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FP ESCRITOS SOBRE TEORIA POLÍTICA MEDIEVAL Wnitrr Ulimann

ESCRITOS SOBRE TEORÍA POLÍTICA MEDIEVAL Walter Ullmann

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320.01 ULL

Ullmann, VValter Escritos sobre teoría política medieval / Walter Ullman ; compilado por Francisco Bertelloni ; traducido por Marcelo Barbuto... [et al.].- I a. ed.- Buenos Aires : Eudeba, 2003. 240 p. ; 23x16 cm.- (Filosofía política) Traducción de: Marcelo Barbuto... [et al.] ISBN 950-23-1249-X I. Bertelloni, Francisca, comp. Ií. Barbuto, Marcelo, tr. III. Título - 1. Política Mcdieval-Teoría

Universidad de Buenos Aires 1" edición: marzo de 2003

© 2003 Editorial Universitaria de Buenos Aires Sociedad de Economía Mixta Av. Rivadavia 1571 /73 (1033) Ciudad de Buenos Aires Tel.: 4383-8025 / Fax: 4383-2202 www.eudeba.com.ar

Diseño de tapa: Silvim Shitondel Corrección y com posición general: Eudeba ISBN 950-23-1249-X Impreso en la Argentina Hecho el depósito que establece la ley 11.723

LA FOTOCOPIA MATAAL ijd r o V LA UN ULLnO

No se permite la reproducción total o pardal de este libro, ni su almacenamiento en un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma opor cualquier medio, electrónico, mecáni­ co, fotocopias u otros métodos, sin el permiso previo del editor.

Indice

Introd u cción.......................................................................................................... 7

Francisco Bertelloni El significado constitucional de la política de Constantino frente al cristian ism o.........................................................11 Reflexiones sobre el Imperio m ed ieval.......................................................35 Algunas observaciones sobre la evaluación medieval del " homo naturalis" y d e l" christianus" .....................................................57 León I y la cuestión del primado papal-................................................

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La Biblia y los principios de gobierno en la Edad Median................ . 107 Algunas reflexiones sobre la oposición de Federico II al p a p a d o ................................................................................147 La Bula Unam sanctam: visión retrospectiva y prospectiva................... 175 La Monarchia de Dante como ilustración de una renovatio político-religiosa..............................................................219

Introducción Francisco Bertelloni

alter Ullm ann nació el 29 de noviem bre de 1910 en la ciudad de Pulkau, Austria. Proveniente de una familia de origen judío, hizo sus prim eros estudios en el Gymnasium de la ciudad de Horn, donde com enzó su prim er contacto con el griego y el latín. Sobre el final de su estudio gim nasial, al m om ento de rendir su exam en final de Matura (bachillerato) sobre Tucídides, tuvo su prim era oportunidad de reali­ zar una intensa incursión en la tradición clásica y en los estudios filológicos. Si bien algunos tem pranos intereses en temas técnicos po­ drían haber orientado al joven Ullm ann hacia los estudios de las cien­ cias exactas, se inscribió, sin em bargo, en la Facultad de Jurispruden­ cia en Viena. Ello marcó definitivamente el rumbo de toda su posterior vida intelectual. Alguna vez contó que fue el tedio de las lecciones magistrales y la carencia de posibilidades de intercambio con sus docentes lo que pro­ dujo su prim era desilusión académica. Ello lo llevó a trasladarse a Innsbruck en búsqueda de nuevas perspectivas. En esa ciudad recibió en 1934, a los 24 años, el título de doctor en derecho. Ullmann siempre recordó el período de estudio en esa ciudad como el más feliz de su vida. De Innsbruck se trasladó a Komeuburg, donde permaneció du­ rante varios años desempeñándose com o funcionario de la adminis­ tración judicial. En Kom euburg comenzó una nueva etapa de trabajo que definiría la orientación futura de su actividad como investigador, ya que durante ese período alternó sus ocupaciones burocráticas como funcionario judicial con largas estancias en las bibliotecas en las que

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WALTER ULLM ANN

inició un apasionado estudio del derecho canónico y de los glosadores del derecho rom ano. Precisam ente allí pensaba escribir Ullm ann su trabajo de h abilita­ ción (Habilitationschrift ) que le perm itiría acceder a la carrera docente y académ ica. Sin em bargo el Anschhtss de Austria a A lem ania en 1938 cam bió radicalm ente su situación. Su origen ju d ío convirtió su vida tranquila de funcionario y estudioso en una existencia en peligro. El consejo de m uchos de sus am igos lo llevó -co m o a m uchos otros inte­ lectu ales alem an es y a u stría c o s- a bu scar refu gio en In g laterra. Ullm ann program ó su traslado con sagacidad, de m odo que su viaje no despertara sospechas. Adquirió un billete de id a y vuelta y aban­ donó A ustria solam ente con su equipaje de m ano. E l desarrollo de los acontecim ientos en la Europa continental hicieron que U llm ann decidiera perm anecer en Inglaterra. Los primeros años en Inglaterra fueron difíciles. En primer lugar, a causa de su escaso dominio del idioma. De hecho, sus primeras entrevis­ tas académicas debió mantenerlas en latín. Pudo enfrentar las dificulta­ des para sobrevivir gracias a la ayuda y la generosidad que le brindaron sus amigos y colegas. En 1939, una escuela católica, el Ratcliffe-College, le ofrece un cargo docente. Pero debió interrumpir esa actividad a causa de la derrota de Francia que le hizo sospechar de una eventual invasión de Alemania a Inglaterra. Ullmann se presentó como soldado voluntario y fue destinado al cuerpo de ingenieros, pero luego de tres años fue eximi­ do del servicio a causa de su salud. Ello le permitió volver a dedicarse a la enseñanza en el Ratcliffe-College. Durante esos años de guerra Ullm ann nunca abandonó el trabajo. Al contrario, a partir de 1940 com enzó una etapa de incansable publi­ cación de artículos y libros que muestran su inagotable capacidad de trabajo. Especialm ente sus escritos sobre el ius commune continental y sobre el ius canonicum ponen de manifiesto el esfuerzo realizado por Ullm ann para recuperar esos estudios para la vida académica inglesa e integrarlos en un ámbito del que habían estado totalmente ausentes durante siglos. Solía decir risueñamente que, desde la prohibición san­ cionada por el rey inglés Enrique VIII, él había sido el primero en vol­ ver a ocuparse del derecho canónico medieval y en enseñarlo en la universidad inglesa. En 1946 apareció su primer libro, The Medieval Idea ófLaw as represented by Lucas de Penna. El segundo libro, sobre el gran cisma de Occidente, apareció dos años después, en 1948. Con el tiempo Ullmann logró ganarse una sólida posición como historiador que comenzó com o lecturer en la

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Universidad de Leeds. Su renom bre en los círculos académicos era cada vez mayor. A partir de ese año y, en especial después de haber sido invitado a exponer en Cambridge sobre Medieval Papalisni, Ullmann logró consagrar como temas académicos los problemas a cuyo estudio se había dedicado durante toda su actividad como intelectual. En 1949 fue nombrado fellow en el Trinity College de Cambridge. En numerosas oportunidades se refirió a esa ciudad como un óptimo lugar para llevar a cabo sus ideales de vida académicos. También sus numero­ sos alumnos señalaron el enriquecimiento intelectual que para ellos ha­ bía significado compartir los seminarios de Ullmann y participar de sus lecciones. De esas reuniones surgieron renombrados estudiosos del de­ recho y de la teoría política medieval. Entre sus alumnos se encontraban Anthony Black, Brian Tiem ey y Michael Wilks, hombres que, con el tiem­ po, se convirtieron en autores de destacados títulos aún vigentes sobre las teorías políticas medievales. U llm ann produjo aproxim adam ente cuatrocientos trabajos, entre ellos quince libros. En ellos intentó resolver problemas relevantes del pensam iento político m edieval y, de hecho, logró responder a pre­ guntas decisivas tanto de la teoría política como de la historia del derecho m edievales. A llí se ocupó del binom io delegación-represen­ tación, es decir, del problem a de si el gobierno se origina en un pro­ ceso de delegación de arriba hacia abajo o si en cam bio tiene lugar por representación, de abajo hacia arriba. Además, trató el tema del papel que desem peñaron los térm inos latinos u tilizad os en la versión Vulgata de la Biblia originados en el derecho romano que se transfor­ m aron luego en puntos de partida para el desarrollo de teorías de gobierno en la Edad M edia. También estudió el problema del ingreso del bautizado en J a Iglesia entendida com o sociedad jurídica en la que el derecho se concebía como proveniente de manera descendente, desde Dios hacia abajo. Por último, analizó el problema del Huma­ nism o y del Renacim iento en cuanto m ovim ientos de origen m edie­ val que lograron la recuperación de la figura del ciudadano como opuesta a la del súbdito. Fueron en especial sus tesis sobre los fundamentos teóricos dé las doctrinas de gobierno descendentes (descending thesis) y ascendentes {ascending thesis) las que ejercieron una influencia enorme en la interpre­ tación del pensamiento político medieval. A pesar de su carácter alta­ mente controvertido, ese modelo de lectura del desarrollo de las teorías políticas medievales ju nto con sus valoraciones de la recepción del aristotelism o y de su influencia en la formación de las nuevas ideas

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políticas a partir del siglo XIII constituyen hoy un capítulo ineludible de la historiografía del período medieval.1 En síntesis, Ullmann fue un historiador y un verdadero erudito, pero también el creador de un m étodo tendiente a integrar la historia y el derecho. En su libro más exitoso, The Growth o f Papal Government in the Middle Ages, publicado por prim era vez en 1955, trata de las relaciones entre el poder temporal y el poder eclesiástico en la Edad Media y muestra las estructuras hierocráticas monísticas presentes en la teoría papal de gobierno, que se desarrolló entre los siglos IV y XII, como teoría de la monarquía papal. La obra desató una importante discusión crítica de sus puntos de vista, pero a pesar de ello aún constituye una obra atrac­ tiva y de consulta obligada. La larga enfermedad que padeció en los últimos años no aminoró su capacidad de trabajo ni le impidió llevar a feliz término su último libro sobre el pontificado del papa Gelasio I. Ullmann comenzó sus estudios en su Austria natal pero logró fama internacional como historiador de la Edad Media e historiador del derecho en Inglaterra. Después de una larga y cruenta enfermedad falleció el 18 de enero de 1983 en Cambridge, Inglaterra. Los ecos y las repercusiones de su muerte fueron numerosos y sin duda diferentes. Pero todos los que le recordaron reconocieron haber recibido una influencia directa o indirecta de Ullmann. Alguien recordó que alguna vez Ullmann solía decir que la "Edad Media no fue oscura", pues él había logrado hacer'de ella un período luminoso.2

1. Cfr. Jürgen Miethke, "L a teoría política del medievo tardío en la vía de la modernidad. Cambios de perspectiva en. los estudios de los últimos decenios", en Patrística et Mediaevalia, XXI (2000), pp. 13 s. 2. "There are no Dark Ages. I, Ullmann, have m ade them Light". Citado por Horst Fuhrmann en su nota necrológica sobre Walter Ullmann, en Jahrbuch der Bayerischen Akadetnie der Wissenschaften, 1983, p. 198.

El significado constitucional de la política de Constantino frente al cristianismo*

ntre las m edidas que el gobierno de Constantino tomara afec­ tando a la Iglesia hubo una que ha merecido poca o ninguna aten­ ción por parte de la erudición moderna. Y, sin embargo, este tema pare­ cería ser al m enos tan importante como las numerosas disquisiciones referentes a sus motivaciones, sinceridad, honestidad de propósitos, y cuestiones similares que han virtualmente sobrecargado la moderna in­ vestigación constantiniana. El problema que parecería exigir un análisis exhaustivo, está tan condicionado por las ramificaciones de la historia precedente com o por el desarrollo constitucional que en esta ocasión no puedo hacer otra cosa que indicar tentativamente su alcance y objetivo. El interrogante que indudablemente se impone por sí mismo es éste: ¿en virtud de qué autoridad intervino Constantino en las cuestiones re­ lativas a la Iglesia cristiana, dado que durante gran parte de su vida y de su reinado no fue formalmente hablando un cristiano,' aunque haya favorecido m ucho al cristianismo apoyando sus doctrinas, máximas y principios? ¿Con qué derecho intervino en las disputas y controversias que prima facie parecían incumbir sólo a la Iglesia cristiana? ¿Qué título

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* "TheConstitutional Significance of Constantine the Great's Settlement",/otir?jfl¡

ofEcdesiastical Hislory, XXVII, University Press, Cambridge, 1976, pp. 1-16. (Un bre­ ve resumen de este trabajo fue leído en la Séptima Conferencia Internacional de Patrística, realizada en Oxford el 12 de setiembre de 1975.) [Traducción: Marcelo Barbuto. Revisión y traducción del latín, griego y alemán: Gustavo D. Corbi.] 1. Eusebio, Historia Ecclesiastica (H.E .) X. 4. 6 3 ,1. s.; J. Vogt en Reailexikon für Antike und Cltrístentum (RAC) III, 1957, pp. 306 ss., en pp. 359 s. con literatura

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lo facultaba com o emperador para convocar a la realización de sínodos? ¿Con qué fundamentos puede no solam ente pretender presidir con éxi­ to lo que fue seguramente una novedad en el Imperio -e s decir, un sí­ nodo ecum énico-, sino también dirigir el sínodo al que concurrieron varios centenares de obispos hacia la clase de conclusión que había sido su objetivo? Después de todo, estas m edidas de gobierno tomadas por un emperador eran tan novedosas que una de las m ás eminentes autori­ dades m odernas pudo decir: "E ra por com pleto inaudito que un credo universalm ente válido fuera establecido sólo por la autoridad de un emperador al que no se le permitía ni siquiera tomar parte en la celebra­ ción de la Eucaristía".*2 Y Eduard Schwartz prosigue: "N i un solo obispo se había atrevido a expresar una palabra de desaprobación o contra­ dicción contra esa m onstruosa interferencia". Luminarias m odernas de menor trascendencia han expresado numerosos puntos de vista simi­ lares. Por cierto, difícilmente se puede suponer que todos esos obispos reunidos enN icea se comportarían como deshonestos tan inmediatamen­ te después de las persecuciones de Diocleciano que muchos de ellos deben de haber experimentado en carne propia. Creo que un análisis prometedor de cierto grado de éxito debe partir de la incontrovertible premisa que tenga en plena cuenta la posición constitucional de Constantino. Él desarrolló y concluyó las reformas ini­ ciadas por Diocleciano, con la consecuencia de que como gobernante tenía poderes legislativos absolu tos, sin impedimento u obstáculo alguno de nin­ gún tipo por no tener que rendir cuentas por sus actos de gobierno. Lue­ go de la victoria lograda sobre M ajencio, un objetivo del gobierno de C onstantino se destacaba claram ente: la restauración, renovación y

adiciona); N. Baynes, Constantine the Great and the Christian Church, nueva edi­ ción por H . C hadw ick, Oxford, 1972, pp. 92 s. "N icht m ehr Heide, aber noch nicht C hrist" ["Ya no pagano, pero todavía no cristiano"] fue el veredicto d e Th. Momtnsen, Gesammelte Schriften, Berlín, 1913, V III, p. 37. 2. E. Schwartz, Kaiser Konstantin und die christliche. Kirche, Leipzig-BerlCn, 1913, p. 141 (no tuve acceso a la segunda edición de 1936). Para una valoración mesurada de las opiniones de Schwartz, cfr. H. Dorries, "Konstantin und sein Zeitalter", en Konstantin der Grosse, ed. H. Kraft, Darmstadt, 1974, pp. 273 ss., en p. 293 n. 19 (= op. cit., m ás abajo en nota 3, en p. 410 n. 1). Aunque útil, la biblio­ grafía de la literatura constantiniana reciente com pilada por U. Schmidt (ibíd-, en pp. 457-462) contiene algunas inexactitudes. Para literatura adicional, cfr. H. Chadw ick, en N . Baynes, ed. cit., prefacio.

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renacimiento del antiguo esplendor y gloria de Roma:’ debía tener lugar una auténtica renovatio Romae. Pero esto presuponía la cooperación de todos los súbditos del Imperio. Y como todos los grupos y sectores y partes del Imperio debían cumplir un papel en esta tarea gigantesca, no era de esperar que Constantino se aliara con ningún grupo o sector en particular: para lograr su objetivo él debía colocarse por sobre todos ellos. Por cierto, en su función de gobierno asumió una posición de tutor o guar­ dián con respecto al Imperio que le fuera confiado, como de hecho su abundante legislación lo ha demostrado ampliamente.34 El hilo conductor que enlaza sus cientos de edictos, leyes, decretos, etc. era el cuidado del Imperio rom ano y de sus súbditos. En su carácter de legislador se mantuvo, metafóricamente hablando, por fuera y por encima del Impe­ rio: él fue, por así decirlo, el árbitro, y el gran incremento de sus poderes gubernamentales le facilitó ese papel imperial. Con ojo atento evaluó la situación y lo necesario para alcanzar su propósito, y de allí una produc­ ción legislativa sin paralelo que tiene un genuino sello romano. Precisam ente debido a su solicitud por el Im perio, Constantino adoptó una política de tolerancia. Es decir, a pesar de una indudable predilección por el cristianism o, y el consecuente tratamiento preferencial de los cristianos, no suprimió el paganismo ni puso fuera de la ley al judaismo.5 La ley básica respecto a la Iglesia cristiana fue ei edicto de Galerio en el año 311, el cual dos años más tarde adquirió conlom os más definidos al elevar de una manera formalmente jurídica a cada Iglesia individual, y en consecuencia a toda la Iglesia universal, al nivel

3. C/r. la inscripción en la estatua de Constantino: Ensebio, Vita Constantini (V.C.) 1 ,40; H.E., IX. 1; E. Peterson, Tlteoiogische Traktate, M unich, 1951, pp. 88 ss.; H. D orries, Das Selbstzeugnis Kaiser Konstantins ( - A bhandlungen der Akadem ie der W issenschaften Gottingen, philolog.-hist. K lasse, dritte Folge, no. 3 4 ,1 9 5 4 ), pp. 215 s. 4. Cfr. H. Dorries, op. cit., pp. 16-240; tipos especiales de legislación en pp. 162 ss., y pp. 227 ss. F. Wieacker, Vom romischen Recht, Stuttgart, 1962, hace notar que la legislación imperial al comienzo del siglo IV había intervenido hasta un nivel desconocido hasta entonces "fürsorglich und bevormundend in das tágliche Rechtsleben" (p. 81) [con diligencia y en forma tutelar en la vida jurídica diaria]. 5. Cfr. J. Vogt, Zitr Frage des christlichen Einflusses a u f die Gesetzgebung Konstantins d. Gr., en "Festschrift fíir Leopold W enger", Munich, 1944, D, pp. 119 ss.; especialm ente pp. 127 ss.; id., RAC, III, p. 334. Cfr. también H. Dorries, Constanline and religious liberly, Yalc, 1960.

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de persona jurídica plena: fue reconocer a la Iglesia com o un Corpus en un sentido jurídico.6 La terminología de Corpus evocaba por cierto acordes comunes a los estoicos y a los cristianos por igual, ya que el uso antropomórfico y ale­ górico de la idea de corpus era altamente característico de la doctrina paulina.7 La Iglesia cristiana se convirtió en parte del sistema legal ro­ m ano y quedaba desde entonces sometida en todos los aspectos a las decisiones del legislador, a saber, Constantino mismo. Tolerancia signi­ ficaba en otras palabras liberar a grupos proscritos o conjuntos de personas de su existencia clandestina, al ser reconocidos como corporaciones en pleno sentido legal y por consiguiente "incorporados" al orden legal de Roma. Ésta fue una medida m uy efectiva, que habilitó y alentó a los cristianos a tomar parte en los asuntos públicos del Imperio. En su ca­ rácter corporativo, los cristianos se transformaron en un elemento integral de la organización, la estructura y el orden públicos, precisamente porque formaban corporaciones legalmente reconocidas. Esta última consideración nos lleva directamente al corazón del tema que sólo ha recibido una escasa atención. Habiendo sido integrados al orden público legal por la aplicación del principio corporativo, el derecho publico romano les era directamente aplicable. Pues es evidente por sí mismo e incontrovertible que la Iglesia cristiana se refería per definitionem a cosas de carácter sagrado y a su administración por los sacerdotes. Las cuestiones específicas del antiguo derecho público romano - a las que volve­ ré enseg uida- se aplicaban con singular fuerza a la Iglesia cristiana. Ahora bien, esta situación de carácter legal-constitucional era obvia­ mente muy fam iliar para los cristianos de la época, como, por ejemplo, lo evidenció Lactancio, quien despectivamente atacaba la hipocresía de aquellos (juristas) que se llamaban a sí mismos iustos ac prudentes, por­ que pretendían respetar la justicia, y en realidad eran los torturadores,

6. Eusebio, H.E., X. 5, 2 ss.; Lactancio, De mortibus persecutorum, cap. 48, ed. en CSEL, XXVII, pp. 228 ss.; también en C. Kirch, Enchiridion fontium historíete ecclesiasticae anlicjitcte, 6‘ ed. por L. Ueding, Barcelona, 1947, no. 352. Sobre la importancia de esto cfr. en primer lugar A. Ehrhardt, Das Corpus Christi und die Korporation im spiitramischen Recht, en "Z eitschr. der Savigny Stiftung für Rechtsgeschichte, Rom. Abt.", LXX, 1953, pp. 299 ss., e ibíd., LXXI, 1954, pp. 21 ss., especialmente pp. 37 ss., quien fue el primero en haber evaluado plenamente el significado de esta terminología; cfr. además id., ibíd., LXXII, 1955, pp. 171 s. 7. Cfr. 1 Cor. 12, vv. 1 7 ,2 0 , 27; Ef. 4, 4; Col. 1, vv. 18, 24; etc.

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carniceros y asesinos de cristianos: este pasaje de Lactancio -rara vez mencionado por los historiadores constantinianos- es un comentario del mismo pasaje que incluye la famosa designación de los juristas como sacerdotes iustitiae [sacerdotes de la justicia] y por sobre todo contiene la definición clásica del derecho público romano.® Se puede aseverar con toda razón que la familiaridad de los cristianos con la situación jurídica explica la ausencia en esa época de toda "protesta" por parte de ellos contra la "intervención" del gobierno imperial en asuntos de la Iglesia. En verdad, el gobierno de Constantino fue testigo de la más notable confluencia entre las ideas monoteístas cristianas y los principios monár­ quicos romanos, y el significado de esta confluencia puede evaluarse me­ jor si lo vemos con el telón de fondo del derecho público romano. La poliarquía debió ceder ante la monarquía, del mismo modo que el poli­ teísmo debió dejar el paso al monoteísmo.89 Ninguna de las medidas de gobierno tomadas por Constantino en relación a los cristianos estuvieron fuera de su estricta competencia constitucional: de hecho ellas estaban

8. Cfr. Lactancio, Divinae Instituí iones, ed. CSEL, XIX: V. c. 11 s., en pp. 436437; adem ás V. 8, en p. 421, línea 12. La referencia a los escritos de (Jlpiano fue señalada hace tiempo por A. Rudorff, Über den Líber de ojficio proconsulis, en "Abhandlungenderkóniglichen Akademie der Wissenschaften zu Berlín", Berlín 1866, pp. 259 ss.; pero especialmente por C. Ferrini en 1894: Le cognizioni giuridiclie di Lattanzio, Amobio e Minucio Felice, en "M em orie Accademia Scienze Moderui", X, 1894, pp. 195-210, e id., Die¡uristischen Keimtnissedes A mobias und Lactantius, en "Z . R. G. Rom. A b t" , XV, 1895, pp. 343 ss., especialmente pp. 350 ss. Cfr. C. Ferrini, Opere, ed. E. Albertario, M ilán 1929, II, p. 467 ss., y 481 ss. Cfr. también F. Schulz, History o f Román Legal Science, nueva ed., Oxford 1953, pp. 243 s., y F. Wieacker, Textstufen klassischer Juristen (= Abhandlungen der Akademie der W issenschaften Gottingen, philolog.-hist. Klasse, dritte Folge, no. 45,1960), p. 213. En la vasta literatura sobre el acuerdo de Constantino no he visto ninguna referencia a este punto por cierto importante. 9. Cfr. E. Peterson, op. cit., pp. 45 ss., especialmente pp. 87 ss.; H. Dórries, op. cit., pp. 136,138, 356 ss.; A. Ehrhardt, art. cit., LXXII, 1955, p. 150. Para el tras­ fondo cfr. principalm ente F. Dvornik, Early Christian and Byzantine political philosophy, Dum barton Oaks, 1966, pp. 611 ss. La obra de Lactancio iba a expo­ ner en el estilo de las instituciones jurídicas la cuestión cristiana, lo que signifi­ caba presentar ideas monoteístas; cfr. Lactancio, Div. Inst., 1 ,1, en 4, líneas 3 ss. Esto es corree lamente señalado por H. v. Campenhausen, The Fathers o f the Latín Church, reimpr. Londres 1972, p. 68, aunque sin darse cuenta de la importancia para el acuerdo de Constantino.

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plenamente dentro de la estructura del derecho público romano. Además, eran absolutamente conservadoras, sin ninguna diferencia significativa del carácter conservador de su legislación general.10 Por otra parte, los cristianos veían en esas medidas la ejecución de las mismas funciones básicas de cualquier gobernante quien -siem pre lo habían sostenido- ha­ bía recibido su potestas de gobierno de la divinidad para poder llevar a cabo el plan divino, un punto de vista enteramente compartido por Constantino. Por lo tanto, asombrarse por la ausencia de protesta de los cristianos por sus medidas de gobierno, es leer la historia al revés.11Se sos­ tuvo que su política había causado un asombroso cambio de nimbo del desarrollo, ya que su monarquía universal reconoció a la Iglesia y de ese modo la privó de su libertad de un modo que ninguna medida coercitiva peni ría ja mas haber logrado: fue como si la Iglesia hubiera estado enceguecida e intoxicada por los favores imperiales y no hubiera sido capaz de com­ prender el inmenso precio que tuvo que pagar por el ascenso en su status.12 Una adecuada evaluación del funcionamiento del derecho público romano debe comenzar por el poder del emperador para crear la ley: la legislación imperial era ya entonces a partir de Constantino "d ie einzige Entstehungsquelle des Rechts"13 [la única fuente de origen del derecho]. Y al legislar de ese m odo Constantino no sólo se mostró conservador, sino también consciente de la necesidad de preservar la continuidad

10. H. Dórries, op. cit., n° 73, también no. 135. 11. Cfr. por ejemplo E. Schwartz, op. cit., p. 149: "L os obispos no le prestaron a tención al hecho de que el emperador se arrogara dos derechos, a saber, convo­ car sínodos imperiales y dar a sus decretos legalidad y fuerza de ley". Para una v ista g e n e ra l de in te rp re ta c io n e s sim ila re s cfr. K. B au s, H andbuch der Kirchengeschichte, ed. H. Jedin, 3* ed., Freiburg-Basel-W ien 1 9 6 5 ,1, pp. 476 s. Para agu d as observaciones sobre este tem a cfr. tam bién H. Schm idinger, "K o n stan tin un d d ie "K o n sta n tin isch e A ra ", en Freiburger Zeilschrift fiir Philosophie und Theologie, XVI, 1969, pp. 3 ss. 12. E. Schwartz, op. cit., loe. cit. 13. L. Wenger, Die Qtiellen des romischen Rechts, Wien, 1953, p. 531; H. Siber, Romisches Verfassungsrecht in geschichtlicher Entwicklung, Lahr 1962, p. 382; cfr. también id., Romisches Rec/it, Darmstadt, 1968, pp. 63 s.; W. Kunkel, httroduction to Ronian legal and constitutioml histoiy, 2 ' ed., traducción al inglés de J. N. Kelly, Oxford, 1973, pp. 137 ss. Cfr. también A. Alfóldi, T/ie conversión afConstantineand pagan Rome, reimpr., Oxford, 1970, pp. 11 s., 56 s. y 69 s.; A. Heuss, RomiscUe Geschichte, 2a ed.,, Br.aunsbe.rg, 1964, pp. 443 ss. Cfr. también H. Kraft, Kaiser Konstantins religiose Entxvickhmg, Tübingen, 1955, pp. 11 ss.

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histórica.14 El papel del derecho público puede entenderse mejor en el contexto presente recordando la definición dada por Ulpiano a fines del siglo II: "Publicum ius est, quod ad statum rei Románete spectat... Publicum itts in sacris, in sacerdotibus, in magistratibus consistir .l5 [El derecho públi­ co es el que tiene por objeto la situación de los asuntos romanos... El derecho público consiste en las cosas sacras, los sacerdotes y los magis­ trados]. El derecho público, en una palabra, es el derecho concerniente al bien com ún romano y que centra su atención en sus intereses. El dere­ cho público se refiere a la estructura y constitución del Imperio. El derecho público en esencia es la m anifestación legal del concepto de interés público: utilitas publica.16 Es evidente que al comienzo del siglo IV este derecho publico romano tenía amplias connotaciones y había llegado a abarcar todos los asuntos relacionados con la religión, su culto y práctica, así como también al personal que administraba la religión, los sacerdotes, su organización, función, posición y actividades. El poder judicial o la magistratura formaba el tercer pilar del derecho público romano. No cabe ninguna duda de que la legislación de Constantino, en lo que a los cristia­ nos se refiere, se ubicó totalmente dentro de los límites de este antiguo derecho público romano, y fue en sentido amplio una determinación del ius publicum. Todas y cada una de sus respectivas medidas de gobierno y estatutos pueden ser incluidos bajo el título de ius publicum. Dicho de otra manera, teniendo en cuenta el interés público se tomaban medidas para

14. Para este tema cfr. H. D om es, op. di., especialmente nos 8 3 ,8 4 ,1 0 3 = Codcx Theodosianus (C. Th.) XV, 14.1-3, con la significativa insistencia en el liís artas. 15. Ulpiano en Dig., I. 1, 1. 2. Sobre el texto truncado en Inst., I. 1. 4, cfr. R Wieacker, Textstufen, p. 206 n. 135, y p. 213. Cfr. Gaius, Inst., II. 2. Para Ulpiano cfr. W. Kunkel, Hcrkunft und soziale Slellimg der romischen ¡itristai, 2' ed., Kóln-Graz 1967, pp. 245 ss. y para la bibliografía sobre el párrafo aquí mencionado cfr. M. Kaser, Das rdmische Privatrecht, 2 * ed., Munich, 1971,1, p. 197 n. 34, y II, 1959, p. 38. 16. Cfr., A. Berger, "L'operis novi nuntiatio e il concetto di ius publicum ", in lura, 1 ,1950, pp. 102 ss., en p. 111: "Ulpiano senza dubbio avrebbe potuto dire sem plicem ente 'iu s publicum est quod ad utilitatem rei Rom anae spectat' "[Ulpiano hubiera podido decir simplemente "el derecho público es lo que tiene por objeto la utilidad de los asuntos romanos"]. Hasta dónde los fundamentos de la Iglesia de Constantino se movieron dentro de los límites del status rei Romanae ha sido demostrado muy meritoriamente por L. Voelkl, Die Kirchenstiflungen des Kaisers Konstantm im Lichte des romischcn Sakralrechts (= Arbeitsgemeinschaft für Forschung, des Landes Nordrhein-Westfalen, fase. 117, 1964), pp. 9 ss.; también hay allí un análisis del amplio sentido del término saerttm.

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liberar a los cristianos y regular las cuestiones a ellos concernientes. El derecho público facultaba a Constantino para integrar a la institución cris­ tiana dentro del Imperio y para adjudicarle un papel decisivo en la tarea de restauración del Imperio. Es correcto aseverar que el derecho público romano parecía haber sido moldeado para la legislación religiosa y ecle­ siástica de Constantino. La comprensión histórica de Constantino consistió en darse cuenta de que los talentos latentes de los cristianos podían ser de gran ayuda en el resurgimiento del Imperio si eran puestos al servicio de tal objetivo. Porque los cristianos habían demostrado, durante las recientes persecu­ ciones, poseer fortaleza de carácter, flexibilidad, convicción y perseve­ rancia, pero lo que más pudo haber tenido en cuenta Constantino fue su programa intelectual: tenían una cosmología, una doctrina y un plan de origen divino según ellos. Por otra parte, los paganos romanos poseían muy poco en este sentido que pudiera ser de utilidad en la reconstruc­ ción del Imperio. El programa de los cristianos tenía una esencia intelec­ tual y racional que, teniendo en cuenta las condiciones de la época, era atractivo y atraía a un gobernante del calibre de Constantino. Y aquí la doctrina monoteísta del cristianismo tenía un significado muy especial. E l monoteísmo en diferentes formas, pero particularmente en la del sol invictus, había progresado a pasos agigantados en ese tiempo y sin duda facilitó la aceptación del monoteísmo cristiano que veía en Cristo el sol iustilüie.17 Sin embargo, este monoteísmo cristiano se distinguía porque podía respaldarse en una considerable literatura que superaba largamente en profundidad, amplitud y envergadura todo lo que pudiera encontrar­ se en la correspondiente literatura religiosa pagana. Por sobre todo, esa literatura cristiana tenía alcance y extensión de dimensiones universa­ les, "católicas", un rasgo de importancia bas tante considerable en esa época. Sus doctrinas cayeron en terreno fértil. Obviamente, el derecho público romano permaneció en intima conexión con el papel del emperador como pontifex maximiis. En forma bastante significativa, este papel había sido asumido por Augusto alrededor del

17. A. Ehrhardt, art. cit., p. 150; J. Vogt en RAC, cit., pp. 335-336; K. Latte, Romische Religionsgeschichte, Munich, 1960, pp. 353,359. En un contexto diferen­ te, alude a la superioridad intelectual de los hombres de la Iglesia A. Momigliano, "C hristianity and the decline o f the Román em pire", en Tlie cmflict between pagatiism and Oiristianily in thefonrth century, ed. A. Momigliano, Oxford, 1963, pp. 1 ss., en pp. 9 ss.

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año 12 a.C .13 y perm aneció en la designación de los emperadores: Constantino lo usó19así como sus sucesores hasta Graciano en el 379.20En la generación siguiente la función a veces aparecía unida al título impe­ rial.21 Considerando, por lo tanto, su papel de pontifex maximus, se puede entender sin esfuerzo cómo y por qué el derecho público romano fue con­ siderado directamente aplicable a su legislación sobre los cristianos: sería difícil explicar esta legislación en razón de cualquier otro fundamento. Los dos campos del derecho público -lo s sacra y los sacerdotes- fueron, por así decirlo, los canales a través de los cuales pasó la legislación cristiana de Constantino. Y, en virtud del gobierno monárquico, la administración, interpretación, aplicación, modificación y, si era necesario, la creación del derecho publico residían exclusivamente en las manos del emperador mis­ mo. Todo fue muy romano en el sentido de la época. Incluso la más superficial de las miradas a las medidas legislativas de Constantino confirmará la importancia del derecho público para com­ prender la comúnmente llamada política religiosa de Constantino.22Para

18. Cfr. Res gestee diin Augusti, ed. P. A. Brunt y J. M. Moore, Oxford, 1967, VII. 3; X. 2, y XI en 2 0 ,2 2 ,4 9 s., y 52 s. Cfr. también E. Weber, Augustas: rneine Taten: res gestee divi Augusti tiach dem Monumenlum Ancyranum, Munich, 1970, pp. 6 4 ,6 8 s. 19. Cfr. H. Dorries, op. cit., pp. 2 1 7 ,2 1 9 ,2 2 0 (todo tomado de inscripciones). Cfr. tam bién el edicto relativo a los privilegios militares (de 311) cuyo título es "pontifex m axim us", en Fontes iurb Romani entciustiniani, ed. S. Riccobono, Florencia 1941, p. 456. 20. Para este punto cfr. A. Aifóldi, "A festival o f Isis in Rome under the Christian emperors o f the fourth century", en Dissertationes Pannonicae, series III, fase. 8, Budapest, 1937, pp. 36 ss. (a comienzos del 379); aquí también la prueba de que las características vote publica -lo s votos por la buena salud y éxito del em perador que apa recían en todas las monedas del siglo IV - desapa recieron exactam ente al m ism o tiempo. Para los vota cfr. prueba numismática adicional en P. Bruun, 'T h e Christian signs on the coins o f Constantine", en Arctos: Acta Philologica Fennica, nueva serie, III, 1962, pp. 1 ss.; en pp. 10 ss. 21. W. Ullmann, The Grmoth o f Papal Government in the Middles Ages, 3*-4" ed., Londres, 1970, p. 24 n. 1,'con algunos ejemplos. 22. Aquí debemos expresar algunas reservas sobre el punto de vista de F. D vom ik, op. cit., p. 637: "L a definición de la competencia real helenística lo habi­ litó legalmente [a Constantino] para intervenir [en los asuntos de la Iglesia]". El . punto esencial no es, en lo concerniente a Constantino, el reino helenístico, sino la aplicación del fácilm ente disponible y universalmente comprendido derecho público romano que estaba virtualmente hecho a medida para adaptarse a su legislación eclesiástica y a sus designios.

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empezar, el m ism o reconocimiento de las iglesias individuales com o corpora dentro de la ley, hizo posible que ellas recibieran beneficios, legados, donaciones, que pudieran entablar demandas y ser demanda­ das, etc. Fue también sobre esta base que pareció factible la restitución de las propiedades confiscadas, y no en prim er lugar a cristianos indivi­ duales sino al Corpus como tal en su conjunto.2324Más allá y por encima de este aspecto legal queda en pie la especial importancia que él concedió coherentemente a la observancia de los publica tura.™Fue una legislación que demostró en el mejor sentido romano el cuidado y solicitud del go­ bernante por los súbditos bajo su control y confiados a él por la divini­ dad.25En el preámbulo de la declaración (el así llamado edicto) de Milán del año 313 el término mismo de la securitas publica es llamativamente significativo, al revelar el estrecho nexo existente con los tradicionales axiomas romanos de entonces.26 Hasta Justiniano no se puede presen­ tar ningún em perador que demostrara com o lo hizo Constantino27289el interés por la form a publici iuris observando (est) [hay que respetar la forma del derecho público] o por la publica disciplina .“ Merece, por lo tanto, un énfasis especial, en el presente contexto, su preocupación por la saltts hominum 29 [la salvación de los hom bresl, y para obtener esta salus la lex cristiana debía ser obligatoria incluso en cuestiones civiles:30

23. H.E., X. 5.1 5 -1 7 . Aquí, como lo señalara A. Ehrhardt, art. cit., pp. 171 s., debe notarse especialm ente el énfasis corporativo. Cfr. adem ás C. Th. XVI. 2. 4: herencias a ser legadas a la Iglesia corporativa. M ás tarde en las provincias orientales, sin embargo, los individuos se beneficiaron con diversas exenciones: V.C., II. 24 ss., especialm ente 30 s. 24. Cfr. C. Th., I. 2. 2: "Q uod enim publica iura prescribunt, inagis sequi iudices debent" [Pues lo que prescriben los derechos públicos es lo que deben cumplir ante todo los jueces]. 25. H. v. Soden, "U rkunden zur Entstehungsgeschichte des D onatism us" (en Hans Lietzmann, Kleine Texte fü r Vorlesungen und Übungen, no. 122) no. 14, línea 70. Sobre esta carta cfr. H. Kraft, op. cit., pp. 172 ss. 26. La securitas Angustí se transformó en la securitas populi Rómani bajo los reinados de Galba y Otón, para aparecer como securitas publica en las monedas; cfr. H. U. Instinsky, Sicherheit ais politisches Problem des romischen Kaisertums, Baden-Baden 1952, pp. 25 s. y tabla 2. 27. C. Th., XII. 1 .2. 28. C. ]uslin., I. 40. 2. 29. C. Th., IX. 16. 3. 30. C. Th., 1 .2 7 .1 .

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todo dem andante podía invocar un tribunal episcopal, cuya decisión era inapelable.31 Estas premisas hacen comprensible por qué los sacerdotes (cristianos) recibían un trato especial. Se les daba un status público en atención a ciertas funciones que ejercían. Así, quedaban exentos de ejercer cargos públicos, ya que se consideraba que la aceptación de magistraturas y funciones públicas implicaba grandes cargas financieras para las perso­ nas involucradas y, como lo subrayó Constantino, el cumplimiento de funciones públicas podría interferir gravemente con la observancia por parte de los clérigos de su propia ley. Por lo tanto, quienes "están al servicio de esta santa religión y son comúnmente llamados clérigos, es­ tán completamente exentos de todos los cargos públicos, de tal suerte que no puedan ser alejados del servicio de la divinidad para así poder dedicarse sin estorbos a sus propias leyes" y concluye que al permitir que los clérigos se consagren a su vocación, "se originarán los mayores beneficios para el Imperio".32Aquí puede verse de hecho la combinación de las tres áreas del derecho público romano: la magistratura, los asuntos sagrados y sus administradores. Los privilegios y exenciones confirman que estaban involucrados todos y cada uno de los elementos del derecho público, y no meramente en forma individual sino los tres indisolublemente ligados entre sí. Los sacerdotes paganos ya habían disfrutado de privile­ gios similares en atención a sus obligaciones públicas.33 Fue particular­ mente importante que se otorgaran facultades judiciales a los clérigos en relación con las manumisiones de esclavos: ser liberado de la esclavitud por un clérigo dentro de una iglesia tenía exactamente el mismo efecto de una manumisión ordinaria.34 Las iglesias fundadas por Constantino fue­ ron en consecuencia designadas como basilicae y eran edificios públicos.35 Parecería realmente imposible dejar de ver en estos ejemplos la combi­ nación de los tres elementos constitutivos del derecho público. Se puede ir más lejos y decir que, en un sentido muy específico, los sacra como eran concebidos dentro de la estructura del derecho público

31 Para algunas observaciones sobre esto cfr. J. Vogt, Festscbrift Wenger, cit, p. 124. 32. H. E., X. 7. Para un análisis crítico de los privilegios cfr. C. Dupont, "Les priviléges des clercs sous C onstantin", en Revue d'histoire ecclésiastique, LXII, 1967, pp. 729-752. 33. Cfr. tam bién Vogt, art. cit., p. 127. 34. C. Th. IV. 7 .1 . 35. Cfr. L. Voelkl, op. cit., pp. 29 ss.

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a comienzos del siglo IV, incluían la observancia externa de la fe por medio del culto apropiado, rituales, ceremonias, en otras palabras, tales manifestaciones extrínsecas que en forma incontrovertible indicaban armonía, concordia y unidad de la fe expresada simbólicamente o en forma externa. N o carece, por lo tanto, de interés el hecho de que en su primerísima intervención -e n los disturbios donatis tas- Constantino mos­ trase una m arcada preocupación por la observantia sanctissimae legis catholicae [la observancia de la santísima ley católica], un término que aparece no m enos de tres veces en las instrucciones pertinentes96 y que asume todavía m ayor significación unido al debitus cultus sanctissimae religionisi7 [culto debido de la santísima religión]. Una de las principales preocupaciones de Constantino como gobernante monárquico fue lo ­ grar la observancia (externa) de la ley común a toda la Iglesia. Y el designar a un destinatario (Aelafius; ¿Ablabius?) como Dei summicultor [adorador del Dios excelso] concuerda perfectamente en este esquema: un cristiano es un cultor Dei38 que muestra "m eritam omnipótenti Deo culluram "39 [el culto debido al Dios omnipotente]. Puesto que hay evi­ dentemente muchos otros ejemplos de Constantino donde se invocan los sacra en este sentido, estas fuentes necesitan ser examinadas en detalle en relación a este aspecto. Sólo desde el punto de vista del derecho público es comprensible la convocatoria por parte de un emperador que no es cristiano en ningún sentido formal. Su presidencia de un concilio, la organización, partici­ pación, confirm ación de sus decretos y el otorgarle a los mismos carác­ ter legal, es decir, obligatorio, sólo se pueden entender desde el punto de vista del derecho público romano que manejado (como lo era en ese momento) por un gobernante absoluto, lo consideraba el custodio, el guardián, el curador o el conservador del status rei Romanae. Obrar a favor de este status es el principal deber del gobernante, y especialmente cuando este cuerpo de cristianos tan recientemente liberados exhibía un grado de disenso que ponía en peligro el programa mismo que Constantino tenía en mente. El haber recurrido al concilio, xana institución puramente 3678*

36. Soden, Urkunden, cit., no. 14. 37. Ibíd., líneas 4 ,3 2 ,3 5 ,6 5 ,7 4 f. Cfr. adem ás no. 33, líneas 2 s.: "observatores catholicae legis" [observantes de la ley católica) = C. Til., XVI. 5 .1 . 38. Cfr. por ejemplo, Lactancio, Div. Inst., V, 11, en p. 436, línea 13. Cfr. Kraft, op. cit., pp. 54,183. 39- Soden, Urkunden, no. 23, línea 45.

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eclesiástica, para restaurar la unidad, la concordia y la armonía del cuer­ po público cristiano, demuestra tanto su agudeza como su adaptabili­ dad. Debería tenerse en cuenta que el sínodo, como una asamblea especial, había estado en funcionamiento en Roma, por cierto, desde fines del siglo II bajo el papa Víctor I. El modelo bien podría haber sido el concilio de los apóstoles.40412En todo caso, el sínodo era una asamblea apropiadamente convocada que debía decidir en su carácter colectivo o corporativo cues­ tiones controvertidas de hecho o de doctrina.'11Hasta fines del siglo IV el sínodo era el órgano supremo e inapelable que, por estar inspirado por el Espíritu Santo, ponía un punto final a las controversias. Utilizar el instrumento del sínodo puede ser considerado según la opi­ nión general como un auténtico golpe maestro por parte de Constantino, y plenamente dentro de la estructura del derecho público. Para evitar la ex­ pansión de un germen infeccioso que ya había causado disensiones, Constantino comprendió las potencialidades que presentaba el hecho de que una comunidad de cristianos africanos se le hubiera acercado. Le solicitó al papa Milcíades examinar, conjuntamente con otros obispos, las cuestiones pendientes, diciéndole que por reverencia a la Iglesia no podía tolerar oxlapa rj 8i%ocrcacjíav ev u vi tótoí12 [cisma o disensión en

40. Hechos de los Apóstoles, cap. 15. 41. La cuestión de los primeros sínodos, su desarrollo, estructura, organiza­ ción, etc. está todavía demasiado poco explorada. Para algunas observaciones generales cfr. G. Lardone, "II diritto romano e i concilii", en Acta congressus htrídiá internationalis,Roma, 1934, II, pp. 101-102; W. Plóchl, Geschichtedes Kirclfenrechts, Viena, 1953,1, pp. 55 s.; H. E. Feine, Kirchliclte Rechtsgeschichte, 5* ed., Kóln-Graz, 1973, pp. 53 s. Se atribuye a Tertuliano el haber sido el primero en usar el térmi­ no concilium, cfr. su De ieitmio, 13, ed- CSEL, XX. 2 9 2 :" Aguntur preterea in certis locis concilla ex universis ecclesiis... et ipsa representalio totius nominis christiani magna veneratione celebretur" (Además en ciertos lugares se realizan concilios de todas las iglesias... y celébrese con gran veneración la representación misma de todo nombre cristiano]. Se dice que Dionisio de Alejandría (ob. 265) fue el primero en em plear el término synodos. Existe una amplia literatura relativa a los concilios en el período post-constantiniano. Para el término "sínod o", cfr. un trabajo muy reciente: A. Lumpe, "Z u r Geschichte des Wortes ov>vo8oç in der antiken christlichen Grázitat", en Annuarium Historiae Conciliorum, VI, 1974, pp. 40-53, esp. pp. 43 s. 42. H. E., X. 5; Soden, Urkunden, no. 12, línea 29. No hay mención de esto en el Líber pontificalis en la sección de Milcíades. Si la reunión debía ser un tribunal o un sínodo es realmente una cuestión terminológica. Según B. Lohse, "Kaiser

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algún lugar]. En octubre del 313, al no lograrse el resultado deseado, recurrieron a él quien ordenó entonces que se convocara un sínodo en Arles el 1 de agosto del año 314.43 Y cada vez estaba más interesado en lograr la concordia; incluso el sistema de transporte imperial debió po­ nerse a disposición de los participantes del sínodo.44 E l significado espe­ cífico de esta medida de Constantino fue que los eclesiásticos debían adoptar formalmente la decisión final que sería, por lo tanto, sinodal, aunque fue sólo la voluntad de Constantino la que dio existencia y con­ tinuidad al sínodo. El hecho mismo de que tan inmediatamente después de ser liberados recurrieran formalmente a él, y esto sobre un punto cuyo núcleo era indiscutiblemente dogmático, refleja la opinión cristia­ na de que este tema entraba dentro del ámbito del derecho público, del cual el emperador era el supremo guardián. Se veía el conflicto como de su incumbencia directa y él era considerado el único órgano capaz de resolver las dificultades y de restablecer la unidad dentro de un cuerpo desunido. La significación de este reconocimiento reside en la afirmación práctica por par te de los cristianos de la doctrina paulina y de las teorías cristianas consecuentes de que "nulla potestas nisi a D eo" [todo poder proviene de Dios]; esto había sido expresado desde hacía tiempo por cier­ to también en la liturgia así como en la doxología, incluida la plegaria Pro

und Papst im D onatistenstreit", en Ecclesia und Respublica, ed. B. Kretschm ary B. Lohse (= "Festgabe für K. D. Schm idt"), Gottingen, 1961, pp. 75 ss., en p. 78: "nicht eine Synode, sondern ein G ericht" [no un sínodo, sino un tribunal]. Pero cfr. Eusebio mismo, loe. cit. Para una atractiva interpretación jurídica de este procedimiento, cfr. H. U. Instinsky, Bischqfstuhl und Kaiserthron, Munich, 1955, pp. 59 ss. Sobre la necesidad de preservar la paz en África del Norte, la princi­ pal fuente de provisión de granos, cfr. A. Ehrhardt, loe. cit. y W. H. C. Frend, The Donatist Church, 2n ed., Oxford, 1971, pp. 66 ss., pp. 145 ss. 43. H.E, X. 5 .2 1 ss. Soden, Urkundeit, no. 15, línea 44: ¿KeXcOaapev [hemos convocado]. Los decretos del sínodo están en C. H. Tum er, E cclesiae Occidentalis Monumenta Inris Antiquissimi, Oxford, 1939,1, pp. 381 ss. Es erróneo decir "Vers la fin de l'année 313 il [Constantin] fut investí évéque des affaires intem es" [Hacia fines del año 313 él (Constantino) fue hecho obispo de los asuntos inter­ nos]: ]. M. Petritakis, "Interventions dynam iques de l'em pereur de Byzance dans les affaires ecclésiastiques", en Bizantina, III, 1971, p. 141. Sobre la carta escrita al papa por los participantes del sínodo de Arles, cfr. I. Mazzini, "Lettera del concilio di A rles (314) a papa Silvestre tradita dal Codex París. Lat. 1711", en Vigiliae Christiame, XXVII, 1973, pp. 282-300. 44. Soden, Ürkunden, no. 14 a Aelafius (¿Ablabius?).

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salute imperatoria.** Todo esto significaba la aseveración concreta de que aquí estaban comprometidos problemas de tanta importancia pública que, al estar comprendidos dentro del derecho público, sólo podían ser tratados eficazmente por el emperador. Ésta fue la más notable confor­ midad entre los puntos de vista imperiales y los cristianos. Arles fue un éxito tal que diez años más tarde le sirvió a Constantino de modelo cuando estuvo en condiciones de ir mucho m ás lejos. El ta­ lento de estadista significa madurez de reflexión y evaluación realista de cada situación. La convocatoria, la presidencia, organización y dirección de las sesiones en Nicea estuvieron en manos imperiales, y los decretos adquirían validez legal sólo después de ser promulgados y publicados por el emperador. Nuevamente, en un sentido puramente formal fue la asamblea eclesiástica la que logró la decisiva fórmula de acuerdo y deci­ dió otras cuestiones, como por ejemplo la fecha de celebración de la Pas­ cua y otras cosas, pero esencialmente era la voluntad del emperador la que otorgaba a esas decisiones el carácter de ley. V su capacidad de di­ rección condujo a los sinodistas hacia ese acuerdo que era conveniente a su esquema de gobierno. Es comprensible, por consiguiente, que el em­ perador no tom ara parte en las votaciones:4* había que presentar las decisiones com o veredictos eclesiásticos que re-surgían como una ley en sentido propio sólo por la voluntas principis. Asimismo, es útil compren­ der por qué a los participantes ésta les parecía ser la forma correcta de tratar la cuestión. Dejando de lado cuestiones menos urgentes, allí había u n problema serio -la cuestión arriana- que afectaba profundamente la unidad y arm onía del cuerpo cristiano, ahora un elemento esencial del45*

45- Sólo desde este punto de vista es posible entender que en el 272 Antioquía dirigiese un memorial a Aureliano en su función de gobernante cuyo poder era de origen divino {cfr. H.E., VII. 30. 28). Cuántas m ás razones había entonces para dirigirse, peticionar y recurrir al emperador, ya que toda Iglesia individual cons­ tituía un corpus lícito y, como tal, estaba integrada dentro de la estructura legal romana, cuyo guardián era el emperador. Sobre Aureliano y Antioquía, cfr. H. Kraft, "K aiser Konstantin und das Bischofsamt", en Saeculum, VIO, 1957, pp. 32 s. 46. Según F. Dvornik, op. cit., p. 641, Constantino, al no votar, mantenía un atributo constitucional, ya que el em perador no tenía derecho a voto en el sena­ do. "É ste era un privilegio sólo de los senadores... conservado en principio in­ cluso bajo los emperadores más autocríticos... en las actas del concilio no hay indicios de que Constantino votase junto con los obispos". Para las fuentes orien­ tales pre-constantinianas del térm ino opoobaioç cfr. A. Ehrhardt, Politische Metaphysik von Solon bis Augustin, Tübingen, 1959, II, p. 269 n . 5.

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imperio. Sin embargo, sólo del emperador como custodio del derecho público se podía esperar que restaurase la unidad dentro del Imperio. Esta consideración no sólo hace comprensible la cooperación de los sinodistas, sino también explica la razón por la cual el decreto respecti­ vo fue elaborado en la cancillería imperial para ser puesto en práctica por funcionarios imperiales, la mayoría de los cuales no eran cristia­ nos.47 Ver en éstas (y otras) medidas legislativas y gubernamentales de Constantino el inicio del cesaropapismo oriental (como con bastante fre­ cuencia se suele afirmar) es un error garrafal.48 A l transformar a la Igle­ sia cristiana en un cuerpo público, lo cual fue claramente la forma más efectiva de asegurar su liberación, Constantino la integraba dentro de la estructura legal del Imperio. De ese modo, los sacra y los sacerdotes cris­ tianos se transformaron necesariamente en temas del derecho público romano. Constantino, por consiguiente, desplegó por completo todas sus potencialidades legislativas al actuar como lo hizo en el papel gu­ bernamental de guardián o tutor, el mismo papel que hizo posible que interviniese en una forma perfectamente legítima en las cuestiones ecle­ siásticas. Si alguna vez hubo un constitucionalista romano tradicional, ése fue Constantino: usó odres viejos para el vino nuevo, y la profética expresión también se haría realidad: el vino nuevo haría estallar los odres que debían desaparecer. Su función como administrador, árbitro y creador del derecho público en el sentido romano puede también ser la clave para comprender la expre­ sión muy discutida que usó al dirigirse a los obispos en un encuentro infor­ mal.49 Según Eusebio, al agasajar Constantino a los obispos, íes hizo saber que él también era un obispo: pareció trazar una distinción entre las funcio­ nes de ellos y la suya como "supervisor" (u obispo). Ellos eran supervisores t £dv eíoco rijç eKKX.ricñ.aç [de los que es tán dentro de la Iglesia], mientras que él era el supervisor uav ¿ k-coç [de los de afuera].50 Lo primero se refería a

47. Cfr. A Alfóldi, op. cit., p. 76; también L. Voelkl, Der Kaiser Konstantin: Attmlen einer Zeitenwende, Munich, 1957, p. 143. 48. Para algunas agudas observaciones junto a un amplio trasíondo cfr. S. Mazzarino, "Politologisches bei Jacob Burckhardt", en Saeculum, XXH, 1971, pp. 25 ss. (compara al historiador Burckhardt con el jurista Mommsen). Cfr. también S. L. Greenslade, Church and Staiefrom Constantíne to Theodosius, London, 1954, pp. 16,20. 49. V.C., IV. 24. 50. El estudio más minucioso y completo de este viejo problema es el de J. Straub, Kaiser Konstantin ais éníaxonoq tmv ¿ któ$, en su Regeneratio Imperii, Darmstadt 1972, pp. 119 ss. Cfr. también H. Kraft, op. cit., pp. 105 s.; A. H. M.

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problem as internos de la Iglesia, tales como asuntos dogmáticos o doctrinales y lo segundo correspondía al aparato externo, como el culto, el ritual, las ceremonias, que en substancia eran la manifestación de la doctrina y del dogma. Si se evalúa adecuadamente la estructura legal dentro de la cual actuaba Constantino, parecería que no hay dificulta­ des insuperables para explicar sus ideas. Para él el término éitíaiconoq significaba inspector, supervisor, alguien que vela por los intereses de los demás y se preocupa por ellos. Por cierto, ejtiaKoitoç significaba no sólo un inspector, sino también guardián y, en forma nada sorprenden­ te, un tutor.51 Exactamente en el mismo sentido él se consideraba a sí mismo como el guardián o tutor monárquico designado por Dios -u n a función de ninguna manera reservada a los cristianos, aunque expresa­ da en términos fácilmente comprensibles para ellos-:S2 de ese modo se comprende fácilmente que ejerciera el control de las cuestiones externas relativas a la Iglesia. Esta función puso claramente de manifiesto la idea de que lo referente a la Iglesia, su organización, funcionamiento y adminis­ tración, así como el ritual y el culto extemos, en suma, el tipo de culto públi­ co que refleja una doctrina comúnmente aceptada y que demuestra de una forma extema la unidad y coherencia interna del cuerpo de creyentes, todo eso era de interés inmediato para él en su carácter de guardián y guía de los temas concernientes al status rei Romanae. Después de todo, el culto, el ri­ tual, el ceremonial fueron en todas las épocas considerados vehículos para expresar una idea, una doctrina, una opinión a través de medios visibles

Jones, Constantine and the conversión ofEurope, Harmondsworth 1972, pp. 194 ss. Como se hará evidente, nuestras conclusiones no están completamente de acuer­ do con la ahora am pliam ente aceptada de estos autores, para quienes el térmi­ no significaba "obispo para aquellos que están fuera de la Iglesia". Para una inci­ siva crítica de esta opinión cfr. F. Vittinghoff, "Eusebius ais Verfasser der V. C/', en Rheinisches Museum fü r Philologie, nueva serie, XCVI, 1953, pp. 330 ss., en pp. 356 ss., cuya propia conclusión tampoco parece bastante satisfactoria: Constantino aparecía como "u n obispo nombrado por Dios, para aquellos problemas que están fuera de la Iglesia" (p. 369, el destacado es nuestro). 51, Cfr. por ejemplo, H. Liddell-R. Scott, A Greek-English Lexicón, reimpr. Oxford 1968, s.v., p. 657, con pertinentes ejemplos. 52. Se hace referencia al koivAç ¿nUnconoç, según V.C., IV. 8; cfr. también Soden, Urkunden, no. 23, líneas 20 ss. Para toda la cuestión cfr. J. Straub, Konstantin ais rccuvoç én loK on oq, en op. cit., pp. 134 ss., especialmente pp. 151 s. ¿Existen algunos puntos de contacto con los términos ciceronianos communis patria o communis pater, o incluso con pater patrum?

