Marin Martinez. Paleografía y Diplomática [PDF]

  • 0 0 0
  • Gefällt Ihnen dieses papier und der download? Sie können Ihre eigene PDF-Datei in wenigen Minuten kostenlos online veröffentlichen! Anmelden
Datei wird geladen, bitte warten...
Zitiervorschau

TOMÁS MARÍN MARTÍNEZ

PALEOGRAFÍA Y DIPLOMÁTICA

U niversidad N acional de E ducación a D istancia

UNIDADES DIDÁCTICAS (44504UD01A05) PALEOGRAFÍA Y DIPLOMÁTICA Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografia y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamos públicos. ©

©

Universidad Nacional de Educación a Distancia Madrid 1991 Librería UNED: c/ Bravo Murillo, 38 - 28015 Madrid Tels.: 91 398 75 60 / 73 73 e-mail: [email protected] Tomás Marín Martínez ISBN: 978-84-362-2052-0 (Obra completa) ISBN: 978-84-362-2054-4 (Tomo II) Depósito legal: M. 30.144-2007 Quinta edición: abril de 1991 Decimotercera reimpresión: mayo de 2007 Impreso en: Fernández Ciudad, S.L. Coto de Doñana, 10. 28320 Pinto (Madrid) Impreso en España - Printed in Spain

XXVI/8

PALEOGRAFIA Y DIPLOMATICA

S¡ de los documentos pontificios pasamos a los reales y a los privados, el panorama es muy semejante, sobre todo en los últimos, que puede decirse baten el record en cuestión de divisiones y subdivisiones.

II.

GENESIS DEL DOCUMENTO

Es decir, filiación o procedencia, nacimiento y desarrollo. 1. Autor, destinatario y rogatorio. En la formación y hechura del documento partici­ pan normalmente tres personas: Primera, el autor, o sea aquella persona que ya directamente, ya a través de otra que actúa por su mandado o en su nombre, hace el documento. Segunda, el destinatario, o sea aquel a quien va dirigido el documento y que de un modo u otro ha de existir siempre. Tercera, el rogatorio, que es quien por encargo o a ruego —de aquí su nombre— de cualquiera de las dos anteriores prepara el documento, redactándolo, escribiéndolo y po­ niéndole los demás elementos externos. El autor del documento en todo su conjunto lo es, precisamente, porque pone o realiza la acción jurídica que en aquel se contiene. Y esto, aunque él no lo redacte ni lo escriba materialmente ni se ocupe de que lo haga alguien. \ El destinatario lo es, primero, de la acción jurídica del documento; después, del do­ cumento mismo en su entidad material, que constituye para él un título de derechos y posesiones, y que por eso suele guardar cuidadosamente. Obsérvese que en los documen­ tos de reciprocidad como los pactos, las permutas, etc. las partes interesadas hacen a ¡a vez el papel de autor y destinatario. El rogatorio puede no existir individualmente como distinto del autor y del destinata­ rio; pues casos habrá en que uno de estos dos en persona redacte, escriba y complete externamente el documento. Pero esto es raro y lo normal es que la operación de redac­ tarlo, escribirlo, validarlo, registrarlo, expedirlo, etc. corresponda a una tercera persona o grupo de personas —llámese ésta en concreto, canciller, notario, escriba o como fuere— a la que en Diplomática se conoce con el nombre genérico de rogatario. 2. Actio y conscriptio. La división tripartita que acabamos de hacer entre las perso­ nas que concurren a la preparación y hechura total del documento viene muy oportuna­ mente para distinguir en dicha hechura dos partes o fases principales: la que corresponce exclusivamente al autor y al destinatario, que llamamos «actio»; y la que corresponde mas propiamente al rogatario, que llamamos «conscriptio» o «documentatio». La primera está claro que se refiere no a la materialidad del documento escrito sino a la acción o hecho jurídico contenido en él y del cual derivan los correspondientes dere­ chos y obligaciones. La segunda está igualmente claro que se refiere a la consignación por escrito de esa acción, con sus derechos y obligaciones. Según clases de documentos a actio y la conscriptio pueden separarse no sólo en cuanto a las personas que realizan ura y otra, sino también en cuanto al tiempo en que se realizan, pudiendo incluso la actio (recuérdese el documento de prueba) surtir sus efectos antes de consignarse por escrito Es 164

--_EE3RAFIA Y DIPLOMATICA

XXVI/9

i : asica distinción de los tratadistas medievales entre el «tempus in quo ea facta sunt sjoer quibus datur littera» y el «tempus in quo datur littera» (el tiempo en que se han ' t ; io las cosas sobre las cuales se hace el documento y el tiempo en que el documento 5c •'ace). Mabillon distingue en el mismo sentido entre la «res transacta» y el «instrumenconfectum», o sea entre la transacción o negocio jurídico y el documento en que se ■ace-ge aquélla. Pero cada una de estas dos grandes partes o fases documentales se divide en otras : .ra se s que vamos a ver inmediatamente. 3 Partes de la actio. Pueden reducirse a cuatro o cinco, sin que haya unas más rcantes que otras y sin ser preciso que en cada acción jurídica concurran todas. Tradi: -a mente estos nombres que giran en torno a la actio y la conscriptio se formulan en i ' * sin que sea necesaria siempre y en cada caso su traducción al castellano, donde í je-an casi lo mismo. Son las siguientes: a) Petitio. El origen primero de muchos documentos hay que ponerlo en una sú: :a ruego o, acaso, reclamación de las partes interesadas en el contenido del documento. Er le que hoy llamaríamos solicitud o instancia. La petitio resulta más propia de los docu—3 'to s públicos que de los privados, pero también se encuentra en el origen de muchos 33 estos. v a en la época romana quien quería alguna gracia del emperador o la resolución de 2? - n asunto, depositaba en un despacho de la cancillería constituido al efecto unas preces : ~ - adás según modelos previos, alguno de los cuales nos ha transmitido el Código de *'-5* mano. De la cancillería imperial la práctica de las preces pasó a la pontificia. Parece "ubo desde el siglo v, pero sin sujetarse a formularios rígidos, que no aparecen, en 53' a y con profusión, hasta la baja Edad Media. En algunas cancillerías regias de Europa el - t: de las súplicas se manifiesta ya en el siglo vm y se va generalizando en los siguientes. ~ d'opio texto de algunos documentos lo declara, condicionando el efecto de su acción a :-5 as preces sean verdaderas: «si preces veritate nitantur», «si veritas precibus suffage-

Desde el siglo xm las peticiones o súplicas se fueron conservando y coleccionando, ya 3' rriginal, ya en copia o resumen. Hoy forman lotes muy interesantes en algunos archivos. -33 series más notables son las del Archivo Vaticano, donde el fondo de preces está for~3re por más de 7.000 volúmenes, que arrancan desde el siglo xiv. De súplicas conserva­ ras en archivos españoles se citan algunos casos, como las del archivo de Indias en que 33 redia licencia de embarque para América, o las del de Simancas en la Sección titulada I a-ara de Castilla», que pertenecen a los siglos xv y xvi y son abundantísimas. b) Intercessio. Las peticiones o súplicas rara vez eran presentadas por el propio ¡n?’asado, el cual se buscaba para presentarlas y recomendarlas a algún intermediario, sur: 3-3o así esta segunda fase de la actio. Los intercesores solían ser personas que estaban :*-za de quien había de acceder a la súplica: familiares, servidores, personajes civiles y 5: 33 asticos. En la cancillería de Sancho IV, por ejemplo, había un nutrido grupo de gentes resccupadas —baldías les llamaban— quienes por dinero se encargaban de gestionar el z~z~to despacho de los documentos. Las fórmulas que indican el papel y la gestión de 5 r :s varían según tiempos y regiones: «suggerere, rogare, postulare, deprecari, referre, ob­ secrare» ; con el tiempo el verbo «intercederé» desplazó a los demás. En castellano son -~o>én varios los verbos y las expresiones que se usan al efecto. «Recibimos vuestras 165

