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Dislexia Un nuevo modelo de este trastorno de lectura enfatiza defectos en el procesamiento del lenguaje antes que en el sistema visual. Explica por qué algunas personas muy inteligentes tienen problemas para aprender a leer. Por Sally E. Shaywitz
Hace cien años, en noviembre de 1896, un doctor en Sussex, Inglaterra, publicó la primera descripción de un desorden de aprendizaje que luego sería conocido como dislexia del desarrollo. “Percy F.,… 14 años de edad,… siempre ha sido un niño brillante e inteligente,” escribió W. Pringle Morgan en el British Medical Journal, “rápido en los juegos y de ninguna manera inferior en comparación a los otros de su edad. Su gran dificultad ha sido -‐y lo es ahora-‐ su incapacidad para aprender a leer”. En esa breve introducción, Morgan capturó la paradoja que ha intrigado y frustrado a los científicos hace ya más de un siglo: las profundas y persistentes dificultades que algunas personas muy inteligentes enfrentan a la hora de aprender a leer. En 1996 como en 1896, la habilidad para leer es tomada como algo que representa la inteligencia. La mayoría de las personas asumen que si alguien es inteligente, motivado y escolarizado, él o ella aprenderá a leer.
Pero la experiencia de millones de disléxicos como Percy F. ha mostrado que esa suposición es falsa. En la dislexia, la aparente relación invariante entre la inteligencia y la habilidad para leer se rompe. Las explicaciones tempranas sobre dislexia, aparecidas en la década de 1920, sostenían que los defectos en los sistemas visuales eran los responsables de las inversiones de las letras y las palabras, fenómeno que se pensaba típico de la lectura disléxica. Habitualmente se prescribía un entrenamiento de la vista para resolver estos supuestos defectos visuales. Investigaciones posteriores han mostrado, sin embargo, que los niños con dislexia no son extraordinariamente propensos a revertir las letras o palabras y que el déficit cognitivo responsable del trastorno está relacionado con el sistema del lenguaje. En particular, la dislexia demuestra una deficiencia en el procesamiento de unidades lingüísticas distintivas, llamadas fonemas, que componen todas las palabras escritas y habladas. Los modelos actuales sobre la lectura y la dislexia proveen ahora una explicación de por qué algunas
personas muy inteligentes tienen problemas para aprender a leer y realizar otras tareas lingüísticas. A lo largo de nuestro trabajo, mis colegas y yo, en el Centro para el Estudio del Aprendizaje y la Atención de Yale, hemos evaluado las dificultades de lectura de cientos de niños y numerosos hombres y mujeres. Muchos eran estudiantes y profesores de nuestras escuelas de grado, posgrado y profesiones de la universidad. Uno de estos, un estudiante de medicina llamado Gregory, vino a vernos después de haber sufrido una serie de problemas en sus cursos de primer año. Él estaba bastante desalentado. Aunque había sido diagnosticado como disléxico en la escuela primaria, Gregory también había sido colocado en un programa para estudiantes dotados. Su inteligencia nativa junto con un fuerte apoyo le permitieron graduarse de la escuela secundaria con honores y obtener la admisión a una universidad de la Ivy League 1 . En la universidad, Gregory había trabajado duro y eventualmente recibió ofertas
1 N. del T. : Las ocho universidades de la Ivy League son consideradas unas de las más prestigiosas
en los Estados Unidos.
