Rosshalde de Hermann Hesse en PDF [PDF]

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Zitiervorschau

Johann Veraguth, un pintor de renombre mundial cuyas fama y fortuna parecían destinadas a procurarle una vida idílica en Rosshalde, su magnífica y misteriosa residencia. Sin embargo, deberá luchar denodadamente para no quedar atrapado en las tribulaciones de su vida doméstica. Su familia es pequeña (esposa y dos hijos) y su vida un misterio tan profundo como su alma. La historia se proyecta en una sociedad protocolar y con fuertes valores; una comunidad que podría ser de principios del siglo pasado y donde se debía cumplir con rígidos mandatos sociales. Las reglas implícitas de la sociedad parecen caer todas sobre Veraguth. Éste es un hombre introspectivo, misterioso y sobrio que se dedica enteramente a su obra artística. Sin dudas se trata de un pintor reconocido y de fama mundial que ha logrado tener una posición económica abultada. Rosshalde, con su esplendor y comodidad, era el espejo de la fortuna y el reconocimiento que ha alcanzado el pintor.

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Hermann Hesse

Rosshalde ePub r1.0 JeSsE 23.10.14

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Título original: Rosshalde Hermann Hesse, 1914 Traducción: Emilio Avila de la Torre Retoque de cubierta: JeSsE Editor digital: JeSsE ePub base r1.2

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I Cuando Johann Veraguth adquirió en propiedad Rosshalde, diez años antes, la finca constaba de una vieja casona, casi en ruinas, a la que se llegaba por una vereda llena de matorrales; se entraba al inmueble por unos escalones desgastados por el uso. El jardín se había convertido en algo selvático, los bancos del mismo estaban cubiertos de musgo. La heredad era extensa y no había más edificaciones que la casa señorial, caballerizas y un pabellón al estilo de templete pagano cuyas puertas estaban a punto de caerse y en cuyos muros crecían enredaderas silvestres y musgo. El nuevo dueño mandó derruir el templete, dejando solamente los diez escalones de piedra del mismo que permitían bajar hasta la orilla del estanque. En el sitio antes ocupado por el pabellón se edificó el estudio del pintor Veraguth, donde el artista trabajó durante siete años e incluso lo habitó, a pesar de disponer de amplias habitaciones en la casa grande. A causa de las constantes desavenencias familiares, tuvo que alejar de casa a su hijo mayor enviándolo a estudiar fuera, a ceder la casa principal a su mujer y servidumbre, para finalmente vivir en dos habitaciones adaptadas junto al estudio donde hacía vida de soltero. Fue un lamentable desperdicio de la señorial mansión; la esposa del pintor ocupaba el piso de arriba con su pequeño Pierre, de siete años de edad. Aun cuando se recibían ocasionalmente algunas visitas e invitados, nunca se albergaban grupos numerosos y las habitaciones seguían vacías todo el año. El pequeño Pierre era el niño mimado de los padres, y a decir verdad era el único vínculo de unión entre los Veraguth, el intermediario entre el pabellón del estudio y la casa principal, y prácticamente el dueño y señor de Rosshalde. El pintor no salía de su estudio, de los alrededores del estanque o del antiguo jardín, mientras que la señora reinaba en la casona, circundada por el prado y el bosquecillo de tilos y castaños. Rara vez se dirigían la palabra, actuaban con frialdad y cortesía a la hora de comer, cuando el pintor ocasionalmente se presentaba a la mesa. El niño era el único que no aceptaba ni comprendía estas separaciones, correteaba por ambas zonas y lo mismo estaba en la casa grande que en el estudio, en la biblioteca del pintor, en la galería de viejos retratos o en la alcoba de su madre. Era el dueño de las fresas que crecían junto al bosque de castaños, de los peces en el estanque, de las flores en la avenida de los lilos, del vestidor en los baños y de la canoa. Se sentía el amo entre las doncellas de servicio de su madre, y de Robert, el ayuda de cámara del pintor. Era tanto el hijo de la señora de la casa entre las visitas e invitados, como el consentido de Johann cuando acudía a su estudio y escuchaba a su padre charlar en francés con algunos señores. Tanto en las habitaciones de la mamá como en las del pintor abundaban los retratos del chiquillo. En lo general, Pierre la pasaba bien, mejor que muchos otros niños de familias más unidas. Todavía no había planes definidos para su educación y si alguna vez incurría en el enojo de su madre, siempre contaba con el refugio que le brindaba el estanque y sus incursiones en el www.lectulandia.com - Página 5

amplio jardín. En una ocasión, a la medianoche, cuando Pierre ya estaba en cama, Johann regresaba de la ciudad, que estaba realmente cercana solo y caminando. Había pasado la velada con unos amigos en la posada y gracias a la caminata se le iba despejando la cabeza de los efectos del vino, del tabaco, consumidos entre risas báquicas y chistes subidos de color. Respiraba con deleite el aire frío y húmedo de los principios del verano y caminaba con viveza por la carretera flanqueada por los trigales —ya espigados— rumbo a Rosshalde, cuya frondosidad se destacaba a pesar de la oscuridad y de un cielo pálido y nebuloso. Pasó de largo frente al portón de la finca y por un instante pudo admirar la armoniosa proporción de las líneas de la casa señorial, como si fuera un visitante fortuito que gozara de su imponente majestuosidad. Cruzó la parte alta del vallado y un trecho después llegó al portillo particular de la entrada a la propiedad, que por un pequeño sendero llevaba hasta el estudio del pintor. Veraguth era un hombre de bajas proporciones, pero de fuerte contextura. Llegó por fin a su habitación ya despejado de los vapores del vino y la tertulia. El pequeño lago estaba quieto y sólo una leve brisa nocturna parecía orlar su superficie. El reloj marcaba unos minutos antes de la una. Abrió la puerta y entró a su alcoba; se desnudó y así desnudo salió al exterior, bajó la pulida escalinata y entró lentamente en el agua del lago. Se zambulló y nadó un poco, pero luego sintió la fatiga causada por la francachela y la velada, y regresó a la orilla. Entró nuevamente, se secó con una toalla y comenzó a encender luces con impaciencia. Se dirigió al caballete donde estaba el lienzo de su última obra, y a pesar de estar todavía un tanto ofuscado se puso a examinar con cuidado los tonos y el reflejo de la luz eléctrica sobre la tela. Con su acostumbrada minuciosidad, se puso a analizar cada trazo y pincelada ejecutados en la jornada anterior, sin perder de vista la imagen concebida originalmente y que se proponía plasmar en el lienzo, para perfeccionarla. Poco después se dirigió a su dormitorio, pero antes dejó escrito en el pizarrón de la entrada, para Robert, que se le despertara a las siete, café a las nueve… Cerró la puerta y se metió en cama, pero permaneció largo rato con los ojos abiertos. Tenía fija en la mente la imagen de su último cuadro. Finalmente quedó dormido. Siguiendo las órdenes, Robert lo llamó a la hora indicada. Se incorporó, se lavó con rapidez con agua fría; se puso un traje de burda tela gris, ya descolorido por tantas lavadas, y se dirigió al estudio. Sobre la mesa del centro había un plato con frutas, un vaso con agua y una pieza de pan de centeno, de la cual cortó un pedazo que comió sin fijarse mientras se dirigía al caballete para contemplar su cuadro. Regresó a la mesita y cogió otro trozo de pan y algunas cerezas. Con indiferencia hojeó unas cartas y periódicos. Finalmente se instaló frente a su pintura; parecía hechizado con su obra. Era un cuadro pequeño, inspirado por un amanecer durante uno de los viajes del www.lectulandia.com - Página 6

pintor. Esa vez, pernoctó en una sencilla posada al margen del Alto Rhin por no haber encontrado a un amigo, artista también, a quien iba a visitar. La tarde de ese día fue fastidiosa y no pudo salir a causa de la lluvia, pero la noche fue peor al tener que dormir sobre un lecho húmedo y en un cuarto sin ventilación. Despertó malhumorado antes de que amaneciera y salió por una ventana de la estancia porque la puerta estaba aún cerrada. Desató las amarras de una canoa que encontró en la orilla del río y comenzó a remar, en su trayecto vio venir otro remero apenas dibujado por la lechosa claridad del lluvioso amanecer. La escena le impresionó íntimamente por la peculiar e incierta luz del momento. Johann permaneció inmóvil. El pescador tempranero se detuvo junto a unos corchos flotantes de una red, mientras pescaba una nasa y luego dos más de buen tamaño. Los pescados aparecieron junto a la barca, relampaguearon por un momento contra el negro de las aguas y luego se oyó el chasquido de sus cuerpos al chocar contra el fondo del bote. Veraguth le rogó al pescador que no se moviera; sacó su caja de acuarelas y trazó un boceto de la escena. Todo ese día permaneció en la aldea. Al siguiente volvió a la misma hora y al mismo sitio para hacer nuevos apuntes. Después prosiguió su viaje, pero no podía quitarse de la mente la imagen captada, que permanecía confusa hasta que no le dio forma pictórica. Éste era el cuadro, ya casi terminado, que ahora contemplaba. Le había dado buen trabajo representar la móvil y fría claridad de esa luz plateada matinal, sobre todo por estar acostumbrado a plasmar escenas al rayo del sol, o a la luz filtrada por entre los árboles de la selva. Lo incierto de esa luminosidad había despertado el eco de su alma de artista. Hasta entonces se había conformado con logros estéticos basados en una técnica analítica. Esta vez se enfrentaba a un reto pictórico, muy hermoso y poco común. En realidad, no se esmeraba en resolver dificultades técnicas o en plasmar una imagen fiel de la propia escena, sino que íntimamente sentía haber logrado descorrer, momentáneamente, el velo enigmático e indolente de la propia naturaleza y hacer surgir a la superficie un soplo de lo real y verdadero. Concentraba toda su atención en cada trazo y mezclaba los colores en la paleta con gran actividad y que ahora presentaba un aspecto distinto a base de colores vivos y brillantes, en amarillos y rojos. Había captado bien la sutileza del aire y del agua; esa luz difusa daba la sensación de estremecimiento por el frío sobre el lienzo; en ese amanecer, aún indefinido, flotaban siluetas imprecisas de árboles y postes de amarre en la orilla; la tosca barcaza emergía con fantasmales contornos diluidos, así como las facciones del pescador, con excepción de una de su manos en actitud de coger uno de los pescados con notable naturalidad. Uno de ellos saltaba fulgurante sobre la borda del bote, mientras que el otro yacía inánime sobre el costado en el fondo de la barca con sus ojos redondos y las fauces abiertas en los que se mecía todo el dolor de la criatura atrapada. El contorno era más bien frío y triste, aunque con cierta serenidad ante la motivación ineludible del devenir de la naturaleza, del génesis y del proceso impenetrable de la continuidad; del constante asombro ante su ancestral simbolismo. www.lectulandia.com - Página 7

Después de dos horas de trabajo creativo, el criado entró al estudio con el desayuno —previa autorización de Veraguth—. Dispuso la mesa en silencio y finalmente anunció que el almuerzo estaba listo. El pintor dio la última pincelada y pidió agua caliente para lavarse. —¿Quieres prepararme una pipa? —le dijo a Robert—. Escoge la pequeña sin tapadera, debo haberla dejado por ahí en la alcoba; mientras tomaré el café… Veraguth sintió que con esta pausa se despejaba su mente a pesar del intenso trabajo y concentración en su obra. De improviso se dirigió a Robert y le preguntó: —¿Has pescado alguna vez con caña? —Si, señor. —Bien. Entonces contempla ese pescado, no el que está en el aire, sino el otro que abre su boca con ansiedad. —Me parece perfecto —dijo Robert—; pero usted sabe mejor que yo que así debe ser… en realidad no le falta nada, puesto que usted lo vio tal y como está… El pintor asintió distraídamente; regreso a su caballete y siguió trabajando apartado por completo de todo lo exterior, olvidó por completo el café, su desayuno y se concentró en la obra. Pero Robert lo volvió a la realidad y a media voz le dijo: —Señor Veraguth… ahí hay algunas cartas. Con nerviosidad, el pintor mezcló un pegote de cobalto en la paleta e inconscientemente y sin ganas cogió el correo que le alargaba Robert; había las habituales circulares, invitaciones a exposiciones, preguntas de periodistas sobre datos biográficos, facturas… pero su mirada tropezó con una misiva cuya letra le era bien conocida y la cual tomó con interés. La leyó con deleite, gozando de la familiar caligrafía, del estilo personal y la soltura de la relación. La carta venía de Italia, traía el sello Nápoles. Es decir, que su amigo estaba en Europa. Releyó con placer esos renglones de letra apretada, matemáticamente alineados; recordó las notas poco frecuentes que antes le había enviado del extranjero y que le causaban tanto placer como las horas que pasaba en compañía de su querido niño Pierre, remansos que lo aferraban a la vida. La carta, fechada el dos de junio en Nápoles decía: Querido Johann: Como siempre, el ambiente civilizado europeo me recibe jubiloso con un gran plato de macarrones, pero salpicado de un buen vino Chianti. Lo disfruto comiéndolo entre el griterío de los vendedores callejeros. Nápoles sigue igual de bullanguero, lo encuentro tan ruidoso como Singapur o Shanghai; pero anticipo que en nuestro país seguirá todo normalmente y con su orden de costumbre. En un par de días saldré para Génova, donde me recibirá mi sobrino e iremos a visitar a la familia. Con ellos pasaré cuatro o cinco días. Luego iré a Holanda para arreglar ciertos asuntos y calculo estar contigo el próximo día 16. Pienso permanecer en tu compañía un par de semanas y obligarte a que no te pongas a trabajar esos días. Te has convertido en www.lectulandia.com - Página 8

una celebridad y considero que ya te has sublimado. Tengo la intención de comprarte uno de tus cuadros; todo lo anticipado sobre mis escasos bienes de fortuna ha sido sólo un subterfugio de comprador. Hermano Johann, nos hacemos viejos. Sin embargo, ya he cruzado doce veces el Mar Rojo y soportado el calor de 46 grados centígrados… pero divago, te ruego que tengas a la mano varias cajas de vino del Mosela, que siempre ha sido nuestro predilecto. Del 9 al 14 en Amberes, donde podrás localizarme. Si hay alguna exhibición de tus cuadros no dejes de informarme. Otto. Veraguth volvió a leer la misiva y gozó del estilo y emotividad del amigo. Después de consultar un calendario de mesa, se dio cuenta de que una serie de cuadros suyos serían expuestos en Bruselas hasta mediados del mes, así que Otto — cuya crítica temía en cierto modo— los podría ver y sacar una primera impresión sobre su arte y estado de ánimo. Ya adivinaba a Otto, siempre elegante paseando por el salón y admirando sus cuadros. Esto le causó alegría y se propuso escribirle sin demora a Amberes. Otto nada olvidaba, ni aún el vino del Mosela. Como no tenía botellas de dicho vino ordenó que le trajeran varias cajas, aunque él rara vez lo bebía ahora. Volvió al caballete, pero estaba alterado y no se podía concentrar ni recuperar su espontaneidad creativa. Recogió la carta y salió a dar un paseo. Le agradó el brillo del lago reflejando los rayos del sol. La mañana era espléndida y el jardín resonaba con los trinos de los pájaros. Era la hora de la clase matinal de Pierre. Siguió deambulando sin rumbo fijo. Pasó cerca de la casa grande, por el coto de los juegos infantiles del chico y finalmente entró al huerto a disfrutar de los altos castaños de la India, con su magnífico follaje y a cuyo alrededor zumbaban las abejas, que también libaban entre los rosales. Oyó las dos campanadas del pequeño reloj en la torre de la casona, que seguía descompuesto y que Pierre pensaba reparar algún día; su sonido era imperfecto. Accidentalmente escuchó que alguien conversaba hacia el otro lado de la rosaleda; voces envueltas en el perfume de las flores y el bullicioso zumbido de las abejas y los trinos de los pajariIlos. Su mujer y Pierre charlaban. Se quedó quieto para escucharlos. —Tendrás que esperar un par de días —decía la madre— todavía no están maduras. Estalló la risa infantil del chiquillo enmedio del ambiente de paz y quietud del lugar. Por un momento transportaron al pintor a su propia niñez. Cruzó la rosaleda y vio a su mujer atareada en traje de faena cortar las flores que depositaba en un pequeño cesto. Observó calladamente su corpulenta figura inclinada sobre los rosales; estaba tocada con un gran sombrero de paja que ocultaba parcialmente su rostro grave www.lectulandia.com - Página 9

y triste. —¿Cómo se llaman esas flores? —preguntó el niño. Sus piernas desnudas y flacas, tostadas por el sol se destacaban sobre el fondo de claridad; su camisa entreabierta dejaba ver el cuello bronceado. —Son clavelinas —informó la madre. —¡Oh, eso ya lo sé! —repuso el chico—; pero lo que quiero saber es cómo las llaman las abejas; en su lenguaje deben tener otro nombre… —Seguramente, pero eso sólo lo saben las abejas, quizás las llamen «flores de miel»… Pierre quedó pensativo y luego comentó: —No, no lo creo. Ellas sacan la miel de otras flores también y no todas son iguales. Pierre contempló a una de las abejas que irrumpía zumbando en la corola de una flor. No había quedado satisfecho con el nombre de «flor de miel», pero en fin, ya había comprobado que las cosas más interesantes nunca se las aclaraban debidamente. Veraguth seguía oculto tras el seto; veía el rostro serio y calmado de su mujer y la linda carita de su hijo menor, pero recordó entonces aquel verano en compañía de su hijo mayor, cuando era tan chico como Pierre. Sí, lo había perdido para siempre como a su esposa… pero no perdería a Pierre. Seguiría sus pasos, lo atraería y conviviría con él, porque si se apartara del chiquillo no podría seguir viviendo. Sin hacer ruido regresó por el sendero arbolado pensando de que no debía seguir flojeando y haciendo un esfuerzo trató de volver a su trabajo, y aunque con desgano logró concentrar su atención en el objetivo inmediato de su cuadro. En eso llegó la hora del almuerzo. Veraguth se cambió de ropa, se afeitó y se puso su traje azul de verano, que le daba un aire más animoso que en su atuendo informal y descuidado de pintor. Se presentó en el comedor y abrazó y besó a su niño Pierre. —¿Cómo has pasado la mañana, Pierre? ¿Estuvo amable tu profesor? —¡Oh, sí!, solamente que es tan aburrido. Si me cuenta algo no es para divertirme, sino que tiene que ser una lección, y siempre termina diciendo que los niños buenos deben hacer algo u lo otro. ¿Pintaste algo ahora, papá? —Sí, he estado trabajando en el cuadro del pescador, que casi está terminado. Mañana lo podrás ver. Nada le daba más placer al pintor que sentir la manita de su hijo entre las suyas, de pasear con él entre los macizos de flores y de aspirar en su compañía el aroma tan grato del jardín. —¡Oye, papá!… ¿tú sientes miedo a las mariposas? —Pues no lo sé. No lo creo, porque hace un momento una de ellas se posó un momento en mi dedo índice… —Es que no veo alguna por aquí y siempre encuentro muchas de ellas, de esas que llaman «papillos», que son las que me conocen bien y me hablan y me piden de comer. www.lectulandia.com - Página 10

¡Estupendo!, probaremos ahora; pide a tu mamá un poco de miel y se las ofrendaremos… Pierre saltó al momento y entró corriendo por el pasillo. El pintor colgó su ancho sombrero en el perchero y escuchó que el niño requería de la madre un poco de miel. Luego, Veraguth entró y saludó de mano a su mujer —más alta y robusta que él, pero más ajada y avejentada— a la que había dejado de querer, sin dejar de sufrir por la pérdida lamentable de su amor. —Podemos comer algo en seguida —y le ordenó a Pierre que se lavara las manos. —Hay noticias —dijo el pintor—. Otto va a venir pronto, aquí tienes su carta. Pasará una temporada con nosotros; espero que no te cause molestias… —El señor Burkhardt podrá ocupar el cuarto de arriba. Tendrá tranquilidad. Además puede ir y venir a su gusto. —Perfectamente —dijo el pintor. —No creí que viniera tan pronto… —Pues, no sé, pero parece que quiere regresar antes de lo previsto a su dominio. De cualquiera manera, me parece bien. —¿Crees que llegará al mismo tiempo Albert? El rostro de Johann se nubló y su voz cambió de inflexión. —¿Qué sucedió con Albert… creí que se iba al Tirol con su amigo…? —No te lo había informado, pero es que su amigo fue invitado por unos familiares, así que cancelaron la excursión. Albert pasará aquí sus vacaciones. —¿Estará por aquí todo el tiempo? —Lo supongo. Quizás podría irme de viaje con él un par de semanas, si eso no te incomoda. —Pues no, entonces me llevaría a Pierre a mis habitaciones. —Vamos —repuso la mujer—, no volvamos a discutir; bien sabes que no puedo dejar solo a Pierre… —¡Pero no estaría solo! —gritó Veraguth encolerizado. —No, no lo puedo dejar así, es inútil que insistas… El pintor calló, porque entraba el niño. Se sentaron a la mesa. Dos seres separados por el destino. Sin embargo, Pierre recibía los mimos de ambos durante la colación. Johann quería alargar la discusión, pero en el fondo sabía que el chico seguiría con la mamá en la casa y que esa tarde ya no lo visitaría en el estudio.

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II Robert estaba lavando una paleta y un manojo de pinceles cuando el pequeño Pierre llegó hasta la puerta del estudio. —¡Vaya trabajo sucio! —exclamó el chico—. Pintar es bonito, pero yo no quisiera ser un pintor. —Piensa bien lo que dices —repuso Robert—. Recuerda que tu papá es un gran pintor y muy famoso… —No —dijo el niño—, eso no me gustaría. Siempre está uno lleno de manchas y con ese olor tan desagradable de las pinturas. Me gusta cuando cuelgan el cuadro recién pintado, el olor es fino; pero en el estudio el olor es horrible. Me duele la cabeza. El criado lo miró especulativamente y pensó que sería oportuno comenzar a corregir al chico mal criado, pero con sólo verle la cara no se le podía reprender; era un chico vivo, hermoso y serio que actuaba con genuina naturalidad y que incitaba a quererlo. —¿Y qué te gustaría ser? —preguntó Robert. El niño pareció reflexionar y luego dijo: —Pues francamente, nada en especial. Por lo pronto, no tener nada que ver con lecciones ni escuelas; vestir todo de blanco en el verano y no tener una sola mancha. —¡Vaya pues!, conque ahora nos vienes con ésas… hace poco llegaste hecho un asco, todo sucio… ¿ya no te acuerdas? Pierre asumió una actitud de molestia, miró al criado con ojos entrecerrados y comentó quedamente: —Mamá ya me reprendió bastante por eso, y no creo que necesites echármelo en cara otra vez… —Bueno —siguió Robert—, de modo que quisieras ir siempre de blanco y no llevar vestido manchado… —Ya sé que eso es imposible. Veo que no me comprendes. Es que siempre me ha gustado revolcarme en el pasto, saltar charcos y trepar los árboles… pero no quiero que me regañen cuando lo hago, que me dejen solo para cambiarme de ropa y limpiarme en mi cuarto. ¿Sabes?, creo que los regaños de nada sirven… —¿Eso crees? —Sí. Cuando se hace algo incorrecto, uno mismo se avergüenza, pero cuando me reprenden siento menos vergüenza por mi mal comportamiento. Además, me corrigen por todo, por no obedecer al instante o por estar de mal humor… —Todo queda compensado… ¿cuántas veces has hecho algo malo sin que lo sepamos y nadie te reprendió? Pierre no replicó. Cada vez que hablaba con una persona mayor quedaba decepcionado o humillado. —Quisiera volver a ver el cuadro —dijo cambiando el rumbo de la discusión—. www.lectulandia.com - Página 12

Vamos, déjame entrar… Robert accedió y lo hizo pasar al estudio en su compañía. El pintor prohibía que alguien entrara solo a su taller. La última obra del maestro estaba sobre su caballete hacia el centro del vasto salón. Pierre preguntó: —¿Te gusta, Robert? —Por supuesto que sí. Es muy interesante… Pierre lo contempló un instante y luego dijo: —Creo que de todos los cuadros que he visto, yo podría distinguir los pintados por papá. Quizás porque me agradan aunque sea sólo a medias… —¡Vaya una tontería! —exclamó el criado asustado; pero el chico seguía impasible sin quitar la vista del cuadro. —Escucha —continuó Pierre—, en casa hay dos cuadros antiguos que me agradan más y que los prefiero. Hay uno con fondo de montañas a la puesta del sol, color rojo y dorado; tenemos también pinturas de niños, hermosas mujeres y de flores. Son más bonitos que ese viejo pescador que no tiene ni cara, en ese bote negro y feo… En el fondo, Robert opinaba de igual modo y admiraba la sinceridad del chico, pero no podía secundarle por ahora. —Eres muy pequeño para entender muchas cosas. Vámonos ya. Es hora de cerrar el estudio. En ese momento se oyó el ruido de un automóvil llegando a la casa. —¡El coche! —gritó Pierre y salió corriendo alegremente. Corrió por el césped, atravesó el bosquecillo de castaños, brincó sobre los setos de flores y llegó casi sin aliento a la entrada de la casona. Del vehículo bajaba su papá acompañado de un señor desconocido para Pierre. —¡Hola Pierre! —exclamó su padre. Mira, tenemos visita, es un tío tuyo. Salúdalo con afecto y pregúntale de dónde viene… El chico no quitaba la vista del visitante, le extendió la mano y le preguntó de dónde venía. El desconocido lo cogió en sus brazos. —¡Hombre!, ya pesas mucho para mí. ¿Que de dónde vengo? Pues ahora de Génova, y antes de Suez, Adén y… —¡Ah, de la India!, eso ya lo sabía, y tú eres el tío Otto. ¿Qué me trajiste? ¿Un tigre, unos cocos? —Bueno, pues el tigre se me escapó, pero sí traigo unos cocos y unas conchas muy bellas, y estampas de China… Entraron y Veraguth condujo a su amigo a la parte superior de la casa por la escalinata. Apoyaba el brazo con afecto sobre el hombro de Otto, que era de mayor estatura que el pintor. En el pasillo de arriba encontraron a la señora Veraguth, quien saludó a su huésped con amabilidad. El rostro del viajero, sano y jovial, le trajo recuerdos de horas pasadas que no volverían jamás. Otto la trató con cordialidad y mantuvo un poco la mano de Adele entre las suyas. www.lectulandia.com - Página 13

