Jochi no había obedecido a las invita­ ciones paternas, había sido por causa de enfermedad: el "hijo mayor” acababa de morir en sus dominios del norte del Aral, hacia febrero de 1227. Chagatai, el segundo hijo, se encontraba entonces al mando de un ejército de reserva. "A visado por un sueño” , Gengis Kan mandó llamar a sus otros dos hijo8, Ogodei y Tolui, que combatían en la región. Después de haber pedido a los oficia­ les que llenaban su yurta que se alejaran un instante, dio a los dos príncipes (que habían sido siempre sus hijos predilectos) sus últimas recomendaciones: Hijos míos — les dijo— , estoy llegando al final de mí ca­ rrera. Con la ayuda del Cielo Eterno, he conquistado para vos­ otros un imperio tan vasto que, desde su centro hasta su extre­ mo, hay un año de camino. Si queréis conservarlo, permaneced unidos, obrad de concierto contra vuestros enemigos, manteneos de acuerdo para elevar la fortuna de vuestros adictos. Es me­ nester que uno de vosotros ocupe el trono. Ogodei será mi sucesor. Respetad esta elección después de mi muerte y que Chagatai, que está ausente, no fomente disturbios” . Aunque su estado empeoraba, seguía pensando en la guerra

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contra el Rey de Oro, pues si la caída de la capital tangut era sólo cuestión de días, el Rey de Oro, enemigo hereditario de los mongoles, seguía conservando su reducto del Ho-nan, en el centro del cual, la gran villa de Kai-fong, la metrópoli ene­ miga, parecía inexpugnable. Los pensamientos del moribundo se detenían en esta parte — inacabada— de su obra y confiaba a su hijo Tolui el medio para llevarla a cabo. "Las mejores tropas del Rey de Oro — le dijo— guardan .la fortaleza de .Tong-kuan (que efectivamente, defendía el ac­ ceso del Ho-nan por el lado de Chen-si). Ahora bien, esa for­ taleza está protegida al sur por montañas escabrosas y cubierta al norte por el Río Amarillo. Es difícil forzar al enemigo en esa posición. Hay que pedir que los chinos del imperio Song autoricen el paso por su territorio; com o también ellos son enemigos del Rey de Oro, lo permitirán. Entonces, nuestro ejército se dirigirá por ahí hacia el sur de Ho'-nan, desde donde se abalanzará derecho hacia Kai-fong. El Rey de Oro tendrá que llamar en su auxilio a las tropa? amontonadas en el desfi­ ladero de Tong-kuan, pero llegarán demasiado tarde, agotadas por las fatigas de una larga marcha; entonces, será fácil de­ rrotarlas” . Así es com o el héroe mongol, desde su lecho de muerte, dictaba todavía a sus hijos y a sus generales un último plan de guerra, el plan qué éstos, encabezados por Tolui, iban a ’ llevar a cabo seis años más tarde; de modo que la caída de Kai-fong en. manos d e ló s •mongoles,,en. mayo'de 1233 iba a ser realmente una victoria personal, átínqüé postuma, del inflexible emperador. Moribundo, Gengis Kan todavía pensaba en saciar — tam­ bién en forma postuma— su venganza contra los últimos tangut Su capital Ning-hia estaba ya rindiéndose, pero él sentía que al obligarlo a proseguir la guerra en el estado en que se en­ contraba, aquellos vasallos felones lo habían conducido a la muerte. Así pues, ordenó que se exterminara a todos los de­ fensores de Ning-hia, hombres y mujeres, "padres y madres” , hasta la última generación. Después de su muerte, al brindar a su cadáver los sacrificios funerarios, debían anunciarle— tales eran sus últimas instrucciones— que había sido vengado, que