de diversas escuelas de medicina de primera línea. Ahora, sin embargo, estaba comenzando a dudar de sus competencias. No tenía problemas comprendiendo las intrincadas relaciones entre los sistemas fisiológicos o los complejos mecanismos de las enfermedades, de hecho, él se desempeñaba excelentemente en aquellas áreas que requerían habilidades de razonamiento. Lo más problemático para él era el simple acto de pronunciar palabras largas o términos nuevos (como las etiquetas utilizadas en descripciones anatómicas); quizás su habilidad menos desarrollada era “aprender de memoria”. Tanto Gregory como sus profesores estaban perplejos por las inconsistencias en su desempeño. ¿Cómo podría alguien que entendía tan bien conceptos difíciles tener problemas con detalles más simples y pequeños? ¿Podría la dislexia de Gregory (él todavía era un lector lento) dar cuenta de su incapacidad para nombrar partes del cuerpo y tipos de tejidos a pesar de tener excelentes habilidades de razonamiento? Podría, expliqué. La historia de Gregory encajaba en la imagen clínica de la dislexia como ha sido tradicionalmente definida: una dificultad inesperada para aprender a leer a pesar de con-‐
tar con inteligencia, motivación y educación. Es más, fui capaz de asegurarle a Gregory que ahora los científicos entendían la naturaleza básica de la dislexia. En las últimas dos décadas, ha aparecido un modelo coherente de la dislexia basado en el procesamiento fonológico. El modelo fonológico es consistente tanto con los síntomas clínicos de la dislexia como con lo que los neurocientíficos saben sobre la organización del cerebro y sus funciones. Investigadores de diversos laboratorios, incluyendo a mis colegas y a mí en el Centro de Yale, tuvimos la oportunidad de probar y mejorar este modelo a través de 10 años de estudios cognitivos y, más recientemente, neurobiológicos. El modelo fonológico Para entender cómo funciona el modelo fonológico, uno primero tiene que considerar la manera en la que el lenguaje es procesado en el cerebro. Los investigadores han conceptualizado el sistema del lenguaje como una serie jerárquica de módulos o componentes, cada uno dedicado a un aspecto particular del lenguaje. En los niveles más altos de la jerarquía hay componentes involucrados con la semántica (vocabulario o significado de las palabras), sintaxis (estructura gramatical) y discurso (oraciones conectadas). En el nivel más bajo de la jerarquía se encuentra el módulo fonológico, que se ocupa de procesar
los elementos distintivos de sonido que constituyen el lenguaje. El fonema, definido como el segmento significativo más pequeño del lenguaje, es el elemento fundamental del sistema lingüístico. Las diferentes combinaciones de tan solo 44 fonemas producen cada una de las palabras en la lengua inglesa. La palabra gato 2 , por ejemplo, se compone de cuatro fonemas: “gu”, “a”, “t” y “o”. (Los lingüistas los señalan con /γ/, /a/,/t/, /o/). Antes de que las palabras puedan ser identificadas, entendidas, almacenadas o recuperadas de la memoria, primero deben ser descompuestas o parseadas3 en sus unidades fonéticas en el módulo fonológico del cerebro. En la oralidad, este proceso ocurre automáticamente en un nivel preconsciente. Como Noam Chomsky y, más recientemente, Steven Pinker del Massachusetts Institute of Technology (MIT) han sostenido de manera convincente, el lenguaje es un instinto. Lo único necesario para los humanos es estar expuestos al lenguaje. Un módulo fonológico genéticamente determinado ensambla automáticamente los fonemas en palabras para los hablantes y, para los oyentes, analiza las palabras habladas para recuperar sus componentes fonológicos subyacentes. Cuando se produce una palabra, el aparato fonador humano -‐la laringe, el paladar, la lengua y los labios-‐ automática-‐
2 N. del T.: En la versión original la palabra es cat y los fonemas /k/, /æ/ y /t/ 3 N.
del T.: Se denomina parser a los distintos sistemas que sirven para analizar cadenas de símbolos. Suele utilizarse para hacer referencia a los analizadores sintácticos y, como en este caso, al analizador de los segmentos fonéticos y fonológicos.
mente comprimen y unen los fonemas. Como resultado, la información de diversos fonemas es incorporada en una única unidad de sonido. Como no hay pistas claras sobre la naturaleza segmental subyacente, el lenguaje hablado parece ser continuo. De esta manera, un osciloscopio registraría la palabra “gato” como una única explosión de sonido; solo el sistema lingüístico humano es capaz de distinguir los cuatro fonemas presentes en la palabra. Como sostiene mi colega Alvin M. Liberman de los laboratorios