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extem os fácilmente comprendidos. El instrumento por medio del cual se obtendría la unidad (extema) del Imperio estaba al alcance de la mano: el derecho (público) que promovía la utilitas publica. En este contexto se podría señalar que, actuando como ÉJÚOKOTraq üSv ÉKtóq, Constantino declaró el domingo como día permanente de descan­ so semanal: claramente el fijar un día como el dies solis fue algo sin prece­ dente en la antigüedad.53Éste era un problema puramente externo para el cual no era necesario que los obispos tomaran una decisión "interna" previa y él, en su carácter de guardián monárquico del status rei Romanae, estaba habilitado para tomar la decisión por su cuenta. Esto se aplica también a su legislación para eximir a los clérigos de los cargos públicos y para otorgar poderes jurisdiccionales a los obispos. Por otra parte, Constantino se negó a decidir las cuestiones puramente dogmáticas que presentaron los donatistas y declaró "m eum iudicium postulant qui ipse iudicium Christi expecto!" [¡me piden una sentencia a mí que espero la sentencia de Cristo!] sólo para continuar diciendo que "era verdad que había que respetar la decisión tomada por los sacerdotes como si el Señor mismo la hubiera tomado".54 En forma similar, debido a que las doctrinas propagadas por Arrio eran asuntos "internos" entraban dentro de la com­ petencia de los sinodistas de Nicea quienes lo excomulgaron; pero para neutralizar en forma efectiva la difusión de las herejías de Arrio tuvo que intervenir la ley imperial. En una palabra, las cuestiones de naturaleza doctrinaria eran "internas"; las cuestiones de culto, organización y admi­ nistración, eran "externas". La habilidad de Constantino consistió en que, habiendo guiado a los sinodistas en la dirección deseada, hizo que decidieran cuestiones doctrinales, las propias cuestiones relacionadas con la fe,55 pero dentro

53. Cfr. A. Píganiol, L'empereur Constantin, París, 1932, pp. 128 s.; J. Vogt, en PAC, cit., p. 337; A. Ehrhardt, art. cit., pp. 181 s.; H. D om es, op. cit., p. 322 quien también subraya que eso era una cuestión del culto. Cfr. especialm ente sobre el tema H. Chadw ick, The EarlyChurch, Harmondsworth, 1968, pp. 128 s. El decre­ to está en C. Th., II. 8 .1 . 54. Soden, Urkunden, no. 18, líneas 39 ss.: "...D ico enim, ut se veritas habet, sacerdotum iudicium ita se debet haberi, ac si Dominus ipse residens iudicet" [Pues digo, como es la verdad, que se debe considerar la decisión de los sacer­ dotes como si la hubiera tomado el Señor mismo presente]. 55. Cfr. V.C., III. 17. Constantino le escribe a las Iglesias después de Nicea: "H e considerado que el prim er objeto de mis esfuerzos debe ser" que predomi­ nen "la unidad de la fe, la sinceridad del amor y una com unión de sentimientos

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de la órbita únicamente del status reí Romattae la doctrina era claramente insuficiente: era el derecho el que mantenía este status, y puesto que los sacra y los sacerdotes estaban claramente involucrados, evidentemente sólo el derecho público habilitaba a Constantino para ejercer toda su capacidad legislativa, la que en este sentido llegó a ser, en verdad, omni­ potencia. El deredro público romano, con su división tripartita inició una nueva oportunidad, y por ese medio el emperador pudo cumplir su papel de guardián, tutor o en verdad "obispo". Si Cristo era "com o el Padre" o "idéntico al Padre" eran para él cuestiones puramente "inter­ n as" y los obispos debían ocuparse de esos temas claramente reserva­ dos a ellos. Constantino nunca fue un teólogo ni pretendió serlo: este estricto problema teológico era para él "ein Buch mit sieben Siegeln"56 [un libro con siete sellos]. Sus ideas religiosas eran esencialmente primi­ tivas y su comprensión del cristianismo estaba lejos de ser clara.S7Como sea, Constantino fue todo el tiempo un monarca que comprendió que su m isión era la renovatio Romae y que los cristianos debían estar equipados para esa tarea. Su éxito en guiar a los sinodistas hacia una fórmula de acuerdo sólo dem uestra que ellos comprendieron que una "solución" de la controversia teológica era de interés tanto para el Imperio como para la Iglesia. Éste fue solamente otro aspecto de la consonancia de puntos de vista ya mencionada. El hecho mismo de que se llegara a un acuerdo en una cuestión tan difícil y delicada -q u e seguramente no ad­ m itía un "acuerdo" como toda la historia subsecuente lo demostró bien claram ente- indicaría que la fórmula reflejaba exigencias tanto guber­ namentales como eclesiásticas que requerían que se considerara haber

respecto al culto a D ios", y en el concilio "cada tema recibió el análisis más completo... de m odo tal que no quedara lugar para posteriores debates o con­ troversias en relación a la fe". H. Kraft, op. cit., p. 224, da por sentado que éste fue un Diktat del emperador, aunque no presenta pruebas para esta afirmación. 56. A. Heuss, op. cit., p. 457. 57. A. Alfóldi, op. cit., p. 20; H. Chadwick, op. cit., p. 125. Sobre su divulgado retorno al culto del gobernante pagano en Constantinopla en el 330, cfr. J. Karayannopulos, "K onstantin und der Kaiserkult", en Historia, V, 1956, pp. 341 ss., donde se presentan claramente las diversas opiniones (en pp. 342-344); cfr. además F. Winkelmann, "Z u r Geschichte der V.C.", en Klio, XL, 1962, pp. 187 ss., en pp. 234 ss.; y C. Ligota, "Constantiniana", en Joum. of the Warburg and Courtauld Institutes, XXVI, 1963, pp. 178 ss., en p. 185. Según H. Kraft, op. cit., p. 153, Constantino se consideraba a s í mismo en relación a la Iglesia "no como un alumno, sino com o un m aestro".

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eliminado puntos de conflicto y disensiones. Esta fórmula "debía ser un eirenicon [un elemento conciliador], y no una fuente de posteriores des­ acuerdos".58Él mismo no estaba ni capacitado ni en condiciones de captar la verdadera naturaleza de la disputa, y la misma observación parece ser aplicable también a los obispos, la mayoría de los cuales se hallaban obviam ente perdidos en los enredados debates.59 La organización ecle­ siástica de la Iglesia que establecieron los sinodistas en Nicea fue en los puntos esenciales una adaptación del sistem a administrativo impe­ rial, lo cual es una prueba m ás de la eficiente operación conducida por Constantino como éiúoKonoq xcov éKxóg.60 La función del emperador como tutor o guardián, abundantemente demostrada en su legislación, permite la única conclusión históricamen­ te justificable, según la cual el gobierno de Constantino estaba firme­ mente inserto en la tradición romana y en su constitución, de la cual una parte integral era el ius publicum. "Constantino vivió y pensó como un romano. Fue formado por el derecho romano".61 Precisamente esta con­ junción de la constitución romana con las nuevas ideas cristianas dio lugar a una situación enteramente nueva. El mensaje de Constantino a la comunidad alejandrina en junio del año 325 marca tonos que bien pueden señalar la simbiosis entre la Romanitas y la Christianitas. La pri­ mera contenía la idea de que su gobierno continuaba tradiciones impe­ riales romanas: éste es un elemento histórico que permanece en primer plano; la historicidad se mostró muy palpablemente en la capacidad le­ gislativa del emperador para preservar los intereses del status rei Romanas. Al colocar los sacra y a los sacerdotes cristianos bajo el paraguas del ius publicum, la Christianitas apareció intrincadamente entrelazada en el te­ jido de la constitución romana.

58. N. Baynes en Cambridge Ancient Hislory, XII, 1939, p. 697. 59. Cfr. E. Schwartz, op . cit., p. 141 s.: "d ie Mehrzahl der Synodalen nach dem U rteil eines Z eitgenossen von d er theologischen K ontroverse nichts verstand" [la mayoría de los sinodistas según el juicio de un contemporáneo no entendía nada de la controversia teológica]. Cfr. también H . Berkhof, Kirche und

Kaiser: eine Untersuchung der byzantinischen und theokratischen Slaatsauffassung im 4. ¡ahrhundert (traducción alemana del holandés original), Zürich 1947, p. 93: todos aceptaron la fórm ula del Homoousios "obw ohl niem and etw as damit anzufangen w usste" [aunque nadie entendía nada de eso]. 60. L. Voelkl, op. cit., p. 142, se refirió en este contexto a una Glekhschaltung [unificación]. 61. Id., Kirchenstiftungen, p. 64. Cfr. también H. Schmidinger, art. cit., p. 7.

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La clásica concepción romana del ius pitblicwn fue el instrumento que creó la simbiosis entre Romanitas y Chrislianitas, como se evidencia cla­ ramente en las cartas enviadas inmediatamente después de Nicea, como la epístola general a la que ya nos hemos referido. Pero en la reciente­ mente mencionada comunicación a Alejandría pone además en claro que el concilio de Nicea, cuya convocatoria fue inspirada por Dios (nutu Dei, según la traducción latina), manifestaba la voluntad divina. Porque 300 o más obispos habían determinado con sorprendente sagacidad nada menos que un juicio de Dios (rou 0eoñ yvcapq = Dei sententia), especial­ mente cuando el Espíritu Santo hubo penetrado la mente de tantos hom­ bres tan altamente calificádqs, haciendo conocer la voluntad divina (tt(v Geíav PoíAricriv). Ahora hay un solo Dios y en consecuencia un cuerpo común, habiendo sido eliminadas las disensiones y cismas.6* Y otro de­ creto muestra que la protección divina de los cristianos actúa a través de la mediación del emperador: casi no es posible una expresión más con­ vincente de la tesis descendente de gobierno dentro de la simbiosis de Romanitas y Christianitas, incluso dejando de lado el papel mediador asu­ mido por el emperador en persona.6263 N o puede haber duda de que un sentido histórico marcadamente desarrollado penetró la legislación de Constantino.64Este aspecto constitucional de sus decisiones permite cam­ biar la historiografía de Constantino y descartar las afirmaciones emo­ cionales y moralizadoras, pero históricamente irrelevantes, para que ocupen su lugar consideraciones estrictamente racionales y legales. És­ tas, sin em bargo, prueban am pliam ente que es erróneo atribuir a Constantino funciones sacerdotales o cuasi-sacerdotales,por más que el

62. H .-G . O pitz (ed.), Urkunden zur Geschichte des arianischen Streites (= Athanasius Werke, III, I), Berlín 1935, no. 25. 63. Cfr. la Constitutio en H. Dorries, no. 138, quien señala: "Eigenartig, aber Konstantinzuzutxauenist der Gedanke, dafí der CHrist durch Gott geschützt weiden wird, aber unter Vemtíttlung der Staatsordnung..." [Curioso, pero se debe atribuir a Constantino la idea de que el cristiano será protegido por Dios, pero a través de la mediación del orden estatal...]. No pienso que haya algo "peculiar" en esto: la fun­ ción del gobernante como guardián en conexión con el manejo del derecho público difícilmente podía conducimos a otra perspectiva, especialmente cuando se tienen en cuenta todas las implicaciones del tema descendente de gobierno. 64. Acertadamente señalado por H. Dorries, en no. 103: C. Th., XV. 1 4 .1 y 2. Cfr. también ibíd., XV, 14. 3: "Q uae tyrannus contra ius rescribsit non valere praecipim us..." [Ordenamos que carece de validez lo que el tirano haya dis­ puesto contra el derecho].

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ethos en Oriente podría haber sugerido dicha atribución para la que no hay pruebas en el remado de Constantino, gobernante de la estirpe ro­ mana tardía, para quien el ius todavía era la norma y guía de sus accio­ nes de gobierno, La simbiosis de Romanitas y Christianitas es la que comienza a impri­ m ir su sello al desarrollo de la mitad oriental del Imperio. Esta simbiosis iba a ser el soporte del Imperio bizantino en el milenio siguiente. Fue una simbiosis que no era cesaropapismo obizantinismo, como con tanta frecuencia se la etiqueta erróneam ente, porque tenía profundas y arrai­ gadas raíces en el terreno histórico-legal: la Romanitas, persistentemente proclam ada a voz en cuello com o el punto central de todas las m edi­ das de gobierno de Bizancio, fue poco m ás que la enfática insistencia en continuar la constitución im perial romana, y ninguna otra parte de esta constitución fue m ás im portante que el ius publicum de antigua y distinguida alcurnia. La esencia del gobierno bizantino consistió en absorber sin esfuerzo alguno la Christianitas en el históricam ente con­ dicionado derecho constitucional.65 C on todo, exactam ente las m ism as dos nociones de Romanitas y Christianitas también com enzaron a ser corrientes en O ccidente cuan­ do, en la época de los francos, Europa llegó a asum ir su identidad y naturaleza propias, aunque entonces se les atribuyó una connotación com pletam ente diferente. En el O ccidente medieval la Romanitas no era comprendida -e n oposición al O riente- históricamente, sino sobre todo eclesiológicamente. Debido a que Occidente recibió su Christianitas en gran medida, si no en forma exclusiva, de la ecclesia Romana, surgió una fusión de Romanitas y Christianitas: un cristiano eTa un romano, como lo establecen muy claramente las fuentes (legales, litúrgicas, doxológicas, etc.) hasta el siglo XIV, En prim er plano en Occidente se hallaban la fe, la

65. La pregunta tantas veces formulada de por qué en Oriente la Iglesia perm itía las excesivas intervenciones del gobierno, se basa en una falsa prem i­ sa. Cfr. por ejemplo, H. Berkhof, op. cit., p. 83, que pregunta cómo la Iglesia podía tolerar transformarse en una "D ienerin des Staates" (sirvienta del Esta­ do]. E sto era el bizantinismo que significaba "die unkritische, gehorsame und segnende H altung" [la actitud acrítica, obediente y bendecidora], que caracteri­ zó a la Iglesia en Bizancio. El presente bosquejo ha tratado de dar una explica­ ción d e la situación sobre bases histórico-legales. Que hubo oposición posterior al esquem a, de todas formas m uy explicable históricamente, ha sido demostra­ do po r H. G. Beck, "Vom Staatsdenken der Byzantiner", en Sitzungsberichte der Bayrischen Akademie, phil.-hist. Klasse, 1970, fase. 2, pp. 36-38.

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religión/ la Chrislianitas que, por cierto, en muchos aspectos fundamen­ tales dieron form a, si no crearon, la historia de Europa Occidental en la Edad Media. En Oriente, en Constantinopla, la historia y la continuidad histórica del Imperio, fueron la cuestión central: la constitución del Im­ perio otorgaba un espacio vital para la Christianilas. El papel que en Oriente cumplía la historia, fue reemplazado en Occidente por la fe. En Oriente lo que importaba en primer lugar era la Romanitas, mientras que en Occi­ dente era la Chrislianitas. En Oriente, "R om a" y "rom ano" eran nociones históricas, de allí la nueva Rom a com o continuación histórica de la (antigua) Rom a, y el emperador, el a'óroKpárcop (soberano autócrata] y vice-regente del TcapPaaiXevç x a i TtavxoKpánop [emperador soberano y todopoderoso], un sucesor de los emperadores romanos que se lla­ maba a sí m ism o paaiXeuç xwv 'P w jiaiu v , cuya coronación de manos del patriarca era de carácter meramente declaratorio. En Occidente, "Rom a" y "ro m an o " eran nociones eclesiológicas: de allí la fuerte esencia eclesiológica del Imperator Romanorum occidental, cuya coronación de manos de su creador, el pontifex Rotnanus, era constitutiva: y estas nocio­ nes en sim ism as no tenían nada que ver con la historia. Y en los diferen­ tes significados de estas nociones de Romanitas y Chrislianitas residen algunas de las diferencias básicas entre Constantinopla y Roma, entre Oriente y Occidente en la Edad Media: diferencias que al menos en parte fueran el legado de Constantino el Grande.6*6

66. Cfr. W. Ullmann, A Short History o f the Papacy in the Middle Ages, T ed., Londres, 1974, pp. 23 s., 3 2 ,8 5 ,1 5 5 ,3 3 0 . Es una tarea urgente someter las decla­ raciones oficiales y no oficiales de Constantino a un riguroso análisis en cuanto al tema o asunto, estilo, semántica y sintaxis, a fin de rastrear la paternidad de las ideas expresadas. Afirmar, como tan frecuentemente se asevera, que él mis­ mo redactaba sus edictos, etc. (Le. que eran sus propios Diktat) no es realista, por no decir ingenuo. Es necesario rastrear los numerosos indicios religiosos de sus leyes por lo m enos para descubrir sus orígenes en la literatura cristiana prece­ dente. La com posición personal de su cancillería hace tiempo que debería haber sido objeto de investigación. A. Ehrhardt, art. cit., Z.R.G., Rom. Abt. LXXII, 1955, pp. 154 s., fue uno de los primeros en darse cuenta de estas carencias. Un exa­ m en exhaustivo podría convenientemente comenzar con una investigación del pequeño número de escogidos nolarii con los que se rodeaba Constantino, cfr. para esto F. Dolger, Byztmtinische Urkundenlehre, Munich, 1968, p. 59.

Reflexiones sobre el Imperio medieval1

i es cierto que todo análisis historiográfico que se precie aspira a lograr una mejor comprensión de los sucesos o de las instituciones del pasado, el tema que se desarrolla a continuación no necesita justifi­ cación alguna. Ya que en todos los ámbitos se da por sentado que el Imperio medieval constituyó dentro del período medieval central una entidad histórica que con su influencia modeló en gran medida e l desti­ no de muchas regiones europeas, fundamentalmente en la Europa cen­ tral, oriental y meridional y en menor grado en la Europa occidental. No se requiere un esfuerzo particular para comprender la gran atracción que la vasta extensión del Imperio medieval, cuyo núcleo era absoluta­ mente alemán, puede fácilmente ejercer sobre mentes susceptibles al punto de vista de que el presente debe continuar el pasado. Durante exactamente un siglo existió entre los historiadores alemanes una obse­ sión casi morbosa por el Imperio medieval, no, sin embargo, en su mar­ co puram ente histórico, sino en su relación con la Alemania moderna. ¿Por qué razónlos historiadores alemanes debatieron tan acaloradamente la cuestión de si la política imperial medieval fue justificada o no? Des­ pués de todo, el Imperio medieval ha es tado muerto en realidad prác tica­ mente durante más de 600 años: ¿Por qué debería provocar entonces tanta conmoción, tanto examen de conciencia, tanta historiografía emocional?*

S

* "Reflections on the M edieval Em pire", en Transaclions o f the Roya! Historieni Society, fifth series, 14, London, 1964, capítulo III. (Traducción: M arcelo A. Barbuto. Revisión: Gustavo D. Corbi.)

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Nada parecido a este fenómeno, ni siquiera vagamente, puede encontrar­ se en la historiografía inglesa o francesa. No carece por cierto de interés notar el momento y la ocasión que vieron surgir el problema del Imperio medieval. Debemos tratar de lle­ var nuestras mentes a mediados del siglo XIX cuando Alemania todavía no existía com o una unidad política. Estamos en la afortunada posición de fijar el com ienzo del intenso conflicto existente entre los historiado­ res alemanes en el año 1855, cuando apareció el primer volumen de la Geschichte der deutschen Kaiserzeit [Historia de ¡a época imperial alemana] de Wilhelm Giesebrecht. La obra, que fue reeditada en numerosas ocasiones, estaba dirigida a los alemanes en quienes había que despertar un sentido histórico y para quienes la gran época imperial debía ser el leitmotiv en su búsqueda de la unidad alemana. El tema del libro, nos adelanta el prefa­ cio, es el período en el cual la voluntad, la palabra y la espada de los emperadores alemanes decidían el destino de Occidente; ellos asegura­ ron a la nación alemana una influencia dominante en el mundo que iba a durar por siglos. El Imperio medieval debía ser tanto la guía como tambien el objetivo último de la nación alemana. Cuatro años más tarde Heinrich von Sybel, el discípulo de Ranke, desa­ fió severamente las afirmaciones de Giesebrecht. La tesis de Sybel afirmaba que la falta de unidad de Alemania era precisamente la consecuencia del Imperio medieval: la política implementada por los emperadores fue de­ sastrosa para la nación alemana, porque disipó las energías de la nación en sus campañas en Italia y dilapidó su riqueza en intentos de coloniza­ ción en la Europa oriental; perseguían un fantasma que no tenía bases tangibles en la propia nación alemana. En esa medida Alemania quedó bien atrás de Inglaterra y Francia, países unidos hacía ya largo tiempo y completamente desarrollados en su aspecto constitucional. Tomar el Kaiserzeit [la época de los emperadores] com o guía significaba invitar a los alemanes a resucitar y perpetuar un desastroso pasado. Juliu s Ficker, el gran historiad or del derecho y diplom ático de Innsbruck, rebatió el punto de vista de Sybel. La controversia entre él y Sybel, su colega de Munich, aunque revestida de términos históricos, se . desarrolló en un tono de aspereza y animosidad difícilmente superables, adoptando un sabor abrumadoramente político.1El partido de Sybel fue

1. L os n u m ero so s e scrito s d e S y bel y F ick er fu eron ed ita d o s p o r F. S ch n e id e r, U niversalstaat oder N ationalstaat: M achi and Ende des Ersten

Deutschen Reiches: Die Streitschriften von Heinrich von Sybel und / ulitis Ficker,

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por cierto favorecido por los acontecimientos entre 1870-71, y debe señalar­ se que desde entonces el punto de vista de Ficker pasó a un segundo plano. Pero desde el final de la Primera Guerra en adelante los frentes en la his toriografía comenzaron a cambiar visiblemente: desde los años 20 hasta el colapso de Alemania en 1945 el tema dominante fue el de la justificación, por no decir el de la glorificación, del Imperio medieval como la expresión política de la nación alemana que había creado y dominado a Europa. Así com o una vez e l Im perio lideró hegem ónicamente a Europa bien podría la moderna Alemania ser quien dominara hegemónicamente a la moderna Europa. Las políticas imperiales en Italia y en Oriente dejaron de ser objetos de crítica, para ser vistas como ejemplos memorables pro­ pios de estadistas. El Segundo Imperio, fundado por Bismarck, aparecía como una etapa hacia e l Tercer Imperio.*2 Karl Brandi rindió un especial tributo a Ficker por haber reconocido el fatídico eje norte-sur en la Edad Media com o una necesidad europea.3 Es posible citar cantidad de historiadores alemanes para demostrar en qué grado la historiografía había sido captada por la adulación al Imperio medieval. Se pueden reunir nombres de gran reputación como: Johannes Hallen Heinrich von Srbik, Fritz Hartung, Philipp Hiltebrandt, Hermann Gncken, Albert Brackmann, Otto Westphal y muchos otros, de ninguna manera todos seguidores del régimen. Para Haller el some­ timiento de Italia y la fundación del Imperio romano-germánico fue un "hecho político que sigue siendo el más espléndido de nuestra nación hasta nuestros días".4 Para Srbik la tarea imperial consistió en la misión del emperador de preservar la paz mundial: la fe alemana en el Imperio es eterna.5 "C on inconmensurable orgullo nuestra nación puede mirar

Innsbruck, 1941. Para G iesebrecht (O rdínaríus en Kónigsberg y, desde 1861, en M unich), cfr. Allg. Deutsche Biogrnphie, XLIX, L eipzig, 1908, pp. 341-349; para Sybel (O rdinarius en M unich hasta 1861, luego en Bonn), ihíd., LIV, pp. 645-667; para Ficker (el fundador del sem inario histórico), cfr. Oesterr. Biograf. Lexicón, I, G raz-C oiogne, 1957, pp. 309-310, 2. Cfr. también Heinrich Ritter von Srbik, "D ie Reichsidee und das Werden deutscher Einheit", Histlorische] Zeitschlriftl, CLXIV, 1941, p. 470. 3. Cfr. F. Schneider, Die neueren Anschauungen ie r deutschen Hístoriker iiber die deutsche Kaiserpolitik des M itteblters, 6 a edición, Weimar, 1943, pp. 51 ss. 4. J. Haller, Die Epochen der deutschen Geschichte, Stuttgart, 1927, p. 53. 5. Hist. Zeitsch., CLXIV, p. 460. Al ser un historiador profesional, estaba obli­ gado a enfatizar los elementos cristianos y romanos del Imperio. Este énfasis le

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s u g ra n p a sa d o im p e ria l y e sp e ra r c o n fia d a m e n te e n e l fu tu r o ", c o n fe s a ­ b a A lb e rt B ra ck m a n n .6 H e rm a n n O n c k e n , e l n é s to r d e lo s h is to ria d o re s a le m a n e s , d e c la ra b a q u e e l Im p e rio c o n stitu y ó la p rim e ra e ta p a d e la v o c a c ió n ( Berufung ) h is tó ric a m u n d ia l d e lo s a lem a n es, q u ie n e s, p o r h a ­ b e r ab ra z a d o e l u n iv e rs a lis m o , s e h a b ía n tra n sfo rm a d o e n lo s líd e re s d e u n a E u ro p a q u e d e b ía e sta r e n d e u d a c o n e llo s.7 A . O . M e y e r s o ste n ía q u e la id e o lo g ía im p e ria l h a b ía s id o e l n e x o u n ifica d o r d e la n a c ió n a le ­ m a n a , y fu e e lla la q u e h a b ía d e sp e rta d o e n lo s a lem a n es la c o n c ie n c ia d e s e r u n H errenvolk 8 [p u e b lo d e se ñ o re s]. E s im posible evad ir la sospecha d e que u n a gran p arte d e la historiografía alem an a h ab ía en jaezad o la h istoria c o n u n d efin id o p ro g ram a político,9 d e

. valió severas críticas por parte de G. Krüger, Um den Reichsgedanken, ibíd, CLX V, 1942, pp. 457-458. 6. A. Brackmann, "D er Streit um die deutsche Kaiserpolitik", Velhagen und Klasings Monatshefte, XL1II, 1929, pp. 443-444. Para Brackmann (Ordinarius en Berlín hasta 1929, luego Director de los Archivos estatales prusianos), cfr. Neue Deutsche Biographie, II, pp. 504 ss. Recibió una alabanza especial por su celo en haber mantenido viva la investigación histórica durante la impotencia alemana en el período de entreguerra: mantuvo viva la idea histórica de la misión germana en el Este; cfr. L. Bittner en su recensión (Hist. Zeitsch., CLXII, 1940, p. 618) de la obra d e Brackmann ¡Crisis und Aufbau in Osteuropa, Ahnenerbe-Stiftung, 1939. Expresó sus puntos de vista en forma inequívoca después de la rendición de Polonia en 1939; cfr. Schneider, op. cit., p. 95. 7. H. Oncken, Nation und Geschichte, Berlin, 1935, pp. 2 5 ,4 5 . 8. Cfr. Schneider, op. cit.r p. 90. Cfr. también P. Kirn, "D ie Verdienste der staufischen K aiser...", Hist. Zeitsch., CLXIV, 1941, p. 261: caracteriza a los Hohenstaufen por un fuerte Herrenbewusstsein [conciencia de señores]. Estos puntos de vista son fielmente reflejados por A- Rosenberg, quien con singular sinceridad declaraba que hoy (marzo de 1940) la tarea es elevar nuevamente a Alemania a la posición que le es debida desde los días de los grandes empera­ dores sajones y Hohenstaufen; la monarquía medieval hizo de Europa un único Estado, y ahora existe un grandioso renacimiento de esa idea, Tradition und Geschichte, M unich, 1943, pp. 364-368, cfr. también p. 273. 9. Para una yuxtaposición del Prim er Reich con el Tercero, cfr. H. Aubin, "Vom Aufbau des mittelalterlichen deutschen Reiches", Hist. Zéitsch, CLXII, 1940, p. 480, y G. Krüger, ibíd., CLXV, p. 460. Para un punto de vista m ás reciente, nostálgico del imperium mundi medieval, cfr. A. Beigstraesser, "Deutsche Einheit", Vierteljahrshefte fiir Zeitgeschichte, III, 1955, p. 336; cfr. tam bién H. J. Kirfel, Weltherrschaftsidee und Bündnispolitik, Bonn, 1959, pp. 16 y 28.

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que la historia se había convertido en la doncella de la política y de que se utilizaba la historia con un pronunciado sesgo político. El problema rela­ tivo a si el Imperio, considerado como una institución histórica que fun­ cionaba en el espacio y en el tiempo, pudo o debió servir como modelo, no pertenece propiamente al historiador. Es necesario cortar el vínculo entre historia y política tratando de considerar el Imperio en su marco históri­ co. Este procedimiento también eliminaría todos los vicios de los juicios morales que abren las puertas a una evaluación puramente subjetiva -o nacional-, algo que la historiografía seria había deseado desde hace tiem­ po ver relegado al museo de antigüedades. Lo que aparece como necesa­ rio es una explicación, una respuesta a la pregunta: ¿por qué, dadas las premisas históricas, los emperadores medievales llevaron a cabo las polí­ ticas que hicieron? No hace falta una justificación o condenación, esto es, juicios basados en una visión retrospectiva y por lo tanto fuera de los términos de referencia del historiador. El intento de explicar el Imperio y la política de los emperadores hace imperativo un análisis de cómo surgió realmente esta entidad y sus go­ bernantes. En todo el estrépito de la voluminosa literatura alemana en­ contraremos sorprendentemente pocos intentos de volver a las propias raíces del Imperio. Es como si la divinidad hubiera preordenado que el Imperio debía estar en manos alemanas. Pueden haber existido pocas otras instituciones que exhibieran vínculos tan tenues con el período antiguo como el Imperio romano en la Edad Media, pero sin embargo tanto se lo proclamó en todas partes como el descendiente directo del antiguo Imperio romano, que éste se convirtió de ese modo en su gene­ rador involuntario. ¿Existen lazos objetivos e históricos entre el antiguo Imperio y el medieval? ¿Existió, sobre la base de una realidad objetiva, algún indicio de que uno fuese la continuación del otro?10 ¿Cómo y por qué, entonces, surgió una institución como el Imperio medieval? Responder esta pregunta obliga a quien la formula a centrar su atención en el material históricamente disponible, y aquí salta a la vista el hecho obvio de que existió en efecto una continuación directa del antiguo Imperio romano en la estructura del Imperio bizantino, el

10. Incluso F. Dolger, Byzanz und die europiiische Staaienwelt, Ettal, 1953, p. 289, no pudo menos que decir:" Von Seite des fr&nkischen Hofes ist die Schópfung des westlichen Kaisertums der Ausdruck eines ererbten dynamisch-politischen Sinnes" [Por parte de la corte franca la creación del Imperio occidental es la expresión de un heredado sentido dinámico-político].

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cual nunca había perdido su continuidad histórica y genética con la antigua Rom a a lo largo del m ilenio de su existencia. Afirm ar esta pe­ rogrullada, sin em bargo, es m eram ente expresar de una forma mucho más acentuada el problem a del Im perio Occidental: aunque el Im perio bizantino era el verdadero descendiente de Roma, ¿cómo y por qué pudo surgir en Occidente otra entidad que no sólo reclamaba precisa­ mente las mismas raíces romanas, sino que también, en virtud de dicho reclamo, se consideraba a sí m ism a el único Imperio romano legítimo, con la consecuencia de que Bizancio fue despectivamente devaluada como un reino de los griegos o, en el mejor de los casos, como un imperio de los griegos? En efecto, el Im perio bizantino proporciona la clave para una mejor apreciación del problema del Im perio medieval. En el Imperio bizanti­ no, la antigua concepción romana de un imperio universal había absor­ bido la concepción universalista cristiana. Helenismo, Romanismo y Cristianismo se habían soldado en un todo indivisible. El emperador, el autokrator, a quien la divinidad le había otorgado el gobierno del orbis romano y cristiano, era interna y externamente el único monarca autóno­ mo. Internamente, todo lo que afectara al Imperio era preocupación del emperador, lo que significaba, dado que la Cristiandad se había trans­ formado en una parte integral del organismo gubernamental, que las cuestiones eclesiásticas debían ser finalmente dirimidas por el empera­ dor en persona; externamente, debido a que el Im perio era de carácter mundial, universal en todos los aspectos, no podía haber ningún otro gobernante que pudiera legítim am ente pretender ser el dominus mundi [señor del mundo]. Ambos aspectos son vitales para comprender el Imperio occidental. La autonomía jntem a se expresaba por sobre todo proveyendo a sus súbditos de funcionarios eclesiásticos adecuados y suministrándoles doctrina ortodoxa. Debido a que el dogma y la maquinaria del organis­ mo eclesiástico se encontraban dentro de la única jurisdicción del empe­ rador, en Occidente apareció su gran oponente: el papa en Roma. En virtud de su función petrinológica, negó la función m isma del vice-representante imperial de Dios en la tierra, cuya tarea era aprender, no enseñar. El prim er desafío papal contra Bizancio en la segunda mitad del siglo V terminó también en el prim er cisma. Ya que los papas eran súbditos del emperador, su oposición al derecho del emperador para legislar sobre cuestiones que eran responsabilidad del papa era equiva­ lente a alta traición, a una laesio divinae majestatis [lesión de la majestad divina] en la persona del emperador. Por otra parte, los papas se habrían

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olvidado de su función si no hubieran extendido su reclamo petrinológico hacia Oriente: un papa que voluntariamente aceptara las normativas organización ales y doctrinales del emperador hubiera perdido su dere­ cho a ser el sucesor de san Pedro. Gregorio I se dio cuenta con perspicacia de que impulsar las pretensio­ nes papales en Oriente no sólo era peligroso sino también inútil. Podía ser lamentable, pero el gobierno bizantino era inalterablemente impemieable al verdadero estado de la cuestión. De allí, que hiciera penetrar en la abandonada región occidental la misma idea que encontró en Bizancio una barrera impenetrable, a saber, la idea de la primacía de la Iglesia romana. Lo que la Iglesia romana no pudo conseguir en Oriente, más aun, lo que expuso a los papas a ser acusados de traición, podía ser impulsado en Occidente hasta límites insospechados. Su habilidad de estadista extraordinario le permitió a Gregorio I llevar a cabo una políti­ ca de bi-furcación: una horqueta hacia Occidente donde se podían tocar todos los acordes sonoros del tema Leonino-Gelasiano y otra horqueta hacia Oriente donde hábilmente se le restaba importancia al mismísimo tema. Mientras Roma siguiera siendo parte del Imperio, no había posibi­ lidad de desplegar el primado romano con todas sus potencialidades. Por ello, dos cam inos quedaban abiertos para conseguirlo: o los papas de­ jaban físicam ente Roma, o la ciudad m ism a de Roma se apartaba de la estructura del Im perio. Durante m uy breve tiempo, Gregorio II tuvo en cuenta la prim era alternativa, pero luego la descartó. Adoptar la segunda alternativa significaba separar del imperio un territorio que se valía por sí mismo, que con el tiem po llegaría a ser el Estado papal. El mecanismo por el cual se llevó a cabo esta escisión de una parte del cuerpo del Imperio romano fue proporcionado por el Constitutum Constan tini, según el cual el asentamiento del gobierno en Constantinopla, y su ascenso a la condición de capital, se debió al consentimiento y vo­ luntad de los papas. Debido a que Silvestre no deseaba usar la corona que le ofreció Constantino, éste la llevó a Constantinopla, pero si el papa así lo hubiera querido, él m ism o podría haber llevado la corona: la co­ rona, el súnbolo fácilmente reconocible del verdadero poder imperial de Roma, estuvp en Constantinopla durante el tiempo que los papas lo consintieron. La creación del estado papal en 754-756 fue, sin em bar­ go, sólo un prim er paso del papado hacia su completa separación de Bizancio, que condujo al segundo paso, la transferencia de la corona de Constantinopla a Roma para culminar en la coronación de Carlomagno: éste, el acto final en la trama, fue dirigido primordialmente, si no ex­ clusivam ente, contra Bizancio.

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Es importante recordar este punto, porque este proyecto original pro­ porciona uno de los factores constantes en la historia del Imperio occi­ dental. El segundo factor constante se relaciona con el papel creativo del papa: sin una activa participación papal nunca hubiera existido un em ­ perador romano en Occidente a quien, además, su creador le encomen­ dó tareas específicas. Nunca hubo u n imperio autónomo enO ççidente: la intervención del papa fue vital e indispensable. La dignidad imperial en Occidente presuponía la aceptación d e ja función y del papel papales. El tercer factor constante - y aquí las concepciones papal y bizantina eran idénticas- se refiere al carácter universal del dominio del emperador ro­ mano. Teniendo en cuenta este tercer factor el Imperio occidental asumió su propia naturaleza ante Bizancio y el papado. Sería bueno que tuviéramos presente que la idea de un Im perio ro­ m ano en Occidente fue exclusivam ente el fruto intelectual del papado: fue un ingenioso mecanismo para liberar al papado de los grilletes del... verdadero Im perio romano y para preparar el camino para estab lecer el prim ado romano en Oriente, creando su propio emperador que no podría ser otro que un emperador romano. La creación artificial de este único em perador romano que no tenía raíces en la historia, pero sí las más fuertes en las ideas papales, fue uno de esos actos que no es fácil encontrar, propio de un estadista. Aunque Carlomagno permane­ ció ajeno a todas estas especulaciones, la dinámica iniciativa del papado aseguró la consiguiente victoria de la idea papal de un Imperio rom a­ no. No es necesario describir aquí en detalle las etapas por las que esta idea, a través de los sucesos de los años 816, 823, 850 y 875, llegó a tener éxito. La coronación de Otón I en 962 continuó lo que ya se podía denominar una tradición fáctica y conceptual. El hecho indiscutido fue -e n O ccid ente- que sólo el papa era el adm inistrador legítimo de la corona imperial, un punto de vista elocuentemente expresado en el mensaje de Luis II a Bizancio;11 la idea consistía en que esta función imperial conferida por el papa era la misma que estuvo encam ada en el antiguo em perador romano, es decir, universalidad de dominio, y a

11. Para más detalles, cfr. YV. U llm ann, Growth o f Papal Government in the Middle Ages, 2" edición, Londres, 1962, pp. 216 ss. Para Otón I como "Imperator Romanorum et Francorum", cfr. Mlonumenta] Glermaniae] Híistorica], Diplomata, 1, pp. 3 1 8 ,3 2 2 ,3 2 4 , 326, 329; Romanorum imperator, ibíd., p. 346 (Die Urkunden der deutschen Kónige und Kaiser, ed. Th. Sickel, l, Hanover, 1884, pp. 4 3 2 ,4 3 6 , 439, 441, 443, 473).

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esta universalidad romana se agregó la idea cristiano-papal de univer­ salidad. Desde el año 962 el Imperio fue tanto romano como cristiano, es decir, romano en un doble sentido. Para Occidente, el Imperio en Bizancio había descendido a un m ero reino de los griegos que, al no aceptar el principio del prim ado papal, no era rom ano y por consiguiente real­ mente herético.12 La disección anatómica del Imperio medieval nos debería permitir ver al emperador de la forma en que él era visto por su creador, el papa. Como resultado de la rivalidad con Oriente hubo continuos intentos por afirmar la universalidad de una manera práctica, y la manera más con­ vincente de hacerlo fue ensanchando las fronteras de un reino puramen­ te germánico: después de todo, los Capetos, los reyes nórdicos y luego también los reyes anglo-normandos fueron, desde un pimto de vista real, los iguales de los reyes germánicos. Pero la universalidad requería la expansión del reino, para dominar otras naciones:13 de allí la denomina­ da colonización oriental y~éll!ometimiento de los eslavos. En un intento

12. Cfr. los textos citados en Ullmann, op. cit., p. 199 (n. 2), 202 (n. 5), 215,217, 218 (n. 3); cfr. también Juan VIII en M.G.H. Ep[istolae], VII, p. 291. Este tema está tam bién m ás tarde claram ente expresado por canonistas, por ej., por Huguccio: "Q uid ergo de graeculo? Abusive(í) et sola usurpatione dicitur imperator..." (SM ochi Onory, La crisi del sacro Romano imperio, Milán 1951, p. 170) [¿Y qué pues del grieguito ? En forma abusiva y sólo por usurpación es llamado emperador]. El mismo argumento en [Ansbert], Hist. de Expeditione Frederici Imperaloris, ed. A. Chroust, M.G.H., Slcriptores] Rferum] Gfermanicarum], 1928, pp. 49-50: "Denique solito fastu Ídem Graeculus se mendose imperatorem Romanorum, ipsum vero nostrum serenissimum Augustum non imperatorem Romanorum, sed regem tantum Alem anniae nuncupavit" [Finalmente, con el sólito fausto el mismo grieguito se denominó mentirosamente em perador de los romanos, pero a nues­ tro serenísim o Augusto en persona no (lo denominó) emperador de los roma­ nos, sino sólo rey de Alemania]; el título de Bizancio era un usurpatum vocabulum. 13. Éste fue el punto de vista corriente en el siglo IX sobre la esencia de un emperador; cfr. Notker en Ullmann, op. cit., p. 102, n. 3; Annales Fuldenses, ed. F. Kurze (M.G.H., S. R. G., 1891), pp. 70,86: Carlos el Calvo "om nem consuetudinem regum Francorum contemnens Graecas glorias óptimas arbitraba tur... ablato regis nomine se imperatorem et augustum omnium regum cis mare consistentium appellare praecepit" [despreciando todo el uso de los reyes francos, juzgaba ópti­ mas las glorias griegas... dejado de lado el nombre de rey, ordenó que se lo deno­ minase emperador y augusto de todos los reyes existentes de este lado del mar]; Regino de Prüm, Chronicon, ed. F. Kurze (M.G.H., S. R. G., 1890), p. 116.

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de trasladar la idea universal de gobierno a la realidad, el gobierno imperial actuó como un,catalizador del papadd.. Además, com o un presupuesto de su dignidad de emperador, un emperador de los romanos debia tener control sobre los romanos. ¿Qué clase de em perador rom ano es éste que no ejerce ningún poder sobre aquellos de los cuales él m ism o se denom ina emperador? De allí las continuas campañas en Italia para imponerse como gobernantes, y tam­ bién la de alguna m anera extraña designación del futuro emperador com o Rex Romanorum [rey de los romanos], de lo cual no puede citarse ningún precedente histórico, pero que estaba para señalar un control físico efectivo-14 Por otra parte, el ejercicio de algún tipo de control real sobre los romanos en Italia fue también un título contra Bizancio, por­ que los emperadores orientales no tenían precisamente ese control y sin embargo tenían, según los occidentales, la temeridad de llamarse a sí mismos PaaiXetç ttov ‘Ptopairov. ¿La corona imperial agregó algún poder a los que él en todo caso ya tenía como rey? Con frecuencia se responde negativamente a esta pre­ gunta, y no sin razón. Pero parecería que es aconsejable repensarla. Por cierto, es verdad que la dignidad de emperadu no añadía nada a los poderes reales efectivos, y sin embargo, inmediatamente surge la pre­ gunta ¿por qué entonces los germanos desde Otón I a lo largo del perío­ do medieval estuvieron tan ansiosos por recibir la corona? ¿Solamente por una cuestión de cierta dignidad?j¿Realmente deberíamos suponer que esto constituía un atractivo tal que cada uno de ellos se embarcó en costosas campañas en Italia, que suponían años de ausencia de Alema­ nia, que hacían del establecimiento de un gobierno en forma ordenada en Alemania una tarea intrincadamente difícil, que ocasionaba tantas pérdidas materiales y de vidas humanas, y todo esto por una cuestión de dignidad imperial? Creo que los reyes germanos medievales de nin­ gún modo eran tan románticos ni tan poco realistas como para aceptar -motivos tan quiméricos. La respuesta a esta pregunta será más fácil si recordamos las raíces gemelas de la universalidad del emperador, romana en el sentido anti­ guo y eclesiástico. La función del emperador como dominus mundi [se­ ñor del mundo] derivaba del hecho de que él era coronado por el papa:

14. Para esto, cfr. Ullm ann, op. cit., pp. 163-164. Para la significación de este concepto cfr. Ullmann, Dies ortus impertí, en los próximos ensayos en conmemo­ ración de Accursius.

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la universalidad de dominio del papa se reflejaba en la del emperador(Dicho sea de paso, ésta es la fuente de la alegoría sol-luna.) Esta afirma­ ción de universalidad es el rasgo que distingue al emperador de cualquier otro rey m edieval. Pero la universalidad de dominio no era absoluta­ m ente tan carente de significación com o quizás uno podría pensar. C o m o rey d e lo s g e rm a n o s, n in g ú n s a jó n , n i un s a lió ni un H ohenstaufen, podía reclam ar universalidad, pero en su función de em perador esta pretensión de universalidad se convirtió de hecho en u n d eb er: ¿Q ué papel tan lam en tab le h a b ría rep resentado ante Bizancio, si el em perador de O ccidente no hubiera afirm ado o al me­ nos intentado llevar a la realidad esa pretensión? No habría sido sino una ridicula m arioneta en el escenario de la historia. Este deber de afirmar su dominio universal recibió un considerable respaldo de las antiguas ideas sobre la razón de ser del Imperio romano dentro de la estructura cristiana. Está la famosa oración del Viernes San­ to que data del siglo V que decía:1516 "Oremus pro christianissimo imperatore nostro, ut Deus et Dominus noster subditas illi faciat omues barbaras nationes, ad nostram perpetuam pacem". [Oremos por nuestro cristianísimo emperador, para que Dios Nuestro Señor haga que todas las naciones bárbaras sean súbditas de él, para nues­ tra paz perpetua.] Está también el texto de la oración durante la misa de coronación del emperador, que data de justo antes de la coronación de Otón I:lé "Deus, qui ad praedicandum aeterni regis evangelium Romanum imperium praeparasti", [Oh Dios, que para predicar el evangelio del Rey eterno preparaste el Imperio romano],

15. H. A. Wilson, The Gelasian Sacramentary, Oxford, 1894, p. 76. 16. Ordines Cormalionis hnperialis, ed. R. Elze (Ponto inris Gemianía Antiqui, 1960) Ordo 11. 9, p. 6.

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la cual fue empleada a lo largo de todo el período medieval hasta la época de Carlos V en 1530. Ambos textos le imponían al emperador el deber de difundir el cristianismo en forma de actividad m isionera. Notamos que estos (y otros relevantes) textos m amfíegtafrgl'crístiarSffiS'romano y están manifiestamente ausentes en el ceremonial oriental. Es necesario su­ brayar que las misiones de los emperadores alemanes en el este, aproba­ das como es comprensible por el papado, tenían también como conse­ cuencia el establecimiento del dominio imperial en regiones que no tenían nada que ver con Alemania. La extensión de poder a favor de un reino puramente germano no hubiera tenido justificación alguna.17 Las amplias extensiones habitadas por los eslavos en el espacio de la Europa Oriental continuaban atrayendo la atención de los emperado­ res. Desde la época de los sajones en adelante se advierte la extensión del dominio imperial, ya sea incorporando territorios eslavos o transfor­ mándolos en colonias vasallas bajo la apariencia de una misión. Hacia fines del siglo X los territorios anexados eran mucho más extensos que el territorio de cada una de las partes que formaban el territorio alemán.18 Estas adquisiciones territoriales no pueden ser disimuladas fácilmente bajo la apariencia de una misión, ya que, como todos lo admiten, se hizo extremadamente poco para expandir el Cristianismo entre los eslavos.19 El tratamiento a que fueron sometidos pondría de manifiesto la poca consideración por los principios cristianos, aun teniendo en cuenta los parámetros de la época.20Lo que había comenzado, al menos de nombre,

17. Para esto, cfr. J. Kirchberg, Kaiseridee und Mrssion, Berlín, 1934, pp. 132133. Para el desarrollo de la idea de las cruzadas y las guerras subsiguientes contra los paganos de O riente, cfr. los instructivos ensayos en Heidenmission und Kreuzzugsgedanke itt der deutschen Ostpolitik des Mittelalters, ed. H. Beumann, D arm stadt, 1963. 18. Cfr. A. Hauck, Kirchengeschichte Deutschlands, m , Leipzig, 1924, pp. T I ss. 19. Ibíd., III, pp. 628 ss. Según H. Aubin, Hist. Zeitsch., CLXII, pp. 489 s., la política oriental fue determinada por las amenazas eslavas, mientras que según K. Kasiske, "D as Wesen der ostdeutschen Kolonisation", Hist. Zeitsch., CLXIV, 1941, pp. 286 ss., la colonización oriental alemana fue el resultado de invitacio­ nes de los eslavos enviadas a los alemanes como a los líderes de Europa, quie­ nes aceptaron con entusiasmo el llamado por un sentido de deber y de misión. 20. Cfr., por ejemplo, Thietmar, Chronicon, ed. R. Holtzmann, (M.G.H., S. R. G., 1935), III, 17, p. 118 y p. 119, línea 26; VI, 25 ss., pp. 304-305; Ruotger, Vita Brunonis, ed. Irene Ott (M.G.H., S.G.H., 1951), p. 4: "centifida Sclavorum ra­ bies barbarorum frendens" [el furor dividido en cien ram as de los eslavos que

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como una iniciativa misionera se transformó hacia el siglo XII, sólo en explotación y germanización ( Eindentschung) bajo el inocuo nombre de colonización. Uno debería preguntarse aquí si había alguna necesidad de colonización: el reino alemán era en todo caso el más extenso del conti­ nente; estaba todavía poco poblado y había amplias franjas que, aunque eran perfectamente aptas para el cultivo, permanecían deshabitadas.21 ¿Por qué entonces colonizar distritos eslavos en el este y asimilar a los eslavos?22 Los colonos alemanes llevaron sus propios hombres, sus propias leyes, sus propias costumbres, y la aceleración de esa política derivó en una virtual absorción de la población eslava en regiones que antes eran puramente eslavas. Se puede apreciar fácilmente la importancia que Otón I le asignara al establecimiento del arzobispado de Magdeburgo. Los esfuerzos "misioneros" deben, sin embargo, ser vistos también te­ niendo en cuenta como antecedente las misiones orientales bizantinas. La rivalidad entre Oriente y Occidente estimulaba en gran medida los es­ fuerzos misioneros en ambos lados.23 Los ojos de los germanos comenza­ ron a dirigirse hacia Rusia cuando embajadores del gobierno de Kiev lle­ garon en forma absolutamente inesperada a la corte de Otón para pedir

rechinan de bárbaros]; Helmold, Chron. Siavorum, ed. B. Schmeidler (M.G.H., S. R. G„ 1909), p. 34, líneas 34 ss.: "iam canes, non homines iudicem ur" [entonces seam os considerados perros, no hombres]. Algunos ejemplos d e atrocidades en Widukind, Remm Gestarum Saxonicarum Libri Tres, ed. P. Hirsch (M.G.H., S, R. G., 1935), II, 20, p. 84; III, 55, pp. 134-135. 21. H. Dannenbauer, citado en Schneider, op. cit. pp. 74 ss., calcula que (dentro de los lím ites de Magdeburgo, Bolzano, Cambrai y Hambúrgo) Alemania tenía en el siglo XI una extensión de alrededor de 300.000 millas cuadradas con alrede­ dor de 5 millones de habitantes. El problema de la colonización oriental ha ahora adquirido de nuevo un sabor político actual; cfr. W. Schlesinger, Mitteldeutsche Beitrage zur deutschen Verfassimgsgescli. des Mittelalters, Gottingen, 1961, espe­ cialmente pp. 447 ss. 22. R D vornik, The Slavs, their Early History and Civilization, Boston, 1956, p. 107, sin tomar en consideración el tema imperial, considera la expansión oriental de Alemania com o el Drang nach Oslen [el impulso hacia el este], que según él se detuvo 1000 arios más tarde en el Volga en 1942. 23. Esto es correctamente señalado por Kirchberg, op. cit., p. 65. Para la anima­ da actividad misionera entre los eslavos llevada a cabo desde Bizancio, aunque raram ente por el gobierno, cfr. R Dolger, op. cit., pp. 341 ss. Los misioneros bizantinos no intentaron incorporar las regiones misionadas ni colonizarlas en­ viando colonos; cfr. Dolger, op. cit., pp. 263,339-340.

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misioneros. Que la razón de esto respondía meramente a una cuestión de política intema de Rusia puede no haberlo sabido Otón, quien evidente­ mente observó el problema desde un ángulo diferente. Seguramente, él no podía ignorar que Kiev había sido por algún tiempo el objetivo de las misiones bizantinas. Por así decirlo, él tomó con ambas manos la oportu­ nidad que, de todas maneras, no alcanzó ningún resultado. El continuado interés que la Alemania imperial mostraba por Rusia y Kiev es explicable asimismo por la geografía. Antes de la segunda mitad del siglo XII, el Imperio occidental no había hecho pie en el Mediterráneo y el único cami­ no abierto hacia Oriente era el que podía proporcionar una ruta terrestre. La unión del reino de Sicilia con el Imperio puede entenderse sólo si se evalúa adecuadamente la siempre activa m otivación imperial de los emperadores de Occidente. Bajo el reinado de Enrique VI, hijo de Fede­ rico I Barbarroja, el dominio imperial se extendió hasta la más lejana provincia del sur europeo ubicada m uy convenientemente en el litoral mediterráneo. La rivalidad entre Oriente y Occidente se había transfor­ mado en un conflicto abierto y en operaciones m ilitares. M anuel I Comneno hizo esfuerzos precisos a fin de reconquistar Italia para reali­ zar el plan bizantino de dominación mundial. El plan no era de ninguna manera tan poco realista com o se lo presenta frecuentemente. Aunque fue finalmente desbaratado, tocó el centro nervioso de la política uni­ versal romana propia de Barbarroja, y apenas hubo llegado a un acuer­ do con el papado en la paz de Venecia se dispuso a atacar a Bizancio. Nada ilustra mejor la intención de este emperador que el perentorio re­ clamo que le hizo a Manuel, en rimbombantes, ampulosos y sonoros términos romanos. La divinidad, decía, le ha transmitido a él la momrchia, de modo que no sólo le pertenecía el Imperio romano, sino que también el reino griego debía ser gobernado por él: "U t non solum Romanum imperium nostro moderamine disponatur, verum etiam regnum Graeciae ad nutum nostrum regí et sub nostro imperio gubernari debeat".24

24. Editado prim ero por H,. von Kap-Herr, Die abendlandische Politik Kaiser ■Mattuels, Estrasburgo, 1881, Appendix V, pp. 155-156- E l sonoro com ienzo de la carta se halla también en los Aúnales Stadenses (M.G.H., S., XVI, p. 349, líneas 24 ss.); "P red ericu s... R om anorum im p erator a D eo coronatu s... G raecorum m oderator(!)..." [Federico... em perador de los rom anos coronado por Dios... go­ bernador (!) de los griegos]. É l usaba aquí su propia teoría de las dos espadas

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[Para que n o só lo se encuentre bajo nu estro g ob iern o el Im perio rom ano, sin o que tam bién el rein o de G recia d eba ser reg id o seg ú n nuestro co n ­ sen tim ien to y gobernad o ba jo nu estro Im perio.] É ste fu e e l in ic io d e las h o stilid a d e s d e la o p e ra c ió n m ilita r p la n e a d a p o r B a rb a rro ja p a ra to m a r p o r a sa lto C o n s ta n tin o p la c o n su ejército a le ­ m á n ; e l tra ta d o d e A d ria n ó p o lis (1190) h iz o q u e a b a n d o n a ra s u p la n .25 P ero Barbarroja tam bién ad op tó m ed ios m á s p acíficos p a ra asegu rarse e l é x ito d e l plan: la u n ió n e n m atrim o n io d e su h ijo E nriqu e c o n la hered era sicilian a C o n stan za n o só lo fu e p a ra e v ita r la recu rren te a m en aza b izan tin a a l Im p erio occid en tal, sin o tam b ién p a ra o to rg a r al p od er a lem án u n p ie firm e e n e l m ar, lo ú n ico q u e tu vo en ton ces cie rta consecu encia. E n p o s d e este u n iv ersalism o , n o só lo era n reclam adas en ton ces islas, particularm ente C e rd eñ a, co m o p a rte d el territorio im perial, sin o q u e e l v asallaje d e R icardo I in clu y ó tam b ién a Inglaterra d en tro d e la ó rb ita im perial, co n el resultad o d e q u e R icard o d eb ió se r u n o d e los q u e d eb iero n pro v eer efectiv a asisten­ cia e n e l so ju zg am ien to im p erial d e Francia.26

que, examinada atentamente, parece depender de las opiniones expresadas por Ju an II, el em perador bizantino, en su carta a Honorio II; cfr. A. Theiner y F. Miklosich, Monumento spectantia ad imionem ecclesiae Graecae et Romanae, Viena, 1872, pp. 5-6. Çfr. también la respuesta de Federico a la legación bizantina en 1189: "O m nibus qui sanae m entís essent, constat quia unus est monarchos, imperator Romanorttm, siçut et unus est pater universalis, pontifex Romanus" (Hist. de expeditione..., p. 50). [A todos los que estén en su sano juicio les consta que hay un solo monarca, emperador de los romanos, así como también hay un solo padre universal, el pontífice romano]. 25. Para más detalles, cfr. W, Norden, Das Papsttum und Byznnz, Berlín, 1930, pp. 117 ss.; G. Ostrogorsky, Geschichte des bxjznntinischen Stantes, Munich, 1940, pp. 289-290; A. Waas, Geschichte der Kreuzzüge, I, Freiburg, 1956, pp. 192 ss. 26. Cfr. el informe de Roger de Hoveden, citado en Ullmann, op. cit., p. 235, últim a nqta; cfr, tam bién la afirm ación de Roger, op. cit., p. 300: Enrique VI "m andans ei [i.?. Ricardo I] in fide, quam illi debebat, quod ipse terram regis Franciae hosU.liter ¡rvvaderet..." [Ordenándole a él (es decir, a Ricardo I) por la fidelidad que le debía, que invadiese con hostilidades la tierra del rey de Fran­ cia—], Un testimonio independiente proviene de Inocencio III en su carta a Felipe II (Rlegestfim lnnocmtii iii papae super] Níegotio Romoni] ¡[ntperíi], ed. F. Kempf (Mise. Hist. Pontif., XII, Rom a, 1947, no. 64): "...H enricus affirm ans quod te de cetero ad fidelitatçm sibi compelleret exhibendam". [...Enrique afirma que te obligó a que le des en adelante muestras de fidelidad].

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La conquista de Sicilia por Enrique VI hizo del plan de una verdadera dominación mundial por parte del imperio romano una cuestión de polí­ tica práctica. Después de la conquista descubrió las potencialidades de casar a Irene, la hija de Isaac, con su hermano Felipe de Suabia, ya que Irene era legítima heredera del trono bizantino. El matrimonio le provee­ ría el medio por el cual se podría demostrar la unidad del único Imperio romano: recordamos un plan sim ilar a fines del siglo V lü . Pero éste fue sólo el comienzo de los ajustes de Enrique en Oriente. Corto tiempo des­ pués apareció en Constantinopla una embajada de Enrique reclamando la cesión de todas las provincias bizantinas ubicadas entre Dirraquio y Tesalónica, lo que representaba una gran parte de la península griega. También reclamó que parte de la flota bizantina quedara bajo su mando para luchar contra los infieles.27Cuando en 1195 tuvo lugar un cambio de gobierno, una vez más como resultado de una revolución palaciega, las tropas alem anas estaban listas para desem barcar en territorio bizanti­ no: el nuevo régimen le dio a Enrique la excusa para insistir con el título de propiedad de su cuñada. Ahora pedía nada menos que la cesión del Imperio bizantino. Una hábil política bizantina, sin embargo, logró de­ morar el golpe mortal ofreciendo enormes sumas. Enrique, por su parte, sólo pensaba en posponer, pero no en abandonar su plan.28 Entonces estaba también ocupado precisamente en preparativos militares para la conquista de la costa norte de África.29 Sus planes estaban bien hechos: cuando tanto el rey de Chipre, Amalarico, como León, el rey de Armenia, se habían convertido en sus vasallos, el temido cerco al Imperio bizanti­ no, debilitado internamente como se encontraba y muy disminuido en sus riquezas, estaba m uy cerca de ser un hecho. La muerte en setiembre de 1197 de Enrique V I, gobernante de casi todo e l mundo y émulo de Justiniano, evitó la ejecución del plan.30

27. Para la reacción bizantina, cfr. Norden, op. cit., p. 126. 28. Ostrogorsky, op. cit., p. 293. 29. Para más detalles, cfr. H . Tache, Jahrbticher des deutscheii Reiches unter Hi'inrich VI, Leipzig, 1867, pp. 366 ss. 30. E. y L. Schonbauer, "D ie Imperiumspolitik Kaiser Friedrichs II", Festschri/t K. G. Hugeimann, Aaíen, 1959, p. 554, n. 5: "Z u m Unglück für das deutsche Reich starb er viel zu friih". [Para desgracia del reino alemán murió demasiado tem­ prano.] Según Kirfel, op. cit., la tesis de que los Hohenstaufen aspiraban a domi­ nar el mundo es sostenida por Ausland [los extranjeros], particularmente por Roger de Hoveden y Niketas (p. 144). Para una correcta evaluación de la política

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El reinado de Enrique VI muestra la completa madurez de la ideología imperial que culmina en el intento de conquistar Bizancio. No se puede poner en duda que esta pre-ocupación por establecer el dominium mundi eclipsó, por no decir que hizo imposible, toda actividad gubernamental en A lem ania. Tanto la política imperial hacia el este como la del sur esta­ ban, de hecho, dictadas por el concepto de predominio del Imperio roma­ no. Sin embargo, uno no puede resistir a la tentación de pensar que todo este complejo de intenciones y ambiciones imperiales, junto a los proble­ mas que creaban en Europa, respiraba un aire de artificialidad y de irrea­ lidad sólo superado por los continuados esfuerzos y los igualmente arti­ ficiales dispositivos para enfatizar el carácter romano del Imperio. Dentro de esta categoría se encuentran los numerosos dispositivos y medidas de im itación, por no decir de copia, de un número de institu­ ciones, nom enclaturas, funciones, emblemas, ritos, etc., que se podían observar "allá al otro lad o", en Bizancio. Este proceso de imitación y de apropiación - e l espacio no nos permite entrar en detalles-31 al princi­ pio fue un proceso consciente para enjaezar al desprovisto emperador romano con los arreos extem os de los que visiblemente carecía. Esta rivalidad im itativa fue de hecho el tácito reconocimiento de que el ver­ dadero Im perio rom ano podía encontrarse solamente en Oriente: ¿por qué si no el proceso de apropiación? Pero, com o suele suceder con fre­ cuencia, con el paso del tiempo y por el uso, el modo original de adqui­ sición desaparece de la vista y el artículo apropiado adquiere su propio rango por derecho propio: se convierte en propiedad. Esto es exacta­ m ente lo que ocurrió con los "artículos apropiados". Llegaron todos a ser vistos en el siglo XII como las pertenencias genuínas del emperador occidental, quien actuaba como si él hubiese sido siempre el propietario

de Enrique VI, cfr. J. Rousset de Pina, Histoire de t'église, ed. A. Fliche y V. Martín, IX, París, 1953, p. 221: "Reprendre la lutte contre 1'empire byzantin... reconstituer á ses dépens la monarchie universelte, telles étaient alors les ambitions de Henri VI. Déjá I'encerclement de Byzance se dessinait". [Retomar la lucha contra el imperio bizantino, reconstituir a sus expensas la monarquía universal, tales eran entonces las ambiciones de Enrique VI. El cerco de Bizancio ya se vislumbraba.] Cfr. tam bién S. Runciman, Hist. ofthe Crusades, III, Cambridge, 1954, pp. 108-109. 31. Para más detalles cfr. W. Ohnsorge, Abendland und Byztmz, Darmstadt, 1958, pp. 1-49,261-287. Cfr. también J. Déer, "Byzanz und die Herrschaftszeichen des Abendlandes", Byzantinische Zeitsch, 1 ,1957, pp. 405 ss.