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el reino tangut había sido borrado de la faz de la tierra: "Du­ rante mi comida, anunciadme: han sido exterminados hasta el último. El kan ha aniquilado su raza” . Los funerales del conquistador del mundo fueron la ma­ tanza de todo un pueblo. Pero la degollina no debió ser total, puesto que un importante contingente de súbditos tangut fue entregado a la señora Yesui, que había acompañado a su señor durante la última campaña. Gengis Kan tuvo una palabra afectuosa para el fiel Toluncherbi, que había intentado el año anterior, cuando la caída de caballo, que la expedición fuera diferida: "Tú fuiste, Tolun, quien se preocupó por mi estado después de mi caída de caballo en Arbuka. Tú quenas que me cuidara a tiempo . . . No te escuché; vine a castigar a los tangut por sus palabras venenosas . . . Por lo menos, el Tengri Eterno los ha entregado a mi poder, nuestra venganza se ha realizado . . . Todo lo que nos ha traído el rey de los tangut, sus tiendas de lujo, sus copas, sus platos, su vajilla de oro y de plata, tómalo, te lo doy” . Quizá en aquella hora suprema el conquistador del mundo se hiciera las melancólicas reflexiones que un cronista le pres­ ta: "M is descendientes vestirán telas de brocado de oro; se alimentarán con manjares exquisitos, montarán soberbios cor­ celes y estrecharán entre sus brazos a las más hermosas jóve­ nes. Y habrán olvidado a quién se lo deben . . . ” Gengis Kan expiró el 18 de agosto de 1227, cerca de Tsingchuei, al norte del río Wei, en aquellas montañas del Kan-su oriental adonde había ido a buscar un poco de frescor en medio de sus sufrimientos. Tenía apenas sesenta años.

"COMO UN HALCON QUE REVOLOTEA EN CIRCULO EN EL CIELO ..

El viaje fúnebre del que había sido el Conquistador del Mundo, del Kan-su al monte sagrado de Kentei, há sido el tema de uno de los más maravillosos poemas de la literatura mongola, poema que ya estaba fijado, en sus rasgos esenciales, durante la primera mitad del siglo XVII, puesto,que nos lo en­ contramos a la vez en la Historia de Oro, el Aítan-tobchi, que data de 1604, y en Sanang Sechen, hacia 1662. El kan acaba de morir. Su cuerpo ha sido colocado en una carreta para ser trasladado al país natal. En medio de los ge­ midos del ejército, Kelegutei, uno de los generales mongoles, llamado también Kilugen el Valiente, interpela al muerto: "A yer todavía, ¿acaso no te cernías com o un azor por en­ cima de todos los pueblos, oh mi amo? Y hoy, cual un mori­ bundo, una carreta chirriante te lleva, oh mi amo. ¿Has aban­ donado de verdad a tu esposa y a tus hijos, oh mi amo, has dejado a todos tus fieles súbditos? Como un halcón que revo­ lotea en círculos en el cielo, ¿no hacías tú así acaso ayer, oh mi amo? Y hoy, como un potro turbulento después de una loca carrera, ahí estás abatido. 0 com o la hierba joven, desmenu­ zada por el huracán. Después de sesenta años, en el momento en que ibas a dar a las Nueve Banderas la dicha y el descanso, ¿te separas de ellas y te quedas yacente?” En medio de los lamentos, el carro fúnebre se ha puesto en marcha, pero de repente, las ruedas se hunden en la tierra ar­ cillosa. En vano se esfuerza la muchedumbre, con los caballos más fuertes, para desenlodarlo: no pueden conmoverlo. Enton­ ces, Kilugén el Valiente interpela de nuevo al alma de Gengis Kan: "León de los hombres, enviado del Eterno Cielo Azul, hijo del Tengri, oh mi santo y divino amo, ¿quieres acaso abandoG. Kan, pliego XXII

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Aspecto de la moderna Ulan- Udé, República Buriato-Mongola.

nar a todo tu pueblo fiel, quieres dejarnos? Tu país natal, tu esposa de alta cuna como tú mismo, tu gobierno fundado en una base sólida, tus leyes cuidadosamente establecidas, tu pue­ blo repartido por decenas de mil: todo está allá. Tus esposas amadas, tus palacios de fieltro, tu yurta de oro, tu reino fun­ dado en la justicia, todo está allí. El lugar de tu nacimiento, el agua en que has sido lavado, el pueblo fecundo de los mon­ goles, tus dignatarios, tus príncipes y tus nobles, Delihunboldak a orillas del Onon donde naciste, todo está allí. Tu es­ tandarte de crines de caballos bajos con colas y crines negras, tus tambores, tus trompetas, tus flautas, la pradera del Kerulen, el lugar donde ascendiste al trono como kan de los kanes, todo está allá. Tu esposa Bortei, con quien te desposaste en tu pri­ mera juventud, tu país feliz, tu gran pueblo, tus amigos fieles, todo está allí. Porque la comarca es más calurosa aquí, porque los tangut se encuentran ahora sometidos a tus leyes y su reina es bella, ¿acaso quieres abandonar a tu pueblo mongol, oh mi