—Te encuentro tan joven como la última vez. Te conservas mejor que Johann. —Y usted como siempre —repuso la mujer amistosamente. —Pues aparentemente —comentó riendo Otto—. Caras vemos, corazones no sabemos… los años se van sin sentir y aún sigo de soltero… —Ojalá y ahora ya piense en casarse… —No, no lo creo. Sigo enamorado de viajar, aunque en Europa tengo muchos parientes; me he convertido en un tío «ricachón», al que se espera con afecto. Si me casara, tendría que abandonar mis latitudes. La señora Veraguth sirvió el café en la salita de estar. Luego bebieron licores y charlaron sobre viajes, plantíos de caucho, porcelanas chinas. Johann se sentía un tanto cohibido en esa salita que tan poco frecuentaba, pero poco a poco aflojó la tensión con la presencia de su amigo, siempre alegre y cordial. —Creo que a mi mujer le convendría descansar un poco. Te llevaré a tu habitación. Se despidieron de Adele y el pintor llevó personalmente a Otto a las dos habitaciones especialmente dispuestas para él, decoradas con cuadros escogidos, discretos anaqueles con libros, y como toque final, Veraguth había colgado hacia la cabecera de la cama una vieja y maltratada fotografía, recuerdo festivo de un grupo de bachilleres de treinta años atrás, que Otto contempló emocionado. —¡Santo cielo! —exclamó sorprendido—. Henos ahí en nuestros gloriosos 16 abriles… hermano, eres un sentimental… no había visto esa foto desde dos décadas… —Lo supuse —dijo Veraguth sonriendo—. Estaba seguro de que te agradaría. Confío en que encuentres todo a tu gusto. ¿Quieres abrir las maletas ahora? Otto se sentó sobre el baúl ropero y miró satisfecho a su alrededor. —Todo está a pedir de boca. Pero dime: ¿dónde duermes tú… hay otras habitaciones más arriba? El pintor no contestó inmediatamente, jugueteó un poco con una cartera de cuero bellamente labrada y sin darle importancia al asunto dijo que vivía junto a su estudio, donde había adaptado habitaciones. —Bien, amigo mío, ya me las enseñarás después. ¿Estás bien instalado? —Perfectamente, pero comencemos a abrir tu equipaje. Traeré a Pierre, le gustaría ver todo esto… Al entrar, Pierre exclamó con admiración: —¡Qué baúles tan lindos, tío Otto! A veces he visto baúles con etiquetas de muchos colores; una decía PENANG, ¿dónde está Penang? —Es una ciudad de Indochina. La he visitado algunas veces. Ahora, fíjate bien y abre tú solo esta valija con su llave especial. Al abrirse la petaca, lo primero que vio fue un cestillo recubierto con un trenzado de fibra en rica filigrana malaya, ahí se podía ver una soberbia colección de conchas que sólo se compran en el Oriente. www.lectulandia.com - Página 14

Pierre quedó estático al recibir su regalo y más aún cuando siguió un elefante de ébano, una figurita china de partes móviles y una lámina china también con una serie de demonio y deidades, reyes y dragones en vistosos colores. El pintor ayudó al chico a desempacar todos sus obsequios, admirándolos al mismo tiempo, mientras Otto sacaba ordenadamente sus camisas, zapatillas, ropa interior, que iba distribuyendo por el cuarto. —¡Basta! —dijo finalmente Otto—. Ya hemos trabajado mucho. Ahora vamos a divertirnos; por lo pronto quiero ver el estudio… Pierre observaba a su papá y notó la mirada de emoción en el rostro del pintor. —¿Estás muy contento, papá? —Así es, hijo mío. —¿Es que no siempre está tan contento a últimas fechas? —interrumpió Otto. El chico los miró desconcertado. —No sé qué decir —repuso vacilante—; pero hacía tiempo que no lo veía tan feliz —acabó echándose a reír. Luego, salió de la habitación corriendo con el cestillo de conchas en la mano. Otto y Johann salieron también con rumbo al estudio. —Noto aquí muchas reformas —observó Otto— pero todo ha quedado muy bien… ¿Cuándo las hiciste? —Hará unos cuatro años. También amplié el estudio. Burkhardt admiraba el panorama a su alrededor. —El lago es muy bello. Me gustaría bañarme después. Pero dime: ¿tienes algún nuevo cuadro? —Sí, acabo de terminar uno. Tienes que verlo. Creo que es bueno. Entraron al estudio, escrupulosamente limpio y muy ordenado. Hacia el centro del taller estaba el cuadro montado en el caballete. Lo miraron en silencio. El turbio amanecer representado, la atmósfera fría y húmeda de la obra, contrastaba con la luminosidad de la estancia bañada de sol. —¿Es lo último que has pintado? —Sí. Hoy le pondré su marco. ¿Te gusta? Ambos se miraron a los ojos. En el rostro del buen Otto, hombre más corpulento que su amigo, el pintor parecía un niño grande, pero con el cabello ya encanecido. —Es probablemente tu mejor obra —dijo reposadamente—. Vi los de Bruselas y los de París. No podía creerlo, pero has progresado mucho. —¡Hombre!, eso me alegra. Yo siento lo mismo. Lo atribuyo a trabajar sin pausas. Creo que antes era yo un buen aficionado, pero el trabajo sin descansar y genuina concentración, me han ayudado a tener un dominio personal, aunque siempre se puede mejorar… —Entiendo, además te has vuelto famoso. Me agradó que incluso hablan de ti entre los pasajeros de los viejos barcos del Oriente, y esto me enorgulleció. ¿Qué sabor tiene la fama, te satisface? —No sabría decirlo. Entiendo que hay por ahí tres o cuatro pintores que valen www.lectulandia.com - Página 15

más que yo y con mayor capacidad interpretativa. Nunca me he catalogado entre los realmente grandes, y todo lo que se diga de mi obra son indudablemente puras necedades. Exijo que se me tome en serio y me satisface lograrlo. Lo demás es propaganda y publicidad interesadas. —Puede ser; pero dime: ¿qué piensas de los pintores más destacados? —Que son los verdaderos reyes o monarcas. Los artistas de mi clase pueden llegar a ministros o generales; pero para eso hay que laborar sin descanso y apreciar seriamente la naturaleza. Los que logran penetrarla y sentir su aliento vital se convierten en sus hermanos; juegan con su manifestación plástica y son capaces de recrearla, mientras que nosotros sólo podemos copiar. Claro que estos soberanos del arte son muy pocos; quizás surja uno cada centuria. Ambos se pusieron a pasear por el vasto estudio; uno tratando de buscar palabras expresivas y el otro analizando el rostro cetrino y flaco del pintor. Poco después, el visitante se detuvo y junto a la puerta de la alcoba de Johann le pidió un cigarro. Veraguth lo hizo. Cruzaron la primera estancia y Otto se dio cuenta inmediatamente de la austeridad del departamento, que a pesar de contar con los útiles muebles necesarios, daba sensación de estrechez, de un cuarto de soltero de pocos recursos. —De manera que aquí te has instalado —comentó Otto con seriedad. Siguió examinándolo todo y se puso a considerar lo que habría ocurrido en los últimos años. Le satisfizo ver por ahí artículos deportivos, arreos para equitación; pero nada que sugiriera comodidad. De manera que ahí era donde su amigo creaba esos cuadros que habían merecido el lugar de honor en las principales galerías y exhibiciones. Le sorprendía ese ambiente de aislamiento —con sólo lo indispensable — sin nada festivo, ni amable a la vista, ni siquiera un cuadro de una bella mujer. Sobre la cabecera de la cama había dos fotografías sin marco: un retrato del niño Pierre y otro de Otto. Al momento reconoció la instantánea que alguien le tomara en una terraza en la India. La foto estaba semiborrosa por la escasa luz al ser tomada. —El taller te ha quedado muy cómodo —dijo al pintor al contemplar nuevamente el cuadro del pescador—. Veo que has trabajado en firme. ¡Choca esa mano, chaval! Tengo gran placer en verte, a pesar de notarte tan cansado. Te dejaré por ahora, luego me buscas y tomaremos un baño. Hasta pronto. Otto se fue a pasear bajo los árboles. El pintor lo miraba con afecto y admiración al distinguir su erecta figura y la seguridad de sus movimientos; su confianza en sí mismo. El visitante llegó hasta la casa grande, pero no entró a su cuarto sino que siguió escaleras arriba hasta las habitaciones de la mujer del pintor. Llamó a la puerta y preguntó si le permitía hacerle compañía durante un rato. La mujer franqueó la entrada con una sonrisa que Otto encontró algo insólita en ese rostro tan vigoroso, pero con cierto dejo de desamparo. —Rosshalde es algo estupendo; ya conocí el jardín y el lago. Encuentro a Pierre www.lectulandia.com - Página 16

muy grande, es un chico vivo y alegre. Esto me incita a dejar la soltería. —Sí, el chico es realmente guapo. ¿Crees que se parece a Johann? —Un poco, quizás más que un poco. No conocí a Johann a la edad de Pierre, aunque sí cuando ya tenía 12 años. Ahora lo veo un poco cansado. ¿Ha trabajado mucho estos años? Adele lo miró fijamente y le dijo: —El suele decir poco de lo que hace… —¿Qué pinta ahora, paisajes? —Trabaja mucho en el jardín, a veces con modelos. ¿Has visto sus cuadros? —Sí, vi varios en Bruselas. —¡Oh!, ¿los ha expuesto ahí? —Es una excelente colección. Por ahí debo traer el catálogo. Quisiera comprarle alguno y me gustaría saber tu opinión. Otto se buscó en los bolsillos y finalmente extrajo un pequeño catálogo; señaló uno en particular. Adele lo observó. —Pues no podría ayudarte. No conozco ese cuadro. Tengo idea de que lo pintó en los Pirineos el año pasado; pero aquí no lo he visto. —Son muy hermosos los regalos de Pierre —dijo cambiando el tema—. Te los agradezco. —¡Oh!, no tienen importancia; ¿pero me permites que te deje un recuerdo de Asia? He traído unas telas que quiero que veas y escojas la que te guste. Pensaba que era necesario ganarse un poco la confianza de esta mujer tan cortés y reservada; quería hacerla sonreír. De su amplio baúl sacó una brazada de telas de varios tejidos, estampados al batik, de sedas y encajes, que Otto iba describiendo festivamente al hablar sobre los lugares de origen y las gangas logradas a base de regateos. Aquello parecía un auténtico bazar de Oriente. La obligó a medirse las telas, puso encajes sobre los brazos explicando la forma de llevarlos; la instó a que admirase y se adornara con las telas hasta lograr que se quedara con ellas. —¡Dios mío!, pero esto es inaudito; te dejaré en ruinas, no puedo aceptar todo esto… —No tienes que preocuparte. Acabo de plantar seis mil árboles de goma y pronto viviré como un auténtico príncipe. Poco después, el pintor vino en busca de su amigo y encontró que ambos charlaban animadamente; se asombró de hallar a su mujer tan locuaz. Torpemente alabó la serie de hermosas telas. —Vamos —comentó Otto—, deja los juicios a las mujeres. Tú nada sabes de estas cosas. Ahora vayamos a bañarnos. Debo decir que Adele no ha envejecido. Ha estado muy contenta conmigo y esto me sugiere que tu matrimonio va bien. ¿Pero dónde está tu hijo mayor? —Ya lo verás —repuso encogiéndose de hombros—. Hoy mismo regresa a casa. —De repente se detuvo. Miró fijamente a su amigo y le dijo en voz baja: www.lectulandia.com - Página 17

—Sí, ya lo verás todo, Otto. No hablaré sobre esto ahora. Tú mismo lo captarás, viejo amigo. Mientras tú estés aquí todos estaremos muy contentos. Bueno, vayamos al estanque. Te jugaré unas carreras como cuando éramos chicos. —Magnífico, sigamos adelante —dijo Otto sin aparentar que había notado la nerviosidad del pintor—. Creo que esta vez por fin me podrás ganar; he desarrollado una buena barriga y… Ya atardecía. El lago era una vasta sombra; hacía una brisa ligera que acariciaba la copa de los árboles, entre cuyos claros se destacaba un jirón de cielo azul salpicado de tenues nubes teñidas de un tono violeta; formaban un conjunto simétrico singular. Llegaron a la caseta de los vestidores, pero la puerta estaba oxidada en la cerradura y no se podía abrir. —Bueno, déjala en paz —dijo Veraguth—, es que nunca la usamos. Siguiendo el ejemplo del pintor, Otto se desnudó al aire libre. Se acercaron a la orilla y probaron primero con un pie la temperatura del agua. A la mente de ambos vino el recuerdo de sus años pasados, y no se decidían a entrar a las tibias aguas del lago, hipnotizados por el mágico espejo y sus sutiles ondas. Finalmente, Otto fue el primero en atreverse y dio unos pasos. —¡Ah! —dijo suspirando de placer— el agua está riquísima; pero oye, amigo, no estamos tan mal, fuera de mi precoz barriga… pero ¡anda, anímate! Acto seguido se adentró en las aguas. Sus gritos incitaban a Johann. —¿Sabes?, por mi plantación corre un río incitante, pero como se te ocurra meterte, te quedas sin piernas por las pirañas y los cocodrilos. Bueno, comencemos la competencia del Principado de Rosshalde. Nademos hasta aquella escalinata y regresemos… ¡Listo! ¡Adelante! Con semblante risueño ambos comenzaron a nadar ruidosamente, pero a un ritmo razonable, luego, bajo el recuerdo de sus pasadas glorias, ambos fueron imponiendo mayor velocidad a sus brazos y piernas. Llegaron juntos a la escalinata, y al regreso, a base de un esfuerzo, el pintor pudo llegar primero a la meta. Todavía dentro del agua, ambos comenzaron a burlarse uno del otro, jadeantes pero felices. Se volvieron a sentir como antes, buenos camaradas; dejaron correr el velo de la larga separación, olvidaron la barrera del tiempo y la falta de comunicación. Se vistieron y ambos compartieron unos momentos de sincera comprensión y amistad, sentados en las gradas de la escalinata de acceso; disfrutaron del misterioso oscurecimiento de la superficie del lago, de la frescura del ambiente, la desleída tonalidad violácea de las nubecillas, y comenzaron a saborear sensualmente uno de los platos con cerezas que Robert les había traído para su deleite. Recordaron sus buenos tiempos estudiantiles, a sus viejos maestros en el Instituto, a sus condiscípulos, estipulando sobre la suerte de todos ellos, lo que harían en la actualidad. Cada uno encendió su cigarrillo y con fruición disfrutaron de los últimos fulgores del padre Sol sobre la esplendente belleza campestre. Siguieron buen rato www.lectulandia.com - Página 18

conversando sobre las horas felices del estudio en el Instituto. —¡Johann! ¿Qué habrá pasado con Meta Heilemann? —¡Ah! —trató de concentrarse el pintor—. Esa chica tan guapa. Recuerdo que tenía su nombre en todos mis cuadernos y al margen de los libros de texto. Delineaba su figura, su peinado. ¿Te acuerdas cómo era? —Claro que sí. ¿Has sabido algo de ella? —Pues no. Cuando regresé de París era novia de un abogado. La vi por la calle cuando paseaba con su hermano. Confieso que ruboricé al encontrarla y volví a sentirme como un pobre estudiante torpe y tímido. Lo que nunca me gustó fue su nombre… —¡Ah!, eso fue porque no estabas tan loco por ella como yo —comentó Otto en tono nostálgico—; para mí, su nombre era sinónimo de encanto, por una de sus miradas hubiera dado mi vida. —Escucha —repuso Johann—, yo también me moría por ella. Una vez me demore intencionalmente en el regreso de la excursión escolar, en espera de Meta. Por fin vi que se acercaba, venía junto con uno de sus amigos. Al llegar a un recodo decidió deshacerse de su acompañante, y al verla tan cerca de mí simplemente me quedé paralizado y confuso. Pasó a mi lado sin siquiera fijarse y yo quedé atontado; llegué con una hora de retraso a la escuela. Otto sonreía feliz con estos recuerdos. Era indudable que Meta había sido su principal tema de conversación. En el fondo, ambos ocultaban su pasión por la bella chica y disimulaban su amor hacia ella. Burkhardt recordó que había guardado como un tesoro un pañuelo que le había robado a la muchacha, y sobre el cual nada dijo a Johann. En esos momentos le era indispensable tener ese secreto oculto de todo el mundo.

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III Otto, cómodamente sentado en un sillón de mimbre, tocado con un ancho sombrero de Panamá y en las manos una revista festiva, en un pequeño claro de la floresta cercana al estudio, leía pacíficamente mientras Veraguth, sentado frente a un caballete, pintaba el retrato de su amigo. A base de tonalidades claras y firmes, el boceto estaba muy avanzado en lo general. Un aire suave y sutil, perfumado por el rico aroma de las flores y al compás del alegre trino de los pajarillos, se tenía un marco de gran belleza y quietud, digno de un poema. Frente a un gran mapa desdoblado en el suelo, Pierre seguía con el dedo rutas imaginarias. —¡Eh, no te duermas! —ordenó el pintor a Otto, quien se volvió y le sonrió. —¿Por dónde viajas ahora, querido Pierre? —preguntó. —¡Espera, tengo que leerlo!…dice aquí Luce… Lucerna, está junto a un lago. ¿Es más grande que éste? —¡Oh sí! —informó Otto— unas veinte veces. —Bueno, cuando yo tenga un coche me iré hasta Viena y Lucerna, y a la India, donde tienes tu casa, te iría a visitar. —Por supuesto, muchacho. Siempre estoy en casa cuando alguien me visita. Te llevaré a que conozcas un mono que se llama Pandak, y que no tiene rabo; pero es patilludo y sabio. Luego, pasearemos en canoa y mataremos cocodrilos. Pierre manoteaba de placer al escuchar a Otto que seguía contando sobre sus propiedades en la selva, con su característica facilidad narrativa. Pero como todo chiquillo, Pierre pronto se distrajo, aunque no así su padre que no perdía palabra de la relación de su amigo, que ahora hablaba de la caza, de las labores, de largos paseos a caballo, de las peculiares aldeas de los nativos —con sus casitas de caña de bambú—, de la abundancia de monos, garzas, mariposas exóticas de raros colores. Todo tan seductor y misterioso, tan genuino y natural que parecía un maravilloso paraje del Paraíso. Otto describía los caudalosos ríos tropicales, los soberbios helechos y las grandes planicies con hierbas y pastizales tan altos como un caballo; la filigrana de los colores crepusculares, encendidos y luminosos; las isletas de coral, los temibles volcanes, el peligro de los grandes vendavales y tormentas; el fuerte calor tropical. Luego, las grandes masas de chinos nativos que deambulan por las ciudades y callejas de los villorrios; a la hora de la oración, en sus mezquitas. En medio de tan fabulosas descripciones y sin apartarse de su trabajo, Veraguth no dejaba de considerar si tan soberbia exposición no encerraría un sutil fin de seducción, de sensual sugerencia que lo inclinaran a vivir esa vida del trópico con su amigo. No era tanto lo deslumbrante del cuadro pintado por Otto, la policromía y magnificencia de tan bellos lugares, sino el señuelo de un mundo desconocido, de gente autóctona, de mujeres semidesnudas, pero ataviadas de exóticos ornamentos, de viejos pescadores, de campesinos, de traficantes, de danzarinas javanesas; de un www.lectulandia.com - Página 20

colorido indescriptible que excitaba su alma de artista. Adivinaba toda clase de palmeras y plantas y arbustos entre esas mágicas selvas, de incógnitos sitios sagrados, de manadas de animales junto a los arrozales y pantanos, de elefantes domesticados que ayudan en las faenas, alegres y joviales y jugando a echarse chorros de agua con su probóscide. Las imágenes iban pasando por la imaginación del pintor; y fiel a su vocación escogía unas y descartaba otras para modelos de su arte pictórico. Las fotos traídas por Otto eran magníficas y tomadas a diversas horas del día, con luces y sombras bien aprovechadas; el pintor estaba convencido de que mucho de eso era digno de ser plasmado en un lienzo. —Otto, tus fotos son soberbias —exclamó entusiasmado—, pero basta por ahora. Tienes que contarme otras cosas. Me siento feliz; todo lo veo distinto, daremos un paseo y te mostraré algo… La sesión de pintura había terminado por el momento. Reanimados por un baño y el descanso, llevó a su amigo por la carretera, a cuyas orillas pasaron por tierras de labranza; vieron numerosas carretas cargadas de heno cuyo aroma recordó a Johann un evento pasado. —¿Te acuerdas —preguntó riendo— del verano que pasamos en el campo después del primer año en la Academia? ¿Cuando solamente pinté heno, y nada más? Esa vez estuve insistiendo en pintar los haces de heno sin poder dar la tonalidad exacta, ese color pardo tan impreciso, y que cuando al fin obtuve el matiz al mezclar el rojo con el verde, quedé tan orgulloso que no quise sino pintar montones de heno… ¡Ah! …qué delicia sentir esos primeros logros y experiencias… —Bueno, siempre se está aprendiendo algo… —Muy cierto; pero lo que ahora me preocupa no es tanto la técnica. Desde hace unos dos años me obsesiona una idea peculiar, de que todo lo que veo me transporta a mi niñez, como si viera las cosas como entonces, con un realismo distinto… así es como quisiera pintar. Pocas veces he logrado plasmar esas imágenes retrospectivas por breves momentos; pero naturalmente esto no me basta. ¿Comprendes? Hay en el mundo pintores excelentes que clara y sensiblemente plasman con fidelidad lo que ven, es decir, el mundo tal y como es, interpretado por un ser inteligente y discreto. Sin embargo, no creo que haya ninguno que lo represente tal y como lo veía de chico, la de un niño de corta edad con ambición y espíritu inquieto; pero es que si alguno lo intenta, nos da la impresión de falta de técnica… Distraídamente, Johann cortó una florecida azul a la orilla del camino y la observó complacido. —¡Perdona! —dijo mirando con recelo a su amigo—, pero te aburro con mi charla. Otto se concretó a sonreír expresivamente. —Escucha —prosiguió Veraguth—, todavía sigo con el deseo de pintar un ramo de flores silvestres como aquellos que juntaba mi mamá y que nunca he vuelto a ver. Ella era genial para eso, siempre animosa y alegre como una criatura, siempre www.lectulandia.com - Página 21

cantando y moviéndose con su natural ligereza, y tocada con su gran sombrero de paja. Así es como la veo en mis sueños. ¡Ah!, mi anhelo es pintar ese ramo de flores con toda la gama de matices de las florecillas del campo, ensartando algunas gramíneas y espigas; pero todos los ramos que he llevado al estudio no se parecen al tipo tan esplendente del hecho por mi madre. Ella tenía sus predilecciones, no gustaba de flores demasiado blancas, sino los ejemplares de raros matices, de tenues tonos de lila; pasaba tanto tiempo escogiendo, y había tan gran variedad… —Te comprendo bien, hermano… —Y yo te lo agradezco. Necesito que alguien entienda esa peculiar obsesión pictórica. Ya tengo proyectado el estilo, procuraré huir del espectro fotográfico, de todo lo que sea sólo un fragmento de la naturaleza, de su huidiza sugerencia; pero tampoco me dejaría llevar por el sentimentalismo… presiento que debe llevar un soplo de ingenuidad, propio del niño que carece de estilo académico, algo verdaderamente simple y genuino. Por ejemplo, este cuadro del pescador es todo un contraste en formación y concepto, y tengo la idea de que necesitaré muchas horas de labor para poder captar lo que realmente busco… Tomaron por una vereda que conducía a una ligera pendiente hasta lo alto de una colina. —¡Fíjate ahora! —avisó al observar la proyección de la cima más próxima, en actitud de acecho como el de un cazador—. Cuando lleguemos a lo más alto, quisiera pintar esa proyección. Al negociar la cima, vieron en la ladera opuesta un bosquecillo frondoso apenas delineado por la luz crepuscular y que con dificultad permitía penetrar visualmente a la tupida selva. Se percibía un caminito bajo los altos árboles y que terminaba en un claro en el que había un banco de piedra. Desde ahí se respiraba la fresca lejanía selvática y se veía un valle cruzado por un riachuelo, cuyas aguas de tono esmeralda reflejaban el fulgor vespertino. Veraguth apuntó hacia el panorama y exclamó: —¡Eso es lo que voy a pintar cuando las altas hayas cambien de color! Sentaré a Pierre en el banco con el fondo del vallecillo y sobre su cabeza… Otto escuchaba en silencio y se preguntaba por qué ese afán de engañarlo con proyectos futuros. ¿Pensaría realmente en cumplirlos? ¿Sería sólo un íntimo anhelo de crear el principal móvil de su vida? Pero en el fondo lo conocía bien y sabía que esto no duraría, que llegaría el día de su declinación. Era consecuente con su actitud y lamentaba la triste suerte de Johann, y todo por motivos pueriles e inexplicables en un hombre de su cultura y preparación. Al regresar a Rosshalde supieron que Pierre se había ido con su madre para esperar el retorno de Albert.

