L.J. Shen - The Devil Wears Black [PDF]

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Zitiervorschau

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Maddie Goldbloom confeccionó un plan para asegurarse que todo en su vida fuera perfecto: desde una carrera en la moda, pasando por un elegante apartamento en Nueva York hasta un novio pediatra. Cuando su ex, Chase Black, irrumpe en su vida con una petición indignante, su reacción inmediata es rechazarlo. Pero él solo quiere cumplir el último deseo de su padre. Así que, aunque es el hombre que le rompió el corazón, interpretar a su prometida no debería ser difícil, especialmente si eso significa que puede ver al arrogante diablo retorcerse un poco. Lo que sigue es una cadena de eventos que detona la vida de Maddie… y cuando las paredes de Chase se derrumban, ambos se ven obligados a enfrentar la realidad. Dicen que mantengas a tus enemigos cerca. Pero, ¿y si tu enemigo es también el hombre que amas?

¿Dos cosas que el diablo y el color negro tienen en común? Siempre son oscuros y nunca pasan de moda. —Chase Black, Director de Operaciones de Black & Co.

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Trevor Daniel “Falling” Healy “Reckless” Kasabian “Fire” The Waterboys “Fisherman's Blues” MAX feat. Quinn XCII “Love Me Less” The Cars “Drive” The Rolling Stones “Sympathy for the Devil”

10 de octubre de 1998 Querida Maddie, Actualmente tienes cinco años, y te gusta mucho el color amarillo. De hecho, ayer me preguntaste si podías casarte con él. Espero que aún lo uses todo el tiempo. (También espero que hayas encontrado a alguien un poco más adecuado para el matrimonio). Dato curioso del día: cuando los exploradores españoles llegaron a América, pensaban que los girasoles estaban hechos de oro. ¡El cerebro humano es tan imaginativo! Sé creativa, siempre. Con amor, Besos, mamá.

Era oficial. Estaba sufriendo un derrame cerebral. Toda la evidencia apuntaba en esa dirección, y en este punto me sentía segura de haber visto suficientes capítulos de Grey's Anatomy para auto diagnosticarme: ¿Confusión? Listo. ¿Entumecimiento general? Listo. ¿Dolor de cabeza repentino? ¿Problemas para ver? ¿Dificultad para caminar? Listo, listo, listo.

La buena noticia era que estaba viendo a un médico. Literalmente. Estaba caminando de regreso a mi apartamento con uno cuando aparecieron los síntomas. Al menos tenía el lujo de recibir atención médica inmediata si la necesitaba. Metí mis puños en mi chaqueta de lentejuelas amarilla con puntos morados (una de mis favoritas), cuadré mis hombros y entrecerré los ojos a la gran figura sentada en lo alto de la escalera del edificio de piedra rojiza donde alquilaba mi departamento, deseando que desaparezca de mi visión. Se quedó inmóvil, el brillo azulado de su teléfono iluminando los planos de su rostro. El aire de pleno verano serpenteaba a su alrededor, crepitando como fuegos artificiales. Cada luz de color whisky en la calle capturaba su perfil, como si estuviera parado en el escenario, exigiendo la atención de todos. Un pánico incandescente se apoderó de mí. Solo conocía a una persona que hacía que el universo baile a su alrededor como Chicas Aloha. Descarté tener un derrame cerebral, de mala gana. No. No se le ocurriría aparecer aquí. No después de cómo dejé las cosas. —… entonces mi pequeño paciente se inclina hacia mí y me dice: “¿Puedo contarte un secreto?” y yo digo, “Ajá”, pensando que va a soltar el rollo de que sus padres se han divorciado. Pero simplemente dice: “Finalmente descubrí cuál es el trabajo mi madre”. Le pregunto cuál es, y me dice… escucha esto, Maddie. —Ethan, mi cita, levantó una mano, agachándose con la otra mano apoyada en su rodilla, claramente sobrestimando el potencial cómico de su historia—. “Ella deslizó un iPad nuevo debajo de mi almohada el día que perdí mi primer diente. Mi mami es el hada de los dientes. ¡Soy el niño más afortunado del mundo!” Ethan echó la cabeza hacia atrás y se rio, ajeno a mi colapso interno. Era apuesto, con su cabello, ojos y mocasines casi del mismo tono exacto de castaño nogal, su cuerpo esbelto de corredor y su corbata de Scooby-Doo. Es cierto que no era el Dr. McDreamy1. Más como el Dr. McReality2. Y sí, había compartido doce historias sobre sus jóvenes pacientes durante el transcurso de la comida etíope que disfrutamos, casi derrumbándose cada vez que recitó sus observaciones totalmente astutas. Pero Ethan Goodman era exactamente el tipo de hombre que necesitaba en mi vida. El hombre en mi escalera era la persona que me había enseñado esta dolorosa lección.

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Dr. McDreamy: en español pudiendo traducirse como McEnsueño. DR. McReality: en español pudiendo traducirse como McRealidad.

—Lo que dicen los niños. —Jugué con mi pendiente de girasol colgantes—. Extraño mi inocencia. Si pudiera conservar algo de mi infancia, sería eso. La figura en mi escalera se puso de pie, girando en nuestra dirección. Sus ojos se levantaron de su teléfono, atrapando los míos sin esfuerzo. Mi corazón se desinfló como un globo, elevándose en círculos erráticos antes de caer en un montón de goma flácida en la boca de mi estómago. De acuerdo, era él. Su metro ochenta y siete de ángulos cincelados y atractivo sexual despiadado. Envuelto en una impecable camisa de vestir negra arremangada hasta los codos, exponiendo unos antebrazos tan gruesos como mis muslos, llenos de venas y músculos. Layla, mi amiga de la infancia convertida en vecina de al lado, lo llamaba un Gastón de la vida real. —Agradable a la vista, pero suplicando que lo arrojen desde un tejado. Fruncía el ceño como si él mismo no pudiera entender lo que estaba haciendo aquí. Con su cabello negro despeinado. Ojos sesgados de color gris azulado propios de un personaje de manga. Con esa estructura ósea de dios griego que te hacía pensar en cometer crímenes de guerra para tener la oportunidad de pasar los dientes por su mandíbula como un animal. Pero sabía que no era el Dr. McDreamy o el Dr. McReality. Chase Black era el diablo. Mi diablo personal. Siempre vestido de negro, con un comentario cruel en la punta de su lengua, sus intenciones tan oscuras como su sonrisa. ¿Y yo? Me habían apodado Mártir Maddie por una razón. No podía ser mala aún si mi vida dependiera de ello. Lo cual, afortunadamente, no era así. —¿En serio? Si pudiera conservar algo de mi infancia, sería mi primer diente de leche que se cayó. Mi perro se lo tragó. Oh, bueno… —Ethan pareció entusiasmado. Mi cabeza volvió a mi cita—. Por supuesto, los accidentes con perros siempre ocurren. Como aquella vez, cuando otro paciente mío… Dios, espera a que escuches esta historia… vino a mi clínica pediátrica por un sarpullido sospechoso… —¿Ethan? —Me detuve a medio paso, incapaz de concentrarme en otra historia dulce. No es que las historias no fueran fascinantes, pero la calamidad estaba literalmente en mi puerta, listo para explotar por toda mi vida.

—¿Sí, Maddie? —Lo siento mucho, pero creo que tengo un poco de náuseas. —Técnicamente no es una mentira—. ¿Crees que podemos terminar temprano? —Oh, no. ¿Crees que fue el tere siga? —Ethan frunció el ceño, dándome una mirada de cachorro que me rompió el corazón. Gracias a Dios, estaba demasiado ocupado hablando de sus pacientes como para notar al hombre gigantesco parado en mi puerta. —De ninguna manera. Me he sentido mal por algunas horas. Creo que finalmente me está golpeando. —Eché un vistazo a Chase detrás de la espalda de Ethan, tragando saliva. —¿Estás segura que estarás bien? —Segura. —Alisé su corbata de Scooby-Doo sobre su pecho con una sonrisa. —Me gusta la positividad. Hace del mundo un lugar mejor. —Los ojos de Ethan se iluminaron. Se inclinó para besar mi frente. Tenía hoyuelos. Los hoyuelos eran geniales. Ethan, también, era genial. Entonces, ¿por qué estaba ansiosa por despedirme de él solo para poder asesinar a mi inesperado invitado en la escalera de mi apartamento de modo que toda la calle sea testigo? Oh, era cierto, porque Chase Black había arruinado mi vida y me dejó por mi cuenta para reconstruirla, cada fragmento de nuestra relación rota cortándome profundamente. Más de esto en un segundo. Solo tenía que despedirme de mi perfecto Dr. McReality que casi me salvó de un derrame cerebral.

Mientras caminaba el resto del camino hacia mi edificio, con el corazón aleteando contra mi esternón como un pez fuera del agua, fantaseé con las diversas formas en que iba a saludar a Chase. En todas ellas, parecía indiferente, diez centímetros más alta y usando unos Louboutins femme fatale en lugar de mis zapatos Babette verdes.

Es curioso, no recuerdo haber dejado la basura afuera. Permítame acompañarlo de regreso a la papelera, señor Black. Oh, ¿quieres disculparte? ¿Puedes especificar por qué? ¿La parte del engaño, la parte humillante en la que tuve que hacerme una prueba de ETS después, o simplemente por desperdiciar mi tiempo? ¿Estás perdido, cariño? ¿Quieres que te acompañe al burdel que obviamente estás buscando? Baste decir que, Chase Black no sacaba en mí a la Mártir Maddie. Me detuve a tres pasos de él. Mis nervios estaban tan destrozados como mi vestido con estampado de melocotón, y odié el aleteo excitado rozando mi pecho. Me recordó lo estúpida que había sido por él. Lo conveniente. Lo sumisa. —Madison. —Chase inclinó la barbilla hacia arriba, mirándome por encima de la nariz a medida que me examinaba. Pareció una orden más que un saludo. El pellizco condescendiente de sus cejas tampoco parecía demasiado atrayente. —¿Qué estás haciendo aquí? —siseé. —¿Me dejas entrar? —Se guardó el teléfono en su bolsillo delantero. Directo al grano. No puedo, sino déjame entrar. No ¿cómo has estado? O Lamento esa vez que aplasté tu corazón hasta convertirlo en polvo o incluso ¿Cómo está Daisy, el Aussiedoodle que te regalé en Navidad, aunque me dijiste que eras alérgica a los perros no menos de tres veces, y tus amigos ahora la apodan Assholedoodle por su tendencia a orinar en los zapatos de la gente? Agarré las solapas de mi delgada chaqueta de verano, furiosa conmigo por la forma en que me tiemblan los dedos. —Preferiría que no. Si esto se trata sobre follarte a media población de Nueva York, te equivocaste de dirección. Puedes tachar mi nombre. El calor del verano se alzaba desde el cemento, enroscándose sobre mis pies como humo. La oscuridad de la noche no hizo nada para atenuar el calor que hacía. Manhattan se sentía pegajoso, cargado de sudor y hormonas. La calle zumbando con parejas y jaurías de turistas, compañeros de trabajo ruidosos y estudiantes universitarios que no tramaban nada bueno. No quería una escena pública, pero lo quería aún menos en mi apartamento. Conoces la expresión Si alguien puede tenerlo, ¿no lo quiero? Eso se aplicaba a su cuerpo. Después de que rompimos, me había llevado semanas deshacerme de ese aroma singular a Chase Black en mis sábanas. Me había seguido a todas partes, como una nube oscura con

amenaza de lluvia. Aún podía sentir la gruesa oleada de lágrimas detrás de mis párpados cuando pensaba en él. —Mira, sé que estás molesta —comenzó, su tono cauteloso, como si estuviera entrando en una negociación con un tejón salvaje. Lo interrumpí temblorosamente, sorprendida por mi propia asertividad. —¿Molesta? Me molesto cuando mi lavadora se descompone. Cuando mi cachorro mastica el poncho azul de ganchillo que compré el invierno pasado, y por la espera de la próxima temporada de The Masked Singer. Abrió la boca, sin duda para protestar, pero levanté la mano, agitándola para dar énfasis. —Chase, lo que me hiciste no me molestó. Me devastó. Ahora no me importa admitirlo, porque estoy tan por encima de ti que olvidé cómo se sintió estar debajo de ti. —Apenas tomé un respiro antes de escupir más incendios volcánicos en su dirección—. No, no vas a subir. Lo que sea que tengas que decirme… —señalé al suelo debajo de mí—… este es tu escenario. Pasó una mano por su cabello, tan negro y de aspecto tan suave que hizo que mi pecho se apriete, observándome como si fuera una bomba de tiempo que tenía que desactivar. No sabría decir si estaba molesto, arrepentido o exasperado. Parecía una mezcla de los tres. Nunca sabía lo que sentía, incluso cuando estaba muy dentro de mí. Me acostaba allí, mirándolo a los ojos, y veía mi propio reflejo mirándome. Me crucé de brazos, preguntándome qué habría provocado su visita. No había sabido nada de él desde que rompimos hace seis meses. Pero había escuchado por Sven, mi jefe, sobre las mujeres que Chase había llevado a su ático después de nuestra ruptura. Mi jefe vivía en el mismo edificio ostentoso en Park Avenue que Chase. Aparentemente, este último no había estado llorando hasta quedarse dormido. —Por favor. —Las palabras se retorcieron en su boca torpemente, como si estuvieran hechas de grava. Chase Black no estaba acostumbrado a pedir las cosas amablemente—. Es un tema bastante personal. Apreciaría no tener a toda la calle como audiencia. Busqué mis llaves en mi bolso pequeño, subiendo las escaleras pisando fuerte. Aún estaba en el primer escalón, sus ojos abriendo un agujero en mi espalda. La única vez que me miraba con cualquier cosa menos hielo, y era completamente inmune a eso. Abrí la puerta de entrada del edificio, ignorando su súplica. Es curioso, siempre pensé que se sentiría divino despedirlo de la forma en

que él me había despedido a mí. Pero en este momento, mis sentimientos se arremolinaban entre el dolor, la ira y la confusión. El triunfo no estaba a la vista, y la alegría estaba a kilómetros de distancia. Casi había pasado el umbral cuando sus siguientes palabras me detuvieron. —¿Demasiado asustada para darme diez minutos de tu tiempo? —me desafió, la sonrisa en su voz como una puñalada en mi espalda. Me quedé helada. Ahora lo reconocía. Frío, calculador. Juguetonamente despiadado—. Si estás tan por encima de mí y no tienes la tentación de estar debajo de mí una vez que lleguemos arriba, puedes volver a tu existencia dichosa y libre de la existencia de Chase después de decir mi parte, ¿no? ¿Asustada? ¿Pensaba que estaba asustada? Si a estas alturas fuera más inmune a sus encantos, vomitaría ante su vista abiertamente. Me giré, sobresaliendo mi cadera, con una sonrisa educada en los labios. —¿Un poco engreído, no? —Lo suficiente para llamar tu atención —respondió inexpresivamente, luciendo terriblemente como un hombre que no quería estar aquí. De todos modos, ¿qué está haciendo aquí? —Bastarán cinco minutos, y será mejor que te portes bien. —Lo señalé con mi bolso. —Lo juro por mi vida. —Se puso una mano en el pecho burlonamente. —Al menos nuestras esperanzas están alineadas. Eso lo hizo reír. Hui a mi apartamento en el segundo piso, sin molestarme en mirar detrás de mí y ver si me seguía. Intenté clasificar las razones por las que estaba aquí. Quizás acababa de salir de rehabilitación por su destructiva adicción al sexo. Solo habíamos salido durante seis meses, pero durante ese tiempo, había sido bastante obvio que Chase no descansaría hasta que yo tuviera quemaduras de alfombra en toda la espalda y caminara torpe al día siguiente. No es que hubiera tenido ninguna queja en ese entonces, el sexo fue una parte de nuestra relación que había funcionado muy bien, pero él era un mujeriego insaciable. Sí, decidí. Esto probablemente era parte de su proceso de recuperación de doce pasos. Hacer las paces con aquellos a quienes lastimó. Iba a disculparse y marcharse, y ambos tendríamos nuestro cierre. A decir verdad, una experiencia de limpieza. Haría que empezar las cosas con Ethan sea aún más perfecto.

—Prácticamente puedo oírte sobre pensando —refunfuñó Chase, subiendo las escaleras detrás de mí. Es curioso, no sonaba en absoluto arrepentido. Solo su habitual faceta de imbécil. —Prácticamente puedo sentir tus ojos en mi trasero —dije rotundamente. —Puedes sentir otras partes de mí si así lo deseas. No lo apuñales con un cuchillo de carne, Maddie. No vale la pena el tiempo en prisión. —¿Quién es el chico? —Bostezó provocativamente. Siempre había un tono diabólico en sus palabras. Manifestaba todo de una manera inexpresiva, con un toque de ironía para recordarte que era mejor que tú. —Caray. Guau. —Sacudí la cabeza, resoplando. Tenía un gran descaro al preguntarme por Ethan. —¿Caray-Guau? ¿Es rapero? Si es así, necesita un cambio de imagen. Cuéntale sobre el Club Black & Co. Tenemos un descuento promocional del quince por ciento en los servicios de estilista personal. Le disparé mi dedo medio sin girarme, ignorando su risa oscura. Nos detuvimos en mi puerta. Layla vivía frente a mí, en el otro apartamento que se había convertido en un estudio cuando nuestro propietario cortó su propiedad por la mitad. Layla había sido la primera en mudarse a Nueva York después de graduarnos. Cuando me dijo que el apartamento tipo estudio frente al suyo estaría disponible porque la pareja se había mudado a Singapur, y el propietario prefería un residente ordenado que pagara a tiempo, aproveché la oportunidad. Layla era maestra de preescolar durante el día y niñera por las tardes para complementar sus ingresos. Me resultaba difícil recordar haberla visto sin sostener a un niño pequeño en sus brazos o haciendo recortes de letras y números para la clase del día siguiente. Layla pegaba una palabra del día en su puerta cada mañana. Era una forma estupenda de hablar conmigo incluso cuando no nos hablábamos a lo largo del día. Con los años, me había encariñado con las palabras diarias de Layla. Eran compañeras, pequeñas señales de algún tipo. Predicciones de cómo iba a ser mi día. Hoy había olvidado mirarla en mi prisa por llegar al trabajo. Miré distraídamente mientras metía mi llave en su agujero. Peligro: exposición o responsabilidad por lesiones, dolor, daño o pérdida. Una sensación de hundimiento se apoderó de mí. Se instaló en la base de mi columna, aplicando una presión persistente.

—No estás aquí para disculparte, ¿verdad? —susurré, mis ojos aún en mi puerta. —¿Disculparme? —Su brazo vino de detrás de mí para descansar sobre mi cabeza. Su aliento cálido rozó sobre la parte posterior de mi cuello, haciendo que los vellos pequeños se ericen. El efecto Chase—. ¿Por qué diablos haría eso? Empujé la puerta para abrirla, dejando que Chase entre a mi apartamento. Mi dominio. Mi vida. Dolorosamente consciente del hecho de que la última vez que había irrumpido en mi reino, también lo había destruido.

2 de julio de 1999 Querida Maddie, Hoy, colocamos las margaritas marchitas de la señora Hunnam en tus libros viejos. Dijiste que querías darles un entierro adecuado porque te sentías mal por ellas. Tu empatía hizo que se me atascara la garganta. Por eso me di la vuelta y salí de la habitación. No por el polen. Por supuesto que no. ¡Dios, soy florista! Dato curioso: las margaritas simbolizan pureza, comienzos nuevos. Espero que sigas siendo compasiva, de buen corazón y que recuerdes que cada día es un comienzo nuevo. Con amor, Siempre, Besos, mamá.

Pateé mis zapatos contra la pared. Daisy salió corriendo de su cama en el alféizar de la ventana junto a las flores, sacudiendo la cola a medida que comenzaba a lamer entre los dedos de mis pies a modo de saludo. A decir verdad, no era su hábito más femenino, pero estaba entre los menos destructivos. —¿A qué le debo el disgusto, señor Black? —Me quité la chaqueta amarilla. —Tenemos un problema —Chase le dio una palmadita a Daisy antes de adentrarse a mi apartamento tipo estudio. Parecía injusto, casi retorcido, que hubiera desperdiciado tantas lágrimas y noches de insomnio para aceptar el hecho de que él nunca volvería a pararse casualmente en mi cocina, solo para que… bueno, esté de

nuevo parado en mi cocina, luciendo jodidamente casual. Como si nada hubiera cambiado. Pero eso no era cierto. Yo había cambiado. Chase abrió la nevera, sacó una lata de Coca-Cola Dietética, mi Coca-Cola Dietética, y la abrió antes de apoyarse en la encimera y tomar un sorbo. Me quedé observándolo, preguntándome si él era el que estaba sufriendo un derrame repentino. Miró alrededor de mi diminuto espacio abarrotado, sin duda haciendo un inventario de los cambios que había hecho desde la última vez que había estado aquí. Papel tapiz nuevo de Anthropologie, sábanas recientes y (menos perceptible, pero no obstante existente) la abolladura nueva en mi corazón, con la forma de su puño de hierro. Encendió las luces (tenía una para todo el apartamento) y silbó bajo. Noté que se veía desaliñado y sin afeitar bajo las implacables luces LED. Tenía los ojos inyectados en sangre, y la camisa un poco arrugada. Su corte de cabello de doscientos dólares necesitaba desesperadamente un retoque. Muy diferente al apuesto e inmaculado libertino que se enorgullecía de ser. Como si el mundo finalmente hubiera decidido presionar su peso aplastante sobre sus gloriosos hombros. —Parece que le gustaste a mi familia —admitió con frialdad, como si la perspectiva fuera tan poco probable como un unicornio heterosexual. Avancé hacia él, arrebatándole la Coca-Cola Dietética de las manos. Tomé un sorbo por principio y la dejé en la encimera entre nosotros. —¿Y? —Mi madre no puede dejar de hablar sobre el pan de plátano que prometiste hornear para ella, el sueño de toda la vida de mi hermana es convertirse en tu mejor amiga desde que le tejiste ese sombrero, y mi padre jura que eres la mujer con la que todo hombre sueña. —También pienso muy bien en tu familia —dije. Era la verdad. Los Black no se parecían en nada al engendro del demonio que habían arrojado al mundo por error. Fueron dulces, compasivos y acogedores. Siempre sonriendo y, sobre todo, ofreciéndome una copa de vino con bastante frecuencia. —Pero yo no —remató con una sonrisa hedonista que sugería que le gustaba que me disgustara. Como si hubiera logrado su objetivo. Desbloqueó un nivel en un videojuego. —Tú no. —Le di un asentimiento breve—. Por eso los halagos no te llevarán a ninguna parte.

—No estoy intentando llegar a ningún lado contigo —me aseguró, su pecho expandiéndose debajo de su camisa. Un fantasma de su aroma (amaderado, loción de afeitar y hombre) se deslizó por mis fosas nasales, haciéndome temblar—. No de la manera que piensas. —Ve al grano, Chase. —Suspiré, bajando la vista y moviendo los dedos de mis pies. Quería que se vaya de aquí para poder sumergirme bajo el edredón y ver Supernatural. Lo único que podría salvarme esta noche era una dosis saludable de Jensen Ackles combinada con cantidades impías de chocolate y compras impulsivas por Internet. Además, vino. Mataría por una botella. Con la víctima preferiblemente siendo el hombre frente a mí. —Hay un problema —dijo. Con él siempre los había. Lo miré fijamente en blanco de modo que continuara. Y entonces, hizo la cosa más extraña posible. Él… en cierto modo… ¿se estremeció? Chase Black hizo eso. —Puede que haya olvidado mencionarles que rompimos —dijo con cautela, desviando la mirada hacia Daisy, quien en ese momento estaba follando la pata del sofá con una sonrisa perruna entusiasta. —¿Tú qué? —Mi cabeza se levantó bruscamente, mis dientes chocando—. Han pasado seis meses. —Y tres días. Y veintiún horas. No es que estuviera contando—. ¿Qué estabas pensando? Se frotó los nudillos contra su barba incipiente, con los ojos aún fijos en mi traviesa cachorra. —Francamente, pensé que te darías cuenta que reaccionaste de forma exagerada y volverías. Si fuera un personaje de dibujos animados, mi mandíbula hubiera caído al suelo y mi lengua rodaría como una alfombra roja, chocando contra la puerta, por la que luego arrojaría a Chase, dejando un agujero con la forma de su cuerpo. Presioné mis dedos sobre mis ojos, respirando entrecortadamente. —Estás bromeando. Dime que estás bromeando. —Mi sentido del humor es mejor que eso. —Bueno, espero que tu sentido de la orientación sea igual de bueno, de modo que puedas volver con tu familia y decirles que hemos terminado definitivamente. —Pisoteé enfurecida hasta la puerta, la abrí y le indiqué que se vaya con un movimiento de cabeza.

—Hay más. —Chase permaneció apoyado contra mi encimera, con las manos metidas en sus bolsillos con indiferencia. Tenía algunas posiciones distintivas que estaban grabadas en la parte posterior de mis párpados y guardadas para los días lluviosos con la Varita Mágica. Chase apoyando una cadera casualmente contra un objeto inanimado. Chase sujetando la parte superior del marco de la puerta, sus bíceps y tríceps sobresaliendo de su camiseta manga corta. Chase con una mano metida en su bolsillo delantero, sus ojos desnudándome lentamente. Esencialmente, tenía un catálogo entero de orgasmos autoinducidos inspirados en mi ex solo con su apariencia. Lo cual, sin duda, era un nivel patético que necesitaba un nombre nuevo. —Hace un par de semanas iba a decirles que habíamos terminado, pero mi padre se me adelantó en el departamento de las malas noticias. —Oh, caray. ¿El súper yate se averió? —Puse una mano sobre mi pecho, fingiendo preocupación. Ronan Black, el propietario de Black & Co., los grandes almacenes más concurridos de Manhattan, llevaba una vida encantadora llena de vacaciones, jets privados y reuniones familiares grandiosas. Aun así, hablar mal de las personas que me habían dado la bienvenida a su casa me dejó un sabor amargo en la boca. —Tiene cáncer en etapa cuatro. De próstata. Se extendió a sus huesos. Riñones. Sangre. No fue examinado. Mi madre le había estado rogando durante años, pero supongo que no quería la incomodidad. No hace falta decir que es incurable. Le quedan tres meses de vida. —Se detuvo—. Hablando generosamente. Dio la noticia de manera rotunda, manteniendo su rostro en blanco. Sus ojos seguían fijos en Daisy, quien se alejó del sofá, abriendo las patas a sus pies, suplicándole que le frote la barriga. Él se inclinó y rascó su estómago distraídamente, esperando a que asimile la noticia. Sus palabras me empaparon como veneno, esparciéndose lenta y paulatinamente. Me golpearon en algún lugar profundo, en esa bola apretada de angustia que mantenía alojada en mi vientre. Mi bola por mamá. Sabía que Chase y su padre eran cercanos. También sabía que Chase era un hombre orgulloso y nunca se derrumbaría, especialmente frente a alguien que lo odiaba. Mis rodillas se doblaron, el aire golpeando contra la parte posterior de mi garganta, negándose a entrar en mis pulmones.

Resistí el impulso de borrar el espacio entre nosotros y abrazarlo. Él traduciría mi calidez en compasión, y no lo compadecía. Me sentía devastada por él, habiendo experimentado perder a mi madre por el cáncer de mama cuando tenía dieciséis años después de su batalla intermitente contra la enfermedad. Sabía muy bien que siempre era demasiado pronto para despedirse de un padre. Y que ver a alguien a quien amabas perder la batalla contra su propio cuerpo era tan doloroso como desgarrar tu propia carne. —Lo siento mucho, Chase. —Las palabras finalmente salieron a trompicones de mi boca, torpes e ingrávidas. Recordé lo mucho que papá odiaba que le dijeran eso. ¿Y qué si lo lamentan? No hará que Iris se sienta mejor. Pensé en las cartas de mamá. Por lo general, comenzaba todas las mañanas con una de sus cartas y una taza de café fuerte, pero esta mañana había leído dos de ellas. Había tenido el presentimiento de que hoy iba a ser un desafío. No me había equivocado. Espero que sigas siendo compasiva y de buen corazón. Me pregunté qué pensaría ella de mi apodo. La Mártir Maddie. Siempre dispuesta a salvar el día. Los ojos pesados de Chase se apartaron de Daisy para encontrarse con los míos. Estaban espantosamente vacíos. —Gracias. —Si hay algo que pueda hacer… —Lo hay. —Se enderezó rápidamente, limpiándose el pelo de Daisy. Incliné mi cabeza de forma inquisitiva. —En los días posteriores a que mi padre nos diera la noticia, mi familia se convirtió en un desastre. Katie no se presentó a trabajar. Mi madre no se levantó de la cama, y papá corrió de un lado a otro, intentando consolar a todos en lugar de cuidar de sí mismo. Fue, a falta de palabras mejores, un espectáculo de mierda. Y el espectáculo aún continúa. Sabía que Lori Black había luchado antes contra la depresión, no a través de Chase sino a través de una entrevista en profundidad que le había dado a Vogue unos años atrás. Había hablado con franqueza sobre sus períodos oscuros mientras promocionaba la organización sin fines de lucro donde se ofrecía como voluntaria. Katie, la hermana de Chase, era ejecutiva de marketing en Black & Co. Y adicta a las compras. Eso era menos entrañable y estrafalario de lo que parecía. Katie sufría de ataques de ansiedad fuertes. Sus episodios incluían ir de compras intensas y descontroladas para enterrar lo que fuera que la ponía

nerviosa. Gastar hasta la coronilla la hacía respirar un poco mejor, pero después siempre se odiaba a sí misma. Era como comer compulsivamente de forma emocional, solo que, con ropa de diseñador. De hecho, así fue como habían logrado diagnosticarla. Seis años atrás, había entrado en un frenesí de gastos después de que su novio hubiera roto con ella. Había gastado 250.000 dólares en poco menos de cuarenta y ocho horas, había agotado tres tarjetas de crédito, y Chase la había encontrado enterrada bajo una montaña literal de cajas de zapatos y ropa en su vestidor, llorando con una botella de champán. Chase debe haber leído mi mente, porque me presionó, sus ojos sosteniendo los míos intensamente. —Teniendo en cuenta el historial de mi madre, no sería descabellado asumir que está en camino directo a Depresiolandia. Cuando fui a ver cómo estaba Katie, su puerta estaba bloqueada con paquetes de Amazon. Necesitaba un cordero para sacrificar. —Chase. —Mi voz croó. Tenía el presentimiento de que era el pobre animal a punto de ser arrojado a la barbacoa. Su rostro estaba en blanco, su tono mesurado. —Tuve que pensar rápido. Así que, hice un anuncio por mi cuenta. Agarró la lata entre nosotros, tomando otro sorbo, sus ojos en mí. Tranquilo. Mi corazón daba vueltas como un hámster en una rueda. Las puntas de mis dedos hormiguearon. El pánico obstruyó mi garganta. —Les dije que estábamos comprometidos. No respondí. Al menos, no al principio. Tomé la lata de Coca-Coca Dietética y la arrojé contra la pared, viéndola salpicar como una pintura vanguardista con su efervescencia marrón. ¿Quién hacía algo así? ¿Le dijo a su familia que estaba comprometido con su ex novia, a quien había engañado? Y ahora estaba aquí, sin siquiera lucir medio arrepentido y aún siendo un idiota en toda regla, pronunciando la noticia de manera despreocupada. Hijo de la grandísima… —Se pone peor. —Levantó la palma de la mano, sus ojos clavándose en mi asiento junto a la ventana, que estaba lleno de flores en macetas de varios colores y la cama de Daisy—. Al final resultó que, el anuncio del compromiso era justo lo que recetó el médico. La familia es un principio divino para los Black. Le dio a mamá algo de qué emocionarse y apartó los pensamientos de papá del gran C. Y así, parece

que tú y yo vamos a tener una fiesta de compromiso en los Hamptons este fin de semana. —¿Una fiesta de compromiso? —repetí, parpadeando. Me sentía mareada. Como si el suelo debajo de mí se balanceara al mismo ritmo que mi pulso. Chase asintió secamente. —Naturalmente, ambos debemos estar presentes. —Lo único natural —dije lentamente, mi cabeza era un desastre—, es el hecho de que aún estás delirando. La respuesta a tu solicitud tácita es no. —¿No? —repitió. Otra palabra a la que no estaba acostumbrado. —No —confirmé—. No te acompañaré a nuestra fiesta de compromiso falsa. —¿Por qué? —preguntó. Parecía genuinamente desconcertado. Podía decir que Chase, a pesar de sus treinta y dos años de existencia, tenía muy poca experiencia con el rechazo. Era atractivo, inteligente, tan inmensamente rico que no podría gastar todo su dinero, aunque dedicara toda su vida a la causa y tenía un pedigrí envidiable en Manhattan. En teoría, era demasiado bueno para ser verdad. En realidad, era tan malo que dolía respirar junto a él. —Porque no voy a celebrar nuestro romance falso y engañar a decenas de personas. Y porque hacerte favores está muy abajo en mi lista de cosas por hacer, en algún lugar debajo de depilarme las pestañas individualmente con un par de pinzas y pelear con un Papá Noel borracho en el metro. —Seguía manteniendo la puerta abierta, pero estaba temblando. No podía dejar de pensar en Ronan Black. En cómo la noticia debe haber afectado a Katie y Lori. En la carta de mamá diciéndome que sea compasiva. Seguramente ella no se refería a esto. —Te despediré —dijo simplemente, sin perder el ritmo. —Te demandaré —repliqué con la misma indiferencia, sintiéndome mucho más histérica por su amenaza de lo que dejaba ver. Amaba mi trabajo. Además, sabía muy bien que vivía de cheque en cheque y no sobreviviría ni al más breve periodo de desempleo. No es de extrañar que su apellido fuera Black. Su corazón ciertamente lo era. —¿Estás escasa de dinero, señorita Goldbloom? —Arqueó una ceja, su voz sonando mortal. —Tú sabes la respuesta. —Desplegué mis dientes. Un apartamento en Manhattan, por pequeño que sea, cuesta una fortuna.

—Perfecto. Hazme una oferta, y te reembolsaré tu tiempo y esfuerzo. —Pasó de policía malo a policía bueno en un segundo. —Dinero sangriento —dije. Se encogió de hombros, luciendo aburrido con mis payasadas. —¿Sangre? No. Probablemente algunos rasguños. —¿Estás ofreciendo pagarme por mi compañía? —Ignoré el pulso palpitando en mi párpado—. Porque hay una palabra para eso. Prostitución. —No te estoy pagando para que duermas conmigo. —No tienes que hacerlo. Lo hice gratis tontamente. —No escuché ninguna queja en ese entonces. Mira, Mad… —Chase. —Imité su tono de advertencia, odiando que usara su apodo para mí, no Maddie, no Mads, solo Mad, y que aún haga que la boca de mi vientre se llene de mariposas. —Ambos sabemos que lo harás —explicó, con la exasperación apenas velada de un adulto explicándole a un niño por qué debe tomar su medicamento—. Ahórranos este pequeño tango. Es tarde, tengo una reunión con la junta mañana a primera hora, y estoy seguro que te mueres por contarles a tus amigas todo sobre tu pequeña cita con Scooby-Aburrido. —¿Sabemos? —repetí, mis ojos peligrosamente cerca de prenderle fuego puramente a través del poder de la repulsión. Ni siquiera mencioné su última indirecta. Eso solo era Chase siendo Chase, batiendo su propio récord Guinness en ser un imbécil. —Sí. Porque eres la Mártir Maddie, y es lo correcto por hacer. Eres desinteresada, considerada y compasiva. —Enumeró esos rasgos con total naturalidad, como si en su libro no figuraran de manera positiva. Sus ojos se desviaron de mi rostro a la pared detrás de mí, en la que había puesto docenas de cuadrados de telas delicadas. Gasa, seda y organza. Materiales en blanco y crema de todo el mundo, junto con bocetos a lápiz de vestidos de novia. Negué con la cabeza, sabiendo lo que estaba pensando. —Cáptalo, Vaquero Clamid-anova. Nunca me casaría contigo. —Esa es una buena noticia para todos. —¿Lo es? Porque creo que me acabas de pedir que sea tu prometida.

—Prometida falsa. No estoy pidiendo tu mano en matrimonio. —¿Qué estás pidiendo? —La cortesía de no romperle el corazón a mi padre. —Chase… —Porque ¿si no vienes? Mad, lo destrozará. —Pasó una mano temblorosa por su cabello. —Esto se convertirá en una bola de nieve. —Sacudí la cabeza. Mis dedos temblando y sacudiéndose terriblemente. —No bajo mi vigilancia. —Sostuvo mi mirada, ni un músculo contrayéndose en su rostro—. No quiero que vuelvas, Madison —dijo, y por alguna razón, las palabras me abrieron y me desangraron. Siempre sospeché que Chase nunca me había querido de verdad, incluso cuando estábamos juntos. Era como una pelota antiestrés. Algo con lo que jugaba distraídamente mientras sus pensamientos iban a otra parte. Recordaba sentirme totalmente invisible cada vez que me miraba. La forma en que resoplaba cuando veía mis vestidos extravagantes. Las miradas de reojo que me otorgaba, que me hacían sentir un poco menos atractiva que un mono de circo—. No quiero que mi padre se vaya de este mundo en pleno caos. Mamá. Katie. Yo. Es demasiado. Puedes entenderlo, ¿no? Mamá. La cama de hospital. Las cartas dispersas. Mi corazón vacío y dolorido que nunca se recuperó del todo al perderla. Sentí que mi resolución se estaba resquebrajándose, una grieta a la vez, hasta que finalmente, la capa de hielo con la que me había cubierto cuando dejé entrar a Chase en mi apartamento cayó con un ruido metálico silencioso, como un guerrero deshaciéndose de su armadura. Recordaba nuestra conversación todos esos meses atrás, cuando le dije que mi madre había muerto el mismo mes que mi padre se declaró en quiebra por su negocio, Iris's Golden Blooms, y yo había reprobado un semestre. Había dejado el mundo preocupada y ansiosa por sus seres queridos. El hecho de que no se hubiera ido en paz aún me carcomía todas las noches. No importaba que terminara graduándome con honores de la secundaria e incluso obtuviera una beca parcial para la universidad, o que papá se hubiera recuperado y nuestra floristería hubiese prosperado después. Siempre sentí como si

Iris Goldbloom estuviera atrapada en el limbo de ese período infernal en nuestras vidas, esperando por siempre para ver si salíamos adelante. Por mucho que odiara a Chase Black por lo que me había hecho, no iba a forzar otra calamidad en su familia en forma de una fiesta de compromiso cancelada. Pero tampoco iba a seguir sus reglas. —¿Dónde piensa tu familia que he estado durante los últimos seis meses? ¿No les pareció extraño que no hubiera estado cerca? Chase se encogió de hombros, imperturbable. —Dirijo una empresa que es más rica que algunos países. Les dije que nos veíamos por las noches. —¿Y se lo creyeron? Me lanzó una sonrisa siniestra. Por supuesto que sí. Chase tenía la asombrosa habilidad de vender ansiedad hasta a una novia a punto de casarse. Refunfuñé. —Bien. ¿Qué pasará cuando finalmente terminemos? —Déjamelo a mí. —¿Estás seguro que lo has pensado bien? —Parecía un plan horrible. Material para una comedia romántica directa al cable. Pero sabía que Chase era un tipo serio. Asintió. —Mi madre y mi hermana se sentirían decepcionadas pero no aplastadas. Papá quiere que sea feliz. Por otra parte, quiero que él sea feliz. A cualquier costo. No podía discutir con esa lógica y, francamente, era lo único que Chase tenía sobre mí. Mi simpatía por su situación. —Iré este fin de semana, pero ahí es donde todo esto termina. —Levanté mi dedo índice a modo de advertencia—. Un fin de semana, Chase. Entonces, puedes decirles que estoy ocupada. Y pase lo que pase, mantendrás en secreto toda esta tontería del compromiso. No quiero que me muerda el trasero en el trabajo. Hablando del trabajo, después de que cancelemos nuestro supuesto compromiso, voy a conservar mi empleo. —Palabra de niño explorador. —Pero solo levantó un dedo. Específicamente, el del medio. —Nunca has sido niño explorador. —Le entrecerré los ojos.

—Y no te han mordido el culo. Es una forma de hablar. No, espera. —Una sonrisa que se extendió lentamente apareció en su rostro—. Sí, lo han hecho. Señalando la puerta, sentí que mi cuello y mi rostro ardieron con un rubor feroz al recordar la vez que, de hecho, me había mordido el trasero. —Vete. Chase se metió la mano en su bolsillo trasero. El miedo se enroscó alrededor de mi garganta como una bufanda apretada cuando sacó una pequeña caja de terciopelo de la Joyería Black & Co. y la arrojó en mis manos. —Te recogeré a las seis el viernes. Ropa de senderismo obligatoria. Ropa sensata opcional, pero de todos modos jodidamente apreciada. —Te odio —dije en voz baja, las palabras abrasando mi garganta a medida que mis dedos temblaban alrededor de la caja de terciopelo con las letras doradas. Lo hacía. En serio, de verdad lo hacía. Pero lo estaba haciendo por Ronan, Lori y Katie, no por él. Eso hizo que de alguna manera mi decisión sea más soportable. Me sonrió con lástima. —Eres una niña buena, Mad. Niña. Siempre condescendiente. Qué se joda. Chase avanzó a la puerta, deteniéndose a unos centímetros de mí. Frunció el ceño ante la lata descartada a mis pies. —Puede que quieras limpiar eso. —Señaló la Coca-Cola rociada en mi pared. Levantó el brazo y frotó su pulgar sobre mi frente, exactamente en el lugar que Ethan había besado, borrando su toque de mi cuerpo—. No se ve bien que estés desaliñada, especialmente si eres la prometida de Chase Black.

10 de agosto de 2002 Querida Maddie, Dato curioso: la flor del lirio de los valles tiene un significado bíblico. Brotó de los ojos de Eva cuando fue exiliada del Jardín del Edén. Se considera una de las flores más preciosas y elusivas de la naturaleza, ¡una verdadera favorita entre las novias reales! También es mortalmente venenosa. No todas las cosas bellas son buenas para ti. Siento que Ryan y tú rompieran. Si sirve de algo, nunca fue el indicado. Te mereces el mundo. No te conformes con menos. Con amor (y un poco aliviada), Besos, mamá.

Había estado planeando el día de mi boda desde que tenía cinco años. A papá le encantaba contar la historia de cómo el día antes del primer grado, me habían visto corriendo detrás de Jacob Kelly a lo largo de nuestra calle sin salida, sujetando un ramo de flores del patio trasero, con raíces y barro incluidos, gritándole que regrese y se case conmigo. Al final me salí con la mía, después de muchos sobornos. Jacob pareció consternado, tanto consigo como conmigo, mientras mis amigas, Layla y Tara, realizaban la ceremonia diligentemente. Se negó a besar a su novia, lo cual estaba más que bien para mí, y eligió pasar nuestra luna de miel lanzando piñas a las ardillas corriendo a través de la cerca de mi jardín y quejándose de que no hubiera más del famoso pastel de cerezas de mi madre.