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amo? Si no podemos servir ya de escudo a tus días, queremos, por lo menos, conducir tus despojos hasta el país natal, pre­ sentarlos a tu esposa Bortei y satisfacer el deseo de tu pueblo” . Dicho lo cual, el carro, inmóvil hasta entonces, se pone en marcha y el cortejo fúnebre se encamina hacia la Alta Mongolia. La noticia del fallecimiento de Gengis Kan se mantuvo se­ creta durante algún tiempo: era importante que no se difun­ diera entre las poblaciones enemigas o sometidas desde hacía poco tiempo, mientras las precauciones debidas no hubieran sido tomadas. Así que las gentes de la escolta degollaron en el camino a todos los extranjeros más o menos sospechosos que tuvieron la mala suerte de cruzarse con el carruaje fúne­ bre. Se trataba en verdad de una vieja usanza altaica destinada a proporcionar servidores al difunto para su vida más allá. Por eso, se degollaba, al mismo tiempo que a los viajeros, a sus caballos y sus bueyes: "Id a servir al kan nuestro amo en el más allá” . El fallecimiento del kan no se anunció públicamente más que cuando el séquito fúnebre llegó al gran campamento im­ perial, cerca de las fuentes del Kerulen: "Los despojos mortales del conquistador fueron depositados sucesivamente en los ordos — es decir, en los palacios de fiel­ tro— de sus principales esposas, donde ante la invitación de Tolui, príncipes, princesas de la sangre y jefes militares se presentaron desde todos los lugares del inmenso Imperio para rendirle su homenaje postrero con prolongados lamentos. Los que venían de las comarcas más lejanas no pudieron llegar antes de tres meses” .

"ALLA ARRIBA, EN ALGUN LUGAR DE LA SELVA...” Cuando se hubo terminado aquella "lamentación” , cuando todos los mongoles hubieron desfilado ante el féretro del que les había dado el "imperio del mundo” , fue enterrado Gengis Kan. El lugar de su sepultura, él mismo lo había escogido en la falda de una de las alturas que componen el macizo del Burkan-kaldun, el actual Ken Tai. Era la montaña sagrada de los antiguos mongoles, la que, en los días de dolor de la ju­ ventud del héroe, le había salvado la vida abrigándolo en sus impenetrables sotos, la que en los momentos de las decisiones capitales, en vísperas dé emprender sus guerras, había sido el lugar donde invocara al dios supremo de los mongoles, al Eter­ no Cielo Azul, que entre los manantiales sagrados, reside en sus cumbres. Desde allí, bajaban los "T res Ríos” — Onon, Kerulen y Tula— que regaban la pradera ancestral. "Un día que cazaba por aquellas cercanías, Gengis Kan había descan­ sado bajo el follaje de un gran árbol aislado. Pasó allí algunos instantes en una especie de ensoñación y dijo, al levantarse, que allí era precisamente donde quería ser enterrado en el día de su muerte” . Una vez terminados los funerales, él lugar se volvió tabú y se dejó que la selva lo cubriera para ocultar su ubicación. El árbol al pie del cual quiso descansar se confundió con los de­ más árboles y nada hay hoy que distinga el lugar. Bajo ese manto de cedros, de abetos y de alerces, duerme su último sueño el conquistador. Por un lado, hacia el gran norte, se extiende la inmensidad de la taiga siberiana, la selva impenetrable cubierta durante las dos terceras partes de año por la nieve y la helada. Por el otro, hacia el mediodía, la es­ tepa mongola desenvuelve hasta el infinito 9u ondulación sal­ picada en primavera con todas las flores de la pradera, pero que a medida que se aleja uno hacia el sur, se pierde entre las

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arenas inmensas del Gobi. Y pasa por los aires de una a otra zona, con un aleteo, el águila negra de ojos de oro, princesa del cielo mongol, que es la propia imagen de la carrera del héroe cuyo curso se había extendido desde las selvas del Baikal hasta el Indo, desde las estepas del Aral hasta la Gran Llanura china. El sueño de otros conquistadores será eternamente turbado por las multitudes que acuden a interrogar sobre su tumba el secreto de su destino. El descansa allá arriba, inasequible, ig­ norado de todos, defendido, ocultado y absorbido por com­ pleto por aquella tierra mongola con la cual se identifica para siempre.

