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HEPTALOGÍA DE HIERONYMUS BOSCH:
5. EL PÁNICO de Rafael Spregelburd
Premio Teatro del Mundo 2003 (UBA) a la Dramaturgia: Rafael Spregelburd Premio Teatro del Mundo 2003 (UBA) a la Dirección: Rafael Spregelburd Premio del Espectador 2003 (Centro Cultural de la Cooperación): Mejor Dramaturgo y Director: Rafael Spregelburd Terna del Premio María Guerrero 2003: Mejor Director: Rafael Spregelburd Terna de los Premios Clarín 2003: Mejor Autor: Rafael Spregelburd Nominación de los Premios Teatro del Mundo al mejor vestuario: Julieta Álvarez Premios Konex en Letras, por la producción del quinquenio: Rafael Spregelburd
Tercera versión, 4 de julio de 2004
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Heptalogía de Hieronymus Bosch: 5. EL PÁNICO PERSONAJES:
Lourdes Grynberg, la madre Jessica Sosa, hija de Lourdes Guido Sosa, hijo de Lourdes Emilio Sebrjakovich Betiana, bailarina Anabel, bailarina con problemas Terapeuta Rosa Lozano, agente inmobiliaria Susana Lastri, psíquica Dudi, bailarina Cecilia Roviro, gerenta del Tornquist Marcia Roxana, secretaria de Cecilia Regina, amante de Emilio Elyse Bernard, la coreógrafa Melina Trelles, penitenciaria Úrsula
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EL PÁNICO, de Rafael Spregelburd, se escribió sobre los ensayos de los actores en residencia, egresados de la Escuela Nacional de Arte Dramático de Buenos Aires (IUNA), durante el año 2002. 1 La versión acabada de la obra, estrenada en la sala Del Otro Lado el 16 de febrero de 2003 tuvo algunos cambios, y modificaciones en el elenco. Asimismo, la presente versión recoge las modificaciones para el reestreno del 4 de julio de 2004 en el Teatro del Pueblo: Lourdes Jessica Guido Emilio Sebrjakovich Betiana Anabel Susana Lastri / Dudi Cecilia Roviro / Marcia Terapeuta Úrsula / Melina Trelles Rosa Lozano Roxana / Regina / Elyse
Paula Acuña Débora Zanolli / Carla Crespo 2 Ezequiel de Almeida Julio Lascano / Lalo Rotavería 2 Luciana Pettigiani Andrea Lo Tartaro Ideth Enright Karina Firbank Mauricio Morando Laura Paredes Marina Lovece Gabriela Calcaterra 3
Voz del Señor Roviro: Alberto Suárez Voz de Mayenburg: Rafael Spregelburd Voces del Libro de los Muertos: Sueco: Henrik Ernstson; Alemán: Martina Fernández Polcuch; Hebreo: Ileana Vera Levy; Catalán: Nora Navas; Castellano invertido: Laura López Moyano; Griego: Cecilia Savoia; Esperanto: Rafael Spregelburd Música y diseño de sonido: Nicolás Varchausky / Rafael Spregelburd Diseño: Gráfica: Rafael Spregelburd Web: Marco Cartolano / www.el-panico.com.ar Escenografía: Oscar Carballo / Rafael Spregelburd Luces: Diego Angeleri Vestuario: Julieta Álvarez Operación de audio: Hernán Paulos / Diego Angeleri / Leandro Arecco Operación de luces: Julieta Milea Fotografía: Pellizzeri-Bergl Prensa: Walter Duche / Alejandro Zárate Maquillaje y peluquería: Mariana Martínez Producción: IUNA (ENAD) Asistente de dirección: Laura López Moyano
Dirección:
Rafael Spregelburd
Muchas gracias a: Jorge Dubatti, Mónica Raiola, Tatiana Saphir, Santiago Traverso, Andrea Garrote, Teatro Del Otro Lado, Isol, Eugenia Mosteiro, Michael Brune, Sabbas Russelis, Diego Bentivegna, Javier Daulte, Teresa Jackiw, Luciana, Juan Manuel Noir, Teatro del Pueblo, Mario, Ana Durán y Funámbulos. 1
El elenco de la primera versión –presentada como work in progress en El Teatrito, de la ENAD- contó además con las actuaciones de Eugenia De Filippis, Verónica Del Vecchio y Cecilia Savoia. 2 En la versión 2004. 3 En algunas funciones fue reemplazada por Laura Lópey Moyano (Elyse) y Marina Lovece (Roxana).
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En la Tabla de los Pecados Capitales, del Bosco, la deleznable Pereza es representada mediante un personaje que prefiere arrellanarse en su sillón, junto al fuego, antes que dedicarse a la farragosa tarea de leer la palabra de Dios, que se le ofrece en una Biblia abierta, tentadora pero seguramente difícil, y en latín. Hablamos de la Edad Media, donde Pereza no es descansar por gusto; Pereza es ceder a la facilidad del mejor de los placeres -la calma- y olvidar así las molestas e insolubles paradojas a las que nos somete la fe.
Mucho antes de la moral, digamos hace miles de años, los dioses instauraron la muerte. Lo hicieron con el único fin de diferenciarse de los hombres. Y sobrevivir al ateísmo. La condición de la muerte sería su irreversibilidad. Fue un razonamiento sencillo, elemental. El mundo fue dividido en dos. Los vivos quedaron separados de sus muertos desde entonces. Y el pacto se selló con una llave, que no debía usarse. Un dios egipcio, atormentado de amor, ideó la estrategia para esconder esta llave. Pero aunque los dioses son eternos, ninguna llave es infalible. Y menos aquí. Y ahora. Ahora que todo el mundo es ateo, y que los dioses ya no se manifiestan, la fe es reemplazada por su sucedáneo más cercano: el terror. El horror al reencuentro entre vivos y muertos es enorme; no hay palabras para entender la muerte, ni sus cosas. Es el mismo miedo de Orfeo: el miedo de poder recuperar, súbitamente, todo lo que se amó y estaba perdido. Los muertos tienen terror, terror de ese momento aciago de lucidez en el que entienden que están muertos, y que eso es para siempre. Y los vivos simplemente temen a todo. A todo. Sin prioridades ni certezas. Rafael Spregelburd Octubre de 2002
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EL PÁNICO
1. Alquiler 2. Miami 3. Bailarinas 4. Banco Tornquist 5. Tenedor 6. Terapia familiar 7. Cárcel 8. Bailarina reemplazada 9. Fiesta 10. Termotanque 11. Chucky 12. El libro de los muertos
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ESCENA 1 ALQUILER Una mujer joven, linda, bien arreglada. Es Rosa Lozano. Está sentada en un departamento vacío. Si de algo sirve, digamos que el clima es aterrador, como en una película mala, cuyas sombras albergan monstruos diversos. Llama la atención una silueta dibujada en el piso, con tiza blanca, como las que la policía dibuja en el lugar donde se ha removido un cadáver. Un libro tirado junto a la silueta. Suena el teléfono. ROSA: ¿Hola? (...) Sí, estoy esperando. (...) Sí, Betiana, una tal Betiana García. (...) Ah, pero... ¿llamó ahí? ¿A la inmobiliaria? (...) ¿Y le diste bien la dirección? Es el quinto H. (...) Debe estar por llegar, entonces. (...) Ah, ¿vos decís que entonces yo puedo cobrar la comisión completa si lo alquilo hoy? (...) Bueno, lo voy a pensar. (...) Bueno, esperame que lo pienso bien. Chau. Una voz en off. Es la voz de Rosa, es lo que piensa Rosa. VOZ DE ROSA (OFF): Uy, qué bueno, la comisión. Lo voy a pensar. ROSA: A ver... con calma. Rosa intenta concentrarse en esta cuestión de máximo interés. Pero no siempre las cosas salen como uno se las propone. VOZ DE ROSA (OFF): Bajo protesta de decir verdad, manifiesto que he recibido el reglamento interior, en el cual se me explican los riesgos y normas que regulan la actividad en la que voy a participar. Tampoco me encuentro bajo el influjo de medicamentos o sustancias tóxicas de ninguna especie, que agraven o compliquen mi participación en la actividad en la que voy a tomar parte, en su caso declaro no estar embarazada. Suena el timbre del departamento. Debe ser ella, la tal Betiana. Qué nombre estúpido. ROSA: ¿Betiana? VOZ DE ROSA (OFF): Porque es una mezcla de Beti (como Beatriz) y Ana. ROSA: ¿Betiana García, sos vos? VOZ DE ROSA (OFF): ¿Habré dejado la puerta sin llave? ROSA: A ver, fijate si está abierto. VOZ DE ROSA (OFF): Y si los padres le querían poner Beatriz, o Ana, o algo así, y no se decidieron, y le pusieron Betiana, también le podrían haber puesto Betina, o cualquier cosa. BETIANA: Hola, vengo de la inmobiliaria, a ver el departamento. ROSA: Sí, pasá. VOZ DE ROSA (OFF): Betiana. Seguro que es sucia. Bah… como yo, que mucho no me importa la limpieza.
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Entran juntos Betiana y Emilio. A primera vista deberá parecer que se trata de una pareja. Pero veremos que nada es tan sencillo. La entrada de éstos viene acompañada de un sonido helado, quejumbroso, el silbido de viento, algo no muy legible. ROSA: Hola, soy Rosa. Hablamos por teléfono. BETIANA: Betiana García. EMILIO: Emilio Sebrjakovich. Ninguna de ellas le habla directamente, pero él no se dará cuenta hasta mucho después. ROSA: Me dijeron en la inmobiliaria que llamaste para confirmar la dirección, a lo mejor es que... BETIANA: Es que no me habías dado el número de departamento. ROSA: No. Puede ser. No sé en qué estaría pensando cuando hablamos. A mí me das cuerda y pienso en cualquier cosa. Bueno, ¿te muestro un poquito? BETIANA: Sí. Bah, todo lo que hay para ver está a la vista, ¿no? ROSA: ¿Ah, querés verlo sola? No hay problema. Yo te dejo verlo que tengo que pensar unas cositas. (Se sienta como al principio. Y piensa.) EMILIO: No, mostranos, mostranos qué hay. BETIANA: No... quiero decir, es una sola salita, acá, y allá arriba debe estar el dormitorio, ¿no? Es decir, es chico.
VOZ DE ROSA (OFF): A los efectos legales, estoy en un todo de acuerdo con lo dispuesto por el club… ¡Dejame seguir, roñosa!… Y prometo acatar sus instrucciones, para el beneficio y salud de todos los participantes.
ROSA: No, no es chico. Es más grande que el estándar medio, porque fijate cómo tiene aprovechadas las mochetas. BETIANA: ¿Las qué? EMILIO: Claro, empotraron las mochetas y parece más grande. ROSA: Las... mochetas. O sea, no sé, me lo marcaron como una ventaja grande, y te lo digo por si sos arquitecta, o diseñadora... O si te interesa la estética, la estética de la decoración, de la ambientación. ¿A qué te dedicás? BETIANA: No, soy bailarina. ROSA: ¿En serio? BETIANA: Sí. ROSA: Yo hice unos años de clásico, y de patín, pero no se pudo en su momento, y después ya los huesos te sueldan de otra manera.
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BETIANA: Sí. ¿Ésa es la única ventana? ROSA: Sí, ahí arriba. Betiana sube a ver la ventana, seguida de Emilio. Todo el ascenso recuerda a las escenas de terror en las que la futura víctima –pletórica de inocencia- sube al ático maldito. EMILIO: Uy, esta escalerita me da un miedo. ROSA: (Se queda abajo. Tiene unas palpitaciones, algo así como un principio de ataque de asma, que trata de ocultar.) Es enorme, ¿no?¿Y estás bailando en algo, ahora? BETIANA: (Ya arriba.) Sí. ¿Qué orientación tiene? ROSA: Noroeste, la mejor. EMILIO: Nor-noroeste, Díaz Vélez acá es diagonal. BETIANA: Bueno, estoy ensayando, en realidad. Es algo para dentro de unos meses... ¿Qué es eso? ¡¿Qué es eso?! ROSA: ¿Acá abajo? El club. Lo que ves es la pileta del club. Es olímpica. Betiana reaparece en lo alto de la escalera. Bueno, media olímpica. Si la nadás ida y vuelta es como si fuera olímpica. Te digo porque la conozco bien, yo soy del barrio y fui a esa pileta. EMILIO: A mí me parece un lujo tener el gimnasio cerca... BETIANA: (Por un libro que está al pie de la escalera. Es “El libro de los muertos”, pero todavía no tenemos por qué saberlo.) Se te cayó un libro. ROSA: (Sin mirar lo que Betiana insiste en señalarle.) No. EMILIO: Claro, un gimnasio con pileta... pero, ¿sabés que ahora pienso en la pileta y no me dan ganas de nadar? BETIANA: ¿Pero el club es del edificio? EMILIO: Rarísimo... ROSA: No. EMILIO: Porque nadar me encanta, pero ahora lo pienso y no me dan ganas. Qué fiaca. Tenés que cambiarte en pleno invierno, y aunque esté climatizada te da frío. ROSA: Es climatizada. BETIANA: Ah… Pero, ¿pago la cuota con las expensas? ROSA: No.
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BETIANA: Ah... Entonces, ¿por qué me lo decís? ROSA: Te lo digo porque está entre las ventajas de este departamento. Este departamento es interesante porque tiene más ventajas que las estrictamente aparentes. Mirá los pisos. EMILIO: ¿Son entarugados? BETIANA: ¿Los pisos? ROSA: Claro, si sos bailarina podés correr los muebles y acá mismo, sin necesidad de barra, o de otra cosa, o de otras bailarinas, podés practicar los pasos. No tiene astilla, no hace mugre, admite tapete. Son entarugados. EMILIO: Ah. BETIANA: Sí, está bueno. ROSA: Probalo, si querés. Descalzate y probalo. Y cuando entra el solcito de la tarde, ni te cuento. Te digo, ayer lo estuve mostrando, y en la pausa del almuerzo aproveché la luz y me di una depilada. Estaba un poco sucio, pero seguro que a vos no te importa, tampoco, ¿no? Es un departamento en el que te podés amodorrar. Yo me enamoré de este departamento. EMILIO: Pero, ¿vos nos querés alquilar este departamento? ¿Qué es lo que está pasando, acá? Yo no quiero alquilar. BETIANA: Como yo vivo en San Isidro, me queda lejos, así que si ensayo hasta tarde me gustaría tener un lugar así en Capital, grande... como para quedarme. EMILIO: Yo no quiero alquilar este departamento. BETIANA: Claro... Lo que pasa es que me sorprende la falta de terminación. Las paredes... ROSA: Es tipo loft. Esto lo vas a ver en las casas hermosas. BETIANA: Y acá, en la cocina, hay una mancha de humedad. ROSA: No, ¿sabés lo que pasó ahí? Es una prueba de la pintura, estaban por pintar y probaron color. Se hace así, siempre. Emilio no comprende lo que pasa. Se apoya en una pared, sobre el interruptor de la luz, y la luz se apaga para sumirlos en la lela oscuridad tan típica de este género. ROSA: ¿Qué tocaste? BETIANA: Nada, ¿qué pasó? ROSA: No sé, una falla a nivel general, a nivel Edesur. EMILIO: No, tranquilas, me parece que fui yo, me apoyé en el interruptor. (Prende la luz.) Ya está. BETIANA: Volvió. ¿Qué habrá sido?
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EMILIO: Perdón, me apoyé sin querer. ¿No ven? ROSA: Te digo una cosa, no es porque te lo esté mostrando, pero esto te puedo pasar acá, en San Isidro donde vos vivís, en Nueva York, son impredecibilidades. La instalación eléctrica es a nuevo, y como los caños de luz los dejaron por afuera, cualquier desperfecto te los arregla hasta un chico de seis años, dale un buen destornillador y fijate. EMILIO: No, no, ¿no ven? Fui yo que me apoyé. (Vuelve a apagar y a prender la luz.) BETIANA: Ahí, de nuevo, ¿ves? ROSA: ¿Ves? Pará que te averiguo. (Finge una llamada telefónica.) ¿Hola, Edesur? Mire, llamo para preguntar por un desperfecto, en la zona de... Ah, ¿están haciendo arreglos? Ah... ¿va a llegar el Subte J? Ah, muchas gracias. (Corta.) No sabés el notición que tengo para darte, Betina. BETIANA: Betiana. ROSA: Betiana, perdoná. Hay toda una generación de chicas de tu edad que los padres les pusieron Betiana, no por indecisas sino por la Blum, Betiana Blum. Bueno, te decía que... Me olvidé. BETIANA: ¿Y las expensas cuánto valen? ROSA: ¿Eh? Cinco pesos. BETIANA y EMILIO: ¿Cuánto? ROSA: Noventa y cinco pesos. (Pausa.) Me quebré. Lo que pasa es que yo soy nueva en esto, o sea: vendo, pero no por vocación... Y de las cosas que te dije no estoy muy segura de que sean así. Yo espero que vos sepas pasar por alto mis falencias, mis errores... Si firmás la seña yo cobro hoy, y como. Y me compro unos medicamentos que necesito. Si no, quién sabe. Perdoná. Pero así las cosas. Emilio está muy cerca de Betiana, y al oír la súbita confesión de Rosa ríe con un resoplido. Betiana siente el aire en su cuello, y se da vuelta, muy asustada. Sólo ahí se nos hace evidente, muy evidente, que no lo ven. BETIANA: ¡Ay! ROSA: ¿Qué pasa? BETIANA: Sentí algo... sentí un viento. ROSA: Claro, es que dejaste arriba abierto y hace correntada porque... BETIANA: No, hay algo extraño, en este departamento... Siento algo extraño... Desde que entré. ROSA: Mirá que está muy en precio... BETIANA: Hay algo... ¿Quiénes son los dueños?
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EMILIO: (Dudando.) Eso. Porque yo conozco este departamento... ROSA: No sé, una señora Regina... que casi no lo usaba... EMILIO ¿Regina? ¿Regina? ROSA: Fijate que hay vajilla intacta en la cocina, poca vajilla, alguien que venía poco... EMILIO: ¿Regina? ROSA: ¿Te sentís mal? Te traigo un café. Necesitás azúcar. O sal. BETIANA: No. Yo sé muy bien lo que necesito. Soy bailarina, tengo mi cuerpo muy bien entrenado, percibo mucho, ¿sabés?, yo sé lo que sentí. EMILIO: Hablando un poco de eso, ¿vos quién sos? ROSA: Bueno, te traigo un café cargadito, te sentás y lo pensás. EMILIO: ¡Ey! ¿No me oís? BETIANA: Mirá, Rosa, prefiero irme... Yo... EMILIO: ¿No me oyen? BETIANA: Yo igual tengo tu teléfono y me lo pienso mejor. EMILIO: ¿Ustedes me ven? (Hace señas.) ¿Me ven? ROSA: Sí, claro, Beti. Vos no te sentís bien ahora. EMILIO: ¿Te traigo café? Acá en la cocina hay, dejá que yo lo traigo. ROSA: Si vos te vas yo lo voy a anotar en mi agenda como una desgracia. EMILIO: (Desde la cocina.) Uy, hay palmeritas. ¿Te llevo una con el café? ROSA: Porque vos me decís que lo vas a pensar mejor, ¿pero yo qué prueba tengo? ¿Yo qué sé si ahora no salís corriendo y te comprás el Clarín y te buscás otra cosa? BETIANA: Me voy. Gracias. Me voy. (Se acerca a la puerta.) ROSA: Yo no digo que no lo hagas, a lo mejor el departamento no te viene bien, pero yo te fui honesta, y ordenada, y te respeté, que ya es mucho más de lo que se puede decir de los de la inmobiliaria, que por ejemplo seguro que ni te dijeron que la semana pasada acá asesinaron a un tipo. (Señala por primera vez la silueta en el piso.) Mirá. Un tal Emilio. Betiana grita y sale corriendo. Apagón.
