La Madre Devoradora [PDF]

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Zitiervorschau

LA MADRE DEVORADORA: EL DESEO Y EL GOCE DE LA MADRE EN LA CLINICA CON NIÑOS Por Vicente Rueda Salvador Psicólogo Psicoanalista

Voy a abordar el tema del goce y del llamado deseo de la madre bajo dos aspectos: uno, de introducción teórica, lo que viene a decir Lacan al respecto, y el otro, tratando de hacer algunas de sus articulaciones con la observación clínica recogida en las entrevistas con la madre de un niño de cuatro años, y también con la respuesta que da su hijo a ese goce materno, cuyos efectos sobre su subjetividad y, por tanto, en su comportamiento, se manifiesta como un goce que le desborda, y en el intento de ponerle un límite a esta madre desde una posición que yo diría casi impropia del niño, es decir, de lo que debería ser más bien la operatividad del funcionamiento de la metáfora paterna, como límite y prohibición a un exceso de ese goce materno.

No se trata del comentario clínico del proceso de un tratamiento psicoanalítico con este niño, sino de las observaciones analíticas que corresponderían propiamente a lo que llamaríamos las entrevistas preliminares, un tanto particulares por la forma en que se produjeron, y porque, como se verá, nunca hubo por parte de esta madre intención alguna

de iniciar un tratamiento propiamente dicho para su hijo, puesto que su demanda a que le atendiera obedeció a la fuerte presión escolar que se ejerció sobre ella.

Empezaré haciendo una breve introducción teórica que nos ayude a entender y tratar de articular lo que llamo la dificultad clínica de ese goce que a veces captamos en lo que Lacan llama el deseo de la madre.

Un giro decisivo en las concepciones teóricas e incluso clínicas del psicoanálisis lo vemos en las conclusiones que hace Lacan en el Seminario 17, “El Reverso del Psicoanálisis” de 1969-1970. En él marca de manera explícita, un antes y un después de Freud. Así, con respecto al lenguaje será más radical si cabe, al afirmar, que el discurso es una estructura necesaria que excede con mucho a la palabra, y dirá, “un discurso sin palabras”1 y que lo formalizará en las llamadas fórmulas de los cuatro discursos, definiendo el discurso en sí como “una forma de vínculo social”2. Pero lo que interesa ahora no es su innovación con respecto a la estructura del lenguaje sino la nueva perspectiva que da al psicoanálisis, al plantear lo que llama, “el proyecto freudiano al revés”3. Es lo que da título al Seminario 17, cuando continúa y afirma, “volverlo a tomar por el reverso”4.

Se trata, pues, de seguir con el proyecto freudiano, pero desde el punto donde lo dejó Freud. Por un lado, retomará su gran y polémico descubrimiento, la pulsión de muerte, que expondrá en su artículo, “Más allá del principio del placer” de 1920; y por otro, dará una resolución definitiva al complejo de Edipo freudiano, del que considerará “un sueño de Freud”5, articulándolo de manera diferente y dándole una nueva perspectiva.

Así, también, progresará en la formalización de la teoría analítica a partir de los límites planteados por Freud, fijados, sobre todo, en su artículo, “Análisis terminable e interminable” de 1937, donde nos señala claramente que todo análisis tendría su límite en la llamada roca viva6 de la castración, cuyas consecuencias definitivas serían la constitución masculina, por un lado, y la femenina por otro. En el hombre habría, en lo que podríamos decir, en el fondo de su subjetividad, esa angustia de castración que se manifestaría como una forma de afirmación ante los otros hombres, en una lucha, nos dice Freud, contra la actitud pasiva o femenina frente otro varón; y para la mujer se le plantearía el llamado penisneid, la envidia de pene, que como dice, del deseo inconsciente de tener un pene con las consecuencias para la formación de su feminidad, apaciguándose dicho deseo al convertirlo en el deseo de tener un bebé y de un marido que tenga pene7, lo que determinaría así el logro de la feminidad en una mujer.

Para Freud, pues, alcanzar la masculinidad como la feminidad, se juega en lo que podríamos decir, en tener o no tener falo, por tanto, siempre tiene que pasar por lo que Lacan llama la significación fálica, el falo, esencial en la sexualidad humana, siempre en juego y siempre velado. El falo asume en la economía subjetiva del sujeto el papel rector del inconsciente, por sus efectos sobre los significados y del valor que damos a las palabras y a las cosas, constituyendo lo que da la razón del deseo, podemos decir, el significante (Lacan utiliza una palabra griega: logos 8) que se une al advenimiento del deseo.

El falo simboliza así, el objeto imaginario del deseo de la madre, por eso Lacan dirá que el falo es el significante del deseo del Otro9. Es decir, el Otro con mayúscula, del que después hablaré un poco más, es fundamentalmente la madre en la subjetividad del sujeto, marcada por el deseo inconsciente de tener un falo, el penisneid freudiano, es lo que quiere decir, el objeto imaginario del deseo de la madre.

La importancia del falo está en que es transmitido simbólicamente de padre a hijo por medio de la castración10. Es lo que se llama el falo simbólico (Φ),

frente a lo que sería el falo imaginario (-φ) cuando simboliza en el llamado el objeto imaginario del deseo materno.

Es importante tener en cuenta, que el falo, como motor de la sexualidad, pero también como organizador de la subjetividad del sujeto, introduce lo que Lacan ha llamado el goce fálico, cuyo origen lo encontramos ya en el goce masturbatorio de la fase fálica, donde la universalidad del falo rige tanto para el niño, como para la niña.

El goce fálico va a ser el punto central bajo el cual todo va a girar porque Lacan, a partir de él, le va a permitir introducir las novedades teóricas tan subversivas como las que manifiestan las fórmulas, “La mujer no existe”, “la mujer, no-toda es”, “la relación sexual no existe”, precisamente como consecuencia de su avance en la teoría psicoanalítica más allá de donde había llegado Freud con respecto a la masculinidad y a la feminidad en función de tener o no tener el falo. Su importancia lo desarrollará Lacan en el Seminario 20, Aún, con las fórmulas de la sexuación que relacionará con el estatuto del hombre y el estatuto de la mujer. Sólo apuntar que el goce marcado por la función fálica correspondería al goce sexual11. Y es a partir de lo propuesto por Freud que Lacan plantea la posición sexual del hombre que estaría marcada, precisamente por el goce

fálico, mientras que en la posición sexual femenina, si bien no es ajena a este goce fálico, plantearía otro goce que estaría por fuera de él, un goce nofálico, un goce parasexuado, dice Lacan, que sería imposible de existir si no fuera por medio de la palabra, la palabra de amor en particular,…12. A este goce es el llamado goce adicional o suplementario13. Es un goce del que no se sabe nada pero que se experimenta en el cuerpo. Es el goce del que nos hablan los místicos, del que no saben pero sienten. Por ello, Lacan definirá a la mujer como no-toda, y la marcará con el artículo femenino “La” barrado, porque de la mujer nada puede decirse14, no se prestan a la generalización15. Entonces se definirá como no-toda, ¿con respecto a qué?, al goce fálico16.