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original.32 La erudición de los littérateurs apuntaló una acentuación casi sin precedentes de los elem entos legales, políticos y constitucionales de origen romano. Incluso las leyes de los emperadores medievales fueron incorporadas al derecho rom ano, porque los germanos eran los suceso­ res de los Césares romanos. V puesto que había solam ente un dominus mundi, los demás reyes fueron rebajados a la categoría de meros regnli [reyezuelos] o reges provinciarum333 4[reyes de provincias}. Pero, aunque el carácter rom ano del em perador era proclamado ruidosamente, nada podía ocultar el molesto hecho de que entre él y aquél de quien se procla­ maba sucesor había un abism o infranqueable: el real emperador roma­ no era en verdad autónomo, y de este rasgo de autonomía carecía en forma manifiesta el em perador medieval. N o nos dejemos engañar p o r' las apariencias: el em perador medieval fue creado por el papa con pro­ pósitos especiales; podía ser también destituido por el papa. ■ Es ésta -la afirmación de una dignidad imperial autónom a- la cues­ tión subyacente a los conflictos entre papas y emperadores. Puede notarse un llamativo doble juicio: para ser nombrado emperador, el rey debía suplicar el favor cipostolicus, tenía que recibir favores papales, porque él no tenía derecho a la corona imperial. Su condición de emperador se de­ bía a un divinum beneficium transmitido por el papa,-34sabía que de acuerdo al punto de vista papal tradicional, debía convertirse en un funcionario encargado de tareas específicas; sabía también que tenía que someterse a un examen bajo la forma de preguntas y respuestas (scnitmium ) y prestar un juramentum subditi [juramento de súbdito]. N o había ni siquiera una entronización cuando recibía la corona imperial, puesto que ¿por qué, en efecto, debería ser entronizado un funcionario? Cualquiera familiarizado con el significado simbólico de un trono se dará cuenta de la significación

32. "E r rezipierte alies, w as sich rezipieren liess" (W. Sickel, "D as byzantinische Krónungsreeht", Byzantinische Zeitsch, VII, 1898, p. 529). [Él recibió todo lo que se podía recibir.] 33. H asta donde puedo ver el término regultts fue usado por prim era vez por Gregorio V il; cfr. su Register (II. 70). 34. Para esto, cfr. W. Ullmann, "Cardinal Roland and Besançon", Mise. Hist. "Pont., XVI11,1954, pp. 106 ss.; "T h e Pontificate of Adrián IV ", Cambridge Histórical ■Journal, XI, 1955, pp. 242 ss.; "Ü ber eine kanonistisehe Vorlage Friedrichs I", Zeitsch. der Saoigny Stiftungfiir Rechtsgeschichte, Kan. Abteilung, XLVI, 1960, pp. 430 ss. Para el significado general del beneficium, cfr. U llm ann, Principies o f .Government and Politics in the Middle Ages, London, 1961, pp. 57 ss.

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de la ausencia de cualquier tipo de entronización: por supuesto, un fun­ cionario nunca se sentó sobre u n trono.35 En el hecho mismo del rey ale­ mán suplicando por la corona im perial se encuentra el reconocimiento implícito y la aceptación del punto de vista papal de que sólo el papa era el órgano legítimo mediante el cual podía obtenerse la corona imperial romana. La coronación por el papa era algo constitutivo. Y sin embargo, tan pronto com o el papa le otorgaba la corona y le entregaba la espada, el símbolo del poder terrenal, después de haber prometido ser un obediente filius de la Iglesia romana, apenas terminadas las festividades de la coro­ nación, él afirmaba con la m ayor insistencia ser el verdadero emperador romano, a quien le pertenecían todos los arreos de su supuesto antecesor. El elemento inoportuno que hacía que en todo esto el papa fuese el punto de apoyo, que sin él no hubiese surgido desde el primer momento un emperador rom ano en Occidente y que sin él los germanos no hubieran podido retener el Imperio romano36 era suprimido con ruidosas afirma­ ciones de autonomía, acompañadas por los aderezos del poder hegemóniro. Vndo esto fue un artificio para crear un alibi y escapar a las conse­ cuencias que los papas sacaban de su función como dispensadores del cargo imperial. El punto de vista de los Hohenstaufen de que la corona­ ción era una mera formalidad, de m odo que aun antes de la coronación el rey poseía una imperatura -u n a significativa expresión inventada- y de que la elección del rey de los romanos otorgaba un derecho a la coro­ na, no debería engañar a nadie: si la coronación era una form alidad, ¿por qué entonces toda la exhibición de sum isión al papa y el examen

35. Para el trono en el ritual bizantino, cfr. el Líber de Ceremoniis de Constantino VII, ed. A. Vogt, París, 1939, II, 47, p. 2, líneas 14-15. Además, O. Treitinger, Die ostromische Kaiser-und Reichsidee, 2" ed., Darmstadt, 1956, pp. 20 ss, 56 ss. 36. La respuesta de Federico a los legados bizantinos en Philíppopolis en octubre de 1189 ilustra la actitud imperial. Dio cuatro razones por las cuales él, y no el bizantino, era el verdadero emperador romano; cfr. Hisl. de expedilione... pp. 49-50. Adoptando el razonamiento papal no tuvo escrúpulos en decir a los legados que su señor había usado "indebitum vocabulum et glorietur stulte alieno sibi prorsus honore, cum liquido noverit me et nomine dici et re Fridericum Romanorum imperatorem semper augustum " (ibíd., p. 50, líneas 12 ss., cfr. tam­ bién el informe del Obispo Dietpold en M.G.H., S., XVII, p. 510, líneas 37 ss.) [un término indebido y se vanagloria neciam ente de un honor que le es absoluta­ mente ajeno, pues le consta ciertamente que yo soy llamado de nombre y de hecho Federico, el siempre augusto emperador de los romanos].

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y confirm ación por éste antes de la coronación? ¿O eran tam bién me­ ras form alidades las reales y am enazantes destituciones? C on la des­ titución n o sólo perdía su dignidad de em perador sino tam bién su reinado.37 A pesar de los severos conflictos que sostenían con los pa­ pas, los em peradores nunca intentaron abolir la institución del papa­ do: la necesitaban. H asta aquí, sin embargo, en lo concerniente a la política práctica, el obstáculo para el completo despliegue del Imperio romano universal así como también para el despliegue de la universalidad papal era el mismo: Bizancio. Constantinopla nunca había abandonado la preten­ sión a la universalidad de su dominio. La ruptura final en 1054 sólo hizo obvio en la esfera eclesiástica lo que de cualquier modo ya era un hecho. Pero la importante im plicación de esto fue el surgimiento de la idea de las cruzadas menos de veinte años después. Gregorio VII llamó a la cru­ zada para liberar a los hermanos oprimidos en los Santos Lugares, pero al mismo tiempo también declaró que su objetivo era Constantinopla: afir­ mó que las medidas militares buscaban conseguir la unión entre Oriente y Occidente. Cuando finalmente Constantinopla fue vencida por los cruza­ dos en 1204, Inocencio DI exclamó que por la gracia de Dios la Iglesia de Constantinopla había retomado a su madre, la Iglesia romana, de modo que existía ahora unum ovile, unus pastor38 [un solo rebaño, un solo pastor]. Lo que aparentemente se les había negado a los emperadores cayó en el regazo del papado, aunque el historiador perspicaz se inclinará a ver en el resultado de la cuarta cruzada la culminación de un largo desarrollo. La historia del Imperio medieval sugiere reflexiones que con sus implicancias van mucho más allá del propósito de este escrito. Sin embargo,

37. Todo esto, incluso la parafemalia antes de la coronación, debería ser comparado con la situación en Bizancio para obtener un claro panorama de las diferencias fundamentales entre los dos emperadores romanos. En Bizancio no había scrutinium, ni juramento de coronación, y la coronación por parte del patriarca no tenía efectos constitutivos, etc. 38. R. N. I., n° 113, del 29 de octubre de 1204, y repetido varias veces; tfr. el Register de Inocencio III, Migne, P.L., CCXIV-CCXV, VII, 203; VIII, 19,24,153; en VHI, 26, habla de la Iglesia de Constantinopla como que ha renacido a una nueva juventud: "in novam... ¡nfantiam". Sobre sus negociaciones con Felipe de Suabia en 1203 (cfr. Const, II, p. 9, no. 8, § 7: "Si omnipotens Dominus regnum Grecorum michi vel leviro meo subdiderit, ecclesiam Constantinopolitanam Romanae ecclesiae... faciam fore subiectam" [Si Dios Omnipotente sometiese a mí

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surge una ineludible conclusión: el imperio estaba arraigado en una pura idea, y llegó a ser y permaneció una ideaTLá idea, simple en sí misma, aunque de largo alcance en su impacto,“consistía en que, por virtud de su plenitud de poder, él papa tenía derecho a crear al empera­ dor romano universal en Occidente transfiriendo la corona de Bizancio : a Roma, de modo de escapar al sometimiento de aquella. Desde fines ¡ del siglo VIII hasta la extinción del Imperio el papa fue el punto de apo­ yo, por más molesto que el hecho fuera para los germanos, quienes se las arreglaron para convencerse a sí mismos (y a gran parte de la poste­ ridad) de que el Imperio romano les pertenecía por derecho. Nociones puramente ficticias afectaron profundamente La historia de Europa Oc­ cidental, sobre la cual sobresalía el espectro de la creación artificial del sagrado emperador romano. Su creación por el papa constituyó la res­ puesta papal a los objetivos bizantinos: fue el papa quien proveyó la estructura, la substancia y el contenido de la dignidad de emperador de Occidente. Pero este elemento papal universalista actuó - y éste es el punto crucial- como un catalizador estimulante y con el paso del tiempo adquirió con los alemanes un carácter propio. El Imperio medieval con todo su reluciente ropaje exterior no podía dejar de acuñar su sello en los alemanes del siglo XIX cuando hubo que despertar su sentido histórico. Una romántica historicidad, condiciona­ da por problemas políticos de la época, hizo cómodamente caso omiso de la tenebrosidad del incredibile monstrum, el Imperio medieval, "la im itación m ás memorable de la historia".*9 He aquí un clásico ejemplo de la gran responsabilidad social de la historiografía profesional, cu­ yos efectos se irradian en los sectores de la plebe m enos ilustrados históricam ente, siempre dispuestos a extraer un programa político de un hecho supuestamente histórico. ¿No afecta pesadamente a los ale­ manes el pasado medieval? ¿No es un legado del pasado medieval el estancamiento en el desarrollo político de Alemania? ¿No es el concep­ to típicamente germano de Obrigkeitsstaat [estado de autoridad] una demostración persuasiva de al menos algunos de los efectos de la lamen­ table simbiosis entre historia y política? ¿Puede el más agudo de los ob-39

o a m i cuñado el reino de los griegos, haré que la Iglesia de Constantinopla sea súbdita de la Iglesia romana]), cfr. A. Frolow, Recherches sur la déviation de la ¡Ve. croisade vers Constantinople, París, 1955.

39. Sickel, art. cit., p. 529.

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servadores evitar pensar que la historiografía alemana tuvo una parte en la configuración de la política alemana? Profundos interrogantes, por cierto, pero que se imponen por sí mismos a aquellos que reflexivamente distinguen entre el Imperio y la romántica aureola con la que lo han cu­ bierto los historiadores.

Algunas observaciones sobre la evaluación medieval del "h o m o n a tu ra lis " y del " c h ris tia n u s" *

n la evaluación de la situación dei hombre en la sociedad me­ dieval, se ha puesto quizás muy poco énfasis en el cambio provocado en el siglo XIII por la adaptación de temas aristotélicos y, por consiguiente, naturalistas. Aunque esta adaptación fue espléndidamente llevada a cabo por la síntesis tomista, se le pueden sin embargo atribuir consecuencias de gran trascendencia que afectaron la concepción tradicional del hom ­ bre,. Aquí sólo nos lim itarem os a considerar algunos rasgos sobresa­ lientes que caracterizaron no una evolución en la filosofía cristiana, sino una revolución realizada por las teorías "naturales" del nuevo Aristóteles. Al m ism o tiempo, también podrían señalarse ios estrechos vínculos existentes entre la filosofía y la teología, al momento de hacer cualquier consideración del status y de la significación del hombre medieval. La posición antitética del Hambre y el Cristiano no es más que la antítesis personalizada de la Naturaleza y la Gracia. Uno de los mensajes más esenciales de las epístolas paulinas se re­ fiere a la conquista del hombre natural -e l homo carnis- por medio de la instrum entalidad de la gracia divina, a la cual se accede por la vía del sacramento del bautismo. En consecuencia, san Pablo, y con él todos los escritores posteriores, tanto teólogos como filósofos, atribuyen al bautismo los efectos de un re-nacim iento: el individuo re-nace, se ha

* "Some Observations on the Medieval Evaluation of the 'Homo Naturalis' and the 'Christianus'" en: L'homme et son destín, Louvain-Paris, 1960, pp. 145151. (Traducción: Martín E^Alessandro.)

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desprendido de sus características como hombre natural y se presenta como una nueva creatura.1 Se trata de una metamorfosis que afecta al hombre en su totalidad, de modo tal que -puesto que debe vivir aún en esta tierra-, toda su orientación, perspectiva y existencia ya no están determinadas por los postulados inherentes a su naturaleza, sino exclu­ sivamente por los postulados que se derivan de su participación en los atributos divinos. Se podría sugerir que la razón por la cual la especulación filosófica médieval más temprana dirigió tan poca atención al hombre como pro­ ducto de la naturaleza fue porque la escena filosófica estaba totalmente dominada por las doctrinas paulinas y agustinianas que centraban su aten­ ción en el hombre renacido y regenerado. El hombre con sus apetitos y atributos naturales importaba poco y sólo indirectamente era tomado en consideración por los filósofos, en la medida en que esos atributos natu­ rales debían ser anulados en el christianus por acción de lá gracia. De manera que sólo contaba este último y no el hombre de la naturaleza. Evidentemente, qua [en cuanto] cristiano, su función, objetivo y posición están en un nivel fundamentalmente diferente del que tiene como mero hombre. Qua hombre, el individuo no tiene posición en la sociedad y sólo merece consideración como un estadio preliminar al christianus. En virtud de su re-nacim iento, de su renovatio, el sentido específico de la vida terrenal del cristiano está dado por su pertenencia a un cuerpo no natural: sólo en su condición de cristiano adquiere valor en la socie­ dad, que es ese cuerpo creado por Cristo mismo, es decir, la Iglesia. En consecuencia, él acepta para su vida las normas de esa instancia no na­ tural provenientes, metafóricamente hablando, desde arriba. La exclusi­ va evaluación del cristiano como opuesto al hombre puede indicar el camino para explicar la escasa atención brindada a las biografías en la Edad M edia; y el material biográfico existente era estereotipado y, preci­ samente por ello, carecía del rasgo distintivo de la individualidad; esto quizás perm itiría com prender también la escasez de retratos y de re­ presentaciones pictóricas del hom bre, así com o el vacío existente en la categoría de las belles-lettres: aquí nos encontramos nuevam ente con la misma ausencia de individualidad que además nos permitiría percibir

1. Cfr. las pertinentes observaciones de H. Schlier: "E l rasgo fundamental de la vida en la Iglesia es la perm anente negación del propio pasado, del 'hombre viejo' y la perm anente dedicación al futuro que Dios m e ha creado, a mi propio futuro, al 'hom bre n u ev o '" (Die Zeit der Kirche, Freiburg, 1956, pp. 182-183).

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por qué no hubo nunca ninguna doctrina que se acercara, siquiera tími­ damente, al problema de los derechos y deberes del hombre. El descuido de las pasiones humanas, de los temperamentos e incluso de los elementos fisiológicos del hombre, condujo a lo que se podría denominar una mo­ notonía form alizada y, en un nivel diferente, tam bién explica las proverbiales deficientes condiciones de higiene en la Edad Media, así com o la falta de atención otorgada a la alim entación y a las habituales com odidades de la vida y, por sobre todo, el virtual estancam iento de la ciencia médica. ¿Acaso la misma denominación de un hijo ilegítimo com o m ero filius naturalis no contiene una alusión com parativa in­ equívocam ente perceptible? En resumen, el homo como un todo natural y autosuficiente dentro de la sociedad no era digno de mucha atención: sí lo era el homo re-natus. Ello también explica por qué las biografías medievales son de tan poco valor histórico: nos dicen tan poco acerca del hombre mismo que rara vez nos podemos formar una imagen acabada de él; lo que transmiten es una evaluación del hombre como cristiano, es decir, ¿cómo y de qué m anera tradujo en la práctica su re-nacimiento? Es evidente que con esta actitud se pierde la individualidad del hombre natural, su sello dis­ tintivo: lo que sobresale es una serie de acciones impulsadas por acción de la gracia, no por motivos humanos sino extrahumanos, es decir, moti­ vos que son de un carácter trascendental, que se encuentran fuera de su naturaleza humana y que, de hecho, intentan conquistarla. En sí mismas, estas acciones contenidas en las numerosas Vitae medievales, permiten sólo indirectamente una reconstrucción de la verdadera y "natural" personalidad del hombre. La preeminencia de la orientación cristocéntrica impidió que surgie­ ra toda doctrina filosófica que focalizara su atención en el Hombre como tal. El individuo en su función de cristiano era el punto focal tanto social como filosófico y, en consecuencia, los criterios de subjetividad resultan­ tes de las premisas de la interminable y variada individualidad cedían ante la objetividad, ya que el status del individuo podía ser determinado a través de dimensiones puramente objetivas (por ej.: ordenación, sacra­ mentos, instituciones eclesiásticas). Se podría ciertamente hablar de un proceso social continuo que se despliega de una manera trascendental. Esta visión típicamente medieval del Hombre sufrió algunas modifi­ caciones considerables con la intrusión de teoremas "naturales" en el siglo XIII. Por cierto, no es casual que Siger de Brabante introdujera, sobre una premisa genuinamente aristotélica, las formas extremas del naturalismo, dentro de cuyo recinto la naturaleza del hombre llegó a ser

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el principio determinante, dejando poco espacio para el cristiano. El horno, concebido sobre lineamientos exclusivamente naturalistas, se convierte en la medida de la especulación tanto social y filosófica como teológica; la armazón del cristiano se evapora en la escurridiza región de las imá­ genes. Desde la exclusiva orientación centrada en el cristiano en la tem­ prana Edad Media, el péndulo había oscilado hasta el otro extremo de una exclusiva atención dirigida al hombre como una unidad, autónomo, au tosuficiente y, por sobre todo, supremo en su propio derecho, en virtud de su misma naturalidad. Es redundante decir que santo Tomás logró la síntesis y la reconcilia­ ción entre los dos extremos. Quizás no se aprecia adecuadamente que esta síntesis sólo se pudo alcanzar por la introducción de lo que se pue­ de llamar una ley natural ontológica divinizada, es decir, con la ayuda de una estratagema que fue provechosa sólo mientras se mantuvo una estricta adhesión a los presupuestos d el m aestro m ism o. La clave criteriológica es la dualidad de esta especulación. El individuo puede ser considerado tanto bajo el aspecto de H om bre (por naturaleza) como bajo el de Cris tiano (por la gracia): hay un et-eí y ya no un aut-aut. Filosó­ fica y socialmente, esta síntesis conduce a la emancipación del Hombre como Persona, resumida en la significativa noción tomista de humanitas, con su carácter completamente autónomo, autosuficiente e independiente conferido por la Naturaleza, mientras que al mismo tiempo, pero en un nivel diferente y con diferentes categorías, el christianus, el homo renatus, también mantiene su completa importancia. La evaluación realizada por santo Tomás del hasta ese momento des­ cuidado Hombre de la Naturaleza, como u n ser por derecho propio, con sus propias facultades críticas naturales y con su propia virtus, pues crea­ do por Dios, fuente de toda la Naturaleza, y que por consiguiente, en función de esta m isma premisa, exige la m ayor consideración posible, es un paso totalmente revolucionario desde el punto de vista del desa­ rrollo filosófico-sorial: rompe por completo con el pasado y abre un nuevo capítulo en la evaluación que se hace del Hombre, a causa de (y no a pesar de) ser un producto de la Naturaleza. El hombre se ha emancipado del olvido al que había sido relegado por los filósofos de la temprana Edad Media: la impressio divini htminis in nobis [la luz divina impresa en nosotros] por medio del instrumento de la ¡ex naturalis inserta (in nobis) [la ley natural inserta (en nosotros)] permite al Hombre estar en posesión de los principia naturalia de la acción humana. Introducido así el dualismo de la manera más eficaz, éste contenía, sin embargo, gérmenes potencialmente nocivos. Pues la orientación dualista

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-n atu ral y sobrenatural- si bien presenta una síntesis aparentemente armoniosa, puede, no obstante, ser trastornada sin alterar sustancialmente las premisas sobre las que descansa esta armonía. Ello significa que la síntesis podía -com o de hecho realmente ocurrió- retomar a un monismo, en cualquiera de las dos direcciones.2 Más significativamente, al nivel del hom bre, es decir, al nivel natural, el desarrollo originó una penetra­ ción cada vez mayor en la esencia de la emancipada y liberada Natura­ leza del Hombre, con la consecuencia virtualmente inevitable de que la orientación extranatural retrocediera cada vez más a un segundo plano, si es que en realidad no desaparece por completo. ©- N o hace falta explicitar que esta re-orientación elaborada por santo Tomás -u n a verdadera Umwertung aller Vierte [inversión de todos los valores]-pod ía producir cambios radicales dentro de la "sociedad natu­ ral", es decir, dentro del Estado. Si el Hombre está dotado de su propio juicio autosuficientebasado sobre los principia mluralia, entonces al con­ ju nto de los Hombres, al Estado, también se le debe otorgar la misma distinción; de modo que el Hombre, y con él y por medio de él, el Estado, aparezcan como entidades autónomas. Es evidente que esto es sólo par­ cialmente tomista. Lo importante es que a través de la síntesis tomista, las tendencias naturalistas que ya estaban latentes recibieron im estímu­ lo propulsor. Mientras que antiguamente la función del "Estado" estaba incluida en el plan de la salvación, de modo que la misma existencia, la tarea y la raison d'etre del "Estado" eran una cuestión de la Heilslehre [doctrina de salvación], ahora el Estado asume su propia vida como por derecho propió, precisamente como una cuestión de la Naturaleza, de modo que la existencia, la tarea y la raison d'étre del Estado deben ser razonadas y formuladas dentro de los límites de la Natur(rechts)Iehre [doctrina (del derecho) natural]. Además, hay un estrecho paralelo con la dicotom ía entre el christianus y el homo naturalis: al primero le corres­ ponde la Iglesia y al último el Estado, cada uno autónomo y autosuficiente en su propio campo. No hacen falta, nuevamente, mayores detalles para ver en esto un radical alejamiento de la tradicional orientación teocéntrica: junto a esta última y, por así decirlo, firme en su propio terreno, hay una

2. La condena de las tesis tomistas (en especial la de la individuación) señaló "la crisis de la inteligencia cristiana, sacudida por la invasión en masa del saber pagano... la reacción de los hom bres de Iglesia contra la nueva amenaza del paganism o". F. van Steenberghen: The philosophic ¡novement in the 13th century, Londres, 1955, p. 103.

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orientación "natnro-céntrica" que reclama un reconocimiento en su propia esfera de sus valores "naturales" y que, a su debido tiempo, exigirá no sólo igualdad, sino también, en virtud de su misma naturalidad, una superiori­ dad de sus propios valores frente a los de la sociedad extranatural, la Igle­ sia .(La apoteosis dantesca de la civilitas humana o de la universitas humana -lo s verdaderos antípodas de la civitas sancia de san Bernardo y de la tradi­ cional universitas christianorum- es un hito hacia el futuro. En consecuencia, se puede considerar que el camino hacia el Huma­ nismo en sus dimensiones filosófica y científica fue abierto por santo Tomás gracias a su emancipación del Hombre de la Naturaleza. Si bien sería demasiado sostener que el desarrollo humanístico posterior fue debido exclusivamente a santo Tomás, es verdad sin embargo afirmar que el papel que él jugó en ese proceso no fue nada desdeñable. La satura­ ción del siglo XTV y especialmente del XV con la orientación "naturalista" tampoco fue casual: concentrándose, como es legítimo porque natural, en el homo, el Humanismo resultante mostró el considerable progreso rea­ lizado en la penetración de los misterios de la esencia de la Naturaleza del Hombre (y del universo): la intensa concentración sobre el hasta entonces no reconocido homo naturalis, dio como resultado una cristalización de la personalidad humana, que en sí misma sólo estimuló la indagación en la com posición interna del hombre natural. ¿Por qué, se podría pregun­ tar, en la literatura, el arte, la poesía o la pintura, etc. el Quattrocento muestra una diferencia tan marcada respecto de los siglos inmediata­ mente anteriores? ¿Por qué sólo entonces se hace realmente perceptible el perfil físico del Hombre? ¿Por qué la ciencia de la Naturaleza da el gran salto hacia adelante? ¿Por qué, a partir del siglo XIV y siguientes, la elaboración filosófica sobre la sociedad natural, el Estado, avanza rápida­ mente y, al amparo de la ley natural, le atribuye un poder y una función que de ninguna manera pueden conciliarse con nada de lo que había sido dicho anteriormente? Gracias ai recurso a la ley natural los poderes del papa llegaron a ser cercenados dentro del Estado, ya que lo que es del Estado pertenece a la ley natural, que ni siquiera el papa puede alterar.3

3. La declaración de Segismundo de Austria al oponerse a Pío II puede ser útil com o ilustración de este punto: "Jus naturae, quod nemo nobis prohibere potest nec a nobis auferre, quia natura nobis instinxit et nobiscum natum est" [El derecho natural que nadie nos puede prohibir ni quitar, pues la naturaleza lo puso en nosotros y nació con nosotros] (Goldast: Mottarchia Romani Imperii, Hannover, 1612, II, 1581).

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No fue mucho más tarde que, en virtud del mismo recurso a la ley natural, cayeronbajo la óptica de la especulación los derechos y deberes propios del individuo qua Hombre. Es innegable que santo Tomás hizo fermentar e im p u lsa r esos d esarro llo s al in corp orar los teorem as n atu rales aristotélicos a la cosmología cristiana. La síntesis era genial, pero era en cierto m odo frágil, y podía ser rota sin demasiadas dificultades. Pues el desarrollo posterior prueba que el vínculo entre la Naturaleza (y la ley natural) y su fuente podía hacerse añicos, con la consecuencia de que el homo solo y en forma exclusiva debía ocupar el papel protagónico.4 Esto no es sino el retom o al escenario prepaulino, en el cual el homo carnis, es decir e l Hombre de la Naturaleza, dominaba la escena. Precisamente a causa de la preponderancia de esta doctrina se creyó haber reducido a Dios de dueño de los hombres a un mero siervo del Hombre. No es para­ dójico afirmar que la m oderna transfiguración del Hombre constituye una renovatio, un re-nacimiento del Hombre de la Naturaleza, con toda la atención correspondiente puesta en su bienestar material. La victoria de la m ateria, de la pura materia, sobre el espíritu, es la victoria del Hombre de la Naturaleza sobre el cristiano.

4. Y en la esfera política esta función es realizada por el civis. La dicotomía medieval entre laicus y clericus cedió el paso al concepto unitario de civis.

León I y la cuestión del primado papal*

ólo en los últimos años se le ha concedido a León I el merecido reco­ nocimiento entre los papas de la antigüedad tardía. Erich Caspar ha dicho, no en forma inapropiada, que León se presenta ante nosotros "nicht wie ein einsam und plótzlich emporragender Berg, sondern wie eine krónende Spitze eines Gebirgsmassivs"1 [no como una montaña solitaria y que emerge de golpe, sino como una cima que corona un macizo monta­ ñoso]. Puede, por cierto, sostenerse desde el punto de vista histórico y doctrinal que el establecimiento del primado papal fue obra de León I, una tarea por lo demás notable ya que en la literatura papal se encuen­ tran muy pocos elementos que faciliten tal afirmación, con excepción de algunas aseveraciones aisladas o sugerencias de algunos de sus predece­ sores. D e igual modo, puede decirse sin temor a caer en contradicción alguna, que su lenguaje autoritativo, sus órdenes perentorias, su actitud inflexible e inconmovible lo destacan de sus predecesores: ninguno de ellos emplea un lenguaje tan fuerte e imperativo de una manera tan firme como lo hace León. El suyo es el modus ioquendi del gubemator [modo de hablar del timonel]: ordena, decide, increpa, destituye, corrige, amenaza, define, sentencia, suspende, prescribe; insiste con los conceptos de

S

* "L eo I and theThem e of Papal Prim acy", Journal o/Theological Studies, N.S., Vol. XI, Pt. 1, April 1960, pp. 25-51. (Traducción: Marcelo A. Barbuto. Revisión y traducción'de textos del latín, griego y alemán: Gustavo D. Corbi). 1. E. Caspar, Geschichte des Papsltums, Tübingen, 1930, l, p. 423.

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óbedientia2 coercitio,3corrigere inobedientiam iusta cotredion e456[obediencia, re­ presión, corregir la desobediencia con una corrección justa], con la observan­ cia de los canomim praecepta’ [los preceptos canónicos] o de los apostólica et canónica decreta [los decretos apostólicos y canónicos] o de los staluta apostolicae seáis6 [los estatutos de la sede apostólica] o de las regulae [reglas] o con la ejecución de los decreta synodalia qm e apostolicae seáis amfirmat auctoritas78[los decretos sinodales confirmados por la autoridad de la sede apostólica]; en una palabra, el lenguaje empleado por León es el lenguaje de quien posee los gubemacida ecclesiae universalis [el timón de la Iglesia universal]: su tono es el tono de quien gobierna. Decir que esto es el resultado de la plena utilización de las potencia­ lidades inherentes a la misión petrina es establecer una obvia verdad a medias. Todo lector imparcial de la literatura papal anterior a León debe coincidir en que la crux materiae [el busilis de la cuestión] había sido el establecer mi vínculo entre san Pedro y el papa. Quizás no carece de cierta significación el hecho de que san León fue el primer papa que habló de sí mismo diciendo vice Petri ftmgimur 8 [hacemos las veces de

2. Ep. XIV, 11. Las referencias se encuentran en la edición Ballerini (P.L. LIV). 3. Ep. V I, 1. 4. Ep. X III, 2. 5. Ep. XIX, 1. 6. Ep. XII, 5. 7. E p .I,2 . 8. E. Caspar, op. cit., I, p. 428. Cipriano, debe tenerse en cuenta, hablaba de todos los sacerdotes como que obran en fundón vicaria de Cristo: "sácenlos vice Christi vere fungitur" [el sacerdote se desempeña verdaderamente en lugar de Cristo] (Ep. LX1Ü, 14, en C. S. E. L. IH, 713, lineas 12 ss.). Parece que Aponio, por otra parte un autor poco conoddo, tal vez a comienzos del siglo V, fue el primero que consideró a san Pedro un vicarias Christi [vicario de Cristo], aunque los obispos (y emperado­ res) también eran, según él, vicarii Christi [vicarios de Cristo]. Para lo primero véase, por ejemplo, este pasaje: "apostolorum principi reveíala est Petro (Mt. 16,26)... quem princeps pastorum Christus mundo vicárium dereliquit: si amas me, pasee oves meas" [le fue revelado a Pedro, príncipe de los apóstoles (Mt. 16,16)... al cual prín­ cipe de los pastores Cristo lo dejó al mundo como vicario: Si me amas, apacienta mis ovejas], citado por Á. Hamack, "Vicarii Christi vel Dei bei Aponius" [Vicarios de Cristo o de Dios en Aponio] in Delbrück-Festschrift, Berlín, 1908, pp. 37 ss., en p. 46, quien comenta que Pedro fue por lo tanto el vicario de Cristo kccc' éljoxúv por excelencia]. La edición de H. Bottino y J. Martini de la obra de Aponio (Roma, 1843) está reimpresa en Migne, P.L. Supplementum I, 799-1031. Cfr. además F. Heiler,

Altkirchliche Autonomie and papstlicher Zentralismus lAutonomb de la Iglesia primitiva

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Pedio], aunque ésta no sea, por cierto, la afirmación más notable que él hicie­ ra. La dificultad real consistía en cómo establecer esta función del papa: es bien conocido que ninguno de los papas precedentes había emprendido esta tarea, la más esencial y vital para el papado. Es verdad que el cargo primacial del papa había sido ejercitado (el denominado Primatsübung [ejercicio del primado]); es verdad también que eri el siglo ID un Calixto o im Esteban I habían gobernado con la posición especial y preeminente de la Iglesia roma­ na; es verdad, por sobre todo, que la presencia de Pedro en Roma y su mar t¡rio allí jugaron un papel para nada insignificante en mantener la pretensión papal al primado. Pero es necesario destacar que todo esto no nos dice toda­ vía nada sobre el vínculo exacto entre los poderes de Pedro y los poderes del papa, ni tampoco acerca de la naturaleza de este vínculo. Debemos tener presente que tanto León como algunos de sus más cercanos predecesores pusieron su atención en la continuidad de los poderes petamos en el papa, acentuándola en gran medida: Pedro habla a través de él; Pedro vive en él; Pedro obra en él y a través de él. ¿Qué significa esto realmente, si uno desea apartarse del lenguaje metafórico? ¿Cómo se puede decir que una persona ínter mortuos habla y obra a través de una persona ínter vivos, y vive en ella? Sería por cierto difícil de sostener - y creo que no ha sido sostenido por nin­ gún papa- que la función y posición del papa, a saber, la continuidad de los poderes petarnos en él, podrían deducirse conceptual mente de la contingen­ cia meramente histórica de la residencia y muerte de Pedro enRoma. En otras palabras, no se puede argumentar la continuidad jurídica de los poderes, inherentes a su cargo, a partir de la presencia de Pedro, de su muerte y de su tumba.9 Igualmente, el ocupar la misma "silla" que ocupara san Pedro -la

y centralismo papal], München, 1941, pp. 271-272; M. Maccarone, Vicarius Cltrisli (Vi­ cario de Cristo], Roma, 1951, p. 43; J. Ludwig, Die Primatsworte in der altkirchliciwn Exegese [Las palabras del primado en la exégesls de la Iglesia primitiva], in Neutestamentliclu; ~ Abhandlungen,XD(,4,1952, p.89, n. 26, con más bibliografía. Véase tambiénS. Altaner, Patrologie, 5a ed., Friburgo, 1958, p. 420. 9. Esto puede ser visto desde la reacción a la posición tomada por Víctor I contra las Iglesias de Asia Menor en el problema de la fijación de la Pascua; parece que se refería como a una razón para el ejercicio de su auctoritas [autoridad] a la posesión romana de las tumbas apostólicas, como surge claramente de la protesta de Polícrates, quien pudo igualmente referirse a que x a i yap Katót -nív 'Aoíav «rcoixeía Keicoípiycai [en Asia también, por cierto, murieron grandes luminarias]: Eusebio, Hist. eccl. V, 2 4 ,2 (ed. E. Schwartz, en Die griechischen díristl. Schrifislcller der ersten drei Jahrhunderle, Leipzig, 1903, II, 1, p. 491, líneas 13 ss.). Con respecto al caso en sí mismo, véase Caspar, I, pp. 20,576 (aquí también bibliografía adicional, a la que sé

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cathedra Petri-*10no puede ser el principio sobre el cual se podría afirmar la continuación en el papa de los poderes petrinos,11Aquí estamos manejando nociones abstractas, tales como autoridad, función, cargo, en una palabra: poder; y para establecer el eslabón perdido entre san Pedro y el papa en este punto, no es suficiente recurrir a la ingenua tesis fáctica del papa ocupan­ do la silla de san Pedro. Dejando de lado la dificultad que representa la cátedra de Pedro en Antioquía, el sentarse en la silla episcopal es meramen­ te la expresión simbólica y el signo del cargo episcopal, no el presupuesto de este último.12 La cathedra, en otras palabras, es un símbolo y como tal

debe agregar: H. Dieckmann, "D as Zeugnis des Polykrates für die Apostelgraber in Rom" ["El testimonio de Polícrates en favor de las tumbas de los Apóstoles en Roma"], in Z.f. kalh.Theol, XIV, 1921, pp. 627 ss.); véase además A. Harnack, "Ecdesia Petri propinqua" ["Iglesia en comunión con Pedro"], in Sitz.-ber. der Preuss. Akad. d. Yíiss., Phñ.-hist. Kl, 1927, pp. 1 39ss.,en p . 141, quien hace notar que no hay pruebas de que Víctor se hubiese referido a Mt. 16,18 s. 10. Cfr. la festividad del 22 de febrero en el calendario romano del 354: N atale Petri de cathedra [Fiesta de la cátedra de Pedro], véase el Feríale Ecctesiae Romanae, ed. en. A u c t o r e s imtiquissimi, IX, 71, línea 8: "V III. Kal. M artias" [= 22 de febrero]. Sobre la historia posterior y el significado de esta fiesta, véase Th. Klauser, "D ie Cathedra im Totenkult der heidnischen und ehristlichen Antike" ["La cátedra en el culto a los m uertos de la Antigüedad pagana y cristiana"], en Liturgiegesch. Forschimgen, IX, 1927, pp. 152 ss., aunque sus opiniones sobre el origen de esta festividad son cuestionadas por J. M. C. Toynbee en American Journal o f Archaeology, LXII, 1958, p. 127 (recensión bibliográfica), una referencia amablemente facilitada por el profesor H. Chadwick. Q ue el término cathedra Petri [cátedra de Pedro] es de origen d priánico es conocido demasiado bien como para ser m encionado específicamente. 11. Que en la segunda m itad del siglo II existía en Roma un trono episcopal se prueba por el Canon M uratoriano: "sedente cathedra urbis Rom ae" [estando sentado en la cátedra de la ciudad de Roma], citado por E. Stommel en Jahrbuch f. Antike und Christentum, 1 ,1958, p. 71, n. 98; ídem en Miinchener Theol. Z. III, 1952, pp. 26 s. De allí la conclusión de que la cátedra episcopal y la entroniza­ ción se desarrollaron independientemente del ceremonial imperial romano, habién­ dose originado en fuentes judías. H . U. Instinsky, Bisdwfstuhl und Kaiserlum [Cáte­ dra episcopal e imperio], Munich, 1955, pp. 26-37, se opone a esta conclusión. Pero antes de Constantino no había en Roma ninguna iglesia específicamente relaciona­ da con el obispo ni ningún centro eclesiástico reconocible (Caspar, I, p. 57). 12. Cfr. también E. Stommel, art. eit., p. 71: "Sitzen auf der cathedra ist der Ausdruck der bischóflichen Stellung" [Sentarse en la cátedra es la expresión del rango episcopal].

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meramente representa o significa otra cosa, y no puede ser en sí misma la causa o ratio de otra cosa.13Conceptualmente, sería por consiguiente una tarea algo ardua sostener que la silla de san Pedro "confirió" los poderes petrinos,14 y que la cuestión papal del primado debe ser fundamentada sobre el mero hecho del papa ocupando la misma silla que se dijo había sido ocupada por san Pedro. Este problema debe ser claramente separado del hecho histórico de la "sucesión apostólica" de los obispos de Roma, es decir, la sucesión de san Pedro en orden cronológico. Esta "sucesión apostólica" (de los obispos en general y del papa en particular) tiene poco que ver con la sucesión jurídica papal de los poderes petrinos. Y fue precisamente en este punto donde León I dio el paso decisivo. La "suce­ sión apostólica" incluye el elemento carismático y también el elemento de la secuencia temporal ininterrumpida, mientras que para la sucesión ju­ rídica ninguno de estos elementos es esencial.15

13. Cuando nos referimos a que la cruz es el símbolo del Cristianismo quere­ mos significar con ello que la cruz representa el cristianismo, y no que el cristia­ nismo tome sus orígenes de la cruz, de tal modo que esta última aparezca como la causa o ratio christianitatis [medida del cristianismo]. 14. La liturgia de consagración de un obispo muestra el carácter puramente simbólico de su subir y sentarse en el trono: en todas las épocas el último acto simbólico. Cfr. también Instinsky, op. cit,, p. 27, y bibliografía adicional en p. 108, n. 2. Lo que parece tener alguna significación es el hecho de que la entronización de un obispo en Occidente siguió la práctica de Roma. Cfr. L. Eisenhofer, Liturgik, 5" ed., por J. Lechner, Friburgo, 1950, p. 290: "Die Inthronization und die Prozession durch die Kirche haben sich wohl nach dem Vorbild des Herkommens bei der Weihe des Papstes eingebürgert (Ordo Romanus IX) und erst im Laufe des Mittelalters allgemeine Einführung gefunden" [La entronización y la procesión a través de la Iglesia se introdujeron aparentemente imitando la práctica de la consagración papal (Ordo Romanus IX) y se generalizaron recién a lo largo de la Edad Media]. 15. Cualquier otra concepción hubiera tenido que explicar por qué nunca fue un requisito para el ejercicio de los poderes papales que el papa fuera consa­ grado, o por qué se dice que el papa sucede inmediatamente a san Pedro, es decir, sin intermediarios: en otras palabras, la sucesión jurídica excluye cualquier idea de poderes "transmitidos". Para un ejemplo típico de sucesión en un sentido no jurídico, cfr. Cipriano, Ep. 68,5 (C. S. E. L. III, 748) al papa Esteban: "Servandus est enim antecessorum nostrorum b. martyrum Cornelii et Lucii honor gloriosos, quorum memorjam cum nos honoremus, multo magis tu, frater carissime, honorificare et servare gravitate et auctoritate tu debes, qui vicarias el succcssor factus es" [Pues se debe conservar el glorioso honor de nuestros predecesores.

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A fin de obrar y hablar como san Pedro hubiera hablado, era por lo tanto necesario contar con algún elemento más firme, algo de carácter más profundo y mejor fundamentado que el mero hecho de la muerte de Pedro en Roma o la existencia de su silla o de su tumba: pero esto presu­ ponía la aceptación y el reconocimiento de la cuestión abstracta de la sucesión jurídica, y la pregunta se transforma en: ¿Cómo puede decirse que el papa haya sucedido a san Pedro? V puesto que nos estamos refi­ riendo a poderes jurisdiccionales, debemos preguntar: ¿Cómo puede con­ siderarse al papa en posesión de poderes jurisdiccionales petrinos? Es quizás notable que la idea de la sucesión papal de los poderes petrinos fue presentada sólo raramente y en ocasiones aisladas por los predece­ sores de León. Solamente valiéndose del elemento jurídico de la suce­ sión -p ara el cual el hecho histórico de la muerte de Pedro en Roma o la existencia de su tumba pueden ser necesarios o n o -*16se podía establecer

los santos mártires Comelio y Lucio, cuya memoria puesto que nosotros la honramos, mucho más la debes tú reverenciar y conservar con seriedad y auto­ ridad, tú, hermano carísimo, que fuiste hecho vicario y sucesor (es decir, de Comelio y Lucio, los inmediatos predecesores de Esteban)]. Además, hay que señalar que antes del siglo XI ninguno que ya fuera obispo podía llegar a ser papa; que en todas las épocas el candidato era hecho papa por el simple hecho de una elección, sin ninguna ceremonia sacramental adicional; ■y que, más significativamente, hasta el siglo XIII, el candida to tomaba posesión, inmediatamente después de ser elegido, de las dos sillas cundes (y no de una cátedra episcopal): ningún otro simbolismo podía ser más expresivo. 16. En este contexto se deben tener en cuenta las observaciones de O. Karrer, "Apostolische Nachfolge und Primat" ["Sucesión apostólica y primado"], en Z./ kath. Theol. LXXVII, 1955, pp. 129 ss., en p. 161: "Die theologische Wahrheit vom obersten Hirtenamt der Kirche hangt nicht [subrayado en el original] an der geschichtlich maximalem Wahrscheinlichkeit des romischen Aufenthalt Petri, und streng genommen ist die cathedra Petri auch nicht nach ewiger Glaubenswahrheit mit dem romischen Aufenthalt des heiligen Stuhles verbunden" [La verdad teoló­ gica del supremo cargo pastoral de la Iglesia no depende de la máxima verosimilitud desde el punto de vista histórico de la estadía de Pedro en Roma, y la cátedra de Pedro en sentido estricto no tiene nada que ver según la verdad eterna de fe con la permanencia en Roma de la santa silla]; en la p. 162 él cita con aprobación la afirma­ ción de M. Nieolau-J. Salaverri, Theologiaftindamentalis, 2" ed., 1952, de que la prue­ ba del primado del obispo de Roma es enteramente independiente del hecho de la estadía de Pedro en Roma. De igual modo, J. M. C. Toynbee, loe. cit., p. 126: Cristo podría haber ordenado "que el primado de san Pedro pasara a los obispos de Roma sin que el apóstol visitara jamás en persona la ciudad capital".

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la cuestión de los poderes petónos presentes en el papa. Y mientras este eslabón jurídico no estuvo forjado, la pretensión al primado por parte del papado descansaba sobre fundamentos algo frágiles e inseguros. En la aceptación y reconocimiento de esta necesidad reside la im­ portancia histórica y doctrinaria de León I. Quizás no carece de un signi­ ficado más profundo el hecho de que en su voluminosa producción se le otorgue tan poca importancia a la presencia física y al lugar donde Pe­ dro fue sepultado en Roma, mientras que se le atribuye toda la mayor significación a la función abstracta y al cargo del papa por un lado, y por otro, a la posición y a la función de san Pedro mismo. No carece además de interés que este argumento haya superado la prueba del paso del tiempo y que sus propias expresiones hayan adornado miles de cartas papales desde la Edad Media hasta nuestros días. La cuestión de la sucesión papal de Pedro había sido -com o ya lo he indicado- planteada antes de León.17En su amonestación contra el papa.

17. No estoy en situación de tomar una posición en la controversia entre Caspar, por un lado, y A. Hamack y K. Adam (en Tiíeol. Quarlalschrift, CIX, 1928, pp. 161 ss.), por el otro, en relación a la disputa entre Tertuliano y Calixto. Según Adam, Tertu­ liano no asignó específicamente el poder de las llaves sólo a san Pedro, sino a la Iglesia en su totalidad: "in Petrus die gesamte kirchliche Schlüsselgewalt gestiftet" (art. cit., pp. 180,184; destacado en el original) [fundado en Pedro todo el poder eclesial de las llaves]. Tertuliano en su protesta contra Calixto escribió sobre el obispo de Roma como habiéndose referido a Mt. 16,18 s. "aber nicht direkt ais successor Petri, sondem indirekt ais Bischof der Kirche, auf welche durch Besitz des Apostelgrabes die Vollmacht Petri übergangen ist" (Hamack, loe. cit., p. 149) [pero no directamente como sucesor de Pedro, sino indirectamente como obispo de la Iglesia, a la cual pasaron los plenos poderes de Pedro al estar en posesión de la tumba del Apóstol]; cfr. también J. Ludwíg, op. cit., pp. 15 ss. Lo que parece claro es que Tertuliano no tenía en mente ningún análisis o consideración exegéticos de Mt. 16,18 por parte del papa, sino simplemente el hedió de que la Iglesia romana estaba en posesión de la tumba del apóstol. Creo que llevaría a toda clase de complicacio­ nes y combinaciones inútiles si se adoptara la opinión de Hamack de que "für die antike und naive Auffassung umschliesst das heiligeGrab nicht nur Gebeine, sondem etwas Lebendiges, und an diesem Lebendigen setzten sich sowohl die Wunder des Heiligen fort ais auch seine Rechte und Vollmachten" [Para la ingenua concepción antigua la santa tumba contiene no sólo restos mortales sino algo viviente, y junto a esto viviente continuaron tanto los milagros del santo como también sus derechos y plenos poderes]. Esta interpretación algo temeraria y "halsbrecherische" [arries­ gada] (Adam, p. 179; también, p. 198) no diferencia entre el culto público y el privado y la veneración de las tumbas y de los santos en ellas sepultados, por un lado, y

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Firmiliano de Cesárea escribe: "Esteban que afirma poseer por sucesión la cátedra de Pedro".*18 Por consiguiente, vale la pena señalar aquí que si Firmiliano tradujo correctamente la expresión de la carta papal hoy per­ dida, nos encontramos frente a una de las primerísimas afirmaciones papales que considera que poseer la cátedra de Pedro es la consecuencia de la sucesión: per successionem, esto es, como resultado de la sucesión, o por medio de ella, el papa ocupa la cátedra. Se debe por cierto conside­ rar la posibilidad de que el concepto de sucesión fuese usado aquí en un sentido puramente jurídico.19Sin embargo, no hay duda alguna sobre la

nociones puramente abstractas, tales como sucesión, autoridad, funciones, etc. y el ejercicio de los poderes, por otro lado. Queda abierta la posibilidad de dudar si una tumba puede conferir "Rechte und Vollmachten" [derechos y plenos poderes] y si por el hecho de su posesión continúan las funciones. Pero cualquiera sea la verdad sobre este problema, en ninguna parte dice Tertuliano que el papa fuese el successor [sucesor] de san Pedro. En De pildicitia [Sobre el pudor], XXI (C. S. E. L. XX, p. 269) dice lo siguiente: "De tua nunc sententia quaero, linde boc ius ecdesiae usurpes... (sigue la cita de Mt. 16,18, aunque "dedi" [di] en lugar de "dabo" [daré])... idcirco praesumis et ad te derivasse solvendi et alligandi potestatem, id est, ad onmem ecclesiam Petri propinquam". [Pido tu opinión sobre de dónde adquiriste este derecho de ¡a Iglesia (...) por ello presumes también que a ti se derivó el poder de atar y desatar, es decir, a toda Iglesia en comunión con Pedro]. Pero una derivación de poderes y una sucesión de poderes son dos cosas completamente diferentes. Para tomar un ejemplo de otro ámbito: el rey teocrático deriva sus poderes de Dios, pero no sucede a Dios, Sucesión significa transferencia del poder en su totalidad, derivación se refiere a la fuente del poder. 18. La carta de Firmiliano está incorporada en la colección de cartas de Cipriano: Ep. LXXV (C. S. E. L. III, p. 810 ss.; la referencia está en el cap. 17, p. 821). Escribe criticando a Esteban I: "Atque ego in hac parte iuste indignor ad hanc tam apertam et manifestam stultitiam quod qui sic de episcopatus sui loco gloriatur et se successionem Petri tenere contendit, super quem fundamenta ecclesiae collocata sunt... Stephanus, qui per successionem cathedram Petri habere se praedicat, nullo adversus haereticos zelo exdtatur" [Y yo en esta causa me indigno justamente por una estulticia tan evidente y manifiesta de que alguien así se gloríe del lugar de su episcopado y afirme que tiene ¡a sucesión de Pedro, sobre quien fueron puestos los fundamentos de la Iglesia... Esteban, que afirma poseer por sucesión la cátedra de Pedro, no está inflamado de ningún celo contra los herejes]. Sobre el caso en sí mismo, cfr. Caspar, I, pp. 80-82, y J. Ludwig, pp. 32-34. 19. El "opúsculo" seudo-cipriánico De aleatoribus (C. S. E. L. ni, Appendix, pp. 92 ss.) causa alguna dificultad. Aquí en el cap. I (p. 93) leemos en el párrafo inicial: "...quoniam in nobis divina et paterna pietas apostolatus ducatum contulit et vicariam

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cuestión de la sucesión jurídica en el primer producto propiamente jurí­ dico emitido por el papado, la decretal de Dámaso I, en realidad, enviada por su sucesor Siricio. Allí leemos:20 Portamus onera omnium, qui gravantur; quinimo haec portat in nobis beatus apostolus Petrus, qui nos in ómnibus, ut confidimus, administradonis suae protegit et tuetur Imeredes. [Llevamos los pesos de todos los que están cargados; o más bien los lleva en Nosotros el bienaventurado apóstol Pedro, el cual, según confia­ mos, protege y defiende en todo a Nosotros, herederos de su gobierno.]

Domini sedeni coelesti dignatione ordinavit, et originem authentici apostolatus super quem Christus fundavit ecclesiam, in superiore nostro portamus, (tcceptn simul potestate solvendi ac ligandi et curatione [!] peccata dimittendi salutari doctrina admonemur..." [porque la divina y paternal piedad nos confirió a nosotros el litando del apostolado y ordenó por celestial consideración la sede vicaria del Señor, y lleva­ mos de nuestro antecesor el origen del auténtico apostolado sobre e| cual Cristo fundó la Iglesia, habiendo recibido al mismo tiempo el poder de atar y desatar y de perdonar por curación [!] los pecados, somos amonestados por la doctrina de salvación...]. Creo que lo único seguro es que éste no es un lenguaje papal, en lo que también parece haber consenso de opinión. H. Koch, "Zur Schrift adversus aleatores" ["Sobre el escrito contra los jugadores"], en Feslgabe fi'tr Karl Miiller, Tübingen, 1922, pp. 58 ss. (aquí también bibliografía adicional) sostiene que es un sermón de origen africano de mediados del siglo III, predicado antes de los dis­ turbios donatistas. F. X. Funk, "Die Schrift adversus aleatores" ["El escrito contra los jugadores"], en Kirchengesch. Abhandlungen und Untersuchungen, Paderbom, 1899, II, pp. 209 ss., aunque también niega su origen papal, se inclinaría a decir que hay una "gran probabilidad" de que el opúsculo haya sido escrito en el siglo IV, una opinión que por razones aquí irrelevantes tiene todo a su favor. Se podría llegar a decir que este sermón no fue escrito antes del siglo V. Según Altaner, Patrologie, 5“ ed., p. 158, este texto fue escrito "alrededor del 300". 20. Ep. 1, 13 (Siricius) (P.L. XIII, 1132); cfr. también W. Ullmann, Growth of ■Papal Government, Londres, 1955, p. 6 n. 9, P. Batiffol, Cathedra Petri [la cátedra de Pedro], París, 1938, p. 56 y E. Caspar, I, p. 261, quien señala que Siricio fue "gleichsam der Vollstrecker seines [Damasus'] Testaments" [como el ejecutor de su (de Dámaso) testamento] y que el texto de esta decretal "wurde deshalb noch von den Papsten des hohen Mittelalters mit Vorliebe ais Fundgrube sentenzióser Wendungen für ihre eigenen Schreiben benutzt" [fue por ello usa­ do con predilección todavía por los papas de la alta Edad Media como mina de locuciones sentenciosas para sus propios escritos]. No he tenido acceso a la obra de E. C. Babut, La plus ancienne décrétale [La decretal más antigua], París, 1904.

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Has ta donde yo puedo ver, es ésta la primera vez en que el papado usó el muy significativo término haeres para el papa, y ello nada menos que en su primera decretal, ensimisma un formidable documento jurídico que estable­ ce una cantidad de importantes temas de derecho. Este término haeres21y la idea subyacente en él revelan como con un relámpago los pensamientos que animaban al papado y la dirección que estaban tomando. Bien podría uno decir que esta decretal es en sí misma meramente un síntoma de la naturaleza jurídica del papado, y la facilidad con que los subsiguientes pontificados funcionaron con esta forma de acción y ma­ gisterio gubernativos probaría por cierto cuán fértil estaba el terreno para una argumentación jurídica. Esto se relaciona con fuerza particular con el tema presente: las cartas decretales de los papas, debido a que presentaban el derecho, profundizaron la idea de una sucesión jurídica de san Pedro, y una vez que esto fue reconocido no fue demasiado difí­ cil sacar algunas consecuencias de largo alcance, con el resultado de que la primitiva y localizada concepción de la cathedra petrina pasa a un segundo plano y un argumento racionalista ocupa su lugar, si bien la invocación papal del Tu es Petrus sigue siendo todavía la excepción más bien que la regla.22 Por ejemplo, el criterio descendente, "derivacional", que ciertamente desde León I jugó un papel predominante,23 es unido por Inocencio I a la idea de la sucesión petrina del papa: Praesertim cum sit manifestum, in omnem Italiam, Gallias, Hispanias, Africam atque Siciliam et ínsulas interiacentes, nullum instituisse ecclesias, nisi eos quos venerabilis apostolus Petrus aut eius successores constituerint sacerdotes.24

21. Es, en verdad, notable que la aparición de este término en la decretal no haya sido notada antes. Sobre el término sedes apostólica acuñado en el pontifica­ do de Dámaso, véase más adelante, n, 74. Las cartas decretales de los papas inmediatamente posteriores abundan en la expresión auctoritas aposloíicae seáis [la autoridad de la sede apostólica]. 22. Todo estudioso de los comienzos del papado conoce muy bien la escasez de referencias a Mt. 16,18 s. La explicación de J. Ludwig, op. cit., p. 86, para este fenómeno es que se lo daba por supuesto -"die grosse Selbstverstándlichkeit der romischen Primatialtheologie" [el importante presupuesto de la teología del primado romano]- pero esto parecería necesitar una prueba. 23. Véase más adelante, p. 21 y n. 78. 24. Ep. XXV, en P.L. XX, 552. Cfr. también ibíd., col. 561: "Respondere curavimus ut ecclesia tua Romanam consuetudinem, a qua originem ducit, servare

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[Siendo particularmente manifiesto que en toda Italia, Galia, España, África y Sicilia con sus islas adyacentes, nadie instituyó Iglesias sino los sacerdotes instituidos por el venerable apóstol Pedro o sus sucesores.] No es sorprendente, entonces, que el término gubemacula hiciera su no anunciado ingreso en la primera decretal de Inocencio.25 El pontificado siguiente de Zósimo marca un m uy definido avance en la profundización de la contextura de los poderes petrino-papales: él mezcla hábilmente la patrum traditio [tradición de los Padres] o la canónica antiquitas [antigüe­ dad de los cánones] que atribuía a la apostólica sedes [sede apostólica] un poder jurisdiccional supremo a causa de la potentia [poder] de Pedro, con el argumento jurídico de la haereditas sedis [herencia de la sede] papal, segúrela cual se puede decir que entre Pedro y el papa hay una par potestatis data conditio [otorgada condición de poder de igual categoría]; en apoyo de ello Zósimo menciona en forma apenas velada las palabras cruciales:

valeat et custodire" [Nos hemos ocupado de contestar ordenando que tu Iglesia tenga poder de conservar y custodiar la costumbre romana, de la cual toma su ori­ gen]. Que Inocencio 1estaba profundamente familiarizado con el derecho romano de herencia se desprende de otra de sus decretales: se le pide una normativa para el caso de hijos con derecho a heredar nacidos antes del bautismo de sus padres; en su respuesta (Ep. XVII. 5, col. 529) emplea una exacta terminología jurídica: "Quid de talium filiis percensetur? Numquid non erunt admittendi in haereditatis consortio [cfr. los dichos de los juristas romanos clásicos, reunidos en Dig. XVII. 2. 52 (8), y también más adelante, pp. 15-16, nn. 55 a 58] qui ex ea suscepti sunt, quae ante baptismum fuit uxor? Eruntque appellandi vel naturales vel spurii, quia non est legitimum matrimonium... quaero, et sollicitus quaero, si una eademque sit uxor eius qui ante catechumenus, postea sit fidelis... utrum sint fratres appellandi, an non habeant postea, defuncto patre, Iteráscundae haereditatis consortiam...?" [¿Qué se debe considerar de los hijos de esta clase? ¿Acaso no deberán ser admitidos en la partici­ pación de la herencia los hijos engendrados por aquella que fue esposa antes de ser bautizada? Y deberán ser llamados o naturales o espurios, porque no hay un matri­ monio legítimo... pregunto y pregunto con solicitud, si es una y la misma la mujer de aquel que antes fue catecúmeno, luego fiel... ¿deben ser llamados hermanos o no tienen después, una vez muerto el padre, la participación en la partición de la heren­ cia?]. Para esto último véase la actio familiae herciscundae [acto de partición de la herencia] como un medio procesal en Dig. X. 2, p.t. 25. Ep. I (P.L. XX, 464): "Ne eius ecclesia [scil. Dei] aliquantulum sine redoris gubernaculo remaneret..." [Para que su Iglesia (a saber, la de Dios) ni un poco permaneciere sin el timón del piloto...]. Cfr. más adelante, n. 80.