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ESCENA 2 MIAMI Una casa de familia. La que hacen Lourdes, Jessica y Guido. En escena, Jessica con una mochilita al hombro, lista para irse. Guido busca algo –ya veremos que es una llave- debajo del descanso de la escalera. La voz de Lourdes se oye amplificada por un micrófono, lo cual conduce maliciosamente a pensar que eso que se oye es, como al comienzo de la escena anterior, el pensamiento de Jessica. Pero no.. VOZ DE LOURDES (OFF): Son días extraños. Si vieran... GUIDO: ¡Me parece que acá la encontré! VOZ DE LOURDES (OFF): Ya pasó una semana. GUIDO: No, no es esto. VOZ DE LOURDES (OFF): Deprimente. El martes creí morir yo también. Sin Emilio, yo... nada encaja. Ayer me vi de pronto manipulando un florerito que me había comprado él, una artesanía wichi. Y me tuve que decir “calma”. GUIDO: ¿Buscaste bien en tu pieza? Jessica asiente. VOZ DE LOURDES (OFF): Me lo digo una vez. GUIDO: Entonces no está. VOZ DE LOURDES (OFF): Me lo digo dos veces. GUIDO: No está por ningún lado. VOZ DE LOURDES (OFF): Me lo digo y funciona. La palabra “calma” convoca a la calma, es así desde hace miles de años. Esta mañana desperté sosegada, como si me hubieran rociado de arriba abajo con una profunda quietud... y me hubieran tirado un fósforo. ¿Ven? Pedí calma y ahora la tengo. ¡Yo soy una tarada! (Sollozos.) Golpes a la puerta. Entra Betiana. BETIANA: Hola, Jessica. ¿Estás lista? VOZ DE LOURDES (OFF): Hubiera pedido “llave”, y ahora tendría la llave, y no esta pachorra espantosa... JESSICA: Hola. Vamos. GUIDO: Hola, Betiana. LOURDES (OFF): No me hagan caso... BETIANA: ¿Qué es esa voz? JESSICA:
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Mamá. Tiene unos parientes en... Miami... GUIDO: Sí, Miami. LOURDES: (Pasa por el marco de la puerta, y la vemos grabando un cassette. Saluda a Betiana con la mano mientras continúa.) Es una situación concreta muy desagradable. JESSICA: ...Y les graba cassettes, les manda cartas grabadas. ¿Tenés el auto? Las chicas saludan salen. LOURDES: Es un problema de plata. Ustedes saben que Emilio era el titular de la cuenta en el Tornquist. GUIDO: Explicale qué es eso, ¿qué van a entender, allá? LOURDES: El Tornquist, un banco de acá. Un banco muy conocido... de acá, Tony. Teníamos toda la plata allí, en una caja de seguridad. Y ahora que está muerto no nos la dejan abrir. Dicen que tiene que ir a sucesión. ¿Ustedes se imaginan lo que puede tardar eso en la Argentina? Ahora yo voy al banco, ¿y qué digo? ¿Cómo hago? No sé qué decir. Yo no soy nadie. Para el banco. A lo que Emilio y yo... es decir, para la ley no estábamos casados... y... los chicos... Estamos buscando la llave de la caja como locos. Tiene que estar en casa, pero no la podemos encontrar. Dicen que hay que ir a sacar la plata de los bancos cuanto antes. Dicen que algo terrible va a pasar. ¿Qué puede pasar? Yo escucho y me da miedo, Tony. Besos a Glenda. Y a Bob. (Intenta en vano hacer que Guido salude.) Y los chicos también. Los quiere, Lourdes. Apagón.
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ESCENA 3 BAILARINAS Un escenario de ensayo. Cuatro chicas con ropas normales: Betiana, Jessica, Dudi y Anabel. Pronto habremos de notar que son bailarinas. Contemporáneas. Se escucha un piano angustioso, y una canción en italiano, una voz belicosa, triste y despiadada. La coreografía es un misterio. Prácticamente no se mueven. Betiana parece aterrada, mueve la boca, como si fuera ella quien recita el texto italiano de la canción. En un momento nunca muy preciso, Betiana deja de hablar y se apoya, muy amaneradamente, muy danzarinamente, sobre una pared. Jessica toma entonces la posta, y ahora es ella quien balbucea el texto en italiano. A una señal nunca exacta, las cuatro se tapan los oídos. Dudi extiende una mano como si recibiera algo, cierra el puño y se lo lleva al pecho. Anabel se aleja unos pasos, y mira hacia la nada. Nada de esto es muy precisable, ni en tiempos, ni en ritmo, ni en valor. Luego Betiana se va, con dos o tres pasos de danza, y se esconde tras una puertita inverosímil. Dudi y Anabel no han hecho gran cosa salvo esperar su turno. Se besan en la boca. La música culmina. Elyse Bernard aparece desde la platea. Es la coreógrafa. Está muy despeinada. Siempre. Pero tiene talento. Dicen. Jamás levanta la voz. Si pudiera, de hecho, no diría nada. Las cuatro la respetan y le temen de un modo del que no se puede hablar. ELYSE: Mal. No. (A Betiana.) Tarde tu momento del padre, te atrasaste. BETIANA: (Aterrada y respetuosa en partes iguales.) ¿Qué momento del padre? ELYSE: No llegaste a “tu” momento del padre. BETIANA: ¿Qué momento? ELYSE: El momento del padre. BETIANA: No entiendo qué momento es el del padre ELYSE: Revisalo. (A Jessica.) Tu postura, revisala. JESSICA: Sí, es cierto. BETIANA: Si yo no hago el momento del padre, ¿de dónde parte ella? O sea, si yo soy el padre... ELYSE: Vos no sos el padre BETIANA: Eso lo entiendo. ELYSE: Al padre hay que evocarlo... JESSICA: Claro. Eso es un poquito responsabilidad de todas. DUDI:
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¿En qué momento del texto se dice lo del padre? ELYSE: No, no sé... no dice “padre”. DUDI: No, porque como está en... ¿en italiano? Yo no sé italiano. Yo soy bailarina, y quiero bailar. ELYSE: ¿Qué italiano? ¿Ustedes vieron trabajos míos anteriores? JESSICA: Yo algo de italiano sé, te puedo explicar, pero no sé todo. ELYSE: Ella se atrasa y ustedes se adelantan. BETIANA: ¿Con respecto a qué? Es que no entiendo cuál es el tiempo... ELYSE: No, perdónenme, pero antes de hablar de “tempo” empiecen por hacer lo que tienen que hacer. ANABEL: Elyse, yo vine acá porque vi otros trabajos tuyos... JESSICA: Buenísimos. ANABEL: Sí... Y yo me atraí... bueno, me sentí atraída... porque en “Bongos y canillas” hacían Cunningham. JESSICA: En “Bongos y Canillas” se hacía de todo... BETIANA: Qué bueno era... ANABEL: O sea... Nadie está donde está por casualidad o por astros. Yo creo en el tesón. Y nada más. Elyse, yo prácticamente decidí embocarme a la danza y transpirar cilindros, de ser necesario, cuando vi lo que un puñado de cuerpos bien orientados en el escenario eran capaces de hacer. Yo estoy a la caza de espacios personales intensos, bárbaros. Y ahora audicioné con vos porque... ELYSE: ¿Cuál es la pregunta? ANABEL: ¿Qué pregunta? ¿Te hago una pregunta? ELYSE: (A las otras.) No la entiendo. (A Anabel.) No te entiendo. ANABEL: Esto que hago yo, acá, lo puede hacer cualquiera. Entra una señora de la calle, le pedís que lo haga, y te lo hace. ELYSE: (Considerando seriamente la posibilidad.) Una señora de la calle... ANABEL: Claro. Yo fui, vi “Bongos y canillas” y me dije: ¡Zas, Cunningham! Yo sé hacer Cunningham. ELYSE: Hacelo, mostrame. ANABEL:
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(Muy contenta: es su gran posibilidad.) ¿Qué querés? ¿Torso o corrida? ELYSE: ¿Mh? Torso. ANABEL: OK, te hago torso. (Lo hace. Se detiene. Luego se engolosina y hace más. Todas están excitadísimas, sin mucha razón. Tanto torso como corrida son la misma mierda.) ELYSE: ¿A ustedes les parece que esto tiene cabida en lo que estamos haciendo?. Acá hay dos posibilidades: o hacemos lo que se hace siempre, o damos un giro de ciento ochenta grados y hacemos lo que se va a hacer. Y yo quiero ver lo que se va hacer. (Pausa.) ¿Qué trabajos míos vieron? ¿Vieron algo de lo que yo hacía en Berlín? ¿Ustedes saben en qué estado dejé yo a esa ciudad? (A Jessica.) Quiero ver la postura, y proyectada. (A Anabel.) Quiero ver tomas de partido. (A Betiana.) Quiero ver el momento del padre. BETIANA: Pero somos bailarinas... ELYSE: ¡Y yo no estoy pidiendo que laves la ropa sino que hagas lo que tenés que hacer! ¿Qué creen ustedes del baile? ¿Me muevo como una idiota mientras alguien pone un disco? ¿Ustedes no tienen intuiciones de ningún tipo? ¿No les pasa nada? (Pide a la cabina de operación.) ¡A ver la música, por favor! BETIANA: Es que en los videos de Berlín que yo vi tuyos... ELYSE: Yo estuve en Berlín, pero ahora estoy acá, y quiero estar acá. (Hace un gesto, y se va, para que vuelvan a empezar con la secuencia.) ANABEL: La toma de partido... ¿es de cada una, o es grupal? (Ninguna confirma.) ¿Grupal? JESSICA: No, Anabel, no le preguntes así que no se te entiende. ANABEL: ¿Qué no se me entiende? ¿Es grupal? Betiana está al borde del llanto: nunca antes le habían gritado tanto en su corta vida. Trata de desplazar a Anabel, que ocupa su sitio sin querer, insistiendo en obtener respuestas que nadie le dará jamás. Como no se han podido poner de acuerdo, la música las toma por sorpresa. Hacen lo mismo, de antes, sólo que ahora acentúan más ciertos signos bailarinísticos. Anabel no puede más, hasta ahora se ha venido conteniendo, así que hace un intenso torso de Cunningham, bastante introspectivo pero muy evidente, en un momento en que sólo se suponía que debía estar allí, apoyada contra la pared como una gata perezosa. La música termina. Largo silencio de Elyse. Luego: ELYSE: Bien, muy bien. Ahora, muy bien. (Pero no suena muy convencida. Sale.) Apagón.
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ESCENA 4 BANCO TORNQUIST La oficina de Cecilia Roviro, gerenta del banco Tornquist. Ya están allí Lourdes, Guido y Jessica. CECILIA ROVIRO: Así que ustedes querían verme. LOURDES: Sí. Ya le explicamos a su secretaria... CECILIA ROVIRO: ¿A Roxana? ¿Ya la conocieron? LOURDES: No sé, su secretaria, ahí afuera... CECILIA ROVIRO: ¿Una chica como de esta altura, rubia, muy poco iluminada...? ¿Y ustedes para qué quieren verme? Porque ustedes son muchísimos. A ver, esperen: ustedes son una familia. GUIDO: Somos... tres. CECILIA ROVIRO: Sí. Cecilia Roviro, encantada, mi tiempo de punta en blanco para recibirlos. (Los invita a sentarse con un simple gesto de la mano. Pero hay una sola silla, lo cual es decisivo para que Lourdes estalle en un llanto que venía reprimiendo desde la muerte de Emilio.) LOURDES: Es que hay una sola silla, qué desgracia, nunca sale nada bien... (O algo así: en realidad no le entendemos bien qué dice, pero es evidente que así no se va a solucionar nada.) JESSICA: Sentate vos, mamá. LOURDES: Bueno, a ver... Nosotros tenemos un problema terrible, ya se lo explicamos a la señorita. Hace unos días se nos murió mi marido y él tenía la llave de la caja de seguridad, y ustedes deben tener una copia. CECILIA ROVIRO: (Anota todo en papelitos, con un encanto excesivo.) Entonces, su marido murió. ¿Cuándo? JESSICA: Perdimos la llave. CECILIA ROVIRO: ¿Qué profesión tenía... su marido? LOURDES: No. (A sus hijos, otra vez sumida en llanto.) ¿Qué profesión? (A Cecilia.) No, Emilio... ¿Qué le digo? Emilio estaba haciendo un video, ahora, ¿cómo se dice que es...? ¿Videasta? ¿Es para los papeles? ¿Es formal? CECILIA ROVIRO: (Los mira, como si entendiera, un largo rato. Demasiado largo. Un estéril rato. De pronto.) ¿En qué tema estamos ahora? JESSICA: A nosotros se nos... CECILIA ROVIRO: Sí, la llave. A ver, un momentito. ¡Rox! ¿Podés venir un minuto? (Aparece Roxana, una secretaria rubia y lánguida, en un diminuto uniforme de oficina que deja al descubierto mucho más de lo estrictamente necesario. De hecho, el uniforme carece de falda. Por lo
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demás, ¿cómo describir a Roxana? Es como si una enorme máquina le hubiera succionado toda lo que asociamos con lo vital.) Tenemos copias. O llaves. Tenemos. ROXANA: No, perdón, yo les expliqué... tenemos una llave que le damos al cliente y otra que tenemos nosotros y las dos juntas, en combinación, abren esa caja. CECILIA ROVIRO: ¿Ustedes tienen la llave? GUIDO: No, nosotros la buscamos. LOURDES: Nosotros necesitaríamos una copia. CECILIA ROVIRO: ¡Ah! ¿Su nombre? LOURDES: Lourdes. CECILIA ROVIRO: El otro día viajé con una señora que se llamaba Lourdes. ¿Apellido? LOURDES: Grynberg. CECILIA ROVIRO: ¿Ustedes, chicos? ¿Cuántos años tenés? JESSICA: Jessica, 23. CECILIA ROVIRO: Rox, sacame el año. ROXANA: ¿Qué? CECILIA ROVIRO: Sacame en qué año nació, así hacés algo. JESSICA: En el... CECILIA ROVIRO: No, no, es el trabajo de ella. ¿Y vos? GUIDO: Yo soy Guido, 19. CECILIA ROVIRO: 19, Rox. (Suena el teléfono.) Perdón. (Atiende.) ¿Pájaro? ¿Qué hacés? (...) Ah, ¿te contó Mili? ¿Viste qué raro? (...) No sé qué hacer. (...) Es que ya los vi en las heladerías y en los locales de Gucci, los de Alto Palermo. (...) Sí, unos corazones negros. (...) Parece que los diseñé yo, pero no me acuerdo. ¿Qué hago? ¿Reclamo, o me mando a guardar? (...) ¡Y si sabés que tengo este temita que no me acuerdo de nada! (...) Son unos corazones negros, con ribetitos, los diseñé yo, tienen mi firma, dicen “Cecilia Roviro”, y los están usando en los papeles con los que envuelven los helados, y los productos Gucci. (...) Yo no creo que tenga un contrato firmado con ellos. (...) No, no, si yo no diseño nada. Fue eso sólo. Y mirá cómo me fue. (...) ¿Me puede perjudicar en algo? ¿Hay alguna ley? (...) Bueno, te dejo que estoy super estresada. (...) Bacio! (Corta.) Bueno, a ver... Necesitamos más datos. ¡Ah, va a tener que ir a sucesión! JESSICA: No, pero eso tarda mucho.
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CECILIA ROVIRO: Datos. ¡Denme datos! LOURDES: ¿Datos? ¿Qué datos? Por acá tengo unos números... (Es ilegible, y llora.) CECILIA ROVIRO: Yo conozco la historia de las lágrimas. La conozco de cerca. Acabo de perder a mi padre, ¿saben? LOURDES: Lo siento. CECILIA ROVIRO: Uno se llena de problemas tontos para olvidarse que cuando la hora llega... Lo internaron en el Durán, por una pavada... Él mismo me mandó decir: “Ceci, no vengas, es una pavada, me mordió un perro”... VOZ DEL PADRE DE CECILIA ROVIRO: (Superpuesto a Cecilia.) “Ceci, no vengas, es una pavada, me mordió un perro”... CECILIA ROVIRO: Como sabe que yo vivo al límite de mis posibilidades, me dijo: “No vengas”. Y yo, como una tonta, le hago caso y me ocupo de mis cosas, y no voy. “Un perro chiquito”, me dijo, “¿qué me va a pasar?” VOZ DEL PADRE DE CECILIA ROVIRO: (Superpuesto a Cecilia.) Un perro chiquito, Ceci... ¿Qué me va a pasar? CECILIA ROVIRO: A los dos días amanece sin vida. Un misterio. Los médicos me dicen que una mujer lo cuidó, no saben quién, que le tuvo la mano mientras él se iba yendo. ¡Pero me dicen cada cosas! ROXANA: Sí, después le dijeron que vinieron dos cubanas, que correteaban por la habitación, y no sabemos quiénes eran. CECILIA ROVIRO: Sí, dos cubanas. ¡Qué memoria, Rox! ¡Y qué paradoja! Porque uno piensa en Cuba, en el Caribe. ¿Y? ¿Qué Caribe? Tablada. ¿Entonces? Mi padre, y el papá de ustedes también, el que hacía videos, la misma tierra negra, y nosotros acá, con Roxana, el sol que sale, se emiten cheques, los gusanos que empiezan a hacer lo suyo... ¿A nombre de quién está la caja? GUIDO: Eh, la cuenta está a nombre de Emilio... CECILIA ROVIRO: Emilio... Grynberg. JESSICA: No. Emilio Sebrjakovich. CECILIA ROVIRO: ¿Cómo lo escriben? JESSICA: (Lo deletrea.) ROXANA: Yo lo escribo... CECILIA ROVIRO: (Abrumada por el nombre, detiene a Roxana.) No, no se va a poder. Ahá. Kalakovich. Igual nos guiamos por el número de la cuenta que tiene menos dígitos y no tiene haches. GUIDO: Sí, Sebrjakovich.
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CECILIA ROVIRO: Entonces usted es Lourdes Kalakovich. LOURDES: No, Grynberg. Es mi apellido de soltera. CECILIA ROVIRO: (A los chicos.) ¿Ustedes son Grünbergs, también, con dos puntitos como “ungüento“? JESSICA: No, nosotros somos Sosa. CECILIA ROVIRO: Pero ustedes son una familia. (Todos asienten.) ¿Cómo son familia? LOURDES: No, ¡es que yo ya le expliqué a la señorita! ROXANA: La señora es la mujer del titular de la llave, y ellos son los hijos de la señora. CECILIA ROVIRO: (Como si recién los viera.) Hola, ¿qué tal? ¿Y entonces? Ah, ojalá pueda hacer algo por ustedes. (Cierra la agenda.) Entonces quedamos así. LOURDES: Así, ¿cómo? CECILIA ROVIRO: Tenemos el número de la cuenta. Los nombres... Es decir, ¿usted qué es lo que quiere? LOURDES: Tenemos que abrir la caja. CECILIA ROVIRO: ¿Pero por qué quieren sacar sus cosas? ¿Tienen humedad, las cajas? (A Roxana.) ¿Dónde está esta caja? ROXANA: Acá, abajo. CECILIA ROVIRO: Ah, ¿en el banco? LOURDES: Sí. CECILIA ROVIRO: ¿En esta sucursal del Tornquist? LOURDES y JESSICA: Claro. CECILIA ROVIRO: Ah, los felicito. Son clientes. ¿Entonces? LOURDES: Necesitamos la llave. CECILIA ROVIRO: ¡Ah! Entonces volvemos para atrás. (Abre la agenda nuevamente.) Yo ya les dije que no se puede. ROXANA: Teóricamente no se puede dar la llave. GUIDO: Nosotros queremos ver si prácticamente se puede abrir porque necesitamos cosas que hay adentro de la caja. CECILIA ROVIRO: A ver, Kalakovich. (Disca un número.) ¿Pájaro? (...) Estoy acá con una familia y lo tendría que ver el abogado de acá. (...) Ah, ¿sos vos, justo? Genial, vamos quemando etapas. (...)
