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HISTORIA DE LOS PATRIARCAS DE LA BIBLIA LOS PATRIARCAS: En tiempos del primer Imperio caldeo, había bandas de pastores que recorrían los grandes desiertos situados entre el Eufrates y Siria. El jefe de cada una de ellas, el patriarca, tenía consigo varias mujeres, gran número de hijos y muchos servidores. Vivían todos juntos como una gran familia y obedecían todos al patriarca. Cada familia llevaba rebaños de carneros, cabras o camellos. Se paraba en los sitios donde había hierba, plantaba las tiendas de piel de camello y a su resguardo dormía. Luego, cuando la hierba se había agotado, se ponía de nuevo en camino para buscarla en otro lugar. Su vida era muy sencilla. Se alimentaban con leche y carne, se vestían con grandes trozos de paño, no habitaban en casas, y en punto a enseres, sólo tenían algunas vasijas de barro, unas cuantas alfombrillas de pelo de camello y cofres. En punto a alhajas, ajorcas de oro o de plata que las mujeres se ponían en los tobillos, collares, pendientes y anillos para la nariz. De esta manera viven todavía los beduinos de Arabia.
Abraham es detenido por un ángel que evita la prueba del sacrificio exigida por Dios PRIMER PATRIARCA ABRAHAM Unos de aquellos patriarcas, Abraham, salió con su tribu de Caldea y atravesó todo el desierto hasta la Siria. En la Biblia puede leerse su historia. Tenía ya setenta y cinco años cuando oyó la voz de Dios: «Sal de tu país, le decía, y ve a la tierra que te mostraré. Haré de tus hijos una gran nación, haré tu nombre grande, y todas las naciones de la tierra serán benditas en tu persona». Abraham partió como Dios le ordenaba. Su sobrino Lot le acompañaba, llevando ambos consigo toda la familia. Caminaron largo tiempo juntos, hasta Siria, luego, hasta Egipto. Llegaron al fin a un país donde no había bastante hierba para todos sus ganados, lo cual ocasionó disputas entre los pastores de Abraham y los de Lot. Abraham dijo a Lot: «Que no haya, te lo ruego, disputas entre tú y yo y entre nuestros pastores, porque somos hermanos. Sepárate de mí, y si vas a la izquierda, yo iré a la derecha, y si te encaminas a la derecha yo iré a la izquierda». Lot bajó a la llanura del Jordán, que estaba bien regada y parecía un jardín. Se estableció cerca del mar Muerto, en el territorio de Sodoma, cuyos habitantes estaban muy corrompidos. Abraham fue a acampar cerca de Mambié y allí erigió un altar a Dios. Un día, Abraham oyó de nuevo la voz de Dios: «Abraham, no temas nada, soy tu escudo, y tu recompensa será muy grande». Abraham respondió: «Señor Dios, ¿qué me darás? Voy a morir sin hijos y mi único heredero será mi servidor Eliezer». —La voz de Dios respondió: «No será él tu heredero, sino un hijo nacido de ti». La voz le mandó entonces a salir de su tienda, y le dijo cuando estuvo fuera: «Mira al cielo y cuenta las estrellas, si puedes contarlas. Tan numerosa será tu descendencia». La mujer de Abraham, Sara, no tenía hijos. Dijo a su marido: «Toma mi sirvienta, Agar, la egipcia. Quizá tendré hijos mediante ella».
