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DOSSIER
América Latina como categoría histórica en una perspectiva global* José C. Moya
¿EL TÉRMINO AMÉRICA LATINA CONSTITUYE UNA CATEGORÍA HISTORIOGRÁFICA APROPIADA?
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os historiadores al sur del Río Bravo escriben historias locales y nacionales, en lugar de hemisféricas. Con pocas excepciones, los brasileños escriben sobre Brasil, los mexicanos sobre México y esto es aún más cierto en el caso de los historiadores de países más pequeños. En conjunto, los historiadores al norte del Río Bravo no limitan el objeto de su investigación a un solo país. De hecho, puede decirse que los estudios latinoamericanos son una creación angloamericana. Aun así, los estudios históricos en el norte raramente abarcan el “sur” entero, excepto en los libros de texto. La mayoría de las monografías y los ensayos históricos no tratan de América Latina, sino de países específicos y, con mayor frecuencia, de regiones, ciudades y pueblos específicos. ¿Puede, entonces, “América Latina” ofrecer más que un término impreciso, pero conveniente, para libros y mapas? ¿Es una categoría significativa de análisis histórico o, como algunos han sugerido, una invención artificial y arbitraria?1 El presente ensayo aborda esta cuestión al discutir no sólo la “idea” de América Latina, sino también al analizar las trayectorias históricas y los rasgos socioeconómicos, culturales y políticos que pueden debilitar o fortalecer esta idea. En primer lugar, dilucida cómo distintos patrones de asentamien*Traducción del inglés de Agnes Mondragón Celis. 1 En M. Tenorio Trillo, Argucias de la historia: Siglo XIX, cultura y “América Latina”, México, Paidós, 1999.
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to parecen haber producido una región demasiado desigual para que la “idea” tuviera más que un significado retórico y cómo categorías distintas a “Latina” ofrecen una mejor explicación de la formación histórica, la composición étnica y racial y el desarrollo socioeconómico de las distintas regiones de las Américas. La segunda y más extensa sección en cierto sentido usa el mundo para definir a América Latina. Identifica rasgos y patrones en el asentamiento precolonial, el colonialismo, la formación racial y etnocultural y la integración global que parecen ser característicos de América Latina en comparación con el resto del mundo. LAS LIMITACIONES DE AMÉRICA LATINA COMO CATEGORÍA HISTÓRICA
Desde varias perspectivas, América Latina como categoría parece ser demasiado amplia y diversa internamente para contener mucho significado. ¿Qué tienen en común La Española (una isla tropical en la que 95 por ciento de la población tiene raíces, al menos parcialmente, en África), Guatemala (una región montañosa donde una proporción similar de habitantes son de ascendencia completa o casi completamente amerindia y cerca de la mitad de ellos hablan idiomas indígenas) y Argentina (una región templada más extensa que Europa Occidental, donde más de la mitad de la población es de origen europeo distinto del español)? En términos de desarrollo histórico, economía y estructura social, ¿no son São Paulo y Buenos Aires más similares a Nueva York y Toronto que a Lima o Salvador de Bahía? ¿No tienen más en común las pampas en términos geográficos, históricos, sociales y económicos con las praderas de Estados Unidos y Canadá que con el altiplano andino? En este sentido, una tríada conceptual que una elementos geográficos, etnohistóricos y socioeconómicos ofrece criterios más significativos para dividir el hemisferio occidental que las categorías tradicionales de América Latina y Norte- (o Anglo-) América. La primera categoría de la tríada consistiría en las tierras altas occidentales del hemisferio, que étnicamente corresponden con Indoamérica o Mestizoamérica; incluye lo que los antropólogos han llamado la América nuclear: las concentraciones más densas de población amerindia en tiempos precolombinos y, actualmente, en Mesoamérica y el altiplano andino central. Demográfica y culturalmente, 14
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estas dos regiones son las más indígenas en el centro y se vuelven más mestizas en la medida que uno se mueve al norte o al sur. Esta región histórica desarrolló una economía colonial y una composición social basadas en la explotación del trabajo indígena, minas de plata, haciendas y pueblos de indígenas dueños de tierras. Contenía las colonias más ricas del imperio español, pero también formas de organización rígidamente corporativistas y estructuras sociales enormemente desiguales que, en ocasiones han persistido, tanto en formas obvias como veladas, hasta el presente. En México, los tres estados con la población hablante de idiomas indígenas más grande (Oaxaca, Chiapas y Guerrero) también tienen los índices más bajos de desarrollo humano. Los niveles de pobreza de las poblaciones indígenas son de 25 a 40 puntos más altos que los de las poblaciones no indígenas en Guatemala, Ecuador, Perú y Bolivia.2 La segunda categoría geográfica y etnohistórica en el Nuevo Mundo incluiría las tierras bajas costeras y corresponde a Afroamérica. Estas regiones no estaban densamente pobladas en tiempos precolombinos, para empezar, y tanto la conquista europea como las enfermedades del Viejo Mundo diezmaron o aniquilaron a la población local. Su desarrollo histórico estuvo basado en la importación de esclavos bantúes y de África Occidental y en la producción de cultivos comerciales tropicales para su exportación a Europa. Estos complejos agrícolas se desarrollaron, entonces, en tierras bajas tropicales, islas pequeñas o cerca de la costa. Incluso en lugares tan pequeños como Puerto Rico, la distinción entre la ecología de un complejo costero, que estuvo basado en la esclavitud y el comercio agrícola, por un lado, y la de una tierra alta del interior, antes basada en la agricultura independiente y en campesinos hispanos, por el otro, es aún visible. Más que Indoamérica, Afroamérica trasciende las categorías tradicionales de Anglo-, Hispano- y Lusoamérica, dado que incluye las Antillas Británicas, Francesas, Españolas, Holandesas y Danesas, el noreste y áreas del centro de Brasil; partes del sur de Estados Unidos, las costas caribeñas de Centro y Sudamérica, y ciertas franjas costeras del Pacífico en Perú, Ecuador, Colombia, Panamá y México. 2 G.H. Hall y H.A. Patrinos, “Latin America”, en G.H. Hall y H.A. Patrinos (eds.), Indigenous Peoples, Poverty, and Development, Cambridge, Cambridge University Press, 2012, pp. 344-358.
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Estas regiones comparten con Indoamérica un rico pasado colonial. Santo Domingo fue probablemente el lugar más rico del mundo en las décadas anteriores a la Revolución Haitiana de 1791 y valía para los franceses mucho más que las inmensas extensiones de Quebec o Luisiana.3 Barbados producía más dinero para los británicos que las trece colonias del continente juntas.4 El sur de Estados Unidos era más rico que el norte incluso a principios del siglo XIX y también lo era el noreste de Brasil, en comparación con el sur. Sin embargo, la desigualdad social probablemente era mayor que la de Indoamérica. Santo Domingo puede haber sido el lugar más rico de la tierra en relación con su territorio, pero nueve décimos de sus habitantes eran esclavos. La población rural de Afroamérica carecía de la seguridad económica y social básicas que los pueblos indígenas y la tenencia comunal de la tierra ofrecían en Indoamérica. La eficiencia y riqueza de aquellas sociedades agrícolas estaba basada en tales niveles de explotación y verticalidad en sus estructuras sociales que se volvieron insostenibles en el largo plazo y dejaron cimientos frágiles para la construcción de Estados-nación y economías capitalistas no mercantilistas. En consecuencia, la relación entre la esclavitud y la riqueza, tan palpable en el periodo colonial, comenzó a invertirse a mediados del siglo XIX y para el siguiente siglo la proporción de afrodescendientes en la población de una región se había vuelto un indicador de empobrecimiento, en lugar de abundancia. El rico Santo Domingo se volvió el país más pobre en el hemisferio occidental y uno de los más pobres del mundo, y ocupa hoy el lugar 172 entre los 194 Estados del mundo. La República Dominicana, la parte más pobre de La Española en el pasado colonial, dada su escasez de haciendas, ahora goza de un producto interno bruto (PIB) ocho veces más alto que su vecino Haití, una brecha del doble de tamaño de aquella entre Alemania y la República Dominicana. En este país, las provincias con las mayores concentraciones de población afrodescendiente en la frontera y el
3 A. Dupuy, “French Merchant Capital and Slavery in Saint-Domingue”, Latin American Perspectives, vol. 12, núm. 3, 1985, pp. 82-92, esp. pp. 91-92. 4 D. Eltis, “The Total Product of Barbados, 1664-1701”, The Journal of Economic History, vol. 55, núm. 2, 1995, p. 336.
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sur presentan los niveles más altos de pobreza.5 El extremo este de Cuba, donde históricamente se han encontrado las concentraciones más altas de pobladores negros, se volvió la región más pobre del país, una situación que medio siglo de políticas redistributivas socialistas no han podido cambiar. En Colombia, los municipios con la mayor proporción de afrodescendientes en los departamentos del Chocó, Nariño y Bolívar también muestran los niveles de pobreza más altos.6 Esos niveles son de cinco a 16 veces más altos en las provincias del noreste de Brasil que en las del sur del país. Los 15 condados de Estados Unidos con los porcentajes más altos de afroamericanos están entre el 3 por ciento más pobre de los 3 194 condados del país.7 La historia no es un grillete inescapable y el buen gobierno puede cambiar fortunas. Esto ha sucedido, por ejemplo, en Barbados —una sociedad con una historia profunda de esclavitud, cuyo índice de desarrollo humano hoy se encuentra en el cuartil superior del mundo—. Sin embargo, la correlación entre un pasado de riqueza producida mediante la esclavitud y un presente de subdesarrollo socioeconómico es fuerte y observable a escalas hemisférica, nacionales y locales. La tercera región geográfica y etnohistórica del Nuevo Mundo incluye las zonas templadas en las orillas del norte y sur del hemisferio, que corresponden a Euroamérica. Esta zona comprende el norte de Estados Unidos, Canadá y la franja templada que va desde São Paulo al sur de Argentina y la mitad sureña de Chile. Sin metales preciosos ni trabajo indígena (la densidad de población aquí era la más baja del hemisferio en tiempos precolombinos)8 y sin tierras tropicales donde pudieran crecer los cultivos 5 Cálculo de datos de “perfiles provinciales” de la Oficina Nacional de Estadísticas (de la República Dominicana), www.one.gob.do 6 G.J. Pérez, Dimensión espacial de la pobreza en Colombia, Cartagena, Centro de Estudios Económicos Regionales, 2005. 7 J.C. Moya, “Migración africana y formación social en las Américas, 1500-2000”, Revista de Indias, vol. LXXII, núm. 255, 2012, pp. 319-345. 8 Las poblaciones indígenas de las regiones que formaron Euroamérica experimentaron un descenso menos severo durante el periodo colonial que las de América nuclear, precisamente dada su baja densidad, dispersión espacial, contacto limitado con los europeos y el hecho de que estos contactos ocurrieran a lo largo de siglos, en lugar de estar temporalmente concentrados. Sin embargo, continuaron siendo relativamente pequeñas. Para mediados del siglo XIX las poblaciones amerindias de Estados Unidos (400 000), Canadá (100 000), el sur de Brasil, Uruguay y el este y sur de Argentina (80 000) eran, juntas, menores a un tercio de la población de Londres. J.C.
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comerciales que los mercados del Viejo Mundo demandaban, estas regiones fueron páramos marginales durante la época colonial. Esta situación cambió drásticamente a partir de una serie de revoluciones socioeconómicas ocurridas en Europa durante el siglo XIX. La explosión demográfica del Viejo Mundo creó un mercado inmenso para los alimentos de zonas templadas del Nuevo Mundo que antes no existía y proveyó de gran parte de la fuerza laboral que se dedicaría a esos cultivos. La Revolución Industrial creó la demanda de otros productos de climas templados del Nuevo Mundo —como las pieles, el sebo, la lana y la linaza— que no existía antes. Promovió también la urbanización en Europa, lo cual incrementó aún más la demanda de alimentos americanos, puesto que menos gente cultivaba ahora su propia comida. Proveyó, además, innovaciones en materia de transporte (especialmente trenes y barcos de vapor) que hicieron posible el movimiento masivo de bienes y personas a través del Atlántico y desde las planicies templadas del Nuevo Mundo. Las praderas y las pampas, que antes de mediados del siglo XIX no habían sido más que pastizales semivacíos, en el siglo XX se convirtieron en los mayores productores de riqueza agropastoral que el mundo había visto. Así, las colonias más pobres se volvieron en el siglo XIX los países más ricos de las Américas y las regiones más ricas dentro de esos países. Para principios del siglo XX, el PIB per cápita de Estados Unidos, Canadá, Argentina, Uruguay y Chile era de dos a seis veces mayor que el promedio del resto del hemisferio.9 El norte de Estados Unidos, el sur de Brasil y el este de Argentina —las áreas menos desarrolladas de esos países antes del siglo XIX— se volvieron las más ricas. El desarrollo tardío de Euroamérica mostró Moya, “Immigration, Development, and Assimilation in the United States in a Global Perspective, 1850-1930”, Studia Migracyjne, vol. 35, núm. 3, 2009. 9 Datos compilados por A. Maddison en Monitoring the World Economy, 1820-1992, París, Centro de Desarrollo de la OCDE, 1995, muestran que para 1900 Estados Unidos tenía el segundo PIB per cápita más alto del mundo, después de Nueva Zelanda, y el más alto en el hemisferio occidental. Una extrapolación de los datos de Maddison muestra que Uruguay era el segundo en las Américas, con un PIB per cápita que alcanzaba 81 por ciento del de Estados Unidos. Argentina y Canadá le seguían, con 68 por ciento, y luego Chile, con 54 por ciento. No existen datos comparables para Cuba, un país cuyo PIB per cápita era mayor que el de Estados Unidos hasta la década de 1820. Las cifras de otros países latinoamericanos son de dos a cinco veces más bajas que las del Cono Sur: México tenía 24 por ciento del PIB per cápita de Estados Unidos, Colombia 24 por ciento, Venezuela 20 por ciento y Perú 17 por ciento.
