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NADIE SUPO NADA Jorge Fernández Menéndez A partir de diversos documentos periodísticos y de inteligencia y entrevistas a funcionarios, políticos, empresarios de Monterrey y otros testigos –a excepción de ex guerrilleros que protagonizaron el episodio núcleo de su relato, y ciertos empresarios clave como Alejandro Garza Lagüera, el hijo del industrial victimado, a quien presuntamente se le hizo saber con suficiente anticipación de los propósitos de los plagiarios, que también a él lo incluían– Fernández Menéndez nos entrega una historia bien narrada, si bien parcial de los acontecimientos analizados en Nadie supo nada. “La verdadera historia del asesinato de Eugenio Garza Sada” de la que habla el subtítulo del libro no es, en rigor, sino una aproximación a uno de los efectos del fenómeno guerrillero. Sus fuentes principales son algunos informes de la desaparecida Dirección Federal de Seguridad, informes elaborados, con frecuencia, por funcionarios policiacos que daban por buenas versiones de individuos poco confiables o sujetos a diversas presiones, como se desprende del propio relato. Sin embargo, la información incorporada a éste es valiosa para percibir con mayor precisión los modos de los funcionarios, los empresarios, los propios guerrilleros, el contexto político en suma de esa época y de sus violentas estrías. La mañana del 17 de septiembre de 1973 fue asesinado en Monterrey Eugenio Garza Sada, sin duda el empresario más importante de su generación. Desde entonces hasta hoy no ha existido una versión oficial convincente sobre lo ocurrido aquella mañana. La muerte de Garza Sada ha quedado como uno de los capítulos más oscuros de nuestra historia reciente, en el que se engarzan desde la aventura política de grupos armados radicales hasta especulaciones políticas del poder para restarle espacios a una iniciativa privada como la regiomontana, que había crecido con parámetros y principios ideológicos diferentes de los del centro. Don Eugenio Garza Sada fue asesinado aquella mañana junto con su chofer y un ayudante, durante un intento de secuestro efectuado por cinco
individuos, dos de los cuales murieron durante el tiroteo, cuando el empresario se dirigía a bordo de su automóvil a la Cervecería Cuauhtémoc de Monterrey. Oficialmente se informó que el frustrado secuestro se inició poco después de las 9:00 horas, en las calles de Luis Quintanar y Villagrán, donde el automóvil en que viajaba el industrial con su chofer y su ayudante, fue interceptado por una camioneta. Después de que ésta se atravesó al paso del vehículo del empresario, de ella descendieron los presuntos secuestradores, quienes pretendieron abrir la portezuela derecha posterior del coche para sacar a Garza Sada. Fue entonces cuando el empresario y sus acompañantes se defendieron a tiros. Garza Sada fue sacado de su coche por uno de los secuestradores, que le disparó a quemarropa en el costado derecho, según testimonios de quienes presenciaron los hechos, y negado por el guerrillero que así haya sido: “Nos tupieron a tiros y tuvimos que mandarles ráfagas de ametralladoras; si no, acaban con nosotros. Ahí murió el señor Eugenio; no era nuestra intención matarlo. Murió en mis manos; yo lo tomé del brazo para sacarlo del automóvil pensando que estaba ileso. No opuso resistencia; sus acompañanteas ya estaban muertos y él sólo movía la cabeza como negando lo que veía; de repente se desplomó y yo lo sujeté para que no se golpeara, pero tuve que dejarlo al ver que estaba muerto.” Así lo consigna el capitán Gilberto Carretero, custodio de Elías Orozco Salazar en un libro extraño (Revelaciones de un soldado). Ésos fueron los hechos, pero ni siquiera en las versiones de los participantes existe una visión clara de lo sucedido, ni tampoco, obviamente, se asumen responsabilidades. Los documentos en nuestro poder confirman que el gobierno de Luis Echeverría sabía que se cometería el secuestro de Garza Sada y que tenía, desde año y medio antes, información detallada de las actividades de esos grupos. Entonces ¿cómo una dependencia como la Dirección Federal de Seguridad, que sabía por lo menos desde año y medio antes de que se cometiera la acción que el objetivo de ese grupo era secuestrar a Garza Sada, no hizo nada para evitarlo ni detuvo, antes de esa acción, a los miembros de ese comando, a los que tenía identificados desde hacía meses? ¿Por qué inmediatamente después de la acción, en unas horas y sin explicar cómo, pudieron detener a los que supuestamente habían participado en el asesinato? ¿Por qué esa investigación original no buscó hacia arriba quiénes eran los que habían ordenado y participado en la acción? ¿Cuánta responsabilidad tuvo el gobierno de Luis Echeverría, por acción u omisión, en el asesinato de Eugenio Garza Sada?