PALEOGRAFIA Y DIPLOMATICA

XXVI/10

letras —dice un documento de los Reyes Católicos dirigido al cabildo y deán de la iglesia de Toledo— e oímos lo que de vuestra parte nos habló el arcediano de Talavera». c) Intervengo y consentio. Otra fase de la actio documental responde a la participa­ ción en la misma de aquellas personas cuyo parecer y consentimiento se tenía en cuenta al realizar determinada acción jurídica con vistas a la documentación de la misma. La natura­ leza de la propia acción pedía a veces ese consentimiento y esa intervención, que llegaba a reflejarse en el propio texto documental. Tal es el caso de los documentos que se hacían para confirmar hechos jurídicos anteriores. Al suplicar los interesados dicha confirmación, era lógico que el presunto confirmante investigara, antes de concederla, los posibles dere­ chos de terceras personas con relación al asunto objeto de confirmación, p.e., del obispo correspondiente cuando se trataba de privilegios de un monasterio o de una iglesia. De las confirmaciones, el sistema de pedir parecer y consentimiento pasó a aplicarse en otros asuntos documentales como cuando el rey aceptaba que los personajes presentes en la corte le aconsejaran o le autorizaran o le consintieran determinada acción; o cuando el papa quería contar con el consenso de los cardenales; o el obispo con el de los miem­ bros del cabildo; o el señor feudal con el de sus colonos para un acto de enajenación de bienes. «Consilio et rogatu domini N», «assensu et petitione N» (con el consejo y el ruego de Fulano, con el asentimiento de Zutano) son fórmulas documentales que expresan dife­ rentes casos de consentimiento o intervención. d) Testificatio Si bien se mira, la razón última de que intervinieran en el documento los consejeros o consensores que acabamos de ver, deriva de la necesidad que sentía quien otorgaba el documento, de reforzar la eficacia de su acción, con el prestigio y la ayuda moral de otras personas. Pero para esto bastaba, en buena lógica, con que en el texto documental se dijera que tales personas habían estado presentes y sido favorables a dicha acción. Así, por virtud, en cierto modo, de la ley del menor esfuerzo se pasó del consentimiento al testimonio y los intervenientes y consentientes se convirtieron en testigos y confirmantes, tal como los hemos visto aparecer en documentos de temas anteriores co­ rrespondientes a los siglos xi y siguientes: «Adefonsus confirmât.» «Petrus testis.» El papel de los testigos, su necesidad y eficacia varía mucho de unos documentos a otros. En los llamados documentos de prueba es muy importante y hasta diríase que im­ prescindible; igual que en los documentos privados. e) Sincronismo de la actio y de sus diversas fases, o sea, el momento en que se produce cada una en relación con la acción documental. A modo de conclusión y sin dis­ cutir más, decimos lo siguiente: Primero, la petitio y la intercessio habían de tener lugar antes que el autor del documento constituyera formalmente la actio. Segundo, los interventio y la consentio podían ser anteriores o simultáneas al acto de constituirse el negocio jurídico en cuestión. Tercero, la testificatio presenta más problemas por las frecuentes anomalías que se observan en las listas de confirmantes y testigos. Así, tal persona que testifica en un documento, se sabe por otra fuente que no vivía cuando éste se expidió Para resolver esa y otras cuestiones parecidas se han ideado las siguientes hipótesis: 1.a A veces y con frecuencia la oficina preparadora y expedidora del documento, por rutina hacía figurar entre los testigos nombres de personas tenidas por presentes a la actio sin comprobar si dichas personas habían asistido realmente o no. Es muy elocuente a este respecto el hecho de que en algunos formularios de la baja Edad Media se encuentran elaboradas listas de personajes que los redactores de documentos ponían como testigos sin I66



«

-GEOGRAFIA Y DIPLOMATICA

XXVI/11

- =; averiguación y sin que. naturalmente, hubieran estado presentes ni a la actio ni a la conscriptio. 2. a Hay que distinguir, con relación a los testigos, entre las diferentes fases del doz.-e n to . Así, unos han estado presentes a la actio, otros a la conscriptio, algunos a una a rio lejana y anterior de que el documento es confirmación. Por ejemplo, si en varios zzzjmentos notariales, independientes por su contenido unos de otros, pero expedidos en a misma fecha, se presentan los mismos testigos, habrá de concluirse que éstos, si de •e'aad concurrieron a algo, fue a la conscriptio. 3.a No es raro el caso en que el propio texto documental exprese cuál ha sido el zaoel de los testigos. Por ejemplo, cuando dice «qui presentes fuerunt et hoc viderunt et erunt» (los que estuvieron presentes y vieron y oyeron esto), parece significar que han estado presentes al hecho documentado, no al acto de la documentación. Al contrario, si : :e p e., «hanc chartam suscripsimus in presentía eorum qui notati sunt» (esta carta la escribimos delante de las personas que notamos a continuación), da a entender que, dezzncurrir a algo, fue a la conscriptio. Pero, en general, las fórmulas documentales pecan más bien de vagas y ambiguas en f re punto, p e., «Testes huius rei sunt: Garsia testis, Rodericus testis», sin explicitar más. 4.a Fases de la conscriptio. A modo de introducción, conviene recordar la correla: on, anunciada al comienzo de estas explicaciones, existente entre la conscriptio y xel roga*3no. acerca de la cual dice atinadamente Paoli: «El que escribe a instancia de otro se (ama en los más antiguos documentos romano-medievales «rogatarius». Palabra —continúa el— que yo empleo aquí para indicar de modo general el oficio de escribir documentos, ya = ruego, ya por mandado de determinada persona, pública o privada, y escribiéndolos en ':rm a auténtica que pueda hacer fe pública. Empleo esa palabra —sigue diciendo— porque zomprende bien y sintetiza los varios momentos (compilación, escritura, autenticación) de la zonscriptio o documentatio y las varias personas (escribanos, cancilleres, notarios) que par• z pan en ella, dependiendo de un ruego en los documentos privados, y de un mandato, zue está en lugar del ruego, en los documentos públicos. Por lo demás, la palabra rogata'O no aparece durante la Edad Media más que en el lenguaje de los documentos privados. ■ zángase en cuenta que mientras al hablar del autor, del destinatario y del rogatario, con -e ación al documento, parece referirse sólo a una persona, al tratar de la conscriptio en sí m sma, de la cancillería y del notariado, la persona o mejor la personalidad del rogatorio, ..mea idealmente en cuanto a su finalidad, se convierte en varias personas, en varios ofizios. en varios momentos, relacionados todos con la operación de documentar.» En la cual —añadimos nosotros— hay tres fases principales y dos secundarias que Zueden existir o faltar. Las principales son la minuta o borrador del documento, el mundum z su transcripción definitiva, y su autenticación o validación por los procedimientos legales . reglamentarios. Desde el Código de Justiniano en su título «De fide instrumentorum» • ene hablándose de esas tres fases o estadios del documento y denominándolas con esos - otros términos que comentaremos luego. Las fases secundarias son tres o cuatro, según que incluyamos o no entre ellas la «dictatio», con cuyo nombre quieren expresar algunos el trabajo mental de componer el texto del documento y el material de dictarlo oralmente a otra persona que lo escribe. De las tres fases restantes una, la «iussio», sirve de ocasión zara que se inicie la conscriptio; otra, la «expeditio», contribuye a hacerla eficaz práctica—ente mediante la expedición del documento al destinatario. Repasemos ahora cada una 167