Ese goce es llamado, también el goce femenino17, y hay que tener en cuenta que tanto la posición sexual masculina como femenina, son posiciones significantes, un hombre y una mujer, no son más que significantes18, es decir que no tiene que ver con el sexo llamado biológico, también los hombres pueden ocupar esa posición femenina, lo tenemos como ejemplo en los místicos y en los homosexuales, como una mujer la posición masculina.

En esta posición sexual, de uno u otro, se introduce una relación imposible desde el punto vista de la lógica significante que el mismo goce sexual

presenta. Por un lado el goce fálico, el del hombre, es un goce de órgano que le impide, que le hace de obstáculo, gozar del cuerpo de una mujer19, mientras que la posición sexual de una mujer-no toda, debido a su goce suplementario, el que está por fuera del goce fálico, su sexo no le dice nada sino es a través del cuerpo20. Lacan nos dice, “No hay relación sexual porque el goce del Otro considerado como cuerpo es siempre inadecuado –perverso, por un lado, en tanto que el Otro se reduce al objeto a (el del hombre)- y por el otro, diría loco, enigmático”21 (el de la mujer).

Pero no seguiremos por este camino, sólo decir que si lo traigo aquí es porque este goce femenino, tan enigmático y del que nada se puede decir, tiene que ver con ese goce del deseo de la madre no regulado suficientemente por la función fálica. Dice Lacan, “Para este goce de ser notoda, es decir, que la hace en alguna parte ausente de sí misma, ausente en tanto sujeto, la mujer encontrará el tapón de ese a que será su hijo”.22

En la clínica con frecuencia hablamos del goce, al que consideramos como lo real propio del trabajo psicoanalítico, tanto es así que Lacan en una de sus definiciones de síntoma lo plantea como “la manera en que cada uno goza de su inconsciente, en tanto que el inconsciente lo determina”.23

Vamos, pues, ahora de tratar de entender un poco más ese concepto un tanto difícil de aprehender al que llamamos goce, pero desde otra perspectiva también, de la manera como Lacan lo introduce a partir de lo aportado por Freud.

El goce, Lacan lo sitúa en la pulsión de muerte freudiana, es esa satisfacción pulsional que va contra el bienestar del sujeto, es el displacer, es la repetición24 freudiana, lo que insiste y no se sabe por qué, causa malestar como el síntoma en el sujeto, y en el llamado malestar en la cultura, en referencia al artículo de Freud. Y no es fácil de definirlo porque su acción es silenciosa, y su sentido, o mejor sería decir, su sin-sentido, paradójico porque, como dice Lacan, “El goce es lo que no sirve para nada”25.

Es en el cuerpo viviente donde el goce se asienta, y donde se experimenta, y si algo nos hace sentir su presencia es porque no sabemos bien qué significa estar vivo si no es porque el cuerpo es algo que goza, pero como dice Lacan, “no se goza sino corporeizándolo de manera significante”26. Esto es importante de entender para no perdernos en la orientación de la dirección de la cura, porque sólo se puede abordar el goce por el significante, es decir,

por medio de las palabras, del lenguaje. Tanto es así que Lacan nos afirma que “el significante es la causa del goce”27, es el efecto, la intrusión, del significante en el cuerpo vivo, lo comprobamos en el sujeto cuando lo articulamos con esos momentos significativos de su historia, y porque sin él no podríamos conocer su existencia, lo dice cuando nos señala que no es posible conocer de qué goza una planta, por ejemplo, que es un ser vivo también. Pero a su vez el significante es precisamente la única manera de limitar sus efectos, de ponerle una barrera. Lo expresa, también, con todas sus palabras, “el significante hace alto al goce”.28

Vemos, pues, que el significante es a la vez causa y solución del mismo, pero esta solución debe ser articulada en una coherencia lógica en el discurso del sujeto. Se trata de un saber del sujeto, un saber inconsciente, es decir, un saber ya preexistente y que reconstruimos a través de la experiencia analítica, permitiendo así detener al goce que lo mortifica y relanzar su deseo.

Vayamos, ahora, hablar del complejo de Edipo y del deseo de la madre desde la perspectiva de Lacan y lo que él introduce como un nuevo planteamiento que permite una mayor operatividad en la clínica.

Plantea una nueva redefinición del papel que juegan los padres en el complejo de Edipo, así nos dirá que “el papel de la madre es el deseo de la madre. Esto es capital.”29 Siempre, nos dice Lacan, produce estragos. “Es estar dentro de la boca de un cocodrilo, eso es la madre. No se sabe qué mosca puede llegar a picarle de repente y va y cierra la boca. Eso es el deseo de la madre.”30

¿Qué puede, pues, proteger al hijo de de este deseo materno que como boca de un cocodrilo puede atraparle de manera imprevisible? El falo31. Y aquí interviene el padre, pero no bajo la forma de su presencia imaginaria, que también tiene su efecto en el niño, sino bajo la forma de la metáfora paterna. Es decir, el padre simbólico. Es el que corresponde en Freud al padre muerto, asesinado por sus propios hijos, el de la horda primitiva de “Tótem y tabú” de 1912, que permite la instauración de la ley y las prohibiciones, fundamentalmente la del incesto, la prohibición de gozar de la madre. Ese sería el origen último mítico del goce, lo cual lleva en sí su propia imposibilidad de gozar, porque está vinculado al objeto perdido de Freud, constitutivo de la represión originaria, y por tanto, del deseo. De hecho llamamos goce a lo imposible de gozar, eso es lo que Lacan llama, como su sustituto, plus-de-goce, aunque comúnmente le decimos goce.