Estas son las preguntas que requieren una respuesta. Para buscarlas debemos penetrar en los archivos del drenaje profundo de la política mexicana de aquellos años. Para comprender lo sucedido el 17 de septiembre de 1973 se debe ir mucho más atrás. No sólo al momento político que se estaba viviendo, sino también a la forma en que comenzaron a establecerse los grupos armados que ejecutaron el intento de secuestro y el asesinato de Garza Sada, y además comprender por qué desde esas organizaciones, pero también desde sectores de poder, se tenía como enemigos a los grupos empresariales regiomontanos. El gobierno que encabezaba Luis Echeverría sabía que los grupos armados estaban planeando el secuestro de Garza Sada y de otros personajes. ¿Por qué no lo impidió? Manuel Saldaña Quiñones (a) Leonel es el informante –doble, pues espiaba tanto a los grupos guerrilleros para la policía, como a ésta para los guerrilleros– que había dejado saber a Ricardo Condelle Gómez, representante de la DFS, sobre los planes de la guerrilla para secuestrar al industrial Eugenio Garza Sada. Su testimonio está documentado en el informe desclasificado de la DFS de fecha 22 de febrero de 1972. En este informe se habla no sólo del secuestro de don Eugenio sino, también, del de su hijo Alejandro. En una entrevista concedida a la revista Milenio Diario de Monterrey en agosto de 2003, Saldaña reconoce que los diversos cuerpos policiales del país, y también la inteligencia americana, compartían la información; de hecho eran un solo cuerpo. Y asegura: “La iniciativa privada de Nuevo León sabía de las intenciones de asesinar a Garza Sada, estaban enterados… La Dirección Federal de Seguridad y la Cervecería Cuauhtémoc compartían información en esos años.” Lo que no explica Saldaña era cómo podía moverse con tanta facilidad y conocer tanto de esas corporaciones cuando, según él, ya la policía estaba al tanto de que actuaba como un doble informante, aunque con mayor lealtad hacia los guerrilleros. También en esa entrevista declaró que Héctor Escamilla Lira no fue, como se señaló en algún momento, el responsable de operar el intento de secuestro de Garza Sada. Esta versión concuerda con la del propio Escamilla, quien negó que un plan de esa naturaleza hubiese podido ser fruto de un puñado de individuos. La versión de que estaba planeado desde mucho tiempo antes de ser efectuado pudo haber sido producto de la maraña de informaciones que les llegan a los cuerpos de seguridad, muchas de las cuales son urdidas por
“cuenteros” que le dan objetividad a cuestiones que se hallan en el ambiente para ganarse un pesito más. Escamilla y Saldaña coinciden en señalar que el atentado fue decidido por “una estructura política de la liga”. De acuerdo con esto, la Liga Comunista 23 de Septiembre tomó esa decisión el mes de junio anterior en Guadalajara. El valor del informe de la DFS atribuido a Saldaña, de febrero de 1972, éste lo desestima por saber ya la dependencia de la índole de su relación con los grupos guerrilleros. Sin embargo, cuando el reportero de Milenio diario le preguntó a Saldaña por qué no habían tomado medidas las autoridades, él respondió que quizá se debió a la “soberbia” de los agentes de la DFS, que no creyeron que la liga tuviera posibilidades reales como para acometer una acción de tal magnitud. El entonces fiscal, Salvador del Toro Rosales, dijo en torno al asunto que se sabía desde años atrás del intento de plagio y sus consecuencias que había grupos subversivos y que don Eugenio, como cualquier hombre con dinero, era candidato a ser secuestrado. Era difícil saber de los planes para dar con los grupos guerrilleros, cuyos miembros se conocían sólo por el sobrenombre, pues operaban en la más absoluta clandestinidad. Según Del Toro, “don Eugenio era reacio a llevar escolta; incluso se sabía que él le había dicho a su familia que si lo secuestraban no debían pagar ningún rescate por él”. El problema es que para entonces la DFS ya tenía todos los datos del grupo que iba a realizar ese intento y los tenía plenamente identificados. Tan es así que