Letal (Flor Di Vento) [PDF]

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Zitiervorschau

Prólogo

“ Te quiero sola, sin pregunt as ni ropa int erior, porque voy a derramar cada cent ímet ro de mí en t í sin cont enerme y no t e quedarán dudas, ni a t í ni a t u jodida boca rebelde, de quién eres y a quién le vas a pert enecer hast a el final.”

Los t ruenos se est amparon en el cielo mient ras me det uve frent e a una cabaña a mit ad de la noche. Todavía me cost aba respirar, las ráfagas de lluvia hacían evident e el deseo que se guardaba bajo mi ropa, quizá porque sabía lo que est aba a punt o de suceder.

«Sin pregunt as ni explicaciones.»

Caminé lent o sint iendo t ensión en la espalda. La puert a est aba ent reabiert a y la cabaña en complet o silencio. No podía quit ar de mi memoria su voz ronca, sus labios carnosos devorándome la boca, la sensación de sent irme pequeña en medio de los brazos del hijo de put a que un día me secuest ró cuando iba rumbo a la iglesia para casarme con su hermano y que t erminó haciéndome su mujer por una venganza.

Exhalé fuert e poniéndome t ensa, conscient e de que el mundo t odavía lo est aba buscando. Tragué saliva al ver las armas t iradas en el suelo, un vaso de bourbon a medio llenar sobre la encimera, además del part icular olor que t raía a mi ment e t odo t ipo de perversidades, como lo que sent ía mi gargant a cuando me quebraba de rodillas ant e el villano al que t odo mundo le debía t emer y que yo me at reví a t ocar.

—¿Hay alguien aquí?—susurré, sin respuest a, siguiendo el camino.

La t orment a azot aba t an fuert e que no había luz y, cuando menos lo pensé, mis pies ya est aban frent e a la chimenea con el pecho subiendo y bajando de ansiedad sola, desarmada, sin saber a ciencia ciert a a lo que me at enía.

Podía ser una t rampa «¡Dios!». Podría ser solo un enemigo más t rat ando de capt ar a la mujer que el amo había fichado hace mucho y que no iba a solt ar t an fácilment e. No había nadie, aparent ement e

nadie, el lugar est aba desolado, sin embargo, no dudé cuando el sonido de la madera crujió y una sombra at ravesó el umbral t omándome t an rápido que sent í romperme.

¡M aldit a sea!

M e guardé el grit o en la gargant a cuando sus dedos sacaron uno de mis pechos al aire para t omarlo en su boca sin darme t iempo de respirar. Lo succionó t an fuert e que podía sent ir cómo hilos de leche se deslizaban por su lengua cumpliendo una fant asía, mamando mient ras mis mejillas est uvieron a punt o de explot ar y solo deseaba t ocarlo, demonios, solo quería t ocarlo.

—¿Con hambre, señor?

Jadeé mient ras t iró de mis manos hacia at rás poniéndome en cuat ro a su merced. Cuando la hebra de su cint urón se abrió empot randome sin ningún t ipo de piedad y grit é t ant o que hast a la fibra más ínt ima de mi cuerpo se desplomó.

—M e va a romper…

Juguet eé sabiendo que era más fluido que persona, más placer que cualquier t ipo de respiración. No podía mirarlo, solo t enía el derecho de dejarme sent ir. Trat aba de aferrarme a su cuerpo pero era casi imposible en medio del balanceo de mis nalgas cont ra su pelvis y el descont rol.

El peso era t an grande como mi necesidad, t an fuert e como las ganas que t enía de él. La boca se me hacía agua por un beso, pero el bast ardo t enía el cont rol y la desesperación empezó a apret arme así como el orgasmo que sent í cuando su derrame explot ó ent re mis piernas y casi me desplomé.

—Por favor...

No fui conscient e del t iempo, el espacio, el sudor. Era un animal. Repit ió y repit ió aplast ándome cont ra él, acribillándome con su sexo calient e mient ras mi rost ro golpeaba la pared hast a la saciedad.

Respiraba por inst int o, mi ment e solo necesit aba descansar. La imagen de su cuerpo fornido subiéndose el pant alón se me quedó grabada en mi cabeza sabiendo que ya nada volvería a ser igual.

Ya no éramos presa y capt or, t ampoco era la mujer que se que se juzgaba por disfrut arlo est ando compromet ida con alguien más, o quien un día juró vengarse t raicionando su confianza cuando t odo fue peor; había algo más, algo que no se olvidaba fácilment e quizá porque…ya no éramos solo dos.

—¿Volverás?

No cont est ó. Sus ojos ruines se clavaron en mí sin emit ir emoción y esa fue la últ ima vez que lo ví, que t ragué ansias porque sabía lo que se venía y no quería enfrent ar. Tres años, t res meses, t res días… decisiones que no t enían marcha at rás.

“ M e pert eneces, niña, y aunque t e alejes...los ojos del diablo nunca t e dejarán ir, peor aun si llevas algo mío en t us brazos.”

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ADVERTENCIAS

M A F I A G R I E G A + 21

El libro est á cat alogado como dark romance, cont iene escenas erót icas explicit as además de cont enido para adult os, lenguaje crudo sobre la mafia con lineamient os basados en invest igación e imaginación de su aut ora.

Puede que encuent ren escenas chocant es, crudas y de acción. Tener en cuent a que t odo lo dicho o descrit o es ficción, por lo que se recomiendo lo t omen de t al manera.

Algunas concept os import ant es que debes saber:

Thírios: (Best ias) Nuevos int egrant es del clan Van Loren

Skýlas: Griegas que t rabajan dándoles placer a sus amos por propia volunt ad.

El círculo o hermandad: Grupo de líderes de la mafia que cont rola clanes.

Οργιο: Orgía.

Angliká: Inglesa.

Ent re ot ros que se irán mencionando ant es de iniciar o finalizando un capít ulo

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Let al

“ M e pert eneces, niña, y aunque t e alejes...los ojos del diablo nunca t e dejarán ir, peor aun si llevas algo mío en t us brazos” Tres años, t res meses, t res días era lo que el reloj había marcado. Lo único que sabía Alaska Wells era que le pert enecía al ser que la fichó...

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LIBRO 3 DE LA TRILOGIA DESTRUCCIÓN:

Orden:

1. Siniest ro.

2. Salvaje.

3. Let al.

Se puede leer independient e, sin embargo, recomiendo que lean los t res para t ener una mejor comprensión del cont ext o.

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Bienvenidas, mis babies. Una nueva avent ura est a vez con #RicoVanRico

Recuerden vot ar, agregar la hist oria a sus bibliot ecas para que les not ifique la act ualización y en caso no les not ifique por favor revisar mis redes o mi blog donde haré los anuncios.

¿Est amos list as para más? Las leo en los coment arios. En un rat in subo 2 caps más.

*

Ext ras, adelant os, fot os de los personajes y más aquí:

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Let al 6 - 7 minut es

Viena, Aust ria.

Tres años después.

¡Flash!

La empresa líder de maquillaje y lencería, que ha bat ido récords en vent a desde hace un año, se lanza al mundo en una gran pasarela.

¿Una superest rella? ¿Quién est á t ras la máscara de Lanka?

Fuent es cercanas indican que el mundo caerá de espaldas est a noche.

Alaska

Las puert as doradas se abren mient ras me det engo en un est udio de Viena. La gorra negra deport iva y los lent es de sol que llevo encima, además del cast año oscuro que se despliega por mis hombros, cambian mi ident idad frent e al espejo pero no a la mujer en la que me he convert ido hace algunos años t ras los últ imos at aques de la mafia.

Con la barbilla alt a y mirada al frent e t rat o de inmiscuirme en medio de cincuent a t rabajadores que luchan por t erminar los últ imos det alles de lo que será el event o del año. Todo luce en orden, mueven cosas de aquí allá en medio de los grit os, int ercambiando opiniones y en dos segundos despejan el área que más parece un conciert o que una pasarela.

M ant engo la mirada arriba pasando de frent e sin darle import ancia. Nadie sabe quién soy, t ampoco imaginan para quién t rabajan y se sient e raro siendo la primera vez, después de algunos años en caut iverio, que est oy con más de dos personas alrededor sin guardias visibles que me frenen o en medio de balaceras siendo escolt ada por mat ones.

—No hay peor t erco que t ú. Que est és aquí ant es de t iempo podría ser cont raproducent e.

Si t uviera que cont ar cuánt as veces Emilia ha repet ido la misma oración me quedaría sin paciencia. M e t oma del brazo obligándome a caminar hacia la sala de st aff, mant engo la act it ud calmada ant e mi socia comercial mient ras se respira un ambient e apocalípt ico en el área y debo confesar que est ar aquí me emociona más de lo que pensé que sería.

—Llegaron las modelos. La present ación est á por empezar. Lanka ha sido el concept o que ha revolucionado el mundo. Tu idea de fusionar lencería y maquillaje para most rar una versión fresca e imperfect a de la mujer ha sido un éxit o, sobre t odo en un mundo que crit ica const ant ement e el peso o t alla ¿No t e emociona?

Sonrío.

—Hoy llegaron los report es ¿Sabes cuánt o sumamos en vent a?

—¿Cien mil euros?

—¡Casi medio millón!—presume—. Eso solo se ve en millonarios. Apuest o a que nunca has vist o t ant o dinero junt o.

Escondo sut ilment e el anillo de diamant es que llevo en el dedo, fingiendo sorpresa.

—Claro.

—Tenemos que celebrarlo. Daniel se apunt ó solo—ent recierro los ojos—¿Qué t iene? ¿Eres una mujer solt era, no? Tiene dinero, es t ambién empresario, nos convienen nuevos inversionist as. Hoy será nuest ra noche.

Ignoro su sarcasmo y me cont agio de su opt imismo sabiendo que est o es lo que siempre quise hacer, que la idea de seguir mis sueños desde las sombras fue una buena decisión t eniendo en cuent a que necesit aba producir mi propio dinero y que con Lanka pude ser yo sin límit es, ya no como modelo sino como empresaria.

Nos volvimos t endencia en el mundo. El concept o de mujer real vendió muy bien, la demanda aument ó en poco t iempo gracias a los récord en vent a y a las campañas de market ing cuya creadora era una est rella incógnit a que fue juzgada en sus inicios y que el mundo espera revele su ident idad en cualquier moment o. Algo de lo que no est oy cien por cient o segura, peor aún cuando las cosas lucen t an normales.

—Ni siquiera los mires, nadie sabe quién eres, descuida—Emilia levant a el brazo—¡¿Quién demonios pone est e paquet e de casi met ro cincuent a en medio del camino?!

—Solo llegó—cont est a un empleado—. No hay remit ent e.

—¿Cómo que no hay remit ent e? —lo mueve—. Parece pesado ¿Qué t rae? ¿M et rallet as y balas?— ironiza— ¿A quién van a asesinar hoy?

Ni siquiera imagina con lo que bromea, mi mandíbula se t ensa y t engo que fingir una sonrisa mient ras clavo mi mirada alrededor reparando cada act o que pueda t raerme desconfianza.

Se me eriza la piel y el cuello parece pesarme de la nada. La mafia es la causa de las pesadillas de quien logra salir del círculo. El mal se prueba, se sangra, se llora y a veces goza, sin embargo, los sobrevivient es llevan el peso t at uado en la frent e de quien lo marca.

Cont engo el aire fingiendo que no pasa nada, aún cuando t odos empiezan a moverse y reírse «Deja la maldit a int ensidad. Todo est á bien, ha est ado bien desde hace t res años» por lo que simplement e me relajo y es inevit able que solo me enfoque en el t ext eo que dejé a medio escribir hace un minut o…

“ ¿Est á bien? ¿Sigue quejándose?”

“ Cree que hay una fiest a a la que no quiso que vaya, est á enfada y exige verla, pero t odo en orden hast a ahora.”

...Y por fin suelt o un peso que est aba apret ándose en mi pecho.

M e pican los dedos por escuchar el audio que mi rebeldilla grabó pero no es el moment o. Doy un respiro hondo siendo conscient e de quién soy y de lo que he vivido, además del secret o demandant e que guardo y que t odos los días me mira con grandes ojos azules exigiendo algo nuevo porque esa es su nat uraleza.

Guardo el celular pensando en lo que ha sido nuest ra vida en t odo est e t iempo. Hay que est ar t ras ella t odo el sant o día. La nueva reina del mal t iene una personalidad que desborda, una carisma que impact a, además de lo hermosa que se ve cuando elige su propio look, como el de hoy: gorra, short y bot ines negros junt o a una blusa blanca que adorna el cost oso diamant e con la let ra A que cuelga del cuello y que no se quit a para nada.

Sopeso la t ensión mirando el reloj. M i vida dio un giro fuert e en est os años y no voy a exponerla t eniéndola lejos, por eso la t raje. Est oy aquí por algo en part icular ut ilizando la excusa de lanka, algo que no puede esperar y sé que debo ser cuidadosa.

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Let al

“ M e pert eneces, niña, y aunque t e alejes...los ojos del diablo nunca t e dejarán ir, peor aun si llevas algo mío en t us brazos” Tres años, t res meses, t res días era lo que el reloj había marcado. Lo único que sabía Alaska Wells era que le pert enecía al ser que la fichó...

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Para el mundo ent ero Alaska Wells, la est rella de las pasarelas implicada en un t órrido romance con un mafioso, desapareció de repent e después del últ imo at ent ado y hast a se corrió el rumor que est aba muert a, por lo que debo cuidar mis pasos.

—¡Salud por el éxit o! Est a noche será inolvidable.

Emilia sabía lo que yo quería que supiera de mí «una supermodelo pasada de moda que plasmaba sus ideas sobre el glamour bajo las sombras porque quería limpiar su imagen de los escándalos» , y en ese papel me mant uve aunque la realidad haya sido dist int a.

M e giro invent ando excusas mient ras chocan sus copas. M e veo a mí misma con nost algia cuando era una más como ellos, cuando vivía un mundo normal ignorando la oscuridad a la que est aba dest inada hast a que me ficharon y lo ciert o es que nadie sospechaba.

Ignoraban que era una víct ima que se enamoró de su verdugo. Que fui su presa, amant e, esposa del hijo de put a más violent o del medit erráneo y que huí de Grecia en las peores condiciones, t rat ando de cuidar lo que cargaba en brazos.

El golpe ment al me t ensa, t raerlo a mi ment e es como un mal que no se va aunque quieras y ¡M aldit a sea! ¿Cómo olvidas el pecado si al final lo disfrut ast e? Palabras rudas apret ándose en el lóbulo de mi oreja, el aroma a bourbon palpit ando en t us labios. Cont ra la pared, at ada en medio de una orgía, con un lát igo acariciando mis cost illas, viviendo en un mundo de venganza, sangre y guerras donde t odos los días cruzabas el límit e con la muert e.

Los recuerdos son inevit ables y crecen cada que int ent o frenarlos. La últ ima vez que me t omó desprendía rabia al besarme «Sin pregunt as ni explicaciones» , esas habían sido sus reglas, pero pasaron t res años, t res meses, t res días y... t odavía pesa como si hubiese sido la últ ima noche en aquella cabaña a las afueras de Innsbruck.

—¡Llegó la comida!—grit an. Acomodo mi cabello sin emit ir palabra, como cuando t ienes una calient e fant asía y no quieres que nadie t e descubra.

Parece que el mundo se congeló est os años. Europa siempre había sido el maldit o blanco de at aques y ahora las not icias no most raban más allá de accident es de t ránsit o, cosa que no me cuadra.

Algo est aba mal y los días de la Alaska est úpida quedaron ent errados. La Pant era aparecía y desaparecía dejando al cuidado de Et han (su soldado de confianza) nuest ra seguridad permanent e. Habíamos t enido una relación t rat able—pero no ínt ima—en est os años porque ambas queríamos el bien de una sola persona, sin embargo, nada cuadraba.

M ant engo mi at ención cuando la bulla se suma. Emilia sigue hablando con los empleados, posiblement e discut iendo de lo raro que se ve el arreglo de flores que enviaron, mient ras el reloj me sube la ansiedad cuando por fin marca las siet e de la noche y unos ojos cruzan los míos, ojos que he est ado mapeando desde que ent ró con el cat ering a los bast idores.

—M añana t odos hablarán nosot ras, vamos a romper sus jodidas cabezas. ¿Por qué demonios no brindas?

—Café para mí, ya lo sabes.

—Qué aburrida.

Ent re risas siguen celebrando y de pront o el lugar empieza a llenarse de modelos cuyos selfies a cada nada empiezan a ponerme incómoda ya que est o no era lo que acordamos.

Emilia se hace la t ont a evit ando mis ojos y no hay t iempo para quejas. Bajo la cara caminando hacia el cat ering, mis manos expert as t oman una t aza para hacerme un expresso mient ras por mi lado pasan personas perdidas en las pant allas de sus celulares viendo videos est úpidos.

—M e llevé el azúcar, lo sient o—un anciano sonríe mient ras acerca el pot e con amabilidad—¿Le sirvo?

—Por favor…

Odiaba el azúcar. Dos maquillist as t omaron sus bebidas y me mant uve en mi papel hast a que se alejaron lo suficient e.

—Eres punt ual. —Bebo un sorbo de café echando un vist azo alrededor. El anciano ahora acomoda los vasos de la despensa, sin mirarme direct ament e.

—Le soy leal a los Wells y con la sangre de su padre hast a mi muert e, mi señora.

Sabía a lo que venía desde que t omé la decisión de salir de mi cueva. Una especie de bult o en los lat erales de su camisa se hace present e y solo alguien que haya manejado ant es armas hubiese not ado que aquel hombre no era un simple viejit o mesero, sino un t ipo de la mafia ent renado que seguía órdenes.

—El t al Et han t iene hombres siguiéndola, como ust ed sospechó.

Ordeno las cucharit as despist ando al empleado que fijó un segundo su at ención en nosot ros y mant engo mi mirada hacia el frent e, acomodando mis lent es como si disfrut ara la vist a frenét ica de mini sesiones fot ográficas presumidas mient ras bebo un café que odio.

—¿Alguien sospecha?—miro de frent e.

—No—sonríe, limpiando el desorden y volt ea—. Debo confesar que volver a una vida normal t rabajando dos semanas aquí solo para pasar desapercibido no ha sido del t odo amargo. Los mundanos son algo divert idos y aprecio su int eligencia, mi señora.

Bebo un sorbo de café mient ras dos chicas se acercan por agua y finjo echarle más dulce a mi bebida, excusa perfect a para mant ener una conversación con alguien sin ser acechada. Tenía que encont rar un moment o en el lugar menos sospechable. Sé perfect ament e que me siguen, lo han hecho desde hace años.

—Le mint ieron—agrega, apret ando ot ro bot ón de la cafet era—. Las cosas después de los últ imos at aques parecen haber creado más monst ruos sin cont rol. Europa se dividió y así como Siniest ro creció en poder t ambién aument aron sus nuevos enemigos en la mafia.

Qué mier…

—Briana Román ascendió al poder haciendo un t rat o con el círculo griego—agrega—. Las cosas se descont rolaron. Ya saben que fue ust ed quien asesinó Smirnov.

Tengo que sost ener la t aza con fuerza para no dejarla caer. M is pómulos se ponen calient es y solo sonrío sirviendo más azúcar, haciendo presión en la cuchara mient ras t rat o de recuperar mi respiración normal cuando los aplausos se alzan en la ot ra esquina de la sala, fest ejando algo que no t engo cabeza para det erminar en est e moment o.

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Let al

“ M e pert eneces, niña, y aunque t e alejes...los ojos del diablo nunca t e dejarán ir, peor aun si llevas algo mío en t us brazos” Tres años, t res meses, t res días era lo que el reloj había marcado. Lo único que sabía Alaska Wells era que le pert enecía al ser que la fichó...

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—Le han ocult ado la verdad para mant enerlas a salvo. Aust ria es t errit orio de los bast ardos salvajes. Es...como si hubiesen diseñado un mundo perfect o para ust ed cuando t odo est á yéndose al carajo ahora mismo, señora. Compraron a la prensa pero la verdad es inminent e. El círculo la marcó y eso no es lo peor, Alaska…

Se queda en silencio siendo incapaz de seguir y yo de fingir una sonrisa cuando quiero explot ar por dent ro. Que la mávros nómos «ley negra» griega o círculo t e marque significa que no pararán hast a t ener al enemigo bajo t ierra.

M i piel se incendia y sient o los labios resecos además de un gran peso que me impide respirar porque t engo ganas de mandar al carajo t odo. Proceso rápido sus palabras en medio de un t umult o de gent e, pensando que cualquiera de los que est án aquí podrían ser enemigos o que est e es un juego de ajedrez donde si pierdes no habrá ot ra part ida.

Las palmas de mis manos se irrit an por la fuerza que hago. El anciano baja la cabeza incómodo, respiramos el mismo aire de fiest a por fuera pero por dent ro est amos de lut o. «Tres. Jodidos. Años ¡Tres maldit os años engañándome!» Bast an segundos para que se den cuent a, unos hombres de negro se encaminan hacia nosot ros sut ilemnt e y Will sigue mant ieniéndose en su papel sabiendo que su vida corre peligro.

—¿Tienes lo que t e pedí?

No sé si es impot encia o adrenalina pero mi voz apaciguada se mant iene.

—Por supuest o.

—Ent onces hazlo.

Los espías est án a solo unos met ros de nosot ros, por lo que giro mi cuerpo para dejar la t aza y él solo me da una advert encia.

—¿Est á segura de lo que quiere hacer? La mujer que ficha el diablo es la mujer del diablo. Ust ed sigue siendo suya, Alaska. Desobedecer al amo podría t raerle consecuencias inimaginables. Siniest ro no es quien es solo por nombre, él es el infierno.

—En el que sé arder si me provoca.

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Son 3 capit ulos. Disfrut en.

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Alaska

No t engo que decir más palabras, sabe exact ament e lo que quiero cuando por fin me mira de frent e.

—Si necesit a algo más solo llameme, señorit a, el café es producido en nuest ras t ierras y hacemos envíos por mayor—alza la vist a, fingiendo sonreír—¿Gust an que les t raiga algo para ust edes, caballeros?

No fui conscient e que est aban t ras de mí, son la t ira de idiot as soldados de la Pant era que se met en en t odo lo que hacemos como si fuéramos rehenes en plena libert ad. Cambian de ident idad a cada nada y ni siquiera t engo más int erés en fingir, si ven mi rost ro est á a punt o de explot ar como si le hubiesen clavado un hierro por dent ro.

¿Enojo? ¿Decepción? ¿Ira? Tengo que apret ar los dient es para calmarme. Tres maldit os años viviendo mierda no fueron suficient es, creyendo en una farsa como si no valiera nada para ellos cuando nos est án cazando y el foco mayor es el cordero que no les voy a ent regar nunca.

—Si me disculpan…

Will es excelent e para escurrirse, en un segundo se esfuma mient ras dos de los perros de La Pant era lo siguen y el ot ro t rat a de pasar desapercibido, ambos aparent ando que no pasa nada.

Los evit o, avanzo lo más rápido que puedo t rat ando de salir sin ser vist a pero el ambient e se vuelve t enso y la puert a parece t an lejos que empiezo a desesperarme.

Nadie puede saber nada, Will necesit a salir de est e asqueroso lugar vivo, yo largarme lo más pront o posible, pero ahora más que nunca cada minut o que paso sin ella me desespera.

«Cálmat e, maldit a sea» M i ment e sabe la t eoría pero en la práct ica es diferent e.

Saber lo que viene pesa más que cualquier pesadilla. Camino ida pensándolo. La mafia no perdona el pecado, t ampoco cont empla medias t int as. O vives o mueres, es simple. Si la descubren t ambién la marcarán y no habrá ret roceso. Quizá ya lo saben y solo esperan un paso en falso para at acar. El mal t iene sed de venganza y t ener a un cordero enemigo vivo represent a un banquet e que no van a dejar ir por nada, mucho menos por ser quién es en el mundo.

Los masacran, queman vivos y part en en pedazos su carne. Apenas puedo recuperar la consciencia de lo que viví en las afueras de Grecia como un nubarrón oscuro, cuando el hijo de M arcela (Damián) me miró con esos ojos inocent es y apenas pude salvarlo del mat adero que M arkos mismo propició porque est aba dispuest o a eliminarlo.

“ Prepara el aut o ahora mismo. Tenemos que irnos.” —Solo t ext eo en medio de la bulla.

Se acabó la obediencia, la espera, las cont emplaciones. Ya no somos solo dos en el juego y lo sabe perfect ament e. Tres maldit os años y sigue pensando que voy a quedarme con los brazos cruzados cuando no…,t ambién sé jugar mis cart as.

La señal es clara para mí y cuando nadie me ve giro dispersandome ent re la gent e. No sé cómo se respira. Cada maldit o segundo pesa cuando escucho que dicen mi nombre mient ras t rat o de abrirme en medio de la gent e, la puert a est á cerca pero se ve muy lejos, dios, no lo soport o.

—¿A dónde vas? Daniel dijo que quería vert e—Emilia t oma mi brazo susurrando—. El hombre est á desesperado.

Las celest inas me vienen en madre ahora mismo. Ríe pero mi silencio hace que se ponga seria, por lo que parpadea sin ent ender y…

—Debo irme.—Concret o.

—¿Perdón?

—Tengo que irme.

Finge una sonrisa. Si ant es no est aba segura de most rarme ahora est á fuera de discusión porque jamás arriesgaría lo que amo.

—Tenemos una maldit a pasarela donde t ienes que salir por lo alt o. Todo est á list o, Alaska. La prensa fue convocada. Lanka depende de t í ¿En qué carajos piensas?

—Jamás afirmé que lo iba a hacer.

—¿Perdón?

—Debo irme.

—¡No puedes t irar por la borda t odo lo que hemos logrado! ¿El café t e dañó el cerebro? Son mis sueños, son t us sueños, es t odo el maldit o dinero que hemos invert ido. Te dí la oport unidad cuando nadie t e la

daba, apost é por est o sabiendo que no sería fácil ¡Ni siquiera me dejabas pisar t u maldit a casa y jamás pregunt é las razones! ¿así me lo pagas?

—Quédat e con lo que necesit es ¡M uévet e de mi vist a!

Sujet a mi brazo con fuerza cuando me impongo.

—Yo no me voy a perjudicar por t us indecisiones—amenaza—. M odelarás, most rarás t u carit a de must ia y punt o. No me vas a venir a joder el negocio. La gent e espera un espect áculo y vas a darle un espect áculo.

—A la gent e le venden mierda t odo el t iempo—me libero—. Est oy segura que sabrás ment ir, últ imament e ha sido t u especialidad en t odo.

Le reclamo con una maldit a indirect a sus irregularidades, hart a del asunt o. No me int eresa su respuest a, no me import a a quién dañe cuando el mundo vuelve a ponerse negro. La Alaska del pasado que pensaba en t odos ant es que en sí misma se esfumó, la de ahora solo prioriza lo que quiere y mi cabeza solo se enfoca en que t engo que salir de aquí lo más rápido posible.

M e apart o de la gent e t ensa «No hay mensaje de t ext o», por lo que empiezo a preocuparme al ver al reloj y vuelvo a t ext ear sin obt ener respuest a.

Sudo frío sint iendo una opresión en las sienes, veo más gent e de lo usual sin ent ender lo que pasa, camarógrafos que se colan en el área vip t rat ando de capt ar cualquier acont ecimient o ext raño, por lo que me pongo el gorro y bajo la cabeza apresurando el paso hast a la salida.

—¿Será que es una modelo?

—Eso dijeron en la not a de prensa que nos enviaron, alguien que dará mucho de qué hablar por el pasado que carga.

Parece que mi piel explot a ent endiendo por fin el juego de Emilia «Necesit o largarme de aquí». A empujones me int roduzco en la sala cent ral y ya hay más de mil personas sent adas como en conciert o, con cervezas en la mano además de las luces apunt ando hacia una pasarela que no deja de brillar reflejando una banderola con mi rost ro a medio most rar sin mi consent imient o.

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Let al

“ M e pert eneces, niña, y aunque t e alejes...los ojos del diablo nunca t e dejarán ir, peor aun si llevas algo mío en t us brazos” Tres años, t res meses, t res días era lo que el reloj había marcado. Lo único que sabía Alaska Wells era que le pert enecía al ser que la fichó...

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M iro hacia un lado y las salidas est án cubiert as, hacia el ot ro no hay más que imbéciles cuidando que nadie ent re sin pagar. El reloj avanza, se hace más noche. No hay rast ro de Et han ¡No cont est a el maldit o celular! Cada persona que pasa por mi lado empieza a darme desconfianza, t engo solo minut os, huele excesivament e a alcohol, mi cuello empieza a picar como si est uviera at rapada en una t elaraña cuando por fin suena el celular y…

—Et han—suelt o casi sin aire. No hay respuest a. Bast an segundos para verlo al ot ro ext remo del local con una mano en la cabeza, solo, sin… ella.

—Fue solo un segundo, Alaska. Se solt ó de mi mano, solo…

El golpe ment al es t an fuert e que me deja fría. La peor pesadilla para una madre es que un hijo se le pierda en medio de t ant a gent e y parece que colapso.

«No puede est ar pasando». M e asfixio en medio del sucio olor de los hombres que buscan capt ar nalgas bonit as con sus cámaras, por lo que voy empujando al que se met a en mi camino. Si se filt ra una fot o mía sabrán dónde est oy, si ven a Arya la mat arán sin cont emplaciones y ni siquiera sé si soy cabeza o presa del juego.

Dónde demonios est á.

Et han camina con sus hombres a los alrededores mient ras me grit a al t eléfono pero no escucho. Es como si me hubiese bloqueado por complet o. Busco por las piernas de la gent e, arrast rándome para ver si t ienen a alguien en sus hombros y nada.

—¿Qué t e pasa? ¡Paga t u maldit a ent rada en zona vip y no t e coles!

Van a disparar. Los hombres de Et han sacan sus armas desplegándose por cada rincón que pueden peinar hast a que de pront o las luces se apagan y un est ruendo llama la at ención de las cámaras que se encienden en ángulo a la pasarela.

—Damas y caballeros, el moment o t an esperado ha llegado.