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Sí, es una familia que tiene varios apellidos, no me los acuerdo, y perdieron la llave original. (...) Sí, del banco. (...) De acá, del Tornquist, de nosotros. (...) Sí, unos tarambanas. (...) ¡Ah! (A la familia, como si trajera una gran novedad.) Acá me dicen que no hay copia. JESSICA: Ya lo sabemos. CECILIA ROVIRO: Ya lo saben... Uy, Pájaro, ¿te conté lo de los corazones en Gucci? (...) Ah, OK. Buenísimo, nos mantenemos al habla, yo voy a ver cómo hago. (Corta.) Listo. LOURDES: Mire, estamos acá sentados, estuvimos como media hora afuera... Mi marido se murió. ¿A usted le parece que es grato hacer estos trámites con la casa tan vacía? CECILIA ROVIRO: Yo sé de lo que me habla. Yo también haría trámites de buena gana, si con eso pudiera aliviar el dolor. Ahora: ¡qué horror!, no poder disponer de sus cosas, en un momento así. Es feo. Es feo perder un ser amado. Su drama no me es indiferente. Acá con mi asistente, Roxana, todos, con ustedes, conmigo, vamos a hacer la VISTA GORDA. ¿No, Rox? GUIDO: ¿Qué quiere decir? ¿Que podemos ir a abrir la caja? CECILIA ROVIRO: Sí, claro. Ustedes van como si nada, van con la llave y la abren, aunque no sean los titulares, nosotras vamos a estar mirando para otro lado, ¿no, Rox? ROXANA: Podemos hacer que leemos unas revistas, o que ordenamos los folletos de créditos hipotecarios, que hablamos con el vigilancia... CECILIA ROVIRO: ¿Quién es el vigilancia, hoy? ROXANA: Campoamor. CECILIA ROVIRO: (Sonríe y anota en un papel amarillo.) Campoamor. (A Jessica.) Fijate cuando salgas, un bombón. GUIDO: Es que nosotros no encontramos la llave de la caja de seguridad. CECILIA ROVIRO: Ah. Nosotros no tenemos copia. LOURDES: ¿Entonces? CECILIA ROVIRO: Hagamos una nota de pedido. LOURDES: ¿Dirigido a quién? CECILIA ROVIRO: A mí. LOURDES: Pero, ¿no hay un superior, alguno que nos pueda solucionar esto? CECILIA ROVIRO: No, a mí... No se me van a caer los anillos por darles una mano con esto. LOURDES: ¿La nota la tenemos que hacer ahora?
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CECILIA ROVIRO: Sí, salvo que quieran volver en otro momento. LOURDES: No, no. CECILIA ROVIRO: La nota va dirigida a mí, señorita Cecilia Roviro. (Anota.) Bueno. ¿Qué me quiere decir? LOURDES: Que por favor nos abra la caja de seguridad... CECILIA ROVIRO: (Repite y anota tal cual.) “Que por favor”... (A Roxana.) ¿Soy zurda yo? ROXANA: Sí. CECILIA ROVIRO: “Nos abra la caja”... Porque escribo cómoda así... Acá pongo el número. ¿Qué más? LOURDES: Que nos autorice usted misma... CECILIA ROVIRO: “Que nos autorice”... Acá va el número de cuenta... Muy bien. Fírmela. Me la entrega. La recibo. Y le doy un comprobante de que la recibí, pongo mi fecha, y mi firma. Listo. (Se pone de pie para despedirlos.) LOURDES: ¿Y ahora? CECILIA ROVIRO: Hay que esperar. Lo único que puedo hacer es acelerar la nota para que me llegue más rápido. LOURDES: ¡No! ¡La llave! GUIDO: Lo que pasa es que no tenemos la llave. CECILIA ROVIRO: Yo les voy a dar un número. LOURDES: ¡No! ¡No! ¡No! ¡Rox, por favor ! ¡Rox! GUIDO y JESSICA: ¡Rox! LOURDES: Ningún número, dame la llave, yegua, dámela... CECILIA ROVIRO: Es el número de Susana Lastri, una psíquica que encuentra cosas. Silencio sepulcral. Lourdes acepta el número. Todavía no saben en lo que se están metiendo. LOURDES: ¿Y es de confianza suya? CECILIA ROVIRO: Mh. Hoy en día. Apagón.
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ESCENA 5 TENEDOR El living de los Grynberg-Sosa-Sebrjakovich. Una música aterradora. Susana Lastri, la psíquica, está sentada tratando de doblar un tenedor con la mente. El tenedor es la improvisada antena al Más Allá. Y es un número que siempre impresiona bien. Lo típico no está reñido con lo verdadero. Susana lo mira con intensidad, los ojos bañados en cuantiosas lágrimas. Mira a los presentes (Guido y Lourdes), luego mira a lugares que están “cargados” de presencias inexplicables: la ventana que se abre de golpe, una lámpara que se mueve sola por el viento, la puerta de una alacena que cede y de la que salen rodando dos o tres juguetes. Macabros. Chuckies. Una muñeca que habla si se la presiona. Un osito viejo. Lourdes y Guido siguen con inusitada atención el curso del experimento. Jessica, en cambio, pasa un par de veces sin prestarles ninguna atención, buscando sus cosas: campera, carterita, sus cosas de bailar, en fin, sus cosas. Guido tiene una suerte de rara excitación intramuscular. Y se hace pis encima. Susana Lastri, pese a sus esfuerzos denodados, no consigue doblar el tenedor. Súbitamente, interrumpe su intentona, y baja la cabeza. La música persiste. Fortísima. SUSANA LASTRI: No puedo doblarlo, no sé qué pasa. (Llora.) No quiere venir. El muerto no quiere venir. LOURDES: ¡Jessica! GUIDO: (Sale gritando.) ¡Jessica! ¡Jessica! Lourdes toma el tenedor e intenta doblarlo, pero no puede. Lo deja con cuidado. Luego toma el teléfono y disca un número. Casi no se oirá nada, porque la música sigue estando a un nivel insoportable. LOURDES: Ya me desocupé. (...) ¿Te fijaste a qué hora empieza? (...) ¿Y será buena, ésa? (...) ¡Jessica! ¿Podés bajar la música? (...) Yo no tengo mucha concentración. (...) ¡Jessica! ¡La música! (El volumen de la música baja, ésta venía del cuarto de Jessica, y no de la nada, como el teatro suele hacer creer.) (...) Bueno, está bien. Nos vemos ahí. (Corta.) Afuera se escucha una discusión. GUIDO (OFF): ¿Qué nos estás haciendo? JESSICA (OFF): Nada, ¿yo qué tengo que ver? No traigan esta gente a casa. Después pasan cosas raras. Lourdes le devuelve el tenedor a Susana. Ella lo tira violentamente contra la pared. GUIDO (OFF): ¿Qué decís, Jessy? JESSICA (OFF): El otro día puse diez pesos debajo de la almohada y me desaparecieron. GUIDO (OFF): ¿Para qué los pusiste? ¿Para el Ratón Pérez? JESSICA (OFF): Los puse para probar que es trucha. GUIDO (OFF): No, no confundas las cosas. Los habrás usado y te olvidaste. Habrás pagado un taxi, alguna cosa. Y te olvidaste.
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JESSICA (OFF): ¿Cómo voy a poner diez pesos y olvidarme que no los tengo que tocar? ¿Te creés que soy tarada? JESSICA (OFF): Además, no es lo único que pasa. Se volvió a tapar el depósito del baño. GUIDO (OFF): ¿Y qué tiene que ver? JESSICA (OFF): Eso. Se volvió a tapar, y antes nunca se había tapado. GUIDO (OFF): ¿Y qué? Si ella ni siquiera fue al baño. JESSICA (OFF): Y bueno, pero estas cosas pasan. LOURDES: (A Susana.) Yo creo que podemos probar mañana. Valió la pena igual. A lo mejor él se tiene que acostumbrar a la idea de que está muerto... y ahí te contesta, ¿no? SUSANA LASTRI: No se va a acostumbrar. LOURDES: Ah... Mirá... No te podés quedar acá, yo me tengo que ir, porque si me quedo me deprimo. Ya arreglé y voy a ir al cine a ver una. SUSANA LASTRI: Ya me voy. LOURDES: Nos vemos. Lourdes se va. Entra Emilio. EMILIO: ¿Salís, Lourdes? ¿Vos me llamabas? ¿Me podés comprar un cassette Super VHS? (Lourdes, obviamente, no lo oye y sale.) ¿Sabés cuáles son? Los del tamaño igual que los VHS pero que tienen una cajita... OK. (A Susana.) ¿Te atendieron? SUSANA LASTRI: (Que merced a sus incontables habilidades sí puede verlo, pero no reconoce que es el convocado.) No, ya me iba. A lo mejor mañana... hoy me fue imposible, imposible. Estoy agotada. EMILIO: ¿Qué hacían? SUSANA LASTRI: Tratando de hablar con un muerto... EMILIO: ¿En serio? SUSANA LASTRI: ¿Podés creer? Yo, que apenas me entiendo con los vivos. Perdoná, no te quiero enrollar, pero yo no pedí este don, ¿sabés? ¿Vos vivís acá, también? EMILIO: (Mira la casa, como reconociéndola por vez primera.) ¿Eh? Sí... ¿Querés un café? SUSANA LASTRI: Sí. Emilio sale a buscar el café, ve a la muñeca en el piso y trata de recogerla, en vano. EMILIO: Uy, Ñaña. (Sale sin la muñeca.) Entra Guido, vestido sólo con una toalla alrededor de la cintura.
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SUSANA LASTRI: Ah, voy a probar otra cosa. Traeme el teléfono. Guido sale a buscar el teléfono y entra Emilio nuevamente con el café. EMILIO: Acá te traigo el café, y las palmeritas que estaban en la cocina. GUIDO: (Vuelve a entrar, pero no parece ver ni oír a Emilio.) ¿Quién te trajo el café? SUSANA LASTRI: Un cafecito y me voy. Tengo trabajo, cuido una nena. EMILIO: Claro, con un trabajo solo no alcanza, ahora. ¿Querés azúcar? SUSANA LASTRI: Sí. Guido mira el lugar para dónde habla Susana. Emilio sale a buscar el azúcar. SUSANA LASTRI: (Acepta el teléfono de manos de Guido, se cambia ceremonialmente un anillo de dedo y marca un número mágico en el teléfono.) ¿Emilio? (...) Ah, hola, ¿no está Emilio? (...) No, normalmente marco este número y me aparece un guía, un Antiguo, que me da con... ¿Quién habla? (...) ¿Mamá? Ay, marqué cualquier cosa, no sé qué estoy haciendo. (...) No, no te preocupes, mamá, no es nada, es que marqué de memoria. (...) No, es un número que no se anota, se ve que me lo olvidé. (...) Ya volverá. Sí. Puede ser. Estoy cansada, no me salen bien las cosas. A veces no los distingo. (...) No, por hoy ya está, ahora me voy a cuidar a la nena de Caballito, así que no me esperes a cenar. (...) Sí, mamá, yo llevo los siete pesos, no te preocupes. Chau. GUIDO: ¿Salimos a tomar un café... fuera de casa? SUSANA LASTRI: Sí. GUIDO: ¿Me das tu teléfono? SUSANA LASTRI: Sí. Cuatro... ocho, seis, tres... GUIDO: Sí... uy, ya lo tengo en el... acá, el directorio. ¿El viernes que tenés que hacer? (Susana se encoge de hombros.) Porque mi hermana Jessy hace una fiesta, cumple los... (no tiene idea fija del motivo de la fiesta). Y... una fiesta universitaria, con amigas, y amigos, juntan plata, y no sé si te cabe, hacen esas fiestas... de ácido. Se prueban cosas que... SUSANA LASTRI: Sí. GUIDO: ...pero son buena gente. ¿Qué? ¿Te cabe la onda? SUSANA LASTRI: Sí. GUIDO: Bueno, no sé si te gusta ir a fiestas, igual, no sé si querés venir a la fiesta del viernes. SUSANA LASTRI: Sí. GUIDO: Buenísimo. (Señalando los juguetes que han rodado durante la invocación al más allá.) Qué impresionante cómo... Entonces te llamo y te paso a buscar, arreglamos todo bien... SUSANA LASTRI:
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Sí. GUIDO: Bah, te paso a buscar... Es acá mismo. Ah, ¿y lo del café? ¿También me aceptás lo del café? ¿Lo de ir a tomar un cafetico? SUSANA LASTRI: Sí. GUIDO: ¿Y eso cuándo sería? SUSANA LASTRI: Cuando quieras. GUIDO: Sí. Hace un rato me hice pis encima. Con tanto lío... acá en casa... SUSANA LASTRI: Sí. GUIDO: Igual, ya me lavé, me cambié el pantalón... me voy a poner un pantalón... de corderoy. ¿Vos… o sea… quién sos? Quiero decir… estos poderes... ¿hace cuánto que los tenés? SUSANA LASTRI: No sé. Bah. Ojalá no supiera. GUIDO: Yo de chico creía que tenía poderes. A veces me ponía a mirar una maceta con mucha bronca, con odio por alguna cosa, y casi siempre después la planta se moría. A lo mejor no la regaba nadie. Tampoco quiero decir que tenía poderes, pero… ¡Qué odio! Yo era un chico que sentía mucho odio, ¿sabés? SUSANA LASTRI: Sí. Tu mamá. GUIDO: No, no sabés. SUSANA LASTRI: Es que sé. GUIDO: No te das una idea. Yo tendría cinco años, seis, había escrito unos versos, se los llevé a mamá, que estaba cocinando, ni los leyó, los dejó por ahí, SUSANA LASTRI: (De manera casi inaudible, en un breve trance, recita los versos que Guido ha perdido en la infancia.) “Cuando quieran saber de mí / no me busquen entre mis cosas / entre las figuritas, los autitos, mi oso. / No voy a estar para nadie.” GUIDO: (Que no ha reparado en el sencillo trance poético de Susana, sigue con su relato.) ...Después le pregunté dónde estaban, si los había leído... ¿Vos sabés lo que hacía? Me decía que tuviera amigos, era “progre”, me invitaba chicos de la calle y me los ponía en el living a ver los dibujitos, se tomaban el Nesquick, se comían mis pepas... Ella se para, lo besa en la boca, le da una tarjeta y sale hacia la puerta de calle. Bueno, te llamo, Susana. ¿Es tu número? Ah, no. SUSANA LASTRI: No. Es un psicólogo. Barato. Hagan terapia. Tienen bloqueo. GUIDO: ¿Vos creés que yo te dije lo que te dije porque...? SUSANA LASTRI: Ustedes saben dónde está la llave en un estadío inconsciente. Hagan terapia. Vuelvan a saber. (Sale. Apagón.)
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ESCENA 6 TERAPIA FAMILIAR Oscuridad. En casa de Lourdes, suena el teléfono. Se dispara el contestador. VOZ DE LOURDES en el contestador: Hola, te comunicaste con el cuatro-seis-seis-dos, ocho-siete-cinco-seis. Dejá tu mensaje después de que haga pip. Hello! This is four-six-six-two, eight-seven-five-nine, no six, five-six. Ay. ¿Cómo vuelvo? Leave your message after the beep. ¿Qué toco? Ay, ¿qué tengo que tocar, Jessy? No quedó nada, no titila más. (Se corta abruptamente.) VOZ DE ANABEL: Hola, holita, Jessy, Jessuna, ¿estás ahí? Habla Anabel, quería saber cómo andabas, porque te fuiste medio mal del proceso de ensayo... el otro día... No sé, puede ser que a Elyse no le gustó lo que hacías, la postura, pero yo quiero que sepas que sos la mejorona, no te dejes vencer por todo el rollo en tu casa, y... lo triste. Escuchame, ahora te dejo que estoy en la facultad. Estoy grabando una clase magistral... de un capo, no sé quién es, Mayenburg, yo lo voy a grabar porque como es en alemán después la bajamos a papel-papel y la vendemos por mucha, mucha guita a los alumnos, y quería ver si me ayudabas a desgrabarla, el viernes... que es lo de tu fiestita, si querés voy antes y lo hacemos juntas, y de paso charlamos de... (La máquina corta.) Mientras, ha ido subiendo la luz. La familia en pleno (Lourdes, Jessica y Guido) hace terapia en casa. Incluso han contratado a un Terapeuta, un individuo pelilargo de aspecto informal pero contrito. Tal como se ven las cosas, hace rato que están en eso. Lourdes está demacrada, ha llorado media hora sin parar. Todos están extrañamente enredados en un cable, uno de cuyos extremos sostiene el Terapeuta. Lourdes parece haber interrumpido la sesión para poder oír quién llamaba. Terminada la llamada, sigue con lo suyo. LOURDES: Bueno, no es importante. Sigamos. GUIDO: (Terminado su turno, pasa el otro extremo del cable a Jessica.) Yo... ya está. JESSICA: (Recibe el cable.) ¿Qué, tengo que hablar de mí? TERAPEUTA: ¿A usted qué le parece? JESSICA: ¿Tengo que decir algo en particular? GUIDO: Dale, Jessy, hablemos... JESSICA: Bueno. Eh... corté con Johnson... LOURDES: Hace cinco años que cortaste con Johnson... (Jessica la ve con ganas de hablar y le pasa el extremo del cable, ya que supone que ésa es la regla primera del procedimiento terapéutico.) Yo ahora te escucho hablar de Johnson y pienso que nunca te pregunté por qué cortaste... Yo estaba muy ocupada con lo de la doble ciudadanía, que al final no me salió nunca, me pasaba el día haciendo colas... Pero ese chico, Johnson, tan rubio, casi pelirrojo... ¿Estabas bien con él? JESSICA: No, mamá, por eso cortamos. LOURDES: ¿Y cómo querés que me dé cuenta, eh? Está bien, yo estaba ocupada con lo mío, pero vos
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no venías y me decías cosas. (Jessica, aún manteniendo las formalidades, intenta recuperar el extremo del cable para responderle.) ¿Qué querés, qué me hacés, qué me querés hacer? (Jessica desiste, hastiada, y mira al Terapeuta.) Estaba hablando yo. GUIDO: Quería contestarte, mamá. (Al Terapeuta.) ¿Está bien cómo lo estamos haciendo? JESSICA: ¿Si quiero hablar tengo que agarrar el hilo? TERAPEUTA: No sé, es la primera vez que lo pruebo. JESSICA: Lo que pasa es que como mamá estuvo media hora seguida hablando no sé cuál es el asunto, en esto del hilo, del cable... LOURDES: ¿A vos te molesta que yo hable? ¿Es eso? ¿Te parece que no lo pasé? Mirá. (Muestra el recorrido del cable, que los ha enredado varias vueltas a todos.) Hay pruebas de que lo estuve pasando. Acá hay prueba de sobra de cómo funciona esta familia. No tenés coartada, Jessica. ¿O querés decirme otra cosa? GUIDO: Ah, por eso el recorrido del cable... Es como... Es como, pone de manifiesto lo que pasa... Ella se pone nerviosa y nos tironea, sin querer... Es decir, nos involucra... TERAPEUTA: ¿Qué querés decir con que te tironea? JESSICA: Tironea. Es física, es un tirón físico. Una cuestión física. TERAPEUTA: No. Toda enfermedad es psicosomática. Y acá yo veo enfermedad donde ustedes ven tirón. ¿Qué más querés recordar? JESSICA: Como querer, no quiero. ¿Qué? ¿Tengo que volver a lo de Emilio? LOURDES: ¡“Lo de” Emilio! ¡“Lo de” Emilio! Nos quieren hacer quedar como unos monstruos, doctor. JESSICA: Cuando llegó Emilio papá trabajaba todo el día y mamá misionaba por la zona en la mañana... LOURDES: Yo era católica. Pero nunca los involucré a ustedes en nada. JESSICA: ...Y en la tarde vendía anteojos de sol en un puestito frente a la Catedral. Era “progre”. En el ‘85 conoció al Papa, él le compro dos pares de anteojos. Unos para él, y otros de carey rojo, le dijo que se los envolviera para regalo... LOURDES: No cuentes todo. JESSICA: Y cuando se iba dice que le dijo al oído en su media lengua... JESSICA y GUIDO: (A coro, con acento extranjero.) “Sos hermosa, morocha”... La familia tiene un momento de calma, en el recuerdo, en el que los tres se sonríen con esa complicidad propia de las familias y de los comerciales de Nescafé. TERAPEUTA: ¿Usted quiere decir “Papa” o “papá”?