El padre para Lacan es el que transmite el falo simbólico (Φ) por medio de la castración, como hemos señalado más arriba, que cae sobre el niño, pero a su vez es también la marca que llevan los padres, la de su propia castración, que después recaerá sobre el hijo, de ahí que éste deba responder bajo la llamada deuda simbólica que se entronca con la cadena significante, ese orden simbólico que introduce la castración y que le ubica a él, en lo que podríamos llamar los antecedentes familiares, los padres, los abuelos, en la cadena generacional.

Entonces cuando el deseo de la madre no está regulado suficientemente por la significación fálica aparece un tipo de goce, una satisfacción pulsional, por fuera del goce fálico, al que Lacan se refiere como “el goce cerrado y extraño, a la madre”32 y al que también el niño debe renunciar. A este goce por fuera de la función fálica se le llama el goce del Otro, del goce del cuerpo del Otro, y como dice Lacan, “no es signo de amor”33.

Cuando hablamos del Otro con mayúscula nos estamos refiriendo al lugar simbólico, el llamado campo del Otro donde nos hemos constituidos como seres parlantes, como sujetos. Es el lugar donde viene a inscribirse todo lo que puede articularse del significante34, “donde el lenguaje se escribe como verdad”35. Es el lugar del inconsciente por todas las relaciones significantes,

simbólicas, que hemos tenido con nuestros padres y con la línea generacional de nuestro nombre y apellidos que nos hace situarnos en ella. Es en el lugar del Otro donde se inscribe la función del padre en referencia a la castración36. También Lacan nos dice que es el lugar del código, término tomado de la teoría de la comunicación y que según el esquema de Román Jakobson se define “como un factor necesario para la producción y para la interpretación del mensaje”37.

Lo interesante es que este Otro en sí, no existe, de hecho no hay ningún Otro. Es una pura necesidad lógica que tiene el sujeto porque “es por la intervención del significante que le hacemos surgir como campo”38. Un ejemplo lo tenemos cuando hablamos del deseo como deseo del Otro, es decir que nuestro deseo no es algo anónimo39, como lo dice Lacan, sino que esta constituido por ese manojo de deseos intrincados de nuestros padres, abuelos… pero fundamentalmente, el de la madre.

Hemos hablado del goce en sus dos vertientes, una como el goce fálico regulado por la función fálica, corresponde al goce sexual, y la otra vertiente, llamada el goce del Otro, que se presenta por fuera de lenguaje y de lo simbólico40. Es el goce del cuerpo del Otro, del que nada se sabe pero se siente. No es signo de amor, porque el amor no tiene que ver con el goce,

aunque hablar del amor es en sí un goce41 y aunque sea esencialmente narcisista, como dice Lacan, porque amándote a ti me amo a mí, apunta a un sujeto, es decir, está regido por los significantes, por eso dirá que hacer el amor es la poesía42 porque el acto del amor, si seguimos a Freud, dice Lacan, es la perversión polimorfa del macho. Por tanto, “lo que suple la relación sexual es precisamente el amor.”43

Vamos a pasar ahora a la observación clínica para tratar de ilustrar el tema del goce fundamentalmente del goce materno presente en el deseo de la madre y la respuesta que le da el niño.

El motivo de consulta

Se trata un niño de cuatro años cuya dificultad está en poder asumir las normas del colegio que le permitan asistir a las clases en una convivencia tranquila con sus compañeros sin tener que alterar la disciplina escolar. Con frecuencia los golpea, los empuja, les da coscorrones, los provoca, o les escupe, a veces altera la actividad que realizan cuando leen, golpeando el libro del quien está leyendo, expresa en voz alta palabras que rayan con la obscenidad, como “culo” o “picha”, o bien, emite un eructo con la consiguiente expectación y risa de sus compañeros. Su actitud activa e inteligente hace que sea un líder entre ellos, con lo cual agrava la situación.

El colegio es confesional, cuya dirección esta llevada por monjas, aunque las maestras suelen ser seglares. Está en el curso llamado P-4, y asiste en él desde los dos años. Un informe realizado por el psicólogo escolar a esa edad, decía que ya era un niño movido que le costaba obedecer, cumplir las reglas y que se mostraba celoso con otros niños con respecto a la maestra. En una entrevista que tuve con dicho psicólogo me afirmó tajantemente que actualmente la situación del niño era la que decía el informe pero multiplicado por cuatro.

Tanto la maestra, como la directora, monja del parvulario, como el psicólogo escolar se sentían desbordados, sin saber bien que hacer. Recurrían, con frecuencia, a amonestarlo, a reñirlo, al castigo, que solían dejarlo sin la hora de recreo, y también, a llamamientos reiterados de la madre exigiéndole que cambiara los hábitos de convivencia de su hijo, con lo cual a ella la ponían muy nerviosa, la alteraban y, entonces, ella más presionaba sobre su hijo, creándose así un círculo vicioso de difícil salida.

Cuando esta madre llega a mi despacho la situación entre ella y el colegio era de extremada tensión, su hijo, hacía poco, había mordido a un niño, se

habían quejado varias madres de él, y entonces, le exigían que lo llevaran a un psicólogo. Ignoro si fue el colegio el que le derivaran a mi despacho, o bien, fuera por el letrero que me identificaba en la entrada del mismo.

Demanda y posición subjetiva de la madre

Se trata de una mujer joven que debe tener alrededor de los 25 años. Un tanto dejada en su aspecto exterior. Su primer encuentro conmigo lo hace de una manera particular, que me causa una cierta sorpresa. Se presenta al despacho con su hijo directamente, diciendo que tiene hora con el psicólogo, pero que no sabe bien el número de la calle, y pregunta si es aquí. Evidentemente le digo que no, no tengo ninguna hora concertada con ella. Pero insiste en que la atienda. Le remito al psicólogo que dice ella tener citado, entregándole una tarjeta de mi despacho. Minutos más tarde telefonea diciendo haber cancelado la visita con el supuesto psicólogo y me pide día y hora.

De entrada, que mejor dicho, vemos como esta mujer se presenta, mintiendo, bajo el engaño para conseguir lo que quiere. En vez de llamar directamente, como había hecho, y pedir si la puedo atender en ese

momento, se inventa una historia un tanto absurda. ¿Para qué? Para esconder su propia demanda ante un Otro que por la razón que sea teme. No se puede mostrar ella misma como deseante, es decir, mostrando su falta, sino a través de un rodeo que lo que hace es complicar las cosas. Veremos como es su forma habitual que tiene de relacionarse con el Otro.