Casi puedo sent ir un espasmo cuando Emilia se sube a la t arima present ando lo que dije que no iba a hacer. La gent e grit a eufórica esperando a una est rella, un cont eo regresivo se proyect a junt o a los reflect ores de la gran pant alla que muest ran imágenes de una incógnit a modelando sin rost ro.

Imposible. Es…imposible.

La piel se me eriza cuando me veo a mi misma en una sesión grabada sin mi permiso pero eso no es t odo, lo peor recién empieza cuando las modelos empiezan a salir y los flashes empiezan a capt ar el rost ro de alguien se cuela a la pasarela con una peluca negra encima y un micrófono en mano apunt o de hablar…

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Capít ulo 3 Una Van Loren

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Siniest ro.

El bourbon nunca est uvo t an placent ero como ahora. Got a a got a se derrama por mis labios mient ras mi lengua recoge el rest ant e a la par de los sonidos desgarradores que yacen t ras las cort inas.

Uno a uno va cayendo, como el derrumbe de un perfect o dominó que yace en mi mesa. Dolor…la melodía del dolor es int eresant e, así como el delicioso olor a sangre, venganza y sexo calient e que se despliega en medio de luces cenit ales rojas cuyas sombras ya no son suficient es para el gozo del verdugo.

—Quiero ver.

Apart an las t elas e inmediat ament e después las rejas de la jaula parecen mart illadas cuando desfloran su culo marica. Los grit os crecen, el pit o erect o de uno de mis hombres le dest roza el ano mient ras ot ro le da por la boca haciendo que quien recibe est é a punt o de morir por asfixia.

«Piedad» es lo que parece decir con sus ojos pero el orgullo t odavía le pesa. La ambición es el mal de la raza humana, los errores sólo det erminan muert e cuando se at reven a ret ar al amo, creyendo que sus míseras vidas podrían ser capaces de dest ruir al dios oscuro siendo simples cucarachas.

—Dí que eres una perra calient e—hablan y empujan en él—. Di que t e gust a mi polla, basura.

Ríen.

—Pero si est ás gimiendo...así, así zorrit a, mama duro que el show recién comienza.

Las puert as post eriores se abren dejándolo descubiert o ant e quienes miran con placer el espect áculo, seres perversos que aplauden disfrut ando la venganza cont ra krat ki, el conserje del círculo griego (hermandad) que se at revió a nombrar a mi enemigo como cabeza de un clan para declararme la guerra.

—Damas y caballeros, el conserje del círculo griego, ant es: quien creía poner las reglas de la mafia, hoy: inspect or de pit os.

Se burlan. Le abren la boca mient ras mi dedo se mueve en el aire. Arriba, int roducen el cuchillo cort ando la nariz; abajo…, desfloran sus labios empapandolo de sangre y sus ojos llenos de rabia son un afrodisiaco exquisit o.

He vist o esos ojos en cada ser inút il que me ret a, cada pedazo de mierda que se at reve a desafiar al que hace y deshace el mundo creyendo que su poder es más que el mío. Creyendo que el amo pasa sin olvidar las deudas, que perdona cuando no es más que la ley oscura que pudre al mundo.

—¡Dilo!

—Soy... una pe...perra—gruñe y ent recort a sus palabras—...calient e.

—¿Te gust a mi pit o?—el soldado grit a—¡He dicho que si t e gust a mi pit o! ¿Lo est á disfrut ando, señor? ¿Quiere más? —t odos ríen—. Yo creo que la señora necesit a flagelo.

La euforia se dispara ent re los t hírios «best ias»—hombres de t oda clase de calaña, red men hambrient os, ex miembros de ot ras sect as menores—que hoy se vuelven part e de mi clan para formar una sola alianza después de la revolución de la mafia que t erminó separando Europa.

El mundo cambió en t res años, los clanes y naciones se reformaron dejando a las ganadores arriba, aunque hay quienes siguen aferrandose a papeles que no les corresponden. El maldit o circulo es uno de ellos, una pobre hermandad que t odavía se cree con derecho a int ervenir en Grecia cuando no hicieron más que t raicionar a quien les daba de t ragar y les cubrió negocios por años.

La venganza es un plat o que se come frío. Que hayan mordido la mano del amo no ha sido más que una excusa perfect a para deshacerme de ellos, sin embargo, t odavía creen jugar sus últ imas cart as conservando buenas relaciones con los asiát icos, enemigos a quienes no les conviene que Grecia solo dependa de mí porque saben que voy a dest ruirlos.

—Señores y señoras, el gran banquet e…—una sirvient a aparece con una bandeja y deja el plat o en el suelo con pedazos de carne t rit urada—. Que lo disfrut e...la señora krat ki asada al horno es la especialidad de la casa.

El hombre vomit a casi al segundo y las lágrimas lo absorben mient ras los grit os de la audiencia hacen que me acerque apret ando los puños.

“ ¡Siniest ro! ¡Siniest ro! ¡Siniest ro!”

Lo levant an del cuello y ordeno que lo suelt en mient ras mis puñet es lo devoran. La quijada se le revient a así como la nariz que no deja de sangrar como un caño y cae arrodillado como la porquería que es, suplicando.

—Piedad..

Chilla y es la misma adrenalina de hace un par de años, el mismo veneno que sent í por mis venas cuando fue él, por órdenes del vyshe, quien se at revió a enviar una emboscada cont ra quienes prot egía.

—Por favor…

Las cadenas se arrast ran con los grit os que se elevan. Juré mat arlo. Se escondió como un vil gusano marica t ras las faldas de una est úpida hermandad que me declaró la guerra, a la que hoy dejo en ridículo y voy a hacer mierda.

—Tarde o t emprano encont rarán t u secret o—se inclina—. Sabrán lo que escondes, la buscarán y no pararán hast a mat arla. A ella y al cordero.

Impact o una bala ent re sus ojos, ot ra en su cabeza, ot ra en su est úpida boca hast a que cae junt o al desperdicio humano que le hace perfect a compañía.

El hedor parece infest ar mis fosas nasales, la venganza es como la droga que más pruebas más la ansías. No se t oca lo que es del amo sin pagarlo, no dañan lo que creen poder dañar porque soy y siempre seré la maldit a pest e que oscurece el mundo, sin embargo, algo se me apriet a en la gargant a. Algo que me jode profundament e.

—Se sella la venganza del dragón—anuncian—. Siniest ro no cede ni perdona, solo dest ruye.

Los grit os se disparan celebrando la caída de una de las piezas claves del círculo griego, amant e de la zorra de Briana, la zorra que sigue creyendo que puede cont ra mí poniendo a la hermandad en mi cont ra.

Ni ella ni su jodida cara t rasquilada van a ganarme. Fue int eligent e para quedarse con el poder Smirnov, junt ándose con quienes les convenía, sin embargo, quit ando a las rat as la gat a se queda sola para enfrent arse a quien va a dest ruirla.

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“ M e pert eneces, niña, y aunque t e alejes...los ojos del diablo nunca t e dejarán ir, peor aun si llevas algo mío en t us brazos” Tres años, t res meses, t res días era lo que el reloj había marcado. Lo único que sabía Alaska Wells era que le pert enecía al ser que la fichó...

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M e apresuro adent rándome en medio de la gent e aún con el grit erío encima. M e abro paso y al verme se hincan sin mirarme a la cara y la sangre empieza a t omar un ardor que solo puedo saciar de ot ra manera cuando mis escolt as sujet an ent re sus dedos ciert as fot ografías.

—Es urgent e at ender un t ema en Aust ria, amo.

Le hago una seña para que se largue. M e pesa t ragar saliva, me pesan esos ojos azules y boca rebelde a la que devoro en mi ment e a cada nada, a la que no paso sin maldecir, que no recuerdo sin que se me ponga dura pero hay cosas que no van a cambiar nunca.

La sala privada se abre dándome paso a la mirada del gángst er t urco que posa sus ojos en mí con caut ela. Es lo único que me import a, que su manada de vándalos t ermine de rendirse ant e mí para t omar complet a posesión del egeo.

Las zorras se apart an cuando ven a mi escolt a llegar ant es que yo, t oman sus pert enencias y se largan dejando la orgía a medio armar junt o a una pant alla gigant e que enfoca las not icias int ernacionales, quienes proyect aron en vivo la grabación de la muert e de krat ki como advert encia para el círculo y los clanes que se at revan a darme la cont ra.

—Siniest ro—sonríe haciéndome una venia en medio de las palabras mundanas que dan fe de lo que es capaz de hacer el amo.

Se acomoda el sombrero t radicional t urco, el cabello largo y los t at uajes que cuelgan de su pecho los hace ser quienes son pero para nada me int imida. Ni él ni su bola de peleles que lo siguen con armas det rás creyendo que t ienen una mínima posibilidad cont ra mi imperio.

—La alianza se ha sellado con sangre—habla Sky—. Tienen lo que quieren, el amo no cont emplará más negat ivas. Exigimos las t ierras y negocios que ahora serán propiedad del imperio griego.

El t urco enarca una ceja, su put a privada le pasa un puro que fuma asint iendo.

—El veneno se expandió y los poderes se part ieron, pero la nueva era no est á complet a—la t ensión aument a, el t ipo quiere morir—. Cumpliré mi palabra, honraré y garant izaré que mis t ierras sean explot adas por el amo siempre y cuando me garant ice supervivencia. Sin legado solo hay muert e.

M is hombres levant an sus armas y t ambién los suyos, por lo que se forma una redada de t odos cont ra t odos mient ras ninguno de los dos mueve un dedo, solo se mant iene en su sit io evaluando cada acción que podría desat ar una masacre.

—El int ercambio es lo más just o, no eres un hombre de fiar. Ent rego nuest ra pat ria y vida a cambio de una garant ía humana, t u sangre, un heredero que cont inúe la alianza por generaciones, que dejará de ser t uyo para ser nuest ro y será criado bajo nuest ra orden. Sellast e el pact o, Siniest ro.

—No hay heredero.

Espet o fuert e y claro con el silencio cubriendo la sala, la sangre palpit ando ent re mis manos mient ras el ardor que dejó el bourbon t odavía parece colarse en mi alient o.

El ganst er me desafía sin bajar la cabeza, sus hombres cont inúan con armas arriba junt o a los míos mient ras el volumen de la pant alla gigant e, que sigue t ransmit iendo not icias, parece capt ar la at ención de los present es cuando una voz se proyect a al mundo.

“ Hola, soy Arya Van Loren y soy una villana.”

M e pesa la sangre mient ras los ojos del t urco se oscurecen con una sonrisa.

•──────✧✦✧──────•

Ufffff se jodió t odo. Es la primera vez que escucha su voz.

Recuerden agregar la novela a sus bibliot ecas para que les not ifique y revisar const ant ement e las act ualizaciones. Vuelvo pront it o con dos capit ulos más.

Est a hist oria para mí es un gust it o.

Gracias miles a quienes siempre me acompañan. Por favor, vuelvo a repet ir que es ficción y dark romance, no apt a para t odo público.

Que empiece el infierno. A quemanos.

#VanRicoONFIRE Las leo en los coment arios.

Est aré compart iendo fot os de los nuevos personajes en mis redes sociales.

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Fanpage: Flor Di Vent o Capít ulo 4 Consecuencias

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Alaska

La cachet ada ment al que t engo me congela. M is manos se engarrot an a la par de lo que sient e mi t ráquea al ver a quien veo subida en la pasarela, con una peluca negra en el cabello, un micrófono en la mano además de una sonrisa t raviesa que repit e lo que ha capt ado la at ención del mundo:

“ Hola, soy Arya Van Loren y soy una villana.”

Se me baja el azúcar cuando las cámaras de t odo t ipo de prensa int ernacional empiezan a grabarla mient ras jala la at ención de los present es y es como si est uviera en una de esas pesadillas donde por más que quieres despert ar t u cuerpo se agarrot a.

—¡Arya!

No sé si grit é con la voz o con el pensamient o. Lo que cree es un juego no es más que el inicio de una cat ást rofe. M is manos se congelan, las sienes me lat en fuert e. Acaba de dest ruir en dos segundos lo que un imperio ocult ó por años para garant izar su supervivencia y no hago más que escuchar un ruido ment al que me carcome, por lo que es Et han quien reacciona primero generando un apagón que empieza a hacer dist urbios.

—Pedimos que se calmen, es… solo un problema t écnico—dice Emilia por el micrófono, t rat ando de apaciguar a la mult it ud

¡Devuelvan el dinero!

¡Est afadores!

—Tengo mucho que most rarles. No se vayan. Por favor, pido que se…

Todo est alla y los pifeos aument an. Los hombres de Et han hacen que la gent e se descont role empujando a ot ros para que el foco ya no est é en Arya sino en la organización del event o, ya que usar las armas nos evidenciaría.

La gent e empieza a golpearse como si sacaran sus frust raciones con ello. El lugar est á sobrevendido, se aplast an ent re sí mismos creando pánico, lo cual nos da solo segundos para escapar pero cuando me t repo en el escenario la villana de peluca negra parece esfumarse.

—¡Ven aquí!

Puedo sent ir cómo me pica la piel mient ras un faro alumbra a la muchedumbre que ha empezado a t irarse bot ellas en la cabeza. El ruido aument a en un abrir y cerrar de ojos, no sient o los pies de lo rápido que voy porque las sirenas de la policía suenan, hay heridos, quizá muert os, el lugar est á lleno de maleant es y de solo pensar que ella podría est ar ahí me vuelvo loca.

—Alaska.

Un golpe de calor vuelve a mi cuerpo cuando veo a Et han aparecer con alguien llorando por no t ener la maldit a peluca. No hay t iempo para nada, el vandalismo sigue aument ando y son diez hombres de negro quienes nos abren paso hacia una falsa salida de emergencia mient ras las pat rullas arremet en el est acionamient o y parece que mis brazos no est án complet os si no la t oman.

—¿Por qué me haces est o?

M e lanza una mirada enfadada y es como si fuese su doble, como si est uviera viendo al diablo arder en ot ra versión; ojos azules fuego demandant es, t emibles, como el mal que recorre sus venas y que no he podido apaciguar en est os años.

La apriet o cont ra mí mient ras el aut o se mueve bruscament e «Ni siquiera quiero pensar. No quiero pensar en las consecuencias» El modo aut omát ico en el que est amos nos bloquea. Et han me lanza un arma y sé lo que significa ¡Sé lo que maldit a sea significa desde que t uvimos que desaparecer del mundo!

—Preparen el avión—grit an.

—¿A dónde vamos, señor?

—¡No import a!

La cubro aunque se enoje y me ignora cruzando los brazos porque es t an orgullosa que nunca acept ará no salirse con la suya.

Irrumpimos un aeropuert o rompiendo las rejas de una pist a clandest ina. M is manos est án agarrot adas mant eniendo el arma en la part e post erior del aut o a la par que lucho por calmar mis nervios ya que no quiero asust arla.

—¡Aceleren el maldit o paso! ¡Ya!

Salimos de Viena en un pest añeo pero ni siquiera en el aire puedo descansar, el corazón me sigue palpit ando fuert e y el ambient e se sient e como si viviéramos en un ent ierro: crudo, silencioso, lleno de incert idumbre.

Vernos las caras ya no es suficient e, t odos empiezan a enloquecer. A más pasan los minut os más me explot a la cabeza porque soy conscient e de lo sucedido y la culpa es como una barra de hierro que t e part e. Empiezan a pesar en mi ment e aquellas pesadillas con un llant o, con los ojos de los corderos en el mat adero, las llagas impregnadas del pasado y las consecuencias que podría t raer el descuido.

Et han int ent a conect ar con t ierra pero no hay señal que valga. Si habilit amos el GPS est amos muert os, cualquiera podría clonar los accesos por lo que acceder a nuest ra ubicación sería demasiado fácil.

De reojo los miro correr de la cabina de mando hacia el ot ro ext remo sin respuest a. M i cabeza es un mar de pregunt as los próximos ochent a minut os mient ras Arya duerme con los auriculares rosa encima dejando correr esa película de villanos que t ant o le encant a.

No puedo con est a maldit a ansiedad.

El reloj marca la madrugada y sient o que llegamos a lo mismo. No me equivoco cuando veo el mapa digit al donde el avión da vuelt as en movimient os circulares, por lo que ent iendo que algo grave pasa.

—Et han…—me levant o.

—Señora, por favor t ome asient o y duerma un rat o.

—Quiero saber qué carajos pasa.

—No t engo permiso para hablar.

—¿Permiso? ¿Hablas de permiso?—la rabia me prende— ¡La Pant era y t ú se pueden ir al carajo con sus maldit os permisos!

—Cálmese.

—¡No me voy a calmar!

Ent re ellos se miran. El avión parece descender mient ras un t ipo se acerca a nuest ro asient o queriendo t ocar a Arya y ni siquiera lo pienso, t omo el arma a la defensiva.

—¡Saca t us sucias manos de ahí! —lo apunt o—¿Qué int ent an hacer? ¡¿Qué carajos int ent an hacer?!

Se quedan en silencio.

—¡At rás, maldit a sea!

—Señora, ya bast a. No me obligue a…

—¿Hast a cuándo pensaban decírmelo? ¿O es que venía bien verme la cara de est úpida viviendo como si nada pasara? ¡Quiero saber qué demonios pasa!

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“ M e pert eneces, niña, y aunque t e alejes...los ojos del diablo nunca t e dejarán ir, peor aun si llevas algo mío en t us brazos” Tres años, t res meses, t res días era lo que el reloj había marcado. Lo único que sabía Alaska Wells era que le pert enecía al ser que la fichó...

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El pecho me sube y baja de lo exalt ada que est oy. Pront o t res de los ot ros idiot as me levant an las armas pero Et han ordena que las bajen. Est oy t an irrit ada como confundida, el ojo me lat e de la presión y t engo que morderme el labio para no decir más cuando not o que los de at rás t oman un t ono de burla.

Los t it ulares en mi cabeza no se hacen esperar y al verlos lanzan un periódico. Los ot ros soldados usan sus celulares para most rar fot ografías, not as de prensa, además de reproducir un video que alguien grabó sin mi consent imient o donde me desnudo para probarme mi propio diseño de lencería junt o a anuncios en páginas porno.

“ Alaska Wells xxx”

“ Un rico culeo con la ex modelo, click aquí.”

“ Al desnudo con la put a más rica.”

“ La zorra que vende más de cien millones de euros con lencería barat a, prófuga.”

El golpe emocional es fuert e pero ya nada me import a, ni sus miradas est úpidas ni mi rost ro siendo reproducido en páginas asquerosas. Llega un punt o en la vida en que las cosas feas que t e pasan son una raya más porque ya no puedes esperar más de t u put a suert e, pero lejos de llorar solament e me quedo en silencio, dándome segundos para apret ar los labios y levant ar la cabeza.

La que creen zorra nunca dejará de ser zorra para ellos, la gent e no dejará de invent ar falsos porque viven del chisme y veneno, porque se obsesionan a t al nivel de t í que por más que pases t u vida sin met ert e con nadie encont rarán la forma de jodert e.

—Las not as de prensa salieron minut os ant es del apagón. Es imposible que haya sido casual. No…podemos det enerlo, se ha viralizado a t al nivel que a est as alt uras t odo es irreparable.

Cont engo la voz, el alient o, la energía en un puño fuert e y una nube oscura me envuelve.

—M át ala.—Sabe de quién hablo, mant engo la mirada fija en él mient ras da una bocanada de aire.

—Ya lo hice…pero sabe que no es suficient e. Sabe que habrá ot ro t ipo de consecuencias, lo sabe perfect ament e.

M e quedo en silencio t ragándome la emoción.

—Por favor, siént ense y obedezca—cont inúa—. No me obligue a hacer cosas que no deseo. Son órdenes superiores.

Finjo est ar bien en un t rago amargo mient ras regreso al asient o. Arya es como una linda princesa cuando duerme, por lo que aprovecho los segundos de calma que nos quedan para acariciarla mient ras ent re ellos hacen planes sin incluirme.

Suelt o el aire de a pocos sabiendo lo que viene, lo que había calculado hace t res años en mis noches de insomnio en caso la vida nos pusiera en una sit uación como est a, sin embargo, cuando se met e al corazón no siempre es buen consejero.

—Est aremos bien, lo promet o—la cadenit a con la insignia PM t odavía la t engo en mi muñeca, roza la piel de Arya sabiendo que hay personit as que puede que ya no est én pero que una madre nunca olvida nunca y solo at ino a darle un beso.

Nos quedan algunos minut os en los que dejo que hagan lo que quieran. Obedezco a lo que Et han dice sabiendo que t engo que calcular mis planes. El pilot o da luz verde e inicia el descenso. Los soldados se pasan cargament o de armas, vuelvo a levant arme para met er el mayor número de cuchillos por donde sea, rasgando mis pezones, apret ando el sujet ador que deja suelt o el exceso de brot e de mis senos, ya que aument é de t alla en est os años y ni aún así ent ran.

—¿Qué pasa? ¿Nunca has vist o unas?—Los ojos escandalizados de Et han me encuent ran con más de cuat ro dedos t ocándome, aplast ando una granada en el sujet ador que clarament e no voy a dejar por precaución nuest ra.

—No me compet e responder, pero pudo haber sido ot ro el que la haya vist o, así que mant enga la línea, señora.—Trat a de no mirarme remarcando la últ ima palabra.

—Créeme que no t engo muy buenas hist orias con los guardaespaldas—ironizo—, pero sé quién eres. No est arías aquí si no fueran claras t us preferencias. A menos que t odavía t e prenda ver a una mujer sin sujet ador pero eso es como pedir que seas act ivo cuando pasiva nacist e.

Se pone pálido pero mant iene la post ura seca al mirarme de frent e. No va a decir más porque sé en quién piensa. Le t emen al diablo como los maricas que son, evit an mencionar su nombre además de mirarme a la cara y por supuest o, al no t ener palabras para refut arme, se larga.

At errizamos en una pist a clandest ina llena de soldados con armas que at ajan el vuelo. Desde la vent ana se observa un pelot ón de quince t ipos de t at uajes con aret es. Parece que el t iempo vuela, me pongo ansiosa, Et han recibe al jefe al mando, un hombre de cabello rubio le hace señas para peinar el área mient ras mis manos t oman la mayor cant idad de dinero en efect ivo que encuent ro sin que lo vean.

—Guardia gris del imperio Aust riaco—escucho al levant arme, el t ipo le enseña su marca—. Los prot egeremos hast a salir del t errit orio. Necesit amos su permiso y cargament o.

—M i señora nos espera en Zurich. La señal no nos favorece, no habrá decisiones sin su consent imient o.

Trat a de caminar pero lo at aja.

—No hay más t iempo para cont act ar con La Pant era. Los medios t ienen la ubicación de Alaska, el cordero será buscado en cuest ión de horas por el círculo y nadie podrá impedir que la guerra est alle.

Silencio.

—Ent ienda que no podemos regresar a la base por armas, se ha dado alert a roja en aeropuert os— sigue—. Sé que t ienen un arsenal más grande de Europa ent errado en algún lado del t errit orio además de los accesos al sat élit e negro y podríamos aprovecharlo. M ient ras ust ed desconfía el círculo invade Aust ria para mat arlos ¿Eso quiere? ¿Perder el t iempo? Solo buscamos prot egerlos.

Et han levant a una ceja, la presión sobre sus hombros crece, est amos a merced de la nada por lo que no quedan más opciones.

Los aut os negros blindados esperan cuando salimos, paso por el cost ado de esa gent e rara sin t it ubear y pido que me den el aut o más grande mient ras piden ir cargando las armas que t enemos además de junt ar nuest ros hombres con los suyos.

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“ M e pert eneces, niña, y aunque t e alejes...los ojos del diablo nunca t e dejarán ir, peor aun si llevas algo mío en t us brazos” Tres años, t res meses, t res días era lo que el reloj había marcado. Lo único que sabía Alaska Wells era que le pert enecía al ser que la fichó...

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El t ipo de cabello largo me mira, el t at uaje que lleva en el cuello me llama la at ención y solo lo miro a los ojos cuando me hace una seña para que suba en su aut o.

—Nadie es digno de un Van Loren, exijí un aut o privado—det ermino—. Ni siquiera me levant en la mirada ¿Qué clase de idiot a eres? Iré sola.

Apriet an los dient es y mi est ómago se cont rae. Tomo una bocanada de aire t rat ando de subir al volant e pero es Et han quien se int erpone dando señas y no me queda más que sent arme al cost ado mient ras Arya va det rás t odavía durmiendo.

El frío empieza a sazonar aún más la madrugada, pequeños copos de granizo caen con una llovizna que amenaza ponerse peor y al pasar las mont añas mi cabeza sigue con un solo pensamient o.

El aut o se enrumba siendo escolt ado por los hombres de refuerzo que van en ot ra camionet a, los segundos pasan, la t ensión crece y lo único que hago es reparar el arma de Et han que dejó sobre su pant alón mient ras mi t ic-t ac ment al est á alert a.

—¿Ypárchoun parangelíes?—se dice por la radio en griego.

—Ypárchoun.

Sé perfect ament e lo que significa. Pasamos por una especie de colina, a lo lejos se puede ver los faros del bosque en Innsbruck y la lengua parece congelarse en mi boca «No es el maldit o moment o.» pero es inevit able cuando la noche est á más oscura de lo normal y los recuerdos parecen colarse en mi ment e.

Et han mant iene los ojos en el volant e, mi mano cae sobre su pierna int espect ivament e pero cuando reacciona por inst int o es t arde. Le robo el arma apunt ándole en las cost illas.

—Gira.

—¡¿Qué demonios est á haciendo?!—sigue manejando.

—Regresa con t u perra alfa y déjame en paz con lo mío. No van a quit arme a mi hija.

—¡¿Est á dement e?! Tenemos prot ocolos, seguimos reglas.

—No nací para seguirlas. Nunca las he seguido. Gira.

Acelera.

—El amo no va a t olerarle nada, mi señora t ambién…

—¡Gira, maldit a sea!—me exalt o cort ándolo—¡Ahora!

Se ent erca y en un arranque con la mano giro el volant e desviandolo hast a el bosque, por lo que vamos a t oda velocidad y lo que parece una t orment a de agua se vuelve un t irot eo en segundos dejándonos complet ament e sin armas.

—¡M ierda!—Et han golpea el volant e—¡Abajo! ¡He dicho que abajo!

La gent e que iba en los ot ros aut os se vuelca cont ra nosot ros al not ar el desvío, vemos cómo mat an a nuest ros hombres mient ras fuerzan sus llant as para ent rar en el past o como si t odo hubiese est ado list o desde ant es.

—¡M aldit a sea! —Et han t rat a de enviar mensajes inút iles—. Es una t rampa. Se excusaron en aliados, no t eníamos más opción. Tenían los equipos de la guardia, los aros de seguridad, las insignias, los…¡Son más que nosot ros! ¡Cont act o! ¡Pido refuerzos!

Se desespera mient ras disparo por la vent ana y la gargant a me pica cuando nadie cont est a.

—Necesit o….¡Joder!

No hay t iempo de procesar nada más que un escape. Pisa el acelerador a t oda velocidad hast a que el aut o choca con un árbol por el impact o de bala que le dan a Et han en el brazo.

—¡Fuera! ¡Corra! ¡Ya!

Tomo a Arya y corro hast a el bosque en medio del sonido de balacera, Et han hace t odo lo posible por despist ar pero es t arde, nos est án siguiendo.

Sient o cómo mis pulmones expulsan más aire, la adrenalina me quema el cerebro hast a que encuent ro un t únel que da a las granjas y como si fuera cosa de vida o muert e la escondo en el primer granero que veo, repit iéndole una y ot ra vez que si no regreso t iene que correr fuert e.

El pánico me at aca grabandome su rost ro curioso mient ras t oma a un pollit o en su mano sin miedo a nada en el mundo, t odavía pensando que es un juego. Lo único que at ino es salir, correr, disparar, t rat ar de alejarme para que no den con ella hast a que veo un charco de sangre, un cuerpo baleado por mil lados y solo…

—¡Et han!

M icrosegundos bast an para que mis piernas se congelen, el corazón se me sale el cuerpo y ni la ment e ni mis sent idos sient en dolor cuando una bala me at raviesa la mano porque lo único que hago es pensar en ella.

—Arya…

M i voz sale como un susurro, de pront o no escucho nada, solo veo t odo borroso mient ras caigo de est ómago a la t ierra en medio de un t irot eo que ya no proceso porque lo único que hago es t rat ar de luchar, levant arme, hast a que un golpe me deja en el vacío

—La zorra de Siniest ro…—pasos, bot as negras, una risa—. Encuent ren al cordero y llevesenla.

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SANGRE, página 1 leer en línea 5-6 minut es

Narrado en t ercera persona.

Su corazón lat ió fuert e, la noche est aba oscura, odiaba el sonido de los búhos en el bosque porque parecía que la iban a comer, por lo que t rat ó de correr lo más rápido posible para ganar la part ida.

El granero est aba siendo muy aburrido sin Alaska, no t enía a quien most rarle que los pollos podían volar como quería por lo que opt ó en moverse y, como si hubiese sido cosa de inst int o, decidió escapar al escuchar ruidos de gent e hablando en un idioma que no conocía.

¿Dónde est aba? ¿Por qué no venía? Odiaba que no le pusiera at ención, sin embargo, sabía que podía encont rar nuevas avent uras a solas como la villana de su película favorit a que corría por el past o buscando aplast ar cualquier t ipo monst ruos porque era valient e.

Las piernas las t enía cansadas mient ras inhalaba, exhalaba, inhalaba y exhalaba. Los minut os pasaron como cosa de magia, ¿Sería la bruja del cuent o la que est aba ahí? Rechinó sin ent ender lo que le jugaba el dest ino, pero había algo que no t oleraba nunca una Van Loren y era perder en el laberint o del bosque, por lo que pensó esconderse hast a t omar por sorpresa a la bruja y ganar el juego, al menos hast a que Alaska la encont rara.

El frío empezó a hacerla t irit ar pero no paraba. Salt aba de una piedra a ot ra cruzando charcos, embarrando sus bot as negras de lodo y lo que parecía en un inicio divert ido pront o empezó a int imidarla cuando escuchó un maullido ent re los árboles despert ando su enojo.

—¡Furia, cállat e!—grit ó enojada pensando que era su perro—. No hay más carne para t í. Ven aquí, perro bobo—nadie cont est aba—. Te quedarás solo como cast igo.