Haskins en New Heaven, Connecticut, la lectura refleja el lenguaje hablado, pero es una habilidad mucho más difícil de dominar. ¿Por qué? Aunque tanto hablar como leer dependen del procesamiento fonológico, hay una diferencia significativa: hablar es una actividad natural pero leer no lo es. La lectura es una invención y debe ser aprendida en un nivel consciente. La tarea del lector es transformar la percepción visual del sistema alfabético en componentes lingüísticos, esto es, recodificar los grafemas (letras) en sus correspondientes fonemas. Para lograr esto, en principio, el lector debe lograr un conocimiento consciente de
la estructura fonológica de las palabras habladas. Luego, él o ella deben darse cuenta de que la ortografía (la secuencia de letras en la hoja) representan esta fonología. Esto es lo que precisamente sucede cuando un niño aprende a leer. En contraste, cuando un niño es disléxico, un déficit dentro del sistema lingüístico en el nivel del módulo fonológico afecta su capacidad para segmentar las palabras escritas en sus componentes fonológicos subyacentes. Esta explicación de la dislexia se conoce como el modelo fonológico, o a veces, como la hipótesis de déficit fonológico. Según esta hipótesis, un déficit circunscripto al procesamiento fonológico afecta la decodificación, impidiendo la identificación de palabras. Este déficit básico en lo que es esencialmente una función lingüística de bajo nivel bloquea el acceso a procesos lingüísticos de un nivel más alto y a la posibilidad de acceder al significado de un texto. Así, aunque los procesos involucrados en la comprensión y el significado están intactos, no pueden ser utilizados, porque sólo se puede acceder a ellos luego de que la palabra ha sido identificada. El impacto del déficit fonológico es más obvio en la lectura, pero puede también afectar el habla de maneras predecibles. El dilema de Gregory con palabras largas o nuevas, por ejemplo, es completamente consistente con las evidencias que apoyan un modelo fonológico de la dislexia. Esta evidencia ha comenzado a recogerse hace más de dos décadas. Uno de los primeros experimentos, realizado por la ya fallecida Isabelle Y. Liberman de los Laboratorios Haskins, mostró que los niños pequeños ganan consciencia sobre la estructura fonológica de las palabras habladas entre los cuatro y los seis años. En el experimento, se les preguntó a los niños cuántos sonidos escuchaban en una serie
de palabras. Ninguno de los niños de cuatro años pudo identificar correctamente el número de fonemas, pero el 17% de los niños de cinco años pudo hacerlo; y, de los niños de seis años, el 70% demostró tener consciencia fonológica. A los seis años, la mayoría de los niños también había tenido al menos un año completo de escolaridad, que incluía enseñanza de la lectura. El desarrollo de la conciencia fonológica, por lo tanto, es paralelo a la adquisición de las habilidades lectoras. Esta correspondencia sugiere que estos dos procesos están relacionados. Estos hallazgos también convergen con la información del Estudio Longitudinal de Connecticut, un proyecto que mis colegas y yo comenzamos en 1983 con 445 alumnos de jardín de infantes ARQUITECTURA NEURONAL para la lectura sugerida por imágenes de resonancia magnética funcional. La identificación de letras activa el cortex extraestriado en el lóbulo occipital; el procesamiento fonológico activa el giro frontal inferior (Area de Broca); y el acceso al significado activa principalmente el giro temporal superior y partes de los giros temporal medio y supramarginal.
seleccionados al azar. El estudio continúa en 1996 cuando estos niños tienen 19 años y ya terminaron la secundaria. Al evaluar a los chicos cada año, encontramos que la dislexia afecta a un 20 porciento de los alumnos, un porcentaje que concuerda a grandes rasgos con la proporción de los niños de seis años que no podían identificar la estructura fonológica de las palabras del estudio de Liberman. Esta información apoya con mayor fuerza la conexión entre la conciencia fonológica y la lectura. Durante la década de los 80’, los investigadores comenzaron a estudiar esta conexión de manera explícita. El trabajo pionero de Lynette Bradley y Peter E. Bryant de la Universidad de Oxford señaló que las capacidades fonológicas de un niño en preescolar predice las habilidades lectoras posteriores. Bradley y Bryant también encontraron que el entrenamiento en conciencia fonológica mejora significativamente la capacidad de lec-‐
tura de los niños. En estos estudios, un grupo de niños recibió entrenamiento en procesamiento fonológico, mientras otro recibió entrenamiento en lenguaje que no enfatizaba la estructura sonora de las palabras. Por ejemplo, el primer grupo trabajaría con categorización de palabras según el sonido mientras que el segundo grupo se enfocaría en categorizar palabras según su significado. Estos estudios, juntos con los trabajos más recientes de Benita A. Blachman de la Universidad de Siracusa, Joseph E. Torgesen de la Universidad Estatal de Florida y de Barbara Foorman de la Universidad de Houston, claramente demuestran que el entrenamiento fonológico en particular -‐más que la instrucción general en lengua-‐ es responsable de las mejoras en la lectura.