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IV Albert Veraguth paseaba con excitación en el saloncito de su madre. El muchacho tenía los ojos del padre, pero en lo general se parecía más a la mamá, la cual lo miraba con ternura. De pronto, lo detuvo y lo sujetó por los hombros, admirando de cerca la frente del chico por la que caía un mechón de cabellos rubios. Le brillaban los ojos y tenía los labios apretados por la cólera que sentía. —¡Te digo que no, mamá! —exclamó con calor y apartándose del abrazo de su madre—. Tú sabes que lo odio y él a mí, dile lo que tú quieras sobre mi regreso… —¡No hables de odio! —dijo la madre con sinceridad—. Esa palabra no la soporto. Él es tu padre que antes quisiste tanto. ¡Te prohíbo que hables así! Albert la miró con ojos fulgurantes. —Bien, puedes prohibirme hablar de este modo, pero no hacerla nada cambiaría las cosas. ¿Acaso debo tenerle agradecimiento? Él ha arruinado tu vida y me ha desterrado de aquí. Acabó con Rosshalde antes tan alegre y suntuoso. Lo recuerdo bien, puesto que aquí he crecido. Lo veo siempre en mis sueños, con sus viejas estancias, el gran jardín, las caballerizas, las palomas. Ésta es mi casa y mi patria, aquí tengo mi cariño, y ahora tengo que vivir muy lejos, y ni siquiera puedo traer algún amigo en las vacaciones, porque no debe darse cuenta de la existencia y tristeza de este lugar. Y todos los que saben mi apellido se deshacen en elogios de mi padre… ojalá y que nunca hubiera tenido un padre como él, ni hubiera conocido Rosshalde, ni nada… ojalá que hubiéramos sido pobres, aunque tú tuvieras que ganarte la vida… porque yo te podría ayudar trabajando en algo… La madre se le acercó, lo hizo sentarse en un sillón junto a ella, lo acarició y con ternura comenzó a hablarle en todo reposado, dulcemente… —Está bien, ya te has desahogado. A veces conviene dejar salir lo que uno siente en su interior. Hay que conocer el sufrimiento, pero no ahondar en la herida. Ya eres un hombrecito, esto me alegra, aunque siempre seguirás siendo mi pequeño niño querido. Escucha, ahora me siento muy sola y necesito un amigo de confianza… y ese eres tú. —Tocaremos el piano a cuatro manos, vigilaremos a Pierre, paseáremos por la propiedad; pero por favor no busques altercados, ni hagas más difícil mi vida; debes ser dócil y comprensivo, porque lo necesito mucho… —¿Pero mamá, entonces tendré que callar todo lo que nos da tristeza aquí? —Así es. Para ti será muy difícil, pero tendrás que hacerlo. ¡Vamos, ensayemos algo en el piano juntos…! —Magnífico, mamá. Toquemos la Segunda de Beethoven… Comenzaban a interpretarla cuando entró Pierre sigilosamente y se puso a escucharlos. Observaba a su hermano: su nuca, su camisa deportiva, el mechón rebelde que se movía al son de los acordes. El pequeño notó inconscientemente el parecido de Albert con su madre. www.lectulandia.com - Página 23

—¿Te gusta esta música, chaval? El chico afirmó con la cabeza, pero poco después salió del cuarto; el tono de la voz de Albert le molestó por su condescendencia al dirigirse a un infante, con una sutil sugerencia de cordialidad. Antes había estado impaciente por la llegada de su hermano, y se había alegrado al verlo, pero inexplicablemente no podía resistir ese tono de superioridad… Mientras tanto, Veraguth y Otto aguardaban a Albert en el estudio; el padre nervioso y su amigo con curiosidad. Johann había perdido prácticamente su locuacidad habitual. —¿Así que llegó inesperadamente? —inquirió Otto. —No. Sabíamos que llegaría este día. Veraguth comenzó a rebuscar en los cajones hasta que pudo encontrar unas fotos antiguas. Escogió una y la comparó con la más reciente de Pierre. —Aquí puedes ver a Albert a la edad que ahora tiene Pierre. ¿Lo recuerdas así? —Por supuesto. En ese retrato se parece a su mamá. Quizás más que el pequeño Pierre, porque el pequeño no tiene todos los rasgos fisonómicos de la mamá. ¡Oye!, alguien llega… ¿será Albert? Alguien se acercaba con pasos menudos. Se abrió la puerta y entró Pierre con aire de cordialidad, pero con cierta duda. —¿Y dónde está Albert? —preguntó el pintor. —Está tocando el piano con mamá… —¡Vaya, vaya!, conque tocando el piano… —¿Eso te molesta, papá? —No, nada de eso; pero me alegra que tú vinieras. Pierre vio las fotos y la cogió. —¡Oh!, este soy yo, y el otro quizás sea Albert. —Sí, es tu hermano, cuando tenía tu edad. —Yo no había nacido entonces. Albert ha crecido mucho; Robert lo llama señorito Albert. —¿Tú quieres ser persona mayor? —Claro que sí. Si fuera grande tendría caballos y viajaría; nadie me llamaría pequeñuelo, ni me pincharía las mejillas, aunque por lo general los mayores son muy antipáticos, y como siguen creciendo, algún día se mueren. Creo que mejor sigo como estoy, pero que pudiera volar como los pájaros hasta las nubes, y reírme de todos… —¿También de mí? —A veces. Todos los grandes hacen cosas para reír; mamá casi nunca. Muchas veces se recuesta en el jardín y sólo mira las flores; luego se queda quieta y se ve un poco triste. Pero es bueno no tener nada que hacer… —¿No te gustaría ser algo, arquitecto o jardinero? —No. Además ya tenemos jardinero y yo tengo casa para vivir. Sería estupendo www.lectulandia.com - Página 24

hacer otras cosas, como saber lo que dicen los pájaros, lo que hacen los árboles para crecer tan altos tomando sólo agua por la raíz. Creo que nadie sabe sobre estas cosas, ni mi profesor… Se sentó sobre las rodillas de Otto y jugueteó con la hebilla del cinturón. —Hay muchas cosas que no se pueden comprender —dijo Otto con voz suave—; pero en cambio las podemos ver, admirar y disfrutar. Cuando vayas a la India a visitarme, viajarás varios días en un gran barco, verás peces ruidosos con aletas transparentes y que pueden volar. A veces llegan al barco pájaros que vienen de lugares extraños y muy distantes; llegan tan extenuados que se posan en cualquier sitio de la nave. Apuesto a que ellos también quisieran entender nuestro lenguaje. —¿Y cómo se llaman esos pájaros? —Tienen muchos nombres, pero son nombres que les da la gente. No sabemos cómo se llaman entre ellos mismos. —Papá, mi tío Otto cuenta cosas muy bonitas. Quisiera tener un amigo. Albert es muy grande para mí. Hay personas mayores que me quieren, pero el tío Otto me comprende. En eso llegó una doncella a recoger al niño. Era la hora de almorzar, y los dos amigos se dirigieron a la casa grande. El pintor iba silencioso y adusto. Al llegar, Albert lo recibió saludándole de mano. —Buenos días, papá. —Muy buenos, hijo. ¿Tuviste buen viaje? —Perfecto, gracias. Buenas tardes, señor Burkhardt. El muchacho hablaba con frialdad, pero con cortesía. Durante la colación, Otto fue el que llevó la conversación, y en parte la señora de la casa. Hablaron de música. —¿Qué clase de música prefieres? —preguntó Otto a Albert—. Yo desconozco el tema y sobre todo nada sé de los nuevos compositores. —Pues yo también estoy poco familiarizado con los modernistas. Yo no soy partidario de tal o cual tendencia. Me gusta que la música sea buena, mis predilectos son Bach, Gluck y Beethoven. —¡Ah, los clásicos! En mis tiempos realmente sólo conocimos a Beethoven, muy poco a los demás; pero nuestro ídolo era Wagner. ¿Te acuerdas Johann cuando oímos el Tristán? Eso fue delirante… —¡Bah!, la vieja escuela —comentó el pintor con cierta dureza—. Wagner ya se acabó. ¿No lo crees, Albert? —¡Oh, no!, es todo lo contrario; sus obras están en todas partes; pero personalmente no sé que opinar. —¿Pero te gusta Wagner? —Bueno, es que no conozco bien su música. Voy poco al teatro; prefiero otra clase de música que la ópera. —Pero supongo que habrás oído «Los Maestros Cantores», por lo menos… —Verdaderamente, no puedo juzgar. Su música es de un tipo romántico que no www.lectulandia.com - Página 25

me interesa. El pintor hizo un gesto de disgusto. —¿Quieres vino de la región? —preguntó a su visitante. —Por supuesto, gracias. —¿Y tú Albert? —Gracias, no, papá. Prefiero no beber. —¡Oh!, ¿te has vuelto abstemio? —No, no es eso. El vino no me sienta bien y prefiero no beberlo por ahora. —Bien. Entonces Otto y yo brindaremos. ¡Salud! Albert se siguió comportando como muchacho bien educado; discretamente dejó la conversación a sus mayores, no tanto por respeto a la superioridad sino simplemente para su propia tranquilidad. Sin embargo, se sentía violento en su fuero interno, porque a toda costa quería evitar un altercado con su padre. Otto callaba y veía que la conversación iba decayendo. Todos comían de prisa; se pasaban las viandas automáticamente unos a otros, y daban la impresión de que deseaban que la comida terminara. Estaban impacientes. El ambiente reinante le hizo ver que se ahondaba el abismo, el estado de aislamiento familiar; esa frialdad que dolorosamente invadía a su amigo. En el rostro del pintor había una expresión de hastío, y casi no había probado bocado. Creyó percibir una mirada suplicante de Johann, como disculpándose de la situación del momento. La escena era bochornosa, muy lamentable que a pesar de un cariño virtualmente latente, lo glacial del ambiente descorría el velo y hacía destacar la vergüenza y desilusión, el fracaso de la vida de Veraguth. Juzgo que si prolongaba su estancia equivaldría a fomentar el tormento en el alma de su amigo, y que le resultaría penoso verlo disimular. Decidió poner fin a la situación. Terminaron de comer y saludando a la dueña de la casa, se puso de pie y pidió permiso para ir a descansar Un poco en su cuarto. Adele salió primero, con paso cansino. Otto la acompañó hasta el salón. El piano seguía abierto y Otto le dijo: —Pensaba rogarte que nos tocaras algo, pero noto que tu esposo no se encuentra bien; quizás sea mejor que lo acompañe un rato. La mujer sonrió con seriedad y asintió. Se despidió de su huésped. Albert lo acompañó hasta la escalera.

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V Había oscurecido y encendieron las luces de la escalera. Otto se despidió de Albert y bajó; decidió caminar por entre los frondosos castaños, aspirar el sabroso aroma de la vegetación circundante. Su preocupación interior lo hacía sudar y se debatía buscando la forma de ayudar a su amigo; el momento parecía propicio para ello. Al acercarse lo llamó, pero no obtuvo respuesta. El hombre se veía como marchito, agotado. Una brisa ligera acariciaba los árboles. Hasta ellos llegó un acorde musical que venía desde la casa grande, luego siguieron las cadencias de una sonata. Finalmente, el pintor miró fatigado a su amigo y le dijo: —Entremos al estudio y hablemos un poco. Creo que no debemos retenerte más tiempo en Rosshalde. —Solamente será por un día o dos —repuso Otto al darse cuenta de que había comprendido la situación. Veraguth encendió unas luces—. Creo que es buen momento para bebemos una botella de buen vino… Llamó a Robert para que los atendiera. Hacia el centro del taller estaba el retrato de Otto, casi terminado. Lo contemplaron en silencio mientras el mozo disponía el vino y los cigarrillos sobre la mesa. —No nos despiertes mañana —le dijo a Robert—. Déjanos solos ahora… El pintor se dejó caer pesadamente en un sillón. —Otto, lo siento en verdad. Esta vez no has encontrado aquí nada agradable. Le tomó la mano que estrechó con afecto. Veo que lo sabes todo… Unas cuantas lágrimas corrieron por su rostro, pero trató de controlar su emoción. —¡Perdóname, Otto! Bebamos el vino. ¿Fumas? Fumaron y bebieron largo rato. Afuera la luz mortecina caía sobre las copas de los árboles. Entre la bruma de los cigarrillos, ambos se dieron cuenta de que no tenían más qué hablar, que ya se había dicho todo. —¿Quisieras venir a la India este otoño? —preguntó el viajero. Veraguth callaba, mientras observaba una mariposa vespertina que revoloteaba por la habitación. —Quizás sí —contestó el pintor—, pero antes tenemos que hablar. —Así es, hermano, aunque no quiero que te atormentes por ello. Ya confirmé que hay dificultades entre tú y Adele… —Nuestro matrimonio fue un error… —Puede ser así, pero lo grave es ese distanciamiento que no debe seguir; te destruirá por completo… —No, no voy a hundirme, amigo mío. Tengo pendiente por ahora una exhibición en Frankfurt para septiembre y otros… —Eso está muy bien, pero no arregla las cosas. Tu situación no tiene sentido. ¿Por qué no te separas de ella? —Pues… la cosa no es tan simple. Te contaré todo para que veas y juzgues. www.lectulandia.com - Página 27

Bebió un largo trago y se reclinó en el sillón. Otto se apartó un poco de la mesa. —Tuve conflictos con mi mujer desde un principio. Durante los dos primeros años quizás pudimos arreglar las cosas, pero me di cuenta de su incapacidad de darme lo que yo buscaba. Me decepcionó por su falta de entusiasmo, su seriedad y frialdad, y no fui capaz de tomarlo todo con sentido del humor. Ella aceptó mi impetuosidad viril, mi fogosidad, con paciencia heroica y conmovedora, y esto me dolía. Mientras yo me irritaba, ella callaba y sufría. Lo intenté todo, le pedí perdón y procuré encauzarla a mi natural festivo y ardiente, pero ella se encerraba en el silencio y en su obstinación. Se manifestaba sumisa a mi lado, pero no reaccionaba a mis arrebatos ni a mis bromas; simplemente se ponía al piano y se olvidaba de todo. Luego, me comporté injustamente con ella, y me di cuenta de que yo no podía darle nada que compartiéramos juntos. Busqué refugio en mi trabajo y en eso pude encontrar un baluarte defensivo a su hostilidad… Veraguth se esmeraba en hacer ver las cosas objetivamente y con serenidad; hablaba con hechos, sin quejarse, pero se adivinaba su dolor y miseria por su vida arruinada, por su fracaso, su triste destino, lo incompleto de su existencia, esa crueldad para su modo de ser y de sentir. —Cuando ya no cabía la menor duda sobre nuestras relaciones, procuré varias veces disolver nuestro matrimonio; sin embargo, no me resultaba nada fácil, acostumbrado como estaba a mi trabajo y tranquilidad, el hecho de pensar en abogados, trámites judiciales, etc. Si por lo menos hubiera tenido un nuevo amor, pero vi que ya era tarde; había perdido mi fogosidad y entusiasmo y lo único que me incitaba era la pintura: era mi natural desahogo, mi vinculación con el arte. Te aseguro que no ha existido ninguna otra mujer en mi vida, ni siquiera un amigo de verdad a quien confiarle mi ignominia y mi desaliento… —¿Por qué ignominia? —interpuso Otto. —¡Sí, una ignominia! Así lo he visto desde el principio y la he confirmado, porque es una vergüenza ignominiosa ser desgraciado; tener que ocultar al mundo mis sentimientos, fingir… pero te lo contaré todo: —Según estaban las cosas, ya Albert tenía entonces dos años. Ambos lo queríamos y su presencia era el único lazo de unión; pero más tarde, a los siete años, sentí celos por su predilección hacia su madre y luché por atraérmelo, tal y como ahora lo hago con Pierre. Necesitaba su cariño, pero paulatinamente sentí que su afecto se centraba exclusivamente en la madre. Una vez, cuando el chico cayó enfermo, olvidamos nuestras diferencias y ambos lo cuidamos; éste fue un período de amable convivencia… de la cual nació Pierre. Desde que vino al mundo, este chiquillo absorbió todo mi cariño; dejé que Adele y que Albert se apartaran de mí, éste, ya convaleciente se apegó cada vez más a su madre, fue su confidente y acabaron siendo mis enemigos. Por esta razón lo alejé de Rosshalde, me volví austero y frugal, dejé las riendas del gobierno hogareño en manos de Adele y de hecho no era yo sino un huésped en mi propia casa; pero con el anhelo de salvar a Pierre para mí. www.lectulandia.com - Página 28

Entonces le propuse a Adele la separación, quedándome yo con el pequeño y dándole a ella todo Rosshalde e incluso a Albert. No lo aceptó. Estaba dispuesta a concederme el divorcio, pero quedándose con Pierre. Fue nuestra última lucha formal; esa vez me humillé, rogué, amenacé y acabé enfureciéndome. Aceptó la ausencia de Albert, pero no cedió en nada más. Esa vez sentí odio, y ahora me queda el rescoldo y la aversión. Mandé ampliar el estudio, con dos cuartos más, y aquí he vivido desde entonces. Otto lo escuchaba pensativo, sin interrumpirlo, hasta que se decidió a hablar. —Me alegro —dijo con prudencia— de que tú mismo aclares las cosas, que ya las había sospechado. Pero hablemos otro poco. Desde que llegué he buscado la oportunidad. Me di cuenta de que tú sufrías, que estabas avergonzado y atormentado. Ahora que te has franqueado conmigo creo que debemos buscar la forma de remediar la situación. El pintor lo miró con tristeza y sonrió con amargura. —No, esto ya no tiene remedio, pero puedes analizarla si quieres. Otto persistía en hacer algo ya que se le brindaba la ocasión. —Hay una cosa, en lo que me cuentas, que no veo con claridad. Dices que por Pierre no te concede el divorcio. Quizás legalmente hubieras podido quedarte con la custodia del niño… —No, no quise recurrir a ese expediente. Porque no creo que un juez pueda componer lo que yo he echado a perder. Si no se pudo arreglar entonces, no queda sino esperar a que Pierre crezca y decida por su cuenta… —Bueno, concretando, todo gira alrededor de Pierre; por su causa no te has divorciado, ni has podido gozar de tu parte de felicidad en este mundo, ni te has atrevido a liberarte. Vives ahora preso, bajo un compromiso, sacrificios y concesiones y esto tiende a que te sientas asfixiado como hombre y como artista… Johann se mostró impaciente y bebió rápidamente un vaso de vino. —No, no hables de ruina ni de asfixia… yo sigo en la brecha y falta mucho para que me rinda. —Perdona, amigo mío. Estás en un error. Reconozco tu fortaleza que te ha permitido resistir tantos años, pero reconoce que te has envejecido y que sólo te sostienes por un pueril orgullo que trata de acallar esta situación de miseria. Te entregas a tu labor creadora, solamente para aturdirte y olvidar los obstáculos cotidianos… esto no es un remedio, sino meramente resignación… —Puede que sea resignación… ¿pero qué es lo que logra generalmente el ser humano… acaso logra la felicidad? —Todo el que tiene fe y esperanza lo logra —exclamó Otto—. ¿Y tú qué esperas, ya tienes éxito, honores, dinero? Lo que no sabes es lo que es la vida, ni el gozo ni la alegría. No, nada esperas, y eso es monstruoso, Johann. El que no quiere curarse una llaga maligna es un cobarde… El hombre se había acalorado, paseaba con agitación y buscaba un medio para ayudar a su amigo. De repente, vino a su mente el recuerdo del rostro de un niño, de www.lectulandia.com - Página 29

su condiscípulo que como entonces siempre había estado en disputa por la menor nimiedad. Analizando el rostro adusto del pintor no reconocía signo alguno en la actitud de su amigo… y ahora se atrevía a llamarlo cobarde, a herirlo sin misericordia cuando el agobiado pintor se mostraba abatido… —¡Sigue, sigue adelante hermano mío… no te detengas! Ya te has dado cuenta de la cárcel donde yo vivo… si sigues hurgando en mi caso descubrirás sólo el reflejo de mi desgracia. Puedes proseguir; ya no me opondré y por otra parte, tampoco me defenderé… Otto se detuvo frente a su amigo, le dolía verlo en esa actitud de sumisión e indolencia, pero insistió: —Deberías estar indignado… echarme de aquí… quitarme tu amistad… Johann, no acepto esa pasividad… —Hermano, te doy la razón. Creo que me he sobreestimado. Ya veo que soy un niño y que no tengo sino un amigo, que no quiero perder por nada en el mundo. Vamos a sentarnos, beberemos varios vasos de vino… este vino es bueno y no lo hay en la India… Otto le dio una palmada afectuosa. —Hermano, no es hora de sentimentalismos. ¿Tienes algo que reprocharme? —Nada, nada tengo que recriminarte, tú estás fuera de todo reproche… has comprendido mi declinación durante estos años y no has procurado ayudarme sin antes saberlo todo. Debo informarte que durante años he llevado en mi bolsillo un frasquito de cianuro, pero lo tiré lejos de mí para no usarlo… sin embargo, tu actitud es la de un juez y ahora me recriminas y flagelas sin resabios… Johann lo miraba con ojos enrojecidos y que mientras hablaba no dejaba de tomar vaso tras vaso de vino; se había tomado una botella. Adivinando su pensamiento dijo con aspereza: —Pues sí, estoy un poco borracho; esto salta a la vista. Sin embargo, creo que me dejo llevar así una vez al mes, para darme ánimo, pero en el fondo estoy cierto de que ni el vino, ni un veneno pudieran ayudarme. No sé por qué he podido caer tan bajo y verme obligado a mendigar un poco de comprensión. Mi mujer ya no me soporta, ya perdí a Albert y pronto me dejará Pierre también. ¿Qué se puede hacer? Se le había quebrado la voz. Otto se puso pálido e inquieto. La situación era realmente peor de lo que había supuesto… y bastaban unos cuantos vasos de vino para que el pintor se desplomara y resintiera su miseria… —Por supuesto que te ayudaré —dijo en voz suave y conciliadora—. Reconozco que soy un necio y que he obrado con precipitación, pero todo se arreglará, amigo mío… Otto recordó las múltiples veces en que Johann se había descontrolado a causa de su temperamento nervioso; particularmente vino a su mente la vez en que Veraguth era el compañero inseparable de una linda compañera de clase en la Academia de las Bellas Artes, una chica que Otto desaprobaba, por su actitud, y que fue causa de que www.lectulandia.com - Página 30

ambos amigos rompieran su amistad en forma violenta, con excesiva vehemencia, voces alteradas y rostros iracundos. La imagen actual le hizo ver un cierto paralelismo y se conmovió al ver la íntima soledad espiritual de su amigo, vio en la fuerza del secreto de Veraguth la chispa latente del artista, el afán de crear, de representar el mundo según su técnica y capacidad bajo cambiantes manifestaciones; esa peculiar melancolía que sugerían algunas de las obras de pintores geniales. Otto tuvo la sensación de que por fin comprendía a su amigo, las tinieblas de su alma, sus esfuerzos y sinsabores, y al mismo tiempo se enorgullecía de que Johann le hubiera abierto su corazón e incluso reclamara su ayuda. La actitud del pintor era de mansedumbre y laxitud, como si hubiera olvidado todo lo dicho. —Hermano —dijo Johann—, esta vez no has podido disfrutar de mi compañía debidamente. Lo único que hemos logrado es que no dedicara más tiempo a mi trabajo en estos días, lo cual me hace falta, no puedo resistir la holganza. Burkhardt trató de impedir que abriera otra botella, pero el pintor le advirtió que de cualquier manera no dormiría esa noche; lo trató de melindroso y lo incitó a que bebiera como en los tiempos pasados. —No temas, el vino no me afecta; yo puedo controlar mis nervios, dominarlos. Volveré a levantarme a las seis de la mañana todos los días, pintaré todo el día y por la tarde pasearé a caballo… Ambos siguieron charlando hasta la media noche: recuerdos de aventuras, excursiones. Sin embargo, Otto no dejaba de lamentar el haber descubierto la terrible herida en el alma de su amigo, apenas restañada por su compañía y amistad.