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ligare y solvere [atar y desatar].26En consecuente prosecución de este crite­ rio, Zósimo acuña por prim era vez la afirmación (con gran futuro): Tamen cum tantum nobis esset auctoritatis, ut nullus de riostra possit

retractare sententia.77 [Sin embargo, aunque tengamos tanta autoridad que nadie puede apelar nuestra sentencia.] Y en el Concilio de Éfeso el legado romano hace la enérgica declara­ ción de que Pedro

26. Ep. XII. 1 (P.L. XX, 676 = Avellana n° 50, C. S. E. L. XXXV, 115): "Quamvis patrum traditio apostolicae sedi auctoritatem tribuit, ut de eius iudicio nullus disceptare auderet, idque per cánones semper regulasque [eadem sedes] servaverit, et currens adhuc suis legibus ecclesiastica disciplina Petrí nomini,aquo ipsa quoque descendil, reverentiam quam debet exsolvat, tantam enim huic apostólo canónica antiquitas per sententias omnium voluit esse potentiam, ex ipsa quoque Christi Dei nostri promissione, ut et ligata solveret et soluta vinciret, [et] parpotestatis data conditio in eos, qui seáis haereditatem, ipso annuente, meruissent... cum ergo tantae auctoritatis Petrus capu t sit, et sequentía omnium maiorum studia firmaverit, ut tam humanis quam divinis legibus et disciplinis ómnibus firmetur Romana ecclesia, cuius locuñt nos regere, ipsius quoque potestatem nominis obtinere non latet vos, sed nostis..." [Aunque la tradición de los Padres atribuyó autoridad a la sede apostólica, de modo que nadie osare discutir su juicio, y ello (la misma sede) lo haya conserva­ do siempre por medio de cánones y reglas, y la corriente disciplina eclesiástica manifieste todavía por sus leyes la reverenda debida al nombre de Pedro, de quien ella misma también desciende, pues la antigüedad canónica según las opiniones de todos quiso que este apóstol en virtud también de ¡a promesa misma de Cristo, Dios nuestro, tuviese un poder tan grande que desatase lo atado y atase lo desatado, (y)

otorgada condición de poder de igual categoría para con aquellos que hubiesen merecido, con el consentimiento de él mismo, la herencia de la sede... por consiguiente, siendo Pedro cabeza de una autoridad tan grande, y habiendo confirmado los anhelos posteriores de todos los antecesores, de modo que con todas las leyes y discipli­ nas tanto humanas como divinas sea confirmada la Iglesia romana, cuyafunción no se os oculta, sino lo sabéis, es gobernarnos, conservando también el poder de su nombre...]. Es notable que el en otras ocasiones tan sutil y juicioso Caspar no haya notado las connotaciones de este proemio, desestimándolo como sólo una "Lobpreisung des rómischen Petrus" [glorificación del Pedro romano] (I, p. 354), mientras que Ludwig consideró que el pasaje contenía meramente una "wortreiche Exegese von Matt. XVI, 18" [ampulosa exégesis de Mt. 16,18] (op. cit., p. 86). 27. Ibíd., col. 677 (Avellana, p. 116).

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ad hoc usque tempus el semper in sais successoribus vivit el iudiciitm exercet, huius itaque secundum ordinem successoret locum lenetis sanctus beatissimusque papa noster Caelestinus.2® [hasta el presente y para siempre vive y juzga en sus sucesores, siendo por consiguiente según la sucesión nuestro santo y beatísimo papa Celestino su sucesor y quien ocupa su lugar]. La sucesión del papa está aquí, y por razones entendibles, engarzada con el ejercicio del poder judicial. En lo referente a una razonada afirmación de la continuidad de los poderes petrinos en el papa, el material anterior a León I no iba más allá de algunas aseveraciones y no era numeroso, aunque contenía algunas notables alusiones: haeres - successor-parpotestatis dala conditio - iudicium, conceptos todos que pertenecen a la esfera jurídica. Por consiguiente, aunque León n o inventó la idea de los poderes petrinos con continuidad jurídica en el papa, hasta ese momento no había una estructura plausi­ ble: lo que León hizo fue construir una completa y satisfactoria doctrina que culminaba en la sucesión jurídica de san Pedro en el papa. En este punto dio un decisivo paso adelante: el período comprendido entre Dámaso I y León I es para el desarrollo de la cuestión jurídico-papal el período de gestación. La conclusión de León hizo una contribución per­ manente al pensamiento eclesiológico del papado, estableciendo -com o él lo hiciera en forma satisfactoria, a saber, sobre una base puramente ju ríd ica- la continuidad en el papa del cargo petrino no porque el papa ocupara la misma cátedra o porque la tumba de Pedro estuviese en Roma, sino porque él era el heredero de san Pedro. Además, la exégesís de León está totalmente personalizada: centra su atención en el ocupante (perso­ nal) del cargo, y por esta razón la Iglesia romana como institución cobra importancia com o una consecuencia - y no como una b ase- de la posición de san Pedro mismo. Entenderemos quizás ahora por qué León estaba tan ansioso por afianzar la cuestión de Pedro mismo y la del papa = Pedro, porque, jurídicam ente hablando, la cuestión de la Iglesia romana vista 28

28. J. D. Mansi, Conc. coll., Florencia, 1760, IV, 1285 B, Para el texto original griego (no hay un texto auténtico latino), cfr. E. Schwartz, Acta Concil. Oecumenicorum, Conc. univ. Ephesinum, Berlín, 1927,1, III, p. 60, líneas 27 ss.: -toóxou xoiyapoüv kcxtcc xá^iv 6 8ia5oxoç xai TOirorripritfiç ó áyioq... KeXeativoç... [por consiguiente, según la suce­ sión su sucesor y quien ocupa su lugar, el santo... Celestino...].

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en forma objetiva y despersonalizada era virtualmente imposible de ser introducida dentro del armazón legal del derecho romano, y esto prescin­ diendo completamente de los demás fundamentos apostólicos y petrinos. Dentro de los límites de la cuestión del primado papal, la teología de León aparecía con los ropajes de la jurisprudencia romana: es nada más y nada menos que teología jurídica, pudiendo ser él considerado acertadamente como su creador.29 La concepción que León tenía del papa como el indignus haeres [here­ dero indigno] de san Pedro30 establecía de manera concisa, sucinta y me atrevería a decir insuperable, la sucesión conceptual del papa en térmi­ nos exclusivamente jurídicos, ambos tomados del derecho romano. De acuerdo a éste, el heredero continúa al fallecido; éste fue uno de los prin­ cipios más fundamentales del derecho romano respecto a la ley de heren­ cia: se basaba sobre el principio de continuidad jurídica entre el fallecido y el heredero. El heredero reemplazaba al fallecido y se introducía en los zapatos de la persona fallecida.3132El heredero se hace cargo de todos los bienes y obligaciones del fallecido, de modo que en el derecho romano clásico (es decir, el derecho pre-justiniano) era perfectamente válido el axioma: "H aereditas est successio in universum ius" [La herencia es la sucesión de todos los derechos].52 Legalm ente, por consiguiente, no existe diferencia alguna entre el heredero y el fallecido: este último se continúa literalmente en el primero. El jurista Gayo, del siglo II, hablaba en conse­ cuencia de un ius successionis [derecho de sucesión], y el posterior Autun

29. Sobre este concepto de teología jurídica, cfr. mis observaciones en Crowth of Papal Government, pp. 359 ss. 30. Sermo III, 4, col. 147 A; cfr. además, Sermo II.2, y Sermo V.4. Es lamentable que el extinto J. Ludwig, op. cit., pp. 87-90, no haya visto en absoluto los ingre­ dientes jurídicos de las afirmaciones de León; y por ello su introducción no nos hace avanzar mucho. Pero, sin embargo, comprendió que León "will anscheinend jede symbolische Deutung für immer von der Schwelle der Matt.-Verse weisen" [quiere al parecer rechazar para siempre toda interpretación simbólica del umbral de los versículos de Mateo] (p. 88). 31. Cfr. P. Windscheid, Pandektenrecht [Derecho de las Pandectas], 3* ed., Frankfurt, 1922,111, pp. 178 ss.; Sohm-Mitteis-Wenger, Institutionen des rómischen Prruatrechts [Instituciones del derecho privado romano], 17a ed., Munich, 1930, pp. 552 s.: el heredero ocupa la misma posición "como si fuese el fallecido mismo". Cfr. además, W. W. Buckland, A Textbook o f Román Law [Un manual de derecho romanó], 2* ed., Cambridge, 1932, p. 317. 32. Buckland, op. cit., p. 308.

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Gayo (del siglo IV) denomina a la herencia misma como universitas iuris [totalidad del derecho].95 La herencia se refiere al todo, a la universitas de los bienes de la persona fallecida, y el derecho romano trata esto como una totalidad indivisible. En resumen, existe, en lo que concierne al de­ recho, una identidad jurídica entre heredero y fallecido; desde el punto de vista legal, la muerte del último causaba meramente un cambio de la persona física, pero no un cambio de los derechos y deberes, los cuales son simplemente transferidos a un individuo diferente: mientras que el portador de derechos y deberes es diferente, estos últimos no se ven por eso de ninguna manera afectados. El heredero, según Gayo,3334 obtiene el locum defuncti [lugar del difunto], y según Pomponio,35domini loco habetur [es considerado en lugar del dueño]. De allí el uso frecuente del fungí vice personae [hacer las veces de la persona], por parte de los juristas.36 Pero el derecho romano también conocía el "indignus haeres" [here­ dero indigno], es decir, aquel heredero que, por razones principalmente morales, era incapaz de cumplir las funciones de un heredero: una no­ ción que incluía ofensas contra el difunto, o desatender sus deseos, o impedir que cambiara su testamento, y cuestiones similares.37Este indi­ viduo era entonces indignus haeres pronuntiatus [heredero indigno decla­ rado], como Modestino lo catalogara exquisitamente.38 Es obvio que León I tenía en m ente estas pautas del derecho roma­ no cuando expuso el tema del encargo petrino que se continúa en el papa. M ientras que el concepto de haeres se refiere a datos objetivos, com o la función, posición y cargo de san Pedro, el indignus apunta a

33. Ibíd., p. 307. 34. En Dig. XXVIII. 5.31 (1). 35. En Dig. XI. 1.15. 36. Cfr. Paulus en Dig. XLI. 3.15 pr.; o Florentinus en Dig. XLVI. 1. 22. Cfr. además Ulpiano en. Dig. XLI. 1.34: "Haeredilas enim non haeredis personam, sed defuncti sustinet" [Pues la herencia no conserva la persona del heredero, sino la del difunto]; Iavolenus, en Dig. XLI. 3.22: "Haeres et haereditas, tametsi duas appellationes recipiunt, unius personae tamen vice funguntur" [El here­ dero y la herencia, aunque reciben dos denominaciones, hacen sin embargo las veces de una sola persona]; Florentinus en Dig. XXIX. 2. 54: "Haeres... a morte successisse defuncto intelligitur" [Se considera que el heredero... sucedió al difunto desde su muerte], etc. Para algunas observaciones sobre este punto, con más bi­ bliografía, cfr. Grvwth of Papal Government, p. 8, n. 4. 37. Cfr. los dichos de los juristas romanos clásicos, compilados en Dig. XXXIV. 9. 38. En Dig. XXXIV. 9.8.

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las cualidades m orales-personales del heredero en persona. Fue e l mérito personal de san Pedro en C esárea de Filipo haber reconocido a C risto y, debido a esto, C risto distinguió a Pedro confiriéndole ple­ nos poderes.39 Pero este m érito personal de san Pedro está ausente en sus herederos; de allí el indignus ¡¡aeres, concepto que claram ente dis­ tingue entre la persona y el cargo que ejerce: hereda este último, pero no a la prim era. El cargo, la función y el poder de san Pedro le han sido transm itidos al papa via successionis [por vía de sucesión],40 pero no sus m éritos personales. ¿Cómo podría transm itírselos? León I aclara este punto de la forma más concisa: his itaque modis rationabili obsequio celebretur hodierna festivitas, ut in persona humilitatis meae Ule inteiligatur, ilíe honoretur, in quo et omniiun pastorum sollicitudo... perseverat et cuius dignitas etiam in indigno haerede non déficit... quem non solum huius sedis praesulem, sed etiam oinnium episcoporum noverunt primatem,., ipsum vobis, cuius vice fungimur, loqui credite.41 [Celébrese, por consiguiente, la festividad de la fecha con racional com­ placencia, de tal modo que en mi humilde persona se entienda y se honre aquél en quien también la solicitud de todos los pastores... persevera, y cuya dignidad tampoco cesa en un heredero indigno... a quien no sólo re­ conocen como obispo de esta sede, sino también como primado de todos los obispos... creed que os habla, aquél de quien hacemos las veces.]

39. Cfr. Ep. V. 2, col. 615 B: "(Dominus) qui apostolicae dignitatis beatissimo apostólo Petro primatum ftciei remuneratione, commisit..." [(El Señor), quien en­ tregó el primado de dignidad apostólica al santísimo apóstol Pedro, en recom­ pensa de sm /c]; Ep. XXVIII. 5, col. 775: "nec immerito beatus est pronuntiatus a Domino, et a principali petra soliditatem et virtutis traxit et nominis..." [y no sin razón fue llamado bienaventurado por el Señor, sacando de la piedra basilar la solidez tanto de la virtud como del nombre]. Véase especialmente la exégesis de Mt. 16,18 s. en su Sermo IV. 2, col. 150 = Sermo LXXXI1I, cois. 429-430. 40. De allí las figuras literarias: Pedro vive en el papa u obra a través del papa, o el "fortlebende Petrus" [Pedro que sigue viviente] y similares, expresan muy sucintamente la siicesión jurídica del cargo petrino: sobre el concepto de "Fortdauer der Persónlichkeit" [permanencia de la personalidad] en el derecho romano, cfr. G. F. Puchta, Pandekten [Pandectas], 9a. ed., Leipzig, 1863, pp. 644 y 646; también Windschéid, op. cit., III, pp. 179-180. 41. Sermo III. 4, col. 147 A.

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El término locus beati Petri [el lugar del bienaventurado Pedro] fue alejado del pensamiento espacial y transferido al del pensamiento abs­ tracto. El papa es locutn tenens [el que ocupa el lugar] de Pedro, su TOTto-tripiytfiç.4243Y en el mismo sermón se lee: si quid itaque a nobis recte agitur recteque discernitur... illius est operum et meritorum cuius in sede sua vivit potestas et excellit auctoritas.45 [Por lo tanto, si obramos correctamente algo y lo decidimos convenien­ temente... es propio de las obras y méritos de aquél en cuya sede vive su poder y descuella su autoridad.] En otro sermón expresa: Gradas agentes sempiterno regi redemptori nostro Domino Iesu Christo, quod tantam potentiam dedit ei, quem totius ecclesiae principem fecit, et si quid etiamnostris temporibus recte per nos agitur recteque disponitur, illius operibus, illius gubemaculis deputandum, cui dictum est...44 [Dando gradas al Señor Jesucristo, sempiterno rey y redentor nuestro, porque le dio tanto poder a aquél a quien hizo el primero de toda la Igle­ sia, y si algo incluso en nuestros tiempos obramos correctamente y lo ordenamos convenientemente, se debe atribuir a las obras de aquél y al gobierno de aquél a quien le fue dicho...] La utilización, por lo tanto, del derecho romano le permitió a León no sólo establecer el nexo conceptual entre él como papa y san Pedro, sino también con la ayuda del mismo instrumento, trazar con toda la claridad deseable una línea demarcatoria entre el papa como mera per­ sona (indignus) y el papa como sucesor de san Pedro, como locum tenens [el que ocupa el lugar], como ocupante del cargo de las funciones petrinas (ihaeres), una distinción sumamente útil y con gran futuro. Las acciones, los juicios o las ordenaciones ("agitur... disponitur... discernitur") ema­ nados del ejercicio de las funciones petrinas llevan el sello (oficial) petrino, y no las acciones, juicios u ordenaciones provenientes del papa como

42. Cfr. la afirmación del legado de Celestino en Éfeso, en la nota 28. 43. Sermo III. 3, col. 146 B. 44. Sermo IV. 4, col. 152 A.

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una mera persona. A san Pedro le habían sido otorgados plenos poderes al recibir las claves regni caelorum [llaves del reino de los cielos], así como también la omnicomprensiva potestas ligandi et solvendi [poder de atar y desatar], y por herencia el papa obtiene el ius istius potestatis® [derecho de este poder], que lógicamente constituye una plenitudo potestatis46 [po­ der total]. Y este poder total -¿cóm o podría ser de otro m odo?- es conce­ bido de una manera profundamente jurídica: el poder que en su totalidad reside en el papa exclusivamente, como un resultado de haber heredado sólo él los poderes petrinos, es judicial, y se manifiesta en el condenar o en su contrario: "...m anente apnd nos iure ligandi atque solvendi per moderamen beati Petri et condemnatus ad poenitentiam et recondliatus perducatur ad veniam "47 [...al permanecer en Nos el derecho de atar y

45. Sermo LXXXIII. 2, col. 430. Cfr. Ulpiano en Dig. II.3.1 pr.: "Omnibus magistratibus, non tamen duumviris, secundum ius potestatis suae concessum est..." [A todos los magistrados, aunque no a tos duunviros, les fue concedido conforme al derecho de su poder...]. Habría que comparar el incisivo estilo de León con el de Bonifacio I, que revela la carencia de un perfil jurídico preciso, aunque las implicaciones jurídicas son claramente audibles: "beatus apostolus Petrus, cuius arx sacerdotii dominica voce concessa est, in imménsum gratulationis extollitur, quoties pervidet concessi sibi honoris a Domino íntemeratae se pacis filios habere custodes. Quid enim gaudio debeat maiore pensare quam quod agnoscit acceptae potestatis illaesa iura servari?" [El bienaventurado apóstol Pedro, a quien le fue concedido por la voz del Señor la cima del sacerdocio, se eleva en agradecimien­ tos sin límites cada vez que considera que tiene como custodios del honor que le fuera concedido por el Señor a los hijos de una paz inviolada. ¿Qué, en efecto, debería apreciar con mayor alegría sino el reconocer que los derechos del poder recibido son conservados intactos?] (Ep. IV. 1; P.L. XX. 760 B). 46. Ep. XIV. 1, col. 671 B. 47. Sermo V.5, col. 156 A. Adam, art. cit,, pp. 193-194, al discutir los puntos de vista de Tertuliano (católico, no montañista) sobre el principio de herencia = suce­ sión, dice: "Das Prinzip selbst ist von altersher in der Kirche wirksam. Es führt sich in seiner letzten Wurzel wohl auf das im rabbinischen Spa tjudentumgeltende Prinzip einer Fortvererbung der Lehrautoritát vom Meister auf den Schüler zurück... demgemKG auch clie primare Aufgabe des Episkopats, die getreue Fortüberlieferung der Apostelpredigt war, und da6 gerade in diesem ihrem ntagisterium nicht im Kultischen ihr Besonderes... lag, so wird es unschwer verstándlich, dafi das jüdische Prinzip von der successio nmgistralis sich im Christentum ohne weiteres in das von der successio apostólica umsetzte" [El principio mismo está vigente desde anti­ guo en la Iglesia. En su raíz última se reduce aproximadamente al principio válido en el judaismo rabínico tardío de una continuada transmisión hereditaria

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desatar por medio del timón del bienaventurado Pedro, sea tanto el conde­ nado llevado a la penitencia como el reconciliado al perdón]. Ligare-solvere [atar-desatar]: ¿no le es esto familiar a cualquiera que haya adquirido los rudimentos del derecho romano? ¿No sugerían estos términos en sí mismos una interpretación puramente jurídica? ¿No se deriva la lex [ley], al menos empírica, si no etimológicamente,*4849de ligare?*9

de la autoridad doctrinal del maestro al discípulo... conforme a ello, la tarea prima­ ria del episcopado también era la fiel transmisión continuada de la predicación apostólica, y porque precisamente en este su magisterio su particularidad-., no con­ sistiese en lo cultual, no es difícil de comprender que el principio de la successio magislralis [sucesión magisterial] se transformase sin más en el de lasuccessioapostólica [sucesión apostólica] en el cristianismo]. La rafa de origen judío puede ser correcta o no, pero aquí no estamos interesados en una vaga successio magistrales que se transforma de algún modo en una successioapostólica, sino en una sucesión de pode­ res jurisdiccionales. Y para construir una sucesión de este tipo no había otro modelo que el derecho romano, como lo prueban los sorprendentes paralelos entre las con­ cepciones y expresiones de León y las de los juristas clásicos. Creo que fue sólo un desliz momentáneo por parte de Adam decir que (p. 254): "So vermochte Cyprian den petrinischen Primat nur via ordinis zu deuten" [Así pudo Cipriano interpretar el primado petrino sólo por el camino del "ordo"]. Éste es precisamente el punto crucial, que en lo que se refiere al ordo no hay distinción entre el papa como obispo de Roma y cualquier otro obispo, y que ningún primado puede basarse en el ordo. La cuestión del primado presupone una diferenciación, y ésta podía encontrarse sólo en el ámbito de la jurisdicción y nunca en el del ordo. 48. Así F. Lübker, Reallexikon des klassischen Altertums, 8* ed., Berlín, 1914, p. 591; Pauly-Wissowa, Real-Encyklopddie, XII, 1915, s.v. lex, col. 2315; Oxford Classical Dictionary, Oxford, 1949, s.v. lex, p. 499. 49. Véase Th. Mommsen, Juristische Schriften [Escritos jurídicos], Berlín, 1907, III, p. 372: "Lex gehórt zu ligare (Bindung)" [Lex está en relación con ligare (ligazón)]. Toda lex designa una ligazón, una (ob)ligatio, de alguien con otro. Cfr. también su Romisches Staalsrecht [derecho público romano], Leipzig, 1887, III, p. 308: "Lex bezeichnet die Bindung eines Rechtssubjektes gegenüber einem anderen, und zwar immer in dem Sinne, dafi der eine Theii die Bedingungen der Bindung formuliert und die Initiative hat, der andere Theii in diese Bedingungen eintritt" [Lex designa la ligazón de un sujeto jurídico respecto de otro, a saber siempre en el sentido de que una parte formula las condiciones de la ligazón y lleva la iniciativa, aceptando la otra parte esas condiciones]. Cfr. también ibíd., p. 310: la lex está en relación con la "Entstehung der Bindung... jubere, Recht setzen, ist diejenige Tátigkeit, aus welcher die lex hervorgeht" [el origen de la ligazón... ordenar, fijar el derecho, es aquella actividad de la cual

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Más aun, la óbligatio romana y el término moderno de obligación conllevan exactamente los mismos matices de atadura de carácter legal, y así la "solutio obligationis" romana significa la exención de una obligación. Por consiguien­ te, tanto ligare como solvere son términos con los cuales todo escritor romano del siglo V con conocimiento del derecho estaba tan familiarizado como lo está en la actualidad cualquier estudiante de leyes. Este poder petrino tal como es descrito en la potestas ligandi et solvendi [poder de atar y desatar], en las manos de un escritor conocedor del derecho no puede sino conducir a una perspectiva jurídica, es decir, esta potestas es judicial y puede ser ejerci­ da únicamente sobre la base del ius [derecho], en sí mismo evidentemente el resultado de es ta mismísima potestas. Entre paréntesis, se puede señalar que en tiempos de la Roma imperial el poder judicial incluía bajo el térmi­ no genérico iurisdictio [jurisdicción] tanto el poder judicial (en sentido es­ tricto) como el legislativo. Nuevamente, sólo es entendible desde el punto de vista jurídico por qué León fue tan insistente con los statuta, regulae, sanctiones, decreta [estatutos, reglas, sanciones, decretos] (y nótese que la epístola decrelalis [carta decretal] es primariamente una decisión judicial: decrel(um)eslernmenl in the Middíe Ages, Londres 1955, pp. 194-195 (abrev. P.G.). 51.1 Re. 2,10. 52. Gén. 41,40. 53. Gén. 45,21. 54. Dt. 17,12.

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Tal vez la manera más exquisita de adoptar la terminología e ideología romanas aparece en Judas 25: Soli Deo... imperium el potestas. Hasta dónde el concepto de imperiutn encam a elementos de auctoritas, o si es incluso un equivalente de esta últim a, queda por verse. No puede haber, sin embargo, duda alguna de que la idea bíblica de una renovatio imperii inspiró a Carlomagno y a sus asesores a incorporarla a su sello propio. "Sam uel renovavit imperium"55 es el modelo para la famosa fór­ m ula de origen carolingio. Y su gobierno provee otro ejemplo de la adop­ ción de la idea bíblica de imperium, cuando habló de los dos imperios (uno en Oriente y el otro en Occidente), idea que asimismo encontró en Ecío. 4 7 ,2 3 : "Faceres imperium bipartitum" 56 La idea del principalus aparece en la biblia también bajo un aspee to dife­ rente, es decir, en sentido metafórico, y desde aquí se abrieron amplias pers­ pectivas. Acabamos de ver que hay principes super omnem terram y ahora podemos ir más lejos y decir que la idea de un principalus ejercido sobre otros es tan inherente a la concepciones políticas bíblicas como lo era a los principios medievales de gobierno. El soberano, habiendo recibido su po­ der de Dios, se mantenía literalmente hablando por enáma del pueblo o de la comunidad a él encomendada: formaba, por así decirlo, su propio esta­ mento. Él no pertenecía al pueblo, ni al reino, ni a la Iglesia, en sus fundones como gobernante,5758porque ese cuerpo que era gobernado por el soberano teocrático no tenía nada que ver en cuanto a conferirle su cargo, y en conse­ cuencia no se lo podía quitar o modificar. El uso alegórico del solium puso claramente de relieve este status del gobernante teocrático: Posuit solium eius super omnes principes.54 La idea del trono (solium) elevado sugirió sutilmente la posición su­ perior del soberano. El trono, ubicado como lo estaba por sobre el nivel

55. Cfr. Eclo. 46,16. 56. Cfr. también P.G., pp. 112-113. Hay, de hecho, indicaciones de que la idea de una renovatio (imperii) estaba estrechamente ligada con la renovatio efectuada a tra­ vés del bautismo: cfr. por ej. 1 Pe. 1,23; además 2 Cor. 5,17; Gal. 5,6; 5,15; Ef. 2,8 s. 57. Sobre estos conceptos cfr. P.G.P., pp, 121 ss, esp. 129 ss. 58. Est. 3,1.

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normal, da su apropiado carácter sensorial a la idea del soberano que estaba sobre sus súbditos.5’ Y el trono es sublimius [más sublime], cuanto mayor es el mismo principatus.“ De aquí a concebir la sublimitas del so­ berano mismo no hay una gran distancia5 9601 o, dicho de otro modo, la sublimitas no es sino la maiestas del soberano, es decir, que el soberano es maior que los súbditos: es más grande, es más elevado que ellos.626 3Aun­ que, hasta donde puedo ver, los conceptos de maiestas y de magnitudo fueron aplicados a la divinidad misma en la Biblia/3 se prestaron para ser aplicados por el gobernante teocrático, especialmente cuando entra­ ron en escena las correspondientes regulaciones referentes a la leasa maiestas en el derecho romano. Maiestas, sublimitas, altiiudo, y otras simi­ lares, sin embargo, ya sea por sí solas o conjuntamente con la posición elevada del trono, no expresaban sino la superioritas del soberano me­ dieval -o como lo hemos denominado, el principio del soberano que constituye un estamento propio- que no es otra cosa sino el concepto de soberanía en la Edad Media (superioritas —» soveranitas —> souveraineté). El lenguaje es en todo tiempo un hito de primer nivel, ya que es el "único medio que permite al hombre expresar su pensamiento en pala­ bras. Tanto en los archivos públicos del medioevo como en los numero­ sos documentos litúrgicos, especialmente en los "ordos" de coronación, hay una cantidad muy rica de material que sugiere, compulsivamente, no -sólo la correcta comprensión del concepto de soberanía en el sentido re­ cientemente indicado, sino también la influencia del lenguaje, pensamiento e ideas bíblicos referentes a la soberanía. En particular hay dos hitos lin­ güísticos que requieren atención y que son complementarios entre sí. El primero es el uso invariable de super en relación con el ejercicio de la soberanía. Al leer documentos medievales;, el lector atento recuerda la Biblia como uná fuente para el uso de super, precisamente eñ el contex­ to del soberano ubicado por fuera y por encima de la entidad que go­ bierna. Ya se han citado algunos ejemplos del uso de super; podemos agregar algunos más:

59. Cfr. también 1 Re. 20, 25: cathedra. 60. 3 Re. 1,37; cfr. también 1 Re. 10,23. 61. l Tim. 2,2. 62. El status alegóricamente más elevado del soberano, su altitudo {cfr. 1 Re. 10,23) ha influenciado las formas de pensar y de hablar hasta hoy: Your Higbness,

Éure lioheit, Sua Altezza, etc. 63. Cfr. Dt. 5,24; Jds. 8.

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Constitue super eos regem64 o Tu enim fecisti regem super populum tuum65 o Quem posuit (Dominus) super orbent quem fabricatus est,66 o en conjunción con el trono: Ut elevetur thronus David super Israel et super Judam.67 Evidentemente, el uso de super no estaba sólo limitado a la soberanía suprema como tal, sino que podía ser empleado de varias maneras: Constitue legislatarem super eos68

o Placuit [Darioj et constituit super regnum satrapas et super eos principes tres69 o Constituti judices super populum.70

64.1 Re. 8,22; 12,1: "Constituí super vos regem"; ibfd., 8,19: "Rex erit super nos"; 15,1: "Ut ungerem te in regem super populum". 65. 2 Par. 1,9. 66. Job 34,13. 67.2 Re. 3,10; cfr. también 3 Re. 44,6: Salomón como dux super Israel, David como rex super Israel (2 Re. 5,12); además 3 Re. 9,5: "Ponam íhronum regni tui super Israel". 68. S. 9,21. 69. Dan. 6,1-2. 70.2 Re. 7,11; 15,4: "Quis me constituat judicem super terram"; 1 Par. 6,31: "Isti sunt quos David constituit super cantores".

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En una palabra, el empleo de super es un signo seguro de la presencia de la teoría descendente de gobierno. Expresado de otro modo: el sobe­ rano es el speculator super otnnia,71 porque observa las necesidades de gobierno desde su alto pedestal, al estar por encima y por fuera de la comunidad bajo su cuidado. N o puedo pensar en ninguna otra fuente distinta de la Biblia que hubiera podido fertilizar tan fuertemente el te­ rreno medieval. Tanto la frecuencia de la terminología, como su significa­ ción, no pudieron sino inducir a su adopción en las cancillerías reales, imperiales y papales, así como también en los "ordos" litúrgicos. Una vez más podemos referimos a Juan 19,11 y a la afirmación de Cristo ante Pilatos de que su poder provenía desuper, si queremos captar todas las implicancias del término que les parece a todos demasiado insignificante. El segundo término que requiere atención está de hecho relacionado con el concepto medieval de superioritas, y la m anifiesta de una manera inversa. La superioritas medieval siempre funcionó con su contraparti­ da, es decir, la sujeción al mandato o a la ley impuestos por un superior. El concepto de subditas o subjectus, el súbdito o Untertan (este liltimo concepto es particularmente revelador), implica la existencia de una autoridad superior. Ésta es una característica medieval bien conocida que no necesita m ayor presentación. El sello distintivo del súbdito era ser dependiente de la buena voluntad del soberano, obedecer a su ley y no tener derecho alguno sobre el soberano,7273en consecuencia también la imposibilidad legal de que los súbditos llamasen al gobernante a rendir cuentas. Aquí también la Biblia, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, mostraba bien claramente el camino. En una de las cartas paulinas esta conexión íntima entre el súbdito ( Untertan) y el poder del príncipe es puesta de manifiesto en forma m uy notoria: Admone illos principibus et potestatibus subditos esse, dicto obediren mientras que en otras declaraciones paulinas el concepto de sujeción es ex­ plicado de una manera bien específica.74 El Antiguo Testamento contiene numerosos pasajes que no podían dejar de ejercer atracción: allí leemos de

71. Jer. 6,17; Ez. 33,2. 72. Cfr. P.G.P., pp. 131-132. 73. Tit. 3,1. 74. Cfr. Tit. 2, 9: "Servos dominis suis subditos esse...non contradicentes"; o 1 Cor. 14,34: "Midieres subditas esse...; etc.

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las subjectae mtiones75 o de los subjecti regibus,7 576o de duques que imperio subjecti sutit,77*o de príncipes que hdbebant subjectum populum.™Puede ser por cierto que la sujeción a la soberanía real fuera simplemente una extensión del concepto de sujeción a Dios mismo, como leemos en Dt. 25 ,1979o en S. 8,8: Omnia subiecisti sub pedibus eius.808123 Se puede citar nuevamente a san Pablo como una fuente de la visión medieval sobre el estrecho vínculo entre súbdito y obediencia: Obedite praepositis vestris et subiacete eis.®1 N o es necesario especificar qué inagotable arsenal proporcionaron al papado éstas y otras declaraciones bíblicas similares, en particular cuan­ do se presta la debida atención a su manipulación sin igual del proceso de monopolización. En vista de la frecuente correlación que aparece entre super por un lado, y sub (en sus variaciones de subditas, subjectus, etc.) por el otro, parecería que la Biblia presentó un ejemplo realmente perfecto para la tesis medieval de la superioridad y la inferioridad ( Über- y Unterordmtng) como un arreglo en los asuntas públicos determinado por la divinidad. Leer gubemare subiectos81 toca un acorde muy familiar para todo conoce­ dor de los documentos medievales. Tal vez en ningún otro contexto la Biblia haya ejercido tan profunda y duradera influencia como al introdu­ cir el concepto de subjectus o subditas que está sujeto a la voluntad del

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75. Jos. 23,1. 76. Est. 16,3. 77. Ibíd., 13,1; cfr. también 8,13: la carta debía hacerse conocer "in ómnibus terris et populis qui regís Assueri subjacebant imperio". 78.3 Re. 9,23; además 1 Par. 29,24: principes et potentes que "subjecti fuerunt Salomoni regi"; o Ez. 20,37: "Subjiciam vos sceptro meo"; o Jer. 27,12: "Subjicite colla vestra sub jugo regis". 79. "Dominus subjecerit cunetas per circuitum nationes." 80. Esto fue después monopolizado por el papado, cfr. Urbano IV, citado en P.G.P., p. 54, donde este salmo está vinculado con el principatus dominii del pa­ pado. Cfr. además 1 Cor. 15,26; Ef. 1,22; Heb. 2,8. 81. Heb. 13,17. 82. Est. 13,2. 83. Debería señalarse que el término subditas no figura en el derecho prejustiniano.

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soberano. Si combinamos la afirmación paulina en Heb. 13, 17 con la expresión petrina en 1 Pe. 2, 13, y vinculamos esto con la soberanía teocrática, tenemos virtualmente un embrión de los principios medie­ vales de gobierno:

Subjecti igitur estote omni humanae creaturaepropter Deum, sive quasi praecellenti sive ducibus... quia sic est voluntas Dei. Y en lo que concierne a la Iglesia, san Pablo dio una gran pista al declarar que Ecclesia subjecta est Christo84856 y, en consecuencia, cuando alcanzó su pleno desarrollo el vicariato de Cristo en el papa, esa afirmación facilitó su aplicación a los principios papales de gobiem o1Además, esa misma afirmación pudo también ser­ vir como una razón más por la cual el papa en su función de gubemator no era un miembro de la Iglesia.” Dos principios subalternos se pudieron deducir de ese principio general de supexioritas e inferioritns. Uno se refería a la obediencia del inferior a la ley del superior, que era de hecho una orden. El ingredien­ te vital de cualquier orden es que al encam ar la voluntad del superior exige sumisión: el rasgo característico del soberano teocrático que, al derivar su poder de D ios, afirm aba que su voluntad encam aba sancio­ nes divinas. Ésta era la doctrina medieval que^una vez m ás, puede ser explicada m ediante las m uy explícitas ideas de la Biblia sobre obe­ diencia, no sólo com o un deber del subditus, sino también como una virtud. Además, la orden o la ley emana, es verdad, del superior, pero su poder es designado en l a Biblia por el típico concep to romano de imperiumre sto es, el poder dé dar órdenes (Befehlsgewalt). De allí el uso -bíblico de obedire im perio6 o tam bién obedire mandatis87u obedire decreto iwdicís,88 o la afirm ación m uy general

84. Ef. 5, 24. 85. Para detalles sobre este punto cfr. P.G.P., pp. 50 ss.

86. Gén. 41, 40; Dt. 17, 12; 6, 17; 30, 2; etc. 87. Éx.Í 5, 6;Dt. 11, 3. 88. Dt. 17, 12.

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Mihi in ómnibus obedistis89 provocan un eco muy familiar en todo conocedor de los documentos oficia­ les de la Edad Media. Esta insistencia en la obediencia a la orden "de arriba", es tan característica délos principios medievales de gobierno como lo es de la Biblia: el Nuevo Testamento trae un buen ejemplo de obediencia a una autoridad más alta en e l caso del centurión que dice de sí mismo Ego sum homo sub potestate constitutus y por ello lleva a cabo las órdenes recibidas así como da órdenes que son obedecidas de inmediato.90 La otra cara de la moneda era la dificultad para construir una tesis digna de ese nombre sobre la resistencia al gobierno establecido. En una forma teocrática de gobierno no puede existir ningún derecho de resis­ tencia: uno no tiene más que recordar las grandes dificultades que, por ejemplo, un Juan de Salisbury o, más tarde, santo Tomás de Aquino ex­ perimentaron en este punto, y en verdad es extremadamente difícil, por no decir imposible, construir un derecho de resistencia al gobierno cuan­ do se afirmaba que ese gobierno era designado por la divinidad. Una vez más, san Pablo había mostrado el camino al afirmar: Qui potestati resistit, Dei ordinationi resistit:91 pues la resistencia equivalía a negar la autoridad superior querida por Dios. A quí en verdad se toca el nervio central de toda la doctrina bíbli­ ca, que encontró una expresión tan práctica en los principios medievales de gobierno: Non est qui resistat voci tuae.92 El otro p rin cip io su bord in ad o resultan te de la relación entre

superioritas e inferioritas era el de concesión. Este principio de concesión es un elemento vital en todas las formas descendentes de gobierno y

89. Jos. 22,2. , 90. Mt. 8,9; Le. 7,8. 91. Rom. 13,2. 92. Jd t 16,7; cfr. también Est. 13 passim.

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está íntimamente relacionado con el tema de ia gratia. Expresa la idea de que el súbdito qua [en cuanto] súbdito no tiene derecho a ninguna ac­ ción, función, o posición, a menos que se le haya otorgado o concedido.93 Por definición, el principio de concesión excluye un derecho a la cosa concedida. No existe ninguna cédula o diploma medieval que de un modo u otro no contenga el principio de concesión. Por supuesto, dentro de lina forma de pensar estrictamente teocrática, Dios era quien concedía todas las cosas, pero la Biblia también contenía ejemplos de típicas concesiones reales. Habría sido de lo más sorprendente si el principio de concesión no hubiera aparecido en terminología bíblica: Quaecumque Machabaeus scripsit Lysiae de Judeis, ea rex concessit.94 Es un hecho bien conocido que este mismo principio de concesión se encontraba excelentemente expresado en los textos de oraciones medie­ vales,95 y las formas teocráticas de gobierno no tuvieron ninguna difi­ cultad en aplicar este mismísimo principio a los asuntos políticos. Estrechamente unido al principio de concesión estaba el tema medie­ val de la protección, que el soberano medieval concedía por medio de sus leyes. Este deber de protección era independiente y autónomo, por­ que el gobernante era superior, es decir, soberano: él decidía solo en el ejercicio de su Munt (mundeburdium ), cuando le pedían protección. Sus súbditos por cierto se la podían pedir, pero como la protección no era sino una concesión, no tenían derecho alguno a reclamarla. Aquí encon­ tramos una aplicación de la idea tan frecuentemente expresada en los textos de oraciones, es decir, la súplica a Dios para que nos extienda Su protección, incapaces com o somos de protegernos a nosotros mismos. Y en última instancia, esta idea de Dios como protector supremo proviene de la Biblia que era, por supuesto, muy familiar con este concepto: Depone eos, protector meus. Domine.96 Una vez elaboradas todas las implicancias del soberano como el vice­ regente de Dios en la Tierra, y al habérsele otorgado atributos virtualmente

93. Cfr. P.G.P., pp. 55 s., 62 s., 75 s., 124 s. 94. 2 Mac. 11,15; ibíd. 35: "Quae Lysias concessit vobis, et nos çoncessimus". 95. Cfr. los numerosos textos de oraciones que comienzan con: Concede propitius; y los similares, como Quaesumus, Exaudí, Trihue, etc. 96. S. 58,12.

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divinos, no era ya en verdad tan difícil visualizar al soberano en el ámbito de la protección, bajo exactamente la misma luz que dentro de los límites de la concesión. Además, a Dios como la suprema y única fuente de poder -la piedra de toque de las formas de gobierno teocrático-descendentes- se lo ex­ presaba en la Biblia llamándolo metafóricamente fons aquae vivac,97 Esta metáfora fue aplicada con particular perspicacia por el papado que, desde principios del siglo V en adelante, actuaba con la Iglesia romana como la fuente de los ríos y que, por ende, acuñó la imagen de los poderes deri­ vados de la Iglesia romana: Inocencio I había dicho que todas las otras Iglesias derivaban su vida de la Iglesia romana "velut de natali fonte" [como de la fuente natalicia].98 El concepto de de-rivare y el principio de derivación,9910bíblicamente fundado, iban a jugar un papel importante en la actuación del papado en la Edad Media, especialmente en relación con los poderes jurisdiccionales de los obispos, la creación de los emperado­ res romanos, el proceso de centralización, etc. En ningún momento el pa­ pado tuvo dificultad en invocar el principio de derivación: en una de las urgentes exhortaciones enviadas a los francos, san Pedro "mismo" desig­ naba a la Iglesia romana como el/o«s vivus,m y de aquí a ver la Iglesia romana como elfimdameulum ¡otitis christanilatis [fundamento de toda la cristiandad], había en verdad sólo un pequeño paso. La designación medieval de las funciones y deberes particulares del servicio público no fue siempre coherente: variaba y oscilaba entre officium, ministerium y dignitas. Cualquier designación que encontremos expresa la idea de que el ámbito y extensión de las funciones y deberes contenidos en el officium, etc. eran conferidos, y de que su poseedor era de algún modo distinguido por haberlos recibido, es decir, distinguido en última instancia por la divinidad misma. Al ser conferido por la divi­ nidad, el officium que era ejercido sobre el pueblo, no era, sin embargo, en obsequio del pueblo. Así como el poder propio del soberano -q u e se manifestaba en su officium o dignitas- era conferido de manera divina, de la misma manera el nombramiento a un cargo por parte del soberano era una emanación de la gracia del soberano. Inversamente, quitar el

97. Jer. 2,13. 98. Cfr. sobre esto W. Ullmann, Medieval Studies presented to A. Gwynn, Dublín, 1961, p. 374, nota 54, donde se encontrarán también otras declaraciones y similares. 99. Cfr. P.G.P., pp. 53 s. 100. Cfr. la cita en P.G., p. 65, nota 5.

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cargo a su ocupante era el ejercicio de los idénticos poderes que en la primera instancia habían designado al soberano. Una vez más, la Biblia retrata por adelantado estas ideas con mucha claridad. Allí como en la Edad Media tenemos circunscrito el cargo, fijado en su contenido: esta­ ba allí antes de que el ocupante tomara posesión de él y seguirá estando allí después que el ocupante lo abandonase. Por lo tanto, no sólo tene­ mos en la Biblia la terminología muy reveladora de ingredi ad officium101 o de officia credita sibi,1021 03es decir, cargos confiados a su ocupante, sino también la designación del offidum sacerdotis,101 officium ministromm,104 officium regís,105y similares. Inversamente, quitar los poderes contenidos en un cargo era denominado, tanto en la Edad Media como en la Biblia, una deposición; así leemos: De ministerio tuo deponam te106 o De solio regni sui depositm est107 expresiones que revelan inconfundiblemente la idea de que el ocupante no sólo no tenía ningún derecho a su cargo, sino también que la noción de deposición tiene un fuerte sabor alegórico-sensorial. Era Dios quien posuit al soberano en su lugar, y era Dios quien lo deposuit del mismo.108 Sumamente próximo al concepto de cargo se hallaba su fin, su finís, su objetivo, su telos. Tal vez otro rasgo característico más de la teoría teocrático-descendente en la Edad Media es que se decía que el cargo del soberano -como cualquier otro cargo- le había sido conferido para fines determinados. Esta teoría de la Zweckgebundenheit [sujeción a los fines] del cargo no fue un invento medieval, ni puede ser explicado sa­ tisfactoriamente por la constitución romana o el derecho romano. De las

101. Núm. 4,30; 8,22. 102. Núm. 18, 8; 1 Re. 2,13. 103. 2 Par. 35, 2. 104. 2 Par. 9,4. 105. 2 Par. 19,11. Cfr. ad officium regis pertinere, ibíd. 106. Is. 22,19. 107. Dan. 5,20. 108. Cfr. también Le. 1,52.

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numerosas expresiones bíblicas sobre este punto, baste mencionar una afirmación paulina que de una manera insuperable resalta la concep­ ción teleológica del cargo: Princeps non sine causa gladium portal.1” N o hace falta decir aquí específicamente qué gran influencia tuvo este punto de vista paulino en la Edad Media. Naturalmente, la defini­ ción exacta por el príncipe secular de la causa portandi gladium variaba considerablemente, pero no se puede poner en duda que de una manera u otra se recurría a esta máxima teleológica. Una de las principales funciones encargadas al soberano medieval era dictar reglas obligatorias de acción: la ley, en orden a alcanzar el fin, objetivo o telos de su soberanía. Esta función es también, una vez más, una de las funciones del soberano bíblico: Constitue, Domine, legislatorem supernos110 y tenemos úna penetración aun m ejor de este tema en Prov. 8,15: Per me... legum conditores justa decemunt.111 En el período medieval y dentro de la estructura teocrática, el sobe­ rano, fuese papa, rey o emperador, fue siempre considerado un legum conditor [creador de leyes]: él era, para expresar el mismo pensamiento de otra forma, la fuente exclusiva de la ley, ley considerada aquí como la promulgación deliberada. N o es sorprendente que se trajeran considera­ ciones ideológicas para relacionarlas con el concepto de ley nuevam ente, no hace falta aquí citar ejemplos específicos-, y una vez más san Pablo sugiere vigorosamente este punto de vista teleológico sobre la ley misma: Quid igitur lex? Propter transgressioncs posila est.112 109. Rom. 13,4. 110. S. 9,21. 111. C/r. en este contexto también fe. 33, 22: "Dominus enim judex noster, Dominus legifer, Dominus rex noster". C/r. también Dan. 2,38: "Sub ditioite ttm universa constituir". 112. Gál. 3,19; cfr. también en este contexto el famoso pasaje de Isidoro, citado en P.G., p. 29, n. 9.

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Tal vez nada refleje mejor la forma medieval del pensamiento jurídico que la terminología adoptada: legan condere, es decir, dictarla ley como un resultado de la om nipotente voluntad del soberano (teocrático). Inversamente, el término legemferre con el significado de hacer la ley por consulta y acuerdo, aparece m uy rara vez, y sólo en un sentido no técni­ co. Lo que sí aparece es la terminología de legan ponere, legan daré o constitnere. Por supuesto, Justiniano empleó esta terminología con bas­ tante frecuencia, y no niego que su terminología, y por ende su pensa­ miento subyacente, hayan ejercido influencia en la Edad Media, pero también puede decirse que hubo al menos la misma familiaridad con la Biblia, en todo caso en el período medieval más primitivo. Por razones comprensibles la Biblia utilizaba esta mismísima terminología, y por con­ siguiente la idea correspondiente del dador-de-la-ley. Sólo sería tedioso enumerar todos los ejemplos en que este rasgo -v ital para la teoría des­ cendente- aparece en la Biblia, particularmente en el Antiguo Testamento. Baste llam ar la atención sobre legem ponere,1131 4legem dare,ni legem

constitnere,115legem condere,116legem proponere,117verba legis statuere,118legem statuere,119etc. Por supuesto, nada sugiere en la Biblia que la creación de la ley surja de tal modo que encarne el consentimiento de aquéllos a quienes se debe aplicar: el point d'appui teocrático lo impedía. Existe sin embargo la terminología de legemfacere, cuyo significado no es hacer en el sentido de crearla, sino hacer lo que la ley prescribe y ordena.12012Aquí con términos jurídicos la Biblia ejerció quizás su más fuerte influencia, ya que en ella toda la función del soberano se resume en ser la fuente de la ley y de la justicia. Y también puede ser que el carácter legalista de la Edad Media fuera un reflejo directo de las formas bíblicas de pensar.t?1

113. S. 26,11; 77, 5; 118, 33; 118,102; Jer. 33,25; 2 Mac. 3,15. 114. Éx. 24,12; Lev. 7,34; 2 Mac. 7,30; 2 Par. 5,10; S. 24, 8; Eclo. 45,6; Jer. 31, 3; Jn. 1,17; Gál. 3, 21; etc. 115. Núm. 30,17; Est. 15,13; Dan. 6,10; 2 Mac. 8, 36; etc. 116. Is. 10,1; 2 Mac. 6,23; etc. 117. Dt. 4, 8; 4,44. 118. 4 Re. 23, 24. 119. S. 24,12. 120. Cfr. 2 Par. 14,4; 30, 5; 1 Esd. 7,26; Est. 4,16; Rom. 2,13; Sant. 4,11. 121. Para algunos ejemplos de legem ponere y similares, dé los que surgiera el concepto medieval tardío y el moderno de ley positiva, cfr. W. Ullmann en Rev. dhisloire du droit, XXIX, 1961, pp. 119 ss. Para las representaciones iconográficas de la idea de que el Señor dio la ley (la traditio legis) cfr. el famoso mosaico en S.

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No es necesario aquí subrayar nuevamente el amplio y fundamental papel que cumpliera el derecho en el período medieval.122 Pero valdría la pena llamar la atención sobre el rasgo igualmente característico en la Biblia, donde la ley y "la patria" son puestas juntas de modo de formar un todo inseparable. Para comenzar, está el concepto de salus patriae,123y el que deje de lado el bienestar de ella es al mismo tiempo también un traidor a las leyes: legum et patriae proditor.12* Tal vez la más significativa es la afirmación

Pro legibus et patria morí parati (sunt),125 sin duda, una aseveración en cierto modo notable que, como tantas otras en la Biblia, debiera actualmente haber llamado la atención. No es sor­ prendente, en consecuencia, que el concepto de publica utilitas con el cual tantas ideas políticas de la Edad Media estaban estrechamente relacio­ nadas, aparezca también en la Biblia. Y así como en el período medieval a la communis utilitas se contraponía la propria utilitas,126del mismo modo encontramos la contraposición en la Biblia,127 mientras que el concepto de publica necessitas también se hace presente.128 El principio de utilitas reipublicae es un elemento criteriológico en la Biblia: Pro qualitate et necessitate temporum, ut reipublicae poscit necessitas,129

Constanza en Roma (de fines del siglo IV); sobre éste y su interpretación, cfr. W. N. Schumacher en Rdmische Quartalschrift, LIV, 1959-60, pp. 1 ss., especialmente pp. 10 ss. (la afirmación de que el término legem daré se usa sólo en S. 24,8 no es correcta). Para el legalismo de los judíos cfr. M. Konvitz en The fetos, their history, culture and religión, Londres, 1961, II, p. 1448: "El judaismo es una civilización religiosa centrada en la ley... la ley rige los procedimientos en la corte celestial como en una corte terrestre", citando a un sabio judío (Akiba) del siglo I. 122. Para algunas observaciones en este aspecto cfr. W. Ullmann en su Rapport al XI Congreso Internacional de Ciencias Históricas, "Law and the Medieval Historian", Estocolmo 1960, fase. III, pp. 34-74. 123.2 Mac. 13,3; cfr. también Esf. 15,1. 124.2 Mac. 5,15. 125.2 Mac. 8,21; cfr. también ibíd., 13,24. 126. Cfr. por ejemplo Inocencio III, citado en P.G., p. 425, n. 2. 127. 2 Mac. 4, 5 y versículo 21. 128. Dt. 24, 5. 129. Est. 1 6 ,9 .

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es una declaración con un gran futuro.130 Concebir la creación de la ley como una causa por la cual se le había dado al soberano su potestas, no es por lo tanto demasiado difícil, y el abundante uso de la idea en la Edad Media parece tener fundamentos bíblicos m uy firmes. La lex regni bien puede ser una aplicación bastante específica de esta idea general.131* No puede causar gran sorpresa que junto a este carácter jurídico de la Biblia también encontremos algunas expresiones jurídicas caracterís­ ticas. Por ejemplo, secundum legem,m o juxta legem, 133134o contra legetn,m son ejemplos que muestran cuánto del pensamiento jurisprudencial se había infiltrado en el lenguaje de la Biblia, influenciando por lo tanto a la Edad Media. De manera similar, la categorización de la ley misma es una cara cterística b íb lica que v a le la pena señalar. E stán el jus hereditarium,135el jus sacerdotum,136el jus bellantium137*el jus proelii,m el jus regís,139*los jura c i v i u m e l jus perpetuum ,141 etc. En resumen, la Biblia y en particular el Antiguo Testamento contenían lo que bien se podría de­ nominar un esquema de conceptos fundamentales de la jurisprudencia. Bastante a menudo se ha señalado que las ideas medievales que se relacionan con la ciencia del gobierno actuaron con el principio de totali­ dad o indivisibilidad de las acciones humanas: no se dividía la actividad humana en varios compartimentos, tales como político, moral, religioso, económico, etc. Lo que contaba era el hombre en su totalidad, el hombre completo, y no su valoración de acuerdo a diferentes norm as.142 Este principio fundam ental se hizo sentir fuertem ente en el ámbito de las

130. C/r. Pelagio 1en el año 558, citado en P.G., p. 70, n. 3, y el Dictatus Papae de Gregorio VII, n° 7, y Urbano II en /.L. 5383; etc. 131. Cfr. 1 Re. 10,25; también 1 Mac. 1,46: "Leges gentium terrae"; Dt. 4,8: "universa lex". 132.1 Esd. 10,3; Tob. 1,8 y 7,14; Jn. 18,31 y 19, 7; Act. 24,6. 133. Dt. 17,11; 2 Par. 30,16; 31,21, etc. 134. Act. 23,3. 135. Lev. 25,46. 136. Ibíd., 27,21. 137. Jue. 21,22. 138.4 Re. 13,25. 139.1 Re. 8,11. 140.2 Mac. 4,11. 141. Éx. 29,38; Núm. 18,11 y 19; 19,10; etc. 142. C/r. P.G.P., pp. 38,74 ss., 99 ss., 238,302.

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leyes. Con suficiente claridad la ley del soberano medieval trataba de abarcar todos los detalles: después de todo, gobernaba una comunidad confiada a él por Dios, y por consiguiente era su deber dictar leyes tales que promoviesen el bienestar de la comunidad a él confiada. Y estas leyes no podían distinguir ni lo hicieron entre actividades políticas, religiosas, etc., porque no se veía todavía que éstas constituyesen departamentos autónomos de actividades sociales, y por ende tampoco normas autóno­ mas. Estas consideraciones se aplican con la misma fuerza al papa, al rey o al emperador. Además, los posteriores conflictos entre papas, reyes y emperadores fueron impulsados en sumo grado por este mismo principio de indivisibilidad o totalidad. Se ha señalado hace tiempo que este prin­ cipio fue esencialmente una emanación de la doctrina cristiana, y no es improbable que pueda también tener raíces en los modos de pensar roma­ nos. Pero creo que podemos ir aun un poco más lejos y afirmar que el principio no fue sólo de origen cristiano, sino que estaba también fuerte­ mente marcado en el Antiguo Testamento y además, que la omnicompre sión de las concepciones legales del Antiguo Testamento permitió expre­ sar el principio de totalidad en su forma más visible. "Vista como un conjunto, la ley [en el Antiguo Tes lamento] abarca todos los aspectos de la vida".143 La obediencia a la ley toto corde o tota anima, como se.dice con bastante frecuencia en el Antiguo Testamento, es el principio de totalidad con especial referencia a la ley misma. La observancia de los praecepta juris in tota anima 144es una consecuencia de este punto de vista. Es por supuesto cierto que esta Ganzheitsphilosophie [filosofía de la totalidad] impregna con igual fuerza el Nuevo Testamento; y que el pa­ pado aplicó esto con consumada habilidad y tenacidad es tan bien cono­ cido que no parece necesaria una larga explicación. El concepto mismo de lolum Corpus145 que está unido tan integralmente que las funciones de cada miembro se ensamblan en la función de otro, es una visión muy avanzada del principio de totalidad. En razón de su característica de estrecha integración, cualquier daño infligido a un miembro redunda en detrimento de todo el corpus. Si quid patitur unum membrum, compatiuntur omnia membra.m

143.0 . Weber, Groundplan ofthe Bible, trad. ingl., Londres 1959, p. 48. 144. Por ej., 4 Re. 23,3. 145. Por ej., Ef. 4,16. 146.1 Cor. 12,26.

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La misma idea de totalidad se expresa en: Modicum fermentnm tolam massam corrumpit,147 en lo cual se basó más tarde la necesidad de segregar a personas excomul­ gadas, para que no infectaran las partes sanas del cuerpo.148Con respecto a quebrantar la ley, el mismo principio surge con toda la claridad desea­ ble en la declaración de Santiago que dice Quicumque ... offendat in uno, factus est omnium reus.H9 Esto significa que una sola violación de la ley hace al acusado culpa­ ble de haber dejado de lado totam legem.im No creo que se hubiera podi­ do encontrar ningún prototipo m ejor para e l principio de totalidad que la Biblia.151 No obstante, a pesar de que el soberano medieval poseía (o preten­ día tener) los plenos poderes monárquicos, para los fines prácticos una división del trabajo se convirtió en una necesidad obvia, porque el gubernator no podía tratar personalmente la miríada de tareas que le imponían las obligaciones de su cargo. De allí la designación de funcio­ narios en la form a descendente de gobierno.152 Este principio de una división del trabajo tampoco fue nuevamente un invento medieval sino que provenía m uy claramente de la Biblia. La fuente principal de este principio parece haber sido la afirmación de Moisés:

147.1 Cor. 5 ,6 ; Gál. 5 ,9 ; cfr. Mt. 13,33. 148. Es sin duda interesante que Alejandro III quien entre otros papas dicta­ minó la exclusión de la persona excomulgada del corpas, la justificara refirién­ dose al contagio de la lepra, precisamente el tema y las palabras del Lev. 13,20, 25,27. Cfr.: "Excom m unicatio enim ad modum leprae, quae totum corpas corrumpit, totum hom inem contaminat et deturpat", citado en P.G., p. 300, n. 1 y en Die Machtslellung des Papstes im Mittelalter, Graz-W ien-Kóln 1960, p. 438, n. 157. Inocencio III fundam entó los procedimientos inquisitoriales en Gén. 18,21 y Le. 16,1-4, cfr. su Reg., VIII 200, P.L., 215, 777 ss. 149. Sant. 2 ,1 0 . 150. Ibíd. 151. Cfr. por ejemplo, la constante interpretación del papado de Mt. 16,18-19 : con su énfasis en el carácter de totum de los poderes petrinos. 152. Cfr. P.G.P., pp. 68 s., 134,199, y P.G., pp. 433 ss., 445.