Jugar para tratar los problemas de aprendizaje La dislexia es el más común de los trastornos de aprendizaje, es decir, las condiciones que interfieren con la habilidad de un niño normalmente inteligente en adquirir el lenguaje, aprender a leer o desarrollar otras habilidades cognitivas. Los niños con trastornos de aprendizaje se han convertido en la base de una industria en crecimiento desde 1968, momento en el que los oficiales federales de educación destinaron fondos para su ayuda. El número de niños identificados como con trastornos de aprendizaje aumentó de 780.000 en 1976 a 2,3 millones en 1993. Se gasta un estimado de 15 mil millones de dólares en el diagnóstico, tratamiento y estudio de estos tipos de trastornos. Las definiciones y criterios de diagnóstico para los trastornos de aprendizaje son generalmente subjetivas o ambiguas, sus causas son típicamente oscuras o controversiales. Por ejemplo, el psicólogo Gerald Coles de la Universidad de Rochester desafía la afirmación de que el 20 porciento de los niños son disléxicas y no todos los investigadores y educadores aceptan una explicación fonológica (o incluso biológica) para la dislexia. El tratamiento es otra área que se ha visto envuelta en controversias y, usualmente, decepciones. A lo largo de los años, educadores y padres han adoptado numerosas técnicas que prometían ayudar a los niños a superar sus trastornos de aprendizaje, a pesar de la ausencia de investigaciones independientes que apoyaran dichas promesas. Sin embargo, las investigaciones que se están desarrollando actualmente tienen perspectivas de alcanzar un progreso real. Uno de los tratamientos para los trastornos de aprendizaje más elogiados surgido recientemente ha sido desarrollado por un grupo dirigido por Paula Tallal, codirectora del Centro para Neurociencia Molecular y del Comportamiento de la Universidad de Rutgers en Newark, N.J. y por Michael M. Merzenich del Centro Keck de Neurociencia Integrativa de la Universidad de California en San Francisco. Su investigación no se ha enfocado en los disléxicos en sí, sino en los niños con “trastorno del lenguaje” que tienen dificultades en entender el habla. No todos los niños con trastornos del lenguaje son disléxicos, señala Tallal, y no todos los disléxicos tienen trastornos del lenguaje, pero no obstante hay una superposición entre
los dos grupos. Algunos estudios han sugerido que alrededor de un 8% de la población total de niños podría tener trastornos del lenguaje y que, de este grupo, más del 85% también tiene síntomas de dislexia. Tallal, que ha comenzado a estudiar los trastornos del lenguaje hacia finales de la década del 70’, ha sospechado hace tiempo que este problema tiene su raíz en la falta de habilidad para procesar información lo suficientemente rápido. Mientras que la mayoría de los niños pueden procesar fonemas que duran menos de 40 milisegundos, los que tienen trastornos del lenguaje podrían requerir tanto como 500 milisegundos. Para ellos, la palabra “dan” puede ser indistinguible de “tan”4. Esta hipótesis, dice Tallal, es “compatible” con el modelo de déficit fonológico de la dislexia, pero pone más énfasis en el rol de la temporalidad de los procesos neuronales. Tallal cree que los trastornos del lenguaje usualmente tienen su origen en un déficit orgánico más que en factores ambientales. Ella señala que las imágenes de resonancia magnética y otros estudios de imágenes han mostrado claras diferencias neuronales entre las personas con habilidades lingüísticas normales y las personas con trastornos. “Pero solamente por ser algo de base biológica no significa que sea irremediable,” añade Tallal. Hace dos años, ella formó un equipo con Merzenich y otros científicos para desarrollar una terapia basada en programas de computadora -un videojuego, esencialmente- para entrenar a los niños con trastornos del lenguaje. El núcleo de la terapia es un programa de procesamiento del habla que permite a los investigadores alterar la amplitud y la duración de los sonidos grabados. En uno de los programas, que tiene una temática circense, un payaso pronuncia dos fonemas cercanos muy relacionados, como “ta” y “da” que se han “estirado” a una longitud que los niños pueden comprender fácilmente. Cuando los niños distinguen correctamente entre los sonidos, el payaso los felicita y el progreso se muestra también con un oso que se mueve a lo largo de una cuerda floja.