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VI Otto se sintió apenado al día siguiente; temía enfrentarse a Johann y suponía que lo recibiría con frialdad o con un gesto irónico. Al verlo sintió consuelo al notarlo tranquilo y amistoso. —De manera que mañana te marchas y me dejas —le dijo—. No sabes lo que te agradezco tu visita y lo que hemos logrado con nuestra conversación de ayer… aunque todavía habrá mucho de qué hablar. —De acuerdo —repuso Otto—, pero ya no quiero volver a excitarte; fue una lástima haberlo dejado para lo último. Desayunaron en el estudio. —Al contrario, creo que todo ha salido muy bien. Pasé la noche sin dormir, pero pude reflexionar y coordinar mis ideas. Cierto que ahondaste en mis heridas, pero todo lo puedo soportar. Hace años que no tenía a nadie a quien confiar mi pena. En adelante, debo procurar hacer algo positivo, como tú dices. —¡Hombre!, es bueno saber que ya reaccionas… —Quizás no del todo; pero por ahora aprovechemos este último día de tu estancia y alegrémonos. Te llevaré a dar un paseo a un paraje precioso. Anoche estuve un tanto confuso y no coordinaba bien, pero ahora me siento más sereno y creo comprender mejor lo que decías. —Amigo mío, si me entendiste, ya no hay caso de insistir más. Creo que en concreto deberías mantener tu matrimonio tal y como están las cosas, con el fin de que puedas conservar a Pierre. ¿No es así? —En efecto, ésa es la verdad. —¿Entonces qué piensas para el futuro? Tú mismo dudabas anoche de poder conservar a Pierre cuando el chico crezca… Veraguth suspiró hondamente y dijo con voz reposada: —Eso es lo más probable y doloroso… ¿según tú debería renunciar al pequeño? —Por supuesto que sí. De lo contrario significaría años de luchas con tu esposa, y cada vez la sentirías más odiosa… —Pero fíjate, hermano… Pierre es lo único que me queda. Vivo entre ruinas y si hoy muriera, nadie sino tú quizás algún corresponsal de la prensa lo lamentarían. Por ahora, todavía tengo al niño; quiero gozarlo y darle todo mi cariño. Él es mi gran consuelo y me hace olvidar mi desgracia, es mi estímulo cotidiano. ¿Cómo abandonarlo? —Comprendo tu dificultad, Johann. Es un gran problema, pero tienes que resolverlo para que todavía respires el hálito de la vida, sin tener que refugiarte en el trabajo para aturdirte. Sal ya de tu prisión voluntaria. Dale alas a tu espíritu y aprovecha lo que el mundo te ofrece. Has estado tanto tiempo a la sombra que has perdido la noción de la existencia. Deambulas por un cementerio de sombras y dudas. Es indudable que Pierre es adorable, pero esto no debe ser definitivo en tu existencia, www.lectulandia.com - Página 32

si piensas en el porvenir. Debes armarte de valor, y aunque te duela, piensa si realmente Pierre te necesita… —Pues sí… creo que me necesita por ahora. —Reflexiona, hermano. ¿Qué puedes darle, aparte de tu ternura y afecto, que todo niño requiere? Analiza el momento: el chico vive en un ambiente confuso en el que sus padres sólo disputan por su causa. No está creciendo dentro de un hogar de unión y felicidad, y acabará por aislarse y sentirse fuera de lugar como un ser apartado, hasta que llegue el día en que tenga que elegir entre su madre y tú… —Quizás tengas razón, pero por ahora no puedo ir más lejos. Me aferro firmemente al chico, a su cariño puro y sincero. Es posible que me abandone dentro de un par de años y comience a odiarme como lo hizo Albert en su adolescencia cuando una vez me arrojó un cuchillo a la hora de comer… con Pierre todavía me restan unos años de vinculación y cariño. ¿Crees que debo renunciar a todo esto? —Tienes que hacerlo —comentó Otto con aire de tristeza—. Es algo muy lamentable, pero tendrás que hacerlo. Despójate de todo el lastre en tu vida. Tienes que comenzar de nuevo para que veas el mundo tal y como es. Olvida lo pasado, todo depende de tu decisión, pero si quieres seguir dentro de esta cárcel, puedes estar seguro de que siempre estaré a tu lado cuando me necesites. —Por favor, Otto, oriéntame, aconséjame. —Bien. Analicemos la situación calmadamente: El próximo otoño regresaré a la India, pero antes, tengo la confianza de que al pasar por Rosshalde ya tendrás todo listo para venir conmigo. Allá podrás quedarte un mes o un año, irías a la caza del tigre, quizás te guste alguna hembra malaya —que son muy lindas—, pero sobre todo al fin te habrás alejado de este ambiente y quizás descubras una vida mejor. Simplemente empaca tus avíos de pintor, lo demás corre de mi cuenta. —Me has ayudado mucho, Otto… esto nunca lo olvidaré. Te ruego me dejes las fotos, luego decidiré… —Por supuesto, pero antes de partir quisiera saber si te decides al viaje; sería un bálsamo para ti. —No, no podría decidir ahora mismo; no se puede saber lo que suceda mañana o pasado. Muy contadas veces me he separado de Pierre, y eso por tres o cuatro semanas. Pienso irme contigo, pero no quiero afirmarlo en este momento para luego retractarme. —Está bien. Lo dejaremos pendiente. Ya te avisaré dónde podrás encontrarme. Si te decides, me envías un telegrama. Yo arreglaré todo lo del viaje; tú empaca solamente tu ropa y avíos de pintor. Nos embarcaremos en Génova. —Esto ha sido una gran ayuda —dijo Johann abrazándolo—. Por ahora pediré el coche. Iremos a comer fuera de casa, disfrutaremos de un largo paseo como en los viejos tiempos, gozaremos de la hermosa campiña, poblados y el bosque. Nos servirán unas truchas y beberemos buen vino en tarros de cristal. ¡El día está realmente hermoso! www.lectulandia.com - Página 33

—Para mí, todos los días han sido esplendorosos —comentó Otto, y ambos se rieron de buena gana. —¡Oh!…hace mucho que no veía brillar el sol de este modo…

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VII El pintor se sintió muy solo después de la partida de su amigo. Volvió a sufrir el mismo aislamiento de los años pasados, al cual se había acostumbrado en apariencia, pero que en ratos lo asfixiaba. Cada vez más se veía desligado de su familia, incluso de Pierre. ¿Sería consecuencia de la persistente confusión y de la situación familiar? Largo rato se vio envuelto en un estado de desolación y por primera vez tuvo la sensación del tedio. Hasta la llegada de Otto, había vivido artificialmente, aunque en forma voluntaria. Había soportado la existencia más bien que disfrutarla. La presencia de su amigo había derrumbado parte de la muralla que lo aislaba de la realidad de la vida, y había roto el viejo hechizo; el fulgor dei mundo lo llamaba, lo incitaba… Se dedicó a pintar con ardor. Boceto al mismo tiempo dos cuadros diferentes. Volvió a la rutina de bañarse en agua fría por las mañanas y trabajar hasta el medio día; se confortaba con café y cigarrillos para seguir pintando. Por las noches dormía mal y a pesar de sus esfuerzos y actividad, no dejaba de sentir el influjo de un nuevo derrotero, de una nueva aurora de libertad, que se abría a sus ojos. A decir verdad, no se dejaba llevar del todo por la idea, antes bien procuraba ahogarla. Íntimamente sentía que con sólo decidirse al viaje podría romper las cadenas de su prisión, aunque a costa de un gran sacrificio, así que pugnaba por no pensar en ello. Sin embargo, la herida seguía abierta, era dolorosa, tenía que soportarla; la curación implicaba un tremendo sacrificio, Prefirió dejar las cosas tal como estaban y esperar con paciencia lo que le deparara el destino. En medio de este conflicto de sentimientos, Johann concibió un gran cuadro a base de siluetas humanas; una idea retrospectiva lo movió a realizarlo. El proyecto — de varios años atrás— lo había entusiasmado al principio, pero con el tiempo lo fue descartando; le parecía demasiado alegórico. Sin embargo, ahora lo percibía con claridad, y acometió la obra con afán y entusiasmo. El cuadro incluía a tres personajes de tamaño natural. Un hombre, una mujer — ambos aparentemente ajenos entre sí, apartados uno de la otra— y un niño que jugaba por ahí con alegría y sin dar la impresión de la nube tempestuosa que se cernía sobre él. La alusión no podía ser más clara, aunque los rasgos fisonómicos del pintor o los de su esposa no coincidían con la realidad. Había una leve semejanza en el rostro del pequeño con el de Pierre, unos años atrás. En la figura infantil se notaba la gran sensibilidad propia del artista, manifestada en la nobleza de sus mejores obras. Las otras dos siluetas aparecían con cierta rigidez y simetría, en un ambiente de peculiar soledad, sugerido por la actitud ambigua, pero desoladora de ambos personajes. La nerviosidad e inquietud del pintor afectaban a su ayuda de cámara, que se esforzaba por atenderlo. La secreta esperanza que ardía en el corazón de Johann, desde la visita de Otto, era algo difícil de reprimir y por eso persistía en trabajar para dominarla. Sus sueños www.lectulandia.com - Página 35

eran terribles: veía su estudio vacío, a su mujer arrebatándole a Pierre, y el niño extendiéndole sus brazos como pidiendo protección. Se tenía que levantar del lecho, pasaba a la estancia y se ponía a repasar las viejas fotos que le dejara su amigo, hasta sentir un poco de somnolencia. Su alma libraba la batalla entre la esperanza de una nueva vida, incitada por Otto y enfocada a dar rienda suelta a sus represiones y virilidad, a su vigorosa naturaleza hasta ahora congeladas por su voluntaria inercia mental; su laboriosidad artística le había coartado la existencia, y ahora, un poderoso influjo hipnótico y el vacío en que vegetaba por el momento, le llevaban a sentir el fantasma de impulsos imperiosos reprimidos por su larga vida monacal y ficticia. Pero mientras más lo asaltaban estas legítimas exigencias personales, mayor era el espectro de su sacrificio para liberarse y llegar a una decisión. Dejó de presentarse en la casa grande. Le traían su almuerzo al estudio, y por las tardes se iba a la ciudad. Si accidentalmente se encontraba con su mujer o con Albert, se mostraba amable. Se ocupaba menos de Pierre que los días anteriores, y a veces pasaban días enteros sin verlo. Lo besaba en la frente cuando lo encontraba durante sus paseos vespertinos, pero con aire de preocupación, y seguía deambulando pensativamente por el jardín. En una de sus incursiones, el pintor paseaba por entre los castaños. Lloviznaba un poco y hacía un viento templado. Desde ahí podía escuchar las notas del piano, que desgranaban una música desconocida para él: una pieza suave y atrayente, obra seria, ponderada y con un ritmo especial; era un tipo de partitura como las que él había gozado en su juventud. Con paso mesurado se dirigió a la casa grande, entró y se llegó hasta la sala sin hacer ruido. Adele fue la única que lo advirtió. Tomó asiento para escuchar mirando a su esposa, la dueña de la mansión en la que vivía decepcionada mientras él lo hacía en su estudio. La mujer contemplaba a su Albert a quien había educado y visto crecer; gozaba de su presencia, pero se notaba avejentada, con la mirada dura y ausente. Sin embargo, en el fondo demostraba una actitud de seguridad y de dominio de sí misma, que había proyectado a sus hijos, pero sin heredarles algo de ternura, ni manifestaciones de afecto para los demás, que era lo que él siempre había buscado en Adele. Con todo, reinaba un ambiente hogareño, era un refugio para sus hijos y un sitio para que crecieran. Embebido en sus reflexiones, el pintor observó que nadie lo echaría de menos en ese ambiente seco y disciplinario. Él estaba de sobra. Les sería indiferente que construyera un estudio artístico en cualquier parte para dedicarse a su trabajo. Ésa era la realidad… Siguió escuchando hasta que por la mirada de la madre, Albert se dio cuenta de su presencia, un tanto sorprendido. —Buenos días, dijo el pintor. —Muy buenos —repuso el pianista un tanto confuso. www.lectulandia.com - Página 36

—Me alegro que hayas tenido tu sesión de música… Albert se encogió de hombros y sin saber que decir, se puso a hurgar en el estante en busca de partituras. —Esa música que tocabas es admirable —comento Johann sin dejar de sentir lo inoportuno de su presencia—, pero por favor toca algo más. Has progresado mucho. Toca lo que quieras… —Ya no tengo ganas de tocar —repuso Albert con aspereza. —¡Vamos!…todo es comenzar… anímate y toca algo más… Adele se interpuso y se dirigió a su hijo. Se mostraba nerviosa y al moverse hizo caer un pequeño jarrón con rosas sobre la mesita central, pero rogándole que accediera. Finalmente Albert se puso al piano y comenzó a tocar, pero lo hacía con aire de incomodidad y como forzado. Veraguth lo escuchó un poco y repentinamente se incorporó de su asiento y salió del salón antes de que terminara la pieza. Albert pudo notarlo porque inmediatamente suspendió su ejecución. —¡Dios mío! —suspiró el pintor al salir—. Creo que nadie les hace falta; nos hemos distanciado tanto que se hace difícil pensar en que antes estuviéramos unidos… En la puerta de salida se encontró con Pierre que venía muy agitado. —¡Mira, papá! —le dijo jadeante—, me alegro de que hayas venido. Tengo aquí un ratoncito vivo. Se lo arrebaté a la gata cuando jugaba con él y lo maltrataba; el animalito quería escapar y la gata lo atrapaba cada vez, hasta que por fin pude salvarlo de sus garras. ¿Qué hacemos ahora? El chico estaba radiante con su hazaña y no soltaba al roedor. —Bueno —le dijo el pintor—, lo soltaremos en el jardín, ¡ven conmigo! Llovía un poco, Veraguth abrió un paraguas y cruzaron parte del jardín sobre cuyos arbustos y setos floridos caían las gotas benefactoras del cielo. Pierre dejó ir al ratoncito, que por un momento se vio obstaculizado por una raíz, pero poco a poco se notó que buscaba con ansiedad la forma de escapar y ante los gritos de júbilo del chiquillo finalmente se pudo escurrir entre la maleza. —¿Quieres venir conmigo? —dijo el pintor y el chico se agarró de su mano con alegría y lo siguió. De repente, el niño exclamó: —Ahora, el ratoncito está con sus padres en su casa, y seguramente les estará contando su aventura. Pierre siguió charlando sin ton ni son mientras el pintor le oprimía la mano y sentía vibrar dentro de su ser todo el cariño que abrigaba por su hijo menor. Pierre, siempre atento a los movimientos del animalito, lanzó un grito de placer al verlo huir con inusitada rapidez. —Pierre… ven conmigo —musitó el pintor. El chico volvió a sujetar la mano de su padre y caminó a su lado. Cada palabra del niño repercutía en el corazón de Johann; era una delicia sentirse como su esclavo. Sí, era evidente que jamás volvería a sentir un cariño como el que tenía para www.lectulandia.com - Página 37

Pierre, ni gozar de su ternura, de su naturalidad y calor, que en el fondo le recordaban sus propios años infantiles. Esa espontaneidad de su risa y modales desenvueltos era lo único que llenaban la vida vacía del pintor. Era como los capullos de un rosal en su floración al absorber la alegría espontánea del sol y de la vida… —¡Oye, papá!…¿por qué no quieres estar con Albert? —¿Por qué dices eso? A mí me agrada estar en su compañía, pero tu hermano prefiere quedarse con tu madre… ¡qué le vamos a hacer! —Yo creo que tú no le simpatizas, ni que Albert está a gusto contigo. Todo lo que hace es tocar el piano o encerrarse en su cuarto. Cuando lo invité a ver el jardincito que yo mismo planté, pareció gustar le al principio, pero nunca ha querido verlo. Ya no es mi amigo… siempre está con mamá… —Bueno. Recuerda que sólo pasará dos semanas aquí, y que quiere aprovechar a su mamá, pero tú puedes venir conmigo si lo quieres. —No lo sé, a veces quiero estar con ella y luego siento deseos de hacerlo contigo… pero tú siempre estás tan ocupado… —¡Bah!…eso no debe preocuparte. Ven al estudio cuantas veces lo quieras; no importa que esté trabajando. ¿Te parece bien? Pero aparentemente Pierre no quedaba satisfecho incluso mostraba cierta indecisión incompatible para sus años, no obstante la insistencia de Veraguth. —¡Mira, papá! —dijo el chaval—, me gusta estar contigo, pero no cuando trabajas… —¿Qué es lo que te desagrada? —Es que cuando voy a verte, sólo me acaricias el cabello y me miras de un modo raro, como muy distraído… a mí me gusta que me hagas caso y que me hables. —Hijo mío, pero por eso no debes ausentarte. Cuando uno trabaja se necesita concentración para hacerlo todo bien, y es difícil desentenderse… sin embargo, procuraré hacerlo cuando me visites. —Te comprendo, papá. A mí me pasa lo mismo muchas veces cuando me llaman y estoy pensando en cosas interesantes. Eso me fastidia. A veces quiero estar solo todo el día y resulta que debo estudiar, jugar o cumplir con lo que mandan… por eso me enojo… El chico se esforzaba por explicarse. No era cosa fácil y tenía miedo de que no lo comprendieran. Era tan difícil que lo hicieran. Entraron al estudio y Veraguth retuvo a Pierre sobre sus rodillas. —Yo sí entiendo, Pierre. ¿Quieres ver los cuadros ahora o prefieres pintar el ratoncito? —¡Sí, eso es… quiero pintarlo!…Dame papel y colores… Johann le facilitó un pliego de papel y un lápiz. El chico se puso a dibujar mientras su padre lo miraba emocionado. Pierre se concentraba en la figura del gato y el ratón, pero se mostraba impaciente con sus trazos. Al cabo de un rato el chico exclamó: www.lectulandia.com - Página 38

—No, no es así… no se parece para nada… papá sería mejor que tú me dijeras cómo se pinta un gato… este parece más bien un perro… —Veamos —dijo el pintor señalando con paciencia—, lo hiciste muy grande, borraremos un poco, esas piernas son muy largas, pero las podemos arreglar un poco… ¡mira, fíjate en éste! —siguió al trazar diestramente al animal en otra hoja de papel—. Luego lo tendrás que pintar tú solo… Pero el chico perdía la paciencia y el interés en el dibujo que Johann seguía bocetando, incluyendo al ratoncito en el momento de ser liberado, y al ver el semblante de Pierre dibujó un coche con sus caballos, motivo predilecto del pequeño. No obstante eso, el niño pareció aburrirse, se puso a pasear por el estudio, abría la ventana y finalmente se escapó canturreando del lugar. Veraguth quedó solo con el dibujo entre sus manos.

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VIII Johann trabajaba arduamente en el cuadro de las tres siluetas. El vestido de la dama sugería una trama de color azulado y en el cuello del atuendo un broche dorado, que era lo único que reflejaba algo de luz. El rostro aparecía desvanecido y difuso por el opalino tono del vestido de la dama. Sin embargo, a pesar de la frialdad de la silueta, a poca distancia de la mujer, había cierta tonalidad que se reflejaba con acierto y alegría sobre los desordenados cabellos del chico. En ese momento, alguien llamó a la puerta. El pintor se mostró irritado al escuchar el segundo llamado y abrió un poco el estudio. Era Albert, que por primera vez durante su estancia en la mansión se llegaba al estudio. Miraba con cierta turbación el semblante serio de su padre. Pero Johann reaccionó y lo invitó a pasar. —¡Hola, Albert! …¿Vienes a ver mis cuadros?… aquí tienes unos cuantos… —No, no quería interrumpir. Vine hacerte una pregunta… El pintor no le hizo mucho caso; se dirigió a un armario con divisiones y de rodillas se puso a sacar algunos de sus cuadros, entre ellos el del Pescador. Albert lo observó con cierta impaciencia. —¿Nunca te has interesado en la pintura? —preguntó Veraguth ¿Acaso sólo te gusta la música? —No, no es eso. Me gustan los cuadros. Éste es magnífico… —Me alegra saberlo. Te enviaré una copia fotográfica. ¿Cómo te has sentido en Rosshalde? —Muy bien, papá… pero no vine a distraerte. Quiero preguntarte una cosa. Veraguth no lo escuchaba del todo, lo miraba distraídamente como era su costumbre cuando se dedicaba a pintar y procuraba concentrarse en su empeño. Luego, despertó un poco y preguntó: —¡Dime, Albert! ¿Qué piensa la nueva generación del arte en realidad? ¿Sigue la influencia de Nietzsche o leyendo todavía a Taine? Taine era muy inteligente, pero aburrido… —Pues no, no conozco a Taine todavía, pero quizás tú hayas pensado más que yo sobre su aportación. —En realidad, antes lo hacía, cuando el arte, la cultura y la estética eran muy importantes en mi vida. Ahora me conformo con lograr un buen cuadro… y para esto no se requiere mucha filosofía como premisa básica. Sin embargo, si me preguntas por qué soy un artista y pinto tanto cuadro, podría decirte que es porque no tengo un rabo que menear… —¿Qué quieres decir con eso? —preguntó Albert desconcertado. —La cosa es sencilla. Los perros, gatos y otros animales inteligentes tienen su rabo; es un apéndice de gran movilidad con el cual se expresan, sugieren su estado de ánimo, lo que piensan o lo que sienten. Pero como el hombre no tiene rabo, necesita del artificio de los pinceles, del piano o del violín para manifestarse. www.lectulandia.com - Página 40

Repentinamente, el pintor se interrumpió; se dio cuenta de que monologaba y que su discurso no interesaba a su hijo. Cambió de actitud y dio las gracias al estudiante por su visita. Volvió a su trabajo, cogió su paleta y procuró concentrarse. —¡Perdona, papá… pero quería consultarte sobre algo! Veraguth pareció sorprenderse en medio de su abstracción y se volvió un tanto incomodado. —Escucha, papá. Quiero llevarme a Pierre a dar un paseo, ya mamá lo permitió, pero quiero tu consentimiento… —¿Dónde piensas ir? —Pues por ahí… tardaríamos un par de horas, quizás no lleguemos hasta Pegolzheim… —¿Quién conducirá el coche? —Yo, por supuesto. —Bien. Pueden marcharse, pero en el coche pequeño tirado por el bayo. —¡Oh!, me gustaría mejor el coche grande, con los dos caballos. —Lo siento hijo mío. Si fueras tú solo podrás manejarlo cuando gustes, pero si llevas a Pierre irás en el pequeño. Albert se marchó un tanto defraudado. No quiso insistir al ver que el pintor volvía a su trabajo. El ambiente del estudio lo cohibía, pese a su rebeldía ante la autoridad paterna. Veraguth no tardó en ensimismarse en su tarea. Se desentendió de todo a su alrededor. Cotejaba mezcla de matices y en su imaginación conformaba imágenes en armonía con la luz y resolvía obstáculos pictóricos; jugaba frenéticamente con la selección de colores, diversificación de ángulos, caprichosos laberintos técnicos. Se sentía envuelto en el sutil ambiente del arte, de la estética, y muy atento a sus limitaciones y afán de libertad de expresión, gozaba con ciertos toques geniales — quizás un tanto arbitrarios— pero preñados de sinceridad interpretativa. Era algo peculiar que esta manifestación del destino de un hombre, de un artista como él, capaz de crear por sí mismo obras de gran mérito, hombre de gran sensibilidad y tan devotamente dedicado a su arte, un pintor infatigable e imaginativo, fuera en el fondo un simple buscador de la felicidad, un individuo frustrado por su fracaso en el plano sentimental. El propio Veraguth no se percataba de esta dolorosa realidad, por haber renunciado años atrás a la vida armónica familiar. Contra el sufrimiento había esgrimido su resignación; su laisser faire anímico personal, su energía laboral, fertilidad imaginativa, el brillo de su genio, y todo ello en contraste con su vida en plan humanístico y familiar. Era una situación en la que su obstinación y el influjo de su poder creador lo adormecían ante el embate de la verdadera dimensión vital. Todo eso había sucedido hasta la visita de su amigo Otto, quién fraternalmente lo había hecho despertar. Johann presentía peligros y sucesos dolorosos, pero en el fondo surgían preguntas que ni su propio arte y laboriosidad lo podrían liberar. Su espíritu sensible anticipaba tormentas y se sentía desarmado para vencerlas, pero se www.lectulandia.com - Página 41

resignaba en su interior a resistir los últimos resabios de su íntima amargura. Vacilaba ante la necesidad de un cambio y la decisión de aceptarlo, como si pensara ahora plasmar su último cuadro. Y así fue como en aras de la adversidad, acorralado en su reducto, logró soltarse de sus cadenas y pintó la más bella de sus obras: la de un niño jugando entre sus padres —ambos presos de un secreto infortunio— y sugiriendo en el lienzo un dejo de aniquilamiento y pesar, mientras el pequeño gozaba de un nimbo de luz y de alegría natural. Si en lo futuro y contra la modestia de Veraguth lo incluyeran los críticos entre los maestros, sería por esta pintura, que encerraba tantos dolores íntimos, tantos jirones de su alma. Pero el pintor descartaba ahora angustias y debilidades, penas o fracasos, seguía absorto en su pintura. Ni alegre ni triste, respiraba, en medio de su soledad, el hálito de su poder creativo. Aplicaba con singular destreza y rápidamente los colores, acentuaba sombras o disminuía la intensidad cromática en ciertas pinceladas. No quería pensar en el significado de la obra; simplemente había sido una inspiración, no pretendía expresar sentimientos o ideas, sino la realidad. Repasó la expresión de los rostros hasta dejarla desvanecida, pero afinaba los detalles en el pliegue del vestido o en las arrugas faciales. El propósito era plasmar a tres seres humanos, con objetividad, interrelacionarlos por su proximidad en el espacio de un ambiente común; pero cada uno como una entidad propia, con autenticidad individual que harían admirar a cada personaje en actitud de romper las ligaduras de un mundo carente de importancia. Así es como hemos visto en los lienzos de los grandes maestros, tantos personajes cuyos nombres desconocemos, con este gesto enigmático que se proyecta a la posteridad. El cuadro estaba casi terminado. Había dejado para el final la encantadora silueta del niño. Pasado el medio día, sintió hambre, se lavó, se cambió de ropa y se dirigió a la casa grande. En el comedor encontró a su esposa completamente sola, esperándolo. —¿Y los chicos, dónde están? —Se fueron de excursión. Creo que Albert te fue a pedir permiso. En efecto, el pintor recordaba ahora la visita de su hijo, que ya había olvidado. Un tanto contrariado comenzó a comer con aire de ausencia, que no pasó inadvertido a su mujer. Aunque ya no tenía importancia que lo acompañara a la hora de comer, Adele sintió ahora un poco de compasión al ver su rostro fatigado y triste. Le sirvió la comida calladamente, sin olvidar el vino. Al influjo de un momento de cordialidad indefinida, el pintor buscaba algún tema agradable de conversación. —¿Tú crees que Albert se vaya a dedicar a la música? Creo que tiene mucho talento. —Así es, tiene disposición, pero no sé si realmente quiera ser un artista profesional. Está indeciso y no demuestra predilección por determinada actividad. Quizás quiera ser un caballero de sociedad, dedicarse al deporte y estudiar un poco. Con el tiempo comprenderá que no es fácil vivir así. Sin embargo, por ahora estudia www.lectulandia.com - Página 42

con ahínco y no creo que haya motivo de que te inquietes por él. Además, piensa darse de alta en el ejército cuando tenga la edad… El pintor la escuchaba mientras comía laboriosamente un plátano. Luego indicó que le gustaría tomar el café en su compañía. Lo dijo en tono cordial y se complacía a reposar ahí su almuerzo. —Ordenaré que te traigan el café. ¿Has trabajado mucho? La pregunta se le escapó sin querer, porque no pretendía interrogarlo acerca de su trabajo, pero el calor espontáneo del momento sobrepasó la rutinaria situación de indiferencia y olvido. —Pues sí, he pintado hoy un par de horas —repuso un tanto sorprendido por la pregunta, desacostumbrado como estaba a que se tratara de su labor, cuyas últimas obras eran desconocidas para Adele. La mujer lo advirtió y calló. Se había esfumado el momento de cordialidad. Johann comenzó a encender un cigarrillo, pero lo dejó sin fumarlo. Sorbió lentamente su café y se informó sobre Pierre; agradeció la amabilidad de su esposa y se puso a examinar un cuadro que había pintado para Adele años atrás. —Se conserva bien —comentó—, es decorativo y ofrece un buen contraste con ese fondo de flores amarillas. La mujer no dijo nada, pero en su interior sentía que esas flores exquisitamente plasmadas era lo que más le gustaba del cuadro. Veraguth le sonrió levemente y se despidió deseándole que no se aburriera sin los chicos. Al salir se encontró con el perro que alborozado lo saludaba; lo acarició gustoso, recogió un terrón de azúcar al pasar cerca de la cocina, por la ventana, y se lo dio. Siguió caminando reposadamente rumbo a su estudio. El día era esplendoroso, pero el pintor no puso mucha atención y siguió adelante, tenía que seguir trabajando. Contempló con cuidado las tres figuras del cuadro, situadas en un tramo de pradera reverdecida; el hombre un tanto encorvado, pensativo, y con aire de resignación la mujer, mientras el chico parecía jugar despreocupadamente y con júbilo. Sobre la escena predominaba un ámbito de luminosidad, reflejada en cada florecilla, y que parecía soslayar los rubios cabellos del niño, así como reflejar discretamente un pequeño aderezo que adornaba el cuello de la mujer.