Una de las dificultades de esta mujer está en que poco habla de ella, y es muy actuante, presentando una escasa subjetividad, no sólo de lo que le pasa a su hijo sino de ella misma también. Cuando hacia el final, poco ante de la interrupción de las entrevistas, algo de sí misma surge con respecto a ella y a su hijo, entonces, es cuando desaparece. Pero además, nos demuestra, a posteriori, cómo la dificultad de esta mujer está en no poder confiar en el Otro, en una especie de imposibilidad para recurrir a él. Ella sola toma decisiones precipitadas sin valorar sus consecuencias, incluso, parecería que sin importarle.

Por tanto, en la primera entrevista después de hablar de las dificultades de su hijo con respecto al colegio, lo que llama la atención es que no aparece en ella una preocupación por él, por lo que le pasa, por las consecuencias de la relaciones con la maestra y sus efectos escolares. No percibe, o no quiere percibir, que a su hijo algo le sucede.

Se queja de que a él también le pegan los otros niños porque viene a casa con magulladuras y algún que otro moratón. Apela a que el colegio es muy exigente y que el año pasado tenía otra maestra y el niño se portaba bien, no había tantos problemas. Su hijo es normal aunque algo nervioso, dice.

Otro motivo que ella alega es que su marido es gitano y ella no, y piensa que por eso el colegio puede tenerle cierta manía a su hijo. Le señalo que su comportamiento de pegar o insultar no parece que obedezca a que su padre sea gitano. No fue posible conocer las circunstancias en que se constituyó su matrimonio, ya que siempre evitó hablar de ello. Pero sí que estaba la queja frecuente de que su hijo era rechazado por causa de su padre o de su origen cultural. ¿No vemos ahí algo en ese matrimonio que cojea? Ella sola toma todas las decisiones con respecto a él y sin consultar a su marido.

Tuvo que admitir, después de de ver varias veces a su hijo y a ella, que él la ponía nerviosa, que era desobediente en casa, no le hacía caso de sus amenazas, el niño se reía de ellas, incluso llegaba, en su desespero, a pegarle. Pero ella encontraba otro motivo para explicar su comportamiento, también en relación con el padre del niño. La diferencia cultural entre la familia de su marido y la de ella. En casa de sus suegros los niños, los primos de su hijo,

jugaban por toda la casa, alborotando, tirándose al suelo en sus juegos corporales, subiéndose en las camas…Todo se lo permitían la suegra y las cuñadas. Entonces decidió no ir, pero cuando alguna vez iba, tomaba la determinación de agarrarlo

por la fuerza y sentarlo en su falda, no

dejándolo mover de dicha posición con el consiguiente alboroto del niño, de llantos y patadas, y de la familia de su marido que se escandalizaban de su actitud.

Pero también trata de encontrar esas explicaciones en el comportamiento de su propio padre con respecto a su hijo, así me pregunta si el juego brutote del abuelo con su nieto, como era dejarse golpear en la tripa, instándole a que cada vez lo hiciera más fuerte, podía influirle negativamente. También, pensaba así, con respecto a su hermano, el tío del niño, por el que éste sentía un gran cariño y le gusta estar con él. El temor de la madre era que aunque su hermano estaba ahora bien había tenido problemas con las drogas, con lo cual evitaba que estuviera en compañía de su hijo.

Tenía, pues, ese tipo frecuente de decisiones drásticas sin tener en cuenta sus efectos sobre su hijo. Otro ejemplo, fue que quería que el niño perdiera el miedo al agua. Entonces se le ocurrió, estando en la playa, agarrarlo y hundirlo en el agua totalmente con la consiguiente reacción de él y de la

familia. Y si bien, como dice ella, el niño sabe nadar en la piscina, lo cierto es que ha hecho una actitud casi fóbica al baño de la playa. Este hecho me enteré porque el niño hizo referencia a él en una de las entrevistas cuando me dijo algo que me resultó enigmático, “mi madre en la playa me ahogó”. Fue al preguntárselo a la madre cuando me explicó, sorprendida de que él se acordara después de que este hecho hubiera pasado ya un año.

Quería, otro ejemplo de su relación habitual con él, que recogiera sus juguetes dispersos en la habitación, cosa que se negaba, o decía cuando viniera el papá. Ella entonces lo amenazaba con tirarle lo juguetes a la basura, o que no iría a casa de su tía para jugar con su prima, o salir al parque. Es decir trataba de amenazarle con aquello que supuestamente le gustaba hacer a él. Pero finalmente ella acababa cediendo, no podía cumplir ninguna de sus amenazas porque no era capaz de llevarlas a cabo por absurdas, y en definitiva porque era ella misma quien renunciaba también, y resultaba ser la perjudicada. Así que podían pasar días sin estar recogida y ordenada la habitación.

Este tipo de relación que mantenía con su hijo le producía un estado de excitación y tensión tanto en ella como en él que les era difícil de separarse y establecer un vínculo más tranquilo y sosegado. Este goce, que podemos

decir incestuoso, promovido principalmente por la madre me lo confirmó en una de las últimas entrevistas que mantuve con ella y su marido. Se quejaba de su hijo de que era desobediente y no le hacía caso por lo que se veía obligada a castigarle. Dio un ejemplo de lo que hacía poco le había sucedido. Iba con él, por la tarde, a la feria de atracciones del barrio, pero poco antes de llegar, a ella se le ocurrió entrar en una librería que presentaba una exposición de libros. Y entonces amenazó a su hijo: -si no te portas bien, no iremos a la feria-. Así que se puso a hojear libros, pero, como me expresó, sin quitarle el ojo de encima. Consecuencias, el niño ante la expectativa de ir a la feria, que la tenía tan cerca, y la espera, sin prisas, que le mantenía su madre, empezó a tocar libros, a dar vueltas, a ir de un lado a otro…a lo que ella dice, de esa forma genérica, a portarse mal. En definitiva, le negó lo tan esperado de su hijo con el consiguiente gran escándalo, de pataleos, lloros y rabietas en medio de la calle, que todavía aumentó el enfado y el desafío de su madre.