4 N. del T.: bat y pat en el original.
Los hallazgos de este tipo sientan las bases para nuestro propio estudio, realizado a comienzos de la década del 90’, sobre las habilidades cognitivas de niños con y sin dislexia. Junto con Jack M. Fletcher de la Universidad de Texas-‐Houston y Donald P. Shankweiler y Leonard Katz de los Laboratorios Haskins, examiné 378 niños de siete a nueve años con una batería de pruebas que evaluaba habilidades tanto lingüísticas como no lingüísticas. Nuestros resultados, como los de Keith E. Stanovich y Linda S. Siegel del Instituto Ontario para los Estudios en Educación, dejaron en claro que los déficits fonológicos son el marcador cognitivo más significativo y consistente de los niños con dislexia. Una prueba en particular parecía ser bastante sensible a la dislexia: la Prueba de Análisis Auditivo, que le pedía a los niños segmentar palabras en sus unidades fonológicas subyacentes y luego eliminar fonemas específicos de esas palabras. Por ejemplo, el niño tenía que decir la palabra “para” sin el sonido “p” o decir la palabra “sala” sin el sonido “s”5. Esta medida era la que más se relacionaba con la habilidad de los niños para decodificar palabras aisladas en las pruebas estandarizadas y era independiente de su inteligencia, vocabulario y habilidades de razonamiento. Cuando le administramos esta y otras pruebas de consciencia fonológica a un grupo de adolescentes de 15 años en nuestro estudio longitudinal de Connecticut, los resultados fueron los mismos: incluso para los estudiantes de secundaria la conciencia fonológica era el mejor predictor de las habilidades de lectura. Si la dislexia es el resultado de una especialización fonológica
insuficientemente desarrollada, otras consecuencias del funcionamiento fonológico afectado también deberían ser evidentes, y lo son. Hace diez años, el trabajo de Robert B. Katz de los Laboratorios Haskins documentó los problemas que los lectores con dificultades tienen en la denominación de objetos que se muestran en imágenes. Katz mostró que cuando los disléxicos cometían errores en la denominación de objetos, las respuestas incorrectas tendían a compartir características fonológicas con la respuesta correcta. Es más, los errores de denominación no eran el resultado de una falta de conocimiento. Por ejemplo, una niña a la que se le mostraba la imagen de un volcán, denominaba la imagen como tornado. 6 Cuando se le ofrecía la posibilidad de explicar mejor, ella demostraba que conocía qué era el objeto que se mostraba en la imagen, era capaz de describir los atributos y las actividades de un volcán detalladamente y señalar otras imágenes relacionadas con volcanes. Ella simplemente no podía evocar la palabra “volcán”. Este descubrimiento concuerda con otra evidencia que sugiere que a pesar de que el componente fonológico del lenguaje está afectado en la dislexia, los componentes de más alto nivel permanecen intactos. Los procesos lingüísticos que se ocupan del significado de las palabras, la gramática y el discurso -‐que, en conjunto, subyacen a la comprensión-‐ parecen estar completamente operativos, pero su actividad se bloquea por el déficit en la función de más bajo nivel del procesamiento fonológico. En uno de nuestros estudios, Jennifer, una joven muy inteligente con un trastorno de lectura, nos contó todo sobre la palabra “apocalipsis”. Ella conocía su significado, sus connotaciones y su uso correcto, pero no podía, sin embargo, reconocer la palabra en una página impresa. Dado que no podía decodificar e identificar la palabra escrita, ella no podía acceder a su ban-‐
co de conocimiento sobre el significado de la palabra cuando se la encontraba en un texto escrito. Desde luego, muchos disléxicos, como Gregory, aprenden a leer e incluso se destacan en la academia a pesar de su discapacidad. Los llamados disléxicos compensados se desempeñan tan bien como los no disléxicos en pruebas de precisión léxica -‐ellos han aprendido cómo decodificar o identificar palabras, alcanzando por lo tanto el acceso a los niveles más altos del sistema lingüístico. Sin embargo, esto tiene un costo asociado. Las pruebas cronometradas muestran que la decodificación sigue siendo muy trabajosa para los disléxicos compensados, su habilidad para identificar palabras no es automática ni fluida. Muchos disléxicos nos han dicho lo cansador que resulta para ellos leer, lo que refleja la enorme cantidad de recursos y energía que deben utilizar en esta tarea. En efecto, la lentitud extrema en la toma de decisiones de base fonológica es típica del grupo de disléxicos compensados que hemos conformado como parte de un nuevo acercamiento para entender la dislexia: nuestro programa de neuroimágenes. La neurobiología de la lectura El modelo fonológico incorpora un esquema modular del procesamiento cognitivo en el que cada componente del proceso de identificación de palabras es llevado a cabo por una red específica de células cerebrales. Hasta hace poco tiempo, sin embargo, los investigadores no tenían un indicio claro de cómo ese esquema se correspondía con la organización funcional del cerebro humano. A diferencia de otras funciones, la lectura no puede ser estudiada en animales e, incluso, durante muchos años la localiza-‐
5 N. del T.: En el original “block” (bloque) y “sour” (amargo). Se modificó para respetar la idea de
que al quitar el primer sonido de la palabra también se forma una palabra. En el caso del inglés “lock” (candado, cerradura) y “our” (nuestro/a). 6 N. del T.: En inglés la pronunciación de “volcano” comparte rasgos con la de “tornado”.