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ser una bendición en el largo plazo. Relativamente libre de las rígidas instituciones coloniales (desde una Iglesia fuerte hasta monopolios comerciales, gremios, latifundios, ejidos y haciendas) y de estructuras sociales fuertemente verticales, estas regiones no sólo se volvieron las más ricas en el hemisferio, sino también las menos desiguales. Incluso puede decirse que nacieron siendo “modernas” y que no formaban parte de una “modernidad temprana”: eran capitalistas y liberales, en lugar de coloniales y mercantilistas. En la medida en que se desarrollaban, se estructuraban más y dejaban de ser sociedades de asentamientos nuevos, también se volvieron más desiguales. Sin embargo, estas desigualdades no estaban tan arraigadas debido a siglos de conquista y esclavitud como en otras partes y estas regiones siguieron siendo las más equitativas del hemisferio occidental en términos de distribución de recursos materiales, políticos y culturales. La tríada conceptual presentada arriba ofrece un marco más adecuado que la díada convencional Norte-Latinoamérica para explicar las diferencias en la composición etnorracial y los niveles de desarrollo socioeconómico en el hemisferio occidental. Después de todo, y a pesar de los supuestos establecidos hace mucho de un norte rico y un sur pobre en el hemisferio —supuestos reafirmados por la historiografía dedicada a “por qué América Latina quedó rezagada”— el hecho es que la brecha de ingreso entre los países más pobres y los más ricos en América Latina es tres veces más amplia que entre éstos y Estados Unidos. LAS CARACTERÍSTICAS DISTINTIVAS DE AMÉRICA LATINA
Un Mundo Nuevo Además de su diversidad interna, América Latina comparte un conjunto de rasgos que la distinguen, en diferentes medidas, del resto del mundo. Su condición de Nuevo Mundo es una de las más tempranas. El término es, por definición, eurocéntrico y está relacionado con la noción de “descubrimiento”, aunque, después de todo, esta parte del mundo no es geológicamente más nueva que ninguna otra. Aún desconocido para los primeros europeos que usaron el término, mundus novus de hecho expresa de manera bastante precisa la posición de las Américas en la historia de la difusión 19
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global de nuestra especie. El Homo sapiens llegó ahí entre treinta y setenta mil años después que a otros continentes. En efecto, además de algunas islas del Pacífico y regiones polares, las Américas fueron la última gran región del planeta que los humanos ocuparon. Otra muestra de su condición de Nuevo Mundo y una característica distintiva de América Latina es el hecho que hoy 67 por ciento de su población desciende de personas que llegaron después de 1492. Si se excluyen los Andes centrales (Bolivia, Perú y Ecuador) y Mesoamérica (Honduras, Guatemala y el área más al sur de México), esa cifra sube a 78 por ciento.10 En ningún lugar fuera de las Américas, Australia y Nueva Zelanda es tan nueva la población. En comparación con el 33 por ciento de la población de América Latina cuyos antepasados ya estaban ahí hace quinientos años, en el caso de África, Asia y Europa, esta cifra supera 94 por ciento. Es difícil encontrar un contraste más directo y extremo entre los “mundos” nuevo y viejo. La tardía ocupación humana de las Américas da cuenta de muchas de sus características demográficas alrededor de 1492. Puesto que habían tenido decenas de miles de años menos para reproducirse, la población era significativamente menor, tanto en términos absolutos como relativos al área, que en cualquier otro lugar. El número de personas por kilómetro cuadrado era tres veces menor que en África, seis veces menor que en Asia y ocho veces menor que en Europa.11 No sólo era menos densa, sino que estaba menos esparcida que en Eurasia y África, con más de dos tercios concentrados en la América nuclear (Mesoamérica y los Andes centrales), un área que ocupa sólo 9 por ciento del hemisferio. La menor densidad y propagación de la población se combinaron con las características de la 10 Las cifras de los orígenes continentales de la población de los países de América Latina se calculó con datos seleccionados por L. Putterman y D.N. Weil para su artículo “Post-1500 Population Flows and the Long-Run Determinants of Economic Growth and Inequality”, The Quarterly Journal of Economics, vol. 125, núm. 4, 2010, pp. 1627-1682, disponible en: www.brown.edu/ Departments/Economics/Faculty/Louis_Putterman/world%20migration%20matrix.htm Para la composición racial de los estados mexicanos utilicé datos sobre lenguas indígenas obtenidos por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía e información genómica en I. Silva-Zolezz et.al., “Análisis de la diversidad genómica en las poblaciones mestizas mexicanas para desarrollar medicina genómica en México”, 2009, disponible en: www.pnas.org /cgi/doi/10.1073/pnas.0903045106 11 Calculado con datos de G. Caselli, J. Vallin y G.J. Wunsch, Demography: Analysis and Synthesis, Ámsterdam, Academic Press, 2006, vol. III, pp. 13, 34 y 42.
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geografía para disuadir la movilidad y conectividad internas. La forma alargada del hemisferio occidental, a lo largo de un eje norte-sur (en comparación con el eje este-oeste de Eurasia) produce un mayor cambio climático y obstaculizó la difusión de plantas y animales domesticados. Las cadenas montañosas que atraviesan el lado occidental de las Américas, de Alaska a Chile, los desiertos que van de Nevada a Chihuahua y de Atacama a la Patagonia, la selva del Darién en el Istmo de Panamá y partes de la Amazonía añadieron impedimentos al movimiento de las personas y su cultura material.12 El contraste en el nivel de conectividad y difusión entre el Nuevo y el Viejo Mundo es notable. Las papas, la quínoa, las llamas, los conejillos de Indias, el bronce, los puentes de cuerdas y el quipu (una técnica para contar) se domesticaron o desarrollaron en los Andes centrales, pero no se difundieron a Mesoamérica o a cualquier otra parte de la América precolombina. De manera similar, los jitomates, los pavos, la escritura y el concepto del cero se domesticaron o desarrollaron en Mesoamérica y permanecieron ahí. Por otro lado, el trigo, la cebada, las lentejas, la linaza, el ganado, los caballos, las ovejas, las cabras, los gatos, las abejas melíferas, el bronce, el hierro, el alfabeto y los números arábigos se domesticaron o desarrollaron en el Medio Oriente y se difundieron a lo largo y ancho de Eurasia. En efecto, de todas las ventajas tecnológicas y materiales que explican porqué los españoles fueron capaces de llegar y conquistar a los amerindios y no al revés (carabelas que pudieran navegar contra el viento, la brújula, el astrolabio, la cartografía, la imprenta, el acero, las armas de fuego, los caballos y otros animales domesticados, además de la inmunidad a la viruela), ninguna se había domesticado ni desarrollado en España. Las brechas más amplias en términos de desarrollo tecnológico dentro del Nuevo Mundo —donde culturas de la Edad de Bronce en la América nuclear colindaban con grupos paleolíticos— y entre las Américas y Eurasia fueron el resultado de esas diferencias en el nivel de movilidad, contactos y conectividad. Había contacto limitado o nulo entre Sudamérica y Norteamérica, entre las dos áreas de cultura compleja en la América nuclear, entre 12
J.C. Moya, “L’Amérique ibérique dans l’histoire globale des migrations”, Revue d’histoire du
XIXe siècle, núm. 51, 2015, pp. 15-34.
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estas áreas y el resto del hemisferio y entre las Américas y el resto del mundo —incluyendo, con terribles consecuencias después de 1492, el ámbito de las enfermedades. La baja densidad de población fuera de la América nuclear, la aniquilación de la población amerindia en las décadas posteriores a la conquista y las ventajas militares y tecnológicas de los conquistadores ayudan a explicar la segunda característica distintiva de América Latina: la repercusión extraordinariamente profunda que los colonizadores posteriores a 1492 tendrían en comparación con los colonizadores de regiones más pobladas y desarrolladas, como los españoles en Marruecos y Filipinas, los británicos en India, los holandeses en Indonesia y los franceses en la Cochinchina. Colonialismo con colonización La capacidad transformadora del colonialismo en América Latina reflejó no sólo las características distintivas del Nuevo Mundo de la preconquista, sino también los rasgos específicos de la colonización ibérica en la América hispánica y Brasil. Una de esas características fue la migración en masa. La riqueza y las oportunidades generadas por la plata en los virreinatos de la Nueva España y Perú y por un boom de oro y diamantes en el Brasil del siglo XVIII atrajeron a cientos de miles de inmigrantes. Además, los metales preciosos promovieron el crecimiento económico y ofrecieron oportunidades no sólo en las minas, sino también en las rutas comerciales. El oro de Minas Gerais generó una edad de oro económica a lo largo de las costas de Brasil, además de olas de migración portuguesa. El transporte de plata de México a España convirtió a La Habana en un gran centro comercial y un imán para los españoles. La exportación de plata peruana por el Río de la Plata en la segunda mitad del siglo XVIII provocó que el PIB argentino y las tasas de inmigración crecieran a niveles superiores a los de México o Perú. Las corrientes migratorias libres y espontáneas que estos factores provocaron eran raras fuera de Iberoamérica antes de 1800. En otras partes, los poderes imperiales lucharon por persuadir a sus sujetos a mudarse a las colonias y terminaron por depender de varias formas de migración forzada o semivoluntaria. Más de tres cuartas partes de los 600 mil británicos que llegaron al Nuevo Mundo antes de 1780 lo hicieron como trabajadores no 22
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remunerados, obligados por contratos, y más de 54 mil llegaron como convictos. Antes de 1800 sólo había unos cuantos miles de británicos en la India que no fueran soldados.13 Las autoridades francesas dependían de trabajadores no remunerados (engagés) y prisioneros para mantener una presencia europea en las Antillas.14 Reclutaron a engagés, soldados y a mujeres de orfanatorios y asilos (las llamadas filles du roi) para que se establecieran en Quebec y Luisiana.15 Los holandeses tuvieron que depender de los marineros de las Compañías de las Indias Orientales y Occidentales (la mitad de los cuales no eran holandeses), de soldados, trabajadores no remunerados, huérfanos y extranjeros para que se asentaran en sus colonias.16 Los portugueses también debieron exportar a huérfanos, prostitutas reformadas y convictos para poblar sus colonias fuera de América17 y la Corona española usó fuerza de trabajo convicta para que se estableciera en sus puestos en África y envió a la fuerza a miles de vagabundos, prisioneros, desertores y soldados mexicanos a las Filipinas.18 En contraste, cuando poblaron las Américas, España y Portugal no sólo no tuvieron que recurrir a trabajadores no remunerados, convictos o extranjeros, sino que la oferta de emigrantes dispuestos era tan alta que debían restringir, en vez de promover, las salidas.19 A pesar de estas restricciones, 13 A. Games, “Migration”, en D. Armitage y M.J. Braddick (eds.), The British Atlantic World, 1500-1800, Nueva York, Palgrave Macmillan, 2002, pp. 36-38. 14 G. Debien, “Les engagés pour les Antilles, 1634-1715”, Revue d’Histoire des Colonies, 38, 1951. 15 J.C. Moya, “Canada and the Atlantic World: Migration from a Hemispheric Perspective, 1500-1800”, en B. Bryce y A. Freund (eds.), Entangling Migration History: Borderlands and Transnationalism in the United States and Canada, Gainesville, University Press of Florida, 2015, pp. 14-46. 16 F. Ribeiro da Silva, Dutch and Portuguese in Western Africa: Empires, Merchants and the Atlantic System, 1580-1674, Leiden, Brill, 2011, pp. 97-118. 17 T. Coates, Convicts and Orphans. Forced and State-Sponsored Colonizers in the Portuguese Empire, 1550-1755, Stanford, Stanford University Press, 2001 y Convict Labor in the Portuguese Empire, 1740-1932: Redefining the Empire, Leiden, Brill, 2014. 18 R. Pike, Penal Servitude in Early Modern Spain, Madison, University of Wisconsin Press, 1983; E.M. Mehl, Forced Migration in the Spanish Pacific World: From Mexico to the Philippines, 17651811, Nueva York, Cambridge University Press, 2016. 19 B.H.S. Van Bath, “The absence of White Contract Labor in Spanish America during the Colonial Period”, en P.C. Emer (ed.), Colonialism and Migration: Indenture Labor before and after Slavery, Dordrecht, Nijhoff, 1986, pp. 19-31. Los portugueses sí usaron a convictos para que se asentaran en las inhóspitas regiones fronterizas de Pará y Maranhão, pero en números limitados (menos de 850 en un periodo de setenta años, comparado con los 54 mil convictos británicos enviados a Estados Unidos durante un lapso similar). T. Coates, op. cit., pp. 22-25.
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alrededor de 900 mil españoles y 700 mil portugueses se marcharon al Nuevo Mundo durante el periodo colonial. Además, la idea común de que eran hombres solteros, a diferencia de la migración de familias a la Norteamérica británica, está basada en estereotipos sobre los conquistadores y los casos excepcionales de los puritanos de Nueva Inglaterra y los cuáqueros de Pensilvania. En realidad, la proporción de mujeres en los movimientos transatlánticos británicos y españoles fue similar: de entre 20 y 25 porciento.20 Iberización Este colonialismo con colonización, es decir, con un nivel de asentamiento significativo y suficientemente equilibrado en términos de género, permitió la formación y reproducción de la cultura de los colonizadores con una fuerza transformadora sin precedentes en la historia moderna del colonialismo, fuera de las colonias inglesas de asentamiento. Esta historia compartida de colonización ibérica es lo que hace que parte de América sea “Latina”. Ciertamente Iberoamérica es una denominación más precisa para la región que América Latina, un término controvertido que fue promovido en primer lugar por los franceses durante su aventura imperial en México en 1860 y que no se volvió común hasta el siglo XX.21 En el nivel más primario, el colonialismo ibérico transformó la ecología física de las Américas a un grado desconocido en la historia del colonialismo europeo en el mundo afroasiático e incluso del colonialismo árabe en el norte de África. Estas transformaciones de la biota del hemisferio tuvieron consecuencias demográficas, económicas y sociales importantes. En el ámbito microscópico, los patógenos importados aniquilaron a la población indígena en una catástrofe demográfica de magnitud sin paralelo en el mundo, con la posible excepción de la peste negra. Decenas de nuevas plantas y animales, 20 Para los porcentajes por género de distintas migraciones coloniales, véase J.C. Moya, “Canada and the Atlantic World…”, op. cit., pp. 34-35. 21 Aun en 1918, Aurelio M. Espinosa, un lingüista de la Universidad de Stanford, desestimaba el término América Latina como “un intruso […] un nombre nuevo [que] no sólo es vago, carente de significado e injusto, sino también, y aún más, no científico”. “The Term Latin America”, Hispania, vol. 1, núm. 3, 1918, pp. 135-43. Tres años más tarde, el término América Latina fue formalmente repudiado en el segundo Congreso Hispanoamericano de Historia y Geografía en Sevilla, Hispania, vol. 4, núm. 4, 1921, p. 194.