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IX Veraguth siguió pintando hasta ya muy entrada la tarde. Agotado, se dejó caer en un sillón, con las manos inertes y agobiado por el letargo de la diaria labor, como un campesino después de su cotidiana faena. Se proponía descansar por el momento, no hacer nada más; pero su espíritu de trabajo y disciplina lo indujeron a dejar el reposo y hacer otra cosa, lo cual resolvió yéndose al estanque para ejercitarse un poco nadando. Era un atardecer pálido; a lo lejos se oía el ruido chirriante de las carretas de los campesinos y las risas y voces de los jóvenes al finalizar su jornada de labor. El pintor salió del agua y se frotó enérgicamente hasta quedar seco. Pasó a su habitación y encendió un cigarrillo. Tenía pensado escribir algunas cartas, pero al abrir el escritorio vaciló y llamó a Robert. —¿Habrán regresado los chicos? —le preguntó. —No señor, todavía no. Quizás se hayan retrasado porque el caballo bayo no parecía tener muchas ganas esta mañana. Johann se puso de mal humor porque esperaba que Pierre pasara un buen rato con él ese día. Se dirigió a la casa grande y llamó a la puerta de la alcoba de su mujer, que se sorprendió al verlo a tal hora, sin habérselo pedido. —¿Puedes decirme dónde está Pierre? —Te informé —repuso Adele sin alterarse—, que los chicos se habían ido de paseo. ¿Estás inquieto por ellos? —No, no es eso; pero sí veo la falta de seriedad de Albert, que ni siquiera haya pensado en telefonear. —Todavía es temprano. Verás que llegan a cenar. —Es que pensaba pasar un rato con Pierre… —Bueno, no debes enfadarte. Ésta es una casualidad, y lo siento porque el niño pasa buenos ratos contigo. Johann no contestó. Salió pensando que Adele tenía razón; que no debía ser tan exigente y tener paciencia y resignación como su mujer. Sin embargo, su temperamento se impuso y tomó camino de la carretera encolerizado. No quería imitar a su esposa, mostrarse pasivo. Siguió dando rienda suelta a su cólera como reacción a verse ante su indiferencia, cuando antes todas estas diferencias siempre terminaban en violencia y altercados. Aunque toda su vehemencia y amargura se diluían solamente al pensar en el bálsamo que sentiría con la compañía de Pierre y de escuchar su voz. Al caminar afanosamente por la carretera, oyó el ruido de un carruaje a su paso, pero sólo se trataba de una carreta con hortalizas. Veraguth preguntó al campesino si había visto a sus chicos por el camino. El labriego denegó con la cabeza y siguió adelante por el camino ya opacado por el atardecer. www.lectulandia.com - Página 44

La caminata fue calmando la ira de Veraguth, poco a poco fue apreciando la belleza de su alrededor, aflojó el paso y su espíritu artístico gozaba otra vez del tibio panorama circundante. Casi había olvidado a los muchachos, cuando finalmente reconoció el coche. Lo dejó pasar de largo y se ocultó detrás de un viejo tronco de árbol para que Albert no lo descubriera. Luego tomó el camino de regreso. Ya era tarde para que Pierre pasara un rato con él; además, se resistía a volver a enfrentarse a su mujer a esa hora. Se detuvo a cenar en una taberna y leyó los periódicos. Los chicos llegaron y Albert le contaba a Adele los incidentes del paseo. Pierre llegó tan cansado que se acostó sin cenar. Cuando Johann regresó, el niño dormía profundamente. La casa estaba a oscuras. Afuera caían unas gotas de lluvia tibia y persistente. Se dirigió a su escritorio. Ya no tenía sueño y se puso a escribirle una nota a Otto. Querido amigo: Quizás no esperas carta mía tan pronto, con promesas de mi aceptación al seguir tus juiciosos consejos de hermano. Por desgracia todavía no es así; hay relámpagos de entusiasmo, pero también nubes de incertidumbre, presentimientos anímicos. Sin embargo, sin darte una fecha fija y aunque no haya sonado la hora, me iré contigo a la India. De manera que arréglalo todo y por favor infórmame al respecto. Dejaremos que pase el verano. Quiero regalarte el cuadro del pescador, pero antes creo que convendría exhibirlo en Europa. Dime dónde te lo envío. Por acá sigue todo igual. Lástima que Albert se sienta ya un hombre de mundo y me trate con deferencia de plenipotenciario. Me gustaría que pasaras antes por Rosshalde y luego seguir el viaje. Tengo un cuadro que me ha salido bien. Tengo el presentimiento que uno de tus cocodrilos me habrá de devorar, lo cual no creas que me afecta mucho. ¡Maldito sueño!, nunca llega cuando uno lo necesita. Seguiré trabajando un poco más. Tuyo, Johann Puso la carta en un sobre y la dejó para que Robert la echara al correo. Se acodó cerca de la ventana a escuchar el monótono repiqueteo de la lluvia, que piadosamente caía sobre el follaje y sobre el siempre sediento sendero del parque.

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X —Mi hermano Pierre es un chico aburrido —decía Albert a su madre, mientras ella cruzaba el jardín para cortar unas rosas—. No logro comprenderlo y desde ayer ha estado imposible. Cuando lo invité al paseo pareció entusiasmarse, pero al ir de camino fue perdiendo interés y ni siquiera se fijó que yo conducía el coche chico, iba silencioso. —¿Pero le gustó el paseo? —¡Oh, sí!…pero todo lo veía con cierta indiferencia, incomprensible en un chico de su edad. No quiso llevarlas riendas, ni cortar albaricoques para comer durante el camino. Se siente como un príncipe… te lo digo porque no pienso volver a invitarlo a ir de excursión conmigo. La mamá lo miró con interés al ver su excitación y trató de tranquilizarlo. —Albert, tú ya eres un hombrecito, debes tener paciencia con Pierre. Además el pequeño no está bien del todo; casi no desayunó. Es una criatura delicada… y quizás esté un poco celoso de que yo siempre estoy contigo. —Bueno… pero debe comprender que yo estoy de vacaciones… —Es muy pequeño para entenderlo. Adele comenzó a cortar las rosas amarillas que más gustaban a Albert, aunque ya estaban un tanto mustias por la lluvia. —¿De veras me parecía yo a Pierre de pequeño? Adele trató de recordar; dejó caer las tijeras de jardinero junto a un rosal. —Sólo por la primera impresión y no en los ojos. Tú no eras tan alto entonces. Creciste más tarde. —¿Y era yo tan apartado como él se manifiesta? —No. Tú eras más constante y cariñoso. No cambiabas de juegos como lo hace Pierre; él es más violento y voluble… —Mamá, yo creo que Pierre se parece más a papá. Es tan peculiar. Mis compañeros dicen que cada individuo trae consigo, desde que nace, sus cualidades y sus defectos. Es su destino y nada lo puede alterar. Si va a ser un ladrón o criminal, nada lo detendrá. Eso es inevitable… ¿será cierto todo eso? —Puede ser que sí —comentó la madre—. Si alguien asesina a otro ser humano, los científicos alegarán que desde niño llevaba la simiente del criminal, sin importar que su familia sea intachable y no tuviera que heredar estos rasgos. Sin embargo, el fenómeno no ha sido explicado del todo, y yo creo que la buena educación y disciplina cuentan más que lo biológicamente heredado. Si uno es capaz de distinguir el bien del mal, no se necesita averiguar lo que hayamos heredado y que permanezca oculto en nuestra alma, si respetamos el medio en que vivimos. Por intuición, Albert sospechaba que su madre evitaba cualquier discusión dialéctica y que de hecho acataba el concepto simplista, aunque en el fondo pensaba que el tema no había quedado dilucidado y que de hecho debería aventurar algún www.lectulandia.com - Página 46

comentario sobre la causalidad. Sin embargo, de momento no encontró un ejemplo sólido para expresarse, a pesar de considerarse mejor dotado que muchos de sus condiscípulos en el terreno de la moralidad y de la estética para hacer un análisis imparcial, así que se concretó a seguir ayudando a cortar las rosas que buscaba su madre. Mientras tanto, Pierre no salía de su cuarto. No se sentía muy bien. Se había levantado tarde y deprimido. Los juguetes le aburrían. Tenía el presentimiento de que a pesar de su desaliento, algo le sucedería ese día que le daría placer y le borrara ese tedio. Sin pensarlo mucho, salió de la casa y se aventuró por la avenida de los tilos en busca de algo interesante, de alguna aventura; pero no dejaba de sentir un vacío en el estómago y una pesadez en la cabeza, malestares que jamás había sentido con anterioridad. Lo que ansiaba era echarse en brazos de mamá, pero se veía impedido por la constante presencia de su orgulloso hermano mayor que la acaparaba a todas horas. Le dolía que su madre no lo buscara para jugar o para distraerlo; se sintió desgraciado y envidió a Albert… era de suponer que sería un mal día para él. Siguió caminando sin rumbo, masticaba inconscientemente tallitos de tilo — amargos y dulzones—. Estaba indeciso, de mal humor, le afectaba la humedad del ambiente. Ya no tenía deseos de ser un príncipe, un bandido o un cochero, por lo menos. Pateó sin consideración un caracol atribulado por su osadía. A estas horas nadie le hablaba, ni los pájaros, ni las mariposas. El mundo estaba silencioso, vulgar y aburrido. Probó una grosella que aún no estaba madura, sino ácida y poco jugosa. Entonces pensó que lo mejor sería meterse en la cama, dormir largo rato hasta que todo cambiara. Algo tenía que suceder… por ejemplo, si ahora estallara una guerra, que un ejército de caballería atacara, o que hubiera un fuerte incendio, una inundación… pero todo eso solamente pasaba en la imaginación y nunca se llegaba a contemplar tales acontecimientos… Siguió su paseo; pero su lindo rostro pálido daba la impresión de dolor y hastío. De repente escucho, del otro lado del viñedo, las voces de su madre y de Albert. Sintió celos y ansia de las caricias maternales; por su rostro corrieron las lágrimas. Pues sí, resultaba ser un mal día; todo le salía mal y nadie se preocupaba por él. Trató de buscar consuelo en el Supremo Hacedor, a quien amaba, y por un momento se sintió mejor. Pero pronto volvió la sensación de angustia y la necesidad de oír palabras cariñosas y comprensivas. Entonces pensó en su padre, quien seguramente lo comprendería, a pesar de su aire siempre serio y preocupado. Debería estar ahora en su inmenso estudio trabajando. No le gustaba interrumpirlo, pero su propio padre le había dicho repetidas veces que lo visitase cuando quisiera. No podía creer que su papá lo hubiera olvidado, y convenía hacer la prueba. Caminó indeciso al principio, pero después avivó el paso hacia el estudio; www.lectulandia.com - Página 47

Escuchó a la puerta antes de entrar. Pudo escuchar el ruido de los pinceles sobre la paleta y oyó que tosía un poco. Con cuidado hizo girar el picaporte, abrió un poco y sintió el repelente olor del aguarrás y del aceite. Pero la figura vigorosa de su padre lo reanimó. Entró y el ruido de sus pasos sobresaltó un poco al pintor, que se volvió con gesto agrio, duro y violento. Pierre no se inmutó y lo miró fijamente. Cuando Johann lo reconoció, su expresión cambió totalmente y se iluminó su rostro. —¡Hola!…si es mi pequeño Pierre. No te había visto desde ayer. ¿Te envía tu mamá? El chico denegó con la cabeza y se dejó besar por su padre, quien le preguntaba si había venido a verlo trabajar. Volvió al caballete y hábilmente dio un último toque con el pincel. Observaba su obra con extraña fijeza; el entrecejo fruncido, pero la mano firme al manejar el pincel con destreza. Pierre se sintió oprimido por el ambiente del estudio. Nunca le había gustado, pero ahora sentía repulsión por ese olor. Al ver la mirada de su padre fija en el cuadro, se dio cuenta de que había esperado en vano, porque su padre seguiría totalmente abstraído en su pintura, en su mundo de colores y olores. Sería una necedad permanecer ahí. Fue un día de decepción para el niño, que no encontraría refugio en el regazo materno, ni atención por parte de su padre. Permaneció sin moverse y sin quitar la mirada del lienzo, todavía fresco en el caballete. Para eso sí tenía tiempo su padre, pero no para atenderlo. Hizo girar el picaporte para salir, pero Johann oyó el ruido y se volvió suponiendo el proposito de Pierre. —¿Qué pasa, mi niño? ¿Tratabas de escapar? ¿No quieres estar conmigo? Ven, cuéntame de tu excursión de ayer. —¡Oh!, estuvo muy bien… Veraguth lo llevó hasta el sillón y le acarició el cabello alborotado. —Parece que no te sentó bien, que te falta un poco de sueño. ¿Bebiste vino ayer? Pero dejemos eso… ¿quieres dibujar algo? —No papá. Hoy no tengo ganas de nada. Estoy tan aburrido… —¡Vaya, vaya! Quizás dormiste mal. ¿Hacemos un poco de gimnasia? —Tampoco. Sólo quería estar un rato contigo; pero aquí huele tan mal… —Así es, hijito —repuso el pintor riéndose—. Es una desgracia ser hijo de un pintor y que desagrade el olor del taller. ¿No te gustaría llegar a ser un pintor? —No, no quiero serlo. —¿Qué quisieras ser? —Pues nada en especial. Quizás un pájaro o algo así… —Sería una buena idea. Pero dime, qué es lo que querías de mí. Debo continuar ese cuadro grande, pero te puedes quedar aquí jugando o con un libro de cuentos ilustrado. www.lectulandia.com - Página 48

No, no era eso lo que deseaba. Como disculpa para poder salir le explicó a su padre que pensaba darle de comer a las palomas. Notó que el pintor quedaba satisfecho y le dio un beso en la frente. Pierre volvió a sentir el vacío a su alrededor. Caminó sobre el césped donde le habían prohibido pisar. Distraído y cavilando no se fijó en que sus botines blancos se cubrían de manchas verdes por la humedad de las plantas y pasto. Vencido por la desesperación, se tiró al suelo y se revolcó en la hierba mojada. Su blusa azul quedó empapada y el chico rompió en llanto. Después sintió frío y se incorporó desconsolado. Regresó a casa y procuró que nadie lo viera, porque pronto lo llamarían y se darían cuenta de que lloraba, se fijarían en lo sucio de la ropa, los zapatos llenos de lodo, y lo regañarían. En ese momento odiaba el mundo. Quería estar solo, marcharse de ahí, donde nadie lo conociera. Al pasar frente a una de las habitaciones para los huéspedes, notó que estaba la llave por fuera. Entró y se subió a la cama con todo y ropa y los botines mojados. Se acurrucó como un animalito perseguido, lloroso y con sueño. Poco después oyó que su madre lo llamaba desde el vestíbulo, pero no quiso contestar y siguió obstinado bajo el cobertor. En medio de su sopor escuchó la voz de su madre suplicándole que respondiera, pero siguió en su terquedad y finalmente cayó dormido, con el rostro humedecido por el llanto. Cuando Johann llegó a comer, Adele lo abordó angustiada. —¿No viene Pierre contigo? Veraguth se impresionó por el tono de desesperación de su mujer. —¡Pierre! No, no sé donde pueda estar. Creí que estaría aquí. —¡Dios mío! —gritó angustiada Adele—. No lo he visto desde la hora del desayuno. Después, los sirvientes me dijeron que se había ido rumbo al estudio. ¿Estuvo contigo? —Sí, pasó un ratito ahí, pero luego se marchó. ¿Pero es que no hay nadie que cuide de Pierre en esta casa? —exclamó en tono colérico. —Creíamos que estaba en el estudio —repuso secamente la madre—. Voy a buscarlo. —Ordena que alguien lo haga ¡Vamos a comer! —Pues empieza si quieres. Yo misma iré en su busca. Al salir la mujer, Albert se puso de pie para seguirla. —¡Quédate ahí! —ordenó Johann—. Estamos en la mesa… pero veo que yo no cuento aquí —gruñó Veraguth en tono irónico—, y si sientes ganas de lanzarme un cuchillo como aquella vez, hazlo sin contemplaciones… Albert palideció. Era la primera vez que su padre le echaba en cara su primer arrebato de cólera juvenil. —¡No tienes que hablarme así! —exclamó con violencia—. ¡No te lo permito! Veraguth se desatendió y comió un pedazo de pan, bebió un poco de agua. No quería alterarse. Albert se colocó junto a la ventana del comedor. www.lectulandia.com - Página 49

—¡No señor! ¡No lo consiento! —repitió con voz alterada por la ira. Veraguth siguió comiendo pan maquinalmente. Su imaginación viajaba a bordo de un trasatlántico, lejos, muy lejos de este odioso ambiente. —De acuerdo —dijo finalmente en tono apacible—. Ya veo que no te gusta hablar conmigo… ¡dejémoslo así! En eso escucharon exclamaciones y un torrente de gritos inconexos. Habían descubierto a Pierre. Johann se levantó y salió del comedor lentamente. Encontró al chico, todavía vestido, con el rostro sucio de lágrimas. —¡Hijo mío! —exclamó el pintor muy preocupado—. ¿Qué haces aquí escondido? ¿Por qué te has acostado fuera de tu cuarto? Veraguth tomó al niño en los brazos y lo examinó cuidadosamente. —¿Te sientes mal, hijito? ¿Llevas mucho tiempo dormido en esa cama? —No lo sé —murmuró Pierre—. Yo no hice nada… me duele mucho la cabeza… —Creo que debes darle un poco de sopa caliente —sugirió el pintor al llevarse al chico al comedor—. Le sentará bien. Parece que está malito de verdad. Lo sentó junto a él y comenzó a darle la sopa. Albert tomó asiento sin decir palabra. —Pues sí parece que está enfermo —comentó Adele un tanto tranquilizada y como madre dispuesta a cuidar al niño y olvidar sus travesuras. —Vamos, toma la sopa, mi niño. Luego te llevaré a camita —le dijo con ternura, mientras Pierre seguía tomándola ayudado por su padre. Adele le tomó el pulso y notó —agradecida— que no tenía fiebre, aunque no le gustaba el color del semblante del niño. —¡Voy en busca del médico! —exclamó Albert al sentirse fuera de la escena. —No es necesario —repuso Adele—. Lo que Pierre necesita es ir a su cama bien abrigado, y mañana se sentirá mejor. El chico no prestaba atención, pero ya no quiso tomar más alimento. La mamá sugirió que lo dejaran en paz y que no lo forzaran a comer. Se llevó al chico de la mano, amodorrado aún; pero al llegar a la puerta del cuarto de Pierre el niño tuvo que vomitar estremecido por la náusea. Veraguth cogió al niño en brazos hasta su cama. La madre lo tomó por su cuenta; hubo campanillazos y órdenes. El pintor volvió al comedor y quiso probar algo, pero desistió y volvió a la habitación de Pierre, a quien encontró ya lavado y acostado en su camita. El chico pareció quedarse tranquilo. Veraguth le preguntó a Albert qué fue lo que había comido. —Pues nada especial —informó Albert, tratando de recordar—. En Brüneswand le dieron un poco de leche y pan, en Pegolzheim almorzamos macarrones y salchichas. —¿Algo más? —insistió Johann. —No, nada. Por la tarde compramos duraznos, pero sólo comió uno o dos. —¿Estaban maduros? www.lectulandia.com - Página 50

—Naturalmente. Yo nunca le daría fruta verde a Pierre. Adele notó la intensidad de la disputa y quiso intervenir, pero Veraguth hablaba reposadamente y preguntaba si había sucedido algo anormal, si el chico se había sentido molesto por algún dolor. Pero nada de eso había ocurrido. Albert íntimamente deseaba que ya terminara el interrogatorio. Al salir, Johann pasó primero por el aposento de Pierre y lo vio dormido, y aparentemente confortado y tranquilo.

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XI No obstante su agitación, Johann pudo terminar finalmente su gran cuadro. Lo agobiaba el estado de Pierre y le fue doblemente difícil concentrarse en su labor artística, en la que residía su remanso espiritual y el secreto de su potencia creativa. Debido a su gran voluntad y contra lo adverso de las circunstancias, aquella tarde pudo quedar terminada la gran obra. Dio los toques finales y sentado frente al caballete sintió de repente un gran vacío. Presentía que en ese cuadro había algo extraordinario una proyección de su propia personalidad; pero también percibía algo yermo e incompleto. Desafortunadamente, no tenía a nadie con quien comentarlo. Otto estaba ausente. Pierre enfermo. No había nadie más. Poco importaba la opinión de los críticos y de los expertos en su anónima lejanía, lo que anhelaba era la reacción de un ser querido, un premio a su esfuerzo y dedicación. Absorto, lo contempló sin moverse de su sitio: ese lienzo que había acaparado todas sus energías, horas y semanas de entrega a su labor e inspiración. En su interior pensaba en venderlo y con el producto costear los gastos del viaje al Oriente; pero sin llegar a una resolución salió del estudio. Tenía que ver el estado de su chico, a quien encontró aparentemente mejorado y sumido en un sueño profundo. —¡Es notable como reaccionan los niños! —susurró Adele, y por el tono de su voz el pintor sintió alivio por el estado de Pierre. Pero pensar en comer en compañía de su mujer y de Albert no le halagaba, así que les dijo que iría a comer a la ciudad y que regresaría por la noche. Se fue dejando a Pierre quietamente dormido en su cama. El niño soñaba que caminaba por el jardín, pero ahí todo había cambiado y no podía llegar a ningún sitio. Todo resplandecía en un mundo de colores, cuyo aspecto era cristalino y misterioso. Se veía cruzando un seto de arbustos con enormes flores. Había una mariposa azul. Todo estaba quieto y le parecía caminar sobre algo muelle y alfombrado. En su paseo le pareció distinguir a su madre, pero ella no lo reconocía, tenía una mirada seria y triste, parecía un espectro y no se fijaba en él. Por otro, sendero vio llegar a su padre y luego a Albert, pero caminaban en una dirección y no reparaban en Pierre, eran como esos seres encantados, errantes, que seguirían su camino hasta el fin del mundo… Lo más terrible es que Pierre no podía llamarlos, no por algún impedimento físico, sino simplemente por falta de ganas, pero sentía que así debería ser y que no había forma de modificarlo. Seguía deambulando en sueños entre la belleza del jardín florido. Una y otra vez tropezaba con su madre, su hermano y con su padre, pero siempre pasaban de largo sin verlo, como almas errantes. Supuso que había pasado mucho tiempo y que todo el mundo de alegría y de www.lectulandia.com - Página 52

aventuras, de felicidad, se perdía en el pasado. ¿Acaso había sido siempre así como en los sueños y no algo ilusorio? Se fue acercando hasta el depósito de agua para el regadío, donde una vez pudo atrapar dos ranitas, pero el agua estaba inmóvil y apenas reflejaba el amarillo de las flores cercanas. Era un cuadro triste. Pierre se inclinaba sobre el borde del estanque y vio su imagen reflejada en el agua; pero se encontró pálido, envejecido, y esto lo atemorizaba. Se apartó de ahí desconcertado. Volvió a invadirle la angustia y el terror de su situación. No podía gritar, ningún sonido salía de su garganta. Trató de incorporarse y le pareció ver venir a su padre; se esforzó por romper el encantamiento, calmar su desesperación y huir del terror buscando auxilio paterno; pero en el estúpido sueño Johann no era sino una forma espectral que no lo distinguía. Quiso gritarle, pero no salía sonido de su boca; sin embargo, la fuerza de su angustia parecía llegar como un mensaje a la figura errante y solitaria del pintor. Éste, finalmente se volvió y lo miró con una mirada penetrante y extraña, como lo hacía cuando estaba frente a sus cuadros. Le sonrió levemente, compasivo y amable, pero sin la intención de darle consuelo, como si no hubiera forma de ayudarlo. Hubo entonces algo como un chispazo de amor y pesar por el dolor del niño… en ese instante eran como dos almas en comunión, dos hermanos desvalidos y angustiados… Luego, el padre esquivó la mirada y siguió su peregrinación con apatía e indiferencia. Pierre lo seguía con la mirada hasta verlo desaparecer. El risueño estanque, el jardín y el camino quedaron sumidos en la niebla. Pierre despertó. Sentía dolor en las sienes, en la garganta seca y ardiente. Se encontró solo y a oscuras en su cuarto. Procuró recordar lo que había pasado, pero su memoria estaba embotada. Presa del cansancio se acostó sobre el otro costado. Lentamente pudo coordinar lo que había sucedido entre lo real y lo soñado. Sintió cierto alivio, pero se daba cuenta de que estaba enfermo, cosa que en el fondo encontró soportable después de lo terrible de su sueño. No se explicaba por qué sentía tantos dolores, ni el objeto ni las molestias de enfermarse. ¿Sería acaso un castigo? Pero no encontraba el motivo; no había comido nada prohibido, como aquella vez que comió ciruelas verdes y sufrió un empacho por desobediente. No comprendía esos vómitos por lo que le daban de comer ni esas punzadas en la cabeza. Seguía despierto cuando volvió a entrar su mamá, que descorrió las cortinas y le preguntó si se sentía mejor, si había descansado. Pierre no respondió. Se concretó a sostener la mirada de su madre, siempre seria e interrogante. Adele confirmó que no había fiebre y le preguntó si deseaba algo de comer. El chico rehusó. —¿Te gustaría algo especial? www.lectulandia.com - Página 53

—Agua —replicó con voz ahogada. Tomó un pequeño sorbo del vaso, se recostó y cerró los ojos. En la sala de abajo se oía sonar el piano. —¿Te gusta la música? —preguntó cariñosamente. Pierre abrió los ojos y en su rostro se reflejó una mueca de dolor. —¡No! —exclamó—. ¡Déjame solo! Se tapó los oídos y se revolvió en la cama con inquietud. Adele suspiró y salió para pedirle a Albert que dejara de tocar. Al regresar encontró a Pierre nuevamente dormido. Rosshalde quedó en silencio. Johann se había marchado y Albert, indignado por la suspensión de su música se metió en su cuarto malhumorado. Adele lo imitó, pero dejó abierta la puerta de la alcoba de Pierre.