localización cerebral de todos los procesos cognitivos superiores sólo podía ser inferida a partir de los efectos de las lesiones cerebrales de sujetos que habían sobrevivido a las mismas. Este acercamiento ofrecía Una vez que los niños han dominado los fonemas de una duración determinada -por ejemplo, 400 milisegundos- es posible pasar a fonemas más rápidos y realistas. Los chicos también escuchan grabaciones a menor velocidad de palabras completas, oraciones e historias, como El gato en el sombrero. Tallal y Merzenich informaron en Science este enero pasado que 11 niños entrenados con estos métodos han adquirido las habilidades lingüísticas que suelen llevar dos años en un mes. Un grupo de control tratado de la misma forma pero sin las grabaciones a menor velocidad, solamente progresó como mucho un cuarto, en comparación. Este año, Tallal, Merzenich y dos colegas fundaron una compañía llamada Principios de Aprendizaje Científicos, situada en San Francisco, para desarrollar y vender un CD-ROM interactivo con su programa de aprendizaje. Ellos planean probar los prototipos en 25 o más escuelas de educación especial y clínicas en los Estados Unidos y Canadá en el próximo año. Se espera que participen alrededor de 500 niños. Los estudios incluirán no solo niños con trastornos del lenguaje sino también aquellos diagnosticados con dislexia, trastorno por déficit de atención y otros trastornos de aprendizaje comunes. “Queremos determinar la posibilidad de generalizar esta técnica”, señala Tallal. Si todo resulta bien, ella dice, los CD-ROM se enviarán a centros de aprendizaje certificados los comienzos del año próximo. Desde que los medios informaron hace un año sobre esta investigación, Tallal y sus colegas han recibido numerosas preguntas de padres y de la prensa. Para satisfacer estas demandas, ellos crearon un sitio web (http://www.scilearn.com). Tallal enfatiza que las preguntas planteadas por Coles y otros escépticos sobre las causas y la frecuencia de los trastornos de aprendizaje son importantes. Sin embargo, considera que “es un error enfocarse en todas estas diferencias de definición”. El progreso real, ella dice, vendrá solo mediante investigaciones empíricas. -John Horgan, redactor de la revista
muy poco para echar luz sobre el fenómeno en el que mis colegas y yo estábamos interesados. Lo que necesitábamos era una manera de identificar las regiones del cerebro que se activaban cuando los sujetos sanos están leyendo o intentando leer. Nuestro grupo se emocionó bastante con la llegada, hacia finales de la década del 80’, de las imágenes por resonancia magnética funcional (fMRI, por sus siglas en inglés). Con la misma máquina de imágenes que había revolucionado el diagnóstico clínico por imágenes, las fMRI pueden medir los cambios en la actividad metabólica del cerebro mientras un individuo realiza una actividad cognitiva. Por lo tanto, se adaptan perfectamente a la tarea de mapear la respuesta cerebral a un estímulo como el de la lectura. Dado que no son invasivas y no utilizan radioisótopos, las fMRI son también excelentes para realizar estudios con niños. Desde 1994, he trabajado con numerosos colegas de Yale para estudiar la neurobiología de la lectura utilizando fMRI. Bennett A. Shaywitz, Kenneth R. Pugh, R. Todd Constable, Robert K. Fulbright, John C. Gore y yo hemos utilizado esta técnica con más de 200 niños y adultos disléxicos y no disléxicos. Como resultado de este programa, ahora podemos sugerir una arquitectura neuronal tentativa para la lectura de las palabras escritas. En particular, la identificación de letras activa sitios en la corteza extrastriata dentro del lóbulo occipital; el procesamiento fonológico se lleva a cabo en el giro frontal inferior; y el acceso al significado recurre a áreas dentro de los giros temporal medio y superior del cerebro. Nuestra investigación ya ha revelado una sorprendente diferencia entre hombres y mujeres en el locus de las representaciones fonológicas para la lectura.