No me detuve al casarme con Jacob Kelly. Cuando tenía once años, me había casado con Taylor Kirschner, Milo Lopez, Aston Giudice, Josh Payne y Luis Hough. Todos ellos aún vivían en la misma ciudad en la que crecí en Pensilvania y aún me enviaban tarjetas de Navidad burlándose de mí por ser felizmente soltera. No se trataba del romance. Mi interés por los chicos estaba reservado a la curiosidad mórbida en cuanto a qué los hacía sucios, groseros y propensos a las bromas de pedos. Lo que me encantaba era la parte de la boda. Las mariposas en tu estómago, la fiesta, los invitados, el pastel, las flores. Y sobre todo: el vestido. Casarme de mentira con los niños me dio una razón para usar el vestido blanco abultado que mi prima Coraline me había regalado cuando se casó. Fui su niña de las flores. Me metí en esa cosa durante cinco años consecutivos, hasta que quedó claro que el vestido no le quedaría bien a una preadolescente, ni siquiera a una tan cómicamente baja como yo. Desde entonces había estado obsesionada con los vestidos de novia. Más bien, rabiosa. Les había rogado a mis padres que me llevaran a bodas. Incluso fui tan lejos como para colarme en las ceremonias de extraños en la iglesia local solo para poder admirar los vestidos. Para empeorar mi obsesión, mi madre era florista y muchas veces me permitía acompañarla cuando entregaba flores de boda en hermosos lugares lujosos. Convertirme en diseñadora de vestidos de novia pareció una vocación, no una elección de carrera. El día de tu boda eras tu yo más hermoso e impecable. De hecho, era el único día de tu vida en el que cualquier cosa que elegías ponerte, sin importar lo costoso, extravagante o lujoso que sea, era correcto. La gente a menudo me preguntaba si se sentía asfixiante limitarme a diseñar un tipo de atuendo. Honestamente, no sabía por qué un diseñador elegiría hacer ropa normal y regular. Diseñar vestidos de novia era el equivalente profesional a comer postre todos los días durante el desayuno, el almuerzo y la cena. Era como recibir todos mis regalos de Navidad a la vez. Quizás por eso siempre había sido la última en dejar el trabajo. En apagar las luces y despedirme de mi último boceto. Sin embargo, no fue así este viernes. Esta vez, de hecho tenía planes. —Me voy. ¡Feliz fin de semana a todos! —Me puse mis zapatos de tacón de color rosa intenso, apagando luz que iluminaba mi mesa de dibujo en Croquis. Mi rincón del estudio era mi pequeño refugio. Diseñado para satisfacer mis necesidades. Mi mesa de dibujo tenía bandejas plateadas de papelería, que llené de lápices, borradores de formas divertidas, marcadores, pinceles y carboncillo. Me

propuse poner un jarrón con flores frescas junto a mi escritorio todas las semanas. Era como tener a mamá cerca, asegurándose que me cuide. Le di a las flores de mi florero, una mezcla de lavanda y flores blancas, una pequeña palmadita, regándolas antes del fin de semana. —Pórtense bien. —Apunté mi dedo hacia ellas—. La señorita Magda se ocupará de ustedes mientras no esté. No me miren así —les advertí—. Regresaré el lunes. Quien haya dicho que las flores no tienen rostro, obviamente, no las ha visto marchitarse. Por lo general, me llevaba las flores a casa y las ponía en el alféizar de la ventana para que vean a las personas y tomen algunos rayos de sol junto a Daisy, pero este fin de semana, iba a los Hamptons para acompañar a Satanás, y Daisy tenía una pijamada en casa de Layla. —Otra vez hablando con sus plantas. Genial. Totalmente cuerda. —Escuché un murmullo desde el otro lado del estudio. Era Nina, mi colega. Nina tenía mi edad y aún era pasante. Era la supermodelo perfecta. Esbelta como un cisne, con la nariz respingada hacia arriba y el cutis de una muñeca Bratz. Lo único negativo que tenía que decir sobre ella era que no le agradaba mucho sin ninguna razón aparente que no sea mi capacidad para respirar. Me había apodado literalmente “Derrocha Oxígeno”. —Ahora, muévete. —Agitó la mano, sus ojos aún pegados a la pantalla—. Si tus plantas orinan, les cambiaré el pañal. Siempre y cuando te pierdas de vista. Me giré, tomando el camino largo, y me dirigí a los ascensores. Me topé directamente con Sven. Apoyó una mano en su cintura, inclinándose hacia adelante y dando un golpecito en mi nariz. Mi jefe barra algo así como mi amigo tenía poco más de cuarenta años y vestía de negro de la cabeza a los pies. Su cabello era tan sorprendentemente rubio que rayaba con el blanco, sus ojos tan claros que casi se podía ver a través de ellos. Siempre usaba un toque de brillo, y balanceaba las caderas cuando caminaba, al estilo Sam Smith. Como jefe de departamento en Croquis, una empresa de vestidos de novia que se asoció con Black & Co. para vender sus líneas exclusivamente en sus tiendas, tomaba las decisiones y asistía a las reuniones con la junta ejecutiva. Sven me había acogido bajo su protección cuando acababa de salir de la escuela de arte y me había ofrecido una pasantía que se había convertido en un puesto de tiempo completo. Cuatro años después, no podía imaginarme trabajando para nadie más. —¿A dónde vas? —Ladeó la cabeza. Colgué mi bolso estilo mensajero por encima del hombro, dirigiéndome a los ascensores.

—A casa. ¿Dónde más? —Lorde ayúdame, gracias a Dios que diseñas mejor de lo que mientes. —Se refería a la cantante, no a su Todopoderoso. Sven se persignó, siguiendo mis pasos, su acento sueco elevando la entonación de las sílabas finales. Su acento extranjero hacía un cameo sutil solo cuando estaba emocionado o ebrio—. Nunca te vas a tiempo. ¿Qué está pasando? Mis ojos se encendieron. ¿Chase había abierto la boca? Sven lo conocía, y con frecuencia terminaban en las mismas reuniones. No me extrañaría de él. No me extrañaría nada de él, excepto empezar una tercera guerra mundial. Chase estaría asustado del compromiso. Una guerra puede durar meses, incluso años. No tenía la energía para llevarla a cabo. Me detuve junto al ascensor, apretando el botón y metiéndome dos chicles en la boca. —No pasa nada. ¿Por qué preguntarías eso? Sven ladeó la cabeza, como si, si me mirara fijamente el tiempo suficiente, el secreto se derramaría de mi boca por sí solo. —¿Estás bien? Dejé escapar una risa aguda. Sven y yo éramos cercanos, pero aun así manteníamos una relación profesional. Me gustaría pensar que si él no fuera mi jefe, probablemente de hecho seríamos mejores amigos. Pero ambos entendíamos que por ahora había límites y ciertas cosas de las que podíamos y no podíamos hablar. —Nunca he estado mejor. Qué alguien me saque de aquí. El ascensor sonó. Sven se deslizó frente a él, bloqueando mi camino al interior. —Esto se trata de… ¿él? Mi mandíbula casi cae al suelo. —“Él” puede arder en el infierno mil veces, y no escupiría sobre él para apagar el fuego —siseé—. No puedo creer que lo hayas mencionado. Si tuviera un centavo por cada vez que Sven me había pillado llorando por Chase en la cocina, en mi estación, en el baño o en cualquier otro lugar de la oficina, no tendría que trabajar aquí. O a decir verdad, en absoluto. Ni siquiera sabía por qué. En los seis meses que habíamos salido, solo me había reunido con la familia de

Chase un puñado de veces, y ni siquiera conocí a su priherma (primo-hermano) y su esposa, con quieres era cercanos. No había conocido a mi familia: solo a Layla y obviamente a Sven. Las cosas no habían sido serias bajo ningún concepto. —Palabras duras. ¿Qué hizo el pobre chico? Solo han estado saliendo durante tres semanas. —Se dio unos golpecitos en los labios, sus cejas frunciéndose—. ¿Cuál es que era su nombre? ¿Henry? ¿Eric? Recuerdo que era algo totalmente estadounidense y común. Ethan. Por supuesto que se refería a Ethan. Mi corazón desaceleró, casi hasta detenerse por completo. Crisis evitada. Las puertas del ascensor se cerraron y miré a Sven con el ceño fruncido, presionando el botón para llamarlo una vez más. Ya estaba bajando. Maldita sea. —La paciencia es una virtud —señalé. —O una señal definitiva de que está jugando para el otro equipo. —Sven ajustó el cuello de mi blusa estampada azul—. Experiencia de primera mano, hermana. Tuve una novia durante la secundaria, Vera. Su virtud permaneció intacta hasta que se fue a la universidad en los Estados Unidos, donde probablemente terminó destrozada por una manada de chicos de fraternidad para recuperar el tiempo perdido. —Pobre Vera. —Me lamí el pulgar y froté una mancha de café de la comisura de sus labios. —Pobre de mí. —Sven apartó mi mano de un manotazo—. Estaba tan ocupado intentando ser el hombre que pensé que mis padres querían que me perdí por completo mis años de zorra. No dejes que eso te suceda, Maddie. Ve y sé esa zorra que todos queremos ser. —Estás proyectando. —Me estremecí. —Y tú te estás perdiendo lo mejor —respondió, dándome un empujoncito en el esternón—. Han pasado meses desde que rompiste con Chase. Es hora de seguir adelante. En serio seguir adelante. —Lo hice. Quiero decir, lo hago. Lo estoy haciendo. —Apreté el botón del ascensor tres veces seguidas. Clic, clic, clic. —Oh, mira, un mensaje de texto entrante de Layla. —Sven acercó su teléfono a mi rostro. Oh, olvidé mencionar que como Sven y yo no podíamos ser mejores amigos, mi mejor amiga se había convertido en su mejor amiga. En realidad estropeaba mi equilibrio entre el trabajo y la vida personal, y estaría mintiendo si dijera que a veces no me molesta. Como ahora—. Déjeme leerlo para ti: “Dile a tu

empleada que se tome este fin de semana para divertirse. Oblígala a divertirse. Cometer errores. Dormir con el hombre de sus sueños”. —No voy a… —comencé, pero él sacudió la cabeza, girándose, agitando la mano mientras regresaba pavoneándose al estudio y se inclinaba sobre el hombro de Nina, mirando en lo que estaba trabajando. Se abrieron las puertas del ascensor. Entré, negando con la cabeza. —Sobre mi cadáver.

Llamé a la puerta de Layla media hora antes de lo que se suponía que Chase iba a recogerme. Abrió, empujando un mechón suelto de su cabello verde esmeralda detrás de su oreja, sosteniendo a un niño de cuatro años pataleando y gritando en modo berrinche. Layla era una chica curvilínea del tipo “los únicos hoyuelos que tengo son en mi culo y así es como me gusta”, con el vestuario más envidiable posible, compuesto por vestidos boho-chic, faldas holgadas y suéteres de punto al hombro. No parecía importarle los intentos del niño por romperle los tímpanos. El dinero suelto debe valer la pena. —Si es la Mártir Maddie —gorjeó dulcemente, dándome un apretón de lado. No me había cambiado la ropa de trabajo. Una blusa azul con cerezas estampadas, combinada con una falda lápiz gris y zapatos de tacón rosas—. ¿No deberías estar ahora mismo con tu exnovio? —Solo vine a dejar mis llaves. Está bien. Era una mentira descarada. Layla tenía una llave de repuesto en caso de emergencia. Solo necesitaba hablar con ella antes de irme. —Gracias por cuidar de Daisy. Normalmente la paseo tres veces al día, durante veinte minutos como mínimo. Le gusta Abingdon Square Park. Específicamente perseguir a una ardilla llamada Frank y aullar a otros perros. Solo asegúrate que no corra hacia la calle. Hay una taza medidora en su bolsa de comida: una cucharada por la mañana, otra por la noche. Sus vitaminas están en el cajón de los utensilios, paquete amarillo. No te preocupes por cambiar demasiado el agua. De todos modos, bebe de la taza del inodoro. Ah, y no dejes nada en el mostrador. Encontrará la manera de abrirlo y comérselo.

—Suena como yo después de una noche de fiesta. —Layla sonrió—. Frank, ¿eh? ¿Las cosas van en serio entre ellos? —Desafortunadamente para él. —Me estremecí. Reconocía a Frank por la calva entre sus ojos. A Daisy le encantaba esa ardilla, así que, por supuesto, le daba de comer cada vez que íbamos al parque—. También podría orinar en tus zapatos en protesta cuando se dé cuenta que me he ido —agregué. —Jesús, es peor que una niña. Ese exnovio tuyo “nos-vemos-el-próximojueves” realmente se aseguró que nunca lo olvidaras con este regalo de despedida. Me encogí de hombros. —Mejor que tener C-L-A-M-I-D-I-A. —Sé cómo deletrear. —El niño sacó la lengua, haciendo que ambas lo miráramos con incredulidad. —Gracias, te debo una —le dije. —Ni lo menciones. El niño en su mano ahora tiraba de su cabello, gritando el nombre de su madre. —Control de tierra a Mártir Maddie, ¿estás ahí? Te pregunté si Sven te leyó mi texto —dijo Layla, ignorando la bola de conmoción en sus brazos. Odiaba ese apodo. También odiaba que me lo ganase al no rechazar nunca a las personas cuando me pedían favores. Prueba A: asistir a mi propia fiesta de compromiso falsa en los Hamptons este fin de semana. —Sí. —Plasmé una sonrisa alegre. —Lo siento, estaba divagando. Lo hizo. Y estás loca. —Y tú te ves como si estuvieras avanzando por el corredor de la muerte. —También me siento así. —Lo siento, cariño. Sé lo devastador que es cuando un apuesto súper millonario bien educado te lleva a pasar un fin de semana en los Hamptons después de deslizarte un anillo de compromiso de cuatrocientos cincuenta mil en el dedo. Pero vas a sobrevivir. Que conste que no fui yo quien investigó cuánto costó el anillo. Esa fue Layla, con una botella de vino (está bien, con un toque de Capri Sun) en el momento en que Chase dejó mi edificio de apartamentos. La había convocado a una reunión

urgente, durante la cual navegó por el sitio web de Joyería Black & Co. y concluyó que el anillo de compromiso era de una edición limitada y ya no estaba a la venta. —Sabes lo que significa. —Entonces sacudió las cejas, vertiendo un trago de vodka en una taza y exprimiendo el Capri Sun en ella. La detendría inmediatamente. —Sí. Que quiere asegurarse que su familia piense que el compromiso es legítimo. Eso es todo. Bueno, aún estaba intentando apagar su optimismo con una buena porción de realidad. —En serio, prefiero verlo como haber sido secuestrada por un traicionero, mentiroso y arrogante pedazo de mi… —Miré al niño, quien se había quedado completamente en silencio, con los ojos abiertos de par en par, esperando a que termine la oración. Aclaré mi garganta—. Mirlo. —Dijo una palabrota. —Me señaló con un dedo regordete. —No, no lo hice. Dije “mirlo” —protesté. Estaba discutiendo con un niño de cuatro años. Ethan habría tenido un infarto en el momento si se hubiera enterado. —Oh. —El niño hizo un puchero, reflexionando sobre ello—. Amo a los mirlos. —Timothy, aparentemente, no amamos a este. —Layla le dio unas palmaditas en la cabeza. Cerró la puerta unos pocos centímetros—. ¿Puedes prometerme una cosa? —¿Tengo que hacerlo? —pregunté enfurruñada. Sabía que querría que sea positiva y optimista. —Intenta aprovecharlo al máximo. En lugar de pensar en con quién pasarás el tiempo, piensa en cómo vas a pasar tu tiempo. La propiedad de ciento cincuenta millones de dólares en la que te vas a alojar en la Ruta de los Multimillonarios, comiendo delicias de almeja y bebiendo vino que cuesta más que tu alquiler. Lleva tu cuaderno de bocetos. Tómate un respiro de la vida de la ciudad. Haz que este viaje sea tu perra. —¡Palabrota! —intervino Timothy de nuevo. —Dije “playa”. Seguro que te gusta construir castillos de arena. —Uh, duh, claro. Amaba a mi mejor amiga, pero era un modelo a seguir para los niños como yo era una lata de sopa. Ni siquiera quería tenerlos (niños, no la sopa. A Layla

le encantaba la sopa). Sin embargo, Layla tenía razón. Iba a asistir a mi fiesta de compromiso falsa con el hombre de mis pesadillas, pero iba a hacerlo con estilo. Chase y yo habíamos pasado la Navidad en su propiedad de los Hamptons antes de romper. Era el tipo de lugar que solo puedes ver en HGTV o en las historias de celebridades de Instagram. El problema era que, Layla era una notoria fóbica al compromiso. Pasar tiempo con el hombre que le había roto el corazón nunca sería un problema, porque su corazón nunca se rompería. —¿Sabes qué? Tienes razón. Haré justamente eso. Choca esos cinco, Timothy. —Le ofrecí al niño mi palma abierta con una sonrisa. Me miró con expresión ausente, inmóvil. —Mami dice que no deje que me toquen extraños. Podría ser secuestrado. No si el secuestrador sabe de lo que son capaces tus pulmones. —Bueno, entonces está arreglado. Te divertirás, no analizarás demasiado cada momento, y te permitirás el lujo de un follaje de odio sin ataduras ni culpas. —¡Oye! Dijiste… —comenzó Timothy. —Follaje. Dije “follaje”. Gracias por venir a mi charla TED. —Layla me cerró la puerta en la cara antes de que tuviera la oportunidad de quejarme por mi próximo fin de semana. Fue entonces cuando me di cuenta de la palabra del día de Layla. Cumpleaños: el aniversario del día en que nació una persona, generalmente tratado como una ocasión para la celebración y la entrega de obsequios. Cuando Chase me había engañado, era su cumpleaños. Y solo así, mi estado de ánimo se volvió amargo nuevamente.

Chase llegó cinco minutos tarde. Sin duda, deliberadamente. La puntualidad siempre había sido su fuerte. Pero si irritarme fuera un deporte olímpico, a estas alturas ya tendría una colección de medallas de oro, un contrato para escribir varios libros y un escándalo de esteroides. Estacionó en doble fila frente a mi edificio, bloqueando el tráfico con la indiferencia de un psicópata al que en serio no le importaba lo que la gente piense de

él. Salió, rodeó el auto y, sin decir palabra, me quitó la maleta de los dedos antes de arrojarla al maletero. La gente tocaba la bocina y agitaba los puños por las ventanas detrás de nosotros, gritando su opinión sobre sus pobres habilidades de conducción mientras le deseaban heridas agudas de varias formas creativas, sus cabezas asomándose por sus autos. Regresó sin prisa a su vehículo, y se abrochó el cinturón. Aún estaba pegada al bordillo de la acera, intentando aceptar la idea de pasar tiempo con él. Bajó la ventanilla del pasajero, dándome esa sonrisa apenas paciente que les otorgaba a sus empleados y que te hacía sentir tan estúpido que necesitabas usar casco dentro de un lugar. —¿Miedo escénico, amor? —Dijo la palabra amor como si fuera una blasfemia. Tuve que recordarme que no importaban sus juegos mentales. Importaba Ronan Black. Importaban su hermana y su madre. Sus corazones. Mi conciencia. —Claro —dije con sarcasmo—. No quisiera que mis suegros falsos piensen que su futura nuera falsa no es tan encantadora como pensaron inicialmente. —¿Has oído hablar del término fingir hasta que lo logres? —Estoy segura que las mujeres en tu vida lo conocen —bromeé. Sonrió con ironía. —Nuestra relación pudo haber sido falsa, pero los orgasmos fueron todo lo contrario. Los autos detrás de él tocaron la bocina fuertemente, sin detenerse para tomar un respiro. El sonido comenzó a resonar en mi cabeza. Quería que Chase supiera que no iba a ser una mujer que aceptara todos los caprichos e ideas que tuviera, incluso si hubiera aceptado ayudarlo. —Entra, Mad. A menos que quieras que me pelee con la mitad de la calle. —Tentador —dije entre dientes. Quiero decir, lo era. Sonrió con satisfacción, completamente ajeno al caos acumulándose detrás de él mientras más y más autos comenzaban a tocar la bocina. No era propio de mí hacer esperar a las personas, pero demostrar mi punto triunfó sobre ser cortés. Necesitaba saber que hablaba en serio. —Si te pones nerviosa, imagínate a todos desnudos. —Está bien, de acuerdo —dije, mis ojos viajando tan al sur por su cuerpo como pudieron en este ángulo—. ¿Tiene frío, señor Black?

Se rio, disfrutando de nuestro intercambio. —No recuerdo que seas tan agresiva. —No recuerdo que seas tan intolerable —respondí. Me di cuenta que era verdad. Cuando salimos, había parecido mucho más educado y cerrado, y yo fui… bueno, menos yo. Salté a su auto, optando por mirar por la ventana durante todo el camino, viendo los rascacielos de Manhattan deslizándose en cámara lenta. El paisaje cambió con frecuencia, como hojear una revista rápidamente, radiante a través del filtro de la ventana reluciente. Toda la histeria que de alguna manera me las había arreglado para meter debajo de montones de listas de tareas pendientes y trabajo durante la semana volvió a hervir a fuego lento cuando salimos de la ciudad. ¿Cómo se suponía que iba a enmascarar el odio absoluto que sentía por este hombre? No podía besarlo ni tomar su mano. Jesús, me acababa de dar cuenta que se suponía que debía compartir una habitación con él. De ninguna manera, José. Ya había sido bastante difícil explicarle la situación a Ethan un par de días después de aceptar este fiasco, cuando lo encontré después de que Chase vino de visita. Le conté toda la situación, incluyendo el engaño de Chase, su padre moribundo y mi propia experiencia de perder a mi madre. Luego le hablé del apodo que me habían puesto Sven y Layla. La Mártir Maddie. —¿Estás seguro que estás de acuerdo con esto? —le pregunté a Ethan por millonésima vez mientras comíamos algo de xiao long bao y bebíamos cervezas chinas. Estaba pisando con cuidado. Comprendía lo loco que sonaba todo. Ethan y yo nunca habíamos hablado de ser exclusivos. Salíamos casualmente pero no habíamos dormido juntos, y mucho menos pusimos una etiqueta a lo que éramos. Habíamos compartido algunos besos descuidados, nada más. Quería que él estampara su pie y me dijera que no se sentía cómodo con la idea. Habría sido la excusa perfecta. Pero Ethan, quien veía lo bueno en todo (incluyendo los asesinos en serie, sospechaba) simplemente asintió, agarrando otra bola de masa con un palillo y llevándosela a la boca. —¿Por supuesto? Estoy más que seguro. Me siento honrado de estar saliendo con alguien como tú. Lo único que este fin de semana en los Hamptons demostrará es que tú… —Me señaló con sus palillos chinos—… eres una persona increíble. Chase Black fue un tonto al engañarte, y aun así lo estás ayudando. Eres fantástica. Lo observé, esperando a que caiga el otro zapato.

—Además, en realidad no somos exclusivos, ¿verdad? —Se frotó la nuca, sonrojándose—. Ni siquiera lo hemos hecho… ya sabes. Lo sabía. —Entonces… —se encogió de hombros—… no es como si esté en ninguna posición… quiero decir, estoy bien con eso. En serio. Por alguna razón, su reacción me había inquietado. Quería que estuviera al menos un poco nervioso ante la perspectiva de pasar el fin de semana con mi exnovio. Lo cual era completamente irracional, ya que no era en absoluto posesiva con Ethan, y porque él tenía razón: él y yo en realidad no éramos exclusivos. De vuelta a la realidad, Chase leyó mis pensamientos. —¿Tiene nombre? —Me sacó de mi ensimismamiento, con los ojos aún pegados al atasco al que nos acercábamos. Parecía que el mundo entero se dirigía a los Hamptons. Un atasco de camionetas, Prius y convertibles esperando en una línea interminable de vehículos. —No empieces —advertí. Él gruñó. —Qué irritable. También lo estaría, si mi pareja fuera lo suficientemente tonta como para enviarme a un fin de semana en los Hamptons con alguien que me ha follado previamente hasta alcanzar tres orgasmos consecutivos en menos de veinte minutos. —¿Puedes ser más arrogante? —Giré mi cabeza bruscamente para fruncirle el ceño. —Sí, pero luego tendría que usar condón. Había sentido algo de alivio al romper con Chase. A los seis meses de nuestra relación, aún estaba nerviosa y reprendiéndome constantemente por decir algo incorrecto en su presencia. Mi voz siempre era aguda cuando él estaba cerca, y filtraba mis palabras, mis pensamientos, para intentar ser la mujer que pensaba que saldría con el Chase Black. Se sentía tan lejos de mi liga que me concentré en no cometer errores más que en conocerlo y divertirme. Siempre me había sentido menos. Menos atractiva, menos elegante, menos inteligente. Odiarlo ahora era mucho más fácil que intentar meterme en su amargo corazón, como lo había hecho cuando estábamos saliendo. —Entonces. Su nombre. —Chase volvió al tema en cuestión.

—¿Cómo es eso asunto tuyo? —Empecé a quitarme el esmalte de uñas para evitar que mis manos lo estrangulen. —Es asunto mío quién está follando con mi prometida —respondió con total naturalidad. Me detuve a medio rasguño, jalando de la carne delicada alrededor de una uña y tirando de la piel muerta hasta que se rasgó. —Prometida falsa —corregí. —Y un verdadero dolor en el culo. —Dios, Chase, ¿cómo es que estás soltero? Eres el hombre más encantador que he conocido. —Elijo estar soltero —respondió con una sonrisa condescendiente—. Al igual que eliges salir con cualquier persona bajo el sol, siempre y cuando no estés sola. Ouch. Un silencio incómodo inundó el auto. Las bromas estaban bien, pero cuando comenzábamos a decir verdades, era cuando todo se volvía demasiado pesado. No es que saliera con cualquier persona, pero estaba bastante segura de que Chase realmente creía lo que había dicho. Decidí seguirle el juego. No es como si tuviera algo que esconder. Estaba orgullosa de Ethan. —Ethan. Ethan Goodman. —Goodman —repitió Chase, silbando bajo. —Buen trabajo, Chase. No vocabulario. ¿Cómo te supo?

sabía

que

tenías

esa

palabra

en

tu

—Como dos coma tres niños, una hipoteca asfixiante en una casa de Westchester que odias, y una crisis de la mediana edad que consiste en un leve abuso de alcohol a los cuarenta. —Sus ojos siguieron fijos en la carretera—. ¿Qué hace Ethan Goodman para ganarse la vida? —Es doctor. —Lo mantuve vago, sintiendo el calor de mis mejillas. —Mmm. Voy a descartar cirujano plástico con el argumento de que es una profesión demasiado sexy; en realidad, cualquier tipo de cirujano; no parece de la clase con mano firme… y voy a decir que es dentista. —Hizo una pausa, frunciendo el ceño a la fila de vehículos delante de él—. No. Eso de hecho sería rentable. Cambié de opinión. Ethan Goodman es pediatra. —Giró la cabeza, lanzándome una sonrisa tan siniestra que la sentí físicamente lamiendo mi piel. —Dices eso como si es algo malo. —Entrecerré mis ojos—. Él salva vidas.

—Practica privada. —Me ignoró, una vez más dando en el clavo—. Entonces, técnicamente, llena las tablas de crecimiento con una letra que nadie puede entender y examina erupciones en traseros. Déjame adivinar: hizo un recorrido por algún lugar para retribuir a la comunidad. Conseguir algo de perspectiva. ¿Sudamérica? ¿Asia? No… —Hizo una pausa, sonriendo tan ampliamente que estuve tentada a darle un puñetazo en la cara—. África. Está comprometido con el cliché. —Sí, el cliché de salvar vidas y ayudar a los demás. —En serio, mi rostro se sentía tan caliente que estaba a un sonrojo de explotar—. Es un hombre bueno. —Claramente. Está en su puto nombre. Y estás aquí porque Ethan, el hombre bueno, tiene sus propios problemas de compromiso. —¿Discúlpame? —¿Por qué más estaría de acuerdo con este arreglo? Quiere ver cómo nos va a ti y a mí. —No somos nada. Ethan y yo nos conocimos en SoloSolterosSerios.com — solté sin poder evitarlo, y lamenté la decisión inmediatamente. No era algo que quisiera anunciar, pero Chase tenía que saber que estaba equivocado al menos en una cosa. Quiero decir, obviamente, su mera existencia estaba mal en múltiples niveles, pero estaba hablando específicamente de Ethan. —Podrías haberlo conocido en MeCasaréConQuienSeaPorUnaMamada.com, y aun así seguiría pensando lo mismo. No está más comprometido contigo que tú conmigo, y ustedes dos se están obligando a esta mierda entre sí a pesar de tener cero química solo porque no quieres estar sola. Termínalo ahora. Agradéceme después. —Mira quién habla —murmuré, volviendo a la tarea de arrancarme el esmalte de uñas. Era un hábito desagradable que estaba intentando dejar, pero la necesidad de ensuciar su precioso Tesla con copos secos del rosa de las Noches de Marruecos era abrumadora. —Puedo hacer más que hablar —murmuró. —Por muy tentador que sea que te calles, no gracias. Giré mi cabeza hacia mi ventana, hacia la seguridad de ver a otras personas en sus autos, intentando reducir los latidos de mi corazón a un ritmo normal. Pensé que habíamos terminado de hablar. Al menos, eso esperaba. Y entonces…

—Espero que estés bien con cincuenta años de misionero sin luces, comiendo avena tostada para el desayuno todos los días, y nombrando a tus mascotas con el nombre de celebridades de televisión de mala calidad que tus hijos idolatran. — Seguía provocándome. Quería sacarme de mis casillas y hacerme saltar por la ventana, pero no confiaba en que Chase no hiciera cosas impías con el cuerpo que dejara atrás. Me llevé la mano al corazón, fingiendo conmoción. —El horror de vivir una buena vida tranquila con un hombre honesto, mascotas y niños me atormentará para siempre. Te lo ruego, detente. Me envió una mirada de soslayo. —Llevas muy bien el sarcasmo. —Esperé a que llegara el golpe de muerte. Y Chase no defraudó—. Desafortunadamente, es lo único que usas que no se ve ridículo. —¿Puedes callarte simplemente? Ya es bastante malo que me hayas obligado a venir. No me ofrezcas comentarios no solicitados sobre mi estilo ni analices mi relación actual. Solo quiero a alguien agradable y normal. Era difícil admitir, incluso para mí, que ahora estaba aún más nerviosa por el sexo con Ethan. Si no iba a arrancarme la ropa y llevarme contra una pared con púas en una mazmorra BDSM, me decepcionaría, únicamente por el hecho de que Chase había tenido razón en casi todo lo demás sobre él. No, me reprendí. Ethan no tiene dudas sobre salir conmigo. Habíamos estado pasando el rato durante tres semanas enteras y aún no habíamos dormido juntos. Obviamente, estaba en esto a largo plazo. Pude ver a Chase sacudiendo la cabeza en mi periferia, riéndose para sí. —Mad, no quieres lo que la gente normal quiere. —No sabes lo que quiero. Más silencio. Mi alma estaba golpeando su cabeza contra el tablero del auto de aspecto futurista. ¿Por qué tenía debilidad por personas que ni siquiera conocía? ¿Por qué había pensado que era una buena idea? Pero, siendo sincera, nunca podía rechazar los pequeños actos de bondad. Por eso no acusaba a Nina por intimidarme en el trabajo. Sabía que los trabajos de pasantía en compañías dedicadas a la moda eran difíciles de conseguir, de modo que aguantaba mientras Nina abusaba todos los días verbalmente de mí. Mantenía una barra de chocolate en mi bolso en

caso de que otros se desmayaran en el metro y necesitaran azúcar para aumentar su presión arterial. Era un rasgo que había heredado de Iris Goldbloom. —Recordatorio amistoso: tienes que fingir que te gusto —espetó Chase después de un rato, tamborileando sus perfectos dedos largos contra el volante. Cerré los ojos y respiré por la nariz. —Lo sé. —De manera convincente. —Puedo ser convincente. —Eso es discutible. Puede haber involucrado algunos toques. Palmaditas ligeras en áreas no estratégicas y cosas así. —Sus ojos aún estaban en la carretera. —¿Estás loco? —siseé. —De hecho, sí, por eso estás aquí. Como resultado, tendremos que interpretar a la pareja enamorada. —Lo haremos. Ahora ¿puedes por favor, por favor, estar en silencio? Te estoy haciendo un favor. Uno enorme. No me hagas arrepentirme —gruñí finalmente, sintiéndome peligrosamente cerca de desmoronarme. Mi rostro estaba caliente, mis ojos llorosos y sentí como si alguien me hubiera golpeado la nariz desde adentro. Para mi sorpresa, cerró el pico. Pasamos a toda velocidad por Long Island, el zumbido silencioso del Tesla el único ruido de fondo acompañando el viaje. Cerré mis ojos, sintiendo que mi garganta se agitaba al tragar. Anhelaba una tregua. Que Chase dé un paso atrás y me deje recobrar mi autoestima andrajosa y mis pensamientos raídos. Que aparezca una señal indicando que lo que estaba haciendo era lo correcto y no destructivo para mi corazón y su familia. Sobre todo, deseaba huir. A algún lugar lejano, donde no pudiera volver a agarrar mi corazón con sus garras venenosas y devorarlo. Verás, tenía un secreto que no compartí con nadie. Ni siquiera Layla. A veces, por las noches, podía sentir las garras de Chase deslizándose por mi corazón, afiladas como cuchillas. Aún no lo había superado. En realidad, no. Ni siquiera pensaba que fuera amor… no había nada en la personalidad de Chase que disfrutara particularmente.

Estaba obsesionada. Consumada. Absolutamente enamorada. El problema era que, el Misionero con Ethan, lo sabía, sería más amable con mi corazón que la Vaquera Inversa con Chase.

¿Lo primero que noté de Madison Goldbloom cuando la encontré en el ascensor de Croquis? Sus hermosos ojos avellana. Bueno. Está bien. Fueron sus tetas. Demándame. Para cualquier otra persona, probablemente eran tetas normales y agradables. Incluso estaban modestamente metidas dentro de un suéter de cuello alto blanco perfectamente sensato, aunque ofensivo visualmente, con un ordinario patrón de lápiz labial por todas partes. Pero eran tan alegres, tan jodidamente erectas y redondas, que no pude evitar notar que eran del tamaño perfecto para mis palmas. Para probar esa teoría, primero tuve que beber y cenar con ella. Puesto que la naturaleza casi me engañó para que la persiga, esa misma noche llevé a Madison a uno de los mejores restaurantes de Manhattan y no escatimé en gastos, ni en cumplidos, por el bien de mi investigación sobre la relación palma-tetas. (Que resultó ser un éxito. Así es la ciencia, nena. Nunca fallaba). Madison era más pequeña que el ser humano promedio, lo cual era preferible, ya que odiaba a las persona, de modo que cuanto menos hubiera, mejor. Por desgracia, esta persona específica era una trampa de miel. Porque lo que le faltaba en tamaño lo compensaba con entusiasmo. Era alegre, caritativa y se quedaba sin aliento cuando hablaba de las cosas con las que estaba apasionada. Arrullaba a los bebés y acariciaba a los perros en la calle y hacía contacto visual con extraños en el metro. Era tan vivaz de una manera tan provocativa a la que no estaba acostumbrado o con la que no me sentía cómodo, y eso no me sentaba bien. En cuanto a su ropa… parte de mí quería quitárselas porque eran horrendas y no tenía nada que ver con la parte sexual. Nunca se supuso que fuese más que una aventura. La idea de que excediera la vida útil de una semana ni siquiera se me había pasado por la cabeza. Mis relaciones generalmente coincidían sus fechas de vencimiento con mis cartones de leche. En mis treinta y un años de existencia antes de conocerla, solo había tenido una novia, y

había terminado en una farsa que me recordó que los humanos, como concepto, eran defectuosos e impredecibles y, aunque inevitables, debían mantenerse al alcance de la mano. Luego vino Madison Goldbloom, y ¡puf! Se materializó la novia número dos. Si estábamos siendo técnicos en esto, no se ganó el título. Lo robó. Mad y yo salimos la noche en que la conocí (la regla de no confraternización no se aplicaba ya que técnicamente no trabajábamos en la misma empresa). Tenía unos ojos muy grandes, color castaños-verdosos o lo que sea bordeados por motas marrones y doradas, un corte de cabello de duendecillo que le daba el aspecto dramático de Daisy Buchanan capaz de robarte tu corazón lentamente si no tienes cuidado, y labios tan llenos y acolchados que me pongo medio duro cada vez que se mueven. Lo cual era cada vez que hablaba. Lo cual era jodidamente un montón. Después de acostarme con Mad en la primera cita, nos enviamos mensajes de texto. Me dijo que normalmente no se acostaba en la primera cita y que le gustaría tomárselo con calma. Lo que, por supuesto, me hizo querer acostarme una vez más con ella casi de inmediato. Hice eso precisamente. La tercera vez que nos enviamos mensajes de texto, arrojó sus reglas por la ventana y comenzó a jugar de acuerdo con las mías. Antes de darme cuenta, caímos en un arreglo cómodo de cenar juntos, seguido de tener relaciones sexuales. Este arreglo ocurría con frecuencia durante la semana. En retrospectiva, con demasiada frecuencia. Fueron las tetas, y el hecho de que debajo de su ropa verdaderamente horrible (no puedo enfatizar esto lo suficiente), vestía camisones sexis y lencería a juego. Quizás no estaba del todo exento de culpa cuando se trató de establecer el tono para nuestra aventura prolongada. En algún momento, cometí un error estratégico. Era completamente lógico que Madison tuviese acceso a mi apartamento. Tenerla a mi disposición era conveniente, y buscarla constantemente me irritaba. No hubo emociones involucradas al tomar la decisión de darle a Mad una llave de repuesto. Mi ama de llaves y mi asistente personal también tenían una, y no corría peligro de proponerle matrimonio a ninguna de las dos. De hecho, cambiaba de asistente personal tan a menudo como de ropa interior. Y solo para aclarar, era una persona muy higiénica. En cuanto a llevar a Madison al cine ocasionalmente: en serio quería ver cualquier cosa fuéramos a ver. Demándame por ser fanático de Guillermo del Toro y Tarantino. No era como si nos abrazáramos en el cine o incluso compartiéramos

palomitas de maíz (vertió una bolsa de M&M en su balde de palomitas de maíz en nuestra primera salida al cine. Esa debería haber sido mi primera pista de que la mujer se crio en la naturaleza). Me tomó cinco meses descubrir que estaba en una relación. Mad fue la persona que me lo señaló. Lo hizo de una adorable manera astuta. No muy diferente a un Osito Cariñoso con un cuchillo de carnicero. Dijo que su padre estaría en la ciudad la semana siguiente y me preguntó si quería conocerlo. —¿Por qué querría conocerlo? —pregunté conversacionalmente. Por qué, maldita sea, en serio. Su respuesta hizo que mi whisky cayera por la tubería equivocada. El mismo whisky de malta escocés que había estado bebiendo en la fiesta de un amigo al que la había llevado, no porque estuviéramos saliendo, sino porque era menos complicado que hacer el viaje a su casa cuando terminara. —Bueno, porque eres mi novio. —Batió sus pestañas, acunando su cóctel cosmo como si fuera una turista intentando vivir su mejor vida como Carrie Bradshaw. (Nota personal: era una turista. Se había criado en Pensilvania. Debí haber comprobado si podía deportarla allí, aunque en esta etapa habían pasado más de catorce días hábiles). Fue en ese momento de “ven a conocer a papá” que me di cuenta que no había follado con nadie más desde que conocí a Madison, y no tenía ningún deseo de hacerlo en un futuro cercano (vagina vudú). Y que hablábamos con regularidad por teléfono (incluso cuando, técnicamente, no teníamos mucho que decirnos). Y que teníamos sexo todo el tiempo (estaba pegado a un pene; sobran las palabras). Y, naturalmente, asumí que mis planes de fin de semana la incluían a ella (de nuevo: estaba pegado a un pene). Eso, junto con el hecho de que la llevé a conocer a mis padres en Navidad, fue la forma en que las cosas empezaron a ponerse serias y para nada parecidas a una aventura. Más específicamente, cómo se desplomaron aparatosamente, mandando al caño toda mi filosofía de vida. Ahora estaba oficialmente tomado y con una novia, dos cosas que me había prometido que nunca volverían a suceder. Así que, hice lo que tuve que hacer para eliminar a Madison Goldbloom de mi vida. Me deshice de ella como se hace con una bandita, de una vez por todas. Pensé que habíamos acabado. Terminado para siempre.

Quería terminar con la pequeña mujer bocazas absolutamente sexi en atroces zapatos Babette que pensaba que usar enaguas a los veintiséis años era adorable, en contraposición a desquiciado. Y entonces, mi padre había arrojado una bola curva ardiendo directamente a mis manos, y aquí estaba, lanzándola de un lado a otro, pasando tiempo activamente con Madison. Haciendo exactamente lo que prometí no hacer. —¡Ahí estás! —Mamá se abalanzó sobre mi parabrisas como un canguro frenético mientras estacionaba el Tesla en la mansión de los Hamptons. Madison despertó bruscamente junto a mí de su letargo. Se dio unas palmaditas en la barbilla para ver si estaba babeando (lo estaba) y se sentó, acomodándose su bandana de perlas. En lugar de ofrecerle unos segundos para arreglarse, hice lo que haría cualquier otro idiota de clase mundial y abrí la puerta de un empujón y rodeé el auto para abrazar a mi madre. —¿Qué tal el tráfico? —Las uñas francesas de mamá se clavaron en mis hombros. Salpicó besos en mi rostro, ocultando levemente sus miradas ansiosas dentro del auto. Estaba temblando con una emoción apenas contenida. —Soportable. —Espero que a Madison no le haya importado el tráfico. —Le encantan los atascos de tráfico. Son su pasatiempo favorito. Justo después de atrapar a hombres inocentes en relaciones. De todos modos, ¿desde cuándo Madison estaba por encima de los inconvenientes triviales como el tráfico? Eso era lo que pasaba cuando nunca llevabas a nadie a casa. Era la primera supuesta pareja que tenía, y mis padres ya la trataban como la Segunda Venida de Jesús. Abrí la puerta de Madison, ayudándola a salir del auto pero en realidad empujándola directamente a los brazos de la realidad. Se acomodó su falda lápiz, intentando hacer una salida elegante. Mamá abordó a Madison como un linebacker profesional, pegándola al auto. Para su crédito, Mad interpretó el papel de una prometida feliz de manera medio convincente. Lo que significó que fue torpe pero no por encima de su falta de gracia habitual. Después de que se gritaron la una a la otra, mamá examinó su anillo de compromiso desde todos los ángulos, gritando y chillando como si fuera la primera vez que veía un diamante en su vida. Era una bonita pieza de la línea

exclusiva de Black & Co. Pedí la cosa genérica más estúpidamente cara que tenían. Algo que dijera que el prometido es rico pero también y no sabe nada de su futura esposa. Algo perfecto para nosotros dos. —Espero que no te importe, pero será un evento muy pequeño. No hemos tenido mucho tiempo para prepararnos desde que Ronan… —Mi madre se calló, disculpándose con Madison. Madison sacudió la cabeza casi histéricamente. —No, no. Lo entiendo, totalmente. El hecho de que estés haciendo cualquier cosa considerando las circunstancias es… ah… —Miró alrededor—. Increíble, de verdad. —No te preocupes. Seguirás siendo la belleza del baile. —Palmeé el hombro de Madison, mirándola con la calidez de un cuchillo de mantequilla. Podría o no haber visto varias películas de Hallmark para imitar a un prometido amoroso. Mientras corría en la cinta. A decir verdad, el cardio fue la única razón por la que no me había quedado dormido durante la sobrecarga de mierdas absurdas. —Eres demasiado amable. —Madison puso su mano sobre la mía en su hombro, apretándola con la esperanza de romper algunos huesos. Reprimí una sonrisa. —Nunca demasiado amable por ti. —Oh, basta. —Sonrió con fuerza—. En serio —enfatizó. Mamá nos miró, disfrutando de lo que pensaba que estaba presenciando y aplaudiendo. —¡Mírense a ustedes dos! Aunque Madison no hizo nada abiertamente mal para joder las cosas, estuvo lejos de ser digna de un Oscar en el departamento de prometida amorosa. Agachó la cabeza cada vez que se le hizo una pregunta que necesitó ser respondida con una mentira. Sus mejillas estuvieron tan rojas que pensé que su cabeza estaba a punto de explotar. Y me contempló con un educado entusiasmo falso, como si fuera una mala pieza de arte de macarrones hecho por un niño particularmente distraído. —Katie se muere por verte, y no creo que aún hayas conocido a Julian, el hermano mayor de Chase, y a su esposa, Amber. No estuvieron con nosotros la Navidad pasada. Celebraron con la familia de Amber en Wisconsin —balbuceó mamá, agarrando la mano de Madison y llevándola a la casa después de diez minutos dolorosos—. Clementina, su hija, es toda una dulzura.