XXVI/12

PALEOGRAFIA Y DIPLOMATICA

a) lussio o rogatio. Como norma general podemos decir que todo documento pú­ blico está redactado y escrito como consecuencia de una orden dada por el autor de la actio o por alguien en nombre suyo. A esa orden se llama en latín «iussio», del verbo «iubeo» que significa mandar. Asimismo, todo documento privado está escrito sobre un ruego o encargo dirigido a quien corresponda por la parte interesada en el documento, sea ésta el autor, sea el destinatario, sea una tercera persona a nombre de ellos. A este ruego o encargo se llama tradicionalmente «rogatio». En el texto de algunos documentos se encuentran expresiones que aluden claramente a esta fase de la conscriptio; por ejemplo, el «fieri iussi» o «fieri iussimus» de muchos documentos públicos medievales en nuestra península; el «signum N qui hanc chartam fieri rogavi» (signo de Fulano que rogó que se hiciera esta carta) de los documentos privados cuando no es el propio rogatario quien se expresa así: «N rogatus, scripsi et subscripsi» (Fulano rogado, escribió y suscribió). b) Minuta. A la iussio o rogatio sigue necesariamente, si aquélla es eficaz, lo que pudiéramos llamar hechura o confección del documento, así en su aspecto interno (redac­ tarlo) como en el externo (escribirlo). Pero pueden ocurrir dos cosas: que a la orden o ruego de hacerlo siga la hechura definitiva de éste tal cual se expedirá al destinatario; o que a dicha orden responda inmediatamente un borrador, una nota preparatoria, una mi­ nuta del documento y sólo mediatamente el documento mismo. De los dos procedimientos el segundo era más normal y más corriente. En los formularios y textos medievales a la minuta se le llamaba «scheda, breviatio, imbreviatio», con los correspondientes verbos «breviare, imbreviare, in scheda scribere». Antecedente de la minuta propiamente dicha son las notas dorsales, llamadas asi porque v'se encuentran al dorso de algunos documentos, conteniendo nombres, fechas y otras indicaciones a modo de apuntes. Discuten los especialistas sobre si dichas notas son verdaderas minutas, dotadas incluso de valor jurídico. Lo menos que puede decirse es que se trata de escritos preparatorios del documento definitivo. Y esto, así las notas estén rea ­ mente a espaldas de la pieza documental como al recto y al margen o en uno de los ángulos, o en un pequeño trozo de pergamino que aparece cosido abajo del documento, de que puede verse una muestra en el facsímil número 42 de las Láminas de la Cátedra. De anotar al dorso o en alguna de las formas indicadas se pasó en el siglo xi, por parte de los notarios italianos, a consignar los datos preparatorios del documento en una hoja aparte, la cual, dentro ya del siglo xn, se convirtió para los documentos privados er verdadera minuta documental, con valor y fuerza jurídica en mayor o menor grado, como s se tratara de verdaderos contratos. Menéndez Pidal en sus «Documentos lingüísticos ce España» reproduce bajo el número 3 una minuta de documento de toma de posesión ae una heredad el año 1205. Consecuencia inmediata del valor adquirido por las minutas, fue la preocupación ce conservar éstas, bien junto al correspondiente documento o bien solas, sobre todo cuancc llegaron a adquirir pleno valor jurídico como en el caso del original-minuta en los doc_mentos públicos franceses y de los privados en general. Todo lo dicho se refiere al campo de los documentos privados. Sobre la minuta ce documento público decimos lo siguiente: 1.° Durante mucho tiempo fue sólo un escrito preparatorio del documento sin v a :' jurídico alguno. I68

*

PALEOGRAFIA Y DIPLOMATICA

XXVI/13

2° En la cancillería pontificia tradicionalmente y desde muy antiguo los documentos se elaboraban mediante minuta. En el siglo xm aparecen ya las oficinas encargadas de la minutación, empleándose como algo normal los términos minuta y minutante. Se conservan ejemplares de ese mismo siglo. 3. ° Con relación a otras series de documentos públicos (imperiales, reales, señoriaes) puede decirse que el uso de la minuta no fue demasiado antiguo ni demasiado regular y constante hasta la baja Edad Media o la Moderna. Es frecuente el caso de que la minuta se extienda por el destinatario del documento, quien la presentaba junto con la petitio, para ficilitar la labor de los oficiales de la cancillería y tener así más pronto y seguro su docu­ mento; la minuta carecía entonces de valor jurídico. 4. ° En las cancillerías españolas (Castilla, Aragón, etc.) es seguro que a partir del siglo xm se daban las minutas como algo normal, siendo incumbencia de los notarios el 'edactarlas y pasarlas a los escribanos, quienes, con ellas a la vista, extendían el docu­ mento definitivo. F. Sevillano, en su estudio sobre la cancillería y la documentación de ^edro IV el Ceremonioso, dice que entre los pergaminos y cartas reales no son pocas las minutas que se conservan. 5. ° Sobre la revisión de la minuta por parte del autor del documento o del destinata­ rio o de otra persona, lo habitual debía de ser que no se hiciera, aunque no falten indicios be lo contrario a través de algunas expresiones que se leen en los propios textos documen­ tales. En general puede decirse de los documentos públicos que el autor daba la orden o e encargo de hacerlos y no se preocupaba más hasta el momento de suscribir, cuando lo nacia. el texto definitivo. Todo, muy al revés que en los documentos privados donde la m ñuta, convertida de algún modo en original, tenía que ser leída por las partes y recibir su conformidad. c) El «mundum» o documento definitivo. «Mundum» quiere decir limpio y, referido al documento, mejor que definitivo, diríamos documento en limpio, como contraposición al documento en sucio o en borrador, que eso es en principio y en teoría la minuta. «Scribere. describere, conscribere, grossore, ingrossore, in bello scribere, in mundum recipere» son expresiones que desde el Código de Justiniano hasta los documentistas medievales se .ienen empleando para referirse a esta parte o fase de la conscriptio documental que ouede considerarse la más importante, en cuanto que sin ella no puede haber documento. De hecho, el 90 por 100 o más de las piezas documentales que conocemos son documen:os en limpio, sobre los cuales podríamos plantear una serie de cuestiones, por ejemplo, la de sus caracteres externos que constituyen objeto propio de la Paleografía y tienen su ugar de exposición más adecuado en el tema 29 y en los de Diplomática especial; o la de su trasmisión y conservación, que también tienen tema propio, en el 31, o la de cómo oarticipa en el mundum el autor del documento a través de los signos de validación que veremos en el tema 29, y que, de suyo, constituyen, lo mismo que la «recognitio», una fase aparte dentro del proceso de la conscriptio o documentatio. Digamos aquí dos palabras sobre cada una de ellas: d) Recognitio. En sustancia no es sino la comprobación de que existe conformidad entre el deseo y plan del autor y el documento correspondiente a dicho deseo. Teórica­ mente, esa comprobación debería darse siempre. De hecho se da, y de la manera más eficaz, cuando el mismo autor del documento lee y comprueba lo que se ha escrito en él. °ero en los documentos públicos no era normal que ocurriera así, sino que el autor (papa, rey u otra autoridad) delegaba esta función comprobatoria en personas de su cancillería, pasando la recognitio a ser misión habitual de ésta, que se llevaba a cabo incluso aunque 169