Mitos sobre la dislexia La escritura en espejo es un síntoma de dislexia De hecho, la escritura al revés y las reversiones de letras y palabras son comunes en las etapas iniciales del desarrollo de la escritura tanto en niños no disléxicos como en disléxicos, sin diferenciación. Los niños con dislexia tienen problemas en nombrar las letras pero no en copiarlas. El entrenamiento visual es un tratamiento para la dislexia Más de dos décadas de investigación ha mostrado que la dislexia refleja un déficit lingüístico. No hay evidencia de que el entrenamiento visual alivie el trastorno. Hay más varones con dislexia que mujeres Los trastornos de lectura de los varones son, efectivamente, identificados con más frecuencia que los de las mujeres. Sin embargo, hay estudios que indican que esa identificación es sesgada. La prevalencia efectiva del trastorno es casi idéntica para los dos sexos. La dislexia puede desaparecer con la edad El monitoreo temprano de las habilidades fonológicas desde el primer al último grado de escolaridad muestran que el trastorno persiste en la adultez. A pesar de que muchos disléxicos aprenden a leer con precisión, ellos continúan leyendo lentamente y de manera no automática. Las personas inteligentes no pueden ser disléxicas La inteligencia no está relacionada de ninguna manera con el procesamiento fonológico, numerosos disléxicos brillantes y exitosos -entre ellos, William Butler Yeats, Albert Einstein, George Patton, John Irving, Charles Schwab y Nicholas Negroponte- lo demuestran.
Los PATRONES DE ACTIVACIÓN CEREBRAL durante la lectura, como se revela en estas imágenes de resonancia magnética funcional, son diferentes en varones y mujeres. Durante el procesamiento fonológico, los varones muestran una activación principalmente unilateral en el giro frontal inferior izquierdo. En las mujeres, el procesamiento fonológico activa tanto el giro frontal inferior izquierdo como el derecho. Resulta que en los hombres el procesamiento fonológico emplea el giro frontal inferior izquierdo, mientras que en las mujeres no sólo activa el izquierdo sino también el giro frontal inferior derecho. Estas diferencias en la lateralización han sido sugeridas por estudios comportamentales, pero nunca habían sido completamente demostradas. De hecho, nuestros hallazgos constituyen la primera prueba concreta de diferencias de sexo en la organización cerebral de una función cognitiva. El hecho de que el cerebro de las mujeres tiende a tener una representación bilateral para los procesos fonológicos explica varias observaciones que anteriormente eran desconcertantes: por qué, por ejemplo, luego de un derrame cerebral en la zona izquierda del cerebro, las mujeres eran menos propensas que los hombres a tener un decrecimiento en sus habilidades lingüísticas, y por qué las mujeres tienden más a menudo que los hombres a compensar su dislexia. Como investigadores que hemos pasado nuestra vida profesional completa intentando entender la dislexia, creemos que la identificación de las áreas cerebrales dedicadas al procesamiento fonológico en la lectura es muy emocionante ya que significa que ahora tenemos una
posible “marca” neurobiológica de la lectura. Aislar dicha marca trae aparejada la promesa futura de un diagnóstico más preciso para la dislexia. Es posible, por ejemplo, que la marca del procesamiento fonológico provea una medición más precisa de este trastorno. Es más, el descubrimiento de una marca biológica para la lectura ofrece una oportunidad sin precedentes para evaluar los efectos de las intervenciones sobre el sistema neuroanatómico que se utilizan en el proceso mismo de lectura. Poner en contexto
El modelo fonológico cristaliza exactamente aquello a lo que nos referimos con dislexia: un déficit encapsulado habitualmente rodeado de fortalezas significativas en razonamiento, resolución de problemas, formación de conceptos, pensamiento crítico y vocabulario. De hecho, los disléxicos compensados como Gregory pueden usar un “panorama general” de las teorías, modelos e ideas para ayudarse a recordar detalles específicos. Ciertamente, cuando