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además de la tecnología importada, transformaron aspectos elementales de la vida cotidiana, desde hábitos de alimentación, vestimenta, trabajo y ocio hasta el uso de la tierra, específicamente con la introducción de la agricultura extensiva, la ganadería y la cultura ecuestre. En forma de estancias en las pampas, fazendas en Brasil, haciendas en Indoamérica o plantaciones en Afroamérica, la prevalencia de latifundios —un sistema de tenencia de la tierra dominado por extensas haciendas— moldeó el espacio rural y las relaciones sociales en la mayor parte de América Latina. El precoz desarrollo de la agricultura comercial —tanto para la exportación como para el consumo interno— se volvió otra característica histórica distintiva de la región. La planeación urbana en el Mediterráneo del Renacimiento —con sus plazas centrales y su diseño reticular como tablero de ajedrez— dio forma al espacio en los pueblos y las ciudades de Chile a México. La ley ibérica impuso una cultura legal (y legalista) unificadora que afectó desde el matrimonio y las relaciones domésticas hasta las herencias y los contratos comerciales. El catolicismo romano tuvo efectos unificadores y duraderos en toda la región, en tanto conjunto de creencias y prácticas y como institución pública. Los idiomas ibéricos impusieron un grado de unidad lingüística que distingue a América Latina de cualquier otro continente. En las posesiones españolas, el hecho de que durante el primer siglo de colonización las llegadas provinieran fundamentalmente de Andalucía, Extremadura y Nueva Castilla, en lugar de España en general, dio forma y unificó el castellano americano. A pesar de la existencia de acentos regionales, el español y el portugués en Iberoamérica no desarrollaron idiomas criollos similares a los creoles basados en el francés de Haití, Guayana y Nueva Caledonia, los creoles ingleses de Belice, Guyana y las Indias Occidentales, o el papiamento de las Antillas Holandesas. En efecto, es revelador que con una pequeña excepción (el palenquero, un patois hispano-bantú que hablan menos de dos mil descendientes de cimarrones en un pueblo al sureste de Cartagena), los únicos creoles en Iberoamérica son idiomas basados en el inglés, introducidos por inmigrantes de las Indias Occidentales a la costa atlántica de América Central y las islas colombianas de San Andrés y Providencia. Esta ausencia no corresponde con ningún rasgo intrínseco del español o del portugués ni con el imperialismo ibérico en general. Después de todo, un creole basado en el español se desarrolló en las Filipinas (chabacano) y dieciocho 25
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creoles portugueses surgieron en África, Asia e incluso en las Américas (el portugués constituye más de la mitad del vocabulario del papiamento en Aruba, Bonaire y Curazao, y un cuarto del saramacano en Surinam). Una comparación de los niveles de saturación de los idiomas coloniales alrededor del mundo muestra la singularidad de la experiencia colonial ibérica en las Américas. Sólo 10 por ciento de la población de India y Pakistán habla inglés y menos de 0.25 por ciento lo habla como lengua materna. La proporción es similar, o más baja, en el caso de Tanzania, Uganda, Kenia, Malawi y Suazilandia y es mayor en otros países africanos, pero las cifras incluyen a hablantes de dialectos locales.22 Los creoles basados en el francés (a los que generalmente se les llama francés africano) se hablan en grados distintos en treinta países africanos, pero sólo pequeñas cantidades de habitantes urbanos hablan francés como lengua materna. Lo mismo sucede en Haití. De los habitantes de Mozambique, 40 por ciento habla portugués, pero sólo 6 por ciento lo hace como lengua materna. La proporción de la población en las ex colonias rusas que habla ruso como idioma principal va de menos de 15 por ciento en Uzbekistán, Turkmenistán, Tayikistán, Kirguistán, Azerbaiyán, Armenia y Georgia, hasta 72 por ciento en Bielorrusia.23 Sólo 60 por ciento de la población de Surinam habla holandés como lengua materna, la misma proporción de hablantes de portugués en Angola y de árabe en Argelia y Marruecos, a pesar de que el colonialismo árabe en la región bereber del norte de África es más de ocho siglos más antiguo que el colonialismo ibérico en las Américas. El francés prácticamente ha desaparecido de Indochina y también lo ha hecho el holandés de Indonesia, el portugués de las ex colonias lusitanas en Asia y el español de las Filipinas. En comparación, prácticamente toda la población de Brasil habla portugués y el caso es el mismo con el español en los países de la América hispánica, con la excepción de Guatemala, Bolivia y Perú, donde lo habla 86-88 por ciento de la población.24 22 D. Crystal (ed.), The Cambridge Encyclopedia of the English Language, Cambridge, Cambridge University Press, 2004, pp. 100-109; M.P. Lewis (ed.), Ethnologue: Lanaguages of the World, Dallas, SIL International, 2009, que también se ha usado para otros casos en este párrafo. 23 J.M. Landau y B. Kellner-Heinkele, Politics of Language in the ex-Soviet Muslim States, Ann Arbor, University of Michigan Press, 2001. 24 F. Moreno Fernández y J. Otero Roth, Demografía de la lengua española, Madrid, Instituto Complutense de Estudios Internacionales, 2006, pp. 19-28.
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Estos drásticos contrastes en el uso de idiomas coloniales y la ausencia de creoles españoles o portugueses en Iberoamérica reflejan un fenómeno más amplio que trasciende la lingüística: la extensión y profundidad cultural del colonialismo ibérico en el Nuevo Mundo. Su impacto va de lo más primario y físico a lo más etéreo. Es palpable en la ecología, la flora y fauna, la agricultura y la cría de animales, la comida y la cocina, el espacio urbano, la arquitectura pública y doméstica, la política, la ley, el idioma, la literatura, la música, el arte elevado y popular, los patrones de nomenclatura y prácticamente cualquier aspecto de la vida social. Incluso algunos artefactos culturales latinoamericanos que llegaron a considerarse como prototípicamente indígenas —como los bombines, las polleras (faldas) tradicionales y los charangos (guitarras pequeñas) de la región andina— en realidad son importaciones castellanas del siglo XVI. En efecto, la huella de la cultura ibérica con frecuencia se volvió invisible precisamente por ser tan profunda y estar tan enterrada en el tiempo, de tal forma que para la mayoría de los observadores parecía ser local, natural e indígena. Además, el énfasis de la historiografía en los componentes amerindios y africanos de América Latina en décadas recientes ha contribuido a hacer de este omnipresente elemento, supuestamente obvio, algo menos visible. Esto ha ocultado la presencia de dos factores cruciales en la definición de América Latina como una categoría significativa más allá de la mera colindancia geográfica. Uno de ellos es interno: la huella cultural ibérica es el principal elemento común que permite la inclusión de países y regiones que son drásticamente distintos en composición etnorracial, nivel de desarrollo económico y estructura social en la misma categoría. El otro es externo: la huella ibérica distingue a América Latina del resto del llamado sur global. En ninguna parte del mundo afroasiático se expandió la cultura europea de manera tan extensa ni permeó tan profundamente. Esta colonización transformadora, por su parte, refleja condiciones y procesos específicos. Uno podría ser que el colonialismo ibérico en las Américas comenzó antes y duró más tiempo (unos tres siglos en el continente y cuatro en Cuba y Puerto Rico) que la mayoría de los casos de colonialismo europeo. Pero esto no es suficiente. Después de todo, las experiencias coloniales de los árabes en Marruecos o, para tal caso, España, los holandeses en Indonesia, los portugueses en África y los españoles en Filipinas comenzaron tan 27
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pronto o antes y duraron más tiempo, pero su influencia de largo plazo fue significativamente menor. Una explicación más importante es el subdesarrollo demográfico y económico de la América de la preconquista y la aniquilación de su población indígena después del contacto que se discutió más arriba. En efecto, esta aniquilación y la brecha en la tecnología y la cultura material entre los ibéricos y los amerindios se parece más a la expansión de los austronesios y bantúes de hace tres milenios en el Pacífico y la mitad sur de África, respectivamente, a expensas de grupos con conocimientos limitados de metales, sin animales de carga ni vehículos con ruedas y con poca inmunidad a enfermedades externas, que a la expansión de los imperios árabes y europeos en Eurasia y África, donde la brecha tecnológica y material entre los conquistadores y los conquistados era considerablemente más angosta. La otra explicación clave es el flujo relativamente denso y duradero de personas que se asentaron, que además tenía un componente femenino importante. En muchas regiones, los colonizadores ibéricos y sus descendientes, además de los colonos europeos posteriores, terminaron por constituir la mayoría. Esto es cierto incluso en zonas fuera de Euroamérica, como Antioquia y Caldas en Colombia, los Altos de Jalisco y otras áreas del norte de México y las tierras altas centrales de Costa Rica y Puerto Rico, Mérida en Venezuela y el occidente y centro de Cuba. Donde esto no sucedió, la población se hispanizó o lusitanizó mucho más de lo que las personas en colonias en África o Asia se afrancesaron o britanizaron. Aun en los países menos europeizados de la región —como Guatemala o Bolivia, por ejemplo— el español y el cristianismo son casi universales, en un drástico contraste con la situación en India, Indonesia, Indochina, Irak, Irán o Costa de Marfil (Côte d’Ivoire) —por usar una sola letra en el alfabeto poscolonial. Multirracialidad y desigualdad Durante la mayor parte de la historia de nuestra especie, las personas permanecieron toda su vida dentro de un radio de menos de 100 kilómetros.25 Puesto que las diferencias fenotípicas humanas en esa área eran apenas 25 Los paleontólogos no han sido capaces de determinar un tamaño fijo para el ámbito espacial de las personas del Paleolítico, pero la cifra de un radio de 100 km de hecho estaría entre los estimados más altos. S.L. Kuhn et al., “The early Upper Paleolithic Occupations at Üçağızlı Cave,
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perceptibles, utilizamos indicadores distintos de la apariencia física, tales como el parentesco, las marcas en el cuerpo, las costumbres y el idioma o dialecto para determinar la pertenencia a un grupo. Al día de hoy, el idioma y los hábitos son las formas más comunes de marcar la etnicidad en el Viejo Mundo, donde las fronteras étnicas separan a pueblos vecinos que no se ven particularmente distintos. Esta forma de determinar la etnicidad aún existe en las Américas, como en el caso de los aimaras y los quechuas en las tierras altas andinas, los mixtecos y los zapotecos en Oaxaca y los yanomami y los ye’kuana en la frontera amazónica entre Brasil y Venezuela. Otra forma surgió en el Nuevo Mundo después de 1492, que construyó la etnicidad no sólo a partir de diferencias culturales y lingüísticas entre pueblos vecinos, sino como resultado de migraciones transcontinentales de grupos cuya diferencia fenotípica era obvia. El concepto de raza como una realidad biológica puede no haber nacido en las colonias ibéricas americanas, pero era poco conocido antes y en otras partes. Frank M. Snowden, en su estudio clásico sobre los negros en la Antigüedad, encontró que los griegos y romanos tendían a ver la apariencia física como el resultado de diferentes ambientes, en lugar de considerarlo un componente intrínseco de la naturaleza humana, y mostraban una falta general de conciencia racial.26 Incluso con la llegada de la esclavitud de negros africanos al Mediterráneo en las décadas anteriores a los viajes transatlánticos de Colón, la raza no era una categoría omnipresente y cuando surgía se discutía con mayor frecuencia en términos bíblicos que biológicos.27 Las primeras migraciones masivas de larga distancia en la historia de la humanidad —que fueron posibles gracias a innovaciones en tecnología maHatay, Turkey”, Journal of Human Evolution, vol. 56, núm. 2, 2009, pp. 87-113, encontró un radio de aproximadamente 30 km donde aparecieron herramientas de piedra similares para un grupo de hace aproximadamente 35 mil años. H.L. Dibble y P. Mellars (eds.), The Middle Paleolithic: Adaptation, Behavior, and Variability, Filadelfia, University Museum, 1992, pp. 75, 100 y 103; y M. Mussi, Earliest Italy: An Overview of the Italian Paleolithic and Mesolithic, Nueva York, Kluwer, 2002, pp. 73, 141 y 354, también encontraron que la mayoría del material que los grupos paleolíticos reunieron provenía de un área con un radio de 25 km y que en los raros casos en los que los individuos viajaban distancias más largas, éstas no eran mayores de 100 kilómetros. 26 F.M. Snowden, Blacks in Antiquity: Ethiopians in the Greco-Roman Experience, Cambridge, Harvard University Press, 1970. 27 A. Saunders, A Social History of Black Slaves and Freedmen in Portugal, 1441-1555, Cambridge, Cambridge University Press, 1982.
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rítima— produjeron en Iberoamérica otro fenómeno histórico sin precedentes: sociedades multicolor que después se volverían multirraciales.28 La transición de una a otra no estaba predeterminada. Muchos grupos en el mundo utilizan el color de la piel para describir a individuos e incluso muestran tener prejuicios en este sentido. Los japoneses, mucho antes de entrar en contacto con los europeos, usaban el “blanco” (shiroi) para describir un color de piel y lo asociaban con la belleza (particularmente de las mujeres), mientras despreciaban tonos más oscuros.29 Pueden encontrarse tendencias similares en la China premoderna, en India y el mundo árabe.30 Sin embargo, ninguno de estos grupos hizo que el color dejara de ser un descriptor de la apariencia para convertirse en una forma de denominar a un grupo de personas. Tres circunstancias permitieron la transformación del color a raza en las Américas. En primer lugar, la migración de larga distancia, transoceánica, como ya se mencionó, provocó que las diferencias morfológicas fueran más prominentes que en el resto del mundo, donde la apariencia física variaba gradualmente y de forma menos perceptible entre poblaciones adyacentes. Era inmensamente más fácil distinguir a europeos, africanos subsaharianos y amerindios unos de otros que, por ejemplo, japoneses o indios de tonos de piel distintos. En segundo lugar, al menos al principio, los rasgos morfológicos coincidían con la ascendencia y la lengua, religión y otros marcadores culturales. En tercer lugar, con el tiempo la “raza” se volvió una categoría más útil que los marcadores religiosos y etnonacionales para determinar quién pertenecía y quién no y para asignar recursos, poder, derechos y privilegios. Lo “cristiano”, un término que los conquistadores y colonizadores tempranos tendieron a emplear para fines de autoidentificación, perdió su utilidad en la medida en que la población nativa y los escla28 B. Lewis, en Race and Slavery in the Middle East: An Historical Enquiry, Nueva York, Oxford University Press, 1990, sostiene que el Islam creó las primeras “civilización verdaderamente universal” y sociedad multirracial. Sin embargo, además de que esta afirmación sólo se sostiene si se excluye a las Américas del universo, el mundo islámico no experimentó las migraciones transoceánicas masivas que llevaron a personas de diferentes continentes al mismo lugar. 29 H. Wagatsuma, “The Social Perception of Skin Color in Japan”, Daedalus, vol. 96, núm. 2, 1967, pp. 407-443. 30 D.J. Wyatt, The Blacks of Premodern China, Filadelfia, University of Pennsylvania Press, 2010, pp. 17, 22-23, 89; B. Lewis, op. cit., p. 22.