Vemos pues como esta mujer, que había reconocido que su hijo la ponía nerviosa, entra en una dinámica con él que se convierte en una relación de dominio de uno sobre el otro, donde el golpe está, en ella como buena histérica, en frustrar las expectativas y deseos del otro. Esta mujer tiene un déficit en su significación fálica con lo que hay ese exceso de goce, de plus de goce, donde pone a su hijo, como lo que vendría a ser una cierta acentuación del objeto imaginario del deseo materno, es decir, un predominio del falo

imaginario (-φ), pero no puede acabar de darle ese valor el fálico que apunte a considerarlo como un sujeto por derecho propio, deseante. Esta madre hace girar toda su vida imaginaria alrededor de su hijo, que no es que no le dé un valor fálico, pero lo pone en una posición de ser demasiado el objeto de sus deseos, de lo que le conviene o no le conviene. Hay en ella un fantasma de que su hijo no lleve las insignias de su propia familia ni la de su marido, de ahí el intento de alejarlo, de aislarlo de ellos.

Pero hay algo más que complica la relación madre-hijo. Hemos hablado de ese “ojo que está encima”, de esa mirada de ella sobre el niño, como expresa en su relato de la librería, que apunta a lo que llamamos la pulsión escópica, muy centrada en su hijo, lo cual nos señala en ella un rasgo perverso acusado pues le acompaña una cierta voluntad de gozar con él, como lo demuestra la innecesaria e injustificable visita a la librería a pocos pasos de la feria de atracciones, o la lucha permanente de enfados y amenazas para que recogiera los juguetes de su habitación que puede durar días y días sin encontrar salida alguna excepto cuando interviene el padre del niño.

Aparece, pues, algo paradójico en el deseo de esta madre. Por una parte hay una valoración fálica del niño, lo defiende ante la escuela, quiere que sea diferente a los otros niños de su familia, quiere protegerlo de las influencias

parentales y familiares que considera negativas, todo desde una dimensión muy imaginaria y fantasmática, porque, en definitiva, ella se sitúa como un Otro completo que sabe lo que conviene a su hijo, pero que a su vez la incapacita para plantearse otra manera de entenderle y de un saber hacer con él que permita romper el circuito de enfrentamientos y provocaciones en el que ambos están. Se trata de un poder cuestionarse algo de esa relación circular imaginaria que le remita a su propia falta, pero por otra parte vemos que lo que alimenta todo este circuito es ese rasgo perverso de esta madre, su “goce cerrado y extraño”32, al colocarlo en la posición de objeto, de un objeto con el que goza, tal como he señalado al hablar de la pulsión escópica sostenida por esa mirada al objeto-hijo, que como hemos observado frecuentemente encuentra la menor justificación para entrar en un estado de enfrentamiento y tensión con él que en definitiva le lleva a una situación sin salida, a una situación que no le sirve para nada, definición que da Lacan de goce25.

Poco sabemos de la historia de esta mujer que pudiera ayudar a acabar de entender y a confirmar estas afirmaciones, sobre todo que nos hubiera desplegado su sistema de relaciones parentales, así como de su matrimonio, pero esto no ha sido posible, pero aún así lo interesante es que nos abre a reflexiones y articulaciones dentro del marco de la teoría lacaniana.

Hemos visto, también, como la posición de la madre es de sostenerse como un Otro sin fisuras, sin falta, como consecuencia de que las figuras parentales parecen haber caído para ella, como si el soporte imaginario-simbólico se le tambaleara. Frente a su hijo pareciera que actuara desde el Ideal del yo, de un ideal de hijo libre de las malas influencias familiares, pero más bien se comporta como un feroz Superyó, que precisamente es el imperativo del goce, correlato de la castración dice Lacan, signo de la relación con el goce del Otro, del cuerpo del Otro44, que la promueve a esa infinitud, de repetición infinita, como muestra lo poco sujeta que está a la ley de los efectos de la metáfora paterna (De ahí que diga Lacan que el Superyó sea correlato de la castración). Lo hemos visto en esa repetición, casi incansable de ella, en la toma de sus decisiones, sin importarle los deseos de su hijo, ni de los demás, es algo que se debe hacer y punto, una manera de alcanzar lo que supone es bueno para él, sin dudarlo y sin plantearse pregunta alguna por los efectos de su propio acto.

Esto es lo que la caracteriza, la posición de objeto en que sitúa a su hijo, porque poco parece que interviene el padre. Sin embargo, sí debe actuar en algún nivel porque el niño se enfrenta y se niega hacer lo que ella quiere cuando va en contra, generalmente, de sus deseos, se rebela a ser capturado por su fantasma. Lo veremos cuando hablemos del niño. Diría incluso que el hijo viene a colocarla en su lugar, como objeto a que raya al Otro45, es decir, como causa del deseo de esta madre, pero escapando de la posición

fantasmática a la que ella intenta reducirlo. Se diría que el hijo viene a ejerce una función que propiamente no le corresponde, la de poner un límite a ese deseo materno que cojea en su mediación por la función paterna. Lo vemos claramente en las respuestas y en la actitud que adopta el niño ante ella, y en lo que ésta dice, “me pone nerviosa, con él no puedo”.

El recurso que tiene el niño para enfrentarse a esta madre devoradora, siempre con la boca abierta para aprovechar la mejor ocasión y cerrarla atrapándole, es negarse a obedecerla, es decirle “no”. Es un “no” a una madre de la exigencia, del dominio, de la excitación, del goce. Uno se pregunta en dónde pone el amor, como ausencia de goce, en este niño.

Señalar que una de las características de esta mujer, como ya he dicho, es que no puede estar tranquila. En el momento en que todo el asunto del colegio se apaciguó, después de entrevistarme conjuntamente con la maestra, la directora y el psicólogo escolar, le faltó tiempo para empezar a cuestionar mi función y trabajo, veía nervioso al niño, pensaba que si dibujaba mejor era porque ella le hacía dibujar en casa, a igual que él hacía aquí; arremetió con el dinero, siendo imposible seguir costeando las entrevistas de su hijo, y cuando traté de hacerle ver la dificultad que el niño tenía en clase para aceptar las normas, y que si bien había mejorado era

necesario continuar. Me espetó: “se tendrán que aguantar, qué remedio les quedará”. Aún así, ella misma propuso que su hijo solamente podría venir una vez al mes. Acepté hacerle un seguimiento, después de pensarlo, ya que llevaba días diciendo no poder seguir trayendo a su hijo, a condición de que ella, sola o acompañada con su marido, también viniera a entrevistarse conmigo mensualmente.