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Non valeo solus negotia vestra sustinere el pondus et jurgia,153 por lo cual declaró:

Ponam eos [scil. viros sapientes] vobis principes ... et constituí eos principes.154 Y en las cartas paulinas este principio puede también ser visto como el principio de funciones o de cualificaciones funcionales: Quosdam posuit Dominus in ecclesia... apostólos... prophetas... doctores... gubematores.1SS156 En otras palabras, cada uno de ellos funciona de manera diferente y la característica terminología paulina de legatione fungí 156 o de officio fungí157 se repite constantemente en los documentos medievales: real­ mente no hay más necesidad de recurrir al derecho romano para expli­ car la frecuencia de esta terminología. Además, el principio funcionalista con su operación era sólo apto para subrayar el principio de totalidad. Porque estas funciones asignadas a funcionarios específicos, no están para ser ejercidas para sus propios fines, sino para el fin del todo. Todo aquel que tenga sólo un conocimiento superficial de la doctrina medie­ val, si no de la práctica, habrá notado cuán basada estaba en la teleología de funciones, que debían ser ejercidas en pro del todo. Y ningún otro pasaje bíblico se prestaba tan fácilmente aúna elaboración doctrinal como las frecuentes afirmaciones paulinas referidas a este mismo tema: pues como somos miembros de un solo cuerpo, no todos tienen la misma fun­ ción,15®o hay diversidad de operaciones, diferencias de ministerios,159aunque

153. Dt. 1 ,1 2 . ¿Es la referencia de los papas medievales al pondus sobre sus hombros otro término tomado de la Biblia? Cfr. P.G.P., pp. 37 s. 154. Ibíd., 13 y 15. Para una posterior derivación del principio de la división del trabajo de Núm . 1 1 ,1 6 , cfr. W. Ullmann en Medievo! Studies presentid fo A. Gwynn [cit. en n. 98], p. 369, n. 41. 155.1 Cor. 12, 28. 156. Cfr. 2 Cor. 5, 20; Ef. 6 ,2 0 ; cfr. también 1 Mac. 20, 6; 2 Mac. 4 ,1 1 . 157. Cfr. también Éx. 31,10; Dt. 2 0 ,6 ; Rut 4 ,1 6 . Cfr. Dig., 4 3 ,1 ,5 5 ; 2 ,1 ,1 6 ; etc. 158. Rom. 1 2 ,4 . 159.1 Cor. 1 2 ,4 ss.

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todos se llevan a cabo con la mira en el funcionamiento del totum corpus. N o fue m enos persuasivo san Pablo cuando introdujo la alegoría antropomórfica del pie, la mano, los ojos, etc., para m ostrar la íntima conexión de las diferentes partes del cuerpo humano que no funcionan para sí mismas, sino para el bien de todo el cuerpo.160 Sin embargo, el trabajo ordenado y sincronizado de todo el cuerpo presuponía que estu­ viese dirigido por un principio supremo o, en el caso de la alegoría paulina, por la cabeza:

Caput, ex quo totum per nexus et conjunctiones subministratum et construdum,161 que se transforma en el órgano directivo o, en un lenguaje m enos alegó­ rico, la auctoritas. Aunque es muy verosímil que el papado haya tomado el concepto de auctoritas de la constitución romana, el Antiguo Testa­ mento conocía de hecho la auctoritas que pertenecía al rey: Grandis audoritalis es et bene regis regnum.162 Junto con el principio medieval de la división del trabajo iba el prin­ cipio de capacitación o idoneidad: de acuerdo con la teoría descendente sólo podían ser designados (pónete, constituere, etc.) aquellos que eran capaces de desempeñarse en las funciones propias del cargo. Se propo­ nía la Biblia com o el modelo para este principio y una vez más san Pablo señaló el camino mencionando a los idonei.ta Por supuesto, este principio de idoneidad tenía fuertes implicaciones teleólógicas, y la interpretación del principio variaba tanto en el ámbito real como en el papal. En varias ocasiones me he referido al concepto de cargo y al término bíblico officio fiingi, es decir, funcionar según las obligaciones de un car­ go (conferido por la divinidad). Lo importante nó es sólo la gran in­ fluencia que ejerció esta concepción de funcionalismo, sino también las consecuencias que se sacaron del concepto de cargo. La Biblia misma no contiene ninguna tésis bien clara sobre el cargo (objetivo) y la persona (subjetiva), pero casi no puede haber dudas de que la idea de cargo

160.1 Cor. 12,4ss; 11,26,27; Ef. 1,23; 4,10; etc. Cfr. también P.G., pp. 442444. 161. Col. 2,19. 162. 3 Re. 21, 7. 163. 2 Cor. 3, 6, y especialmente 2 Tim. 2,2.

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(offtcium regis, sacerdotis, etc.) transmitida por la Biblia dio un gran im­ pulso a la separación medieval del cargo (objetivo) y la persona (subjeti­ va). Lleva a esa conclusión, además del concepto de cargo, también el concepto de obediencia, junto con el de ley.161* Se imponía obediencia no tanto a la persona que dictaba la ley sino a la ley por él emitida. Creo que no sería demasiado osado afirmar que la doctrina medieval de obedien­ cia incondicional a la sententia de la autoridad legítima fue, en ííltima in stan cia , una in flu en cia in d irecta de la con cepción b íb lica del funcionalismo: Gregorio I declaró que tanto si el juicio fuese justo o in­ justo, se lo debía ob ed ecer-y esto fue repetido una y otra vez hasta fines del siglo X I-164165 siempre que, estamos calificados para agregar, emanara de una autoridad o cargo legítimamente constituido. El punto esencial en todo esto es que la persona como tal no exige obediencia, sino su ley o juicio, porque proviene del cargo pertinente. Estas consideraciones nos llevan a reflexiones conexas. Incluso la lec­ tura más superficial de documentos y declaraciones oficiales del Medio­ evo habrá familiarizado al lector con la metáfora anima-corpus y con las consecuencias deducidas de ella. De todos modos, siempre se pasa por alto que esta metáfora no era de ninguna manera de cuño medieval: por el contrario, aquí -com o en otras partes- los principios medievales sim­ plemente se manifiestan como elaboraciones y aplicaciones prácticas de antiguos puntos de vista. En particular, hemos mostrado que la tesis metafórica medieval de anima-corpus tenía un modelo casi perfecto en la Didaskalia postapostólica.166 Pero esta obra parece meramente aplicar de una manera m uy concreta la yuxtaposición fundada en la Biblia de cuerpo y alma: carne y espíritu son contrapuestos y comparados con tanta fre­ cuencia en la Biblia que es superfluo dar ejemplos específicos.167 Ahora bien, esta antítesis tenía ciertamente un fuerte trasfondo teo­ lógico o dogmático que no nos interesa aquí, pero lo que sinos interesa es que la idea subyacente a la metáfora se prestó fácilmente a una apli­ cación en la esfera de los principios de gobierno. Ésta no es la ocasión para profundizar en la transformación de una concepción teológica en una de gobierno, y debe ser suficiente afirmar que anima llegó a designar

164. Cfr. supra, notas 52 ss. 165. Cfr. las citas en P.G.P., p. 113, n. 1. 166. Cfr. P.G.P., p. 96. 167. Cfr. por ej., Tob. 4 ,3 ; Sab. 1 ,4 y 9 ,1 5 ; 2 Mac. 7 ,3 7 ; Mt. 1 0 ,2 8 ; Sgo. 2 ,2 6 ; Jn. 3, 6; Rom. 8 passim ; etc.

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la idea inmanente de ley, la pura Rechtsidee que, en su análisis final, lleva de nuevo a la creación de la ley y, con eso, al cargo de gobierno y su origen. Es lógico, sin embargo, que esta concepción de anima como la idea de ley que gobierna el Corpus confiado al príncipe, haya sido de especial importancia para el papado.168 Hay otra consideración suma­ mente próxima al anima como la Rechtsidee permanente, y una vez más esta consideración se refiere a la elaboración doctrinal de una idea es­ tablecida por la Biblia. La sem pitem idad o inm ortalidad o existencia trascendental del alma ha sido en todo tiem po un dogma más o menos establecido, basado en una doctrina tanto bíblica como helenística. Cuando el anima, vista desde un punto de vista político, no era sino la permanente idea del derecho y de la ley, la concepción medieval de la inmortalidad o sempitem idad de los cuerpos públicos (por ejemplo la universitas, la ecclesia, etc.), se tom a m ás fácilmente comprensible. Por­ que era la ley la que mantenía unidas a las instituciones, y aunque los corpora individuales que componían el totum corpus desapareciesen y cambiasen, su ley, el anima misma del todo, por ser permanente, no muere, sino que vive una existencia separada y prescindente de los miembros individuales de la institución misma. Esta reflexión daría fuerza tam­ bién a la idea de que la ley misma no era una invención humana, sino que le fu e dada al hom bre. Era v ista com o algo transpersonal y transhumano, porque todo lo personal y hum ano es perecedero. Dentro de estos límites menos directamente observables, tenemos una indudable infiltración de temas teológico-bíblicos en los fundamentos del pensa­ miento medieval sobre el derecho público. Pero, por más excitante y fascinante que pueda ser continuar con estas reflexiones, no debo apartarme de la tarea m ás inmediata: hasta ahora he tratado de extraer algunos de los principios básicos de gobier­ no en la Edad Media, relacionándolos con tem as, puntos de vista, o aser­ tos bíblicos. Está claro para cualquiera que haya tratado de investigar en este terreno virgen, que lo aquí expuesto es necesariamente incompleto. Queda sólo por mencionar, al menos de pasada, unos pocos ejemplos

168. Para detalles cfr. P.G.R, pp. 95 ss. N o carece ciertam ente de algún inte­ rés señalar que Spinoza declaró en su Tractatus políticas (ed. en Opera, rec. J. van V loten y P. N. Land, La H aya 1 8 8 2 ,1, p. 363), cap. X, s. 9: "Anima enjm im perii jura sunt: h is igitur servatis, servatur necessario im perium " [Pues los derechos son el alma de la autoridad; salvaguardados aquellos, la autoridad necesariam ente está a salvo].

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específicos, algunos de los cuales han sido reconocidos en todo caso por medievalistas como fundamentados en la Biblia. No hace falta explicar prolijamente que el papado medieval era especialmente susceptible a u na in flu en cia b íb lica. Una vez que el papado hubo establecido exitosam ente su función como el custodio y guardián de la doctrina (el primatus magisterií) así como su primacía de jurisdicción, monopolizó a continuación ciertas expresiones bíblicas. Por eso, desde el momento en que el papado entró reflexivamente en la escena histórica, no sólo se comprendieron las vastas potencialidades de Mt. 16,18 s., sino que tam­ bién fueron descritas con un vigor rápidamente creciente, tanto en cuanto a su alcance y extensión como respecto de sus ingredientes esencialmen­ te legales. Y al describir el pasaje crucial, se aprovechó la idea bíblica de totalidad, particularmente con respecto al alcance de la ley, para el pro­ grama de gobierno del papado y se la impulsó ininterrumpidamente hacia su máxima extensión posible. Un análisis de este punto no estaría completo si no se evaluase adecuadamente el automatismo legal de los poderes petrinos de atar y desatar. El urces Christi entregado a Pedro por Cristo se continuó en el papa, quien aparecería más tarde como el vicarias Christi, ejerciendo por consiguiente los mismos poderes que Cristo ha­ bía tenido,169 por lo tanto, también la monopolización por el papada de Mt. 28,18, que es un paso lógicamente justificable una vez que el pasaje original de Mateo hubo sido interpretado en su sentido legal y jurídico. En pos de esta concepción monárquica, el papado tuvo a mano otros modelos bíblicos, siendo los más obvias la figura de Melquisedec y Jer. 1 ,10 -"Constituí te super gentes et reg n a "-q u e fue después de todo una . mera aplicación específica del principio teocrático mismo. En la búsque­ da de su pretensión a la totalidad, el papado medieval se movió total­ mente dentro de límites bíblicos, especialmente 1 Cor. 6 ,3 . Los esque­ mas de gobierno del papado se mantienen con la Biblia y caen con ella; si el papado interpretó la Biblia correctamente, no es una pregunta que incumba a un mero historiador. Uno de los ejemplos más antiguos de una aplicación papal de la Biblia -aunque sin reconocerlo- tuvo lugar

169. Para detalles cfr. W. Ullmann en Journal of Theological Studies, n.s., XI, 1960, pp. 25 ss. Aquí también (p. 40) el concepto papal de plenitudo potestatis, acuñado por León I y modelado sobre conceptos paulinos similares. Cfr. tam­ bién Jn. 15 ,1 6 : "N on vos m e elegistis, sed ego elegí vos et posui vos, ut..." Para Jn. 2 1 ,1 5 ss., cfr. los modelos de Ez. 34, 23 y Miq. 5, 4; cfr. también Homero, litada, 2, 243; 5 ,5 6 6 ; 16, 2; etc.

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todavía en la propia época de san Jerónimo cuando Inocencio I estableció el principio de que las causae majores debían ser remitidas a la Iglesia romana, siendo el modelo bíblico Éx. 1 8 ,22.170 Pero todos estos temas parecen tan bien conocidos que basta sola­ mente mencionarlos para darse cuenta de los grandes beneficios que sacó el papado del proceso de monopolización.171 Casi se pueden hacer las m ism as observaciones con respecto a la transferencia de un reino de una nación a otra, o de una casa a otra, de un rey a otro. Ésta era una doctrina que el papado aplicó en la práctica, y de la que el Antiguo Tes­ tamento ofrecía numerosos modelos. Se presuponía evidentemente que el papa era el poseedor de aquellos poderes contenidos, según se decía, en su vicariato de Cristo. Por eso leemos que

170. E. Caspar, op. cit., I, pp. 306 s. ha señalado esto y no podemos hacer mejor que citarlo: "Die tatsáchliche, in staatlicher Gesetzgebung genau formulierte Begründung geistlicher Geríchtsbarkeit wurde verdrangt durch eine biblische Begründung... was ais pápstliches Recht beansprucht wurde, durfte nicht auf "irgendwelchen neuen Prázepten, die anbefohlen wurden" beruhen. Es lag im inneren Wesen der Doktrin begründet, dass sie vom historisch Bedingten der Entwickelung immer und überall zu einem im Urgrunde biblischer Überlieferung verankerten Unbedingten des Seins und durch góttliche Satzung Seinsollens hinstrebte. Im vorliegenden Falle sieht man eine historische Wirklichkeit -d ie kaiserliche Privilegierung- bereits nach kaum einem Menschenalter von der pápstlichen Doktrin gemeistert" [La auténtica argumen­ tación, exactamente formulada en la legislación estatal, de la jurisdicción espiri­ tual, fue suplantada por una argumentación bíblica... Lo que se reivindicaba como derecho papal no debía basarse en "ninguna clase de nuevos preceptos prescritos". La esencia íntima de la doctrina terna en su fundamento el tender siempre y en todas partes a partir de lo condicionado históricamente de la evo­ lución a lo no condicionado -fundado en el trasfondo de la tradición bíblicadel ser, y del deber ser por disposición divina. En el caáo presente vemos que la doctrina papal, apenas después de una generación, domina una realidad histó­ rica: la posición de privilegio imperial]. 171. Este desarrollo del proceso papal'de monopolización -el término fue acuñado por E. Kantorowicz en Harvard Theol. Review, XLV, 1952, p. 271requeriría un estudio especial. La mayoría de las afirmaciones paulinas fue­ ron monopolizadas por el papado. Para un ejemplo no reconocido hasta ahora cfr, 1 Cor. 2, 16: "Nos habemus sensum Christi", y su monopolización por Gregorio II, cfr. P.G., p. 46; cfr. también W. Ullmann en Sludi Gregoriani, VI, 1959, p. 253, n. 89.

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Regnum a gente in gentem transfertur propter injustitias et injurias et diversos dolos,172 o Ipse transferí regna et constituit [regna].173 La tesis medieval de una translatio imperii tenía muy obvias raíces bíblicas. Muy próximo a esta teoría papal está el concepto político papal, también fundado en la Biblia, de regnum auferre, es decir, el papa que privaba al rey de su derecho a gobernar.174Otro ejemplo concreto de la adopción por el papado de terminología bíblica y de su idea subyacente fue el concepto de un negotium regni. Nuevamente no hay necesidad de señalar ninguno de los numerosos ejemplos donde el papado emplea ese término.175La jurisdicción del papado en asuntos de un reino -en los negotia regnf-, se había tomado en efecto un interés directo para los pa­ pas mismos, por razones que ya no deberían estar en disputa. El modelo estaba fácilmente al alcance de la mano.176 Se podrían demostrar muchas más infiltraciones bíblicas en el cuer­ po de principios políticos medievales, pero creo que ya he agotado la paciencia de este auditorio en un grado verdaderamente insostenible. No me gustaría empero finalizar, sin al menos mencionar la infiltración de temas litúrgico-simbólico-bíblicos y de gestos concretos en el simbolismo medieval, que fue la manifestación externa de los princi­ pios de gobierno. Como habrá en esta ocasión un análisis de gran envergadura de estos temas, me siento dispensado de un examen en detalle y puedo limitarme a enumerar solamente ejemplos tales como la raíz bíblica de la diadema,177 la corona de oro impuesta sobre la

172. Eclo. 10,8. Cfr. también Est. 16,14: "ut regnum Persarum Iransferret in Macedonas"; además 3 Re. 2,15: "Translatum est regnum". También 1 Re. 3,10: "Transferatur regnum de domo Saúl" (cfr. también 1 Par. 12, 23) o 1 Par. 10,14: "Transtulit regnum eius ad David". 173. Dan. 2,21. 174. Cfr. 3 Re. 11,13, también 34 y 35. Cfr. asimismo Núm. 24,7 y Jos. 23,9. 175. Cfr. P.G., p. 349 n. 1. 176. Negotia regni: 1 Mac. 6, 56; 10, 37; 2 Mac. 4, 21; 10,11; Negotia regia: 1 Mac. 3,32; etc. 177. Est. 1,11 (reina); 1 Mac. 11,13 (rey).

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mitra/78 el trono, es decir, el soUnm,m el cetro/80el beso de los pies/8*el anillo en sí mismo/82así como en relación con el cordón y el báculo/83la vara (virga),ítu y similares. Es sin duda de algún interés señalar que en una época tan temprana como la de san Ambrosio, el anillo, el cordón y la vara eran designados como el signo cumulativo del verdadero poder real así como de la regiae libertatis insigne.17819023485* Al aproximarme al final de mi exposición, sólo me queda hacer una u otra observación general. Deliberadamente me he concentrado más bien en el aspecto formal esquemático, porque ofrece mejores oportuni­ dades para acercarse a un problema diversificado y multifacético. Los pocos ejemplos que me he permitido presentar delante de este foro, de­ berían haber dejado en claro que la forma de gobierno practicada en forma dominante en la Edad Media, es decir, la forma descendente, te­ nía profundas raíces en la Biblia más bien que en la constitución romana del Imperio romano tardío.'86 Esta influencia decisiva, indudable e in­ controvertible de la Biblia comienza con su traducción por san Jeróni­ mo: recíprocamente, no fue la Biblia como tal en su original hebreo o griego, sino en su aspecto latino la que ejerció esta influencia plasmadora. Una vez afirmado esto, las consecuencias parecen claras: el latín de san Jerónimo dio a la Biblia su peculiar contenido romano, porque tradujo con un instrumento admitidamente inadecuado un texto originalmente concebido en un contexto completamente diferente. Fue Roma la que dio a la Biblia su forma de Vulgata; no fue Jerusalén, ni el judaismo, ni la

178. Eclo. 45 ,1 4 : un sim bolism o practicado en virtualmente todas las corona­ ciones medievales. 179. Dt. 1 7 ,1 8 ; 2 Re. 3 ,1 0 : "thronus David saper Israel"; Est. 3 ,1 : "soHum eius

super om nes principes"; etc. 180. Est. 15,14-15. 181. Ibíd., 13,13. 182. Ibíd., 3 ,1 0 ; 8 ,2 . 183. Annnlus, armilla, bacuhis en Gén. 3 8 ,1 8 ; cfr, también Éx. 35, 22; en co­ nexión con la corona: 1 Mac. 6,14-15. 184. S. 2 2 ,4 ; Is. 1 0 ,5 ; fer. 4 8 ,1 7 . 185. San Am brosio, Expos. Evang. sec. Lucam, III. 20, cfr. B. Eischer, Vetas Latijta, Freiburg, 1 9 4 0 ,1. p. 398, ad Gén. 38,18. ■186. Tengo plena conciencia de que el Antiguo Testamento proporcionó un numero de ejem plos que podrían ser utilizados para la teoría opuesta (la ascen­ dente), pero para no sobrecargar una contribución ya larga, pensé que era conVériténte dejar ese punto para otra ocasión.

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cristiandad helenística los que transmitieron la Biblia a la Edad Media. El punto de cierta significación que aquí surge es que aunque la índole, el lenguaje y la orientación de la Biblia no llegaron a mostrar afinidad, por lo menos no mostraron ninguna diferencia substancial con las teorías de gobierno ejercidas en el Imperio romano tardío. Esta faceta explica que el papado primero y luego otros gobiernos recurrieran fácilmente a los mode­ los reales romanos, que perfectamente hubieran parecido corroborar y con­ firmar la Biblia misma. Uno casi estaría tentado de hablar -dentro de los límites de la presente investigación- de una divinización del derecho ro­ mano y de la constitución romana.18’’ Pasa m uy fácilmente inadvertido que en una sociedad cristocéntrica y teocéntrica no podía haber otro mo­ delo que proveyera la misma firmeza, la misma inmutabilidad y la misma permanencia como lo hizo la Biblia: y su idioma era el latín. In principio eral verbum. Debe quedar claro para cualquiera que haya intentado com­ prender la función y la finalidad del gobierno en la Edad Media que la Biblia sirvió, precisamente en asuntos de gobierno y dentro del contexto teocéntrico, como un instrumento con el que se podía dominar la reali­ dad . Lo que era correcto, lo que era legal, o viceversa, no se podía determi­ nar recurriendo a lo históricamente condicionado, sino únicamente al verbum Del engarzado en la Biblia latina. En verdad, verbum carofactum est tiene particular aplicación en este contexto. Reconocer esta característica plantea grandes y prometedoras tareas al saber histórico. En esta ocasión no podía hacer más que indicar por medio de unos pocos ejemplos e ilustraciones, cómo la Vulgata puede ser considerada una fuente cabecera del sistema de gobierno prevale­ ciente en la Edad Media. Una penetración más amplia en este campo de estudio inexplicablemente descuidado, no sólo tendrá que descubrir el significado exacto de los términos utilizados en la Vulgata, sino también investigar el verdadero contexto en que términos pertenecientes a la es­ fera de la ciencia del gobierno fueron utilizados en la Vulgata y qué uso -¿o abuso?- se hizo de ellos en la Edad Media. A partir de esta tarea urgente hay que investigar la exactitud del uso real, y en forma muy tentativa se puede sugerir que hubo algunas discrepancias perceptibles entre el principio de gobierno supuestamente fundado en la Biblia y la Biblia original, no adulterada por la infusión del elemento latino. Ade­ más, un examen detallado también deberá resaltar aquellos puntos que187

187. Para la opinión moderna de que la Biblia tiene primariamente validez jurídica, cfr. Pío X ll en Acta Apostolícete Seclis, XXXV, 1943, pp. 309 s.

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monárquicos papales no fueron de hecho - y no sólo en te o ría - prepara­ dos ad hoc o arm ados precipitadam ente, sin o que se p resen taban com o la respuesta m adura y deliberada de la cancillería im perial. Tal com o estaba, puesto a prueba por un oponente extrem adam ente b ien equipa­ do, ¿cóm o hizo Federico para contraatacar? Sus argu m entos bien pue­ den ser tom ados com o la m editada respuesta por parte de toda la ideo­ logía de los H ohenstaufen. Más aun, ningún otro rey o em perador antes que él había tenido una "experiencia" tan larga con la curia papal y su estructura ideológica como la tuvo Federico: en su juventud fue, por así decirlo, am am antado en el regazo de Inocencio 111, a quien debía m uchos de sus propios razona­ m ientos; se había em bebido de la propia atm ósfera de la ideología papal y había actuado con su m ism o espíritu, com o m ostró su legislación más tem prana; se había enfrentado a G regorio IX en el prim er d u elo en 1227, y había obtenido una experiencia invalorable a través de las largas ne­ gociaciones y vicisitudes de los años treinta. N o es una exageración de­ cir que difícilm ente hubo algún otro soberano en la Europa medieval que, en virtud de su m uy largo reinado, pudiera haber acum ulado una experiencia tan vasta, una com prensión tan plena y un conocim iento tan íntimo de las form as de pensar de su oponente com o lo hizo Federico, Está claro, por lo tanto, que esta ventaja es de un valor inestim able en una contienda basada casi exclusivamente sobre el punto de vista ideoló­ gico. Cuando ahora tomamos en cuenta que el papado de los tiem pos de Federico no produjo ningún elem ento nuevo, no introdujo novedades, y se m ovió com pletam ente dentro los límites de su propio - y an tig u o programa, bien podemos tener derecho a esperar una igualmente madura y meditada réplica por parte de su oponente. Hay una consideración adicional aplicable sólo a Federico. Aunque sería difícil negar que sus predecesores, especialm ente su abuelo -co m o también los Salio s-, tuvieron hábiles asesores, Federico pudo convocar toda una cam ada de consejeros y expertos d e prim era clase, precisa­ mente en este cam po ideológico. Ellos tam bién, al igual que él, habían sido testigos y actores por un tiem po considerable; ellos eran los atentos, receptivos y perspicaces estudiosos de las leyes que produjeron esa mez­ cla de estadista diplom ático y experto jurista, y gozaban de la confianza de su señor en un nivel inigualable. Ellos fueron, en una palabra, los consejeros más experim entados, m ejor preparados y más capaces, que bien podían ser la envidia de cualquier gobernante en el siglo X III, o sobre ese tema en cualquier otro siglo: ¿qué corte europea tu vo una ga­ laxia sem ejante de talento a su disposición? Afables, dóciles, versátiles,

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m aestros perfectos de la palabra escrita y hablada, flexibles y rápidos para captar alguna grieta en el argum ento del oponente, en resum en, hom bres capaces en los que Federico fue afortunado al confiar, hom bres que casi habían nacido para la posición que ocuparon. A dem ás, si bien independientem ente d e las condiciones específicas prevalecientes en la corte de Federico, la actitud en las otras cortes euro­ peas no era de ninguna m anera de servilism o h a d a la corte o la cau sa papal. Si en algún m om ento hubo una atm ó sfera que prima facie estaba inclinad a a favorecer la causa del em perador, fue entonces. Los av an ­ ces p rácticos q ue el papado de Inocencio hab ía hecho a principios del siglo, no h icieron apreciar de ningún m od o el program a hierocrático p apal a aquellos todavía involucrados en el tem a, y esto totalm ente aparte del -u n o estaría casi tentado de d e c ir - antagonism o natural del ep isco p ad o hacia el papado. El terreno, sin duda, estaba fértil para acep­ tar los argum entos imperiales: com o el propio Federico lo señaló en m ás de una oportunidad, su causa era la causa de todos los soberanos secu ­ lares. La receptividad del terreno para el "razonam iento secu lar" debe ser tom ada en cuenta, si se quiere valorar el Z eilgeisl y evaluar la fuerza y la eficacia de los argum entos de Federico. En sum a, entonces, el escenario no era de ninguna manera desfavora­ ble para el em perador H ohenstaufen en los años decisivos de 1239-1240 y 1245. En consecuencia, la pregunta es: ¿cóm ose manejó, de hecho, equ i­ pado com o estaba, asesorado com o estaba, y estando favorecida su causa por lo propicio del momento, frente ai destructor ataque lanzado por el papado contra él? Que el papado se basó sobre su tradicional aplicación de la pleitititdo potestatis con todas su s concom itantes consecuencias; que actuó dentro de la estructura de su status m onárquico hierocráticam ente concebid o; que los papas invocaron los om nicom prensivos poderes de atar y desatar com o la base legal para sus sentencias concebidas ju ríd ica­ m ente; y que, sobre todo, la posición imperial m ism a.-fruto ideológico de la m ente p a p a l- ofrecía al papado un fácil blanco, todo esto es tan con o­ cido que no necesita ningún com entario. C om o el papado obró de acuer­ do a estas prem isas, uno espera razonablem ente que la respuesta de Fe­ d erica se concentrara en ellas: es inútil atacar a un oponente sobre sus flancos, o en su periferia; un ataque meritorio debe estar dirigido contra el núcleo, contra la sustancia, es decir, de acuerdo a las prem isas m ismas. Porque si son correctas, sus consecuencias tam bién deben serlo. Por lo tanto, el único cam ino que prom etía una esperanza de éxito era dem oler las bases sobre las que funcionaba el papado. Y éstas no eran, com o ya señalé, de ninguna manera nuevas.'

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Sin embargo, una lectura cuidadosa de los manifiestos, encíclicas, protes­ tas, etc, de Federico en esos años decisivos de 1239-1245, produce algunos resultados extraños. En primer lugar, revelan una escasez muy real de razo­ nes y argumentos ideológicos. A pesar de estar hábilmente concebidos y planeados, y aunque estaban m uy preparados para causar efectos propa­ gandísticos, contienen, en com paración con su abundancia en detalles fácticos, extraordinariamente poco que pudiera ser catalogado com o ideo­ lógico o fundamental en su concepción. Y lo que se encuentra está casi ocul­ to en medio de un tumulto de vituperaciones y acusaciones. En segundo lugar, al tratar la esencia de la posición papal, no hacen una exposición argumentativa - y por cierto esto era necesario si se debía atacar en forma decisiva la esencia básica del punto de vista p apal- sino que se contentan con meras afirmaciones, sin inten tar profund izarlas o reforzarlas con algún material, fácilmente obtenible. N o obstante, aun en su exigüidad, los argu­ mentos de Federico nos permiten echar un vistazo a stts concepciones, por poco constructivas que puedan ser consideradas, o por poco novedosas que fueran. Y esto me parece el rasgo más significativo de la posición de Federico, a saber, que el ataque papal no provocó una respuesta dentro de los límites del programa papal mismo, en otras palabras, no atacó el tema hierocrátrico en sus propias bases, aunque el bando antipapal tenía, por un lado, al menos dos siglos en los cuales una réplica efectiva podía haber sido formulada y, por otro lado, tenía específicamente en Federico II y en sus consejeros la mejor garantía de un ataque enérgico efectivo. Cuando in­ cluso bajo esos presupuestos, en esas abrumadoras situaciones en las que Federico debía encontrarse, no se pudo lanzar ningún contraataque que valiera la pena, parece en verdad legítimo preguntarse: ¿existía, a media­ dos del siglo XIII, una posibilidad de asestar ese golpe enérgico? Podemos posponer la respuesta a esta pregunta entcial -la que me parece la faceta realmente significativa de este Letzter Waffengang [último duelo] entre el papado y la casa de Suabia hasta que hayamos examinado algunas de las más pertinentes declaraciones hechas por Federico II.

II Dos líneas de argum entación se pueden detectar en las protestas públicas de Federico, y am bas convergieron en el mismo cauce. La prime­ ra línea de ataque consiste en la exposición que hace Federico de la depra­ vación moral de los papas: prevaricación, ingratitud por los servicios que él les había prestado, corrupción e intrigas; incitación al perjurio, engaño

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y fraude, aliarse con herejes, sem brar la discordia y la guerra civil, etc. Esta bajeza m oral por parte de los papas los inhabilita para ocupar el puesto que ocupan: son, por lo tanto, incom petentes para actuar com o papas' y no pueden alegar que sus juicios son juicios de un judex competens o de un judex justus. ¿Cóm o podía ser ju sto un juez que per inhu martitatis opera non solum a divinitate sepossitus, set humanitate d is c re ta s .e t non proutsancti per fidem regna vicerunt, set perfidiam et perjuria predicans universis?12 [por sus obras de inhumanidad, no sólo fue separado por la divinidad, sino también apartado de la humanidad... y no como los santos que conquista­ ron los reinos por medio de la fe, sino mostrando a todos perfidia y perjurios]. D e allí que los papas hayan perdido el derecho a emitir órdenes y a exigir respeto para sus veredictos. Es el defecto personal de los papas -v isto en un nivel completamente m oral- el que les impide exigir obediencia. Por ello, Federico está ansioso por subrayar su adhesión a la fe ortodoxa y por afirm ar su más pleno respeto por el cargo papal com o tal. Él distingue, por consiguiente, entre el cargo papal y el papa como individuo: Illu m habere preterea C h risti vicarium et su ccessorem Petri ac dispensatorem animanim fideliiun indigne fatemur non ob dignitatis injuriam, sed ob persone deffectum, [Además, confesamos que él es en forma indigna vicario de Cristo y suce­ sor de Pedro, y administrador de las almas de los fieles, no por deshonor en la dignidad, sino por defecto de la persona]

1. Sobre esta conclusión estaba basada la apelación de Federico a los carde­ nales para un concilio general, Cfr. M.G.H. Const, II, 290, n. 214. 2. Ibíd., p. 292. Cfr. p. 296: "Per talem, quem mérito judicem non habemus, nullam posse fieri reputamus injuriam, utpote cum se prius inimicum capitalem quam judicem nostrum et opere fuerit professus et verbo, rebelles nostros et hostes imperii publice confovendo" [Consideramos que no puede haber ningu­ na injuria por semejante (persona), a quien merecidamente no tenemos por juez, en cuanto se ha declarado, tanto por obra como por palabra, más bien enemigo capital que juez de nosotros, animando públicamente a nuestros rebeldes y a los enemigos del imperio].

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prima facie no tienen nada que ver con la tesis descendente, o que incluso pueden ser opuestos a ella. Otro campo de investigación será el análisis de aquellas partes de la Biblia que atrajeron a los gobiernos medievales en m ayor medida que otras, y a partir de allí preguntar por qué hubo un especial interés en ciertos libros de la Biblia a expensas de otros. ¿Cuán­ to se utilizó la alegoría en la Biblia, cuánto lo puramente conceptual, cuánto lo táctico? La semántica sin lugar a dudas jugará un papel im ­ portante en estas investigaciones, pero la sem ántica por sisó la no pu e­ de resolver todos los problemas a los que nos enfrenta esta fuente del pensam iento político. Se deberá prestar especial atención a las apro­ piaciones y alusiones literarias, en especial en los códigos legales, en la literatura legal, y en los formularios legales del período más temprano, que fueron tan ampliamente los incubadores y transmisores al período posterior de un pensamiento más o menos incontaminado. De aquí en más quedan abiertos problemas adicionales, en parte geográfica, en parte cronológica y en parte temáticamente: ¿En qué partes de Europa occidental, en qué períodos, en qué temas se puede ver en funciones la influencia de la Biblia sobre principios de gobierno? ¿Cóm o estaban equipados aquellos que intentaron transformar temas bíblicos en teo­ rías de gobierno? ¿Qué papel cumplió Casiodoro en este proceso? ¿Qué puntos de la ciencia gubernamental fueron más susceptibles, y cuáles menos? ¿Qué papel jugó la Vulgata y su romanismo en la separación de las Iglesias orientales, y en qué medida se pueden atribuir sus diferentes puntos de vista sobre una cantidad de principios de gobierno a los idio­ mas diferentes (es decir, no latinos)? ¿Por qué en los países escandinavos es posible encontrar mucho menos de aquellos principios de gobierno con los que otros países occidentales estaban completamente familiarizados? Todo un racimo de preguntas se presenta a la mente investigadora, y no puede haber duda legítima alguna de que las respuestas a esas pre­ guntas contribuirán sustancialmente a un m ejor entendimiento y a una explicación más satisfactoria de la Edad M edia. 2 u neuen Ujern lockt ein m uer Tag [Un nuevo día atrae hacia nuevas riberas].

Algunas reflexiones sobre la oposición de Federico II al papado*

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a presente ocasión puede ser quizás una buena oportunidad para preguntamos hasta qué punto las acusaciones de Federico II contra el papado de su época estaban justificados en motivos ideológicos gene­ rales. Es decir, las razones de Federico para no aceptar los veredictos papales, ¿atacaron la posición esencial del papa? En otras palabras, los argumentos esgrimidos por él ¿fueron aptos para dar el pretendido golpe decisivo contra la posición ideológica del papado? Sus argumentos ¿ata­ caban la doctrina papal en su propio terreno? Hacer estas preguntas parece ser algo de suma importancia puesto que el conflicto entre él y el papado tuvo lugar virtualmente al final de una larga lista de batallas notables entre los dos contendientes. El papado bajo Gregorio IX e Inocencio IV no produjo argumentos nuevos; no se expresaron opiniones originales o desconocidas hasta entonces; aunque los argumentos fueron presentados con la mayor fuerza y estaban formulados más incisivamen­ te, la línea ideológica del papado se mantuvo completamente dentro de la estructura que la tradición había delimitado. Es justificado suponer que los argumentos de Federico contra el ejercicio de los auténticos poderes

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* "Som e reflectíons on the opposition of Frederik II to the Papacy", en Ullmann, YV., Scholarship and Politics in the Middte Ages, Collected studies, Variorum Reprints, Londres, 1978, pp. 3-26. (Traducción: Giselle Gorbarán y Martín D'Alessandro. Revisión y traducción del latín y alemán: Gustavo D. Corbi.)

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e inm ediatam ente después declara: D effectum et prevaricationem ipsius in ülo dotem us... itaque non miretur universalis ecclesia nec populus Christianus, sí nos tales sen­ tencias ju d iéis non verem ur, non in contem ptu p a p a lis o ffic ii vel apostolice dignitatis, cui omnes ortodosse fidei professores et nos specialius ceteris subesse fatemur, sed persone prevaricationem arguimus, qui se solio tanti regiminis monstravit indignum.-1 [Lamentamos en él su defecto y prevaricación... en consecuencia no se admiren la Iglesia universal y el pueblo cristiano si nosotros no respeta­ mos tales sentencias del juez, no por desprecio del cargo papal o de la dignidad apostólica a la cual todos los que profesan la fe ortodoxa, y nosotros más especialmente que los demás, confesamos estar sometidos, sino porque probamos la prevaricación de la persona, que se ha mostrado indigna del trono de un gobierno tan excelso]. Esta línea de argum entación es tan característica de la protesta de 1239 com o del manifiesto del 16 de m arzo de 1240. Aquí también el punto principal, entre una gran cantidad de detalles tácticos, es la depravación moral de Gregorio IX. Después de declarar que Nos autem, quia processum huiusmodi temeritate plenum et justitia vacuum habebamus, ad confratres suos litteras et legatos transmisimus generale petentes convocan concilium, in quo judicis corruptinequitiam ac imperii nostri justitiam et innocentiam nostram argumentis arguere luce clarioribus spondebamus, [Pero nosotros, porque considerábamos a este proceso lleno de temeri­ dad y vacío de justicia enviamos a sus hermanos y legados cartas que pedían la convocatoria a un concilio general en el cual prometíamos de­ mostrar con argumentos más claros que la luz la relajación de un juez corrupto y la justicia de nuestro imperio y nuestra inocencia] exclam a:

3. Ibíd., p. 297, lineas 22 ss.

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Attendite igitur et videte, si sunt ista facía papaüa, si sunt hec opera sancti latís, rnuntium exponere, nostram conculcare justitiamet secundum Mediolanensium faciem judicare!4 [¡Considerad, por lo tanto, y observad si estos hechos son papales, si éstas son obras de la santidad: abandonar el mundo a la deriva, conculcar nuestra justicia y juzgar según la apariencia de ios milaneses!]. El contenido de este ataque fue, por lo tanto, la indignidad personal de Gregorio IX, un defecto que le quita valor legítim o a sus acciones gubernamentales. Sin embargo, mientras que el modo de argum entación en 1239-1240 se limitaba a la inhabilidad personal de Gregorio IX, en 1245 somos testigos de un cam bio notable de la fundamentación de Federico. En verdad, la faramalla de quejas sobre la depravación del papado todavía se oyen,56pero ocupan una posición bastante subordinada. Lo que ocupa ahora el primer plano es la focalización en el cargo papal. Esta segunda línea de ataque culm ina en la afirmación de que el papado había transgredido las funcio­ nes propias del cargo papal, habiendo por consiguiente actuado ultra vires [más allá de su poder], Él declara que estaría preparado para aceptar los veredictos papales, si el vicario de Cristo hubiese actuado como viccs C hristi [en lugar de Cristo] e imitado el ejemplo de su predecesor San Pedro.hPero, ¿qué eran los vices C lin stil Federico da una respuesta perfectamente clara: consisten en la potestas in spirítualibus plenaria [poder pleno en lo espiritual] de modo que, incluso si el papa fuese un pecador, sus sentencias dentro de

4. Ibíd., p. 310. 5. Cfr., por ejemplo, el manifiesto de fines de 1245, en el que esta queja ya está extendida a todos los clérigos: "Porro qui clerici nunc censen tur, patrumelemosinis inpinguati filiosopprimunt ¡psique nostrorum filii subditorum patriecondicionis obliti nec imperatorem nec regem aliqua veneratione dignantur, quociens in paires apostolices ordinantur" (E. Winkelmann, Acia Impertí inédita, Innsbruck, 1885, II, 50 n. 46) [Además, los que ahora son considerados clérigos, engrasados con las limosnas de los padres, oprimen a ios hijos y los propios hijos de nuestros súbdi­ tos olvidados déla condición paterna no se dignan dar alguna reverencia ni al rey ni al emperador, cada vez que son ordenados padres apostólicos]. 6. Const. II, 362, n. 262, líneas 7 ss.: "Si denique Christi vicarius Christi vices impleverit et si predecessoris Petri successor eiusdem imitetur exemplum..." [Finalmente, si el vicario de Cristo hubiese cumplido el papel de Cristo y si e! sucesor del predecesor Pedro imitase su ejemplo...].

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los lím ites de sus fu n cio n es com petentes p rod ucen efectos autom áticos en la tierra y en el cielo, p e ro ni la ley divina ni la h u m an a sugieren, ni siquiera en lo m ás m ín im o , q u e el p ap a p u ed a q uitar im p erio s o p u ed a dictar s e n ­ tencias temyoraliU’r. En otra p alabras, la queja de F ed erico es q u e el papa h a asu m id o la potestas in lem poralibus [poder en las cosas tem porales] y para esa u su rp ació n n o se p u ed e encontrar ju stificativ o en n in g ú n lado. C ite ­ m os este sig n ificativ o pasaje: N am etsi nos nostre catholice fidei debito suggerente m anifestissim e fateamur, colla tam a Dom ino sacrosancte Rom ane sed is antistiti plenariam potestatem in spiritualibus, quantum cum que quod absitsit ipsepeccator, ut quod in térra lig av e ritsit lig atu m in ce lis, e tq u o d solv eritsitso lu tu m , nusquam tam en legitur divina sibi vel hum ana lege concessum , quod transferre pro libito possit im peria aut de puniendis tem poraliter in privacione regnorum regibus aut terre principibus ju dicare.7 [Pues, aunque nosotros confesemos en la forma m ás manifiesta, como lo exige nuestra fe católica, que el Señor otorgó al obispo de la sacrosanta sede rom ana plena potestad en las cosas espirituales, por más pecador -¡D io s no lo qu iera!- que él sea, de m odo que lo que haya atado en la tierra quede atado en el cielo y desatado lo que haya desatado, sin em bargo, en nin­ guna parte se lee que se le haya concedido por ley divina o hum ana el poder a su arbitrio transferir los imperios, o castigar a los reyes temporales privándolos de sus reinos, o juzgar a los príncipes terrenales.] So b re este p re su p u e sto , la p reten sió n p ap al n o p o d ía tener ninguna v alid ez p ara p riv a rlo de su carg o de em p erad o r. P o r su p u esto , la "c o n ­ sa g ra c ió n " im p e ria l p e rte n e ce por d erech o al pap a, p e ro e sto no im plica

7. Ibíd., líneas 11 ss. Cfr., además, p. 365, líneas 12 ss.: "Spirituales autem penas per sacerdotales nobis penitentias indicendas, tam pro contemptu clavium quam pro aiiis transgressionis humane peccatis, nedum a summo pontífice, quem in spiritualibus patrem nostrum et dominum profitemur, si tamen ipsenos filium debita ratione cognoscat, sed perquemlibet sacerdotem reverenter accipimus et devote servam us" [Pero aceptamos con reverencia y observamos con devoción las penas espirituales que se nos inflijan por medio de penitencias sacerdotales, tanto por el desprecio [del poder] de las llaves como por otros pecados de trans­ gresión humana, no sólo por parte del sumo pontífice, a quien confesamos como nuestro padre y señor en las cosas espirituales, si él sin embargo nos reconociese con justa razón como hijo, sino por parte de cualquier sacerdote].

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el derecho posterior de deponer al emperador.89Aun m ás, incluso si supo­ nem os, sin adm itirlo, que el papa tenga ese derecho, no puede ser que proceda, dentro de los lím ites de la plenitudo potestatis, "n u llo prorsus ordine ju ris" [sin tener absolutam ente en cuenta el orden jurídico] con­ tra aquéllos "q u os asserit sue jurisdictioni su b jectos" [de los que afirma que están sujetos a su jurisdicción]. A hora bien, cualquiera fam iliarizado con los razonam ientos y las doctrinas papales verá de inm ediato que estas objeciones y argumentos de Federico eran endebles, tan endebles de hecho que no sólo no pudie­ ron producir ninguno de los efectos propagandísticos deseados, sino que tam poco tocaron la esencia de la ideología papal. Porque, para com en­ zar con la prim era línea de ataque, la depravación m oral de un papa no fue considerada, en ninguna época del cuidadoso pensam iento papal, com o que afectase la función papal o privase de validez a sus actos. En realidad, esa objeción había sido im plícitam ente anticipada ya m ucho tiem po antes por León I quien, al designar al papa com o el in d ig n as heres de Pedro, hizo con toda la claridad posible esa mism a distinción entre el cargo y la persona del ocupante del cargo, en la que Federico basó su línea estratégica de ataque en 1239-1240. De acuerdo con la -p o r enton­ ces in d u d able- opinión tradicional, los m éritos o dem éritos personales del papa no contaban para nada: sus actos gubernam entales eran tan legítim os com o válidos, así hubiesen sido dictados por un santo o por un villano. La historia del papado m edieval confirm aría de hecho que esta distinción leonina siem pre fue eficaz: lo atestiguan Juan XII en el siglo X o los papas de m ediados del siglo X I ’ Esta opinión también fue

8. Ibíd., p. 362, líneas 17 ss.: "Nam Iicet ad eum de jure et more majorum consecrado riostra pertíneat, non magis ad ipsum privacio seu remocio pertinet quam ad quoslibet regnorum prelatos, qui reges suos, prout assolet, consecran! et inungunt" [Pues aunque a él por derecho y por costumbre de nuestros ma­ yores le corresponda nuestra consagración, sin embargo no le corresponde la privación o remoción más que a cualquiera de los prelados de los reinos, que consagran y ungen, como es costumbre, a sus reyes], 9. Había que dar uno o dos ejemplos, y deliberadamente los he elegido del siglo XI. Cfr., por ejemplo, León IX escribiendo al patriarca de Constantinopla (P.L., CXLIII, 766, cap. 35): "Profecto sumus qualis Petrus, et non sumus qualis Petrus, quia Ídem sumus officio, et non Ídem mérito... Ac si merítum Petri non habentes, ofpcium autem Petri exsequentes, officio uostro débitos reposcimus ho­ nores... ita quod male vivimus, nostrum est. Quod verobona dicimus, cathedrae, cuius occasione necesse habemus recta predicare... non proptér nos in loco Petri

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expresada de m anera perfectam ente clara - y luego se convirtió en le y por Hum berto, quien declaró que sólo por herejía podía ser juzgado el papa, pero no por otro crim en.10 Y en la literatura canónica de los siglos X ll y XIII hay profusión de discusiones concernientes a las fallas indivi­ duales, personales del papa, por un lado, y a su no obligación de rendir cuentas, por el otro. Esta distinción entre el cargo y la persona pertenecía aleiserner Besland [intangible inventario] del razonam iento papal. Por lo tanto, al enfatizar la distinción entre el cargo y la persona, Federico usó de hecho uno de los argum entos papales más apreciados y adoptó la m ism a forma de argum entación papal. El papa hereda el cargo petrino - y no la santidad personal o los m éritos personales de san Pe­ d ro-, y las acciones ejecutadas dentro de los lím ites de su cargo son, conceptualmente, las acciones de Pedro, a quien personalmente le fueron *26

despiciat, quia ex cathedra eius, cui auctore Deo, qualescumque praesidemus, debita sibi jura nostrum officium reclamat". [Ciertamente, somos como Pedro y no somos como Pedro, porque somas iguales por el cargo y no somos iguales en mérito... Y si no tenemos el mérito de Pedro, pero ejercemos el cargo de Pedro, exigimos los honores debidos a nuestro cargo... de modo que lo que vivimos mal es propio nuestro. Pero lo que decimos de bueno es propio de la cátedra, por la cual es necesario que prediquemos lo correcto... Q ue no se nos menosprecie a causa de nosotros en el lugar de Pedro, porque en razón de su cátedra, cuyo autor es Dios, de cualquier modo que presidamos, nuestro cargo reclama los dere­ chos a él debidos]. (El término qualiscumque que señala los deméritos personales del ocupante individual del cargo ya había sido usado por Gelasio I, en su Ep. 26 cap. 11, en A. Thiel, Epislolae Romimoritm Pontificum genuinae, Braunschweig, 1862, p. 407 Avellana, Ep. 95, cap. 58, in C. S. E. L., XXXV, 390): "Qualescum que pontífices, etsi errare humanitus accedente..." [Los pontífices, de cualquier cla­ se que sean, por más que, conforme a la naturaleza humana, sobrevenga un error...]). San Pedro Damián dice en su Líber gratissintus (M.G.H., Lib. de lite, 1,31, líneas 9ss.): "Licetpersona prorsus indigna inveniatur, officium lamen, quodutique bonum est, competens aliquando gratia concedatur". [Aunque la persona sea totalmente indigna, sin embargo, concédase por gracia el cargo que le corres­ ponde, que por cierto es bueno]. De hecho, León IX había estigm atizado con claridad inequívoca a algunos de sus predecesores inmediatos en el cargo, asemejándolos a "mercinariis et non pastoribus, a quibus sua, non quae sunt Jesu Christi quaerentibus, devastata [Romana ecclesia] jacebat miserabiliter hactenus'' (Ep. cit., col. 779). [Mercenarios y no pastores, que buscan sus cosas y no las que son de Jesucristo, y por los cuales yacía hasta entonces miserablemente devastada la Iglesia romana]. 10. VV. Ulimann, en S íiií/i Gregonam, iv, 1952, pp. 111 ss.

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o to rg ad o s los vices C hristi. Las co n sid eracio n e s referentes al m érito p erso ­ nal d el p o seed o r d el carg o n o co n ta b a n . C o m o ahora v erem o s, el a ta r y d e s a ta r d el papa p ro d u ce e fe cto s a u to m á tic o s e n la tierra y en el c ie lo , y e llo ab so lu ta m e n te sin tener e n c u e n ta si ese atar y d esatar se refiere a co sas esp iritu ale s o tem p orales: la a cció n o b je tiv a, d esp erso n alizad a que su rg e d el carg o es, seg ú n el ra z o n a m ie n to p ap al, la q u e m erece a te n ­ ció n , y ello in d ep en d ie n te m e n te p o r co m p le to d e la excelen cia o la v ile ­ za d e q u ien h ay a h ered ad o e so s p o d eres. En su m a, el ejercicio d e los p o d e re s era in d ep en d ien te d e la p e rso n a . El ju icio , sen te n cia, vered icto, o rd en , m an d ato , d ecreto , etc. d e l pap a, e ra co n sid era d o seg ú n el razo ­ n a m ie n to papal, totalm ente e n un p lan o o bjetiv o: una v ez em itido d ejaba d e tener toda co n exió n con la p e rso n a lid a d su b je tiv a d el o cu p an te d el carg o . El ju ic io , etc. e m an ab a d e l c a rg o y n o d e la p erso n a. La ex clam ació n de Fed erico -" A t t e n d it e et v id ete si su nt ista facta p a p a lia , si su n t h ec opera s a n c tita tis " '1 [A ten d ed y o b serv ad si éstos son h e ch o s p ap ale s, si é stas son o b ra s d e s a n tid a d ]- ind icaría en co n se cu e n ­ cia, un a, en c ie rto m o d o , g rav e e q u iv o ca c ió n sobre la fu n ció n p ap al en su c o n ju n to . Es decir, su o p in ió n es q u e las a ccio n es d el papa d eben e sta r en con so n an cia con su “sa n tid a d m o r a l". P o r cierto , F ed erico toca a q u í u n o d e lo s p u n to s m ás im p o rta n te s , a saber, la su p u esta santid ad d el p ap a: op era san ctitatis. La tesis d e q u e el papa era u n san to , al que u n o se d irig ía com o san ctu s p a tc r o sa n ctita s vestra y fo rm as sim ilares era un an tig u o G en dan ken gu t [id eario] p ap al. Tenía un d istin g u id o lin aje, q u e lleg ab a h asta fines del sig lo V, y G re g o rio V il le h abía d ad o un lugar p ro m in e n te en su D ictatus P ap a e (o" 2 3 ). A u n q u e F ed erico estaba bien a co m p a ñ a d o , co m o v erem os e n 'u n m o m e n to , al p o n er de relieve la s a n ­ tidad perso n al d el papa, esta p o sició n , sin em bargo , m ostraría alg u n o s serios m alentend id os acerca de lo que el p ap ad o atribuía al carácter sanctu s 1

11. Versuprtl, n. 4. Cfr. también su discurso a los cardenales: "Verum si obicií, nos, quod absit, minus de fide recle sentiré, possum us et nos replicare, apostolicum contra fidem venire, qui cum sit iliius vicarius, quí cum maledicebat, cum pateretur, non comminabatur, non debuit ex abrupto nos malediccionum jaculis propulsare. Sic cum Deo non sentit, qui cum Deo non facit". [Pero si él objeta que Nos -¡qu e así no suced a!- pensamos en forma menos recta en cues­ tiones de fe, podemos también nosotros replicar que el sucesor del Apóstol peca contra la fe, pues por ser vicario de Aquél que al ser injuriado en su pasión no proferta amenazas, no debió rechazamos bruscamente con dardos de maldiciones. Así no está de acuerdo con Dios quien no obra con Dios] (Winkelmann, Acta, cit., 1, 314, líneas 37 ss.)

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del papa. Esta calificación de sanctus del papa no tiene nada que ver con el significado litúrgico del término: la sanctitas del papa es nuevam ente de carácter objetivo, y sólo se puede entender a partir de los efectos que producen las decisiones papales. Esta designación expresa clásicam ente los efectos autom áticos del ejercicio de los poderes de atar y desatar: todo lo que el papa, en su carácter de heredero de los poderes petrinos, ate en la tierra será atado autom áticam ente en el cielo, produciendo por consiguiente efectos autom áticos en el cielo. En tal carácter, el papa tjua papa está con un pie en el cielo y otro en la tierra: es en verdad el Sclmittpunkt [punto de intersección] entre el cielo y la tierra. En otras palabras, el cargo y las funciones que contiene hacen del papa un sanctus, porque sus decisiones afectan (o se decía que afectaban) el orden mismo del cielo. Todo esto pertenecía al pensam iento papal tradicional,12 y es por eso que en nu m erosas d eclaracion es papales, m ucho antes de Inocencio IV, leemos que el papa tiene el "ju s apostoiicum , quod et coelis im peratet terris" [el derecho apostólico que m anda tanto en el cielo com o en la tierra].13 La prueba de esta calificación del papa com o sanctus des­ cansa en el exclusivo derecho papal a la canonización, es decir, en su derecho a agrandar el núm ero de aquellos que eran corregentes con Cristo en el cielo, que eran objeto de una veneración particular, y que tenían un lugar especial en la liturgia de la m isa.14 Pero lo que es necesario poner de relieve es que este carácter de sanctus tiene una connotación exclusi­ vam ente jurídica, al referirse com o lo hace a los efectos autom áticos del

12. Cfr. W. U llm ann, "Rom anus Pontifex indubitanter efficitur sanctus: D. P. 23, in retrospect and prospect", en el volum en VI de Studi Gregoriani, pp. 229-264. 13. Ver, por ejemplo, 200 años antes de la época en discusión, de Clemente II su Ep. 8, P.L., CXLII, 589. 14. Para un punto de vista correcto ver E. W. Kem p, Canonizalion and aulhority in the Western Church, Oxford, 1948, pp. 64 ss., esp. pp. 70-71 y 79-81. Cfr. adem ás R. Klauser, "Zur Entwicklung des Heiligsprechungsverfahrens", en Savigny Zeitschrift, Kan. Abt. XL, 1954, pp. 85 ss., en 99 ss., y M. Schwarz, "Heiligsprechungen im 12. Jahrhundert", en Archín f. Kutturgesch., XXXIX, 1957, pp. 43 ss., en 58 ss. La opinión insostenible de S. Kuttner ("La reserve papale du droit de canonisation", en Revue hislorique de droit français et étranger, XVII, 1938, pp. 172 s.) es el resultado de dar una atención inadecuada a los poderes del papa de atar y desatar, que son, después de todo, la crux materiae. Sobre esta mala interpretación de Kuttner cfr. Kemp, op. cit., pp. 102-104 y Klauser, art. cit., p. 100 n. 35. '

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a ta r y d esa ta r p a p a l e n sed e ju d icia l. Q u e el p a p a era un san ctu s en ese s e n tid o , se d ed u cía p o r su tom a d e p o sesió n d e la heren cia d e P ed ro , y p o r la a d o p ció n d e eso s m ism o s p o d e re s p etrin o s que p ro d u cen eso s e fe c to s a u to m á tic o s e n el cie lo . E ste c a rá c te r d e l c a rg o , es d ecir, la p etrin id ad d el carg o , es el q u e co n fiere la srmcfifns, al m en os d e acu erd o a la a rg u m en ta ció n p apal. L o q u e h iz o F e d e ric o , sin e m b a rg o , fu e c o n sid e ra r e sta sa n a d la s n o e n e l p lan o e n el cu a l el p ap ad o le d io al té rm in o s u n a tu ra le z a p a rtic u ­ lar, s in o e n e l n iv e l d e u n a sa n tid a d m o ra l, e x p o n ie n d o el c o n ce p to , p o r c o n s ig u ie n te , a u n a e v a lu a c ió n p u ra m e n te s u b je tiv a . A u n q u e m a lin te rp re tó la e se n cia d e e ste ca rá cte r, é l - o s u s e cre ta rio le g a l- to m ó se g u ra m e n te c o m o m o d e lo a G ra cia n o d el sig lo p re c e d e n te . Al p re s e n ­ tar su D ist. 4 0 d e l D ecretu m , q u e trata d e la re sp o n sa b ilid a d (o d e su a u s e n c ia ) d el p ap a - " p a p a a n e m in e ju d ic a tu r " [el p ap a n o es ju z g a d o p o r n a d ie ]- el m o n je b o loñ és d eclaró , v irtu a lm e n te en d irecta o p o sició n a la d o ctrin a p a p a l, que N on enim loca, sed vita el m ores saneItmi faciu n l sacerdotem . Unde ex suscepto o fficio non liceotiam peccandi, sed necessitatem bene vivendi se nov erint assecu tos.15 [Pues no los lugares, sino la i ’ida y las costum bres hacen santo a un sacerdote. De allí que, una vez recibido el cargo, deben saber que han obtenido no perm iso para pecar, sino la necesidad de vivir correctam ente.] E sta o p in ió n está tan alejad a co m o la d e F ed erico d e una correcta a p re cia ció n d e l p u n to de v ista p ap al o, p ara el c a so , com o la d e los ú lti­ m o s o p o sito re s p a p a le s.16 Es v irtu a lm e n te lo co n trario d e lo que h ab ían e x p re sa d o los p ap as sobre e ste tem a. P u es la o p in ió n su b jetiv a es el sello d e e sta tesis a p a p a l (que se c o n v e rtirá , d e h e ch o , e n u n arg u m en to an tip ap al con el correr d el tiem po): la o p in ió n d e que el com p o rtam ien to

15. Graciano: Dict. a.c.l, Drsf. 40. K. Hofmann, en Der Dictatus Papae Gregors Vil, Paderbom, 1933, p. 72 ya llamó la atención sobre esta opinión equivoca de Graciano. 16. Como Juan Hus en el siglo XV: "N em o gerit vicem Christi vel Petri nisi sequatur eum in m oribus" o "papa non est verus et manifestus successor Petri, si vivit moribus contrariis Petro" (J- D. Mansi, Concil. coll. XXVH, 1210). [Na­ die hace las veces de Cristo o de Pedro si no lo sigue en las costumbres" o "el papa no es el verdadero y manifiesto sucesor de Pedro si vive con costumbres contrarias a Pedro"].