Agar tuvo un hijo, Ismael. Más tarde Sara tuvo también un hijo, Isaac. Abraham se llenó de alegría y celebró un gran festín el día que Isaac fue destetado. Ismael se burló del niño. Sara irritada dijo entonces a Abraham: «Arroja a esta sirvienta y a su hijo». Abraham se levantó muy temprano, cogió pan y un odre de agua, que dio a Agar, y la despidió con su hijo. Agar marchó al desierto y se perdió. Cuando se acabó el agua del odre, dejó a Ismael debajo de un arbusto. Fue a sentarse a tiro de flecha para no ver morir a su hijo y rompió a llorar. Un ángel de Dios la llamó entonces: Agar, dijo, no temas nada. Dios ha oído la voz de tu hijo. Levántate, coge al niño, yo haré de él una gran nación». Agar, abriendo los ojos, vio entonces un pozo. Fue a llenar en él el odre y dio de beber a su hijo. Ismael llegó a ser hábil arquero y fue pregenitor de la nación árabe. Lot, que había permanecido en Sodoma, estaba una tarde sentado a la puerta de su morada, cuando vio llegar a dos viajeros. Eran ángeles de Dios. Lot fue a su encuentro y se prosternó ante ellos: «Entrad, les dijo, en la casa de vuestro servidor, lavaos los pies y pasad la noche en mi casa. Os levantaréis de madrugada para proseguir vuestro camino». Y les dio de comer. No se habían acostado todavía, cuando las gentes de Sodoma llegaron delante de la casa y a grandes voces pidieron a Lot que les entregase a los extranjeros para ultrajarles. Lot se negó. Las gentes de Sodoma quisieron derribar la puerta, pero los ángeles les dejaron ciegos. Luego dijeron a Lot: «Haz salir de esta ciudad a toda tu familia, pues vamos a destruir esta ciudad porque sus crímenes son grandes». Al alborear, los ángeles cogieron de la mano a Lot, a su mujer y a sus dos hijos y les hicieron salir de la ciudad recomendándoles que no volvieran la cabeza para mirar. La mujer de Lot desobedeció, volvió la cabeza y fue transformada en estatua de sal. Lot y sus dos hijos llegaron a una aldea en el momento de salir el sol. inmediatamente cayó una lluvia de azufre y de fuego sobre Sodoma y Gomorra y destruyó las dos ciudades con todos sus habitantes. Dios, para poner a prueba a Abraham, le dijo un día: «Coge a tu hijo único, tu muy amado Isaac, y ve a ofrecérmelo en sacrificio en la cima de una montaña que te indicaré». Abraham se levantó muy de mañana, aparejó su burro y marchó con Isaac y dos Servidores. Luego partió leña para la hoguera del sacrificio. Al tercer día vio a lo lejos el lugar que Dios le designaba y ordenó a sus servidores que quedasen esperándole en tanto subía con su hijo a la montaña para adorar a Dios. Cargó la madera en los hombros de Isaac y partió con él llevando el cuchillo y el tizón encendido. «Padre, decía Isaac, he aquí el fuego y la leña, ¿pero dónde está el cordero para el sacrificio? » Abraham respondió: «Hijo mío, Dios proveerá». Y siguieron caminando. Cuando hubieron llegado a lo alto de la montaña, Abraham hizo un ara y en ella puso la leña. Luego ató a su hijo, le colocó en el altar encima de la leña y asió el cuchillo para degollarle. En aquel momento un ángel dio voces: «¡Abraham, Abraham, no pongas la mano sobre este niño, porque ahora sé que temes a Dios, puesto que no te has negado a darle tu único hijo! » . Abraham, alzando los ojos, vio un carnero sujeto a un arbusto por los cuernos, se apoderó de él y le degolló en lugar de su hijo. Luego oyó otra la voz que decía: «Porque no me has negado a tu único hijo, te bendeciré y tu posteridad será numerosa como las estrellas del cielo y las arenas del mar». ISAAC Y REBECA Abraham, antes de morir, quiso casar a su hijo. Hizo jurar a su servidor Eliezer que iría a su país para buscar mujer a Isaac, porque no quería mujeres del país de Canaán, en que habitaba. Eliezer cogió diez camellos, los cargó de presente y se fue a Caldea, a la aldea que habitaba Nacor, hijo del hermano de Abraham. Llegó al atardecer, se detuvo fuera de la aldea y cerca de los pozos, y dejó descansar a los camellos sobre las rodillas. Era el momento en que las muchachas salían de sus casas par ir a buscar agua.