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LOURDES: Papa. GUIDO: El Papa. JESSICA: Papa. LOURDES: No... Vino en el ‘85, era el Papa, me pidió unos anteojos... GUIDO: Sí, el Papamóvil... TERAPEUTA: Yo entiendo eso, pero... ella, cuando habló, ¿qué quiso decir cuando dijo “Papa”? LOURDES: ¿Vos hablaste del Papa por papá? ¡No demores todo mil horas, nena! JESSICA: En este momento preciso quise hablar del Papa, pero si quieren hablo de papá. GUIDO: (Por el cable.) Mamá, me están tirando... LOURDES: ¡No cuestionen todo, todo lo que hago! ¿No ven que estoy desesperada? Ya les expliqué, ya nos explicó la psíquica: tenemos un bloqueo, toda la información que teníamos en el consciente se fue al inconsciente, y entre esa información a lo mejor uno de nosotros recuerda dónde puso Emilio la llave... JESSICA: Mamá, te acompañé al banco... Y hasta la psíquica entiendo... ¡Pero esto...! LOURDES: ¿Qué decís? ¿Qué entendés? Si a vos no te interesa entender nada, no me entienden, nunca me entendieron. TERAPEUTA: Saque todo, señora. LOURDES: Me humillan, ¿para qué, doctor? (Arroja los cables y se va.) En este momento de mi vida necesito alcohol, así que voy y me lo procuro, y si les parece raro piensen que no hay otra vida para tomar lo que uno necesita. (Sale a por un trago, se topa con hojas secas, caídas durante la experiencia Lastri.) ¡Qué hojarasca! ¡Qué tengo que dar tantas explicaciones! JESSICA: ¿Cómo es esto? ¿El que quiere se puede ir? TERAPEUTA: Técnicamente, no. (Bajando la voz, e invitándolos a cierta confidencia.) Ey, chicos... ¿Por qué se puso así? ¿Fue algo que yo dije? JESSICA: No sé. Mamá es así. LOURDES: ¿Qué? (Vuelve con un vodka, muy relajada. Al menos por un rato.) Ya estoy mejor. Ahora que me relajé un poco y fui a buscar un trago me acordé de algo: mañana tenemos el cumpleaños de Gachi. ¿Puede servir como asociación? TERAPEUTA: No sé. ¿Quién es Gachi? JESSICA: (Desestimando la relación entre esto y la llave perdida.) Es un vecino.
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LOURDES: ¿Qué sabés si no tiene nada que ver? ¿Qué sabés si no puede ser un detonante? Que lo decida él. GUIDO: Yo no lo conozco. JESSICA: Sí, Gachi... Es el 26, mañana. TERAPEUTA: A ver. Ustedes dicen que mañana es el cumpleaños de Gachi. Y él no lo conoce. JESSICA: (Tratando de hacerle recordar a Guido.) Gachi... LOURDES: Gachi... TERAPEUTA: Ahá. A ver. ¿Cómo funciona esta familia? Ustedes creen que todos tienen la misma información y no es así. Esto puede ser clave para encontrar esa llavecita. GUIDO: (Súbitamente, recuerda.) ¡Ah, Gachi! Sí lo conozco. ¿El... bicicletero? TERAPEUTA: Entonces volvamos mejor sobre Emilio. (Tira del cable.) JESSICA: Emilio se paraba en la puerta de casa, cuando yo llegaba de la escuela, me esperaba en la verja, y no me dejaba entrar... Le tenía que decir mi nombre: Jessica Sosa, y recién ahí me dejaba pasar... LOURDES: Era una broma que te hacía tu hermano. JESSICA: Claro, mi hermanastro. Yo tenía que decirle mi nombre y mi apellido, porque él tenía otro apellido, era adoptado. LOURDES: ¿Qué tiene de malo adoptar a un chico? Nosotros les consultamos, tu padre y yo lo hablamos con los dos, y ustedes estuvieron de acuerdo... JESSICA: Yo tenía seis años. Y Guido, tres, mamá. LOURDES: ¿Y? Los que son sensibles entienden de esas cosas de chiquitos, incluso de antes de nacer, desde que están en la panza, ¿no, doctor?. JESSICA: Emilio era enorme, cuando lo adoptaron ya tenía 25 años, y un aspecto... LOURDES Bolchevique. JESSICA: A un muchacho a esa edad ya no le hace falta una familia, sino otra cosa. Y se iba agrandando con la enfermedad, con la elefantiasis. LOURDES: No, Emilio se curó rapidísimo con los masajes, casi no le quedó secuela... JESSICA: Sí, los masajes... Con esa excusa hubo que hacerle masajes, ¿no? Todo tipo de masajes... LOURDES: Basta, Jessica.
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JESSICA: ¿Basta, qué? ¿Me querías hacer hablar? Muy bien. ¡Vos te casaste con tu hijo, mamá! ¡Con tu hijastro! Murió papá y te casaste con él. ¿Ya estaba en los planes, o fue amor de madre, eh? Nosotros... Guido y yo... tuvimos que vivir con eso, pasar por las noches y ver a Emilio en tu cama, oírlos hacer la lista de compras para ir al Coto, todo, todo eso, ¿entendés? LOURDES: ¿Eso me querías decir, todos estos años? (A los dos.) ¿Era eso? ¡Emilio tenía 25 años cuando tu papá y yo lo adoptamos! ¡Somos adultos! ¿Qué es esto? ¿Un interrogatorio entre gente grande? Nada de esto viene al caso. Esto no es un tema inconsciente, y nosotros estamos tratando de sacar del inconsciente algo que nos importa a todos... JESSICA: ¡Claro, la llave! ¡Lo único que nos importa a todos? ¿No, mamá? LOURDES: (Terminal.) Yo tomé una decisión: me salga o no me salga la ciudadanía, me voy a vivir a Miami. Como familia fracasamos, lo estamos asumiendo acá, ahora, ya somos todos grandes, todos tenemos profesiones... GUIDO: Mami, yo no tengo. LOURDES: Les pido por favor un poquitito de memoria para encontrar la llave y no nos vemos el pelo nunca más, si es lo que quieren. JESSICA: No es que no queremos encontrarla... es que no está. LOURDES: No la querés encontrar, nunca quisiste nada ni de Emilio, ni de mí, la llave era de Emilio, ergo: no la querés encontrar. ¿Necesito yo un terapeuta para entender eso? JESSICA: Está bien, mamá: hagamos otra jornada. TERAPEUTA: Sí, estoy de acuerdo. Ahí saltó la necesidad, y está bien. JESSICA: No, otra jornada de búsqueda. De buscar la llave. TERAPEUTA: Aquí hay problemas disfuncionales. (A Jessica.) Vos tenés problemas. (Los señala uno por uno.) Y vos. Y vos. Son distintos... y son todos problemas. GUIDO: Ahá... Yo querría... preguntarle algo, pero es mío, no tiene que ver con esto de, lo disfuncional... es algo medio privado, a lo mejor después podemos... TERAPEUTA: ¿Algo vinculado a tu identidad sexual? LOURDES: Yo escucho agregar problemas, en vez de ponerse a solucionarlos. Vengo a hablar de una llave, que es un objeto chiquitito, concreto, y tengo que escuchar de mis hijos acusaciones retrógradas, vengo a ver cómo agregan problemas... Y yo quiero sacarme problemas de encima. Me quiero sacar un problema. Paguemos. GUIDO: ¿Pero cómo es esto? ¿Tenemos que pagar entre todos? Chicas, yo no tengo plata. JESSICA: Yo no tengo cambio, tengo 10 pesos. TERAPEUTA: Sí, son 10 pesos.
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LOURDES: Dáselo, yo después te lo doy. TERAPEUTA: El problema de la plata arréglenlo entre ustedes. LOURDES: No puede ser indiferente al tema de la plata. Ella no confía en mí para prestarme cinco pesos. JESSICA: No es que yo no confíe, es que llego tarde a mi ensayo, me tengo que tomar un taxi y no puedo quedarme sin plata. JESSICA: ¡No confiás! ¡No creés en mí! LOURDES: ¿Ve? A todo reacciona así, no se le pude decir nada. GUIDO: Es una mujer imposible. JESSICA: Es el reino del revés. GUIDO: O... se baña y deja los pelos en la rejilla. JESSICA: Es sucia. GUIDO: Nunca nos apoyó en nada, ella si puede te boicotea. JESSICA: Y ni lo registra. GUIDO: Cuando misionaba para los católicos nos creaba confusiones horribles, éramos chicos, yo era chico... JESSICA: Es inconstante... Todo le cansa entonces no hace nada, no termina nada. GUIDO: Y me metió el miedo del infierno. Y me asoció la idea del infierno a la idea del sexo, del sexo, que es algo... normal, y bueno. La crisis termina en un silencio sepulcral, y largo, en el que Guido resuena más de lo necesario, al menos para su gusto. JESSICA: ¿No tiene dos de cinco? TERAPEUTA: No, yo no tengo un peso. Yo hago esto porque me gusta y me recibí y todo, pero la plata la saco de otro lado. Estuve trabajando acá, en una escuela, levantándoles números a las maestras, y ahora no me pagaron, me tuve que pelear... Parece que adoctrinan a los chicos para que no jueguen a la clandestina. Y eso te arruina. Esos chicos lo aprenden así, de chicos, y nunca van a ir a ponerle un cinco pesos a ningún número. Si se lo dice la maestra... “No le juegues a la clandestina, no le juegues a la clandestina”... “Lo dice la seño, lo dice la seño, lo dice la seño...” Te funden. LOURDES: (Sin emitir ningún juicio.) ¿Cómo? ¿Quiniela? TERAPEUTA:
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Vamos hacer una cosa: vos me das ese billete, yo me considero cobrado, pero de paso te lo apuesto a un número y así salimos ganando todos. Y si sale el número, ni te cuento. Vamos en sociedad. JESSICA: (A todos les parece muy bien el arreglo.) Bueno, sería cuestión de ver el número. TERAPEUTA: El que quieras. JESSICA: El veinticuatro. TERAPEUTA: Bueno. JESSICA: ¿Qué es? TERAPEUTA: El borrico. JESSICA: ¿Cómo “el borrico”? TERAPEUTA: El borrico, el asno. JESSICA: No, entonces no. LOURDES: Claro, no merece la pena. Doctor, tiene la farmacia abierta. TERAPEUTA: El ochenta y ocho es bueno, tiene posibilidades. JESSICA: ¿Qué es? TERAPEUTA: El Papa. LOURDES: Ah... como un... nada. JESSICA: Está bien. Saco algo de plata del Banelco, espero encontrar alguno con plata. LOURDES: ¿A dónde vas? JESSICA: A un ensayo. LOURDES: ¿De qué? ¿Qué estás ensayando? JESSICA: Lo de Elyse. LOURDES: ¿Qué Elyse? JESSICA: La coreógrafa, la que vino de Berlín. Mamá, yo tengo plata. (Se va.) LOURDES: ¡Qué barbaridad, no me cuentan nada! Yo no sé si es abogada, dónde duerme, cómo gana la plata, qué pasó con el guarango ése del pelirrojo, lleno de granos, que una vez lo vi que se masturbaba en el sofá del living. ¿Y vos, Guido? GUIDO: ¿Eh?
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LOURDES: Decís que no tenés profesión: ¿qué pasó con lo que habías empezado? GUIDO: No... Se complicó, en un momento empezaron a querer tomar parciales... y finales, a mí me gustaba lo de los cables, lo técnico... LOURDES: ¿Y por qué no lo seguiste, si te gustaba? GUIDO: Se me complicó, ma. (Se quiebra emocionalmente.) Se complicó todo. Apagón.
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ESCENA 7 CÁRCEL En la cárcel. Sala de visitas. El Terapeuta atiende a Regina, una señora elegante, bastante alterada. Le muestra una lámina, a la distancia. Una agente penitenciaria, mujer policía, de uniforme, la agente Melina Trelles, está esposada a Regina, por seguridad, y porque sí. REGINA: ¿Usted cree que yo estoy loca, doctor? Yo lo que tengo es tristeza, porque estoy presa, y porque estoy medicada, y porque ya tenía tristeza antes de estar presa, y yo no maté a nadie. MELINA: Le mataron a un amigo de ella… Emilio... REGINA: Mi amante, Melina, ¿o tener un amante es motivo para ir presa? MELINA: Y también encontraron muerto a un señor que ella cuidaba en el hospital... REGINA: Ya hace una semana de eso, sin pruebas, sin nada, y yo todavía acá, interrogada. TERAPEUTA: ¿Qué pasó? REGINA: ¿No ve?... ¿Qué pasó con qué? ¿Con Emilio? Habíamos discutido. ¿De qué? Lo mismo de siempre. Yo me tomé el antidepresivo, tomé alcohol, ¿cuánto?: medio jarrito, me dormí. ¿Qué pasó? Parece que en ese tiempo Emilio rodó por la escalera, ¿yo lo sabía?, yo no lo sabía. ¿Cómo podía saberlo si estaba dormida, medicada, triste? TERAPEUTA: Eh... che. ¿Y qué ve acá? REGINA: Una canoa. TERAPEUTA: ¡Sí, sí! ¡Es una canoa! MELINA: ¡Sí, es una canoa! TERAPEUTA: Usted no está loca. REGINA: Eso ya lo sé, doctor. TERAPEUTA: Por mí, el trabajo está terminado. ¿Quién me paga mis ocho pesos, acá? MELINA: ¿Ella no está loca? REGINA: ¡Es que era una canoa, Melina! TERAPEUTA: ¿Y acá que ve? REGINA: ¿Y qué voy a ver? Una señora, amodorrada junto al hogar a leña, ésta es la leña, que rechaza una Biblia que le ofrece esta monja. La rechaza, le dice, ¡no! ¡Que si lo veo, porque lo veo; que si no lo veo, porque no lo veo! Melina, ¿ustedes prepararon esto?