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moral del ocupante del cargo, su vita el mores, le confiere el carácter de sánelos; no necesitam os subrayar que pueden diferir en sum o grado los juicios sobre qué constituye la santidad en este sentido. Pero, por otro lado, precisam ente la fuerza d e la tesis papal consistía en que m antuvo a la sanctilas libre de la vita et mores: por el contrario, la sanctilas era la em anación del hecho objetivo de que el papa había heredado los pode­ res petrinos, ni m ás ni m enos. D etrás de las afirm aciones d e Federico - y de las de los antipapistas posteriores- se puede siem pre detectar el pun­ to de vista personal-subjetivo, sobre Pedro, Cristo, o Dios: la proyección de la opinión que los individuos tienen sobre ellos determina la respuesta a la pregunta sobre si sus representantes en la tierra actúan de acuerdo con este m odelo (preconcebido) o no. "Sic cum D eo non sentit (papa), qtii cum Deo non facit"[ Así no siente con Dios (el papa) que no obra con Dios], com o Federico mismo había declarado.17 Dentro de esta esquem a, el crite­ rio es el acuerdo, concebido subjetivam ente, del sentiré y no las funciones objetivas del cargo. Desde el punto de vista de Federico, por supuesto, esta queja tenía m ucho sentido, sólo que no tocaba la esencia del argu­ mento papal.17- Sin embargo, com o veremos, puso en el prim er plano un punto importante, un punto con una infinita variedad de aplicaciones. Por cierto, en 1239-1240 el objetivo de Federico era la remoción del pontífice, a Ira vés del m ecanism o de un concilio general. No me ocuparé aquí de la cuestión legal, respondida en parte a principios del siglo XV,

17. Ver suprn n. 11. 1?'. Es posible que Federico haya entendido también la sanctilas como la antítesis a las decisiones legales, a emitir sentencias legales, lo contrario del papa gobernando con la ley. C/r., por ejemplo, el pasaje citado sttpra n. 2: "non prout saneli perfidein regna vicerunt". Pero no insistió sobre esta opinión. Como para la mayoría de los antihierocráticos, la naturaleza jurídica, el derecho de las decisiones papales, era la piece de résislance. La negación implícita de poderes jurisdiccionales confinaría a las funciones papales a la mera persuasión, a pre­ dicar el verbunt Dei, pero esta posición no tomaba en cuenta la naturaleza del papado como, primeramente, una institución de gobierno, y toda institución de gobierno debe necesariamente actuar con leyes coactivas, el preceptúa! cooclivum, y no puede reducirse a realizar meros esfuerzos persuasivos. ¿Y por qué, dentro de esta estructura jurídica, la excomunión, o para el caso la deposición, debería ser un asunto de la jurisdicción "tem poral"? Sólo cuando el propio concepto de Iglesia hubo sufrido algunos cambios, pudo progresar la opinión antipapal; c/r. también infra n. 35. Creo, no sin razón, que Federico no tocó el tema fundamental del derecho como un ingrediente vital de h institución papal.

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de si tenía alguna validez un concilio general convocado sin la partici­ pación del papa. D e lo que sí me ocuparé es de la finalidad de este con­ cilio general propuesto por Federico, a saber, darle una oportunidad de exponer "judiéis corrupti nequitiam" [la iniquidad de un juez corrupto]. A unque esta petición pudo haber tenido alguna apoyatura histórica, no podía ajustarse ni a la ley canónica existente, ni a la opinión tradicional sobre la inmunidad del papa ante un ju icio conciliar. ¿Qué esperaba real­ m ente Federico que haría el concilio general, una vez que éste hubiese expuesto la iniquidad del papa? ¿Podía un concilio deponerlo? ¿Podía un concilio proceder a una nueva elección? Este argum ento, expresado persuasivam ente a los cardenales, fue dem asiado rudim entario e inar­ ticulado para m erecer mucho respeto. Pero más allá de esta consideración técnica, hay también otra consideración que puede bien indicar una cierta incoherencia en la m ente de Federico. Es la siguiente. En el m anifiesto de protesta contra la sentencia de deposición y excom unión, aparece una aseveración que parecería arro­ jar algo de luz sobre la incongruente m anera de pensar de Federico. La sentencia de deposición, dice, viola un principio fundam ental, porque en virtud de esta sentencia papal Im perator Rom anus, imperínlis rector et dominus m ajestatis, lese majestatis dicitur crimine condempnatus, per quam [scil. sententiaml ridiculose subicitur legi, qui legibus ómnibus cst imperialiter so'ulus, de quo temporales pene sumende, cum temporalem hominem superiorem non habeat, non sunt in hontine, sed in Deo.u [Se dice que el emperador romano, rector imperial y señor de majestad, es condenado por crim en de lesa majestad, por la cual (es decir, senten­ cia) es sometido en forma ridicula a la ley aquel que está libre de manera imperial de toda ley, y de quien se deben recibir ias penas temporales puesto que, al no tener él ningún superior temporal, no provienen de un

hombre sino de Dios]. La im portancia de este pasaje reside en que dem anda la m ism ísim a inmunidad de enjuiciam iento que él negaba al papa. Dicho de otra for­ ma: él no se sometería a ningún juicio hum ano porque está legibus solutas, que es precisam ente lo contrario de lo que él había pedido que hiciera el18

18. M.C.H. Const., II, 365, líneas 6 ss.

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concilio general, a saber, que le diera una oportunidad de desenmascarar la corrupción y depravación del papa, a fin de ju zgarlo por incapaz. Incluso en la presuposición de su dualism o, esta negativa de som eter al em perador al ju icio hum ano y la dem anda de poner al papa ante el tribunal de un concilio general, parece bastante incoherente.1’ Esta inconsecuencia es difícil de explicar. N adie com prendió com o Federico el correcto pu nto de vista teocrático, de acuerdo al cual todo el poder viene de arriba -la teoría descendente del gobierno y de la ley, com o la he denom inado en algún otro lu g a r- y de acuerdo al cual el poder es conferido por Dios al gobernante: la com unidad, ya sea un rei­ no o la iglesia universal, está encom endada al cuidado del soberano. El populas tibí commissus [el pueblo a ti confiado], com o leem os en las órde­ nes de coronación real desde el siglo IX (Benedíccional d e Freising), o la

ecclesiii nobis coiinnissa [la Iglesia a Nos confiada], com o leem os en m iles de com unicados papales desde el siglo IV, expresan m uy sucintam ente la tesis de que la com unidad bajo el cuidado del soberano no tiene nin­ gún poder para conferir el cargo de gobierno -la elección sólo designa a una persona particular para el cargo creado por D io s- ni, por lo tanto, el poder de separarlo del cargo. De hecho, la com unidad confiada al go­ bernante no está, dentro de la estructura teocrática, dotada de ninguna d ase de poderes autónom os. Vista con este trasfondo, la expresión paulina "nulla potestas nisi a D eo" [ningún poder a no ser d e Dios] asu­ m e una im portancia sum am ente práctica. De acuerdo con la tesis des­ cendente, el papa constituye él mismo un estam ento -tie n e su propio status- y no existen canales jurídicos de com unicación entre la com uni­ dad y el papa: la com unidad no tenía nada que ver con el otorgam iento del poder papal, al contrario, estaba encom endada a su cuidado. La con­ sideración de los intereses, y no de los deseos, de la com unidad es el objetivo principal del soberano teocrático. O , com o lo expresó clásica­ mente Inocencio 111, él es “medius constituios Ínter hom inem et D eum " [está constituido intermediario entre el hom bre y Dios], una expresión que pone claram ente d e relieve la opinión de que el papa ocupa un esta­ m ento propio. Federico no podía haber tenido dudas sobre esta cuestión -n ad ie lo igualaba en la com prensión de este tem a- y su apelación a un concilio general, aunque concebida com o lo estaba de m anera imprecisa 19

19. Sobre el doble vicariato de Cristo, uno en el papa y otro en el emperador, cfr. mi Growth o f Papal Government ín tile Middle Ages, Londres, 1955, p. 343 y n. 3; también Miscetlanea Hisl. Pontificiae, XVIII, 1954, en pp. l i o ss.

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en lo referente a su competencia efectiva, es un defecto grave en su ataque. Porque m antener este punto de vista significaría de hecho suscribir la tesis ascendente, según la cual el poder residía originalm ente en el pue­ blo, que actúa a través de sus propios instrum entos y órganos (elegidos o designados), tales com o un concilio general. Y esto me parece que revela la verdadera contradicción de Federico: el adherir a la tesis descendente en lo que a él m ism o se refiere y adherir a la tesis ascendente en lo que atañe al papa.20 En otras palabras, sus propias funciones com o em pera­ dor no están sujetas al juicio humano, mientras que las funciones del papa han de som eterse al ju icio de un concilio general. A estas consideraciones están íntimamente unidos aquellos argum en­ tos contenidos en lo que hem os denom inado la segunda línea de ataque. Aquí, nuevamente, aunque subrayando uno u otro elemento, la argum en­ tación sigue bastante de cerca la ideología Hohenstaufen de un dualism o de gobierno. Esto lo expresa Federico en la declaración ya aludida, res­ pecto de la potestas ¡n spirihu ilibu s plenarin del papa, frente a la potestas tu tem poraiibu s plenarin imperial. Ahora bien, esta denom inación de lo tem­ poral (secular) y lo espiritual es de origen paulino, quien en el mismísimo pasaje (1 Cor. 6,3) le había dado al papado medieval -a q u í como en m u­ chos otros asp ectos- una tesis del orden teleológico perfectamente bien constru id a. El punto de vista teleológico y cristocén trico, bastante com prensiblem ente, prohibía atribuir a lo denom inado "tem poral" nin­ gún valor autónom o o independiente, asignarle E igem verl (valor propio] o E igenstandigkeít [independencia]; el punto de vista paulino-papal era que lo "tem p oral" no tenía vida propia, pero, a fin de ser útil debía ser encauzado a un lelos, a un fin, a un fin ís . Es sim plem ente un medio para un fin, sólo en esa medida adquiere valor decisivo. Por consiguiente, desde el punto de vista papal no existía una distinción nocional entre lo "tem p o ral" y lo "esp iritu al". El punto de vista de Federico, sin em bargo, puede resum irse en la opinión (que más tarde con Dante llegaría a ser de fundamental importancia) de que el Hombre, al estar compuesto de cuerpo y alma, de materia y espíritu, necesitaba una dirección doble. Eterna provisio in firm am ento terre dúo voluit preesse regim ina, sacerdocium et imperium, unum ad tutelam, reliquum ad cautetam,

20. En su excelente trabajo Voni Iniperinni zula natioiialcm Konigtum, BerlínM unich, 1933, pp. 179 ss., H. W ieruszowski no ha visto esta dicotomía funda­ m ental en la argum entación de Federico, ni el fundam ento sobre el que descansa su posición. ,

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ul h o m o , q u i e r a l d u o b u s c o m p o n e n t ib u s d is s o lu tu s , d u o b u s retin acu lis frenaretu r.21 [La previsión eterna quiso que gobernasen dos regím enes en el firm a­ m ento de la tierra, el sacerdocio y el im perio, uno para protección, el otro para vigilancia, para que el hom bre, que está com puesto de dos cosas, fuese frenado por dos riendas.]

Esta declaración no deja nada que desear, ni en cuanto a su claridad ni en cuanto a su tema subyacente, q ue es la perfecta oposición d e la tesis paulino-papal. Esta últim a obraba ~y no podía obrar sobre otras bases, si se considera el Gesamtanspruch [exigencia global] de las norm as del cristianism o medieval, que reclam ábanla totalidad del H om bre-co n un único fin en la vida del hom bre, es decir, su salvación final; m ientras que el punto de vista im perial negaba esta unicidad del hom bre y su fin único postulando dos principios:21' el cu erp o (tem poral) tenía su propia vida, y también la tenía el alma (espiritual), y cada uno era autónom o, y para su gobierno dúo regimina fueron instituidos in firmamento Ierre. No hace falta decir que esta dicotom ía fundam ental no podía ajustarse a la perspectiva m edieval tradicional y la debilidad de esta opinión, por no decir falacia, de una distinción inexistente, aparece, quizás mejor, en la misma declaración: ¿cómo deben funcionar los dos gobiernos? Además, esta opinión se apoya im plícitam ente en la posibilidad de una neta y clara distinción nocional entre lo "e sp iritu a l" y lo "tem p o ra l", pero en la larga y tediosa discusión sobre este tem a, buscarem os en vano algún criterio que nos perm ita trazar una línea divisoria. ¿Y quién iba a tra­ zarla? No es exagerado decir que dentro de una sociedad totalm ente cristocéntrica, la tentativa de encontrar ese criterio está destinada a ser un infructuoso ejercicio de gim nasia m ental. El dualism o de la ideología

21. E. Winkelmann, Acta, cit., t, 314, n°. 355, líneas 21 ss. 21 ’. Es bien sabido, por supuesto, que sobre la base de este dualismo Lulero iba a postular "die zwey Regim ent" [los dos regímenes) que deberían "von einand er gesond ert und gesch ied en b leiben , sol man anders das rechte Evangelíum und den rechten Gtauben erhalten" [permanecer separados y divi­ didos entre sí, si se debe de otra manera mantener et recto Evangelio y la fe correcta], Weimar ed., vol. XLV1, p. 734. C/r. también el pasaje ibíd., vol. Ll, p. 239 con su enfática insistencia sobre la "Scheidung der beiden Gewalten" [la separación de los dos poderes]; también la Confesión de Augsbureo, art 28.

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antip ap al estaba construido sob re los engañosos fundam entos d e una d istin ción ficticia y quim érica: el d ualism o de los H ohenstaufen era solam en te un postulado.22 El papad o había respondido anteriorm ente al argum ento de Federi­ co, aunqu e lo m ás probable es que éste no estuviera enterado de esas declaraciones papales.25Adem ás, ¿dónde estaba la prueba bíblica o d oc­ trinal de que al papa le había sid o otorgad a solam ente la poteslas in spiriíualibus? Esta afirmación es una consecuencia lógica de una distinción ficticia. Parece que el abuelo de Federico - o Reinaldo de D assel- fue el inventor de la espeluznante teoría de un doble vicariato de Cristo. En

22. Desde este punto de vista, la repetida sentencia papal "Dúo principia ponere haereticum est" [afirmar dos principios es herético] asume un significado muy práctico. El postulado de los dos principios -p o r cierto ineficaz como lo fue, porque desde el punto de vista de la cristiandad medieval, violentaba indu­ dablemente las formas tradicionales del pensam iento- tenía sin embargo un gran futuro, especialmente cuando, por un lado, fue completamente entendida la distinción aristotélica entre "buen hom bre" y "buen ciudadano" (porque esta distinción presupone en sí misma dos conjuntos enteramente diferentes de normas y criterios) y, por otro lado, cuando la teoría naturalista, también inspirada en Aristóteles (y su consecuente complemento, el supranaturalismo) se convirtió, a partir de santo Tomás de Aquino, en un principio de especulación teórica. 23. Cfr., por ejemplo, Gregorio VII: "C ui ergo aperiendi claudendique coeli data est potestas, de térra judicare non licet? Absit" (Reg-, VIII, 21, de. E. Caspar, p. 550), [Por lo tanto, a quien le fue dado el poder de atar y desatar en el cielo ¿no le es lícito ju zgaren la tierra? Lejos de eso] o "Si enim coelestia et spiritualia sedes beati Petri solvit et judicat, quanto magis terrena et saecularia" (ibíd., IV, 24, p. 338) [En efecto, si la sede del bienaventurado Pedro desata y juzga las cosas celestiales y espirituales, ¿cuánto más las terrenas y seculares?]; Celestino III: "N on solum corporum, sed etiam animarum judiciariam accepit [Romana ecdesia] potestatem " (Ep. 235, en P.L., CCVI, 1127) [(La Iglesia romana) recibió poder de juzgar no sólo los cuerpos, sino también las almas]; Inocencio 111:" Hac igitur ratione sacrosancta Romana ecclesia, quae super omnes alias coelesti pri­ vilegio obtinet principatum, quaeque non solum terrena sed coelestia quoque dijudicat..." (Suppl. Reg. cap. 89 bis, en P.L., CCVll, 131) [Por lo tanto, por esta razón, la sacrosanta Iglesia romana, que por un privilegio celestial posee el prin­ cipado sobre todas las otras, y que no sólo juzga sobre lo terreno sino también sobre lo celestial...]; según Gregorio IX, el papa tenía no sólo el "animarum im perium " [el gobierno de las almas], sino también el "in universo mundo rerum et corporum principatum" (el principado sobre todo el mundo de cosas y cuerpos] (Epp. sell. XIII saec., 1,604, n. 703). Y se podrían citar muchas declaraciones más.

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pro de su buen nom bre, hay que señalar que Federico II no especuló con este tem a, que era en sí mismo una vez más una consecuencia necesaria de la visión d ualista, pero en la esencia, parece haber escasa diferencia entre él y la m ás antigua ideología H ohenstaufen. N uevam ente, en un nivel m ás elevado, el papado había anticipado las objeciones im peria­ les, antes de que existiera ningún em perador occidental.24 E n una pala­ bra, el poder petrino fue concebido como una monarquía, en el sentido literal del térm ino, ejercida sobre todo el cu erp o de los cristianos. La objeción de Federico, por lo tanto, se refería en verdad a la función del papa com o m onarca, una función que era totalm ente defendible sobre bases doctrinales y que excluía nocionalm ente cualquier otro m onarca; de allí, su recurso a un dualism o, es decir, a la separación de las funcio­ nes q u e se deben ejercer sobre lo "tem p oral" por un lado, y lo "esp iri­ tu al" por el otro. Aquí, com o otras veces, Federico II se m ovió dentro de los lím ites de la prim itiva argum entación m onárquica. Desde el siglo V en a d e la n te la s p o s ib ilid a d e s in h e r e n te s al o m n ic o m p re n s iv o

"Quodcumque lig av eris" de los versículos de san M ateo fueron reconoci­ das cada vez m ás: la totalidad de las acciones hum anas era el objeto del atar y desatar petrino-papal y desde este punto de vista papal, la pre­ tendida distinción entre lo "tem p oral" y lo "esp iritu al" no podía en ver­ dad tener significado alguno: la acusación papal de que Federico había obrado in contemplu clavium [con desprecio (al poder) de las llaves] era, desde este punto de vista, completamente justificada. ¿No había él m ism o

24. Cfr., por ejemplo, León I: "Nihil erit ligatum, nihil solutum nisi quod beatus Petrusaut solverit aut ligaverit" (P.L., LtV, 151) [Nuda será atado,rmdn desatado, sino lo que el bienaventurado Pedro hubiese desatado o atado); Gelasio I: "Sicut his v erbis [scil. Q uodcum que ligaveris...] nihil constat exceptum , sic per apo5tolicae dispensntionis officium et toium possit generaliter atligari et íoíhmi consequenter absolví" (Ep. 30, cap. 12, en A. Thiel, cit., p. 445) [Así como con estas palabras (a saber, todo lo que atares...) nada se considera exceptuado, así, por el cargo de disposición apostólica, no sólo todo puede generalmente ser ata­ do, sino también lodo, consecuentemente, desa tado]; Nicolás I: "In quibuscumque omnia sunt, quantacumque et qualiacumque sin t" (Ep. 4, en M.G.H., Epp., VI, 701). [En quienesquiera están todas las cosas, cuantas y cuales sean); la misma posición fue expresada por Juan VIII, ibíd., VII, 187, Ep. 210; Gregorio VII: "Nullunt excipit, nichil ab eius potestate subtraxit" (Reg., IV, 2). [No exceptuó a nadie, nada substrajo a su poder); Inocencio III: "Nihil excipiens qui dixit 'Quodcum que ligaveris...'" (X: 1.33.6). (Nada exceptuó quien dijo "todo lo que atares..."]. Nuevamente, se podrían citar muchos otros ejemplos.

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estigm atizado el ejercicio papal de los am plios poderes de atar y d esatar com o una abusio sacerdotalis potestatis 2526[abuso del poder sacerdotal]? En realidad, Federico sólo em peoró la situación al aceptar los decretos papales en asuntos "espirituales" y a! rehusar aceptar cualquier im p osi­ ción "tem p o ral", porque esta última e ia una consecuencia necesaria de la prim era, si se da el debido reconocim iento a la naturaleza de la m i­ sión petrina. Por otra parte, Inocencio IV no tuvo dificultades doctrinales en declarar que "V icario conditoris om nis creatura subdita est''-1' [toda creatura está sujeta al Vicario del Creador). No fue Inocencio IV quien había pretendido, com o Federico parece haber creído, el traspaso de imperios y reinos, porque ya G regorio V il, casi dos siglos antes, había formulado explícitam ente este derecho petrino-papal, e Inocencio IV, por su parte, se m ovió m eram ente dentro de los lím ites trazados por los papas anteriores.2728Y cuando Federico adm itía el derecho papal a su "consecrad o" imperial, pero al m ism o tiem po negaba la pretensión papal de despojarlo del cargo imperial, parece haber sido otra vez víctima de la incoherencia de su razonam iento: era una antigua m áxim a legal que el que confería algo también podía quitarlo.2* Además, com o cualquier

25. E. W inkeimann, Acta, cit., p. 50, n. 46. 26. Comm. ad X: ed. Frnnkfurl, fol. 2v. Quizás no fue más que una estratage­ ma de Federico el hacer estas preguntas: "In quo enim apostolice sedis nuctoritas leditur, si superbam et recalcitrantem Ligurinm cesárea ultione plectamus? si honorem imperii ampliamus?" (Acta, 1,3t4, líneas 29-30). [Pues, ¿en qué se daña la autoridad de la sede apostólica, si sancionamos a la soberbia y recalcitrante Liguria con castigo imperial?, ¿si realzamos el honor del imperio?]. 27. Hoy en día hay un ruidoso grupo de escritores que, o por culpable igno­ rancia de hechos históricos, o por voluntaria ignorancia de la constante teoría papal, preferirían atribuir al papado un programa dualista, et mismo programa contra el cual éste luchó tan tenazmente. Esta clase de "historiografía", motiva­ da como está por consideraciones completamente a-históricas, no es otra cosa que el intento de falsificar la historia misma con propósitos más bien mundanos y todo esto bajo la hoja de parra de una "pura" erudición. La simple verdad, sin embargo, parece completamente diferente. 28. Respecto de este tema, Juan de Salisbury había afirmado, sólo un siglo antes, lo siguiente: "Porro de ratione juris eius est nolle, cuius est velle, et eius est aufferre, qui de jure conferre potest" (Policraticiti, IV,3). [Por consiguiente, quien tiene el derecho de querer tiene el de no querer, y puede quitar quien tiene el derecho de conceder]. En forma similar Hugo de San Víctor, c/r. los pasajes citados en Growth oj Papal Govcntmeul, cit., pp. 439 ss.

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otro cargo público, el del im perio era considerado un divimim beneficium, que sólo podía ser conced id o a través del p ap a; otorg ar el carg o im pe­ rial era un apostolicus favor, algo a lo cu al el d estin atario no tenía d ere­ cho.” Sin duda es interesante ver que Federico evita el térm ino m ism o de "corona tio", es decir, el acto que hacía del rey de los rom anos un em pera­ dor, porque sin la imposición papal de la corona no había posibilidad de convertirse en emperador. Federico m uy probablemente tenía en mente que la coronación era un mero formalismo litúrgico sin efectos constitutivos: de allí su énfasis en la "consecratio", que no es más que la traducción en hechos concretos de la noción de miperatura.10 Pero la sola elección de las palabras no puede hacer desaparecer el hecho irrefutable de que, a m edia­ dos del siglo X III, la coronación del rey de los rom anos por el papa tenía efectos constitutivos.

III En re su m e n , ¿cu á l fu e , e n to n c e s , el b la n c o d e lo s e s fu e rz o s argum entativos de Federico II? D etrás de todas las v itu p eracio nes y argum entos podem os detectar, creo, un elem ento com ún: la presente situación fue causada por la falta de algún m ecanism o constitucional 2930

29. Para este tema cfr. M ise. Hist. Poní., cit., pp, 107-126; también "The Pontificate o í Adrián IV", en Cambridge Hisi. ¡ournal, XI, 1955, pp. 233-253. 30. Está por verse si el título de Federico en julio de 1220 como "Divina favente clementia Romanorum imperator, semper augustus, et rex Siciliae" [Gracias a la clemencia divina, emperador de los romanos, siempre augusto y rey de Sicilia) fuemeramente prematuro, osi tuvo un mayor significado. VerHuillard-Bréholles, Historia Diplomática Federici II, París, 1852,1, p. 800; en esta confirmación de privi­ legios monásticos, la fecha es también según los años imperiales, aunque no fue coronado emperador hasta el 22 de noviembre de 1220. Un punto de vista similar al expresado en la imperatura se halla también en el decreto de elección de febrero de 1237: "...firmavimus quod prefatum Conradum a nobis in regem electum post mortem prenominati patris sui dominum et imperatorem nostrum habebimus, eidem in ómnibus, quaead imperium et jus imperii pertinent, intendentes..." (M .G.H.., Const., II, p. 441, n. 329, líneas 23 ss.). [Hemos confirmado que el predicho Conrado, elevado a rey por nosotros después de la muerte de su padre antes nombrado, lo tendremos com o señor y emperador nuestro, dirigiéndonos a él en todas las cosas que corresponden al imperio y al derecho del imperio...]. En forma similar la opinión expresada en los Armales Stadenses (M.G.H. SS., XVI. p. 369).

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q u e hu biera ev ita d o las a ccio n es in ju stificad as - a los ojos de F e d e ri­ c o - d e l pap ad o. Ei blanco de su o p osición era la p le n itu d o p o te s ta tis o, exp resad o en form a p o sitiv a , el e sta b lecim ien to de lo que hoy en día se p od ría llam ar m onarq u ía co n stitu cio n a l. Creo que esto con stitu y ó el elem en to constan te en los ataq u es de Federico. Si esto es así, é! se h ab ía im p u esto a s í m ism o una tarea hercúlea, y la había em p ren d i­ d o co n m ed ios in ad ecu ad o s. P ero de inm ed iato se im pone la p reg u n ­ ta: ¿q u é m ed ios d ebería h ab er em p lead o F ed erico para lograr lo que él - y no pocos de sus co n te m p o rá n e o s- hu biera deseado ver realiza­ d o? D etrás d e esta p reg u n ta asom a otra m ucho más fundam ental: ¿h ab ía algún m edio por e l cu al el p ap a pu diera convertirse en un m o narca con stitu cio n al, de m odo d e p od er d esp ojarlo de su statu s m o n árq u ico , y de esta p le n itu d o p o te s ta tis , para que gobernase ligad o a la o p in ión y al consejo d e algu nos órganos? O , visto desde otro án ­ gu lo, este in terrog ante se con v ierte en otro: ¿qué debe hacerse con un p ap a in co m p e te n te , es d ecir, in c a p a z de cu m p lir su s fu n c io n e s p etrin as, com o por ejem p lo un papa d em ente? Creo que Federico tra­ taba de encontrar un m ecanism o constitu cional que controlara al papa, que pu d iera en caso n ecesa rio em p ren d er acciones en su contra y, si e stab a ju stificad o , d ep onerlo. Por más ineficaz que haya sido la oposición de Federico, las genera­ ciones siguientes estuvieron en deuda con él por poner al descubierto, con toda la claridad deseable, este particular problema: ningún rey o em perador anterior a él había señalado tan claram ente, en sus protestas y escritos oficiales, ese problem a vital com o lo hizo Federico cuando apeló al colegio de cardenales p ara convocar un concilio general: dum credat [papa] sib i ¡icere qu od lib en t 51 [m ientras crea (el papa) qu e le es lícito lo qu e le p lace]. Evidentem ente, las acciones y juicios del papa le apare­ cían a Federico com o no otra cosa sino pura arbitrariedad -"v olu n tatis sue arbitrio plus debito laxatis h ab en is"12 [relajadas más de lo debido las riendas, al arbitrio de su voluntad]-, convencido como estaba de la ju stitia n o stri im p e riin [la justicia d e nuestro im perio], pero la pregunta crucial era ¿cóm o evitar esta situación? Si Federico y sus hábiles asesores no pudieron encontrar la respuesta, uno puede ser perdonado por preguntar si había siquiera alguna respuesta posible. 312

31. Const., ti, 290, n. 214. 32. Ibíd. 33. Ibíd-, p. 310, línea 23.

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El problema general que em ergía en toda su sombría y severa realidad en la última década del reinado de Federico fue m ucho más significativo que las preguntas concretas que provocaron el conflicto. Federico II esta­ ba destinado a concentrar y resum ir en sí mismo el centenario problem a de una m onarquía secular en un contexto teocéntrico y cristocéntrico. Aunque perdió la batalla, tanto en los hechos reales com o en la pura teoría, no debe m inim izarse el significado histórico de su posición. Por cierto, su oposición no evidenció un ataque plenamente frontal a los pro­ pios fundam entos de la m onarquía papal, es decir, a la petrinidad de los poderes del papa y a todas sus consecuencias concom itantes. En este sentido, entonces, siguió el cam ino trillado de sus predecesores. Pero en su oposición hay un elem ento, sobre el cual ya he llam ado la atención, a saber, la distinción ideológicam ente insostenible entre el papa responsa­ ble ante un concilio general y el em perador situado por encim a de la ley, un elemento que contiene ingredientes de carácter enteramente diferente, con fecundas im plicaciones. La argum entación lógica hizo, al parecer, que Federico aplicara la tesis ascendente al papado. Porque, m ientras estuviese vigente el genui­ no punto de vista teocrático-descendente, no existía absolutam ente n in­ guna posibilidad conceptual de privar al soberano de su status especial, de despojarlo de su plenitud de poder concebida teocráticam ente.1* La sede del poder es D ios, y todo poder que se encuentre "b ie n d ebajo", proviene de esa fuente m ediante los interm ediarios apropiados: pero este poder no es autónom o, es, en el m ejor de los casos, delegado, y es un poder indudablem ente derivado. P or consiguiente, contradice las leyes del razonam iento decir que aquellos a quienes se les ha delegado el poder, que les es derivado de un órgano superior, deberían entonces controlar a ese órgano superior. D entro de la estructura del gobierno teocrático, ningún control del monarca papal era posible. En consecuen­ cia, cuando Federico sugirió el concilio general com o un tribunal y un foro ante el cual debían presentarse las iniquidades del papa, era obvio que este foro tenía la función de juzgar, lo cual no es otra cosa sino el ejercicio p ráctico d e controles y verificaciones: una regla que viola 34

34. El problema em erge en toda su magnitud si se aprecia adecuadamente la función del papa com o vicarias Dei [vicario de Dios]. Aunque esta función sólo tiene connotaciones jurídicas, precisamente por los contenidos jurídicos el ejercicio de esta función tenía, o pretendía tener, efectos tanto en este mundo como en el otro.

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claram ente los principios m ás fundam entales de cualquier gobierno teocrático. Por consiguiente, la presuposición subyacente a su propues­ ta es la negación (al menos im plícita) de las prem isas teocrático-m onárquicas, y la afirm ación (tam bién al m enos im plícita) de una posesión de un residuo de poder en el concilio general, independientemente del papa m ism o. Entendido correctamente, esto es la tesis ascendente, conform e a la cual el poder reside originalm ente "bien ab ajo", y asciende a través de varias m ecanism os y órganos. El concilio general sugerido era m era­ m ente "representativo" de toda la Iglesia. En resumen, esta propuesta de Federico de un concilio general fue la manifestación de la opinión -q u e n o era nueva, pero pocas veces planteada antes de él de este m odo prác­ tic o - de que la Iglesia universal era la portadora de todos los poderes y derechos y, en consecuencia, el pontífice era responsable ante ella. El papa, en este esquem a, era un órgano de la Iglesia universal. Es evid en­ te que el problem a tocaba nada más ni nada menos que el concepto de Iglesia: ¿fue ésta fundada sobre Pedro (posición papal) o Pedro fue fun­ dado sobre la Iglesia (posición imperial, y con la adopción de la concep­ ción ascendente, también la posición de los conciliaristas en el siglo si­ guiente)? En otras palabras, ¿está la Iglesia, toda la cowjjregntíofid e liu iti [la congregación de los fieles), dotada de un poder original, o su p od er es d erivado? La respuesta a este interrogante gira en torno d e los cruciales versículos de san M ateo, y Federico abrió la discusión pública sobre este d ilem a crucial en una form a m uy práctica y concreta. E n cu ­ b ierta bajo la am enaza de dañar a toda la Iglesia, esta opinión pudo hab er dado origen a la declaración: Vos igitur, dillecti principes, non nobis solum set ecd esie, qu e con gregado est om nium C hrisli fidelium , condolete, cuius capud languidum... vir eius infidelis, sacerdos eius polluens sanctum, injuste facien s contra legeiu,35

[Por lo tanto, vosotros príncipes dilectos, no os doláis sólo de Nos sino de la Iglesia, qu e es la congregación de todos los fie le s de C risio, a cuya lánguida

cabeza santa... mancilla su sacerdote, un varón que Le es infiel, obrando injustam ente contra la ley],

así com o a la exclamación:

35. Ibíd., p. 298, líneas 7 ss.

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Dolemus tamen et ex corde doletnus propter verecundiam universalis ecdesie matris nostre, quam Dominus Jesns Christus sub specie virginis gloriosse in passionis testamento discipulis commendavit.36 [Sin embargo, nos dolemos y nos dolemos de corazón, por la vergüenza de la Iglesia universal, madre nuestra, a la cual Nuestro Señor Jesucristo, en el testamento de su pasión, encomendó a sus discípulos en la figura de la Virgen gloriosa.) El punto fundamental de esta visión ascendente de Federico es que ella sola parecía ofrecer una posibilidad de acu sar form alm ente al papa: esto significaba, por supuesto, la caída total del m odelo teocráticohierocrático, y este intento de fijar la sede del poder en la Iglesia univer­ sal, es decir, en el populus christianus, es la adm isión tácita de que en el nivel teocrático-hierocrático no se podía idear ningún m ecanism o para lograr la reducción de la plcnitudo potestatis petrino-papal, ni sujetar el gobierno del papa o som eterlo a un control supervisor. Éste no es el lu ­ gar para describir el destino posterior de esa estratagem a de Federico, baste decir que la idea del populas christianus com o portador del poder hizo un progreso asom brosam ente rápido: la política de Felipe IV de Francia ante Bonifacio VIII es un ejemplo,37 y el movimiento conciliar es otro ejemplo de la atracción que tendría la ideología ascendente-populista en el cam po estrictam ente eclesiológico. Sería inútil, no obstante, pasar por alto las inevitables consecuencias que esta teoría ascendente-populista ocasionó para la m onarquía secu­ lar concebida teocráticamente. Ya hem os m encionado la dicotom ía en el pensam iento de Federico entre la posición del papa y la del em perador: esta últim a, com o hem os visto, no era responsable ante nadie para los asuntos así llam ados "tem p orales". ¿Por qué la posición teocrática de­ bería ser válida para el emperador, pero no para el papa? No hay una respuesta razonable ni creo que exista. Pero éste no es un aspecto que concierna sólo a Federico: en su gran imitador, Felipe IV, encontram os exactam ente la misma característica, sólo que m ucho m ás acentuada. No pasó m ucho tiempo - y en la literatura, ciertam ente, esta idea fue propagada por hom bres com o santo Tom ás de A quino (en q u ien es

36. lbíd., p. 296, líneas 34 ss. 37. Para la forma en que el gobierno de Felipe se basó en los modelos provistos por Federico, ver H. Wieruszowski, op. cit., esp. pp. 42 ss. y 89 ss.

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detectable una dicotom ía m uy sim ilar),58 y especialm ente por Ju an de París y Marsilio de P a d u a - para que ellos aplicaran al rey la misma consi­ deración que Federico tenía en mente respecto al papa. La imposibilidad de encontrar una respuesta adecuada al esquem a hierocrático-papal lo llevó a proponer esa m ism a teoría que habría de resultar en perjuicio de todo gobierno teocrático. La im portancia de este ultimo conflicto papal-im perial radica en que el em perador, en form a bastante paradó­ jica , abrió la puerta para la influencia de aquellas teorías que debían resultar en la ruina tanto del im perio com o del papado. V isto desde una perspectiva m ás am plia, sin em bargo, el ataque de Federico sobre las fallas personales, sobre la bajeza moral de los papas contem poráneos a él tuvo quizás una im portancia aun mayor. Induda­ blem ente, la fuerza del punto de vista papal residía precisam ente en no p erm itir en ju iciar a la persona q u e ocu paba el cargo: era la visión despersonalizada, com o la hemos denom inado, que centraba la aten­ ción en el papado com o institución, en el cargo de papa, excluyendo a la persona del ocupante del cargo. Es una visión en cierto modo sutil, con ­ cebida com pletam ente en el cam po de la doctrina y del dogm a, \ en esto íesid ía su fuerza que Federico no fue capaz de conmover. Pero su fuer­ za m ism a fue tam bién su debilidad: m ientras que la prim era derivaba del program a im personal e inalterable, la teoría tomó muy poco en cu enta -d esd e el punto de vista h u m an o - del muy com prensible ele­ m ento natural hum ano: considerando las leyes naturales que impulsan las inclinaciones y proclividades hum anas, ¿es un planteo realisla el di­ vorciar tan abruptam ente el cargo (objetivo) de la persona (subjetiva)? ¿No podría decirse que esta distinción y, más aún, las consecuencias prác­ ticas extraídas de ella, fueron una conveniente excusa para ju stificar 38

38. No fue sino un dispositivo ideológico construir la teoría del origen natu­ ral de la sociedad humana organizada, el Estado, y del origen sobrenatural de la Iglesia. Era simplemente una hoja de parra para ocultar la dicotomía. Entre paréntesis, puede señalarse que este dispositivo sólo empeoró las cosas (para los hierocráticos), porque la idea sobrenatural proporcionaba un aporte consi­ derable para la concepción puramente m ístico-sacram ental de la Iglesia, para la cual en verdad no eran necesarios ninguna ley, ni tribunal, ni organización ni gobierno. Y Marsilio no fue nada lento en sacar el mayor provecho de esta concepción. Detrás de todo esto está el principio tomista de un dúplex ordo in ref>us [un doble orden en las cosas], que en Dante y Marsilio se convirtió en un principio fundamental de acción.

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todas y cada una de las acciones, por más inspiradas que estuviesen por motivos m uy alejados de los límites del cargo m ismo, a condición de que la acción llevara d e alguna m anera el sello del officiuni? ¿N o ha sido en todos los tiempos la experiencia humana misma, la "ley " natural misma, ju z g a r a la p e rs o n a q u e d ese m p e ñ a el c a rg o , m ás q u e al carg o despersonalizado? En otras palabras, ¿la posición papal, coherente y ló­ gicamente im pecable com o era, está de acuerdo con las leyes naturales de la humanidad? ¿N op lanteó Federico II, de hecho aunque no en teoría, una opinión que era más acorde con la experiencia natural-hum ana? O, para el caso, ¿no revelaba el equívoco de Graciano que él tom ó en cuenta el elemento natural-hum ano? Y ¿es realm ente una m era coincidencia que, al transcurrir el siglo XIII, esta perspectiva natural-hum ana ganara predominio, de m odo que Felipe IV y una distinguida pléyade de escri­ tores hicieran de ella el punto central de su ataque contra los papas? ¿Acaso esta perspectiva hum ano-natural-no sofisticada n o contribuyó tan poderosam ente a la decadencia de la posición del papado, porque la evaluación subjetiva del papa como hombre se convirtió cada vez más en la medida y el criterio? Las leyes del razonam iento lógico pueden no en­ contrar fallas en el im ponente edificio hierocrático-papal que culmina en el cargo, despersonalizado y objetivo, pero, ¿las leyes del razonamiento lógico son siem pre com patibles con las leyes del razonam iento natural? Por más inadecuados que hayan sido los medios que empleó, la oposición de Federico puso de relieve esta propia faceta hum ana y natural, una fa­ ceta que fue tan pronto después de él destacada en la form a más clara posible, por la introducción de un naturalism o científico (aristotélicotomista) que con todos los recursos disponibles dirigió su atención al Hom bre m ism o, lejos del cargo impersonal. Entonces el terreno quedó accesible para abordar este com plejo problema, no protegiendo más al papa com o hom bre detrás del cargo, sino que se lo forzó al prim er plano y se hizo que él absorbiera el cargo. Y el significado adicional del ataque de Federico consistió en preparar el terreno para la receptividad de este punto de vista natural-hum ano. Los frutos n o fueron recogidos por él, sino por las generaciones siguientes: fueron ellos quienes resolvieron la antinom ia entre razonam iento lógico y razonam iento natural en favor de este último.

La bula Unam sanctanv. visión retrospectiva y prospectiva

pesar de la variada atención que la Bula Unam snnctam ha en­ contrado, podría parecer que muchas cuestiones esenciales no han obtenido aún ninguna respuesta o tan sólo alguna no satisfactoria. La Bula no proporciona ningún tipo de información sobre qué la m otivó, ni m enciona ningún hecho del cual se pudieran extraer conclusiones sobre su m otivación; no se dirige a ningún destinatario determ inado; no esta­ blece ninguna relación con ningún tipo de acontecim iento o personali­

A

dad; nadie es acusado de error en la fe; no contiene ningún ataq u e a algún país, gobernante o grupo de personas; en una palabra, del conte­ nido del docum ento, tal com o ha sido transm itido, nada se puede saber sobre estos puntos sin em bargo siem pre centrales. Adem ás, se plantea la cuestión, según entiendo no accesoria, de ver si en resum idas cuentas la Unam sanctam fue publicada formalmente. Com o t-s sabido, hasta ahora no se ha podido encontrar ningún docum ento original.1 El texto, en ver­ dad, se presenta com o Bula -A d perpetuam reí memoriam - en el registro o fic ia l de las Litterae cu riales, d o n d e se h a lla e m p e ro o rd e n a d o cronológicam ente en forma totalmente sorprendente. Pues figura recién *

* "Die Bulle Unam Sanctam; Riickblick und Ausblick", en Roinisclie-histansche Mitteihnigen, 16,1974, pp. 45-77. La presente exposición tiene como precedente una conferencia pronunciada et 4 de abril de 1974 en el Osterreichischor Kulturinslitut de Roma. (Traducción: Jorge Mario Machetta. Revisión: Gustavo D. Corbi.) 1. Cfr. H enricus Denifte, Speciiuina pahieograpliicn ex Vntiami hibttlarii Roiiimionim Pon/í/Tcimt registris selecta, Romae, 1888, p. 44 de tabla XLV1.

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después de las inscripciones de ju lio del año 1303,2 aunque ta Bula m is­ ma lleve la fecha de 18 de noviem bre de 1302, Esta circunstancia puede tener, quizás, m enor gravitación que el hecho de que no lleva ningún tipo de fórmula conclusiva. Dada la im portancia de los principios y con­ clusiones desarrollados en ella, uno habría debido esperar, por cierto, una solem ne fórmula final o, al m enos, una sanción según la m odalidad habitual. Pero no hay nada de todo eso. A unque éstas son cuestiones que hace ya tiem po hubieran debido ser respondidas, no queda ninguna som bra de duda sobre el carácter extrem adam ente conservador del contenido. Desde hace tiem po es in­ discutible que en ella no se propone ningún nuevo punto de vista. Cada uno de los puntos que enuncia se los podía leer desde m ediados del siglo XIII en la corrrespondiente literatura de los tratados o en los escritos canónicos profesionales. Incluso el acorde final que la remata en una forma tan solem ne no es de ninguna m anera novedoso, aunque en esa forma vigorosa, afilada y aguda no era quizás tan acostum brado com o lo eran los principios precedentes. En su totalidad esta Bula hubiera podido perfectam ente ser proclam ada m edio siglo antes por cualquier otro papa. Pero, en realidad no se la proclamó, y por ello surge de un modo más apremiante la pregunta: ¿Por qué fue proclamada precisamente en ese momento? ¿Cuál era el objetivo? El objetivo no podría haber sid o anunciar o proclam ar un program a sobre la autoridad o tal vez la reivindicación de una autoridad universal por parte del papado, por m ás que esto sea algo que se repite siem pre de nuevo. En el lenguaje papal uno sólo puede decir miramur phirimum [nos asom bram os grandem ente] cuando se declara que esta Bula habría sido la expresión más elocuente y rotunda de un sistem a papal inexorable. Tales afirm aciones, empero, no conllevan todavía ninguna respuesta a la pregunta de por qué el papado en la transición del siglo XIH al XIV consideró necesario redactar una declaración tan exagerada, estructurada en form a escolástica, Bonifacio VIII fue un experim entado jurista con

2. Les Registres de Boniface VIH, ed. Georges Digard y otros (= Bibliothéque des Écoles françaises d’Athénes et de Rome, París, 1921), pp. 888-890 n° 5382. La bula está también en las Extravagantes comí mines: V, 9.1; además en Odoricus Raynaldus, Anuales ecclesiastici, ed. Augustinus Theiner, XXIII, Barri-Ducis, 1871, pp. 303-305; Henricus Denzinger, Enchiridion syiitbolonttn, Barcinone, Friburgi-Brisgovine, Romae, Nt'o-Eboraci M1967, pp. 279-281 n° 468; Cari Mirbt, Quelten znr Geschichte des Papsthinis nnd des rontischen Kalliolizisiiius, Tübingen '■1967, pp. tS S s. .,n 746.

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una gran experiencia práctica y un sentido de la realidad fuertem ente m arcado, él sabía exactam ente qué lenguaje concreto había de adoptarse y qué m edios concretos se debían aplicar en el caso propuesto,3 Téngase en cuenta, por cierto, para no retroceder dem asiado lejos, que ni Clericis laicos ni Salvator mitndi ni Ausculta fili dejaban nada que desear en lo que atañe a claridad y concisión de la form a de expresión. Las intim aciones contenidas en todos los decretos papales hasta ese momento, e n contra de los príncipes civiles, incluido el rey de Francia, se basaban en forma m uy evidente precisam ente en aquella concepción monárquica que se encuentra nuevam ente en la Bula.4 ¿P or qué, pues, tenía el papa que publicar una Bula que contenía frases harto conocidas y repetidas de un

3. Cfr. por ejemplo lohannis Iperii abbatis Chmnicon monasterii S. Bertini, ed. Edm undus M arténe et Ursinus Durand, Thesaurus novus anecdotorum III, Lutetiae Parisiorum 1717, p. 774: [Celestinus] virnni snbtilem et industrium, el timan de maioribns clericis iuristis lolius orbis sccuni retinuil. {(Celestino) retuvo consigo a un varón sutil y hábil y uno de los mayores clérigos juristas de todo et orbe). Además, Petri abbatis Aulae Regiae tertii ChroniconAtdae Regiae, ed. Gelasius Dobner, Monumenta histórica Boemiae V, Pragae 1784, p. 107: Utrinsque inris scieiit ¡a prcdit us ac iu omni temporali negotio mirabililer eruditas... vir magnánimos (Perito en la cien­ cia de uno y otro derecho y admirablemente erudito en todo negocio tem poralvarón magnánimo]. También la fuente citada en primer término lo llama: Boni/acius iste iurisla pemiaxinnts [Este Bonifacio, supermáximo jurista], 4. Acerca del poder papal absoluto Bonifacio dio inequívocamente su pare­ cer en el consistorio del 24 de junio de 1302. Cfr. Pierre Dupuy, Histoiredn différend d'entre le pape Boniface VIH et Philippe le Bel Roy de Frailee, París 1665, reimpr., Tucson, Ariz., 1983, pp. 77-79. La posición crítica de Denzinger, o.c., sobre la Bula induce a error. El pasaje tomado del discurso consistorial del papa no se relaciona de ninguna manera con la bula, porque ésta fue "prom ulgada" sólo cinco meses más tarde. Esa referencia es repetida acríticamente por Hans Wolter, "D ie Krise des Papsttums und die Kirche im Ausgang des 13, jahrhunderts (12741303)", in: Handbuch der Kirchengeschichte, ed. por Hubert Jedin, IIi/2, Freiburg, Basel, Wien 1968, p. 352, nota 3, quien adem ás cambia un "quod" por un "quasi" y no reproduce el complemento esencial para Bonifacio de que todo rey y todo creyente sil nobis snbiectns ratione peccati [nos esté sujeto por razón del pecado]. Señalemos aquí algunos decretos de Bonifacio que ponen de relieve el poder de jurisdicción: Augustus Potthast, Regesta Pontificnm Romanornm, II, Berolini 1874/ 75, n° 14 020; 24 096; 24 131; 24 291; 24 398; 24 468; 24 549; 24 607; 24 772; 24 833; 24 898; 25 071; 25 096; 25 097; 25 159; 25 230; 25 236; 25 256; 25 262; 25 276. Cfr. también el discurso del papa con motivo de la confirmación de Alberto I como rey, en M.G.H. Legum sectio IV: Coiistitntiones et acta publica iinperatohmi et regnni

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carácter puramente objetivo y que no tiene la más mínima alusión perso­ nal? No hay ningún punto de apoyo para afirm ar que estuviese en co­ nexión con la política del momento. Creo que ya es tiem po de abandonar el intento de poder explicar la Bula de buenas a prim eras. U na m uy tem p ran a glosa del célebre canonista y cardenal Juan M onachus nos proporciona un buen servicio. Según una opinión indiscutida, esta glosa estaba ya redactada cuando la Bula misma entró en circulación, es decir, antes del verano de 1305.*5 Se puede aceptar por cierto com o seguro que este cardenal de la curia tuvo conocim iento de su formación y de los propósitos vinculados con ella. Las prim eras palabras de su glosa contienen, según mi parecer, una indicación muy autorizada, por n o decir una clave para su com prensión y explicación. Alude a la cuestión y dice que hay ciertas personas que dudan o creen o incluso afirman que no es necesario para la salvación el estar som etido al papa.6 Vale la pena tener en cuenta que la cuestión de ninguna manera fue concebida hipotéticamente, sino que es reproducida

4/1 (Hannoverae 1904-1906), p. 139, líneas 36 ss. n° 17 (Referencia a la condición de subdito del reino de Francia bajo el Imperio, a saber, recalcando explícita­ mente la primacía del poder papal): No/i insurgat hic superbiti Gallicana, qttae dicit quod non recognoscit superiorem. Mentiunlur, quin de ture sutil el esse debent sub rege Romano el imperalore...conslal, quod chrisliani sabditifuerunt monarchis ecclesiae Romanae el esse debent [Que no surja aquí la soberbia galicana, que dice que no reconoce superior. Mienten, porque por derecho están y deben estar bajo el rey romano y el emperador.., consta que ios cristianos fueron y deben ser súbditos de los monarcas de la Iglesia romana], 5. La bula con la glosa impresa en la mayoría de las ediciones de las Extrava­ gantes communes bajo el título: "D e maioritate et obedientia". Cito según la edición de Lyon 1553. Sobre la glosa, cfr. también Heinrich Finke, /lns den Tagen Bonifaz' VIII. Fu nde und Forsclnm gen (= V o rrefo rm atio n sg esch ich tlich e Forschungen II), Münster, 1902, pp. 177 ss. La conjetura de Johannes Haller, Das Papsltum. Idee und Wirklichkeit, V, Stuttgart 1953, p. 381, según la cual la bula fue publicada recién en el momento de ser registrada, tiene mucho a su favor. El comentario de Guido Vernani (ed. Martin Grabmann, Die Aristotelesverwertung im hierokrnliselten System, Sitzungsberichte der Bayerischen Akadem ie der VVissenschaften, phil.-hist. Klasse 1934, Heft 2, pp. 144-157) reproduce tan lite­ ralmente la glosa, que se podría hablar de un plagio directo, si no aportara, en lugares totalmente inesperados, pensamientos propios. 6. Iohannes Monachus comienza: Eran! quídam dubitantes et forte credentes vel etiam asserentes non esse de necessitate salutis subesse summo pontijici, quod quidem

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como ur\ hecho. Ei cardenal añade que el papa ha publicado esta decretal, para contrarrestar esta pestífera enferm edad: Huic autem morbo pestífero

obviare volens sanctissimus pater et dominas Bonifacitts papa lumc decretalem edidit [Queriendo oponerse a esta pestífera enfermedad el santísimo padre y señor Bonifacio papa publicó esta decretal]. Esta afirmación sólo puede efec­ tivamente ser entendida com o una inequívoca alusión a las corrientes espi­ rituales que, en todo caso, debieron de haber sido tan significativas, am­ pliamente expandidas e influyentes que indujeron al papa a em itir una inequívoca declaración imposible de ser malentendida. Las explicaciones de un experto tan autorizado como Juan Monachus ponían también en claro que la conclusión de la Bula debía ser interpretada como una conse­ cuencia necesaria de los argumentos precedentes. Toda doctrina acerca de la autoridad se asienta en principios ajenos a ella, en este caso, en presupuestos puram ente religiosos o eclesiológicos, pues la esencia del papado medieval mism o, considerado desde el pun­ to de vista histórico, es una peculiar mezcla y com binación de funda­ m entos religiosos y jurídicos. En m uy num erosos aspectos el papado es una institución suigeneris. Pues tanto el prim ado en cuanto fundam ento de la autoridad com o también la sociedad sobre la cu al debía ejercerse el prim ado, fueron establecidos por C risto m ism o lino ictu [de una sola vez] de un m odo totalm ente inequívoco. Esto significa que tanto la so­ ciedad, la Iglesia, com o la autoridad sobre ella y los medios de la autori­ dad se fundan en un ordenam iento divino. Ésta era, en todo caso, la exégesis de los textos de Mateo y de Juan que en el siglo V había ad qu i­ rido su form a d efinitiva.7 De allí que el papado m edieval e n cuanto órgano de autoridad sólo puéda ser entendido desde este punto de vista

vet verbofieri poterat, quidforte sicdicebantnr, velfacto, quia folia agebant el operabanlur ac si non esset de necessitale salulis [Había algunos que dudaban y quizás creían o también afirmaban que no es necesario para la salvación el estar som etido al sumo pontífice, lo cual por cierto podía suceder, o bien de palabra, porque tal vez así se lo decía, o bien de hecho, porque actuaban y obraban de tal modo como si no fuese necesario para la salvación!. En forma muy similar Vernani en su com entario ya mencionado (cfr. nota 5). 7. Sobre esto cfr. Walter Ullmann, "Leo 1 and the (heme oí papal primacy", Journal o f Theological Studies, N. S. 11,1960, pp. 25-51. Sobre el derecho en este contexto, com o medio de autoridad, cfr. Id., Papst und Kónig. Grimdlagen des P ap sttu m s und d er en glisclten V erfassu n g im M itte la lte r (= S a lz b u rg er Universitatsschriften 3, Salzburg und München, 1966), pp. 39 s.

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religioso y bíblico: el fundamento d é la sociedad, de la Iglesia, era la /retes.89 Entonces, si la conclusión invoca el poder prim acial del papa, con ello expresa en form a precisa una verdad antigua. Toda sociedad necesita una autoridad. Pero esta reflexión todavía no nos ayuda para responder a la pregunta sobre el objetivo de la Bula. Para aproxim am os más a una respuesta, sería aconsejable ver la Bula a la luz del am plio trasfondo del pensam iento de su época, con lo cual, al m ism o tiem po, se le concede también a la política del m om ento el papel subordinado que le correspon­ de. La Bula se presenta com o una muy enérgica expresión magisterial del papado, la cual debió ser al m ism o tiem po una prevención y un com pen­ dio program ático: por un lado, una defensa contra ciertas doctrinas y su manifestación a nivel práctico, tales com o habían sido percibidas ya des­ de hacía algún tiem po por coetáneos atentos y clarividentes, y por otra parte, un apretado com pendio program ático de una m áxim a, entendida desde la perspectiva de fines del siglo XIII, vigente en una sociedad y gobierno cristianos. La Bula tom a posición contra aquellas op iniones d octrin ales q ue, segú n la in terp retación d el p ap ad o , socav aban y vaciaban los fundam entos de la cosm ovisión cristiana existen te y, con ello, los de la sociedad. A ello pertenece ante todo -trato de considerar la imagen histórica con los ojos de un contemporáneo de Bonifacio- la inundación de casi toda la vida intelectual con argumentos aristotélicos, una inundación que para muchos contemporáneos, y m uy ciertamente para Bonifacio VIII y sus con­ sejeros, les pudo parecer com o una infestación y contaminación de un aire fresco e incorrupto hasta ese momento. Ante la concepción fundamental aristotélica, los espíritus de orientación conservadora se escandalizaron.’

8. Vernani subraya esto particularmente en su comentario: Fidesest in ecclesia lanquam fundamentuni ]La fe es como el fundamento en la Iglesia] (o.c., p. 145). Todo el pasaje es ricamente instructivo; no se encuentra en la edición de fohannes Monachus que he utilizado. Recalqúese la /¡des, porque en esa comunidad no eran decisivos los vínculos habituales de las relaciones lingüísticas, geográficas, étnicas, biológicas, etc. 9. Cfr. las observaciones introductorias de Georges De Lagarde, La naissance de I'esprit ¡ñique au de'clin du Mayen Age: secteur social de ¡a scolasíiqtte, LouvainParis J1958, pp. 28 ss. Sobre la intranquilidad que se observaba en la Curia des­ de principios de los años sesenta con respecto a la orientación de los profesores parisienses, especialmente sobre la tendencia aristotélica de sus doctrinas, infor­ ma admirablemente André.Callebaut, "lean Pecham et laugustinisme", Arcliivum Franciscnmwt Historicum, 18,1925, pp. 441- 472; allí también las acusaciones de los

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Este pensamiento fundamental apareció preferentemente en el así llamado averroísmo latino, concepción que uno u otro coetáneo creyó poder recono­ cer también en diversas expresiones tomistas. Sobre el cambio radical que la recepción del naturalismo aristotélico tuvo como consecuencia en la cosmovisión del siglo XIII, no debería ya existir ninguna duda. Alguien tan importante como Heinrich Mitteis dijo una vez que todavía no estamos hoy de ningún modo en condiciones de evaluar toda la amplitud del cam bio de la im agen del m undo cau sad o por la introducción del pensam iento aristotélico.101Tam bién en la práctica ju ríd ica encontró esta doctrina aristotélica una confirmación, y por cierto en los comienzos completamente independiente de ella, en la soberanía de los Estados N acionales funda­ m entada jurídicam ente, la cual luego, a com ienzos del siglo XIV, pudo de hecho apoyarse en principios aristotélicos." En estas manifestaciones espirituales y jurídicas se vieron en la Curia los síntom as inequívocos de m ovim ientos que, en caso de no ser detenidos, conducirían no sólo a una crisis, sino a la destrucción de la tradicional imagen cristiana del m undo. El fundam ento aparecía sacudido y com enzando a perder fir­ m eza. Un signo d e este m ovim iento era que, a pesar de su fundam ento filosófico, siem pre atraía grupos m ás am plios en su zona de influencia, logrando provocar una reacción en cadena. Un contem poráneo podía reconocer sin dificultad los serios peligros para la cosmología cristiana de aquellos tiempos. Él desconocía, por cier­ to, las m ás profundas y tam bién las sutiles dilerencias entre el averroísmo radical y la transparente síntesis tomista congruente con la im agen cris­ tiana del m undo, y podía ciertam ente experim entar la tendencia de

papas Juan XXI (pp. 459 s.) y Martín IV contra la Facultad de París. Ya Gregorio IX expresaba graves reparos sobre las influencias aristotélicas en su escrito a los teólogos de París del 7 de julio de 1228: Potthast n° 8231. 10. Cfr. Heinrich Mitteis, en: Historische Zeiíschrift 163,1941, p. 281: "un cam­ bio de la imagen del mundo por la introducción del pensamiento aristotélico y postaristotélico, cuya amplitud total todavía hoy día no estamos absolutamente en condiciones de apreciar". 11. Sobre el trasfondo, cfr. Jean Riviére, Le probleme de i'Église ct de l'élal au temps de Philippe le Bel, Louvain-Paris 1926, pp. 423 ss.; Otto Brunner, Laúd und Herrsduift. Grundfragen der lerritorialen Verfassungsgeschichte Ósterreichs im spiilen M ilielalter, Wien, Wiesbaden Ú959. Ahora cfr. Bruno Paradisi, llpensiero político dei giuristi medieval!, in: S*nria dalle idee pplitiche, eco"omichc e social:, ed por Luigi Firpo, Torino 1973, pp. 77 ss. y 149 s.