Eliezer se puso a orar: «Eterno, Señor de mi dueño Abraham, haz que encuentre lo que busco. Las doncellas van a venir al pozo; que la joven que me dé de beber a mí y a mis camellos, sea la que has destinado para Isaac». En aquel momento apareció una linda joven, el cántaro al hombro. Era Rebeca, hija de Nacor. Bajó a la fuente, llenó su cántaro y volvió a subir. Eliezer corrió a su encuentro y le dijo: «Déjame beber un poco de agua en tu cántaro». Ella respondió: «Bebe, señor». Y bajó el cántaro a su mano. Cuando hubo acabado de beber, le dijo: «Voy a coger agua para tus camellos». Vació su cántaro en el abrevadero y volvió a coger agua, hasta que todos los camellos dejaron de estar sedientos. Eliezer la miraba con sorpresa, pero sin decir nada. Cuando ios camellos hubieron acabado de beber, sacó un anillo y dos brazaletes de oro, puso los brazaletes en los brazos de Rebeca y le preguntó: «¿De quién eres hija? ¿Queda en la casa de tu padre lugar donde pasar la noche?» Respondió que era hija de Nacor y que había lugar en su casa. Entonces Eliezer se prosternó diciendo: «Bendito sea el Eterno, Señor de mi dueño Abraham, que me ha conducido a la casa de mi dueño». La joven corrió a advertir a su madre. Su hermano Laban, que había visto los brazaletes y el anillo de oro, fue a buscar a Eliezer y le llevó a la casa. Mandó descargar los camellos y les dio forraje. Dios agua a Eliezer para lavarse los pies y le sirvió de comer. «No comeré, dijo Eliezer, antes de haber dicho lo que tengo que decir». Y contó de dónde había venido, cómo buscaba esposa para su joven dueño y cómo había rogado a Dios que se la designara. El padre y el hermano de Rebeca respondieron: «El Eterno ha hecho estas cosas. No tenemos nada que decir. Toma a Rebeca y que sea esposa del hijo de tu dueño, como el Eterno ha dicho». Eliezer se prosternó para dar gracias a Dios, luego dio a Rebeca objetos de oro y plata y vestidos. Al día siguiente pidió volver a casa de su dueño. El hermano y la madre de Rebeca quisieron retenerla diez días más. Respondió: «No me retraséis, puestp que el Eterno ha hecho que resulte bien mi viaje». Dijeron: «Llamemos a la muchacha y consultémosla». Luego preguntaron a Rebeca: «¿Quieres irte con este hombre?» Respondió: «Iré». Y partió, llevando consigo a su hermano y a su nodriza. Una tarde, Isaac estaba en el campo y vio llegar camellos, uno de ellos montado por una joven. Era Rebeca. Alzando los ojos vio a Isaac y bajó de su camello, preguntando a Eliezer: «¿Quién es este hombre? » Respondió: «Es mi señor». Entonces cogió su velo y se tapó. Eliezer contó a su joven dueño cuanto le había sucedido. Isaac tomó de la mano a Rebeca y la llevó a la tienda de su madre Sara. Luego se casó con ella. JACOB Y ESAU Rebeca permaneció mucho tiempo sin tener hijos. Por fin Isaac imploró al Eterno, y dio a luz dos hijos. El primero era rubio y todo cubierto de pelo, y fue llamado Esaú. Al crecer, se hizo hábil cazador que pasaba la vida en el campo. El segundo, Jacob, fue hombre de suaves costumbres que permanecía de ordinario en la tienda. Isaac amaba a Esaú porque le llevaba caza. Rebeca prefería a Jacob.
Un día Jacob hacía un guiso de lentejas, Esaú volvió de la caza cansadísimo y dijo a su hermano: «Déjame comer de este plato, porque estoy muy cansado». Jacob le respondió «Véndeme entonces tu derecho de primogenitura». Esaú se dijo: «Voy a morirme de hambre, ¿de qué me servirá ese derecho?» Y lo vendió para que Jacob le diese las lentejas. Isaac envejeció y quedó casi ciego. Un día llamó a Esaú y le dijo: «Soy viejo y no sé el día de mi muerte. Coge tu arco y tus flechas, ve a buscarme caza y prepárame un plato como yo lo quiero, para que te bendiga antes de morir». En tanto Esaú estaba de caza, Rebeca contó a Jacob lo que había dicho su padre y añadió: «Ve a coger en el rebaño dos buenos cabritos, haré con ellos a tu padre un plato de los que le gustan, se lo llevaremos para que coma, a fin de que te bendiga antes de su muerte». —»Pero, dijo Jacob, mi hermano Esaú es velludo y yo no lo soy. — Quizá mi padre me toque y me tomará por impostor y atraeré sobre mí. no una bendición, sino una maldición». Su madre le dijo: «¡Que la maldición caiga sobre mí! » Jacob la obedeció y preparó el plato. Luego Rebeca cogió los lindos vestidos de Esaú, hizo que Jacob se los pusiera y cubrió sus manos y su cuello con la piel de los cabritos. Jacob se acercó a Isaac con el plato y el pan y dijo: «¡Padre mío! » Isaac respondió: «Heme aquí, ¿quién eres? —»Soy Esaú, tu hijo amado». «He hecho lo que me habías ordenado. Levántate, siéntate y come de mi caza».