Sólo pudo sostener lo acordado una vez. Fue la última entrevista que tuve con ella y su marido. En un momento dado de la misma, el marido se quejó que no le parecía bien que ella se desnudara delante de su hijo. Ella le quitaba importancia llevándolo a nivel de lo que podríamos decir lo natural y normal del cuerpo desnudo. Pero por otra parte ella misma señalaba la picardía del niño, el interés que en él veía hacia ella, a su desnudez. El marido se había dado cuenta de que algo pasaba entre ambos, y se mostraba molesto por su comportamiento. Su descontento y desacuerdo con ella nos señala precisamente el punto en que separa, o intenta separar, a esta madre del hijo, es decir, el efecto de la metáfora paterna que permite al niño enfrentarse a la voracidad materna.

El tema del desnudo es algo que apareció en esta última entrevista y si bien el padre daba su opinión sobre lo que le parecía algo de exceso en ella,

también el marido se bañaba desnudo con su hijo. Les señalé que él ya tenía cuatro años, era una edad donde la curiosidad sexual aparece con cierta intensidad y sería conveniente ponerle ciertos límites para evitar que quedara demasiado apegado a este interés (excitación). Esto le facilitaría su proceso de socialización en el que se encontraba por su edad y, por tanto, le ayudaría en sus relaciones escolares.

Podíamos entender ahora, un poco más de donde aparecían esas palabras que tanto perturbaba a las autoridades escolares. También es importante tener en cuenta la edad del niño, cuatro años, lo que podemos decir que está en plena fase fálica freudiana, de tocamientos y masturbación infantil, lo cual hace que la situación suba de tono y se complique. Decir que la palabra “picha” y “culo”, hacen, también, referencia a la castración, que expresa la situación de inquietud y nerviosismo en la que vive el niño. Es la manera de referirse a la diferenciación sexual que en este momento significativo del descubrimiento de los cuerpos desnudos de sus padres provoca en él. Recuerdo como un niño de la misma edad del que hablamos al contemplar los genitales de su hermana pequeña le dijo a su padre que ella meaba por el culo. Era la manera sorpresiva de entender y de llamar así a la diferencia de los sexos.

Sin embargo no fue posible seguir por este camino a pesar de aceptar el seguimiento mensual del niño y de la familia, ya que ella decidió interrumpirlo, y simplemente desapareció, desaparecieron.

Las entrevistas con el niño. Su posición subjetiva.

Nos hemos referido bastante extensamente a la manera de cómo eran las relaciones madre-hijo. Ahora vamos a referirnos al niño en sus entrevistas, en su juego y en su relación transferencial con el analista.

Es un niño delgado, posiblemente algo bajito para su edad, pero vivaracho, inteligente y observador. Lo atendí unas doce veces. Y a la observación se vio enseguida como se ponía en juego su relación con su madre y su posición subjetiva en la familia.

Le llamó la atención la caja de juegos y enseguida dijo que era la caja mágica. Más adelante a mi pregunta dirá porque de ella aparecen cosas. Saca varios objetos. Toma un folio y empieza a rayarlo con diferentes colores pero sin

determinar dibujo o forma alguna De hecho me doy cuenta, al poco tiempo, que este niño no sabe dibujar, o mejor, es un niño que no dibuja. Intenta escribir su nombre con letras mayúsculas, pero lo hace de derecha a izquierda. Es zurdo. Pasa rápidamente a entretenerse con dos cochecitos, uno grande y otro pequeño, para decir de inmediato, “una mamá y su hijo”. Dicho esto va a su mochila escolar y extrae una pieza de plástico rígido a la que se le insertan otras piezas más pequeñas (desconozco este tipo de juguete), y empieza a golpearlo con la pequeña regla alargada diciendo que es una araña con la que lucha. La lucha es entre ambos, entre la araña (la pieza de plástico) y la regla. Dice, “los dos mueren”, y deja ambos objetos sobre la mesa. Guarda todos los objetos en la caja. Insiste que es una caja mágica. Al venir su madre le dice que se ha portado bien. Su madre quiere cerrar la cremallera de su anorak, pero él se niega, quiere hacerlo sólo. Todo nervioso lo intenta, y le digo que tranquilo, hay tiempo. Lo consigue.

En esta primera sesión de juego nos da ya la pauta de lo que van a ser las siguientes. Ya expresa claramente su conflicto con su madre, lo que nos indica que en su imaginario la tiene muy presente. Hemos visto como la pone a raya, no la deja que le ayude a ponerse ni a cerrar el anorak. Y aparece ese animal enigmático, la araña, que los que ya llevamos años trabajando con niños sabemos que aparece con una cierta frecuencia, en dibujos generalmente, cuando hay una situación actual de conflicto imaginario con la

madre. Es, pues la madre devoradora, la que Lacan habla como la boca abierta del cocodrilo. Al final de esa lucha aparece algo enigmático y hasta diría inquietante, “los dos mueren”, refiriéndose a la pieza de plástico, como araña, y a la pequeña regla, el falo, que es él mismo.

Este conflicto en las sesiones siguientes tendrá varias formas de enfrentamientos, una será a través de dos masas de plastilina, una verde más grande, y otra roja, más pequeña. Las hace chocar entre sí, y dice que la verde es más fuerte pero la roja le vence. Paralelamente a este juego hace un dibujo, tiene forma circular, al que raya muy intensamente de color rojo, teniendo cuidado de no salirse del borde trazado. A mi pregunta de qué es dicho dibujo, responde que un vampiro. El tema del vampiro surgirá en varias sesiones, del que dirá que el vampiro muerde en el cuello. Vio una película con este personaje. El color rojo lo relacionará con la sangre. Hacía el final de las entrevistas, esta relación del color rojo, la referirá a la comida, que, como se verá, tendrá otra connotación, la relacionada con la demanda, como más adelante veremos.

A través de este personaje del vampiro deduzco que este niño debe tener miedo por la noche. Efectivamente, a mis preguntas dice que tiene miedo de

un monstruo. Este temor no se acabó de desplegar por interrupción prematura de las entrevistas.