los detalles no están unificados ni asociados a ideas o marcos teóricos, por ejemplo cuando Gregory tenía que aprender de memoria largas listas de nombres poco familiares, los disléxicos pueden tener una gran desventaja. Incluso si Gregory tuviera éxito en memorizar dichas listas, el tendría problemas para producir los nombres cuando se los piden, como por ejemplo cuando es evaluado en las prácticas por un médico que se encuentra atendiendo a los pacientes. El modelo fonológico predice, y la experimentación muestra, que la memorización y la recuperación rápida de palabras son particularmente difíciles para los disléxicos. Incluso cuando el individuo conoce la información, la necesidad de recuperarla rápidamente y presentarla oralmente usualmente resulta en la evocación de fonemas relacionados o un orden incorrecto en los fonemas recuperados. Bajo dichas circunstancias, los disléxicos condimentarán su discurso con muchos hums y ehms y otras hesitaciones. Por otro lado, cuando no se les presiona para proveer respuestas instantáneas, los disléxicos pueden dar una presentación oral excelente. De manera similar, en la lectura, mientras los lectores sin problemas pueden decodificar palabras automáticamente, los individuos como Gregory frecuentemente necesitan recurrir al uso del contexto para identificar palabras específicas. Esta estrategia los retrasa aún más y es otra razón por la que el ofrecimiento de tiempo extra es necesario si los disléxicos quieren mostrar lo que realmente saben. Los exámenes de opción múltiple, también, por la falta de contexto como por su forma de planteo y formato de respuesta, perjudican excesivamente a los disléxicos. Pero nuestra experiencia en el Centro Yale sugiere que muchos de los disléxicos compensados tienen una ventaja distintiva sobre los no disléxicos en su habilidad para razonar y conceptualizar y que déficit fonológico enmascara las
excelentes habilidades de comprensión que usualmente tienen. Muchas escuelas y universidades ahora entienden la naturaleza circunscripta de la dislexia y ofrecen evaluar el logro de sus alumnos disléxicos con ensayos y presentaciones orales previamente
preparadas más que con exámenes de respuesta múltiple o que exigen estudiar “de memoria”. Al mismo tiempo que investigadores han comenzado a entender el sustrato neuronal de la dislexia, los educadores están comenzando a reconocer las im-‐
La autora SALLY E. SHAYWITZ es junto con Bennett A. Shaywitz, codirectora del Centro de Yale para el Estudio del Aprendizaje y Atención y profesora de pediatría en la Facultad de Medicina de la Universidad de Yale. Ella recibió su título de medicina en el College of Medicine in Bronx, N. Y., y ha pasado toda su carrera profesional en Yale, donde, desde 1983, ha dirigido el Estudio Longitudinal Connecticut. Actualmente está utilizando imágenes de resonancia magnética funcional para estudiar la neurobiología de la dislexia en niños y adultos jóvenes. Como pediatra y neurocientífica, ella tuvo la inquietud de estudiar la dislexia a partir de los numerosos disléxicos inteligentes que conoció como pacientes, estudiantes y, a menudo, colegas. Ella agradece los muy útiles comentarios de la “tribu” Shaywitz (Adam, Jon y David) para la preparación de este artículo.
plicancias prácticas del trastorno. Un siglo después de que W. Pringle Morgan describiera la dislexia por primera vez en Percy F., la sociedad quizás pueda finalmente entender la paradoja de este trastorno. u
Lecturas para profundizar
THE ALPHABETIC PRINCIPLE AND LEARNING TO READ. Isabelle Y. Liberman, Donald P. Shankweiler and Alvin M. Liberman in Phonology and Reading Disability. Edited by D. P. Shankweiler and I. Y. Liberman. University of Michigan Press, 1989. LEARNING TO READ. Edited by Laurence Rieben and Charles A. Perfetti. Lawrence Erlbaum Associates, Hillsdale, N.J., 1991. EVIDENCE THAT DYSLEXIA MAY REPRESENT THE LOWER TAIL OF A NORMAL DISTRIBUTION OF READING ABILITY. Sally E. Shaywitz, Michael D. Escobar, Bennett A. Shaywitz, Jack M. Fletcher and Robert Makuch in New England Journal of Medicine, Vol. 326, No. 3, pages 145–150; January 16, 1992. SEX DIFFERENCES IN THE FUNCTIONAL ORGANIZATION OF THE BRAIN FOR LANGUAGE. Bennett A. Shaywitz, Sally E. Shaywitz, Kenneth R. Pugh, R. Todd Constable, Pawel Skudlarski, Robert K. Fulbright, Richard A. Bronen, Jack M. Fletcher, Donald P. Shankweiler, Leonard Katz and John C. Gore in Nature, Vol. 373, pages 607–609; February 16, 1995. TOWARD A DEFINITION OF DYSLEXIA. G. Reid Lyon in Annals of Dyslexia, Vol. 45, pages 3–27; 1995.
Referencia bibliográfica: Shaywitz, Sally E. (1996), “Dyslexia” en Scientific American, Noviembre. pp. 98-‐104. Traducción de Rodrigo Loredo para la cátedra de Psicolingüística I (Jaichenco), Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires, año 2016.