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vos africanos se cristianizaban. “Español” (o “portugués”), otros endónimos comunes, duraron más pero se volvieron problemáticos pues la gran mayoría de las personas de origen ibérico en las colonias comenzó a nacer en América y a ser llamada criolla en la América hispánica y mazomba en la América portuguesa. Esta forma de usar el color no sólo para describir la apariencia de los individuos sino también para nombrar y controlar a grupos, apareció en las colonias iberoamericanas un siglo antes que en otras partes del hemisferio occidental y casi cinco siglos antes de que surgiera en Europa Occidental con las migraciones poscoloniales posteriores a la Segunda Guerra Mundial. También llevó a un grado mayor de diversidad racial y mestizaje que en cualquier parte del mundo. En ningún otro lugar los colores —blanco, negro, amarillo, rojo, pardo, raza cobriza— se volvieron una forma tan temprana y omnipresente para definir a individuos y grupos. Y dado el alto grado de mestizaje, en ningún otro lugar el color de piel ha contribuido tanto a las jergas locales. Los distintos términos raciales, identificados por colores, del español coloquial latinoamericano, van de chocolate, café, canela y trigo a color cartucho, negro azul y negro color teléfono (una referencia a los teléfonos viejos que eran totalmente negros).31 Los brasileños del noreste dieron 134 respuestas diferentes cuando el Instituto Brasileiro de Geografía e Estatística les preguntó de qué color eran.32 Puesto que la multirracialidad no sólo resultó de la migración libre, sino también de la conquista y el tráfico de esclavos, estuvo vinculada desde el principio a la desigualdad racial y, con el tiempo, a ideologías y estructuras racistas. La esclavitud era, y aún es —en números absolutos hay más esclavos en el mundo hoy que en cualquier otro momento de la historia— una práctica particularmente común y extendida, a la que pocos grupos han sido inmunes. Incluso cuando los europeos esclavizaban a los africanos durante el periodo de su hegemonía colonial, más de un millón de europeos 31 D. Howard, “Colouring the Nation: Race and Ethnicity in the Dominican Republic”, tesis doctoral, Universidad de Oxford, 1997, p. 5; H.L. Gates Jr., Black in Latin America, Nueva York: New York University Press, 2011, pp. 223-47. 32 J.M. Fish, “What Brazilian Censuses tell us about Race?” Psychology Today, diponible en: https://www.psychologytoday.com/blog/looking-in-the-cultural-mirror/201112/what-does-the-brazilian-census-tell-us-about-race
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estaban esclavizados en el norte de África.33 Sin embargo, la esclavitud en las Américas tomó formas especialmente severas. La naturaleza transoceánica del comercio hizo imposible escaparse y regresar a casa o que amigos o familiares rescataran o compraran de nuevo a los esclavos. Este grado de esclavitud, en el que los derechos de propiedad sobre los esclavos son altos y se extienden automáticamente sobre los hijos y las generaciones futuras ad infinitum, era poco conocido en otros lugares. También lo era la proporción de la fuerza de trabajo que estaba esclavizada, que iba de 40 a 94 porciento en las áreas de plantaciones de las Américas (los niveles más altos que he encontrado en otras partes son de 30 por ciento en la Italia romana durante el primer siglo de nuestra era y de aproximadamente la mitad en las colonias holandesas de Batavia y Colombo en el siglo XVII).34 La esclavitud de indígenas fue masiva durante el primer siglo de colonización —65 mil personas fueron esclavizadas en las regiones costeras de Costa Rica, Nicaragua y Honduras— e incluso después de que la Corona española y portuguesa la abolieran, continuaron desarrollándose toda clase de sistemas de trabajo de servidumbre.35 El uso de términos como cuarterón y ochavón (adoptados después en inglés como quadroon y octoroon) revelan una conciencia racial basada en la biología y la descendencia que desautoriza la idea común de que las taxonomías raciales en América Latina eran fluidas y estaban más basadas en la cultura, la clase o el estatus que en la ascendencia. Lo mismo puede decirse sobre la terminología de castas en los cuadros de la Indoamérica colonial. Pueden no representar categorías oficiales, pero revelan una conciencia de raza, ascendencia y pureza racial y, después de todo, la sociedad colonial estaba oficialmente organizada alrededor de un sistema de castas basado en la raza. Después de la independencia, las legislaturas de los nuevos países latinoamericanos abolieron estos sistemas coloniales basados en la raza. En efecto, el único país latinoamericano que tuvo segregación racial legal den33 R.C. Davis, Christian Slaves, Muslim Masters: White Slavery in the Mediterranean, the Barbary Coast and Italy, 1500-1800, Nueva York, Palgrave Macmillan, 2003. 34 S.R. Joshel, Slavery in the Roman World, Nueva York, Cambridge University Press, 2010, pp. 7-8, 56; U. Bosma y R. Raben, Being “Dutch” in the Indies: A History of Creolisation and Empire, 1500-1920, Singapur, Nus Press, 2008, pp. 46, 93-94. 35 A. Gallay (ed.), Indian Slavery in the Americas, Lincoln, University of Nebraska Press, 2009.
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tro de sus fronteras fue Panamá, puesto que las autoridades estadounidenses lo impusieron en la zona del canal controlada por Estados Unidos. Sin embargo, tanto la esclavitud africana como los sistemas de trabajo de servidumbre indígena continuaron existiendo mucho después del fin del colonialismo ibérico. Aunque las relaciones interraciales en América Latina hoy puedan ser menos conflictivas y tensas que en Estados Unidos o Europa Occidental, es posible que los niveles de desigualdad socioeconómica racial sean más altos. Utilizando una comparación estadística, el historiador George Reid Andrews encontró que los niveles de desigualdad racial de Brasil superaban los de Estados Unidos en la década de 1980.36 Otro estudio que usa datos de la distribución del ingreso encontró el mismo patrón para el siglo XXI.37 Un libro reciente sobre raza y color en Brasil, Perú, Colombia y México se titula, sin rodeos, Pigmentocracies [Pigmentocracias], puesto que encontró que las desigualdades socioeconómicas basadas en el color de piel eran aún más grandes que aquellas basadas en la autoidentificación racial.38 Sólo una mirada casual a los concursos de belleza en cualquier parte de Afro- e Indo- América Latina dará evidencia clara de este colorismo en los estándares hegemónicos de belleza. Independientemente de que los concursos tengan lugar en Venezuela o Guatemala, el fenotipo de las ganadoras y, de hecho, de la mayoría de las competidoras sugeriría que están sucediendo en algún país europeo (cuando pregunto a los estudiantes, la respuesta más común es Italia). América Latina no es la región más desigual del mundo. Al menos desde la década de 1980, la África subsahariana ha tenido el promedio más alto de coeficientes de Gini.39 Pero América Latina es el segundo lugar por poco. Esto es resultado, en gran medida, de una larga historia de multirracialidad enmarcada en estructuras de grandes 36 G.R. Andrews, “Racial Inequality in Brazil and the United States: A Statistical Comparison”, Journal of Social History, vol. 26, núm. 2, 1992, pp. 229-263. 37 C. Gradin, “Race and Income Distribution: Evidence from the US, Brazil and South Africa” , Society for the Study of Economic Inequality, ECINEQ, Documento de trabajo 179, agosto de 2010. 38 E. Telles, Pigmentocracies: Ethnicity, Race, and Color in Latin America, Chapel Hill, University of North Carolina Press, 2014. 39 K. Deininger y L. Squire, “A New Data Set Measuring Income Inequality”, World Bank Economic Review, vol. 10, 1996, pp. 565-591.
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disparidades de poder. Todos los países latinoamericanos, excepto tres, están entre los cuarenta Estados-nación más desiguales del mundo. Es notable que las tres excepciones (Argentina, Uruguay y Cuba) fueran los países que recibieron al número más grande de inmigrantes libres en relación con su población. Homogeneidad cultural, sus orígenes y consecuencias Iberoamérica es el área continental más extensa del mundo vinculada por prácticas legales, idioma, religión, patrones de nomenclatura y formas de organización del espacio urbano similares, entre otros marcadores culturales. Hay menos idiomas principales (aquellos con medio millón de hablantes o más) en todo Iberoamérica (nueve) que en muchos países, como Ghana, Kenia o Myanmar (diez cada uno), Pakistán y Sudáfrica (11), Irán (13), Uganda (14), Filipinas y Mozambique (15), Etiopía y Nigeria (17), Tanzania (18), la República Democrática del Congo (24) o incluso partes de países, como la porción europea de Rusia (11) o la isla de Sumatra en Indonesia (14), por no mencionar India, el subcontinente en el que hay más idiomas principales que comienzan con una sola letra (k, 16) que en toda América Latina, o en todo el hemisferio occidental, para tal caso.40 El hecho de que la región más multirracial del mundo sea también una de las menos multiculturales puede parecer una paradoja, pero los orígenes de los dos rasgos pueden ser los mismos. La América precolombina fue, de hecho, una de las regiones más multiculturales del planeta. El relativo aislamiento de los grupos poblacionales y la escasez de Estados —particularmente fuera de Mesoamérica y los Andes centrales— preservaron la separación y la diferencia. Alrededor de 1500, las Américas tenían menos de la mitad de los habitantes de Europa, pero dieciséis veces más idiomas.41 Sin embargo, el mismo colonialismo ibérico que creó la multirracialidad al traer olas de inmigrantes que se establecieron y esclavos de tierras lejanas también borró gran parte de la diversidad cultural de la América Calculado con datos sobre idiomas y número de hablantes en M.P. Lewis, op. cit. Cálculos basados en datos de J.M. Decroly, “Distribution of the World Population”, en G. Caselli, J. Vallin y G.J. Wunsch (eds.), op. cit., vol. III, capítulo 70, pp. 101-117 y “Native Peoples of the Americas”, Encyclopaedia Britannica, 2010, p. 85. 40
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precolombina al imponer el poder unificador de las dos Coronas sobre un hemisferio que tenía pocas y pequeñas entidades estatales, en comparación con el resto del mundo. En cierto sentido, el imperialismo ibérico, incluso con todas las limitaciones de su aparato burocrático, llevó a la región de un extremo de fragmentación política (y, en algunos casos, prepolítica) a un extremo de unificación política, para estándares contemporáneos. La unificación política fomentó la homogeneización cultural a través de una mezcla de coacción, adopción y adaptación desde abajo. La diversidad religiosa disminuyó en la medida en que el catolicismo se impuso desde arriba y en muchos casos se adoptó. Lo mismo sucedió con prácticas legales locales, el diseño urbano y la arquitectura pública y doméstica, además de muchos otros rasgos culturales. El español y el portugués de manera creciente se volvieron la lingua franca que hablantes de distintos idiomas indígenas o africanos usaban para comunicarse entre sí. Al menos 110 idiomas se extinguieron en México cuatro generaciones después de la conquista.42 Los idiomas del norte de Perú, que se habían resistido a la quechuanización de los incas, casi desaparecieron con el colonialismo español.43 La pérdida fue aún mayor más allá de los imperios azteca e inca, donde la falta de Estados permitía una mayor diversidad lingüística. Más de doscientos idiomas indígenas desaparecieron en el Brasil colonial. Sin embargo, quienes llevaron a cabo la mayor parte de la iberización de América Latina no fueron los españoles ni los portugueses, sino personas nacidas en América de diferentes orígenes raciales, hispanizadas o lusitanizadas, y en gran medida esto ocurrió después del periodo colonial. Este fue el caso especialmente entre grupos aislados que se encontraban en lo profundo de las selvas tropicales, donde las autoridades coloniales apenas si habían llegado, y en las áreas amerindias más densamente pobladas. La mayor parte de la pérdida de idiomas en la Amazonia ocurrió después de que Brasil se independizara. En las áreas rurales de las tierras altas de Perú, Bolivia o Guatemala, la hispanización es un proceso avanzado, pero aún en
42 S.A. Wurm, Atlas of the World’s Languages in Danger of Disappearing, París, UNESCO, 2001, pp. 47-48, 170. 43 W.F.H. Adelaar, The Languages of the Andes, Cambridge, Cambridge University Press, 2004, p. 170.
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marcha.44 El español se ha vuelto la lengua principal sobre todo entre personas menores de cuarenta años. En efecto, en lugar de “iberización”, el proceso de homogeneización en América Latina podría denominarse de forma más precisa “iberocriollización”. Después de todo, América Latina puede estar en el Nuevo Mundo, pero contiene algunos de los países más viejos. En vísperas de la Primera Guerra Mundial había aproximadamente cuarenta Estados-nación en el planeta, la mitad de los cuales estaban en América Latina y ya tenían casi un siglo de existir. Varias tendencias poscoloniales aumentaron la homogeneidad cultural. Los esfuerzos de los nuevos países por forjar una identidad nacional promovieron la uniformidad cultural de la ciudadanía. La presencia del Estado y la educación pública en español se extendieron de manera creciente y constante al campo. Puesto que los Estados-nación latinoamericanos han existido durante al menos un siglo más que el resto (excepto por un par de docenas) de los países actuales, el proyecto de nacionalización y homogeneización está más avanzado. La migración de las zonas rurales a las urbanas y la consecuente urbanización, otro motor de la homogeneización nacional, también tuvo lugar en América Latina antes que en Asia y África. Éste también fue el caso de la expansión de la alfabetización (en idiomas ibéricos), la política de masas y los medios de comunicación. En el proceso, la conexión entre la ascendencia amerindia y el idioma y la cultura amerindios se debilitaron cada vez más. Lo mismo sucedería con los descendientes de la inmigración más grande de la historia de América Latina, los 17 millones de europeos que llegaron después de la independencia, especialmente entre 1870 y 1930, y en cantidades menores durante las dos décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Distintos factores, además de los mencionados antes, facilitaron la integración de estos recién llegados y sus descendientes. Más de cuatro quintas partes de los recién llegados provenían de países latinos y católicos (40% de Italia, 32% de España, 11% de Portugal y 2% de Francia) y una proporción similar se dirigió a la región más “latinizada” de América Latina: el este de Argentina, Uruguay y el sur de Brasil, regiones en las que la población indígena había sido escasa y la llegada de africanos limitada —en donde menos 44
W.F.H. Adelaar, op. cit., pp. 49-62, 114-16, 175-76, 611-23.