—Suena jugosa —chilló Mad, y mamá se la llevó rápidamente sin darme otra mirada. Suena jugosa. En serio, había dicho eso. Había estado dentro de esta mujer en algún momento. ¿En qué demonios había estado pensando? Dos empleados uniformados se materializaron desde la entrada, apresurándose a llevar la maleta de Madison. Los dirigí a la habitación que íbamos a compartir, sí, compartir, mirando el carrito de golf junto al Tesla. Me entretuve con la idea de ir directamente al campo de golf para interrumpir a Julian y papá, pero luego lo pensé mejor. No era un preadolescente histérico suplicando por ser incluido. Además, tenía que subir las escaleras y trabajar en el ángulo de Madison. Prepararla antes de que conozca al resto del clan Black. Mi padre tenía la habilidad asombrosa de ver más allá de las estupideces y analizar situaciones y dinámicas con éxito. No me extrañaría que descubra la falsa de este compromiso si se daba cuenta que mi novia estaba contemplando asesinarme con un cuchillo de carne. Sí, decidí. La mierda con Julian podía esperar. De todos modos, no era como si fuéramos a por la garganta del otro cerca de papá. Me dirigí a nuestra habitación en el ala izquierda de la propiedad de mala gana. El lado reservado para la familia inmediata. Julian y su familia residían en el ala derecha. La razón oficial era porque necesitaban más espacio. Si fuera hace tres años, lo habría creído. Pero ahora no. Ahora, Julian se sentía como un forastero de principio a fin. Encontré a Madison atrapada en una conversación sin sentido con Katie y mamá en nuestra habitación. Amber probablemente estaba tomando un baño de burbujas en algún lugar de la mansión, probando la última tendencia para el cuidado de la piel. Sangre de koala o mierda de tortuga o lo que sea que se untara en la cara para parecer más joven. Las mujeres de mi familia aún tomaban por turnos la mano de Madison como rehén, arrullando el anillo de compromiso como si fuera un recién nacido. Aclarándome la garganta, entré y envolví un brazo alrededor de sus hombros. El gesto no resultó familiar ni agradable. Nunca antes lo había hecho, incluso cuando nos veíamos. Madison tenía delgados hombros estrechos, algo que nunca antes había notado. No se sintió bien, el peso de todo mi brazo sobre esta mujer. Otros hombres, obviamente, no tenían compañeras del tamaño de Mad, o las aplastarían por completo. Cómo había podido estar encima de esta chica varias veces a la semana era un misterio para mí. En ese momento se veía tan frágil parada a mi lado. Decidí no poner todo el peso de mi brazo sobre sus hombros, lo que

resultó en que mi brazo medio colgara en el aire a unos centímetros de su cuerpo. Era un inconveniente, pero era diminuta. Tan pequeña que no podría contar como una persona entera. Técnicamente, solo tenía la mitad de una exnovia. Solo admite que tuviste una puta novia, pedazo de mierda de tamaño entero. —Solo le estaba preguntando a Maddie por qué no la hemos visto en tanto tiempo. —Katie se volvió hacia mí, jugueteando con las perlas de su cuello. Era alta para una mujer, con largo cabello oscuro y una figura impecablemente desnutrida que le gustaba envolver con vestidos elegantes. Era el tipo de persona que se mezclaba con los muebles y ocupaba el menor espacio posible. Lo opuesto a la pequeña charlatana de piel aceitunada Madison. —Te refieres a interrogarla —corregí. No quería que mi prometida falsa esté bajo un escrutinio innecesario. Su habilidad para mentir probablemente era tan débil como su sentido de la moda. Katie retrocedió visiblemente, insultada por mi ataque, y me sentí como un idiota inmediatamente. A pesar de todo mi resentimiento por las relaciones románticas, generalmente era un ser humano decente con mi familia. —Gracias, Chase. Puedo cuidar de mí misma. —Madison sonrió tensamente. Y puede que necesites hacerlo con el tonto asexual con el que sales. —Tienes razón, cariño. Sé de primera mano lo buena que eres cuidándote a ti misma. —Enarqué una ceja sugerente, refiriéndome al arsenal de juguetes sexuales que una vez encontré en el cajón de su cocina mientras buscaba una cuchara para mi café. (“Tengo que ahorrar espacio, ¿de acuerdo?” Había gritado. “¡Es un apartamento tipo estudio!”). Madison, como predije, se puso carmesí en un segundo. —Es importante cuidar de sí. —Miró hacia el techo, probablemente intentando no estallar en llamas. —Te escucho, hermana. —Katie suspiró, sin comprender nuestras insinuaciones—. Estoy pensando en volver a terapia ahora que nos enteramos de lo de papá. Los ojos de Mad volvieron a fijarse en Katie, su rostro contrayéndose de horrorizado a triste. —Oh, dulzura. —Tomó el brazo de mi hermana—. Debes hacer lo que sea necesario para estar en el mejor estado de ánimo posible. Pienso que es una idea genial.

—¿Fuiste a terapia? ¿Durante…? ¿Después…? —preguntó Katie esperanzada. Mi hermana era un poco mayor que Madison y, sin embargo, diez veces más ingenua. Lo atribuí a una crianza privilegiada, combinada con el lujo de nunca conocer las verdaderas dificultades. —Bueno, en realidad no podía pagarlo. —Madison arrugó la nariz, haciendo que los ojos de Katie se abran en completo horror. Sí. Olvidaba que los psiquiatras eran un beneficio que no todos podían permitirse—. Pero tenía a mi papá. Y de todos modos, un montón de familiares, así que… —Se encogió de hombros. Hubo una pausa incómoda en la que Katie probablemente sintió ganas de morir, yo sentí ganas de matar a alguien, y Madison… ¿quién diablos sabía lo que sentía en ese momento? —Bueno… —Mamá aplaudió con una sonrisa alegre, sacándonos de nuestro ensueño—, dejemos a los tortolitos solos para que se instalen. Vamos a tomar un refrigerio tardío a las diez. Nada formal, solo un poco de comida y charla. Nos encantaría tenerte, si no estás demasiado cansada. Mamá le dio a Madison un último apretón de mano antes de arrastrar a mi hermana fuera de la habitación y cerrar la puerta detrás de nosotros. Quité mi brazo de los hombros de Mad al mismo tiempo que ella giró hacia mí, pisoteando mi pie con todas sus fuerzas. Me tomó un segundo darme cuenta que su pie estaba sobre el mío. Prácticamente no pesaba nada. La mayor parte eran telas y accesorios que probablemente había encontrado en una canasta de descuento en Claire. —No vamos a quedarnos en la misma habitación. —Agitó su dedo frente a mi rostro. Comencé a aflojarme la corbata, avanzando al vestidor, en el que me esperaba un armario en toda regla, apropiado para todas las estaciones. Sabía que ella me seguiría. —Madison, verifica los hechos, porque parece que lo haremos. —Este lugar tiene como trescientas habitaciones. —Estaba pisándome los talones, agitando su brazo alrededor. —Doce —corregí, abriendo el cajón de los relojes. ¿Rolex o Cartier? La respuesta correcta era el menos pesado, en caso de que hubiera más abrazos de hombros. Sabía que al menos tendría que fingir que me gustaba frente a mi padre, y tocarla era, desafortunadamente, parte de la farsa. Si él estaba la mitad de feliz que mamá y Katie de verla, mi lugar en el cielo estaría asegurado. Dios, espero que sirvan alcohol.

—Aún las suficientes para dormir en otro lugar. —Madison apoyó una cadera contra los estantes en mi periferia. Cintura estrecha. Caderas anchas. No de manera desproporcionada, como esa familia de clones humanos de la televisión. Era deliciosamente femenina. Todo en ella era delicado, pequeño y redondo. Me pregunté si ese Doctor Santurrón apreciaría eso de ella. —¿Por qué un par de tortolitos como nosotros dormirían en habitaciones separadas? —Cerré el cajón, comenzando a desnudarme. Confiaba en que Mad se daría la vuelta si se sentía ofendida por mi desnudez parcial. No es que fuera algo que no hubiera visto antes. De cerca. —Por muchas razones —dijo sin aliento, chasqueando los dedos—. Celibato. Supongamos que me estoy reservando para el matrimonio. —Cariño, cantaste tus villancicos en la despensa, el jacuzzi, tres de los dormitorios y la piscina cuando estuvimos aquí la Navidad pasada. Tu virtud no podría encontrar el camino de regreso a tu cuerpo ni con un mapa, una brújula y un GPS. —¿Nos escucharon? —Sus ojos se abrieron por completo y se sonrojó una vez más. Admito que, era muy linda cuando se ruborizaba. Tenía mejillas de manzana y una mandíbula suave. Lástima que también tuviera la capacidad de engañarme para que me comprometa con ella cuando no estaba prestando atención. —Sí, mi familia nos escuchó. Toda la población de Maine también lo hizo. —Jesucristo. —Está bien, está bien, celebramos el cumpleaños de JC, pero fui yo quien hizo todo el trabajo sucio. —No te recuerdo quejándote. —Un poco difícil, ya que mi boca estaba colocada estratégicamente entre tus piernas. Golpeó mi pecho desnudo antes de darse la vuelta y caminar de un lado a otro. Entrelazó sus dedos detrás de su cuello mientras yo continuaba desnudándome hasta quedar en mis calzoncillos, flexionando cada músculo de mi cuerpo. No estaba por encima de la vanidad (a decir verdad, no estaba por encima de la mayoría de las cosas). —No voy a compartir la cama contigo. —Sacudió su cabeza. Se detuvo. Apuntó al suelo—. Eres bienvenido en la alfombra.

Incliné la cabeza, resistiendo la tentación de preguntarle si se refería a otra ronda conmigo entre sus piernas. —Mad, no estoy seguro que lo sepas, pero es posible que dos personas duerman en la misma cama sin tener relaciones sexuales. Se han registrado casos de eso a lo largo de la historia. —No en lo que a ti respecta. —Me miró de forma letal, ignorando mi estado de desnudez. Era un punto justo. Simplemente no estaba acostumbrado a que tome las decisiones o se niegue en general. Cuando estuvimos saliendo, Madison solo se dejó llevar y bailó al ritmo de mi melodía. Ahora definitivamente no estaba haciendo eso, y no sabía qué hacer con ello. Iba a lanzarme a otro contraargumento cuando ella comenzó a abrir la cremallera de su maleta y sacar su ropa. Aterrizaron en el suelo en un montón de telas estampadas. Perfectas para encender una hoguera. —Chase, no vas a convencerme de lo contrario, así que te sugiero que te pongas cómodo en el suelo con una almohada y una manta. No dudaré en volver a casa si no respetas mis límites. —Exactamente, ¿con qué auto? —Un Uber, si es necesario. No me pongas a prueba, Chase. No soy tu prisionera. —Tampoco era el tuyo —murmuré. —¿Discúlpame? —Levantó la cabeza de golpe. —Es curioso, no sabía que te gustaba eso. —¿Me gustaba qué? —Respetar los límites. —¿Cuándo no respeté tus límites? —Sus ojos estaban tan abiertos que podía ver todo mi reflejo en ellos. Cuando me hiciste tu novio sin mi consentimiento. Incluso mientras decía eso internamente, me di cuenta cuán carnalmente marica sonaba. Podría haber abandonado mi relación con Madison en cualquier momento. Había elegido quedarme. Elegí sus habilidades superiores para hornear, las folladas excelentes y la comodidad de eliminar las aplicaciones de ligue por encima de mis principios.

También elegí arruinarlo todo. Hice un mal cálculo. Si la engañaba, se iría, luego regresaría con el tiempo (todas lo hacían), y caeríamos en un arreglo más informal y sin ataduras. No era un completo cerdo. Le conseguiría un departamento mejor, le daría cosas bonitas. Simplemente no quería conformarme. El mero término me molestaba. Conformarme. Te conformabas con un auto feo para asegurarte que fuera lo suficientemente seguro para tu familia. Te conformabas con una cita aburrida para poder follártela al final de la noche. No te conformabas cuando se trataba de toda tu maldita existencia. La cosa era que, Mad nunca regresó. Explotó, rompió conmigo y se fue para siempre. Sin embargo, terminó enviándome un regalo de cumpleaños en forma de una bolsa con las bolas de pelo de Daisy y su última factura del veterinario (que, hay que decirlo, fui lo suficientemente bueno en pagar). Aún recordaba la nota que había añadido a la factura. Chase, Hice esterilizar a Daisy. Creo que ambos podemos estar de acuerdo en que nada de lo que proviene de ti debería reproducirse. Siéntete libre de pagar esto lo antes posible. —Madison De vuelta a la realidad, en nuestra habitación compartida, sentí que se me apretó la mandíbula. Le respondí a Madison con los dientes apretados. —Bien. Dormiré en la alfombra, si estás tan preocupada por frotar tu culo contra mi entrepierna por las noches. —Gracias. —Frunció los labios. Pero me di cuenta que estaba luchando contra una sonrisa. ¿Por qué sonreiría? Noté que mis orejas se sentían calientes. Resistí el impulso de tocarlas. No me estaba sonrojando. Este era un hecho. Nunca me sonrojaba. —Deja de mirarme. —Entrecerré los ojos, echándome una toalla de baño por encima del hombro. —Deja de apuntarme. —Volvió a sacar sus vestidos horrendos de su maleta, conteniendo una sonrisa. ¿Señalarla? ¿Estaba loca? Miré hacia abajo. Oh.

Oh. Me giré, arreglándome a pensando: Mierda, mierda, mierda.

través

de

mis

calzoncillos

Armani,

—Sí, lo sé. —Suspiró a mis espaldas—. Eso es lo que gritas generalmente cuando tu cuerpo reacciona de esta manera. ¿Lo había dicho en voz alta? Maldita sea, ¿qué diablos me estaba pasando? —Ve a ponerte presentable —murmuré, avanzando enfurecido hacia la ducha antes de hacer más cosas femeninas. Como sonrojarme otra vez, o maldita sea, tal vez desmayarme en sus brazos—. Y mierda, por Dios, intenta no usar nada estampado.

Llevaba un atuendo estampado, de la cabeza a los pies. Sus tacones negros tenían pequeñas cruces blancas, su vestido era de flores y tenía una badana a cuadros. Había hecho esa cosa que amaba con su jodido cabello. Su flequillo lucía planchado, pero el resto de su cabello corto estaba desordenadamente ondulado y caía sobre su rostro y cuello como una cascada. Su estilo me recordaba a su apartamento. Un abarrotado desorden contrastante que parecía como si una piñata llena de muebles de segunda mano y malas decisiones hubiese explotado en el interior. No la llamaría acaparadora en sí, pero su apartamento no se veía bonito. Era posible que Madison Goldbloom fuera la persona más sentimental del planeta Tierra. Coleccionaba de todo, incluyendo entre otras cosas: macetas, telas, bocetos, postales, invitaciones de boda, gomas para el cabello, baratijas turísticas, un maniquí con forma de caniche hecho únicamente con tapas de botellas de vino e incluso una Chia Pet con forma de príncipe. Desorden. Desorden. Desorden. No tenía idea de lo que me atraía de esta chica, aparte de su talento para ofender a cualquier par de ojos activos en un radio de trescientos kilómetros. Diseñaba vestidos de novia para una compañía nupcial exclusiva que no apestaban. Lo sabía a ciencia cierta: sus diseños se vendían como pan caliente; por eso nos asociamos con ellos. Sven dijo que era su empleada más valiosa. No cuestioné eso cuando estábamos saliendo.

Debí haberlo hecho. Mad bajó las escaleras mientras el resto de nosotros estábamos sentados en el comedor. El personal entró en acción, sirviendo la comida tan pronto como ella se sentó a mi lado, sonriéndole a todos y saludando con mano. —Lo siento, no me di cuenta de que estaban esperando. Madison tenía la habilidad de ser una tímida alhelí para el mundo y una pequeña ninfa en el dormitorio. Usé mi pie para acercar su silla a mí de modo que nuestros brazos y piernas se tocaran. Se arrastró ruidosamente por el suelo de mármol, haciendo reír a todos en la habitación. —Ya te extraña. Eso es tan dulce. —Katie se llevó la mano al pecho, su voz ronca por la emoción. Madison soltó una histérica risa nerviosa. Apreté los dientes en silencio. No lo arruines, Goldbloom. —Cerdo a la caja china, pastel de tocino, ensalada de col con suero de leche, cebolla de verdeo en una cama de barras de pretzel —explicó una de las anfitrionas a Madison, señalando los diferentes platos en la mesa. En cuanto a meriendas a las diez en punto, este era un festín en toda regla. Mis padres no podían evitarlo. Me fastidiaba tener que decirle a mi madre y a Katie que Madison y yo no estábamos juntos. Aunque no tendría que lidiar con eso hasta después que papá… después de papá. No podía superar esa frase. Mi padre se estaba muriendo, y no había nada que pudiera hacer para ayudarlo. Me había acostumbrado tanto a gastar dinero en mis problemas; la idea de que estaba indefenso ante algo tan profundo, que alteraría mi vida de una manera tan radical, me enfurecía irracionalmente. Madison sonrió y asintió obedientemente cuando correspondió. Se inclinó hacia la mesa larga y se dirigió a mi padre, que estaba sentado a la cabecera y parecía más pequeño que antes de que supiéramos sobre el cáncer. —Muchas gracias por invitarme, señor Black. —Bueno, en realidad no sabía cuánto tiempo tendría para llegar a conocerte. —Le otorgó una de sus raras sonrisas reales. Maddie tragó pesado—. Chase y tú deben haberse llevado muy bien. El matrimonio es una decisión importante después de menos de un año juntos, y con tus horarios de trabajo ocupados, eso no nos permitió conocerte.

Estaba empezando a sentir un poco de lástima por Madison. Mi familia tenía cierta forma de interrogarla, y todos parecían estar jugando al policía malo. —Puedo decir lo mucho que lamento que estés… bueno, que tú… — comenzó Mad. —¿Esté muriendo? —Terminó la oración por ella, su tono seco—. Sí, cariño, tampoco estoy muy feliz por eso. Se sonrojó, mirando su regazo. —Lo siento. Las palabras me fallan en momentos como estos. —No es tu culpa. —Tomó un sorbo de whisky, sus movimientos lentos y mesurados. Era una versión mayor de mí, con su cabeza llena de cabello blanco, una figura alta y ojos árticos—. Dudo que alguien sea bueno para hablar con una persona moribunda sobre su estado. Al menos sé que Chase tiene a alguien en quien apoyarse. No es tan duro como siempre parece, pero ya sabes. —Arqueó una ceja. —También está justo aquí… —señalé hacia mi propia cabeza, sabiendo que iba a encontrar mi molestia divertida—… y es parte de esta jodida conversación. —Créame, sé que Chase tiene un lado frágil. —Madison palmeó mi hombro, aún sonriéndole a mi padre. Una burla obvia para mí. Uno a cero para el equipo visitante. —Frágil es un poco exagerado. —Sonreí afablemente. —Entonces, ¿delicado? —Giró la cabeza en mi dirección, parpadeándome con una sonrisa brillante. Dos a cero. —La palabra que estás buscando es sensible. —Julian chasqueó la lengua, su sonrisa de gato Cheshire en plena exhibición, al mismo tiempo que mamá soltó una carcajada resoplada—. Un placer conocerte. Soy Julian. Extendió su mano sobre la mesa. Mad la estrechó. Y me asaltó una necesidad repentina de volcar la mesa. —Sensible. —Mad probó la palabra en su lengua, sonriéndole a mi primo—. Me gusta eso. Es como un puercoespín en la Semana del Tiburón. Eso hizo que Katie, mamá, papá, Julian y Amber se echaran a reír. Fue un momento familiar tan normal que ni siquiera estaba abiertamente molesto con Madison por burlarse de mí o con Julian por existir. Era la primera vez que teníamos

uno desde que nos enteramos de papá y la primera vez que había visto a Julian luciendo complacido en años. Todos empezaron a devorar la comida. Aparte de Amber, pero saltarse las comidas a favor del alcohol era como cualquier otro martes para ella. Mad se encogió en su asiento, bebiendo su copa de champán como si fuera agua. Al principio, no presté mucha atención a lo que estaba haciendo. No había comido desde el desayuno. Pero cuando habían pasado diez minutos y su plato aún estaba vacío, sentí que mis dientes rechinaron de molestia. —¿Qué ocurre? —siseé de reojo. La comida estaba bien. Más que bien. Lo había cocinado un fenómeno culinario con una estrella Michelin, no un estúpido ayudante de cocina que había hecho su camino desde Brooklyn para ganar dinero rápido el fin de semana. —Nada —respondió, justo cuando su estómago comenzó a gruñir. Tampoco fue un estruendo femenino. Sonó como si sus intestinos estuvieran intentando entablar una pelea con el resto de su cuerpo. Me incliné hacia ella, rozando mis labios a lo largo de la concha de su oreja para que pareciera que estábamos compartiendo una conversación íntima, una que no incluía el tema de su estómago haciendo sonidos como Freddy Krueger. —Eres una mentirosa terrible y yo un bastardo impaciente. Escúpelo, Madison. —No tengo idea de qué significa ninguna de las cosas que dijo la camarera —susurró en voz baja, su rubor haciendo otra aparición como invitado—. Algunas de estas cosas me son irreconocibles. Lo siento, Chase, pero el pastel de tocino suena como algo que debería estar prohibido en los cincuenta estados. Apreté mis labios, resistiendo una risita. Tomando su plato, comencé a llenarlo con comida, sabiendo que me valía puntos brownie en el departamento de prometidos falsos. Mamá se iluminó en silencio a medida que le devolvía el plato a Madison, sonriéndole con lo que esperaba que pareciera calidez (inspiración: Jesse Metcalfe en A Country Wedding). —Te gustarán estos… —No digas cariño. No seas ese cliché—. Nena. ¿Nena? ¿Podría sonar más imbécil? —¿Cómo estás tan seguro…? —También vaciló, consciente de que todos los ojos estaban puestos en ella—. ¿Querido? Amber casi escupió su vino, riendo.

—Conozco tu gusto. —Dudoso. —Confía en mí —gruñí a través de mi sonrisa falsa. —Nunca —susurró. Aun así, tomó su tenedor y apuñaló una col de bruselas salteada cubierta con pan rallado, hierbas y crema. Sus ojos rodaron en sus cuencas después de la tercera masticada. El sonido que siguió, proveniente de la parte posterior de su garganta, hizo que mi pene se sacuda agradecido. —Ahora veo la luz. —Suspiró. Quería mostrarle otras cosas. Arrastrarla a mi lado oscuro por un rato, luego escupirla de regreso a su existencia radiante. —Entonces, Madison —ronroneó Amber desde el otro lado de la mesa, pasando su larga uña puntiaguda a lo largo de su copa de champán de una manera divertidamente perversa. Me preparé. Amber era, sin duda alguna, la persona más peligrosa de la mesa—. ¿Cómo se propuso nuestro Chase? Nuestro Chase. Como si fuera un jodido jarrón. Ya quisiera. Amber tenía puntiagudas uñas acrílicas como una bruja, suficientes extensiones de cabello para hacer tres pelucas, pestañas postizas y un escote que no dejaba nada a la imaginación. La presunción la envolvía como una nube de perfume. Tenía mi edad, treinta y dos, y sus pasatiempos se limitaban a la cirugía plástica, encontrar la nueva tendencia sobre ejercicios/dietas que las celebridades estuvieran admirando, y tener discusiones públicas con su esposo. Julian puso su brazo alrededor del hombro de su esposa, sacudiendo las cejas, como si dijera que era la hora del espectáculo. Prepárate para una actuación digna de un Oscar, primito. —¿Cómo se propuso? —repitió Mad, su sonrisa más congelada que la frente de Amber. Todos los ojos estaban puestos en ella. Supuse que Madison quería algo un poco más romántico que la historia de cómo nos conocimos. Una mañana, habíamos entrado en el mismo ascensor, aquel que compartían Black & Co. y Croquis, y en lugar de continuar mi camino hasta el último piso de nuestro edificio rascacielos, también conocido como el piso administrativo, me metí en el estudio de Croquis con ella, me apoyé en su mesa de dibujo y le pregunté qué haría falta para meterse en sus pantalones, aunque no con tantas palabras. Madison bebió su segunda copa de champán antes de dejarla y levantar los ojos para encontrar los de Amber. —La propuesta de hecho fue muy romántica —dijo sin aliento.

¿Está borracha? La necesitaba sobria. Estaba nadando con los tiburones, sangrando en la maldita agua. No, solo estaba siendo otra vez la Maddie Nueva, lo que significaba que estaba a punto de despedazarme. —¿En serio? —Los ojos de Julian se abrieron con escepticismo. No me gustaban sus ojos sobre ella. Déjame reformular: en estos días no me gustaba, punto. Pero especialmente no me gustó la forma en que veía a Madison. Había algo siniestro en la cualidad de obsidiana que adquirieron sus ojos. No era del tipo posesivo, pero hacerle un agujero en la cara parecía inevitable si seguía mirando así a Madison. Como si no estuviera completamente seguro si quería tener sexo con ella, burlarse de ella por lo poco refinada que era socialmente, o ambas cosas. —Sí. —Mad se mordió un lado del labio, observándome. Maldita sea—. Estábamos en el paseo marítimo de Brooklyn Heights, disfrutando de la romántica vista … —¿Chase fue a Brooklyn? —interrumpió Amber, levantando una ceja como microcuchillas. Error de principiante. Todo el mundo sabía que cualquier cosa al sur de East Village y al norte de Washington Heights estaba muerta para mí en la ciudad. Demonios, consideraba al maldito Inwood como el extranjero. Madison hizo un murmullo prolongado, tomando otro sorbo de champán. Parecía un animal atrapado, acorralada y asustada. Pero ayudarla parecería sospechoso. Me sentía como una madre tortuga viendo a su cría lerda bambolearse mar adentro hacia el océano, sabiendo que tenía un 5 por ciento de posibilidades de sobrevivir. Y entonces, quién lo diría, ocurrió un milagro de Navidad en julio. Madison se aclaró la garganta, enderezó la espalda y recuperó la voz. —Estaba apoyada en la barandilla, contemplando las vistas. Y antes de que supiera lo que estaba pasando, él estaba sobre una rodilla delante de mí, un sudoroso desastre balbuceante. Pensé que estaba pasando por un colapso mental. Estaba tan nervioso. Pero luego dijo la cosa más dulce posible. ¿Recuerdas lo que me dijiste, cariño? —Se volvió hacia mí, parpadeando angelicalmente. Le dediqué una sonrisa cortante. Quería algo como Eres el amor de mi vida, mi luna y mis estrellas, o no puedo vivir sin ti y, francamente, no veo el sentido de intentarlo o incluso [inserte cualquier otro cliché de Hallmark que hubiera escuchado durante mi investigación, que había desencadenado mi reflejo nauseoso]. —Por supuesto. —Tomé su mano, llevé sus nudillos a mis labios, y los rocé a lo largo de su carne. Se le puso la piel de gallina en los brazos, y sonreí contra el dorso de su mano, sabiendo que aún compartíamos suficiente tensión sexual como

para hacer explotar la mansión—. Te dije que tenías un bigote de mostaza y después limpié tu bonito rostro. La sonrisa de Mad cayó. Amber soltó una risita metálica. Mis padres y Katie sonrieron. Julian entrecerró los ojos, su mirada yendo de un lado a otro entre nosotros. —Continúa. —Él apoyó la barbilla en sus nudillos. Julian era una década mayor que este servidor. Un hombre con aspecto de Saturno. Alto, rodeado por aros de grasa, con una cabeza calva reluciente que daban ganas de frotársela y ver si salía un genio de su oreja. Mad miró entre nosotros, captando las vibras asesinas. —Me ayudó a limpiar mi, uh, mancha de mostaza, luego me dijo que originalmente quería esperar un poco más, un año no es nada en el gran esquema de las cosas, pero su amor por mí era simplemente demasiado. Que era su mundo entero. Creo que la palabra que usó fue obsesionado. Comenzó a mascullar. En realidad, fue un poco vergonzoso. —Presionó su pie sobre el mío debajo de la mesa, retándome a desafiar su historia—. Como, en serio en eso. Hasta el punto en que empezó a llorar… —¿Chase? ¿Llorando? —Amber arrugó la nariz, ahora visiblemente horrorizada. Había unos sesenta y nueve pasos de distancia, pero ya estaba ansioso por arrastrar a Madison de regreso a nuestra habitación y azotarla por cada mentira que había escupido en la cena. —No iría tan lejos como para llorar, pero… —Madison se volvió hacia mí, dándome una vez más esa palmadita condescendiente en el brazo, dándome una mirada de tres a cero para el equipo visitante. No podía contradecir su versión de la historia de nuestra propuesta. Al menos, no públicamente, cuando se suponía que debíamos vendernos como una pareja enamorada. Sin embargo, iba a tomar represalias por este pequeño truco. —Fue emocionante —concluí, tomando un pequeño sorbo de mi whisky—. Aunque, la verdad es que, la bruma en mis ojos se debió principalmente a tu vestido de cuadros marrones y verdes con lunares azules, cariño. Fue demasiado para asimilar. —Pero supongo que, un placer quitarlo. —Julian me estaba provocando, con una fría sonrisa jugando en sus labios. Mi padre dejó caer los cubiertos en el plato, aclarándose la garganta deliberadamente. Julian alzó la vista y disipó la incomodidad en la mesa. A veces

irritándome al actuar como un ser humano real en compañía. Era un desarrollo reciente y uno que no apreciaba en absoluto. —Eso fue muy inapropiado de mi parte. Me disculpo, Madison. Las bromas fraternales han ido demasiado lejos. Fraternales, mi culo. No confiaría en él ni con una cuchara de plástico. —Por favor, llámame Maddie. —Ella inclinó la cabeza. —Maddie —repitió mi padre, reclinándose. Tomé una nota mental para recordarle a Julian que no me importaría arrojarlo por una ventana abierta si acosaba sexualmente a mi prometida falsa. —Debo admitir que teníamos nuestras dudas ya que no te hemos visto desde Navidad. Pensamos que Chase podría haberse enfriado un poco —dijo papá, clavándome con la mirada. —No hay nada frío en este hombre. —Madison le dio una sonrisa radiante a papá, pellizcando mi mejilla. Dios, me alegraba que esto terminara en un par de días. La mujer estaba destinada a llevarme al alcoholismo—. Es el hombre más ardiente que he conocido alguna vez. Soltó la frase antes de darse cuenta de lo que estaba diciendo. Giré la cabeza y la miré con una sonrisa de suficiencia. Sus mejillas se pusieron rosadas. Su cuello y orejas se apresuraron a seguirlo. —Gracias por casarte con este salvaje. —Papá sonrió. —Me debes una —bromeó. Todos rieron. Otra vez. Comenzamos una conversación agradable a medida que se sirvieron más platos. Treinta minutos después, Katie se enderezó y frunció el ceño. —¿Dónde está Clementine? —Apuñaló una baya nadando en su agua con gas con un palillo de dientes y se la llevó a la boca. Esperaba que la falta de alcohol en su copa fuera una señal reveladora de que había vuelto a tomar sus medicamentos. Ese era un avance alentador. La ansiedad de Katie desenfocaba todo lo demás en su vida, y aunque era excelente en lo que hacía, el marketing, sabía que quería conocer a un chico bueno y sentar cabeza. No podía hacer eso mientras estuviera frágil mentalmente. —Dormida, arriba. —Amber sacudió su cabello rubio platinado, clavando su mirada en la mía deliberadamente—. Ni siquiera pudo ver a su tío favorito. —Mañana lo hará —dije, tajante.

—Gracias por despejar algo de tiempo en tu agenda para verla. Sé lo ocupado que estás. —Más sarcasmo. Levanté mi copa, fingiendo hacer un brindis. —Lo que sea por mi sobrina. Y nada por sus padres. —Maddie, ¿supongo que no estarás de humor para jugar después al Monopoly con nosotros? Debes estar exhausta. —Mamá se volvió hacia mi prometida falsa, batiendo sus pestañas. Estaba mintiendo a lo grande—. Es una tradición que las mujeres Black mantienen cada vez que estamos en los Hamptons. Mad se animó. —¿En serio? No recuerdo que lo hiciéramos durante Navidad. Eso es porque mamá acaba de inventar esta tradición, me abstuve de decir. Mi familia estaba loca por esta mujer, y no estaba del todo seguro de por qué. —Queríamos darles a ti y a Chase un poco de tiempo, eh, a solas como una pareja nueva. Me alarmó que mamá estuviera más interesada en Madison que yo en el mercado de valores. Tal vez simplemente le gustaba la idea de que no muriera como un viejo y solitario Grinch. Madison era la única mujer que había traído a casa desde La Que No Debe Ser Nombrada. —Me encantaría —exclamó Mad alegremente. No dudaba de su entusiasmo. Sabía que prefería bañarse en una freidora que pasar un minuto conmigo. Katie y mamá intercambiaron la Mirada. Aquella que compartían cada vez que veían Orgullo y Prejuicio y Colin Firth tartamudeaba algo encantador en pantalla. Apuñalé mi bistec como si hubiera intentado apuñalarme primero, viéndolo sangrar jugosamente en mi plato, sintiendo una calamidad inminente colgando sobre mi cabeza. Mad estaba excavando sus odiosas raíces coloridas y estampadas en la familia Black, y mis padres y hermana estaban cayendo fuerte y rápido. A diferencia de mí. Era el único Black que era inmune a sus encantos. A sus sonrisas. A su corazón. Me prometí a mí mismo eso.

1 de marzo de 2001 Querida Maddie, Hoy no fue un buen día. Sé que te disgustó cuando te dijimos que no podíamos pagar el viaje escolar a la Estatua de la Libertad. Tu padre y yo estamos luchando económicamente; eso no es un secreto, pero desearía que lo fuera. Desearía que pudiéramos mantener este hecho alejado de ti, para poder costear todas las cosas que quieres hacer. Hay tanto que quiero darte, pero no puedo. Mis tratamientos son cada vez más costosos, y desde que tu padre tuvo que contratar a un asistente para que se encargue de la tienda mientras estoy en tratamiento o recuperándome, hemos tratado las cosas que dábamos por sentadas como si fuesen lujos. Lo que hoy me rompió el corazón no fue ni siquiera que estuvieras triste por el viaje, sino que intentaste ocultárnoslo. Tus ojos y nariz estuvieron rojos después de que regresaras de tu habitación, pero sonreíste como si nada hubiera pasado. Dato curioso del día: el jazmín es llamado reina de la noche en la India, debido a su aroma fuerte después del atardecer. Dejé algunos en tu habitación. Mi versión de una disculpa. Recuerda atenderlos. Puedes aprender mucho sobre el sentido de responsabilidad y devoción de una persona por la forma en que atienden sus flores. Gracias por cuidarnos, incluso cuando no podemos cuidarte en todos los ámbitos de la vida. Con amor, Besos, mamá.

—Para ser honesta, pensé que no te gustamos mucho. —Katie arrastró su dedal sobre el tablero de Monopoly, con el ceño fruncido en concentración. El salón estaba bañado por una luz dorada. Las alfombras ricas sobre madera expuesta, la chimenea digna de Pinterest y los mantos de color crema y azul hechos a mano me hacían sentir como si estuviera en un capullo dentro de una de esas películas de Jen Aniston donde todo se veía perfecto todo el tiempo. Katie había comprado los cuatro ferrocarriles en el tablero y estaba en el proceso de adquirir más de tres casas en el grupo de color naranja, en las últimas horas. La última vez que presté atención, nos había estado masacrando a Lori y a mí, dejándonos con casuchas miserables en las partes malas de la ciudad y la ropa que vestimos. Afortunadamente, Lori y yo estuvimos compartiendo una botella de vino y chismes sobre la familia real, con la que, resultó, ambas compartimos una obsesión malsana. Habíamos pasado la última hora diseccionando el vestido de novia de Kate Middleton antes de pasar al grave tema de la tiara de la boda de Meghan. —¿Me estás tomando el pelo? —Presioné mi copa de vino contra mi mejilla ardiente, disfrutando de su sensación de frescor. Probablemente estaba arrastrando las palabras. Las cuatro copas de champán y una copa de vino con el estómago relativamente vacío no fue una buena idea, pero había tenido que amortiguar toda la presencia de Chase a mi alrededor. Era mucho con lo que lidiar—. Chicos, los amo. Ronan es, como, un ícono legendario de la moda, Lori es la mamá que aún desearía tener, y tú… Katie, eres… —Hice una pausa, parpadeando hacia el tablero de Monopoly. Odiaba la idea de que pensaran que no había estado alrededor por su culpa. Odiaba que Chase les hubiera ocultado la verdad y en el proceso me hubiera dejado como la villana—. Realmente eres alguien de quien sería una buena amiga. La primera vez que nos conocimos, en Navidad, mi vestido se rompió en mi trasero. Ni siquiera parpadeaste antes de acompañarme a tu habitación y darme algo para ponerme. —Algo de Prada, para ser exactos. Me había costado todo lo que tenía para devolvérselo con una nota de agradecimiento—. Eres increíble, Katie. Verdaderamente increíble. —Me incliné hacia adelante, poniendo mi mano en su brazo. No podía decir a través de la bruma de la embriaguez si estábamos pasando por un momento tierno o incómodo. Sus ojos se aferraron a los míos. —¿En serio? Porque pensé que tal vez era yo. —¿Por qué serías tú? —Mis ojos se abrieron por completo.

—No lo sé —respondió Katie, tan dulcemente tímida que parecía una niña, a pesar de que era mayor que yo. Su voz sonó como un cristal roto. —No, eres perfecta. —Hipé—. Te quiero. ¿Acababa de declarar mi amor a una relativamente extraña? Esa era mi señal para retirarme antes de que la Mártir Maddie se convierta en la Espeluznante Maddie y se desmaye sobre el tablero de Monopoly. —Creo que será mejor que me vaya a la cama. ¿Quién ganó? —Entrecerré los ojos hacia el tablero. Estaba borroso, las piezas pequeñas nadando a su alrededor como si se estuvieran persiguiendo unos a otros. Hipé de nuevo—. ¿Yo? —De hecho, me debes dos mil dólares y una casa en Tennessee Avenue. — Katie se echó a reír, empezando a quitar el perro escocés, el sombrero de copa y el dedal del tablero. Bostecé, mis ojos parpadearon hasta cerrarse mientras tomaba siestas espontáneas de un segundo entre parpadeos. En algún lugar del fondo de mi cabeza, me di cuenta que estaba siendo un desastre, para nada la brillante prometida responsable que Chase quería que sea. Qué se joda. No le debía nada. Mientras su familia se estuviera divirtiendo. —Katie, espero que te gusten los trueques y aceptes cupones, porque estoy jodidamente arruinada —solté un bufido. —Está bien. Solo es un juego. —Katie plegó el tablero y lo guardó en la caja mientras tarareaba para sí. Era tan amable y dócil. Lo contrario de su hermano mayor. Casi como si él hubiera acaparado cada gota de ferocidad en su reserva de ADN antes de nacer. —Sí, bueno, también estoy arruinada en la vida real. —Me reí disimuladamente. Hora de irse a la cama, Señorita Desastre Exprés. Me puse de pie con piernas temblorosas. Mis rodillas se sentían de gelatina y había una presión extraña detrás de mis ojos. Saber que me encontraría cara a cara con Chase me hizo estallar en urticaria. Había intentado posponer nuestra reunión tanto como pude, esperando (en realidad, rezando) que se quedara dormido antes de volver a la habitación. —No por mucho tiempo. —Lori rio. También reí. Luego me detuve. Después fruncí el ceño. —Espera, ¿a qué te refieres?

—Bueno… —Lori me ofreció un encogimiento de hombros a medias, quitando una pelusa inexistente de sus pantalones de vestir mientras Katie guardaba la caja del Monopoly—… vas a casarte con Chase, cariño. Y Chase está… bien dotado. Katie se atragantó con su refresco, mientras yo usé cada gramo de mi autocontrol para no estallar en carcajadas. —Oh, Lori, no tienes ni idea —dije. Ahora Katie se reía a carcajadas. Era un espectáculo. La esbelta belleza de cabello oscuro con un peinado recogido hacia atrás cuidadosamente lo dejó salir todo y se rio. Sonreí. Me pregunté cuándo habría sido la última vez que se había divertido en realidad. Luego resistí la tentación de invitarla a salir una noche con Layla y conmigo. Necesitaba desconectar a la Mártir Maddie este fin de semana para asegurarme que las cosas no se complicaran demasiado. Sin embargo, Lori no estaba equivocada. Chase era multimillonario. Su nivel de riqueza incluía asientos de inodoro de oro y jets privados con columpios sexuales. Era el tipo de rico que puede quemar el dinero solo para ver si le haría sentir algo. El tipo de riqueza aterradora y hastiada que parecía totalmente intocable desde donde yo estaba parada. Entonces, comprendí que nunca había considerado el dinero de Chase como un factor cuando en realidad estuvimos saliendo. Su riqueza estaba en el trasfondo de nuestra relación, como un mueble enorme que aprendí a pasar por alto, a pesar de que era parte de la vista. Cuando me preguntó qué quería para Navidad, le dije que necesitaba una almohadilla térmica nueva. Costaba unos veinticinco dólares en Amazon, disponible en Prime, con una opción de envoltura de regalo incluida por una tarifa adicional. Chase se rio y en su lugar me compró un par de aretes de unos diez mil dólares. No había podido entender por qué su regalo espléndido no me cautivó. La verdad era que, después de Navidad estaba arruinada y realmente había estado contando con esa almohadilla térmica. No quería algo caro e inútil. Quería algo no tan caro y útil. El comentario de Lori me dejó sobria momentáneamente. Asentí, volviendo al modo de prometida encantada. —Oh, sí. Por supuesto. Pero voy a ser muy responsable con su dinero. Quiero decir, nuestro dinero. Dinero en general. —Cállate, cállate, cállate—. No gasto mucho.

—Bueno, todos sabemos que tengo el problema opuesto. —Katie se miró los pies. Aplaudí, desesperadamente ansiosa por cambiar de tema, y me paré en medio de la habitación. —Por cierto, ¿dónde está Amber? Tenía muchas ganas de conocerla. Y con muchas ganas me refería a en realidad no, pero parecía algo que debía decir. Katie y Lori intercambiaron miradas. Estaba ebria pero no era estúpida y podía decir que estaban haciendo esa cosa de comunicación visual que papá y mamá solían hacer cuando aún estaba viva para decidir algo que se suponía que yo no debía saber. —Estaba cansada —dijo Katie al mismo tiempo que Lori murmuró—: Creo que se enfermó. Huh. Entonces, no le agradaba a Amber. Y hasta donde sabía, sin razón aparente. —Eso es lamentable —dije. —Mucho —murmuró Lori en un tono que transmitía que de hecho no lo era. Entonces recordé que Lori y Amber en realidad no se habían comunicado mucho durante la cena. Por otra parte, Amber había estado ocupada con su teléfono o fulminándonos a Chase y a mí simultáneamente, esperando que uno de los dos se incendiara espontáneamente. Me despedí con un beso en las mejillas de Lori y Katie, y me volví hacia la puerta. Me prometí no malinterpretar la reacción de Amber hacia mí. No había hecho nada malo. Aparte de engañar a toda la familia Black, dijo una vocecita dentro de mí. Pero Amber no estaba al tanto de eso, ¿verdad? Entonces recordé que no pareció convencida de mi historia de Brooklyn. Tampoco su marido, Julian. Me preocupó que lo hubiera arruinado. Si Ronan supiera que Chase y yo estábamos mintiendo, estaría devastado y no podría vivir conmigo misma. Subí las escaleras descalza. La alfombra de terciopelo presionándose deliciosamente entre mis dedos. Todo era en colores crema, azul marino y azul pálido. Un estilo rústico náutico, con muebles grandes y madera pintada de blanco. Se sentía casi irreal ser parte de este lugar. Como si hubiera hecho trampa para entrar. Lo cual, en cierto modo, lo había hecho.