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(Melina niega con la cabeza.) ¿Qué me quieren demostrar? ¿Que porque alguien rechace la palabra de dios va a ser un asesino? ¿Quieren que lo discutamos? Miren que los puedo hacer mierda, ¿eh? En primer lugar... TERAPEUTA: Esa historia... que usted ve acá, ¿la ve acá, o es su historia? REGINA: ¿Qué? ¿Así funciona la psicología? ¿Eso piensa usted? Ah. Me quieren ver violenta. MELINA: A lo mejor, la señora (señalándola en la lámina) no rechaza la Biblia... REGINA: (Le da vuelta la lamina.) ¡Ésta es la leña! MELINA: Claro... lo que dice es “ahora no, estoy cansada”. REGINA: ¿Y qué diferencia hay? MELINA: A los efectos de convencer de la inocencia de uno, a uno le conviene mostrarse pío... Piadoso... Católico... o cristiano, no sé. Uno tiene que... REGINA: ¿Por qué decís “uno”? ¿Te referís a mí? ¿Sos tonta? (Pausa, en la que se verifica que la respuesta a esa pregunta es afirmativa.) Ay, sos tonta. (Señalando a Melina.) ¡Ese test saca lo peor de cada uno afuera! (El Terapeuta la mira fijo.) ¿Qué? A ver. ¿Cómo esperan probar que yo maté también a ese señor de las cubanas? TERAPEUTA: ¿Las cubanas? REGINA: Sí, el hombre del hospital. El Señor Roviro. La semana pasada. ¿Qué pasó? También había discutido con Emilio. ¿Qué hice? Salí a caminar. ¿Por dónde bajé? Por Díaz Vélez. ¿Llevaba alguna cosa en especial? Sí, llevaba al perro. (Suena el aparatito de Melina.) ¿Podrías apagar eso? MELINA: No, es que son normas de seguridad. Mirá si vos me decís “mirá ese pajarito”... REGINA: ¿Cómo te voy a decir que mires un...? MELINA: “Mirá un zorzal en la reja”, yo miro, y me agarrás el arma y nos pegás un tiro a cada uno... y te vas disfrazada de proveedora. Me tengo que comunicar a intervalos... REGINA: Doctor, estoy en manos de subnormales. TERAPEUTA: ¿Qué pasó esa noche, Regina? REGINA: Seguí caminando, y para mi desgracia, yo andaba medio boleada y casi me pisa un micro. ¿Qué micro? Un micro lleno de egresados que volvían de Bariloche. ¿Qué hacen los chicos? Me empiezan a gritar por las ventanas: “¡Conchuda, conchuda!” Eran las dos de la mañana, ni un alma, y ellos a los gritos, el perro se alteró mal, se me soltó de la correa, ¿y qué hizo?, mordió al primer tipo que pasaba, ¿qué iba a hacer, pobre? Un perrito de raza, así chiquito, ahora sacrificado. VOZ DEL PADRE DE CECILIA ROVIRO: (Superpuesto a Regina.) Un perro chiquito, Ceci... ¿Qué me va a pasar? REGINA:
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Era un vie... un señor mayor. Bueno... yo les dijo “viejos”, ustedes perdonen. Le mordió la pierna, un sangral. Me digo: “¿Qué hago?” Porque otra turra lo hubiera dejado en la vereda mandándose a mudar. Pero yo dije: “Lo llevo al Durán”. Lo llevé a la guardia, quedó en terapia intensiva, no por la mordida, que era algo superficial que se cosió enseguida, sino por otras cosas. La gente muere de muchas cosas, Melina, y lo del perro fue un accidente que puede pasar. MELINA: Sí, puede pasar... TERAPEUTA: ¿De qué murió el señor? REGINA: Yo lo cuidé unos días. La culpa, la angustia, qué sé yo. A veces es bueno hacer cosas sin esperar recompensa... TERAPEUTA: (Tomando nota de algunas frases que le parecen dignas de atención, y que repetirá en voz alta). “Qué sé yo”. REGINA: Cosas que uno -por pereza- por ahí no hace. Yo iba todos los días de tres a seis, en el horario de visitas, él estaba inconsciente, ¿sentía mi compañía? (A Melina.) Yo no lo sé... MELINA: Lo de las cubanas... REGINA: Ah, sí. Ahí aparecieron dos cubanas, jovencitas, de tez... ¿cómo se dice?... ¿morena? MELINA: ¿Negras villeras? REGINA: No... Dos mulatas, llenas de ritmo. Yo les pregunté quiénes eran, y ellas me preguntaron a mí quién era. Yo no les dije que era la dueña del perro, me dio miedo. La cosa es que yo ya no le tomaba la mano al viejo mientras estaba en la pieza. Miraba la tele, me hacía la tonta, y ellas hablaban de sus cosas con toda normalidad, con ese acento... cosas banales, ni siquiera hablaban de cosas en Cuba, ¡todo el tiempo una boludez tras otra! Yo no sé quiénes eran, pero ¿por qué no van y buscan a las dos cubanas en vez de detenerme a mí, que no tengo nada que ver? ¡Y que ya expliqué todo esto, Melina! TERAPEUTA: Y el viejo... REGINA: Un día voy y me dicen que no pasó la noche, que le desconectaron no sé qué, que todo el hospital está investigado, médicos, visitadores, todos. Les pregunto por las cubanas, ¿qué cubanas?, ¿qué tambores?, nadie sabe qué cubanas, ahora. ¡Dos negras con unos culos de este tamaño, por favor! TERAPEUTA: Me imagino. REGINA: No, imagíneselo, porque le aseguro que no es una imagen... evanescente. Que las busquen. Pero no. ¿Qué hace la policía en cambio? MELINA: Y, Regina... Sumamos dos más dos... Muere el señor que cuidás en el hospital, acusás a unas chicas que no existen... Muere tu novio en tu casa... REGINA: Mi amante. MELINA:
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...tardás dos días en declarar la muerte de tu novio... REGINA: ¡Estaba durmiendo! ¿No se puede dormir sin ser culpable de algo? Uy, mirá el zorzal, Melina, mirá. Melina obedece, y luego se da cuenta de lo tonta que ha sido. REGINA: Yo le quería pedir, doctor, si no puede hacerme una receta para las pastillas antidepresivas. MELINA: Yo te las consigo. ¿Cuáles son? REGINA: ¿Qué me vas a conseguir? MELINA: Sí... REGINA: No creo; son drogas. MELINA: Sí, eso acá es mucho más fácil de conseguir. INTERCOMUNICADOR: Sargento Melina Reyes, estoy escuchando toda la conversación. Cambio. MELINA: ¿Yamil? ¿Sos vos? ¡No estoy ofreciendo drogas! ¿Yamil? Cambio. REGINA: ¿Escuchó la conversación? ¡Vayan a buscar a las cubanas, entonces, y denme mis cosas, Jazmín! Cambio. INTERCOMUNICADOR: No seas boluda, Trelles. Acá la señora tiene otra visita. ¿La hago pasar? Cambio. REGINA: ¿Quién es, Jazmín? MELINA: Yamil, es el agente Yamil Mirabal. REGINA: ¿Es el abogado, Jazmín? Cambio. INTERCOMUNICADOR: Es una familia. Over. REGINA: ¿Una familia? ¿Qué familia? Si yo no tengo familia. Bueno, a ver, que pasen. Yo no doy abasto, acá, doctor. A cada minuto una nueva actividad. Entran Lourdes, Jessica y Guido. TERAPEUTA: Uy, es una familia que yo conozco, los analizo. LOURDES: ¿Vos sos ella? REGINA: ¿Yo? LOURDES: ¿Vos lo mataste? REGINA: ¿Qué tengo que dar explicaciones? ¿Quién sos vos? JESSICA: Queremos la llave. GUIDO:
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Nosotros no tenemos rencores pero sabemos que usted era la amante de mi papá, de mi hermano, Emilio, y él está muerto. REGINA: Sí, ya sé. Si él no estuviera muerto, ¿ustedes se creen que yo estaría acá? GUIDO: No es que usted lo haya matado pero… REGINA: ¡Yo no lo maté! LOURDES: ¿Y por qué estás presa? GUIDO: Nosotros necesitamos la llave de la caja que está en el banco Tornquist. REGINA: ¿Ves? A vos no te importa nada Emilio, lo único que querés es la plata. LOURDES: ¿Cómo no me va a importar? ¿Vos pensás que yo soy una idiota? ¿Que no veía cómo lo iba perdiendo, día a día? ¿Que no olía tu Anaïs-Anaïs en su saco? ¿Que no veía tu mugre debajo de sus uñas? ¿Sabés hasta qué límites tuve que sufrir yo? ¡Criar un hijo para amarlo como a un esposo, y perderlo todo así! REGINA: Él llegó a mí como un hombre libre, Lourdes. No podés revisar ese tema conmigo, que estoy arruinada. LOURDES: Yo no quiero revisar nada. Vos tenés que entender que te vas a pudrir acá y mientras vos te pudrís acá yo quiero rehacer mi vida, soy joven todavía. Me arruinaste una vida y ahora me querés arruinar otra vez. GUIDO: Mamá, no podés pasarte la vida tratando de empezar otra vez... quedate con algo... en algo... Doctor, dígale que se comporte como... como la madre que nunca fue. JESSICA: Nosotros queremos saber si sabés algo de una llave y nada más. REGINA: ¿Y cómo no lo voy a saber? Emilio no hacía más que hablar de eso todo el tiempo. JESSICA: ¿De la llave? REGINA: Claro, de la llave. Estaba leyendo ese libro, una y mil veces, parecía que se lo quería aprender de memoria. Decía que lo quería filmar, me pedía plata para los VHS... MELINA: ¿Qué libro? REGINA: Ese libro... El “Libro de los muertos”. No sé para qué se lo regalé. Para nuestro aniversario. LOURDES: ¿Un año? REGINA: Dos. Una oferta, lo agarré entre los libros de Sueiro, los de las velas artesanales. Y a la semana no hacía más que hablar de la llave. “La llave que abre el mundo de los muertos”, decía. “La llave que reconcilia a los vivos con los muertos.” (Se oyen voces raras, en lenguas, algunas casi inútiles en estas latitudes, otras ya olvidadas.) LOURDES: No, ¿qué mundos? Yo te hablo de la llave de la caja de seguridad del Tornquist.
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REGINA: ¿Qué sé yo? JESSICA: ¿Te dijo algo de dónde la había puesto? REGINA: No sé. Él habló de una caja, de una plata, que con eso nos íbamos a ir a Cancún, pero nunca se decidió. No se decidía a dejarte, Lourdes. Tenía miedo de que pudieras cometer una locura. LOURDES: ¿Qué locura? ¿Tengo cara de estar loca, yo, doctor? TERAPEUTA: No. En ciertas sociedades organizadas alrededor del capitalismo extremo ya no deberíamos hablar de locura, sino de mera adaptación. REGINA: Él decía que si te dejaba y se venía a vivir conmigo vos ibas a suicidarte. Que vos lo habías amenazado con eso un par de veces. Que una vez tomaste Kaotrina. GUIDO: ¿Mamá? Lourdes llora. JESSICA: Vení, mamá, vamos a casa. Guido y Jessica sacan a Lourdes de la celda y se van. Mientras salen, se escucha murmurar a Lourdes algo ininteligible, mientras señala al Terapeuta. JESSICA: No, mamá, ¿cómo le voy a preguntar si salió el número que le jugamos? GUIDO: Vamos, mami, vamos a casa que te hago un té. Salen. Pausa. Regina escruta a Melina y al Terapeuta alternativamente. REGINA: No, no me miren así, como si yo también tuviera la culpa. Ella por lo menos se deprime y va a su casa, y si quiere se inyecta una esponja en las venas, pero yo ni siquiera puedo volver a mi casa. (Se sienta pesadamente, Melina siempre a su lado, algo en sus posiciones es idéntico a Dudi y Anabel en la coreografía, de hecho, empezamos a escuchar la música de ésta, ya que la escena luego se funde en la próxima: un nuevo ensayo de las bailarinas). Mi casa. Todavía deben estar en la cocina las palmeritas que tanto le gustaban. Se deben haber muerto todas las plantas. Los de la inmobiliaria no las van a andar regando, ya nadie hace nada por nadie. Sólo yo, como una pelotuda, por el viejo del Durán. MELINA: ¿Querés que pase a regar las plantas? REGINA: ¿Podés? MELINA: Sí. REGINA: ¿Y me traés la correspondencia? MELINA: Sí. REGINA: Acá te anoto la dirección. ¿Sabés cuál es Díaz Vélez? No. Melina no sabe. Apagón.
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ESCENA 8 BAILARINA REEMPLAZADA Un escenario de ensayo, el mismo de la ESCENA 3. Todo está igual que entonces, sólo que ahora Anabel ha sido reemplazada por otra: Marcia, vestida con tacos altos, ropa de calle, cartera y una bolsa del supermercado con mandarinas de oferta. Daría la impresión de que Marcia ha venido al grupo por primera vez, y se la está probando para la coreografía. Y es verdad. Marcia hace lo que puede, pero las otras tres no la ayudan mucho para entender que no hay coreografía, que hay un supuesto –e incierto- Momento del Padre, y que básicamente no se puede hacer nada. Han ido progresando, un poco, en la complejidad inane de la coreografía. Ahora, por ejemplo, cuando Betiana huye hacia el cuartito en el que se encierra, musita: “¡Abajo no! ¡Abajo no!”. O Dudi tiene un momento intenso en el que grita “¡Jujuy!”. Pero fuera de eso, están lejos de entender. Luego del beso final entre Dudi y Marcia, un beso escueto, Dudi –que amaba en silencio a Anabel- mira hacia donde supuestamente está Elyse y estalla en llanto. DUDI: ¿Dónde está Anabel? ELYSE: (Aparece desde la platea, las observa en silencio.) Bien. Muy bien lo de “¡Abajo no, abajo no!” Bien. (Se toma la cabeza y se va.) Yo ahora me tengo que ir volando... A una retrospectiva. (Sale.) ¡Taxi! MARCIA: Sí, yo me sentí bien. Rara, pero bien. Es un laburo muy intimista, al borde. Esta Elyse es super-extrema, ¡qué intuición para lo trascendente! Veo que se mandaron todas en una y... ¿Trabajaron los cuatro elementos? (A Dudi.) ¿Vos sos tierra? ¿Me podrían dar la partitura? (Las tres niegan apenas con la cabeza, algunas ni la miran a la cara. No son malas, es sólo que están agotadas de las incertidumbres del arte del gesto virtual.) ¿Cómo empezaron ustedes? (A Betiana.) ¿En qué parte te vas, vos? Vos, la de medias rojas. ¿Tenés un pie de música? ¿O hay un conteo? (A Dudi.) No entendí bien lo que me querías decir, Dudi. ¿No tienen una partitura? (Dudi se va.) OK, yo quiero laburar, pero no tenemos por qué ser amigas. JESSICA: No hay. (A Betiana.) ¿Viniste en auto? BETIANA: Sí, te llevo. MARCIA: La estructura estuvo copadísima. (Nadie la mira.) Bueno, chicas, me dicen que es un trabajo, yo tengo que vivir de algo, y si es de la danza, bueno, sí, a mí me gustaría bailar... BETIANA: Sí, a nosotras también. MARCIA: Me llaman y acá estoy, acá vine, punto. Tengo cuentas que pagar... así que... O sea, el laburo se va hacer igual, ¿no? BETIANA y JESSICA: Sí. MARCIA: Ah. Nos vamos a ir de gira, ¿no?, y eso está bueno. Es platita, y son paisajes. (Betiana y Jessica empiezan a irse.) Nos vemos el martes. JESSICA:
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(Con una resignación y un cansancio indecibles.) No, el lunes. BETIANA: A las siete en punto. MARCIA: Ah. ¿Para dónde van? BETIANA: Para... (No puede precisar ningún lugar, ambas al borde del desmayo.) MARCIA: ¿Me llevan? Cuando están por salir, Jessica y Betiana ven que una iracunda Anabel viene en su dirección. Se detienen, aterradas. Buenísmo, me tiran por ahí yo después arreglo con un colectivo que me acerque. Me iba a tomar un taxi pero no tengo un mango. Además, el otro día que llovían sapos me tomé un taxi de Congreso a Constitución y me cobró uno con ochenta, qué descarado. Le digo que agarre por Garay, y no, se desvía por Finochietto, y después me lo cobra, porque normalmente pago uno sesenta, a lo sumo uno sesenta y cinco... Las otras dos se detienen en la puerta, como para evitar que Anabel y Marcia se encuentren. ANABEL: Hola. (Viendo a Marcia.) ¿Es ella? MARCIA: Te ven rubia, y dicen: rica... Hola. ¿Qué pasa? ANABEL: ¿Vos me preguntás qué pasa, turra? MARCIA: Dejame pasar. No te conozco. ANABEL: ¿Me querés conocer, conchuda? Sin mucho aviso previo, empiezan a golpearse salvajemente, como mujeres que luchan en el barro. A los gritos. Betiana y Jessica se lamentan a distancia, pero no atinan a intervenir. Vemos que Marcia toma una laja de la vereda y golpea con ella a Anabel repetidas veces en la cabeza, al grito de: MARCIA: Quiero ser bailarina, quiero bailar, quiero laburar, ¿entendés yegua? ¿O te hago un croquis? La escena es dantesca. Por suerte no vemos mucho, porque ocurre detrás de la ventana. El griterío sigue. Apagón.
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ESCENA 9 FIESTA Lourdes le muestra la casa a Rosa Lozano. ROSA: A ver si la entiendo bien, señora. ¿Usted quiere vender más o menos bien o desesperada? LOURDES: No, chiquita, no me entendés lo que te digo: yo estoy desesperada, pero quiero vender bien. ¿Sabés lo que yo quiero? Que mires bien a tu alrededor, que veas los valores reales de este departamento, y que me tases. Que me digas si con esto yo liquido mis cuestiones acá y me voy a Miami con toda la guita. ROSA: Bueno, yo tomo nota de lo que me parece que puede ser atractivo para un potencial comprador, JESSICA (OFF): ¡Guido! ¿Te fijás en el cuartito si hay un cable VCR de pin chico? pero la verdad es que no se vende mucho. GUIDO (OFF): Pará, me cambio y voy. ¿Acá hay un cuarto más? LOURDES: Sí, cuidado al entrar, está lleno de material tecnológico de videocasetes. JESSICA (OFF): No podemos conectar el karaoke. GUIDO (OFF): ¿Y ahora te fijás? Emilio hacía películas, quería hacer, bueno, un gastadero de plata. Es tardísimo, va a empezar a caer la gente. JESSICA (OFF): Por eso, quiero instalar algo de música, y Anabel alquiló este karaoke. Yo no sé qué voy a hacer con todo esto porque me permiten irme sólo con 20 kilos. (Entran al cuartito, donde habita sempiterno ANABEL (OFF): Pará, Jessy. ¿Por qué no terminamos con el espíritu de Emilio.) esto de la desgrabación y usamos el cable del grabadorcito? Uy, mirá éste... EMILIO: Éste es un buen boceto. Le estoy tratando de dar forma. JESSICA (OFF): ¿Qué pin tiene? LOURDES: Son cientos de cintas.
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(Suena el timbre.) ANABEL (OFF): Es standard. Multi-pin. ROSA: Ay, me encantaría ver los videos, pero como estoy tasando... JESSICA (OFF): Bueno, dame que lo pruebo. LOURDES: No, además no te los ofrezco... (Nuevo timbrazo) ¡Timbre! Lo que quiero es que veas las dimensiones del cuarto per se, sin tanta cosa. ¡Guido! ¿Abrís? GUIDO: ¡Va! También tiene un bañito, mirá. JESSICA: ¿Cuánto falta? ANABEL (OFF): Nada, la conferencia de Mayenburg, está en alemán, te dicto y lo liquidamos, mañana las paso en limpio y la vendemos en la puerta de la Facultad. JESSICA: Bueno, dale, apurate mientras me cambio. Rosa y Lourdes salen del cuartito. Mientras, Guido abre la puerta. Es Susana Lastri. ROSA: ¿Me mostrás ahora la distribución de los dormitorios? LOURDES: Vení, es arriba. Hay lío porque mi hija hace una fiesta.
GUIDO: Hola.
¿Esta pollera te gusta? ANABEL: (Aparece y vemos que está vendada de mil y una formas, el brazo en cabestrillo, después de la sangrienta pelea con Marcia.) Sí, es diminuta.
SUSANA LASTRI: Hola. LOURDES: A ver, Jessy, ¿pueden hacer eso en otra parte de la casa, que estamos tasando? Perdón. Llegué temprano. GUIDO: Todo bien, no te preocupes. Pasá, pasá que todavía no terminamos, me voy poniendo una camisa. ANABEL: No te preocupes, es un segundo y te ayudo a ordenar.
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JESSICA: Bueno, a ver, bajamos todo. (Bajan, ve a Susana, que no le cae nada bien.)
SUSANA LASTRI: (A Jessica.) Hola. Traje un Cinzano. Sube. Con Guido. Anabel, con enorme dificultad y con su única mano libre, instala el grabador. Lo manipula, y se escucha una voz en alemán, la voz de un tal Mayenburg, que da una conferencia. Parece que Jessica y Anabel de vez en cuando trabajan desgrabando clases de la facultad para vender los apuntes a los estudiantes. Anabel traduce y le dicta a Jessica, que trata de pasar el apunte en limpio, mientras se termina de pintar y de vestir para la fiesta. VOZ DE MAYENBURG: Was ist ein Paradigma? Wie dem auch sei; ist es etwas Gutes? ANABEL: “¿Qué es un paradigma?” JESSICA: (Anota.) “¿Qué es... un paradigma?” ANABEL: Ponelo como título. “Y en todo caso, ¿es ello algo bueno?” JESSICA: ¿Lo anoto o lo decís vos? ANABEL: Como subtítulo. “Qué es un paradigma / algo bueno / algo malo”. Sigo. (Prende el grabador.) VOZ DE MAYENBURG: Stellen wir uns vor, daß die Idee, die an sich formlos ist, die Form eines Strudels hätte. Das hilft. ANABEL: “Imaginemos que la idea, que es informal, tuviera forma de torbellino. Esto ayuda.” JESSICA: ...de torbellino... ayuda... ANABEL: Torbellino como... O sea, “Strudel”, no se refiere al viento en sí, sino a la generalidad, como remolino, como caos... Pero no es “Wirbel”, dice “Strudel”. Ponele torbellino. JESSICA: Ya lo puse. ¿Pero Strudel no es eso que se come...? Bueno, dale. VOZ DE MAYENBURG: Stellen wir uns nun, nur für einen Augenblick, einen Hund vor. Oder eine Hündin. Mitten im Strudel. ANABEL: “Imaginemos ahora, sólo por un momento, un perro”... una perra, poné, “al medio del torbellino”. JESSICA: ...En medio del torbellino... ¡Guido! ¿Ponés la cerveza en el hielo? VOZ DE MAYENBURG: Stellen wir uns vor, daß dieser Hund/Hündin bellen könnte ... ANABEL:
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“Imaginemos que este perro/perra pudiera ladrar...” VOZ DE MAYENBURG: ...In der Welt der Ideen ... ANABEL: "...En el mundo de las ideas...” VOZ DE MAYENBURG: ...dieses Universums in Miniatur, sich in einer Krise befindend... Dieses Kosmos in Miniatur (kritisch), des Hundes/Hündin. ANABEL: “...de ese universo en miniatura y en crisis...” JESSICA: Pará, más despacio... ¿La idea es propia del perro? ANABEL: Esperá que acá le hacen una pregunta. Lourdes y Rosa aparecen en una ventana, en los altos de la casa. VOZ DE MAYENBURG: Aah, daß ist die gleiche Frage, die die Neoempiristen stellen. .
LOURDES: Y mirá este detalle: si te parás acá, desde este punto podés ver todo el living, y organizás todo. ROSA: Sí, eso es bien de los ochentas. LOURDES: Vení que te muestro la puerta balcón. Eso hoy en día vale oro.