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rechazar ambas de la mism a manera, precisamente porque en ellas, de un modo abiertamente revolucionario se le presentaba un nuevo m undo con­ ceptual. Pues no se trataba aquí de una habitual disputa entre escuelas, sino de serios conflictos ideológicos.12 El elemento com ún de la nueva orienta­ ción era Ja insistencia en la idea de naturaleza, considerada com o una fuerza y causa eficiente propia e independiente. El ám bito en el que el averroísmo y el tomismo se separaban fundamentalmente era el concer­ niente al puesto y a la función de la naturaleza dentro de la cosmología cristiana, tal como, con m ano maestra, la había expuesto el Aquinate. Por cierto, en una consideración grosera y superficial, pudieron algunas tesis tomistas ser víctim as de la sentencia condenatoria del averroísmo por el obispo de París, Esteban Tempier, en los años 1270 y 1277.13 Puedo prescindir de una descripción m inuciosa de aquellas tesis averroístas que eran universalm ente reconocidas (y que tam bién, en parte, todavía lo son) com o peligrosas para la cosm ovisión cristiana de entonces. Por ejem plo, la tesis de la doble verdad, la cual, ya sea que entonces fuese efectivam ente defendida por los averroístas o bien fuese 52

52. Esto ya to puso de relieve Martin Grabmann, Der ¡ateinisclte Averroismus des 13. Jahrltu n derls und sein e Stellnng ztir ch ristlich en V íeltnnschauung, Sitzungsberichte der Bayerischen Akademie der Wissenschaften, phil.-hist. Klasse 1931, Heft 2, p. 76. La mejor introducción a las doctrinas de Siger es Femand van Steenberghen, Les oeuvres el la doctrine de Siger de Brabant (= M émoires d el'A cad ém ie Royale de B e lg iq u e 3 9 ,1938); un breve resumen de vulgariza­ ción científica en David Knowles, The evolution o f medieval tlwnght, London 1962, pp. 291 s., con escasa bibliografía más reciente. Cfr. van Steenberghen (ver nota 13), p. 386. 13. El 10 de diciembre de 1270; cfr. Henricus Denifle-Aemilius Chatetain, Chartularium Universitatis Parisiensis ¡, París 1889, pp. 486 s. n° 432; 7 de marzo de 1277, ibíd., pp. 543 ss. n° 473. Cfr. también Paul Mandonnet, Siger de Brabant el Taverro'isme latín au X llle. siécle (= Philosophes Belges VI-VII, Louvain, 19081911), 11, pp. 441 ss., aquí pp. 458 ss. Sobre Siger y santo Tomás es especial­ mente instructivo: Fem and van Steenberghen, La philosophie ait X llle. siécle, Louvain-Paris 1966, pp. 393 s., 397 ss, 430 ss., y sobre ambas condenaciones parisienses, ibíd., pp. 472 ss., 483 ss. Sobre las condenaciones en Oxford (in­ cluso de tesis tomistas) por Richard Kilwardby y John Pecham: ibíd., pp. 488 ss. (bibliografía en nota 163 s,). Sobre Kilwardby y Pecham en esta circunstan­ cia, cfr. nuevamente Callebaut (ver nota 9) con muchos detalles. Sobre la con­ denación tomista en especial cfr. todavía Femand van Steenberghen, Siger dans l'liistoirede rarislotéiisiue (= Philosophes Belges: Textes et Études XIII), Louvain, 1942,11, pp. 728 ss.

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resultado de malentendidos, fue considerada un elemento de sus d octri­ nas. O tras sentencias que o frieron im putadas al averroísm o o bien eran de hecho defendidas por él se referían a la negación de las v irlu les in fitsae [virtud es infusas] o del carácter pecam inoso de la fo r n ic a tio [fornica­ ción], o al rechazo de la exigen cia de la continencia sexual, etc.'* P ero, respecto de las tesis que para la com prensión de los presupuestos de nu estra Bula son de inm ediato interés, viene en consideración, en p ri­ m era línea, la idea, tam bién defendida por santo Tom ás, de la naturale­ za que según su doctrina es propia d el hom bre en cuanto ser racional, d eterm inand o su conducta en sus relaciones sociales.141516Estas no se fu n­ dam entaban en el d ogm a, en las doctrinas de la Iglesia, en el co n o ci­ m iento de la conducción divina del cosm os, sin o en la experiencia, en la razón natu ral puram ente hum ana, y en el ju icio que dé ella em ana, el cual estaba frecuentem ente libre de toda preocu pación de un co n o ci­ m ien to esp ecial del tem a, ni se hallaba a m enudo influido p o r nociones teológicas o religiosas. Para citar una expresión tom ista, se hizo p resen ­ te aquí el in stin ctu s n a tu rae, que im pulsa a la convivencia social y que, sobre todo, condujo al concepto de Estado. Éste era, de hecho, el concepto que de ahí en m ás se convertiría en el arm azón de bronce de la nueva doctrina acerca d e la sociedad. Precisa­ m ente, fue en conexión con el concepto de Estado que santo Tom ás in­ trodujo el in stin ctu s n atu rae. Afirm aba que el Estado había sido llam ado a la existencia p er in slin clu m n atu rae in d itu in a su in m o regente, q u ie s l a u d o r n a tu ra e 16 [por el instinto de la naturaleza im plantado por el m áxim o go­ bernante, que es el autor de la naturaleza]. En otro lugar expresa que el

14. Cfr. Denifle-Chatelain, Charlularium, I, pp. 486 s. y Mandonnet (ver nota 13), II, p.463; Grabmann (ver nota 12), pp. 6-10. Buen panorama en De Lagarde, (ver nota 9), pp. 35ss, 15. Santo Tomás, De regimine principian, I, 1: Est luilem unicuique lioininum naluraliter insiíum rationis lumen, qi io in suisactibus ciirigaluradfinem [Ahora bien, la luz de la razón está naturalmente ínsita en cada hombre, por la cual sea di­ rigido en sus actos a un fin]. En forma similar en muchos otros lugares. La esencia más íntima de una cosa la entiende como su naturaleza: Essentia speciei vocatur etican natura (Sttmma Theologiae, III, q. 2, a, le) [la esencia de una especiees llamada tam bién naturaleza], o bien: natura nilu'l a liad est quam ratio... indita rebus (Commentaria ad Libros Phys., 11,14 s.) [la naturaleza no es otra cosa sino la razón [=esencia] ...ínsita en las cosas]. 16. Textos especificativos en Walter Ullmann, Principies o f Government and Polilics in tiie M iddie Ages, London '1974, p. 249.

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Ím petus n aturalis es el que com o fuerza instintiva tiene com o consecuencia

la com m u n ilas civ ita lis [la com unidad de la ciudad]. El concepto jurídico del Estado fue expuesto, en la doctrina tomista, según el modelo aristotélico como entidad natural, y aquí debe tenerse en cuenta el punto de vista fun­ damental de santo Tom ás17de que el u u cto r m lu ra e siempre es Dios m ism o y lo sigue siendo. De allí se sigue la consecuencia tomista de que el Estado es una unidad autónoma, independiente, que se sostiene a sí misma, que obedece a sus propias normas intrínsecas, que tiende a su fin que le es natu­ ralmente propio y que se rige a s í mismo por sus propias leyes. El Estado es resultado del nalurale iudicatorium humánete rationis [capacidad natural de juicio de la razón humana], para citar una vez más al Aquinate.18El Estado es, como se ha dicho, la com m unitas p erfed issim a,19 precisamente porque la naturaleza misma nada deja incompleto.20Como institución jurídica el Esta­ do no tiene, según el tomismo, nada que ver con cualquier otra institución. No es un invento o disposición humana, no es una construcción artificial y desde el punto de vista de su origen y de su eficacia nada tiene que ver ni con la Iglesia ni con el papado ni con la gracia divina. Es autónomo. El instinto humano natural lo ha engendrado. Esta idea de la esencia del Estado implica el concepto, inseparable­ mente ligado a él, de civis [ciudadano]. El Estado se com pone de los d v e s . Nos enfrentam os ahora aquí con un concepto m uy significativo, pues el civis aristotélico-tom ista no es otra cosa sino el hom bre natural, al que san

Pablo denom inara h om o an im atis y que es traducido m uy correctam ente por "h om bre natu ral". Con ello nos introducim os en el ám bito jurídico del bautism o, tan dejado de lado por los m edievalistas. Pues la eficacia del bautism o consistía en que la esencia natural del hom bre se transfor­ maba en una nova creatu ra [nueva creatura], que se presentaba com o el h om o novus [hom bre nuevo], para quien de allí en adelante debían tener valor las normas de la n ov itas v itae [novedad de vida]. La nova creatura era el fid e lis christian u s [el fiel cristiano], que estaba ligado a las normas de las autoridades puestas por Dios. Jurídicamente, el bautism o significaba la

17. En relación con esto c/r. sobre todo Martin Grabmann, Die miltclallerUchen Kommentare zttr Politikdes Aristóteles, Sitzungsberichte der Bayerischen Akademie der Wissenschaften, phil. hisl. Klasse, 1941, Heft 10, aquí pp. 12 ss. 18. Santo Tomás, Suimna llieologiae, 1-1!, q. 71, a. 6, ad 4m. 19. Santo Tomás, ín Politicorum, 1, lectio 1. 20. C/r. por ejemplo, su Commentarium ¡ti tres libros De anima, íll, 14.1; Suimna iheoiogiae, 1-11, q. 91, a. obj. V.

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entrada en la Iglesia, que en cuanto institución divina de salvación, per­ seguía los fines que le eran inm anentes. En cuanto fid e lís estaba cada uno som etido a la autoridad (cristiana). Se trataba aquí, com o lo había recal­ cado san Pablo, de una re g en era d o h o m in is [regeneración del hom bre], un resurgir del hom bre natural en la form a del cristiano. Entiéndase bien, la g e n e r a d o natural cedía su lugar a una re g en era d o , porque volvía a nacer per lav acn tm regen eration is et ren ovation ís 21 [por el lavatorio de la regenera­ ción y de la renovación]. La idea del renacim iento encontraba su formula­ ción m ás m arcada en la respuesta de Cristo a la pregunta de Nicodemo: "¿C óm o puede un hom bre nacer, siendo ya viejo? ¿Puede acaso volver al seno de su m adre y nacer de nu ev o?".22 El hom bre natural experim entaba ahora especulativam ente, en la nue­ va doctrina de! siglo XIII, un renacim iento, a saber, un renacim iento que era análogo a! renacer obrado por el bautism o. Expresado gráficamente, el hom bre natural se había encontrado hasta et siglo XIII en un sueño

21. Tit. 3 ,5 ; también 1 Cor. 2 ,1 4 s.; 2 Cor. 5,17; Gal. 6 ,1 5 ; Ef. 4,23. La "novitas vitae" en Rom. 6,4. El "Hom o novus" en Ef. 2,15 y 4,24. En consonancia total con ello rezaba la oración del papa en el bautismo pascual: ...nf omitís /ionio Itoc sacramentum regenerationis ingressus in vera innocenlia nova infautia renascatur [para que todo hombre que recibió este sacramento de la regeneración con verdadera inocencia renazca con una nueva infancia], Líbersncrainentonim Romanae ecclesiae ordinis aniii cireuli [Sacramentarium Gelasianum], ed. L. C. Mohlberg, Romae 1960, pp- 73 s. n° 448. La oración estaba en uso hasta los tiempos más recientes. Precisamente este pensamiento del nuevo nacimiento lo aplicó el papa Inocencio III después de la conquista de Constantinopla por los cruzados en 1204: Cuín ecciesia Constantinopohtana in novam quodammodo infanliam renascatur [Al renacer la Iglesia de Constantinopla a una en cierta manera nueva infancia], Reg. VIII, 26 = P.L. 215,579. 22. Juan 3, 4 s. Sobre este pasaje, cfr. Rudolf Schnackenburg, Das ¡ohannesEvangelittm, Freiburg-Basel-Wien 1965, pp. 380 ss., quien pone de relieve que todo oyente o lector cristiano debía pensar de inmediato en el bautismo (p. 383). Sobre el trasfondo de la idea del nuevo nacimiento, cfr. entre la abundante lite­ ratura: Adolf von Harnack, Die Terminologie der Wiedergeburt mui venoandter Erlebnisse in der atiesten Kirche, in: "Texte und Untersuchungen zur altchristlichen Literatur" 42, 1918. pp. 97-143; Othmar Heggelbacher, Die christliche Tatife ais Rechtsakt nach dem Zeugnis derfrülten Christenheit, Freiburg/Schweiz 1953: fun­ damental; H. D. Betz, Der Apostel Paulas und die sokralisclie Tradilion, Tübingen 1972, pp. 138 ss. Cfr. además Karl Baus, en: Handbuch der Kirchengeschicbte (ver nota 4) 1, pp. 128 ss.

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invernal, pues lo que importaba no era él, sino el h om o ren alu s2-' [el hombre vuelto a nacer], es decir, e lfid c lis christian u s [el fiel cristiano]. Lo que uno observa en conexión con la recepción de A ristóteles es el renacer, la R en aissan ce o retom o de ese hombre natural expulsado que se transformó, en el ám bito del derecho público, en el civis [ciudadano]. Y recordam os que santo Tomás, am pliando a Aristóteles, hablaba del anim al p oliticu m et socíale.232425El recuerdo del h om o tm im alis no sólo por cierto no había ido desapareciendo, sino que facili tó su resurgimiento de un m odo muy nota­ ble. Lo que además provocó el renacimiento del concepto jurídico d e civis fue también aquí el uso idiomático, pues de los civ es trataban por cierto incontables Diplomata, etc., pero funcionalmente no eran ellos sino su bditi [súbditos]. Ahora com ienzan a adquirir un significativo formato jurídico, porque en cuanto cives eran partes constitutivas e integrales del Estado. Se podría hablar aquí, precisam ente, de una reg en eratio civ is [regenera­ ción del ciudadano]. Debe recalcarse q u e -a l contrario de la entrada en la Iglesia- no era necesaria ninguna acción jurídica especial para convertir­ se en m iem bro del Estado. En virtud de su origen natural él era ciudada­ no: el Estado y los ciudadanos se com plem entaban necesariam ente y am bos pertenecían al plano de la naturaleza, com o lo pu so de relieve la doctrina aristotélico-tom ista. Por ello el individuo podía en adelante es­ tar som etido a una doble consideración: una natural, en el ám bito público en su condición de civ is , y.una sobrenatural, en el eclesiológico en cuanto fid c iis christianus. En aquella función era autónom o, en esta última súbdito

de la autoridad .“ El hom bre natural ya no estaba desplazado, sino valori­ zado plenamente. Las fuerzas y capacidades que estaban en él dormidas debían experim entar su despliegue y plenitud, a saber, en el plano moralprivado com o hom bre sin m ás y en la vida pública com o ciudadano.26 Puesto que los ciudadanos, con respecto a su propio vivir en com ún, deben de alguna m anera com unicarse, regular d e alguna forma la vida com ún en su Estado y dictar las leyes correspondientes, desarrollaban una actividad que Aristóteles denominó con el térm ino totalmente nuevo

23. Juan 3,3 y 1 Pe 1,23. 24. De regimine principian 1,1: Naturale autem est liomini, ul sit animal sociale et politicum [Ahora bien, es natura! al hombre que sea un animal social y político]. 25. Detalles en Louis Lachance, L'humanismepolitique desaint Thomas d'Aquin, Paris-Montreal 1965, pp. 203 ss.; cfr. también Walter Ullmann, The Individual and Society in the M iddle Ages, London, 1967, pp. 121 ss. 26. Esta distinción proviene de Aristóteles: Política III, 5, 10 (1278b). Sobre esto cfr. especialmente santo Tomás:7n Politicorum III, 3.

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para el O ccidente medieval d e p o lite u e in . G uillerm o de Moerbeke acuñó, m uy acertadam ente, el nuevo término politizare, e s decir, obrar como ciu­ dadano en el m arco de la com unidad natural del Estado,17 lo cual en un sentido más am plio tendría el significado de gobernar. Con ello nos en­ contram os aquí con el tercer concepto esencial, ju nto al Estado y al ciuda­ dano, ahora también la política, precisamente aquella actividad que los civ es en cuanto tales desarrollan cuando se trata de la ordenación de su propia com unidad. Así com o el Estado, conceptualm ente, es autónomo, igualm ente lo es la política de sus ciudadanos: ella señala la dirección al Estado. Establece sus propios criterios, se apoya en sus normas determ ina­ das por ella misma, y la ciencia de la política es compren-siblemente una de las scienticie h ú m a m e -p a ra citar una vez más al Aquinate- pero por sobre todo es una scíeníín architedon ica, porque persigue como fin el ultimum ct p erfed u m bonu m in rebus humanis™ [el bien último y perfecto en las cosas hum anas]. Adem ás de eso, la scientia política mism a es una nueva configu­ ración verbal y conceptual, que describe su contenido con bastante exacti­ tud, Es una de aquellas ciencias que son operativae secu n d u m im ilation em m lu r a e 19 [operativas según im itación de la naturaleza). Por ello, santo

Tomás llam a a la doctrina política, con toda lógica, una scien tia c iv ilis r 9 D ebería reconocerse sin dificultad que en este nuevo m undo conceptual estaba contenid a tam bién una nueva cosm ovisión. El Estado, los ciuda­ danos, la política y su ciencia, todos ellos se dejaron subordinar sin dificul­ tad bajo el concepto superior de la hum anitas.3' La época del humanismo se aproxim a con palpable cercanía. Este nuevo m undo conceptual com enzó entonces a em prender su m archa triunfal. Aquí, por ejem plo, habría que m encionar la nueva for­ m u lación tom ista del regim en politicu m o de la co m m u n ita s política, sobre lo cual nadie, hasta ese entonces, había oído nada. Junto a ello existía, según el tom ism o, un sta tu s pop u laris, caracterizado por el hecho de que ex p o p u larib u s p o ssu n t eligi prin cipes, el a d p op u lu m pertin et e le d io prin cipu m

[los gobernantes pueden ser elegidos de entre el pueblo, y la elección de los gobernantes le corresponde al pueblo). Esto corresponde cuando el2789301

27. S. F. Susem ih!, Aristolelis Libri O d o Politicoriini, Lipsiae, 1872, p. 307, linea 12 (Pol. VII. 14 [15), 1333b). 28. In Politicorum, I, lectio 1. 29. Documentación en Ullmann, Principies (ver nota 16), pp. 251-253. 30. In Politicorum, I, lectio 1. 31. Sobre esto cfr. Lachance (ver nota 25), pp. 349 ss.

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soberano era entendido com o persona populi ¡persona del pueblo], es de­ cir, que él en su persona representa al pueblo. Con ello cobró nueva vida la casi desaparecida tesis ascendente sobre la soberanía y el derecho.-12 El tom ism o introdujo la doctrina aristotélica en forma inconsútil en todo el edificio cristiano, de m odo que uno se siente autorizado a hablar de un sistem a com pleto. Ello se puede ilustrar con dos ejem plos. En pri­ mer lugar, la doctrina tomista no dejó de lado la doctrina sobre las virtu­ des vigente hasta entonces, sino que la perfeccionó. Como es sabido, las acciones fundadas en algunas de las cuatro virtudes denom inadas cardi­ nales (iustitia, prudenlia, lemperantia y fortitudo )3 233 podían obtener su pleno valor moral sólo cuando estaban apoyadas por una de las tres virtudes denom inadas teologales (Fe, Esperanza y Caridad). Tam bién a q u í en el ámbito de la doctrina de las virtudes ayudó el uso ¡diom ático, facilitán­ dole la entrada a la nueva doctrina, pues conforme al modelo de M acrobio tales virtudes se llam aban tam bién virtutes politicae.3* Ahora b ien , santo Tomás m arcó aquí nuevam ente el cam ino adjudicando a las virtudes cardinales su pleno valor de virtud, en cuanto que reconocía las accio­ nes dependientes de ellas com o m oralm ente "b u e n a s", pero al m ism o tiempo subrayaba que serían m eritorias si fueran inspiradas p o r algu­ nas de las virtudes teológicas: Actus virtulis politicae non es i indifferens, sed est de se bonus, el sigratia infórmalas, eril meritorias [El acto de la virtud política no es indiferente, sino que es bueno de suyo y si está informado por la gracia será meritorio].35 Aquí se subraya con toda la deseable clari­ dad la autonom ía de las virtudes cardinales, cuya efectividad quedará de tal m anera elevada por medio de las teológicas que recién entonces podrán desarrollarse perfectam ente, con el resultado de que la conducta humana será meritoria. Una tesis paralela se encuentra en la doctrina tomista sobre la relación entre naturaleza y gracia, pues gratia non tollil naturam, sed perficil eam lia gracia no quita la naturaleza, sino que la perfecciona]. Aquí tam bién se

32. Cfr. UHmann, Principies (ver nota 16), pp. 252 ss. 33. Sobre esto cfr. Sibylle Mahl, Quadriga Virtutunt, Kóln-Wien 1969, espe­ cialmente para la época carolingia. 34. Macrobius, Commentaria in Somnium Scipionis, ed. Lipsiae, 1774,1.8, pp. 50 s. 35. Sobre esto, cfr. especialmente Odón Lottin, "Les vertus morales acquises sont-elles de vraies vertus?" Recherches de théologie ancienne el médiévale, 20,1953, pp. 34-36, quien fue el primero que llamara la atención sobre la fundamental significación de esta afirmación tomista.

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observa cóm o ambos polos se dejan ordenar en un sistem a sin ensam bla­ d uras y pueden quedar acordados m utuam ente. N o hace falta subrayar qué profundas rupturas aparecieron con esto en la doctrina tradicional sobre la sociedad y sobre la autoridad. Lo natural y lo sobrenatural confi­ guraban los dos pilares de la nueva cosm ología.36 Ciertamente no estaban en el m ism o nivel, pero lo decisivo era que a cada uno de ambos polos se le otorgaba independencia y valor propio. Dentro de esa unidad cosmológica se podía hablar de jerarquía y de gradación. Y era precisamente esta carac­ terística la que distinguía fundamentalm ente al tomismo del averroísmo, pues para este último la naturaleza y la gracia se encontraban irrecon­ ciliablem ente contrapuestas. Los conceptos pertenecientes al plano natural acerca del Estado, el ciudadano y la política ya no desaparecerían de aquí en más del cam po visual. Hasta entonces, es decir, hasta la recepción aristotélica, no exis­ tían com o elem entos conceptuales de la doctrina sobre la sociedad y la autoridad. De ahí en adelante, em pero, como el Aquina te lo había m os­ trado am pliam ente, y com o sus discípulos y continuadores lo dem ostra­ rían , estos co n cep to s sirv iero n , p recisa m en te, com o in stru m entos preferenciales con los cuales se pudo erigir un sistem a bipolar de la so ­ ciedad y la autoridad, e s decir, un sistem a que no se apoyaba en los fu nd am entos eclesio lóg icos un ipolares, sin o en la im agen natu ral del E stad o y en la institu ción salv ífica d e la Iglesia. U n nuevo m u nd o com en zó a m o stra rse ante los contem p oráneos que, de todos m o d o s, estaban predispuestos para esta nueva im agen del mundo. Los presu­ puestos estaban dados, puesto que en forma totalm ente independiente de A ristóteles se había abierto cam ino, desde fines d el siglo XII, una evolución en casi todos los ámbitos espirituales, la cual, ya desde m e­ diados del siglo XIII, adquirió formas firmes y abonó el campo para la recepción de las ideas aristotélicas. Por cierto, el naturalism o, especial­ m ente en su modalidad grosera con sus peligrosas consecuencias para la cosm ología cristiana, había llegado en los últimos decenios en la uni­ versidad de París a un agudo punto de evolución, lo que también era dable observar en otros institutos de enseñanza. Basta sim plem ente re­ ferirse a Siger de Brabante o a Enrique de Gante para ver hasta dónde estaba d ispu esto a llegar el punto de vista natu ralístico.37 Pero este naturalism o grosero era, sin em bargo, sólo una m anifestación pard al.

36. Sobre todo esto cfr. Lachance (ver nota 25), pp. 54 ss., 353 ss. 37. Cfr. la bibliografía mencionada en la n o ta 13.

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Configuraba solam ente un detalle llam ativo del cuadro de conjunto. Y este cuadro de conjunto m ostraba los rasgos y características que, en form a totalm ente independiente de Aristóteles y del averroísm o, habían cam biado el panoram a desde la m itad del siglo XIII. Porque en lodos los campos del espíritu creador se m uestra un cam ­ b io p ercep tible y una ineq u ív oca tend encia h acia pu ntos d e v ista naturalísticos, así ante todo en la creación artística, en la arquitectura, en la pintura y especialm ente en la escultura,38 pero no m enos en la m ás reciente ram a del saber, en la scientia naturalis -la expresión es exacta­ m ente una form ulación nueva com o la de scientia política (san Alberto M agno fue quien la acu ñó)-,39 y en la m edicina, fruto de aquella ciencia, pero tam bién en la historiografía se puede percibir una sorprendente inclinación hacia una explicación puram ente hum ana de los sucesos his­ tóricos,40 y la poesía y la prosa e Incluso los libros de derecho utilizan ahora en una medida creciente el idioma vulgar. Éste perm itió expresar el elem ento natural y hum ano con m ucho mayor vigor que el algo rígi­ do, desm añado y lejano latín. Concuerda con esto el hecho de que en el curso del siglo XIII el elem ento laico em puja cada vez más hacia adelan­ te: basta sólo pensar en las universidades, en la judicatura y en los órga­ nos de la au toridad, especialm ente en los lugares donde predom inaba el derecho feudal, com o en Inglaterra, o bien en la constitución de las co­ m unas, cuyo desarrollo era dable observar por regla general en la Italia septentrional, para hacerse una imagen aproxim ada de los cam bios que la época m ostraba.41 Com plem entariam ente, y precisam ente en el plano de la autoridad, es digna de ser destacada la tendencia, em parentada al naturalism o, a la secularización, la cual en la época de los H ohenstaufen

38. Para una orientación cfr., por ejemplo, Richard Hamann, Geschichte der Kimsf, Berlin 1933, pp. 295 ss., quien habla de la época del naturalismo, de! humanismo y del Renacimiento (p. 310). 39. San Alberto Magno, De Mineralibus, ed. Venezia, 1517, 111, 1, 1, p. 139: Scienliae naturalis enim non est sinipliciler narrata accipcre, sed ¡n rebus naturalibus ¡nquirere causas [Es propio de la ciencia natural no sólo aceptar sim plem ente lo que se ha dicho, sino investigar las causas en las cosas naturales]. Su contempo­ ráneo Roger Bacon hablaba en Oxford de scienliae experim entales. Cfr. E. J. Dijksterhuis, The mechanization o f Ihe world picture, Oxford, 1961, pp. 138 s. 40. Detalles en Ullmann, Individual and Society (ver nota 25), pp. 110 ss. 41. Sobre el trasfondo, cfr. el siempre valioso De Lagarde (ver nota 9), I, pp. 159 ss . y II, 1958, pp. 28 ss., 51 ss. y 106 ss.

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había m odificado muy sustancialm ente la estructura de la autoridadEsta secularización liquidó con fuerza los fundamentos de la autoridad, hasta ese entonces articulados eclesiológica y teocráticam ente." Ú n ica­ m ente a lo largo de una visión de conjunto se puede reconocer toda la significación de la recepción aristotélica. Uno em pieza a com prender cóm o y por qué esta influencia pudo hacer tan rápidos y am plios pro­ gresos, precisam ente en la doctrina sobre la sociedad y la autoridad. Es verdad que corrientes espirituales tan poderosas sólo se pueden expli­ car en conexión con la facticidad histórica. Sólo entonces se hacen com prensibles acción y reacción, sólo entonces son concebibles causa y efecto, y partida y contrapartida inteligibles. Los nuevos conceptos de las postrim erías del siglo, mientras se con ­ vertían en instrum entos de la doctrina acerca de la sociedad y la autori­ dad, ejercían un efecto hasta entonces sólo im perfectam ente conocido, precisam ente porque presuponían la independencia de las circunstan­ cias. En lugar de la unipolaridad aparecía cada vez con m ayor frecuencia la bipolaridad. Se podría tam bién decir que la humanilas, en cuanto la m anifestación abstracta de lo naturalm ente hum ano, hizo su aparición a plena luz y se colocó junto a la christimiilns. Vastas perspectivas com enza­ ron a bosquejarse entonces cuando el homo aniiualis ocupó su lugar en su función pública y jurídica.41Ideológica y conceptualm ente hay que sep a­ rar la com unidad de los ciudadanos -e l E stad o- de la com unidad d e los creyentes - la Iglesia-. El Estado, el ciudadano y la política no tenían ju ríd ica y conceptualm ente ninguna relación con la Iglesia y con el d ere­ cho eclesiástico, pues procedían del ámbito natural y eran por ese motivo independientes. La nueva doctrina acerca de la sociedad y la autoridad significaba con razón una notable lim itación del poder de jurisdicción de los funcionarios eclesiológicam ente dependientes, por cuanto faltaba el vínculo jurídico. Tampoco le correspondía ni al Estado, ni al ciudadano, ni a la política ningún carácter sacram ental. Por ello resulta claro porqué ahora, al m enos en m uchas producciones literarias destinadas al ám bito de la com unidad, transform ada en natural, de los ciudadanos, se utilizó la tesis ascendente sobre la autoridad y el derecho, quedando la tesis descendente limitada al ám bito de la institución salvífica de la Iglesia 423

42. Sobre esto cfr. las observaciones de Walter Ullmann, "Von Canossa nach Pavía; Zum Strukturw andel der H errschaftsgrundlagen ¡m salischen und staufischen Zeitalter", Hisiarisches ¡ahrbuch, 93, 1973, pp. 265-300. 43. Detalles en De Lagarde (ver nota 9), H, pp. 80 ss.

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fundada por Cristo.44 Con ello se originaron em pero profundos proble­ mas que los contem poráneos de fines del siglo no podían pasar por alto. Estas nuevas tesis no tenían una existencia im aginaria sobre las nu­ bes, sino que estaban bien conectadas a tierra y vinculad as a la realidad. Sobre todo, estaban dotadas de un potencial de aplicación francamente explosivo. Piénsese solam ente que en ese m arco la autoridad no conce­ día ni adjudicaba derechos, y que éstos tam poco podían ser reclam ados. En este marco la concepción teocrática de la autoridad es relegada a segundo término en la mism a medida en que el gobernante secularizado aparece en primer plano. La profundidad del abism o que separaba las tesis antiguas de las nuevas se puede reconocer claram ente en Rex Dei gratín. En el hasta entonces prácticam ente indiscutido sistem a de go­ bierno, el gobernante era lo que era, por la gracia de D ios,45 pero en el marco de las nuevas teorías, ahora realm ente por prim era vez políticas, ya no se apeló más a tal fundam entación del poder soberano. Viéndolo sólo desde este punto de vista se puede m edir perfectam ente el cercena­ miento de) poder eclesiástico de jurisdicción.46 N o necesito adentrarm e en otras form as de m anifestación de la nueva doctrina de la sociedad en

44. Sobre ambas tesis, c/r. la recensión bibliográfica de W alter Ullmann, en Revtie d'histoire rfi/ ciroit, 26, 1958, pp. 360 ss., como también su Principies (ver nota 16), pp. 20 ss. En comparación con la Iglesia que fue fundada, hay que poner de relieve el crecimiento, basado en leyes naturales, del Estado y su desarrollo natural. 45. C/r. por ej., Boso, rey de Burgundia: Ego Boso, Dei gratín id i/und smu [Yo, Boso, por la gracia de Dios soy loque soy], cit. en Ullmann, Individual and Society (ver nota 25), p. 19, nota 39. En un tiempo posterior habría que citar a Enrique V: Henrictts Dei gralia sutil id quod sin» [Enrique, por la gracia de Dios soy lo que soy] (Codex Udalricin. 94, ed. Philippus Jaffé, Bibliothecarerum Germanicarum 5, Berolini 1869, reimpresión 1965, p, 182). También respecto de los obispos se encuentra esta explícita relación al texto paulino. 46. Un inequívoco síntoma de ello es también el casi sim ultáneo cambio en la computación de los años de reinado en los reyes ingleses y franceses. Tanto Eduardo I como también Felipe 111 comenzaron a contar sus años de reinado no desde el día de la coronación o consagración, sino a partir de la efectiva toma de posesión del gobierno. Debe señalarse en este contexto que el Hohenstaufen Felipe de Suabia computó su gobierno, manifiestamente por los mismos motivos, desde el día de la elección (8 de marzo de 1198), y no recién desde el día de su coronación (8 de setiembre de 1198): M.G.H. Legum sectio IV: Conslihitiones el acta publica imperatorum et regum 2, Hannoverae, 1896, 2 n° 1 (del 29 de junio de 1198); además 18 n° 151 Esta'circunstancia ha recibido demasiada poca atención.

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conexión con el pueblo. Com o m eros ejem plos perm ítasenos m encionar la concepción acerca de la representación, que se desarrolla entonces poderosam ente en lugar del principio de delegación, la tesis sobre el poder residente en el pueblo para establecer el derecho, el desarrollo de la representación del pueblo y del parlam entarism o,47 la designación de los órganos públicos y su responsabilidad ante el pueblo, la posibilidad de que los gobernantes sean depuestos por el pueblo, etc.48 Lo que se observa por doquier es el nuevo nacim iento de una cosm ología que, y esto debe resaltarse, no se coloca de ningún m odo en oposición al cris­ tianismo -san to Tom ás había pergeñado la magistral sim biosis- sino que se colocaría junto a él. La reacción en el cam po papal se podía razonablem ente prever. A la pretensión papal de autoridad m onárquica, entendida hasta entonces com o plenitudo potestatis, le fueron im puestos lím ites rigurosam ente de­ lineados. Este achicam iento se fundaba, según el criterio papal, en un universo conceptual que, respecto de la doctrina cristiana sobre la socie­ dad sostenida desde hacía siglos por los papas, no sólo no tenía nada en com ún, sino que se le contraponía en puntos esenciales. El ordenam ien­ to unipolar de la sociedad y de la autoridad com enzaba a ser fuertem en­ te cuestionado. Pero todo ello fue eclipsado por el am enazante peligro de una m ptura en la cosm ovisión cristiana integral. Al observador con­ tem poráneo advertido no se le podía pasar por alto esta am enaza. De acuerdo con la concepción básica totalizante, la vida terrena era tan sólo un estadio preparatorio y n o tenía por consiguiente ningún valor pro­ pio, sino que lo recibía recién a partir de su relación con la salvación del alm a, que era considerada com o evidentem ente obligatoria para cada cristiano. A hora, em pero, se le otorgaba m anifiestam ente a la vida natu­ ral y terrena un valor plenam ente autónom o. En consecuencia, los anti­ guos lazos y ordenam ientos parecían relajarse, cuando no hasta diluirse, porque las medidas, los ordenam ientos jerárquicos y las valoraciones no

47. Las asambleas corporativas habían ya preparado el terreno para ello. En un sentido amplio se pueden hacer aquí las mismas observaciones respecto del feuda­ lismo como sobre la emancipación del individuo. Cfr. sobre esto Ullmann, Indivi­ dual and Society (ver nota 25), cap. II. Esta fecundante función del feudalismo, que sin exageración puede ser entendido como un estadio previo de la tesis populista y del Renacimiento humanista, no ha sido hasta ahora plenamente reconocida. 48. Todo ello son meras formas de manifestación de la tesis ascendente o populista sobie la autoridad y el derecho. ‘ -

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tenían ya, com o antes, una vigencia incontrastable. Se había instalado la duda que carcome. Esta evolución espiritual fue asum ida por el papado com o un pesado y duro golpe contra principios y verdades cristianas fundam entales. H abía que frenar el em bate oponiendo al desafío un pertinente rechazo, para proteger la cristiandad de la caquexia, ruina, di­ solución y disgregación. El papado se consideró siempre com o el escudo protector del genuino orden cristiano respecto de la vida, la sociedad y la autoridad, y esa evidencia le im puso la obligación de levantar uun frente defensivo contra las novedosas tesis que lo cercaban con alarmante rapi­ dez, precisam ente porque, según la óptica papal, tendrían com o conse­ cuencia descom poner y quebrantar la cristiandad occidental. La esencia m ás íntima de la unidad eclesiológicamente universal podría aparecer fundamentalmente atacada por los desvanos espirituales contemporáneos. Para esta d ifu sión llevada a cabo en el p lano práctico de las nuevas tesis la situación fran cesa puede serv ir de ejem plo. Q ue la potenciali­ dad de la nueva tem ática se convirtió sin particular dificultad en una realidad altam ente p eligrosa para el papad o, lo debía poner d e m ani­ fiesto el rey francés, que perseguía el plan tácticam ente refinado de to­ m ar en serio la realización práctica de la tesis populista ascendente, a fin de im presionar pertinentem ente a la Curia, ya que no am edrentarla. Y que tanto el papa com o tam bién los cardenales estaban, de hecho, consternados, puede acreditarse por los irritados discursos que fue po­ sible escuchar en el consistorio de ju n io de 1302. El astuto m anejo con que Felipe IV utilizó la novedosa tesis populista en su lucha contra el papado, es sum am ente concluyente. Para el 10 de abril de 1302 convocó una asam blea en la que el pueblo francés estaba representado por todos los tres estam entos. P or prim era vez el tercer estam ento - la ciud ad aníaera invitado a un acu erd o público m uy im portante. Y cu ando después la nobleza envió a la Curia su declaración y el recientem ente em ancipa­ do tercer estam ento - l a universitas civitatum et villarum regni Vranciae [la totalidad de las ciud ad es y pueblos del reino de F ra n cia ]- un escrito sellado, se obtuvo tam bién el efecto calculado y previsto por el rey. In­ tranquilidad, agitación y consternación se adueñaron de la Curia. El cálculo del rey de que la Curia se sobresaltaría con esta m anifestación práctica de la tesis populista, se m ostró totalm ente acertado: él actuaba -é s ta era la im presión que se q u iso d esp e rta r- únicam ente en nom bre del p u eblo francés. P ortad or de la expresión de la voluntad política no era él, sin o el p u eblo. P recisam ente en este ejem plo se m ostró hasta dónde las tesis a scen d en tes, en parte ya preparad as p o r el derecho con su etu d in ario , p o d ían ser llevad as a ia práctica, pues lo que aquí

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era esencial, era la concepción sobre la representación, la política, el ciud ad ano y, en definitiva, la concepción del Estado.4’ De esta m anera se abrió un frente m uy peligroso para el papado. Éste había ten id o que tratar hasta entonces sólo con gobernantes ind ivid uales, en cu y o lugar desde ahora aparecería la m asa am orfa. Y para eso no se tenía todavía preparad o ningún recurso. El hom bre que ya desde m uy temprano se m ostró em peñado en la defensa de la teoría jurídica tradicional se encontraba, desde hacía al­ gún tiem po, en la Curia bonifaciana. Benedetto Caetani, cuando fue le­ gado papal en Francia en el año 1290, convocó al venerabilis magister de la orden agustina Egidio Rom ano4950 a su despacho para que alejara de la cátedra en la Universidad de París al fam oso E nrique de Gante, a causa de las doctrinas por éste defendidas que, según la concepción corriente en la Curia, no podían ser puestas en consonancia con las norm as de vida cristiana. Caetani, en su discurso ante el concilio nacional de París, se burló con mordaz ironía de la ortodoxia de los profesores parisinos.51 Destacó la/iif uilas de los Magister de París, que daban rienda suelta a su orgullo, m ie n tra s que en la C uria romana tenían la fam a de ser más ton­ tos que los m ás tontos: quia non soium se, sedetiam totum orbemsua doctrina

49. El escrito lacrado no ha sido conservado, sí en cambio el escrito de la nobleza. Sobre éste y los discursos consistoriales, cfr. Dupuy (ver nota 4), pp. 60 ss. Es indiscutible que esa "asam blea del pueblo", así como también la del año s ig u ie n te , h ab ía sid o e x c e le n te m e n te m an ejad a. D e talle s en H elene W ieru szo w sk i, Vom ¡m perium zum n a tio m len K onigtum (B eih eft 30 der "Historischen Zeitschrift", München, 1933), pp. 132 ss; T. S. R. Boase, Boniface VIH, London, 1933, pp. 305 s.; Georges Digard, Philippe le Bel et le Saint-Siége de 1285-1304, II, Paris, 1936, pp. 101 s.; recientemente, Thom as M. Bisson, "The general assem blies of Philip the Fair: their character reconsidered", Stiulia Gratiana 15,1972, pp. 537-564, especialmente pp. 558 ss. En otro contexto indi­ qué la significación de esas asambleas: Ullmann, Principies (ver nota 16), pp. 107 s. Lamentablemente, el por otra parte tan valioso tomo 8 de Miscellanea Mediaevnlia ("D er Begriff der Repraesentatio im Mittelalter", ed. por Albert Zimmermann, Berlin 1971), no contiene ningún trabajo sobre este importante tema. 50. Juntamente con el otro profesor en la Universidad de París, Johannes de Mura: cfr. Denifle-Chatelain, Chartularium (ver nota 13) II, p. 12 n° 542. Sobre todo esto cfr. H. Finke (ver nota 5), pp. 17 s.; Digard (ver nota 49) II, pp. 117 ss. Sobre Egidio: van Steenberghen (ver nota 13), pp. 503 s. con bibliografía. 51. Sobre él como consejero curial respecto de anteriores problemas teológicos en París es muy instructivo Callebaut (ver nota 9), pp. 453 s., 466 s.

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pestífera repleverunt5253[Porque no sólo a sí mism os, sino tam bién a todo el orbe colmaron con su pestífera doctrina). Si bien estas drásticas palabras se referían al problem a del día de los privilegios de los m inoritas, no d isminuyen en nada el valor sintom ático de lo afirm ado, m uy por el con­ trario, el mordaz rechazo del entonces cardenal legado obliga a sacar la conclusión del desprecio que sentía h ad a los profesores d e París. Egidio Romano, que desde entonces disfrutara de la confianza curial, era ciertamente uno de los pensadores más inteligentes, ilustrados y profundos, su m am en te v ersa d o tan to en el to m ism o com o en el averroísmo com batido por él,5556con todo, siem pre configu ró con inde­ pendencia sus pensamientos. Su doctrina era una m ezcla de agustinismo y tomismo, donde a Aristóteles le cabía sólo un m odesto lugar.54 Se pres­ ta muy poca atención al hecho de que en el escrito destinad o a la Curia "D e ecclesiastica potestate", le atribuye al bautism o una significación máxima y decisiva en cuanto im portante hecho ju ríd ico.55 En lodo caso, ningún escritor de la alta Edad Media otorgó tanta atención a la regenerado como Egidio. Dado que la Unam sanctam se apoya tan fuertem ente en este escrito es necesario subrayar particularm ente este punto de vista.55 La regenerado, que el hom bre experim enta en sí por el bautism o, es el

52. C/r. Finke (ver nota 5), Quellen, p. V, n° 1. 53. Sobre el tema, van Steenberghen (ver nota 13), pp. 447,476 s y 481. 54. Sobre su doctrina sigue siendo el mejor informado Richard Schotz, Die Pubtizislik znr 7 eil Philipps des Sclwnen m d Bonifaz' Vil!, Stuttgart 1903, pp. 33 ss. 55. Denomina al bautism o el sacram entum utiíversale en su escrito De ecclesiastica potestate, ed. Richard Schotz, Weimar, 1929,11. 7, p. 72; en otro lugar lo llama ianua [la puerta], 11.1, p. 98 s. La ubicación jurídica dentro de la comu­ nidad cristiana la recibe la nova creatura en razón de ser miembro de la Iglesia. Su concepción fundamental concuerda plenamente con san Agustín. Cfr. su Sermo 121 en Migne, P.L. 38,679 s. (Prima mtivitas ex másenlo et /entina, secunda nativilas ex Deo ei ecclesía) [el primer nacimiento por el varón y la mujer, el segundo por Dios y la Iglesia]; Expos. 1n Ep. ad Romanos, ibíd. 35, 2102 (Renovado in baptismo esi) [La renovación se halla en el bautismo], Cfr. además De Cenes¡ ad lítteram, ibíd., 34,353 s. y Graciano, De cons., Dist. 4, c. 3 s. 56. Es sorprendente que un experto tan eximio como Yves Congar, L'Église de saint Augustin á l ’épocjue moderne, Paris, 1970 pp. 272 s. no haya reconocido este elem ento d ecisivo en Egidio. Tam bién a W ilheim K ólm ei, Regim en christianum, Berlín, 1970, pp. 300 s., 325, 349 s. parece habérsele escapado su significación, aunque cita un pasaje muy llamativo sin evaluar, empero, el valor de dicha afirmación (p. 301). También Riviére (ver nota 11), pp. 191 ss. y De Lagarde (ver.nota 9) 1, p. 194 pasan por alto >a significación de regenerado

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fundam ento y la estructura de este escrito. Se encontraba así en la m ás absoluta consonancia con la doctrina paulina y la dogmática precedente. Concebía expresam ente al bautism o com o un nuevo nacim iento jurídico, no tom ando para nada en cuenta el precisam ente m uy en boga entonces n u ev o nacim ien to del hom bre natu ral. C om o con secu encia el homo animcilis fue d e nuevo relegado al papel subordinado que tenía en la cosm ología cristiana tradicional. Al m ism o tiem po quedó subrayado con sum a energía el anterior papel sobresaliente d el homo renatus?7 La ob­ servancia d e tas norm as eclesiales era, en este sistem a egidiano, un pre­ supuesto para la salvación d el alm a del cristiano: Nttílus possit consequi salutem nisi subiectus ecclesiae el nisisit eiusfilius [N adie podría conseguir la salvación si n o es súbd ito de la Iglesia y si no es su hijo].53 Para él ocupa un prim erísim o lugar la tesis eclesiológica fundam en­ tal, según la cual todo derecho m undano y toda autoridad mundana deben orientarse de conform idad con el derecho canónico: Omites ¡eges

imperiales el terrenae potestates sutil ud ecclesiasticos cationes ordinandae, ut suinant robar [Todas las leyes im periales y los poderes terrenos para te­ ner validez d eben estar ordenados de acuerdo a los cánones eclesiásti­ cos].57585960Por ello, ubica rotundamente en primer p lano el elem ento teleológico y todo el contexto con él vinculado.6" Es, por lo tanto, claro p o rq u é

57. 58. 59. 60.

L.c., II. 7 p.t. y III. 1, p. 149; H I.ll, p. 202, etc. Ibíd., II. 7, p. 72 s. Ibíd., I!. 10, p. 92. Ibíd., III. 4, p. 162: Tentporalia, ut temporalia sutil, ecclesiae sutil subiecta,

quod non est inteligendum, quod ipsa tentporalia per se el primo ecclesiae sutil subiecta, sed iiiteiligendum est, quod sutil subiecta per se, sed non primo... ipsa eitint temporalia in se ipsis habent causam, ut subiciantur spiritualibus et ut ordineutur ad illa [tas cosas temporales, en cuanto temporales, están sujetas a la Iglesia, lo que no debe entenderse como que las cosas temporales mismas estén sujetas de suyo y en primer lugar a la Iglesia, sino que se ha de entender que están sujetas de suyo, pero no primeramente... pues las propias cosas temporales tienen en sí mismas la causa para estar sometidas y ordenadas a las espirituales]. Con esto se halla en relación la consideración teleológica de la función del gobernante mundano: ibíd., II. 6, p. 68: Officium ergo terrenae potestatis est materiam preparare, ne princeps ecclesiasticus in spiritualibus impediatur [Por lo tanto, el oficio de la potestad terrena es preparar la materia para que el príncipe eclesiástico no encuentre impedimentos en las cosas espirituales]. Además, los argumentos en II. 4, pp. 49 s., donde la vinculación de los fines, especialmente de los temporalia, aparece en primer lugar.

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la ya casi olvidada tesis sobre la propiedad y dom inio com o obra de la gracia divina, festejaba nuevam ente su resurrección. Com o se debe re­ cordar, Gregorio VII declaró de un modo contundente la propiedad com o objeto del poder de atar y desatar,6162A quí en Egidio el concepto de pro­ piedad se convierte en uno de los elem entos estructurales esenciales de la eclesiología, no menos sin em bargo tam bién el concepto m ism o de autoridad. Siem pre vuelve a estas partes esenciales de su eclesiología, así cuando afirm a que sólo el bautism o determ ina el ejercicio legítim o de la autoridad y de la posesión legítima: Non sufficit, quod quicumque sit

generatus carnaliter, nisi per ecclesiam regeneratus, quod possit cum iustitia rei alicui domimri nec revi aliquam possidere61 [No es suficiente que alguien sea generado cam alm ente, si no ha sido regenerado por la Iglesia, para que pueda con justicia ejercer dom inio sobre alguna cosa o poseer algo]. Ahora bien, este punto de vista ciertam ente no debe ser señalado com o algo extraordinario,63 pues en el círculo cultural en el cual y para el cual escribía Egidio existían ciertam ente sólo ¡tomines regenerad, que tenían posesiones y ejercían la autoridad. El significado que él asigna a su tesis sólo puede por cierto estribar en que él toma la situación jurídica existente com o prueba d ela rectitu d d esu eclesiología. Pues según la doctrina implí­ citamente atacada, la recepción del bautismo no era de ninguna m an era el p resu p u esto p ara una au torid ad leg ítim a o para la a d qu isició n de una propied ad . Según E g id io, en cam bio, el b au tism o fundam enta la

61. Reg. V il. 14a,ed. Erich Caspar, Weimar, 1920, p. 487. Cfr. también Gregorio I en Migne, P.L. 76,1200. 62. Egidio, l.c., H. 7, p. 70. En conexión con ello cfr. también la agustiniana prima y secunda nalivilas (ver nota 55). En su escrito titulado Reportatio errorum, Guillermo Amidani d e Cremona, el sucesor de Egidio como general de los agus­ tinos, expresa exactamente el mismo pensamiento: Ad inste ef legitime possidendi res temporales plus fácil regeneratio per ecclesiam. quae spiritualis est, quam generatio extema, quaefuil carnalis (Para poseer justa y legítimamente cosas temporales hace más la regeneración por la Iglesia, que es espiritual, que la generación externa, que fue camal], ed. Richard Scholz, Unbekannle kirchenpolitische Streitschriften, II, Roma, 1914, p. 18. El escrito fue ordenado por el papa Juan XXII y los errores eran las afirmaciones contenidas en el Defensor Pacis de Marsilio de Padua. El mismo pensamiento de la regeneración fue también puesto de relieve enérgicamente por un contemporáneo, Juan Baconhorpe, profesor en las universidades de Oxford y de Cambridge, en su comentario a las Sentencias: In Sententias, reimpresión 1969, IV. 11, q. 1, art. 4, p. 386; cfr. también IV. 5, q. 3, art. 1, p. 339. 63. Cfr. también san Agustín,D e civitale Dei, II. 22.

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obligación de observar las normas eclesiológicas, m ientras - y esto debe por cierto su p o n e rse - pueda hablarse todavía de una sociedad y de un ordenam iento de la vida cristianos,64 Y de allí se explica su visión y énfasis de que los derechos sólo pueden ser ejercidos bajo la autoridad de Cristo. Esta capacidad se adquiere, empero, según Egidio, sólo por el som etim iento a la ley de Cristo, lo que acontece por el bautism o: per quam regeneracionem collocatur sub domino Christo suo 65 [por la cual rege­ neración se coloca bajo su señor Cristo]. Con esta tesis fundam ental está inseparablem ente unida la tesis de la autoridad m onárquica del papa, pues -y en esto concuerda d e nuevo totalm ente con Ja doctrina cristiana primitiva y de la alta Edad M ed iaCristo, al fundar la Iglesia, instituyó también al m ism o tiem po la autori­ dad m onárquica del papa com o sucesor de Pedro. De allí resulta para él la esencial dependencia eclesiológica de todo poder público.66 En sen ti­ do inverso se debe recalcar que en ninguna parte de este tratado aparece la idea o el concepto del Estado, del ciudadano, de la política y de otros

64. Su insistencia en que omites reges [todos los reyes], etc. debían observar los principios por él formulados, si velint esse/¡deles (si quisieren ser fieles) (II- 5, p. 59), es por ello esencial para comprender su doctrina. Desde esta perspectiva puede comprenderse mejor su concepción eclesiológica dei poder del soberano:

Terrena potestas est per ecclesiastkam el ab ccciesiastka el ¡n opus ecclesiaslice constituía [La potestad terrena está constituida por medio de la eclesiástica, depende de la eclesiástica y está para el obrar eclesiásticamente], ibíd. c/r. también II. 5, pp. 55:

In hoc tractatu homiltibus fidelibus loquimur, quia nihil ad nos de hits, qui foris surtí [En este tratado hablamos a los hombres fieles, porque de aquellos que están fuera no nos interesa nada a nosotros]. 65. II. 7, p. 74: Si enim miles nollet esse sub rege, dignum csset, ut subditi eius non

deberent esse sub milite... Dignum est, quod privelur omni dominio suo iste, qui est camaliter a patre generatus: per quam... [Pues si el soldado no quisiere estar bajo el rey, sería justo que sus súbditos no deberían estar bajo el soldado... Es justo que sea privado de todo su dominio ese individuo que fue engendrado carnalmente por el padre, por la cual...] (sigue com o en el texto). Cfr. también el citado Guillermo de Cremona (ver nota 62), quien forma ese pensamiento de un modo todavía más vigoroso: Qui enim non vult esse sub Christi dominio, nuttius reí dominus esse possit inste... mugís debes recognoscere ab ecclesia et per eedesiam, quia es filius

ecclesiae quam a patre Uto camali et per ipsum, quia tu es filius eius [Pues quien no quiere estar bajo el dominio de Cristo, no puede con justicia ser dueño de ninguna cosa... debes reconocer que dependes más de la Iglesia y por la Iglesia, porque eres hijo de la Iglesia, que de tu padre camal y por él, porque eres hijo suyo]. 66. Cfr. lo dicho en el texto y en ia nota 64,

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elem entos de la nueva tem ática. M uy m anifiestam ente el tratado elude esa nueva constelación de conceptos.”7 Q ue ello no era debido a descui­ do o ignorancia queda claro, pues el m ism o Egidio había escrito pocos años antes un espejo de príncipes m uy fuertem ente im pregnado de ele­ mentos e ideas aristotélico-tomistas.6* Se podría con razón ver en el tratado un escrito polémico contra la política com o círculo de normas independien­ tes y ciencia autónoma, como una fuente de conocimiento y principios de conducta, independiente de las tesis tradicionales, Si Egidio fue exhortado entonces a redactar el tratado o la Unam sanclam ya no se puede establecer con seguridad, pero ello es también menos esen­ cial que la construcción, el contenido y la estructura de la bula misma. Esta no es sino un muy inteligente resum en y recopilación de las tesis desarrolladas en ese tratado. Se presenta com o un com pendio, cuidado­ sam ente constniido y sin fisuras, de principios que muestran al papado como pilar y garante de un orden de vida cristianamente entendido. E igual que Egidio ubicaba al papado en el lugar en el que se había inserta­ do la nueva temática, es decir, en la idea del nuevo nacim iento, en la regcnernlio (Imminis). De ese modo, el bautism o se convertía en acto ju ríd i­ co y la pertenencia a la Iglesia que es su efecto, en el punto central de la oposición curial a las nuevas tesis.6’ La bula no es un decreto en el sentido tradicional, sino una proclam ación formal de principios en una época marcada por la confusión, las contradicciones, el desorden y la intranqui­ lidad espiritual. Apoyándose en principios considerados por el papado com o indiscutibles, esbozaba inequívocas directivas en el caso de que pudiera seguir existiendo la concepción tradicional de la sociedad y del derecho. No tiene absolutamente nada que ver con la form ulación de un 6789

67. Tampoco esto ha sido percibido ni porRiviére (ver nota 11), pp. 214 ss., ni por Congar (ver nota 56), p. 273, ni por Kolmel (ver nota 56), pp. 401 ss. El primero habló incluso de un "problém e de l'Église et de le ta l" , p. 215. 68. C/r. su espejo de príncipes De regimine principum, escrito para el joven Felipe IV. Utilizo la edición de Venezia 1502. Esta obra fue traducida a diversos idiomas. Cfr. Wilhelm Berges, Die Fiirstenspiegel des hohen Miltelglters (= Schriften des Reichsinstituts für altere deutsche Geschichtskunde 2), Stuttgart, 1938, pp. 320-322. Para una caracterización, cfr. Kolmel (ver nota 56), pp. 292-294. 69. La bula, en lo referente al derecho a la autoridad monárquica de) papa, está m uy cercana a tas expresiones fundam entales de Gregorio IX: M.G.H. Epislolae saec. XIII e regeslis pontificum Romnnoruni selectae, I, Berolini, 1883, p. 604 n°703. El fundamento jurídico para Gregorio IX es, por cierto, el Constitutum Conilnntiiu, mientras que Bonifacio V ill se expresa con conceptos éclesiológicos.

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derecho papal al poder m undial o con los muchos atributos que le fueran adosados a lo largo de los siglos por los miem bros de am bas confesiones, sino que fue pensada com o una declaración doctrinal obligatoria de tesis fundamentales que debía observar una com unidad que quería llamarse cristiana. Sólo se puede entender la bula desde el trasfondo de su época. Aquí también es dable observar que, com o en muchas fuentes medieva­ les, lo n o expresado era lo realmente esencial. Porque en rigor cada una de las tesis cuidadosamente seleccionadas es una réplica vigorosa a la nueva temática que, según la concepción papal, era incompatible con un orden de vida cristiano. Se puede com prender bien desde este punto de vista también la estructura interna de la bula. Tiene una coherencia sólida, ob­ jetiva y arm oniosa y una estructura lógica sum am ente estricta. Lo que m uestra es una rigurosa concatenación lógica. Com ienza con una vigorosa profesión del substrato eclesiológico, el de una idea universal y om nicom prensiva de la Iglesia, que engloba a todos los creyentes.70 Este tono fundam ental atraviesa toda la bula. Por consiguiente, no podía existir ninguna otra comunidad terrenal que, junto a la comunidad omnicomprensiva, pudiera ostentar una exigencia jurídica de autonomía. Por ello en la bula está indisolublemente entrelazada la esencia de la comunidad universal con la esencia de la autoridad. Y puesto que la sociedad es una única unidad eclesiológica, sobre ella se puede ejercer au­ toridad sólo en el sentido de un poder papal monárquico. Esta esencia de la sociedad aclara, empero, también por qué la bula subraya la participación constitu tiv a del papad o en la creación del portavoz laico 71 en una

70. El fundamento evidente era La Ep. 55, c. 24 de san Cipriano, ed. Corpus scriptorum ccclesiasticorum Latinorum III, Vindobonae-Lipsiae, 1868-1871, p. 642: C u i j i sit o Chrislo una ecclesia per lolum mimdum in multa inenibra divisa... [Estando la única Iglesia dividida por Cristo en muchos miembros por todo el mundo]. Para el concepto subyacente de la chrístianitas, cfr. san Cipriano en: De singularitate dericonini, ed. ibíd., Appendix, p. 181, línea l'\ 71. El concepto que utiliza la bula de instituere (cfr. también nota 72) es inter­ pretado a menudo lergiversadamente. En un análisis histórico más circunstan­ ciado se reconoce ciertamente que expresa, en forma resumida, lo que ya hacía tiempo era conocido de la doxología de las ceremonias de coronación. Compá­ rense, por ejemplo, los textos litúrgicos empleados en la coronación del empera­ dor y más todavía en la de los reyes, como por ejemplo, la fórmula de coronación o la de la espada, etc., que no permiten ninguna duda de la participación constitu­ tiva del coronador, sea éste entonces el papa o el melropolita. A esto se suma Uxúwín que ti propiu-DonifaCio estuvo presente como cardenal cr. la coronación

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com unid ad cristiana.72 Esto constituía una indubitable negación d e la autonom ía, afirm ada por las nuevas doctrinas, de aquellas corporacio­ nes públicas o com unidades que, en virtud de su independencia, po­ dían elegir sus propias autoridades confiriéndoles de ese m odo el poder de m ando. Pero la bula recalca sobre todo - l o cual, sin em bargo, en ese entonces realm ente podía parecer su p erflu o- la idea y el concepto de la regeneratio, precisam ente aquella regeneratio que era la colum na vertebral

del rey C arlos [[ de Anjou por el papa N icolás IV el domingo de Pentecostés ( - 29 de m ayo) de 1289, donde pudo captar exactam ente el sentido de esas oraciones y fórmulas. Sobie esta coronación, cfr. Raynaldus (ver nota 2), p. 42 y, recientem ente, Bernhard Schim m elpfennig, Die Zeremonienbiicher der rdmischen Kirche im Mitlelalter (= Bibliothek des Deutschen H istorischen Instituís in Rom 40, Tübingen, 1973), Ordo X lV b y XV, pp. 174 ss. Sobre toda la cu e stió n cfr. tam bién U llm an n , "D e r S o u v e rá n itá tsg e d a n k e in den m ittelalterlichen K rónungsordines", en Festschrifl für Percy Ernsl Schramm, W iesbaden 1964, pp. 71-89; id., A History of political ideas in i he Middle Ages, London, '1970, pp. 85 ss., 93 ss. Con esta significación constitutiva d e la co­ ronación del rey estaba tam bién relacionada la elección que la precedía, que era jurídicam ente una sim ple designación; el acto de elección jurídicam ente significativo se llevaba a cabo dentro del rito de la coronación, como lo m ues­ tra expresam ente la oración Omnipotens, sempiterne Deas, creator omnium... [Oh Dios om nipotente y sem piterno, creador de todas las cosas]: ...hiinc famulum, quem supplici devotione iti regem eligimus... [...a este servidor que con suplicante devoción elegim os como rey]. Sobre esto, ante todo, H einrich M itteis, Die deutsche Kdnigswahl, Brünn, '1944; cfr. también mi introducción a la edición del Líber regie capeile, Cam bridge, Henry Bradshaw Society 91, 1961, pp. 40 s. Debe señalarse que el Pontificale Romanum publicado por Benedicto XIV (utilizo la edición: Venecia 1836), que estaba vigente hasta hace muy poco, tenía exactam ente la misma form ulación para la coronación del rey (p. 142). 72. El modelo de la bula, la doctrina de Hugo de san Víctor (sobre esto, Walter Ullmann, The Growth of Papal Government in the Middle Ages, London,3-11970, pp. 439 s.}, rezaba: instituere ut sit [establecer para que sea]. En la bula, en lugar del ut sit apareció veritale testante [atestiguándolo la verdad]. También esto se te pasó por alto a Congar (ver nota 56), pp. 276 s. ¿Sirvió quizás como modelo el escrito de Gregorio VII a Guillermo el Conquistador, en el cual divina lestatur scriptura [atestigua la Sagrada Escritura] es dicho como fuente de una afirmación que en realidad provenía de Gelasio I? Cfr. de Gregorio VII, Reg. VH. 25, p. 506; sobre esto, Ullmanit, Growth, p. 2S2 con nota 2.