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de uno por ciento del comercio transatlántico de esclavos había llegado—. Esto hizo la brecha cultural más estrecha entre los inmigrantes y las sociedades que los recibieron. Los inmigrantes llegaron en grandes cantidades y, junto a sus hijos y nietos, terminaron por constituir la mayoría de la población de las regiones receptoras, lo que les hizo imposible concentrarse en un solo estrato socioeconómico.45 Esto impidió la formación de una clase marginal semipermanente de origen inmigrante, como sucedió con los tamil en Malasia y Sri Lanka, o de una clase mercantil dominante, como fue el caso de los indios en África y los chinos en el sureste asiático, lo que generó una mezcla de xenofobia y resentimiento de clase en la población original, a menudo con consecuencias violentas. Con toda seguridad, la preservación de las culturas anteriores a la migración variaba con las circunstancias. Quienes se asentaron en colonias rurales relativamente aisladas —como los galeses o los alemanes del Volga en la Patagonia y las Pampas, y los alemanes en el sur de Brasil— fueron capaces de preservar sus idiomas y costumbres durante más tiempo que quienes se asentaron en espacios urbanos o suburbanos. La llegada de cantidades importantes de inmigrantes europeos a todos los países de acogida después de la Segunda Guerra Mundial reactivó vínculos con los países de origen e identidades anteriores a la migración. Ciertos grupos, especialmente los del norte de Europa, que tenían un sentido de superioridad con respecto a la cultura “latina”, tendieron a mantener una identidad separada durante más tiempo que aquellos que provenían del sur de Europa. La relativa riqueza nacional y el prestigio a lo largo del tiempo también tuvieron un efecto. Durante la mayor parte del periodo de migración masiva, los países receptores eran percibidos como más modernos y avanzados que la mayoría de los países de origen. Los hijos de los inmigrantes a menudo se avergonzaban de sus orígenes y buscaban identificarse con el nuevo país. El creciente prestigio económico y cultural de los países del sur de Europa en las últimas décadas ha llevado a un aumento en la identificación con los orígenes inmigrantes. 45 Los inmigrantes europeos constituían 35 por ciento de la población en Uruguay a finales del siglo XIX y 30 porciento en Argentina antes de la Primera Guerra Mundial, en comparación con 20 por ciento en Australia y 15 por ciento en Estados Unidos. J.C. Moya, “L’Amérique ibérique…”, op. cit.
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Sin embargo, para estándares mundiales, lo sorprendente de los países latinoamericanos de inmigración, incluyendo los que los recibieron en menores cantidades, no es la persistencia de las culturas, hábitos e identidades anteriores a la migración, sino la rapidez y exhaustividad de su desaparición. Los migrantes alrededor del mundo, desde los árabes y los gujaratis de África oriental, los ibos y los libaneses en África occidental a los alemanes del Volga en Kazajstán, los chinos en Malasia y los indios en Trinidad mantienen identidades y estructuras comunitarias separadas durante generaciones y a veces durante siglos, aunque no estén definidas territorialmente. Su identidad étnica no sólo influye en las costumbres, las maneras y el comportamiento doméstico, sino que casi determina lo que dicen y comen, dónde viven, cómo se ganan la vida, con quién socializan y se casan, y prácticamente cada aspecto de su vida pública y privada. En comparación con este nivel de separación y continuidad, la persistencia étnica en América Latina, especialmente después de la tercera generación, muestra ser menos relevante, por decirlo suavemente. Lingüísticamente, estas sociedades anfitrionas han mostrado ser apisonadoras. Los inmigrantes de tercera generación que hablan el idioma de sus antepasados son pocos, y quienes lo hablan son sin duda excepcionales. El yiddish, que había sobrevivido un milenio como el idioma de una minoría étnica en el centro y este de Europa, desapareció en tres generaciones en Argentina, Uruguay, Brasil, Cuba y México.46 Las tasas de exogamia son excepcionalmente altas. Esto es cierto incluso entre grupos que ya eran minorías étnicas y altamente endogámicos antes de cruzar el Atlántico. Más de la mitad de los judíos en Argentina, Uruguay y Brasil contraen matrimonio fuera del grupo, en un nivel sin precedentes en la historia de un grupo cuyas tasas de exogamia en Europa del Este, el norte de África y Medio Oriente alrededor de 1930 estaban por debajo de 2 por ciento y hoy están por debajo de 35 por ciento en otras sedes de la diáspora, como Australia, Canadá y Nueva Zelanda, y por debajo de 25 por ciento en Sudáfrica.47 Para todos los grupos inmigrantes en América Latina, la segregación 46 J.C. Moya, “The Jewish Experience in Argentina in a Diasporic Perspective”, en A. Brodsky y R. Rein (eds.), The New Jewish Argentina, Leiden, Brill, 2013, pp. 7-29. 47 S. Reinharz y S. DellaPergola (eds.), Jewish Intermarriage Around the World, New Brunswick, Transaction Books, 2009.
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residencial u ocupacional nunca fue alta para estándares internacionales y se han vuelto imperceptible.48 Esta fuerza asimilacionista refleja —y se refleja en— nociones de ciudadanía que América Latina comparte con el resto del hemisferio. Treinta y seis de los treinta y ocho países del Nuevo Mundo otorgan ciudadanía por derecho de nacimiento (ius soli), una forma inclusiva de ciudadanía cívica que permite que cualquiera se vuelva miembro de la comunidad política y ciudadano, independientemente de su ascendencia. Esto contrasta fuertemente con el resto del mundo, donde sólo once de 156 países tienen ius soli y otorgan ciudadanía basada en la “sangre” (ius sanguinis), en lugar de como derecho de nacimiento. El sistema legal de América Latina, basado en principios universalistas en vez de derechos de grupos, resultó de y fortaleció identidades nacionales integradas. Esto, a su vez, ilustra el alto grado de uniformidad cultural tanto en América Latina como dentro de sus naciones. La coexistencia de la desigualdad socioeconómica y de la uniformidad cultural podría explicar otra de las aparentes paradojas de América Latina: que tiene los niveles más altos de violencia individual y el nivel más bajo de violencia entre grupos en el mundo. Las tasas de homicidios en los países más desarrollados o igualitarios (Uruguay, Argentina, Chile, Cuba y Costa Rica) más Perú y Bolivia son más bajas que el promedio global. Pero, dadas las marcadas desigualdades, combinadas en décadas recientes con el narcotráfico, América Latina en conjunto ha sufrido la tasa de homicidios más alta del mundo, sobrepasando la del Caribe no hispánico y el África subsahariana y empequeñeciendo a las del resto del planeta al menos desde la década de 1970, cuando los datos comenzaron a recolectarse alrededor del mundo. Por otro lado, la uniformidad cultural ha minimizado la violencia intergrupal dentro de y entre países latinoamericanos. A pesar de la abundancia de regímenes represivos en su historia, América Latina ha sufrido considerablemente menos democidios —que además han sido menos sangrientos— que cualquier otro continente en aproximadamente los últimos cuatro siglos. Miguel Ángel Centeno, en su estudio de la guerra en la Amé48 J.C. Moya, Cousins and Strangers: Spanish Immigrants in Buenos Aires, 1850-1930, Berkeley, University of California Press, 1998, pp. 180-188.
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rica Latina poscolonial, encontró que, para estándares globales, lo que destaca sobre la región es “la ausencia general de matanzas organizadas” y la rareza de guerras tanto civiles como internacionales.49 En el riguroso estudio de R.J. Rummel sobre genocidios y masacres de Estado, los gobiernos latinoamericanos son responsables de menos de uno porciento de los 169 millones de personas en el mundo que han muerto a manos de su gobierno en el siglo XX.50 Incluso formas menos terribles de conflictos colectivos étnicos intranacionales, regionales y sectarios son menos comunes en América Latina, no sólo en contraste con países más nuevos del mundo afroasiático, sino también en comparación con Europa Occidental, la cuna putativa y el sitio por excelencia de las comunidades nacionales maduras y cohesivas. América Latina no tiene nada parecido a los movimientos separatistas etnonacionalistas —y a menudo violentos— vasco, catalán, corso, flamenco, norirlandés y escocés. Ningún país latinoamericano envía a cuatro “equipos nacionales” a la copa del mundo de futbol, como el Reino (aparentemente no tan) Unido, y ninguno tiene un partido político separatista que denigre al resto de la nación como la Lega Nord italiana. Sólo clichés como “repúblicas bananeras” o “países emergentes” acumularon prejuicios y ciertas suposiciones no sometidas a examen pueden sostener la idea de que las naciones latinoamericanas son proyectos relativamente incompletos en comparación con Europa Occidental. Globalización, modernidad y exclusión de América Latina de “Occidente” La centralidad de América Latina en los procesos gemelos de globalización y modernidad es otro de sus rasgos unificadores y distintivos principales. Aunque vastas extensiones de Eurasia habían estado conectadas desde la época del imperio mongol, es imposible hablar de globalización (un término que se refiere a un globo o esfera) antes de 1492. Las periodizaciones eurocéntricas solían situar el principio de la historia moderna en la caída de Constantinopla en 1453. Sin embargo, el “descubrimiento” de las Indias es obviamente un mejor candidato para una fecha inicial que claramente es arbitraria. 49 M.Á. Centeno, Blood and Debt: War and the Nation-State in Latin America, University Park, The Pennsylvania State University Press, 2002, pp. 7-10. 50 R.J. Rummel, Death by Government, New Brunswick, Transaction Publishers, 1994, pp. 4-7.
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Las consecuencias de ese evento transformaron drásticamente las visiones del mundo —literalmente— y el mundo mismo. Karl Marx describió el intercambio colombino como el umbral del mundo moderno en la primera página del Manifiesto Comunista. Adam Smith, el padre filosófico del capitalismo, lo llamó el “evento más importante registrado en la historia de la humanidad”.51 Esta aseveración puede ser hiperbólica en relación con la historia general de la humanidad, pero es irrefutable en cuanto al origen del capitalismo moderno. La plata de las Américas —que representó 85 por ciento de la producción mundial entre 1530 y 1810— hizo posible el desarrollo del capitalismo mercantil en Europa, como los historiadores económicos han afirmado por mucho tiempo.52 Puso en marcha el primer sistema comercial verdaderamente global, de acuerdo, entre otros, con la nueva “escuela californiana” de sinólogos que han mostrado que durante tres siglos Europa pagó todas sus importaciones casi exclusivamente con plata americana, mucha de la cual terminó en China.53 Y, además de otros recursos del Nuevo Mundo, también fue el elemento más importante para explicar la Revolución Industrial, de acuerdo con recuentos más audaces —y menos convincentes.54 Cualquiera que haya sido el papel de la plata latinoamericana en el advenimiento de la industrialización en Europa, sí fomentó niveles de industrialización y urbanización dentro de la región que han pasado desapercibidos en recuentos eurocéntricos, y más recientemente asiacéntricos, de la histo-
A. Smith, The Wealth of Nations, Londres, Canaan, 1904 [1776], vol. II, p. 125. Véase, por ejemplo, E.J. Hamilton, “American Treasure and the Rise of Capitalism, 15001700”, Economica, 27, noviembre de 1929, pp. 338-357. 53 K. Pomeranz, The Great Divergence: Europe, China, and the Making of the Modern World, Princeton, Princeton University Press, 2000, pp. 159-161 y capítulo 6; R. Von Glahn, Fountain of Fortune: Money and Monetary Policy in China, 1000-1700, Berkeley, University of California Press, 1996, capítulo 4. 54 Véase K. Pomeranz, op. cit., capítulo 6, que otorga un papel prominente al intercambio colombino en la producción de tal divergencia; y A.G. Frank, ReOrient: Global Economy in the Asian Age, Berkeley, University of California Press, 1998, una respuesta asiacéntrica a recuentos eurocéntricos de la economía mundial entre 1400 y 1800 que aminora la importancia de 1492 fuera del mundo atlántico (pp. 328-330), pero termina argumentando que básicamente fueron la plata, los recursos y los mercados de las Américas los que permitieron a las economías europeas ir al paso de China e India hasta 1800 y luego rebasarlas, teniendo así un efecto catalítico más allá del Atlántico (pp. 262-263, 277-285 y 344). 51
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ria de la economía mundial. Alrededor de 1600, la población de Potosí superaba la de cualquier ciudad de Europa Occidental, con la excepción de París y Nápoles, y sus minas de plata eran el complejo industrial más grande del mundo. Dos siglos más tarde, en Iberoamérica se ubicaban cuarenta y cinco de las cincuenta ciudades más grandes del Nuevo Mundo. La población de la Ciudad de México excedía, por sí sola, la de las cinco mayores ciudades estadounidenses juntas. En términos de producción, tecnología y tamaño de la fuerza laboral y su organización, además de productividad, el complejo minero del Bajío mexicano probablemente rebasaba la supuesta cuna de la Revolución Industrial en el centro de Inglaterra.55 El efecto de esa producción superó el de las regiones plateras. Cuba occidental desarrolló una precoz economía de servicios para abastecer a la flota platera que convirtió la isla en el área más urbanizada del mundo alrededor de 1800, de nuevo delante de los sitios putativos de vanguardia mundial en urbanización en Inglaterra y Holanda.56 Algunas décadas más tarde, los ingenios azucareros de vapor, el séptimo ferrocarril del mundo y otras tecnologías hicieron de la isla una pionera en la Revolución Industrial —un proceso que sólo se ha contado al otro lado del Atlántico o al norte de la línea Mason-Dixon—. Y, a pesar de las suposiciones anglo-gálicas de supremacía hipocrática, Cuba tenía más médicos per cápita durante el siglo XIX que Inglaterra o Francia.57 El papel central, y a veces pionero, de América Latina en el desarrollo de la globalización y modernidad no terminó con el fin del dominio colonial 55 J. Tutino, Making a New World: Founding Capitalism in the Bajío and Spanish North America, Durham, Duke University Press, 2011. 56 E.E. Lampard, “Historical Contours of Contemporary Urban Society: A Comparative View”, Journal of Contemporary History, vol. 4, núm. 3, 1969, pp. 3-25, sostiene que “incluso en 1800 sólo en Holanda y Gran Bretaña hasta una de cada cinco personas residían regularmente en pueblos y ciudades” (p. 3). Sin embargo, calculando la población urbana de Cuba en 1792 de forma conservadora, considerando a aquellas personas que vivían en ciudades de más de 10 mil habitantes, con datos de R. Morse, “Trends and Patterns of Latin American Urbanization, 17501920”, Comparative Studies in Society and History, vol. 16, núm. 4, 1974, p. 439, encontramos una cifra de 30 por ciento. Las cifras comparables para 1800 que ofrece J. de Vries, European Urbanization, 1500-1800, Cambridge, Harvard University Press, 1984, p. 39, son de 29 por ciento para Holanda y 20 por ciento para Inglaterra y Gales. 57 A. Lopez-Denis, “Disease and Society in Colonial Cuba, 1790-1840”, tesis doctoral, Universidad de California, Los Ángeles, 2007, pp. 66-67.