Creía que era su mascot a sin imaginar que el peligro la azot aba de cerca no solo por quienes la buscaban sino por los animales que andaban merodeando en un área prohibida para los humanos mient ras un pelot ón de vándalos t ambién la seguía.

—¿Alaska?—Paró en seco con la gargant a carraspeando del t rot e, dándose cuent a que los arbust os parecían t ener cara de payasos y eso ya no le gust aba.

M iró hacia t odos los lados buscándola, la llamaba y no cont est aba, empezaba a ext rañarla a t al punt o de llorar pero su inst int o era más grande, así que apenas escuchó que las voces venían opt ó por esconderse en un t ronco gigant e recordando sus palabras:

“ Nadie debe acercarse a t í, si lo hacen ent onces t ienes que escondert e de nuevo hast a que llegue ¿si?”

No quería acept ar que t enía miedo. Odiaba perder, sent irse vulnerable, sola, perdida. Cerró los ojos en medio de lo que parecían cohet es cuando en realidad eran balas. La curiosidad le ganaba por ver, pero los pasos sonaban más cerca por lo que se hart ó solt ando de golpe:

—¿Quién est á ahí? ¡Váyase!

Nadie cont est aba, t ampoco quería ver.

—¡Váyase! ¡Se lo ordeno! ¡Soy una Van Loren!

Alaska le había cont ado t ant as hist orias de su apellido para cubrir el vacío que t enía que sin querer había t erminado de engrandecer un orgullo que no parecía parar nunca.

Creía que con solo decirlo bast aba, que la gent e le iba t emer por ser quien era, sin embargo, est a vez no funcionaba. Ya no quería jugar, no t enía a quién cont arle sus hist orias fant ást icas por lo que, al no escuchar más voces, opt ó por salir del t ronco y como si fuese una pesadilla la mano de alguien la t omó del t obillo arrast rándola.

—M iren a quién t enemos por acá…—dijo en t ono ext ranjero—. Lindo corderit o.

—¡Suélt ame!

Se escurrió del agarre con grit os al ver que el cuerpo de aquel hombre la solt ó bruscament e porque cayó acribillado en el past o y, cuando volt eó para escapar, su cara se t opó con unas piernas en medio de la oscuridad que la hizo rebot ar de espaldas cont ra el t ronco.

—¿Quién eres? —Trat ó de hallar la imagen ent re las sombras.

Ret rocedió subiéndose encima de la madera con el corazón lat iendo fuert e y, cuando el rost ro se hizo visible, una “ o” perfect a se formó en los labios rosados de la Villana que ni siquiera parpadeaba ant e la persona que ya no le parecía t an ext raña y que llegaba con un séquit o de hombres que le bajaban la cabeza.

—Tu dest rucción.

Dos pares de ojos azules se enfrent aban. El mismo caráct er, la misma sangre, brujería viva que parecía más un flechazo que impact aba en sus venas como lo hizo un día una inglesa que t erminó calando su jodida ment e.

Siniest ro simplement e no podía dejar de mirarla.

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¡Flechazo! #UnaVanLoren

Est o arderá, no solo ent re M arkos y Alaska, sino con la villana favorit a.

El amo ha regresado. No aplaca, no cede, no perdona. Hace y deshace el mundo.

Las leo en los coment arios :P

Gracias por sus condecoraciones y el apoyo lindo. Las amit o.

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Siniest ro

Hay cosas que son jodidament e adict ivas y riesgosas si no se cont rolan; las ambiciones, el sexo, drogas, sin embargo, exist e un poder aún más peligroso: la mirada de un depredador alfa cuando ficha a ot ro alfa porque no va a parar hast a demost rar quién manda, y est e demonio no es cualquier inút il.

Apriet o la mandíbula mient ras me ret a, siendo imposible dejar de mirarla. Tiene ese don que engat usa; sus ojos son pequeñas versiones de azul fuego, la piel la t iene de porcelana, además de las ínfulas de pequeño ego que apenas y sobrepasan su alt ura.

Levant a el ment ón sin t it ubear ant e mis ojos. Es int eligent e, sabe muy bien lo que hace y por supuest o no le soy ext raño. Cualquier simple cordero correría ant e mí por lo que infundo cuando me miran, cualquier ser inocent e e insignificant e lloraría ant e los ojos del diablo pero ella solo me observa cual ret ador a su igual como si no me t uviera miedo.

—¿Tant o t e t ardast e? —reclama—El monst ruo casi gana y yo odio perder. Llévame con Alaska.

Cruza los brazos demandando. No le t eme a la oscuridad ni al peligro y al parecer heredó la maldit a boca rebelde de quien la parió, por lo que empiezo a sent ir que me desespera, aunque un radar ment al la ident ifique como mía t odo el t iempo.

—Andando. M e debe ext rañar mucho y no la voy a hacer esperar.

Avanza salt ando ent re lo que cree son bult os cuando en realidad son cadáveres. Los pisa divirt iéndose con el balanceo, olvida por segundos dónde est amos, pero al ver que nadie se mueve regresa a la realidad volt eando enfadada.

—He dicho que nos vamos. No voy a repet irlo.

Doy pasos hast a quedar a cent ímet ros de ella.

—¿Y por qué debería seguir t us órdenes?

Enarca una ceja.

—Porque soy una Van Loren.

—Yo soy M arkos Van Loren.

—¡Pero yo lo dije primero!

M ant engo la vist a sobre su rost ro colérico ya que, así como su madre, es la única mujer que es capaz de sost enerme la mirada.

Parece que est á de mal humor, pega los labios rosados haciéndome un puchero cuando los disparos aument an «la basura no ha sido complet ament e eliminada», por lo que mi at ención vuelve hacia Sky cuando me susurra algo al oído, algo que me hace apret ar la gargant a y con una seña ordeno que se la lleven.

—¡Quiero ir con Alaska! ¡Llévenme con Alaska!—se queja—¡Suélt ame, t ont o! ¡Quiero ir con Alaska!

«Jodida boca rebelde mult iplicada ¿Por qué no nacen con un t apabocas?»

Los reclamos van desapareciendo a medida que me pierdo en el bosque y a la par que avanzamos los sonidos de los disparos se vuelven más irrit ant es. La niebla dificult a la vist a, mis hombres rodean el área t rat ando de escolt arme.

—Señor, nos encargaremos.

—No—saco el arma, cargándola—. Voy a t erminar el asunt o yo mismo.

El peligro es un afrodisiaco para mi sangre; despiert a al depredador, a la best ia, y es más que seguro que los perdedores deben haber lloriqueado por ayuda, por lo que me daré un fest ín cort ando su pit os para hacer que ot ros se lo t raguen.

—Tienen armament o especial—me sigue Sky—,est amos t rabajando con los radares pero bloquearon los accesos. No son locales.

—Por supuest o que no lo son.

Enarco una ceja con una leve sospecha. El círculo no hubiera esperado mucho t iempo para mat ar a mi sangre, dispararía sin pensarlo, y est os buenos para nada han act uado con suspicacia haciéndose pasar por la guardia aust riaca que cont rolo para luego int ent ar robar mi t ecnología.

—El armament o.

—En orden—aparece el soldado al mando de la cabaña—. No llegaron a t ocar la casa, t ampoco penet raron en el subt erráneo ni t uvieron acceso a los códigos sat elit ales. Todo gracias a… la señora Van Loren que logró despist arlos llevando el aut o al bosque. La cría t ambién est á a salvo por su int ervención, amo.

Trago saliva ent umeciendo mis ojos pero lejos de decir algo más un nudo se forma en mi gargant a.

—La encont raron herida—explica—. Ligament os desgarrados, raspaduras, golpes menores, pero por suert e no hay órganos dañados, solo hallamos una herida de bala anest ésica. Int ent aron doparla.

—¿Dónde est á?

—Hallamos su cuerpo a unos met ros de Et han, el soldado de La Pant era que sí fue gravement e herido. Seguimos el prot ocolo de rut ina, nuest ros hombres los llevaron a buen resguardo y ya est án t rat ándose. La van médica est á disponible por si desea verla.

De reojo observo la carret era con la jet van que t raemos con equipo médico para emergencias, pero mant engo los ojos al frent e.

No vine aquí para jugar a casit a feliz con nadie, sin embargo, su nombre parece ser una maldición a t al punt o que me he prohibido t enerla en mi cabeza, porque cada que alguien la menciona la lengua me pide más de lo que puedo permit irme y no est oy para dist racciones en est e jodido moment o.

Est os años he t rat ado de sacarla de foco, ocupándome en recuperar mi imperio para t riplicarlo, pero t enía que arruinar t odo de nuevo con su jodida impulsividad de mierda. Por ello no permit í que supiera la verdad—que la mafia la había jurado en muert e—, porque la conozco más de lo que ella misma piensa y sabía que no iba a quedarse quiet a.

Const ruí la ficción que quería: una est úpida vida normal en un país pequeño, un día a día t ranquilo donde pudiera vivir el pasado que t ant o ext rañaba con t oda la seguridad invisible que las resguarda, pero t odo se fue al carajo al menor descuido obligándome a pisar las t ierras que me juré evit ar a t oda cost a.

Disparo a quema ropa desquit andome y no hace falt a que dé ordenes de nada, la balacera inicia casi en segundos, por lo que lo único que hago es deshacerme de las rat as que huyen como maricas en medio del bosque cuando ven al líder cazándolas.

“ ¡Piedad!” —grit an. Y mient ras más suplican más sangrient a es su muert e.

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En medio de las balas me sumo a la cacería. Ladeo mi hombro hacia la derecha para esquivar un at aque que con un solo puño deshago, mient ras por la izquierda disparo mat ando a t res gusanos siendo mi prioridad encont rar al líder.

Los grit os no se hacen esperar cuando mi sonido favorit o explot a. El olor a pólvora es un t riunfo, mis hombres desarman la red de kinder que int ent aron armar los enemigos hast a que mis ojos fichan a quien ha t rat ado de esconderse y el olfat o del depredador no se equivoca.

Reacciona cuando mi mano lo sujet a de golpe para luego solt arlo de una pat ada. M e diviert e cómo int ent a huír t rat ando de suicidarse. M is hombres lo acorralan sujet ando los cadáveres de los suyos hast a que cae de rodillas ant e mí vomit ando sangre.

—M át eme. ¡Hágalo ya!

—No soy imbécil.

Jaloneo su cabello negro reparando el t at uaje que lleva en el cuello y el olor a colonia t urca se cuela por mis fosas nasales, por lo rompo su camisa det allando las insignias de «alá» que se forjan en cada idiot a que cree sanar sus pecados t at uándose oraciones ridículas, por lo que en lo único que pienso es en…

El gánst er.

Ent recierro los ojos con una fuerza que me cruje el hígado. De un puñet e le rompo la nariz, de ot ro la quijada, pero se arrast ra mirándome mis ojos ant es que lo mat e.

—Si deshace la alianza perderá t odo lo que ganó en t odos est os años—jadea.

—Ya hueles a muert o.

Piso sus dedos iniciando la t ort ura.

—¡M i señor solo quiso darle una probadit a de su poder, una muest ra de lo que puede pasar si no se respet an los acuerdos!—grit a—¡Ust ed selló el paco! No es un hombre con honor.

—El honor no sirve de nada frent e a los int eligent es.

—¡M int ió! ¡Escondió a un heredero que podría asegurar la confianza de la nueva alianza! El gánst er solo va a creer en ust ed cuando le dé a su hijo, ust ed no t iene más palabra que una muest ra de su sangre…— agoniza—. Ent reguelo, solo…

—M e cago en su put a cara, maldit a basura—clavo un cuchillo en su cuello—, en sus put os acuerdos, y en los fanat ismos de porquería porque no voy a ent regarles una mierda. Cada got a de sangre de los míos serán cien de sus soldados muert os, una lágrima más y le va a valer la muert e a los mil hijos que t iene t irados por t odas part es porque, créeme, voy a encont rarlos. M ient ras t ant o empecemos por t u cabeza.

Desgarro cada vena que t odavía queda lat iendo y el t rabajo sucio lo t erminan los soldados ya que mi humor explot a. Empieza a apest arme t ant a sangre asquerosa, las cabezas de los infelices serán devuelt as a Est ambul con t odo y orejas embolsadas «Quizá para su cena», y est oy más que seguro que est o no quedará aquí así que habrá que t omar acciones definit ivas.

Hace t res años t odo cambió en la mafia. Los clanes sobrevivient es se repart ieron el poder, por lo que fui part e de una alianza junt o a grandes líderes del medit erráneo y del egeo, quedando solo Turquía como obst áculo para formar una gran coalición que t erminaría de darme el poder que ansiaba.

Durant e años he lidiado con ese cabrón de mierda sin llegar a ser complet ament e enemigos, pero est a vez ha pasado el límit e de mi paciencia. Lo que quiere es innegociable, no le voy a ent regar a ningún hijo mío porque no es un cordero cualquiera y, aunque los t hirios est én en cont ra de más guerras cuando t enemos al círculo det rás, no es nadie para imponerme est upideces.

A ambos nos conviene la alianza, juramos no llegar a mat arnos respet ando los límit es de nuest ras front eras, pero yo no le permit o a nadie met erse conmigo, mucho menos con mi sangre.

M e fumo un puro mient ras los escolt as me abren paso hast a llegar a la base improvisada que const ruyeron para darle seguimient o a los enemigos. La gent e va y viene, t enemos que asegurar que no haya nadie en la zona además de llevarnos las codificaciones de sat élit e, armas e información que ya no est á segura en la cabaña, por lo que demoraremos un t iempo y los grit os del demonio no hacen más que t ensarme.

—¡Ya me aburrí!—se queja pat eando la puert a de la camionet a—¡Sáquenme de aquí!

M ierda.

—¡Los convert iré en lombrices y mi perro va a comer sus cabezas!

No me he arrepent ido de nada en la vida, pero est o empieza a pesarme. No sé lidiar con críos y Arya acaba de abrir una guerra que t arde o t emprano iba a suceder aunque haya pret endido prolongarlo. Tarde o t emprano iban a saber que lleva mi sangre, que es una Van Loren y al menos pude ext ender est os años su t iempo de vida, por lo que ahora la única opción de supervivencia es que viva conmigo aunque no quiera.

El idiot a del gánsgt er es una piedra en el zapat o pero el círculo y la zorra de Briana, que aun con t oda y su maldit a cara t rasquilada logró hacerse de poder, son una amenaza para t odos.

Los corderos son lo primero que la mafia elimina por lo grave que sería que crezcan y t omen venganza cont ra el clan que venció a sus padres.

Es la ley de la jungla: o mat as o t e mat an. Soy part idario de eliminar la basura y sus consecuencias, sin embargo, la sangre de un Van Loren es ganadora, sagrada, única y no me van a quit ar una cría que lleva mis genes.

—El avión est á list o para cuando ust ed diga, señor—sonríe, una t híria albanesa—. Se ve cansado, puedo darle un masajit o si gust a, uno… que implique algo de saliva.

Saca la lengua rodeandose las comisuras de la boca y puedo oler hast a aquí sus ganas de polla. La zorra se ha esmerado en verse at ract iva, los t hírios son best ias asesinas sin nacionalidad definida, solo miembros de mi clan que juraron ant e el legado del dragón para servirme, y sus ropas son t an simples como las de cualquiera, pero est a en part icular sabe mis gust os.

La t ela negra semi t ransparent e muest ra sus at ribut os con los que suelo fant asear ya que nada últ imament e me sacia, t odo me sabe insípido. Deja abiert o el uniforme especial que cont iene además de armas unos cuchillos, y parece que sus t et as desbordan cuando camina hacia mí sigilosa sin mirarme de frent e. booknet .com INEVITABLE, página 1 leer en línea 5-7 minut es

—Se me ant oja pagar mis pecados, pedir su perdón de rodillas…

Insist e post rándose delant e de los escolt as cuyas caras se mant ienen frías mirando hacia el vacío. Hay algo que le observo a las t hirias y es que no son skylas a las que cont rolas fácilment e, sino int répidas guerreras que est án acost umbradas a menearle la cola al que saben que les conviene.

La zorra t raspasa la línea roja que separa a los demás del amo, se at reve a hacerlo moviendo su nariz encima de mi cierre, sacando la lengua que recorre de abajo a arriba sobre la t ela hast a el punt o de abert ura.

Es ambiciosa, sucia y t iene la boca grande «Se la t ragaría casi complet a». Bordeo sus labios con el dedo mirándola como a una cualquiera y succiona ansiosa desde mi uña sonriendo, cual cachorro que quiere mamar lo que seguro cualquier imbécil no le ha dado en su mísera vida.

—M i fidelidad y ent rega t ot al, amo.

Hunde su nariz en el cierre frust rada al ver que mis manos no se mueven, quizá sint iendo que est a es la jodida oport unidad de su vida y sé perfect ament e lo que es: una insignificant e soldado que t rat a de ser como lo que ninguna ot ra ha logrado en mi cabeza.

—¿Te has vist o en un espejo?—digo, con calma.

—¿Perdón?

—Cont est a a la pregunt a—acaricio su melena como si fuese un animal—¿Te has vist o en un espejo?

Asient e nerviosa, t odavía sin mirarme.

—Ent onces deberías saber lo que eres—deja de moverse ant e mi t ono—; una simple gat a de t echo que t rat a de escalar y no est ás delant e de cualquier pelele que le urge una corrida. Yo elijo a quién le clavo la polla, a quién t omo cuando se me la put a gana y con qué hembra correrme. Tu insípida ambición no me vale nada.

Sus mejillas se ponen rojas cuando levant o el dedo para que se largue hast a que desaparece de mi vist a sin que nadie dé un solo suspiro.

Desde que el avión at errizó en Aust ria ni el más fino bourbon ha podido calmar la ira que cargo, ya que juré no fallar, no volver a pisar est e lugar desde aquella últ ima noche en la cabaña de Innsbruck, pero las cosas se salen de cont rol a cada nada desde que Alaska Wells se at ravesó en mi camino.

Sky aparece y de reojo miro la van que cont iene a los caídos, dos soldados médicos t ransport an inyecciones pero me mant engo como una piedra aunque el desazón regrese.

—Tuvimos que sedarla, amo. ¿Cuáles son sus órdenes?

—Las mismas de siempre.

Ni siquiera t engo claro el panorama, soy un hombre que calcula hast a lo que respira y est o no est aba cont emplado, por lo que regreso a la carpa acompañado de mis hombres mient ras los ot ros t odavía ocupan t iempo en sacar t odo lo que import a de la cabaña.

—Señor—bajan la cabeza como si los hubiese agarrado de improviso.

Sus caras pálidas se alt era, de lo rígidos que est án los soldados que resguardan el área ahora son n t émpanos nerviosos cuando una t ablet post rada encima de una malet a de armas solo muest ra las not icias, además de un video que ha sido reproducido más de 15 millones de veces con la imagen de Alaska y algo se me queda at orado en la gargant a.

—Los hackers hacen lo posible por desaparecer el mat erial audiovisual que se ha propagado en redes— coment a, un soldado mirando al suelo—. El video complet o est á en int ernet .

«Est á en int ernet » Las palabras me dan vuelt a una y ot ra vez en la cabeza, pero más la cara de culpa que t raen esos buenos para nada ya que de reojo veo que no solo reprodujeron el video en la t ablet sino en sus móviles.

M is manos se hacen puño, ent re ellos se miran t rat ando de no evidenciar sus jodidas erecciones, por lo que no dudo en dispararle de una barrida en sus pit os hast a que con señas mi guardia personal t ermina con sus vidas.

La mujer del amo es la mujer del amo.

—Quiero esa mierda fuera de int ernet ahora. Sus cabezas en juego.

Sky no se inmut a, los que me siguen se mant ienen al margen, por lo que me doy cinco segundos para fumarme un puro que calient a en mi gargant a en medio de los 0° grados que azot a la madrugada.

Los aut os avanzan mient ras me subo en la camionet a. La fort aleza en Ucrania necesit a de mi at ención pero la ansiedad es algo que por primera vez me carcome más de la cuent a.

—Bourbon.

El soldado sirve dejándome a solas en la camionet a. M ient ras el chofer avanza me lo bebo sint iendo un sabor alcalino en la lengua que se vuelve amargura, chasqueando los dedos en el asient o siendo imposible disipar est a ansiedad de mierda.

M e pesa la cabeza por la falt a de sueño, últ imament e me cuest a más pegar el ojo, peor aún con t odo lo que se avecina pero regresa como la put a maldición que es est rellando mis sienes.

A rabia viva ext iendo la mano sacando el móvil y la not icia est á en t odos los diarios elect rónicos, por lo que es fácil encont rar el jodido video de mierda donde se le ve con una sonrisa risueña hablándole a alguien, la siluet a desenfocada por ser most rada en t elevisión, su t rasero en ropa int erior de encaje además de la espalda suelt a, sin sujet ador, probándose un brassiere que dice le queda pequeño y despiert a a la best ia.

Repit o el video una y ot ra vez maldiciendo. La polla se me endura siendo imposible no querer comer la carne que me gust a nuevament e a punt o de quebrar mis propios límit es.

Se me informa del est ado de lo sucedido. Que no t ocó el dinero que había en sus cuent as, t ampoco hizo uso de la mansión en Viena ni la de Innsbruck sino que ha est ado viviendo en un jodido depart ament o obligando a mi sangre a vivir como una más del mont ón.

—Señor, alguien nos sigue. —Informa el chofer pero es t arde.

Una bala cae impact ando en el vidrio delant ero de la lincoln navigat or negra siendo t an punt ual y limpia que imagino la mano de quien la lanza, por lo que t omo el arma a impulso mirando la siluet a perfect a de quien me apunt a como si realment e pensara que puede conmigo. booknet .com HUELLAS, página 1 leer en línea 6-7 minut es

Siniest ro

Si est aba de mal humor, ahora mismo est oy en el mismísimo infierno.

—¡Sal de ahí, hijo de put a!

Lanzo una bala al aire cuando sus ojos felinos me enfrent an. La Pant era es un arma impulsiva cuando quiere, pero no me voy a t ent ar la mano con nadie, peor aún cuando t engo muchas ganas de degollar su maldit a t ráquea.

—¿Dónde la t ienes?—abro la puert a del aut o, me apunt a y la apunt o—¡Dónde carajos la t ienes!

—Eso no t e incumbe. Tu t rabajo como niñera t erminó. No necesit o mujeres idiot as, ni siquiera sirves para cuidar a una cría.

—M e vale un carajo t us ínfulas de resent ido—camina hacia mí—.No t e la vas a llevar.

Enarco una ceja.

—¿Y quién me lo va a impedir? ¿La maldit a zorra que me ha est ado mint iendo est os años?

—La perra que t e va a t ronar la cabeza si sigues hablándome de ese modo. Arya necesit aba vivir una vida normal el t iempo que pudiera, fue por su bien.

—El bien de Arya est á frent e a t í ahora. No me sirves, no t e necesit o.

Apriet a la mandíbula.

—¿Para qué la quieres? Odias a los corderos. Te deshaces de ellos, no los crías.

—Hay una gran diferencia ent re un cordero cualquiera y alguien de mi sangre. Arya es una Van Loren, el mundo ent ero est á en cacería por t u inept it ud y la de t u soldado y yo no voy a perder a ningún hijo mío.

—M e la llevaré a Suiza—concret a—. No t e dará problemas. La cuidaré yo misma, t ienes mi palabra.

«¡Tia villana!» Se escuchan pat adas en la puert a del aut o blindado, reforzado, lleno de soldados con armas.

—No la last imes—su voz casi es un ruego—. Es luz t odavía, cont igo solo…

—Es mía. Largo.

Trat o de avanzar, pero at ajo el golpe de su puño en mi mano.

—Sé de t u est úpida alianza con el gangst er—la voz se le cont rae—. No podrías ser capaz de int ercambiar a Arya por un pedazo de t ierra.

Enarco una ceja disfrut ando de su dolor, la desesperación con la que me mira y por primera vez en largos años se vuelve una linda gat it a inofensiva en su est úpido afán mat ernal que la hace ver cómo ridícula.

No puedes most rarle t us miedos a quien sabe manipularlos porque el día que alguien más fuert e que t ú los descubra, no habrá nada ni nadie que t e salve.

Sonrío bajándole la mano mient ras mi ot ro dedo levant o su ment ón y es la misma imagen que he vist o desde que era un adolescent e, con la gran diferencia que est a vez me ha dado una minúscula razón para no aclararle nada, porque disfrut o más su agonía.

—No eres nadie, no vales nada—siseo, cerca de su rost ro—. Solo t e consuelas en ella pero lo ciert o es que no t e pert enece. Es mía, mi sangre, mi hija. No t uya. Nunca será t uya ¿Lo ent iendes?

Sus verdes ojos parecen encenderse.

—No es solo t uya—se separa sonriendo—. Puedo imaginar t us planes, pero t e llevarás grandes sorpresas cuando veas de lo que es capaz esa inglesa ahora que, por ciert o, luce más at ract iva—hace un ademán de inhalar -- . Como que ya hueles a cuernos, hermanit o.

Cont engo una leve ira en los labios est udiando sus facciones, movimient os y esa sonrisit a est úpida que más suena a ironía.

—¿Qué pasa, perdedor? ¿Te int imida una mujer que no cae a t us provocaciones? ¿O es que t e conozco t an bien que sé dar just o en el clavo? No escapas del mal cuando eres el mal ¿Ciert o?

Baja la mirada hast a mis labios apret ados. M e sigue est udiando.

—Debo confesar que hay cosas que nos cuest an mucho a las mujeres, una de ellas es acept ar que ot ra es t ambién at ract iva sin aminorar sus cualidades y debo decir que la inglesa t iene una fila de hombres

t ras ella que impresiona. Tuve que poner a mi mejor soldado gay para evit ar est as cosas ¿Cómo se llaman? —t ruena los dedos—. Ah, sí, regresar a donde t e hicieron feliz. Ya sabes, el cliché de la prot agonist a se enamora del guardaespaldas.

—Cierra el maldit o hocico.

—Est ás en modo best ia hoy ¿Por qué, hermanit o?¿No t e gust a que t e digan en t u cara que ot ro podría ser mejor que t ú? Tú sabes, t ipos que le podrían dar lo que t ú no le darías porque es ciert o, t odo lo puedes en la vida menos amar y t u inglesa es t an…mundana—sonríe— ¿Te habló de Daniel? Es un buen chico

Palmea mi hombro y clavo su cuello cont ra la camionet a a la par que me amenaza con una navaja cerca de mi est ómago.

La apriet o t an fuert e que sus ojos empiezan a lagrimear. Trat a de hablar haciendo ademanes de fuerza pero será imposible mient ras mant enga mi mano apret ando sus ligament os.

—M e pregunt o a qué caimán le regalaré t u cuerpo de zorra. M e da gracia lo est úpida que t e ves int ent ando calar en lo que no podrás hacer nunca, Irina…—abre los ojos con t ensión al escuchar su verdadero nombre—. Pant era es solo una máscara, t ú y yo sabemos quién en realidad eres, así que no me vengas a dar discursit os de mierda cuando eres la gran hija de put a del mundo negro. No me provoques.

—No me busques, infeliz de mierda—amenaza, logrando solt arse—. Una lágrima de Arya y me olvidaré que eres mi hermano.

Se va la gran zorra en medio de una balacera de los míos cont ra los suyos y me doy cuent a que no solo vino a joderme el día sino t ambién por su gat o bueno para nada, cuyo cuerpo suben en uno de sus aut os.

Si mi humor est aba del carajo hace cinco minut os ahora las ganas de mat ar me avasallan la cabeza, pero lo ciert o es que no desconect o mi mirada del frent e al cambiar de aut o, sino que voy por lo que t enía que hacer hace mucho y no habrá vuelt a at rás de nada.

Alaska

M i cabeza parece explot ar, cuando me muevo sient o como si me hubiesen dado un cacerolazo encima, de esos que t e dejan sin recordar quién eres.

¿Dónde est oy?

Giro mi cuerpo hacia un cost ado y me duele como si el simple aire que respiro impact ara en mis cost illas. Puedo escuchar los pequeños jadeos que da mi gargant a, la boca la t engo t an seca que mi sed es insost enible, por lo que lent ament e apart o la almohada suave que soport a mi cabeza y lo primero que veo es el reloj que indica las 21:45 horas.

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Arya.

La desesperación llega de golpe así como los recuerdos. Est iro mis piernas como sea, t rat ando de bajar de la camilla que me sost iene junt o a la vía que me humect a pero cuando quiero sost enerme me caigo.

—Debería descansar, señora.

La voz de un hombre avasalla mi cabeza. Las piernas se me adormecen t an feo que no puedo caminar, por lo que, con ayuda de ot ra mujer, apenas y me sost engo de la cama hast a que me suben de nuevo a la fuerza.

—Sedant e.

Toma una aguja y la bloqueo con el brazo, t irándola hast a no sé dónde.

—Si no quieres met ert e en problemas mejor ubícat e.—Le dice el ot ro.

—Cierra la boca.

—M ás cuidado con quién hablas.

La t ipa me mira como si me odiara y sí, conozco la mirada de una mujer cuando int ent a compararse con ot ra, sin embargo, nada me import a más que Arya en est e moment o.

—Arya ¿Dónde est á?

—Ella est á bien, t ranquila.—Cont est a el hombre.

Tengo que ent recerrar los ojos fuert e cuando la luz me molest a. No me van a dejar en paz pero t ampoco est oy acost umbrada a ceder t an rápido. Dejo que se confíen y de reojo not o las insignias de dragón en sus ropas oscuras, t at uajes, armas que llevan en el pecho por lo que respiro con dificult ad sabiendo de quién se t rat a.

Son los soldados de M arkos.

—Duerma.

M e descubre int ent ando pararme de nuevo.

—Quiero verla. Voy a verla.

—No t enemos permiso para…

Arrugo la cara quit ándome la vía de golpe. M i ot ra mano est á vendada pero aún así t rat o de caminar de nuevo, ahora con más paciencia ant e el mareo que se me viene encima mient ras el hombre y la mujer solo me observan negándose a ayudarme.

«Puedo hacerlo sola.»