PALEOGRAFIA Y DIPLOMATICA

XXVI/14

hubiera habido intervención personal del autor. Parece que dicha misión se cumplía con la sola y atenta lectura del documento definitivo. De ahí la palabra «relegi» (releí) que aparece expresa alguna vez. De ahí también las correcciones dentro del texto que se encuentran a veces. Aunque la fórmula de quienes llevaban a efecto la comprobación cambiara con el tiempo, por ejemplo, el «data per manum cancellarii»(dada por mano del canciller) que es frecuente en la baja Edad Media, la operación seguía consistiendo sólo en leer y en corre­ gir si era necesario. e) Validatio. Esta fase de la conscriptio tiene una doble manifestación: la de los sig­ nos y suscripciones o firmas con que se cerraba el texto documental para darle fuerza de derecho; y la del distintivo o contraseña que se añadía a la materialidad del documento para ratificar esa misma fuerza y, sobre todo, como garantía de su autenticidad. La primera validación no parece pueda considerarse como fase propia e independiente sino integrada en el conjunto del mundum o puesta en limpio. En cambio, la segunda sí, y nada tenía que ver con el anterior conjunto textual, consistiendo generalmente en un sello que se unía materialmente a la pieza del documento, o en un dibujo especial como en el caso de las cartas partidas. El sello se aplicaba, de ordinario, a los documentos públicos; el dibujo, a los privados. Sobre uno ni otro diremos nada aquí, pues el tema 29 se refiere a los dos. Lo único que cabe plantear, puesto que de fases o pasos en el tiempo se trata, es cuándo se añaden al documento estos segundos elementos validadores o autenticantes, si inmediatamente después de haberse puesto los signos y suscripciones o algún tiempo después. De suyo, era operación distinta que requería personal y preparativo especiales, pero que no solía distanciarse de las anteriores; aunque tampoco era imposible ni aun infrecuente el que se separara de hecho y, a veces, largamente. Es, por ejemplo, el caso de la famosa bula de Gelasio 'II, por la cual se elevaba a metropolitana la sede de Compostela, y que, según la Historia composteiana, salió de la cancillería apostólica sin sello y así fue llevada al obispo Gelmírez para que revisara el texto y le diera su conformidad o lo cambiara a su gusto; hecho lo cual, y vuelta la bula al papa, se le puso el sello y se remitió al interesado. f) Remisión al destinatario. En realidad, se trata de una fase que sale ya del ámbito de la conscriptio propiamente dicha; pero sin la cual ésta no serviría para nada; pues el documento no surte efectos hasta ser recibido de algún modo por aquel a quien va diri­ gido. Casos ha habido en la historia de los documentos que se han hecho famosos por lo accidentado de esta etapa transmisora, por ejemplo, el célebre privilegio de la moneda, concedido por Alfonso VI a Gelmírez y que, según la misma Composteiana, redactado ya en limpio, suscrito y validado, fue retenido por el rey quien tardó un año en entregárselo al ilustre destinatario, a pesar de sus continuas instancias.

170

*

EXPLICACIONES COMPLEMENTARIAS

I.

TEXTO DEL DOCUMENTO. PARTES QUE LO COMPONEN

Insistimos en que el texto documental es como la plasmación en fórmulas o cláusulas jurídico-literarias de las ideas que constituyen el fondo del documento y reflejan esa serie de actos o fases por que hemos visto pasar la actio y la conscriptio. Dichas cláusulas se ordenan según normas más o menos constantes, dando origen a las que llamamos partes principales del documento, que son tres: Protocolo, cuerpo o centro, y escatocolo o proto­ colo final. El texto a que nos estamos refiriendo se llama también tenor o discurso documental y admite otras divisiones fundadas en criterios más subjetivos y secundarios que no intere­ san por ahora aquí. 1. Protocolo. Sickel lo llama, junto con el escatocolo o protocolo final, cornisa o cuernos del documento y hace notar cómo ambos —inicial y final— contienen las fórmulas legales necesarias para dar al documento perfección jurídica mediante su autenticación, datación, publicidad, y dirección o consignación a alguien. El protocolo comprende a su vez una serie de partes que aparecen en nuestro esquema-resumen y que tradicionalmente se enuncian en latín, sin gran necesidad de traducirlas al castellano, pues en ambos idiomas suenan y se escriben de modo muy parecido.

Sobre el conjunto de dichas partes interesa observar cómo no es necesario que en todo documento concurran todas las enunciadas en nuestro esquema. De hecho y salvo documentos más singulares y solemnes, es normal que falte siempre alguna. Tampoco es indefectible el orden en que las enunciamos; al contrario, es frecuente que cambie de unos documentos a otros y que partes del protocolo pasen al cuerpo del documento o al proto­ colo final y viceversa; sin contar el caso, no insólito ciertamente, de documentos en que por ignorancia o descuido de los escribas imperaba en todo el tenor documental un magní­ fico desorden. A) Invocatio. Es, sin excepción, el primero de los elementos formulísticos del docu­ mento, de tal suerte que o no se da o si se da, va en primer término. Tiene carácter religioso y devoto, cuyo origen suele ponerse en aquellas palabras de San Pablo a los colosenses: «Todo lo que hacéis, de obra o de palabra, hacedlo en nombre de nuestro Señor Jesucristo», de las cuales concluye así San Juan Crisòstomo: «Et ideo nos quoque in epistolis nomen Domini preponimus... nam si consulum nomina efficiunt ut firma sint de­ creta, multo magis nomen Domini», que quiere decir: por eso nosotros en las cartas pone­ mos por delante el nombre del Señor... pues si los nombres de los cónsules hacen que los 177

XXVII/6

PALEOGRAFIA V DIPLOMATICA

decretos sean firmes, mucho más lo hará el nombre de Cristo. La invocación puede ser simbólica o monogramática y explícita o verbal. a) La invocación simbólica es más antigua. Consiste en un signo o dibujo que simbo­ liza el nombre de Cristo y puede ser una simple cruz o algo más complejo. A este algo se le llama desde la alta Edad Media crismón que no es sino el monograma constantiniano, donde el dicho nombre se representa por las letras griegas x y P- Menos frecuente resulta que el dibujo esté formado por las letras latinas / y c como iniciales de Jesús Christus o, simple­ mente, por una c con adornos alrededor. El uso de la invocación simbólica es muy antiguo y aparece ya en los documentos reales merovingios, lombardos y primeros asturianos, durante los siglos vi, vil y vm. En los pontificios no se encuentra hasta el siglo ix. En los privados de la alta Edad Media aparece no tanto el crismón cuanto la cruz. En este campo de los documentos privados llegó pronto a surgir notable confusión y a no saber los propios ejecutores materiales del docu­ mento ni lo que hacían ni lo que significaba; el gramático Papías en el siglo xi llega a imaginar que los trazos del crismón eran dibujos, a base de dos serpientes enlazadas, con fin puramente ornamental. En los documentos españoles la invocación simbólica pasa por muchas vicisitudes, desde la simple y rústica cruz de las pizarras visigodas hasta los es­ pléndidos ejemplos de crismón en los documentos reales del siglo xi y siguientes, comple­ mentados muchas veces con la alfa y la omega. El ocaso de esta invocación primera se inicia pronto en algunas series (documentos carolingios, documentos notariales) pero cuando se consuma de verdad y en general es en los últimos siglos medios. b) La invocación explícita o verbal, se llama así porque los sentimientos religiosos que en la anterior se expresaban por un símbolo, se expresan aquí mediante las palabras y frases correspondientes. Las notas más generales de dicha invocación se reducen a dos: ser breve y venir inmediatamente después de la simbólica, cuando una y otra se dan. Otros casos de invocación larga o no situada en cabeza del texto, deben tenerse como excep­ ción. Los diplomatistas suelen distinguir estas posibles variantes dentro de la fórmula fun­ damental de invocación a Dios: o se invoca a Dios Padre «In nomine Domini»; o a Jesu­ cristo, «In nomine Christi amen»; o a la Santísima Trinidad en conjunto, «In nomine sánete et individué Trinitatis»; o a la Trinidad en sus personas, «In nomine Patris et Filii et Spiritus Sancti amen». En torno a estas fórmulas fundamentales surgen luego una serie larguísima de elementos circunstanciales y cambiantes, como la presencia o no de la palabra «amen» y la extensión de la invocación a la Virgen o a algún santo El uso de la invocación verbal o explícita puede decirse en términos generales que tiene menos antigüedad que la simbólica. Su aparición en documentos anteriores al siglo ix es rara. Tal es el caso de algunos documentos españoles de época visigótica cuyo texto nos es conocido. En cuanto a su desaparición, diremos que se inicia en el siglo xm y se consuma del xiv en adelante. Sólo queda en documentos notariales apostólicos y en los testamentos. La costumbre vigente aún hoy, de encabezar las cartas con una cruz, o con el abreviativo de Ihesus o con una frase piadosa son, sin dudarlo, remembranza de este doble tipo de invocación que acabamos de considerar. B) Intitulatio. Es aquella parte del protocolo en que figura o puede figurar el nom­ bre, título y condición de la persona de quien emana el documento. Esa persona puede ser 178