Ja, in den Fällen auf die ich mich beziehe, ja. Und in denen, die keine Aufmerksamkeit verdienen. ANABEL: “Sí, en los casos que describo, sí. Y en los que no merecen apego, no.” JESSICA: ¿Cómo “apego”? ANABEL: Apego, interés. JESSICA: Pero, ¿qué le preguntaban, ahí? Ma, ¿ya podemos subir? LOURDES: Sí, estoy mostrando el balcón, no me cuestionen todo. ¿Qué le preguntaban? ANABEL: ¿Quién a quién? No grabé las preguntas. JESSICA: ¿Por qué? ANABEL: Puse pausa. Temí que no me alcanzara la cinta. Siempre hago así.
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JESSICA: Está bien, pero ¿no podés reconstruir la pregunta?
Bajan Guido y Susana.
SUSANA LASTRI: No me hagas caer, me siento bastante rara, ya. ¿De qué está hablando, GUIDO: No, y esperá un ratito a ver cómo te pega... de filosofía, es un sociólogo, Jessy, vamos a poner música acá. un veterinario, de qué? ¿Qué pregunta le harían? ANABEL: La deducimos del contexto. JESSICA: A ver, dale que seguimos arriba. Salen.
SUSANA LASTRI: ¿Tenés una música que te haga olvidar de todo? ¿Qué tenés? ¿Tenés Santana? (Entran al cuartito. Segundos después salen, la música a todo lo que da.)
Ahora las luces van y vienen, como si eso hiciera de las fiestas algo mucho más atractivo. La música no permite escuchar casi nada de lo que se dicen. Durante el tema musical, se producen algunos brevísimos silencios, en los que se escuchan, a los gritos, los textos de Susana. SUSANA LASTRI: No... Es que vos, como todos los hombres... (la música la tapa) y seguro que pensás la concha como una totalidad en bruto... (la música la tapa) No es un pack. (Música.) Tenés que pensarla en partecitas. (Música.) Si manoteás como si fuera un monedero no voy a acabar nunca. (Música.) GUIDO: (No se lo escucha, por la música.) SUSANA LASTRI: No me hables de la penetración como si fuera la gran ciencia del hombre, ¿sabés? (Música.) O sea, está bueno, cada especie hace lo que puede, (música) pero te aclaro –porque parece que no te lo dijo nadie- (música) y que sólo un 5% de las mujeres realmente tienen orgasmos vaginales, el 95% somos clitóricas. Así que no manotees a lo bestia. (Música.) La concha no es una argolla de goma para que te apriete mejor la pija, ¿viste? (Música.) Sos de sagitario, ¿no? GUIDO: ¿Qué, te vas a ir? SUSANA LASTRI: Al baño, voy al baño. ¿Me hacés otro Cinzano con eso que le pusiste? (Sale.) GUIDO: Claro. (Queda en su sitio, muy confundido.) Bajan Lourdes y Rosa.
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LOURDES: Vos pensalo, sacá las cuentas que tengas que sacar… lo que yo te digo es que vendo todo y me las tomo. ROSA: Bueno, la verdad es que es un cálculo difícil, es una ecuación inmobiliaria, llena de factores. De la oscuridad aparece Emilio, que va directo hacia ellas. EMILIO: Acá está lo que les quería mostrar. Es una fábula egipcia, viejísima, pero la quiero presentar en un ámbito urbano, contemporáneo, sin la boludez de la pirámide y todo eso. ¿Ya te vas? ¿De dónde te conozco? ROSA: Bueno, yo la llamo en la semana, cuando haya menos ruido. EMILIO: Claro, está a full, la fiesta. (Por el video.) ¿Lo vemos? LOURDES: No, pero mirá que esto no es así siempre, es hoy porque resulta que hay una fiesta, si no el edificio es super tranquilo, anotalo... eso, pará que bajo con vos y te abro. Salen. Emilio intenta seguirlas, pero por algún motivo descubre que no puede hacer girar el picaporte y queda adentro. EMILIO: (A Guido.) Está a full, la fiesta... (música) ...bueno, un libro buenísimo, egipcio, antiguo, y de ahí saqué la idea base... (música) ...la llamamos a Jessy y se los muestro... (música) Te pregunto si no la viste a Jessy. (Música, se escucha sonar un timbrazo.) ¡A Jessica! ¿No me oís? (Guido y Emilio salen y se cruzan con Jessica, que reaparece corriendo.) Ah, Jessy, dale, venite que les muestro unas escenas piloto. Jessica baja a abrir la puerta a una eufórica Betiana. JESSICA: ¡Betiana! ¡Hola! BETIANA: ¡No me vas a creer lo que te traje! ¡Abrilo! ¡Abrilo! ¡Me lo hice traer de Berlín! ¡Te vas a morir! Jessica abre el regalo, es un poster magnífico del estreno de “Bongos y canillas”, de Elyse Bernard. Aparece Anabel. JESSICA: ¡Ay, me muero! ¡Gracias! BETIANA: Uy, Anabel, estás hecha mierda. ANABEL: No, lo llevo bien. No me enyesaron porque tengo calcio hasta para regalar. Se van para adentro, donde la fiesta arde. Reaparece Susana. ¿Terminamos con lo de Mayenburg, Jessy, o lo hago yo sola? Mirá que no me importa... JESSICA (OFF): Pará que se lo damos a leer a Betiana, para que veas que yo no te lo digo de jodida que soy, pero no se te entiende nada... SUSANA LASTRI: ¿En qué estábamos? ¿Querés que nos sentemos ahí, que vamos a estar más tranquilos? GUIDO: Dale.
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Se sientan en otro extremo. Jessica se asoma, cierra la puerta y el ruido de la música de la fiesta cede y el ámbito se torna un poco más íntimo. La música sigue pero ya no es tan perturbadora. SUSANA LASTRI: Bebo de tu vaso, veo tus secretos. Cuidado, varón. GUIDO: ¿Eh? Yo te escucho y vos me estás dando opiniones sobre los hombres en general, y eso me parece una locura. SUSANA LASTRI: ¿Por qué? GUIDO: Porque sí, porque sí, porque yo te invité a vos como una mujer en particular, no te dije “vamos a una fiesta, me da lo mismo ir con vos o con cualquier hembra”. SUSANA LASTRI: Claro. Hace una semana ni me conocías, y hoy me querés coger. Si eso no es lo mismo que decir que cualquier concha más o menos bien apretada te da lo mismo... GUIDO: No, pará... Es lo mismo. ¿Cómo sé que no me querés como un prototipo de macho, también, y que te da lo mismo, lo que yo tenga además de... de eso...? SUSANA LASTRI: No seas imbécil. Yo sé. Yo tengo percepciones. GUIDO: (Completamente convencido.) Ah. SUSANA LASTRI: Vos lo sabés. Percepciones, cosas. Vuelve Emilio con un video. EMILIO: Acá está. SUSANA LASTRI: (Susana es la única que puede verlo.) Todas las voces, todos los rituales. (Ahora le habla al muerto, o a varios fantasmas, invisibles.) ¡Tomé de más! ¡No quiero hablarles! ¡Ustedes están muertos! ¿Qué quieren de mí? (A Emilio.) Vos te moriste hace una semana... EMILIO: No. SUSANA LASTRI: ...atravesaste la pared sin querer, claro, oíste música... ¡Por eso me joden! ¡Basta! ¡Déjenme en paz! ¡Basta! EMILIO: ¿Te sentís mal? SUSANA LASTRI: (A Guido, que no entiende a quién le habla.) Ahora llega siempre el momento de la prueba. Mirá, esto los vuelve locos. (A Emilio.) ¿Querés la prueba? ¿Cuánto hace que no abrís una canilla? EMILIO: Recién, eso es una tontera, hace unos minutos me lavé las manos en el baño de acá. SUSANA LASTRI: ¡Hacé memoria, si es que podés! ¿Hace cuánto que no ponés la mano y la canilla cede? Emilio sonríe, incrédulo. Luego se mira la mano. Descubre que tiene razón. Sale corriendo a verificar la cuestión en el baño. SUSANA LASTRI:
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(Volviendo a Guido.) No me preguntes mucho de eso, no me gusta hablar. GUIDO: No. SUSANA LASTRI: Es una maldición... El mundo de los muertos cansa. Ahora me los saqué de encima un rato, pero van a volver. Hace siglos que esto es así. Parece que estar muerto es horrible. Los muertos lo pueden soportan porque tienen un acuerdo que se firma en el más allá. GUIDO: ¿Un acuerdo? SUSANA LASTRI: Sí. BETIANA: (Que estaba arriba con sus amigas.) Jessy, voy al baño. (Baja las escaleras y se mete en el baño del cuartito de Emilio.) SUSANA LASTRI: Les quitan la memoria. Y el deseo. Así soportan el infinito. ¿Y a mí qué me importa, no? No quiero hablar. (Por la canción que han puesto.) Me encanta este tema. GUIDO: Claro. ¿Vos podés mover cosas? SUSANA LASTRI: ¿Cómo? GUIDO: Claro, mover cosas... (No le responde.) O sea... ¿vos me podés leer el pensamiento? SUSANA LASTRI: Cuando el pensamiento es tan básico, sí. GUIDO: No, no, en serio. SUSANA LASTRI: ¿Querés que te diga lo que pensás? Me la querés poner a toda costa, es algo físico y ni te das cuenta, y además tenés miedo a la comparación que yo pueda hacer de tu pene con otros penes que yo ya vi. GUIDO: No, yo no estoy pensando en eso... SUSANA LASTRI: Sí. Pero no te das cuenta. Pensá un número. GUIDO: ¿De cuánto a cuánto? SUSANA LASTRI: No importa, ya pensaste el veintiuno. GUIDO: ¿Cómo... cómo lo hacés? SUSANA LASTRI: Mirá, no me gusta hacer esto, me estoy aburriendo. ¿Vos querés que tengamos sexo, vos querés algo más serio, más ocasional? (Ni llega a responder, ella lee su pensamiento.) OK, no lo sabés, pero querés probar. ¿Querés que siga leyendo? No me cuesta nada. “Me puse esta camisa, seguro que me cojo a la psíquica, a la Lastri, a la de los volantes, se la voy a meter tan adentro que van a volar los platitos en la cocina”. GUIDO: No, no simplifiques... SUSANA LASTRI:
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¿Que yo simplifico? ¿Quién piensa en platitos voladores, vos o yo? ¿Te creés que me gusta, a mí, esto que me pasa? ¿Te creés que no me gustaría tener una relación normal? (Muy enojada.) ¿Sabés qué? Vamos a suponer por un momento que vos me gustaras... Me siento a charlar con vos y, ¿qué escucho? GUIDO: No, yo pensé el veintiuno, pero todo esto que vos decís... SUSANA LASTRI: (Alarmada.) ¿Cómo? ¿En serio pensás eso? GUIDO: No. ¿Qué pensé? SUSANA LASTRI: “¿Pensará ella que soy puto?” Ay, sos lo mismo que todos los hombres GUIDO: ¿Qué? SUSANA LASTRI: No te hagas el que no entendés. GUIDO: ¿Y ahora qué estoy pensando? SUSANA LASTRI: “¿Cuál es la mejor manera de ser macho? Gustarle a todos, hombres, mujeres, niños, fenómenos de circo, reino vegetal. Ayer vi una cala en un florero y pensé: ¡Qué bárbaro, qué bueno, qué macho!” GUIDO: ¿Cómo voy a pensar eso? ¿Qué es una cala? SUSANA LASTRI: ¿Vos sabés quiénes son los mejores clientes de los travestis? ¿Eh? Los milicos, los canas, ¡supermachos!. ¿Sabés por qué? GUIDO: No, no, eso es un mito. SUSANA LASTRI: No, ¡qué mito! ¿Sabés por qué? Se creen tan machos que lo que quieren es cogerse a un macho, ¿entendés? ¡Soy un macho, y entonces los machos más machos quieren que se las ponga, yo y sólo yo! Pero hete aquí que después descubren la reversibilidad de este razonamiento silogístico, y si se pueden hacer garchar también, bueno, mucho mejor, ¿no? Ahí tenés, una fila de travas en Godoy Cruz. Y todos, TODOS tienen trabajo. Canas, milicos, los tipos de la seguridad privada de los bancos, de los countries. ¿Me vas a decir que no estás pensando en eso? Dame un beso, dame un beso. GUIDO: No estoy pensando en eso. Es horrible, lo que me decís. SUSANA LASTRI: El miedo del puto que hay en vos. Y es típicamente masculino. Todo bien. Yo en otras vidas fui cosas peores. GUIDO: No, no me hables de lo que es típicamente masculino, porque... SUSANA LASTRI: A ver, ¿hacemos un trato? ¿Vos querés coger conmigo? GUIDO: Estás simplificando todo de una manera que... SUSANA LASTRI: ¿Querés o no? Sí, querés. Muy bien... Porque sos bien macho. Ah, ¿cómo? ¿Que tenés
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dudas?... Yo te digo esto: cogete a un travesti y fijémonos qué te pasa. Porque por un lado me decís que no, pero mirá lo que acabás de pensar... GUIDO: ¿Qué? SUSANA LASTRI: “Cuando me lo esté cogiendo, bien caliente, a lo mejor me tienta la posibilidad de que me la pongan a mí...” GUIDO: ¿Vos estás loca? SUSANA LASTRI: Ay, mirá, me cansé. Todo lo negás, todo, sin fundamento. ¡Yo necesito un hombre, no un proyecto de inseguridades! (Se va, Guido la sigue. Salen por la puerta que da al interior de la casa. Se cruzan con Jessica y Anabel, que todavía trae el grabador para terminar el trabajito universitario.) GUIDO: ¡Susana! ¡Vení, hablemos! (Sale tras ella.) ¡Me preguntás y te contestás vos sola! (Sale.) JESSICA: Escuchame una cosa, Anabel. ¿Vos entendés bien el alemán? ANABEL: Sí, o sea, yo... por ahí no lo puedo hablar, así, pero cuando lo escucho lo... JESSICA: Porque no se te entiende. BETIANA: (Volviendo del baño.) Perdoná, Jessy... El baño no... La... El... no dispensa, así que tuve que usar un... JESSICA: Sí, un balde que está al lado, llenalo en la bañadera, todo bien. BETIANA: Sí. JESSICA: (A Anabel.) No se te entiende nada. ¿Por qué pensás que Elyse se cansó de vos? ANABEL: No seas así. ¿Qué no se me entiende? JESSICA: Nada. A ver, dale. Anabel prende el grabador. VOZ DE MAYENBURG: So, wie heißen Sie? Mario? „Mario, Mario, Mario“, das Lachen von beiden verändert sich, sowie die Glotzaugen... ANABEL: “Mario, Mario, Mario, cambia la risa de ambos, y los ojos de huevo, los ojos saltones...” JESSICA: ¿No ves? ¿Qué Mario? ¿Dónde dice “Mario”? ¿Cómo querés que anote esto? ¿Vos escuchás lo que me estás dictando? ANABEL: No, yo interpreto, no puedo pensar en lo que digo. JESSICA: ¿No ves? Si no pensás en lo que decís, ¿cómo querés que...? ANABEL: Ay, pero esto es así siempre, cuando...
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JESSICA: No, no, así es siempre cuando lo hacés VOS. No es la primera clase que desgrabo en mi vida, ¿entendés? Y no se te entiende. BETIANA: (Mientras muerde una lapicera, en media lengua.) No se te entiende nada. ANABEL: Pero en contexto, los alumnos... lo van a entender... JESSICA: ¡No me parece, sabés? Y dudo mucho que este tipo Mayenburg se haya tomado un avión desde Munich para venir hasta acá, con lo que cuestan aviones, hoteles, dietas, a decir esto que vos decís que dijo, ¿me entendés? Además, quiero estar en una fiesta, en mi fiesta. ANABEL: Perdón, voy al toilette. (Sale.) BETIANA: ¿No podés recuperar nada? JESSICA: ¿Qué? ¿Qué querés que recupere? “La perra está en el torbellino, si pudiera ladrar sería un paradigma, pero las ideas son indemostrables”. ¿Qué querés que recupere? BETIANA: Mh. Mejor si lo hablan... JESSICA: ¿¡Hablarlo!? ¿Quién carajo apagó la música? (La música se vuelve a encender.) BETIANA: A mí me parece que a lo mejor no sabe alemán y no se animó a decírtelo. JESSICA: No sabe alemán, pero eso es aparte, no le entiendo. Me habla y yo veo lucecitas, no le entiendo lo que me dice. Yo no sé si esto se medica, nadie dice nada, nadie pregunta... No le entiendo yo, no le entiende nadie. ¿O vos le entendés? ANABEL: (Volviendo del baño.) Jessy, ¿sabés qué raro, lo del baño? JESSICA: ¿Qué pasa ahora? ANABEL: Que estaba trabado, por eso no cargaba, metí la mano y lo destrabé, estaba trabado con una llave. JESSICA: Escuchame una cosa, Anabel. Para que no perdamos más tiempo, con esto. ¿Vos hablás alemán? ANABEL: Sí, pero lo que te digo es que metí la mano en la mochileta, saqué esta llave que trababa la báscula, y ahora carga bien. JESSICA: A ver, ¿cómo decís “metí la mano en la mochileta”? ANABEL: “Ich habe die Hand in die, in den, in das...” Bueno, la mochileta, no sé cómo se dice, o sea si es muy técnico no sé decirlo, pero si lo dice otro en alemán yo lo traduzco, lo que no sé lo deduzco, lo completo... JESSICA: Pero ahí está el problema, ¿ves? Vos creés que la mochileta es algo técnico, y no es, ¡no es! ¡No hay tal cosa en mi baño! ¡Te lo inventás y me decís que lo deducís! No se te
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entiende lo que deducís, y me lo presentás como algo que dijo otro, y querés que lo vendamos a los pobres que cursan la materia... ANABEL: ¿Pero no se me entiende cuando hablo en alemán o ahora, en castellano? JESSICA: (Crisis.) ¡Nunca! ¡Nunca se te entiende! ¡Nadie te entiende! BETIANA: Sorry. ANABEL: Perdonen, chicas. Yo me voy. JESSICA: Sí, sorry. ANABEL: Yo lo termino sola. JESSICA: (Sinceramente conmovida.) No me hagas caso. ¿Te quedás? ANABEL: Sí. No te preocupes. Yo lo termino. (Recoge el cassette y los apuntes.) Ah, esperá que guardo la cassettica en el bolso. Que no se pierda. (Agarra el cassette y sube al cuarto.) Se abre la puerta del departamento, Lourdes regresa de abrirle a Rosa. Lourdes queda apoyada contra la puerta, muy desencajada. JESSICA: ¿Qué me dijo que se pierde? ¿Qué cosa me dijo del bolso? No se le entiende... ¡vivir así! ¿Nos tomamos otra? BETIANA: Dejá que yo traigo. (Sale, mientras Jessica ordena el grabador y termina de pintarse y vestirse. Reaparece Emilio.) LOURDES: (A Jessica.) Tenemos que hablar. EMILIO: Sí. JESSICA: ¿Ahora? LOURDES: No. No tiene por qué ser ahora. EMILIO: Estoy muy confundido. Es como si escuchara voces, todo el tiempo. LOURDES: No me querés hablar. EMILIO: Ya pasó, Lourdes. Ya pasó... Déjenme que haga memoria... Yo... no deseo las cosas... me gustaba ir a nadar, Lourdes, y ahora... pensar en el frío... Quiero agua fresca y no puedo abrir la canilla, tenía razón. ¿Quién es la alta? (Por Susana.) LOURDES: (A Jessica.) Si no me querés hablar está bien. EMILIO: ¡Está bien! ¡Está bien! (Voltea sin querer un vaso, Lourdes y Jessica lo registran.) Fui yo. Sí. Lo del trabajo de edición de Díaz Vélez no es un trabajo. Tengo una amante. LOURDES: Está bien. Pero yo no me olvido. EMILIO:
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No... eh, Regina... No me interrumpas que me olvido... Regina es... Estos momentos de lucidez... que me vienen... JESSICA: OK. EMILIO: Pará. Si yo me veo. Regina. Y la malla. Y la canilla... JESSICA: ¿De qué no te olvidás? EMILIO: ¿Yo les dije que me olvidé? LOURDES: De todo. Todo lo que me dijiste, lo que me hiciste sufrir. EMILIO: ¿Quieren tomar algo? JESSICA: (A Lourdes.) Ahora no. EMILIO: ¿No? Hay de todo, hay Gancia. ¿Una Sprite... con Granadina?...¿Vino? LOURDES: Está bien. EMILIO: ¿Un vinito?... LOURDES: Ahora no. EMILIO: No. ¿Y yo? ¿No quiero nada? No. Me voy a encerrar en mi cuartito. Algo pasa. (Se va.) LOURDES: (Pausa. Súbitamente estalla en una crisis de llanto.) ¡Ya tasé! ¡Ya voy cortando cada vez más lazos! (Señala el vaso derramado.) ¡Y ahora la casa se me manifiesta! Yo no sabía que se podía sufrir tanto. ¿Qué quieren de mí? (Corre a su cuarto, Jessica sale detrás de ella, sin muchas ganas de consolarla.) Se abre la puerta violentamente, y reaparecen Susana y Guido, discutiendo de lo mismo. GUIDO: ¡Yo no tengo...! SUSANA LASTRI: ¿No tenés? GUIDO: ¡No, yo no creo tener... ningún problema con mi sexualidad! SUSANA LASTRI: ¿No ves que escuchás lo que querés escuchar? ¿Quién dijo que fuera un problema? GUIDO: Me resultaría muy problemático si me pedís que me coja a un travesti. SUSANA LASTRI: Para nada. Y si te das cuenta que no había nada que probar, que sos un hombre, bien hombre, con el culo bien cerrado, me llamás y lo hacemos. GUIDO: ¿Cómo me voy a coger a un travesti? Son horribles los travestis. SUSANA LASTRI: ¿Ése es todo el asunto? Yo te puedo mandar a uno que no está mal. Se acabó esta discusión.