Llegué al segundo piso, sujetando las barandillas como si mi vida dependiera de ello, aún zumbando con alcohol. Me tambaleé en zigzag más allá de las puertas del pasillo. Una de ellas estaba entreabierta. Era una puerta doble. Un bajo gruñido severo se filtró por la rendija. —Sobre mi cadáver. Me congelé al reconocer la voz diabólica de Chase. Parecía dispuesto a asesinar a quienquiera que estuviera con él en esa habitación, y no quería estar allí cuando sucediera. Muévete, susurró algo dentro de mí. No hay nada que ver aquí. No es asunto tuyo, no es tu guerra. Revisé la hora en mi teléfono. Una a.m. ¿Qué diablos estaba haciendo despierto, y con quién estaba discutiendo? La curiosidad se apoderó de mí. Me apoyé contra la pared, conteniendo la respiración, cuidando no quedar atrapada. —Si eso es lo que se necesita —dijo Julian arrastrando las palabras con sarcasmo. También reconocí su voz. Tenía rastros de acento escocés, esparcidos en sus palabras escasamente. La familia de Ronan Black era originaria de Edimburgo. Julian, el hijo de la hermana difunta de Ronan, había volado desde Escocia cuando solo tenía seis años para vivir con la familia después de que sus padres murieran en un fatal accidente automovilístico. El día de Navidad. La pareja Black, Lori y Ronan, dijeron una vez en una entrevista que Julian era el mejor regalo de Navidad que hubieran recibido alguna vez. Lo había leído en la página de Wikipedia de la familia Black cuando estuve obsesionada con Chase durante el primer mes de nuestra relación. Julian y Chase crecieron como hermanos y, según Wikipedia, eran cercanos. Quienquiera que hubiera escrito esta página había estado drogado, porque durante mis seis meses con Chase, rara vez me había mencionado a su primo y nunca nos habían presentado. Ahora que Julian estaba aquí, Chase y él actuaban como enemigos jurados. —No confundas mi devoción por mi padre con debilidad. Mi atención se centra en su salud y bienestar. Si le pasa algo… —Chase dejó la frase sin terminar. Metí la nariz en el espacio entre las puertas y miré a través de él. Estaban de pie en una biblioteca a oscuras. Era una habitación preciosa, con estantes blancos del suelo al techo conteniendo miles de libros aparentemente ordenados por el color de sus lomos. Chase estaba apoyado detrás de un pesado escritorio de roble, con los nudillos presionando la madera expuesta. Julian estaba de pie frente a él, alto pero no tan alto como Chase, la sombra de mi prometido falso proyectándose sobre él como un castillo oscuro.

Julian arrojó los brazos al aire, exasperado. —Algo va a pasar. Se está muriendo, y no eres un buen candidato para reemplazarlo. Tienes treinta y dos años, apenas estás dejando tus pañales corporativos. Asustarás a los accionistas y alejarás a los inversores. —Soy el director de operaciones —exclamó Chase. Era la primera vez que lo escuchaba alzar la voz a alguien. Siempre era mortalmente callado y en completo control. —Eres un puto ladrón, eso es lo que eres —respondió Julian—. Lo probaste hace tres años, y aún no lo he olvidado. ¿Hace tres años? ¿Qué había pasado tres años atrás? Por supuesto, no podía entrar allí y preguntar. Uno de los efectos secundarios más desafortunados de escuchar a escondidas. —Me eligió como el siguiente en línea. Te eligió como director de informática. Ocúpate de eso —le gruñó Chase, con ojos entrecerrados. —Eligió mal —dijo Julian mortal. —Tienes un gran descaro al hablarme de esta mierda el fin de semana de mi fiesta de compromiso. —Chase se reclinó, abriendo un cajón y sacando un cigarro. En lugar de encenderlo, lo partió en dos y tocó el material del interior. Me di cuenta que, estaba intentando no romperse. —Sobre eso. —Julian se sentó en una silla detrás de él, cruzando las piernas—. Tan pronto como conocí a la pequeña Señorita Louisa Clark, me di cuenta que algo andaba mal. —¿Louisa Clark? —Chase frunció el ceño. —Yo Antes De Ti. La vi con Amber. Lloró un montón. —También lo haría, si tuviera que follarte habitualmente —murmuró Chase—. ¿Tu ridícula historia tiene algún punto? —Tu prometida. Es una Louisa Clark. En realidad no esperas que creamos que vas a casarte con esta… esta… —¿Esta? —Chase dejó de aplastar el tabaco entre los dedos y arqueó una ceja, desafiándolo a terminar la frase. Tragué pesado. Mi corazón golpeando impotente contra mi caja torácica. No quería escuchar lo que venía después, pero tampoco podía despegarme de mi lugar.

—Vamos. —Julian resopló—. Antes de ser enemigos, éramos hermanos. Te conozco. Esta excéntrica chica con pretensiones artísticas y peculiaridades aunque ligeramente profunda no es tu tipo. Te gusta que parezcan severamente desnutridas y sin personalidad. Tu tipo usa ropa de diseñador y no se emborracha durante las reuniones familiares. Veo a través de ti, Chase. Quieres demostrarle a Ronan que sirves para esto. Que estás listo para establecerte, tener hijos, toda la cosa. Y nada menos que, con una chica promedio. Hermano, ¿eso es lo que eres ahora? ¿Centrado? ¿Confiable? ¿Un hombre parado sobre sus dos pies? —Julian echó la cabeza hacia atrás y rio. Se puso de pie, sacudiendo la cabeza—. No me creo tu compromiso repentino, y no me creo esta relación. Estás compitiendo por el puesto de director ejecutivo para vengarte de mí al actuar todo altivo y poderoso. Puedes jugar a las casitas todo lo que quieras con una chica que apenas llega a un seis, pero no creo ni por un segundo que vayas a casarte con una que sea menos de diez. Un seis. Sentí náuseas, tantas que la necesidad de vomitar casi me abrumó. Quise abofetear a Julian en la cara. ¿Cómo se atreve a ponerme una puntuación? ¿Y cómo Chase se atreve a solo quedarse ahí parado y escuchar esto? Era su prometida falsa. De hecho, a la mierda con eso. Era su exnovia. Un ser humano. No podía dejar que Julian hable de esa manera sobre mí. —¿Crees que quiero convertirme en director ejecutivo para vengarme de ti? —Chase sonrió, divertido. —¿Por qué más? Ni siquiera te importaba el trabajo cuando te graduaste. —Oh, jódete, Julian. —No si te jodo primero. —Bueno. —Chase soltó una sonrisa tan gélida que hizo que mi interior se retuerza dolorosamente—. Da la casualidad que, el vacante para director ejecutivo aún no está disponible, de modo que tendrás que sentarte obedientemente y ver cómo se desarrolla mi fulano compromiso falso. ¿Se desarrolla? ¿Se desarrolla en qué? Le había dicho a Chase que esto era algo único. No iba a empezar a interpretar el papel de la prometida obediente como si fuera una especie de comedia romántica de Kate Hudson. Sabía muy bien que llevarme a los Hamptons ya estaba superando mis límites. Prendiéndoles fuego, más bien.

También sabe que eres la Mártir Maddie y no se detendrá ante nada para complacer a los demás, sin importar quiénes son o cómo te sientes por ellos. Me tomó unos segundos darme cuenta que Chase estaba acercándose a la puerta. Me eché hacia atrás, antes de lanzarme a nuestra habitación, tropezando con mis propios pies. Una vez dentro de la habitación, derribé un jarrón en mi prisa por cerrar la puerta. Sin querer que me atrapen, dejé el vidrio roto en el suelo y me precipité al baño. Cerré la puerta detrás de mí y pegué mi espalda a ella, jadeando. Unos segundos más tarde, escuché la puerta abrirse, luego el sonido del crujido de los vidrios cuando Chase pasó por encima del jarrón roto. Había jazmines en el interior. Su olor empapaba ahora el aire, llenándolo con una dulzura espesa que se filtró por debajo de la rendija de la puerta del baño. Me sentí mal por las flores, aplastadas bajo el zapato de Chase. Mi corazón había sufrido una experiencia similar una vez. —¡Madison! —rugió en el silencio. Su voz atravesó el aire. Me estremecí. No me importaba mucho lo que pensara, odiaba que fuera de dominio público que esta noche estaba descuidadamente ebria y que Julian se lo hubiera echado en cara. —Sé que estás ahí. —Sus palabras se escucharon más cercas, más oscuras. Mi cena obstruyó mi garganta, suplicando purgarse. Sabiendo que la puerta estaba cerrada firmemente, me apresuré hacia el inodoro, levanté el asiento y vomité en la taza. Todo mi cuerpo convulsionó a medida que mi estómago bombeaba lo poco que había comido esta noche. —Debí haber contratado a una chica de hermandad para el trabajo — murmuró en voz baja detrás de la puerta, sacudiendo la manija con firmeza—. Una borracha divertida le gana a una borracha triste todos los días de la puta semana. Una borracha divertida no es una opción cuando un idiota como tú está cerca. Seguí vomitando. Las lágrimas corrieron por mis mejillas húmedas, serpenteando en mi boca, su salinidad explotando en mi lengua. Nunca me emborrachaba. Debo haber estado más ansiosa de lo que pensaba. Se suponía que íbamos a estar bien despiertos y listos para hacer una caminata familiar mañana a las diez de la mañana. Dudaba mucho que estuviera en alguna forma para levantarme de la cama, incluso si llegaba a ella y no directamente a la sala de emergencias esta noche. —¡Madison!

—Déjame en paz. —Me apresuré a cepillarme los dientes. Llegué hasta el lavabo y volví a desplomarme. La presión en mi cabeza haciéndome imposible abrir los ojos. Las palabras de Julian se arremolinaban en su interior, dando vueltas como ropa en una lavadora. Un seis. Era tan dolorosamente promedio y estaba tan majestuosamente fuera de mi elemento. Estaba en mi segundo intento de levantarme sobre el lavabo e intentar cepillarme los dientes cuando Chase derribó la puerta de una patada. Desencajada, voló al suelo, aterrizando con un golpe sordo. Afortunadamente, el baño compartido era más espacioso que mi apartamento tipo estudio y la puerta aterrizó a unos metros de mí. Levanté la vista y lo miré parpadeando aturdida, con la boca floja. El imbécil derribó la puerta de una patada. —Tú… tú, estúpido… —Entrecerré los ojos, intentando encontrar las palabras adecuadas. Y fallando. Se acercó a mí, me levantó del suelo y me enderezó contra el lavabo. Abrió el grifo y empezó a lavarme la cara, pasando su gran palma por mi nariz y boca. Me sujetó por la cintura para evitar que caiga. —Termina ese pensamiento, Mad. Tengo el presentimiento de que va a ser divertido —dijo fríamente, sacando mi cepillo de dientes del recipiente plateado junto al lavabo y aplicándole una cantidad generosa de pasta de dientes. —Engreído… arrogante… egoísta… —Nah-ah. No puedes usar sinónimos. Eso es hacer trampa. —¡Bastardo! —rugí. —Ahora estamos llegando a alguna parte. —Metió el cepillo de dientes en mi boca, aplicando una presión suave mientras me cepillaba los dientes. Era minucioso cepillando los dientes. Por supuesto que lo era—. ¿Qué más tienes? —Estúpido… —Ya dijiste “estúpido”. —Está bien, tonto… —¿Qué tal si continuamos mañana con esto? —Cortó mi corriente de insultos—. Prometo sentirme insultado de manera convincente y llorar en mi almohada al momento en que concluyas. —Terminó de cepillarme los dientes, enjuagó el cepillo y me llenó un vaso de agua para hacer gárgaras. Estaba demasiado desorientada para fingir que me importaba que se encargase de mí. En los seis meses que habíamos estado saliendo, había tenido

cuidado de no exponerlo a ninguna parte de mi lado menos glamoroso. Me lavé los dientes antes de que se despertara para evitar el aliento matutino, hice del número dos mientras el grifo de la ducha estaba abierto para que no me escuchara (lo que también me había llevado a ducharme en su casa con frecuencia) y fingí categóricamente que mi período nunca había existido, ahorrándole cualquier mención de las visitas de la Madre Naturaleza a mi cuerpo. Ahora, aquí estaba, dejándolo limpiar los rastros de mi vómito directamente de mi boca con su anillo en mi dedo. Oh, la ironía en serio tenía un sentido del humor enfermizo. Hice gárgaras con el agua que me ayudó a beber antes de escupir en el lavabo y mirarlo de reojo. —No eres mi jefe. —Maldita sea, menos mal, domarte sería una pesadilla. —No me echó ni un vistazo, tomando mi bolsa rosa de artículos de tocador y sacando dos de mis toallitas desmaquillantes. Comenzó a restregarme los ojos, probablemente preocupado porque mi rímel a prueba de agua de cinco dólares mancharía sus sábanas de cinco mil dólares. —Y tú serías un tirano —balbuceé. Se rio entre dientes, arrojando las toallitas sucias a la basura, recogiéndome al estilo de luna de miel y llevándome de regreso a la habitación. Aún estaba intentando inventar insultos creativos, negándome a ceder a la tentación y envolver mis brazos alrededor de su cuello. El regusto a vómito aún permanecía en mi aliento, pero extrañamente no me molestó cuando le hablé directamente a la cara. —Ni siquiera eres tan atractivo —murmuré en tono de confrontación mientras me dejaba en la cama. Me quitó los zapatos, luego alcanzó la cremallera oculta en la parte de atrás de mi falda lápiz y la bajó. Me estaba desnudando. Se sentía demasiado bien deshacerme de mi ropa de trabajo como para preocuparme. De todos modos, no era nada que no hubiera visto antes. Y no nos estábamos seduciendo exactamente. Estaba medio muerta, y él básicamente admitió mi mediocridad ante Julian al no defenderme. Oh, también, bueno… odiaba sus entrañas. —Y eres frío, sarcástico y te falta empatía básica. —Seguí enumerando sus defectos—. Solo porque me estés ayudando ahora mismo no significa que haya olvidado quién eres. El diablo encarnado. Estás lejos del Príncipe Azul. Por un lado, eres grosero. Y no del tipo del que salva a las princesas. Probablemente enviarías a alguien para que las salve por ti. Además, te verías ridículo en un caballo.

Estaba medio arrepentida de no seguir vomitando. Vomitar era más favorable a lo que estaba saliendo de mi boca mientras intentaba insultar a Chase. Era peor a cualquier cosa que dijera un niño de segundo grado. —Permiso para quitarte el sujetador —dijo con voz ronca. —Concedido —resoplé. Desabrochó mi sujetador con una mano, luego sacó una sudadera Yale del cajón de su mesita de noche. Me la pasó por la cabeza, luego se detuvo y se quedó mirando mis senos durante unos buenos segundos. —Toma una foto. Durará más. Tiró de la sudadera de un solo golpe hacia abajo, su garganta balanceándose al tragar pesado. La tela se sintió cálida, suave y usada. Olía a Chase. —De todos modos, ¿qué clase de nombre es Chase Black? —Dejé escapar un bufido poco atractivo—. Suena inventado. —Lamento decírtelo, pero es tan real como lo será tu resaca mañana por la mañana. Te sugiero que bebas esto. —Desenroscó una botella de Evian que estaba en la mesita de noche y me la entregó. Se subió las mangas de la camisa de vestir hasta los codos, exponiendo esos antebrazos tan venosos y musculosos que me sorprendía no habérmelos follados meses atrás, cuando aún tenía la oportunidad—. Iré a buscarte algún analgésico. —¡Espera! —llamé cuando estaba en la puerta. Se detuvo, pero no se giró para mirarme. Su espalda se veía tan deliciosamente cincelada dentro de su camisa de vestir que estaba medio enojada conmigo por nunca intercambiar fotos desnudas con él cuando éramos algo. —Recoge los jazmines y ponlos en un jarrón lleno de agua fresca. No merecen morir —refunfuñé—. Por favor. Soltó un gruñido, sacudiendo la cabeza como si fuera una causa perdida. Lo último que recordaba era tragar los dos analgésicos que Chase puso en mi boca y desmayarme. Al día siguiente, desperté con un fuerte dolor de cabeza. El reloj de la mesita de noche marcaba las once. Era oficial: el fin de semana había comenzado siendo un fracaso espectacular, en lo que se refería a mis deberes como prometida encantadora. Primero, me emborraché accidentalmente; luego me perdí la caminata familiar de los Black. La habitación estaba vacía, salvo por una bandeja con tocino, huevos, pan recién tostado con mantequilla y una taza de café humeante. Había un jarrón nuevo

lleno de jazmines ligeramente demacrados en el tocador junto a la puerta. Una manta doblada cuidadosamente y una almohada mullida estaban colocadas una encima de la otra ordenadamente en el suelo. Y una nota en la mesita de noche. M, Fui de excursión. Los jazmines están vivos. Suponiendo que tú también lo estés, absorbe el alcohol con el desayuno que te dejé. P.D: Me vería fantástico en un caballo. #EsUnHecho. —C

Pasé el resto del fin de semana esforzándome para redimirme a los ojos de los Black. En el almuerzo, estuve pegada a los costados de Katie y Lori, entablando una conversación agradable y ayudando a Lori a coser una parte de su vestido vintage favorito que se había roto. Luego me arremangué y preparé bollos para todos, bromeando con el panadero de la familia (porque ¿qué tipo de familia no tenía un panadero en su nómina?) y riéndome con Katie, quien no participó en el horneado pero estuvo contenta con sentarse en la encimera y contarme sobre la media maratón para la que estaba entrenando. —Es lo único que me hace sentir realizada. Papá me dio un trabajo y gastó suficiente dinero en mi educación, pero ¿correr? Nadie lo hace por mí. Soy solo yo. Cuando la familia fue a la cata de vinos, opté por quedarme atrás, ya que había bebido mi propio peso la noche anterior y temía que incluso el olor a alcohol me enfermara del estómago. Dibujé y miré la puesta de sol en Foster Memorial Beach, el océano chocando contra la orilla haciendo cosquillas en los dedos de mis pies con su espuma. El aire era salado y limpio. Mi corazón se retorció dolorosamente. A mamá le habría encantado esta playa. Mi teléfono sonó con un mensaje. Layla: ¿Y bbbiiieeennn?

Maddie: ¿Y bbbiiieeennn? Layla: ¿Qué está pasando? Además, creo que Sven te descubrió. Sabe que los Black están este fin de semana en los Hamptons. Casualmente, pasó antes por tu apartamento, y tuve que decirle que no estabas. De todos modos, ¿debería preocuparme por el corazón de malvavisco de Ethan? Maddie: No. Chase es tan asqueroso como siempre. Layla: Totalmente asqueroso. En una forma de querer tener sus bebés sociópatas, ¿verdad? Maddie: Primero que nada: no puedo creer que te dejen trabajar con niños. Segundo: te lo dije. Es un traicionero infiel tramposo y no estamos muy entusiasmados con él (estamos = mi cuerpo y yo). Layla: Esto suena mucho a cuando intentas convencerte de algo. Layla: Además, solo quiero señalar, fui votada maestra del mes en julio pasado. Así que, JA. Maddie: ¿Te refieres a las vacaciones de verano, cuando los niños no están en la escuela? Layla: Adiós, aguafiestas. Diles a las telarañas de tu va-jay-jay que mandé saludos. Debo haberme dejado llevar por mis dibujos, porque cuando volví a la mansión Black, la puerta de nuestro baño estaba de nuevo en sus bisagras, a diferencia de esta servidora. Chase ya estaba duchado, vestido y luciendo como los mil millones de dólares que valía, listo para cenar. Me las había arreglado para evitarlo con éxito durante todo el día al pasar tiempo con su familia. Me negaba a agradecerle por cuidarme anoche con el argumento de que me engañó y aún era un idiota, y decidí seguir ignorando su acción buena. Chase preguntó si podía contar con que no vomitaría espontáneamente en la mesa. Le enseñé el dedo medio y me dirigí a la ducha aún humeante. Él fue abajo para pasar tiempo con su padre y su sobrina mientras arrojaba tres bombas de baño en la bañera de hidromasaje, me recosté en ella hasta que mi piel se volvió como una ciruela y me encogí al tamaño de una niña de diez años, y elegí mi atuendo para la noche (un vestido negro evasé con orejas de gato en los hombros combinado con un cárdigan naranja y tacones azules). No bebí ni una gota de alcohol durante la cena e ignoré cortésmente las miradas de muerte de Amber. Su belleza inmaculada, junto con el hecho de que su esposo pensara que era mediocre, agitó algo que no sabía que existía en mí.

Afortunadamente, Clementine, su hija, quien parecía tener unos nueve años, resultó ser una delicia inesperada. Me llevé inmediatamente bien con la cosita pelirroja. Hablamos sobre qué vestidos de princesa eran los mejores (sin duda, Cenicienta y Bella), luego sobre nuestras superheroínas favoritas. (Ahí fue donde acordamos estar en desacuerdo. Clementine exclamó que su primera opción era la Mujer Maravilla, mientras que yo pensaba que la respuesta clara y obvia era Hermione Granger. Lo que llevó a otro subargumento sobre si Hermione era una superheroína o no). (Lo era definitivamente). Clementine fue fantástica. Abierta, brillante y llena de humor. Ayudó que no se pareciera en nada a su padre sombrío y su madre espléndida. Una entidad completamente fresca, con una coloración diferente, una constelación de pecas en la nariz y dientes desiguales. Me acosté temprano, evitando toda comunicación con mi prometido falso, y estaba encantada cuando desperté por la mañana y no solo me sentí como nueva, sino que encontré a Chase durmiendo en el suelo otra vez. Me tomé un momento para ver el ceño fruncido entre sus cejas mientras dormía, la gruesa raya de sus cejas oscuras juntas. Una punzada de algo cálido e injustificado se desplegó en mi pecho. Diabólicamente apuesto. Le di la espalda y dormí toda la mañana, pero no sin antes escribirle una nota y dejarla exactamente donde él la había dejado, en la mesita de noche. C, Gracias por cepillarme los dientes el viernes por la noche. La próxima vez no uses toda el agua caliente. P.D: Te verías ridículo en un caballo. —M

Arrugué la última nota de Madison mientras ella estaba en la ducha antes de arrojarla a la basura. Garabateé otra antes de que saliera. M, No puedo evitar notar que no hiciste ningún comentario sobre los jazmines. No es de extrañar que hayamos terminado. Siempre has sido poco agradecida (me vienen a la mente los pendientes de diamantes de Navidad). P.D: Re: yo en un caballo. ¿Huelo una apuesta? —C Tenía problemas para entender el hecho de que mi conveniente exnovia tímida se había convertido en una guerrera luchadora que no aceptaba tonterías. Hubo un golpe en la puerta. —Adelante. —Dejo el bolígrafo. Esperaba a papá. No habíamos tenido tiempo de hablar cara a cara durante el fin de semana, y me pregunté si había captado la tensión entre Jul y yo. No habíamos tenido muchas reuniones familiares de fin de semana con Julian en los últimos tres años. No desde que papá había anunciado que sería el director de operaciones de Black & Co., el segundo al mando de su puesto de director ejecutivo y presidente. Él había dado a Julian el puesto de director de informática, y el mensaje era claro: yo heredaría el puesto de director ejecutivo cuando llegara el momento de que papá se jubilara. Julian había estado resentido desde entonces. Pensó, considerando que era el “hijo” mayor, que sería el sucesor natural. Solo que ya no se sentía como un hijo y optaba por no participar en la mayoría de las reuniones familiares en estos días. De hecho, me sorprendió que viniera a los Hamptons. Pero, por supuesto, lo había hecho, había querido ver a Madison, averiguar con qué tipo de mujer había decidido casarme.

Miré hacia la puerta abierta. No era papá. Era Amber. Maldita Amber. Llevaba unos pantalones de cuero más ajustados que un condón y una blusa que había olvidado abrocharse convenientemente alrededor de su generoso pecho mejorado quirúrgicamente. Su cabello teñido de rubio estaba recién secado, y su rostro estaba maquillado impecablemente, incluyendo sus cejas pintadas, que le daban un toque de Bert de Plaza Sésamo. Levanté la barbilla en señal de saludo, pero no dejé de meter la ropa de Mad en su maleta. La falta de responsabilidad de mi prometida falsa me enfurecía. Tenía habilidades organizativas inexistentes. No podía confiar en que esté lista a tiempo, y quería salir de aquí antes de que nos encontráramos con el tráfico. Otra razón principal por la que encajábamos terriblemente. Y aquí había otra, en caso de que tuviera la tentación de volver a sumergirme en el frasco de Madison: era una ebria espantosa. En una escala de uno a Charlie Sheen, era una Mel Gibson sólida. Es vergonzoso estar asociado con ella. Aun así, me aplaudía por ser amable y solidario con ella cuando había estado a punto de desmayarse. Por supuesto, tenía que serlo. Era mi prometida falsa, y arrojarla a otra habitación, dejando que se las arreglara sola, me pareció frío, incluso para mis estándares árticos. —¿Estás solo? —Amber hizo un puchero, cruzando los brazos sobre su pecho para empujar sus tetas hacia afuera. Era toda clase. —Madison está en la ducha —respondí sin levantar la vista. Lo tomó como una invitación a entrar y apoyar su trasero en el borde de la cama, en la que la maleta estaba abierta. Continué metiendo las horrendas telas quemables en las fauces del equipaje, preguntándome quién carajo hacía la ropa extraña que Madison compraba con tanto gusto. Intenté mirar las etiquetas, pero no había ninguna. Qué prometedor. —Clementine quería despedirse. —Amber se inclinó hacia mí, apretando aún más su pecho. En realidad no quería que explotara. Retrasaría mi viaje de regreso a Nueva York al menos unas horas. —Iré a verla antes de irnos —dije cortante, pero no podía evitarlo. Mi voz salía más suave de lo previsto en lo que respecta a la Mocosa. —Tenemos que hablar de ella. —Puso su mano en mi brazo. Si pensaba que eso me impediría moverme, estaba completamente equivocada. —¿De la Mocosa o Madison?

—Desearía que no la llamaras así —resopló Amber. —Como sea —dije inexpresivo. Me resentía con Julian y Amber por llamar a su hija con un nombre sin potencial de apodo. Clemmy sonaba como si fuera la abreviatura de clamidia, y Tinny la hacía sonar como una mini caniche. Por lo tanto, me refería a ella como la Mocosa, aunque hubiera pasado mucho tiempo desde que luciese mocos reales. Cuando nació Clementine, Amber me preguntó lo que pensaba del nombre. Dije que no me gustaba. Estaba seguro que por eso lo había elegido. —Bien. Eres tan exigente. Empecemos por tu prometida. ¿Es real? —Amber frunció el ceño. Cerré la cremallera de la maleta desbordada de Mad sin decir palabra. ¿Qué mierda de pregunta era esa? —Es un poco excéntrica. —La palma de Amber se deslizó de mi brazo, su uña trazando círculos en su muslo distraídamente. —Me conviene. Pero no lo hacía, y ambos lo sabíamos. No había considerado el hecho de que Madison no era mi elección obvia cuando salí con ella, simplemente porque no había pensado que hubiera nada que considerar. Se suponía que era una aventura. Nada más. Ahora que Julian y Amber lo habían señalado, tenía que admitir que no estaban equivocados. Me gustaban mis mujeres de la misma manera que me gustaban mis diseños de interiores: poco práctico, obscenamente caro de mantener, sin personalidad y con actualizaciones frecuentes. —Acerca de Clementine… —Amber dejó de trazar círculos con su uña sobre el muslo, clavándola en la tela. Estaba… nerviosa. —No —espeté, alzando la vista. Ella echó la cabeza hacia atrás como si la hubiera abofeteado—. Lo hemos discutido, y mis demandas fueron claras. O las acepta o te aguantas. —¿Estas son mis únicas opciones? —Este es tu único ultimátum. —Mi mirada se dirigió rápidamente a la puerta cerrada del baño. El chorro de agua se detuvo, y la puerta de cristal se abrió con un chirrido. Por una razón que no me importaba explorar, no quería que Madison escuchara esta conversación de mierda.

—¿Crees que mentiría? —Los ojos esmeralda de Amber se encendieron. Tuvo la audacia de llevarse la mano al cuello y fingir un jadeo delicado. —Creo que harías cualquier cosa, hasta vender a la Mocosa al circo para conseguir lo que quieres —confirmé con indiferencia. Se puso de pie, con los puños apretados a los costados, sin duda a punto de escupir algo. Probablemente otra mentira. La puerta del baño gimió. Ambos la miramos, la boca de Amber aún colgando abierta. —Vete —gruñí. —Pero… —Ahora. Amber dio un paso hacia mí. Su rostro estaba tan cerca del mío que pude captar las pecas individuales debajo de sus tres kilos de base. Sus tetas rozaron mi pecho. Eran duras y grandes, realzados de forma artificial. Nada como los pequeños y suaves pechos que tenía Mad. No pienses en sus tetas el viernes por la noche cuando cubriste su cuerpo con tu suéter. Ups. Demasiado tarde para eso. —Esto no ha terminado, Chase. Nunca terminará. Mi padre me dijo una vez: “Si de verdad quieres conocer a alguien, haz que se enoje. La forma en que reaccionan es una señal reveladora de quiénes son”. Amber estaba esforzándose muy duro para irritarme. Poco sabía ella que, mi número de “me importa un carajo” para dar estaba constantemente en declive, y solo los reservaba para familiares cercanos y amigos de verdad. —Terminó antes de que incluso empezara —siseé en su rostro, sonriendo burlonamente—. Incluso antes de ponerte un dedo encima, Amb. Voló furiosa hacia la puerta del dormitorio y me dio un portazo en la cara, haciendo una escena. Quería que Madison supiera, que preguntara qué había sucedido, sembrando la semilla de la inseguridad en ella. Mi prometida falsa abrió la puerta del baño un segundo después en bata de baño, frotando una toalla en sus mechones cortos. Una sincronización extraña. La miré con sospecha. —¿Esa era la puerta? —Inclinó la cabeza hacia un lado, dejando que la toalla caiga al suelo. Se acercó a la cama, abrió su maleta y, escucha esto, comenzó a

desempacar todo lo que había empacado por ella mientras revisaba entre su ropa. Levantó un vestido a la vez, lo examinó y luego lo arrojó por encima del hombro en busca de algo más para ponerse. —¿Qué demonios estás haciendo? —La pregunta surgió con asombro más que con ira. Su comportamiento excéntrico siempre me tomaba por sorpresa. —Elegir un atuendo —respondió alegremente—. ¿Qué más estaría haciendo envuelta en una bata de baño, recién salida de la ducha? Dándome una mamada. —¿Y? —preguntó de nuevo—. ¿Quién era? Te escuché hablando con alguien. —Amber —gruñí, mis ojos trazando con avidez el contorno de su cuerpo bajo la bata de baño. Odiaba querer devorarla como si fuera un trozo de carne. (A Madison, no Amber. No tocaría a Amber aún si eso trajese la paz mundial). —Supongo que ustedes dos son cercanos —dijo a medida que continuaba mirando a través de su ropa. De hecho, su tono sonó neutral. —Estás suponiendo mal —espeté. —Pero tienen mucho en común. —Ambos respiramos. Eso es lo único que tenemos en común. —Ambos también son insufriblemente amargados. Hubo un momento de silencio, en el que me recordé rápidamente que no importaría explicarle a Madison lo diferentes que éramos Amber y yo. —Por cierto, de nada —gemí. —¿Por revisar mis cosas sin mi permiso? —Se volvió para mirarme, aún pura dulzura y sonrisas—. Eso fue extremadamente generoso de tu parte. —Sabes, no recuerdo que hayas discutido tanto cuando tenías un suministro regular de vitamina P. —Estreché mis ojos, esperando que mi media erección no floreciera en una erección en toda regla mientras nos enfrentábamos nuevamente. Esa parte era cierta. Madison había dado un giro de ciento ochenta grados conmigo desde que aterricé en su puerta pidiéndole que me acompañe a los Hamptons. Esta versión nueva de ella también era la persona real que era, y me cabreó que nunca hubiera llegado a conocerla de verdad. Me cabreó que de hecho fuera divertida.

Y sarcástica. Y difícil, de una manera extrañamente atractiva. Pero sobre todo, me cabreó que me mintiera sobre quién era. —En ese entonces quería impresionarte. Pero ese barco ya ha zarpado. —Más bien se hundió en medio del maldito océano. —Bueno. —Se encogió de hombros, presionando un vestido rojo y morado contra su pecho, eligiendo su atuendo para el día—. Fuiste tú quien lo dirigió hacia un iceberg de seis toneladas en medio del océano. No lo olvides nunca, Chase. Sonreí tensamente y bajé las escaleras para romper algo valioso en la cocina. Romperla, me di cuenta, ya no estaba en el menú. Era diferente. Más fuerte. Y en unas horas más, no tendría que volver a verla.

Estábamos en el vestíbulo, el personal llevando nuestras maletas hasta mi Tesla, cuando Julian hizo su primer movimiento de ajedrez. Lo había estado esperando todo el fin de semana, intentando averiguar su juego, por qué estaba aquí. No es que me estuviera quejando: Julian y Amber eran un desastre asegurado, pero siempre estaba dispuesto a pasar más tiempo con la Mocosa. Sabía que Julian mentía con su comentario de Madison siendo un seis. Madison era un doce sólido, en sus peores días. No solo era absurdamente hermosa, sino también sexy de una manera que lo eran las mujeres a las que no les preocupaba ser sexis. Lo que le fastidiaba de ella era que le eran indiferentes los números de su cuenta bancaria y sus trajes Armani. Era lo que él llamaba una posfeminista. Una chica con una mentalidad campante que se abría su propio camino en el mundo. Él, por el contrario, tenía una mentalidad perezosa. Por supuesto que eran como el agua y el aceite. Pero si pensó que iba a explotar furioso cuando la calificó con un seis, se llevó una sorpresa. No era una opción dejar que me perturbe. Cuando era niño y Julian regresaba de un internado o de la universidad, siempre jugábamos al ajedrez. Ninguno de los dos éramos grandes fanáticos del juego, pero teníamos esta competencia subyacente entre nosotros. Competimos por todo. Desde nuestros logros deportivos (ambos éramos remeros de nuestros equipos en la secundaria y la universidad), hasta quién podía llenarse de más pavo en Acción

de Gracias. A pesar de eso, Julian y yo éramos cercanos. Lo suficientemente cercanos como para hablar por teléfono con regularidad cuando él estaba fuera y pasar el rato como dos hermanos con más de una década entre ellos cuando él estaba en casa. Jugábamos al ajedrez de la manera más extraña posible. Dejábamos el tablero en el salón y movíamos nuestras piezas a lo largo del día. Tenía el brillo de un desafío adicional, porque siempre teníamos que recordar cómo estaba el tablero antes de dejarlo. Ningún rey, reina, alfil o peón se extraviaba. Ambos observábamos nuestro juego con ojos de halcón. Era una lección de resiliencia, planificación anticipada y paciencia. Hasta el día de hoy, jugábamos siempre que Julian y yo estuviéramos juntos en la casa de mis padres. La mayor parte del tiempo, ganaría. El ochenta y nueve por ciento, para ser exactos (y sí, estaba contando). Aun así, Julian siempre daba una buena pelea. Pero ahora ya no éramos tan cercanos, y sospechaba que ni él ni yo íbamos a acatar las reglas tácitas de nuestro nuevo juego. —Maddie, Chase, esperen. —Julian aplaudió dos veces detrás de nosotros como si fuéramos sus sirvientes. Madison se detuvo primero, y tuve que seguir adelante con su tonta decisión. Mis padres y Katie se reunían a nuestro alrededor. Papá estaba sosteniendo a Clementine. La adoraba más que a nada en el mundo. Con nueve años, Clementine era casi una preadolescente y, sin embargo, aún la cargaba como si fuera una niña pequeña. Sin embargo, eso era lo que pasaba con mi padre. Tenía la capacidad inquietante de ser el mejor padre y abuelo del mundo (el mejor esposo, al menos desde donde yo estaba parado), y seguir siendo un hijo de puta cruel cuando se trataba de negocios. Teníamos reuniones semanales que consistían en beber cerveza, ver fútbol y hablar sobre nuestros competidores. Luego llevaría a mamá a una cita nocturna y le leería algo cuando regresaran a casa. Llevaba a la Mocosa al zoológico por la mañana y compraba una empresa para destruir a un competidor por la noche. En realidad era el paquete entero. Y por un tiempo, pensé que seguiría sus pasos. El hombre de negocios perfecto. El esposo perfecto.

Todo perfecto. Pero entonces sucedió algo que cambió todo lo que creí sobre mi familia. Sobre las mujeres. Me di cuenta que haría todo lo humanamente posible para apaciguar a mi padre. No era idiota. Las personas no fingían compromisos fuera de las películas de Ryan Reynolds. Para entender mi sacrificio, tenías que recordar: ¿esas abolladuras que veías en las familias, el desgaste de estar encerrados juntos durante las vacaciones de verano, las fiestas navideñas y las vacaciones de invierno? ¿La tensión, la amargura subyacente, los botones que te sacaban de quicio y tus seres queridos presionaban cuando querían hacerte estallar? Los Black no los tenían. Mi familia inmediata, en su mayor parte, seguía siendo una brillante cosa intocable sin ningún tipo de abolladura real. Sin discusiones desagradables. Sin equipaje hostil entre hermanos. Sin infidelidades, problemas de dinero, pasados oscuros. Comprendía que casi todas las familias del mundo sufrían por muchos de los rasgos insoportables de sus parientes. No era así con la mía. No toleraba a mi familia. Los adoraba. Bueno, al menos, a tres de los cuatro. Mad se giró y miró a Julian con una paciente sonrisa beatífica. No confiaba en él, pero tampoco quería parecer grosera. —¿Sí, Julian? —Estaba pensando. —Dio un paso hacia nosotros, arremolinando el líquido espeso de su whisky en su vaso. —Un comienzo poco prometedor —dije inexpresivo. La gente se rio incómoda a nuestro alrededor. No estaba bromeando, pero como sea. —En realidad no hemos tenido tiempo de conocerte en absoluto. El viernes, estuviste… indispuesta. —Dijo la palabra como si hubiera vomitado cubos en la mesa durante la cena, en lugar de arrastrar las palabras con dificultad cuando se retiró al salón con mi madre y hermana—. Y el sábado, no nos acompañaste a la caminata ni a la degustación de vinos. Eres una mujer difícil de ubicar, ¿eh? — Sonrió con suficiencia. Ella abrió la boca para responder, pero él siguió adelante con su discurso, sin importarle un carajo lo que tuviera que decir. —Fue imposible hablar contigo, llegar a conocerte, y vas a ser una parte del clan Black. Prácticamente serás mi cuñada.

—No prácticamente. —Envolví un brazo alrededor de Madison—. No somos hermanos, un hecho que pareces olvidar solo cuando es conveniente. —¡Chase! —reprendió mi madre al mismo tiempo que mi padre fruncía el ceño, mirando entre nosotros. Julian dio un paso atrás, chasqueando la lengua. —Amigos, no es necesario escandalizarse en mi nombre. Chase solo está siendo un hermanito rebelde. En cualquier caso, a Amber y a mí nos encantaría invitarlos, junto con Ronan, Lori y Katie, por supuesto, para una comida de compromiso. Digamos… ¿el viernes? A menos que, por supuesto, Maddie vuelva a estar ocupada durante los próximos seis meses. Hijo de puta. Gambito de dama. Había comenzado nuestra partida de ajedrez mental con la apertura de ajedrez más elegante, pretendiendo ofrecer un peón. En este caso, Madison. Hace un segundo había sido descartable para mí, pero ahora, cuando Julian estaba intentando demostrar su punto, se convirtió en la reina. La pieza más importante de mi juego. Sonreí, palmeando su hombro con mi mano libre afablemente. —Qué oferta tan encantadora. Aceptamos. —Sentí los hombros de Mad ponerse rígidos debajo de mi brazo. Sus ojos se lanzaron a mi rostro con sorpresa. La ignoré, aún observando a Julian—. ¿Qué podemos llevar? —El pan de plátano de Maddie —sugirió Katie. Mi hermana no había comido pastel durante al menos cinco años seguidos, de modo que no estaba seguro qué asunto tenía al elegir el postre—. Ayer nos dijo que prepara un pan de plátano increíble. —Qué sorpresa. —Amber puso los ojos en blanco. Los ojos de Mad iban de un lado a otor entre todos. No dijo nada, probablemente canalizando la mayor parte de su energía reuniendo el autocontrol necesario para no mutilarme. Tan pronto como nos abrocháramos el cinturón de seguridad en mi auto, abrió la boca. Pareció un pequeño pájaro carpintero. Bonitamente molesta y lista para darme dolores de cabeza. Estaba seguro que me gustaba la Maddie Real incluso menos de lo que me gustaba la Maddie Novia, quien había intentado complacerme continuamente. Desafortunadamente, tenía que conformarme con Maddie Real, porque mi familia la adoraba, y porque la misión más nueva de Julian en la vida era revelar nuestra relación falsa.

—No voy a ir. —Sí, irás. Me enorgullecía de ser un negociador hábil. También sabía que, lógicamente, comenzar la negociación desde una agresiva postura dogmática no me llevaría a ninguna parte. Sin embargo, en lo que respecta a Madison Goldbloom, simplemente no podía evitarlo. Sacaba al niño imbécil de cuatro años que hay en mí. Y él llegaba corriendo, listo para pelear. Cruzó los brazos sobre el pecho. —Te dije que era algo único. No. —Pagaré tu alquiler. Doce meses por adelantado. —Mis dedos se curvaron firmemente sobre el volante. —¿Eres sordo? ¿Y tú? Te estoy ofreciendo un jodido alquiler gratis por hacer algo por lo que la mayoría de las mujeres sacrificarían un riñón. Tuve el sentido común de mantener esto como un pensamiento y no escupirlo en su cara. —¿Quieres un apartamento más grande? —pregunté, dispuesto a hacer todo lo posible para que esto suceda. Ya ni siquiera se trataba de papá. Al menos, no del todo. Mi padre pareció lo suficientemente convencido de que Madison y yo éramos algo. Mataría a Julian si revelaba la verdad. Y lo decía literalmente—. Hay uno vacío en mi edificio. Tres recámaras, dos baños, una vista estupenda. ¿Allí no vive tu amiguito de Croquis? ¿Steve? —Sven —gimió—. Y es mi jefe. Sabía quién era Sven. Hacíamos negocios juntos. Solo quería trabajar en el ángulo de los “amigos” y recordarle por qué querría vivir junto a alguien con quien era amiga. —Podrían ser vecinos. El lugar está listo para que Daisy comprometa todos los muebles que hay en su interior. Y, aparentemente, estaba listo para no recuperar jamás su depósito y desembolsar cerca de unos 750 mil en total por el placer de llevarla a otra cita. —Daisy está contenta follándose a las macetas de un dólar para satisfacer sus necesidades —respondió Madison alegremente, abriendo su pequeño espejo de bolsillo y aplicando brillo de labios. Me gustaba que no se pintara la cara hasta el

punto en que se pareciera a otra persona. Normalmente solo se ponía lápiz labial y rímel y terminaba el asunto. —¿Dinero? ¿Prestigio? ¿Acciones de Black & Co.? Oficialmente era el peor negociador en la historia del concepto. Si mis profesores de Yale me escucharan, tomarían mi título, lo enrollarían en un cono y me golpearían en el trasero con él. Conduje despacio para prolongar nuestra negociación. No estaba por encima de secuestrarla si eso no funcionaba. Sacudió la cabeza, aún mirando por la ventana. Me confundía y enfurecía. La sencillez deslumbrante de ella, de no hacer algo solo porque no se sentía correcto, era refrescante y frustrante a la vez. En mi experiencia, todos tenían un precio, y se apresuraban a nombrarlo. Aparentemente, no esta chica. —¿Qué haría falta? —gruñí, probando otra táctica. La pelota estaba en su cancha. Odiaba su cancha. Quería comprarla, echarle gasolina y luego quemarla. Por primera vez en mi vida, alguien más tenía la ventaja. Un alguien más improbable. Y todo porque mi estúpido primo hermano (de todos modos, ¿qué era él para mí?) tenía una erección por verme fallar. Todos los demás miembros de la familia se comieron nuestro romance y pidieron una segunda ración. Katie incluso me había preguntado, de manera insistente, quién estaba planeando la despedida de soltera de Mad. Mierda, por Dios, quería llevar a su futura cuñada falsa a Saint Barts. La peor parte era que Julian estaba ladrando al árbol equivocado. Me importaba una mierda el trono de director ejecutivo. Quiero decir, lo hacía, pero también sabía que mi lugar como sucesor de papá estaba asegurado. Por primera vez en mi vida, había hecho algo por una razón completamente desinteresada. Quienquiera que dijo que dar era mejor que recibir estaba drogado, porque definitivamente no me estaba divirtiendo mucho haciendo el trabajo de caridad. Aun así, si papá se enteraba que mentí sobre Madison, estaría devastado, y eso era algo a lo que no iba a arriesgarme. —¿Cualquier cosa? —Madison se dio unos golpecitos en los labios pensativamente—. ¿Harías cualquier cosa? Bueno, mira esto. Finalmente encontré algo que disfrutaba además de que la devorara mientras estaba tendida en la isla de granito de mi cocina… machacándome las bolas. Le ofrecí un asentimiento breve.