*

«

PALEOGRAFIA Y DIPLOMATICA

XXVII/7

o el autor de la actio documental u otra persona distinta. Se da el primer caso siempre que el autor escriba y expida él mismo el documento o disponga de alguien que lo haga bajo su mandato y control. En cambio, cuando tiene que acudir a otra persona con jurisdicción y autoridad para que se extienda el documento de cuya actio jurídica aquel es responsable, entonces el documento se intitula a nombre de esa autoridad. Es el caso típico de los documentos privados notariales, en cuya intitulación figura el nombre del notario como de­ positario de la fe pública y dotado de jurisdicción. El lugar destinado a la intitulatio varía según las épocas y los tipos de documentos; pero lo normal es que vaya en primer término después de las invocaciones, si es que las hay. No es infrecuente que se le anteponga la fórmula general de notificación según vamos a ver en los apartados siguientes. Algunos autores medievales engloban a la intitulatio con las dos partes siguientes, directio y salutatio, bajo el nombre genérico de salutación Por lo demás es una de las partes del texto documental a que se han aplicado más nombres, algunos ambiguos y confusos; «indiculus, titulus, superscriptio, suscriptio». Sobre las fórmulas concretas de la titulación, así como sobre los nombres, títulos, etc., de la persona intitulada diremos en los temas de Diplomática especial. Sobre el interés —que es grande— de esta parte del protocolo en orden a la crítica documental, diremos ahora al hablar de la directio o dirección. C) Directio. Es la parte contraria a la intitulatio, con quien hace juego, y comprende los nombres, títulos y condición de la persona o personas a quien el documento va diri­ gido. Su origen hay que buscarlo en la naturaleza y forma epistolar del documento en la Alta Edad Media, mantenidas en constante uso hasta el siglo ix-x. Después de entonces puede no aparecer, pero es más normal que aparezca. Jamás falló, por ejemplo, en los documentos pontificios. En cambio en los privados, supuesta su naturaleza y estructuración, no tiene razón de ser, sobre todo en la Baja Edad Media cuando triunfa el documento notarial (véase tema XXX). Para los documentos públicos la directio es algo casi consustan­ cial, aunque a veces no aparezca de forma demasiado explícita. Las fórmulas de la directio pueden clasificarse en estos tres grupos: 1. ° Cuando el documento va dirigido a una o varias personas con sus nombres y títulos, p. e., al donatario cuando se trataba de una donación, «vobis Martino Diez». En documentos pontificios era frecuente omitir el nombre sustituyéndolo por puntos y expresar sólo el cargo, por ejemplo «Venerabili in Christo patri... archiepiscopo toletano». 2. ° A una o varias clases de personas, sin especificar nombres: «a todos los conceos. alcaldes, alguaciles e ornes buenos» de tal o cual ciudad. 3. ° A todos aquellos que puedan o deban tener noticia del documento; «universis presentem paginam inspecturis» (a todos los que vean el presente documento), que parece levar incluida la fórmula de la notificación que veremos enseguida a base del «noverint universi», «sciant omnes». Obsérvese que gramaticalmente los tres grupos de fórmulas llevan en dativo los nom­ bres a que se refiere la directio, mientras los correspondientes a la intitulatio van en nomi­ nativo. Los diplomatistas medievales expresan el fenómeno mediante la fórmula condensada de «ille» (intitulatio en nominativo) «i11i» (directio en dativo). En general, toda cancillería bien organizada tenía reglamentadas con especial minuciosidad las fórmulas correspondien­ tes a estas dos partes del documento, sobre todo en lo que tocaba al orden de precedencia 179

PALEOGRAFIA Y DIPLOMATICA

XXVII 8

entre una y otra, es decir, entre autor y destinatario. En la retórica medieval es éste de la jerarquía de las personas, con sus correspondientes precedencias, un tema que preocupaba hasta límites que no podemos imaginar hoy. D) Salutatio. Complemento de la intitulatio y la directio es el saludo, que ni es esen­ cial a todo documento ni se emplea más que en los de forma epistolar. En los demás puede faltar y, de hecho, falta casi habitualmente. La fórmula más sencilla y más antigua dice escuetamente «salutem», que en los documentos medievales puede redondearse con otra palabra o frase de sentido piadoso, como «salutem in Domino» o «salutem in auctore salutis». En los documentos públicos se añade muchas veces al saludo una idea de gracia, merced o buena voluntad, como el «salutem et gratiam» tan frecuente en los documentos reales españoles. En documentos dirigidos al papa, aunque procedan de reyes, fácilmente el saludo se convierte en una expresión de reverencia como «salutem et obsequium filiale». En los documentos de origen pontificio prevaleció primero el «salutem in Domino», luego fue indefectible el «salutem et apostolicam benedictionem» que ha llegado hasta hoy. En los documentos españoles la salutación no aparece hasta el siglo ix y, cierta­ mente, no se encuentra ni en los de época visigoda ni en los documentos reales asturianos. E) Valor crítico del protocolo. Cerraremos esta sucinta exposición de los elementos que componen el protocolo inicial, subrayando el extraordinario interés que para la crítica histórica y la diplomática tienen las fórmulas de intitulación y dirección, con los nombres, títulos, etc., que puedan salir en ellas. Interesan especialmente a dicha crítica los siguientes elementos: 1. ° Diferencia que hay, de unas series de documentos a otras, entre condición per­ sonal, dignidad, oficio, cargo y tratamiento. 2. ° Orden con que se procede al enunciarlos, según épocas y regiones. 3. ° Diferencias en la expresión del dominio ejercido por el rey, según se refiera al Estado, «rex Castelle», o a los súbditos «aragonensium rex». 4. ° Aumento en la lista de títulos a medida que van aumentando los estados y domi­ nios del rey que intitula el documento, incluyendo los puramente honoríficos. 5 ° Fórmulas de humildad que acompañan al nombre del rey, como el «Dei gratia».

2. Cuerpo o centro del documento. Algunos autores, el propio Sickel entre ellos, lo llaman también y con manifiesta ambigüedad texto. Insistimos en que se trata de la parte más sustancial del documento, donde se expresa el hecho o la acción jurídica a que aquél se refiere. Se subdivide en otra serie de partes, tal como se enuncian en nuestro esquema. Sigue privando para denominar a casi todas ellas la terminología latina. Veamos: A) Preambulum. Se llama también entre los autores medievales «exordium, arenga, prologus, proemium, captatio benevolentiae»; nombres todos que van bien a su naturaleza y finalidad. Con definición un poco descriptiva podríamos decir que el preámbulo consiste en consideraciones generales, superficiales y vagas muchas veces, sin conexión directa e in­ 180