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XII Cuando Veraguth regresó de la ciudad, se detuvo en la casa grande, que estaba completamente a oscuras; no había ninguna ventana iluminada y todo estaba en silencio. Satisfecho, pensó que el niño seguiría mejor y se dirigió a sus habitaciones, se desnudó y se metió en cama. Con voluntad desechó toda idea que lo atormentara y fomentara la tristeza que no podía borrar de su alma por su evidente fracaso familiar, pero sin dejar de preocuparse por el pequeño Pierre; todos los demás no tenían importancia para él… Temprano al día siguiente, se presentó en la casa principal. Pierre dormía tranquilamente todavía. Adele se asombró al verlo a esa hora del día, tan dispuesto a conversar de buen talante como en los viejos tiempos. Veraguth no pudo menos que notar la extrañeza de su mujer y recordó los años felices pasados con ella. —Me siento muy contento al ver que Pierre va mejorando; estaba realmente preocupado anoche por el chico. —Pues te confieso que yo también lo estaba; no me gustaba su estado ni su actitud. El pintor disfrutó plenamente de su café y miraba a su alrededor con afabilidad. Se vio reflejado en su mente durante los años de su bonhommie, relámpagos fugaces de sus años juveniles —siempre tan transitorios— en los que había subyugado a Adele por su personalidad, que confiaba haber heredado a Pierre, aunque no a su hijo Albert, siempre tan beligerante y obstinado. —Quisiera decirte —dijo Johann con viveza— que la mejoría de nuestro niño me da la oportunidad de tratar contigo sobre planes futuros. Creo que te convendría pasar este invierno en Saint Moritz junto con los dos muchachos. —¿Y tú qué piensas hacer? —Inquirió un tanto confusa—. ¿Pintarás ahí también? —No, yo no los acompañaré. Quiero que viajen por vuestra cuenta. Cerraré el taller. Sin embargo, no quisiera forzarte; puedes quedarte aquí, o viajar a París, Ginebra o donde gustes. Creo que el viaje le haría bien a Pierre. —¿Estás hablando en serio? —preguntó Adele alarmada. —Absolutamente. Ya perdí la costumbre de bromear. Pienso viajar seriamente por mar y estar fuera de aquí por una larga temporada. Adele se manifestaba incrédula, trataba de comprenderlo. Lo veía desaparecer entre un mundo de maletas abordando el barco, seguido por maleteros entre el bullicio de la partida. —¡Ah!, ¿entonces piensas viajar por mar y seguramente te irás con Otto a la India? —Eso es lo que me propongo… Ambos callaron un buen rato, Adele presentía la trascendencia del viaje… ¿Pretendería dejarla definitivamente? La idea no la impresionaba de alguna manera www.lectulandia.com - Página 55

especial, no se rebelaba, ni sentía algún alivio. Simplemente presentía que Johann se disponía a empezar una nueva vida en la que ella no formaba parte. Se veía sola con los chicos, como una mujer abandonada por su esposo… Mucho había ponderado esta contingencia y separación, pero ante la realidad de verse liberada la invadió la zozobra, la vergüenza y un sentimiento de culpabilidad. Después de tantos años de desencanto que deberían haber culminado en los períodos críticos, esta decisión la desconcertaba y le dolía. Ciertamente que ya era demasiado tarde para todo. Había aprendido a vivir resignada, y de nada valía esta manifestación positiva del drama latente en su vida familiar; quizás fuera el inicio de una nueva vida. Veraguth se dio cuenta de la reacción interna de su mujer y de su esfuerzo de ocultar o reprimir sus sentimientos lo cual lo conmovió. —Escucha —le dijo en tono conciliador—. Esto no es sino un experimento. Creo que los tres podréis vivir a vuestro gusto, digamos, un año. Los chicos lo aprobarán. Piensa que ahora no pueden menos de sentirse incómodos entre padres que no se llevan bien. La separación resultará beneficiosa para todos… y quizás veamos las cosas en forma diferente más tarde… —Quizás esto resulte posible —repuso Adele en voz baja—. ¿Supongo que tú ya lo habrás decidido? —Efectivamente. Ya le escribí a Otto, pero te advierto que no ha sido nada fácil para mí llegar a esta decisión… y separarme de vosotros. —Será de Pierre… —Principalmente, pero estoy seguro de que tú lo cuidarás muy bien, que no dejarás de hablarle de mí, para que no suceda lo que pasó con Albert… —¡Oh!…bien sabes que no fue culpa mía. —¡Por favor, Adele! —exclamó el pintor apoyando su mano torpemente en el hombro de su mujer—. No hablemos de culpabilidad, que bien sé es mayormente mía. Pretendo reparar el daño y no quisiera perder a Pierre también. Te lo ruego, él es todavía posible lazo de unión… quiero que siempre me recuerde con cariño. —Pero piensa que te vas tan lejos. Pierre es sólo un niño… y tan separado de ti por tanto tiempo… —Déjalo que siga siendo niño. Te lo dejo en prenda. Tengo plena confianza en ti. —¡Espera! —murmuró Adele—. Ahí viene Albert. Después hablaremos. Me das más libertad de acción de la que hubiera deseado, pero al mismo tiempo me impones responsabilidades que frenan mi libertad. Déjame pensarlo, así como tú lo cavilaste antes de decidir. Cuando Albert entró, se sorprendió al ver a su padre. Besó a su madre y se sentó a la mesa. —Tenemos una sorpresa para ti —dijo Johann—. Pasarás las vacaciones de otoño con tu mamá y Pierre, en el lugar que gusten; ahí podrán quedarse hasta la navidad. Yo estaré ausente unos meses. www.lectulandia.com - Página 56

—¿Y adónde piensas viajar? —preguntó Albert apenas ocultando la alegría del anuncio. —Todavía no lo sé. Primero visitaría a Otto en la India. —¡Oh!, eso está muy lejos… tierras donde aún se cazan tigres… —Si logro matar uno te traería la piel; pero preferentemente pretendo pintar. —Debe ser algo maravilloso todo lo de allá. En algún lado leí que un pintor estuvo mucho tiempo en una isla del Sur… —Algo hay de eso. Mientras tanto, ustedes disfrutarán juntos esquiando, haciendo música, paseando… pero ahora iré a ver cómo sigue Pierre. Veraguth salió intempestivamente. —A veces papá tiene buenas ideas, como la de ese viaje a la India, que me parece muy atractivo. Adele sonrió desanimadamente, se había roto aún más su equilibrio espiritual, se sentía abrumada; pero logró dominarse. Veraguth se sentó junto a la cama y se puso a bosquejar la cabeza y un brazo del niño que seguía dormido. Quería dibujarlo sin que Pierre tuviera que posar, llevar el apunte en papel durante su viaje. Trazaba los rasgos con ternura y cuidadosamente, venciendo con el lápiz la rebeldía de los rubios cabellos desordenados del pequeño, su linda nariz, el pliegue obstinado de sus labios. Rara vez lo había observado dormido, con ese característico abandono común a los niños. Ahora tenía los labios apretados y el pintor vio más marcado su parecido con el abuelo de Pierre, un hombre osado y emprendedor, apasionado y lleno de vitalidad. Ante el pequeño modelo meditó sobre lo racional y lógico de la naturaleza al proyectar rasgos e hilvanar destinos a las generaciones de una misma rama. Sin ser un pensador logró captar en ese momento el extraño jeroglífico que encierra la vida del alma y de la supervivencia. Repentinamente, Pierre abrió los ojos y miró a su padre. Veraguth se dio cuenta de la seriedad —tan impropia en un niño— de su mirada y dejó de pintarlo. Se inclinó y lo besó en la frente. —Buenos días, hijo mío… ¿ya te sientes mejor? El chico dijo que se sentía mejor; pero no dejaba de recordar el malestar de ayer, ese odioso día pasado entre sombras. Por ahora sólo quería descansar otro poco, luego saldría con mamá al jardín. Johann lo dejó solo y Pierre se puso a contemplar con alegría y a través de los visillos de la ventana la claridad y serenidad del día. Su pequeño cuerpo palpitaba alborozado al salir de su sopor. Adele le trajo una taza de leche y un huevo. Sentado en su cama el niño se sentía como si fuera su cumpleaños, aunque faltaba el pastel, pero en realidad no tenía apetito. Poco después lo vistieron con un trajecito de verano y lo dejaron caminar hasta el estudio de su papá. A su paso olvidó todo el terror de su sueño y gozaba con el www.lectulandia.com - Página 57

esplendor del sol. Al verlo, el pintor lo recibió con gran alegría. En ese momento tomaba medidas para el marco de su cuadro. Pero Pierre le indicó que sólo venía a saludarlo y que pensaba jugar un rato con el perro y con las palomas. Tenía que saludar a Robert y a todas las doncellas de su mamá, a la cocinera; quería también mecerse en el columpio. Al pasar junto a los macizos de los arbustos, inesperadamente le asaltó el brumoso recuerdo de haber estado por ahí, pero bajo una existencia pretérita, como un ser abandonado entre flores y arbolillos. En cambio, este día todo era distinto, todo era luz, el aire era ligero y fresco. Fue recogiendo en un cesto flores para su madre: claveles, dalias; y luego reunió otro gran ramo florido para su papá. Al volver a casa se sintió cansado, no pudo jugar con Albert y se sentó en un sillón de mimbre junto al balcón. Lo invadió una grata laxitud y disfrutó de la caricia del sol en la cara, de ese limpio sol matinal que caía sobre su traje blanco y sandalias doradas. Le agradaba verse vestido tan cómodamente. Las flores juntadas despedían un delicioso aroma; habría que ponerlas en agua y llevar el ramo a su padre del que pensaba con ternura. Ayer, que lo había visto en el estudio pintando, lo notó triste y solitario, pero afanoso. Esa vez no pudo prestarle atención. Luego creyó haberlo visto después en el parque, caminando solo y ausente. Lo quiso llamar, pero algo terrible había sucedido el día anterior y no podía precisar si lo había visto todo o se lo habían contado. Mientras descansaba en el cómodo sillón procuraba seguir el hilo de sus pensamientos. A pesar de sentir la tibia caricia del sol en su cuerpo, poco a poco le entró el desgano. Presintió que caería otra vez en el recuerdo de ese terrible sueño, que no dejaba de acecharlo y lo quería dominar. Lo envolvió una fuerte sensación de náusea y comenzó a dolerle la cabeza. Le molestaba el fuerte olor de las flores. Tenía que llevarlas a su padre, pero ya no tenía ganas de moverse. La luz comenzó a molestarle los ojos. ¿Qué había ocurrido ayer? Con un pequeño esfuerzo lo podría recordar; pero se intensificó el dolor de cabeza. ¿Porqué Dios mío? ¡Se había levantado tan feliz! Adele lo vio y entró a la balconada. Pensó en mandar al chico por agua para las flores, pero lo observó tan amodorrado, hundido en el sillón y con lágrimas en los ojos. —¡Pierre, hijo mío! ¿Qué te pasa? ¿Te sientes mal? El chico no se movió y volvió a cerrar los ojos. —Contéstame, amor mío. ¿Quieres algo? ¿Quieres jugar o acostarte? ¿Te duele algo? —¡Déjame! —dijo por fin el niño en tono defensivo y cuando ella lo cogía en los brazos. Pierre exclamó colérico y con voz chillona: —¡Te digo que me dejes! Pero las fuerzas lo abandonaron, se refugió entre los brazos de Adele, se volvió a un lado con el rostro lívido y se estremeció al sentir que vomitaba. www.lectulandia.com - Página 58

XIII Desde que el pintor se instaló en sus habitaciones junto al estudio, muy rara vez lo visitaba su mujer ahí, y se sorprendió grandemente al verla llegar agitadamente, sin siquiera llamar a la puerta. Lo invadió la angustia al presentir una mala noticia y automáticamente preguntó: —¿Qué le pasa a Pierre? —Creo que está muy malito. Actúa en forma extraña y volvió a vomitar. Tienes que buscar al médico. Inconscientemente, Adele pasó la vista por el amplio taller y se fijó en el nuevo cuadro, sin reparar en las tres figuras centrales, obviamente reconocibles. Ahí se respiraba el áspero ambiente de la estancia, refugio de su marido y causa de su abandono, prevalecía la misma soledad que ella sentía en la casa grande. Haciendo un esfuerzo trató de responder a las preguntas atropelladas que le hacía el pintor. —Por favor ordena que venga un auto, así llegaré más rápidamente a la ciudad que en el coche. Traeré al médico. ¿Lo has metido en cama? Poco después salió en busca del único médico que conocía, pero no lo encontró en la dirección que le dieron. Se había mudado; pero siguió la búsqueda y por fortuna logró cruzarse con él en el camino. Lo pudo alcanzar frente a la casa de uno de sus pacientes y prácticamente y aún con cierta violencia lo obligó a que subiera al auto. Por fin emprendieron la marcha a Rosshalde. Ya en el vehículo el médico le dijo al pintor: —Está bien, señor. Soy su prisionero. Supongo que se trata de algo urgente. ¿Quién es el enfermo, su mujer o quizás el chico? Ahora recuerdo su nombre, Pierre. ¿Fue algún accidente? —Estimado doctor, está enfermo desde ayer. Hoy parecía mejor, se levantó y comió algo, pero después lo volvió y aparentemente tiene dolores. El médico adoptó una actitud de precaución. —Debe ser algo estomacal. Veremos. ¿Y los demás, todos bien? Amigo mío, el invierno pasado vi su exposición de cuadros en Munich. Aquí lo admiramos mucho señor Veraguth… El pintor seguía muy nervioso al llegar a la cuesta final antes de llegar a Rosshalde. Cruzaron rápidamente el portón y el médico entró a la alcoba de Pierre. Adele lo cuidaba solícita. El doctor parecía tener prisa, reconoció al niño y trató de animarlo. Su presencia daba confianza a todos. Sin embargo, Pierre no quedó complacido con la auscultación médica; estuvo hostil y desconfiado. —El intestino del niño no presenta síntomas de inflamación. No creo que haya infección; quizás sea un simple empacho. Hay que darle sólo un poco de té sin leche cuando tenga sed. Por la noche, un sorbo de vino. Si todo va bien, un poco de té y bizcochos en el desayuno. Llámeme si siente dolores. www.lectulandia.com - Página 59

Adele trató de averiguar algo más, pero el doctor no dio explicaciones ni hizo comentarios. Dijo que posiblemente fuera una indigestión fuerte, complicada con la sensibilidad y nerviosidad del chico; pero que no había fiebre. De no mejorar para el día siguiente volvería a verlo. No era nada serio. Se despidió y Veraguth lo acompañó hasta el coche; le preguntó si era cosa de mucho tiempo. El doctor se rió confiadamente y le dijo que no se preocupara, que todos los críos sufrían de empachos. Johann decidió pasear un poco por el campo. La actitud del médico le daba cierta confianza y tranquilidad. Caminó con paso firme por la propiedad, disfrutando de la belleza campestre de Rosshalde. ¿Sería ésta su despedida de sus prados, de sus huertos; un signo de libertad que se presentaba en su vida? Reflexionando sobre el tema, decidió que esta inusitada sensación libertaria no era sino el resultado de su charla matinal con Adele, su franca exposición de sus planes, la serenidad de la mujer al escucharlos sin objetar, y sobre todo de no haber tenido que recurrir a subterfugios para explicar su decisión y la inminencia de poder realizarla. Sin pensarlo, seguía el mismo sendero que días antes cruzara con Otto, la pequeña colina bajo cuya perspectiva pretendía pintar ese bosquecillo, el singular banco olvidado, y el panorama romántico del ambiente otoñal, con lujo cromático y pintoresco hacia la lejanía; Pierre estaría sentado tranquilamente en el banco, con sus dorados cabellos al viento y enmarcados por la frondosidad circundante. Veraguth trepó, sin sentir el calor del medio día, hasta llegar al lindero del bosque; su mente revivió el paseo con Otto, sus palabras, el paisaje, el rumor del estío, el verdor de los campos y la inusitada tonalidad de la pradera. En esa evocación había una extraña sensación que hacía años no experimentaba, un jirón de su juventud palpitante. Sintió intensamente esa fuerza retrospectiva en su difuso pasado, sus viejas complacencias anímicas, su perdido «yo». Esa sensación persistentemente juvenil que antes había percibido con frecuencia, digamos 20 años atrás, le hizo pensar que en este breve verano había podido escapar de su inercia, que en los meses de tinieblas e inseguridad se había perfilado una nueva aurora, un derrotero distinto de su virtual desorientación, que anunciaba una nueva meta más clara y positiva. Sí, le era imprescindible emprender el viaje, aunque íntimamente le doliera la despedida. Veía en lontananza un nuevo amanecer, otros rumbos, otros ambientes, lejos, muy lejos de Rosshalde, de su mujer y de toda la comarca. Arrastrado por la poderosa revelación sintió un poco de mareo. Pensó en Pierre y se lamentó al realizar que la separación sería definitiva del niño a quien adoraba. Esto lo sumió en honda meditación lacerante, sin dejar de percibir la claridad de un nuevo horizonte, como el sugerido por Otto. Había llegado la hora de cortar amarras y partir a pesar del dolor al renunciar a su hijo predilecto, de acabar con el ambiente de disensión y hostilidad que amargaban su existencia y que espiritualmente lo habían aniquilado. Pero habría de surgir el nuevo derrotero, bello y luminoso, la futura www.lectulandia.com - Página 60

proyección de su vida; de cortar con bisturí el añoso absceso hasta llegar a lo profundo de la dolencia, y convalecer a base de una nueva esperanza, un distinto amanecer. Hondamente impresionado por sus íntimas reflexiones, se sentó en su banco predilecto en el jardín; un aliento vital de juventud lo hizo pensar en su compañero Otto, en la estrecha vinculación y compañerismo, que sin su concurso jamás hubiera podido pensar en liberarse de las cadenas de un Rosshalde, de su morbosa influencia. Pero Johann no era dado a tan largos y prolijas consideraciones. Ya su alma liberada se veía envuelta en nuevos esfuerzos creadores bajo el influjo de su dominio artístico y soñador. Se puso de pie y admiró el panorama a su alrededor. En su mente se configuró un nuevo cuadro, con toda la impresión cromática y las variantes tonalidades. Sintió el impulso de pintar toda esa belleza, pero no quería dedicar todo un otoño para completar la obra, resolver los problemas técnicos y trazarla con íntimo amor, como el que siempre había puesto en sus lienzos, con un primor como el de los consagrados, como Durero, que imprimía en sus cuadros la trascendencia de la más mínima forma o matiz, con el genial dominio de la luz y las sombras. Aquí había algo que interpretar: la fría claridad del valle y el umbrío marco del bosque con sus tonalidades tan inciertas como seductoras. Pero ya era hora de volver a casa. Sabía que lo esperaban. Sin embargo, impulsivamente sacó su cuaderno de notas y trazó en rasgos enérgicos un boceto lineal en perfil de lo que algún día plasmaría, de ese delicado valle en miniatura en lontananza. El boceto lo demoró y tuvo que caminar con paso activo a su regreso. El cuadro en perspectiva iba tomando forma en su mente. Pensó en confirmar su impresión por la mañana y esto le dio nuevo ánimo a su espíritu creador. —¿Cómo ves a Pierre? —inquirió al entrar a casa. Adele le informó que lo veía tranquilo, pero algo agotado, que no tenía dolor, pero que se sobresaltaba al menor ruido. —¡Gracias a Dios! —exclamó el pintor—. Lo veré por la tarde y pidió disculpas por haberse retrasado. Pensaba seguir pintando al aire libre los próximos días. El almuerzo prosiguió calmadamente. Las ventanas abiertas dejaban pasar la frescura del jardín. Afuera, alguien sacaba agua del pozo. —Necesitarás equipo especial para ir a la India, armas de caza y todo eso… —No, Otto se ocupará del equipo; pero sí empacaré todo lo de mi pintura en una caja metálica. Comprare un salacot de camino. Albert salió del comedor y Adele le pidió a Johann que se quedara un poco con ella. —¿Cuándo piensas marchar? —Depende de Otto. Debo seguir sus planes. Quizás a fines de septiembre podamos embarcarnos. www.lectulandia.com - Página 61

—Eso es muy pronto. Apenas he podido reflexionar sobre tus proyectos. Me he dedicado a Pierre, y en esto no creo que me puedas exigir mucho. —Tienes razón. Creo que debes actuar con entera libertad y a tu juicio. No pretendo fiscalizar tus actos mientras yo ande rodando por el mundo. —¿Y qué haré con esta casa? No me gustaría vivir sola aquí, lejos de la ciudad… y con tantos recuerdos… —Vive donde tú prefieras. Rosshalde es tuyo y antes de partir dejaré todo arreglado, tu posesión y tus derechos en previsión de cualquier cosa que pudiera suceder. —Hablas como si no pensaras en volver… —No se puede prever el futuro —dijo Johann pensativo—. No sé cuánto tiempo estaré fuera y creo que el ambiente tropical no es precisamente una casa de salud, a pesar de sus encantos. —No me refiero a eso. Todos habremos de morir algún día; pero quisiera saber si realmente piensas en regresar. Veraguth meditó un poco y dijo sonriendo: —Recuerdo haber hablado antes contigo sobre el particular. Fue durante nuestra última disputa. Hace varios años. Ahora, ya no quiero discutir sobre nuestras diferencias en Rosshalde. Ya has tenido tiempo para ponderar serenamente la situación. Además si quieres, yo me encargaría de Pierre… Adele permaneció sin hablar. —Pienso —siguió diciendo el pintor— que lo mejor es no insistir sobre el tema. Puedes disponer de Rosshalde a tu antojo; yo no tengo ningún interés en la finca, y la puedes vender si lo quieres. —¡Vaya pues! —exclamó Adele con amargura y pensando en los días felices ahí pasados, cuando Albert era pequeño y luego vino la decepción—. Entonces esto es el fin de Rosshalde… Veraguth ya se marchaba, pero se detuvo y dijo afablemente: —No sufras por esto, mujer. Si quieres puedes conservar la finca y disfrutarla. Al salir, desencadenó al perro que lo siguió alegremente hasta el estudio, mientras pensaba que ya no le importaba un comino Rosshalde, que por fin había salido victorioso en la discusión. Incluso, podía aceptar el sacrificio de dejar a Pierre, la finca y los recuerdos; él iría hacia adelante. ¡Adiós frustraciones, adiós cenizas del ayer! Llamó a Robert y le informó que durante varios días pintaría en el campo, llevaría lo indispensable y que saldría a la madrugada. —Muy bien, señor. Creo que tendrá buen tiempo; pero quisiera saber si el señor se marcha realmente a la India y… —¡Hombre!…pues parece que la noticia se ha esparcido pronto. En efecto, iré a la India; tú no podrás acompañarme y lo siento, pero quizás más tarde pueda arreglar que vayas. Te pagaré tus sueldos hasta fin del año. www.lectulandia.com - Página 62

—Mil gracias, señor. Me dejará la dirección para escribirle, porque sabe usted que tengo novia y que… —¡Oh!, qué bien… —Pensamos casarnos en breve. Pretendo dejar la servidumbre y al quedar libre de mis servicios aquí, pretendemos abrir una tabaquería… —Pero ése no es trabajo para ti… —Bueno, hay que hacer la lucha; pero antes quisiera saber si su decisión es definitiva y no dejar el servicio si cambiara de idea. —¡Vamos, hombre!, ¿quién te entiende? Te quieres casar, pero no gustas de abandonar el servicio en Rosshalde. ¡Aquí hay algo sospechoso! ¿No te agrada la idea de casarte? —Con su venia, señor… mi novia es una buena mujer, pero en el fondo preferiría seguir con usted. Ella tiene un carácter fuerte… —¡Ajá!, conque le tienes un poco de miedo… o es que acaso hay alguna criatura de por medio y entonces… —No, nada de eso… pero es que no me deja en paz… —Mi buen Robert, entonces regálale un bonito broche, yo te daré el dinero para que lo compres, y le dices que se busque otro socio para el negocio. Háblale con franqueza… pero creo que deberías sentir vergüenza por tu actitud. Te daré una semana para que lo medites y analices qué clase de hombre eres, o si te atemoriza esa mujer… —Seguiré su consejo, señor. Johann lo miró con ira, luego le dijo intempestivamente: —Robert… manda al diablo a esa mujer. ¿Cómo pudiste caer en sus redes? ¡Olvídala, hombre!, y arregla mis cosas… ya te puedes marchar de mi presencia… El pintor salió, se llevó su pipa, un cuaderno de notas, carboncillos y se dirigió hacia el bosque.