Sient o hormigueo al pisar hast a que lo logro. Tomo la bot ella con agua que yace en la mesa además de la k90 que me guardo en el bolsillo, int ent ando llegar hast a la puert a que est á cerrada pero que abro rápido con el cuchillo que guardé en mis zapat os.

—Sí que es brava—coment a la mujer en griego—. Ya sédala.

Una bala le roza la nariz y de lo que est aban t ranquilos se ponen alert a de golpe, t omando un arma que vuelvo a volar con un balazo.

—M e van a llevar con Arya ahora, pedazo de imbéciles.

—Señora, baje el arma—est ira los brazos—.No est á conscient e.

—¿Y con quién crees que hablas? ¿Con el espírit u sant o? ¡Quiero saber dónde est á mi hija!

Si t engo que armar un escándalo voy a amarlo ahora. Si t engo que dispararles a est os hijos de put a lo haré hast a que aparezca, por lo que de ot ra bala le quit o el habla y bast an solo segundos para que más de diez lleguen, que int ent e golpearlos cuando de pront o…

—¡Alaska!

El corazón me vuelve al cuerpo, me duelen las piernas pero me arrodillo para quedar a su alt ura y es el abrazo t ranquilizant e que me devuelve la vida.

—Les dije que ibas a ext rañar mucho pero no me hicieron caso, me encerraron en una camionet a— t uerce sus labios mient ras la peino con los dedos—. Fueron unos inept os.

—Est ás bien…—solo susurro mient ras me aseguro que no t enga ni un golpe.

Le doy besos en la frent e, en los cachet es y me aseguro de mant ener sus brazos conmigo mient ras sigue acusándolos.

—Él me encerró—señala—. El ot ro cara de payaso me t rajo chocolat es pero no eran los de conejos— cont inúa, enfadada—. Y ese de allá me dio un regalo que est aba rot o ¿Puedes creerlo? Ya no lo quise.

Asient o reparandola con una sonrisa. Es mi pequeño mal versión dos de siempre. Es su carit a quejona, la boca parlanchina, esos ojos azules que enamoran.

—Comí un mc donald´s sin la cajit a feliz, las papas est aban frías y la hamburguesa no era de carne sino de pollo.

Odia las hamburguesas de pollo.

—Est á bien, amor.—Huelo su perfume, es mi bebé quejona.

—Tengo hambre—le limpio el exceso de chocolat e en las comisuras de la boca—. Cómprame una pizza especial con prosciut t o, ya no quiero est ar aquí. Furia t ambién me debe ext rañar mucho, si lo hago enojar no me dará cachorrit os.

—Los perros machos no t ienen cachorrit os.

—Pero Furia sí porque es un perro t ransgénero.

No sé de dónde saca t ant as palabras que ni siquiera ent iende pero disfrut o cada una de sus ocurrencias. Le gust a ver las not icias sin comprenderlas, escuchar conversaciones de adult os para aprender cualquier cosa y, dios, ya no import a. Lo único que vale es que la t engo aquí conmigo y, aunque me duela la espalda, solo cargándola la sient o más segura en medio de lo que sé t engo desvent aja.

—Agradezco su hospit alidad, pero no t enemos más que hacer en un lugar que no conocemos. M e ret iro.

Los más de diez soldados ni se inmut an, se mant ienen fríos desviando la mirada pero, cuando int ent o irme, sus cuerpos me acorralan por lo que el corazón me palpit a de golpe.

Int ent ar por la vía pacífica nunca iba a funcionar con gent e como est a. De solo pensar que est uvo con la pest e; t ipos llenos de cort es, t at uajes, vocabulario de una pésima calaña se me eriza el cuerpo.

El arma la t engo guardada y no quiero que Arya presencie nada de violencia. Se mueven como si quisieran acorralarme «ant es muert a que volver a solt arla» y cuando sus int enciones se hacen visibles a mis ojos, sé que es casi imposible luchar cont ra un imperio que quizá ahora mismo gobierne al mundo.

—Kalinyt cha ka… «Buenas noches, señora.»

—Quiero irme de aquí—Arya se queja—. Ya est oy muy aburrida, abran paso.

Parece que se det ienen. Uno le sonríe a medias.

—¿A dónde desea ir su majest ad?—le hace una venia, los t ipos que parecen albaneses y me sorprende el ver sus int enciones de obediencia.

—A comer pizza.

De reojo se miran, haciéndose señas.

—Bien, un aut o las llevará a donde deseen. Espero que su visit a a est e humilde lugar haya sido placent era. booknet .com HUELLAS, página 1 leer en línea 5-7 minut es

Subimos al aut o junt o al respaldo de t res camionet as de guardaespaldas y es inevit able no sent ir un agujero en el est ómago. ¿En qué moment o pasó t odo est o? Reparo a Arya en t odo el camino, la const ant e sensación de que alguien nos va a at acar o que quizá est án desviando el aut o vuelve a mí, pero est a vez algo me dice que est é t ranquila, por lo que mi at ención va solo hacia ella quien no deja de bost ezar cuando la t oco.

—¿M e ext rañast e mucho?—Pregunt a.

—M ucho, cielo.

—Bueno, ent onces dejaré que me hagas piojit os para que no est és t rist e. Pero solo un moment o.

Asient o sin forzar, ya que t iene un caráct er especial que he aprendido a dominar con el t iempo.

Se sube ent re mis piernas y me quit o la casaca para cubrirle t oda la espalda en medio de mis brazos. Casi nunca me deja abrazarla; es independient e, ladilla, y suele t ener mucha personalidad en lo que hace, por lo que darle la cont ra sería una mini explosión segura, así que at esoro est os moment os.

—¿Dónde vamos a poner a los cachorrit os?

—¿Cuáles cachorrit os?

—Los que voy a t ener pront o.

—Arya… ya t e expliqué que los perros machos no t ienen crías, pero sí podemos encont rar una novia para Furia más adelant e. El depart ament o no es apt o para más perrit os, a las just as podemos mant ener t ranquilo a un perro grande como el nuest ro, amor. Ya hemos hablado de eso.

—Soy una Van Loren y t ambién una villana—arruga la frent e—. Él dijo que podía t ener lo que quiera.

—¿Él?

Asient e, con los ojit os adormilados, bost ezando.

—Van Ruco.

Parece que una espada imaginaria t raspasara mi gargant a «Su padre» y es raro pero no t engo más respuest a en la ment e, más pensamient o que valga porque lo primero que mi radar ment al me dice es que es t arde para que est é despiert a.

¿Lo vio? ¿O nuevament e est á imaginándolo?

Cuando era más pequeña invent aba hist orias para presumir, ya que t odas sus amigas del parque hablaban de sus padres y Arya no se quedaba at rás nunca. Tiene una habilidad única para ser sociable y si no t iene algo que las ot ras t engan ent onces lo invent a, pero son solo hist orias, por lo que no le daba import ancia alguna.

La abrigo mirando sus bot as negras colgando de mis piernas. Est á un poco despeinada, así que con los dedos acomodo su cabello en el más crudo silencio mient ras los guardaespaldas frenan los aut os en una pizzería del camino y es t arde cuando t raen la comida porque se duerme.

Les t engo que exigir para que me lleven al depart ament o de vuelt a. Las luces de Innsbruck aclaran el alba y, después de algunas horas, volver a casa es lo único que hace que mi ment e descanse.

Tengo que pensar en lo que haré a part ir de ahora.

Act ivo las alarmas, le doy un baño rápido porque est á muy sucia, seco su pelo con la secadora y cuando la vist o se lanza a la cama quedándose dormida como si no hubiese pegado el ojo en años.

—Furia, ven aquí.

El perro no aparece cuando lo llamo «nunca deja a Arya sola», pero me calmo al escuchar sus pat as de un lado al ot ro por el pasillo jadeando ansioso, así que me voy en su búsqueda sin querer prender las luces e inevit ablement e llego hast a mi recámara.

—¿Dónde est ás grandulón? Arya se fue a dormir.

No est á pero sigo escuchando sus pat as fuera, por lo que me doy un t iempo para mí ahora. M uevo mi cuello sint iendo cómo cruje el est rés vivido. M e desnudo, me pongo la bat a de seda color cielo, cuya t ira amarro en mi cint ura hast a que mi sonrisa se borra con el ladrido no común del perro que vuelve a llamar mi at ención de inmediat o.

—¿Furia?

Lo escucho lloriquear «Un perro asesino como él casi nunca llora» y solo me congelo mirando al vacío sin volt ear, sint iendo que por mi cuerpo recorre una elect ricidad que me calient a el sist ema, que me hace ret roceder apret ándome la bat a sin necesidad de ir más allá de lo visible.

«Hay alguien aquí.»

Sient o sus pisadas en la alfombra, cinco bien puest as, con el olor caut ivant e encendiendo las sospechas que clarament e no podrían ser ot ras más que el hombre que no veo hace t res años, que t iró de mi cuerpo quit ándome hast a los últ imos hilos de leche, arrebat ándome hast a el conocimient o con sus embest idas.

El cuerpo se me escarapela en medio del silencio. Se escucha el sonido de un arma cayendo, ahora es mi piel la que duele cuando est ampa mi cuello cont ra la pared y es esa adrenalina la que me excit a, su mano la que baja por mi nalga de at rás hacia adelant e hast a llegar a mi clít oris.

M ierda.

No puedo ni grit ar del t error junt o al deseo que me paraliza. M i cuerpo me t raiciona, me empapo en su dedo con un t errible dolor en el cuello por la forma t an brusca de como me sost iene, por cómo huele a bourbon fino el hijo de put a que no hace más que t ort urarme.

«Va a mat art e. Escapa.»

M e zafo de un giro rápido y lo primero que hacen mis ojos es helarse ant e su mirada ruin, llena de ira, combinado con un deseo que me apriet a, con la voz ronca que maldice mi nombre mient ras me t ira en la cama como si fuese su t rapo, sacándose la correa.

—Parece que t e gust a el lát igo, anglika—t rago saliva mient ras me presiona la t ráquea—, pero t e va a gust ar más cuando t u señor se corra en esa boca rebelde.

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Thirios: Best ias. Es el nuevo clan Van Loren que reúne no solo a los griegos sino a los más let ales del medit erráneo, incluyendo a los red men, albaneses, ent re ot ros. Ahora t odos como una sola sangre que obedece al líder.

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El próximo capit ulo se viene...uff

¿List as?

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Alaska

Sus ojos parecen devorarme mient ras la t ráquea se me cierra a la par del deseo que cargo. No puedo dejar de mirar a quien t engo al frent e, la adrenalina recorre por mi espalda, mi pecho sube y baja, y parece que en cada exhalación voy perdiéndome en el t únel t urbio de mis más calient es fant asías.

«Tres años, t res meses, t res días.»

Se sient e t ronar el cielo porque el amo est á de vuelt a. El aguacero impact a sobre las lunas de los vidrios haciendo sonidos t enebrosos y pront o la imagen perversa de un villano musculoso en medio de las sombras, abriéndose el cierre del pant alón, a cont raluz de la niebla t omando una correa, hace que t odos mis sent idos se disparen.

—M ar…

Apenas puedo gest icular palabras cuando pone la correa en mi cuello. La t oma de lado a lado est irandola horizont alment e, haciendo presión sobre mi t ráquea como si la ira le ganara y, cuando nuest ros ojos por fin se encuent ran, no sé si va a mat arme o part irme. No sé si le gust o o me odia. No sé qué carajos busca pero me pone t an nerviosa como la primera vez que sent í que iba a est rangularme.

¡Dios!

Su fuerza me cont rola el cuerpo y soy incapaz de respirar con calma. Tengo que calmarme, necesit o calmarme, pero no puedo moverme. Con sus piernas abre las mías dejándome complet ament e at rapada bajo un peso que me es imposible quit ar aunque quisiera y esa sensación de presa, además de la asfixia, empieza a elect rizarme más de lo que debería, por lo que mis pezones duelen.

—¿Con sed? —Toma la bot ella de bourbon obligándome a abrir la boca y de un t irón lo derrama casi ahogándome.

Sient o que se me viene una arcada que aguant o. Las ganas de t oser me t ort uran, mi inst int o de supervivencia hace que la lengua se me agarrot e por la asfixia mient ras su erección crece cada que me muevo disfrut ándolo. Se soba en mi ent repierna a la par que me t ort ura y, en mi afán de no querer

t ragar el líquido alcohólico, un cúmulo de w hisky se dispara por mis comisuras, act o que at rapa con su lengua.

—Porque yo sí t engo… —lame—. Y mucha.

Con la punt a sube por mi ment ón limpiando el exceso. Cada chorro que derramo lo chupa, cada desborde lo succiona t ragándolo. Por un moment o pienso que se me va a correr el líquido y que t erminaré sin aire, sin embargo, el juguet eo se t orna aún más calient e cuando nos lo pasamos de boca a boca sin complet ar el beso que el hijo de put a ret iene al propósit o.

—Dame—t engo los labios hinchados cuando afloja la presión de la correa y me t rago lo que sobra de bourbon—. Quiero t u boca.

Sonríe, pedant e.

—¿Quién t e ha dicho que t e la mereces?—el acent o griego me mat a—. Vas a t ener que ganárt ela.

Sus ojos fríos me excit an. De un movimient o brusco t ira la correa hast a mi nuca para luego darme impulso hacia adelant e y, cuando me doy cuent a, mi boca est á en su pene por lo arremet e hast a mi gargant a.

Sient o arcadas al recibirlo pero me aguant o. Trat o de respirar porque va rápido. Con una mano t oma mi cabello mient ras empuja en mí gruñendo y con la ot ra separa mi mandíbula para que quepa, al menos algo más ya que t odo de él no ent ra complet ament e.

El deseo es como un efervescent e que nos embriaga. Su pene grande, grueso y calient e me at ora a t al punt o de no saber si respirar o seguir chupando por lo duro que se pone y quiero t odo para mí ahora.

Si hay algo que ama M arkos Van Loren es t ener el cont rol de t odo, pero no imagina que cuando el hambre y la abst inencia se junt an, el deseo explot a sus límit es prohibidos, por lo que ya no es él quien empuja ahora sino yo quien empieza a comérselo mirándolo como una zorra.

Sujet o su t rasero mient ras chupo sin quit arle la vist a. M e lo t rago, deslizo mi lengua y lo suelt o. Quiere apart arme pero no lo dejo, aferro mi cabeza su sexo gimiendo descont rolada, disfrut ando una delicosa mamada que anhelé por años y que hoy es como agua en un desiert o.

—Gamiméno st óma epanast át i. «Jodida boca rebelde» —gruñe ent re dient es, sujet ando mi cráneo más fuert e.

Y no sé si es él o yo quien da los embat es pero joder, qué rico. Su pene me sabe a helado exót ico. Lo suelt o solo para disfrut ar la ext ensión con la punt a de mi lengua desde sus t est ículos hast a el glande con una sonrisa, y ahora soy yo quien es acribillada de nuevo cuando me t oma duro.

Sus manos grandes me despeinan moviéndose como un malnacido furioso. M i gargant a explot a por dent ro mient ras lagrimeo, ya me cuest a respirar complet ament e por la nariz, pero la sensación de hierro que t engo dent ro me excit a a t al punt o de no querer det enerme, volviéndome ent erament e una viciosa.

El exceso hace que saboree su humedad combinada a mi saliva. Lo t rago y se sient e salado. Gimo en cada penet rada que me da hast a que se derrama por complet o y en vez de decir una palabra lo único que hace es t irar de mí para desnudarme.

Est oy abiert a a su merced cuando me mira con ira, como si le pesara cogerme porque ni él mismo se cont rola. Sujet a uno de mis pezones para succionarlo y con la ot ra mano mi pecho se desborda ent re sus dedos, ya no siendo la misma chiquilla que llegó a su vida por una venganza, t ampoco la inglesa que creyó poder luchar cont ra la corrient e, ahora t iene a una mujer en complet as sombras que ama est o con él t ant o como un vicio.

—Amo.

M e pone un dedo en los labios para callarme mient ras se mast urba cont ra mi sexo. Su dureza no t iene fin sino vida propia. Roza el pene en mi ent repierna duro, calient e, largo para mí y lleva la punt a abriengo mis pliegues hast a que se clava con fuerza.

«No puedo respirar, lo sient o hast a el út ero.»

Quiero t ocarlo y no me deja. Quiero besarlo, es desesperant e, pero me sigue inmovilizando las muñecas para penet rarme como le da la gana, con embat es que empiezan a dest ruírme t odo por dent ro.

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—Apret ada. M ía—jadea en mi oreja—. Tha kat ast répso aft ón t on kólpo.

«Voy a dest ruir ese coño»

Lo dice en griego pero ent iendo perfect ament e y es t ant a mi humedad que no necesit o lubricant es ni est imuladores. Se resbala t an hondo que empieza a dolerme, gimo, cierro los ojos disfrut ando sus jadeos, el balanceo de su fuerza cont ra la mía, las palabras sucias en mil idiomas en mi oreja, bajo mil kilos de músculos donde no puedo hacer más que pensar en cómo demonios rebot an sus t est ículos ent re mis piernas y en lo que est á haciéndome por dent ro.

M e volt ea de golpe quedando en cuat ro cuando empiezo a const ruírme. Lo sabe el muy hijo de put a, juega conmigo pasando la correa por mis nalgas para luego pasarla por debajo de mi abdomen de modo que así no haya t ant o rebot e y duele como la mierda.

«Va a mat arme» M e llevo una mano a la boca sopesándolo mient ras arrea de mis caderas y se mueve como un maldit o maniát ico. Sus palabras sucias no hacen más que explot arme la cabeza y est e es jodido moment o en el que pienso que de nada me sirve un caballero decent e que t oda la vida me mire bonit o, cuando yo quiero al villano que sabe más int eresant e.

—¿Quiere la niña mala pagar sus pecados?

—Sí.

Grit o fuert e cuando me da un correazo en la nalga, el dolor es asfixiant e pero excit a.

—¿Duro?

—M arkos…

Vuelve a darme ot ro correazo que me hace arquearme de lo que arde. La fust a no es igual a una correa, el dolor es dist int o, menos int enso para lo que experiment o ahora pero t rat o no concent rarme en el act o sino en el est ímulo, en cómo me perfora por dent ro mient ras me la pone en la boca.

—Vas a part irme—siseo sint iendo el sabor amargo del cuero—. M arkos, para.

Pero no lo hace, me clava meciendo mi cuerpo hacia adelant e siendo inevit able que mi rost ro rebot e en el espaldar de la cama.

—Para.

Jadeo sonriendo, mi fant asía se eleva y…«M ierda» El juguet eo empieza a prenderse cuando la best ia se excit a cont rolando, pensando que el ot ro est á a su merced, y es inevit able sent ir a un rufián enloquecido por la presa capaz de dejarse llevar por complet o.

No est á bien, no debería est ar pasando. M e sient o una enferma en medio del juguet eo; le pido que vuelva a parar, que me last ima, y mient ras más me da, más me gust a. M e muerdo el labio last imándolo, siendo la primera vez que t engo sexo con un dolor que me da placer infinit o.

M e gust a sent ir que es mío, solo mío. Que mi voz le produce ira, que lo vuelve loco sacando lo que nunca me escondió, su lado más perverso, y lo gozo. M is gemidos agudos lo denot an así como las ganas que nos t enemos, con esa complicidad que empezó como si fuese nada y ahora lo es t odo.

—M i señor—esbozo cuando me vuelve a girar, ahora levant ándome las piernas.

Parezco una adolescent e cachonda, las abro para obligarlo a que caiga sobre mi cara. Sujet o su rost ro para besar t odo lo que no lo he besado en años mient ras me da duro y ya ni sient o mis piernas, solo me cont raigo al igual que sus venas, las que se hinchan en un vaivén de embest idas que t erminan al borde del colapso.

—M ierda.

M aldice mient ras desborda con sus t aladreo. Sient o que el pene el se hincha dent ro de mí, me vengo primero experiment ando un orgasmo delicioso y cuando él quiere salirse solo lo cont engo de las nalgas haciendo que explot e dent ro.

—M aldit a seas, jodida niña.

—Su señora, agapi mou. Su señora.

La t ibieza de su semen me desborda y ya ni puedo respirar cuando me cambia de pose para volver al ruedo siendo aún más duro que ant es, follándome como un animal enloquecido por su hembra, sin ningún t ipo de cont emplación más que mi propio cuerpo grit ándome que me det enga.

Sient o que me desmayo al moverse la cama de lo rudo que se pone, de las veces que me t oma con palabras a regañadient es, como si est uviera luchando cont ra él mismo, cuando mis ojos se vencen de cansancio mient ras mis inst int os siguen. El bast a no funciona en nuest ro mundo, no hay un pare para Siniest ro cuando t oma lo que quiere y cuando quiero que me t ome como sea.

M i cabeza rebot a en la cama al salir los primeros rayos del sol que iluminan el día y parece que fue hace minut os que se corrió dent ro nuevament e. Las sábanas huelen a sexo, mi piel a su perfume, mi boca descanza de lado sobre mi brazo derecho y solo parpadeo creyendo dormit ar hast a que el quejido de Furia me despiert a t rat ando de llamar mi at ención como sea.

Se para en dos pat as y las deja caer haciendo un pequeño sonidit o que solo yo puedo leer ent redient es. Lo he malacost umbrado, es un engreído. Cuando no duerme con Arya lo hace en mi cama y sé que le cuest a compart ir pero sabe quién es el amo, por lo que ret rocede al sent ir los pasos de M arkos, quien sé que est á aquí por cómo reacciona el pobre animalit o.

—Fuera.—Espet a echando al perro que me vuelve a mirar suplicant e pero t ermina saliendo con la cabeza abajo, dejándome a solas con M arkos que apenas y es capaz de mirarme.

M e levant o arrugando la cara por el dolor que sient o ent re las piernas. El sol es una dicha en t iempos como est os, aclara la piel bronceada de quien mira la hora con una t oalla envuelt a y un vaso de w hisky en las manos, por lo que en punt illas me dirijo hacia su espalda ancha para besarlo.

—Parece que no me soport as.

Susurro pero no responde. Todavía me cuest a procesar lo que hago pero me lanzo. Lo abrazo de la cint ura besando su piel musculosa que apenas y me deja t ocar con los labios, ya que de un t irón vuelve a devorarme.

Sabe a w hisky caro cuando me pasa la lengua. Su mano larga me t iene sujet a de las manos y la ot ra de la cabeza gobernando, chupando, llevando el beso como a él se le ant oja y… sant o dios, solo quiero aferrarme a sus labios cuando pasa su lengua sobre la mía, pero su brusquedad me recuerda quién es en el mundo. Su alt ura me hace sent ir pequeña, at rapada, t an mojada como anoche porque me part ió como una best ia.

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Desliza la mano por mis piernas hast a hundirse en mi vagina y no t arda en llegar a donde quiero que presione. M e falla respirar por lo que gimo. Anhelo su lengua ahí, por lo que medio muevo mis caderas haciendo pequeños círculos y disfrut a de mi angust ia.

—Calient e y mojadit a—gruñe pedant e, dejándome los labios hinchados—¿Tant o t e mueres por mí que pides a grit os que t e t oque?

M e hiere el orgullo el hijo de put a presumido, picándome, pero no le voy a dar el gust o. M e quedo quiet a sin responder mient ras recorre lent ament e mi abert ura hast a hundir la yema de sus dedos.

—¿Así…?

«No t e muevas, Alaska. No t e muevas.»

—¿...O más dent ro?—cont inúa penet rando su dedo hacia arriba para, con el pulgar, sobar mi clít oris que empieza a desprender olas eléct ricas—. Ruégame.— Sisea en mi oreja.

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Sigue. booknet .com Libro Let al, capít ulo INSACIABLE - PARTE 2, página 1 leer en línea 6-7 minut es

Su dedo sigue ent rando hast a que queda en el t ope y cuando quiero que se mueva la t ort ura es lent a. M i cuerpo ha explot ado en sí mismo volviendo al pasado, como cuando pruebas una carne deliciosa que no has vuelt o a comer en ot ra part e y just o cuando est á frent e a t í la boca no deja de aguarse por ot ro pedazo.

—¿No fue ust ed el que vino a cobrarse? —digo, ent re gemidos, mirándolo con una sonrisa—¿Por qué t endría que rogar por algo que ust ed t ambién busca, amo?

Sus ojos se oscurecen.

—Usas mejor la boca cuando me la chupas.

—Yo creo que le gust a mis besos—le sonrío, rozando sus labios—. Cálleme.

M e gira sujet ándome los brazos hacia at rás para amarrarlos con la t ira de mi bat a de seda mient ras me lanza cont ra mi mesa de t rabajo, haciendo que t odos mis document os caigan. El corazón me lat e t an rápido que sudo, la respiración se me va cuando lo veo t omar la correa para luego enrollarla y es esa mirada sombría la que me pone la piel de gallina de nuevo.

No puedo respirar cuando palpa mi sexo. M is pezones duros est án cont ra los papeles, pero mi t rasero, con las piernas ent reabiert as, le dan un acceso a mi coño que disfrut a hast a que de un manazo en la nalga me calma.

Sient o la hebilla del cint urón deslizándose, su pene bordeando mis labios vaginales por lo que me empujo hacia at rás sint iendo la punt a húmeda hast a que me penet ra de golpe.

«Dios, est o es t an adict ivo». M e chupo el labio dejando caer mi cabeza hast a que no me queda de ot ra que abrir la boca cuando empuja y no sé si soy yo o mi idea, pero jamás me había sent ido t an húmeda a merced del amo.

Su móvil suena y cont est a. M is mejillas explot an de calor, no puedo t aparme la boca porque est oy amarrada y, mient ras mis paredes vuelven a sent ir que se cont raen, evit o chillar cuando habla en griego.

Ordena no sé qué mierda, deja el móvil en alt avoz a un cost ado para t omarme de las caderas empujando «Voy a morir» Embist e t an fuert e que choca cada cent ímet ro de mis paredes sin import arle que ot ro est é escuchando.

—Todo list o, señor. El video fue borrado de redes, la única copia la t iene ust ed en su móvil ahora mismo.

¿Video? Suelt o un grit illo agudo mient ras mis caderas casi se rompen.

—Parece que Alaska no aprende…—empuja t omando aire, diciendo en lo alt o—, t engo que venir a solucionarle sus mierdas para que ent ienda de una jodida vez quién manda.

Ent ierro la cara en la mesa lloriqueando, ent endiendo a qué video se refiere: el que Emilia sacó sin mi aut orización, al escándalo, y t odo lo que desencadenó que hoy est é aquí.

—Sin cont ar que no usó el dinero de las cuent as bancarias que le dejó y t ampoco las t arjet as de crédit o. Su primogénit a ha vivido una vida normal en exceso, t ambién lleva clases de est imulación, sale al parque, t iene amigas, ha hecho una act uación especial por el día de las madres y convive con gent e corrient e.

M e medio levant a el t rasero para embest ir «Est á furioso». Quiero decir algo más pero la sensación de asfixia me mat a.

—La señora ha arriesgado su vida más de lo que ust ed piensa—cont inúa el t ipo—. He enviado fot ografías de una cuent a en redes sociales que clarament e ha t enido prot ección. Con t odo respet o, la señorit a Pant era lo sabía.

«M aldit o chismoso»

—De esa perra me voy a encargar—sujet a el mont e de mis nalgas con sus manos para embest ir rápido—. Jódela—choca los dient es apenas para hablar—, así como se va a joder t odo el que en mi cont ra se ponga.

Gimo alt o.

—La señora ent enderá, mi amo—su voz carraspea—. A las buenas o a las malas.

—A las malas ent iende mejor.

No puedo dejar de jadear, sient o que el pecho se me cierra de la ola de dolor y placer que experiment o. Abro la boca t rat ando de ahogar los sonidos que no se van, es involunt ario, me est á rompiendo como quiere y el chismoso parece hacerse de la vist a gorda cuando t rat a de llenar los silencios.

—Eh… ¿Est á ocupado, señor? ¿Es un mal moment o?

—Est oy part iendo un culo en dos—gruñe, jadeando—. Si no vas a decir nada más ent onces largo.

M i ment e ya no piensa nada más que en parar est o cuando cort a la llamada. Lo disfrut o pero sient o que el placer va a mat arme, que mi cabeza no da más con las oleadas profundas que me da est e hombre, por lo que solo cierro los ojos cuando me t oma de las rodillas aprisionándome cont ra su sexo y, si ant es me quejaba de lo que dolía, nada se compara con lo que le hace a mi coño ahora.

M e corro ant es que él. El est rés ment al además de lo que sient e mi cuerpo, combinado con el cansancio por lo sucedido, hacen que ni siquiera lo haya vist o venir y segundos después por fin t ermina llenándome de un semen que parece int erminable.

Apenas recuperamos el alient o se sale de mí para volt earme, acost arme en la mesa boca arriba con esa mirada aún de enojo, los ojos más fríos que le he vist o en t odo est e t iempo de conocernos, además de lo best ia que est á dispuest o a seguir cuando…

—Furia ¿A dónde me llevas?—la voz de Arya hace que abra los ojos de golpe—¡Dame mi peluca, perro bobo!

La puert a est á ent reabiert a, el amo me acomoda las piernas en su cadera valiéndole mierda si Arya ent ra o no, por lo que mi pulso se acelera a medida que la vocecit a se hace más fuert e.

—Alaska—hace un puchero, fingiendo sollozar—. Furia me quit ó mi peluca…

—Por favor…

Ni se inmut a el hijo de put a, me mece cont ra él como si disfrut ara la t ensión. Est oy a su merced, mis manos est án at adas, est amos desnudos y ahora sí sient o sus pasit os a dos met ros de aquí.

—¡Por favor!—siseo, desesperada—. M arkos…

Su rost ro no me dice nada «¡Por Dios!» Arya se acerca y el alma se me sale del cuerpo sin que pueda dejar de mirarlo. Da un hondo respiro hast a que t oma el arma de la mesa para dar un balazo que impact a cont ra la puert a, para que así la presión la cierre de golpe.

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Se escucha el ladrido del perro mient ras, aún at ada de las manos, me apart o de su agarre y son mis pies los que act úan ant es de mi consciencia. Son mis hombros los que chocan cont ra la madera segundos ant es de sent ir el empujoncit o.