*

«

PALEOGRAFIA Y DIPLOMATICA

XXVII/9

mediata con el contenido del documento, sino fundadas más bien en las ideas remotas que pudieron inducir al autor a otorgar éste. Así como el exordio en los discursos y sermones estaba destinado, según la retó­ rica antigua, a preparar el ánimo de los oyentes y ganarse su benevolencia, así el preám­ bulo contiene sentencias de la escritura, proverbios, dichos de sabios, citas de legisladores que sirven para declarar en forma general e introductoria la legalidad, la moralidad y hasta la oportunidad de los acuerdos y decisiones declarados en el documento. Nada tiene, pues, que ver el preámbulo con la exposición de motivos que vendrá luego, la cual sí se refiere directa y específicamente al contenido documental alegando las razones de derecho y de hecho que han sido causa del mismo. Por consiguiente, el preámbulo no es algo necesario y ni siquiera importante o con­ veniente a la integridad del documento; suele ser característico de los más solemnes. Así se comprende que uno de los maestros del «Ars dicendi» declare taxativamente: «facere aren­ gas, precipue longas, solis convenit ociosis» que quiere decir: hacer arengas o preámbulos, sobre todo largos, es propio de personas ociosas. Los temas del preámbulo varían mucho de unos documentos a otros. He aquí algu­ nos: proclamación de los derechos y deberes de la autoridad pública; conveniencia de premiar los servicios prestados; utilidades que reportan los beneticios concedidos; deseo de alcanzar la prosperidad en este mundo y la vida eterna en el otro; motivos de justicia y caridad; consideraciones de orden religioso, moral o jurídico; ventajas que se siguen de dejar constancia de las cosas por escrito. N En cuanto a su extensión, son de notar los posibles preámbulos grandilocuentes y eruditos de los siglos ix-x, preferentemente sobre temas bíblicos, entre ellos el del juicio final. Sobre su encuadramiento dentro del texto conviene advertir que, aunque normalmente vaya a continuación del protocolo, no es ley absoluta ni constante. Casos hay en que sigue a la invocación o se sitúa entre ésta y la intitulación o después de la notificatio. En orden a la crítica diplomática e histórica, en general el papel del preámbulo es muy apreciable como reflejo de los usos y costumbres documentales en cada cancillería, en cada época, en cada región. Importa mucho no dejarse sorprender por preámbulos que siendo propios de una época, se repiten en documentos de la siguiente por rutina, por pereza o por lo que sea. Así, en el siglo x los preámbulos suelen ser vagos en ideas y largos en palabras; un documento que se caracterice por lo contrario, es decir, por un preámbulo breve y concreto, puede ofrecer indicios de falsedad o interpolación qué habrán de esclarecerse. Sobre el valor histórico de los preámbulos, entre las dos opiniones extremas, de no reconocerles ninguno o aceptarlos como argumentos incuestionables, hay que elegir una vía media, que se basará en una correcta crítica diplomática, capaz de distinguir bien entre preámbulo propio de la época en que el documento está fechado y los de otras épocas, entre original e imitado, entre los de sentido general y los de sentido concreto e inmediato. B) Notificatio. En un orden normal al preámbulo suele seguir la notificación, que algunos autores llaman también promulgatio y prescriptio. Se trata de aquella parte del documento que sirve para anunciar el hecho jurídico contenido en éste mediante una lla­ mada de atención a todos aquellos a quienes pueda interesar positiva o negativamente Ello 181

PALEOGRAFIA Y DIPLOMATICA

XXVIIMO

explica el que, además de ser fórmula breve, se una con el preámbulo a través de una conjunción consecutiva, como «igitur, ideo, ¡taque, quapropter». No es parte segura en todos los documentos y, de hecho, falta en series completas de los mismos. En cuanto a su colocación, puede, si falta el preámbulo, ponerse en su lugar y encabezar el cuerpo documental; o puede irle por delante; o pasarse al comienzo de todo el texto en vez de la invocación; o a continuación de ésta, en lugar de la intitulatio y la directio, como ocurre en los documentos de prueba. Las fórmulas de la notificación son muy variadas, pero sin afectar al fondo ni al significado. Boüard trae de ellas un pequeño cuadro, con una veintena de variantes, sola­ mente latinas. He aquí algunas: «Sciant omnes, noverint universi, notum sit ómnibus, notum sit ac manifestum», y sus correspondientes castellanas, como el «Sepan cuantas esta carta viesen» o el «Conocida casa sea a todos», etc. C) Expositio. Quiere decir exposición de motivos, aquellos concretamente que han impulsado al autor de la acción documental a poner ésta, con la explicación de los hechos y circunstancias de que es consecuencia la resolución manifestada en la parte dispositiva, que sigue a la exposición. De ahí el que algunos autores llamen a ésta «narratio». Su formulación puede decirse que admite variantes sin número, según se trate de documentos de gracia o de confirmación de privilegios, o de carácter contencioso, o legales y adminis­ trativos. Desde el punto de vista crítico, la expositio interesa más a la crítica histórica que a la diplomática. En eso se distingue, precisamente, del preámbulo que apenas contiene elemen­ tos históricos. Los principales de éstos corresponden a nombres de las personas que han solicitado el documento o a sus intermediarios e intercesores o a los consejeros de quien lo otorga, etc. Estos nombres pueden plantear problemas críticos interesantes en relación con la presencia o no presencia de las personas en el momento de realizarse la actio documental, cuando ésta se separa de la conscriptio considerablemente en el tiempo. D) Dispositio. Disponer se entiende aquí como sinónomo de mandar. Y disposición es aquella parte sustancial e insustituible de todo documento en que se expresa el objeto del mismo, y la voluntad del autor al respecto. Jurídicamente es aquí donde se especifican la naturaleza y clase del documento. Su fórmula puede empezar con una partícula consecu­ tiva que la une a la expositio: «quapropter, igitur, etc.». Interesa mucho que la expresión sea neta y clara, sin confusión ni ambigüedad en los términos. Supuesto lo cual, poco importa ya que el autor disponga en singular o en plural, en presente o en pasado, en virtud de una potestad u otra, según la clase del documento; mediante un solo verbo o varios, como «statuimus, precipimus, iubemus», los tres seguidos; en forma subjetiva, ha­ blando en primera persona, o en forma objetiva, cuando el documento habla de las partes contratantes en tercera persona, como si el hecho documentado fuera expuesto por el rogatario o redactor del documento. Cuando la dispositio se refiere a bienes y posesiones, se ha de tener en cuenta, en el aspecto crítico, que muchas veces se enumeran objetos y cosas no existentes en la realidad de aquel caso. La aparente anomalía se explica sabiendo que el sentido de la cláusula enumerativa, a las veces larguísima, no es que la cosa principal anunciada lleve realmente consigo todas las secundarias que se enumeran con ella, sino el hipotético de que si dichas cosas existieran, seguirían la suerte de la principal y de las otras que de verdad existen. En plan crítico, el valor de la dispositio como el de la expositio, es más histórico 182

*

«

PALEOGRAFIA Y DIPLOMATICA

XXVII/11

que diplomático, interesando especialmente para el estudio de las instituciones de las diver­ sas épocas. E) Sanctio y corroboratio. Con estos dos nombres genéricos se comprende una serie de claúsulas que van siempre al fin del cuerpo del documento y cuyo objeto es doble: garantizar el cumplimiento de la acción jurídica contenida en la parte dispositiva, y certifi­ car que se han guardado la serie de formalidades necesarias para dar validez y fuerza legal al documento mismo. Pueden contarse hasta ocho o diez clases de estas cláusulas, unas de carácter sancional, otras corroborativas. Sobre el conjunto de unas y otras notaremos ya que no se dan todas juntas en un mismo documento y que su formulación puede variar mucho, según las épocas, los países y los tipos documentales. Repasemos ahora cada grupo de esas cláusu­ las: a) Cláusulas preceptivas. Son cláusulas de sanción, vinculadas por su naturaleza a documentos procedentes de la autoridad pública. Pueden consistir en un mandamiento diri­ gido a los oficiales inmediatos o a las potestades civiles y eclesiásticas de inferior rango, o en una fórmula general dirigidas a todos los que puedan tener que ver con el asunto do­ cumentado. Durante mucho tiempo estas cláusulas fueron embebidas en la parte disposi­ tiva; sólo en la baja Edad Media adquieren expresión y lugar propios. La manera de expre­ sarlas varía poco: «precipiendo mandamus, iubemus» o verbos parecidos. Raramente se trasladan al protocolo final bajo la fórmula «rege exprimente» o parecida. b) Cláusulas prohibitivas. Pueden considerarse como una variante de las preceptivas o. más bien, correlativas y paralelas a aquéllas. Las preceptivas mandan a quien sea en forma positiva sobre la observancia de la acción documental; las prohibitivas vetan todo lo que pueda ir contra esa acción. Unas veces van mezcladas con las cláusulas conminatorias; otras, con las preceptivas. Su expresión puede variar poco, concretándose en ésta o pare­ cida frase: «nulli hominum liceat» (no sea permitido a nadie), o la típica de los documentos castellanos en la baja Edad Media: «non fagades ende al.» c) Cláusulas derogativas. Su objeto es anular cualquier derecho, ley o privilegio que contradiga lo que se establece en el documento. Si faltasen, dejarían abierta una brecha c-e sería fatal para lo dispuesto en aquél. De un modo u otro, explícita o implícita, se T-cuentra ya en los documentos más antiguos, aunque hasta el siglo xm no se le buscara s* o propio e independiente entre las cláusulas finales. Su importancia es extraordinaria en documentos legales. Las formas de expresarse coinciden sustancialmente en esta fór- j¡ a «non obstantibus clausulis et ordinationibus in contrarium» (no obstante cualesquier : ausulas y disposiciones en contrario). d) Cláusulas reservativas. Como su nombre indica, están encaminadas a evitar posibles 'ecursos y protestas de terceros, consecuentes al documento, por haber lesionado éste de­ rechos de aquéllos, por ejemplo, que un documento conteniendo gracias o concesiones de carácter particular no pueda dar pie para plantear en general reivindicaciones del mismo :ipo. Su fórmula se caracteriza por ir casi siempre encabezada por la palabra «salva o satvo». e) Cláusulas obligatorias. Al decir obligatorias y obligativas, no lo entendemos de modo general sino especial y reflejo; de otra forma, todas estas cláusulas finales serían obligati• as. pues todas sirven a la obligación de cumplir lo dispuesto en el documento. Nos referi­ mos ahora exclusivamente a documentos de carácter contractual y a las fórmulas con que