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Susana le cierra la puerta de un golpe. Guido se queda de este lado, pensativo. Luego baja la escalera y se sienta. La música tecno ha cedido terreno a un bolero encantador. La puerta se reabre, y de la oscuridad surge Úrsula, totalmente a merced de algunas pastillas que parece haberse tomado. Se acerca a Guido. Se sienta cerca de él. Lo mira, se miran. Guido asume que Úrsula es el travesti que le envió Susana. GUIDO: Hola. ÚRSULA: Hola. GUIDO: Eh... Supongo que hablaste con... Que te dijo Susana que... Yo soy Guido. ÚRSULA: Úrsula, ¿qué tal? GUIDO: Bien. ¿Vos? ÚRSULA: Bien. GUIDO: ¿Querés tomar algo? ÚRSULA: Bueno. GUIDO: ¿Querés que lo tomemos acá... o directamente vamos a...? No sé, como quieras. A mí me parece rarísimo, pero como quieras vos, yo estoy... Bueno, no es usual. ÚRSULA: ¿Qué querés? ¿Que nos vayamos? GUIDO: No sé. Como quieras. ÚRSULA: Lo que pasa es que yo no conozco a casi nadie, pensé que iban a estar las chicas... GUIDO: (Con intención.) Claro, las “chicas”... ÚRSULA: Unas chicas amigas, pero no vinieron. Ya me iba. Estoy con auto. GUIDO: ¿Lo dejaste cerca? ¿Querés que lo hagamos en el auto? ÚRSULA: (No lo escucha bien, la música ha empezado a subir nuevamente.) ¿Qué? GUIDO: A mí me da lo mismo. (No se le escucha lo que le dice durante un largo rato.) ÚRSULA: No sé si te entiendo bien. ¿Qué miedo a la reversibilidad? GUIDO: No, te digo para que sepas que yo... (Música.) O de los milicos, ¿viste cómo son? Que por eso... al final son todos putos. (La música se detuvo de golpe.) ÚRSULA: Ay, qué suerte, no te escuchaba nada. GUIDO: Hay una cosa, en el hombre, que la mujer no entiende, y que es puramente física, y que no tiene que ver ni con el amor, ni mucho menos con ninguna fantasía homosexual,
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¿entendés? Es así desde la Edad del Hierro, de las cavernas. La mujer piensa mucho más en eso, y le da una importancia que la cosa no amerita. Es decir: por la forma de los genitales de unos y de otros, ¿entendés? ÚRSULA: ¿Vos no sos el hermano de Jessica? GUIDO: Sí. ÚRSULA: ¿Vos no te acordás de mí, no? De la escuela de Jessy. GUIDO: No. ÚRSULA: De danza... GUIDO: Ja, de danza. ÚRSULA: Bueno, no me extraña... Yo cambié mucho, mucho, en este tiempo. GUIDO: (Ríe.) Sí, claro, me imagino. ¿Vamos? ÚRSULA: Bueno, vamos, si querés. Yo no sé qué tomé. Agarré una pastillita así de este tamaño de una caja y veo todo flúo. Igual lo que me decís me parece super interesante. Vamos a dar una vuelta, si querés. O a tomar algo. GUIDO: Buenísimo. Pará que le aviso a Susana. Bueno dejá, no importa. ÚRSULA: ¿Qué? Te espero abajo. (Sale.) JESSICA: (Que desde hace un rato se prepara para hacer karaoke de Patricia Sosa.) Anabel, ¿estás segura que ésta es la letra de la canción? ANABEL: Sí, dale que ya empieza. Seguí la bolita saltarina. JESSICA: Es que no se entiende. ¿De dónde la copiaste? ANABEL: La desgrabé del recitalaje. JESSICA: Ahí voy. (Canta. Algo debe estar muy mal, porque se parece peligrosamente a un tema de Patricia Sosa, pero...) Esta noche no me endilgues nada, Sólo lústrame los oídos, Esta noche publiquemos todo ¡Sólo háblame de honor! GUIDO: (Busca a Jessica, la interrumpe un segundo.) Jessy, ¿me podés prestar cinco... o diez pesos? JESSICA: Agarrá de mi latita. Sigue cantando. Se le cae el pie del micrófono. Emilio, que andaba por ahí trata de recogerlo para dárselo, pero sus dedos traspasan la materia sólida. Tiene un momento de lucidez, empieza a comprender que está muerto.
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Guido va a buscar la plata y luego sale por donde se fue Úrsula. Susana reaparece en la escalera, buscando a Guido. Emilio la mira implorándole ayuda, Susana niega con la cabeza, ya muy borracha y corre a esconderse. La música sigue, el karaoke es ensordecedor, Emilio se acurruca en un rincón, luego ve una puerta abierta y corre hacia la nada. La música estruendosa de la fiesta continúa mientras amanece. Lourdes baja las escaleras, en deshabillé, y trata de ordenar algún mueble. Pero se cansa enseguida. Va al cuartito, y sale de allí con una caja de veneno Kaotrina. Sacude la cabeza, como para acabar con un mal sueño, y la música cesa. Es la mañana, y comprende que ha amanecido. Escucha venir a Jessica, Anabel y Betiana, que se ha quedado a dormir en casa luego de la fiesta. Trata de esconderse, caja en mano. La esconde dentro del deshabillé, y sale sin mirar siquiera a las chicas, transfigurada. Las chicas tienen evidentes signos de resaca, las ropas desordenadas, los pelos hechos un lío. ANABEL: Lo de dormir todas juntas no fue una buena idea. Me patearon cuatro veces en el codo, no sé si ahora no me va a soldar para el otro lado. JESSICA: ¿Qué decís? Mamá, ¿estás bien? ANABEL: Buen día. Lourdes sale, escaleras arriba, escondiendo el veneno. Escondiéndolo mal. ANABEL: Jessy, me parece que tu mamá... JESSICA: ¿Queremos hablar o queremos tomar tranquilamente el desayuno? ANABEL: No, claro. Entra Guido, de la calle, oscuro y cabizbajo. Deja un billete en manos de Jessica. GUIDO: Acá están los cinco pesos que me prestaste. No los usé. (Y sale, escaleras arriba, en silencio, mientras las chicas lo miran sin atreverse a preguntar nada. Al pasar por la ventana, en la que hay una planta, regalo de Anabel a Jessica, Guido se concentra y mira con odio a la planta a ver si la puede hacer secar.) Mientras tanto, Jessica y Betiana miran fijamente a Anabel, como si tuviera la culpa. ANABEL: Ya lo tengo todo arreglado. Si alguien te pregunta les decimos: Mirá, hay dos precios. Uno con las preguntas de la clase, y otro con las respuestas. Las dos están bien encuadradas, en las dos se entiende todo el tema de la capitalización de paradigmas. BETIANA: ¿Para qué dos precios? ANABEL: Mirá: tenés “Conferencia con Preguntas Omitidas”, son ochenta centavos. O la otra. Más barato. BETIANA: Ah, vos decís lo de la facultad. ¿Y esa versión trae las preguntas? ANABEL: Las trae omitidas. BETIANA: No entiendo. ¿Las trae? ANABEL:
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¿A qué te referís vos con “las trae”? BETIANA: Ay, no te entiendo. ¿Tiene o no tiene las preguntas? ¿Por qué me decís “las trae omitidas”? ¿Están pero no se pueden leer, o no están? ANABEL: ¿Qué? BETIANA: Dejá. ÚRSULA: (Se abren la puerta, y entra. Lleva puesto un saquito lila.) Hola, chicas. JESSICA: Waw, hola, Úrsula, ¿qué hacés? ÚRSULA: (Mirando a ver si encuentra a Guido.) ¿No me dejé acá un saquito lila? ANABEL: ¿No es ése que tenés puesto? ÚRSULA: ¿Qué? JESSICA: No sé. Pero pasá, que mi hermano ya subió. ÚRSULA: ¿Eh? JESSICA: Guido. ¿Salieron, no? ÚRSULA: (...) JESSICA: Bueno, si no querés no nos cuentes. ÚRSULA: No, está bien. Lo que pasa es que no... no nos vamos a ver más con Guido. JESSICA: ¿Pero...? ÚRSULA: Es... raro, tu hermano. BETIANA: Es chico. ÚRSULA: No. Cuando teníamos su edad no éramos así, nosotras. Te digo que es raro. JESSICA: ¿Por qué? ¿Raro en qué? ÚRSULA: (...) JESSICA: ¿Vos decís... en...? ÚRSULA: No sabés lo que me pidió. JESSICA: ¿Qué? Úrsula le dice algo en el oído. Jessica no lo puede creer. JESSICA: ¿Guido te pidió eso?
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ÚRSULA: Me vestí y me fui. No le digas que te dije. Pobre. JESSICA: No, no le voy a decir. ÚRSULA: Bueno, pensé que me había dejado el saquito... qué raro que no aparezca... Bueno, si lo encuentran... Chau. (Sale.) ANABEL: ¿Qué pasó? JESSICA: Nada. ANABEL: ¿Cómo nada? ¿Qué te dijo? JESSICA: Nada. ANABEL: Pero... JESSICA: ¿No entendés el significado de la palabra nada? BETIANA: ¿Por qué no sacás la basura, Anabel? (Se acerca a Jessica, para averiguar qué pasó.) ANABEL: Bueno. ¿Es esta bolsa del Coto? Dejá que yo la cierro. BETIANA: Y andá y comprá facturas. Tenés plata, ¿no? ANABEL: Sí, creo que tengo como setenta y cinco centavos. ¡Chicas, chicas!, no puedo meter la mano en el bolsillo, se me trabó en el jean. Es que no sé qué tengo acá. Monedas... ¡Chicas, chicas!, con esta mano mocha tendría que tener esos monederitos de los colectiveros, verticales... a dedo. (Saca la mano del bolsillo, y tiene la llave en ella.) ¿Y esta llave? ¡Ey, chicas!... Bah, yo la tiro a la mierda. (La tira a la basura.) ¿Vieron que ahora hay unas bolsas verdes para tirar la basura que les puede ser útiles a los pobres? ¿Alguien entiende cómo funciona eso? JESSICA y BETIANA: No. ANABEL: Yo... a veces me gustaría dedicarme a la cuestión de la ecología, pero acá eso es un lujo, y además la danza, que es mi pasión, no me deja espacios personales. JESSICA: ¿Qué espacios personales? ANABEL: Espacios... personales. Jessica tiene un ataque. Ha llegado a su límite de tolerancia con Anabel. Tira la bolsa de la basura al suelo, no puede articular palabra, pero lo haría gustosa, le diría a Anabel cuán irritante es no entenderle nada, le diría que la odia, que la quiere ver muerta. Pero eso es porque Jessica está en un momento de su vida que no le resultaría fácil a nadie. Anabel empieza a recoger la basura y la mete en la bolsa. En primer plano, entre latas caídas, la llave. En un instante que podría llamarse mágico, Jessica la ve. Pero no la reconoce. JESSICA: Quedó esto.
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ANABEL: Sí, es basura. Jessica le empuja la llave a Anabel con un dedito para que la meta en la bolsa, se recompone. Se abrazan. Lloran juntas, se quieren, son amigas. Todo es patético. Apagón.
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ESCENA 10 TERMOTANQUE Rosa Lozano entra al departamento de Regina. Viene hablando por teléfono, y trae una alfombrita enrollada bajo el brazo. ROSA: Mire, señor Cocuzza, en algún momento a mí me gustaría discutir esa cuestión con usted en persona. Porque yo no tengo la culpa si me dan a alquilar los departamentos con mayores dificultades. (…) Sí, sí que es. ¡Éste es un departamento difícil! ¡No es un sitio bello para vivir! (…) Y ahora voy a poner un tapete donde quedó la marca del muerto, porque mucha gente pregunta, y si ustedes no se lo dicen en la inmobiliaria, para atraerlos, igual termino diciéndoselo yo, me lo sacan a mentira-verdad. (…) Bueno. Adiós. Rosa desenrolla la alfombrita, y se dispone a colocarla sobre la silueta dibujada del muerto, al pie de la escalera. Su acción se lentifica, como si sintiera algo extraño en la casa, mira en todas direcciones, cuando está por hacerlo, aparece en lo alto de la escalera Melina, vestida de uniforme, con una regadera en una mano y el arma reglamentaria en la otra. MELINA: ¡Alto ahí! ¡Alto ahí! Soy... policía. ¿Qué hace acá? ROSA: Vengo de la inmobiliaria. MELINA: Ah, perdón. Me asusté. Escuché ruidos, voces. ROSA: Si está haciendo otra pericia me siento por acá, y me quedo calladita, con mis cosas. MELINA: No, no, está bien, yo ya me iba. Yo… soy una conocida de Regina. ROSA: Ah, ¿la señora que vivía acá? MELINA: Sí. ROSA: ¿Le puede preguntar si la vajilla la va a dejar o no? ¿Y si puede hacer arreglar el ventiluz de arriba? MELINA: ¿Cuál? ROSA: Acá arriba, que se filtra viento, se oyen ruidos, mire… MELINA: ¡Con razón! ¡Qué julepe! Yo oía ruidos, pensé que había fantasmas. (Desaparecen escaleras arriba.) Emilio y Elyse salen del cuartito, charlando, y tomando un café. ELYSE: Estaba apurada, me tomé un taxi antiguo, un 404, creo, salía de un ensayo, las bailarinas me hacían planteos tontos, yo llegaba tarde a mi propia retrospectiva, (ríe, es evidente que Emilio le gusta) ...la armaron en la loma del culo, en Mataderos... EMILIO: ¡No! (Ríe también. Luego.) No... No te estoy escuchando. ELYSE:
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...De pronto siento un impacto y veo que estamos arrollando a una tropilla. ¿Qué hacía un grupo tan compacto de percherones y tordillos en medio de la avenida Juan Bautista Alberdi? EMILIO: Eh... ELYSE: No, yo te lo voy a decir. EMILIO: Ah, qué bien. ELYSE: ¡La feria de Mataderos! La Feria del Gaucho, gritos de doma, fuerza, color, por donde quieras ver... ¡La pampa, que no respeta semáforos! Por suerte no me hice nada. Ni un rasguño. ¿Dónde estamos, es tu casa? EMILIO: Ah, claro... No sé. Si te digo te miento. (Entra en la cocina.) ROSA: (Apareciendo.) Deberías pensarlo, porque éste es un departamento con más ventajas de las estrictamente necesarias. MELINA: Claro, el tema es el precio, ¿no? ROSA: Ventajas a nivel mochetas, a nivel ubicación, a nivel entarugados. Vení que te muestro el termotanque, dan ganas de chuparlo. Yo creo que además le podés pedir a la señora Regina alguna rebaja. Total, en esa celda en la que está, con cualquier cosa a cambio la conformás. Llevale chiches viejos. MELINA: Es que… me da no sé qué. EMILIO: Mirá, hay café, y palmeritas. Y… MELINA: ¿Vos no sentís… ¿Quién será Regina? (Leyendo el nombre en algo…? su taza.) ELYSE: Mh. Estas palmeritas están muertas. MELINA: Algo en el aire… ELYSE: El tema es: ROSA: ¿Qué me querés decir? ¿me querés decir qué hacía este tipo ... ¿Lo alquilás o no lo alquilás? ...manejando el taxi entre ganado? EMILIO: ¿Plata? ELYSE: ¿Qué? EMILIO: ¿Hacía plata? MELINA: ¿Tenés una vela? ROSA: ¿Cómo no voy a tener una vela? No sé. A lo mejor digo un disparate. Uy, es de damasco. ELYSE: Yo no sabía si iba a volver en sí... (Le da una vela, que Melina enciende, ya EMILIO: Volver en mí. muy cerca de donde están Emilio y Elyse,
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ELYSE: ¿Qué? quienes invariablemente le soplan la vela. EMILIO: Volver en ti, en vos. Volver en sí. Melina la vuelve a prender.)
ELYSE: Claro, y ¿querés saber en qué pensaba? Pensaba... Me olvidé. (Sopla la vela de Melina.) MELINA: ¿Ves? ROSA: ¿Qué veo? La corriente. MELINA: ¿Vos decís? ELYSE: Con el choque pensaba... sentía dos pelotitas rojas en la garganta, pensé: “han de ser mis aretes, creo que me los tragué”. EMILIO: ¿Qué es un arete? ELYSE: Ah, yo pienso en alemán, trabajé un tiempo en Berlín, me marcó mucho. EMILIO: (Soplando otra vez.) ¡Pará con la velita esa! (A Elyse). ¿Vos qué sos? ELYSE: ¿Qué soy? Yo… trabajé en… Berlín. Yo soy… (No se acuerda.) MELINA: Allá no pasaba, es por acá, por donde… (Señala el tapete que oculta la figura del muerto.) ELYSE: No me sale la palabra. EMILIO: ¿Ves? (A todas.) ¿Ven? Qué momento. Entonces a vos también te pasa. (A todas.) ¡A ella también le pasa! Viene y va, ¿no? La lucidez… Un deseo enorme de comprender, y al mismo tiempo una fiaca… MELINA: ¿Vos pensás que después de lo que pasó…? ROSA: Te voy a decir lo que pienso. ELYSE: Yo lo que no quería era tener que caer en el hospital Posadas… Te veo así vestida, con tanto miedo, La última vez me habían llevado para una operación muy sencilla, y me pregunto si todos en la federal serán así de cagones, una cosa... bueno… porque entonces: ¿en qué manos está mi propia seguridad? una cosa vaginal, y cuando me desperté me doy cuenta que los graciosos habían aprovechado la anestesia para hacerme un tatuaje de fidelidad al Partido Radical. MELINA: Claro, no, si tu pregunta es justa. Los directivos se deshicieron en disculpas.