Est oy sudando. Desesperada me desat o haciendo fricción con el mango y no sé cómo diablos lo soluciono pero los dedos me t iemblan al ponerle la llave.

—Ábreme ¿Est ás revent ando bolas de chicle?—su voz es demandant e, t oca inquiet a la puert a—. Furia se comió mi peluca—empieza a sollozar de nuevo—. Quiero que le cort en la lengua, le saquen los dient es, se t rague sus pat as cort adas en pedacit os y no le des comida. Est oy enfadada con él.

Corro hacia la ducha bañándome en una carrera marat ónica de siet e minut os, t odo ant e la mirada perversa del hombre que con su solo silencio y presencia hace que desvíe la vist a.

M e pongo la ropa int erior para evit ar dist racciones, aún evit ando su mirada seria, aún sint iendo que no ha sido suficient e. M e duele como la mierda el cuerpo, agacharme para pasarme secarme es como si me quebraran los ovarios, pero aún así vuelo al cajón buscando la primera bat a que se me pone al frent e, hast a que llego a la manija y lo que encuent ro es a una rebeldilla con lágrimas de cocodrilo alzándome las manos.

—¿Por qué me ignoras? No me ignores.

Quiere ent rar pero lo evit o t omándola rápido. Est ira su brazo señalando al perro que lleva en el hocico el rast ro de pelos de la peluca y solo quiere que lo cast igue.

—Furia es un perro cualquiera, ya no lo quiero.

—Amas mucho a Furia, es t u perrit o, solo est ás enojada porque hizo una t ravesura pero vamos a enseñarle a no comerse t us cosas.

—Lo voy a cambiar por un pony. El hada negra lo convert irá en garrapat a.

La sient o en la mesa de mármol de la cocina americana para limpiarle las lagrimit as, dejándome admirar por su belleza. Arya es como una muñeca, y no es solo porque sea mi hija, sino que cada vez que pest añea embelesa a t al punt o de no saber si besar sus cachet it os o simplement e comérmela.

—No llores.

—No est oy llorando—cruza los brazos—. Es un perro t ransgénero inút il.

Aguant o las ganas de reír sabiendo que no debería pelear est a bat alla porque conozco a quien t engo al frent e, y sé que no habrá nada en el mundo que le quit e una idea de la cabeza. Le preparo el desayuno como le gust a, cereales de chocolat e con yogurt nat ural además de agregarle unos t rocit os de fresa junt o a las chispit as de coco que t engo list o en la nevera, hast a que por fin se t ranquiliza.

La t ensión se me sube a la cabeza cuando soy conscient e de quién t engo en la habit ación y prefiero que no lo vea ahora. Las cosas con M arkos no est án bien del t odo, han sido años sin vernos y, aunque quiera que t odo est é bien, es una corrient e dificil de ent ender casi siempre. Arya y él chocorían. No est á acost umbrado a t rat ar a corderos y en el fondo quizá me pesaría que se hart e de la rebeldilla.

—Cuidado—la ayudo con el cabello que se le cuela en el rost ro y me es inevit able no sent ir t ensión por lo que viene.

En t odos est os años he t rat ado que ella mire a su padre con orgullo, const ruyéndole una imagen perfect a t ant o del nombre como del apellido.

M arkos t iene empresas fant asmas que son líderes en el mercado; ferrys, supermercados, farmacéut icas, práct icament e es dueño de casi t odo Grecia, y sus negocios para lavar dinero se ext ienden por t odo el mundo, por lo que la hist oria de un papá exit oso no ha sido difícil de cont arle y sé que est á orgullosa al ver el apellido casi por t odas part es.

Ella grit a a lo alt o que es una Van Loren. Le ha cont ado a sus amigas que su padre le mandó un collar de diamant es con la let ra A para su cumpleaños, sin imaginar lo que hay det rás de t odo el poder que algún día la hará única.

La peino con los dedos siendo imposible concebir la idea de que sufra, que algo le duela, que algún día no podamos est ar junt as porque cada que llora se me part e el corazón en pedazos. Y no es debilidad o falt a de caráct er, es que cuando t ienes un bebé arcoíris soñado ya no ves a t u hijo como solo uno, sino como si el que perdist e se hubiese reencarnado, valorando quizá aún más cada segundo de su vida.

Se come t odo su cereal y a regañadient es t oma la leche. El perro vuelve a est resarse de un lado a ot ro «Sabe que él est á aquí», por lo que t rat a de aferrarse a mí casi t umbándome con sus pat as alzadas hast a Arya le grit a, siendo incapaz de olvidar lo sucedido.

—Furia, bast a.

Lloriquea buscando consuelo mient ras la pant alla de mi móvil se ilumina con 37 llamadas perdidas. Tomo el celular t rat ando de ver lo que pasa, pero el perro insist e sabiendo que le t eme a M arkos desde siempre, ya que ant es de llevármelo ha combat ido en bat allas de perros de jauría, mat ando a enemigos del amo.

M e rasca siendo más pánico que maña. M iro a la puert a de la habit ación con un leve sudor en mi frent e, por lo que t rat o de calmarlo hast a que Arya se da cuent a que t odavía t iene excesos de pelos en su boca y se le lanza encima furiosa.

—¡Perro malo!

—¡Arya!

Lo corret ea t rat ando de quit arle lo que lleva en el hocico «Es una chica con agallas». Se va bajo la mesa, encima de los muebles, me rompen los plat os que había en la encimera hast a que el corazón se me

paraliza cuando la pant alla vuelve a iluminarse con el nombre de La Pant era en ella, además de un mensaje:

«Tienes que irt e de ese lugar o perderás a t u hija para siempre. M arkos va a quit árt ela. Est á aquí por ella.»

La sonrisa se me borra a la par que me pongo fría. Puedo sent ir que mi respirar es más cort ant e, que el pecho me pesa y los dedos se me t ensan al ya no escuchar más grit os, sino el llant o del perro que con una mano M arkos lo t oma por el cuello y con la ot ra sost iene a mi hija, mirándome como si fuese una despedida.

CAPITULO 9

Alaska

M is labios se ent reabren y algo frío empieza a recorrer mi pecho cuando las palabras de La Pant era se clavan en mi cabeza. Paso saliva siendo conscient e de mis emociones, su mirada se oscurece en medio del silencio, reparando lo que t engo en la mano y parece que mis pómulos arden cuando nuest ros ojos se encuent ran de vuelt a.

«Cálmat e. Solo cálmat e»

No sé qué pensar o sent ir en est e maldit o moment o. Si es un jueguit o más de La Pant era, que no sería ext raño en una mujer como ella, o simplement e la ant esala de algo que no permit iría, por lo que me mant engo alert a sin negar que se me hace difícil concent rarme al verlos por primera vez junt os siendo t an iguales en versiones dist int as.

—Alaska.

El rost ro de Arya se incomoda por el agarre de M arkos, ya que la t iene casi colgando de su brazo como si fuese un paquet e. Inhalo fuert e sopesando el lat ido en mis sienes, yendo en su auxilio, pero lo primero que hace cuando me acerco es lanzarme al perro por las piernas.

—¡M amá!

El animal corre a esconderse no sé dónde, la palabra que casi nunca me dice ret umba en mi ment e siendo inevit able no alt erarme, sin embargo, es más mi angust ia que cualquier ot ra cosa, mi lado fiera el que va por el cachorro ant e la mirada penet rant e del depredador que más parece me est á desafiando.

El olfat o del diablo es let al y agresivo, siempre da el t iro en el blanco percibiendo las debilidades del ot ro para usarlas a su favor, pero est a vez est á pasándose de la raya.

Int ent o volver a t omarla siendo inút il, me devuelve una mirada como si me fusilara con sus ojos y sincerament e no ent iendo qué es lo que t ant o le molest a. El sexo fue rico pero más fuert e de lo que recordaba, cada embat e parecía un reclamo, la correa un cast igo y est o empieza a t ensionarme.

—Est á asust ada—los pies de Arya siguen bailando en el aire —. Ya déjala.

M i voz no es un ruego sino un dict amen. Sé que si quisiera con un dedo acaba con ella, si le provoca ya est arían miles de sus hombres sobre mi cuello pero no hace más que est udiarme, girando la vist a hacia mi móvil y es ella quien logra zafarse de sus brazos después de escurrirse como si descendiera de una mont aña.

—Alaska—corre hacia mí y la jalo cont ra mis piernas—¿Por qué est á aquí?

—Sh.

—¿Él vivirá con nosot ras?

La t ensión sube cuando de reojo not o a los guardias por la vent ana, el arma en el bolsillo de su pant alón y me niego a que Arya vuelva a presenciar ot ra pelea «Es solo mi bebé, t odavía no es t iempo».

—Creo que t u película ya empezó, cielo—le susurro, dándole la t ablet con el afán que regrese a su habit ación, pero no logro engañarla.

Será difícil porque est á curiosa. Trat o de que no lo vea y sigue girando la cabeza, ahora para est udiarlo. No hay película de villanos que le import e más de lo que t iene al frent e. Tampoco sonríe, solo le lanza la mirada más fría que he percibido en ella, comprobando que el gen del diablo es único en el mundo así como la manera de dañar cuando lo busca y yo solo…«Necesit o bajar est a t ensión como sea»

—¿Tienes hambre?—voy t ant eando el t erreno, negándome a la idea de su hermana—. Prepararé algo rico para t odos.

No cont est a, solo me sigue observando «O probando»

M ant engo a Arya conmigo poniéndola de nuevo en la encimera mient ras preparo algo de café y huevos revuelt os. Ser su madre a t iempo complet o me ha dado algo de práct ica ya que yo misma le cocino los aliment os, así que voy rápido pero por alguna razón mis manos se ent orpecen.

¡M aldit a sea!

Se me cae el pan y pongo ot ro en la t ost adora. Est oy t an acost umbrada a que la casa est é llena de juguet es, grit os, canciones en alt o volumen que el silencio de alguna manera me inquiet a, peor aún cuando nos sigue mirando.

Arya t ira pedacit os de cereal en el suelo port ándose peor que nunca, me raspo el dedo con el cuchillo por lo que me lo chupo, y encima el perro aparece queriendo t ragarse el exceso de comida, así que me agacho como puedo para limpiar el piso con una mano y cuando subo, t odavía con el pulgar en mi boca, la mirada que me lanza parece desvest irme.

—El desayuno est á casi list o, solo dame un minut o—cont engo algo en la gargant a—. Por favor, siént at e.

No lo hace y respiro hondo sin poder dejar de sent irme incómoda por el poder que emana su presencia.

Apresuro mis pasos sint iéndome desnuda, t ermino y dejo a Arya en una silla para luego ordenar los plat os, t azas y cucharas en el ot ro ext remo.

«El pan recién t ost ado huele de maravilla» Se me hace agua la boca cuando lo t omo. M e esfuerzo porque t odo quede apet ecible sirviendo lo que rest a de comida y por supuest o no puede falt ar un buen café, por lo que al girar con la cafet era calient e pego un grit o.

—¡Casi t e quemo!—Inhalo y exhalo pesado—. Est e café es una delicia, va a gust art e.

No le bajo la mirada y casi puedo leer su advert encia. Casi puedo oler el descont rol en sus ojos, los labios apret ados mient ras mis pechos suben y bajan erizándose, recordando lo de anoche, lo que me duele t odavía las caderas y lo que chorreó ent re mis piernas cuant o quiso.

Se sient a sin dejar de clavarme la mirada y pesa como si hubiese cargado mil kilos encima. M uerdo el pan por ansiedad, Arya no deja de mirar el arma que M arkos pone en la mesa, por lo que le susurro algo en el oído para que aleje cualquier pensamient o t ravieso.

—Termina t u desayuno.

E int ent a engañarme de nuevo escondiendo en la manit o pedacit os de comida para, lent ament e, dejarselos al perro debajo de la mesa.

—Sin t rampas—agrego, hablándole seria.

—Ya t erminé—afirma con picardía—. Si mient o que le crezca la nariz a él.

Su risa se diluye cuando un sonido impact a sobre la mesa. El cuchillo se clava en la mit ad de la t ost ada part iéndola en dos, la misma que Arya había dejado encima minut os at rás siendo inevit able que no se me congele la t ráquea.

—Comelo.

Abro los ojos con fuerza sint iendo que t odo me pica. Arya ent reabre los labios impresionada mirando el cuchillo y, aunque haya caído lejos de ella y su punt ería sea perfect a, el enojo me hierve la sangre por lo que me llevo un vaso de jugo a la boca para cont rolar el impulso.

—Oye es mi pan no t uyo—t oma un pedazo y le da una mordida—. Alaska comerá el huevo.

M arkos t uerce los labios.

—Ella ya se lo comió anoche… porque le encant a.

Casi escupo lo t rago y no soport o más est e moment o incómodo.

—Termina t u comida—aclaro mi voz, sint iendo que la cara se me pone t an roja que no sé dónde met erme.

—No hast a que Furia me devuelva mi peluca.

—Primero la comida.

—¡Furia!—grit a.

Se escucha un ruido en su habit ación y se levant a para perseguirlo. El perro est á t an ansioso que no deja de hacer desast res, se pasea ahora con sus muñecas en la boca pero lejos de evit arlo es una dist racción que necesit o para enfrent arlo sin ella merodeando la sala.

—No quiero que Arya presencie ese t ipo de demost raciones—siseo enojada, yendo hacia la habit ación para ent recerrar la puert a.

Prefiero que no lo vea. No así, no ahora. No sabe nada de la mafia, no ha sido expuest a a ningún t ipo de crimen, sin embargo, las palabras salieron de mi boca impulsivament e sin darme cuent a de qué aguas est aba t ocando.

—Est á marcada, t iene el gen del mal.

—M e preocupa su bienest ar.

—¿Enserio crees que ese demonio va a crecer como si fuera una princesa de cuent o? ¿Como si nadie nunca fuera a t ocarla?—recrimina—. El mundo ya sabe que exist e.

Sus ojos se oscurecen y la culpa viene a mí como un azot e involunt ario.

—Fue un accident e. Es t an hiperact iva y t raviesa que se le solt ó de las manos a Et han cuando…

Trat o de decirle pero no encuent ro las palabras correct as. Sus ojos se oscurecen.

—...est aba…t rabajando.

Parece que le arde la cara cuando lo digo «Siempre el mismo dilema» Su imponencia, pedant ería, dominio.

—No necesit as volver a t rabajar en t u jodida vida. Parece que no lo ent iendes.

—Tú no me ent iendes, jamás lo ent enderías.

—¿De qué sirvieron t us maldit os ideales ahora, en medio de est e mierdero?—acusa y su voz ronca me eriza—. Condenast e a mi hija a vivir una vida mediocre cuando es dueña del mundo.

El enojo me ciega.

—Sé perfect ament e quién es Arya y en lo que se convert irá algún día, pero yo no soy mujer que dependa de nadie para seguir con su camino. A mi hija no le ha falt ado ni amor, ni comida, ni comodidades, así que no me vengas a exigir nada cuando no est uvist e en est os años.

M e duele la boca del est ómago por la t ensión, así como la mandíbula cuando me devora con los ojos llenos de ira. La gent e paga con su vida cuando lo miran a la cara, con las más aberrant es t ort uras cuando se at reven a desafiarlo, por lo que es inevit able que me sient a ansiosa pero t enía que sacarlo de alguna manera.

—Est á hecho—dict amina, cont eniéndose—. Y habrá consecuencias.

¿Consecuencias?

Sus ojos se vuelven t an fríos como hielo, t an amargo como la misma hiel en mi boca y no sé si es mi idea o la ment e que me t raiciona pero el miedo se vuelve un impulso que explot a al saber que puede quit armela.

—¿Al amo no le gust a que una mujer se ponga bien las faldas o es que le hiere el orgullo que quien quiso dest ruir t odavía lo mire de frent e?—le grit o, dolida—. ¿Te jode no haberme mat ado cuando podías? ¿O que no t e baje la cabeza como cualquier perra a la que t iras?

Gira como best ia clavándome cont ra la pared de un t irón, a la par que sus manos me sujet an inmovilizándome con su cuerpo encima.

M e acorrala cual devorador con su presa, cual asesino con su víct ima y est e es el jodido moment o en el que mi lógica dice «corre» pero mi orgullo se mant iene, sint iendo cómo mi alient o se cuela con el suyo, cómo sus músculos me apriet an hast a la médula.

—M aldit a seas t oda t ú desde que t e puse bajo mi polla—gruñe cerca de mis labios, sin saber si va a mat arme o besarme—. M aldit o sea ese coño en el que me voy a correr hast a que supliques que pare, porque t e juro que cada que abras la boca rebelde para volver a decir ot ra insolencia no me voy a cont ener en nada.

La punt a de sus labios rozan las míos cuando un sonido de las balas est alla y en menos de un pest año su arma ya est á arriba, volando el vidrio de la vent ana en un est allido que hace volar los t ímpanos.

—M i señor, perdóneme la vida—ent ra un escolt a por la puert a, exalt ado, nervioso, bajando la cabeza.

—¿Qué carajos est á pasando?

—Capt uramos a dos hombres que merodeaban el área con explosivos. Es urgent e que evacuemos el área.

M i corazón se paraliza pensando en Arya y en segundos el perro sale embravecido al escuchar las armas andando. Est á ent renado siguiendo el inst int o de la cuna Van Loren, le enseña los dient es al escolt a impidiendo que pueda ent rar en la habit ación donde la rebeldilla no t iene más foco que ordenar sus muñecas mordidas.

—Hubo una explosión en la front era con Bregenz. Al parecer se ha abiert o una bat ida, no t enemos más informes pero t odo apunt a a que es el círculo con amenazas.

La piel se me irrit a.

—¿Dónde los t ienen?

—Reducidos.

No dice nada más cuando carga su arma mient ras los ot ros verifican que no hayan más ext raños a la redonda.

—¡Señor! ¡Nos invaden al est e, la señorit a Pant era ha ent rado en t errit orio! Solicit a t ropas de resguardo

Una cara familiar se acerca «Sander» que apenas me ve hace una venia ant es de seguir el paso.

Los problemas han empezado y lo que le molest a más al amo es no t ener el cont rol absolut o. Siempre he not ado un rechazo hacia sus hermanos bast ardos salvajes, quizá porque son t an sanguinarios como él y de t enerlos como compet encia sería un riesgo mayor que a mant ener alianzas que a t odos les beneficien.

—Señor, es una emergencia—insist e, cuando no obt iene respuest a—. Los dominios Suizos t ambién est án en riesgo. Sky se est á encargando del asunt o, se presume que Alemania ha dejado pasar al círculo con Briana al mando.

Tengo que inhalar hondo para pasar la adrenalina. Sient o que me pica la nuca de la cólera, siendo imposible olvidar su cara quemada por el ácido, la promesa de venganza, el riesgo que t uve que t omar al decidir si la mat aba a golpes a esa perra o salvaba al bebé que llevaba en mi vient re cuando apenas me ent eraba que est aba embarazada de nuevo.

Las cosas sucedieron rápido y de la peor forma. M e puse t an sensible al pensar que M arkos est aba desaparecido por mi culpa, que lo único que hice fue llorar de ira porque pude haberla mat ado mient ras corría en aquel bosque jurando venganza.

¿Cómo es que logró t ant o siendo solo una malnacida? ¿Cómo así llegó a t ener t ant o poder en el círculo? M arkos no me lo va a decir aunque quiera, t iene una act it ud t an a la defensiva conmigo que no es el moment o, pero t ampoco me voy a quedar con las manos t ranquilas.

—Iré cont igo. No me puedes negar est o.

Sus ojos son un t émpano cuando me miran, sin embargo, no hace nada más que ignorarme mient ras da órdenes precisas.

El depart ament o pasa de t ener de cinco a quince personas dent ro. La armada personal de M arkos arremet e por t odas part es buscando no sé qué cosa hast a que empaco algo de ropa y cosas de primera necesidad list a para irnos, siendo imposible dejar de mirar a quienes invaden mi casa como si fuera cualquier cosa.

Los t at uajes de dragón se hacen ver en sus brazos. Ya no son los soldados convencionales ni los red men, ahora es un equipo criminal más grande, pero lo que me jala la vist a no es su best ialidad sino las zorras que parecen comerse al amo con la vist a.

Se lucen las perras barat as como si fueran gat as t echeras esperando una oport unidad para que les claven el pene. Pasan delant e de él apret ando el t rasero mient ras ordenan al equipo en las camionet as y ent re ellas reconozco a la mujer que me miró como si fuese una mierda cuando me drogaron.

Alt a, rubia, llena de ambiciones. El olfat o de una mujer puede evidenciar a las put as que int ent an met ersele al marido por los ojos como sea y est a no es t ont a. M ant iene una media sonrisa enseñando las jodidas t et as mient ras mi cara pica de algo que no cont rolo.

—No sabemos si el enemigo est uvo aquí ant es—medio alza la voz a dos met ros de mí—. Sigan buscando, ya saben, no se puede confiar en novat as que no est án capacit adas para cuidar a la cría del amo.

Un t onit o de burla me hace acalorar las mejillas «Put a maldit a» pero t engo a Arya en los brazos así que me cont rolo.

—M ant én t u maldit a lengua venenosa fuera, Rovena—le sisea ot ro, t rat ando de que no se escuche.

—Solo digo la verdad.

Le devuelve la sonrisa irónica mient ras las ot ras me miran de pies a cabeza y lejos de esconderme, les lanzo una mirada de advert encia.

—Señora—el escolt a me baja la cara pero ella, al cont rario, sonríe mirándome de frent e.

—No quiero porquerías cerca de mí, la basura empieza a apest ar fuert e. Largo.

La rubia parpadea “ obedeciendo” cuando es más que ot ra ironía. No sé qué me pasa pero mis radares se encienden, la cólera me apriet a t ant o que t engo que dar una bocanada grande para t omar aire sin dejar de verla.

Siniestro

La quijada me pesa siendo imposible que mis ganas de dest ruir a esas mierdas no aceleren el mal humor de la mañana. Ext iendo la mano para que me pasen un puro, exijo a mi armada que se lleven al demonio a un zona segura mient ras la mirada de Sander se vuelve a la mía, preocupado.

—Son ellos, señor. No hay duda. El círculo convocó a una asamblea. Han iniciado un at aque en t ierras front erizas.

M iro por la vent ana mient ras la mísera sangre de los espías brot a por sus bocas y me es inevit able ant eponerme a sus maldit os juegos mediocres, sabiendo que para el círculo las debilidades no solo son vent ajas sino dinero en cuant o subast a de cabezas.

El hijo, la madre o la esposa de cualquier líder son el primer foco para alguien de la mafia; una especie de maldición para quien llega a amar a su familia, ya que no hay nada en el mundo que complazca más al mundo negro que desmembrar lo que el cont ricant e más aprecia.

Las asambleas para muchos son sent encias de muert e. No solo se dict amina la vida de las personas, venden vírgenes para el placer de los ancianos o int ercambian hembras, t ambién t ilda el honor y el gozo de ver al enemigo dest ruído, por lo que no me perdonan que los haya hecho mierda cuant o quise delant e de los aliados que se fueron conmigo.

Tolerarlos por años significó mierda en mis zapat os. Les daba de t ragar cediéndole mis t ierras, pagando sus caprichos solo para mant ener una paz absurda con quienes quise mearles la cara desde hace mucho, hast a que me dieron la excusa perfect a para arruinarlos volviendo a la zorra de Briana part e de su núcleo.

—Est án usando la t raición como excusa para invadirnos —cont inúa Sander—. Se ha llamado a las sangres cercanas para ver quién est á de su lado.

—¿Quién cont est ó?

—Solo sus enemigos; árabes, ucranianos que exilió, además de t odos los hombres a quienes les quit ó a su familia, por lo que quieren venganza pagando con la misma moneda. Las t ropas enemigas avanzan por Alemania.

Bufo «Tira de mediocres»

—¿Quién est á al frent e?

—La señorit a Pant era y sus hombres. Su avionet a ya est á list a, amo.

Los ojos de Alaska me pert urban cuando mant iene su post ura al dividir a mi armada personal de quince t hírios. Su t erquedad me asfixia y «¡Joder!» no t engo ganas ni humor para soport ar ot ra escenit a de valent ía, por lo que sigo mi paso ignorándola hast a que se despide de quien t iene en brazos.

La niñera, ex miembro de mi armada que designé para que la cuidara, y a la que Alaska se rehuyó en varias ocasiones se present a, por lo que t ant o ella como la escolt a personal que la cuidará a part ir de ahora, además de Sander, se van rumbo a la cabaña a las afueras de la ciudad mient ras mis soldados prenden mot ores para adelant arnos a la front era.

El ambient e se carga en el t iempo que dura el vuelo. La mirada que le lanza Alaska a las t hírias me deja en claro que su única mot ivación por venir no fue la t rasquilada, sin embargo, no es algo que me int erese ahora mismo.

M i foco se cent ra en lo que se observa desde al aire mient ras descendemos; la sangre chorreada cerca a un sembrío, humareda junt o al fuego con huesos calcinándose, además de cadáveres colgados en árboles y uno que ot ro idiot a vivo con un t rozo de t ronco en el ano que es exhibido ant e los policías que emergen por las colinas.

—Sorpresa, hermanit o—sonríe—. Sé que no querías verme pero mira, acabo de hacer un asado. Viene junt o a una fot o mía de recuerdo, para que me reces t odas las noches.

—Déjat e de ironías.

Enarca una ceja, enfocando la vist a en quien viene a mi lado.

—¿Y t ú, inglesa?—la mira al igual que a las t hírias que vienen det rás— ¿Qué es est o? ¿Reunión de put as?

«Le voy a lavar el hocico de mierda» .

—Deberías est ar donde t e corresponde, no aquí—añade, lanzándole una k90 que at rapa con una mano—, pero ya que no obedeces a nadie ent onces haz algo product ivo con t u vida, hay unas garrapat as de t raje milit ar molest ando.

Tres balas impact an a un met ro de nosot ros y el faro alemán indica que han det ect ado la masacre, por lo que no hay más t iempo.

Las balas salt an como pulgas rabiosas, se puede escuchar el impact o del proyect il en la carne de los enemigos, ver a Sky det onando una granada a lo lejos junt o a su gent e de mierda, por lo que La Pant era se vuelca, mont andose en un aut o de fusiles de alt o calibre para dest ruir t errit orio enemigo.

—Un marica menos…—cant a—. Dos, t res, diez maricas…la deben t ener chiquit a.

La policía Alemana cae ant e su enferma obsesión por dest ruir gent e de la milicia. M is hombres forman escudo humano al acercarse, es una bat alla asegurada al ser menos que nosot ros; sin embargo, la perra lo disfrut a. No t iene cont emplaciones con nadie; alzan las manos con bandera blanca pero lo ignora, t odos mueren mient ras los refuerzos amenazan el est e, act o que la jodida niña rebelde soluciona disparando.

—Oye, sí que es una chica valient e…—ironiza quien dice ser mi hermana—. Hast a la pondría a cargar sacos de est iércol.

—No vine aquí a jugar a las mat adas. Tampoco voy a seguir cansando a mi gent e en guerras vencidas. Est o t erminó desde hace mucho y lo sabes.

—Siempre t an aguafiest as—cruza los brazos—. Deja que disfrut e viendo cómo la policía se caga en sus pant alones. No sabes lo bien que se escuchan pidiendo auxilio.

M e fumo un puro viendo el caos que se forma al det onar complet ament e una base alemana front eriza mient ras miles de pat rullas aéreas reducidas con t iros.

—Enviamos de regreso la cabeza del mandadero del círculo. La policía Alemana los apoya, solo est oy advirt iendoles quién es la mami del juego—deja de sonreír—. Briana est á ahora al mando y t e mandó un regalit o.

Pat ea un balde con una cabeza de cerdo ensangrent ada que lleva el nombre de mi hija.

—Fue el mensaje que envió cuando llegamos y por supuest o que sabía que su gent e iba a morir bajo nuest ro dominio, pero t enía el afán de demost rart e su nuevo poder como sea.

La cabeza del cerdo me asquea no por el hedor que se cuela en mis fosas nasales sino por lo que lleva t at uado en la frent e: la fecha de nacimient o de Arya, además del día del año de la muert e que proyect an para ella.

—Esa perra no llegará lejos.

—Nunca subest imes la ira de una mujer despechada—clava el rifle en la t ierra—. Hay cosas que los hombres no ent ienden y que las mujeres t enemos como vent aja: la int eligencia y el culo. Claro que llegó lejos.

—Es lo único que debió verle el viejo Ronan para hacerla su esposa, porque la cara la sigue t eniendo podrida.

—Nada que import e cuando t e dan un buen culeo, no le mira la cara cuando se corre ¿O si?—ironiza—. Aseguró su est at us en el círculo. Como esposa legal de Smirnov pudo ent romet erse en líos de mafias, chupándosela a medio asilo hast a llegar a líder, pero sabes que est o no t iene que ver sólo cont igo. Ella viene por la inglesa y dañará t odo lo que ame.

—No le t emo a los insect os.

—Para est a hora sus cabezas est án en el péndulo de t us enemigos. Ficharon a Arya jurándole t res meses de vida, pero lo peor es que se rumorea que Alaska sigue siendo la señora Van Loren y sabes muy bien lo que significa.

Le clavo la vist a siendo inevit able no reparar su siluet a mient ras se det iene con el arma en las manos. Est oy saboreando su coño exquisit o, salivando esas t et as que, a comparación de años at rás, las t iene más grandes y redondas, ese coño que quiero lat igar con mi fust a haciéndose más grande el deseo que t engo por ella al igual que mi enojo.

—Díselo. Tiene que saber qué pasó en est os años así como t us verdaderas int enciones o cuando lo sepa no t e lo va a perdonar nunca.

Levant a la mirada a lo lejos mient ras nuest ros ojos se encuent ran.

CAPITULO 10

Alaska

Algo no est á bien, puedo int uirlo. La mafia, su silencio y su ausencia en est os t res años, además de lo poco que la Pant era quería solt arme de él, empiezan a hacerme pensar que est oy como en una cuerda floja sin horizont e.

Doy una larga inhalación cuando el olor a pólvora parece esparcirse después de haber ganado est a bat ida. El hedor a carne muert a que infest a mis fosas nasales no es necesariament e lo que me gust a percibir, sin embargo, es algo a lo que t engo que volver a acost umbrarme por el bien de los míos.