— «¿La has encontrado ya?» —»Es que el Eterno la ha hecho venir delante de mí».— «Acércate para que te toque, que sepa si eres mi hijo Esaú». Jacob se acercó y le tocó su padre. No reconoció las manos que estaban cubiertas de pelo, y dijo: «La voz es la de Jacob, pero las manos son las de Esaú». Hizo que le trajeran el plato, comió y bebió vino. Luego dijo a su hijo que viniera a besarle. Palpó sus vestidos, que eran los de Esaú, y le bendijo, diciendo: ¡Dios te conceda el rocío del cielo y la substancia de la tierra, trigo y vino en abundancia! ¡Los pueblos te sean sometidos y las naciones se prosternen ante ti! ¡Sé dueño de tus hermano y que los hijos de tu madre se prosternen ante ti! « Acabada la bendición, salió Jacob, y Esaú volvió de la caza. Hizo un plato con lo que había traído llevólo a su padre y le pidió que le bendijera. Isaac, muy conmovido, le dijo: «¿Quién me ha traído caza y yo le he bendecido?» Esaú empezó a gritar, y luego dijo: «Bendíceme también, padre mío». Pero Isaac respondió: «Tu hermano ha venido con engaño y se ha llevado tu bendición. Le he hecho tu dueño y le he dado a todos tus hermanos por servidores. ¿Qué puedo hacer por ti? « Esaú, irritado, dijo que mataría a Jacob. Rebeca tuvo miedo e hizo que su hijo marchase al país de su hermano Laban. JACOB EN CASA DE LABAN Marchó Jacob. Llegada la noche, detúvose para dormir y cogió una piedra sobre la cual reposó la cabeza. Durmióse y tuvo un sueño. Vio una escala apoyada en tierra y que en lo alto tocaba el cielo. Por ella subían y bajaban los ángeles de Dios. El Eterno estaba en lo alto y dijo a Jacob: «Soy el Eterno, el Dios de Abraham, el dios de Isaac. La tierra en que estás acostado te pertenecerá a ti y a tus descendientes, tu posteridad será numerosa como el polvo del suelo.
Estoy a tu lado, velaré por ti a donde quiera que vayas, y te volveré a este país». Jacob despertó, tuvo miedo y dijo: «Esta es la casa de Dios, la puerta del Cielo». Y a guisa de monumento, puso derecha la piedra en que había dormido. Cuando hubo llegado al país de Laban, se detuvo delante de un pozo cerrado con una gran piedra y al que se llevaban a beber los ganados. Preguntó a los pastores si conocían a Laban. Le enseñaron una doncella que venía con su rebaño y le dijeron que era Raquel, hija de Laban. Jacob apartó la piedra que tapaba el pozo y ayudó a la joven a dar de beber a sus ganados. Luego manifestó ser hijo de Rebeca. Acudió Laban, le abrazó y le rogó que fuese a su casa. Al cabo de un mes le dijo: «¿Es preciso, porque seas mi pariente, que me sirvas de balde?. Dime qué salario quieres». Jacob dijo: Te serviré siete años para obtener tu hija menor». Era Raquel. Jacob sirvió siete años que le parecieron unos días, porque amaba a Raquel. Luego reclamó su mujer. Laban celebró las bodas, pero en lugar de Raquel puso a su hija mayor Lía. Jacob se quejó del engaño. «No es costumbre en el país, respondió Laban, dar la menor antes que la mayor». Jacob consintió en quedarse otros siete años para obtener a Raquel y casó con ella al cabo de los siete años. Permaneció en el país, adquirió grandes rebaños y tuvo doce hijos, de los que dos eran de Raquel. VUELTA DE JACOB Los hijos de Laban censuraron a Jacob por haberse hecho rico a expensas de su padre. Se decidió entonces voíver al país en que había nacido, y partió en secreto con su familia y sus rebaños. Pasó cerca de la comarca donde su hermano Esaú estaba establecido y le envió mensajeros para que le