GENEALOGIA DE LOS KANES MONGOLES

ILUSTRACIONES INCLUIDAS EN EL TEXTO

Págituu

Bronces ordos...................................................... 13 Bronces ordos............................................................................................. 17 Caballo salvaje de Mongolia. ................................................................ 27 Cargando un camello................................................................................ 33 Joven mongol............................................................................................. 43 Princesa mongola..................................................................... 53 Mongoles adultos...................................................................................... 69 Ancianos mongoles. . . . . . . ...................................................................... 81 El río Kerulen.......................................................................................... 91 El guerrero mongol prepara su caballo................................................ 103 Construyendo la yurta............................................................................... 119 La yurta y sus servicios........................................................................... 129 La vida en la yurta.................................................................................... 139 Interior de la yurta.................................................................................. 149 Persecución del caballo escapado......................................... 159 Anciano buriato......................................................................................... 171 Caballero mongol...................................................................................... 181 Paisaje del Altai: valle del Multa, afluente del Jatun......................... 198 Cazador turco del Altai............................................................................ 199 Joven mongol....................... 211 Joven mongola............................................................................................. 225 Aguador mongol....................................................................................... 237 El mongol y su camello............................................. 254 Cazador buriato.......................................................................................... 255 Aguadores mongoles.............................................................................. 256 Soldados mongoles (ordos)................ 265 Camelleros mongoles............................. 277 Princesa mongola de la región de Urga........... .................................... 285 Dama mongola.......................................................................................... 297 Anciana dama mongola del pueblo de los buriatos............................. 309

Páginas

En busca de agua por el desierto......................................................... 319 Pastores mongoles..................................................................................... 320 Caravana mongola..................................................................................... 329 Jefe de caravana mongola. . . . ....................................................... , .. . 337 Yurta j casas modernas, en Ulan Bator, Mongolia Exterior........... 349 Aspecto de la moderna Ulán Udé, República Buriato-Mongola. . . . 354

FUERA DE TEXTO

Láminas

Paisajes de la Mongolia central (Urga)...................................... I Paisajes de la Mongolia occidental: el lago Kara-Usu, en el Altai mongol, y el campo en Tami-Tuva, junto al alto Yenisei II Supuesto retrato de Gengis K an................................................ III Moneda de Gengis Kan............................................................... IV Joven mongola con un cubo lleno de leche.............................. V Aspecto de la Gran Muralla de China....................................... VI Los turistas visitan la Gran Muralla de China......................... VII Princesa mongola......................................................................... VIII La madre Oelun persigue a las tribus desertoras.................... IX Gengis Kan bebe la amarga agua del destierro.................... X Gengis Kan se lanza a la conquista del poder................................ XI Gengis Kan, en el asalto de una ciudad china......................... XII Mapa de Mongolia........................................................................ X1II-XIV Mapa de Turquestán e Irán......................................................... XV-XVI

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£ INDICE Página*

Prefacio editorial..................................................................................... 5 Advertencia del a u to r............................................................................. 7 Prim era parte. Los antepasados .......................................................... 9 Los hijos del lobo y de la corza ................................................... II El visitante celestial................................................................................ 16 La gesta de Bodunchar........................................................................... 19 Miseria y grandeza de los nóm adas..................................................... 22 El jefe salvaje y el Rey de O ro ............................................................. 26 Odios inexpiables: el suplicio de Ambakai....................................... 29 El Hércules m ongol................................................................................ 32 Segunda parte. El conquistador del m undo....................................... 37 Yesugei "el Valiente” y Preste Ju a n .................................................... 39 Yesugei conquista a la joven O elu n .................................................... 47 Las mocedades de Gengis K a n ............................................................. 50 Los huérfanos, fuera del c la n ............................................................... 56 Gengis Kan, asesino de su herm ano.................................................... 62 Gengia Kan, cargando conla canga...................................................... 65 Evasión de Gengis K a n ......... ................................................................. 68 El robo de los caballos........................................................................... 73 Las bodas de Gengis K a n ...................................................................... 77 La pelliza de cebellinas negras............................................................. 80 El rapto de la hermosa B ortei.............................................................. 84 Gengis Kan reconquista a Bortei.......................................................... 88 La separación de las hordas.................................................................. 97 Gengis Kan, rey de los mongoles......................................................... 102 Los cautivos, arrojados a calderos hirvientes................................ .. 107 La riña tras el banquete........................................................................ 111 "Yo te alimenté cuando morías de hambre” ................................... 113 Gengis Kan, al servicio del Rey de O ro ............................................ 115 Gengis Kan quita de en medio a los príncipes mongoles ................. 118 Sorpresas en 1a m ontaña........................................................................ 121 Magnanimidad dé Gengis K a n ................................................ ............. 125 El anti-césar Jamuka y la batalla en la tem pestad......................... 127 La herida de Gengis Kan: abnegación de C helm e......................... 131