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XIV A pesar de la dieta y los cuidados, el chiquillo no mejoraba. Seguía hecho un ovillo en la cama. No probaba ni el té. Se sobresaltaba de cualquier cosa y se ponía huraño con todos los que estaban en su alcoba. La madre trataba de tranquilizarlo con sus caricias y atenciones; pero estaba preocupada y no se explicaba qué clase de malestar tenía Pierre. El chico no contestaba, no quería jugar, ni beber, ni que le leyeran algún cuento. El doctor lo visitaba a diario, pero nada explicaba. El pequeño parecía semidormido, hablaba con incoherencia dentro de un sopor impreciso, parecía delirar. Mientras, Veraguth llevaba varios días pintando en el campo. Esa tarde, llegó a casa y preguntó por Pierre. Adele le pidió que no lo visitara porque se alteraba con todos los que entraban a su cuarto. Johann notó cierta reticencia en su mujer que se mostraba cohibida en su presencia desde la última conversación que tuviera con ella. Esta vez no insistió y se fue a sus habitaciones, se bañó y reposadamente dejó que su mente vagara sobre su nuevo cuadro. Seleccionó lo necesario, afirmó el lienzo en el bastidor y dispuso pinceles y útiles. Preparó pipa y tabaco, como si pensara pintar en algún sitio campestre para abandonarse sin reservas a su labor de pintor. Pero antes se acomodó en su sillón, llenó un vaso de vino y se puso a leer el correo llegado ese día. Había carta de Otto, como siempre optimista y afectuosa, detallando lo que le convenía llevar. Johann la leyó entusiasmado y confirmó que Otto no descuidaba la menor cosa, ni ropa interior, botas, traje de etiqueta, etc. Le indicaba que él se encargaría de todo lo demás, que no llevara droga alguna contra el mareo, ni folletos sobre la India. Sonriendo aún, observó un paquete de grabados que le había enviado un joven pintor de Düsseldorf, con respetuosa dedicatoria. Escogió unos para él y los demás pensó pasárselos a Albert. Se puso a escribir una amable nota al joven dibujante. Poco después volvió a estudiar los bocetos que había tomado. No quedó satisfecho y se propuso a repetir algunos al día siguiente, hacer otros nuevos. No importaba retrasar el lienzo porque necesitaba estar seguro de lo que iba a plasmar en el cuadro, que seguramente sería su adiós a Rosshalde. No perdería ni un solo minuto al día siguiente. El panorama que pensaba pintar sería, por cierto, lo más pintoresco de la comarca. Le parecía significativo haberlo dejado hasta el último, y el cuadro debería quedar completo con toda la delicadeza y conjunto armónico. En los trópicos ya tendría ocasión de pintar febriles paisajes de la selvática naturaleza de esas regiones. Se acostó temprano y durmió bien. Robert lo despertó al amanecer. Bebió una taza de café y pidió a Robert que lo acompañara llevando toda la parafernalia hasta la punta de la colina. Quiso preguntar sobre Pierre, pero todo estaba cerrado en la casa grande. Aparentemente dormían. Adele había estado con el niño parte de la noche, pues parecía tener algo de www.lectulandia.com - Página 64

fiebre; sin embargo, al darle las buenas noches y besarlo el chico abrió los ojos, la miró pero no respondió. Pasó la noche en calma. Cuando la mamá entró al cuarto con el desayuno, Pierre ya estaba despierto. No quiso tomarlo. Pidió un libro de estampas y Adele se lo trajo, acomodó al chico entre cojines para que lo viera. Era un bello libro en cuya portada aparecía un sol brillante, era el predilecto de Pierre. Comenzó a hojearlo, la madre abrió las persianas y dejó entrar la luz matinal, pero al momento se reflejó en el rostro del niño una sombra de dolor, dejó caer el libro. —¡Ay, me duele! —exclamó. Adele recogió el libro y sostuvo al niño para que lo pudiera ver sin esfuerzo; trató de persuadirlo mostrándole algunas de las láminas, pero Pierre se cubrió los ojos. —Me molestan los colores, sobre todo ese amarillo… —Escucha —dijo Adele pacientemente, al pensar que el niño nunca había sido tan melindroso— ahora te traeré una taza de té caliente, tú le pondrás el azúcar. ¿Quieres un bizcocho? —No, no lo quiero. —Tienes que tomarlo, te caerá bien. —¡Pero es que no quiero nada! La madre salió y Pierre se volvió hacia la ventana, pero la luz era demasiado fuerte y le lastimaba los ojos. ¿Qué era lo que le pasaba? ¿Acaso ya no podría sentirse alegre siquiera un ratito? Llorando hundió el rostro en la almohada y mordió la funda; eso era como un reflejo del hábito que antes tenía, muy común a muchos niños que se consuelan mordiendo la almohada cuando no pueden dormir. Luego, Pierre cayó en un sopor. Una hora después regresó la mamá. —¿Ahora va a ser Pierre un niño bueno? Me ha puesto muy triste con su enojo… Aunque estas palabras habían dado resultado anteriormente, esta vez Pierre no reaccionó. Se quedó mudo, absorto, nada le afectaron los mismos cariños maternales, antes bien, miraba a su mamá con gesto burlón y con indiferencia. En eso llegó el médico. —¿Cómo va el chico? ¿Ha devuelto otra vez? ¿Pasó bien la noche? ¿Tomó algo en su desayuno? Al tratar de auscultar a Pierre notó que su rostro se contraía por el dolor y que cerraba los ojos y se estremecía. —¿Le siguen molestando los ruidos? —Sí, doctor. No se puede tocar el piano, porque protesta y se enfurece. El médico comprobó los reflejos del chico, sentado al borde de la cama y bajo protesta del niño. —Está bien. Ya basta por ahora. Te dejaremos tranquilo. Después de acomodarlo en la cama con cuidado y ternura, el médico salió. Adele lo acompañó y le pidió le informara algo más sobre el estado del chico, porque lo www.lectulandia.com - Página 65

notaba muy excitable. Le replicó que habría que cuidarlo una temporada, que no había que preocuparse por la indigestión, pero que era necesario que tomara algún alimento: huevos, sopas, leche fresca. ¿Rechazaba alguna clase de alimento en particular? Aunque en cierto modo tranquilizada por el tono afable del doctor, Adele tuvo que informarle sobre la apatía y el despego del chico; su falta de afectividad, abierta indiferencia a los mimos y atenciones de su parte y de los demás. —Bueno, pues habrá que consentirlo un poco. No es el momento para tratar de corregirlo. Si le duele la cabeza, aplíquele compresas de agua fría. Conviene darle un baño en agua tibia por la noche; sobre todo, insisto en que coma algo… Al bajar, el médico preguntó por Robert y que lo buscaran en el estudio, pero luego cambió de opinión y personalmente se dirigió a las habitaciones de Johann, con paso lento y sumido en honda meditación. Adele trataba de interpretar lo dicho por el médico, pero no ataba cabos. Todo parecía deberse a un gran estado de debilidad de Pierre, a su nerviosismo y a una indisposición imprecisa de pronóstico dudoso. Fue al salón y cerró el piano con llave, quizás habría que cambiarlo a otra habitación para que Albert no molestara a su hermano con sus escalas y ejercicios. Varias veces se puso a espiar sigilosamente al niño, desde la puerta. Casi siempre lo veía despierto, pero ajeno a todo, y esto le dolía profundamente. Era preferible que tuviera algo que exigiera estar siempre a su lado luchando contra el malestar, y no verlo postrado e indiferente a todo; quisiera que el niño gritara, que se quejara y no que se comportase como un ser extraño. Esto era como una pesadilla, un abismo que se abría insondable. Pierre seguía ajeno a toda ternura y cariño maternales. Debía haber algo oculto, un enemigo vil, despiadado y maligno; una enfermedad rara o simplemente algo infantil, pero mal diagnosticado… Muy preocupada paseaba por su cuarto, siempre adornado con aromáticos ramos de flores y aspiraba el benigno aroma de los jacintos, pero embargada por una extraña sensación de duda y desesperación. Su tierno pecho maternal se sintió invadido de tristeza al ponderar su situación; vislumbraba como en sueños la inminencia del cambio, el trastorno integral de su hogar, la mudanza, embalajes, el incierto futuro de vivir en un sitio desconocido. Le embargó la nostalgia por Rosshalde, por su casa, su jardín, su esplendente belleza. Todo eso duró un instante y poco a poco se diluía en la oscuridad, pero seguía atosigada por su íntimo dolor por la suerte de sus hijos, por su abandono en la vida. Sin embargo, era indispensable vivir para ellos, aunque nunca más lograra alcanzar la plenitud de una existencia auténtica al lado de Johann. Sí, ya era demasiado tarde, tenía que admitirlo… Pero súbitamente reaccionó a la defensiva. Tendría que lidiar contra tiempos inciertos. Ahora se dedicaría a Pierre; tendría que atender a Albert y no se rendiría ante la situación, afrontaría lo inmediato: procurar la mejoría del niño; organizaría los www.lectulandia.com - Página 66

estudios de Albert y prepararía el viaje de Veraguth a la India. Todo vendría a su tiempo y de nada servía entregarse a las lágrimas. Tenía que actuar. Puso unas gotas de agua de colonia en su pañuelo, arregló un poco su peinado, siempre severo, y se fue a la cocina para preparar algo a Pierre. Esta vez no aceptó rechazos y lo hizo ingerir, cucharada por cucharada, la yema batida. Luego lo besó y lo acomodó entre las almohadas para que durmiera un rato. Cuando Albert regresó de su paseo, le informó lo que el médico había sugerido por la enfermedad del menor, su trastorno nervioso y la necesidad de reposo, así que le pedía un sacrificio y dejara de tocar el piano e incluso si lo quería que se fuera de excursión a las montañas. —No tengas cuidado, mamá —dijo con amabilidad—. No te voy a dejar sola con Pierre. Veré lo que me falta para mis estudios y no lo molestaré. —Te lo agradezco, hijo mío. Gracias a Dios que estás a mi lado y me acompañas. ¿Ya no riñes con tu papá? —No, pero he sabido sobre sus proyectos de viaje. Lo veo poco porque siempre está pintando. En el fondo me arrepiento por mi hostilidad contra papá, a pesar de sus provocaciones, pero él es muy obstinado y aunque no sepa nada de música, creo que es un gran artista, un ser superior que no busca ni dinero ni fama. Involuntariamente se había expresado tan elogiosamente sobre su padre. Adele sonrió y le alisó el cabello. —¿Quieres que practiquemos el francés esta noche? El muchacho asintió. Adele consideró que todo sería absurdo si no viviera para sus dos hijos.

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XV Cerca del medio día llegó Robert al sitio donde estaba pintando Johann, para ayudarlo a recoger los útiles de trabajo. Con el último boceto trazado, el pintor calculaba que le tomarían ya pocos días de labor para culminar el cuadro. Pensaba volver por la mañana para un nuevo apunte sobre la luz. Robert le entregó un papel y le dijo que le habían encargado traérselo de parte del médico. —Bien, Vámonos. Robert se puso en marcha con el menaje a cuestas, mientras Veraguth se detuvo para abrir el sobre con el mensaje. Presintió malas noticias. Era una tarjeta del doctor, escrita a toda prisa con lápiz y que decía: «Le ruego venga a verme esta tarde para que hablemos acerca de Pierre. Su indisposición es más seria de lo pensado, pero no lo quise informar a su esposa, procure no atormentarla hasta que hayamos hablado». Hizo un esfuerzo para dominar el miedo que lo invadía. Releyó la nota. Esa seriedad del caso, alguna malignidad oculta. Consideraba a Adele como una mujer fuerte. ¿Podría resistir el informe? ¿Y si Pierre moría? Pero no, no era tan definitivo. La palabra «indisposición», por ejemplo, no acusaba algo fatal. Quizás el médico pretendía internar al chico en alguna clínica. Se fue tranquilizando al caminar, pero seguiría el consejo del doctor y no hablaría con Adele. Entró con impaciencia a su estudio, sin lavarse siquiera las manos dejó el lienzo húmedo sobre el caballete y marchó de prisa a la casa. En la alcoba del niño estaba Adele. Besó a Pierre en la frente. —Buenos días, hijo mío. ¿Cómo te sientes? Pierre le sonrió débilmente. Percibió el olor a pintura y exclamó: —¡Vete, papá, vete! Hueles muy mal… —Vamos, mi niño, es sólo el aguarrás —dijo Johann haciéndose a un lado—. Escucha, papá vino a verte de prisa y por eso no se lavó; ahora lo haré y volveré a verte. Al bajar no pudo menos que lamentar el tono de queja del niño. Durante el almuerzo le informaron lo dicho por el médico; pero no quiso comentarlo con Albert. Al terminar se fue a la habitación del chico y pasó media hora junto a su lecho. Lo veía tranquilo, aunque de cuando en cuando arrugaba la frente como bajo un dolor interno. Lo observaba con cuidado, veía su boca apretada y en la frente despejada de la criatura había una arruga vertical entre los ojos, que seguramente se borraría cuando se aliviara. Claro que se curaría viviendo con su encanto personal y su natural alegre. Se convertiría en un joven apuesto y luego en un hombre brillante que llevaría en su vida el sello y la proyección y el cariño de su padre. Pero por ahora habría que soportar muchas amarguras y esperar a que todo se arreglara y se olvidara con el niño; pero a pesar del dolor interno que sentía no vacilaba en su decisión y aguardaba la liberación. Seguía firme en su renuncia a su www.lectulandia.com - Página 68

presente existencia. Ya no tendría amor, pero tampoco dolor. Sabía que los últimos días serían críticos, amargos, pero al fin tomaría el nuevo sendero; no se acobardaría por las postreras penalidades. Tenía que alcanzar la libertad ansiada por su alma. Soportaría todo sufrimiento. Dejó de pensar y decidió visitar al doctor. Se despidió con leve movimiento de cabeza de Pierre. Fue a la habitación de Albert y llamó a la puerta. Quería que el muchacho lo llevara a la ciudad. El muchacho se incorporó al ver entrar a su padre con gesto de asombro. —Albert —dijo el pintor—, vengo a pedirte un favor. Quiero que me lleves a la ciudad. ¿De acuerdo? Magnífico, pues ordena que enganchen los caballos. Tengo algo de prisa. ¿Quieres fumar? —Sí, gracias, papá. Ahora me encargo del coche… Poco después llegaron a la ciudad. Johann se apeó, elogió al muchacho por su progreso al llevar las riendas y le dijo que él regresaría más tarde a pie. El médico vivía en un barrio tranquilo y elegante, que a esas horas estaba solitario. A su paso vio una pipa de agua para el riego de las calles y a dos chiquillos que gozaban con el chorro, salpicándose alborozados. Algún estudiante practicaba el piano. Veraguth no gustaba de calles desiertas porque le recordaban su pasada pobreza infantil, las casuchas estrechas en las que había vivido, con toda clase de olores a guisos, con tendederos de ropa, jardincillos escuetos y descuidados. Lo recibieron en el vestíbulo, que estaba adornado con grandes cuadros bien enmarcados. Había un discreto olor a clínica. La joven enfermera, en su inmaculada bata blanca, fue la que pasó la tarjeta del pintor al médico. Apenas comenzaba a hojear las acostumbradas revistas ajadas y viejas de un consultorio, cuando lo hicieron pasar al despacho. El médico se incorporó de su asiento, detrás del elegante escritorio sobre el cual descansaba un hermoso reloj de mármol con su marco de vidrio protector en la esfera. —Querido maestro —comenzó diciendo el doctor en tono confidencial—. No me gusta nada el estado de Pierre. ¿Ha notado usted con anterioridad algún trastorno especial, además de dolores de cabeza, incomodidad a los ruidos, desgano para los juegos? ¿Alguna aversión a olores fuertes, a las pinturas, etc.? Veraguth le contestaba mecánicamente, sin precisar sus propias sensaciones, pero siempre atento a la más mínima reacción del médico, que cuidadosamente tomaba notas. El silencio del gabinete era ominoso y sólo se escuchaba el incesante tic tac del reloj en el aposento. El pintor, desconcertado, sudaba y pensaba que de algún modo debía averiguar la verdad ante este profesional frío y hierático. Trataba de acallar sus propios presentimientos y dudas. —¡Dígame, doctor!, ¿qué es lo que realmente le pasa al niño? ¿Es algo grave? El doctor lo miró con expresión desmayada, el tono de su voz era apenas perceptible. www.lectulandia.com - Página 69

—Desgraciadamente, así es, señor Veraguth… A pesar de su control de experiencia profesional, el médico parecía eludir la mirada penetrante del pintor; se notaba una peculiar expresión en su rostro, una dolorosa preocupación, una carencia de seguridad, un aire de duda. Resistía la mirada candente de Veraguth porque éste parecía al borde de un desmayo, contra lo cual luchaba sombríamente por dominar. No se decidía a preguntar en concreto, le faltaban palabras que al fin pudo articular. —¿Pero qué es lo que tiene Pierre, doctor? Por favor explíquese. ¿Es algo mortal? El médico adoptó un tono más confidencial, acercó su silla a la del pintor y le dijo: —Eso no se puede predecir, pero no creo engañarme al señalar que Pierre está muy grave… —¿Pero puede morir? Necesito saberlo doctor… Johann se levantó de su asiento y se plantó frente al doctor con aire amenazador. El médico lo tomó de un brazo para calmarlo y le dijo en voz grave: —Sería irrazonable afirmarlo. Los médicos no somos árbitros de la vida, antes bien, tenemos siempre esperanza mientras el enfermo respire. ¿Qué sería de la ciencia médica si perdiéramos la fe? —¿Pero qué es lo que tiene mi Pierre? El médico tosió quedamente y repuso: —Meningitis, si no me equivoco… Veraguth quedó inmóvil; luego se incorporó otra vez y le preguntó si la meningitis era curable. —Todo es curable, señor mío. Hay personas que mueren de un simple dolor de muelas, y otras que sobreviven a los ataques más terribles y malignos. —Entiendo, doctor. Entonces Pierre se salvará. Le agradezco su confianza y las molestias que le causamos… pero quedamos en que la meningitis se puede curar ¿no es verdad? —Mi estimado señor… —Doctor, supongo que habrá tratado varios casos en que se salvaron los enfermos… ¿Cuántos fueron, dos, tres…? El médico no respondió. Se puso a rebuscar algo en su escritorio. —Señor mío. No pierda los ánimos. No podemos asegurar que el niño se salve porque su caso es grave, pero haremos todo lo posible para aliviarlo. Necesito la colaboración de todos. Iré hoy por la noche; mientras, lleve usted este somnífero para usted y procure dormir un poco. El chico necesita reposo total… y tomar alimentos nutritivos… —De acuerdo, así se hará… —Escuche, si Pierre tiene dolores, dele un baño en agua templada y luego abríguelo bien. Si tienen hielo en casa usen una bolsa sobre su cabeza. No hay que desesperar, señor Veraguth. Todos habremos de ayudar. www.lectulandia.com - Página 70

El pintor salió un poco más confiado. Rechazó el ofrecimiento del doctor para que se llevara su coche y dijo que prefería regresar a pie. Se despidió agradecido. La calle seguía desierta. El estudiante repasaba sus escalas en el piano. Solamente había pasado media hora con el doctor. Se dio a caminar sin rumbo por las callejuelas de la ciudad, entre casuchas miserables y sucias, donde se respiraba el miedo a las enfermedades, a incontables dolencias, a una vida sin alegrías… mientras que en Rosshalde se podía gozar del esplendor de la naturaleza, del aire del campo y de las montañas, bajo un cielo limpio que hacía imposible pensar en la muerte, donde se respiraba optimismo. Johann llegó a casa sumamente cansado. El doctor había estado ya con anterioridad a su llegada. Encontró a Adele tranquila y supuso que no le habían informado sobre la terrible dolencia de Pierre. A la hora de sentarse a la mesa, el pintor comentó con Albert algunos tópicos, a los cuales el muchacho asentía sin comentar. Ni él ni su madre advirtieron el cansancio del pintor, que con amargura pensaba: «bien podría estar yo a las puertas de la muerte y mi gente ni siquiera lo notaría… y eso que se trata de mi esposa y de mi hijo mayor, mientras mi pobre Pierre se consume…». No, no podía vencer esta obsesión, quizás era lo justo y él tenía que apurar hasta la última gota del cáliz, fingir y charlar sobre temas insustanciales, mientras el pobre niño se agotaba. ¡Ah!, y si llegara a sobrevivirle y se fuera, ya no le quedaría vinculación pendiente en Rosshalde, sino la visión de crear una de sus obras más perfectas, porque por su fogosidad presentía que sería la última. Todo su ser se sentía embargado por la voluptuosidad de un dolor indefinible, de un dolor puro y lacerante que antes nunca había experimentado, pero en el que descartaba su anterior vida artificial e insincera, aunque en el naufragio de su dolorosa experiencia, en el fondo no llegaba a sentir ni la sugerencia de la represión, ni podía verter una lágrima. Esa noche la pasó sin moverse junto a la cama de Pierre, en la que dormía a intervalos y despertaba repentinamente al presentir y darse cuenta del dolor de su chiquitín. Pudo columbrar su destino, ver que podría desaparecer de su existencia lo más bello y genuino, lo que más amaba, la euforia de su cariño más íntimo…

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XVI Pierre no mejoraba. Johann permanecía casi todo el día junto a la cama del niño, que repetidamente se quejaba de dolores de cabeza; lo veía respirar con fatiga. Su extenuado cuerpecito se dolía de convulsiones. Se doblaba en arco y se ponía tenso. Rendido por el esfuerzo caía postrado, se quedaba inmóvil y bostezaba espasmódicamente. Lo veía que dormitaba a intervalos, una hora cuando más, y despertaba sobresaltado con la respiración muy agitada y quejándose. Era difícil comprender sus balbuceos. Y aunque no rechazaba los alimentos, lo aceptaba mecánicamente y semiinconsciente. En la penumbra de la alcoba, Veraguth no se apartaba del niño y observaba el menor movimiento. Veía con el dolor en su alma la gradual transformación del rostro de su niño que se debatía en espasmos y contorsiones. En muy raras ocasiones, mientras Pierre dormía, el pintor pudo observar en su semblante alterado una especie de distensión fugaz, que momentáneamente le devolvía el encanto de su lindo rostro, tal y como lo había gozado antes de su enfermedad, y entonces lo absorbía con avidez, rezaba por regrabar en su alma esa pura limpidez y lo inefable de su viva existencia material. Ahí estaba, en su niño, el concepto del verdadero amor… Sin sospechar la gravedad del niño, Adele no se apartaba de su lado, pero notaba la preocupación de Johann y su reserva, hasta que una noche, cuando el pintor salía de la alcoba de Pierre, lo detuvo y hondamente amargada le preguntó: —¿Qué es lo que tiene Pierre? Yo creo que tú sabes algo… Veraguth la miró con aire distraído y en forma un tanto brusca y cortante le dijo que él no sabía nada en concreto, pero que el chico estaba muy enfermo. —Eso ya lo veo, pero lo que quiero saber es qué es lo que tiene. ¿Qué te ha dicho el médico? Tú actúas en forma tan extraña… —Me informó que estaba muy mal, que tiene una infección grave; necesita mucho cuidado. Mañana le volveré a preguntar. Se reclinó un poco sobre el estante del pasillo. Adele no insistió, pero se demudó, le temblaban las manos. Trató de dominarse al ver una mueca como sonrisa de Johann, pero no podía resignarse. Se le acercó un poco, le tocó el brazo y sintió que le flaqueaban las piernas. Con voz apenas perceptible preguntó: —¿Crees que morirá? Veraguth seguía con la mueca en su rostro, pero por sus ojos comenzaron a rodar las lágrimas. Con leve movimiento de cabeza asintió. Adele pareció desplomarse y el pintor tuvo que sostenerla hasta llevarla a la silla más próxima. —Nada se puede decir con certeza —balbuceó penosamente—. Lo importante es no perder el ánimo… eso es lo primero —repitió mecánicamente al ver que Adele se recuperaba un poco ante la tremenda revelación. www.lectulandia.com - Página 72