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ROSA: Contestámela, entonces. Pero ahí está, el tattoo. No me voy de acá hasta que no me dejes una imagen decente de vos misma, de ustedes. ¿Me querés decir cómo hago si tengo un accidente en provincia? Me ven el tatuaje y no me atienden. La provincia es peronista EMILIO: Claro. A lo que el Partido Radical encima ya no existe. ELYSE: ¿Ah, no? EMILIO: Yo creo que ya no. ELYSE: ¿No ves? Si me lo ven, no me atienden en ninguna clínica, en provincia. EMLIO: ¿A ver el tatuaje? Emilio se acerca a Elyse y le toca el cuello, ella cree que se trata de un juego mimoso, y acepta a medias. Pero no. Uy, ¿qué tenés ahí? ELYSE: ¿Qué? Un lunar. (Elyse gira la cabeza y por primera vez vemos su perfil, que está completamente destrozado por el accidente. Emilio la ayuda a sacarse el sweater y ver hasta dónde llega la herida, salen a buscar más luz para ver el estado de su cuerpo.)
MELINA: Mirá, yo… Yo trato de hacer mi trabajo, tanto como vos el tuyo, pero a veces las cosas no salen como nosotras querríamos. ROSA: ¿Me lo vas a decir a mí?
No alquilo nada. Y no es con esto solo. Probé otras cosas, probé promociones en supermercados. A nadie le importa si yo me degrado. Parece que me voy a tener que morir sin poder comprarme los medicamentos que necesito.
MELINA: Dejame pensarlo mejor… ROSA: ¿Querés que te diga lo que pasó con todos los anteriores que me dijeron eso? Lo pensaron mejor. Y no llamaron más. (Melina insiste con su prueba de la vela, que ahora sí permanece encendida.) ¿Qué hacés? ¿Qué tiene este departamento, la peste? ¡Si la gente vive en cada pocilgas! Yo... vivo en una pocilga, todos hacinados, madre, familia, cuñado, dos perros siempre húmedos... MELINA: Bueno, está bien. Está bien. ROSA: Bueno. ¿Está bien, qué? MELINA: Sí, lo alquilo. Es... lindo. ROSA: ¿Es lindo, qué? Vení. Vení. (Melina se le acerca.) Vamos a firmar con Cocuzza. (Le da un beso tierno.) Y no me creas lo que te dije de los policías, yo los admiro mucho. MELINA: Yo también. (Salen. Apagón.)
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ESCENA 11 CHUCKY La casa de Lourdes. En escena, Lourdes y Jessica, abrazadas. Se escucha a Guido hablar desde el interior de la casa. GUIDO: ¿Cómo la hacés pasar? ¡No me avisás nada! JESSICA: Viene subiendo en el ascensor. GUIDO: ¡Y no me avisaste! ¡No la quiero ver! JESSICA: Mamá tiene que hablar con ella. Ya probamos todo. Y la llave no aparece. No jodas, Guido. GUIDO: ¿Ustedes no ven cómo estoy yo? ¿A ustedes no se les ocurre preguntarse si yo quiero verla o no a Susana? (Suena el timbre.) Me voy a esconder acá. (Se esconde en el cuartito.) LOURDES: Que pase. JESSICA: Pasá, Susana, está abierto. SUSANA LASTRI: Hola. LOURDES: ¿Entonces? SUSANA LASTRI: Creo que hoy vamos a tener suerte. Cuando venía para acá conté siete Fititos, y ya no se están haciendo más. ¿Hiciste lo que te pedí, Lourdes? Lourdes, te estoy hablando. LOURDES: Sí, te dije, sí, te contesté. Decile que vaya a buscar la muñeca. JESSICA: Está ahí, con las cosas de Emilio. SUSANA LASTRI: OK, yo voy. ¿La dejaron a la vista? ¿A la vista del muerto? (Abre la puerta, y descubre a Guido.) GUIDO: Hola, Susana. SUSANA LASTRI: Hola. GUIDO: No... no te llamé. SUSANA LASTRI: No. JESSICA: Dejala, Guido, dale la muñeca. GUIDO: Tomá. Susana lleva mecánicamente la vieja muñeca a la mesa. Es la misma muñeca que cayó rodando en la escena del tenedor. SUSANA LASTRI:
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¿Le pusieron el cassette como les dije? LOURDES: Tratamos. SUSANA LASTRI: (Fastidiada ante la falta de eficacia de Lourdes.) Está bien. Los muertos a veces usan sus cosas de vivos para enviar mensajes. (Mira a Guido, reprochándole no haberla llamado.) GUIDO: Te iba a llamar, pero como vos... SUSANA LASTRI: Shh. (Saca un extraño aparato para reproducir cassettes de su bolso. Luego abre la muñeca y extrae de ella el cassette. Pone el cassette en el reproductor, y va hacia el pizarrón. Se escucha un texto ilegible, y Susana lo copia sobre el pizarrón, con un dedo untado en su propia saliva, de derecha a izquierda, y con letras de un dudoso alfabeto. El cassette termina. Silencio. Susana estudia los glifos en la pizarra. Luego se da vuelta.) SUSANA LASTRI: (Señala al cuartito de donde sacó la muñeca.) ¿Cómo le dicen a esto? GUIDO: (Creyendo que se refiere a él.) Guido. JESSICA: Cuartito. LOURDES: Cuartito. SUSANA LASTRI: Mh. ¿Todos le dicen cuartito? LOURDES: Sí, cuartito. SUSANA LASTRI: (A Guido.) ¿Vos también? (Guido asiente.) ¿Y a esto? (Señala bajo la escalera.) JESSICA: ¿Qué es esto, Susana? ¿No podés observar un poco... tanto dolor a tu alrededor y dejarte de cosas que...? LOURDES: Dejala, que haga su trabajo. Bajoescalera. SUSANA LASTRI: ¿Todos le dicen “bajoescalera” a esto? (Pausa.) ¿Emilio también? GUIDO: No. Yo le digo... No sé, “ahí, debajo de la escalera”. SUSANA LASTRI: (Pasea por la habitación buscando otra cosa.) ¿Cómo le dicen a esto? LOURDES: ¿Cómo les vamos a decir? Mochetas. JESSICA: Sí, mochetas. Guido asiente. SUSANA LASTRI: Ahá. Y en el baño. ¿Cómo le dicen a donde se guarda el rollo del papel higiénico? LOURDES: Gaveta. JESSICA: Portarrollos.
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LOURDES: ¿Vos decís donde se guarda el rollo por usar, o el rollo que se está usando? SUSANA LASTRI: Ése. LOURDES: Sí, portarrollos. SUSANA LASTRI: Ya ven a dónde voy, ¿no? (Pausa.) ¿Cómo le decía Emilio a esta muñeca? LOURDES: Chucky. GUIDO: Ñaña. LOURDES : ¿Qué? GUIDO: Ñaña, le decía. LOURDES: Chucky. Decía que era horrible. Pero la guardaba. Se la había regalado Nazareno. (La miran como si estuviera loca.) Un político en campaña en el orfanato. Cuando lo sacamos... GUIDO: Se llamaba Ñaña. LOURDES: Pero ahora él le dice Chucky. Le decía... SUSANA LASTRI: No. Sigamos en el baño. Donde va el jabón, ¿cómo le dicen? JESSICA: Jabonera. SUSANA LASTRI: ¿Y donde se hace correr el agua del water? JESSICA: ¿Qué es el water? GUIDO: El inodoro. SUSANA LASTRI: No. Yo no digo el inodoro. Yo digo donde está el agua, que después se lleva los... lo que está en el inodoro. JESSICA: La... el... Era algo con “ch”. GUIDO: Ah, es el... la... LOURDES: La... ¿cómo es? La... Lo tengo en la punta de la lengua... JESSICA: Basta, Susana, por favor. ¿Qué es esto? SUSANA LASTRI: ¿Y se tapó el baño? JESSICA: Sí, hace unos días. SUSANA LASTRI:
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Es ahí. ¡Cómo no me di cuenta antes! Le preguntamos: “¿Dónde está la llave?”. Y fíjense lo que contesta... (Va hacia el pizarrón y les traduce en voz alta el texto que ha escrito en glifos.) “La llave está en el lugar que no tiene nombre”. ¿Entienden? El lugar que no se ha nombrado nunca. Emilio escondió la llave en el... en la... ahí. Corre a buscarla. Tras ella salen Jessica y Lourdes. Guido no se anima. Se los escucha revolver en el baño, vandalizarlo todo. Y susurrar cosas. El cassette en la muñeca vuelve a hablar, a gritar atronadoras frases mecánicas en su dialecto ininteligible. SUSANA LASTRI (en el cuartito): ¡Es que no sé! Guido está asustado, retrocede hasta un rincón. Afuera empieza un griterío. Las luces tiemblan. El mundo conocido se derrumba. Pero es sólo un momento: la puerta del cuartito se abre y todo vuelve a la normalidad. Salen Lourdes y Jessica. GUIDO: ¿Qué vieron?... ¿Qué hay ahí?... JESSICA: ¡Nada! LOURDES: ¿Vos tenés una idea del tiempo, y el dinero que nos has hecho perder, chiruza? JESSICA: ¡De las esperanzas! LOURDES: ¡Te metés en mi casa, venís a llenarme de promesa, de esperanza, y yo te creo, te creo porque estoy hecha mierda, porque me encuentro la caja de Kaotrina en cada lugar de la casa, es una tentación, porque vengo de tratar de tirarme al pozo del ascensor! ¡Y nos mentís! ¡Meta mentir y facturar diez pesos, como una máquina, una máquina fría, germánica, tan alta que sos! SUSANA LASTRI: ¡Yo qué culpa vengo a tener! Los muertos no saben mentir. El mensaje es claro, el muerto dice que dejó la llave en el... en la... JESSICA: ¿No escuchás, malparida, sos insensible al dolor ajeno? ¿No podés decir simplemente: “No hay tal llave”, “Olvídense de la llave”, “Entierren a sus muertos”? ¡Hasta cuándo nos querés desgarrar! ¡Uno por uno! ¡Y mirá lo que le hiciste a Guido, puta! SUSANA LASTRI: ¡Perdón! ¡Perdón! ¡Estoy tan sola! (Demacrada, lloricosa.) ¿Sabés lo que esperé que me llamaras, Guido? ¿Por qué no me llamaste? ¿Te doy tanto asco? ¿Te doy asco porque estoy sola, porque soy sola, las dos una sola cosa mi tristeza y yo? GUIDO: Yo... SUSANA LASTRI: Yo pensé que vos... ¡Nosotros nos entendíamos, Guido! ¡Vos me entendías, sabías lo que yo quería, podrías habérmelo dado! ¡Podía funcionar! GUIDO: Yo... estoy confundido, Susana. Lleno de dudas. SUSANA LASTRI: Yo me abrí a vos... y vos te fuiste con la otra chica. ¿Qué pasó? ¿Qué dije? GUIDO: Vos me... vos a mí me hiciste mucho daño... SUSANA LASTRI:
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¡Como a todos!, ¿no? Decilo. ¡Como a todos! Claro: una es demasiado mujer... los hace hombres y después me dejan. (Agarra sus cosas y sale corriendo, para nunca más volver, se la escucha aún unos segundos más llorando en sánscrito, escaleras abajo.) Guido se suma a Lourdes y Jessica, los tres sollozan en la escalera, como perritos abandonados. LOURDES: Mis chiquitos, mis pobrecitos. Cuánto han tenido que sufrir. Yo ahora les voy a hacer la leche. ¿Quieren? ¿Quieren que mamá les haga la leche? ¿Quieren? Los tres un nudo de llanto. ¡Hay tantos caminos, tantos... que no conducen a ninguna parte! Ahora mamá se va a parar, va a entrar en esa cocina, y les va a hacer la leche. Ahora mamá lo va a hacer. Ahora sí. Apagón.
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ESCENA 12 EL LIBRO DE LOS MUERTOS Antes de que los textos finales de Lourdes se dejen de oír, volvemos a escuchar la música de la coreografía que prepara Elyse. De manera más o menos caótica, las bailarinas toman sus posiciones de siempre (Jessica, Betiana, Dudi y Marcia), y la pobre Elyse, muerta sin saberlo, corrige sutilmente una u otra posición, uno u otro gesto, este o aquel ritmo. Lo que ocurre en esta cuarta versión de la coreografía es difícil de describir: la música ya no es tan clara; voces de todos lados, en lenguas ignotas, como un conciliábulo de brujas y hechiceros, se dejan oír aquí y allá, aclarando las cuestiones fundamentales de “El libro de los muertos”. En cuanto al baile en sí, básicamente se trata de los mismos gestos, los mismos movimientos que ya hemos visto, pero ahora, extrañamente, y de un modo bastante idiota, empiezan a cobrar sentido en la convivencia con los muertos que pululan sobre el escenario: Emilio y Elyse. Elyse grafica posiciones en un pizarrón, y el chirrido de la tiza, que como todos sabemos es insoportable, es lo que hace que las bailarinas se tapen los oídos en el momento justo. O más o menos en el momento justo.. Más tarde, la salida danzarinística de Betiana, que se encierra en el cuartito, coincidirá con el momento del texto en off en el que se explica el encierro de Kahimi tras la temible puerta. Y así con todo: aquello que antes era pura forma, frívola pretensión de bailarinas sucias, ahora encaja en un plan que ni ellas mismas conocen. El “momento del padre”, por ejemplo, es efectivamente el momento del padre: Emilio se apoya en la pared y le habla a Jessica. Y he aquí más o menos lo que le dice: EMILIO: Te digo lo del libro, Jessy, ¿me oís? Lo del Libro de los Muertos. Es genial. Me gustaría hacer un corto, un video, con esta trama de base. Una historia de bajo presupuesto. Parece ser que una vez, el gran dios Seth se enamoró de una mortal, Kahimi. La amó sobre la tierra, sobre la arena tibia. Y fueron felices. Pero Kahimi era mortal. Y murió, picada por un áspid. Una serpiente. DUDI: (Es esa parte del texto que ella nunca entendió, en la que debe gritar: ) ¡Jujuy! EMILIO: Claro, yo acá lo haría en Jujuy, y con una vinchuca, pero eso es mi visión de un tema clásico. De un tema que ocurre en una civilización muy antigua, donde se habla un idioma muy rústico hecho sólo de las palabras fundamentales. Entonces Kahimi descendió al mundo de los muertos. Según la costumbre, dos altas mujeres etíopes, dos negras de alegres rostros rodeadas de tambores, son las encargadas de guiar a los muertos con su canto hacia el mundo subterráneo. Al pasar la puerta, el mortal, confundido por el canto y el tambor, firma un pacto, y según este pacto los piadosos dioses del Egipto te privan de todo deseo, y de toda memoria. Y así fue con la pobre Kahimi. Pero los dioses no pudieron privar al dios Seth del amor que aún sentía por ella. Y el dios enloqueció, y enfermó de pena. Y ahí empezó todo. Porque el sufrimiento de un mortal no significa nada, carece de significación, pero cuando un dios sufre, el mundo deja de ser.
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La voz de un señor, el padre muerto de Cecilia Roviro, sigue con el relato en off, sumada a las tantas otras voces que desde recónditos lugares y en cientos de lenguas, dicen lo suyo. Mientras tanto, Emilio abandona la posición del “momento del padre” y va a ocupar su lugar en el piso, al pie de la escalera, donde está dibujada con tiza su propia silueta, muerto y aún sosteniendo el libro en la mano. Cuando la música cesa, Elyse, sonriendo satisfecha por primera vez, murmura para sí: “Bien, va muy bien, nos vamos acercando. Todavía un poco amanerado”. Y la devoran las sombras. VOZ DEL PADRE DE CECILIA ROVIRO (OFF): Siete cosechas enteras de trigo se arruinaron, siete veces el Nilo salió de su cauce, siete camadas de siete veces siete de terneras murieron de hambre, y siete niños de cada setenta y siete no tuvieron pan para llevarse a la boca. Los dioses se entristecieron, porque veían que el mundo que habían creado no se ajustaba a sus leyes perfectas. Y sospecharon los unos de los otros. Así que por culpa de Seth, de su amor inexplicable por una cosa muerta, tuvieron que reunirse a solucionar el problema. Pero lo hicieron mal. Tan sólo una cosa era irreversible en el mundo, y ellos, al crear la excepción, trajeron la duda, y la amargura. Amon-Ra entregó a Seth una llave. (Casi casualmente, Elyse deja la tiza en la mano que Dudi abre, sempiternamente en ese momento de la coreografía.) “Ésta es la llave que abre el mundo de los muertos”, le dijo. “Con esta llave podrás traer a Kahimi tantas veces como lo desees, y luego volverás a ponerla entre los suyos”. BETIANA: ¡Abajo no! ¡Abajo no! VOZ DEL PADRE DE CECILIA ROVIRO (OFF): “Pero de ahora en más vigilarás que la llave no se pierda, y que nadie más la use. Si todos los muertos pudieran salir del mundo de las sombras, los hombres –que son necios- ya no entenderían las diferencias entre ellos y nosotros. Querrán traer las cosas muertas y vivir con ellas para siempre. Y sobrevendría el fin. Nuestro fin”. La oscuridad lo ha ganado casi todo. De vez en cuando oímos a Marcia, que una vez terminada la coreografía, comenta en voz baja cosas imprecisas, del tipo: Seth, que era el dios de los lenguajes, MARCIA: prometió esconder muy bien la llave. Sí, yo hoy me sentí más suelta, pero más “No os preocupéis, queridos dioses”, les ubicada. Cómo me gustaría que Elyse dijo. pudiera vernos. ¿Ustedes no creen que ella “Les daré a los hombres cientos de palabras. nos ve, desde una estrella? Este homenaje le Miles, si es necesario. hubiera encantado, y a nosotras nos puede Pero no les daré nunca la palabra que venir bien, en términos de guita. O sea, a lo designa al lugar donde esconderé la llave”. mejor al principio hay que moverse como en Y dicho esto, escondió la llave. un formato más independiente, pero Y entregó a los egipcios tantos jeroglíficos después... Yo digo: las primeras semanas como pudo. tratemos de traer gente. Si cada función Y a los celtas entregó runas. traemos cinco personas cada una, pero que Y a los súmeros, cuñas. paguen, y ponele que cobramos tres pesos, o Y a los chinos, cosas. tres con sesenta, no sé, digo por decir, tres Y a los judíos, un alfabeto. sesenta por cinco por cuatro, somos VOZ DEL PADRE DE CECILIA ROVIRO (OFF):
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Y a los griegos, otro. Y a los bárbaros les dio el alemán.
cuatro... veinte... por tres, por tres con sesenta, no sé.”
Melina baja las escaleras, aterrada. Es su primera noche en el ruidoso y lúgubre departamento recién alquilado, así que -en camisón y portando arma reglamentaria- baja los escalones y descubre el libro tirado junto a la figura del muerto. A quien no ve, claro está. Se sienta a la luz de una vela y lee. Mientras tanto, el texto en off ha seguido. VOZ DEL PADRE DE CECILIA ROVIRO (OFF): Pero jamás la llave, que escondió en el sitio que no se puede nombrar en ningún idioma. Los hombres lo buscaron desde entonces, ciegamente. Nombrar ese lugar implica abrirlo, para que los muertos y los vivos hagan las paces. Lo buscaron en los intervalos de la música. En los gestos hechos para nadie. En el sonido de las palabras amontonadas. En las rimas. En la luz de la tarde sobre unos bañistas. En el negro del carbón. Hace ya de esto miles de años. Ahora, ya hace miles de años. Emilio se incorpora apenas, sopla por última vez la vela de Melina. Ella grita, asustada. Silencio. Y oscuridad.
Rafael Spregelburd Tercera versión, julio de 2004