—Y recuerda, a pesar de cualquier cosa que me des, solo iré a una cena contigo —advirtió. —Estoy devastado —arrastré las palabras sarcásticamente, de nuevo, cero autocontrol—. Ya dilo, Mad. Se mordió el labio inferior en concentración, realmente pensando sobre el asunto. Supuse que iba a intentar infligir el mayor daño posible. Esta era una persona que prefería una almohadilla térmica a un par de aretes de Tiffany & Co. Un espécimen de mujer altamente impredecible. Me castraría si pudiera. Al final, Madison chasqueó los dedos en el aire. —¡Ya sé! Llevo un tiempo queriendo dormir hasta tarde. Pero desde que me regalaste a Daisy, bendita sea, necesito pasearla a las seis de la mañana. Si se hace más tarde empieza a arañar la puerta, llorando y orinando en mis zapatos. Si voy a cenar contigo, tienes que pasearla todas las mañanas durante una semana. Incluyendo el fin de semana. —Vivo en Park Avenue. Vives en Greenwich —repliqué, girando la cabeza en su dirección de modo que pudiera apreciar lo horrorizado que me sentía ante su idea. —¿Y? —Cerró el espejo de golpe y lo guardó en su bolso. Por un momento, mantuvimos la mirada del otro mientras estábamos en una luz roja. Sentí mi mandíbula apretándose con tanta fuerza que mis dientes se aplastaron hasta convertirse en polvo. El sonido de una bocina detrás de nosotros me sacó de nuestra contienda de miradas. —Y nada —murmuré, deseando que la vena palpitante de mi frente no estalle por todos los asientos de cuero—. Es un trato. Se rio con deleite, su gutural voz sexy inundando mi auto y dándome una medio erección incómoda. —Jesús, no puedo creer que salí contigo. No puedo creer que hayas elegido esta mierda en lugar de un apartamento nuevo en Park Avenue. —No sé lo que estábamos pensando —coincidí solemnemente. No estábamos saliendo. Estabas saliendo conmigo sin mi conocimiento. Si no me hubiera despertado a tiempo, probablemente ya estaríamos casados y embarazados.

Ahora estaba pensando en tener sexo con una Madison embarazada, y la medio erección terminó convirtiéndose en una completamente erecta. —Solo fue sexo, ¿no? Y películas. Y comidas. No se trató de hablar de verdad —murmuró, apoyando la cabeza contra el asiento, sus ojos color avellana apagados. Eso sonaba bastante acertado. Habíamos hablado muy poco en los meses que nos vimos. Madison había parecido intimidada por mí, algo que no me había molestado en rectificar, ya que había hecho que nuestro arreglo de comer-follardormir sea sumamente cómodo para mí. —Si te hace sentir mejor, mi política de no mezclarse se extiende a todos los humanos, no solo a las novias —le ofrecí. —Eso no me hace sentir mejor. Anduve por ahí pensando que pensabas que era estúpida —acusó. —Estúpida, no. —Negué con la cabeza—. Tampoco abiertamente brillante, pero definitivamente competente. ¿No decían que la verdad te haría libre? Entonces, ¿por qué me sentí tan jodidamente encadenado en este momento incómodo? —Guau. Eres como el gemelo malvado del Señor Darcy, pero sin el encanto. —Entonces, ¿un imbécil básicamente? —gruñí. —Prácticamente. Estacioné en doble fila frente a su entrada. El Pediatra se apoyaba en la escalera. Sus rótulas, orejas y nuez de Adán parecían estar unidas a una persona de al menos el doble de su tamaño. Era larguirucho al estilo de un adolescente en pleno crecimiento, su pecho hundiéndose hacia adentro. Tenía lentes y una nariz inteligente que sospechaba mucho que mujeres como Madison encontraban atractiva. Tenía la mejilla apoyada contra los nudillos mientras leía un libro de bolsillo arrugado como una especie de neandertal. Un libro real con páginas y todo. Apuesto a que iba físicamente al supermercado para hacer sus compras y recogía su propia comida para llevar en lugar de pedir Uber Eats. Este era el tipo de paganos con los que se asociaba en estos días. Apuesto a que le escribió cartas de amor y ni siquiera mencionó su trasero o sus tetas. Cabrón.

Ella lo miró, luego a mí, después a él nuevamente. ¿Cuál era su nombre? Recordaba que era tan genérico como el resto de él. ¿Brian? ¿Justin? Parecía un Conrad. Algo que fuera sinónimo de idiota. —Ethan está aquí —anunció. Ethan. Estuve cerca. —Tengo que contarle sobre esa estúpida cena. Aún tienes mi correo electrónico, ¿verdad? Envíame los detalles. —Saltó fuera sin mirarme. Descargué sus maletas como si fuera un maldito botones. Para salvar el resto de mi orgullo, las dejé junto a su edificio sin siquiera mirarla a ella o a su amiguito, sin ofrecerme para ayudarla a llevarlas arriba. Que el Doctor Imbécil lo haga por sí mismo. Rodeé mi auto y volví a entrar, observando su trasero con ese vestido ridículo mientras se acercaba a Ethan, le echaba los brazos sobre los hombros y besaba su mejilla. Mejilla. Algo no muy terrible sucedió en mi pecho cuando comprendí que eso probablemente significaba que no habían dormido juntos. Aún. Respiré por la nariz, enviando una pequeña oración al universo para que Ethan no se folle a mi prometida falsa esta noche, y miré hacia abajo para sacar mi teléfono de mi bolsillo. Había una nota pegada al asiento del pasajero. El mismo papel blanco cursi con mi apellido grabado en la parte superior de los Hamptons. Lo habría puesto allí cuando no estaba mirando. Qué furtiva. C, Salvaste esos jazmines porque son seres vivos, no porque yo te lo pedí. Además: Rompimos porque eres un traicionero que engaña a las personas. Además 2: ¿Qué pasa con Julian? P.D: Re: estás oliendo algo desconocido. Podría ser un buen momento para tu chequeo bimestral de ETS. —M

3 de junio de 1999 Querida Maddie, Dato curioso del día: la amapola ha florecido asombrosamente en los campos de batalla, aplastada por botas, tanques y la primera guerra industrial que el mundo haya visto. Es una señal de conmemoración en Gran Bretaña. Las amapolas son fuertes, tercas e imposibles de romper. Sé una amapola. Siempre. Con amor, Besos, mamá.

Hablando objetivamente, en lo que respecta a las mañanas, la de hoy fue particularmente gloriosa. Del tipo sobre las que Cat Stevens escribía canciones. Desperté a las ocho y media sin la ayuda de mi alarma. Layla había dejado entrar a Chase al amanecer, mientras yo dormía profundamente y ella se despedía de una de sus muchas aventuras. Me las arreglé para poner al día a mi mejor amiga sobre mi pequeño arreglo con Chase a través de mensajes de texto. Chase se llevó a Daisy en una caminata larga. Aún estaba muerta para el mundo cuando la trajo de vuelta. Desperté con él empujando la puerta para abrirla, maldiciendo en voz baja, quejándose de que Daisy no llevo a su pierna a cenar antes de follársela, vertiendo comida en su plato y regañándola por beber vigorosamente de la taza del inodoro. (“En serio no estás ganando ningún punto de seducción en este momento, Daze”.) Sonreí a medida que me estiraba en mi cama perezosamente, pensando en las molestias que le habría causado el viaje a mi vecindario. Cuando

abrí mi refrigerador para sacar un poco de jugo de naranja, encontré una nota pegada a la puerta. M, No vale la pena salvar todo lo vivo. Mi primo-hermano, Julian, es un excelente ejemplo de eso (no me preguntes qué es él para mí, cambia de un día para otro). Además: finjamos que te engañé. Tampoco fuiste exactamente honesta. Me diste una personalidad diluida, haciéndome creer que estabas cuerda. ALGO QUE NO ESTÁS. Además 2: Sí, las mayúsculas eran necesarias. Además 3: Abordé el problema con Julian arriba. P.D: (técnicamente Además 4, ¿demasiados números para ti?): Adjunto una foto mía en un caballo, con seis años, jodidamente adorable. P.P.D: Noté que Nathan no durmió en tu casa. ¿Supongo que aún es virgen? —C Algo cayó de la nota adhesiva. Una foto. La recogí y le di la vuelta. Era la versión infantil de Chase sonriendo a la cámara (sin los dos dientes frontales) sentado en un pony. Tenía un flequillo negro como el alquitrán recortado pulcramente y una sonrisa tan discordante que la viveza de la misma sobresalía de la imagen. A regañadientes, y solo para mí, podría admitir que tenía razón. Se veía bien en un caballo. No como el tipo de Old Spice, pero lo suficientemente adorable. ¿Y qué quiso decir con… finjamos que te engañé? Me había engañado. Lo había visto con mis propios ojos. Más o menos. Bueno, había poco margen para interpretaciones. De todos modos, no estaba abriendo esa lata de gusanos. Ahora estaba con Ethan. Dulce, maravilloso y confiable Ethan. La sensación de algo frío y líquido en los dedos de mis pies me sacó de mi meditación, y miré hacia abajo para darme cuenta que había estado vertiendo jugo de naranja en un vaso desbordado durante un minuto entero. Salté hacia atrás. Recuperándome, limpié la mancha pegajosa de mis pies con una mano mientras la otra se estiraba para escribirle a Chase una nota. C, Las flores simbolizan vida. Nunca confiaría en alguien que no cuida sus flores.

Además, me permitiré la declaración de que eras lindo en un caballo. Hace mucho (muy largo) tiempo. P.D: Por favor, no vuelvas a tocar mis cosas (bolígrafos, notas adhesivas, MALETA, etc.). P.P.D: Es Ethan, no Nathan. Y de hecho, tuvimos sexo salvaje durante toda la noche. Tuvo que irse por una emergencia. —M Bueno, mentí. No era gran cosa. Solo en Manhattan se esperaba que cualquier persona de veintidós años o más tuviera relaciones sexuales después de tres citas. En ese sentido, extrañaba Pensilvania. Iba a hacerle este favor a Chase, devolverle su anillo y despedirme. Esta vez para siempre. Sin más negociaciones. Sin más intercambios. Sin más angustias.

Esa misma noche me encontré con Ethan en un restaurante italiano nuevo. Llegó veinte minutos tarde. A pesar de todas las fallas de Chase (y había muchas; podría escribir un libro sobre todas ellas del grosor de Guerra y Paz), valoraba el tiempo de las personas y nunca me dejaba esperando. No llegaba tarde, y en las ocasiones raras en que lo hizo, siempre envió mensajes con una explicación razonable. Chase tampoco se gana la vida salvando niños, me reprendí internamente. Dale un poco de holgura al chico. Pasé el tiempo de espera leyendo un artículo sobre una mujer que había hecho un vestido para su próxima boda con papel higiénico y material reciclado porque no tenía dinero para comprar o alquilar algo lujoso. Encontré su página de Facebook, le escribí un mensaje y le pregunté su dirección y talla de vestido. Tenía algunos vestidos dispersos por mi apartamento de cuando era estudiante de diseño de los que podía deshacerme, y mis instintos de Mártir Maddie se activaron. También le envié

un mensaje rápido a Layla agradeciéndole por dejar entrar a Chase esta mañana y la reenvié una foto del restaurante italiano en el que estaba, con la leyenda ¿Quizás esta noche será el momento perfecto? Junto con un emoji guiñando un ojo. No era necesariamente una posibilidad que me emocionara, pero intenté sentirme exaltada. La respuesta de Layla llegó después de unos segundos. Layla: Nada más romántico que el pan de ajo y un hombre llegando veinte minutos tarde. Maddie: Alégrate por mí. Layla: Estoy siendo honesta contigo. Eso es mucho más importante en una buena amiga. Maddie: Podría ser el indicado. Layla: Mantengo mis dedos cruzados por ti. Pero cariño, no salgas con él solo porque tienes miedo de los Chase del mundo. Me molestó que Chase y Layla estuvieran cantando la misma melodía, pero metí esta preocupación en el fondo de mi cerebro. Ethan llegó despeinado y un poco sudoroso, con el cabello levantado por todas partes. Llevaba ropa informal: unos jeans y un camiseta desteñida, no su ropa habitual de médico. Me besó en la mejilla, su aliento oliendo inusualmente dulce, y se sentó frente a mí, dándose palmaditas a sí mismo como si hubiera olvidado algo. —¿Y bien? ¿Cómo fue? —Se arrojó directamente al asunto sobre Chase. Literalmente. Anoche había ido a saludarme, pero eso solo fue para prestarme un libro que fingí querer leer sobre el manejo de las enfermedades infecciosas en preescolares. Se me ocurrió que estaba cometiendo el mismo error que cometí con Chase cuando estuvimos saliendo. Estaba fingiendo ser alguien que no era plenamente para intentar parecer más atractiva a la persona con la que estaba saliendo. No era tanto que fuera una persona completamente diferente, pero redondeaba un poco los bordes. Lo que Chase me había dicho después de regresar de los Hamptons había tocado una fibra sensible esta mañana, cuando comprendí que no tenía la intención o la voluntad de leer un libro de medicina solo para hacer feliz a Ethan. Chase se sintió engañado, y por mucho que no fuera #EquipoChase, aún podía ver por dónde venía. Decidí ser completamente honesta con Ethan para evitar eso. Mostrar solo mi verdadero ser. —¿Qué, los Hamptons? —Tomé mi agua y me la bebí para ganar tiempo—. Fue raro, comprensiblemente. Me embriagué en la cena familiar. Chase durmió en el

suelo. Discutimos cada momento de vigilia cuando su familia no estaba mirando. En general, parecíamos más al borde de un divorcio amargo que de un compromiso feliz. Ethan agarró un palito de pan de una canasta y lo mordisqueó mientras susurraba: —Pobre bebé. —Y luego su primo-hermano, no estoy segura de lo que son el uno para el otro; son primos biológicamente, pero fueron criados como hermanos, nos invitó… no, más bien nos retó a ir a cenar a su casa para celebrar nuestro compromiso. Chase y él tienen una rivalidad extraña. Así que, en cierto modo solo tuve que acceder a eso. Parpadeé hacia Ethan desde el otro lado de la mesa, esperando su reacción ansiosamente. Dejó su palito de pan, frunció el ceño y luego me miró con su sonrisa afable intacta. —Por supuesto. Quiero decir, aún somos casuales, ¿cierto? —Cierto. —Asentí—. Por supuesto. Casuales. ¿Así es como nos ves? —Sí. Por ahora. Empezaba a odiar la palabra con pasión. Entonces, se me ocurrió algo. —No vienes del trabajo, ¿verdad? Ethan sacudió la cabeza, sirviéndose otro palito de pan. Ahora fue su turno de hacer tiempo. Mis ojos no se apartaron de su rostro hasta que se vio obligado a añadir palabras a su explicación deslucida. —No. Estaba en… casa de unos amigos. —Pareció inseguro, frotándose la nuca. —¿Te duchas en casa de tus amigos? —Arqueé una ceja. —¿Un amigo especial? —ofreció, bajando la barbilla y sonrojándose. Mi cerebro tuvo por un segundo un cortocircuito. ¿Estaba acostándose con otra persona? —Ya veo. —Francamente, no veía nada. Estaba asombrada y molesta, pero sorprendentemente no sentía nada por el descubrimiento. —No es nada serio. Solo quiero ser franco y honesto contigo ya que tu último novio no lo fue. Esto con Natalie termina tan pronto como tú y yo estemos más

establecidos. Pero supuse que, ya que aún no tenemos intimidad, y estás haciendo esta cosa del compromiso falso… —Ethan se detuvo, las puntas de sus orejas estaban tan rojas que prácticamente resplandecían. Decidí tomarlo con calma. Ethan no era Chase. Nunca me dejó pensar que éramos exclusivos, luego se fue y se acostó con otra persona. No me había dado la llave de su apartamento ni me había invitado a fiestas ni me había regalado un ser vivo. Aún eran los primeros días. Solo nos habíamos besado un par de veces. De todos modos, ¿qué derecho tenía para irritarme por eso? Pasé el fin de semana con el anillo de compromiso de mi exnovio y su sudadera de Yale. Es cierto que, no habíamos hecho nada juntos, pero no era un comportamiento digno de un premio a la novia del año. Además, otra vez: el hecho de que Ethan se hubiera acostado con otra persona esta noche simplemente no me molestó lo suficiente como para causarle dolor por eso, sin importar lo mucho que sintiera que debería hacerlo. Una camarera vino a tomar nuestro pedido. Una vez que desapareció, me recosté y lo observé con una mezcla extraña de asombro y confusión. —¿Dónde quieres vivir cuando seas mayor? —solté. Era algo extraño de preguntar, tres semanas después de haber conocido a un chico. Pero me preocupaba que Chase podría haber estado en lo cierto sobre Ethan siendo todo lo que pensaba que quería pero de hecho no lo que necesitaba. No quería herir los sentimientos de Ethan o arrastrarnos a ambos a algo que estaba condenado desde el principio. —Soy mayor. —Ethan pareció perplejo, sirviéndose algunos palitos de pan más. —Sabes a lo que me refiero. Cuando tengas una familia. —Oh —dijo, mirando a nuestro alrededor distraídamente como si le acabara de preguntar si estaba dispuesto a cambiar mi pañal de adulto. Di Brooklyn. Di Hempstead. Demonios, di Long Island por lo que me importa. —Supongo que, Westchester. Tiene excelentes distritos escolares, es limpio, seguro… Aburrido. Bueno, entonces, ¿y qué? Muchos jóvenes profesionales que vivían en Nueva York terminaban en Westchester una vez que comenzaban a reproducirse. Monica y Chandler de Friends lo habían hecho. Sí, pero eres una Rachel, no una Mónica, escuché a Layla decir en mi cabeza.

Y también es una comedia, no la vida real. Ahora era la voz de Chase la que me molestaba. —¿Puedo hacerte otra pregunta? —Quité la pegatina que sujetaba la servilleta. Ethan tomó un sorbo de vino, asintiendo. No entendía mucho este juego. Yo tampoco. Estaba intentando averiguar si Chase en realidad había leído a Ethan tan bien o no. —Lo que sea, miladi. —¿Qué comiste en el desayuno? —Huevos con tostadas —respondió sin perder el ritmo. Suspiré de alivio, como si esta fuera toda la evidencia que necesitaba de que Chase estaba equivocado. No era avena. Ethan probablemente odiaba la avena. —Mi turno —dijo Ethan—. ¿Cuál es la mejor manera de empezar el día? Café, donas y hablar con papá por teléfono. Sobre todo escuchando los chismes que tenía para ofrecer del pueblo. Estaba a punto de responder, trotar, una barra de granola y escuchar podcasts sobre el cambio climático, antes de recordar que esta vez me había prometido ser honesta. Así que, le di mi respuesta real. Ethan arrugó la nariz. —¿Qué? —Hice una mueca, preparándome para su decepción. —Nada. Solo… no me van los chismes. Tampoco bebo cafeína. Me produce unos temblores terribles. —Claro —dije. A estas alturas, entre la Coca-Cola Dietética, café y bebidas energéticas, la cafeína seguramente se había incrustado en mi tipo de sangre. No es que importara. Ethan y yo no teníamos que ser compatibles en todos los sentidos. —¿Canal de televisión favorito? —Sonreí alegremente—. A la cuenta de tres. —Tres… —Dos… —Uno… —HBO —dije al mismo tiempo que él decía—: National Geographic. —Nos reímos, sacudiendo la cabeza. —¿Olor favorito? Sus ojos se iluminaron, justo cuando llegaron su pasta y mi pizza. La suya estaba cargada de verduras, mariscos y hongos exóticos. La mía consistía en

pepperoni, tocino y queso extra. Contamos hasta tres nuevamente. Dije cachorritos. Dijo vainilla. Repito: vainilla. Justo como el sexo que Chase había prometido que tendríamos. Ethan y yo continuamos este tango por el resto de la noche, divertidos por lo morbosamente diferentes que éramos. En realidad, fue un rompehielos increíble. Si no fuera por el hecho de que sabía que se había acostado con otra persona hace solo unas horas, sin mencionar que el viernes iba a tener una segunda cita con mi exnovio, de hecho diría que la cita nos acercó más. Ethan me acompañó de regreso a casa y tuvo el buen sentido de no besarme en la boca cuando nos separamos. Besó mi mejilla una vez más, sonriendo tímidamente mientras miraba hacia abajo. —Te invitaría a subir, pero… —comencé al mismo tiempo que él abrió la boca. —Esa cosa con Natalie… Ambos nos detuvimos. —Tú primero. —Sentí que mis mejillas se estaban calentado. —Acaba de romper con alguien, fue algo a largo plazo, y ella y yo tenemos este arreglo cuando ambos estamos solteros. En serio estoy interesado en ti. No soy del tipo de chico que se acuesta con todas. Honestamente, quería demostrarme que estaba bien con que salgas con tu ex. —Se frotó la sien—. Y lo estoy, en su mayor parte. —Entiendo —dije en voz baja. Aunque una parte de mí no lo hacía. Deseaba que Ethan me hubiera dicho la verdad antes de que ambos comprometiéramos el inicio de nuestra relación. Pero no había vuelta atrás respecto a lo que era en realidad. Un disparo aleatorio en la oscuridad hecho por un Cupido ciego y borracho. —Tal vez sea mejor si no tenemos relaciones sexuales hasta que todo con Chase haya terminado. Obviamente te hace sentir raro. Como si no estuviese completamente comprometida con esto —sugerí. Ethan asintió. —Es justo. Y prometo terminar las cosas con Natalie después de tu última cita con él. Lo verás el viernes, ¿verdad?

—Por segunda y última vez —confirmé. Abrí la puerta de mi edificio y la cerré, pegando mi espalda contra ella con un suspiro profundo. Mi teléfono sonó en mi bolso. Lo saqué, pensando que podría ser Ethan, queriendo suavizar el golpe de nuestra despedida al decir algo dulce o juguetón. Desconocido: No olvides el pan de plátano del viernes. Por cierto, soy Chase. Maddie: ¿Cómo sabes que borré tu número? Desconocido: Cuando las noches se enfrían, el recuerdo de tu ex arde más fuerte. Pareces el tipo de persona que se preserva a sí misma. Maddie: Pareces un idiota engreído. Desconocido: Puede que sea cierto, pero acabas de admitir que borraste mi número. Maddie: ¿Puedo preguntarte algo? Desconocido: Dieciocho centímetros. Maddie: Ja. Ja. Maddie: ¿Dónde quieres vivir cuando estés “establecido”? Desconocido: Nunca voy a “establecerme”. Maddie: Compláceme, imbécil. Desconocido: Bien. Me quedaré en Manhattan. ¿Tú? Empujé la puerta de mi apartamento para abrirla. Daisy saltó sobre mis piernas con entusiasmo, empujando su pelota de tenis mojada en mi mano. Miré el reloj de arriba sobre mi refrigerador. Casi las once. Chase iba a estar aquí para sacarla en siete horas. La idea de él en mi apartamento hizo que mi cabeza diera vueltas. Lo agregué a mis contactos, únicamente con fines logísticos. Lo eliminaría otra vez el sábado por la mañana, después de nuestra cena de compromiso falso. Maddie: No lo sé. Quizás Brooklyn. ¿Qué comiste en el desayuno? Chase: Creo que su nombre era Tiffany. Maddie: Dios mío, eres apuñalable hasta el extremo. Chase: Relájate. Un paquete de proteínas.

Chase: NO hagas una broma de esperma. Maddie: ¿Canal favorito? Chase: ¿Esa es una pregunta real? ¿Existe una respuesta correcta que no sea HBO? Maddie: ¿La mejor forma de empezar el día? Chase: Tú sentada en mi rostro. Maddie: Gracias. Chase: ¿Por la imagen fascinante? Maddie: Por recordarme por qué rompimos. Chase: Cuando jodidamente quieras. Maddie: No debería haberme ido a la cama con una sonrisa en mi rostro, pero lo hice. Chase Black era el diablo. Una fría criatura siniestra que de alguna manera se las arregló para abrirse camino en mis venas. Pero fuera lo que fuera… estar a su lado me hacía sentir viva.

El martes, desperté sin notas adhesivas de Chase. Teniendo en cuenta que le había pedido específicamente no tocar mis cosas, debería haberme sentido mucho más alegre que cuando miré el estante de mi refrigerador, ofendida por su vacío. No es que importara. Sin las notas adhesivas de Chase no tenía que limpiar todo su desorden cuando volviera a mi apartamento. Me dio una buena oportunidad de hornear algo y llevarlo a la oficina de Ethan. (Esto no era una represalia contra Chase por no dejarme ninguna nota. No, señor. Solo yo intentando ser amable con Ethan). Sin embargo, el miércoles cambió las reglas del juego. A dos días de la cena de compromiso, encontré un montón de notas adhesivas negras pegadas a mi refrigerador. No del mismo color que mis notas turquesas con estampado de leopardo que guardaba en mi encimera para hacer listas de supermercado. El bastardo había traído sus propias notas. Por eso no había escrito nada el

martes. Probablemente le había pedido a su asistente que le proporcionara el material de oficina que necesitaba para continuar con nuestras quejas escritas. No había forma de que Su Alteza Real descendiera del Olimpo y visitara Office Depot. El bolígrafo que había usado era dorado. Tenía mucho que decir, así que lo extendió sobre algunas notas, pegándolas en sucesión una debajo de la otra. M, ¿Qué vas a llevar puesto el viernes por la noche? Tenemos que coordinarnos, aunque dudo que tenga algo en morado y verde con cerdos sonrientes estampados. O sombreros de plumas con lentejuelas, con pompones y pajaritas. O, a decir verdad, cualquier otra cosa completamente grotesca. P.D: Daisy parece estar obsesionada con la misma ardilla. Temo que crearán una subespecie. Perrillas. Perros ardillas. P.P.D: Jodida. Mentirosa. ¿Cuál fue la emergencia del Bebé Pediatra? ¿Un trasplante de testosterona? —C Frenética, me arrastré hasta la papelera para recuperar las últimas notas que nos habíamos escrito para ver a qué se refería en la segunda P.D. El bote de basura estaba lleno hasta el borde. Lo miré, horrorizada, antes de darle la vuelta y cerrar los ojos con fuerza mientras respiraba por la boca. La basura cayó al suelo. La examiné mientras Daisy olfateaba las cáscaras de plátano y los envoltorios de queso, sacudiendo la cola, hasta que encontré nuestras últimas notas. Las alisé en el suelo, leyéndolas. Chase se había burlado de mí al decirme que Ethan aún era virgen. Le dije que habíamos tenido sexo salvaje durante la noche que me dejó de los Hamptons. Obviamente, no se lo estaba creyendo. Fruncí el ceño a Daisy, quien estaba lamiendo el interior de una lata de ensalada de pollo, haciendo sonidos de sorbidos. —Nadie puede saber nada de esto, Daisy. Nadie. Respondió con medio ladrido. Tomé mi bolígrafo y escribí, presionándolo contra el papel con tanta fuerza que las palabras mellaron el resto de las páginas. C, No he pensado en mi atuendo para la noche. Pero ahora que lo preguntas, pues sí, me decantaré por el vestido morado de lentejuelas con la chaqueta verde

(de terciopelo) combinada con tacones marrones. Nada de cerdos sonrientes, pero creo que tengo algo con Michael Scott. P.D: Ethan es más hombre de lo que nunca serías. Es honesto, leal y AGRADABLE. P.P.D: Sí, el nombre de la ardilla es Frank. Déjalos ser. Son disfuncionales pero buenos juntos. P.P.P.D: Sospechosamente tengo poco jugo de naranja. Por favor, no te sirvas nada mientras cumple con tu parte del trato con Daisy. —M El jueves hubo silencio radial. No analicé la falta de notas mientras viajaba en el tren de camino al trabajo. No me importó. La verdad es que, no lo hacía. Pero si lo hubiera pensado un poco (lo cual, otra vez, no lo había hecho), la suposición natural sería que Chase había olvidado traer sus notas negras o su bolígrafo dorado o ambos. Lo que significaba que continuar con esta conversación no era algo en lo que pensara con regularidad. Lo cual, de nuevo, estaba completamente bien para mí. El día avanzó dolorosamente lento. Le envié mensajes de texto a Ethan de ida y vuelta. No pudimos vernos durante el resto de la semana porque él estaba entrenando para una media maratón (la misma maratón benéfica que Katie me había dicho en los Hamptons que iba a hacer) y tuvo que levantarse muy temprano. Sven dijo que fui sorprendentemente inútil ese día. Quería creer que era porque no iba a ver a Ethan, pero hablando de manera realista, fue Chase quien hizo que mi mente se alejara del trabajo. Cuando Sven se perdió de vista, Nina agregó amablemente que me estaba convirtiendo en una de mis plantas. —Una explosión de color e ineficiencia. —Solo movió su boca, sus ojos pegados a su monitor Apple. Tuve que llevarme a casa el boceto en el que estaba trabajando actualmente para terminarlo, ya que debía entregarlo al día siguiente. Luego, el viernes, otra nota me esperaba en la nevera. M, A Daisy no le gusta su comida. Le traje algo nuevo. El tipo de la tienda dijo que es el equivalente del caviar para perros. La dejé en la encimera. También intentó follar con Frank esta mañana. ¿Estás proyectándote sobre la pobre perra?

P.D: No puedo creer que te paguemos por diseñar ropa. ¿Sabes que no todas las declaraciones de moda tienen que ser gritadas? P.P.D: Re: jugo de naranja. Admito que me serví un poco, pero solo porque tenía sed y tú solo bebes agua del grifo. Pésima hospitalidad de tu parte señalarlo. Qué impropio para una chica sureña. Tomé mi teléfono y le envié un mensaje de texto como respuesta. Normalmente, estaba firmemente en contra de cualquier comunicación con él, pero mi cuerpo estaba hirviendo con una rabia desenfrenada. ¿Cómo se atreve? Maddie: Soy de Pensilvania, NO del sur, Satán McDiablo. Chase: Pensilvania = Sur. Al sur de Nueva York. Conoce tu geografía, Goldbloom. El conocimiento es poder. Maddie: ¿¿¿POR QUÉ ERES TAN INFURIANTE??? Chase: Todo en mayúsculas. Esta frustración sexual reprimida va a matarte algún día. Maddie: ¡Bien! Estar muerta sería mejor que pasar hoy tiempo contigo. Chase: Si estás intentando herir mis sentimientos, está funcionando. Maddie: ¿En serio? Chase: No. Maddie: Sabes, cuando te vi en mi escalera, pensé que ibas a disculparte como parte de tus pasos posteriores a la recuperación para tu tratamiento de adicción al sexo. Chase: Si fuera un adicto al sexo, difícilmente lo trataría. Maddie: Recuérdame, ¿por qué es que te estoy ayudando? Chase: Porque eres una persona buena. Maddie: ¿Y por qué lo aceptas? Chase: Porque no lo soy. Chase: No olvides el pan de plátano. Chase: ¿Ya te acostaste con él? Chase: Eso es un no. Eso pensé. Te veo en la tarde.

Resistí el impulso de arrojar mi teléfono contra la pared. Tenía el presentimiento que, si adoptaba el hábito de romper cosas cada vez que Chase me cabreaba, nada en mi apartamento permanecería intacto, incluyendo las paredes. En su lugar, avancé furibunda hasta la encimera, agarré la bolsa de comida nueva de Daisy, y vertí una taza en su plato. La devoró tan rápido que casi me muerde la mano en el proceso. Me dije que todo esto terminaría en menos de veinticuatro horas. Me dije que no me importaba. Sobre todo, pensé que Chase podría estar un poco en lo cierto. Quizás necesitaba sexo para calmarme. Después de todo, habían pasado seis meses. Le envié un mensaje de texto a Ethan. Maddie: Encontrémonos en mi casa el sábado después de tu maratón. ¿A menos que pienses que estarás demasiado agotado? Ethan: *media maratón. ¿En serio? ¿Eso fue lo que captó de mi mensaje? Mi teléfono cobró vida con un segundo mensaje unos segundos después. Ethan: Y tendré un desempeño apropiado, incluso después de media maratón. Es una cita. Besos.

—E

ntonces, dime la verdad. ¿Cómo está mi viejo? —Esquivé a un niño en una scooter mientras caminaba con Grant hacia el apartamento de Madison. Grant Gerwig había sido mi mejor amigo desde que tenía cuatro años. En la actualidad, era un oncólogo prestigioso con el aspecto de Colin Firth y una clínica privada en el Upper East Side. Era uno de esos imbéciles sobre los que leías que encontró accidentalmente la cura para una enfermedad incurable en un bar comiendo maní rancio mientras esperaba a su cita de Tinder. El tipo de inteligencia que te hacía preguntarte si había un significado secreto en la vida del que no te estaba contando. Corríamos todas las mañanas juntos y nos propusimos tomar una copa los fines de semana, sin importar nuestros horarios, si ambos estábamos en la ciudad. Cuando nos enteramos de lo de papá, arrastré a Ronan Black físicamente a la clínica de Grant para que me diera una segunda opinión, a pesar de que él murmuró que claramente recordaba haber tenido que ayudar a Grant a “ocuparse del asunto” cuando mi mejor amigo había tenido un accidente mientras veía una película de terror conmigo cuando teníamos cinco años. —Simplemente no me gusta la idea de recibir mis veredictos médicos de personas que conocí antes de que estuvieran plenamente capacitadas para ir al baño. De todos modos, tanto el joven Grant como el viejo médico al que había ido papá inicialmente estaban en la misma página. El cáncer estaba demasiado avanzado, demasiado incurable. Aun así, me sentía un poco menos impotente teniendo a mi mejor amigo atendiendo a papá. —Sabes que no tengo la libertad de discutirlo. —Grant metió un puño en sus pantalones caqui, usando su mano libre para redirigir a un niño en un scooter de modo que no chocara con un árbol. La madre del niño le agradeció mientras corría calle abajo detrás de su hijo. La colorida calle bohemia de Mad sufría el mayor problema de nuestra nación, el enemigo número uno de Nueva York: el turista que se detiene y toma una foto en medio de la jodida calle. Había gente por todas partes. Tomando selfies con una tienda de dulces vintage de fondo, esperando en la fila de un bar gay, hojeando

libros de segunda mano en puestos afuera de una librería independiente. La delgadez de la vida no tocaba esta calle. Era vívida, vivaz y llena de color. Me sentí resentido porque el niño de mejillas hundidas con la mochila de nailon y la sudadera con capucha del ANTI SOCIAL SOCIAL CLUB, la paseadora de perros de mediana edad con el vestido veraniego, e incluso los malditos cuatro perros que estaba intentando pastorear iban a sobrevivir en lugar de mi padre. El hombre que había creado Black & Co. Quien proporcionó miles de puestos de trabajo y era responsable de un tercio del negocio textil en Nueva York. Quien había contribuido a la economía de los Estados Unidos y asistió a mis torneos de remo religiosamente y ayudó a Jul a convertir con sus propias manos su casa de verano en Nantucket en un monstruo ecológico que básicamente vivía fuera de la red eléctrica y se sentó a ver los espectáculos de teatro de la escuela secundaria de Katie y Dios, maldita sea, la vida era injusta. —¿Chase? —Grant me miró a los ojos. Se estaba dirigiendo a una cita. Pensamos en tomar una cerveza rápida de antemano—. ¿Escuchaste lo que dije? Confidencialidad médico-paciente, etc. Gruñí, pateando una bolsa de basura empapada que estaba junto a la acera. Ya estaba molesto con la perspectiva de compartir a papá con Julian, Amber y Madison esta noche. Lo había visitado todos los días durante la semana pasada, a pesar de que trabajamos juntos en la misma oficina. Parecía estar empeorando progresivamente, y algunos de los empleados comenzaban a hablar. —Tiene mucho dolor. —Las palabras salieron como si yo también tuviera mucho dolor. —Dile que me llame. Hay mucho que podemos hacer al respecto. —Es un bastardo obstinado —respondí. —No es hereditario, obviamente. —Grant sonrió con ironía. Ambos nos detuvimos frente a la misma casa de piedra rojiza. Arqueó una ceja. Yo también. —Bueno, ¿supongo que te veré mañana para jugar al golf? —preguntó. —Ese es el plan. —Subí los escalones. Grant también. Paramos de nuevo. Nos miramos el uno al otro. —¿Sí? —pregunté con impaciencia—. ¿Hay algo que quieras decirme? ¿Acaso Madison había decidido salir con todos los médicos de Nueva York?

La puerta de entrada se abrió y Layla, la amiga aún más loca de Madison con cabello verde a la moda, estalló como una stripper saliendo de un pastel. —¡Grant! ¡Aquí estás! —Le echó los brazos al cuello. Era una forma muy poco ortodoxa de saludar a un hombre con el que no planeabas acostarte en las próximas horas, a menos que… A menos que él comenzara a salir con ella hace semanas y no quería decírmelo porque estaba siendo un miserable pedazo de mierda intentando aceptar la situación de papá. —Layla —dije secamente. —Príncipe de las Tinieblas —respondió exactamente de la misma manera—. Estoy rezando por el bien de mi mejor amiga para que esta noche seas amable. —Ni siquiera Dios puede interferir con mi comportamiento nefasto, pero gracias por el título real. Veo que estás saliendo con mi mejor amigo —dije arrastrando las palabras. —Me acuesto con él —corrigió—. Sí. Grant me lanzó una sonrisa a modo de disculpa. —No estabas exactamente en el estado mental adecuado para hablar de esto, y como dijo Layla, ella estableció las reglas de manera bastante estricta. Esto es casual y no debería afectar tu vida ni la de Maddie. Sin estar de humor para hablar de esta mierda ni de casualidad, puse mis ojos en blanco, atravesando la puerta. Cuando Madison y yo rompimos, Grant fue otra persona más que me había echado la culpa. Si bien le prohibí que se mantuviera en contacto con ella, no me extrañaba que Madison hubiera jugado a la casamentera entre Layla y él. Otro rasgo que despreciaba absolutamente de la Mártir Maddie: siempre estaba metida en los asuntos de todos y siempre trataba de conectar a la gente con citas, muebles que necesitaban y actividades sociales. Odiaba especialmente que hubiera emparejado a estos dos, porque Grant en realidad quería el sueño de la valla blanca y la esposa cuerda, y la primera vez que conocí a Layla, se lanzó a darme un discurso de cuarenta minutos sobre por qué la monogamia no era natural. Daisy y Frank harían una pareja más sensata que esos dos. Llamé a la puerta de Madison, escuchando a Daisy ladrar emocionada. Mad abrió, y se me debilitaron las rodillas y me puse duro en todas partes, porque ¿qué carajo?

Madison llevaba un pequeño vestido negro, ceñido en todos los lugares correctos (completamente sin estampados) combinado con tacones de terciopelo negro y un collar turquesa. Algo entre una cadena y un collar con tachuelas. Su cabello castaño corto estaba extra desordenado de una manera intencionada como recién follada, sus labios eran escarlata y sus ojos oliva lucían rasgados con un delineador negro dramático a lo femme fatale. Mi pene ser paró para una ronda de aplausos, arrojando rosas imaginarias a sus pies. se preguntaba qué me había inspirado a hacer algo más con ella cuando éramos novios, además de acostarme con ella hasta que no quedara nada de ella. —Te ves genial. —Entrecerré los ojos en rendijas, el cumplido saliendo como una acusación. Agarró su bolso y llaves, frunciendo el ceño. —¿No dijiste que querías coordinar nuestro vestuario? Recordé que te gusta mucho el negro. Puerta negra brillante, muebles negros, sábanas negras satinadas… —Empezó a contar todas las cosas negras en mi apartamento. —Olvidaste las anteojeras negras. ¿Te gustaría dar otra visita a mi habitación? —le ofrecí una sonrisa lobuna. —Es duro, pero paso. Eso no es lo único que está duro en este momento, cariño. Sentí un impulso violento de tocarla. Empujar un mechón de su cabello detrás de su oreja, besar su mejilla a modo de saludo, o sentarla en mi regazo, abrir sus nalgas y comérmela por detrás. Antes de que tuviera la oportunidad de hacer eso (iba a quitarle una pelusa de la manga, aunque devorarla oralmente era mi preferencia personal), alguien me tocó el hombro por detrás. El día había estado completamente lleno de sorpresas desagradables, pero el Amiguito Pediatra con su camisa de vestir, la estúpida corbata y mallas deportivas fue la cereza del pastel de mierda. Le sonrió a Madison, dándole dos pulgares en alto por el atuendo. —¡Maddie! Vine a buscar mi beso de buena suerte antes de la media maratón. —Estaba corriendo en su lugar en el umbral junto a mí, los dos afuera de su puerta. No me importaba lo agradable que era este hombre. Rezumaba imbecilidad en cantidades radiactivas. —Hola. —Se volvió para sonreírme, ofreciéndome su mano. La estreché, asegurándome de presionar lo suficientemente fuerte como para casi aplastarle los huesos. La única razón por la que no fui por la destrucción total era porque sus

pacientes eran menores de edad y ya tenía razones suficientes para sospechar que mi nombre era el primero en la puta lista del karma. Si fuera un cirujano plástico, atendiendo a amas de casa aburridas y hombres vanidosos, su mano ahora mismo sería malvavisco. —Chase Black. —Ethan Goodman. —Ethan es… —Mad se calló, permitiéndose un momento para pensar en lo que él era para ella. Ambos la miramos expectantes. Una sonrisa lenta se extendió por mi rostro. Aún no habían tenido esa conversación. No eran ni de lejos tan serios como ella quería que pensara. Mad se aclaró la garganta—. Nos estamos viendo. Ethan asintió en confirmación, complacido con su explicación de mierda. Si me presentara como algo más que su novi… Termina ese pensamiento, idiota. Mi cerebro apuntó desde adentro con un arma a mi sien. Maldita sea, te reto. —Bonita corbata. ¿Es de la colección más nueva de Brioni? —Levanté la barbilla en su dirección, totalmente serio. Llevaba una corbata de la Patrulla Canina. Específicamente, con Chase en él, usando su uniforme de policía. Solo sabía el nombre del perro porque durante un tiempo la Mocosa solía llamarme Perrito Chase, y estaba preocupado y perturbado que supiera mi posición sexual favorita. Además, ¿por qué no hablábamos del hecho de que usaba mallas? —¿Brioni? —repitió, aún corriendo en su lugar—. ¿Es una marca de diseñador? —Cerca. Un plato italiano —respondí inexpresivo. Me sentí como un idiota. Sin duda también me veía como uno. Y por primera vez en un tiempo muy largo, sentí que crucé una línea invisible. Siempre había sido sarcástico y descarado, pero nunca completamente descortés. En el caso de Ethan, no podía evitarlo. Me lo imaginaba presionando su entrepierna cubierta con mallas (en serio, ¿íbamos a ignorar las mallas?) contra las curvas suaves de Madison mientras la besaba, y francamente, eso me daba ganas de beberme hasta la muerte, romper la botella de whisky en un ladrillo y apuñalarlo con ella. —¡Chase! —Madison estampó su tacón alto en el piso, que, para que conste, no me oponía a quitarlo con los dientes más tarde esta noche. Mi polla se estaba retorciendo incómodamente en mis calzoncillos cada vez que captaba una ráfaga de

su perfume. Pastel de calabaza, coco y el aroma de Daisy. Olía a casa. Una casa a la que no me invitaron categóricamente, pero una casa de todos modos. Ethan me miró con la barbilla alzada, y un destello de locura en sus ojos. Era una chispa carnal que me indicaba que sabía que Madison era un buen partido, y no iba a echarse atrás. Toda tuya, Pedi Bebé. —Admito que no tengo mucho conocimiento en lo que respecta a la ropa. Espero que Maddie me ayude. —Le dedicó una sonrisa y un guiño. Recorrí su cuerpo con la mirada, evaluándolo. —Mal por ti. La olla y el cazo yendo de compras. Ninguna retina estará a salvo. Ahora los estaba insultando a ambos. De muy mala forma, considerando que ella estaba a punto de ayudarme. Pero se veían mal juntos, y ella estaba tan ajena a eso que no podía evitarlo. Mad puso los ojos en blanco. —¿Ves lo que quiero decir con que nunca tendrás que preocuparte por él? Es insufrible. Te veré mañana, Ethan. —Se inclinó hacia adelante, apoyándose en su pecho mientras besaba su mejilla. Sus labios se demoraron en su piel un momento demasiado largo, y mis manos se curvaron en puños, ansiosos por agarrar su cintura y apartarla de él físicamente—. Buena suerte con el maratón. —Media maratón —corrigió, abrazándola con fuerza. No mires sus mallas. Si tiene una erección, podrías tener que matarlo, y tu abogado está de vacaciones en las Maldivas. Cuando Mad y yo salimos de su edificio, mi pulso volvió a su ritmo regular. —¿Hueles eso? —Olió el aire teatralmente. —¿Oler qué? —La orina del concurso de meadas que acaban de tener en mi puerta. Me reí. La versión 2.0 de ella era considerablemente más divertida para pasar el rato, a pesar del dolor de cabeza constante que me daba. Dije lo que pensé que la irritaría más, porque ver sus mejillas ruborizadas era uno de mis pasatiempos favoritos. —No sabía que las lluvias doradas eran lo tuyo. Pero estoy feliz de adaptarme a esto.