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y el periodo moderno temprano. En efecto, la independencia política de la región la sitúa a la vanguardia de dos tendencias que regularmente se consideran umbrales del mundo moderno. La primera es la llamada Revolución Liberal, el cambio de las monarquías del antiguo régimen, en las que la herencia legitimaba el poder político, a repúblicas constitucionales, y la noción de soberanía popular, donde la legitimidad se origina con el consentimiento de los gobernados. Este supuesto cambio sirve como base de la periodización tradicional de la historia occidental, en la que la Revolución Francesa marca la transición de la modernidad temprana a la historia moderna, o de moderna a contemporánea en el uso de los historiadores de la Europa continental. Aquí, América Latina casi siempre se ha excluido de una corriente occidental donde jugó un papel esencial. La centralidad del liberalismo desde principios del siglo XIX hace que la historia política de la región sea paralela a la europea y la distingue en eso del resto del mundo. El liberalismo se volvió una ideología popular, en lugar de simplemente un credo de las élites, en ciertas partes de América Latina —especialmente en México— antes que en el este y partes del norte de Europa. Las luchas de América Latina en contra de las monarquías ibéricas precedieron a movimientos similares en el centro y este de Europa en contra de los imperios otomano, austrohúngaro y ruso por un periodo de cincuenta a cien años. La cruzada de los liberales latinoamericanos en contra del poder temporal de la Iglesia durante el siglo XIX coincide en contenido y coordinación temporal con luchas similares en la Europa católica, pero precede a algunas de ellas, como el caso de Italia. El hecho de que Benito Mussolini fuera llamado así en honor a Benito Juárez puede parecer sólo una anécdota curiosa, pero es indicativa del estatus icónico que algunos líderes liberales latinoamericanos alcanzaron en el Viejo Mundo. La segunda tendencia, relacionada con la anterior y normalmente considerada un umbral de la historia moderna que puso a América Latina en la vanguardia, es el desarrollo de los Estados-nación. Ninguna década desde 1800 ha dejado de atestiguar el nacimiento de al menos una de esas comunidades políticas. Sin embargo, la producción de estas formas peculiarmente modernas de organizar y delimitar el espacio físico se ha concentrado en cuatro auges temporales que coincidieron con el fin de entidades imperia43
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les más extensas. El primero surgió de las cenizas de los dominios ibéricos en las Américas entre 1810 y 1824; el segundo, de las ruinas de los imperios austrohúngaro, ruso y otomano después de la Primera Guerra Mundial; el tercero siguió a la desintegración de imperios europeos de ultramar después de la Segunda Guerra Mundial, y el cuarto surgió en la década de 1990 del cadáver comunista de lo que ahora pocos recuerdan que solía ser el “segundo mundo”. Esto significa que América Latina atravesó un proceso que, para bien o para mal, es la expresión por excelencia de la modernidad política más de un siglo antes que todos excepto por una veintena de los más de 190 países que controlan o afirman ser dueños de cada centímetro cuadrado del planeta hoy. Lo que aún es noticia en muchos lugares del mundo (incluyendo zonas de Europa) en el siglo XXI —movimientos separatistas, caudillismo regional y la lucha por crear naciones-Estado coherentes— forma parte de un periodo específico de la historia latinoamericana del siglo XIX. Esto otorga a la historiografía de la región un elemento de unidad temática y temporal, puesto que, con excepción de Cuba y Puerto Rico, todos los países atravesaron un proceso similar (incluso aquellos como Brasil y Chile, donde la lucha fue menos pronunciada) más o menos en el mismo periodo. Las conexiones de América Latina con la economía del mundo decayeron en el periodo posterior a la independencia. Sin embargo, revivieron con tal fuerza después de mediados del siglo que la región llegó a jugar un rol tan importante en la segunda etapa de globalización y la paralela difusión del capitalismo global-financiero (alrededor de 1870-1930) como el que había jugado en la primera y la expansión del capitalismo que la acompañó después de 1492. El comercio transatlántico durante ese periodo rebasó, en volumen y valor, el de la era colonial.58 Las pieles, la lana y el lino de las pampas, el hule del Amazonas y los minerales de Chile y México impulsaron la Revolución Industrial del otro lado del océano. América Latina se volvió un mercado de gran importancia para la producción de esta revolución y muchas de sus regiones más avanzadas fueron partícipes tempranos del proceso mismo. La cantidad de llegadas de Europa multiplicó el 58 K.H. O’Rourke y J.G. Williamson, Globalization and History: The Evolution of a NineteenthCentury Atlantic Economy, Cambridge, MIT Press, 2001.
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número de asentamientos coloniales en una proporción de diez a uno. También lo hicieron los flujos de capitales, hacia el oeste en forma de inversiones —la mayoría británicas— y hacia el este como remesas de inmigrantes. La circulación transatlántica de bienes, dinero, gente, tecnologías, prácticas institucionales, ideas y toda clase de bienes materiales y culturales adquirieron una intensidad y una densidad sin precedentes. Dado que los factores de esa circulación tendían a moverse al unísono y de forma desigual hacia diferentes destinos, el proceso revirtió el rango económico de la época colonial y abrió las brechas regionales que llegaron a caracterizar a América Latina, y el hemisferio occidental en general, durante el periodo nacional. Las exportaciones, el capital, la tecnología y los emigrantes provenientes de Europa se dirigieron principalmente a las regiones del Nuevo Mundo desde las que más se importaba, es decir, las zonas templadas de Norte y Sudamérica y Cuba. Sin embargo, aunque el nivel de integración a la economía global fue significativamente distinto, la situación geográfica de América Latina en un sistema dominado por el Atlántico le otorgó una ventaja sobre otras regiones del mundo. Es probable que Argentina y Uruguay hayan gozado de los niveles más altos del mundo en comercio internacional per cápita y estado entre los diez países más ricos al comienzo de la Primera Guerra Mundial; sin embargo, el comercio y el PIB per cápita de América Latina en general fueron mayores que en casi todo el mundo. El PIB per cápita de México superó el de Hungría y Polonia, y el de Perú fue el doble que el de China.59 El crecimiento demográfico fue mayor en los países de inmigración, pero América Latina en general y Europa aumentaron su porción de la población mundial durante ese periodo, mientas que la de Asia y África disminuyeron. Respecto a los habitantes de las ciudades, Uruguay puede haber sido el país más urbanizado en el mundo después de Inglaterra alrededor de 1900 y Cuba, Argentina y Chile se encontraban entre los primeros doce. América Latina en general ha sido la región más urbanizada del mundo después del norte de Europa y sus colonias de asentamiento desde mediados del siglo XIX. Cuba fue el séptimo país del mundo en 59 Los datos para el PIB per cápita provienen de series históricas construidas por el economista A. Maddison, disponibles en www.ggdc.net/maddison
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tener ferrocarriles, los símbolos por excelencia de la modernidad decimonónica, pero otras cinco naciones latinoamericanas estuvieron entre los primeros veinte países en construirlos y los veinte estaban en el mundo atlántico. La ventaja de la geografía podía incluso sobrepasar ciertos niveles de desarrollo. El “caballo de hierro” llegó a una docena de países latinoamericanos (incluyendo Paraguay y Bolivia, pobres y sin acceso al mar) antes de alcanzar Japón. Un patrón similar de difusión aparece en las prácticas políticas y sociales asociadas a la modernidad. La política de masas más avanzada estaba en Uruguay —que desarrolló un Estado de bienestar a principios del siglo XX, el cual precedió a la mayoría de sus contrapartes en Europa Occidental— y en Argentina —que estableció el voto masculino universal, secreto y obligatorio en 1912, que eligió al primer senador socialista en el hemisferio occidental un año más tarde y vio la fundación del segundo partido comunista del mundo en 1918, sólo un año después de que los bolcheviques fundaran el primero en la Unión Soviética y meses antes de que Rosa Luxemburgo fundara el tercero en Alemania. Aparecieron partidos comunistas en otros cinco países latinoamericanos (México, Uruguay, Cuba, Chile y Brasil) antes de 1922, un momento que coincide con el de Estados Unidos, Canadá, Europa Occidental y Australia-Nueva Zelanda y precede el de la mayor parte de África y Asia por décadas. La expansión geográfica de las celebraciones del primero de mayo dibuja un mapa similar. Este día del trabajador “internacional” vio protestas en las calles por parte de socialistas y anarquistas durante su debut en 1890 en 63 ciudades europeas, que iban desde Helsinki y Varsovia en el este hasta Londres y Lisboa en el oeste, y en seis ciudades al otro lado del Atlántico: Chicago, Nueva York, La Habana, Buenos Aires, Rosario y Montevideo. Desde estos sitios pioneros de activismo de la clase trabajadora, la práctica se extendió durante las dos décadas siguientes a Europa del Este y ocho países latinoamericanos más, pero a ningún otro lugar fuera del mundo atlántico, a menos que fuera un asentamiento de inmigrantes europeos. Independientemente de que sea el PIB, la demografía, la urbanización o la difusión de tecnología, los partidos políticos o las prácticas colectivas de los trabajadores, el patrón es el mismo. Algunos países latinoamericanos se sitúan en el mismo nivel y momento que Europa Occidental y lo que hoy 46
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llamaríamos el primer mundo y los otros, con la excepción de América Central, ocupan un espacio o momento más cercano a la periferia europea que a Asia y África. El patrón persiste en materia de las principales tendencias políticas del siglo XX. En 1910, México tuvo la primera revolución social del siglo, siete años antes que la que supuestamente sacudió al mundo en diez días. Durante los años 1930 y 1940, Cuba, Argentina, Uruguay, Brasil, México y Chile estuvieron al frente de una tendencia global de formación de regímenes populistas y en una transición de políticas liberales y de libre comercio a planes autárquicos de industrialización por sustitución de importaciones. En 1959, Cuba revivió el sueño comunista alrededor del mundo, después de que el conocimiento público de las purgas estalinistas parecía haberlo erosionarlo irreparablemente, y llevó —a menudo con apoyo militar— a la expansión del comunismo en el Tercer Mundo durante las dos décadas siguientes. A partir de la década de 1970, los países latinoamericanos, especialmente Chile, estaban a la vanguardia de una curva inversa hacia reformas neoliberales, orientadas al mercado. A partir de la década de 1980, la transición o el regreso a la democracia en la región precedió a tendencias similares en Europa del Este, Asia y África. Y a principios del siglo XXI, países como Venezuela, Argentina, Brasil, Bolivia, Ecuador, Uruguay, Paraguay y Honduras guiaron el camino por un ciclo global de izquierda, lejos del neoliberalismo y hacia formas de capitalismo más socialdemócratas. El contenido y momento similar de estos ciclos aumentan la unión que una experiencia compartida de dominio colonial y de liberalismo y formación de Estados nacionales durante el siglo XIX otorgaron a la historia política latinoamericana. La mayor proximidad de América Latina a Occidente —o a su semiperiferia europea— que al Tercer Mundo, al que supuestamente pertenece, trasciende la historia política y va desde estructuras poblacionales e industrialización hasta niveles educativos y relaciones de género. De la misma forma que la región siguió los pasos de Europa durante la etapa de crecimiento de la modernización demográfica en el largo siglo XIX, se mantuvo cerca durante la etapa de decrecimiento en el último tercio del siglo XX. Las tasas de fertilidad, el aumento poblacional y la mortalidad infantil disminuyeron, mientras que la esperanza de vida se incrementó mucho antes 47
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y con mayor rapidez que en África, Medio Oriente y la mayor parte de Asia.60 Para 2008, Cuba, Puerto Rico y Uruguay eran, con Japón, los únicos países fuera de Europa con un decrecimiento natural de la población. El momento de industrialización en los países latinoamericanos más grandes también es un reflejo del de Europa fuera de su centro manufacturero, y no de regiones incluso pioneras fuera del mundo occidental. En un estudio de 1989 sobre las áreas más industrializadas del mundo en desarrollo que enfatizaba el desempeño insuficiente de América Latina, el sociólogo Gary Gereffi admitió que, en contraste con los llamados cuatro tigres del este de Asia (Corea del Sur, Taiwán, Hong Kong y Singapur), la frase convencional “países recientemente industrializados” no correspondía cuando se aplicaba a Argentina, Brasil y México (y pudo haber agregado a Chile, Uruguay y Cuba), puesto que el rápido crecimiento industrial ahí data, por lo menos, de la década de 1920.61 La educación presenta un patrón análogo. Ya para principios del siglo XX, la tasa de acceso a educación primaria en Argentina rebasaba la de Italia, la de Chile y Ecuador eran mayores que la de Finlandia, las de México y Honduras estaban arriba de las de Rusia, las de Uruguay y Costa Rica eran el doble que la de Yugoslavia y la de Brasil, diez veces mayor que la de Corea.62 En 1920, la tasa de Puerto Rico estaba por encima de la de los 17 países del sur y el este de Europa, con la excepción de Checoslova60 W. Lutz y R. Qiang, “Determinants of Human Population Growth”, Philosophical Transactions: Biological Sciences, vol. 357, núm. 1425, 29 de septiembre de 2002, pp. 1197-1210; Population and the World Bank: Adapting to Change, Washington, D.C., Banco Mundial, 2000, pp. 3, 6, 8; C.J. L. Murray et. al., “Can we achieve Millennium Development Goal 4? New Analysis of Country Trends and Forecasts of Under-5 Mortality to 2015”, The Lancet, vol. 370, núms. 22-28 de septiembre de 2007, pp. 1040-1055. 61 G. Gereffi, “Rethinking Development Theory: Insights from East Asia and Latin America”, Sociological Forum, vol. 4, núm. 4, 1989, pp. 505-533. 62 R.A. Easterlin, “Why Isn’t the Whole World Developed”, The Journal of Economic History, vol. 41, núm. 1, 1981, pp. 1-19 (cuadro en pp. 18-19); I. Molina y S. Palmer, “Popular Literacy in a Tropical Democracy: Costa Rica, 1850-1950”, Past and Present, vol. 184, núm. 1, 2004, pp. 169207. Las reformas educativas del gobierno revolucionario mexicano aparentemente tuvieron un efecto impresionante. Para 1930, el nivel de acceso a la educación primaria del país era 50 por ciento mayor que el de la Unión Soviética y Yugoslavia, el triple del de Turquía y rebasaba el de Italia. Para la repercusión de la Revolución Mexicana a escala local, véase S.A. Kowalewski y J.J. Saindon, “The Spread of Literacy in a Latin American Peasant Society: Oaxaca, Mexico, 1890 to 1980”, Comparative Studies in Society and History, vol. 34, núm. 1, 1992, pp. 110-140.