después del atentado no pasaron muchas horas antes de que fuera localizada María Silvia Valdez de Rodríguez, esposa de Javier Rodríguez Torres, señalado como uno de los guerrilleros muertos en la acción. La policía explicó lo rápido de la pesquisa por el anillo de bodas que portaba el fallecido Rodríguez Torres (que solamente tenía la inscripción “Silvia 12-25-70”). Apenas una semana antes de su asesinato, Eugenio Garza Sada firmó un pagaré destinado a comprar la cadena de periódicos El Sol de México, la más importante del país, que estaba agobiada por problemas económicos e intervenida por el gobierno de Echeverría. La idea consistía en entrar claramente a los medios para presentar a través de ellos una visión diferente del país. La operación era, sin duda, un negocio que buscaba obtener utilidades, pero tenía, sobre todo, un objetivo que se enmarcaba en la concepción que les había dado Garza Sada a muchas de sus acciones, desde
la creación del Tecnológico de Monterrey hasta la relación con los trabajadores de su empresa: un objetivo político, social y cultural. La crisis de la cadena se debía a la intención, por parte del gobierno, de quitarle los periódicos a García Valseca porque no era cercano al gobierno de Echeverría. Según el propietario, de lo que se trataba era de “estatizar” la cadena porque existían fuertes influencias políticas para que los 37 diarios “fueran anulados como bastiones en el campo de la opinión pública contra la penetración ideológica del marxismo en México”. Se ha dicho que hay pruebas indiciales de que hubo un claro propósito político de quitarle a García Valseca los 37 diarios que había forjado, y que la ideología de esos diarios iba a ser cambiada de raíz, a favor de “todas las tesis marxistas que se habían negado a propiciar”. Para poder rescatar la cadena, el coronel recurrió a la ayuda de Eugenio Garza Sada, quien desde el primer momento demostró interés en dicho rescate porque desde Monterrey y con una lógica empresarial y moderna la cadena sí podía resultar no sólo un buen negocio, sino también una opción periodística e incluso ideológica. Pero Garza Sada fue asesinado el 17 de septiembre, con lo que el pago de la deuda y el rescate de la cadena quedaron interrumpidos. A pesar de que el gobierno de Echeverría notificó públicamente que esos periódicos serían del Estado y que no se venderían a ningún particular, poco después, en abril de 1976, los 37 diarios que habían sido de García Valseca fueron vendidos a un grupo de cinco personas. Como comprador aparecía la Organización Editorial Mexicana, constituida con un capital de 160 millones de pesos. Lo que se conoció poco tiempo después fue que el principal accionista de esa empresa era Mario Vázquez Raña, un empresario muy cercano al presidente Echeverría. Se supo que Vázquez Raña figuraba en dicha editorial con acciones por valor de 120 millones de pesos. En la historia de Eugenio Garza Sada son demasiadas las preguntas que quedan sin respuesta; son también demasiados los hilos sueltos de una investigación en la cual la propia infiltración de las autoridades en las organizaciones que realizaron el intento de secuestro y el asesinato permitió, también, conservar demasiados espacios en la oscuridad. Los datos de que la complicidad oficial va más allá del hecho de que las autoridades estuvieran informadas del secuestro y no hicieran nada para impedirlo, surgen por
doquier. Y con el tiempo muchas de las historias paralelas a la principal comienzan a entrecruzarse, a dar nuevos productos. Toda la información reseñada en esta investigación permitiría corroborar que el gobierno de Luis Echeverría estaba informado, desde más de año y medio antes de que se dieran los hechos, de que grupos de lo que sería la Liga 23 de Septiembre intentarían secuestrar a Eugenio Garza Sada, y que lo sabía porque tenía infiltradas a esas organizaciones armadas, por lo que contaba con información detallada de las mismas y de la preparación de esa acción. Aquel intento de secuestro que terminó en asesinato el 17 de septiembre de 1973 constituyó un momento de