—¡Chase! —chilló. —¿Qué? Ahorraría agua. Solo soy un ambientalista. —De alguna manera pensé que Greta Thunberg aun así no lo aprobaría. —Eso es todo… ahora lo sé. El diablo viste de Negro. Se refería tanto a mi color favorito como a mi apellido. —Es mejor diablo conocido que ángel por conocer. —No puedo esperar por conocer mejor al ángel —replicó. —Apuesto a que el ángel no sabe cómo hacer eso con su lengua que tanto te gusta. —El ángel me hace feliz —espetó, enrojeciendo bajo su maquillaje sobrio. Mad siempre era buena en eso. Luciendo recatada sin parecerse a un miembro de la banda Kiss. —Puras. Jodidas. Mentiras. Solo te hace sentir cómoda. —¿Qué tiene de malo la comodidad? —La comodidad nunca te haría arder en llamas. —Quizás no quiero arder en llamas. —Todos queremos arder, Mad. Es peligroso, por lo tanto, lo queremos. Nos dirigimos al metro. Decidí que interrogarla sobre Grant y Layla generaría más hostilidad. Tal como estaban las cosas, si el odio se traducía en electricidad, Madison detonaría mi trasero. Tomamos el tren al Upper West Side. Conducir en Manhattan el viernes por la noche era el equivalente a frotar tu polla en un rallador: técnicamente posible, pero ¿por qué querrías intentarlo? Cuando salimos del tren, Mad se detuvo en seco, con una mirada de horror estropeando su rostro. Me volví hacia ella. —¿Ahora qué pasa? —Olvidé el pan de plátano. —Se tapó la boca con una mano—. Oh, rayos. ¿Cómo no me lo recordaste? Estaba tan frustrada cuando Ethan y tú estaban teniendo su competencia de baile en mi umbral que olvidé traerlo por completo. Como si a alguien le importara una mierda. Katie y mamá solo querían que ella sintiera que estaban esperando algo más que su presencia. Su habilidad para tolerarme los desconcertaba. En realidad, no estaban ansiosos por el pan de

plátano. De hecho, no estaban ansiosos por consumir nada que no fuera vino o malos programas de televisión. —No fue una competencia de baile —señalé. —Lo fue —insistió—. Y perdiste. Hablando metafóricamente, bailas como el tío borracho de todos. —No bailo como un borra… —Cerré los ojos, masajeando mis sienes. No iba a rebajarme al intelecto de una mujer que podía distinguir a todos en el clan Kardashian por su nombre. De buena gana—. Se las arreglarán sin el pan de plátano. —Pero es el postre. —Odio decírtelo, pero nadie contaba con tu pan de plátano. Julian y Amber probablemente tienen tres empresas de catering y al propio Gordon Ramsay trabajando en la cocina desde anoche. —Bueno, ¡lo prometí! ¿Es incluso legal fantasear con hacerle cosas?, reflexioné en este punto. Tiene quince años mentalmente. —Probablemente lo olvidaron. —Estuve escribiéndoles a Katie y Lori toda la semana. Definitivamente no lo han hecho. ¿Estuvieron escribiéndose toda la semana? ¿Era por eso que mamá se había levantado de la cama y Katie de hecho se había presentado a trabajar? Una punzada de algo ridículo e injustificado apretó mi pecho. Lo ignoré, manteniendo mi expresión cuidadosamente en blanco. —Hay una panadería a la vuelta de la esquina. —Inhalé por mis fosas nasales—. ¿Quieres comprar un reemplazo, o Mártir Maddie está por encima de engañar a las personas? —Un poco tarde para fingir que estoy por encima de eso. —Hizo un gesto con la mano entre nosotros. Cierto. Le había hecho decir una mentira mucho más grande. Me di cuenta que Madison era el paquete completo. Debería ser reconocido de alguna manera por mi estupidez. Había tirado a la basura una amante suprema solo porque tenía miedo de… ¿qué exactamente? ¿Qué de alguna manera me engañará para casarme con ella? Eso nunca iba a suceder.

Dile eso al anillo de compromiso que ahora lleva, que tú le diste. De repente recordé exactamente por qué me había quedado con Madison durante más de una semana, incluso aunque no había tenido una conversación seria con ella en todo el tiempo: El sexo era de otro mundo. Su horneado era un pecado. Trataba a mi familia como, bueno… una familia. En su lugar, la engañé (al menos, eso era lo que pensaba) y nunca había conocido a su padre cuando la visitó en la ciudad. Lo más probable era que, meterme en sus pantalones no estaba en sus planes para mí en el futuro. Era mejor acabar con esto lo antes posible. Compré dos hogazas de pan de plátano en Levain Bakery mientras Mad corría a un supermercado a buscar una bandeja para hornear. Nos encontramos en una intersección justo enfrente del edificio de Julian. Ella tomó el pan de plátano de mi mano, aún envuelto en una bolsa de papel marrón, tomó la bolsa por la punta y comenzó a golpear el pan contra un edificio violentamente. La miré fijamente, al igual que el resto de la calle. —¿Puedo preguntar qué carajo estás haciendo? —Mi voz salió más cordial de lo que creí necesario. Después de todo, estaba atacando un producto horneado. Muy públicamente, si se me permite agregar. —Ningún pan de plátano casero se ve tan perfecto como los de las panaderías. Solo estoy haciendo que parezca auténtico —fue su rápida respuesta, mientras vertía los panes destruidos en la bandeja que había comprado y los cubrió con una envoltura de plástico. Estaba jadeando, sus tetas subiendo y bajando en su vestido ajustado. Aparté la mirada, sin pensar en lo perfectos que se sentían sus senos en mis palmas. —Deberías poner más de ese esfuerzo en tratar de parecer que puedes tolerarme —señalé con amargura. —Eso está por encima de mi nivel salarial. —No te pago. —Exactamente.

Cruzamos la calle, fulminándonos el uno al otro. Otro de nuestros concursos de miradas tácitas. —Sabes —comencé—, podría… —No. Por favor, no intentes sobornarme con apartamentos, autos y helicópteros dorados. Dios, eres predecible. Estoy tan contenta de haber conocido a Ethan. Un hombre que usaba mallas y una corbata de la Patrulla Canina me estaba superando. Ahora era un buen momento para desconectarme. En el ascensor, agaché la cabeza hacia ella. No sabía por qué. Ella solo se veía… al estilo Mad. Sexy de una manera linda y retro-chic. Del tipo con el que a los adolescentes les gustaba masturbarse. O, ya sabes, también magnates de treinta y dos años. —¿Me acabas de oler? —Se giró con los ojos totalmente abiertos. —No. —Sí. Maldita sea. —Eres como un animal salvaje. —Mejor que un chihuahua con cuello de la Patrulla Canina. Puso los ojos en blanco como si fuera un pony de un solo truco, tomó mi mano y la puso sobre su clavícula desnuda. Resistí la necesidad de tragar pesado. Su piel se sentía caliente, sedosa y perfecta; no había nada sexual en lo que hizo cuando frotó su delicado cuello con mi gran palma, pero estaba bastante seguro que una perla de líquido preseminal adornaba la corona de mi polla cuando terminó. —Listo. —Apartó mi mano—. Eso te dará una buena parte de mi olor hasta mañana por la mañana, y olerás como yo cuando entremos allí. ¿Contento? —¿Contigo? Nunca —espeté. Ella sonrió. Fruncí el ceño. El ascensor se abrió y ambos salimos. Iba a ser una maldita noche larga.

Julian vivía en un ático de cinco habitaciones en el Upper West Side con vistas a la ciudad que tenía un extraño parecido con un burdel, incluyendo muebles tapizados en rojo, candelabros colgando y un extenso mini bar. Al momento en que entramos en las instalaciones, acompañé a papá a la habitación de Clementine para tener algo de privacidad. Tenía las mejillas hundidas. La vida se escapaba de él a cámara lenta. No estaba seguro qué esperaba exactamente. Sabía que no había un tratamiento para su nivel de miles de millones de cáncer. Grant dijo que someterlo a quimioterapia, si sus análisis de sangre le permitían someterse a la quimioterapia, era una pérdida de tiempo y esfuerzo y solo lo haría sentir aún más enfermo. En este punto, se trataba de mantenerlo cómodo. Solo que no me parecía nada cómodo. —Chase. —Papá frunció el ceño—. ¿Por qué estamos aquí? —Miró alrededor de la habitación de la Mocosa. Era el único espacio del apartamento en el que no parecía que podías contraer una ETS si te sentabas en un mueble. Todas las paredes y techos en tonos rosados y accesorios blancos. —Porque no te estás cuidando —espeté—. Tienes que tomar tus medicamentos. —No me gusta sentirme sedado —respondió—. Quiero estar presente. —No quiero que sufras —dije. —No es tu decisión. Después de una discusión de diez minutos, en la que lo presioné para que llame a Grant y no logré convencerlo, me arrastré hasta el área de la cocina abierta, uniéndome al resto de la familia. Dejé a papá en la habitación de Clementine, demasiado enojado para mirarlo a la cara. Cuando llegué a la cocina (más candelabros, encimeras de color crema y oro, todo con putos motivos florales y ningún rastro de comida real), me detuve en seco. La Mocosa estaba sentada en la encimera, sus zapatillas moradas colgando en el aire, riendo de alegría. Mad estaba retorciendo el rebelde cabello naranja de Clementine en una trenza francesa, parloteando sobre princesas guerreras. Amber las miraba de reojo detrás de su copa de champán, sin fingir ni siquiera escuchar la letanía de mi madre sobre todas las tiendas de la ciudad que se habían quedado sin las sandalias que buscaba. Julian, quien estaba de pie junto a su esposa, me lanzó una mirada de muerte, su agarre con nudillos blancos sobre su champán casi convirtiendo la copa en polvo. Una punzada de regocijo mezquino aguijoneó mi pecho.

Madison no les estaba dando ninguna razón para sospechar que éramos menos que dos tortolitos. Bien. De hecho, tan bien que, tuve que recordarme por qué tener una novia, incluso si era la sexy y capaz Madison, no era una idea buena: 1. Las novias querían casarse en algún momento. Al menos, la mayoría de ellas. 2. No quería casarme en ningún momento. 3. Si tuviera que salir con Madison, lo cual, de nuevo, nunca sucedería, estaría receloso y resentido. La haría miserable más allá de lo creíble. Perderla por segunda vez sería vergonzoso hasta el punto de que no tendría más remedio que golpearme en la cara. 4. Golpearme en la cara, deliberadamente, estaba muy abajo en mi lista de cosas por hacer. Caminé hacia la cocina, dejando un beso en la coronilla de loco cabello naranja de Clementine. Envolví mi brazo alrededor de Madison. —¿Qué hay de bueno? —¡Todo! —Mamá se volvió hacia mí, con voz estridente—. Todo está estupendo. El pan de plátano se ve delicioso. Gracias, Maddie. —Se ve terriblemente similar al que venden en Levain —murmuró Amber contra su bebida. Su minivestido rojo corto era perfecto para un examen pélvico o para una película amateur de porno universitario. —¿Has estado yendo a menudo a la panadería, Am? —Deslicé mis ojos deliberadamente a lo largo de su cuerpo tonificado y en forma solo por diversión. Cambió al color de su vestido, mirándome con los ojos entrecerrados. —De hecho, perdí dos kilos. Estoy tomando esta clase nueva de yoga cinco veces a la semana. —Tus logros no conocen límites. —¿Y tú, Maddie, haces ejercicio? —Se volvió hacia mi prometida falsa, sonriéndole dulcemente. Madison, fingiendo no darse cuenta de la agresividad pasiva de su anfitriona, sujetó la trenza de la Mocosa con un delgado elástico rosa. —No, a menos que cuentes con caminar desde la sala de estar hasta la cocina para ir a buscar un helado mientras The Walking Dead está en pausa comercial. En realidad, debería cambiarme a AMC Premiere, pero necesito la actividad física. Y hay muchas pausas comerciales.

Reprimí una sonrisa, encantado por la respuesta de Mad a una Amber pálida y completamente molesta. —Guau. No puedo imaginar mi vida sin hacer ejercicio. —Amber jugó con su collar de diamantes. —Es una existencia terrible —asintió Maddie fácilmente—, pero alguien tiene que hacerlo. Quería besarla. Quería besarla, mucho. No ayudaba el hecho de que técnicamente podía, ya que era mi supuesta prometida. Sabía que la Mártir Maddie no me abofetearía si intentaba besarla públicamente, pero no pude reunir suficiente idiotez para pasar de ser grosero y hosco a ser un bastardo en toda regla. La comida fue estilo buffet. Todos los platos estaban aún en sus contenedores de catering preenvasados, esparcidos por la enorme isla de la cocina en forma de U. Como todo lo que hacían Julian y su esposa, fue maravillosamente impersonalizado. Había pasteles de cangrejo glaseados con miel y fondos de alcachofa rellenos de carne de cangrejo, rape hawaiano marinado en miso y bocados de pepino. Esta vez, Mad se arriesgó con la mayoría de los platos. Fue Clementine quien se sentó horrorizada frente a su plato, con sus grandes ojos verdes mirando el montón de criaturas marinas muertas. —Pero mamá… —siguió diciendo—. Mamá. Mamá. Mami. Mamá. —Dios mío, Julian, solo dale algunos Cheerios —espetó Amber finalmente, cuando era obvio que no podía seguir contándole a Katie su historia de cómo la habían confundido con Kate Hudson en Saks Fifth Avenue. —Pero no quiero Cheerios. —Clementine hizo un puchero, sus cejas cayendo—. Estoy cansada de comerlos todo el tiempo. Quiero los panqueques de la abuela. —La abuela no tiene su mezcla especial. —Mamá dejó caer sus cubiertos en su plato, sus ojos suavizándose. Clementine pasaba una buena cantidad de tiempo en casa de mis padres, y mamá se atrevía a ir a la cocina para agasajar a su nieta con lo único que hacía ella misma y no le pedía a la cocinera que preparara: panqueques de mezcla instantánea.

Tenía entendido que la relación entre Amber y Julian era una serie interminable de discusiones, con Julian siendo echado de la casa con frecuencia y Amber llorando hasta quedarse dormida semanalmente. Mis padres intentaban proteger a la Mocosa de esta realidad tanto como podían. Madison observó el intercambio con una alerta apenas disimulada. Podía ver las ruedas de su cerebro girando. No quería sobrepasarse, pero no le gustaba el trato que Amber le daba a la Mocosa. Dudo que alguien lo hiciera. Esa niña vivía de cereales, Pop-Tarts y aire. —¿Qué mezcla usas habitualmente? —Madison se volvió hacia mi madre, poniéndole una mano en la muñeca—. ¿Para los panqueques? —Quick Wheat. —Está bien, entonces harina, azúcar, huevos, agua, leche y sal. Chispas de chocolates si también las tienes. ¿Dónde está tu despensa? —Se volvió hacia Amber, sus ojos desafiando a su anfitriona a negarse. Una vez más, me encontré duro. ¿Había algo que Madison hiciera que no me provocara una furiosa erección? Intenté pensarlo. No había estado duro cuando asaltó públicamente el pan de plátano. Aunque, para ser honesto, se había visto bastante follable. Aunque, también atable. Amber sonrió cortésmente. —Puede comer lo que todos los demás están comiendo. En nuestra casa, todos comen el mismo plato o no comen nada. Es una cuestión de padres. No lo entenderías. Justo debajo del cinturón. Miré a Madison, quien mantuvo su sonrisa fresca y dulce. Estaba de acuerdo con el sentimiento de Amber, pero en el caso de Clementine, era un montón de mierdas. La Mocosa nunca comía lo que todos los demás tenían. Amber simplemente quería castigar a Clementine por acostumbrarse a Madison tan rápido. Solo que Clementine no estaba al tanto de eso. —¿No es alérgica a los mariscos? —Papá miró a Julian con el ceño fruncido. Julian volvió su mirada impotente hacia su esposa. Jesucristo. Katie arrastró el plato de Clementine lejos de ella. —Ligeramente alérgica. Le da un sarpullido. —El médico dijo que desarrollará inmunidad si come mariscos con regularidad. —Amber se sonrojó bajo su maquillaje. Casi la compadecí. No era una madre negligente, pero tenía el instinto maternal de una bolsa de Cheetos. La

Mocosa tenía tutores privados, y Amber la llevaba a clases de ballet y le enseñaba a nadar, andar en bicicleta y hacer volteretas. Incluso la llevaba a clases de francés. Sin embargo, la participación de Julian en la vida de su hija, era mínima y se limitaba a dar palmaditas a su cabeza como si fuera un labrador todas las noches cuando regresaba a casa. Tenía la teoría de que Amber había perdido el alma el día que eligió a Julian Black como esposo. Por supuesto, siendo el presidente del club de odio Detesto A Julian durante los últimos tres años, era un poco parcial. En cualquier caso, tenía el presentimiento de que podía reclutar a Mad como nuestro miembro más nuevo, a juzgar por su interacción con la pareja. —¿No debería empezar con cantidades pequeñas? —Katie se volvió hacia Amber. —Tengo haaaammmmbbbbrrrreeee —se quejó Clementine, echando la cabeza hacia atrás. —En serio, no será ningún problema. Me tomará diez minutos —comenzó a explicar Madison entre la cacofonía de voces que hablaban unas sobre otras. —¡Solo déjenla comer panqueques! —tronó mi padre de repente, golpeando la mesa con el puño. La habitación se quedó en silencio. Madison entró en acción, corriendo a la cocina. Volví mi atención a mi comida. —¿No vas a acompañar a tu prometida? —espetó Julian, comenzando una nueva tormenta de mierda. Me encogí de hombros. —Puede encontrar su camino en tu cocina. —Pero, ¿puedes encontrar el camino hacia el siglo XXI? Eso es bastante chovinista. Luché contra poner los ojos en blanco. —¿Desde cuándo es chovinista insinuar que mi novia puede preparar su propia comida? ¿No la hace independiente? De todos modos, ¿cuándo fue la última vez que te preparaste un plato de algo que no compraras en Whole Foods? —¿Novia? —Julian arqueó una ceja que decía atrapado—. Pensé que era tu prometida. —Chase. Julian. Paren —murmuró mi madre entre dientes—. Están molestando a su padre.

Él empezó, quise protestar. Por razones obvias, no lo hice. Pude ver a Madison poniéndose cómoda en la cocina de Julian y Amber. Escuché el sonido de la mantequilla chisporroteando al golpear la sartén. El olor a azúcar tibia flotó en el aire, y supuse que no habría ni un idiota en la mesa que quisiera comer cangrejo relleno de vegetales orgánicos en lugar de lo que estaba preparando mi prometida falsa. —Maddie me gusta mucho. —La Mocosa chupó de su jugo orgánico en caja, suspirando. —Eso es fantástico, cariño. —Amber apartó la mirada de su plato y parpadeó rápidamente. —En serio, en serio me gusta —continuó Clementine, sin ganar ningún punto por discreción esta noche—. Es amable de su parte hacerme panqueques. Espero volver a verla pronto en la clínica. Amber levantó la cabeza como un perro guardián que acaba de escuchar una ramita crujir bajo una bota. —¿En la clínica? —Sí. Cuando fui a ponerme mis vacunas. Quise saludar, pero estabas hablando por teléfono y dijiste que no había tiempo, ¿recuerdas? —Clementine la miró confundida, y algo muy oscuro y muy frío se desenrolló dentro de mi pecho. Apuesto a que Amber no había prestado atención a lo que dijo Clementine en ese momento—. La vi cuando fui al médico para ponerme mis vacunas. Maddie abrazó a mi médico. Ella lo abrazó duro. Por mucho tiempo. Como hacen las parejas en las películas. Fue tan repugnante. —La Mocosa se estremeció, sacudiendo la cabeza con disgusto. La habitación estaba tan silenciosa que podía escuchar los latidos de mi propio corazón. Todos los ojos se deslizaron lentamente en mi dirección. No tenía nada que decir. Nada más que ¿POR QUÉ MADISON ESTABA ABRAZANDO AL IMBÉCIL CON LA CORBATA Y MALLAS LARGO Y DURO COMO LAS PAREJAS EN LAS PELÍCULAS? Abrazar llevaba a otras cosas, y todas esas cosas asaltaron mi cerebro en un collage de Mad y Doctor Mallas como conejitos frente a una clínica pediátrica. Él agarrando la parte posterior de su cuello con brusquedad, metiendo su lengua en su boca. Tomé un sorbo de mi agua, concentrándome en no arrojar la mesa y todo lo que contenía a través de la ventana del piso al techo. Quería hacer algo radical, violento e impactante, pero sabía que no ayudaría en mi caso.

No confiaba en mí mismo para hablar. Para pensar. —¿En serio, cariño? —Julian vertió más agua en mi vaso, su voz como el siseo de una serpiente—. ¿Cuál es que era el nombre de tu pediatra? —Doctor Goodman —ronroneó Clementine, estúpidamente encantada de ser reconocida por su padre—. Papá, tiene las mejores corbatas del mundo. De dibujos animados y personajes de Disney. Y me deja pellizcarlo cuando me inyecta. Me gusta, incluso aunque abrazó a Maddie con tanta fuerza que no había espacio entre sus cuerpos. Luego la besó en la mejilla. ¡Qué asco! Iba a cometer un asesinato. Estaba seguro de ello. Los ojos de Amber se aferraban a mi rostro, pero fue Katie quien preguntó con voz entrecortada: —¿Chase? Quiero decir… ¿esto es cierto? Tenía dos opciones. Hacer que la Mocosa parezca una mentirosa (cosa que no era) o atribuir esto a su imaginación desenfrenada de nueve años. También había una tercera opción, admitir que era verdad y confesarlo todo. Pero eso significaba dejar que Julian gane. Hace tres años, me habría retirado de esto con gracia. Sin embargo, hoy era la guerra. —Tal vez viste a alguien que se parece a ella, Mocosa. —Pasé mi mano por la trenza de Clementine. Me miró fijamente, seria como un infarto, con el ceño fruncido. —No, no lo hice. Llevaba el mismo vestido verde con los pequeños aguacates que usó en los Hamptons. Le dije a mamá que quería un vestido así, y ella dijo que prefería prenderse fuego antes que yo lo use. Qué jodida vida de mierda la mía. Había elegido a la mujer más reconocible de Nueva York para interpretar a mi devota prometida falsa. Todos estaban observando nuestro intercambio con atención. Mi padre, especialmente, estaba pálido y muy frágil. Entrelazó sus dedos, llevándose los dedos índices a sus labios de manera contemplativa. Le di a Julian una mirada significativa. Agitó sus dedos con desdén. No le importaba un carajo. Mad eligió ese momento exacto para hacer su gran regreso con una gran sonrisa, guantes de cocina y un plato lleno de una montaña de panqueques

humeantes. Deslizó el plato en dirección a Clementine, empapando los panqueques en suficiente jarabe de arce para ahogar a un hámster. —Ahí tienes, dulzura. —Maddie—. Julian casi se desploma en su asiento, luciendo tan engreído—. Clementine acaba de compartir algo muy interesante con nosotros. Dijo que te vio abrazando a su pediatra, el doctor Goodman, esta semana, y que él te besó en la mejilla. ¿Esto es cierto? —Enarcó una ceja, fingiendo sorpresa. —Chase dice que debe haber visto mal. —Amber saltó al vagón de mierda, recuperándose rápidamente de su fracaso en alimentar a su propio hija—. Pero conozco a mi hija, y es extremadamente observadora. Los ojos de Madison se lanzaron hacia mí. Sostuve su mirada. No estaba seguro de lo que le estaba pidiendo, pero sabía que si se negaba, había una buena posibilidad de que prendiera fuego al mundo. Tic. Toc. Tic. Toc. ¿Desde cuándo los relojes eran tan jodidamente ruidosos? Esperé a que ella diga algo. Cualquier cosa. Cómo habían cambiado las tornas. Hace seis meses, Madison Goldbloom se inclinaría ante mí haciendo todo lo posible para hacerme feliz (literalmente, habíamos probado esa posición dos veces). Ahora, estaba a su merced. Sus labios se separaron y la habitación contuvo el aliento colectivamente. —¡Oh, el doctor Goodman! —exclamó con su gran sonrisa de Maddie, pero podía ver a través de ella. El auto-disgusto mezclado con el pánico nadando en sus grandes ojos castaños—. ¡Clemmy, claro que me viste! El doctor Goodman y yo somos viejos amigos. Está practicando para una media maratón. Solo pasé con algunos bocadillos horneados porque estaba en la zona visitando a un amigo. Por supuesto. Un amigo. Un amigo. ¿Por qué no había pensado en eso? Porque las únicas mujeres con las que hablas que no son parientes tuyas terminan en tu cama. No reconocerías la amistad con el sexo opuesto aun si te diese un puñetazo.

Clementine pareció apaciguarse con eso, sonriéndole con su sonrisa parcialmente desdentada a Madison como si hubiera colgado las estrellas y la luna para ella. Sin embargo, a Julian no le impresionó esta mierda. Miró entre Mad y yo, arqueando una ceja. Estaba a punto de decir algo que no quería oír al cien por ciento, su boca abriéndose, cuando un golpe fuerte nos sacó a todos del drama. Mi mirada se dirigió a la cabecera de la mesa. Papá.

E

nganché el brazo derecho de papá, apoyándolo en mi hombro. Julian tomó su lado izquierdo. Zigzagueamos a través de la sala de estar de manera desigual, la diferencia de altura entre Jul y yo haciendo que papá se balancee inconscientemente entre nosotros como un trapo ondeando en un tendedero. —Llevémoslo a mi habitación —gruñó Julian, sus rodillas doblándose bajo el peso de mi padre. Lo arrastramos por el pasillo, mamá y Katie pisándonos los talones. Escuché a Amber abriendo una botella de licor y a Madison pidiéndole con entusiasmo a Clementine que le muestre su colección de libros. El pasillo era interminable, extendiéndose por kilómetros, pero aparté los pensamientos de papá muriendo en mis brazos esta noche. Los cuadros de las paredes se volvieron borrosos. Cuando llegamos a la habitación de Julian y Amber, pusimos a papá encima de la cama. Marqué el número de Grant. Qué se joda su cita con Layla. Me paseé de un lado a otro mientras Katie intentaba verter un poco de agua entre los secos labios incoloros de papá. Recuperó la conciencia, pero eso no significaba ni mierda después de haber chocado su cabeza en su plato y desmayarse en la mesa hace unos minutos. Como si se acabara de recordarlo, mamá se apresuró a regresar a la sala de estar para buscar la bolsa de medicinas que le había traído a papá (porque llevar una bolsa de medicinas a todas partes era una cosa normal ahora). Era un gran paquete negro que tenía todo tipo de máscaras de oxígeno y una variedad de frascos de pastillas de color naranja. —Contesta, contesta, contesta —murmuré, mi teléfono pegado a mi oído, caminando de un lado a otro en una habitación en la que nunca había querido estar. Grant respondió al segundo timbre. Repetí los eventos en un tono tajante. —Pon a Ronan al teléfono, por favor —dijo Grant, jodidamente tranquilo. Mi yo de cuatro años quiso echarle arena a los ojos. ¿Por qué estás tan tranquilo? Mi papá se está muriendo.

Mamá me entregó la bolsa de medicinas. La abrí. Katie apoyó la espalda de papá contra la cabecera, un velo fino de sudor recubriendo su frente. Me apresuré a ayudarla, sujetando mi teléfono entre la oreja y el hombro. —Solo dime qué hacer. —Chase, no puedo. —Soy tu mejor amigo —siseé con los dientes apretados, reconociendo lo infantil que sonaba. —Podrías ser el Papa por lo que a mí respecta. Tienes que poner a tu papá al teléfono. Es la única persona con la que puedo hablar sobre sus medicamentos, a menos que obtenga su permiso verbal. Ambos sabíamos que papá no me daría permiso para hablar sobre su salud mientras aún estuviera en condiciones de tomar sus propias decisiones. Era obstinadamente orgulloso. Le entregué a papá mi teléfono, a regañadientes. Sus dedos se curvaron alrededor del dispositivo temblorosamente. Empezó a revisar la bolsa de medicina en su regazo mientras murmuraba al teléfono. Ranitidina, morfina de liberación lenta, diclofenaco, metilprednisolona. Medicina de cuidados paliativos, diseñada para hacerlo sentirse cómodo, no mejor. Katie corrió hacia el baño en la habitación, y la escuché vomitar. Era demasiado para ella. La realidad de perderlo. Papá tomó algunas pastillas, bebió más agua y respondió a varias preguntas que le había hecho Grant. No pensé que fuera un procedimiento estándar que un médico fuera de servicio se sentara y escuchara la respiración lenta de su paciente durante veinte minutos, pero lo hizo. Papá puso a Grant en altavoz, y Katie regresó a la habitación. —Oiga, señor Black, ¿recuerda cuando Chase y yo vimos The Shining mientras teníamos una pijamada y me oriné en los pantalones y usted me ayudó a limpiarlo? Apuesto a que nunca pensó que las cosas acabarían de esta manera, ¿eh? —Grant se rio. Papá también lo hizo. Agradecí al universo silenciosamente por regalarme un mejor amigo médico y no un corredor idiota de Wall Street de la variedad con la que había ido a la escuela. —¿Cómo podría olvidarlo? —preguntó riendo entre dientes—. Has recorrido un largo camino. —Bueno, han pasado algunos años. —Escuché a Grant sonreír.

Papá colgó y me devolvió el teléfono, su voz severa de padre dándome como un latigazo. —Grant va a pasar por mi casa en un rato para asegurarse que mi cabeza esté bien. Es un amigo bueno. Asegúrate de no perderlo a él, ni a Madison. Me agradan. —¿En serio? —Arqueé una ceja—. Acabas de desmayarte, ¿y de eso es de lo que quieres hablar? ¿Mi amigo y mi novia? —Prometida —corrigió Julian con una sonrisa pálida. Cierto. Tendría que tatuar esto en mi muñeca para no olvidarlo. Julian era un jugador de ajedrez hábil. Pero también era un jugador predecible, y su método favorito era capturar los peones antes de ir a matar. En este caso, Madison era el peón, pero me condenaría si la veía derribada por Julian como una ocurrencia tardía. —Y sí, rodearse de gente buena es la clave de la felicidad. Lo supe por las malas. Ahora bien, no sé de qué estaba hablando Clemmy ahí fuera… —Papá señaló la puerta—… pero no puedes perder a esta mujer. Es demasiado buena para dejarla ir. —¿Qué te hace decir eso? —Pasé una mano por mi mandíbula. No estaba en desacuerdo con él. Pero me costaba creer que apreciáramos las mismas cosas en Mad. Hablando con franqueza, su culo estupendo, su boca follable, sus observaciones inteligentes y sus tendencias excéntricas. —Es inteligente, atrevida, cariñosa y agradable a la vista. Bueno, puede que viéramos exactamente las mismas cosas. Simplemente sonaban mucho menos obscenas viniendo de él. —Respeta a tu familia. Trabaja duro por lo que quiere. Siempre tiene una sonrisa en su rostro, aunque estoy seguro que no siempre lo ha tenido fácil — continuó. —Padre. —Julian se sentó en el borde de la cama, tomando la mano pálida de papá en la suya. A veces olvidaba que Julian no era mi hermano. Se sentía como mi hermano. Al menos, hasta que papá anunció que yo era su sucesor. A partir de ese momento, Julian se apresuró a señalar que solo era un “simple” primo. De hecho, en estos días lo llamaba tío Ronan el noventa por ciento de las veces, a pesar de que sabía que eso destrozaba a mi padre. Julian palmeó la mano de papá con torpeza, como si estuviera hecha de baba. No podría ni fingir un sentimiento genuino aun si tuviera un manual de Cómo Ser Humano Para Tontos justo frente a él.

—Creo que tal vez es hora de que te cuides. Pasa más tiempo en casa con Lori. —Por supuesto, ahora mamá era Lori. Todas las noches de insomnio que había pasado abrazándolo con fuerza cuando él había tenido pesadillas después de la muerte de sus padres. Todas las fiestas de cumpleaños que le había organizado. Todas las lágrimas que había llorado cuando él se lastimó—. Tal vez sea el momento de… retirarte —terminó Julian, arrugando la frente con falsa preocupación. —¿Retirarme? —Mi padre probó por primera vez la palabra en su lengua. En cincuenta y cinco años no había faltado ni un día al trabajo. Dudaba que alguna vez eso pasara por su mente. Trabajar lo hacía feliz. No se conocía fuera del contexto laboral—. ¿Quieres que me retire? —Nadie quiere que te retires —siseé, inmovilizando a Julian con una mirada asesina—. Debes haber escuchado mal. Eso es lo que pasa cuando la gente habla con la boca llena de mierda. —¡Chase! —jadeó mamá. —Apenas está luchando. —Julian enderezó la espalda, sobresaliendo la barbilla—. ¿Y si hay un corte de energía en el edificio y está en el ascensor? ¿Y si se cae? ¿Y si necesita sus medicamentos y no hay nadie que se los dé? Muchas cosas pueden salir mal. Cierto. Por ejemplo, puedo empujarte accidentalmente por la ventana. —Julian, cállate —espeté. —Pronto los accionistas harán preguntas. Es una empresa de dos coma tres mil millones de dólares, y está siendo dirigida por alguien que no se encuentra bien. Lo siento, solo digo lo que nadie más es lo suficientemente valiente de decir. —Julian levantó las manos en señal de rendición—. Es éticamente incorrecto ocultar este tipo de afección médica a la junta. Y si… —¡Jul, cállate! —gruñó Katie, rompiendo a llorar. No era normal que mi hermana llore. No era normal que mi hermana sea confrontativa. Por otra parte, papá había enfermado y, de repente, esta familia se había convertido en el Señor de las Moscas. Y Julian, el tipo clásico con un mando intermedio, bueno en nada más que poseer una cantidad asombrosa de confianza, era el hombre que había decidido reemplazarlo, sin importar que el papel me había sido prometido. Katie me clavó con una mirada—. Llevaré a mamá y papá a casa. —Yo los llevo. —Tomé la bolsa de medicinas de papá, cargándola al hombro.

—No, pueden quedarse aquí. Solo… —Julian puso su mano sobre el brazo de papá. Ambos callándolo con una mirada furiosa. —Me ocuparé de esto —le aseguré a mi hermanita. —Vamos, Chase. Viniste en tren. Tengo mi auto y, de todos modos, quería quedarme con ellos. Está cerca del punto de partida de la media maratón. Asentí, dividido entre unirme a ellos y llevar a Madison a casa. Pero sabía que papá no quería un gran despliegue, solo lo haría sentir más vulnerable si todos lo acompañáramos de regreso a casa, y además, quería terminar las cosas con Mad. Probablemente era la última vez que nos íbamos a ver. Es demasiado buena para dejarla ir, había dicho mi padre. Lástima que no podía quedarme con ella.

Pasé el viaje de regreso al apartamento de Madison contando en mi cabeza las razones por las que no debería estar con Ethan Goodman. Me detuve en la razón número treinta cuando me di cuenta que había al menos un centenar más en la línea y que, de todos modos, era demasiado orgulloso para decirle una mierda al respecto. Madison alternó entre mirarme con preocupación y mordisquear su labio inferior. Hacía un calor repugnante y en el metro estaba abarrotado. Todos los hijos de puta adentro estaban sudando, sosteniendo una bolsa de comida grasienta para llevar, o ambas cosas. Un bebé lloriqueaba. Una pareja de adolescentes se besaba en el asiento frente a nosotros, parcialmente enmascarada por las espaldas de dos hombres de traje que estaban de pie y leyendo en sus teléfonos. Quería salir, llevarme a Madison conmigo, tomar un taxi (un Uber Copter si podía) y volver a mi apartamento en Park Avenue, donde pondría a Elliott Smith a todo volumen y me enterraría en mi ex novia. Lo cual, no tenía sentido negar en esta etapa, era lo que era para mí. Cuando finalmente bajamos del tren y la acompañé a su apartamento, me di cuenta que probablemente era la última vez que iba a visitar su calle. La despedida flotaba en el aire, gorda, amenazadora y jodidamente injusta. Pero ¿qué podía hacer? Ella quería casarse. Estaba obsesionada con las bodas (diseñaba vestidos de novia

para ganarse la vida, tenía flores por todas partes) y yo pensaba que el matrimonio era la idea más estúpida que la humanidad había tenido. Nunca había visto una idea tan popular siendo utilizada una y otra vez a pesar de tener resultados tan pobres. Cincuenta por ciento de la tasa promedio eran divorcios, ¿alguien ve un patrón allí? No, el matrimonio no era para mí. Y aun así… Las caminatas matutinas con la cachonda de Daisy. Nuestro arreglo. Nuestras bromas. Nuestras notas. Había llegado a no odiar todo eso plenamente. Lo que era más de lo que podía decir sobre mis interacciones con la mayoría de las personas. —¿Estás bien? —Mad finalmente hizo una mueca cuando nos detuvimos en la escalera de su edificio de apartamentos. Todo el viaje había sido en silencio. Por supuesto que estaba jodidamente bien. Todo estaba bien. Lo único que me molestaba (remotamente) era la idea de Ethan subiendo mañana las escaleras después de su media maratón. Cómo iba a follársela. Enterrarse en su dulce cuerpo cálido, que siempre olía a flores y productos recién horneados, y maldita sea. Empecé a imaginarla haciendo todas las cosas que había hecho conmigo. La vena de mi frente estaba lista para estallar. Mad me sorprendió al tomar mi mano, apretándola en sus dos palmas pequeñas. —Quiero decirte que las cosas mejoran, pero en realidad no es así. Lo único bueno de esta situación es que experimentar la muerte de alguien cercano aumenta tus sentidos. —¿Aumenta mis sentidos? —pregunté con sarcasmo, sintiendo que se me dilatan las fosas nasales. Una vez me había comido un hortelano mientras me cubría la cabeza con una servilleta para aumentar mis sentidos. Mis sentidos eran más altos que el Empire State Building. No necesitaba aumentarlos. Madison pasó su pulgar por mi palma, haciendo que un escalofrío recorra mi espalda. —La muerte ya no es una idea oscura. Es real y está esperando, así que aferras a la vida por las bolas. Cuando atraviesas el horror de ver morir a alguien que amas y aun así logras despertar al día siguiente para atarte los cordones de tus

zapatos, meterte un desayuno de mal gusto en la garganta, respirar, te das cuenta que la supervivencia triunfa sobre la tragedia. Siempre. Es un instinto primordial. Observé nuestros dedos entrelazados con curiosidad, dándome cuenta que no nos habíamos tomado de la mano mientras estuvimos juntos. Madison lo había intentado. Una vez, un par de semanas después de enrollarnos. Me desenredé rápidamente en la primera oportunidad que tuve. No lo había intentado desde entonces. Sus dedos eran delgados y bronceados. Los míos largos y blancos, y cómicamente grandes contra los de ella. Yin y yang. —¿Cómo te concentraste en otra cosa que no sea la muerte de tu madre? — pregunté con brusquedad. Me sonrió, sus ojos resplandeciendo con lágrimas gruesas. —No lo hice. Lo fingí hasta que lo logré. Agaché mi cabeza, pegando mi frente a la de ella, inspirando su aroma. Cerré los ojos. Ambos sabíamos que no había ni una pizca de romance en ese momento. Era un momento puro en el que este planeta está loco y la condición humana es una basura. Era un momento de fin del mundo, y no había ningún otro lugar en el que preferiría estar. Nuestros cabellos se tocaron, y sentí la piel de gallina en ambos brazos dondequiera que nos tocáramos. No quería dejarla ir, pero sabía con cada fibra de mi cuerpo que debía hacerlo. Por ella. Por mí. No podía precisar, exactamente, cuándo se convirtió en un abrazo, pero antes de que supiera lo que estaba pasando, ella se estaba inclinando hacia mí, y yo me inclinaba hacia ella, y estábamos balanceándonos en el lugar como dos borrachos en un mar de luces de verano. Alzó la vista, y su sonrisa fue tan triste que quise borrarla con un beso de su rostro. —Eres valiente —susurró—. Sé que lo eres. ¿Sabía que lo era? No sabía por qué, pero eso me enfadó. —Solo quería… —comencé, las palabras muriendo dentro de mi garganta.

¿Follarte una última vez? ¿Saber si en realidad estás teniendo sexo con ese idiota? ¿Quemar un consultorio pediátrico? Al final, no dije nada. Solo me pregunté, ¿por qué no podía ser como yo? ¿Como Layla? ¿Por qué no podía querer la puta diversión, algo casual y para nada complicado? —Adiós, Chase. —Apretó mi mano por última vez. Olvidó devolverme el anillo de compromiso. No se lo pedí, porque (a) no me importaba el maldito anillo, y (b) sabía que tendría que contactarme otra vez para devolverlo. A pesar de todos sus defectos, Madison era lo más alejado a una cazafortuna que hubiera conocido. Me incliné y besé su sien, dejando que mis labios se ciernan allí. Dio un paso atrás y entró. La vi desaparecer detrás de la puerta de su edificio. Ella siguió mirando hacia atrás. Seguí pensando que daría una vuelta en U, como en las estúpidas películas que siempre había intentado convencerme de que vea. Saldría corriendo y saltaría a mis brazos. Nos besaríamos. Llovería (aunque fuera verano). La levantaría en el aire, y ella envolvería sus piernas alrededor de mi cintura, y subiríamos las escaleras y haríamos el amor, todo desvaneciéndose en negro. Pero después de unos segundos mirándome a través de la ventana de cristal de su puerta de entrada, sacudió la cabeza y tomó el segundo tramo de escaleras. Me giré y volví a casa a trompicones, presionando mi mano contra mi rostro, intentando respirar su olor del momento en que frotó mis dedos contra su clavícula en el ascensor. Pero su olor se había ido.

1 de septiembre de 2002 Querida Maddie, Dato curioso: la flor de diente de león se abre por la mañana para recibir el sol y se cierra por la noche para acostarse. Es la única flor que “envejece”. Cuando eras más joven, te llevaba todos los días al parque. ¿Recuerdas, Maddie? Solíamos mirar los dientes de león y tratar de determinar cuáles se volverían primero blancos y frágiles. Cuando finalmente lo hacíamos, los recogeríamos y los haríamos volar. Bailarían en el viento como copos de nieve, y tú los perseguirías y reirías. Te dije que estaba bien recoger los dientes de león y soplarlos, porque así esparcíamos sus semillas. ¡Cada diente de león que murió fue responsable del nacimiento de una docena como ese! Hay una retorcida belleza irregular con el final de la vida. Es un recordatorio agridulce de lo que sucedió. Aprovecha el momento. Cada momento. Hasta que nos encontremos de nuevo. Con amor, Besos, mamá.

Habían pasado tres días sin Chase. Tres días sin notas.