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quia.63 En la primera década del siglo XX, el nivel de alfabetización en Chile y Costa Rica era ligeramente mayor al de España y el de México era similar al portugués.64 Las tasas de Uruguay (75%), Argentina (65%) y Cuba (62%) los convertía en unos de los países con mayor nivel de alfabetización del mundo en ese momento, delante —y en unos casos por un margen amplio— de todo el sur y el este de Europa.65 Ni India, Pakistán, Marruecos ni una cuarentena de países más habían alcanzado esos niveles un siglo después. Para 1965, el acceso a la educación primaria era universal en nueve países latinoamericanos y los niveles de la región, en general, eran similares a los de Europa, pero 27 por ciento superiores a los del sur de Asia, 32 por ciento más altos que Medio Oriente y el norte de África y 50 puntos más que el África subsahariana.66 Las disparidades en la educación superior eran aún más pronunciadas. En un ejemplo extremo, entre las décadas de 1950 y 1980, el acceso a la educación superior en Argentina 63 A. Benavot y P. Riddle, “The Expansion of Primary Education, 1870-1940: Trends and Issues”, Sociology of Education, vol. 61, núm. 3, 1988, pp. 191-210. 64 El nivel de alfabetización alrededor de 1900 variaba de manera considerable dentro de América Latina. Sin embargo, incluso las tasas más bajas de la región (Honduras, 18%; Bolivia, 17%, y Guatemala, 13%) no eran notablemente inferiores a la de Portugal (25%) y Serbia (21%), superaban la de Bosnia (12%) y eran el doble o triple de las tasas en India (6%), Egipto (5%) y Turquía (5%). El hecho de que el nivel de alfabetización entre la población negra en Cuba en 1860 —es decir, 18 años antes de la abolición de la esclavitud— fuera más alta que la de la población general de los últimos tres países casi medio siglo después subraya la brecha en niveles educativos entre América Latina y el mundo no occidental. Con datos de UNESCO, Progress of Literacy in Various Countries, París, 1953, pp. 200-222 y C. Newland, “La educación elemental en Hispanoamérica: Desde la independencia hasta la centralización de los sistemas educativos nacionales”, The Hispanic American Historical Review, vol. 71, núm. 2, 1991, p. 378. 65 Los niveles de alfabetización alrededor de 1910 eran de 35 por ciento en Rusia, 42 por ciento en Bulgaria, 50 por ciento en España y 62 por ciento en Italia. Los niveles más altos del mundo se encontraban en Gran Bretaña, donde se había vuelto universal, entre los sudafricanos blancos (97%), en Estados Unidos (92%), Canadá (89%) y Francia (87%). B.N. Mironov, “The Development of Literacy in Russia and the USSR from the Tenth to the Twentieth Centuries”, History of Education Quarterly, vol. 31, núm. 2, 1991, p. 240; G. Tortella, “Patterns of Economic Retardation and Recovery in South-Western Europe in the Nineteenth and Twentieth Centuries”, The Economic History Review, New Series, vol. 47, núm. 1, 1994, p. 11; UNESCO, op. cit., pp. 200-222. 66 World Bank, Peril and Promise: Higher Education in Developing Countries, Washington,D.C., Banco Mundial, 2000, pp. 104-107. Los nueve países latinoamericanos con acceso universal a la educación primaria en 1965 eran: Argentina, Uruguay, Brasil, Chile, Paraguay, Perú, Cuba, Costa Rica y Panamá. Los seguían Venezuela (94%), México (92%), Ecuador (91%), República Dominicana (87%), Colombia (84%), El Salvador (82%), Honduras (80%), Bolivia (73%), Nicaragua (65%) y Guatemala (50%).
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excedía los niveles del “núcleo” de Europa Occidental (Francia, Alemania y Reino Unido).67 Los patrones de género muestran paralelismos en varios aspectos. En términos de migración rural a urbana, los demógrafos han encontrado dos patrones globales: uno predominantemente femenino, característico de Europa Occidental, las áreas donde se han establecido los europeos y América Latina y otro en el que los hombres predominan y que es característico de Medio Oriente, África, el sur de Asia y en menor grado del este de Asia y Europa.68 El servicio doméstico se feminizó en América Latina, Europa Occidental y Norteamérica durante los siglos XVIII y XIX, mientras que en el África subsahariana e India los hombres aún constituían de 64 a 87 por ciento de los sirvientes en 1970.69 América Latina comparte con Europa y las áreas de establecimiento de europeos proporciones altas y tempranas de acceso femenino a la educación primaria, secundaria y terciaria con respecto al masculino, además de niveles altos de alfabetización femenina. Estas son las únicas regiones del mundo donde las estudiantes universitarias sobrepasan en número a los hombres.70 En efecto, Panamá fue uno de los primeros países en alcanzar ese umbral a principios de la década de 1970 y, al inicio del siglo XXI, la proporción de mujeres en el acceso a la educación superior en ese país y en Argentina, Uruguay, Cuba, Paraguay, Honduras, la República Dominicana y en ocasiones Brasil, superaba la de Estados Unidos y Europa.71 Las tendencias políticas marcadas por el género siguen una dirección similar. En términos de sufragio femenino, ningún país independiente fuera de Europa, la Unión Soviética y las áreas de asentamiento de europeos lo World Bank, Peril and Promise…, op. cit., pp. 104-107. S.E. Khoo, P.C. Smith y J.T. Fawcett, “Migration of Women to Cities: The Asian Situation in Comparative Perspective”, International Migration Review, vol. 18, núm. 4, 1984, pp. 1247-1263. 69 J.C. Moya, “Domestic Service in a Global Perspective: Gender, Migration, and Ethnic Niches”, Journal of Ethnic and Migration Studies, vol. 33, núm. 4, 2007, pp. 559-579. 70 UNESCO, Global Education Digest 2007: Comparing Education Statistics Across the World, Montreal, UNESCO Institute for Statistics, 2007, p. 132. 71 UNESCO, Global Education…, op. cit.; G.W. Rama y J.C. Tedesco, “Education and Development in Latin America, 1950-1975”, International Review of Education, vol. 25, núms. 2-3, 1979, pp. 187-211; K. Bradley y F.O. Ramírez, “World Polity and Gender Parity: Women’s Share of Higher Education, 1965-1985”, Research in Sociology of Education and Socialization, núm. 11, 1996, pp. 63-91. 67 68
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habían otorgado en 1929 cuando Ecuador lo hizo, y otros nueve países latinoamericanos lo hicieron antes de que Francia le extendiera el voto a las mujeres en 1945. Desde finales del siglo XX, Argentina, Cuba y Costa Rica han estado, junto a los países escandinavos, entre los diez países con la mayor proporción de mujeres en las legislaturas nacionales en el mundo. El Informe Global de la Brecha de Género de 2008, del Foro Económico Mundial, muestra que trece de los diecinueve países iberoamericanos superaron a Estados Unidos y Canadá en un indicador compuesto de empoderamiento político de las mujeres. Esto no sólo contradice el persistente estereotipo norteamericano de América Latina como una región excepcionalmente patriarcal, sino que también lo vuelve particularmente irónico. ¿Por qué una región que para el inicio del siglo XIX era el área más europeizada del mundo, fuera de Europa misma y su colonia de asentamiento en Norteamérica, y que seguiría teniendo paralelos históricos con Occidente mucho más fuertes que con el resto del mundo en los dos siglos siguientes sería categorizada consistentemente como no occidental? Parte de la respuesta a este enigma yace en la definición temprana de América Latina como el polo opuesto a Norteamérica. Durante el siglo XIX y buena parte del XX, Estados Unidos definió el hemisferio sur en los términos dicotómicos en los que describía el sur de su nación. El norte era moderno, capitalista, industrial, democrático y racional; el sur, tradicional o atrasado, feudal, rural, autoritario y lleno de códigos de honor premodernos. Además del sur hemisférico, se añadieron otras tres díadas: anglo-latino, protestante-católico y blanco-mestizo. Algunas de estas dualidades aún eran prevalentes en la teoría de la modernización y los estudios del desarrollo en general durante las décadas de 1950 y 1960. La mayoría de los académicos del siglo XXI descartarían estas dualidades como ejemplos de orientalismo occidental (aunque “australismo” sería un término más preciso, considerando que se refiere al sur y no al este) o los deconstruirían como binarios derrideanos.72 Aun así, América Latina sigue categorizándose como no occidental en varias disciplinas académicas. En ciencia política normalmente se estudia en el campo de política comparada 72 R. de la Campa, “Latin, Latino, American: Split States and Global Imaginaries”, Comparative Literature, vol. 53, núm. 4, 2001, p. 377, percibe en el término América Latina un esfuerzo angloamericano por establecer otredad, una forma de orientalismo norteamericano.
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que, a pesar de su nombre se concentra, al menos de facto, en el mundo no occidental en lugar de hacer comparaciones. En economía se trata como parte del mundo “en desarrollo”, una versión supuestamente más positiva que el más viejo “subdesarrollado”, “menos desarrollado” o Tercer Mundo que aún coincide esencialmente con el mundo no occidental. En la mayoría de los departamentos de historia de las universidades estadounidenses, el campo latinoamericano se agrupa con otros campos distintos de Estados Unidos y Europa y las clases de historia latinoamericana cumplen con requisitos “multiculturales” (un código para no occidental y no blanco). Esto refleja el hecho de que la definición de Occidente sigue estando plagada de presuposiciones y metanarrativas sobre la modernidad, el desarrollo, la democracia y la raza. El relativo descenso económico de España y Portugal y la debilidad de su política representativa durante el siglo XIX y buena parte del XX le quitó el derecho a una categoría que se había vuelto sinónimo de modernidad y democracia liberal. Así que, a pesar de que la península ibérica ocupa el extremo oeste de Europa y que sus habitantes hayan sido los pioneros de la expansión ultramarina occidental y los abanderados de ese proceso durante más de dos siglos, España y Portugal fueron relegadas del centro a la semiperiferia y de Occidente al sur.73 Una cartografía selectiva los llevó del oeste al sur o la parte mediterránea de Europa, a pesar de que Portugal no colinda con el Mediterráneo. El componente lingüístico de este proceso vio la marginación del español y el portugués en la medida en que el francés y luego el inglés se volvían los idiomas globales dominantes de la cultura y el poder occidentales. Occidente se convirtió, al menos de forma implícita, en una forma de llamar al Norte, un sinónimo del norte de Europa y sus puntos de asentamiento. Si Iberia se volvió, en el mejor de los casos, una semiperiferia cuasioccidental en la cartografía conceptual anglo-francesa, Iberoamérica quedó atrapada en una periferia no occidental. El “milagro económico” español del último 73 E. Dussel, en “Eurocentrism and Modernity”, Boundary, vol. 20, núm. 2, 1993, p. 65, hace una breve mención de la marginación de España y Portugal en el discurso de la modernidad occidental. J. Cañizares-Esguerra, en Puritan Conquistadors: Iberianizing the Atlantic, 1550-1700, Stanford, Stanford University Press, 2006, ha confrontado estos supuestos, defendiendo con fuerza la centralidad de la presencia ibérica en la formación no sólo de América Latina, sino del mundo entero.