Cadáveres. M uert e. Sangre. Es lo que deja el amo a su paso. Los soldados se mueven rápidament e descuart izando los cuerpos ent re risas casi psicópat as para luego colgarlos con el nombre de «Απαίσιος» (Siniest ro escrit o al griego) t at uado con filos de navaja en sus frent es, dándole paso a la leyenda de dest rucción que remece al mundo negro.

—¡M iren est e pit o!—grit an sus secuaces, sacando un hacha—¿Quién quiere el premio?

—¡El de est e est á mejor!—cont est a un t ipo lleno de cort es—, pero las bolit as las t iene decent es.

—Paso, qué vergüenza—ironiza la t híria rubia, t omando el pene del cadáver—. Todos son iguales….— levant a la cara con una sonrisa—, aunque hayan pit os griegos casi ext int os en el mundo; grandes, gruesos, duros, que sí complazcan la vist a.

La maldit a descarada dirige la vist a hacia M arkos, se at reve a mirarle la cara pero medio sonríe cuando gira la vist a fingiendo que ha hecho un coment ario discret o cuando es claro que han sido ot ras sus int enciones.

—¡Qué vivan los pit os!

M e es imposible sent ir una punzada en el pecho, el dolor de mis uñas clavándose en las palmas de mi mano para cont ener la incomodidad mient ras siguen grit ando como maldit os dement es, ahora t omando t est ículos.

—En serbia se come con leche. En Albania con mucho huevo…¿O prefieren a la inglesa? —exagera, haciendo una voz ridícula—Tipo fingiendo que soy una must ia con modales.

—¡Que se la chupe! ¡Que se la chupe!—ironizan fest ejando y casi danzando con las ext remidades.

—Yo se la quiero chupar a ot ro que se not a no le han sacado t oda la leche—la rubia pasa su lengua por sus comisuras, sonriendo—, para ordeñarlo a mi gust o.

Cont engo la ira en la mandíbula a punt o de mandarla al diablo y…«No. No voy a rebajarme». Tengo que llenar mis pulmones de suficient e oxígeno para no explot ar cuando se dan cuent a de mi presencia, porque dejo caer los rifles que clarament e las perras esas sabían que t enía, siendo el único lugar por donde hay una salida confiable.

El lugar est á lleno de t ierra, pequeños bult os de mont es y una que ot ra plant a venenosa. Hay un pant ano a diez met ros, mat aron a t oda la guardia Alemana y no t ardan en t raer refuerzos, así que solo cruzo por el río de sangre ant e el silencio de los hombres que sí muest ran respet o.

—Señora.

Pero a las mujeres parece que les apest ara. En t ot al son unos quince soldados armados, ent re ellos las t res mujeres (una africana, ot ra serbia y la rubia albanesa que si pudiera me acribilla con los ojos) que conforman el nuevo equipo sangrient o de Siniest ro, sin cont ar sus guardaespaldas de siempre, y es inevit able que me cruja el hígado cada que los miro.

—No podemos t ardar más de lo pact ado. Est a no es una fiest a, es una jodida bat alla. Han venido a t rabajar, no a perder el t iempo.

Ent re ellos se miran pero son las zorras quienes se at reven a mirarme de frent e. Sobrelleno aire en mis pulmones cont rolándome sin esperar más para cruzar el charco, hast a que una voz me alt era.

—Ust ed no manda aquí. No debería met erse en nuest ros asunt os…señora.—Ironiza la últ ima palabra y sient o que mi gargant a pica de las ganas que le t engo.

M e vuelvo a girar para mirarla de pies a cabeza: «Se not a que t iene la boca grande de t ant o servicio grat is que debe andar dando por ahí…» Ruda, excént rica, una zorra con mayúsculas, y me es inevit able mirarle esa nariz de caballo que de seguro la asfixia cuando se la mama a quien sabe cuánt os malnacidos.

—Señora Van Loren—corrijo y enarca una ceja—¿Y t ú eres…? Oh, lo sient o, necesit o t odo el armament o limpio ant es de subirlos al aut o. Disculpa, es que no t ienes la placa de empleada puest a.

M e sigue la risa irónica.

—M i nombre es Rovena Rot h—aclara—. Una soldado t hirio albanesa jurada al imperio de Siniest ro.

El t at uaje del dragón lo t iene en medio de los pechos y por las prisas no me había dado cuent a. La miro así como a los demás, quienes port an el símbolo del dragón t at uado en los brazos, frent e, manos, pero est a ha dejado clara sus int enciones.

«Es un maldit o problema que sea jurada» El jurament o en la mafia se impregna en la carne, no es un t at uaje convencional sino hecho a base de quemaduras, heridas, punzadas, como si fuese más una marca de nacimient o con la que duras hast a que mueres, porque solo muriendo escapas del dest ino al que t e somet ist e por volunt ad propia.

—Ahora lo ent iende—infect o mi nariz de su olor a perra corrient e cuando se acerca—. Significa mi lealt ad incondicional al amo. Que no podré luchar para ot ros, pensar en ot ros, depender de ot ros y que est e t iene la libert ad de t omarme a su ant ojo, int ercambiarme, venderme o…ut ilizarme para sus propios placeres, porque además de ser miembro de su ejércit o soy su propiedad humana.

Trat o de apaciguar la sed de mi gargant a sabiendo que t odos lo hacen. Tant o los guardias como sirvient es que t rabajan en sus propiedades lo son, le juran una lealt ad casi ciega «Un pact o con el diablo» pero me es inevit able regresar al pasado, recordar a las skylas, el hist orial sexual que t enía de cada una de ellas, la forma en cómo las ut ilizaba, dominaba, clasificaba cual animal que solo da placer de una noche, aunque est o sea dist int o.

Est a gent e est á aquí para la guerra a falt a de los red men que, en su mayoría, murieron en la bat alla de M arruecos. No para ot ra cosa.

—¿Y el collar con bozal dónde lo dejast e? Digo, para amarrart e la boca, no vaya a ser que de rabia t e consumas.

—M e gust a que me ahorquen y t ambién que me den duro, si mi amo así lo quiere. Con o sin cadenas.

—Se t e not a el ent usiasmo—ironizo, sin dejar de verle los pezones «M aldit o parásit o»

—¿Le ofende mis gust os?

—He vist o peores.

Ríe.

—¿No será que algo le preocupa…señora?

Su acent o junt o a la palabra “ señora” en su t ono irónico me prende hast a el hígado.

—Que hagas t us labores, por supuest o. No vaya a ser que un día amanezcas podrida.

—¿M e est á amenazando?

—No…—sonrío, cándida—. Como la señora Van Loren t engo el placer de buscar el bienest ar de los empleados.

—Soy un soldado—pone sus labios en línea, enfurecida—. Una Thiria al servicio de su amo, no una simple empleada.

—Los burdeles no est án en medio del desiert o.

—No me ofenda.

—No me provoques.

Puedo sent ir cómo desliza un cuchillo por las manos hast a que…

—Amo—Le baja la cabeza, t iembla, se queda en silencio volviéndose una gat it a—. Perdoneme la vida si me at reví a invadir su espacio. Yo…

—Largo.

Ent ona y t odos desaparecen. La voz imponent e de Siniest ro hace lo suyo siendo una ironía que los mismos t ipos sangrient os, que parece que no le t emieran a nadie, lo hagan con un solo hombre.

Aclaro mi gargant a cuando sient o su presencia a mi cost ado siendo imposible ignorarlo. El aroma a bourbon caro es inconfundible, su colonia t e penet ra además de la vibra imponent e que proyect a, pero ni siquiera me mira, solo se asegura de mant ener la mirada al frent e, reparando lo que hacen los ot ros.

—No quiero que t e ent romet as con ellos. Es la peor lacra de Europa y no se van con jueguit os.

—No les t engo miedo—cruzo los brazos—, mucho menos a ese parásit o rubio que parece t ener un cart el en la frent e con un “ Quiero chupárt ela” cada que t e mira.

—Los celos solo t e hacen más irrit ant e, jodida niña.

—Se llama respet o, pero parece que careces de ese vocabulario.

—Y t ú t odavía no ent iendes dónde carajos pisas y a quién demonios le est ás hablando.

Volt ea frío. Pedant e. Voraz. Con esos ojos que parecen devorar a quien se at reve a mirarlo, sin decir nada más que “ Jódet e” con su mirada asesina, la cual t e paraliza hast a la últ ima hebra del cerebro.

Tengo un pesar en el pecho que no aguant o. La rabia invade cada part e de mi sist ema, los celos empiezan a fast idiarme y est a est úpida sensación—el de sent irlo más de ot ros que mío, que no lo conozco, que de alguna manera le apest o cerca— arrasa mis pensamient os haciendo que t odo se me nuble.

«Necesit o calmarme, pensar las cosas con la cabeza fría.»

Not o el movimient o de los t hirios asegurándome de est ar donde me t oca. De la nada se apresuran en recoger armament o, carga, t erminar de limpiar la t ierra con algunos cadáveres mient ras la Pant era ahora es la que de una seña libera a los suyos, obligándolos a separarse.

—¿Qué est á pasando?

—Nada que t e incumba.

Habla perfect o Holandés con algunos de sus hombres, cerciorándose que no ent ienda nada mient ras las camionet as de lujo parecen aparcar por t ierra y no dejo de sent irme ansiosa con lo que veo.

—¿Qué demonios est á pasando?—insist o—. Es est úpido que quieran sacarme de sus planes cuando es mi hija quien est á de por medio. De t odas formas voy a averiguarlo, con o sin su pandilla de mierda.

—Somos bast ardos salvajes, no una pandilla—se diviert e—. Ese es t u problema, nunca t e callas.

Cruza los brazos dando unos pasos hacia adelant e, como si quisiera que no not en que t enemos una conversación aislada. No me mira, solo gira su cabeza hacia un cost ado, un perfect o engaño para cualquier idiot a.

—Briana t omó el manejo del círculo junt o al viejo que at ent ó cont ra el imperio de Siniest ro. Las cosas no van bien, han sido fichadas en el péndulo, la asamblea será en unos días pero dice que ya hay propuest as por sus cabezas.

Inhalo pesado.

—Siniest ro es el hombre más buscado de Europa, cualquiera querrá at acarlo. Le acaba de quit ar t ierras a muchos, su poder en est os años creció t ant o como el odio que le t ienen. Y eso no es lo peor—exhala hondo—, Aust ria es t ierra que nos pert enece pero en algún moment o cederá ant e la presión de los países que la colindan.

—¿Qué?

Finge limpiar su arma, dándome la espalda.

—Quieren invadirnos. No solo el círculo, los ot ros poderes y mafias del mundo: El vyshe, los japoneses, árabes, t oda la lacra a la que Siniest ro ha at acado. Est amos en una guerra final donde quien t iene más t ierras y alianzas, más fuert e se hace. M arkos t iene t odo el medit erráneo, además de los países del est e, por eso ves a los t hirios aquí…—sigue fingiendo que no habla conmigo—, pero hay un país clave que le anda dando guerra y que posee el ingreso direct o a Asia: Turquía, el gangst er es quien gobierna.

Recuerdo los últ imos episodios en Est ambul; el at ent ado, la amenaza, las explosiones en el mar. Ese maldit o psicópat a no juega con poco.

—El bast ardo se quedó sin aliado que se la mame—bufa—. It alia quedó sin líder hast a ahora, t raficaba diamant es con la zorra Simone, pero ya ves cómo es la maldit a vida y por supuest o es la últ ima pieza que le falt a a mi hermanit o para complet ar su nido de rat as, por ende el perro hará lo que sea para conseguirla.

—¿El gangst er t ambién es enemigo?

—No, pero sabe manipular y quiere algo a cambio que le garant ice la fidelidad de Siniest ro. Comprenderás que nadie confía en él a est as alt uras. Sin embargo, ya le ha callado la boca devolviéndole t oda la armada en pedacit os.

Calla, no porque la vean—la gent e est á muy ocupada en t erminar rápido que en verla—, sino porque permanece pensando y ambas empezamos a t ener la sensación de que nos miran.

—No lo arruines, inglesa. Y mant ent e alert a. No es un consejo, si pierdes a Arya yo misma voy a est rangulart e.

Fija sus felinos ojos en mí mient ras Sky, junt o a ot ros guardaespaldas, llegan apenas not ando la cercanía.

—Señora, t iene que abordar el aut o.

Se percibe un ambient e t enso cuando sus hombres y los de M arkos se enfrent an con miradas, pero es claro que a La Pant era nada le int eresa. Se da media vuelt a recogiendo sus cosas, desapareciendo en menos de quince minut os mient ras los ot ros se ordenan en camionet as de lujos que van saliendo por t ierra peinando la front era hacia ¿Alemania?

No me haré más líos ment ales. M arkos ni siquiera me mira cuando ent ra en su camionet a de lujo y t rat o de sobrellevarlo como puedo a pesar que la sensación empieza a oprimirme.

Cont inúo el camino rumbo al aut o gigant e, pero soy int ercept ada por t res de sus hombres con algunos aparat os en las manos y Sky solo me mira

—Su t eléfono, señora—ext iende la mano—.Es algo de rut ina.

Y t ermino dándoselos mient ras not o que le pasan un sensor ant i rast reo que no hace nada más que int rigarme.

—Nos t omará unos minut os. Puede ir adelant ándose.

No quiero discut ir así que accedo. M e sient o en la part e t rasera de la camionet a not ando que peinan el móvil como si fuese una bomba suicida mient ras M arkos va adelant e junt o al chofer como si quisiera evit arme, siendo imposible que me sient a ext raña, no sé, como si fuese una int rusa en su mundo.

Ahogo las emociones y no pasan ni cinco minut os para que me ent reguen el móvil de nuevo, por lo que part imos hacia quién sabe dónde. M e acomodo en el cómodo asient o t rasero pegando mi cabeza en la vent ana y el gélido rost ro que veo por el espejo del aut o me genera desconciert o, y t al vez melancolía.

«Es un maldit o idiot a, lo es. No lo quiero, por supuest o que no lo quiero.»

El t rance me dura diez segundos ant es de caer en cuent a de lo sucedido hace algunos años. Y es eso, no puedo juzgarme. No voy a juzgarme porque me gust e el hijo de put a, aunque no lo ent ienda a veces.

M andó a la zorra de Rovena en ot ro aut o y no es que me preocupe, es que me pican las manos por est rangularla, ya que es de ese t ipo de mujeres que no se da por vencida con nada hast a que logre lo que quiere.

Respiro hondo en un t rance de sueño, impot encia y dudas. Necesit amos hablar…,pero desde que llegó no ha habido moment o; o era Arya, la pant era, el círculo, la est úpida de Briana o el parásit o rubio que poco más y le ruega para que se la folle.

M e voy perdiendo en el limbo de lo inconscient e. Escucho sus voces griegas cuando cierro los ojos y lo que ent iendo es que hablan de un at aque en un bar, una persona a la que le van a cort ar la cabeza, pero me quedo dormida con ese pensamient o, con la sensación de que el amo me mira por el espejo del aut o, ya que cada que ent re abro los ojos los suyos fríos me penet ran.

El t iempo parece t ranscurrir lent o, la nuca me duele por la posición en la que me mant engo pero es más mi cansancio de los últ imos días los que me obligan a seguir dormit ando hast a que la falt a de ruido y voces me hacen despert arme.

No est án. Est oy sola en la camionet a en un…¿Garaje?

La pant alla de mi móvil se ilumina. No hay señal pero logro ver el últ imo mensaje de “ Rebeldilla” , el cual abro al igual que la imagen que me manda en t ext o, una con La Pant era y es increíble cómo es la única que cala de alguna manera en su maldit o corazón oscuro.

“ La t ía villana y yo pat earemos muchos t raseros…”

No se puede reproducir el ot ro audio, ya que no hay señal ni funciona el t eléfono, por lo que t rat o de ir a un lugar con más cobert ura, pero cuando encuent ro una puert a me veo reducida a Siniest ro y sus hombres.

—¿Es est a noche?

—El hijo del viejo vive en M únich. 18 años, dueño de la PipBar, la disco más famosa de la ciudad y por supuest o t rafica polvos. Su primogénit o de dos varones.

Para mi sorpresa no est án las t hirias aquí, solo algunos t hirios además de los guardaespaldas.

—La amenaza salió hace horas, si mat amos al hijo del viejo les quedará claro con quién est án jugando, aunque nos arriesguemos a ser vist os.

—No quiero errores—det ermina, M arkos—. Y t ampoco est orbos.

Lo dice cuando not an que est oy aquí, t al vez porque not ó que llegué ant es o por lo que fuera, pero odio que me t rat e como si no fuese nadie.

Por un soldado me ent ero que hubo una alert a urgent e que debieron at ender, la cual implica ot ro at aque del círculo hacia Siniest ro, así que les va a devolver la jugada donde más les duele.

Lo que se haga ant es de la asamblea t iene más valor. Que Briana ret roceda de sus planes lo dudo, sin embargo, ext orsionar al viejo puede impact ar de manera posit iva para nosot ros.

—Tiene una ent rega hoy, una carga grande de past a. Ut ilizará su bar para lavar sus negocios y hacer el int ercambio. El mocoso sabe lo que hace.

Con una mirada fulminant e de M arkos se callan, evit an seguir hablando delant e de mí por lo que me largo a cualquier part e de la casa de dos pisos que t omaron, exhalando suavement e.

Bloqueo mis pensamient os, ya que empiezo con uno y llegan mil, pero el aburrimient o hace que vuelva a sacar el móvil «Porqueria de compañía t elefónica que no t iene señal», y me parece raro que no conect e ni un maldit o w ifi, pero logro ver ot ro mensaje que había ignorado por complet o.

«¿Cómo est ás? ¿Todo bien?»

Sigo subiendo los mensajes:

«M e ent eré de lo sucedido con Emilia, de las fot os y videos que publicó sin t u aut orización sobre Lanka y créeme que me sient o apenado. Hubiese…dado t odo porque no t uvieras que pasar est o sola, pero no est aba ent erado de nada. Por favor, no me niegues est a vez una invit ación a cenar. Daniel.»

Reprimo aire en mi gargant a al leer su nombre. Daniel fue el socio capit alist a de Lanka, un empresario que confió en nosot ras sin ningún t ipo de int erés de por medio y que, irónicament e, nunca t erminó de lleno con las decisiones que t omábamos, por lo que el escándalo mediát ico t ambién le afect ó.

Apriet o mis dedos en el móvil sin saber qué decirle. Hay mucho dinero invert ido, millones de prendas de lencería que est aban a punt o de ser export adas, lo cual implica una pérdida millonaria que no quiero dejarle, sin cont ar las numerosas demandas que solo harían más visible mi nombre.

¿Sabrá a est as alt uras quién soy?

M i frent e est á calient e de t ant o problema. Escribo un mensaje impulsivo pero luego lo borro «No puedo port arme t an mal con alguien que solo me t endió la mano desint eresadament e, t engo que ir»

Encont raré la forma, el moment o, el lugar. Y t al vez soluciones para no perjudicar a nadie con lo sucedido, por lo que t ext eo escribiendo el rest o del mensaje sint iéndome un poco ext raña, no sé, como si el aire de pront o se cargara y solo…

«Te veo pront o»

Doy clic al bot ón de enviar mensaje t odavía sin señal mient ras, al levant ar la cabeza, un par de ojos azules fuego parecen acribillarme.

CAPITULO 11

Alaska

Pocas miradas en el mundo t e calan como las que t e da un depredador con ganas de comert e. Sus ojos parecen alfileres que t e dañan, las garras se sient en hundirse en medio del lodo en el que va a envolvert e, peor aún cuando t e enseña los colmillos que no hacen más que dart e aviso de t u muert e lent a.

Respiro hondo quedándome perpleja. Papá decía que nunca hay que mirar con miedo a un perro rabioso, porque podría olerlo a la dist ancia y al sent irt e indefensa at acar hast a dest ruirt e. Le levant o el ment ón siendo fiel a sus palabras. No le muest ro ningún t ipo de inclinación ni miedo; por el cont rario, mi mirada parece quemarse con la suya sin más que lo que ambos imaginanos sin decirnos.

—¿Necesit as algo?

Puedo oler su perfume hast a aquí y esa est úpida pared que t rat o de no poner en medio de nosot ros se esfuma. «Por Dios, ¿Qué le hice?» M e mira con un recelo que no comprendo. Desde que llegó lo único que hemos hecho es coger, discut ir y pelear con ot ros, cuando lo único que verdaderament e deseo es ot ra cosa.

Sus hombres llegan para decirle algo en el oído que no logro escuchar, por lo que se larga maldiciendo ent re dient es y es como si t odo en mí hiciera cort ocircuit o. Dejo el celular sin ánimos de nada, sigo al soldado que me llama sin mirarme de frent e y, por supuest o, no voy a pregunt ar nada más que por mi hija.

—¿Est á bien? Necesit o hablar con Sander.

M e mandan algunas fot ografías, ya que no solo est á con el guardaespaldas que daría la vida por un Van Loren, sino t ambién con La Pant era «Sigue ahí» y primero se mueren t odos ant es que permit ir que t oquen a mi hija, por lo que me quedo más t ranquila.

—¿No me ext rañas?

Le sonrío por videollamada que insist í que hicieran, ya que no est oy acost umbrada a pasar t ant o t iempo sin ella, pero lo único que hace es repararme con esos ojos azules fuego que congelan y ya no sé si est oy viendo a M arkos en una versión diferent e.

—Si t ú me ext rañas ent onces puedo ext rañart e.

Sonrío, apreciando lo dulce que se ve cuando en realidad es un t erremot o. Esas mejillas rosadas, el cabello cast año, además de la vida que desprende con solo decir unas cuánt as palabras.

—Come t oda t u comida ¿Si? Hoy mami no dormirá cont igo.

—Ya soy grande y t ambién una villana, ya no quiero dormir cont igo. Además, iremos de viaje.

—¿De viaje?

—Shh…no lo digas en alt o—susurra—. Vamos a ir a un lugar muy secret o donde hay hadas y unicornios, y la gent e se vist e con st ickers de leones en la ropa.

—¿Enserio?—le sigo la corrient e—. Ent onces juega mucho.

La veo t omar un par de muñecas a las que les pint ó el cabello con plumones, por lo que solo le sonrío amando cada una de sus et apas. La niñera se hace present e cada que la llamo y no es que no haya querido t omar en cuent a sus servicios ant es, sino que por alguna razón odiaba t ener que compart irla, además de sent ir que est aba siendo observada const ant ement e por ot ros.

M is indicaciones son claras con respect o a los aliment os. No chocolat es de noche o comer más dulces de los que debería, al igual que irse a la cama sin lavarse los dient es. El perro t iene que est ar t odo el t iempo con ella, dormir en su cama solo si Arya lo permit e. No grit os pero t ampoco sumirse a un berrinche, ya que la rebeldilla suele manipular a cualquiera si se lo propone.

—Y t ampoco darle la cont ra—sumo—. Es mejor que le sigas la corrient e y olvides sus ocurrencias, porque no t e dejará en paz hast a hacert e pensar lo cont rario.

Terca como una mula. Imponent e como una diosa griega. Rápida, ladilla y ext remadament e int eligent e. Una Van Loren como su padre.

Terminamos la llamada por la presión del soldado que no deja de molest ar para que me apresure. Le pido que vea mi móvil para t rat ar de arreglarlo e ignora mi coment ario al llegar al aut o que nos lleva del apart ament o escondido en medio de unos árboles, lo que parece la ciudad de M únich ya siendo de noche, y la verdad es que no ent iendo un carajo.

—El señor Van Loren pidió que se quedara en el aut o—su rost ro parece suplicarme—. Por favor, no haga que me cort e la cabeza.

El miedo que le t ienen es casi enfermizo, lo respet an t ant o que no dudo que t ambién le laman los pies si se los pide. Ruedo los ojos siendo cust odiada por más de cinco en un est acionamient o a cinco calles de donde supuest ament e operan. M e dan una revist a de mujeres & moda pensando que con ello voy a ent ret enerme «¿Qué me ven? ¿cara de esposa de magnat e con un grano en el culo?» como si fuese un perro con un hueso.

—¿Est á t odo list o?—sisean.

—La operación en marcha—me miran de reojo, pasándose bolsas con ropa de mujer y lencería—. Ve a hacer lo que t e t oca.

—¿Y la señora?

—El amo dio órdenes est rict as, es mejor mant enerla cerca. No le quit es la jodida vist a.

Y finjo ver mis uñas como t odo un cliché de mujer de mafioso—dulce, plást ica y obedient e—que se t ragan cuando en realidad mi ment e ya est á de regreso.

¿Por qué mierda t raen bolsas ridículas? ¿Y cuál es la jodida int ención de esconderlas? Se me at ora un nudo en la gargant a pensando en las mil y un posibilidades, en lo ext raño que ha est ado M arkos desde que me miró con ira, y eso de combinar pensamient os llena de dudas no va conmigo, por lo que con una seña se dan vuelt a hast a el aut o.

—¿Desea algo, señora?

—Comida.

—¿Ahora?

—Sí. M e han t enido de aquí a allá, est oy sin almorzar ni cenar ¿Algún problema?—enarco una ceja—. Quiero unos nachos con queso, papas frit as, pollo en salsa orient al con ajonjolí, además de una gran….gran…—abro los brazos—fuent e de fideos con mant equilla, pero no la mant equilla que venden en cualquier t ienda barat a, sino la que no t iene sal hecha con finas hierbas y especias. Y t ambién una coca cola zero con est os sellos de colección que t ant o me encant an. Amaba comer t odo est o durant e el embarazo, los ant ojos eran t erribles.

Su cara palidece.

—¿Qué?—sonrío—. Puedes t raer t ambién pop corn en bolsit as por si falt a la comida, pero no quiero que t enga mucha sal así que t e recomiendo que busques una versión más saludable.

—Señora…es casi media noche.

—Da igual, el embarazo me enseñó que no había hora para los ant ojos y acabo de recordar que olvidé el post re: cupcakes de arándanos con mucho frost ing. Gracias.

Se queda en silencio. Parece que le suda la frent e.

—Oh ¿Es mucho t rabajo?—finjo—. Puedo ir yo a buscarlo, no hay problema.

—¡No!—se apresura—. Solo me preocupa su seguridad.

—Tomaré una siest a mient ras llegan.

Da una fuert e inhalación sin mirarme.

—Iré junt o a dos de mis hombres, espero no olvidar nada.

—Tu lealt ad será recompensada.

Dejo de sonreír cuando se miran con los dient es apret ados, por lo que solo espero mi moment o. Pasan algunos minut os, se llevan uno de los aut os de resguardo, finjo dormir t omando una mant a que me t raen pero en realidad ajust o mi bolsa a la cabecera y dejo algunos bult os que encuent ro en la malet era como si fuese yo hast a que, con cuidado, t ermino yéndome.

Para cuando not en mi ausencia est aré lejos. Lo peor que hace una ment e cerrada es pensar en sus cuat ro paredes, por lo que esa mujer " la esposa del magnat e que solo lee revist as de mujeres y moda, t raga y duerme" va a pat earles el t rasero cuando se den cuent a, porque no hacen nada más que pensar que soy como ellos.

Tengo que pensar más allá de lo que quiero ahora. La sensación const ant e de que algo quiere evit ar conmigo me pica y no soy de las mujeres que espera hast a el últ imo para hablar, porque est oy cansada de los años que me t ragué sola.

Int roduzco mis manos heladas en el bolsillo de la casaca cort avient os que t raigo encima. La madrugada empieza a bajar la t emperat ura, los movimient os parecen ser peligrosos a medida que avanzas las calles.

Hay una serie de mat ones de M arkos camuflados, ot ros que hacen una larga cola para la disco y, al pasar, es inevit able que algunos me miren más de la cuent a.

—Hola preciosa ¿Quieres volar un rat o?

Un maleant e me ofrece droga pero paso de largo «Si quisiera drogarme M arkos me daría un palacio lleno de polvo». Lo que sí es que t rat o de no ser vist a, al menos reconocible, solt andome el cabello para ondularlo con mis manos a la par que me pint o los labios de rojo con el lápiz que llevo siempre en el bolsillo.

—M uñeca, t engo éxt asis.—Insist e.

—Dáselo a t u culo—Cont est o irrit ada, cansada de sus silvidos y miradas mañosas cuando vist o casi para pasar desapercibida.

El lujo y la elegancia se despliega por mont ones. De cada aut o aparcado salen hombres con mujeres en los brazos, ot ros solos, t ambién t ipas a las que parecen haberle puest o perlas en el t rasero, caminando como si los demás apest aran.

—Acompáñeme y no haga ruido, o no respondo.

Un t ipo gordo me empuja hacia lo que creo es un descampado y los sent idos se me alert an. M e t oma del brazo ant e la vist a de los espías de Siniest ro, que no hacen más que parecer simples adolescent es con el t eléfono cuando est oy más que segura que t odo le informan.

O est oy en problemmierd

Siniestro

Est oy hart o de ver cuerpos insípidos, t et as plást icas, vaginas reconst ruidas, además de escuchar los ruegos de las criadas inservibles a las que t ermino eliminando cada que me suplican.

El “ por favor” en mi mundo est á prohibido así como el “ se lo suplico, no me mat e” . Son la prueba vivient e de que la humanidad t iene sus fallos, el asco de una sociedad débil que cree que la vida se resuelve con una falsa bondad aprendida, cuando lo único que t riunfa son las ment es int eligent es.

—Desaparezcan esa mierda—ent ono percibiendo el olor a pólvora—. M e est á ensuciando los zapat os.

Se llevan el cuerpo de la criada sint iendo un gran impulso por mandar t odo al carajo.

—La ot ra, ahora.

Hago una seña para que pase la siguient e, mirando cómo se consume el t iempo de mi reloj en la muñeca. Si me gust a a mí le va a gust ar al crío, pero el problema es que no me cuadra ninguna.

Ya nada me gust a, nada me complace, t ampoco me sirve. No veo a las mujeres igual desde hace unos años; no me excit an sus t et as plást icas, t ampoco las posiciones que hacen al ser colgadas con cadenas, mucho menos el dolor que pueda afligirles al azot arlas, porque t odas t ienen algo en común que odio: son insípidas, sin gracia y ext remadament e sumisas.

—Un placer, amo.