—¡Ay!…no sé cómo creerte… porque esto no es posible, no tiene sentido… no, no es posible… Repentinamente se incorporó. En su mirada había fuerza y determinación, pero forzada por el dolor. —Y ahora dime: ¿tú ya no piensas regresar. Has decidido abandonarnos, no es así? —Si. Adele movía la cabeza con aire de impotencia, pero luego, con inusitada espontaneidad y como brote de la sombría opresión que sentía en su pecho, pensó en hacer el bien de algún modo, en sacrificarse… —Ya lo presentía, pero ahora escúchame. Pierre no debe morir. No es posible que todo se destruya en un instante… pero mira, si Pierre se salva, será para ti… ¿me oyes?…se quedará contigo. El pintor no captó de momento lo que Adele le decía. Lentamente se fue dando cuenta de que aquello por lo que había luchado contra su mujer, la causa del sufrimiento de años, Adele se lo ofrecía ahora… pero demasiado tarde. Aunque era un preciado obsequio… Esto era algo intolerable. No tenía sentido que le brindara al niño que siempre le había negado… ¡y ahora sería suyo! Pero su precioso niño estaba amenazado de muerte… y entonces moriría doblemente para él. Algo trágico, grotesco y sarcástico. Johann estuvo a punto de soltar una carcajada de amargura. Sin embargo, su mujer hablaba en serio, y él no aceptaba que el niño fuera a morir. Su sacrificio era conmovedor, quizás una oscura manifestación de Adele que la movía a hacer un bien, aunque fuera por la tragedia del momento. Era notorio su intenso sufrimiento y su titánico esfuerzo por dominarse, un arrebato de su alma de mujer y de madre, que en el fondo resultaba trágico… Extrañada al ver que Johann no reaccionaba, se debatía pensando si realmente la había tomado en serio o si su abandono y alejamiento espiritual no lo dejaba recibir con agrado nada de ella. Pero Veraguth notó el dolor y la decepción en el rostro de Adele —por su áspera actitud— y no pudo dominarse más. Le cogió una mano, la rozó con los labios helados y murmuró: —Te lo agradezco y quisiera compartir contigo el cuidado de Pierre. —Nos turnaremos —exclamó Adele con decisión. El niño pasó la noche tranquilo. La alcoba estaba en penumbra y Veraguth estuvo escuchando con atención la respiración del chiquillo. Para descansar un poco se reclinó sobre un estrecho diván. Cerca de las dos de la mañana, Adele despertó, se puso una bata ligera, encendió una vela y entró al cuarto de Pierre. Todo estaba tranquilo. El niño parpadeó un poco a la luz de la vela, pero no despertó. Veraguth dormía sobre el diván. Al www.lectulandia.com - Página 73

contemplarlo, vio su rostro arrugado, los cabellos encanecidos, sus grandes ojeras. Por un momento tuvo el impulso de acariciarle el cabello, desordenado y canoso, pero se contuvo y salió sin hacer ruido. Ya entrada la mañana, regresó y encontró a Johann sentado junto a la cama del niño, en actitud afable, pero en el fondo veía su resolución de emprender un nuevo destino. Ese día, Pierre lo pasó muy mal; dormitaba a largos ratos, pero cada despertar acusaba en su rostro un rictus de dolor. Tenía la mirada extraviada. Comenzó a moverse en la cama con violencia, apretaba los ojos y los puños; no podía controlar su inquietud. De pronto comenzó a gritar y sus chillidos eran lastimosos y torturantes. El pintor no pudo resistirlo y salió de la alcoba. Mandó llamar al médico. Lo visitó tres veces al día. Trajo a una enfermera para que cuidara de Pierre. Al anochecer, el chico perdió el sentido. Decidieron mandar a la enfermera para que descansara. Sentían la opresión de un fatal desenlace. Pierre no volvió en sí por la noche y respiraba con agitación y muy irregularmente. Adele y Johann recordaron al mismo tiempo cuando Albert había estado enfermo, postrado por la gravedad, y que ambos lo habían cuidado. Ahora conversaban con desaliento en voz baja, sin aludir a la época pasada, a pesar de la similitud de la situación… pero ya no eran los mismos de esos días pasados y solamente podían sufrir la terrible amargura de ver a su hijo menor en ese estado… Por su parte, Albert invadido por la tensión reinante, tampoco podía dormir. De puntillas se presentó a media noche y preguntó si podía ser de alguna utilidad. Hablaba con voz apagada. —No, gracias —repuso el pintor— pero no hay nada que tú puedas hacer… procura dormir y no te preocupes… Espontáneamente, Johann le pidió a su mujer que lo acompañara al muchacho y que lo tranquilizara. Adele obedeció gustosa; pero aunque agradecía la singular deferencia del pintor, volvió al cuarto de Pierre unas horas después. A instancias del pintor, aceptó recostarse a descansar. En eso llegó la enfermera a reemplazarla. Durante su vigilia, Veraguth no había notado algún cambio apreciable, y decidió pasar un rato en sus habitaciones; pero no podía dormir a pesar del cansancio. Se bañó en el lago a esa hora y pidió a Robert que le trajera café. Ya en su estudio contempló con ojo crítico el bosquejo hecho en la colina, que acusaba cierta soltura, pero no llegaba a ser lo que él pretendía. Por lo demás, pensaba que ya todo había concluido y que se esfumaba la inspiración del cuadro, ese recuerdo de Rosshalde que trataba de llevarse consigo…

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XVII Durante varios días, el estado de Pierre continuó siendo igual. Sufría espasmos una o dos veces al día por los agudos dolores, para luego caer en un estado de semiinconsciencia. Había pasado el buen tiempo y ahora los días eran fríos, y caían copiosas lluvias y tormentas. Esa vez, el pintor había podido dormir profundamente en su propia cama. Al despertar, se dio cuenta mirando por la ventana del cambio del tiempo. Los últimos días se había sentido fatigado y febril. Aspiró el aire frío y el olor a tierra mojada. Llegaba el otoño y Johann lo presentía por su sentido especial para el cambio de estaciones. Se puso el impermeable y salió para la casa grande. Pierre había despertado temprano, pero volvió a dormirse. Johann desayunó acompañado de Albert, que ahora se manifestaba afectuoso y preocupado por su hermano, aunque procuraba disimularlo. Por fin, Albert se marchó a su cuarto para preparar sus tareas y estudios preparatorios y Veraguth entró en la alcoba de Pierre. En esos días, más de una vez Johann había deseado que terminara ese suplicio del niño, que ya no hablaba y su aspecto se deterioraba continuamente. No había esperanzas, pero el pintor no dejaba un solo minuto de velarlo junto a su cama. Le dolía pensar en las veces que el chico lo visitara en su estudio y siempre lo encontraba ocupado, sin fijarse bien en la charla del niño, que ahora añoraba. Ante el espectro de la muerte que rondaba por la habitación, y a pesar de tantas sacudidas y sucesos, no quería separarse ni un instante de su lado y atento a atender a Pierre a toda hora. Esta vez, su celo se vio recompensado porque Pierre abrió los ojos, le sonrió y le dijo en voz queda: —¡Papá! Al escucharlo, el pintor se conmovió hasta lo más profundo de su corazón; gozaba con ese tono dulce y anhelante del niño. Los días anteriores sólo había escuchado quejidos o lamentos por los continuos accesos de dolor… —¡Pierre, hijito mío! Se inclinó y lo besó levemente en los labios. Notó que su semblante era más saludable, la mirada más clara y había desaparecido la arruga en la frente. —¿Te sientes mejor, hijo mío? Pierre le sonrió con cierto asombro, Johann le tomó la manita débil y pálida. —Ahora tienes que desayunar, y luego te contaré un cuento. —Sí, sí… ese del caballero de la espuela y los pájaros en el verano… Veraguth veía como un milagro que el chico hablara y le sonriera. Le trajo el desayuno que Pierre comió de buena gana, incluso aceptó otro huevo. Al terminar pidió su libro de estampas. Johann abrió las persianas. La luz mortecina del día lluvioso penetró al cuarto. Pierre probó a sentarse un poco y no sintió molestia. www.lectulandia.com - Página 75

Contempló las ilustraciones, pero poco a poco se cansó de la posición y le dolieron los ojos. Le pidió al papá que le leyera algo del texto, comenzando con el cuento del pobre arriero y el boticario: ¡Boticario, boticario! ¡Por piedad dadme un ungüento! ¡Tengo el cuerpo desgarrado! ¡Ved que valerme no puedo! Veraguth se esforzaba por recitar los versos con entonación y con la frescura y picardía del relato. El chico le seguía sonriendo agradecido. Sin embargo, parecía que los versos hubieran perdido su primitivo encanto, cuando los escuchara la vez anterior tan complacido. Esos hermosos días luminosos del pasado, aquellas risas y alegrías que no habrían de volver… Inconscientemente, Pierre proyectaba su imaginación a su propia niñez, a su niñez reciente e indudable de unos días atrás, porque había dejado de ser un niño, era un enfermo que de algún modo intuía que a su alrededor merodeaba el espectro de la muerte. Sin embargo, esa mañana se anunciaba brillante después de la negrura de los días pasados. Estaba tranquilo y sin molestias. Johann cobró esperanzas y sintió alivio. Quizás el chico se salvaría, a pesar de todo… y si así fuera, sería sólo para él… El doctor lo visitó sin incomodarlo esta vez con exploraciones o preguntas. Después entró Adele que había pasado la noche en vela vigilándolo. Al ver su inesperada mejoría lo estrechó jubilosa y lloró de alegría. Albert también participó del regocijo general. —Parece un milagro… ¿no está usted sorprendido, doctor? El médico sonrió. No contradijo al pintor pero tampoco manifestó el entusiasmo esperado. Veraguth volvió a desconfiar. No le quitaba la vista de encima, mientras el médico observaba profesionalmente a Pierre. Luego salió y dio instrucciones a la enfermera. Aunque no pudo captar lo dicho por el doctor, su tono confidencial y serio le hizo ver que el peligro no había pasado. —Doctor, ¿no confía usted mucho en ésta mejoría? El médico hizo un gesto vago y le dijo: —Alégrese de que Pierre pase algunas horas sin molestias; confiemos que sean muchas. Pero sus ojos y expresión no dejaban traslucir una verdadera esperanza. Veraguth regresó al cuarto de Pierre. Adele le contaba la historia de la Bella Durmiente en el Bosque. El chico prestaba atención al relato. Al terminar, se le preguntó si quería algún otro cuento. Rehusó. Parecía cansado. La mamá salió a la cocina y el pintor cogió la manita de Pierre, que de cuando en cuando levantaba la vista y miraba cariñosamente a su padre.

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—Ya estás muy mejorado, hijo mío… Pierre se ruborizó un poco, jugueteó débilmente con la mano del papá. —¿Me quieres mucho, papá? —Sí, mucho. Tú eres mi tesoro. Cuando te levantes pasearemos juntos todo el tiempo. —¡Qué bueno, papá! Fíjate que una vez estuve solo en el jardín y nadie me quería. Tú tendrás que quererme mucho… sobre todo cuando tenga los dolores… son terribles… Había cerrado los ojos. Su voz era apenas perceptible. —Sí —continuó murmurando el niño— tenéis que acompañarme siempre. Yo seré bueno y ya no me reñiréis. Díselo también a Albert. —Abrió un momento los ojos, pero su mirada era turbia, tenía las pupilas muy dilatadas. —Sí, hijo mío; pero ahora duerme. Estás muy cansado. Duerme, mi niño… Veraguth comenzó a arrullarlo, como tantas veces lo había hecho antes. El chico pareció dormirse. Una hora después entró la enfermera a cuidarlo. Esperaban al pintor en la mesa para almorzar. Ensimismado, tomó la sopa. No dejaba de pensar en el dulce cuchicheo de Pierre antes de dejarlo. ¡Cuántas veces había desaprovechado la ocasión de estar con él, de gozarlo, de atenderlo con cariño! Al ir a tomar un poco de agua, llegó desde la alcoba de Pierre un grito desgarrador que alarmó a Johann. Todos se levantaron sobresaltados. En par de zancadas, Veraguth llegó al cuarto del enfermo. —¡La bolsa de hielo! —gritó la enfermera. Pero el pintor no escuchaba sino el eco terrible, desesperado del grito del pequeño. Se precipitó sobre la cama. Pierre yacía mortalmente pálido, con la boca horriblemente contraída, los miembros arqueados por el espasmo, los ojos petrificados por un pavor irracional. Súbitamente lanzó otro grito, más salvaje aún. Se apoyo sobre la cabeza y los pies, arqueó su cuerpecito rígido. Luego se dejó caer sobre el colchón, para volver a arquearse en garras del dolor. Todos permanecieron inmóviles, horrorizados. No sabían que hacer. La enfermera logró poner un poco de orden al seguir sus instrucciones. Veraguth se puso de hinojos junto al lecho y sujetaba al niño para evitar que se lastimara con las convulsiones; pero a pesar de sus esfuerzos, la mano del niño dejó huellas de sangre en el barandal de la cama. Pierre se desplomó rendido, se puso boca abajo en la cama y mordiendo la almohada comenzó a golpear el colchón con la pierna izquierda con movimientos bruscos como si quisiera patear a un enemigo imaginario. Repitió ese tamborileo diez, veinte, cien veces… Las mujeres trataban de arreglar la cama desordenada. Ordenaron que Albert saliera. Johann seguía arrodillado y alarmado al ver la regularidad y simetría del golpeo con la pierna del niño. Era increíble, ahí estaba ahora su hijo que momentos antes le había sonreído con cariño, con esa leve súplica conmovedora… y que ahora www.lectulandia.com - Página 77

se debatía como un organismo mecánico, como un juguete trágico y que se arqueaba por el dolor y la impotencia… —¡Hijo mío! —exclamaba el pintor desesperado—. Estamos contigo, aquí a tu lado, vamos a curarte… Pero ya no había señales de que sus labios se abrieran para comunicarse. Ya no llegaba a su alma ninguna exhortación, ningún arrullo, ninguna promesa que traspasara el muro siniestro e infranqueable de la muerte. Pierre vagaba en otro mundo, transitaba por un sendero plagado de dolores, por un valle infernal; quizás quisiera gritar pidiendo auxilio a su padre, que se debatía frenético e impotente a su lado… Todos se dieron cuenta de que era el fin. La guadaña siniestra se cernía sobre el pobre niño; todo alrededor de Rosshalde respiraba su hálito fatal y ominoso. La servidumbre se desesperaba afuera de la estancia sin saber qué hacer; el perro correteaba en el jardín lanzando aullidos lastimeros. Se le administraron a Pierre todos los auxilios posibles, la bolsa de hielo sobre la frente, los calmantes… pero todo fue en vano, ya no recobró el conocimiento; su cuerpo se estremecía y apenas se escuchaban sus débiles quejidos. Con ritmo mecánico golpeaba con la pierna sobre el colchón sin cesar. En ese estado pasó la tarde y la noche. En la madrugada, el inerme combatiente finalmente sucumbió al implacable enemigo. Los padres vieron su rostro demudado y comprendieron que era la hora del tránsito. Johann puso la mano sobre el pecho del niño y sintió que su corazón ya no latía, pero no la retiró hasta darse cuenta del frío mortal de la criatura. Consternado, tomó ambas manos de Pierre y las juntó con las de su mujer. —¡Todo ha terminado! —balbuceó quedamente. Logró sacarla de la habitación y ponerla en manos de la enfermera. Luego, estremecido por los sollozos volvió al lado de Pierre para arreglar un poco el lecho mortuorio y la postura del cuerpo inerte. Con Pierre había muerto también la mitad de su vida. Más tarde, mecánicamente y con resignación dispuso todo lo necesario. Dejó a la enfermera para que velase al niño y se fue a su habitación donde durmió un rato desfallecido. Al despertar, se propuso terminar el último dibujo que pensaba hacer de Rosshalde: el perfil de Pierre. Regresó al cuarto del niño, descorrió las persianas y dejó entrar la luz sobre el cuerpo inerte y el rostro lívido de la criatura. Sentado al borde de su cama trazó por última vez aquellos rasgos faciales que tan bien conocía, ahora desdibujados por el fatal desenlace, pero que todavía acusaban la huella de un dolor inimaginable.

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XVIII El sol se filtraba intermitentemente por entre un cúmulo de nubes otoñales, preñadas de lluvia, cuando la familia regresaba a Rosshalde después del sepelio. La madre venía rígidamente sentada en el coche con las huellas del llanto en su rostro. Albert, con los ojos enrojecidos le oprimía una de sus manos. —Bien —venía diciendo el pintor en tono alentador— mañana partiréis. No hay que preocuparse por nada. Yo me encargaré de todo. ¡Hay que tener ánimo! Ya vendrán tiempos mejores… Lentamente entraron a la casa. La servidumbre, enlutada también los esperaba en silencio. Por orden de Veraguth había quedado cerrada la habitación de Pierre. Los tres tomaron una taza de café. —Les reservé habitaciones en Montreux —informó el pintor—. Todos tendremos que hacer un esfuerzo para reanimarnos. Yo saldré de viaje al terminar todos los arreglos. Robert se quedará a cuidar la casa. En realidad, nadie lo escuchaba. Estaban envueltos en una onda de apatía y de frialdad. Adele, bajos los ojos, se había encerrado en su íntimo dolor y nada la sacaba de su ensimismamiento. Albert seguía silencioso. Desde la muerte de Pierre se había perdido la concordia que se había establecido durante su enfermedad. Reinaba una completa indiferencia. El pintor era el único que decidido a cumplir con el papel que se había impuesto conservaba la máscara hasta el final. Temía que Adele sufriera una crisis nerviosa que obstaculizara sus proyectos a la última hora. Ansiaba que llegara la hora de partir. En su modesta habitación se sentía más solo que nunca. Adele se quedó en la casa grande preparando el equipaje. Johann escribió varias cartas, informando sobre la muerte de Pierre, notas a su abogado y al banco. Entre los papeles de su escritorio estaba el último retrato que había hecho del niño. Largo rato contempló el dibujo, con esas mejillas abatidas, párpados hundidos, labios cerrados, sus pequeñas manos tan pálidas y descarnadas. Guardó el retrato y salió. El parque ya estaba a oscuras. Las ventanas iluminadas de la casa principal no le atraían. Pero en cambio, bajo los castaños, en la pequeña glorieta, en la rosaleda vibraba un hálito vivo evocador de Pierre. Recordó el episodio del ratoncito, la alegre charla del niño sobre las mariposas y el nombre de las flores. Siguió hasta el patio contiguo, por la perrera, bajo los tilos donde aún estaba presente el pequeño. Lo veía en sus juegos, escuchaba el eco de su risa infantil. Aquí había desarrollado su personalidad, su carácter independiente. Sus horas de solitarios quizás lo hicieran imaginar mil cosas, sentirse a veces abandonado e incomprendido. En la oscuridad, Johann recorrió todos los rincones predilectos del chico. Se emocionó al encontrar entre la arena su pala de juguete. Sumido en profunda amargura, dio rienda suelta a su dolor y lloró con angustiosos sollozos. www.lectulandia.com - Página 79

Al día siguiente conversó con Adele. —Mujer, debes consolarte. Recuerda que Pierre ya me pertenecía. Tú me lo habías cedido y ahora te repito mi agradecimiento por ese gesto tan noble de tu parte. Aunque sabía que estaba condenado sin remedio, tu acción fue admirable. Ahora debes organizar tu vida sin precipitaciones. Conserva Rosshalde; quizás te arrepientas algún día si lo pierdes. Consulta al notario en todo caso. En el estudio no hay más que cuadros, que mandaré recoger más tarde. —Gracias, Johann. ¿Pero de veras piensas en no volver jamás a Rosshalde? —Jamás. No tendría sentido; pero debo advertir que me marcho sin el menor rastro de rencor. Estoy convencido y lo lamento de veras de haber sido yo el único culpable. —No, no hables así. Aunque fuera cierto, tus palabras serían siempre para mí un tormento y un reproche. Ahora seguirás viviendo solo y sin Pierre a tu lado… yo comprendo mi culpa de lo sucedido… —Escucha, Adele: toda la culpa que ambos pudiéramos tener, la hemos expiado al máximo con lo que hemos sufrido. Vivamos, si esto fuera posible, en paz. Todo ha quedado saldado, nada hay por reclamar. Tú tienes a Albert y yo mi trabajo. Veraguth hablaba con tal aplomo y objetividad que Adele logró controlarse, pero sin dejar de pensar en una remota posibilidad de renovar su original vinculación con el pintor, de olvidar diferencias y recriminaciones. Pero en el fondo comprendía su final decisión. Todo lo pasado era un terreno yermo, su propia alma había perdido anhelo y vigor. En su estado de pasividad, dejó que Johann dispusiera todo lo que había que hacer y se conformó con su metódico sistema de arreglar las cosas. No se habló de divorcio. Todas esas medidas legales se podían posponer. Por la tarde de ese día llegaron a la estación, donde Robert ya tenía todo listo para el viaje. El pintor tuvo la suficiente presencia de ánimo para actuar con toda eficacia. Los llevó hasta el vagón, les compró revistas para el viaje. Los dejó bien instalados y esperó al pie de la ventanilla hasta la salida del convoy. Agitó la mano despidiéndolos hasta perder de vista el tren. A su regreso, comentó un poco con su hombre de confianza sobre su situación familiar. En casa lo esperaba el carpintero que terminaba el embalaje de sus cuadros. Sentía ansia de salir de viaje, de huir de Rosshalde. Pero antes deambuló por el estanque y por el bosquecillo, dejando que Robert organizara todo en casa, ayudado por una de las doncellas de servicio, para cubrir los muebles y cerrar las habitaciones. Siguió paseando lentamente por el estudio, revisó su escritorio y finalmente regresó a la orilla del estanque. Tantas veces había recorrido esos lugares que siempre recordaría con melancolía. Pero su aislamiento era voluntario. Sintió ahora el frío de la estación, vio el cúmulo de hojas amarillentas que palidecían ante la amenaza de las lluvias. No tenía a nadie a quien cuidar en tan bello lugar, se sentía decaído no sólo físicamente sino por una fatiga indescriptible en el alma. Era desconcertante que en ese ámbito tan hermoso www.lectulandia.com - Página 80

había enterrado los últimos fulgores de su animosa juventud. Sumergido en sus pensamientos, trató de interpretar el cauce de los hilos invisibles de su existencia, sus motivaciones y desenvolvimiento en un plano de serenidad y análisis imparcial. Llegó a la conclusión de que había vivido, quizás con los ojos vendados; que la vida había pasado de largo sin captarla ni apreciarla en su verdadera amplitud, sin valorizarla, ni sentirla. Verdaderamente, nunca había sentido la fuerza del amor hasta que todo su ser reaccionó con el cariño de su hijo Pierre, que el destino le arrebatara sin misericordia. En su pequeño Pierre había finalmente encontrado su verdadero anhelo y devoción por la vida. Ahora, lo único que le quedaba era su arte, del cual era dueño. Además, tenía el consuelo de viajar, olvidado del suicidio, y de entregarse por completo a observar, captar y crear con realismo. Esto era el saldo final de su vida, de una existencia llena de penumbras y soledad. Viviría en el mundo de sus cuadros y de su arte. Con especial placer aspiraba el aire húmedo del parque, y a cada paso que daba sentía con más fuerza el deseo de sepultar el pasado, de quemar su nave, de iniciar un nuevo sendero. Tampoco sintió resignación, había que enfrentarse a la vida con toda energía y pasión. No más ensayos, no más errores, seguiría su nuevo derrotero por escabroso que fuera. Sí, decididamente decía adiós a su juventud. Estaba solo, desnudo bajo la luz de una nueva aurora. Pero se hacía tarde y no quería perder ni un solo momento de las bellas horas que quizás el destino le deparara en lo futuro…

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HERMANN HESSE. Nació el 2 de julio de 1877 en Calw, Alemania y murió en Montagnola, Cantón del Tesino, Suiza, el 9 de agosto de 1962. Novelista y poeta alemán, nacionalizado suizo. A su muerte, se convirtió en una figura de culto en el mundo occidental, en general, por su celebración del misticismo oriental y la búsqueda del propio yo. Hijo de un antiguo misionero, ingresó en un seminario, pero pronto abandonó la escuela; su rebeldía contra la educación formal la expresó en la novela Bajo las ruedas (1906). En consecuencia, se educó él mismo a base de lecturas. De joven trabajó en una librería y se dedicó al periodismo por libre, lo que le inspiró su primera novela, Peter Camenzind (1904), la historia de un escritor bohemio que rechaza a la sociedad para acabar llevando una existencia de vagabundo. Durante la I Guerra Mundial, Hesse, que era pacifista, se trasladó a Montagnola, Suiza; se hizo ciudadano suizo en 1923. La desesperanza y la desilusión que le produjeron la guerra y una serie de tragedias domésticas, y sus intentos por encontrar soluciones, se convirtieron en el asunto de su posterior obra novelística. Sus escritos se fueron enfocando hacia la búsqueda espiritual de nuevos objetivos y valores que sustituyeran a los tradicionales, que ya no eran válidos. Demian (1919), por ejemplo, estaba fuertemente influenciada por la obra del psiquiatra suizo Carl Jung, al que Hesse descubrió en el curso de su propio (breve) psicoanálisis. El tratamiento que el libro da a la dualidad simbólica entre Demian, el personaje de sueño, y su homólogo en la vida real, Sinclair, despertó un enorme interés entre los intelectuales europeos coetáneos (fue el primer libro de Hesse traducido al español, y lo hizo Luis López www.lectulandia.com - Página 82

Ballesteros en 1930). Las novelas de Hesse desde entonces se fueron haciendo cada vez más simbólicas y acercándose más al psicoanálisis. Por ejemplo, Viaje al Este (1932) examina en términos junguianos las cualidades míticas de la experiencia humana. Siddharta (1922), por otra parte, refleja el interés de Hesse por el misticismo oriental —el resultado de un viaje a la India—; es una lírica novela corta de la relación entre un padre y un hijo, basada en la vida del joven Buda. El lobo estepario (1927) es quizás la novela más innovadora de Hesse. La doble naturaleza del artistahéroe —humana y licantrópica— le lleva a un laberinto de experiencias llenas de pesadillas; así, la obra simboliza la escisión entre la individualidad rebelde y las convenciones burguesas, al igual que su obra posterior Narciso y Goldmundo (1930). La última novela de Hesse, El juego de abalorios (1943), situada en un futuro utópico, es de hecho una resolución de las inquietudes del autor. También en 1952 se han publicado varios volúmenes de su poesía nostálgica y lúgubre. Hesse, que ganó el Premio Nobel de Literatura en 1946, murió el 9 de agosto de 1962 en Suiza.

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