Tres días en los que Chase entró, tomó a Daisy, salió y estuvo fuera de mi camino, tal como le había rogado que sea desde que había regresado a mi vida. Tres días en los que Ethan y yo estuvimos demasiado ocupados: yo terminando algunos bocetos que debían entregarse para el fin de semana, él con sus rituales post (¡media!) maratón. Nuestra cita oficial de consumación terminó pospuesta, ya que Ethan necesitó sentarse en un baño lleno de hielo y escribir una publicación de cinco mil palabras en su blog sobre los méritos médicos de los baños de hielo (que me envió; y leí por encima). Intenté convencerme que era algo bueno que no intentáramos tener sexo el día que le dolían los músculos y aún estaba reflexionando sobre cada minuto de esa noche con Chase. El abrazo en la puerta me molestó especialmente. Intenté asegurarme que nadie pensaba nada raro en dos adultos abrazándose fuera de una clínica pediátrica. Sonaba completamente platónico, pero el hecho de que Chase pareció estar a punto de mutilar a alguien con un cuchillo de mantequilla en la mesa, combinado con los instintos increíblemente agudos de Julian, significaba que aún estaba preocupada de que nos descubrieran. Si eso podía hacer que Ronan se desmaye, solo Dios sabía lo que podría pasar si descubría la verdad. Ethan y yo hicimos planes para salir el martes. Ethan sugirió en llevar comida china y yo llevaría “el buen humor”. Intenté reunir cada gramo de emoción por nuestros planes nocturnos mientras estaba en el trabajo. Encontré una lista de reproducción de canciones románticas en iTunes, me puse mis AirPods y balanceé mi cabeza con algo de Peter Gabriel y Snow Patrol. Planeaba poner música suave en mi viejo tocadiscos, tal vez esparcir algunas flores por la casa. Estaba trabajando en mi tablero de dibujo, esbozando un vestido sencillo para nuestra colección de otoño de la Madre de la Novia (odiaba trabajar en esto colección; era un recordatorio doloroso de que no tenía madre), cuando sentí un golpecito en mi hombro. Me giré, completamente preparada para ver a un repartidor de DoorDash sosteniendo una bolsa de papel con mi almuerzo. O tal vez a Nina frunciéndome el ceño y diciéndome que baje la música en mis AirPods. Pero casi me caigo del taburete cuando vi a Katie Black parada frente a mí, saludándome con una sonrisa a modo de disculpa. —¡Hola! —dije demasiado alto, tambaleándome sobre mis pies. Nerviosismo no empezaba a cubrir lo que estaba sintiendo. Técnicamente, podía ver por qué estaría aquí. Pensaba que pronto seríamos cuñadas. De hecho, sabía que mis colegas harían muchas preguntas si nos veían juntas. En concreto, Nina, quien ya estaba

mirando por encima del hombro, intentando averiguar qué estaba haciendo la jodida Katie Black hablando conmigo. Me las había arreglado para mantener mi relación de seis meses con Chase en completo secreto mientras estuvimos saliendo. Sabía que la gente se daría un gran festín si descubría que me estaba acostando con el multimillonario del último piso. El dueño de los grandes almacenes que mantenían vivo nuestro negocio. La ironía de ser sorprendida saliendo con un hombre con el que en realidad no había salido seis meses después de que rompimos no se me escapaba. —Hola. Oye. Hello. —Katie saludó nuevamente, su rubor tornándose más profundo—. Espero no interrumpir nada. Pensé… bueno, normalmente tomo mi almuerzo en la oficina, pero una de mis reuniones fue cancelada, y pensé que sería una buena idea si tú y yo quizás pasáramos algún tiempo juntas. Ya sabes, solo para… —se calló, mirando al techo y riendo para sí, mortificada. —¡Sí! —respondí demasiado alegremente, ansiosa por sacarla del estudio, rápido. Palmeé mi silla en busca de mi chaqueta antes de recordar que hacía mil grados afuera y esta mañana no había traído una. La arrastré hasta los ascensores. La empujé físicamente en esa dirección—. Qué buena idea. Estoy hambrienta. ¿Dónde quieres comer? —¿La Table? —Me miró con una mezcla de sorpresa y preocupación, alzando su bolso Balmain sobre su hombro. La Table era un restaurante francés cuyo precio era de trescientos dólares por plato que se ubicaba justo debajo de nuestro edificio. Solo trabajaban con reservas (a menos que tu apellido fuera Black o Murdoch), lo que significaba que no corría el riesgo de toparme con ninguno de mis colegas. También significaba que iba a desembolsar dinero suficiente para pagar el alquiler de toda una semana por culpa de la estúpida mentira de Chase, pero al igual que con el veterinario de Daisy, estaba completamente preparada para enviarle la factura por esto. El ascensor se abrió y apareció Sven. Me miró interrogante. —Hola. Sin preguntas, por favor. Adiós. —Prácticamente empujé a Katie al interior mientras él salía. Katie abrió la boca para preguntarme qué estaba pasando, pero me adelanté—. Entonces, ¿cómo estuvo el maratón? —pregunté alegremente. —Media maratón —corrigió (Ethan y ella se llevarían bien; sonreí por dentro)—. Y de hecho fue bastante bueno. Me divertí, y recaudamos mucho dinero para obras de caridad. Estoy segura que Chase te dijo que donó trescientos mil dólares para patrocinarme.

Casi me atraganto con mi saliva. ¿Había hecho eso? No tenía ni idea. Siempre pensé que Chase sería el tipo de persona que apoyaría la causa de la quema de selvas tropicales y el uso de pieles. Parecía tan exasperantemente desalmado. Incluso cuando habíamos estado juntos, hubo un caparazón de algo oscuro, hecho de acero y, la misantropía no podría atravesarlo. Asentí obedientemente, aún desempeñando mi papel de prometida. —Por supuesto. Sí. Totalmente. Maddie, una afirmación es suficiente. Salimos del ascensor. Le pregunté cómo le estaba yendo a Ronan (no muy bien), luego la felicité por completar la media maratón. Me dijo que estaba planeando correr un maratón completo el próximo año. Después preguntó por qué no estaba llevando mi anillo de compromiso. — Realmente preferiría no hacer un gran alboroto sobre el compromiso. — Sentó cómo me sonrojaba. Quiero decir, eso, y el hecho de que en realidad no estaba comprometida con su hermano. Elige tu opción. Las alarmas de pánico resonaron a través de mi cuerpo. Me sentía tan completa e increíblemente como una mierda al mentirle. —¿Por qué? Técnicamente, no es tu jefe. Lo sabes, ¿verdad? —Lo sé, lo sé. —No me preocupaba que Chase pudiera despedirme o degradarme. Me preocupaba que detonase mi corazón en pedazos minúsculos—. Sigo pensando que podría afectar a las personas negativamente, ¿sabes? Solo porque es la compañía hermana y no trabaje directamente con Chase no significa que huela a legítimo. —Hmm —respondió Katie. Era un buen momento para cambiar de tema antes de que mi cabeza explotara por el exceso de rubor. —En serio me gusta tu vestido —chillé. Era un número marrón hasta la rodilla. Severo pero de hecho elegante. Katie soltó una risa sorprendida. —Me visto horriblemente. Quiero mezclarme con todo. —¿Por qué? —pregunté. Obviamente, tenía el problema exactamente opuesto. —Porque no me gusta que me vean. Es parte de mi problema de ansiedad. No tengo la misma confianza con la que Julian y Chase parecen haber nacido. Siempre

pienso que lo primero que la gente ve cuando me conoce es que vengo de una familia con dinero y mi papá me dio un trabajo increíble porque tenía que hacerlo. —No te había dejado si no sirvieras. Sé eso sobre Ronan. —Negué con la cabeza a medida que salíamos del edificio—. Y la confianza es como una casa. La construyes ladrillo a ladrillo. Cada ladrillo puede parecer insignificante, pero cuando das un paso atrás después de un tiempo, te das cuenta que has progresado mucho. — Mamá me dijo eso—. El primer paso es vestirte con confianza. —Alguna vez deberíamos ir de compras juntas. Puedes ayudarme —sugirió Katie, mordiéndose el labio cuando entramos al restaurante. Estaba a punto de responder cuando el maître nos saludó, ubicándonos en una mesa privilegiada junto a la ventana. Confundiendo mi silencio con rechazo, Katie bajó los ojos a su menú, sus dedos temblorosos revoloteando sobre su cuello. —Eso me encantaría, Katie —dije—. Aunque no estoy segura que tu hermano lo apruebe. Siempre se burla de mí por mi ropa. —Esa solo es su versión de tirar de tus coletas. —Se rio, tomando un sorbo de agua—. Debes saber lo mucho que te adora. Piensa que eres absolutamente hermosa. ¿Lo hace? No era descabellado pensar que Chase me encontraba atractiva, había salido conmigo por un tiempo, pero rara vez comentó sobre mi apariencia, a menos que fuera para señalar lo horrible que era mi sentido de la moda. —A veces pienso que le gustaría que me vea mejor —reflexioné sobre mi falsa relación con mi falso prometido a mi falsa casi cuñada. No tenía idea de qué me hizo decir eso. No era como si importase. Katie resopló, levantando la vista de su menú. —No lo creo, en absoluto. —¿Ah, no? Alguien como Amber parece más apropiada. Estaba, no tan subconscientemente, incitando a Katie para obtener más información, pero sabía que no era constructivo. El camarero vino a tomar nuestro pedido. Dejé que Katie ordene por las dos, principalmente porque no podía pronunciar la mayoría de las cosas en el menú, pero también porque estaba demasiado nerviosa para echarle un buen vistazo en primer lugar. Una vez que el camarero se fue, Katie abrió la servilleta y la extendió sobre su regazo. —Bueno, todos sabemos cómo fue eso. —¿Cómo fue qué? —presioné.

Detente, Maddie, detente. —Chase y Amber. ¿Hubo un Chase y Amber? ¿Y todos sabemos cómo fue? ¿En serio? Asentí, sintiendo mi pulso golpear desagradablemente el costado de mi cuello, confirmando que sabía todo sobre Chase y Amber. El pánico subiendo por mi garganta. —Sí, no se llevan bien —chillé finalmente. Un flashback de los Hamptons pasó por mi cabeza. De Amber visitando nuestra habitación mientras yo estaba en la ducha. Voces silenciosas, seguidas de un silencio intenso. Compartían un secreto. Estaba segura de ello. —Eso es un eufemismo. —Katie resopló, después dio un sorbo a su San Pellegrino—. A veces me sorprende que mamá y papá la hayan aceptado en la familia después de lo que le hizo. Por otra parte, en realidad no tenían muchas opciones, ¿verdad? —No —coincidí, sintiendo que mi cuerpo estaba cobrando vida con demasiadas emociones para identificar exactamente qué era lo que sentía en ese preciso momento. ¿Ansiedad? ¿Emoción? ¿Enojo?—. Estoy de acuerdo. Eso… eso no fue amable por parte de Amber. ¿Qué diablos le hizo? —De todos modos, estoy tan feliz de que te haya encontrado. Voy a ser honesta: no pensé que alguna vez se recuperaría de esto. No después de lo que pasó. Nunca tuvo una novia seria después de Amber y antes que tú. ¿Chase y Amber estuvieron saliendo? Pero, ¿cómo es posible? Está con su hermano. —Esa soy yo. —Choqué mi caro vaso de agua con gas contra el de ella con una sonrisa—. Llena de sorpresas. Y mentiras. Y culpa. Y probablemente con síndrome del intestino irritable, gracias a toda la agresión acumulada y el remordimiento contenido en mi cuerpo. Estaba a punto de intentar profundizar en #Chamber (el apodo que había inventado sobre la marcha para Chase y Amber), cuando Katie se puso de pie de un salto, agitando su mano con entusiasmo. Giré mi cabeza hacia atrás para ver a quién estaba mirando. Chase.

Dirigiéndose justo hacia nosotras. Con una sonrisa arrogante pegada en su rostro de te-reto-a-decir-algo. Se veía tan despiadadamente deslumbrante que me permití dos segundos para apreciar esa personalidad de Chris Hemsworth en él con uno de sus característicos trajes negros (alto, ancho y más grande que la vida) antes de regresar a mi programa habitual de estar furiosa con él. ¿Qué diablos estaba haciendo aquí? —¡Me alegra tanto que pudieras venir! Dios, mira su cara. Está sorprendida. —Katie se rio, confundiendo mi conmoción con deleite—. Acabamos de ordenar. ¿Tienes hambre? —No, almorcé con un accionista —dijo Chase casualmente, inclinándose hacia donde estaba sentada, agarrándome por el cuello (¡agarrándome por el cuello!) y plantando un firme beso duro (!@#^%$!) en mi boca. Sus labios estaban sobre los míos. Cálidos, duros y llenos de convicción. Era un beso que decía: Esto está pasando, no: gracias por todo lo que hiciste. Ten una buena vida. Era una continuación de algo que habíamos comenzado cuando lo encontré sentado en mi escalera. Era una destrucción envuelta en un momento que me curvó los dedos de los pies y quise borrar de mi memoria. Esto. Era. La. Perfección. Se echó hacia atrás, sonriéndome diabólicamente a medida que tomaba el asiento junto al mío, enderezando su camisa de vestir y ajustando sus pantalones como lo hacían los hombres ricos que sabían vestirse. Lo fulminé, aún sintiendo ese beso con los labios cerrados en todas partes. Mi boca. Mis mejillas. Mi pecho. Ese lugar debajo de mi ombligo que sabía cómo hacer palpitar. —¿Qué tal la reunión? —preguntó Katie alegremente. Chase lanzó una perorata sobre algo que Julian no había podido hacer y que él había tenido que limpiar en su nombre. Aproveché para sacar mi teléfono de mi bolso y escribirle un mensaje rápido. Sí, se suponía que debía borrar su número justo después de la cena del viernes, pero supongo que lo había olvidado. No era como si Chase fuera el centro de mi universo ni nada así. Maddie: ¡¿¡¿Acabas. De. Besarme?!?! Sabía que mi mensaje quedaría sin respuesta, así que puse mi teléfono en mi regazo y probé mi entrante, una sopa de cebolla con queso extra. Chase tomó un respiro de la historia de su reunión de negocios, y fue el turno de Katie de contarle cómo alguien del departamento de marketing había metido la pata tanto que tuvieron

que desechar todo el catálogo de otoño y empezar de cero. Los ojos de Chase se desviaron hacia abajo, una sonrisa pequeña tirando de sus labios mientras sus dedos comenzaban a volar por la pantalla de su teléfono. Katie terminó su historia. Chase la contrarrestó con una historia sobre cómo Julian y Ronan una vez habían terminado con una intoxicación alimentaria en medio de un evento y habían terminado vomitando directamente en el regazo de un inversor. Aún no había recibido ningún mensaje de él. Miré mi teléfono cada pocos minutos, confundida. —Maddie. ¿tienes alguna historia vergonzosa? —preguntó Katie. Mi cabeza se levantó de golpe. Sentí que me habían regañado por no estar presente en el momento. Aclaré mi garganta, intentando recuperarme. —Seguro, claro. —Miré a su hermano de reojo. Mi sangre estaba hirviendo de rabia, pero Katie no lo sabía. Apoyó la barbilla en la mano, ignorando el plato principal que nos acababan de servir, ratatouille, esperando mi historia deliciosamente divertida. —¿Quieres una historia vergonzosa? Está bien. De acuerdo, hace un tiempo estuve saliendo con este chico… un verdadera idiota —agregué, dejando escapar una risa metálica. Katie la siguió, enviándole a Chase un guiño tan jugoso—. Tengo que decir que, desde el principio no fuimos exactamente una pareja hecha en el cielo, pero quería ver hacia dónde se dirigía. Además, tenía la impresión de que íbamos en serio. Me dio la llave de su apartamento, como en, cuestión de tres meses. —Quizás tenía sentido logístico para él —dijo Chase con indiferencia, tomando un sorbo de su bebida. Echó un vistazo a Katie con incertidumbre, como si él y ella supieran algo que yo no. Le lancé una sonrisa educada. —Lo siento, dulzura, ¿esta es tu historia o la mía? Su mandíbula se tensó. Sus ojos se nublaron con advertencia. No lo arruines, decían. Pero había dejado de hacer lo que era bueno para él… o para mí. Estaba desquiciada por la venganza. Con la amargura que hervía a fuego lento en mi cuerpo y se elevaba, derramándose de mi boca después de meses de lágrimas. Me volví hacia Katie.

—Entonces, estoy saliendo con este chico, y me da las llaves de su apartamento. Es su cumpleaños. Estoy pensando, voy a sorprenderlo de la manera más romántica y sexy… Katie se rio. —Espera, Chase, puede que quieras cubrirte los oídos para la siguiente parte. —No te preocupes. Conoce bien esta historia. —Lo atravesé con una mirada, lista para mi remate—. Sabía que iba a beber con sus amigos. Lo esperaba en su cama, usando nada más que el par de tacones Louboutins que me compró a principios de ese mes, una tanga roja y un sujetador de encaje negro, ya sabes, para hacer juego con los tacones, desparramada en su cama junto a un pastel de chocolate blanco que le hice… —Que hizo un desastre en toda su cama —interrumpió Chase, luego retrocedió rápidamente cuando Katie giró la cabeza para mirarlo—. Estoy suponiendo. ¿Quién pone un pastel en una puta cama? —Para abreviar la historia —espeté, atrayendo la atención de Katie de vuelta a mí—, resultó que después de todo no necesitaba mi compañía, porque entró tambaleándose al dormitorio con una mujer que no era yo. Ah, y tenía una mancha de lápiz labial en su camisa de vestir. Qué cliché, ¿verdad? —Sonreí con amargura, alcanzando el whisky de Chase (era el único que había pedido una bebida fuerte), engulléndolo de un trago, y estampándolo contra la mesa—. ¿Te parece vergonzoso? Por la expresión del rostro de Katie, el horror mezclado con la lástima y algo más que luché por leer, podía decir que esa no era el tipo de historia que había tenido en mente. Katie puso su mano sobre la mía, intentando recuperar el aliento. Me di cuenta, aunque un poco tarde, que mis ojos estaban brillando. Estaba conteniendo las lágrimas. Pero no tenía ningún sentido. Estaba absolutamente por encima de lo que me había hecho Chase. Lo estaba. —Siento mucho que te haya pasado esto, Maddie. Simplemente no hay excusa. —Ninguna —coincidí cortante, tragando con fuerza, una inhalación gruesa tras otra—. Ninguna en absoluto. —Esto es… desgarrador —dijo Katie en voz baja—. Así que, supongo que no te quedaste luego de eso. Resoplé.

—Estás suponiendo correctamente. Ya sabes lo que dicen: te engaña una vez, te engaña siempre. —Esa es la mierda más estúpida que he escuchado —intervino Chase, indicándole al camarero que vuelva a llenar su bebida con un movimiento de la mano—. Es como decir que, cualquiera que esté involucrado en un homicidio involuntario es un asesino en serie. —Engañar no es accidental —señalé—. Es simplemente egoísta. —Hay dos lados en cada historia —contratacó Chase, un rubor manchando sus pómulos cincelados—. Tal vez si te hubieras molestado en hablar con el tipo… —En ese momento parecía preocupado por otra persona. —Arranqué un trozo de pan y me lo metí en la boca. Aún no había respondido mi mensaje sobre el beso. Katie miró entre nosotros, su mandíbula rígida, su postura sorprendentemente tensa. Lo vi en su rostro. El segundo en que decidió dejar el tema y fingir que no habíamos entrado en una enorme mina de sentimientos y secretos. —Entonces… —se aclaró la garganta, mirando a nuestro alrededor—. Viendo que ahora has seguido adelante con Chase… ¿cuándo tienen pensando casarse? ¿Tienen una fecha? —Sin fechas. No —respondí arrastrando las palabras, aún sosteniendo la mirada más azul posible de Chase—. Estamos pensando en tomarnos mucho tiempo. Ya sabes, para la planificación y esas cosas. —¿Como, un año? —preguntó Katie. —Más como una década —gruñí entre dientes. Sabía que estaba dejando resbalar nuestra farsa y deseaba poder contenerme. En serio quería hacerme amiga de Katie. Llevarla de compras y pasar tiempo con ella, independientemente de cómo resultara mi compromiso falso con Chase. Solo me tomó por sorpresa la forma en que Chase había aparecido aquí, arruinándome esto, y luego me besara sin mi permiso, lo que me había dejado totalmente descolocada. Me masajeé las sienes y cerré los ojos, dejando escapar un gruñido. —Creo que me estoy enfermando. ¿Qué tal si te compenso a finales de esta semana, Katie? —Por supuesto. —Miró entre nosotros.

Cuando abrí los ojos, vi que Chase se estaba ocupando de la cuenta. Intenté pagar mi parte, deslizar mi tarjeta de crédito en su dirección, pero él simplemente puso su mano sobre la mía y me sonrió. —Nunca, cariño. —Qué caballero. —No tienes idea. —Eso… —me recliné, luchando contra el impulso de estrangularlo—… es cierto. Eso es lo que pasa cuando te compadeces del diablo, pensé con amargura. Te arrastra al infierno, y te quemas.

Las madres de novias de todo Estados Unidos iban a comprar vestidos de aspecto difuso con enojadas líneas afiladas ese otoño. Mis diseños no estaban a la altura de mi estilo limpio y romántico de siempre. Estaba tan furiosa después de la comida con Chase y Katie que rompí tres bosquejos mientras intentaba dibujar. Estaba sentada frente a una borrosa forma femenina, aún sin una sola costura de ropa, cuando mi teléfono sonó, avisándome que tenía un mensaje. Chase: Apuesto a que aún estás pensando en ese beso. Maddie: Bebí lejía tan pronto como volví a la oficina. Ayudó un poco. Maddie: ¿Qué diablos creías que estabas haciendo? Chase: Interpretando al prometido enamorado. Maddie: Terminamos de jugar. Teníamos un acuerdo, e hice mi parte. Maddie: Me tendiste una emboscada. Sabías que estaría allí. ¿Por qué lo hiciste? Chase: Decidí que nuestra historia de compromiso necesitaba más refuerzo, ya que fuiste y abrazaste públicamente al Chico Mallas. Chase: Extra largo.

Chase: Como las parejas en las películas. Maddie: ¡Dije que era un amigo! Chase: Aun así, sucedió. Chase: (sucedió, ¿no?) Maddie: Sí. La semana pasada horneé galletas extra y decidí llevarle algunas. Chase: ¿Qué tipo de persona se besuquea con su novio en una clínica pediátrica? Maddie: ¡SOLO. FUE. UN. ABRAZO! Me sentí como Ross gritándole a Rachel: “ESTÁBAMOS TOMÁNDONOS UN DESCANSO”. Maddie: Espera, ¿por qué me estoy defendiendo de ti? Chase: Porque soy tu prometido. Maddie: FALSO PROMETIDO. Chase: Diles eso a la sesión de fotos de compromiso que mi madre tiene programada para nosotros la semana que viene. En un momento te enviaré un correo electrónico con los detalles. —Gawwwd —Nina arrastró las palabras detrás de mí a todo pulmón—. Incluso escribes mensajes de manera ruidosa. ¿Te das cuenta que susurras todo lo que escribes? Eres tan básica. Dejé caer mi lápiz, antes de irrumpir en los ascensores. Me deslicé en uno que se cerraba, pateando mi pierna en su interior para abrir las puertas, luego presioné el botón que conducía al piso superior: la administración de Black & Co. Nunca antes había puesto un pie allí, y la perspectiva de irrumpir al infierno rugiente era menos que atractiva. Pero no podía soportarlo más. Era obvio que Chase estaba rompiendo todas las reglas de nuestro acuerdo. Estampé el pie en el suelo durante todo el viaje, imaginando todas las formas en que iba a matar a Chase cuando finalmente llegara a él. Cuchillo. Pistola. Incendio provocado. En realidad, las posibilidades eran infinitas. El ascensor se abrió con un tintineo. Salí a toda prisa, avanzando directamente por instinto a la oficina más grande de la pecera. —¡Señorita!

—¡Disculpe! —¿Tiene un pase? La recepcionista tartamudeando y la secretaria nerviosa me pisaron los talones, tropezando detrás de mí con sus tacones de altura considerable. Una manada somnolienta de hombres en traje observaba desde el margen de la oficina, sosteniendo montones de papeles y archivos. Golpeé la puerta de vidrio de la oficina de Chase para abrirla de un empujón. —¡Tú! El bastardo ni siquiera levantó la vista de los documentos que estaba leyendo. Simplemente pasó una página muy despacio, haciendo todo un espectáculo al fruncir el ceño ante lo que estaba leyendo. Lo tomé como una invitación para entrar. Las dos recepcionistas aparecieron detrás de mis hombros. —Lo siento mucho, señor Black; ella solo irrumpió… —… ¡ni siquiera vi su etiqueta con su nombre! Seguridad está en camino. —Está bien. —Las cortó de una manera que implicó que no estaba bien—. Salgan. Las dos compartieron una mirada confusa, luego inclinaron la cabeza al unísono y se apresuraron a salir de su oficina. Chase finalmente levantó la vista de sus documentos. Se veía sorprendentemente sereno para alguien a quien acababan de gritar en medio de su oficina. —Señorita Goldbloom, ¿en qué puedo ayudar? Cerré la puerta de vidrio detrás de mí, negándome a disfrutar de la riqueza exuberante de su ambiente de trabajo. El escritorio cromado, la enorme pantalla Apple, la ventana del piso al techo con vista a Manhattan y los muebles grises y blancos. —Yo… —empecé a decir, pero me detuvo, levantando la palma de su mano, después abrió un cajón de su escritorio y tomó un control remoto que usó para cerrar las persianas negras de su oficina automáticamente. Parpadeé. Ahora estábamos solos y completamente escondidos del mundo. Sus colegas no podrían ver nada y solo podía imaginar lo que estaban pensando. Sexo en la oficina. Señor, lo odiaba a él y a sus juegos. —¿Estabas diciendo? —Se sentó, la diversión brillando en sus ojos. Esa era una pregunta muy buena. ¿Qué estaba diciendo? Sacudí la cabeza.

—Te estás aprovechando de la bondad de mi corazón. Te dije que habíamos terminado después de esa cena. No tienes por qué besarme o aceptar sesiones de fotos conmigo. —Pasearé a Daisy todos los días. —¿Hasta cuándo? —resoplé. —Hasta que mi papá muera —respondió rotundamente. Intenté no dejar que el peso de su frase se hunda en mí, pero sentí que mis hombros de todos modos se desplomaron. —Chase —dije suavemente—. Ambos queremos que viva tanto como pueda. No es justo para los dos. —Al diablo con lo que queremos, en el mejor de los casos, tiene un par de meses —gruñó, apartando la mirada de mí—. Probablemente, menos. —Esto no es sostenible. —Mi voz fue tan baja que sonó más como un suspiro. —No necesitamos ser sostenibles. No somos unas malditas bolsas de plástico. —Preferiría envolverme una en la cabeza que jugar a las casitas contigo — murmuré, arrepintiéndome inmediatamente de mis palabras. Estaba dolido. Todo su ser sangraba este hecho. La forma en que hablaba de su padre, lo había visto desde el otro lado de la mesa durante la cena. Chase se levantó de su asiento, sonriéndome oscuramente. —Eres una mentirosa terrible. —No estoy mintiendo. —Cuando le contaste a Katie sobre nuestra ruptura, tenías lágrimas en los ojos. No me has superado. —Se inclinó hacia adelante sobre su escritorio, a solo un respiro de poner sus labios sobre los míos—. Aun así, contrariamente a tus predicciones, estarás debajo de mí. Sentí que mi labio inferior tembló y me crucé de brazos. Quería salir de aquí. Ni siquiera estaba del todo segura qué me había hecho venir en primer lugar a su oficina. Chase rodeó su escritorio, cada centímetro de él era el hombre de negocios frío que amaba odiar. —Madison. —Mi nombre sonó como una orden.

Levanté mi barbilla desafiante mientras se reclinaba contra su escritorio, con los tobillos cruzados y las manos metidas en los bolsillos. —Me gustaría reiniciar nuestra relación falsa —dijo. —Lástima que no sea una PC con Windows. —Si lo fueras, te formatearía por completo y te respaldaría con fecha anterior a hace siete meses —dijo, sorprendiéndome. Una ráfaga de su aroma se abrió camino en mi sistema. Pino, madera, hombre y riquezas que no se pueden comprar. Era el sol. Hermoso, cegador y capaz de quemarte viva. Y yo era una mera estrella en su constelación. Pequeña e insignificante, absolutamente indistinguible a simple vista. —Lo arruinaste todo mucho antes de que te descubriera con ella. Pero incluso mientras lo decía, supe que no era la verdad. Al menos, no del todo. Había sido una versión diluida de mí para apaciguarlo, una mártir por siempre. Y él un egocéntrico playboy ególatra que me había tratado descuidadamente y nunca se molestó en conocerme. Pero la cosa era que… la vieja Maddie lo había dejado tratarla de esa manera. Sin embargo, ahora era una persona que, no iba a permitirlo. En absoluto. Mis ojos pasaron de su mirada a su boca, decidida a no mostrarle lo que había detrás de mis pupilas. Me preguntaba por qué no podía mostrarme una fracción de la simpatía que yo le había mostrado y dejarme en paz. Me estaba destrozando su mera existencia. —Madison —gruñó. —Chase. Sus dedos recorrieron el costado de mi cuello, su mirada sosteniendo la mía, penetrando la pared delgada de determinación que había puesto entre nosotros. Quise morir. Morir porque Chase tocando mi cuello se sintió más enloquecedoramente sexual que ser besada plenamente y manoseada por Ethan. —No tiene mucho tiempo, y Julian descubrirá nuestra farsa en menos de una semana si ahora dejamos de vernos. —¿Qué estás sugiriendo? —Que, de momento, empecemos a vernos.

—No. —Mi estómago se sintió vacío, mi voz rebotando dentro de él. —¿Por qué? —Porque te odio. —Tu cuerpo me contó antes una historia diferente cuando me incliné para besarte. —Avanzó hacia mí como un depredador, sus movimientos elegantes y sutiles. Su mano se clavó en la carne tierna de mi cuello, y mi vientre se apretó deliciosamente, aprobando su toque. Tenía razón. Era todo oscuro y pecaminoso. Imposible no ceder. —Mi cuerpo es un mentiroso. —Las palabras se sintieron pesadas en mi lengua. —Tu boca lo es, y maldita sea, si no quiero follarla hasta sacarle la verdad. Aparté la mirada, observándolo en mi periferia acercándose cada vez más. Retrocedí tres pasos. Se comió la distancia entre nosotros de una zancada. Avancé hacia atrás. Él me siguió. Finalmente, mi espalda golpeó las persianas negras. Chase me encerró con sus brazos por encima de mi cabeza, con una mueca amenazadora en sus labios. Sin más barreras. Solo nosotros y esa tensión espesa, casi tangible, flotando en el aire como un humo dulce. —Si finges odiarme… —Su voz sonó de seda y terciopelo, su aliento caliente abanicando el costado de mi cuello—. Al menos hazlo como si lo sintieras. Su rodilla se interpuso entre mis muslos a medida que su boca descendía sobre la mía en cámara lenta. Su cuerpo se amoldó a mi cuerpo. Solo me quedé allí, con los ojos abiertos, observando con horror arremolinándose en mis entrañas mientras su boca se encontraba con la mía. Sin embargo, lo acerqué más, mis uñas hundiéndose en sus omóplatos. Sus labios se sintieron cálidos y suaves. Más suave de lo que recordaba. Se sintieron diferentes. Como si su alma estuviera tocando la mía a través de este breve roce de nuestros labios. Me sorprendió y asustó lo cargado que se sintió estar en sus brazos, beber del pozo de su aroma, calidez y toque. Sabía como un toque de whisky y chicle de menta, explorando, sondeando, esperando permiso para sumergirse con su lengua. Suspiré en nuestro beso, sintiendo mis músculos relajarse sin mi consentimiento. Era un charco de deseo cuando Chase puso sus manos en mis mejillas, enmarcándome con sus dedos fuertes. —Esta es una mala idea —me escuché susurrar, pero aun así no lo solté.

Gimió, la punta de su lengua tocando la mía. Una corriente nos atravesó a los dos, y nos estremecimos. —Ojalá fueras otra persona. —Sus labios hablaron contra los míos—. Sin alma, como yo. La puerta se abrió de golpe antes de tragarme sus palabras con un beso hambriento. —Ronan está esperando ese informe de crecimiento del tercer trimestre… — Julian se detuvo en el umbral, una carpeta en sus manos, sus ojos fijos en nosotros. La boca de Chase abandonó la mía rápidamente, y mi mirada se posó en el suelo. Estaba horrorizada, pero no estaba segura por qué. En lo que a Julian se refería, éramos una pareja comprometida jugando en la oficina de Chase. En todo caso, ser atrapados era beneficioso, entonces, ¿por qué me sentía como un fraude? Julian curvó los dedos sobre el pomo de la puerta, ladeando la cabeza. Su sonrisa no era la de alguien que hubiera atrapado a dos tortolitos teniendo un momento clandestino. Parecía que estuviera diseccionando un ratón con un bisturí. —Por favor, no se detengan por mí. Chase me atrajo bajo su brazo. Era la primera vez que me sentí protegida por él, y no sabía qué pensar. —Desafortunadamente, esto no es un espectáculo erótico, de ahí las persianas cerradas. Y la puta puerta. ¿Naciste en un autobús? Maldita sea, toca. Julian apoyó el hombro contra el marco de la puerta, ahora sonriendo completamente. —Hermano, ¿te estás sonrojando? ¿Hay algo que deba saber? —Sí. Si alguna vez tengo la oportunidad de orinar en tu bebida, ten la seguridad de que lo haré. Sin pensarlo dos veces. —Pareces muy… irritado. —Julian se frotó la barbilla, mirándonos—. Me atrevo a decir que, incluso incómodos juntos. —Ayer nos sentimos muy cómodos, cuando rompimos tu cama juntos, ¿verdad, nena? —Chase me dio un beso impersonal en la cabeza. Asentí rígidamente, en ese momento más preocupada por engañar a Julian que por reprender a Chase—. No te preocupes. Esta tarde enviaré un reemplazo. —Chase sacudió mi barbilla con dulzura. Era asquerosamente bueno interpretando al prometido obediente.

—Qué sea blanca. Estoy redecorando. —Seguí el juego. —No me jodan. No nací ayer. —Los ojos de Julian estaban fulgurando—. Están mintiendo. No están juntos, pero Chase ahora se está abriendo camino de regreso a tus buenas gracias, y como la niña ingenua que eres, te estás enamorando. Me tragué mi orgullo, y mi ira, manteniendo intacta mi sonrisa. Una parte de mí había reflexionado sobre lo mismo. Si Chase de repente había comenzado a besarme y a interesarse en mí solo porque necesitaba mantenerme cerca. Sabía muy bien que quería que tuviéramos citas falsas de verdad. Con todas las ventajas de una pareja, pero sin el compromiso y los sentimientos. —En realidad, no aprecio lo que estás insinuando —me escuché decir con mi burbujeante voz alegre y apaciguadora—. Chase y yo hemos estado juntos durante casi un año. Entiendo que, a la luz de lo que dijo Clementine, sospechas un poco, pero en este momento estás siendo grosero innecesariamente. —Oh, Maddie. —Julian suspiró melodramáticamente en el mismo tono que diría: Oh, pequeña idiota—. Ambos sabemos que ustedes dos no estuvieron juntos todo el tiempo. —¿Lo sabemos? —pregunté de manera vivaz, apostando por el sarcasmo. El cuerpo de Chase se estremeció con una risa desenfrenada a mi lado. —A menos que te haya engañado con al menos tres mujeres. Chase, aquí presente, no es muy bueno manteniendo sus asuntos privados… bueno, en privado. Y me gusta hacerle visitas sorpresas, solo para ver cómo está mi hermanito. —Le guiñó un ojo a Chase. Me sentí enferma físicamente, a pesar de que la información de Julian no me sorprendía. Sabía que Chase se había enrollado con mujeres después de que rompimos. Sven me lo había dicho rotundamente. Y, sin embargo, sentir su brazo sobre mí y saber que era verdad me hizo querer acurrucarme en una bola de miseria y autodesprecio. —Todo está perdonado y olvidado —dije alegremente, tragando la bilis en mi garganta. Odié tanto a Chase en ese instante que quise apuñalarlo con un lápiz de dibujo. Me sentí como Eliza Hamilton. Sonriendo al mundo para salvar las apariencias mientras su esposo maravillosamente devastador se responsabilizaba de sus amoríos. —¿En serio? —Julian arqueó una ceja cínica. —Las personas cometen errores todo el tiempo —dije entre dientes.

—Sí. Tu futuro esposo parece ser una prueba viviente de ello. Y supongo que, ¿ahora es fiel? —Más de lo que será tu esposa alguna vez. —Chase se encogió de hombros. —Mira lo que dices. —Julian levantó un dedo en advertencia. —He visto suficiente. —Chase se chupó los dientes y una sonrisa burlona apareció en su rostro—. Y corta las tonterías fraternales. Nuestra relación murió el día en que papá me anunció como el futuro director ejecutivo. Solo recuerda, Julian, en la guerra hay ganadores y perdedores. Hablando históricamente, los ganadores no tienen piedad de quienes intentaron destronarlos. Mis ojos se movieron de ida y vuelta entre los dos hombres. Estaba atrapada en el desencadenamiento de una calamidad familiar. Al final, me interpuse entre ellos, como una especie de árbitro. —Está bien, eso es suficiente. Chase, dale el crecimiento… trimestral… lo que sea. —Hice un gesto con impaciencia hacia la carpeta en su escritorio. Chase tomó el papeleo que había estado leyendo antes y se lo tendió a Julian—. Julian, por favor, danos un poco de privacidad y la próxima vez toca la puerta. Gracias. Cerré físicamente la puerta detrás de Julian para acelerar el proceso. Estar con ellos era agotador. Me volví hacia Chase. —Sobre lo que estábamos discutiendo. Continuaremos hasta que… Tu padre muera. No pude completar la oración. Ambos miramos hacia otro lado. Pensé en mamá. Específicamente, sobre una de sus cartas, donde dijo que había belleza en todo. Incluso en perder a alguien. Estaba tan enojada cuando la leí que tomé un encendedor y comencé a quemarla antes de acobardarme. Hasta el día de hoy, era la única carta en un estado menos que prístino. Tenía los bordes ennegrecidos, como un malvavisco. —Lo siento, Chase, pero no puedo hacer esto. Lo haría si pudiera, pero no quiero salir lastimada. Y esto… —indiqué entre nosotros—… ya me está matando, y ni siquiera es real. Sacudí la cabeza, escapando de su oficina antes de que tuviera la oportunidad de convencerme de lo contrario. De atraerme a su guarida del diablo, que estaba llena de preciosas cosas oscuras que quería explorar. Tropecé de regreso a los ascensores, mis pies moviéndose por su propia cuenta. Eché un vistazo a la oficina de Chase, ignorando las caras borrosas que me

observaban con curiosidad desde todos los rincones del lugar. Las persianas aún estaban cerradas. Cuando volví al estudio, me esperaba un correo electrónico de Nina. Se envió a mi Gmail, en vez de a mi correo electrónico empresarial, donde recursos humanos podía verlo en una de sus comprobaciones aleatorias. Maddie, Has recibido flores de una perdedora que te agradeció por enviarle un vestido de novia después de que leíste un artículo sobre cómo se hizo un vestido de novia con papel higiénico (¿QUÉ MIERDA?). Están junto a tu mesa de dibujo, junto a una foto de ella con tu vestido. El vestido se ve espantoso. También la novia. Deja de acumular flores en la oficina. De hecho, algunos sufrimos de alergias. —Nina Estuve tentada de escribirle algo. Algo cruel y ofensivo. Entonces, decidí que no quería que Sven supiera que había problemas entre la becaria bonita y yo. En su lugar, recogí mis cosas, regué mis flores, agarré la Polaroid de la novia a la que le había enviado el vestido y luego regresé a casa para lamerme las heridas.

H

abía dos repartidores esperando en la puerta de mi edificio. Llevaban una enorme caja de cartón, gritándose instrucciones entre sí, cigarrillos enrollados que se pegaban a los lados de su boca. Entrecerré los ojos, corriendo hacia ellos. —¿Puedo ayudarlos? —Seguro que así es, señora —refunfuñó el más sudoroso de los dos. —¿Entrega de armazón de cama para Goldbloom? —El segundo, un chico con granos de diecinueve años, se sopló una rasta fuera de la cara y dejó caer el cigarrillo al suelo en el proceso. Sentí mis ojos abrirse de par en par. No, no lo hizo. —Sí, soy yo. ¿Un armazón de cama? Asintieron. —No parezcas tan sorprendida. Pagó más por la entrega urgente. Luché contra una sonrisa vertiginosa. —¿Es blanco? El adolescente se erizó. —Más blanco que mis nudillos, señora. ¿Podemos entrar? Los dejé pasar. Resistí la tentación de enviarle un mensaje de texto a Chase, aunque solo fuera para agradecerle, sin confiar en mí misma para no ceder ante sus avances. La verdad era que no podía permitirme ayudarlo más. Estaba empezando a no odiarlo, y ese era un lujo que no podía permitirme, porque Chase todavía era Chase. El hombre que me había engañado.

El hombre que había llevado a innumerables mujeres a su cama después de que rompimos. El diablo con el traje elegante, que lucía su sonrisa como un arma. Después de que los repartidores se marcharon, con propina y despachados con latas de refresco dietético, Ethan llegó. Apareció antes de lo que habíamos acordado, con comida mexicana. (“¿Puedes creer que China Palace cerró temprano? ¡Nada está sucediendo como lo teníamos planeado hoy!”) Nos sentamos en mi mesa de café, que también servía como mesa de comedor, ya que mi apartamento era del tamaño de una caja de zapatos. Daisy nos estaba molestando por las sobras, metiendo la nariz en los recipientes de comida y gimiendo. Me concentré en comer solo las patatas fritas rotas (por motivos de solidaridad), mi mente todavía se tambaleaba por esos dos besos con Chase. Sabía lo que tenía que hacer y me aterraba la mala sincronización, especialmente el día en que Ethan y yo debíamos acostarnos. Dejé mi taco y me giré hacia Ethan en el sofá. Estábamos viendo las noticias locales, después de que el reproductor de discos se nos rompió, arruinando por completo el estado de ánimo ya empañado. Ethan estaba comiendo con entusiasmo, absorto en una noticia sobre una nueva puerta de acceso para peatones en Brooklyn que era demasiado ruidosa para los residentes que vivían a su alrededor. —Así que tengo que decirte algo. —Aclaré mi garganta. Miró hacia arriba, trozos de queso y lechuga rallada asomando de su boca. Dios, realmente no quería hacer esto—. Hoy vi a Chase. No voluntariamente. Su hermana me invitó a almorzar y apareció. Una cosa llevó a la otra y nos besamos. Lo siento mucho, Ethan. Me he estado sintiendo mal todo el día. Me refería al segundo beso. El que tiene mi pleno consentimiento. El que había sentido como si nuestras almas bailaran juntas, que podría haber llevado a algo más que un beso. Ethan bajó su taco, desviando su atención de mala gana de una anciana en la televisión quejándose de la puerta ruidosa debajo de su edificio de apartamentos hacia mí. —¿Lo besaste frente a su hermana? —preguntó, confundido. ¿Qué? —Sí. Quiero decir, no. Quiero decir, sí, en los labios, un beso, supongo. Él lo inició. Luego fui a su oficina para confrontarlo y nos volvimos a besar. —Pausa—. Un beso de verdad.

—Déjame entenderlo. —Frunció el ceño—. ¿Fuiste a gritarle por besarte y luego dejaste que te besara de nuevo? Es cierto que no lo estaba explicando muy bien. No es que hubiera una manera de explicar la locura que éramos Chase y yo juntos. —Sé que es extraño. Ni siquiera puedo explicar cómo sucedió. En un momento le estaba gritando a todo pulmón, y al siguiente… Me estaba callando con un beso que me derretía los huesos. —¿Qué quiere de ti? —Ethan frunció el ceño y dejó caer su taco en su plato de papel. Ya no estaba tan feliz con mi compromiso falso. Tal vez porque algunas partes empezaban a parecer reales—. Parece que no puede dejarte ir, pero seguro que hizo un buen trabajo al asustarte cuando te tuvo. Lo siento, ¿cómo está Natalie? Estuve tentada a preguntar. Realmente no se hallaba en posición de criticarme. —Quiere que sigamos fingiendo hasta que fallezca su padre. —Parpadeé ante la raída alfombra de flores debajo de mi mesa de café. Estaba llena de migajas de los crujientes tacos. Daisy no estaba a la vista para limpiarlos, así que supongo que estaba tratando de orinar en los zapatos de Ethan, como lo hizo con todas las personas que entraron en su fuerte y no eran yo. Tuve el buen sentido de colocar sus zapatos dentro de una bolsa de plástico en el soporte junto a la puerta. —¿Y poner tu vida en espera? —Ethan frunció el ceño—. Qué considerado de su parte. —Dije que no. —¡Por supuesto que dijiste que no! —Alzó las manos al aire y luego se detuvo—. Espera, ¿por qué dijiste que no? En realidad, ¿por qué lo había hecho? ¿Quién sabía? Porque estaba asustada. Porque había parecido lo correcto. Un reconocimiento a las personas que entendían los entresijos de sus decisiones. Yo no era una de ellas. Principalmente me arriesgaba y trataba de seguir mi lógica y cualquier cosa que pensara que el Dr. Phil diría sobre mi situación. —Por ti. Quiero decir, era la mitad de la verdad. Bien… tal vez una cuarta parte. La principal razón era que sabía que Chase era más que capaz de romperme el corazón de nuevo.