183

XXVII/12

PALEOGRAFIA V DIPLOMATICA

especial y explícitamente se obligan las partes contratantes a cumplir lo pactado. La obliga­ ción surgida puede ser de orden moral o material. La primera se manifiesta mediante pro­ mesa o juramento. Aunque teóricamente no se sistematizó hasta el siglo xin, su aparición en los documentos es muy antigua, a través de la fórmula «per Deum omnipotentem et haec quattuor sancta evangelia» o parecida. La obligación material se concretaba en ofrecer como garantía del compromiso adquirido bienes y aun la propia persona del comprometido y de sus sucesores. f) Cláusulas renunciativas. Son aquellas que, bajo pretexto de poner a las partes contratantes a resguardo de toda sorpresa y mala fe, tratan de enumerar, en forma de renuncia, las causas de nulidad, excepción y otras, que pudieran ser invocadas por alguna de las partes o por terceros para atenuar o destruir los efectos del contrato. Su aparición en los documentos medievales coincide en el siglo xn con la difusión del derecho romano y de los estudios jurídicos en general y, más aún, con el espíritu leguleyo que derivó de éstos, explotado por los practicones del derecho para alargar sus escritos a costa del cliente. Las renuncias se hacen a veces interminables. Así, se renuncia al beneficio de menor edad, de debilidad o inexperiencia; a las leyes en favor de los intere­ ses de la mujer; a los beneficios «de cautione» o «de restitutione in integrum»; a las ex­ cepciones «propter metum, dolum, malam fidem, vim»; a las dilatorias, al privilegio de fuero o de asilo, al dinero no contado, etc. A las renuncias concretas se añadió pronto una renuncia general «omni iuris beneficio» u «omni iuri canónico et civili»; la cual se reforzó todavía con la renuncia que dice que «general renunciación de leyes fecha non vala». Su mayor o menor uso coincidió con épocas de la baja Edad Media y la Moderna, según que preponderasen criterios de los teóricos del derecho o de los prácticos del documento. g) Cláusulas penales. Para hacer más eficaz el cumplimiento de cuanto dispone y manda el documento, se echaba mano del arma de la amenaza, anunciando penas y casti­ gos contra los incumplidores; las cuales podían ser espirituales, pecuniarias y corporales, si bien las últimas se anuncian muy raramente. Sobre el conjunto de las espirituales y pecu­ niarias puede decirse: 1. ° Que es evidente el origen eclesiástico de las primeras, las cuales iban desde incurrir en la ira de Dios omnipotente hasta la excomunión y su anatema, al modo de los cánones conciliares. De los documentos papales y episcopales pasaron a los señoriales y privados e, incluso, a los reales. Su estilo resulta con frecuencia retórico y grandilocuente. Su uso decae a partir del siglo xii. 2. ° El anuncio de penas pecuniarias aparece en los documentos privados desde muy antiguo y, ciertamente, en la época romano-bárbara. El dinero correspondiente, cuya canti­ dad y calidad variaba según épocas y regiones, habría de pagarse parte al erario público, parte a quien saliera dañado por el incumplimiento de las cláusulas documentales. 3.° Las penas espirituales y las pecuniarias se anuncian casi siempre juntas, al final del texto o cuerpo documental, antes del escatocolo. Típica es la expresión «Si quis vero» con que se abre la cláusula correspondiente. 4. ° Es evidente el sentido en gran parte rutinario y teórico de las cláusulas penales que surtían efecto muy pocas veces. h) Cláusulas corroborativas. Sirven, ya lo hemos dicho, para anunciar expresamente que se han cumplido, con relación al documento, todas las formalidades exigidas para que éste adquiera su perfección legal. Las formalidades más importantes y permanentes pueden I84

«

XXVII/13

PALEOGRAFIA Y DIPLOMATICA

ser éstas: haber dado orden de que se haga el documento («hanc chartam fieri iussi» o »mandé dar esta mi carta»); haber sido éste suscrito por el autor y por el escriba o notario; haber intervenido en él los confirmantes y testigos oportunos («lo firmaron de sus manos»); habérsele puesto el signo o el sello como elemento de validación («sellada con mió sello de plomo»). Desde el punto de vista crítico, interesa comprobar si en efecto los anuncios de formalidades y requisitos que se anuncian en dichas cláusulas corroborativas se han cumplido y en qué condiciones. 3. Protocolo final o escatocolo. Los elementos que dan carácter y fisonomía propios a esta parte del documento se integran en dos grupos bien definidos: el de la data o fecha, que reúne los datos relativos al tiempo y al lugar en que el documento ha sido hecho, y el de la validación o autenticación, que recoge los que sirven especialmente para dar al do­ cumento forma jurídica, sin los cuales no existe el documento propiamente dicho. De ahí, el que los tratadistas medievales emplearan para designar esta parte que, además, suele ser la última, verbos tan significativos como «absolvere», «complere». Dada la importancia y extensión que, por mucho que se abrevie, llevan consigo estas dos partes del protocolo final, no es posible resumirlas aquí, sino remitir cada cual a su propio tema, que son los inmediatos siguientes, 28 y 29. La «apprecatio» que aparece en último lugar del protocolo, es cláusula que suele ir .inculada a las de la data; por eso, cuanto a la misma se refiere irá también en el tema 28.

II.

FORMULAS Y FORMULARIOS

Si bien se considera, de lo dicho en la primera parte del tema y del examen directo oe los documentos se concluye que el discurso documental, así en su parte central como en las protocolarias, se expresa muchas veces de forma igual o parecida, es decir, con iguales palabras y parecidas frases, plasmadas en fórmulas jurídico-literarias que se repiten oara cada clase de documentos; y ello como consecuencia de las siguientes razones: 1. a Los documentos son títulos jurídicos que engendran consecuentes derechos y obligaciones y que, por lo mismo, deben estar concebidos y expresados lo más concisa y exactamente posible, con una fraseología ordenada y constante, que no dé lugar a subter­ fugios ni interpretaciones ambiguas dentro del asunto que se trata de documentar. 2. a Supuesta esta primera razón y la natural dificultad de mantener siempre esas condiciones de rigor y de precisión en la redacción textual, se explica que los redactores de documentos, en virtud de la ley del menor esfuerzo, amoldaran su estilo a fórmulas más o menos análogas que podían recordar de memoria o tener a mano para su empleo en el momento preciso 3. a Supuestas la naturaleza y fin de los documentos, resulta normal que las ideas que contienen y los hechos que consignan se repitan con frecuencia, dando pie para que también se repitan las expresiones respectivas. Todo lo cual nos lleva a ordinariamente, estará calcada leyes. Dichos modelos pueden deros y reales, que se imitan al

concluir que la estructura jurídico-literaria de un documento, sobre modelos admitidos por el uso o sancionados por las tener un doble origen: o son documentos anteriores, verda­ redactar otros nuevos; o soncolecciones de fórmulas idea185