Ent ra en t acones desnuda, sost eniendo un condón en la mano. La reparo de pies a cabeza mient ras le hago una seña para que se dé vuelt a analizando su culo. Las criadas son put as espías en mi mundo, mercancía que me sirve para desviar los ojos de mis próximos fichajes, ya que son ut ilizadas como dist racción ant es de emit ir los últ imos golpes que me aseguren grandes vict orias y est e es un pez gordo.

—Baila.

M ueve las caderas pero ni siquiera me la pone dura. Se lleva un dedo a la boca most rándome el t rasero, palmeandolo, meneando su asqueroso culo lleno moret ones, por lo que solo ext iendo mi mano y, cuando volt ea, una bala impact a direct ament e al cerebro haciéndolo explot ar en sangre.

«La zorra sabía mucho como para quedarse viva»

—Esa fue la doce—cargan el cadáver, Sky cont inúa—. La número doce que ext ermina en una noche, señor…

Est oy jodidament e fast idiado, irrit ado, t odo me sabe a mierda y creo saber por qué.

—...Y el problema es que fue la últ ima—casi se ahoga cuando lo dice—. Tenemos ot ras esperando a las afueras, pero nos dat earon que la policía est aría rondando por est os lares al amanecer.

—M e cago en sus put as placas inservibles.

Bebo un poco más de bourbon.

—Se dice que El Tigre ha est ado frecuent ando algunos bares. No sabemos si est é coludido o no con la armada Alemana, pero la bat ida de hoy ha levant ado sospechas y el agent e puede ser una piedra en el zapat o.

Ignoro su coment ario inservible. No me preocupa la maldit a policía ahora, me irrit a t ener que esperar por hembras cuando se acaba el maldit o t iempo además de mi paciencia.

—Las quiero en veint e minut os.

Al mocoso ni siquiera se le va a parar si ve a cualquiera. Tiene mujeres exót icas, at ract ivas y de colección ¿Por qué una simple criada dist raería su vist a?

Sin un anzuelo será difícil que se no se dé cuent a de nuest ras int enciones. Un at aque front al implicaría un escape, sabe que est amos en guerra, ya me informaron que le vieron un helicópt ero que posee en la azot ea en caso de emergencias y yo no acost umbro perder.

Vamos a t omar cualquier prueba de ext orsión cont ra su padre que posea en su bar de mierda, su regla es no drogarse pero lo hará con la criada que lo único que debe hacer, además de dist raerlo, es envenenarlo hast a clavar su cadáver como bandera en t ierras prohibidas.

—Señor, es imposible. Nos t omará por lo menos una hora.

Est oy a punt o de mandarlo al carajo cuando una voz quejona aparece y de inmediat o la reconozco.

—¡No me t oques!—grit a en consecuencia.

M e mira, mira los cuerpos de las mujeres desnudas hechos cadáveres quedándose sin habla mient ras que con la vist a fulmino al imbécil de mierda que t oca su brazo hast a que la suelt a bajándome la cabeza.

—La vimos merodeando el área roja, amo—explica ot ro soldado—. Act uamos con caut ela.

—¿Alguien los vio? —Tengo que apret ar los dient es por la ira.

—Todo en orden. No llegó a la puert a, solo a la de los colados.

Sus labios rojos me prenden. Levant a la mirada alt iva, sin miedo, y es la jodida primera vez que le observo una valent ía t an grande como la t emplanza que aparent a.

Debí suponer que no se quedaría quiet a, ni ella ni su jodida boca rebelde. El espacio ent re nosot ros es grande pero sient o cómo sus pechos se erizan, cómo la t ela fina de la casaca esconde lo que quiero que me acune la polla ahora mismo, sin embargo, parece que t rago ácido y algo en mí la repele. Sus ment iras, la desconfianza, el pasado y ahora lo que esconde en ese maldit o móvil—y que sé que hace—me calient a la maldit a cabeza.

—Puedo ayudar—ent ona delant e de los soldados—. Escuché part e del plan por lo que coment aban los que est aban fuera; así que, si no t e quedan más candidat as, ent onces me ofrezco para t erminar el t rabajo.

M e pesa t ragar saliva.

—No voy a dejar que t e ent romet as en mis cosas.

—Señor, no hay más t iempo—Sky met e sus narices—. Las nuevas criadas llegarían en una hora.

—¡He dicho que no!

—¿Por qué, amo?—ironiza en ese t onit o que me desespera, acercándose sigilosament e hast a quedar a cent ímet ros de mi cuerpo—¿Cree que no puedo hacerlo? —susurra—¿O es que le pesa más perder a su señora?

—No me sirves, jodida niña.

—Pruébame—dice bajit o y sus pupilas se expanden, mi respiración pesa—. Digo…de ot ra manera.

Hago silencio, reparandola.

—Quiero irme a casa para est ar con mi hija, necesit o que est o t ermine pront o, además… t ambién me gust a el límit e—insist e—. ¿M e va a complacer, señor?—juguet ea—, es que t engo ganas de una buena movida.

¡Carajo!

—Digo…, acción—suspira, t odavía mirándome de frent e—. Hace más de t res años fallé en la primera misión que me encomendast e. No me mat ast e, t ampoco cast igast e aunque debías hacerlo—susurra—. M e dijist e

que la valent ía no se medía por las vict orias ganadas sino por lo que t e at reves a hacer en el mundo y est a es mi revancha. Déjeme ganar, amo.

Sus labios t iemblan.

—Promet o hacer lo que sea, como ust ed quiera est a noche o lo que quede del día. Toda t uya ent erament e sin quejarme, sin pelear. Y…acept aré lo que ordenes sin pregunt as.

M is ganas por cast igarla son iguales a las que t engo por mont arla hast a correrme y eso es lo que me jode. Est a maldit a incongruencia de pensamient os, el enojo que me cruje en lo más profundo de mi ser a la par del deseo que t engo por poseerla.

Sin embargo…que acept e mis t érminos sin reproches ni pregunt as es un comodín demasiado t ent ador para est a noche. En sus ojos hay un fuego que no le he vist o, una maldit a adicción por más, sed de sangre, dest rucción…en las sombras.

—Quince minut os. No quiero que lo t oques, que lo huelas, ni que t e acerques demasiado. Solo pon el maldit o veneno en su bebida—sonríe y la t omo del brazo, t odavía con ira—. Al primer jueguit o seré yo quien t e dispare, καταραμένο κορίτσι.

Asient e con un brillo de maldad que le encant a. At rás quedó esa chiquilla que no sabía ni mat ar una gallina, la hembra que veo ahora t iene las venas calient es «Como mi polla cuando la t iene cerca» , siendo el único espect ro femenino ent re t odas las mierdas que parecen mirarla pensando que no me doy cuent a.

M e largo para ponerme en posición mient ras mis hombres me siguen, dejando a Sky a cargo de Alaska. Est a vez no voy a est ar fuera, por lo que ordeno mi ingreso en los palcos privados que, para suert e mía, únicament e accedes desde t u aut omóvil y aparcamos en el segundo nivel hast a que el show de put as barat as inicia.

—¿Cuánt o t iempo?

—M edia hora.

Sobornar idiot as t rae desvent ajas, porque así como acceden al dinero fácil o a la amenaza cont ra sus familias, t ambién se venden cuando t ienen que hacerlo, por lo que no pasará más de media hora sin que se ent eren que est oy aquí siendo un peligro para lo que quiero ahora.

El mocoso no va a escapar, morirá lent ament e.

—List os los cinco hombres, señor. Van con un Thirio.

Informan y algo me cruje en la gargant a cada diez minut os. Se camuflan ent re la gent e como civiles y sólo dos de ellos se largan hacia las oficinas, pero la jodida niña t odavía no aparece.

M e frot o la barbilla después de beber un poco de bourbon, caminando de aquí a allá en el palco mient ras el maldit o mocoso se llena de put as en las piernas, mamándole el pezón a una mient ras la ot ra le frot a la polla con gust o y solo…

Aparece como un flash en medio de la fiest a. Alaska vest ida como una adolescent e, con una falda de cuero negra, t acones alt os, un t op que apenas y le cubre esas t et as que son mías, además de enseñar el ombligo con un piercing que solo muest ra la juvent ud que no se le va a pesar de haber parido a mi cría.

«Joder»

M e pesa la boca cuando baila al rit mo de la música. No puedo dejar de verle el mont o de sus t raseros, sus senos flot ando por salt os y hast a parece que lo disfrut a. Se ríe con un efect o de vida que ilumina. Podría idenfificar su sonrisa en medio de t ant os idiot as y el brillo nat ural le resalt a ent re ot ras que no me int eresan, porque solo quiero ver a una.

Se acerca al mocoso y no es difícil que le capt e la vist a. Es sut il y engañosa, parece disfrut ar el ambient e como si hubiese regresado a una asquerosa normalidad que odio y es eso lo que me hace t ensar los dient es.

—Tráiganla. A esa perra bonit a.—Dice el mocoso y parece que me lat e el pulso con una anormalidad que me fast idia.

M is hombres est án armados y esperando. Escucho su conversación est úpida, la forma en cómo t rat a de t ocarla pero ella lo repele.

—¿Dónde est á papi y mami? ¿Les t ienes miedo?

—Yo no le t engo miedo a nada.

Busca su boca de nuevo. M e plant o lo más cerca y prudent e del vidrio que separa el palco vip sin emit ir más emoción que mis dedos apret ando el vaso de crist al fuert e, cuando por dent ro me jode su maldit a ast ucia.

—¡Shot ! ¡Shot ! ¡Shot !

—No, es que no bebo del vaso de nadie.

M aldit o crío, el audio se escucha perfect ament e. Respiro pesado reparando cada uno de sus dedos, cada mirada de deseo que le lanza.

—¿Por qué? ¿Es que piensas que soy una arribist a? —se le acerca al oído y me cuest a pasar saliva.—. Vengo de Londres, est oy el Jaeger Host el compart iendo cuart o con dos amigas ¿Qué podría hacerle un t raguit o al bebé?

—No soy un bebé. Tengo 18 ¿Quieres probarme?

Ríe.

—Cómo voy a probart e si pareces un nenit o. M e gust an los hombres que no son t ímidos, algo así como griegos exót icos.

—Yo t ambién soy griego, de At enas.

—Qué perfect o inglés—se lleva ot ro shot a la boca «M aldit a seas, Alaska»—. Est á bueno.

—Lo est á arruinando—gruñe un soldado.

—¡Cierra la boca!

Conversa de cosas banales mient ras de poco en poco va bajándose media bot ella de w hisky. Alaska no bebe y la últ ima vez que la ví medio ebria fue una complet a mierda. Los ojos parecen pesarle, empieza a est ar picada y el mocoso solo ve la bebida pero no la consume.

—Guardias.

Avisa el soldado a sus compañeros. Han pasado veint e minut os, han not ado que el mocoso est á hablando demasiado con una sola chica, por lo que la guardia de su padre se alert a mient ras saco mi arma t rat ando de apunt arle al corazón y acabar de una buena vez con est o, pero…

—Solo una pero…si me das un beso.—Los ojos se le prenden, mi boca se me seca

No.

Alaska le sonríe acariciándole la mejilla, sirviendo un shot mient ras gira con la bot ella en mano y de ent re los senos saca una past illa diminut a que se evapora siendo impercept ible.

—Primero el shot .

—El beso.

—¿Te da miedo probar?

—No, pero me provocan más t us t et as.

—¿Te gust a?

—Sí

—¿Ajá?

Desliza un dedo most rándole y parece que mi puño se ext iende cuando aprovecha y vacía el shot dent ro de su boca, obligándolo a que t rague.

El mocoso pasa el alcohol haciendo caras, sus hombres est án a cinco met ros de ellos, confirman que mis hombres t ienen el mat erial de ext orsión y ya est án t omando los helicópt eros, pero cuando mis ojos vuelven hacia ella…el niño le est ampa los labios y parece caer arrodillado dest ilando espuma por la boca.

M ierda.

Est iro el brazo t erminando el t rabajo porque quiero hacerlo. El disparo de mi k90 rompe las lunas del palco, vuela sobre las cabezas de los pelagat os que bailan hast a impact ar en el corazón de un mocoso que ya est aba muert o.

La balacera se despliega casi al inst ant e. M is hombres cubren a Alaska sacándola de ahí mient ras me ocupo de la t ira de fracasados que int ent a det enerme, con una jodida ira que me sigue carcomiendo, la sed de sangre en su punt o de ext ensión a la par de mis ganas por explot arlo t odo.

—Fuego.

Ordeno y t res granadas impact an. El cuerpo del mocoso lo recupera uno de mis t hirios, Alaska parece farfullar est upideces mient ras se me seca la boca «La hirieron» pero parece ser más un roce de vidrios que impact aron en su carne, por lo que ordeno que la apart en.

—¡Lo quiero ya!

La t ierra se levant a en mis zapat os cuando t iran al muert o y con el hacha que me pasan su sangre me salpica por lo que hago. Cort o pies pasándolo a mis hombres para que lo amarren con pasadores, la cabeza la clavan en un palo con una advert encia, pero cuando t ermino de mut ilarlo, no puedo dejar impune algo que quiero hacer. La rabia me domina la cabeza. M e ocupo de rebanar sus jodidos labios con mi daga, part e por part e, despellejando hast a desmembrar cada pedazo de su mugre hocico porque…«No lo soport o»

—Señor.

El soldado me mira casi perplejo ofreciéndome una t oalla que esquivo. El fuego arde a viva ext ensión en la disco más famosa de M unich, por lo que la policía empieza a rondar con pat rullas y no me import a si me miran. Camino rect o con algo ahogado en la gargant a, una jodida t ensión en mi mandíbula, el deseo carcomiendo cada hebra de mi cuerpo y solo…

—¡¿Dónde est á mi mujer?!

Grit o.

—De regreso. Se la llevaron en ot ro aut o por precaución hacia el depart ament o en las praderas. Est aba…ebria.

Tomo el volant e del aut o apret ando mi mandíbula, mis manos parecen dest ruir t odo lo que t ocan, sin embargo, no me desarmo ant e nadie.

La pradera est á cerca por lo que en media hora corriendo a velocidad llego y parece que nadie quiere t ocarla. Trat an de ayudarla cuando se mant iene con una mano sujet ando la pared «Se le ve el jodido culo» mient ras, al verme chasquear los dedos, se apart an.

—M arkos…

Est á débil, parece pasarla mal, pero no me int eresa. Todavía con sangre en las manos la t oco y de un t irón sus pechos rebot an en mí mient ras sus manos se apriet an en mis brazos.

—Abajo.

No me aguant o, no me cont engo, la arrodillo y de una mirada mis hombres ent ienden y se giran mient ras ella me observa ent re abriendo sus labios hast a que mi polla le explot a en la cara.

—Chupa—gruño—. Duro. Rico.

La t engo parada desde hace minut os. Todavía respira conmocionada mient ras la penet ro hast a el t ope y no espero que me lama porque le doy duro.

M i pene se hincha cuando lo t iene dent ro y ese éxt asis me excit a. Trat a de pedirme que vaya más lent o pero no lo hago; empujo, penet ro, degollo su maldit a cueva vocal mient ras se sujet a con sus manos t ocando mis nalgas, t rat ando de disfrut ar cuando lo único que quiero es que lo maldiga.

—No t e muevas.

«Quiero dest ruirle esa jodida boca, la lengua, su maldit a gargant a»

Voy más rápido haciendo ruidos. Suena la saliva que la cont iene, lo que cruje su mandíbula al mant enerla t an abiert a para el amo que no respet a y cree desobedecer cuando gust e.

—Te voy a romper esa jodida boca rebelde, el culo y t u jodido t rasero, maldit a niña.

Se aguant a una arcada mient ras la embist o. Voy rápido, más rápido «Hast a que mis bolas choquen su mandíbula» y un maldit o deseo parece desenfrent arme. Soy un jodido enfermo penet rándola, el líbido parece t ronar en mis neuronas mient ras las venas de mi polla explot an corriéndome dent ro con una descarga que la ahoga.

—Traga—me mira—. Trágat elo t odo.

Pero no me sacia. Ni verla de rodillas, ni somet ida a mí bajo ese silencio, porque t odavía su cuerpo me provoca. Todavía la imagen de ese mocoso at ravesando sus labios me embravece. Todavía pienso en ese jodido mensaje de t ext o, en su nerviosismo cuando me miró, en los t res años que me mint ió haciendo lo que se le daba la gana y en…

—Todos fuera.

Ni siquiera me guardo la polla. La alzo en mis caderas mient ras parece salivar mi semen hast a que su cuerpo rebot a cont ra la pared de la habit ación y solo me busca la boca.

—Eres una niña malcriada.

—Sí—confiesa picada, riendo—, pero…um—con la lengua se lame y t raga el líquido blanquesino que desborda por sus comisuras—. M e gust a que me cast igues.

Sigue quemando, sigue provocando, sigue ut ilizando esa boquit a suelt a en lo que me produce bilis.

—No t e muevas.

—¿Qué más?—se mueve—¿Por qué siempre t ienes que cont rolar t odo? ¿Te molest a que sea yo lo único que se t e salga de órbit a? ¿Te molest a t ener que aguant arme? ¿Sopesar el hecho de sent ir algo diferent e por mí que no sient es por ot ras?

Trago pesado cuando suelt a una risit a. Camina lent o mient ras se sujet a del est úpido palo que t iene la cama a la par que da vuelt as hast a que se sient a frent e a mis ojos.

—¿Quiere saber un secret o, amo?

Su dedo baja por sus pechos, el ombligo, hast a que abre las piernas y me saliva la boca al descubrir que no lleva ropa int erior.

—¿Se imagina si ese t ipejo hubiese int ent ado más…abajo?

Su vagina sin vellos me prende. La vulva rosada me la para en segundos, t ant o que me cuest a t ragar saliva y…«Joder, est oy perdiendo el juicio» pero la sed es t an grande que necesit o probar ese coño. Salivo t omándola en mis caderas, subiéndola de un t irón hacia arriba hast a que soport o su peso cont ra la pared y, medio agachando mi cabeza, me la como.

Est oy falt ando a lo que maldije, lo que me prohibí hacer desde que pisé Aust ria y heme aquí lamiéndole los jugos. Gime fuert e mient ras su clít oris quema en mi boca. Con mi lengua la envuelvo en círculos hast a que presiono su mont e rosado, succiono y suelt o. M ient ras que se moja empapándome los labios y t rago su dulce exceso «M ío» Concent ro mis manos en abrir sus piernas mient ras mi nariz se infest a con el delicado olor de su sexo a la par que nalgeo su t rasero.

—Por favor…—ruega, suplica, implora que vaya más rápido.

Y lo hago hast a que mis dedos se hunden en su abert ura rica, porque parece que su canal necesit a volver a est irarse, le ha falt ado mi polla gruesa y no me cont rolo; al cont rario, mi sed se prende.

—Dios…

Se cont rae y la penet ro just o a t iempo. La sigo presionando cont ra la pared hast a que mis huevos chocan con sus nalgas «Complet a, ent era, dura» y gime maldiciéndome, haciéndo un ademán de dolor mient ras me muevo con ella dent ro, sost eniéndola solo con mis manos en su espalda a la par que muevo mis caderas hacia arriba.

—Por Dios…—gruñe cuando la avient o a la cama y le rompo el culo.

La giro mient ras le dest rozo los t rapos que t rae encima para verla desnuda, mía, mi hembra y la penet ro hast a que los ojos le arden en un complet o frenesí que no cont rolo, que no me sacia, que quiero explot ar con ella dent ro.

—Tengo hambre, mucha hambre—gruño con mi abdomen rozando su espalda baja, mis manos t ocando sus t et as ricas y es inút il, pero mi inst int o le pellizca los pezones, creyendo poder sacar la leche que me gust ó t ragar de ella.

—Van Rico, qué rico… Van Rico.

—¿Rico? ¿Quieres rico?

—M uy rico.

Grit a cuando me clavo fuert e, mis bolas rebot an duro en su piel rosada. Vuelve a grit ar cuando le despot rico la polla dent ro ent rando, saliendo, ent rando y saliendo como un jodido adolescent e que no se mide mient ras t rat o de acallarla con mi mano que chupa…

—M m.

…y le doy duro hast a que se queja, hast a que mis sexo hinchado parece cont raerse al igual que el suyo. A la par que vengo dent ro gimiendo, llenándola de semen que parece chorrear por sus piernas en medio de sus grit os ahogados, pero no me bast a, no me sacia, no me cont iene. Quiero más, t odo, que cada orificio de su cuerpo sea mío, que cada part e de su piel me pert enezca. A mí, su señor, su amo.

M i polla se vuelve a excit ar con solo verla. Sus nalgas t odavía en cuat ro me da una complet a apreciación de su culo «M ío», por lo que la t omo del cabello y….

—¡Ah!

Le doy por el ano mient ras mi pene sufre por ent rar hast a que lo logra y parece que rompo algo moviéndome. Parece que su cuerpo me recibe con caut ela mient ras se acost umbra «Joder, mierda, est á t an rica» Gime moviendo su t rasero en círculos, pegándose hacia mi piel mient ras se acomoda a su gust o hast a que la embist o como best ia, sint iéndola mía.

M io su cuerpo, su alma, sus sent imient os. M ío ese culo desde que lo probé por primera vez en la isla. M ío su t act o, su alient o, su boca. M ío cada part e de ella, lo que germinó en su vient re y parió de mi semilla.

Los gemidos aument an mient ras ent ramos en un t rance de éxt asis. M ient ras mi sombra cogiéndola duro se proyect a cont ra la pared y no paro hast a cansarme, llenándola de mi sexo por t odo el cuerpo, de mis chupadas en su cuello, t et as, vient re, marcando lo que me pert enece hast a que cae rendida en mis brazos y…me result a raro sent ir a una mujer abrazarme.

Se acurruca en mi cuello casi por inst int o, pero mi lado salvaje se niega. Trago saliva haciéndola a un lado sin que lo not e mient ras ent ro al baño complacido después de haberle rot o el culo, pero aún así mi cabeza da vuelt as.

Abro la ducha y el agua se lleva el exceso de sangre. «Debería est ar en Grecia» , mont ándome cualquier perra que me ruega t odos los días, pero heme aquí con la jodida mujer que juré no volver a t ocar así no haya más coños en el mundo.

El pasado es un abre cart as filudo y a Siniest ro no lo dañan sin recibir una consecuencia…, pero no la mat é. Pude hacerlo t ant as veces y no lo hice. Dejé que se inflara con mi cría dent ro. M e cost aba verla preñada de lejos sin poder mont arla, caminando por la playa con bikini mient ras su vient re parecía moverse cuando t ocaba el agua.

Un agrio sent ir se infest a en mi gargant a; t res años, t res meses, t res días. Pego mi frent e cont ra los puños en la mayólica de la ducha, el agua calient e se va llevando el exceso de líquido rojo pero no mis pensamient os mient ras parece que me acarician y sus manos suaves esparcen jabón líquido.

—Largo—ordeno al verla desnuda.

—¿Por qué? También quiero bañarme.

Un silencio cruje mi gargant a y el agua calient e sigue limpiándonos.

—Soy t u esposa, t u mujer—insist e, empinándose para pegar su nariz cont ra la mía mient ras t oma mis manos para dejarlas en su cint ura—. Y ust ed es mío, amo. M i verdugo, mi señor, el hombre que quiero conmigo siempre.

—¿Como Daniel? ¿Es el mismo discurso? —me pesa la mandíbula mient ras se queda quiet a—. No me vengas con est upideces.

La presión en mi gargant a cruje «No debería est ar aquí» La apart o sabiendo muy bien lo que t oca, lo que planeé aunque algún día me pese y est a vez nada ni nadie va a det enerme.

CAPITULO 12

Alaska

M is párpados parecen pesar mient ras el chorro de agua calient e lava mi cuerpo con un golpe emocional que me deja complet ament e perpleja, ida, sin poder racionalizar las palabras que ni yo misma ent iendo.

Uno, diez, veint e segundos así, paralizada, con el vapor de la ducha elevándose hast a mis narices. M is ojos se quedan mirando al mismo lugar haciéndose la misma pregunt a que no quiero ¿Est á…celoso? ¿De Daniel? Bufo con solo procesar la idea, suena ridícula, ya que Arya se ha llevado mi t iempo por complet o en est os años y ot ra relación es algo que no me int eresa.

Cuando conocí a Daniel me t omó largos meses darle mi confianza. No invit aba a nadie a mi depart ament o por obvias razones, a pesar de ser un hombre ext raordinario, pero ya con las caídas —el pasado con Rich, la t raición de mis hermanos, la doble vida de mi padre—, una va por el mundo t rat ando de creer en las personas sin creérsela al mismo t iempo y mi prioridad cambió por complet o cuando t uve a Arya en mis brazos.

Llevo mis manos a la cara sopesando la idea, t odavía medio mareada por el resago del alcohol, el dolor en mis pies y la int imidad que implica un sexo desbordado. M e duele hast a el út ero. M i canal parece inflamado y t odavía t engo excesos de chorros en mi ent repierna por lo que me aseo pensando en cómo demonios aclarar una sit uación que ni siquiera manejo.

No sé cómo enfrent arlo. Sabes que t ienes que aclarar est e t ipo de sit uaciones con t u pareja normal en una vida normal, pero no con un hombre como M arkos. No cuando sus ojos arden al mirarme. No cuando ya ni siquiera sé qué somos.

—Acondicionen ot ra habit ación para el amo—escucho voces y corro hacia la puert a—. No quiero ni un maldit o rast ro de polvo ¡M uévanse!

—Como ordene—responden las sirvient as con las voces t emblorosas, moviéndose de aquí a allá sin que se dejen de escuchar los ruidos.

Abro la palma de mi mano sost eniendo mi cabeza t ras la puert a siendo inevit able cerrar fuert e el puño para sopesar en algo la impot encia que me carcome. M e sient o t an ext raña como cuando el hombre que t e gust a t e cela por primera vez y sí, quieres arreglarlo, pero a la vez t emes arruinarlo por complet o.

Suelt o una exhalación girando y deslizándome hast a que mis nalgas t ocan el suelo, aún cont ra la puert a, esperando sin saber qué hacer porque el cansancio me vence. Han sido horas llenas de adrenalina a la que me desacost umbré en est os años; el bar, las bat idas, el alcohol, por lo que es incómodo sopesar t odo de golpe, peor aún con esa voz llamada expect at iva que se t e rompe mient ras t rat as de luchar cont ra el sueño y la ansiedad que t e dan los nudos en la gargant a que no se hablan.

Pierdo la noción del t iempo mient ras mi cuerpo sufre, me parece escuchar pasos que se van, sonidos que no regresan y, cuando vuelvo a despert ar siendo conscient e, los rayos del sol ya ent ran por la vent ana con un nuevo día.

—Señora—t ocan la puert a, mi cabeza duele—. Buenos días, le t raje algo de desayunar.

¿Desayuno? Pero si… «Qué fea borracha soy» M e quedé dormida en el suelo.

—¿Señora?—insist e la mucama.

—Sí, est á bien. Un moment o.

Doy un largo respiro levant ándome con dolor en t odas part es, queriendo abrir no sin ant es lavarme los dient es y buscar algo de ropa decent e que me cubra el cuerpo.

—Espero le gust e—baja la cabeza la mucama—¿Dónde se lo dejo?

—¿Y M arkos?

—Oh, el señor Van Loren… est á desayunando en la mesa.

Tenso los músculos.

—Desayunaré abajo, ent onces.

—Pero…

—Gracias.

Esquivo su cuerpo mient ras los escolt as parecen palidecer al verme, sin embargo, no me niegan el paso. Se abren dejándome ver quién est á en la mesa, Drit on, un Thirio como de unos cincuent a años que al parecer es el jefe sent ado al cost ado de M arkos y est o empieza a inquiet arme, no por la acción sino porque al parecer est a gent e no es un simple soldado a los que él acost umbra.

Ninguna persona con rango menor se sient a al lado del amo y compart e sus aliment os. M arkos siempre ha sido solit ario, la mesa en la mansión Van Loren es larga, sin embargo, casi nadie ha ocupado esas sillas más que sus invit ados y yo, a veces.

Doy una larga exhalación a la par que escucho cómo discut en y, al not ar mi presencia, el amo le responde en un idioma que desconozco. El t hirio deja de comer cuando me sient o en la mesa, just o frent e a los ojos de Siniest ro, permaneciendo en silencio mient ras la mucama me pregunt a qué deseo de desayunar cuando en el fondo no t engo hambre.

—Solo un jugo. Y una past illa para el dolor de cabeza.

M ant engo los ojos en el plat o que me sirven queriendo capt ar su mirada pero nunca me la da, es como si fuese invisible para ellos que vuelven a dialogar bebiendo alcohol «En el desayuno» , t razando planes y manipulando armas que dejan en la mesa.

Est a indiferencia me sabe t an ext raña que me es difícil hallarme. Debería largarme pero me niego y apenas ent iendo lo que dicen—por las palabras parecidas al griego, como si fuese un dialect o—que no podemos movernos por culpa de alguien.

—Señor, ya hay not icias.

El ipad que t rae sky es grande, se puede ver desde mi posición los not icieros Alemanes que no dejan de most rar not icias del at ent ado mient ras el rost ro del amo parece disfrut arlo.

—El país ent ró en conmoción, ya que desde los sucesos de Hit ler no se veía t ant a violencia en sus t ierras.

—¿Lo saben?—inclina la cabeza hacia at rás, ahora hablando en el mismo idioma para cont est arle.

—Los clanes menores Alemanes se replant ean haberle dado su apoyo al círculo. La bat ida en la front era, además de la descuart ización y explosión en M únich los hicieron dudar del poder de sus enemigos. El líder solicit a un consenso con ust ed para una nueva negociación que le asegure la paz para sus t ierras.

—No—se lleva el vaso a la boca, t ragando vict oria—. No habrá consensos. Van a pagar sus deudas por haberse enfrent ado a mí, si no quieren que les cierre t odas las maldit as puert as de sus negocios.

—Por supuest o, señor—ahora le muest ra fot ografías—. Hoy se colgó la bandera negra en la fort aleza del círculo. En Cret a est án de duelo, la gent e llora a su sucesor principal y el viejo le volvió a declarar la guerra.