Ethan se rascó su suave mandíbula. —No me agrada. —A mí tampoco. —Otra mentira. —Entonces, no veo el problema. —Volvió a recoger su taco—. El compromiso falso ha terminado; oficialmente estás de vuelta en el mercado. ¿Y qué pasa si se besaron? Yo… —Se detuvo en el último minuto—. También hice cosas, mientras nos veíamos, con otras personas. Por eso hemos decidido esperar hasta ahora antes de llevar las cosas al siguiente nivel. —Arqueó las cejas de manera significativa—. Bienvenida al siguiente nivel, Maddie. —Aún no estoy lista para el siguiente nivel. —Rompí la lechuga ya triturada entre mis dedos meticulosamente, sin mirarlo a los ojos. —No tenemos que hacerlo hoy. Negué con la cabeza y cerré los ojos. —O incluso mañana —comenzó a regatear. —No sé si es una buena idea, punto. Ese beso sucedió por una razón. Quizás no haya superado completamente a Chase. Pensé que sí cuando me inscribí en SoloSolterosSerios.com En realidad, lo creí. Pero ahora no estoy tan segura. —Dijiste que lo rechazaste por mi culpa —señaló Ethan. —Sí, porque quiero a alguien como tú —coincidí—. No sé si estoy lista para seguir adelante. Nuestro silencio fue puntuado por la voz robótica del presentador de noticias en la televisión, que pasó a otro tema, sobre un delincuente de diecinueve años que grabó su nombre en el rostro de su novia. Su nombre era Constantine Lewis. Apuesto a que, si Chase lo estuviera viendo ahora mismo, diría que malditamente esperaba que el desgraciado hubiera tenido al menos los buenos modales de tallar Stan para abreviar. Estaba prediciendo lo que Chase diría o pensaría. Cómo reaccionaría. Pensaba en él cada momento que me encontraba despierta. Lo que estaba haciendo, pensando, comiendo. A quién estaba viendo. Definitivamente no lo había superado. —Lo siento mucho, Ethan. Estoy horrorizada de haberte hecho pasar por esto. Por lo que vale, eres absolutamente perfecto. —Me estás dando el cliché de “no eres tú, soy yo”. —Agarró el lado izquierdo de su camisa, pero su voz carecía de veneno—. Ay.

—Me duele más que a ti. — Sonreí con cansancio. —Pero quieres superarlo. Es la mitad del viaje. No dije nada, porque era la verdad. —¿Puedo al menos tener algo que decir en esto? Soy la parte agraviada aquí, supuestamente. Me reí. —Eso es justo. —Me gustaría pensar en ello. Sobre si quiero perdonarte por hacer lo imperdonable y besar a tu ex novio multimillonario, famoso y no feo. Ahora me carcajeé en toda regla. —¿Te estás reservando el derecho de dejarme? —Amablemente —corrigió Ethan—. Y sí. No estoy seguro de estar dispuesto a renunciar a esto, sea lo que sea. Aprecio tu justa advertencia de que podría lastimarme, pero, aun así, podría querer intentarlo. ¿Trato? — Me ofreció su mano. La tomé, sacudiéndola con una sonrisa estúpida. Fue lo más lindo que me había pasado hoy. —Trato. Nos quedamos en un cómodo silencio, comiendo el resto de nuestra comida, hasta que escuchamos un leve sonido de líquido saliendo de la puerta, seguido de un gruñido de cachorro. —¡Daisy! —Salté del sofá, pero ya era demasiado tarde. Mi Aussiedoodle color chocolate ya estaba junto a la puerta, con una bolsa de plástico hecha jirones en la boca, orinando directamente en los zapatos de Ethan.

Pasé los siguientes tres días chequeando por llamadas de Chase. Aunque Ethan se reservaba el derecho de cambiar de opinión sobre nosotros, no había tenido noticias suyas desde nuestra noche de comida mexicana. Me sentí levemente aliviada por este giro de los acontecimientos. Era una cosa menos de la que preocuparse. Le envié a Ethan un largo mensaje de disculpa antes de que Layla me dijera que dejara de ser más santa que el Papa.

—El hombre se folló a otra persona el día que bebió y cenó contigo. Obviamente no estaban tan comprometidos el uno con el otro. Tres días después de los besos nucleares y la ruptura con mi no-novio Ethan, estaba empezando a respirar de nuevo. Intentos de respiración superficiales de alguien que sabía que aún no había terminado. Ronan aún estaba enfermo. Chase era un hombre que siempre conseguía lo que quería. ¿En cuanto a mí? Poco a poco estaba aprendiendo a defenderme. Me puse manos a la obra y terminé tres bocetos para la colección Madre de la Novia. Hice uno de los bocetos en honor a mamá, dibujando a la modelo con el mismo turbante naranja que había usado cuando estaba pasando por la quimioterapia. Tenía los mismos ojos color avellana sonrientes que mamá y los mismos labios carnosos y pecas. El vestido era de flores, grande y de encaje. Algo que mamá hubiera usado para mi boda. Cuando Sven vio los diseños finales, pude ver la confusión en su rostro. No era una práctica común poner detalles en el rostro de un modelo en un boceto. Luego, la ficha cayó, y extendió la mano para apretar mi hombro, exhalando. —Le habría encantado. —¿Tú crees? —pregunté en voz baja. —Lo sé. Recé para que mi próxima asignación no fuera una relacionada con madres. Extrañaba a mi mamá más que nunca, deseando que estuviera aquí para ayudarme a arreglar el lío de Chase/Ethan. Entonces, cuando Sven se acercó a mí después de que terminé la colección de la Madre de la Novia, ya estaba conteniendo la respiración. —Maddie, necesito tu atención. —Chasqueó los dedos, pavoneándose hasta mi rincón del estudio. Esponjé mis lirios blancos y rosas, observándolo con curiosidad. Se detuvo a poca distancia de mí y me puso una pila de papeles en las manos—. Tu tarea. Giré completamente en mi taburete, cruzando las piernas y sosteniendo el lápiz entre los dientes como si fuera un cigarrillo. Abrí el archivo que me había entregado. Era delgado, y cuando lo hojeé, noté que era porque no tenía todas las cosas que normalmente nos daban en un paquete: maquetas de la línea general de la colección, viñetas de lo que había que hacer, etc.

—Ha tardado mucho en llegar, pero has trabajado más duro que nadie durante años, y creo que te mereces esta oportunidad —dijo Sven en tanto leía las palabras del paquete de tareas una y otra vez. El vestido de novia para acabar con todos los vestidos de novia: el vestido de novia insignia de Croquis. Mis dedos temblaban alrededor del documento y los latidos de mi corazón latían en mi cuello. —Lanzaremos nuestra colección de otoño en la Semana de la Moda de Nueva York en un par de meses. Tradicionalmente, el artículo de apertura es el vestido de novia de ensueño. Como sabes, es el sitio más prestigioso de la pasarela. Normalmente reservado para nuestros diseñadores de gran impacto. Es el vestido que toda la gente de Vera Wang, Valentino y Oscar de la Renta van a estar mirando. El que pedirán las celebridades de primera fila para sus bodas. La guinda del pastel. Tú lo vas a diseñar. Sabía todo esto. Este era un gran asunto. La persona que lo había diseñado el año pasado había ascendido y ahora trabajaba para Carolina Herrera. En lugar de responderle con palabras, elegí el momento para desmoronarme sin gracia. Literalmente, me caí de culo desde mi silla, estaba tan aturdida. Traté de mantener a raya mis lágrimas de felicidad, pero fue difícil, porque nunca pensé que sería capaz de asegurar algo tan prestigioso tan temprano en mi carrera. —Controla la gravedad, Maddie —murmuró Sven, ofreciéndome su mano y levantándome de nuevo—. Cuando Layla me dijo que te ibas a caer de culo, no sabía que estaba siendo literal. —¿Layla sabe que tengo esta tarea? —jadeé, tapándome la boca con ambas manos. Pero por supuesto que lo sabía. Dios, estos dos en serio me irritaban—. Sven, no te arrepentirás, te lo prometo. —Para. Te elegí para ser mi diseñadora estrella este año. Más específicamente, tus diseños no me aburrieron hasta la muerte. Quiero que te vuelvas realmente salvaje y loca con este. Has demostrado que puedes seguir bien las instrucciones, pero ahora quiero ver al sombrerero loco que hay en ti. La artista. —Lo tienes. —Hice lo mejor que pude para no saltar arriba y abajo, riendo a través de mis imparables lágrimas de felicidad, que ya no pude contener. Por lo general, reservaba mis lágrimas para las buenas noticias y las películas de Disney. —¿Cuándo es la fecha límite? —pregunté.

—Dentro de un par de meses, así que será mejor que pongas tu trasero en marcha. —Hizo un sonido de latigazo—. Ah, y antes de que preguntes, no viene con una bonificación —señaló secamente. —Artista hambriento por la victoria. —Le di un puñetazo al aire—. ¿Cómo está Francisco, por cierto? —Aún quiere un hijo. —¿Y tú? —Aún quiero huir con mi entrenador de Equinox. —Mentiroso —dije suavemente, frotando su antebrazo. Sin embargo, no presioné para obtener más información. Si Sven quisiera contarme más sobre su caso de adopción, lo haría. Estaba ocupada hojeando mi paquete de tareas, memorizando todos los detalles, cuando escuché una voz aburrida detrás de mí. —¿Maddie Goldbloom? —Justo aquí —canté, aún en la cima. Me di la vuelta y me encontré cara a cara con un joven repartidor con un mono amarillo y una sudadera con capucha morada debajo. Sostenía un ramo de lirios. —Entrega para ti. —Me arrojó una pantalla digital para que firmara. Lo hice, apuñalando la pantalla con el bolígrafo de plástico gris. —Ugh. Esas cosas nunca funcionan. Mi firma termina siendo nada más que una línea gris irregular —murmuré, garabateando más fuerte. —No te preocupes, amiga. Es solo para fines legales. Nadie planea venderla en eBay. —El repartidor se echó el cabello hacia los lados. Tomé mis lirios blancos, los coloqué junto a mis propias flores y busqué la nota. Sabía que Nina iba a tener un día de campo sobre la adición de más flores a mi rincón de la oficina. Finalmente encontré la pequeña nota y la abrí con dedos temblorosos. No me permití tener esperanzas. Lo cual fue algo bueno. Maddie, Después de una larga y cuidadosa consideración, decidí que lo que sea que estés dispuesta a darme, estoy dispuesto a aceptarlo. Estoy dentro. —Ethan.

Tomé una foto de la nota y se la envié a Layla. Su nombre apareció en mi pantalla después de no más de cinco segundos. —Oh. Dios… —¿No tienes clase? —Interrumpí su discurso. —Sí. Enseñar a los niños en edad preescolar la importancia de la independencia y el autocontrol es muy importante, te lo aseguro. —Se rio disimuladamente. Escuché el eco de su voz mientras se instalaba en el pasillo vacío—. Seré honesta, no pensé que Ethan tuviera una oportunidad después de que Chase irrumpió de nuevo en la imagen, pero esto es un cambio de juego. Básicamente está aceptando ser la pieza lateral. Jugoso. —No, no lo es —protesté. —¿Sabes lo que necesitas hacer? —No, pero tengo la sensación de que estás a punto de decírmelo. —Tienes que follar a ambos y ver cuál es mejor. Ya tenía la sensación de que sabía quién se llevaría el premio (y los orgasmos). Me quedé mirando la nota escondida dentro de las flores, sintiendo nada más que pavor y decepción. —Eso no será justo para uno de ellos. —Mastiqué mi labio inferior. —Hmm, no. Simplemente consolidaría el hecho de que Chase supera a Ethan y que tienes que ponerte las bragas de niña grande y soltar a Ethan. Soy la primera en admitir que Chase no es material de novio, el chico es la versión masculina de mí. Pero Ethan… —chasqueó la lengua—. Nah-ah. —¿Eso es todo? —gruñí. —No. También quiero informar que Grant es excelente en la cama y felicitarte por tu asignación. Te amo. —Sí, yo también. —Colgué. Le envié un mensaje de texto a Ethan agradeciéndole y preguntándole si quería tomar un café. Era lo mínimo que podía hacer después de su dulce gesto. Su respuesta fue inmediata. Ethan: Eso me gustaría mucho. Alisé una página en blanco sobre mi tablero de dibujo, parpadeando con una sonrisa cuando pensé en mi asignación de Vestido de Novia de Ensueño. No había

nada que me emocionara más que una página en blanco. Las posibilidades eran infinitas. Podría ser asombroso o mediocre o malo o una obra maestra. El destino del vestido que me encontraba a punto de adornar la página aún no se había escrito. Mi trabajo era escribir su historia. —¿Qué voy a hacer contigo? —susurré, dando golpecitos con mi lápiz de carbón en mis labios, sonriendo a la hoja. —Estoy pensando en una buena comida, seguida de primera base en el taxi, luego comerte en el ascensor hasta mi ático, lo siento, no podré resistirme, terminando con una fiesta de sexo que haría a Jenna Jameson sonrojarse. Jadeé, dándome la vuelta para ver de dónde venía la voz. Reconocí el tono inexpresivo e irónico en el acto. Mis rodillas se doblaron, pero esta vez no me caí de la silla. —No puedes dec… —No soy tu jefe —señaló antes de que terminara mi oración. —El hecho de que no trabaje para ti no significa que no me estés acosando sexualmente. —¿Te estoy acosando sexualmente? —Inclinó la cabeza hacia los lados, arqueando una ceja. No. Mi rostro debe haber transmitido mi respuesta, porque dejó escapar una risa profunda y retumbante. —¿Qué estás haciendo aquí? —Le fruncí el ceño a Chase. Combinó su traje negro con una corbata burdeos, la mano metida en el bolsillo, su Rolex asomando. Era lo más parecido al porno corporativo que había visto en mi vida. —Te estoy buscando —dijo sin pedir disculpas, mirando los tres jarrones llenos de flores junto a mi escritorio—. Un jarrón lo mantienes por tu mamá —dijo, haciendo que mi corazón se sacudiera por la sorpresa. ¿Lo recordaba?—. ¿Quién te envió los otros dos? —Alguien a quien le envié un vestido de novia. —¿Y? —Ethan.

—Los suyos son los lirios, ¿verdad? —Se acercó a las flores, tirando de un pétalo. Me estremecí—. Buena elección. ¿Está de luto por el final prematuro de su relación? —La relación con Ethan no está muerta. Echó la cabeza hacia atrás, riendo descuidadamente. —Sácalo de su miseria, Mad. Se acabó el juego para el Dr. Seuss. Un ramo de flores no va a cambiar eso. —Un ramo de flores lo cambia todo —le aparté la mano de un manotazo, protegiendo las flores—, para la hija de una florista. Ladeó la cabeza, mirándome raro ahora. No me gustó su mirada. Era la mirada de un hombre con un plan, y no pensé que los planes de Chase y los míos estuvieran alineados. —¿En serio? —Un destello de picardía brilló en sus ojos. Aparté la mirada como si me hubiera sorprendido su belleza. Odiaba el vértigo que se filtraba en mi estómago cada vez que sus ojos estaban sobre mí. —Ven conmigo. —Abrió su palma. No la tomé. —No lo creo. —No es una solicitud. —Tampoco es el siglo XVII. No puedes darme órdenes. —Eso es cierto, pero puedo hacer una escena que te haría desear no haberme conocido nunca. —Ya deseo eso —bromeé, mintiendo. —Estás haciéndonos perder el tiempo a todos. A Ethan, en particular. Mártir Maddie quiere tener bebés con Ethan. Pero la verdadera tú quiere dar el paso, ahogarse conmigo. Vamos. No tenía sentido discutir con él. Además, no podía concentrarme en crear el Vestido de Novia de Ensueño (VNE para abreviar) cuando el misterio de lo que Chase quería mostrarme colgaba sobre mi cabeza. Era desconcertante pensar que él tenía un sexto sentido de cuándo Ethan estaba haciendo un movimiento y elegía exactamente el mismo día y hora para aparecer. Seguí a Chase hasta el ascensor, esquivando las miradas curiosas de la gente a mi alrededor. Sven nos daba la espalda. Se encontraba metido dentro de su oficina de cristal, hablando por teléfono

animadamente con un proveedor de telas que había estropeado uno de sus pedidos. Pero Nina se hallaba allí, elegantemente sentada en su asiento, mirándonos mientras se limpiaba las uñas. Había al menos una docena de colegas (diseñadores, costureras y pasantes) que nos miraron con curiosidad a medida que salíamos del estudio. Afortunadamente, aparte de Nina, consideraba a la mayoría de ellos amigos y sabía que les agradaba lo suficiente como para no pensar lo peor de mí. Aún. —La gente va a hablar —me quejé en voz baja. —Mientras seas el tema y no la que habla, no puedo ver cómo esto es un problema. Entramos al ascensor. —No soy como tú. No soy intocable. —Madison Goldbloom, me gustaría que pudieras tocarme —dijo con seriedad a medida que las puertas del ascensor se cerraban frente nosotros en cámara lenta—. Lo deseo mucho, mucho.

L

a llevé a la floristería más grande de la ciudad de Nueva York. Una floristería de Midtown junto al Edificio Empire State.

Mad arrastró los pies y frunció el ceño todo el tiempo como una adolescente enfurruñada, lanzando miradas por encima del hombro para asegurarse de que no nos vieran juntos. La mayoría de las mujeres que conocía pagarían un buen dinero para que las vieran conmigo. Esta no. Tenerla cerca se sentía liberador. Como tomarme unas vacaciones del caos en mi cabeza. Es cierto, nunca iba a ofrecerle matrimonio, pero aún podía ofrecerle un buen momento. Esta vez, hablaba en serio acerca de hacerla mía. Temporalmente mía. Demonios, incluso podría reclamar su título de novia. Puntos extra: Conseguiría mantener a Julian fuera de mi maldita vista. El plan era a prueba de balas. Pasamos por el escaparate de la floristería. Ramos de flores de colores y un letrero que decía EL AMOR ES UN GRAN ASUNTO nos devolvieron la mirada. No es de extrañar que estuviera tan obsesionada con el matrimonio y el amor; sus padres se lo habían metido en la garganta desde el día en que nació. Abrí la puerta, esperando a que ella entrara. Una vez dentro, Madison se volvió hacia mí, cruzando los brazos sobre su pecho. Llevaba un vestido amarillo con estampado de pollitos con un bonito cuello y una corbata de terciopelo negro, y un rubor juvenil. Lo cual, desafortunadamente, me hizo parecer su tío mayor pervertido. —¿Ahora qué? ¿Vas a comprarme todas las rosas de la tienda y proclamar tu amor eterno por mí? —Puso los ojos en blanco. —No exactamente. Estoy comprando flores para Ethan. —¿Vas a comprarle flores a Ethan? —repitió Madison, dejando que su boca cayera en una perfecta forma de O.

—Sí. Y para mí. —Y para ti. —¿Vas a repetir todo lo que digo? —pregunté cortésmente. —Sí, hasta que tenga algún sentido para mí. —Muy bien. —Tomé su mano en la mía (la segunda vez que nos tomamos de la mano en una semana) arrastrándola más adentro de la tienda. El olor a polen era tan espeso y dulce que casi me ahogo. No sabía cómo podría gustarle a Mad. Pero por supuesto que podía. Olía a su infancia, nostalgia y a su madre. No sabía cómo no lo había pensado antes. Felicitaciones a Ethan por resolverlo antes que yo. Flores. Simplemente jodidamente genial. —Tengo entendido que tienes algunas reservas con respecto a nuestra relación y te gustaría modificar la letra pequeña de nuestro acuerdo. ¿Recuerdas que te dije que quiero seguir haciendo esto hasta que mi padre fallezca? —pregunté, ignorando lo amargas que se sentían las palabras en mi boca. Papá se sentía como una mierda, pero seguía yendo a trabajar todos los días. Julian iba por ahí soltando indirectas sobre el estado de salud de papá a los accionistas e inversores, informando anónimamente a los medios de comunicación sobre un cambio importante que se avecina en la junta. Grant lo había sorprendido en el acto, después de que Julian se registró en una habitación de hotel veinte minutos antes de que un reportero de Wall Street fuera enviado a la misma habitación. Mi mejor amigo había estado en el restaurante del vestíbulo del hotel, almorzando con su madre. Mi primo definitivamente iba por lo que llamamos en ajedrez “el doble ataque”. —Por “hacer esto”, te refieres a “hacerlo yo”, ¿verdad? —Madison frunció el ceño, sus ojos vagaron por el lugar como si fuera una tienda de dulces. No pudo evitarlo. Tocó una flor de color naranja-violeta, tocó su pétalo aterciopelado entre sus dedos y tembló de placer. Eso fue todo lo que se necesitó para hacer que mi polla se sacudiera en mis pantalones. —Sí —dije—. Pero decidí darte todo el paquete de prometida al precio de descuento de solo tener tu compañía. —¿Qué incluye el paquete de la prometida? —Bostezó. No era un buen comienzo.

—Citas, noches de cine, restaurantes, follar, conocer a tu papá. —Dejé que la última se hundiera, mirando su rostro, pero permaneció estoica, concentrada en las flores frente a ella mientras se inclinaba para oler los girasoles—. Hablo en serio sobre esto —agregué. —Me engañaste —señaló por millonésima vez. No esta vieja melodía otra vez. Era hora de que supiera la verdad. Toqué su brazo, haciendo que su mirada se lanzara hacia la mía. —No te engañé. Gimió, fingiendo que no le importaba. —Te vi. —No, lo que viste fue yo entrando en mi apartamento con otra persona. No me viste tocarla. No me viste besarla. Nunca lo hice. —Había marcas de lápiz labial en tu camisa de vestir. —Se volvió hacia mí completamente. Ella tampoco estaba susurrando. Una pareja de treinta y tantos que, estaba mirando claramente las flores para su boda, nos miró con curiosidad. Sigan mirando, imbéciles. —No era mi camisa. —Por supuesto que no. —Mad echó la cabeza hacia atrás y se rio. Una risa amarga que nunca más quise escuchar de su boca. Sonaba extraña. Completamente diferente a Madison. La mujer junto al hombre que se encontraba a nuestro lado le dio un codazo a su novio, ladeando la cabeza en nuestra dirección. Increíble. Le di al futuro marido una mirada de qué carajo. Se encogió de hombros, impotente. —Lo siento, hermano. Parece que te lo has provocado tú mismo. —Se rio entre dientes. Volví mi atención a Madison. —La camisa no era mía. Era de Grant. Se enrolló con alguien. No, déjame enmendar: estaba en medio de una relación con alguien y lo llamaron para ir a trabajar. Comprensiblemente, él no aparecería con una camisa que sugiriera que estaba de vacaciones en la Isla Zorra. —Entonces le ofreciste tu camisa voluntariamente. —Más sarcasmo.

—Exacto —dije entre dientes—. ¿Recuerdas esa camisa? Era blanca. No me visto de blanco. Solo uso… —Negro —terminó por mí, con los ojos encendidos. Tuvo un momento de lucidez. Me había vestido de negro ese día. Demonios, vestía de negro cualquier día. Hubo un latido de silencio. La pareja que se hallaba a nuestro lado parecía interesada en nuestro intercambio, y les habría dicho algo de lo que pensaba si no estuviera completamente concentrado en explicarle a Madison lo que realmente había visto esa noche. —De todos modos, no importa. ¿Y si fuera la camisa de Grant? La mujer que trajiste a casa era real. La vi. ¿Supongo que ella solo te siguió? No… —levantó la mano, sonriendo, pero no había nada de feliz en esa sonrisa—… solo estaba huyendo de un asesino con hacha, y le diste refugio, ¿verdad? La mujer a nuestro lado se rio. Su prometido bajó la barbilla, ocultando una sonrisa. Iba a matar a alguien. Probablemente a mí mismo por haber ideado ese estúpido plan en primer lugar. —La traje a casa porque sabía que estarías allí —dije secamente. —No podrías haberlo sabido. —Mad negó con la cabeza—. No se lo dije a nadie más que a… —Katie —terminé por ella—. Katie me lo dijo. Le mencioné que podría pasar el fin de semana de mi cumpleaños en Florida con Grant. Ella me dijo que no querría hacer eso, luego reveló tu plan. Por la expresión del rostro de Madison, supe que la ficha había caído. Atrapada en un tornado emocional en el restaurante el otro día, Mad había olvidado que le había contado a Katie sobre la sorpresa de cumpleaños que tenía preparada para mí. Así que, en el restaurante, recitó su historia sobre el bastardo infiel que atrapó, pero no estaba al tanto del hecho de que Katie me había contado que Madison me esperaba en lencería en mi cama. Y se olvidó de que ella le había informado a Katie que me estaría esperando en mi habitación. Katie no era estúpida. Hizo los cálculos, pero no dijo nada. Al menos una persona de mi familia ya sabía lo que Julian se moría por descubrir: La había cagado. —Y la trajiste a casa para que yo te atrape. —Sus fosas nasales se ensancharon.

—Sí. —¿Por qué? —Porque quería que vieras… —¿Por qué? —Porque las cosas se estaban poniendo demasiado reales demasiado rápido, y no me va lo real, Madison. Creo que ambos sabemos que tampoco me agrada lo rápido. —Miré a la pareja junto a nosotros deliberadamente. El chico se sonrojó. ¿En serio? Ahora ni siquiera me importaba que su chica me estuviera juzgando. Se había sentenciado a cadena perpetua con un marido que eyaculaba prematuramente—. Mi vida no se verá perturbada por emociones desordenadas y sin sentido. —Ahora me estaba explicando. Necesitaba callarme. —Está bien, RoboCop —murmuró la mujer a nuestro lado. —Podrías haber hablado conmigo —dijo Mad. —Por experiencia, las mujeres no captan el mensaje. Dicen que lo tomarán con calma, pero eso solo significa esperar su momento. Y no te ofendas, pero eres la mujer más obsesionada con las bodas que he conocido en mi vida. Diseñas vestidos de novia para ganarte la vida, y entre tu apartamento y la oficina, tienes suficientes flores para dejar a Holanda fuera del negocio. —Podrías haber roto conmigo. —La voz de Mad se quebró a mitad de la oración. No estaba equivocada, y odiaba cuando no se equivocaba. Había tomado el camino de los cobardes. —Pensé que recibirías el mensaje, te enojarías y luego reaparecerías en la forma de una amiga para follar. —Guau. Para ser una persona inteligente, en serio eres demasiado tonto. — Suspiró. En su defensa, su rostro se encontraba lleno de asombro en lugar de desdén. —Estoy de acuerdo. —La mujer que se hallaba a nuestro lado levantó el brazo—. Movimiento súper tonto. —Gracias por el aporte. Estaba ansioso por saber qué piensa una maldita extraña acerca de mi carácter. —Le lancé una sonrisa educada antes de volver mi mirada hacia Madison y juntar sus palmas con las mías—. No puedo prometerte para siempre, pero puedo prometerte ahora mismo, y es más de lo que jamás le he ofrecido a una mujer.

—Bueno, aprecio tu retorcida, extraña y lógicamente retrógrada verdad — dijo Madison, apartando sus manos de las mías y alisándose el vestido sobre sus muslos—. Pero incluso si no me has engañado, el hecho es que aun así me lastimaste. La respuesta es no. —Supuse que dirías esto. Por eso vine aquí a comprarnos flores a Ethan y a mí. —Hice un gesto alrededor de la floristería como si no supiera dónde estábamos. No fue mi movimiento más brillante, pero el éxito de mi plan estaba en peligro—. Conoces tus flores, ¿verdad? Voy a conseguir una planta idéntica para Ethan y para mí. La que es más difícil de mantener viva en interiores: tú eliges. Si Ethan realmente es el Señor Perfecto y yo soy un idiota, seguramente él puede demostrar su compromiso manteniendo viva la planta. Me miró parpadeando. —No estoy siguiendo tu lógica. —Los jazmines. —Trabajé duro para no mostrar mis dientes como un animal—. Dijiste que te importa cuando las flores mueren, ¿verdad? Me diste todo un maldito discurso al respecto, si no recuerdo mal. Estás obsesionada con las flores y con mantenerlas vivas. —Respiré profundamente, dándome cuenta que asociaba las flores en su escritorio con su madre, y su madre estaba muerta, y las flores en realidad significaban mucho para ella—. Eres rabiosa acerca del tema. —Realmente me estás vendiendo este gran gesto. —Madison arrugó su frente—. ¿Pero puedes bajar un poco al imbécil que llevas dentro mientras explicas esto para que pueda ver más allá de la niebla de querer golpearte en la cara? Gracias. Reprimí una sonrisa. La Maddie Real en serio era mucho mejor que la versión ligera, sin grasa y sin gluten que había entrado en mi vida hace algunos meses. Sí, era una bienhechora, pero había aprendido que no era fácil de convencer. —Dijiste que te preocupas por las plantas. Que la forma en que la gente las cuida es un testimonio de su carácter. Bueno, creo que a Ethan no le importa. No lo suficiente. No sobre ti, al menos. No tanto como yo. Se hizo un silencio. Cuando levanté la vista de su rostro, noté que toda la tienda nos estaba mirando, no solo esa pareja de treinta y tantos. Habíamos tenido una discusión muy vocal, que consistía en mi pasado (no tanto) de engaño y una declaración de intenciones, y ahora la gente sabía que había otro hombre en el juego. Estaba a una cirugía plástica y un escándalo de ser un invitado en The Real Housewives of Whereverthefuck.

—Azaleas —susurró, sumida profundamente en sus pensamientos. Sus piernas la llevaron al otro extremo de la tienda. La seguí, hechizado. La pareja que estaba eligiendo las flores para su boda me siguió. Me di la vuelta para detenerlos, levantando una mano. —Eso es todo para ustedes, señor y señora Entrometidos. —Pero quiero saber cómo termina —se quejó la mujer. —Alerta de spoiler: consigo a la chica. Ahora muévanse. Alcancé a Madison de pie frente a un montón de azaleas rosadas, rojas y púrpuras en flor. Sus ojos brillaban. —Les gustan los espacios frescos y húmedos, y se considera que es casi imposible hacerlas florecer. Será un dolor de cabeza mantenerlas vivas en Nueva York en agosto. La tarea es casi imposible de hacer. Solo una de cada once plantas de azalea sobrevive. Recuerdo que mi padre odiaba tener azaleas en su tienda. Enumeraba todas las razones por las que sus clientes tenían que elegir otra flor cuando los hombres se las compraban a sus esposas. —Pausa—. Pero mi mamá… —Se detuvo—. Eran sus favoritas. Así que todos los viernes, no importaba qué, lloviese o hubiese sol, él le traía azaleas. —Mantendré vivas mis azaleas —corté. Apartó la mirada de las flores y me miró con el ceño fruncido. —¿Cómo sé que no le encargarás a tu ama de llaves que las cuidé? ¿O que contratarás a un jardinero? —Porque no soy un bastardo inmoral —dije simplemente. Me miró con incredulidad. Supuse que tenía un punto—. No seré un bastardo inmoral con esto — corregí, y dejé que escogiera dos plantas de su elección. Caminamos hacia el cajero. Mad pidió un marcador, me dijo que me diera la vuelta y marcó ambas plantas de una manera que la haría reconocerlas en caso de que consiguiera un reemplazo. Le preguntaría dónde estaba su confianza, pero considerando todo lo que habíamos pasado juntos, supuse que la respuesta a esa pregunta era en el fondo de un puto bote de basura. No había confianza entre nosotros en absoluto. Pagué las flores, luego le dije al cajero que pusiera en mi cuenta lo que fuese que la pareja entrometida pidiera para su boda. Madison me miró como si hubiera perdido la cabeza. Me encogí de hombros. —Vi a tu Mártir Maddie y te subiré a Caridad Chase con un lado de Dichoso Black.

Se rio. No estaba preparado para esa risa. Salió gutural y genuina, sus ojos se arrugaron en las esquinas. Mi pene no fue el primero en responder esta vez. Fue otro órgano. Uno que había permanecido inactivo durante años. Uno que no tenía por qué despertar. —¿Temes que voy a vencer a tu pequeño novio en su propio juego de flores? —Arqueé una ceja, todo indiferente y esas mierdas. —Él no es mi nov… —comenzó, luego cerró la boca. Le dediqué una sonrisa llena de triunfo. Estaba en marcha.

15 de noviembre de 2004 Querida Maddie, Quería agradecerte por ser la mejor hija del mundo. Ayer me sentí mal todo el día y no fui a trabajar. Fuiste a ayudar a tu padre en la tienda a pesar de que tenías una prueba importante al día siguiente, y cuando regresaste, trajiste un ramo de azaleas. Mis favoritas (lo recuerdas. Siempre lo haces). Me dijiste que te comiste los pétalos en secreto. Sabían a néctar dulce, dijiste. Los pusimos dentro de unos libros en mi cama, mirando Steel Magnolias y bebiendo té dulce. La flor me hizo sentir amada. Espero que algún día también te hagan sentir lo mismo. Te amo, Hasta la Luna y de regreso, Besos, mamá.

Le di las azaleas a Ethan cuando nos reunimos para tomar un café. (Té, corrigió en un mensaje de texto. El café es muy poco saludable. Te enviaré un artículo). En lugar de decirle sobre mi apuesta con Chase, que me pareció grosera y presuntuosa, simplemente le expliqué que las flores significaban mucho para mí y se las di a él como regalo. Las azaleas eran las flores favoritas de mamá, le expliqué, y requerían una atención especial y mucho cuidado, pero a cambio, su floración era asombrosamente hermosa. —Son mucho trabajo, pero valen la pena.

—Me recuerda a alguien. —Tomó un sorbo de su té verde, su sonrisa se extendió por su rostro como una herida. Se veía diferente. Cansado. No pude evitar sospechar que tenía mucho que ver con eso. Como Ethan no sabía nada de la apuesta, lo cual era una clara desventaja, la equilibré imprimiendo instrucciones específicas sobre cómo cuidar las azaleas. Ethan empujó la planta y las instrucciones debajo de nuestra mesa, antes de pedir un pastel sin gluten y lanzar un discurso sobre cómo lo habían invitado a hablar en una conferencia sobre niños que sufrían de ansiedad. Inmediatamente pensé en Katie. Cómo le interesaría escuchar esta conferencia. Entonces pensé en el estúpido error que había cometido el otro día, cuando me había olvidado de que ella estaba al tanto de mi sorpresa de cumpleaños para Chase y básicamente había volado nuestra tapadera al cielo. En cuanto a Ethan, era agradable pasar el rato con él, pero carecía de ese sentimiento que tenía con Chase. Donde cada interacción se sentía divina, antes de las secuelas, en las que me obsesionaba con cada cosa que nos habíamos dicho. Llegó el fin de semana, lo que me obligó a despegarme del proyecto VNE. Hice planes con Layla, Sven y Francisco. Los dos últimos organizaron su fiesta anual en la azotea de sus vecinos, sirvieron mojitos bajos en calorías y carbohidratos y pusieron a George Michael a todo volumen. Sven era religioso acerca de organizar la fiesta una vez al año, y explicó que necesitaba canalizar su Kris Jenner interior sin agotar su tarjeta de crédito. Vendió las entradas a cien dólares cada una. Un boleto te aseguraría una tumbona de plástico, cócteles diluidos en agua, sándwiches de Costco envueltos y la gloriosa compañía de Sven durante unas horas. Todo el dinero se destinaba a una organización benéfica elegida por Sven. Este año, fue la Sociedad Protectora de Animales. La azotea estaba repleta de colegas y amigos de Francisco y Sven. “Born This Way” de Lady Gaga hacía temblar el suelo. Layla y yo aseguramos un par de tumbonas en el extremo más alejado del techo, lejos de los chillones pasantes de la oficina de Francisco. No pude evitar notar que el piso del ático del edificio de Sven y Chase era paralelo al techo donde se llevaba a cabo la fiesta. Lo que significaba que la sala de estar de Chase estaba justo frente a mí. Como ocurre con todos los rascacielos, las ventanas tenían una película tintada, lo que significaba que él podía mirar hacia afuera, pero nadie podía ver el interior de su apartamento. No es que planeara buscarlo. O que lo intentase cuando nadie estaba mirando. Cerré los ojos, dejando que mi piel se empapara de los rayos del sol. Mi tumbona estaba floja, y probablemente volvería a casa con vetas rojas por todo mi

cuerpo, pero no había ningún otro lugar en el que hubiera preferido estar en ese momento que aquí con mis amigos. —Hablando de hombres, ¿cómo está Grant? —pregunté a mi mejor amiga. Poco después de que Chase y yo terminamos, Layla anunció que estaba interesada en acostarse con Grant y preguntó si estaría bien para mí. Por supuesto que lo estaba. Grant parecía un hombre de confianza. Pero eso fue antes de que Chase me dijera que había cambiado la camisa manchada de lápiz labial con él. Aunque si fuera honesta conmigo misma, entre Grant y Layla, la persona que necesitaba proteger su corazón no era mi mejor amiga. Ella estaba notoriamente en contra de cualquier tipo de relación romántica a largo plazo. —Súper lamible, como de costumbre. Fue a una fiesta de solteros en Miami. —¿Y no te preocupa que pruebe más que comida cubana y cócteles afrutados allí? —pregunté. Layla negó con la cabeza. —Espero que lo haga. Le dije que solo somos una aventura. Incluso cimenté el hecho saliendo con un cabrón total de Tinder para que se dé cuenta de que no somos exclusivos. Por desgracia, Grant es del tipo que se casa. —¿Y no eres del tipo que se casa porque…? —Francisco se acercó a nosotras, dejó las hamburguesas en una bandeja y luego la colocó sobre una mesa a nuestro lado. Se sentó en el borde de mi tumbona. —No quiero tener hijos. —Layla se encogió de hombros—. Y aunque las dos cosas no tienen que ir juntas, admitámoslo, una insinúa a la otra. Simplemente no creo en el matrimonio. —Ethan es así —reflexioné—. Quiero decir, del tipo de casarse. —Sí… —Layla ladeó la cabeza—… pero Grant es, ya sabes, interesante. —Ethan es interesante —protesté—. Eso no es justo. Ni siquiera lo has conocido. —¿Es por eso que todavía no le has dejado meter la punta, Maddie? —Layla no parecía convencida. Francisco se inclinó hacia adelante y tocó el hombro de Layla. —Enséñame a Grant. —Está bien, pero no te apegues. Porque de nuevo, él es un hombre de familia, y estamos obligados a romper una vez que se dé cuenta de que hablo en

serio acerca de no asentarme —advirtió Layla, girando su torso para sacar su teléfono de su bolso. Lo sacó, sosteniendo también mi teléfono con carcasa de flores—. Aquí tienes un mensaje del fobia-al-compromiso. Tomé mi teléfono en el aire, sorprendida de que mi cuerpo estuviera sincronizado con mi cerebro. Mi corazón rebotaba erráticamente como un chico de fraternidad que busca una presa fácil en una fiesta. Chase me había enviado una foto de las azaleas de aspecto vívido en su mesa de café. Reconocí su sala de estar al fondo. El espacio mínimo e impersonal que siempre me recordaba a una triste y lujosa habitación de hotel donde las estrellas de rock iban a morir. Maddie: Considérame impresionada. La gente del Premio Nobel está en camino. Chase: ¿Ese es el código para “ponerse unos pantalones”? Maddie: ¿Por qué NO llevarías pantalones al mediodía? Chase: Te haré saber que algunas de mis cosas favoritas se hacen sin pantalones. ¿Qué estás haciendo? Maddie: Tomando el sol en el techo justo enfrente de tu edificio. Chase: Si esta es tu forma de acercarte a mí, es muy poco sutil. Chase: Además, eso significa que tampoco estás usando pantalones. Chase: Además 2: ¿Recuerdas lo que pasó la última vez que estuvimos en la misma habitación sin usar pantalones? Maddie: De hecho, no recuerdo que eso haya sucedido. Chase: Siempre feliz de refrescar tu memoria. Maddie: No vamos a sextear. Chase: Genial. Iré en un par de horas y te haré una demostración personal. Parece que necesitas un poco de vitamina P. Maddie: Obtendrás algo de mi vitamina P si lo intentas. Chase: ¿No estoy seguro de estar familiarizado con ese suplemento? Maddie: Un Puñetazo en la cara. Chase: Sabes, pensé que estarías mucho menos ferviente después de darte cuenta de que no te había engañado.

Maddie: ¿Por qué? Querer asustarme dejándome cicatrices de por vida intencionalmente es solo un poco peor que ser atrapado con los pantalones bajos. Maddie: Y sí, sé que no estás usando pantalones. No vale la pena repetirlo. Me envió una foto de la mitad inferior de su cuerpo, sentado en su sofá de cuero negro con pantalones de color gris oscuro. Nunca lo había visto con nada más que un traje negro antes, y estúpidamente, me tomó por sorpresa. Tenía las piernas abiertas y la huella de su enorme erección recorría la parte interna del muslo. Sentí que mi garganta se agitaba al tragar y tomé aire. Un millón de hormigas bailaban sobre mi piel excitada. La leyenda decía: Bonito bikini. Miré hacia abajo, examinando mis pechos en mi traje de baño. ¿Realmente me estaba mirando a través de la ventana? Sus ventanas estaban tintadas, pero aun así me encontré luchando por no comprobarlo. —¿Por qué parece que Maddie está a punto de desmayarse? —preguntó Layla—. ¿Qué está mirando en su teléfono? —Parece un super burrito desde donde estoy parado —dijo Francisco, tarareando. —Oh, me encantaría un poco de comida mexicana con mi mojito — reflexionó Layla—. Verifica la hora de DoorDash para ese lugar al final de la calle. Ignoré a mis amigos, escribiendo las palabras que sabía que me iba a arrepentir. Estaba demasiado nerviosa, demasiado excitada, para no morder el anzuelo de Chase. Además, era un coqueteo inofensivo. Yo estaba soltera. Ethan fue el primero en seguir señalando lo casuales que éramos. Maddie: ¿Eso es un arma o simplemente estás feliz de verme? Hice una pausa, queriendo sorprenderlo. Para mantener esta corriente eléctrica entre nosotros chisporroteando. Entonces hice lo increíble. Lo impensable. Levanté mi teléfono y me tomé una selfie en mi bikini con estampado de piñas. No tenía un cuerpo digno de Sports Illustrated. Nada como los cuidadosos músculos y las curvas mejoradas quirúrgicamente de Amber. Yo era pequeña, con caderas anchas y un vientre plano, aunque suave. Se lo envié, haciendo una mueca de dolor. De fondo, escuché a Layla quejarse de mi incapacidad para decir que no a nada. —Probablemente le pidió que le enviara un mensaje sexual, y ella no puede negarse porque no está en su vocabulario.

—¿Se acaba de tomar una foto de sí misma en bikini? Ni siquiera publica cosas en Instagram que no incluyan flores y bocetos —murmuró Francisco, perdiendo el interés. Maddie: ¿Te refieres a este bikini? Chase: Sí, ese. Sí, estoy feliz de verte, y sí, me gustaría follarte tan jodidamente fuerte que dejaré una abolladura con tu forma a través de tu colchón, el nuevo armazón de la cama que te compré y la alfombra. Maddie: Romántico. ¿Es de Atticus? Chase: Anónimo. Maddie: No renuncies a tu trabajo diario. La poesía no es tu fuerte. Chase: ¡Oh, hombres de poca fe! Puedo ser romántico si quiero serlo. Maddie: ¿De verdad? Veámoslo. Esto va a ser divertido. Chase: Me gustaría follarte tan jodidamente fuerte que dejaré una abolladura con tu forma a través de tu colchón, el nuevo armazón de la cama que te compré y la alfombra. Por favor.