ruptura irreparable en la historia reciente del país, entre el viejo sistema político, que ya no podía seguir manteniendo la estrategia del desarrollo estabilizador y que tampoco tenía muy en claro por qué reemplazarlo, y una parte de la sociedad representada sobre todo por las pujantes empresas privadas regiomontanas, que buscaban no sólo la influencia y el peso económico que en buena medida ya tenían (a partir de un proceso de integración real con la economía estadounidense que el resto del país apenas vislumbraba entonces), sino también la social, cultural y política que el sistema les regateaba. Sobre el asesinato de Garza Sada se ha debatido abierta o soterradamente y ha habido desde justificaciones históricas del accionar de los grupos armados hasta confirmaciones finales de las sospechas siempre presentes de las responsabilidades históricas de esa muerte. En el curso de esta investigación hemos podido confirmar que, efectivamente, ni la familia Garza Sada ni las empresas que encabezaba don Eugenio fueron advertidas de que podría darse una acción de ese tipo, aunque sí recibían constantemente, desde tiempo atrás, advertencias de que se debían “cuidar”. La nueva clase empresarial, sobre todo la regiomontana, particularmente cerca de Estados Unidos en lo económico y social, y que no había nacido tan comprometida con la clase política tradicional del centro del país, era un adversario político del echeverrismo, y un adversario que tenía medios y recursos para enfrentarlo. En la misma documentación revelada aquí, se encuentra un largo discurso pronunciado en 1968 por Carlos Madrazo, que señalaba a Garza Sada como “la cabeza de un grupo de industriales de
Monterrey que quieren tomar el poder de la mano con la llegada de Richard Nixon al gobierno en Estados Unidos”. Con diferencias de apreciación mínimas, esa era la percepción que los integrantes del viejo sistema tenían en aquellas épocas con respecto al movimiento empresarial regiomontano. Varios datos coinciden en que la decisión del gobierno de dejar seguir adelante los planes de secuestro se podrían haber relacionado con otro hecho: la compra por parte de Garza Sada de la cadena de periódicos que pertenecía al coronel García Valseca, que en aquella época era la más amplia e influyente en todo el país, una operación que ya estaba en sus ajustes finales, que el intento de secuestro y asesinato frustró y que habría dado un poder notable a esos grupos regiomontanos a la hora de contar con la influencia en medios a nivel nacional. Recordemos que unos años después, en 1976, otro intento periodístico autónomo, el del Excélsior de Julio Scherer y Manuel Becerra, también fue destruido por Luis Echeverría. ¿Era la muerte de Garza Sada el verdadero interés del gobierno o del grupo que organizó la acción? Probablemente no. Para Echeverría el hecho terminó siendo una tragedia política mucho peor en términos estratégicos que cualquier otro sucedido durante su administración, incluyendo la matanza del Jueves de Corpus. Queda pendiente la otra gran pregunta: ¿cuál era y cuál es el grado de penetración de esos grupos de poder, de la DSF y el echeverrismo, en las organizaciones armadas que surgieron en la década de los 70? ¿En qué medida esa influencia se ha mantenido a lo largo de los años? Toda la información aquí proporcionada permite concluir que esa penetración iba más allá de informantes de segundo nivel. La infiltración se dio hasta la cúpula y aún, muchos hilos de esa historia, muchos de sus personajes, siguen sin dejar en claro cuáles eran los verdaderos intereses que los movían. No cabe duda de que, aunque estuvieran terriblemente equivocados, entre aquellos jóvenes había algunos movidos por el idealismo y los vientos de la época, pero también es innegable que esos movimientos fueron utilizados para juegos de poder cuyos alcances los rebasaban con mucho. Era un tiempo de canallas y así muchos de sus autores se comportaron.
Nadie supo nada. La verdadera historia del asesinato de Eugenio Garza Sada; Jorge Fernández Menéndez, Grijalbo, México, 2006. 176 págs. 16.09.06