La dialéctica, que mantenía entre la lucha de las dos masas de plastilina, vemos la repetición de su relación con la madre, como se trata de un dominar de uno sobre otro. Luego lo pasará al juego de los llamados “tazos”. Se trata de unos círculos de cartón duro de unos dos centímetros de diámetro con dibujos en su superficie de personajes de las series que emiten en la televisión para niños. Presentan toda una escala de valores que los diferencian unos de otros, que dependen del tipo del personaje que esté dibujado, de su frecuencia en que aparecen en los “tazos”, de que estos estén más o menos deteriorados, etc. Él me lo explica. Su juego consiste en golpear con un “tazo” lanzándolo sobre otro u otros, que están sobre la mesa, y hacerlos dar la vuelta, es decir, girarlos. Se entretiene diciéndome cual de ellos es más fuerte, de lo que puede hacer, y trata de competir conmigo en el juego. Hacía el final de la entrevista me hablará de sus compañeros de juego con nombres concretos y de los que hacen trampas porque siempre le ganan.

El niño se va interesando más por el dibujo. Hace, como he dicho figuras en forma circular que raya intensamente respetando no salirse de sus bordes. El color que más utiliza es el rojo que como ya he indicado lo relaciona con la sangre. Cuando lo raya tan intensamente observo que se excita, pues varias

veces, me señala dos círculo pequeños juntos y me dice, riendo, que es el “culo”, también hace mención a la “pichita” o “picha”, y seguidamente me pide ir al lavabo a hacer “pipí”.

Este niño aparece excitado de tal mera que interfiere su juego, lo vemos como no sabe dibujar o expresar sus fantasías por medio del dibujo, cuando ya tiene una edad en el que el control y la coordinación psicomotora van alcanzando un buen autodominio. Pero su edad, como ya lo he señalado, está en plena fase edípica freudiana, es decir, como en el caso Juanito empieza a tener sus sensaciones y pequeñas erecciones. Se lo hice notar cuando riendo me dijo “picha”, esperando que me escandalizara o le censurara, le dije que él tenía una “picha” también. A partir de aquí evitó decírmelo o por lo menos disminuyó su frecuencia, hasta desaparecer. Sí observé que delante de su madre o de su abuelo cuando venían a buscarle lo repetía.

A veces, con las dos masas de plastilina después de enfrentarlas en una lucha, pasaba a clavarles la punta del lápiz, lo hacía repetidamente. Eran momentos, como he dicho, de excitación que seguía su visita al lavabo. Otras veces esta excitación se manifestaba sacando punta a los lápices de colores de tal manera que le tenía que señalar que ya era suficiente puesto que en su

acción compulsiva volvía a romper la punta del lápiz. En una de las veces hube de quitárselo de las manos.

Hacia al final de las entrevistas, creo que la penúltima o antepenúltima, cuando clavaba el lápiz en la plastilina, le rozó, le golpeó, el dedo pulgar. Me lo muestra y dice que tiene sangre. Al observarlo veo que no hay herida alguna pero que sí tiene las manos sucias. Así que opto por decirle que vaya al lavabo a lavarse las manos para poder ver mejor el supuesto dedo dañado. Más adelante, en la siguiente entrevista, repetirá la operación, y como en uno de los dedos presentaba una pequeña erosión sin herida alguna, le volví a enviar al lavabo. Quería que le curara, y así lo hice, poniéndole una pequeña tirita. Pienso que lo que aparece aquí es algo del orden de la demanda que hasta ahora no había aparecido. Me viene a pedir que le cuide, es decir aparece esa demanda al Otro. Después delante de su madre me dirá que el dedo le duele, mostrándolo.

Seguidamente, después de su visita al lavabo, ocurrió algo que tiene que ver con otro marco simbólico, la introducción dialéctica del padre. En un folio empezó a rayarlo, a modo de carretera, así lo dijo, unas líneas que iban de un lado a otro y comentó, “es el coche del papá y el coche del abuelo”. Siguió rayando sin levantar la punta del lápiz del papel, llegando a hacer una

maraña de rayas confusas y desordenadas que llenaba todo el folio. Vemos el valor simbólico, que presenta en su subjetividad, el padre y el abuelo. Podemos decir que ellos llevan sus coches pero sin poder ayudarlo a seguir un camino sin perderse y enmarañarse. Una de las formas que tenía la madre para que se estuviera quieto en el coche era agarrarlo fuertemente sobre su falda con todas las consecuencias de lloros y pataletas. Esto lo hacía delante del padre como del abuelo, es decir, que ellos no intervenían o por lo menos, poco efecto tenía sobre ella. Pienso que algo de eso expresa el niño en ese momento al asociar la maraña de rayas confusas con los coches de su padre y de su abuelo.

Después de este rayado, como siguiendo esta lógica, me pide que haga un coche, que lo dibuje. Le devuelvo su demanda y le pido que intente hacerlo él. –“No sé”- respondió. “Hazlo como te salga,”- le dije. Y así lo hizo, pero empezó a dibujarle más ruedas de las que suele tener un coche. Y entonces dijo: - “Es un camión. Un camión que va por la carretera”- Se sorprende de su propio dibujo y, entonces, es a mí a quien sorprende porque seguidamente dice: -“El no está”-. Me resulta una respuesta aparentemente extraña porque no sé bien a qué se refiere, pero sin duda se refiere al camión que él mismo acaba de dibujar, porque seguidamente lo hace desaparecer bajo una rayado fuerte e intenso. Recordemos que hasta ahora uno de sus juegos repetitivos era el de ser más fuerte, el que lucha y gana a todos. Ahora es de forma invertida que el niño se da cuenta de la significación del camión frente a lo

que hacía un momento hablaba del coche del papá y del abuelo, es decir, que es su camión el más fuerte que el de ellos. Ser el más fuerte delante de esta madre en comparación a su padre y abuelo.

Se trata, pues, de la sorpresa ante el encuentro con la falta del Otro, es decir, con la castración del Otro, con el vacío que ello significa, y produce su propia desaparición como una manera de negación. Pero también el camión nos viene a señalar la posición imposible en que él se encuentra con respecto a su madre, el de tenerle que ponerle un límite con su “no” y todo lo imaginario que en él se despliega en esa dialéctica de ser el más fuerte. Es su propio mensaje que le viene en forma invertida, del inconsciente, que como un rayo, al decir de Lacan, se le revela su significación.