refirieran sus aventuras e imploraran su perdón. Los mensajeros volvieron diciendo: «Tu hermano viene a tu encuentro con 400 hombres». Jacob se asustó mucho, creyendo que su hermano venía a matarle. Apartó, para ofrecerlos como regalo a Esaú, 200 cabras y 20 machos cabríos, 200 ovejas y 20 carneros, 30 camellos con sus crías, 40 vacas y 50 toros, 20 borricas y 10 burros, y con ellos formó cinco rebaños. Ordenó a los pastores que fueran delante, dejando un intervalo entre cada rebaño, y les dijo a cada uno: «Cuando te encuentres con Esaú y te pregunte quién eres, a dónde vas y de quién es el rebaño, responderás: Es de tu servidor Jacob, que lo envía como regalo a su señor Esaú». Jacob esperaba calmar de este modo a su hermano. Envió a su familia al otro lado del torrente y se quedó solo. Durante la noche tuvo que luchar con un desconocido de fuerza prodigiosa que, no habiendo podido derribarle, le hirió en la cadera y le dejó cojo. Cuando llegó el día, el hombre dijo a Jacob: «Déjame marchar, porque ya es de día». Jacob respondió: «No te dejaré partir antes de que me hayas bendecido? «. «¿Cuál es tu nombre? »
—»Jacob».— «Tu nombre, dijo aquél, ya no será Jacob, sino Israel, es decir, el que combate por Dios». Jacob comprendió que había luchado con un enviado de Dios. Llegó Esaú al frente de 400 hombres. Jacob puso en línea a su familia y se prosternó siete veces, yendo al encuentro de su hermano. Esaú se conmovió, corrió a su encuentro, se arrojó a su cuello y ambos lloraron. Luego Esaú, viendo a las mujeres y a los hijos de Jacob, preguntó quiénes eran. «Son, respondió Jacob, los hijos que Dios ha concedido a tu servidor». Las sirvientas se acercaron con sus hijos y se prosternaron ante Esaú. Luego Lía y sus hijos, por último Raquel y su hijo. Esaú no aceptó al pricipio los rebaños que Jacob le ofrecía, diciendo: «Estoy en la abundancia, hermano mío, conserva lo que te pertenece». Pero, a instancia de Jacob, accedió. Luego se separaron. Jacob fuese al lado de Isaac, que murió a la edad de ciento ochenta años. JOSÉ VENDIDO POR SUS HERMANOS El hijo mayor de Raquel, José, era el preferido de su padre, y sus hermanos tuvieron envidia de él. Aumentó su odio contándoles un sueño que había tenido: «Estábamos ocupados en el campo atando gavillas. Mi gavilla se alzó y se tuvo derecha, las vuestras la rodearon y se prosternaron ante ella».
Jose vendido a Putifar por sus hemanos envidosos —»¿Esto significa, dijero sus hermanos, que reinarás sobre nosotros?» Otro día contó: «He soñado que el sol, la luna y once estrellas se prosternaban ante mí». Su padre le regañó diciendo: » ¡Haría falta, pues, que viniéramos yo, tu madre y tus once hermanos a prosternarnos delante de ti! «. Un día, Jacob envió a José a obtener noticias de sus hermanos que habían llevado un rebaño a pacer muy lejos. Sus hermanos dijeron, viéndole llegar: «He aquí el soñador, matémosle, arrojémosle a una cisterna, y diremos que una fiera le ha devorado, y así veremos qué será de sus sueños». Rubén les dijo: «No derraméis sangre, arrojadle solamente en la cisterna». Pensaba darle libertad cuando sus hermanos hubieran partido. José llegó. Sus hermanos le despojaron de la túnica y le arrojaron a una cisterna que no tenía agua, sentándose luego para comer. En aquel momento pasó una caravana que iba a Egipto, con camellos cargados de incienso y perfumes. Judá dijo a sus hermanos: «¿Qué ganaremos con hacerle perecer?. Vendámosle a estos mercaderes, porque es nuestro hermano, nuestra carne». Los otros le atendieron, sacaron a José de la cisterna y le vendieron por veinte monedas de plata. Luego cogieron su túnica, y habiendo matado un macho cabrío, la empaparon en la sangre. Le enviaron a Jacob, mandándole decir que la habían encontrado en el campo. Jacob le reconoció y dijo: «Es la túnica de mi hijo, una fiera le ha devorado». Desgarró sus vestiduras, sujetóse un saco a la cintura en señal de luto y no quiso oír palabra de consuelo. Decía: «Lloraré hasta que descienda en busca de mi hijo a la morada de los muertos».