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"Esa flecha que hirió a tu caballo la disparó yo” ......................... 134 "Si irte hubierais entregado' a .túestroyama, os'hubiera mandado ■ degollar” ..........‘i * , ‘ >..............................'................... 136 Exterminio del pueblo tá rta ro ............................ ' ................................ 138 El corazón dé las hermanas tártaras.....................................................• 142 "Nuestras hijas son señoras, y las suyas, sirvientas” ................ 145 Almas nómadas entre la fe jurada y la traició n .............................. 148 Dos pastores salvan a Gerigis K a n ..................................: .................. 152 El encuentro cerca de los Sauces R o jo s............................................ 154 Las lágrimas de Gengis Kan .................................................................. 158 "Barreremos a los enemigos como si fuesen boñigas” .................. 161 La queja de Gengis K a n ........................................................................ 164 El agua amarga del B alchuna............................................................... 169 Marcha nocturna y ataque inesperado..........................................*... 173 El sino de las princesas fceraítas.......................................................... 178 "Has pisoteado la cabeza de ese rey” ................................................. 180 "Esos mongoles malolientes . . . ” .......................................................... 183 Camino de los montes Jan g ai...................................................... 186 Los perros de Gengis Kan, alimentados con carne hum ana............ 190 El desenlace. Muerte del Tayang.......................................................... 193 Los motivos de la hermosa K ulan......................................................... 195 "Esos merkit: los odio” ......................................................................... 197 Diálogo com eliano.................................................................................. 202 El "campo de mayo” de 1206 ............................................................. 206 La vieja guardia ................................................................ 213 En la taiga siberiana............................................................................... 215 Rivalidad entre sacerdocio e imperio: las ambiciones del gran cham án................................................................................................ 219 Gengis Kan le rompe los riñones al gran brujo .............................. 223 En las proximidades de China .. .......................................................... 228 La venganza de antiguas injurias: guerra de Gengis Kan contra el Rey de Oro ..............................................¡ , ..................... ...............231 Conquista de la muralla china. La cabalgada por la Gran Llanura 236 Lia toma de Pekín por losm ongoles...................................................... 242 Encuentro de Gengis Kan con el letrado c h in o .............................. 246 En el Camino de la Seda. Los uigur, profesores de Gengis Kan .. 248 Cabalgada de Chebe "La Flecha” de Mongolia a P am ir................252 El exterminio de la caravana............................................................... 258 Antes de la gran guerra: el testamento de Gengis Kan..................... 262 En tierras del Islam ................................................................................. 267 El viento de la ira. Toma de B ujara..................................................... 271 Hacia Samarkanda.................................................................................. 275 En Urgench. El asalto a la ciudad en llam as................................... 279 La caza al hombre: rastreando al sultán........................... .................... 283 El viento de la ira pasa sobre Jorasán ....................................... 289

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Tempestad sobre Afganistán.................................................................. De la destrucción de las villas, a la revelación de la civiliza­ ción u rb an a...................................................................i ................. Gengis Kan y el problema de la muerte: llamada al alquimista . . Para reunirse con Gengis Kan: viaje a través de Mongolia en 1221 Pláticas de Gengis Kan y el sabio ch in o ............................................ Saciado de conquistas, el gran ejército retoma al país n atal........... A través de Persia, el Cáucaso y R u sia............................................ Los años de descanso del conquistador............................................... Regreso a C h in a...................................................................................... "Los exterminaré, aunque me cueste la vida” .................................. "Hijos míos, llego al término de mi carrera . . . ” ......................... "Como un halcón que revolotea en círculo en el cielo . . . ” ........... "Allá arriba, en algún lugar de la selva . . . ” ....................... . Genealogía de los kanes m ongoles.....................................................

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