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del escrito egidiano.73 El objetivo era hacer retroceder el hombre natural al papel subordinado anterior. S e entiende por qué las nuevas ideas, que para la concepción papal de la autoridad aparecían com o especialm ente peligrosas, sobre la autonomía del Estado, del ciudadano y de la política, no podían encontrar ningún lugar dentro de este m arco puram ente eclesiológico. D ado que eran cuerpos extraños, está ausente toda refe­ rencia a ellas.74 Se actuó com o si los nuevos contenidos conceptuales no existieran. A poyada en el renacim iento bautism al en relación con Mt. 1 6 ,1 8 y Rom. 1 3 ,1 s. alcanza la bula su cum bre y conclusión de que en razón de la salvación del alm a todos deben estar som etidos al papa.75 D en tro de la unidad eclesiológica, om nicom prensiva com o lo era entonces, aparecía exclusivam ente la tesis unipolar y totalizante,76 no

73. Tanto más sorprendente es el hecho de que Marie Dominique Chenu, "Dogm e et théologie dans la Bulle Unam sanctam ", Recherches de Science religieuse, 40,1952, pp. 307 ss. no diga ni una palabra sobre el renacimiento bautismal, el pilar en el que se funda la bula. 74. Chenu, en el Lexikon fiir Theologie und Kirche 10, Freiburg H965, p. 462, se aproxima al punto de vista aquí presentado: "N i en el plano político (?) ni en el moral en general respeta (= la bula) la autonomía de la naturaleza, de la razón y de las realidades terrenas". 75. En su Opusculum contra errores Graecorum ad Urbanam IV, ed. Venetiis 1593, fol. 9b declaraba el Aquinate: Ostenditur,quod subesse Romano pontifici sil de necessitate salutis [Se demuestra que estar sometido al romano pontífice es nece­ sario para la salvación]. Sobre el tema, c/r. Ullmann, Growth (ver nota 72), p. 444, nota 1. También aquí san Cipriano había marcado el camino: salas extra ecclesiam non est (no hay salvación fuera de la Iglesia], Ep. 73, c. 21 (ver nota 70) III, p. 795, también aquí con referencia a Juan 3, 5. Además, Gregorio Vil en su D. P. 26 y las referencias indicadas por Caspar, p. 207. También Inocencio III se expresó totalmente en el mismo sentido en el IV Concilio de Letrán: cfr. Extra I. 1. 1 e íntegramente en Conciliorum oecumenicorum decreta, ed. Iosephus Alberigo y otros, Bologna, 31973, p. 230: Una vero est fidelium uníversalis ecclesia, extra qnain ¡tullas omnino salvatur [Una es, empero, la Iglesia universal de los fieles, fuera de la cual nadie absolutamente se salva]. 76. Esta acentuación totalizante aparece vigorosam ente en la glosa de Johannes Monachus: lllad est perfectum qnod totum est [Es perfecto aquello que es un todo]. También Guido Vernani en su comentario (ver nota 5), p. 146: Totum

dicitur qnod onmia habet. Universale antem totum quoddam est, catholicum aulcm universale sen generóle dicitur [Se llama todo aquello que tiene todas las cosas. Pero lo universal es un cierto todo. Ahora bien, lo católico es dicho universal, es decir, general]. Konrad von Megenberg, en su tratado De translalione Romani

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q u e d a n d o n in g ú n e s p a c io p a ra la b ip o la r id a d (o in c lu s o la m ultipolaridad). A los conceptos de Estado, ciudadano y política, se les contrapusieron los conceptos eclesiológicam ente orientados de la uni­ versalidad totalizante, del renacim iento bautism al y de la m onarquía papal. A la Curia le parecía simplemente inimaginable que la unipolaridad pudiera ser reemplazada por una bipolaridad, puesto que esto significa­ ría postular ciuo capila [dos cabezas], es decir un quasi monstrum [casi un monstruo], y reconocer ciuo principia [dos principios], lo cual, com o la bula igualmente lo pone de relieve, se asemejaría al m aniqueísm o y por consi­ guiente es falsum et haerelicum [falso y herético].*77 La restauración y la salvaguardia del ideario am enazado fue el obje­ tivo de la bula. En ningún lugar la bula tocó el principio de la división del trabajo, sostenido con firmeza por el papado desde el siglo V, y de hecho el mismo Bonifacio se expresó sobre él en form a totalm ente in­ equívoca. Ni él ni sus predecesores desatendieron o pusieron en duda el principio paulino: hluiln potestas nisi n Deo [N ingún poder (proviene) sino de Dios].78 Además, la igualm ente antigua distinción fundam ental entre

impertí, cap. 12, ed. Richard Schólz, Unbekannle kirchenpolitische Streitschriften (ver nota 62) ¡I, p, 292, expresó extraordinariamente bien el principio de totali­ dad: Liquidum est religionem christianarn qtioddam lotum esse el iurisdidionem lemporaiem el spiritualem quasdnm parles ipsiits regitivas [Es patente que la religión cristiana es un cierto todo y que las jurisdicciones temporal y espiritual son ciertas partes gubernativas de la misma]. 77. Manifiestamente sirvió de modelo Graciano XXIV. 3. 39 (enumeración de las sectas heréticas). El m ismo pensamiento lo expresó Bonifacio ya antes de la publicación de la bula, en junio de 1302, en un escrito al episcopado francés y a los doctores de ambos derechos: Nonne dúo principia nituntur portere, qui dicunt temporalia spirilualibus non subesse? [¿Acaso no se esfuerzan en poner dos principios quienes dicen que las cosas temporales no están sometidas a las espirituales?] Potthast n° 25 184; Dupuy (ver nota 4), p. 66. 78. C/r. el tono irritado del propio Bonifacio: Quadraginta anni sunl quod nos

sumus experli in iure et sciinns quod duae potestates ordinatae a Deo: quis ergo debet credere quod ¡anta fatuilas, lanía insipienlia fuerit in capile noslro? Dicimus quod in nullo uoíimms usurpare iurisdicfiouem regís... non polest negare rex sen quicumque aller fidelis, qttin sil subieclus ratione peccali (Dupuy, p. 77) [Hace cuarenta años que somos expertos en derecho y sabemos que hay dos potestades ordenadas por Dios: ¿quién, por lo tanto, debe creer que haya tanta fatuidad, tanta estupi­ dez en nuestra cabeza? Afirmamos que en nada queremos usurpar la jurisdic­ ción del rey... ni el rey ni ningún otro fiel pueden negar que sean súbditos en consideración del pecado]. Precisamente en este contexto, es importante la

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el cargo {ofpcium-sUitus) y la persona que ocupa el cargo, fue de tal manera aguzada que el cargo del papa quedó absorbido por el concepto del

spirihialis homo y la correspondiente afirm ación paulina encontró aplica­ ción directam ente en el papa. Únicam ente así se puede obtener una ex­ plicación satisfactoria para la aplicación en la bula de esta expresión paulina exclusivam ente al papa: Spiritualis homo iudicat ornnia, ipse autem a nemine iudicatur [El hom bre espiritual juzga todas las cosas, él sin em ­ bargo no es juzgado por nadie] (1 Cor. 2,14 s.).79 Aquí, por consiguiente, la idea del nuevo nacim iento es puesta al servicio de la idea misma de autoridad, pues esta expresión paulina toma su sentido de la contrapo­ sición del homo animalis con el homo spiritualis. El sentido más profundo de la bula no radica en que fue un m edio de expresión de un insaciable apetito de poder y afán de m ando del papa­ do y especialm ente de Bonifacio VIII, sino en la negación de los nuevos esquem as de pensam iento que afectaban e influían en form a alarm ante todos los ám bitos de la vida pública. La Curia, al publicar, por así decir­ lo, un com pendio de principios cristianos totalm ente conocidos y divul­ gados -cristian os según el punto de vista del siglo XIII tard ío- negaba

acentuación del poder de jurisdicción mundano "quantum ad

iís » í»

'

[respecto al

uso] y a los actus [actos], por parte del cardenal Aquaspartn, a cuyo discurso en el mismo consistorio se refiere Bonifacio aprobativamente (ibíd., p. 76). Sobre el principio de la división del trabajo, que por otra parle tenía una poderosa fundamentación paulina, cfr. Ullmann, Growth... (ver nota 72), pp. 25,41 y 442 ss.; id.. Principies (ver nota 16), pp. 66 s., 135; id., A Short Hislonj of the Papacy in the Middle Ages, London, 1972, pp. 32 s,, 44 y 183. Egidio defendió el mismo principio: II. 5, pp. 54 ss. 79. Sobre esto, cfr. también la Glosa de Johannes (vlonachus: Personaliler ergo

possunt esse et forte sunt multi sanctiores papa et spirituales, sed secundum statum mitins est adeo spiritualis nec ita sanctus (glosa ad vocem Ergo si) [Pues personal­ mente puede haber y quizás hay muchos más santos y espirituales que el papa, pero según la posición nadie es tan espiritual ni tan santo]; cfr. también Guido Vernani (ver nota 5), p. 156: Possunt ergo surnmi pontífices non csse spirituales personaliler et tarnen spirituales secundum statum, etex hoc debet quilibet eum nominare sanctissimum [Pueden, por lo tanto, los sumos pontífices no ser personalmente espirituales y, sin embargo, ser espirituales según la posición y por esto debe quienquiera llamarlo santísimo]. Sobre la distinción conceptual que se remonta a León I entre el cargo y la persona del que lo ocupa, cfr. Ullmann, Leo l (ver nota 5). pp. 25 ss.: Id.: "Pontifex romanus indubitanter efficitur sanctus: D. P. 23 in retrospect and prospect", Studi Gregoriani 6, 1959, pp. 229-264.

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en la form a m ás drástica los axiom as contradictorios a ellos. De allí se explica el carácter extrem adam ente conservador de la bula, pero también el silencio altamente significativo y digno de resaltar sobre precisamente aquellos conceptos que form aban parte del equipaje indispensable de los nuevos principios fundam entales. La dificultad ante la que se encon­ traba colocada la Curia no podía ser ya superada con aquellos m edios fácilm ente accesibles y al alcance de la m ano, com o por ejem plo el Constitutum Conslantini o la así llam ada Translalio impertí,*0 sino que exigía una declaración oficial construida preponderantem ente sobre prem isas cristianas y eclesiológicas. P or ello, esta bula se sitúa, considerada desde un punto de vista puram ente objetivo, en un plano incom parablem ente más elevado que declaraciones papales anteriores, que para apuntalar la autoridad m onárquica del papa debieron recurrir a construcciones auxiliares y argum entos aparentes.8' Con ello no se agotaba ni con m ucho el significado de la bula y de su conclusión.808182 La exigencia papal de que los funcionarios eclesiásticos se viesen libres de la d om inación de los laicos y fuesen controlados por el papado debía garantizar perm anentem ente la unidad y la libertad de la Iglesia. Ahora bien, es bien conocido em pero que en el curso del siglo

80. C/r. la nota 69 para Gregorio IX; Inocencio III, en su Regestum super negotio Romnni impertí, ed. Friedrich Kempf, M iscelánea Historiae Pontificiae 12, Roma, 1947, nros 18,29,62, etc. Bonifacioera un jurista demasiado experimentado como para apoyarse en argumentos que en ésas y otras declaraciones papales eran aducidos con el objetivo de dem ostrar el poder de dominio monárquico del papa. Él consideraba la autoridad com o esencialmente vinculada a la sociedad. Esta acentuación no era tan inmediatamente manifiesta en otros. 81. Chenu (ver nota 74) sienta la afirmación no fácilmente comprensible de que se puede concluir "que aquí el papa, como un pequeño principe feudal (sic), aferrado a derechos históricamente contingentes de una cristiandad en decadencia, no había comprendido cómo en el desarrollo de la sociedad y en la conciencia de los estados nacionales (para lo cual el rey de Francia era un ejem­ plo) se imponía autorizada y eficazmente el valor de las realidades políticas correspondientes al orden de la creación". En forma similar también en el artí­ culo citado en la nota 73: "Barón romain imbu des principes íéodaux" (p. 312). 82. Q ue la conclusión contiene una afirmación dogmática irreformable lo subraya Chenu, I. c.; también en su época Denifle (ver nota 1), p. 44. Cfr. tam­ bién la nueva prom ulgación de la bula, especialm ente la frase final en el V Concilio de Letrán, en Conciliorum oecumenicorum decreta (ver nota 75), p. 643 (Bula Pastor aetermis).

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XIII, por motivos en los cuales no necesito ahora entrar pero que presenta­ ban fuertes puntos de contacto con las nuevas tesis, la autonom ía de los gobernantes m undanos se había desarrollado poderosam ente en el pla­ no del derecho público, sobre todo en Inglaterra y Francia. Con cada vez m ayor insistencia se encuentra, a continuación de expresiones que se rem ontan hasta principios del siglo XIII, la frase Rex in regno suo imperator est83 [El rey es em perador en su reinoj. En la bibliografía m oderna la frase ha encontrado m últiple consid e­ ración, sin em bargo me parece que no ha sido todavía totalm ente reco­ nocida su plena significación. En este contexto se presta poca atención al papel del em perador en la C onstitución de la antigua Roma. Eso, sin em bargo, es necesario si uno quiere captar la esencia y la potencialidad de la frase. El em perador rom ano de la últim a época y naturalm ente el b izan tin o, tenían frente al organism o eclesial una posición fuertem ente anclada en la Constitución, pues los asuntos eclesiásticos, com o por ejem ­ plo la organización, la adm inistración y la disciplina, inclusive de las asam bleas eclesiásticas que reclam aban la ecum enicidad, pertenecían al ám bito del iuspublkiim [derecho público]. Según la definición deU lpiano, éste se com ponía del ius in sacris, sacerdotibus el magistratibus84 [derecho en las cosas sagradas, sacerdotes y m agistrados]. Pero, d ado que el em ­ perador era la fuente de todo derecho público, poseía también el poder de jurisdicción sobre m aterias eclesiásticas. La función del em perador en la Rom a clásica com o pontifex maximus [pontífice m áxim o] tenía, por lo tanto, una significación constitucional, aunque desde fines del siglo IV había descendido a ser un sim ple pontifex inclytus [pontífice ilustre], Y precisam ente del derecho público em anaba su habilitación para inter­ venir en cuestiones eclesiásticas com o, por ejem plo, convocar sínodos, adoptar disposiciones eclesiales tanto disciplinarias com o organizativas, y tam bién a veces aventurarse en cuestiones d ogm áticas. Este rango 834

83. Abundantes referencias bibliográficas ahora en Paradisi (ver nota 11), pp. 57 ss. y 149 ss. Habría que agregar: André Bossuat, "L a formule 'Le roi est empereur en son royaum e'", Revue historique de droit français et ¿franger 39, 1961, pp. 371-381; Pierre Chaplais, "L a souveraineté du roi de France et le pouvoir législatif en Guyenne au debut du XiVe. siécle", Mayen Age 69, 1963, pp. 449-469; Robert Feenstra, "Jean de Blanot et la form ule 'Rex Franciae in regno suo princeps est'", en: Eludes dédiées á Gabriel Le Bros 2, París, 1965, pp. 885-895; Frederic L. Cheyette, The Sovereigii and the Pirales, 1332, "Speculum " 45, 1970, pp. 40-68. 84. Ulpiano, en D í^ .-l-1 -1 (2 ). ■

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genuinamente rom ano del em perador tuvo m ucho que ver, después de que el derecho rom ano fuera totalm ente investigado por la ciencia, en la configuración y el robustecim iento de la idea de secularizacióA a partir de la época de los Hohenstaufen.85 Si entonces el soberano, como por ejemplo el rey inglés o francés, se apropiábala función del emperador,no pretendía con ello,con toda seguri­ dad, expresar intenciones de autoridad universal. Por el contrario, cada soberano en el ejercicio de esa función imperial se convirtió en instrumento d éla descomposición, que era apropiada para llevar a la definitiva fractura, resquebrajamiento y ruptura de la humanidad concebida desde el punto de vista eclesiológico como universal y unitaria. En ello se funda el sentido más profundo de la soberanía territorial, cuya palpable manifestación con­ comitante fue el nacionalismo rápidamente creciente.86 Con ello se halla conectado el hecho de que, precisamente en el siglo XIII tardío, comenzaron a aparecer signos concretos de un movimiento d e Iglesia nacional.8'' Las

85. Sobre la utilización práctica del principio al comienzo de la época d e los Hohenstaufen, cfr. Ullmann, Vbn Canossa nach Pavía (ver nota 42), especialmente pp. 289-296. 86. Refirámonos brevemente a uno u otro ejemplo. En el II Concilio de Lyon se votó por naciones después de que éstᣠse hubieran incorporado a las univer­ sidades como grupos con derecho a voto. Entonces aparecieron también escri­ tos que querían hacer del principio de nacionalidad el elemento organizador de un nuevo orden del mundo, como por ejemplo el canónigo Alexander von Roes (su Metnoriale, ed. Heinrich Grundmann-Hermann Heimpel, Weimar 1949; otros de sus escritos en M.G.H. Staatsschriflen des spiiteren Mittelatters 1/1, Stuttgart 1958), quien hacía de alemanes, franceses e italianos los pilares de sustentación de su ordenamiento de la sociedad: sobre esto, cfr. Ullmann, History o f Political ideas in Ihe Middle Ages (ver nota 71), pp. 187 ss. O inmediatamente después del cambio de siglo, el astuto laico del entorno real, Pierre Dubois, en su escrito De recuperatione lerrae sanctae, ed. C.-V. Langlois, París, 1891, adoptó un tono tajante, abiertamente chauvinista, abogando por la soberanía territorial del rey a expen­ sas del universalismo. Señalemos también aquí los escritos anónimos de los letra­ dos parisinos que sostenían un reino nacional, como por ejemplo la Disputatío ínter clericum et militan (sobre esto ahora poco útil: Th. J. Renna, "Kingship in the Disputatio", Speculum 48, 1973, pp. 675 693) o el escrito que comienza con Rex pacificas, titulado Qaaeslio de polestate papae, ed. Dupuy (ver nota 4), pp. 663 ss. Sigue siendo siempre muy instructivo Riviére (ver nota U), pp. 274 ss. 87. A esto aludía claramente en su Glosa Johannes Monachus: Si ergo [¡des

quant tenel ecclesia esset particularis, continens unam genlem vel imam popnluni, sicut

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líneas de empalme entre el rey y la jerarquía eran síntom as inequívocos del (posterior) galicanism o, y esta aproxim ación mutua n op u d o menos que, por un lado, debilitar los lazos hacia el papado y, por otro, fortalecer el com prom iso de la jerarqu ía con el rey, acrecentando los poderes de éste. De aquí parte una línea recta desde la appellatio tamqmrn ab abustt [apela­ ción com o contra el abuso],85*8pasando por la asam blea real de Vincennes89 hasta la fundam entación constitucional del galicanism o, para no citar sino los m ojones franceses de su desarrollo.90 D esde el punto de vista histórico, a la tan frecuentemente difamada proposición final de la bula le corresponde una significación mayor que la que quisiera aceptar la interpretación usualm ente corriente. El sentido es claro: la última instancia dentro de la federación de la humanidad conce­ bida eclesiológicam ente es el papa quien, por consiguiente, tiene derecho a ejercer en pro de la salvación d e las almas su poder de jurisdicción a nivel universal.91 La alusión estaba dirigida contra las pretensiones de autonom ía de los gobernantes, contra e! vigoroso despuntar de la sobera­ nía territorial y contra las aspiraciones de Iglesias nacionales. También en

smif multi populi sive multae gentes sic forte essent nuiltoe ecdesiac el multa capita. Sed cnm sit catholica... [Por lo tanto, si la fe que la Iglesia sostiene fuese particu­ lar, propia de una sola nación o un solo pueblo, así como hay muchos pueblos o muchas naciones, de la misma manera tal vez habría muchas Iglesias y muchas cabezas. Pero como es católica...]. 88. Sobre esto cfr. Robert G énéstal, Les origines de i'appel conime d ’abus, Paris, 1950. 89. Los debates en M elchior Goldast, Monarchia, ed. Frankfurt, 1661, II, pp. 1361 ss. 90. La legislación, especialmente bajo los reyes ingleses Eduardo I y Eduar­ do III, seguía la misma dirección. 91. Los legados flamencos que a fines de 1298 estaban en Roma, le presenta­ ron al papa un memorial que intentaba demostrar con buena fundamentación jurídica la necesidad en una sociedad cristiana de un derecho del papa a la universalidad. De ese modo se garantizaría un órgano jurídico existente sobre príncipes y reyes, al servicio de la idea inmanente del derecho. Esta petición merece mayor atención que la recibida hasta ahora (ed. por Joseph Kervin de Lettenhove, Études sur l'hístoirc du Xllle. siecle, Mémoires de l'Académíe Royale des Sciences, des Lettres et des Beaux-Arts de Belgique, 28,1854, pp. 74-78). Sobre la concepción fundamental, cfr. también las observaciones en Walter Ullmann, "The medieval papal court as an intemational tribunal", Virginia lournal of International Law (= Essays m nonour of Hardy Croas Diüaiu), 11,1971, pp. 356-381.

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este sentido la bula es conservadora. Trata de salvar la idea de la univer­ salidad al reamar sobre el trasfondo de la eclesiología el prim ado de ju risd icción universal com o rem ate con clu sivo de la declaración.92 Se debe señalar que en la conclu sión el con cep to tom ad o de 1 Pe 2,13 de omnis humana m atu ra [toda creatura hum ana] no significa "creatu ra" sino "creación ", "o rd en ", insertándose de ese m odo sin dificultad d en­ tro del m arco universal eclesiológico. Es de extraordinaria significación el hecho de que la bula parece cons­ tituir abiertam ente el preludio para una rica literatura de tratados que acentúan en forma tajante la idea de la universalidad tanto en sentido eclesiológico com o secular. Esta nueva orientación de los trabajos litera­ rios m uestra cuán clarividente y previsor fue un grupo de letrados de principios del siglo XIV. Cuanto m ás enérgicam ente ocupaba el primer lu gar la so b era n ía te rrito ria l, con tan to m a y o r celo se fav o recía, literariamente, la idea de la universalidad. Si se debía poner coto a la ato­ mización y desmembramiento, sólo se podía obrar con la idea de la totali­ dad sobre un fundamento especialm ente tradicional. A la esencia del Es­ tado individual y autónomo se le contrapuso, al m enos en el plano litera­ rio, la unidad universal om nicom prensiva. Esta orientación universalista es tan llamativa que uno sólo puede adm irarse de por qué hasta ahora no ha sido objeto de análisis puntuales.93 Si no pareciera extravagante, se podría muy bien calificar los primeros decenios del siglo XIV com o la época del universalismo, al menos defendido literariamente.94 La Unani

92. Puesto que la bula no estaba dirigida contra nadie, Clemente V pudo emitir la declaración deseada en el decreto M eruit, sin restringir en lo más míni­ mo la significación de la bula. Que la curia con esta declaración no se había comprometido en nada, lo recalca con razón Kóimel (ver nota 56), p. 407. 93. También Richard Stolz pasó por alto esta significación en su agudo estu­ dio: "Weltstaat und Staatenwelt in der Anschauung des Mittelalters", Zeitschrift fü r deutsche Geisleswissenschafl 4,1941, pp. 81 ss. W. D. McCready, en su esmerado trabajo: "Papal plenitudo potestatis and the source o í temporal authority in late medieval papal hierocratic thought", Speculum 48,1973, pp. 654-674, no percibe por cierto el rasgo universalista de los escritos analizados, pero señala en cambio correctamente la importancia de la idea del renacimiento bautismal (p. 663). 94. Le llamó la atención a un conocedor tan excepcional del simbolismo papal y de su ceremonial como Schimmelpfennig (ver nota 71), p. 4, que el concepto de la christianilas (entendida universalmente) ocupara un espacio mucho más amplio que hasta entonces en los libros de ceremonias del siglo XIV en Aviñón, aun cuando esos libros estaban destinados preferentemente para el Uso internó.

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sanctam com o tam bién la literatura subsecu ente quisieron prevenir me­ diante un extrem ado conservadorism o el proceso de disgregación en los ám bitos e d esial, ideológico y cultural. Ciertam ente, se puede poner en duda de si ése era entonces el medio adecuado. De lo que no se puede ni es lícito dudar es del profundo celo moral que caracteriza a esta literatura. Pero no sólo en el ámbito literario se percibe la influencia de la bula. Al m enos a m odo de escolio habría que recordar aquí la disposición legislativa del em perador Enrique V II, en el año 1312, es decir exacta­ m ente d iez años después de la Unam sanctam. En la ley im perial Ad reprimendum, con la ampulosa sonoridad propia de un em perador ro­ m ano d eclara la superioridad del m onarca romano sobre toda alm a. El derecho divino y hum ano prescriben, afirm a en la ley, quod omitís anima Romanorum principi subiecla sil [que toda alm a esté som etida al príncipe d e los rom anos].95 Que con ello tom ó com o m odelo la expresión papal de B onifacio no puede seriam ente ponerse en duda, aunque esta m edi­ da im perial, en contraposición a su prototipo, postule el poder de ju ris­ dicción del em perador sin limitación alguna. El desacato de la autoridad im perial daba pie al crimen de alta traición.96 Séam e perm itido referirme a algunos ejem plos notables tom ados de la literatura. Todos tienen en com ún que para ellos n o existían, com o para la bula, los conceptos de Estado, de ciudadano y de política. Tam ­ poco entran a discutir estas nuevas ideas. En inmediata proxim idad tem­ poral se encuentra el tratado de Jacobo de Viterbo De regimine christiano. Com o señalaba justam ente el editor en el título de su edición era éste el tratado m ás antiguo que tuviese com o tema el concepto de Iglesia.97 El

95. M.G.H. Legiim sectio IV: Consi/fttfrones el acta publica imperatorum el regum 4/2, Hannoverae, 1909-1911, n °929 y 930 en traducción francesa; también in­ corporado al Corpus inris Civilis como Cottatio ¡X. 96. Fue por cierto una amarga ironía del destino que precisamente esta ley imperial y el rey directamente afectado por ella, Roberto de Sicilia, se convirtie­ ran en la ocasión de fijar en la decretal Pasloralis cura la soberanía territorial sobre la base de consideraciones meramente jurídico-formales. Sobre esto, cfr. tam bién W alter U llm ann, "Z ur Entw icklung des Souveránitátsbegriffs im Spátm ittelalter" (en Feslschrífl fiir Nikolas Grnus). Konrad von Megenberg dio en el clavo con su afirmación de que la ley imperial había sido anulada por los tura canónica [derechos canónicos] (ver nota 76, p. 382). 97. Jacobo de Viterbo, Le plus anden Iraiié de I'Église: De regimine christiano, ed. François X. Arquilliére, París, 1926. Junto con la introducción de! editor, cfr. tam bién Scholz, Publizistik (ver nota 54), pp, 129 ss. y Rivíére (ver nota 11),

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objetivo central del autor correspondía plenamente al de la Unam sanclatn. Estaba totalmente al tanto del vaciamiento y la degradación de la doctri­ na tradicional cristiana sobre la sociedad y la autoridad por los nuevos esquemas de pensamiento. A estas nuevas doctrinas había que contrapo­ ner una réplica científicam ente adecuada. Su escrito era el claro rechazo de la atom izadora y destructora tesis de labipolarid ad , que surgía cada vez con más fuerza, y culm inaba en el postulado de la unidad soberana y om nicom prensiva de la Iglesia, a la que entendía esencialm ente como regnum. La esencia m ás íntima de este regtium no era, sin em bargo, como sucedía en el caso de los dem ás reinos, un desarrollo condicionado por la naturaleza y un crecim iento históricam ente explicable, aunque Jacobo se apoyaba form alm ente en A ristóteles para exponer la jerárquica es­ tructura conceptual, pasando desde la fam ilia a través de la com unidad hasta la unión de los pueblos y, finalm ente, a la sociedad eclesial univer­ sal. M ás bien se trataba aquí, com o subraya Jacobo, de una regeneratio de esas unidades y grupos naturales por m edio de la gracia,98 la cual en su relación con la naturaleza cum ple según él una función superior a la señalada por el A quinate.99 La Iglesia, en cuanto único reino soberano y com o asociación jurídica, orgánica y visible, agrupa todas las asociacio­ nes y naciones (cristianas). La d enom inación de regnum debía expresar la esencia íntim a de la Iglesia en la term inología fácilm ente accesible e inteligible para cada uno. A esta com unidad de los fideles -é l no tiene en cuenta para nada a los hom bres n a tu ra les- le correspond e tam bién la forma de autoridad, es d ecir la m onarquía, realizada en el papa. Tam bién aquí, com o es claram ente com prensible, están la autoridad y la sociedad m utuam ente concertadas. El desafío presen tad o por la nueva temática contribuyó en forma notable para el conocim iento y la clarificación conceptual de la esencia jurídica de la Iglesia y de los ele­ mentos orgánicos de su estructura, y tuvo com o fruto la adecuada com ­ prensión de los conceptos de dependencia eclesiológica, que nada tenían en com ún con los del E stad o, el ciu d ad ano y la p o lítica. El tratado

pp. 228 ss. quien considera este tratado, sin embargo, demasiado orientado por el acontecer político de la época. 98. Aunque la Iglesia sea un regnum [reino], dice Jacobo, non sit communilos nature, sed gratie, uí ipsum nomen insinuat [no es una comunidad de la naturale­ za, sino de la gracia, como el nombre mismo lo manifiesta!, p. 94. 99. lbíd„ p. 176' Grotia non tollil natumm, sed formo* ei perfici' [I.a gracia no quita la naturaleza, sino que la forma y la perfecciona].

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dem uestra qué poderosos im pulsos debieron ser puestos en acción para llegar a un conocim iento analítico de la Iglesia com o reino universal.100 A pesar de tener diferencias fundam entales en cuanto al punto de partida, el ideario de Dante no es casi nada tan disimilar al que hem os visto hasta ahora. M ientras que para Jacobo la asociación cristiana uni­ versal se convierte en regmtm, en D ante toda la asociación de la hum ani­ dad aparece como un imperium universal.101 El tono fundamental de Dante n o estaba, por cierto, en un plano religioso-eclesiológico. El elem ento religioso no jugaba casi ningún papel constitutivo en su civilitas, porque ésta se presentaba com o una unidad natural-universal de todos los cives, es decir, sin referencia alguna a fe, religión, culto, nación, pertenencia étnica, casta, etc. Lo dom inante en Dante no era, por consiguiente, la unipotaridad, sino una bipolaridad muy enérgicam ente propuesta de la beatitudo huius vitae [la felicidad de esta vida] y de la beatitudo vüaeaeternae [la felicidad de la vida eterna]. C om o es sabido, precisam ente a causa de su punto de vista bipolar, fue tan acerbam ente com batido por Guido Vernani.102 El objetivo de Dante era el m ism o que jacobo, Bonifacio y Egidio habían perseguido. C onsistía en el rechazo de la autonom ía de la autoridad territorial, el abandono de la autonom ía de cada estado parti­ cular y la negación de la independencia de los soberanos. Sólo sobre este fundam ento natural-político concebid o en forma m uy amplia creyó D ante poder dom inar el resquebrajam iento y la atom ización de Europa. A bsolutam ente en nada le era disím il en punto a intención, finalidad y argu m en tació n el tratad o co n tem p o rá n eo del abad E ngelbert von A d m o n t qu ien, p ara po n er ig u alm en te un cerrojo a las d octrinas

100. Por ello este escrito gozó de gran popularidad en el siglo XIV. Cfr. por ejemplo Alejandro de san Elpidio y Alvaro Pelagio, a los que remite Michael J. Wilks, The Problem of Sovereignty i’n the later Middte Ages, Cambridge, 1963, pp. 553; también en p. 304 en el texto y en la nota 1. 101. La mejor edición y más reciente, la de P. G. Ricci, Dante Alighieri:

Monarchia, Milano, 1965. 102. Sobre los dúo fines, cfr. Monarchia III. 15. 7, p. 273: aquí las dos felicida­ des, líneas 26-28. La Reprobado Monarchiae de Vernani, ed. Thomas Kappeli, "D er Dantegegner Guido Vernani O. P. von Rimini'', Queden und Forschungen mis italienischen Archiven und Bibliolheken 28,1938, pp. 123-146, aquí pp. 125 s.: todas los hombre appetunl unum ultimum finem, scilicet bealitudinem [apetecen un solo último fin, a saber, la felicidad]. La idea resonaba ya en Federico 11. Cfr. la cita en Walter Ullmann, "Reflexions on the opposition of Frederick II to the papacy", Archivio storico Pilgüese 13,1960, pp. 3-27, aquí p. 164.

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anticristianas, recom endó la restauración del Im perio rom ano.105 Sólo pocos años m ás tarde escribió A lvarus Pelagius su extenso tratado, m uy leído y fuertem ente dependiente del de Jacobo de Viterbo, De planctu ecclesiae [Sobre el llanto de la Iglesia].10* A unque fue un agudo crítico del papado de Aviñón, también él intentó con una argum entación rigurosa erigir a la totalidad d i los fideles en una única corporación autónom a. Pero com o es im pensable un ordenam iento de la sociedad sin un orden de la autoridad, bregó tam bién p o r la form a m onárquica de gobierno, que le parecía com o la única adecuada.195 A la sociedad unipolar le co­ rrespondía aquí la autoridad monárquica. Sobre fundamentos totalmente similares construyó el alemán Konrad von M egenberg su Planctus ecclesiae in Germaniam [Llanto de la Iglesia por Alemania]:106 el papado debía con ­ vertirse en el órgano que crearía el estado universal.107

103. De orlu et fine Romaní impertí, ed. Melchior Goldast, Política ¡mperialia sive discursos polilici, Francofurti, 1614, pars 18, pp. 754 ss. 104. Ed. Venecia, 1580. Detalles en Nicolás lung, Alvaro Petayo, París, 1931; c/r. también Wilks (ver nota 100), pp. 65, 318 ss., 387 s., 4Ó2 ss., 502 y 510, nota 3. 105. Este argumento fue reiterado frecuentemente en el siglo XIV, cfr. por ejemplo Egidius Spiritalis de Perusio en su escrito Contra infideles et inobedientes, ed. Scholz (ver nota 62), I!, 105 ss., aquí 112 s: ...unum debel habere capul, ne in uno corpore sinl plura capita tptnsi monstrum. Unum est corpas scilicel locius humani generis congregatio, quod quidem corpus sive universitas unum rectoreni habere debel tanquam capul [...Debe tener una sola cabeza, para que en un solo cuerpo no haya varias cabezas, como en un monstruo. Uno solo es el cuerpo, a saber, la reunión de todo el género humano, el cual cuerpo o universalidad debe tener, por cierto, un solo jefe como cabeza]. 106. Ed. Richard Scholz, "Die Werke des Konrad von Megenberg. 1. Stück: Planctus Ecclesiae in Germaniam", M.C.H. Slaalsschriften des spiiteren Mittelaliers 2/1, Stuttgart, 1941; también H orst K usch, Leipziger Übersetzungen and Abhandlungen zum Mitlelalter, Leipzig 1956. 107. Desde este punto de vista se explica también por qué escritores que entonces compartían la posición de la bula colocaran con insistencia el elemen­ to teleológico en primer lugar. C/r. por ejemplo el antes nombrado Egidío de Perusio (ver nota 105), p. 126: Temporalia omnia suntpropter spirituaüa sicut propler finan... [Todas las cosas temporales son para las espirituales, como para el fin...], o Hermann de Schilditz en su tratado Contra haereticos (ver nota 62), pp. 130 ss, aquí pp. 135 s.: Bona fortune sunt organa quedant et instrumenta ad finem ultimum

ordinala... qui finem suum ponit in temporalibus sive sint bona ulilia sive delectabilia sive honor temporalis, numquam attinget felicilatem [Los bienes de fortuna son cier­ tos órganos e instrumentos ordenados al fin último... quien pone su fin en las

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Si se echa una ojeada a estos ejem plos literarios de la prim era m itad del sig lo XIV, resu lta una im ag en en la que quedan claram ente d e li­ nead os los fren tes. E gid io y B o n ifa cio iniciaron la tentativa de la re s­ tau ració n id eológ ica, al proclam ar nuevam ente y con esp ecial énfasis, sobre un trasfond o asegurado, el universal ordenam iento cristiano de la socied ad y d e la au torid ad . La b u la m ism a no fue en absolu to n in ­ gún m a n ifiesto d e las p reten sio n es papales de autorid ad, sino q u e con ten ía e n fo rm a g ráfica, fácil de retener y, en general, com p ren si­ ble un esq u em a de prop osiciones fu nd am entales, que d eb ían e sta r p resen tes en una socied ad que se d ecía cristiana -c ris tia n a entend id a en e l sen tid o d e l sig lo X III—. En seg u nd o lugar, al bregar por la tesis un ipolar, im p u gn aba la ind epend en cia de las categorías políticas de p en sam ien to y, con ello, el E sta d o autónom o. La bula actu aba e x c lu ­ siv am en te en un plano eclesio lóg ico y ju ríd ico . En ese encu ad re no había n in g ú n esp acio para el civis, sin o sólo para el homo renatus {el hom bre v u elto a n acer], el fid elis [el fiel]. Q uede subrayad o una vez m ás q ue la b u la puede ser en ten d id a y juzgada sólo d esd e la p e rs­ pectiva de su tiem po. Es a h istó rico y al m ism o tiem po no cien tífico ver en ella la proclam ación de la autoridad papal sobre el m u nd o. Pued e qu ed ar en su sp enso y tam bién puede ser puesto ju stam en te en d u d a si d em u estra sa b id u ría , previsió n y un ju icio d esap asion ad o de los h ech os y de las n u ev as ideas. Sólo hace falta m encionar los escrito s d el d o m in ico Ju an Q u id o rt*108109o de M arsilio de PadualOTpara poder apreciar, aunque sólo sea aproximativam ente, la eficacia dinám ica,

cosas temporales, sean los bienes útiles, sean los deleitables, sea el honor tem ­ poral, nunca llegará a la felicidadl. Concuerda con esto que según este autor la

felicitas política corresponde sólo liuic vilae transitoriae [a esta vida transitoria], cap. XIV, p. 152. 108. Cfr. la edición más reciente con traducción alemana por Fritz Bleienstein,

Über konigtiche nrid papsthche Geumlt: De regia potestale el papali, Stuttgart, 1969. Sobre el tema: Ullmann, Principies (ver nota 16), pp. 263 ss. 109. Ed. Richard Scholz, "M arsiíii de Padua Defensor Pacís", M.G.H. Fon tes inris Germanici antiqui, dos tomos, Hannoverae, 1932/33. Sobre el tema, cfr. Georges de Lagarde, Le Defensor Pacís, París, 1970; Jeannine Quillet, La philosophie politique de Marsiie de Padotte, Paris, 1970, con excelentes análisis y referencias bibliográficas; Ullmann, Principies (ver nota 16), pp. 269 ss. y recientemente Michael Wilks, "Corporation and representation in the Defensor Pacís", Studiu G ratiana íS, 1972, pp. 253-292.

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el ímpetu y la capacidad de estimular los espíritus de los nuevos esque­ mas de pensamiento. Particularm ente, el últim o de los nom brados d e­ sarrolló una doctrina de la sociedad, que sacaba las consecuencias de las prem isas naturalísticas, al erigir al legislator humanus y a la universitas civium, el Estado, en el objeto único d e la ciencia política, la cual nega­ ba toda vinculación con principios sobrenaturales. M arsilio com pletó la ruptura con la d octrina tradicional, porque para él un derecho basa­ do en la fe no tenía ningún título de obligatoried ad, sin o sólo aquél que, de acuerdo a la tesis ascendente, se fu nd ase en la volu ntad del pueblo: esto era em pero la q u in taesen cia de la so b era n ía popular. M arsilio llevó tam bién a cabo la ruptura con la d octrina tom ista: cortó la esencial vinculación tom ista entre naturaleza y Dios. S u doctrina fue un sistem a que, en la tardía Edad M edia, presentaba de la m anera m ás perfecta el carácter de exclusividad inm anente del E stado, el ciu­ dadano y la p o lítica.110 La postura cu rial y la corriente literaria que la continú a en los pri­ m eros años del siglo XIV estaban caracterizad as por la ob stin ad a a d ­ hesión a los principios trad icionales sobre la socied ad y la au torid ad , en los que se tendía a descu brir una m an ifestació n d el v ín cu lo inse­ parable entre fe, d erecho e historia. Y p recisam ente en e ste con texto se m anifestó una cierta tragedia h istórica. N o se vio ev id entem ente ninguna posibilidad de escap ar a esa pinza. Se careció ap aren tem en ­ te de lucidez sobre la potencialid ad , el poder de atracción y la p u jan ­ za de la nueva tem ática y de com p rensión sobre la receptivid ad de los su jetos ante la nueva im agen b ip o lar del m u nd o. En la curia y en la ciencia que la acom pañaba se echaban de m enos la elasticid ad y la correspond iente capacidad de ad ap tación, por lo tanto precisam ente aquellas características que tanto habían contribuido al devenir histó­ rico del papado. No se reconoció en la Curia con qué fuerza estaban ligados a la realidad y especialm ente al progreso los nu evos esqu em as de pensam iento. Sobre todo no se cap tó , o sólo de m odo insuficiente, la relación del derecho proveniente de esa tem ática con la sociedad de su tiem po. En esta idea ju ríd ica vinculada a la sociedad se ocultaba,

110, A certadam ente observa D. W. Maurer, Luthers Lehre von den drei Hiernrcliien und ¡hr mitlclnlterlicher Hinlergrund, Sitzungsberichte der Bayerischert Akademie der Wissenschaften, phil.-hist. Klasse, 1970, p. 94: "Derrocado el Areopagita; un desarrollo de casi 600 años abolido; triunfa Aristóteles". El jerarca fue reemplazado por ei i/cohomits como también por el ciudadano.

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em p ero, el verd ad ero p o ten cial energético de la nueva ideología y co sm o lo g ía.111 La falta de com prensión de la Curia frente a la situación fáctica y espiritual de la época es tanto más digna de ser señalada porque la Curia hasta ese momento había tenido firmemente en sus manos la iniciativa y la conducción en las cuestiones precisam ente aquí afectadas. Parecería que la concordancia entre el desarrollo fáctico y e! espiritual durante el siglo XIII no había sido percibida por la Curia. El papado había perdido la iniciativa y la dinám ica que, de una manera tan ostensible, habían logrado su suprem acía europea y la Curia se vio arrinconada en la de­ fensiva. El reconocim iento de los alcances que la nueva orientación ha­ bía obtenido surgió en la C uria sim ultáneam ente con el reconocim iento del debilitam iento de los principios sobre autoridad y sociedad conside­ rados com o intocables e inexpugnables. Y de estos reconocim ientos de la Curia esboza la bula un cuadro tan im presionante, por no decir inclu­ so conm ovedor. Tuvieron lugar en una época en la que la nueva tem áti­ ca ya había echado vigorosas raíces, habiendo logrado abrirse paso en los m últiples planos de la vida espiritual, cultural y social, y en parte tam bién de la vida religioso-eclesiástica. El futuro pertenecía a la nueva orientación y temática, pues la evolu­ ción hacia la soberanía de los Estados nacionales con todos los efectos concom itantes previsibles y también en cierta m edida previstos, no fue detenida por la bula. Pero m ucho más grave e incom parablem ente más serio fue que al desm em bram iento territorial pronto le seguiría la rup­ tura religiosa. La nueva prom ulgación de la bula por el V Concilio de Letrán, literalm ente en vísperas de la Reform a, tam poco pudo preservar del hundim iento la unidad religioso-eclesial. La así condicionada confi­ g u ració n de E u ro p a d ese n ca d en ó efe cto s h a sta hoy p ercep tibles. Bonifacio no p u do prever esta m area, pero ¿quién osaría negar que él

111. C/r. por ejemplo Johannes Quidort (lohannes Parisiensis) (ver nota 108), cap. 25, p. 209, líneas 10 s.: Sicnt per coiisensuni honiintim iurisdictio datar, ita per consensum contrarium lollitur [Así como se concede jurisdicción por el consenti­ miento de los hombres, de la misma manera se la quita por el consentimiento contrario]. Sobre todo fundamentaba Marsiiio de Padua la obligatoriedad del derecho -q u e era un praeceptum coactivum-exclusivamente sobre el consenso de los ciudadanos, por lo cual para él la ley venía a ser acertadamente ocultis ex mullís oculis [un ojo a partir de muchos ojos): Defensor Pacis (ver nota 109), 1 .11, p. 57, líneas 4 s.

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había sabido reconocer los peligros para una pacífica continuidad de la única universitas fidelium [totalidad de los fieles] orientada por Rom a, aunque le perm aneciera oculto el desarrollo de la futura descom posi­ ción? Una tarea urgente de la investigación consiste en un análisis a fon­ do de aquellos m ovim ientos ricam ente ram ificados en lo estructural e ideológicamente com plejos, que causaron la revolución de la cosmología, afectando así perm anentem ente la esencia de la Iglesia universal. A com ienzos de la época en que se introdujeron irresistiblem ente tales cam bios se presentó Bonifacio VIII con su bula Unam sanctam, que re­ fleja la reacción papal ante los estados iniciales d e aquella evolución, en cuyo final surgiría una Europa desgarrada, dividida y desorganiza­ da en sí misma. La Iglesia griega en O riente había sido precisam ente atada de m anos y pies, si no estrangulada, y en O ccid ente la unidad de la latina, en un tiem po firm em ente ensam blada en sí m ism a, se d isol­ v ió en n u m e r o s o s c a m p o s e n e m ig o s q u e p e le a b a n e n tre sí encarnizadam ente. Sólo en la visión de conjunto y en la perspectiva históricas se puede reconocer la significación de la Uiuim snnctcim. Con su postulado en pro de la unidad eclesial dirigió su mirada igualm ente hacia el pasado com o hacia el futuro.

La M onarchia de Dante como ilustración de una renovatio político-religiosa

o n r a r a W in frie d Z e lle r m e d ia n te u n a c o n trib u c ió n a su "F estsch rift" [escritos en hom enaje] es una ocasión oportuna y b ienvenid a para sa ld a r con él una g ran deuda, exp resand o m od estam ente un sentim iento de gratitud por los m ultifacéticos estím ulos brin­ d ad o s en su s trabajos sum am ente profundos y orig in ales, d irecta o indirectam ente referidos al tema central de la crisis y su superación m e­

H

diante la re-forma o renovatio. Desearía que el hom enajeado acepte este breve ensayo com o una muestra de profunda estima y respeto. La experiencia demuestra que el destierro y el exilio no sólo profundi­ zan la conciencia política, sino que también estimulan el pensam iento creativo más que cualquier otra cosa. Esta elevada percepción política hizo que Dante Ajara su atención en un análisis críAco, racional, y en parte tam bién histórico, de los factores que dieron lugar a un estado de crisis, caracterizado por la descomposición y desintegración de lo que alguna vez fuera un todo más o m enos bien integrado. Aunque tuvieron un ¡lus­ tre linaje, los cim ientos de su Europa contem poránea parecían haber sido severamente corroídos por extrañas influencias que los despojaron de su fuerza interior y adaptabilidad. En parAcular, para una visión perspicaz,*

* "D ante's 'M onarchia' asan Illuslration of a Politico-Religious 'Renovatio'", en Traditio-Krisis-Renovatioaus theolvgischer Sicht (Festschrift Winfried Zeller zum 65. Geburtstag), Elwert Verlag, Marburg, 1976, pp. 101-113. (Traducción: Marcelo Barbuto. Revisión y traducciones del latín: Gustavo D. Corbi). N. del A.: Teniendo en cuenta el poco espacio, !as notas y referencias fueron reducidas a! mínimo.

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la cosmología cristiana de la segunda mitad del siglo XIII no tenía ya la fuerza dinám ica y el ímpetu que había tenido anteriorm ente. El papado com o institución universal estaba también gravemente afectado por las cada vez mayores exigencias provenientes de políticas puramente regio­ nales ejercidas con singular celo y vigor por los países occidentales. Esta situación fáctica debe ser observada contra el trasfondo de los movimientos intelectuales que en el siglo XIII exhibían inquietud, desaso­ siego e incertidumbre donde anteriormente existiera una certeza granítica. Y el punto central de estos m ovim ientos y de sus influencias era el ele­ m ento crucial de la fe sobre la cual descansaba la Iglesia como un cuerpo universa] por sobre las diferencias de carácter étnico, lingüístico y regio­ nales, integrándolas en un todo consis tente. Precisamente esta cosmología universalista fue afectada desventajosamente por los efectos com binados de la práctica y la teoría, Hacia el fin de siglo se podía ciertamente hablar de un virtual eclipse del punto de vista universalista. No sólo los pilares tradicionales del tejido social mostraban signos de decadencia sino, y esto debe también haber causado a los contemporáneos perspicaces aun mayor preocupación, las instituciones de gobierno parecían favorecer la decli­ nación del punto de vista universalista. Además, com enzaban a cristalizar sentim ientos de nacionalidad que se fueron convirtiendo en instrum entos de la política durante los últi­ m os años del siglo. Esto era ciertam ente detectable en toda la Europa O ccidental. El sentim iento se m anifestaba adem ás en el rápido avance de las lenguas vernáculas en poesía, prosa, e incluso en escritos legales, haciendo que el idiom a universal, el latín, com enzara a perder su posi­ ción m onolítica en todas las ram as del saber. Las diferencias lingüísticas actuaban como fuerzas de identificación nacional. Mientras el nacionalis­ mo estuvo confinado a la organización de las universidades y a la votación en los concilios eclesiásticos fue casi inofensivo, pero una vez que com enzó a obrar en el ámbito público-legal, pudo transformarse, como en realidad lo hizo, en un elemento destructivo. Es por lo tanto, notable que algunos "littérateurs" para diluir la fuerza desintegradora del nacionalismo, in­ tentaran utilizarlo para preservar el antiguo orden universal abogando por una estructura en la que las tres naciones europeas más importantes, la francesa, la alemana y la italiana, debían ser los cimientos.1 Por otra

1. El esquema fue propuesto por el canónigo de Colonia Alexander de Roes, M emoriale, ed. H. Crundmann-H. Heimpel, Weimar, 1949; ediciones críticas posteriores en Slaatsschriften des spatereri 1>/Uttel(il(ers_. Stuttgart, .1958. Para algunos

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parte, el principio de nacionalidad fue enfáticam ente difundido por es­ critores, com o por ejem plo Pierre D ubois, en los m ism ísim os com ienzos del siglo XIV. Discípulo de santo Tomás de Aquino y de Siger de Brabante, ad optó en su tratado De recuperatione sanclae terrae un verdadero tono chau vinista francés y abogó elocuentem ente en pro de la soberanía na­ cional, rechazando toda clase de universalism o.3 Por cierto, esta dase de literatura reflejaba meramente un estado de co­ sas que era discemible tanto en la doctrina como en la práctica de gobierno. El concepto de soberanía territorial estaba compendiado en el adagio Rex in regtio sito est imperator.3 La esencia significativa (y casi nunca percibida) de este concepto consistía en que transfería las funciones del gobernante del Imperio romano tardío a la esfera de la última realeza medieval: el rey tenía dentro de su territorio los mismos derechos que el emperador, incluyendo las funciones eclesiásticas.1234Como el emperador romano era considerado

detalles cfr. W. Ullmann, History of PoUtical Thought in lite Middle Ages, ed. rev., Londres, 1970, pp. 187 ss. 2. De recuperatione s. terrae, ed. C.-V. Langlois, París, 1891. El tratado fue com­ puesto entre 1305-1306; observaciones importantes por L. Boyle en Medieval Studies 34,1972, pp. 468 ss. Detalles en R. Scholz, D te Pubtizistik zur Zeil Philipps d. Schbnen, Leipzig 1903, pp. 391 ss; también M. J. Wilks, The Problem ofSovereignty in the later Middle Ages, Cambridge, 1963, pp. 36, 445 ss. En un memorándum especial para Felipe IV (1308) sugería astutamente que el rey debería proponer a Clemente V su {la del rey) creación com o emperador privando a los electores germanos de sus derechos electorales otorgados por el papa (!), porque ellos habían ejercido inadecuadamente ese derecho al elegir opositores ai papa. In­ cluso fijaba el monto del soborno. Cfr. E. Boutaric (ed.) en Notices et exlrails 20, 1865, parte 2, no. 30, pp. 186 ss. 3. Para algunos detalles cfr. W. Ullmann, The development of the medieval iden of sovereignty, en EHR 64,1949, pp. 1 ss. Abundante literatura en B. Paradisi, II Pensiero político dei giuristi medievali, en: Storia delle idee poliliche, economiche e sociali, ed. L. Firpo, Turín, 1973, pp. 57 ss, 149 s. 4. El punto central es que el último emperador romano era la fuente de todo derecho, por consiguiente también del derecho público. Él había "heredado" la posición constitucional previa del em perador com o pontifex maximus. "Ius publicum in sacris, in sacerdotibus, in magistratibus consistit" (Dig. 1. 1. 1, 3 [Ulpiano]) [El derecho público se ocupa de las cosas sacras, los secerdotes y los magistrados], y era administrado por el emperador. El ius in sacris se refería a asuntos eclesiásticos organizacionales, administrativos y disciplinarios y también a la convocación de concilios generales. Sobre las implicancias cfr. W. Ullmann, Sltort hfisfnry of the Papncy in >he M’ddle Ages, Londres H97A pp. 7,11,23.

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como la representación de la soberanía más absoluta, la aplicación de esa idea a los reinos regionales en conjunción con los ya fuertemente desarrolla­ dos sentimientos nacionales constituía claramente un grave peligro para la idea misma de una entidad universal, encam ada como lo había sido en el concepto de la Iglesia universal. El adagio antes citado era meramente un síntoma del punto al que había Degado la crisis religiosa. Una comprensión adecuada del trasfondo intelectual de la Momrchia de Dante5 presupone una evaluación apropiada de las fuerzas intelectua­ les que prevalecían en su época. Éstas teman un carácter verdaderamente revolucionario, ya que afectaban fuertemente afirmaciones relativas a la cosmología cristiana no cuestionadas hasta ese momento. Porque el tema predominante en esta última era su visión totalizadora o el principio de indivisibilidad,6 según el cual el cristianismo abarcaba al hombre en su totalidad. Esto impedía la atomización de la Ganzheil [totalidad] en cate­ gorías diferentes, tales como la religiosa, la moral, la política, etc. Absor­ ber los axiomas aristotélicos fue preocupación inmediata para este punto de vista con su tema concomitante d éla unipolaridad, según el cual todas las acciones estaban dirigidas a un fin: la salvación. "O m n es actiones ordinatae sunt ad consequendam vitam aetem am " (Todas las acciones están ordenadas a conseguir la vida eterna].7 Esta unipolaridad pasó a ser reemplazada por una bipolaridad. El et-et [y-y] reemplazó al aut-aut [o-o]. La base de este punto d e vista de la unipolaridad cristiana era el renacim iento que tenía lugar a través del bautism o. Éste era concebido com o una regenerado o renovado: el resultado era el cam bio del homo

5. Todas las referencias son de la edición de P. G. Ricci, Milán, 1965. En mi opinión fue escrita en etapas y sin referencia a hechos reates, probablemente circe 1316-1318. Cfr. 1 .12.6, p. 158, líneas 26 s.: "sicut in Paradiso Comedie iam dixi" (como ya dije en el Paraíso de la Comedia], lo cual representa una pista importante. Sobre la cuestión de la fecha cfr. F. Baethgen, Die Entslehungszeit von Denles Monarchia, SAM, 1967, fase. 5, esp. pp. 22 ss. Cfr. también H. Lowe, Von Cassiodorzu Dante, Berlín, 1973, p- 307 n. 38, quien critica con razón la explicación artificial de A. P. D'Entréves, Dante as a Political Thinker, Oxford, 1952. 6. Sobre esto cfr. W. Ullmann, Principies ofGovemmenl and Politics in the Middie Ages (abrev. P.G.P.), Londres 31974, pp. 33 s, 7 4 ,9 7 s, 234,264,305. 7. Todavía en el siglo XIV era sostenido este ganiheitlicher punto de vista, por ejemplo por el alemán Conrado de Megenberg, De Iranslatione Romani imperii, cap. 12 (ed. R. Scholz, Unbekannte kirchenpoiitische Strátschriften II, Roma, 1914, p. 292): "Liquidum est religionem christianam quoddam totum esse..." [Es evidente que la religión cristiana es un cierto todo...].

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anímalis en una nova creafura, para usar la terminología paulina.11 Los historiadores eclesiásticos suelen prestar m uy poca atención a este as­ pecto cardinal de la cosm ología cristiana m edieval, y en consecuencia casi no se consideran las dim ensiones de la revolución intelectual del siglo X III, y las de sus reacciones. Conceptualm ente, ese renacer signifi­ caba u n a transform ación fundam ental del individuo, ya que las aguas bautism ales borraban - o se decía que b o rra b a n - lo natural del hom bre. Este aspecto natural había guiado hasta ese m om ento al hom bre en su cam ino de acuerdo a apreciaciones y criterios puram ente naturales que fueron dejados d e lado y reem plazados por una norm ativa enteram ente diferente. El hom bre adquirió una mwifns vitae, cuyas bases no eran ya apreciaciones, evaluaciones, etc. naturales, sino las leyes de esa socie­ dad a la q ue él hab ía lograd o en trar per lavacrum regenerationis et renovationis [por el lavado de regeneración y renovación].89 Y esa socie­ dad era la Iglesia divinam ente fundada. M ediante el bautism o el hom ­ bre se convertía en un homo renatus,101 2en un homo novas en una palabra,

,

en un fidelis. Com o tal debía seguir las norm as establecidas por la Iglesia a la cual él había sido incorporado" y que era la única en proveer los m edios para lograr el fin: la salvación. Esta unipolaridad era una premi­ sa y un tem a íncuestionados. Penetraba toda la vida pública, privada y social. Ju n to a esta unipolaridad iba de la m ano el punto de vista eclesiológico esencial según el cual en un nivel m undano la Iglesia era la única institución pública autónom a que abarcaba tanto a los laicos com o a los clérigos. El punto crucial de esta unipolaridad era la elim inación de toda consideración que perteneciera a la esfera del hombre natural, no regenerado.12 Lo determinante era la sum a total de todas las normas que

8. Los párrafos principales son: Til. 3, 5; 1 Cor. 2 ,14 s; 2 Cor. 5,1 7 ; Gal. 6,15; el homo novas en Ef. 2, 15 y 4,2 4 ; novitas vitae'. Rom. 6, 4. 9. Cfr. nota precedente. En algunos aspectos el comentario homüélico de san Juan Crisóstomo a Juan 3 ,5 s. es un texto clásico; Hom. 25 en: PG 59, col. 149-150. 10. Juan 3, 3 y 5; 1 Pedro 1,23. 11. Para esto cfr. esp. O. Heggelbacher, Die christliche Taufe ais Rechlsakt nach

dem Zeugnis derfrühen Christenheit, Friburgo,Suiza, 1953; cfr. también H. D. Betz, Der Apostel Paulas and die sokratische Tradition, Tübingen, 1973. 12. Quizás el mejor desarrollo del tema de la cuestión de la naturaleza como opuesta a la gracia en la Hom. cit. en n. 9 de san Juan Crisóstomo, cuando hace que Cristo le diga a Nicodemo para remachar el tema: ti ríj tijç