EXPLICACIONES COMPLEMENTARIAS

A la segunda parte del protocolo final vimos en el tema 27 que respondían las Hama­ cas «validatio» y autenticado», bajo cuyos nombres se comprenden aquellos elementos que sirven para conferir al documento validez y autenticidad. Externamente dichos elementos se oíasman en lo que llamaríamos hoy firma y rúbrica del autor o autores del documento, de los testigos y demás personas que participan en él, así como de aquellos a quienes toca por oficio (cancilleres o notarios) componerlo textualmente y escribirlo materialmente, certi; cando, como final de todo sobre la terminación del proceso documental en forma co­ rrecta. En lenguaje diplomatístico a las actuales firmas se les llama «suscriptio» o suscrip­ ción, y a las rúbricas, signo o signatura, en latín «signum»; las cuales pueden ser verdade­ ramente autógrafas de las personas a que se refieren, o estar suplidas por una fórmula aceptada y reconocida al efecto, o por simples listas de esas personas, expresando su rela­ ción con el documento, o por la aposición de un objeto emblemático y significativo, lla­ mado sello.

I.

SUSCRIPCIONES Y SIGNOS

Examinaremos por separado las de cada uno de los grupos a que acabamos de refe­ rirnos, a saber: 1. Del autor o autores del documento. Conviene distinguir entre documentos públi­ cos y privados, cuyos sistemas varían según tiempos, regiones y tipos documéntanos. Vea­ mos: a) En los documentos públicos. Por una ley del año 470 el emperador León disponía ;^e ningún decreto imperial fuera tenido por auténtico si no iba signado por el emperador con tinta de púrpura o de plata, de la cual estaba prohibido usar a cualquier otro. Esta -crma de la cancillería romano-bizantina pasó en su sustancia tanto a las cancillerías de reinos bárbaros coetáneos o sucesores del Imperio como a la cancillería pontificia. Así *-=•-temos: 1.° El rey Teodorico de los ostrogodos suscribía con una lámina de oro en la cual Tí'aDan incisas las letras de la palabra «legi». Entre los reyes lombardos la suscripción se ;_s‘ tuye por una fórmula que refleja la orden del rey: «ex dicto domini regis». Entre los -erovingios la suscripción era autógrafa de verdad o aparentaba serlo, siempre bajo la -r'mula «N. rex subscripsi». Con los reyes carolinos dicha fórmula fue sustituida por un s gno y su fórmula, que decía «Signum manus N. gloriosissimi regis». De los reyes visigo::s consta que daban validez a sus diplomas mediante la imprenta de anillos signatarios. 217

XXIX/6

PALEOGRAFIA Y DIPLOMATICA

2. ° El signo de estos primeros documentos reales consistía o en una simple cruz o en un monograma, es decir, un dibujo o figura formado por letras más o menos disimula­ das, las cuales una vez desentrañadas y recompuestas, se ve que responden a un nombre o un título o una fórmula. Es importante saber distinguir en los monogramas las letras pro­ piamente dichas de los nexos o líneas que las unen. Las primeras han sido trazadas por la misma mano que escribió el resto del documento o por otro oficial de la cancillería; pero entre las segundas puede haber algún trazo más caracterizado, atribuidle al propio autor del documento que lo estampó con su mano, demostrando así su participación inmediata y directa en la conclusión o cierre de aquél. 3. ° En los documentos pontificios la suscripción y signo del autor dan mayor juego. Los más antiguos plasman aquella en una fórmula de saludo o bendición, escrita ordina­ riamente por mano del papa; por ejemplo, la de San Gregorio Magno, en el siglo vi, era: «Deus te incolumen custodiat». Con el tiempo y a medida que van apareciendo tipos más solemnes de documentos, la participación gráfica del autor, en este caso el papa, adquiere mayor empaque y tiene triple manifestación: suscripción propiamente dicha en el centro, signo rodado a la izquierda, y saludo a la derecha. Este último, que según acabamos de ver, es en su origen más antigo que ninguno otro elemento validador, adopta en los grandes privilegios la típica fórmula del «Bene vá­ lete**, juntas o separadas ambas palabras, y trazadas con escritura claramente distinta de la del texto. En el siglo xi, con las reformas del papa León IX, esta fórmula se convierte en un monograma, trazado primero por alguno de los familiares del papa, luego por un funciona­ rio de la Cancillería. \ Simultáneo, más o menos, al monograma del «Benevalete», aparece, a la izquierda, un signo de forma redonda, llamado tradicionalmente «rota» o rueda, a base de dos círcu­ los concéntricos, con el área del círculo interior dividida en cuadrantes por los cuatro bra­ zos de una cruz, en cada uno de los cuales figura una breve leyenda en letras mayúsculas. Estas leyendas variaron mucho hasta que, con Urbano II, se adopta en plan fijo la de «Sanctus Petrus sanctus Paulus» y el nombre del papa; por ejemplo, «Alexander papa III». En el espacio intermedio entre los dos círculos se escribe el mote o divisa del papa; por ejemplo, «Verbo Domini caeli firmati sunt», de Pascual II, precedido de una pequeña cruz, que se cree era trazada por la propia mano papal; la misma divisa, que no solía ser autó­ grafa, muestra una escritura específica que, probablemente procedía de la mano de un mandatario especial del pontífice; todo lo cual implica, sin duda, una particular participa­ ción de éste en esa parte de la «validatio». La suscripción personal del papa, entre la rueda y el «bene válete», aparece en tiem­ pos de Pascual II con esta fórmula: «Ego N catholicae ecclesiae episcopus subscripsi» que, siendo autógrafa en los principios, se limitó luego a ser trazada, no por el personal ordina­ rio de la cancillería, sino por un representante personal del suscribiente. Lo dicho vale para las grandes bulas y privilegios. En las bulas comunes desaparece la «suscriptio» y el «signum», confiándose su autenticación al solo sello de plomo; y lo mismo en los breves, cuyo sello, con la impronta del anillo papal, «annulo piscatoris» que cierra el documento, representa la intervención personal del papa. b) En los documentos privados. Otra ley romanobizantina, del año 528, recogida en el Código de Justiniano, puede considerarse como la causa inmediata de las suscripciones o firmas autógrafas, con sus signos correspondientes, que se encuentran en documentos 218

XXIX/7

■ ¡ t= :a = A F IA Y DIPLOMATICA

h m c o s medievales (ventas, cambios, donaciones, etc.), trazadas por el autor del docuLa doctrina relativa a dichos signos y suscripciones puede resumirse así: 1. ° Conviene distinguir entre documentos de prueba y documentos dispositivos que '■nv 35 en el tema 26. Los primeros pueden no estar suscritos por el autor, sino por el ■Bgatario solamente, es decir, por la persona que, a petición de aquél, ha extendido el mentó. En cambio, para los documentos de prueba, lo normal —sin que dejen de en­ corvarse muchas excepciones— es que sea el autor mismo quien lo suscriba o firme. 2. ° En la baja Edad Media retrocede considerablemente la presencia del autor a favcr x rogatario, que es quien realmente, aunque sin dejar de referirse con detalle a aquél, c 'o e y signa luego exclusivamente. En la Edad Moderna se adopta una solución que 2£-ece más razonable, a base de suscribir juntamente el rogatario y los autores. 3. ° Sobre si las suscripciones y signos de las partes —que es como se llama mu­ rgas veces a los autores— son o no autógrafos, hay que distinguir entre las primeras y los se:-ndos. Aquéllas pueden serlo, y adoptan la fórmula subjetiva