Será a partir de entonces, en las pocas entrevistas que vendrán, que desaparece esta forma competitiva de juego del ser el más fuerte.

Pienso que este encuentro con el Otro, con la falta del Otro con respecto a él, ha sido posible como consecuencia lógica de un cambio en su posición

subjetiva al poder formular una demanda, como he dicho, una demanda al Otro.

En la entrevista siguiente el niño juega con la plastilina, la del color rojo, precisamente, y hace con sumo cuidado una serpiente, con su cabeza y sus ojos, y entonces la empieza a cortar a trozos con el borde del pequeño cartabón de plástico y dice, “mi padre tiene una navaja con la que corta a las serpientes”. Al venir su padre a buscarlo se le tiró a los abrazos diciéndole “Mi papaíto”.

Vemos como el niño restituye al padre su valor de ley, como lugar de su función de quien tiene el derecho de ejercer la función fálica. El niño mejoró saliendo de esa situación de competencia y rivalidad un tanto compulsiva en que se encontraba. Pero por entonces la madre ya había anulado algunas entrevistas o bien había malos entendidos en los que no se presentaba el niño. Cuando le señalé a ella de cómo estaba su hijo más tranquilo, y se entretenía más dibujando, del cual había mejorado, me respondió que ella pensaba que era porque en casa, por las tardes, lo ponía a dibujar. Era incapaz de reconocer que su mejoría era debida a los efectos de la presencia e intervención de un Otro ajeno a ella.

Todo el asunto del colegio se había tranquilizado. La madre me comunicó que la maestra le había mandado una nota en la que le decía que su hijo llevaba un tiempo en el que se portaba bien. Aún así llevaba varios días diciendo que era imposible seguir trayéndolo aquí. El niño le dijo que quería seguir viniendo, y un detalle que casi me emocionó fue, que mientras su madre hablaba de suspender las entrevistas, sacándose un caramelo del bolsillo, alargó su mano, insistiendo, con esa intensidad propia de los niños, que me lo quedara.

Quedamos entonces, como he dicho anteriormente, que vendría una vez al mes, una para el niño y otra, para los padres. Sólo lo cumplió una vez, y como he dicho antes fue cuando apareció el desacuerdo matrimonial por el tema de la desnudez ante el hijo.

Esta pequeña presentación clínica muestra como hay casos de sujetos, adultos o niños, que tienen una especie de relación con su inconsciente que con relativa facilidad entran en una relación transferencial, cuyos efectos terapéuticos no tardan en manifestarse. En el caso de este niño lo vemos muy claramente, como también ese “goce cerrado y extraño”32 de la madre con las que tantas veces debemos

enfrentarnos los psicoanalistas que trabajamos con niños y que es uno de las grandes limitaciones de llevar sus análisis a buen puerto.

Pero por otra parte no debe extrañarnos porque como dice Lacan si “el síntoma (en el niño) puede representar la verdad de la pareja familiar”46 esa verdad deberá ser reprimida, incluso sacrificada a la ignorancia en aras de mantener un goce loco como efecto y sustituto de ella, como hemos visto en esta mujer. De ahí que Lacan diga que el goce no es signo de amor33. Si esta mujer hubiera soportado cierto malestar y cierta paciencia sostenida por un querer saber de ella sobre su hijo, se hubiese encontrado frente a sí misma, y algo de la rectificación subjetiva en ella se hubiese producido, tal vez entonces se hubiera dado cuenta de su dificultad con respecto al amor con la consiguiente separación del goce.

Esto último me lleva a hacer una interpretación hipotética de esta relación madre-hijo. Me pregunto si esa oposición tan firme que el niño sostiene frente a ella, no será porque capta inconscientemente que algo de su madre le rechaza.

Planteo si toda esta forma que ella tiene un

tanto compulsiva de

relacionarse con su hijo, en el que trata de construir un modelo ideal de obediencia y de comportamiento fuera de los efectos y afectos familiares, no obedecería a un rechazo inconsciente (o no tan inconsciente) de su hijo, es decir, algo así como si él no hubiera nacido, yo no estaría ahora con su padre y mi vida sería diferente, o, cabría la hipótesis también de la posibilidad que por causa de haberse quedado embarazada de él fuera lo que precipitó su matrimonio. Es lo que hace sospechar su actitud de posesión exclusiva del hijo como un comportamiento reactivo a tales pensamientos y también su manera de relacionarse con el Otro. Esta hipótesis interpretativa me baso en los inicios de las entrevistas con el niño donde aparece la referencia a la muerte en su juego como en su decir, “mi madre me ahogó” y “los dos mueren” en el juego de la araña (la pieza de plástico) y la regla. También en ella su actitud distante y causante con respecto a su marido y su familia de lo que le sucede a su hijo.

Observar que hay una gran ausencia, la abuela materna que nunca fue mencionada en las entrevistas que mantuve con ella. Es ahora a posteriori en la redacción del caso cuando caigo en la cuenta.

Concluir que el comportamiento de este niño en el colegio nos muestra su dependencia con el Otro materno. Si bien en presencia de ella trata de ponerle un límite, como un intento de sostenerse como sujeto, de sostener su deseo, vemos que en la relación con los otros niños y con la maestra, cuando se trata de poner en juego su acción propia como sujeto, no puede evitar repetir esa relación de goce que su madre pone en juego con él, como goce del Otro, provocando y escandalizando, en un darse a ver que nos remite a ese rasgo perverso acusado de la madre.

Decir que estas interpretaciones no niegan en absoluto que la madre no tenga un interés real y de cariño a su hijo. Es su manera de amar y de expresar sus sentimientos. Aquí lo que tratamos de entender es la dinámica inconsciente que se pone en juego en cada sujeto, la particularidad de sus condiciones de goce que interactúan.

Decir finalmente algo que hace tiempo leí en algún escrito de Lacan y que no consigo ubicarlo. Hacía una referencia a los fracasos que solemos encontrar y asumir en nuestra clínica de todos los días, y decía que aún así valía la pena este encuentro con un analista. No sólo por los efectos posibles, en nuestro caso, en este niño y en esta madre, sino también por los efectos que en

nosotros como analistas nos produce, al hacernos pensar y cuestionar sobre nuestro propio acto analítico, que entiendo como una manera, no sólo de enriquecer nuestra experiencia, sino también de ponernos al día como sujetos del inconsciente.