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cuarto del siglo XX, el regreso de la democracia y la membresía a la Unión Europea con el tiempo “admitieron” a ese país, y de manera creciente a Portugal, en el Occidente conceptual. Sin embargo, a pesar de la consolidación casi total de la democracia liberal al otro lado del Atlántico, las ex colonias ibéricas todavía se consideran demasiado pobres para unirse. Este supuesto está basado en la miopía histórica y la homogeneización conceptual de una región económicamente diversa. Durante la época colonial, en Europa se asociaba a las Indias Occidentales con riqueza, en lugar de pobreza. La frase “rico como Perú” se volvió un cliché en la mayoría de los idiomas de Europa occidental.74 Desde finales del siglo XIX hasta la década de 1950, el PIB per cápita de Argentina y Uruguay en general fue mayor que el de la mayor parte de las naciones europeas, en ocasiones incluyendo a Francia y Alemania. En el siglo XIX, Argentina, Chile, Uruguay y Puerto Rico se encuentran en el quintil más rico de la población mundial. México, Panamá, Venezuela, Costa Rica, Brasil, Cuba, Colombia, Perú, República Dominicana y Ecuador están en el tercio más rico. El Salvador, Guatemala, Paraguay y Bolivia se encuentran cerca de la mitad, entre el percentil 45 y 48. Sólo Honduras y Nicaragua están debajo de la línea del percentil 40. El PIB per cápita promedio en este siglo de Uruguay, Argentina, Chile y Puerto Rico rebasa el de dieciséis países europeos. Indicadores más generales de desarrollo social muestran patrones similares. En el índice de desarrollo humano de las Naciones Unidas, ocho países latinoamericanos se encuentran en el tercio más alto del mundo y ninguno en el tercio inferior. La mortalidad infantil es significativamente más baja incluso en los países latinoamericanos más pobres que en el mundo en conjunto. La esperanza de vida en diez países latinoamericanos de 2005 a 2009 sobrepasó la de quince naciones europeas. En los caso de Costa Rica, Puerto Rico, Chile y Cuba, excedió a la de Estados Unidos. Nueve países latinoamericanos están más urbanizados que veinticinco países europeos, incluyendo Italia, Suiza y Austria. Y se encuentran en posiciones aún más altas en el Índice de Planeta Feliz (HPI, por sus siglas en inglés), un índice más nuevo que combina satisfacción subjetiva con la vida, espeLa frase “rico como Perú” era todavía muy común a finales del siglo XVIII y principios del tanto como para aparecer en formas de entretenimiento musical como la ópera de Mozart Cosi fan tutte de 1790 y la de Rossini Il viaggio a Reims de 1825. 74
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ranza de vida en el nacimiento y huella ecológica per cápita. Nueve de los países más altos en 2009 pertenecen a América Latina.75 Esto deja a la raza como el otro criterio que mantiene a América Latina fuera del Occidente conceptual. Aunque este último término supuestamente corresponde a una entidad geocultural, su asociación con la raza ha sido explícita al menos desde finales del siglo XIX. Para entonces hacía mucho que la blancura había reemplazado al cristianismo como el marcador distintivo de Occidente con respecto al resto del mundo.76 Esto coincidió temporalmente con la creciente identificación de América Latina como mestiza en Estados Unidos.77 La racialización de los latinos en ese país fortaleció tal asociación y la llevó hasta el siglo XXI. El gobierno de Estados Unidos define oficialmente a los hispanos como una categoría no racial, pero en el uso ordinario se ordenan como un grupo más en la clasificación racial convencional del país, junto a los blancos, negros, indígenas norteamericanos y asiáticos. Por lo tanto, aunque los latinos, como los estadounidenses en general, simplemente representan una metacategoría constituida por las otras cuatro, su inclusión común en esta clasificación racial ha ayudado a reforzar la designación de América Latina como no blanca en el lenguaje coloquial, e incluso en el académico. El lenguaje, por su parte, ha naturalizado este supuesto. Académicos de varias disciplinas han contribuido a fortalecer la separación conceptual de América Latina con respecto a Occidente tanto por su elección de temas como por su forma de abordarlos. Los antropólogos, en particular aquellos que no provienen de la región, han dirigido la mirada a lo “primitivo” y la otredad. Durante las últimas cuatro décadas han escrito, 75 The New Economics Foundation, “The Happy Planet Index, 2009”, p. 3, diponible en: www.happyplanetindex.org/public-data/files/happy-planet-index-2-0.pdf [consultado: 9 de noviembre de 2009]. 76 P.B. Rich, Race and Empire in British Politics, Nueva York, Cambridge University Press, 1986. 77 R.F. Weston, Racism in U.S. Imperialism: The Influence of Racial Assumption on American Foreign Policy, 1893-1946, Columbia, University of South Carolina Press, 1972; L. Briggs, Reproducing Empire: Race, Sex, Science, and U.S. Imperialism in Puerto Rico, Berkeley, University of California Press, 2002, y M.L. Krenn (ed.), Race and U.S. Foreign Policy in the Ages of Territorial and Market Expansion, 1840-1900, Nueva York, Taylor & Francis, 1998, pp. 43-116; cuatro capítulos sobre la anexión de Texas y la Guerra entre México y Estados Unidos, “Imperialismo y el anglosajón” en pp. 208-240 y sobre Cuba y Puerto Rico, pp. 254-265.
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por ejemplo, más de veinte libros en inglés sobre los yanomami en Brasil, pero ni uno solo sobre inmigrantes portugueses, que son cuarenta veces más numerosos, pero aparentemente no suficientemente “otros”. Los estudios literarios y culturales angloeuropeos han tendido a enfatizar lo exótico y lo mágico. Los trabajos literarios de esa clase tienen más posibilidades de ser traducidos, lo que refuerza la asociación externa de la literatura latinoamericana con lo mágico, en lugar de lo racional. Los politólogos han escrito cientos de volúmenes sobre dictaduras, represión y revoluciones, pero pocos sobre democracias, instituciones y política electoral. Los economistas e historiadores económicos a menudo han enfatizado el subdesarrollo y la pobreza a tal punto que la historia de la región parece una de fracaso total. La falta de perspectiva global ha causado tales distorsiones. En términos de historia económica, América Latina casi nunca se sitúa en un contexto global, sino que se compara con Estados Unidos, como si un país que contiene menos de 5 por ciento de la población mundial fuera una especie de estándar universal. La historia política puede ser aun menos comparativa. El énfasis desproporcionado en las tiranías y la represión, sin referencia externa alguna, ha opacado el hecho de que, en comparación con la mayoría de las regiones del mundo, incluyendo a Europa Occidental, lo notorio sobre América Latina es la ausencia general de guerras internacionales, genocidios, holocaustos y matanzas organizadas por el Estado. El punto aquí no es demostrar que Occidente es sólo un concepto caprichoso. Como muchas otras categorías sociales extensas, incluyendo América Latina, es inconsistente, maleable y fluctuante, pero en última instancia significativo. Tampoco ha sido la intención condenar estereotipos, que son, por sí mismos, sólo mecanismos cognitivos. He intentado desenmascarar sólo aquellos clichés que están particularmente divorciados de la evidencia empírica y que distorsionan realidades históricas y sociales, para después explicar porqué y cómo la hegemonía económica y política del norte de Europa y de América durante los siglos XIX y XX produjo —en parte por diseño y en parte por ignorancia— una historiografía y un discurso general que excluyeron a América Latina de “Occidente” y de las narrativas de la modernidad. Esto ha tendido a ocultar el papel central que la región ha jugado en este proceso. A diferencia del Viejo Mundo, América Latina, como catego55
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ría histórica y no como territorio, no tiene historia antigua ni medieval. Al mismo tiempo surgió de y produjo la historia moderna. Esta noción no es original. La han expresado pensadores desde Marx hasta académicos posmarxistas como Walter Mignolo quien, en las reflexiones sobre el tema, reveladoramente tituladas, La idea de América Latina, enfatiza que América fue inventada y no descubierta, y vincula esta invención con la díada modernidad-colonialismo.78 *** El argumento de este ensayo, sin embargo, ha diferido en la conceptualización de esta diada. Ha tratado la modernidad no sólo como una invención ideológica o metanarrativa occidental, sino también como una tendencia factual en la historia de la humanidad que comprende la masificación de la reproducción demográfica, la producción, el intercambio, el consumo, la política, la cultura, las conexiones a larga distancia, la comunicación y la movilidad. Ha puesto un menor énfasis en el imperialismo europeo, haciendo eco de los descubrimientos de más de una generación de historiadores de la América Latina temprana que han mostrado los límites de los mandatos imperiales ibéricos y la predominancia de fuerzas locales en el desarrollo de la región. Ha subrayado la importancia del colonialismo ibérico, pero como un amplio proceso social, económico y cultural que le da sentido a América Latina como categoría histórica y la distingue del resto del hemisferio occidental y del resto del mundo poscolonial, en vez de como mero dominio político. El acento aquí se ha puesto en el lado americano del Atlántico y en la historia en sentido amplio, en lugar del lado este y las corrientes ideológicas y discursivas. América Latina en efecto fue inventada y no descubierta, pero principalmente en la primera acepción del término —crear algo nuevo— y no en la segunda —producir algo falso. Esta creación, es cierto, parece ser demasiado dispar internamente para constituir una categoría cohesiva. Los contrastes entre países y regiones en términos de geografía y clima, composición étnica, estructura social y distribución de recursos materiales y culturales pueden ser profundos. En tiempos precolombinos existían vastas disparidades en niveles de desarrollo, que continuaron con algunos cambios a lo largo del periodo colonial, se re78
W.D. Mignolo, The Idea of Latin America, Oxford, Blackwell, 2005.
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virtieron durante el siglo XIX cuando la mayoría de las colonias marginales se volvieron los países más desarrollados y se ampliaron en el siglo siguiente. Alrededor de 1900 los países más ricos en América Latina eran unas cuatro veces más ricos que los más pobres. Para el año 2000, eran seis veces más ricos (o diecinueve veces, si se considera a Haití). La brecha entre el ingreso de los países más pobres y los más ricos de Iberoamérica es tres veces más amplia que la que existe entre esta región y Estados Unidos.79 Sin embargo, estas brechas son más amplias dentro de casi todas las demás regiones del mundo. El PIB per cápita de Túnez y el de Libia son de nueve a veinte veces mayores que el de sus vecinos en el Sahel. El de Sudáfrica y Botsuana son de diez a cincuenta y dos veces más altos que los otros veinte países subsaharianos. En el Medio Oriente, o incluso dentro de la península arábiga, las monarquías “petroleras” son de cuatro a treinta y seis veces más ricas que Jordania y Yemen. En el sur de Asia, Malasia y Singapur son de diez a trece veces más ricos que Bangladesh e Indonesia. En el este de Asia, el PIB per cápita de Corea del Sur es dieciséis veces más alto que el de Corea del Norte. En Europa, Suiza, Luxemburgo y los países escandinavos son de siete a doce veces más ricos que los países más pobres de los Balcanes y Europa del Este. Sólo Europa Occidental tiene brechas en el ingreso menores que las de Iberoamérica, pero esto es el resultado de convergencias recientes. Antes de 1960, la diferencia entre el PIB de los países más ricos y el de los más pobres era similar en ambas regiones (una proporción de aproximadamente cuatro a uno). La profundidad del colonialismo ibérico y su capacidad integradora vuelve problemática la aplicación de la “teoría” poscolonial en América Latina. Poscolonial no es aquí un término temporal neutral que se refiere al periodo posterior a la emancipación política en cualquier ex colonia, de Australia a Zimbabue y de Argelia a Estados Unidos. Los estudios poscoloniales surgieron de, y respondieron a, una situación particular: las antiguas colonias francesas y especialmente inglesas que se independizaron después de la Segunda Guerra Mundial, o incluso más tarde, donde la penetración cultural europea era relativamente superficial, especialmente en 79 Todos los datos para el PIB per cápita por país provienen de A. Maddison, Monitoring the World Economy, 1820-1992, París, OCDE, 1995, su página de internet (véase nota 59) y reportes de las Naciones Unidas y el Banco Mundial.
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el ámbito de la cultura popular y donde, con cierta ironía, la presencia simbólica de los ex colonizadores ocupa un lugar preponderante, especialmente en relación con la europeizada élite intelectual local. Esta situación es casi antitética en América Latina, donde el colonialismo ibérico comenzó siglos antes, duró mucho más tiempo y dejó un impacto cultural considerablemente más profundo, no sólo en contraste con otros proyectos coloniales europeos en ultramar, sino también en comparación con el colonialismo ruso en Eurasia y el colonialismo árabe en el norte de África. Además, la poscolonialidad en América Latina es un fenómeno de dos siglos de existencia y los antiguos poderes imperiales cayeron a una posición semiperiférica, produciendo más lástima que resentimiento. Para el siglo XX, los españoles y portugueses en la América hispana y Brasil, respectivamente, se habían convertido más en el objeto de chistes populares que de diatribas antiimperialistas o meditaciones fanonianas por parte de los intelectuales locales. Las tendencias postindependentistas promovieron la cohesión interna y la distinción externa que el colonialismo ibérico había trazado. Durante el siglo XIX, la mayoría de los países compartía una secuencia de luchas regionales e inestabilidad política y económica, seguidas de un periodo de consolidación nacional, ascenso del liberalismo y reintegración a la economía atlántica que no tuvieron contraparte en el resto del mundo “poscolonial” de la época. Durante el siglo XX atestiguaron el surgimiento del voto universal, de estados populistas, desarrollistas y economías keynesianas, además del resurgimiento de la democracia liberal y la economía neoliberal, seguidas de un giro a la izquierda a principios del siglo XXI. Finalmente, América Latina se ha definido y distinguido por el momento de su modernización poscolonial —un proceso que incluye la transición demográfica, tendencias hacia la producción en masa y la integración de mercados, la urbanización, el surgimiento y difusión de nuevas tecnologías, el desarrollo del trabajo organizado, la política de masas, la educación y alfabetización masivas, una mayor conectividad global y una prolongada tendencia hacia la igualdad de género—. El ritmo ha variado internamente. En algunos países y para ciertos indicadores se ha mantenido al paso de, o incluso ha superado a, los principales países de Europa Occidental. En general, se ha parecido al de la periferia del este y sur de Europa. Sin embargo, América Latina en conjunto ha rebasado a casi todo el mundo, con 58
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excepción precisamente de los países con los que la han comparado de forma consistente los historiadores económicos y los economistas: las sociedades de asentamientos anglosajones, Japón y desde la década de 1970 los cuatro tigres asiáticos (Corea del Sur, Taiwán, Hong Kong y Singapur). Estas comparaciones selectivas han producido nociones exageradas de rezago y fracaso. El propósito de este ensayo no ha sido impulsar la posición de América Latina en una carrera teleológica o exigir su admisión a “Occidente” como si fuera una membresía en un club de élite, sino elucidar su significado como categoría histórica al situar a la región en una perspectiva global y no selectiva. En esta perspectiva, los rasgos distintivos y unificadores que hacen de América Latina una categoría histórica válida se muestran con claridad. Su condición de Nuevo Mundo interactuó con la naturaleza transformadora del “colonialismo con colonización” ibérico y el surgimiento temprano de Estados nacionales para producir una serie de dualidades que parecen paradójicas, pero no lo son. América Latina es al mismo tiempo una de las regiones más multirraciales y menos multiculturales del mundo. Tiene uno de los niveles más altos de desigualdad racial-socioeconómica y uno de los niveles más bajos de conflicto étnico. Muestra las tasas más altas de violencia individual, vinculada al crimen, y una de las más bajas de violencia colectiva intergrupal dentro de sus naciones y entre ellas. Además, sus trayectorias y características demográficas, económicas, socioculturales y políticas se parecen más a las de Europa, particularmente la Europa latina, que a cualquier otra región del mundo, pero se le excluye conceptual y consistentemente de Occidente y se le asocia automáticamente con “el resto” o su más reciente reencarnación, el “sur global”.
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