Acomoda su silla, enarcando una ceja.

—Qué mal, no le gust ó el regalit o—dice, con una t ranquilidad que da escalofríos—. ¿Ha sido descort és de mi part e enviar solo el pit o y los ojos de su cría?

Sky sonríe.

—Tal vez no reconoció sus at ribut os, mándale unas flores negras con las orejas de su mierda como regalo de consuelo, no vaya a pensar que soy maleducado—inclina su cabeza con frialdad—. Y si decide no desert ar ent onces le mat aremos al ot ro hijo, además de cada bast ardo que t enga por ahí porque ya no creo que la polla le funcione.

La risa honda y cruda del Thirio ret umba en la sala alzando una oración «δόξα στον αφέντη» la cual implica dignificar al amo hast a la muert e y es inevit able que me sient a ext raña de nuevo.

—Ya no t enemos nada que hacer aquí, preparen los aut os.

—Tenemos ot ro problema, señor, y es El Tigre.

La mirada de M arkos cambia cuando escucha su nombre, siendo inevit able que alce la vist a.

—Como supusimos est á en Alemania, int ervino en las acciones de la Policía y dict aminó cerrar t odos los aeropuert os y carret eras con la excusa de un at ent ado hacia la pat ria cuando sabemos que t rat a de cazarlo. No es convenient e salir del país ahora.

El puro que t enía en la mano se hace t ierra, mira al vacío mient ras las venas de su mano parecen resalt ar en un puño y, aunque no emit a emociones, puedo int uir que el t ema le fast idia.

—Se dice que ya no t rabaja para Suiza, ahora es la cabeza del WIS “ World int elligence syst em” «Sist ema de int eligencia del mundo»—añade Drit on, con la mandíbula t ensa—. El cabrón mat ó a mi hermano gemelo, soy la escoria más grande de Albania, zot ëri im. M e la debe. Déjeme t raerle su cabeza.

Tomo el t enedor con fuerza sabiendo que aquel hombre t iene la suficient e int eligencia como para darle problemas. Es ext remo, manipulador nat o, un fant asma que suele ut ilizar a ot ros con el afán de t ejer sus propias est rat egias.

Todavía recuerdo la influencia que t uvo para que la policía inglesa, en específico el oficial Paros, me acosara por información de Siniest ro luego del incendio en Cret a donde quedé mal herida. Si no hubiese sido por la int ervención de Brist ol en ese moment o t al vez est aría recluida hoy en una carcelet a, siendo t ort urada para obt ener información del amo.

En mis vagos recuerdos recuerdo su nombre, unos pasos mient ras est aba dopada, el acent o Suizo vacilando y luchando cont ra una enfermera que no hacía más que pedirle que se vaya, pero el t ipo no iba a quedarse de brazos cruzados. Se le había escapado su presa más gorda y encima, un año después, M arkos se burló de él cambiando los planes de su t rampa en Londres al hacer explot ar el edificio en aquella bat ida.

—Nos quedaremos el t iempo que sea necesario—bebe bourbon—. Si quiere jugar le voy a dar juego.

Se puede ver la ira en los ojos del t hirio jefe, sin embargo, pesa más la obediencia al amo que cualquier ot ra cosa al igual que Sky cuando le baja la cabeza y, sin querer, se me cae el t enedor al plat o haciendo un ruido que parece romper la paz que t ant o le gust a.

M e pesa respirar con t ant o maleant e andando, con los dos segundos que me dedica cuando me mira mient ras ot ros ent ran con armas y su at ención se despliega.

—M i amo—la rubia zorra aparece con su cuerpo est rambót ico, la nariz de bruja y el t rasero que más parecen dos kilos de ladrillo encima—. M isión cumplida y ent errada, siempre a la orden.

—Bien.

Se forman y ella t oma el mando como si se hubiese ganado un óscar. El parásit o no deja de comérselo con la vist a, peor aún con el at uendo de M arkos que se le pega al cuerpo y parece t an informal que hace saborear paladares.

—¿Quiere que le haga algo de comer?—suelt a la maldit a—. En est a casa hacen falt as mujeres que sepan apreciar la aliment ación correct a de su señor.

—No.

—M i señor…—frena su paso—. Deseo saber si mi desempeño ha sido de su agrado. De ser así amaría poder t ener un privilegio de su part e.

Se me at ora un nudo en la gargant a, por lo que inhalo fuert e por el descaro sopesando el hecho que M arkos sepa que est oy escuchando y simplement e ni se inmut e.

—Concédame el honor de t enerme en su cama—sisea—. Hago de t odo, permit o que me golpee, me encadene y t ambién que use las pinzas que desea siempre y cuando reciba como premio aliment arme de su dureza.

Enarca una ceja.

—No pret endo ser su skyla, mi amo, soy mucho más mujer que una put a a la que se cogen. Sabe mis ambiciones y t ambién mis deseos, así como le seré fiel hast a la t umba.

Levant a el ment ón siendo innecesario que diga más palabras, el guardaespaldas con una seña la apart a como si fuese un mosquit o y se va de largo siendo inevit able sent irme at urdida, confusa, ext raña a pesar del desaire que le hizo pero t ampoco dejo de pensar en que no le dijo nada.

Sus ojos de perra calient e ahora se dirigen a los míos delant e de los ot ros, que ven la escena como si fuéramos iguales. Sabía que est aba aquí, lo que dijo no fue más que una especie de advert encia por marcar el t erreno al propósit o y no hago más que reparar su maldit a cara de pájaro en celo cuando emit e esa risa que no le aguant o.

—Te quedó grande la palabra “ ridícula” , por lo que veo.

—¿Eso crees?

—En M únich de seguro hay burdeles donde t e acept an; digo, est o de est ar escaldada por abrir las piernas sin que el ot ro llegue debe ser frust rant e—ríe mient ras la det engo del brazo—. Es la últ ima vez que t e lo voy a decir: No quiero volver a ver t u maldit a lengua cerca de mi marido.

—¿Tu marido, “ señora” ?—ironiza, apart ándose para mirarme—¿Sabes cuál es t u problema? Todavía no ent iendes que el amo no es de una sola mujer, que t u familia de cuent o es solo eso: un cuent o, porque est ás t an ciega que no ves dónde pisas.

—Tú no eres nadie.

—¿Y t ú, sí? Eres sólo la madre de su hija—corrige—, fuist e una zorra int eligent e preñandot e porque sabías que el amo jamás dejaría alguien de su sangre fuera de la vist a.

Hago puños.

—Acépt elo, “ señora” —levant a el ment ón con una sonrisa—. Al amo le apest as desde hace mucho; no t e mira, ni siquiera t e considera en nada, t ampoco nombra a “ la señora Van Loren” ant e sus aliados, pero…¿Quién va a aguant ar a una mujer que solo lo cont radice en t odo lo que ordena? ¿Que le da más problemas que soluciones además de ser una t raidora?

Sisea, con la lengua venenosa cerca de mí.

—Tú no sabes nada.

—Sé lo que se rumorea ent re los red men que sobrevivieron. Dat e por bien servida que ahora est és con vida pero t en en cuent a que si el amo t e perdonó no fue por t í, sino por la cría que ni siquiera supist e cuidar.

Clavo mis uñas en mi mano.

—¿Te duele?—se lleva una mano a la boca, ironizando—. M e t iras de perra a mí cuando ut ilizast e a t u hija para hacer que el amo regresara. No me sorprendería que que t ú misma hayas planeado que la prensa revele su nombre.

—Cierra el maldit o hocico.

—Yo a diferencia t uya no pido más que ser su sumisa. Nunca lo celaria ni cont radeciría, al cont rario, bast a que me t ome para haber logrado lo que quiero. Y pasará pront o, t e lo juro, un día se va a cansar de t í y t en por seguro que mi coño est ará list o para recibirlo. Por lo pront o lo esperaré est a noche.

M i lengua parece quemar y cuando est oy a punt o de golpearla…

—Rovena—la voz de Sky aparece—. Parece que se t e olvidaron t us labores. Si no quieres hacer enojar al amo ent onces obedece, Drit an t e espera fuera.

—Como digas.

Camina moviendo el t rasero exageradament e con una sonrisa y parece que la lengua se me ent umeciera por la cólera que t engo, por lo que t rat o de calmarme haciéndome unos masajes en las sienes mient ras t rat o de respirar como puedo.

Jugó sucio la muy perra jact ándose de mi culpa por Arya además de lo sucedido hace años. Era de esperarse viniendo de un nido de rat as; ellas, los red men, t oda la sart a de porquerías a los que nunca les he caído y que me t oleraban sólo por el mero hecho de ser la esposa del amo.

M e pican las manos por no haberla puest o en su sit io «Quería desgreñarla», y es inút il no sent irme presa de su veneno, ya que la culpa es un mal que no se va en horas ni días y el hecho de haber puest o en peligro a Arya, sin querer hacerlo, es algo que t odavía me da vuelt as culpándome.

—Ust ed es la señora Van Loren, siempre será mi señora—dice Sky, sin mirarme de frent e.

Había olvidado que el hombre est aba aquí observándome, que ot ros t ambién me observan como si fuera una lunát ica.

—Gracias, Sky, pero a veces est o me sobrepasa.

—Los Thirios son la nueva sangre del clan Van Loren, el ejércit o que la señorit a heredará un día y… no creo que pueda evit arlo, pero debe saber algo y perdone mi at revimient o pero jamás ví mirar a una mujer como el amo lo hace con ust ed, mi señora.

M e quedo en silencio, sopesando la impot encia, las ganas de t irarme al vacío y mult iplicarme por cero.

—Pero parece que no le import o. Parece que vuelvo a ser cualquier cosa menos que su esposa.

—Las cosas han cambiado en est os años. Hay más problemas que ant es porque el amo invadió t ierras despojando a clanes menores. Ahora el imperio Van Loren es t res veces más de lo que ust ed conoció un

día; las bat allas se suman, los enemigos se unen para at acar al más fuert e. Todo eso el señor lo enfrent a solo pero debe saber que…est á prot egiéndolas.

—¿Apart ándonos de su lado?

—Solo prot egiéndolas.

Se apart a mient ras me llevo las manos a la cabeza t odavía confusa. M i móvil sigue sin señal, quiero hablar con mi hija para decirle que no llegaré est a noche pero es imposible y el hecho de no saber nada de ella, combinado con la impot encia que t engo, hace que algunos pensamient os me pesen en la cabeza.

Las horas pasan rápido y no como más que un panecillo. No puedo t ragar más por la ansiedad que me da pensar en M arkos y esa zorra junt os. Salieron a no sé dónde y, aunque est é con t oda la armada, no puedo dejar de imaginar a la t ipeja arrodillándose.

El ir y venir de un lado ot ro ya no funciona. No puedo más, t ampoco soport aría verlos junt os. Pienso en mi hija siendo inevit able no sent irme mal. Es la primera vez que me separo de ella t ant o t iempo y ya la ext raño. Est a sensación de que solo yo sé cuidarla mejor que nadie me carcome, por lo que decido hacer algo en vez de quedarme aquí sola hast a que a M arkos le dé la gana de regresar con la put a.

—¿Necesit a algo, señora?—La mucama me mira ext rañada cuando salgo por la puert a t rasera del jardín.

—Que cambies mis sábanas. Quiero unas limpias ahora.

—Por supuest o.

Los escolt as rondan el área pero no me t oma mucho t iempo escabullirme. El lugar es precioso como para una fot ografía, los past izales verde amarillos crecen a medida que vas alejándot e de la casa y se puede ver carret eras a lo lejos donde seguro habrá est aciones de t ren que me lleven a la front era, así que no pierdo el t iempo.

Camino alrededor de una hora perdida con mis propios pensamient os. Dicen que a veces no nos gust a el silencio porque nos obliga a enfrent arnos con nosot ras mismas y hay cosas que siguen pesando.

Quiero que est o funcione pero a veces se me olvida dónde piso. Las emociones se me quedan at oradas en la gargant a, como cuando quieres decir t odo y nada al mismo t iempo, siendo difícil que pueda expresarme.

A M arkos no le import ará si est oy o no, t al vez ni siquiera se dé cuent a, t al vez pese más las nuevas zorras que andan rondando buscando carne, por lo que reafirmo mis ganas de irme al ver un cart el que nombra la cant idad de kilómet ros hacia una est ación de t ren que t e lleva a Salzburgo y luego a Aust ria.

—Fräulein, das sind Säw eiden—dice un viejit o en Alemán, como si quisiera evit ar que ent re.

—¿Qué?

—¡Das sind Ackerland! Es gibt Bäche…

Reniega dándose la vuelt a por lo que no le hago caso. M e cubro el cuerpo con la casaca y capucha hast a el ment ón además de enrollar una bufanda que me t apa la boca mient ras visualizo la ot ra carret era, como a unos kilómet ros de donde est oy, que parece albergar más aut os así que no pierdo el t iempo, Innsbruck solo est á a 3 horas de M únich.

El t iempo parece t ranscurrir rápido, mis piernas empiezan a sent irlo y no ent iendo por qué a medida que voy acercándome la carret era parece más lejos…«Un poco más, t ú puedes» Pruebo t rot ando un rat o pero solo consigo cansarme cuando piso charcos de barro. Las plant as parecen est ar más alt as por lo que nublan mi visibilidad y arriesgarse a encont rar serpient es sería est úpido, por lo que me voy por el ot ro camino, cerca de una especie de riachuelo, hast a al menos llegar a las rejas que separan la zona urbana de la rural y luego veré qué hago.

—¡¿Señor?! ¡Oiga! ¿M e puede decir cómo llegar a la carret era?—grit o para que me vean pero es inút il.

Lo que me falt aba…mis zapat illas empiezan a mojarse.

La humedad est á pasando la suela y parece que va a llover, así que me apresuro pero en el afán de ir por un lugar t ermino complicándome y lo que creí sería una caminat a de minut os se vuelven horas hast a que en un abrir y cerrar de ojos se hace complet ament e de noche.

—Funciona—apret o el móvil que sigue sin emit ir señal alguna.

Guardo el aparat o para prot egerlo de la lluvia aunque sea imposible porque yo misma empiezo a empaparme. «Qué put a suert e de mierda» Ni siquiera hay un jodido árbol que me cubra, es irónico que solo falt e que un perro me orine, o que me encuent re con un animal ponzoñoso y muera envenenada sin saber dónde piso.

—¡Ah!—grit o sint iendo que me resbalo hacia no sé dónde.

M is ant ebrazos arden por la fricción con las piedras y aún así no puedo det ener la gravedad por lo que caigo en un riachuelo siendo inevit able soport ar la fuerza de la corrient e.

—Ayuda.

Grit o sint iendo que mi nariz arde cuando mi cabeza se hunde en el agua. Soy conscient e de dónde est oy, de que si no freno como sea el movimient o podría caer en algún almacenamient o de agua para el riego del past o así que nado cont ra la corrient e, agit ándome a t al punt o de no sent ir que respiro y que el hielo que parece ent rar en mi gargant a me ahoga.

—Ah...

M e sujet o de un palo t osiendo fuert e, el ent renamient o que t uve en la mansión Van Loren amplía mis conocimient os de supervivencia. Pienso rápido, la rama parece ser una ext ensión del árbol, es débil, por lo que me impulso hacia arriba y medio met iéndome ent re las ramificaciones logro salir hast a que camino de largo casi inconscient e sin pensar en el golpe o el dolor, solo por inst int o.

Inspiro got as de lluvia sin saber no sé dónde est oy, qué hago o en qué dirección voy, solo sigo adelant e bloqueando cualquier t ipo de lucidez mient ras me abrazo a mí misma pensando en Arya.

Quiero verla, regresar a mi zona segura donde no exist e más que ella y yo viendo la misma película de villanos de siempre, comiendo palomit as, con Furia a nuest ro cost ado t rat ando de quit arnos la comida, las risas, las cosquillit as en el cuello y sus ojit os cerrados cont ra mi pecho cuando se quedaba dormida.

— ¡κύριος!—grit an.

M i pie se ent ierra en un charco gigant e y descubro que sangro. Trat o de salir, fuerzo el t obillo como sea est irando de más mi ligament o hast a que una luz amarilla brillant e me arrolla y cuando sient o los pasos de gent e reacciono levant andome hast a t ropezar con el brazo de alguien que solo me grit a.

CAPITULO 13

Alaska

M i corazón galopa t an fuert e que sient o que no respiro.

— ¡¿Τι στο διάολο έκανες?!

No miro quién es, el ruido de aquella camionet a con llant as alt as me mant iene lejos al igual que la t orment a que se empieza a desplegar por lo alt o. Reacciono de manera impulsiva en un forcejeo que solo me hace caer para luego levant arme e ir en dirección cont raria.

—¡Señora! ¡Es ella!

Corro sint iendo que me desligo el pie de dolor, cont eniendo las lágrimas en la gargant a mient ras me t oman de la cint ura de un t irón y lucho por solt arme pat eando, grit ando, quebrando mis cuerdas vocales mient ras empuño mis manos en el pecho de quien me t oma.

—Es la conmoción, debió haberse golpeado fuert e en la cabeza o caído en el canal de riego—alguien habla.

—Alaska, bast a.

Las palmas de sus manos me sost ienen la cara, es ent onces cuando not o quién es por cómo me mira, cómo me explora det allando hast a el últ imo rasgón que me hice en la nariz y la picazón en mi nariz vuelve a amenazar el llant o.

—No hay huesos rot os—sujet a mi mandíbula y t iemblo. M i cuerpo, mis brazos, mis manos no se cont rolan ant e su t oque—. Alaska…

Trat a de hacerme reaccionar pero no puedo. Es involunt ario el t emblor que emana de mis brazos, el dolor que empieza a recorrer mi columna y, como si fuera un vaso que rebalsa, t odo en mí explot a: mi ment e, los recuerdos, el hecho de ext rañar a mi hija, su indiferencia t odos est os años, las palabras de esa zorra, por lo que t rat o de alejarme forcejeando hast a que con fuerza me t oma de la cint ura y solo…suelt o a llorar en su pecho.

—Alaska.

No t engo más palabras que decirme ni decirle «Huele t an bien…» M e ent ierro en la dureza de sus músculos, sopesando su rost ro en su port e elegant e, pedant e, mist erioso, mient ras mis brazos solo se aferran a los suyos sin decir nada más que lo que t rat o de parar involunt ariament e.

—Est á en shock—escucho a un soldado—. Conseguiré un médico con urgencia.

Es la maldit a primera vez que cierro mis ojos ahí y se sient e como lo imaginé. Puedo sent ir que sus músculos se t ensan, sin embargo, la sorpresa hace que no baje las manos de mi cint ura, por el cont rario, aferrarme a su cuerpo con el afán de moverme no sé cómo hast a el aut o donde me sient a.

—Bebe.

Se incomoda dándome un vaso t érmico con agua calient e y cuando me niego lo empot ra cont ra mi boca obligándome a t omar hast a la últ ima got a «Se sient e t an bien…» M i cuerpo reacciona al shot de calor, hace una seña para que sus guardaespaldas se volt een y sin emit ir emoción me quit a los zapat os, vaqueros y la casaca que llevaba encima cubriéndome como un abrigo seco.

—No t e muevas.

Todavía est á fuera del aut o y yo sent ada en la part e t rasera, casi al filo, cuando lo dice. M is piernas cuelgan cuando sus manos parecen masajear los ligament os ent umecidos haciendo una ligera presión que me incomoda siendo su rost ro t odavía impenet rable «Frío, pedant e, asesino» ,pero aún así me sient o cómoda cuando explora mi cuerpo, solo que algunas part es no dejan de dolerme.

—M m…—me quejo.

Su palma derecha impact a cont ra lo que parece hinchazón, no sé si me fract uré algo pero lo ciert o es que el dolor se hace más real por el frío que empieza a hacerme t irit ar en la boca.

M e mira de una forma t an oscura que at erra. Sus ojos azules parecen arder en la noche cuando sus manos siguen su camino t ocándome hast a hallar ot ra hinchazón que más parece una bola en el t obillo, a la par que mis ojos no pueden dejar de mirar esas got as de lluvia que recorren su pecho, cómo cuando la camisa se le pega al cuerpo mojado mient ras t rat o de no apret ar las piernas.

—Oscura excepción…—siseo, sin pensarlo, reparandolo por complet o.

La camisa mojada me hace not ar el t at uaje. Es blanca y se puede leer si uno se fija at ent ament e, pero nuevament e ese hielo en sus ojos regresa haciéndome nudos el cerebro.

—Preparen los aut os.

M e abrazo a su abrigo que me queda bailando mient ras regresamos a las praderas a las afueras de M únich. La casa es grande y bonit a, de noche se ven los faroles t int ineando, por lo que accedemos rápidament e a los garajes siendo las mucamas las primeras que me ayudan.

—Por favor, apóyese en nosot ras.

Camino cojeando aún con un dolor punzant e. De reojo puedo ver a la zorra rubia cruzada de brazos con una act it ud burlesca coment ando no sé qué pero ya no me import a. Las emociones se at oran en mi pecho, est ar sola y llegar hast a el segundo piso se est á volviendo un desast re, sobre t odo cuando lo único que quiero es est ar limpia.

—La ayudaremos.

Dejo que las mujeres me met an a la t ina desnuda. Lavo mi cabello con su ayuda, ya que me duele mover el brazo izquierdo, ent onces descubro que est oy hecha mierda cuando el espejo me devuelve la imagen: brazos last imados, la espalda sangrando, además de un fuert e raspón en la clavícula.

—Quiero ver a Arya, comuníquenme con mi hija.

—Tranquila, por favor no se agit e.

M e llevan a la cama ent re dos t odavía con el pelo húmedo. El médico ent ra para revisarme, cura algunas de mis heridas, inyect a un desinflamat orio, me venda el t obillo, un dedo y t ermina recet andome ot ras inyecciones a la par que voy cerrando los ojos por en cansancio.

—Es normal que se t enga un shock cuando se sufre de alguna caída—le coment a a alguien—.Usualment e la persona piensa que est á bien cuando la adrenalina sube. El cuerpo es capaz de caminar est ando gravement e golpeado, así que por favor si no recuerda nada no la fuercen. La señora debe haber resbalado por el canal de riego, t al vez t enga un esguince, habría que sacar una radiografía mañana y por lo pront o solo le pediré que descanse. Hay que inyect arle en un rat o el ant ibiót ico y de moment o nada de act ividad física.

Suspiro sopesando el dolor que no quiere irse junt o al calorcit o que emana el edredón de plumas calmando mi frío mient ras los pasos parecen alejarse y permanezco absort a en el dolor fuert e que cruje mi cabeza.

No sé cuánt o t iempo pasa parece pero me parece una et ernidad cuando t rat o de dormir sin poder soport ar la angust ia. Es como si me hubiese programado para el insomnio, el dolor así como el silencio mant ienen mi ment e act iva, mi audición al límit e al sent ir t acones y ruidos acercándose.

—¿El amo desea que le haga la cena?—escucho la voz de la rubia ent rando por la puert a y algo en mí se congela ¿M arkos est á aquí?

No le dice nada y se me ant oja abrir los ojos. Los t acones siguen de largo siendo imposible cont rolar la ansiedad que pica y de pront o puedo percibir un perfume varonil caro cerca, el colchón sint iendo su peso, el silencio pesando en mi gargant a cuando…

—El brazo—reniega pero sigo con los ojos cerrados—. Sé que no duermes.

M e t oma por sorpresa cuando sus dedos levant an la t ira de pijama que se deslizó brevement e y lo primero que veo es una inyección en su mano, la cual prepara con gran facilidad ya que un hombre como él hast a sabría sacar un corazón vivo.

Su rost ro serio me desfalca por complet o, pero quizá pesa aún más el silencio y es inevit able, por más que quiera, que pueda cont rolar la rabia que se asevera en mi boca.

—No t e preocupes, creo que t e esperan est a noche en ot ro lado y t u enojo hast a aquí apest a. No t ienes ningún compromiso conmigo.

Acerca la aguja sin hacerme caso, como si fuera un simple loro hablando t ont erías, por lo que, cuando quiero evit arlo, ya es t arde. La aguja ent ra en mi carne y en menos de un parpadeo vuelve a sacarla.

—No ent iendo qué haces aquí, fingiendo que t e import o cuando t e valgo mierda.

Su rost ro permanece impenet rable mient ras limpia con alcohol y me pega un esparadrapo en el brazo, t odavía sin decir nada.

—Si t ant o t e fast idia mi presencia ent onces llévame a casa con Arya, déjanos t ranquilas, regresa a t u mundo de balas y asunt o solucionado—t rat o de medio levant arme pero me duele y grit o—. ¡Ah!

—Asume las consecuencias—t ira la aguja en el basusero—.No t enías por qué irt e.

—Solo quería regresar a Innsbruck. M i móvil no t iene señal, no sé nada de mi hija, ninguno de t us perros quiso ayudarme y t ú…parece que est ás t an ocupado ignorándome que t e vale un carajo lo que sient a.

No responde y el silencio es incómodo. M is ojos se empañan no solo por el dolor muscular que sient o cuando me palpa sino t ambién por lo que me he callado t ant o t iempo. Por su respiración cerca de la mía, sus labios carnosos exhalando lent ament e, la manera en la que me mira y lo est úpida que me sient o sint iendo est o.

—No—arrugo la cara cuando su dedo baja hast a mi t obillo—...por favor.

—Hay que vendar aquí t ambién.

—Duele mucho—t rat o de reprimir las lágrimas cuando sus dedos largos presionan la bolit a de mi t obillo—. Es que sient o que…

De un t irón me acuest a en la cama t rat ando mi cuerpo como t rapeador con t oda su fuerza animal, para luego levant ar mi rodilla derecha hast a la alt ura de su cuello de modo que mi pie, semi curvado hacia un lado, sea más fácil de vendar y así lo hace.

M i t alón cae hast a la alt ura de una de sus t et illas de modo que soport e el peso del pié para luego t omar las vendas que, en casi cinco segundos, est án list a y enrolladas siendo inevit able sent ir que mi sexo lat e cuando sus dedos parecen palpar un poco más allá.

—El dolor vendrá de aquí…—sus dedos se deslizan t ocando mi ligament o—a acá…—hast a que frena en el borde de mis nalgas—. Los est iramient os ayudarán a sopesar el dolor.

Siempre t an frío, t an asesino, con una voz ronca y profunda.

—¿Cómo? Es que… no ent endí.

—¿Quieres que lo repit a?

—Sí.

M e cuest a respirar, desliza sus manos hacia arriba mient ras levant a mi t obillo ahora hast a su hombro, ent onces ent iendo lo que quiere hacer est irandome el ligament o para que sient a la presión y solo…

—Gracias—siseo, t odavía con los ojos aguados por el dolor, dejando que mi pié caiga por su pecho hast a que me acuest a y es inevit able que mi vist a no se afane con lo que veo:

M arcas profundas, heridas de bala, cicat rices de cuchillo, ent re una que ot ra quemadura con let ras t at uadas encima como si quisiera darle valor a una niñez llena de secret os que me es inevit able querer t ocar cuando de golpe me at rapa la mano.

M i respiración es t an lent a como lo que pesa. No habla del t ema porque sé que es algo difícil de decir. La Pant era t iene algunas marcas parecidas. Su espalda est á llena de cort es «Se los ví cuando fuimos con Arya a la playa» Y no me imagino lo que a cada uno le t ocó vivir desde pequeños, porque sé perfect ament e que las cicat rices del pasado a veces pesan más que las heridas.

M e cuest a sopesar est a cercanía; su mano t odavía en mi muñeca, sus ojos punzant es haciendo mierda los míos y solo…le miro la boca cuando nuest ros cuerpos permanecen a cent ímet ros del ot ro, con la noche alumbrada por un solo farol en medio de la oscuridad.

—No hagas eso—gruñe, cuando me muerdo el labio.

—¿Qué?

—No t e muerdas.

La presión me obliga a det ener el t ic nervioso, lo sigo haciendo sin procesar sus palabras hast a que en un arranque solo maldice…

— ανάθεμά σου κορίτσι.

…. y me clava los dient es succionando mi labio inferior hast a dejarlo pálido para luego solt arlo despot ricando palabras que apenas y ent iendo porque mi cuerpo reacciona devolviéndole el beso ot ra vez.

Jadeo en medio de sus chupadas salvajes t rat ando de seguirle el rit mo. M e t oma con su gran mano el cráneo para empot rarme la lengua «Dios, qué rico» siendo inevit able reprimir el gemido que t ermina de ahogarse en su boca siendo difícil volver a respirar.

M is manos bajan por su pecho duro. Trae la camisa ent reabiert a, sé dónde no puedo t ocarlo, sin embargo, est a necesidad por darle la cont ra es más fuert e que yo siendo inevit able que mis dedos me complazcan.

Su cuerpo es t an musculoso como calient e. Su piel bronceada me excit a, aún más las venas que parecen hincharsele cuando llego hast a su abdomen bajo mient ras mis piernas se enrollan en su cint ura.

—Daniel es solo un socio, inversionist a, amigo—acuno con mis manos su rost ro—. No es nada.

—” Nada” no se le dice a quien t e desesperas por cont esarle mensajes.

—Solo t rat aba de ser amable.

—Siempre eres amable con los idiot as.

—M i socia t ambién arruinó su capit al, el pobre hombre invirt ió t odos sus ahorros en Lanka y era lo mínimo que podía hacer.

Volvemos a mordernos.

—¿Cuánt o le debes?

—¿Qué?—ent reabro los labios, parpadeando—. M ucho. M illones. No lo sé.

—Hoy mismo t endrá t odo eso mult iplicado por veint e si se me da la gana. No t ienes necesidad de nada. No quiero que le debas nada a nadie.

—¿Nadie que no seas t ú?

Sus ojos oscurecen t ant o que algo en mí se est ruja. M arkos Van Loren emana maldad por los poros y su rost ro perfect o es t an impenet rable que ya no sé si est á cont ent o con lo que digo o es que me va a t irar una bala.

—Quiero que est o funcione—agrego, besando las comisuras de su boca—. He querido que est o funcione desde hace t res años, pero parece que no me escuchas. Parece que t e apest o porque me ignoras t odo el t iempo.

Puedo sent ir su dureza hinchada y grande explot ando cont ra mi ent repierna mient ras se soba orillandome a agit ar mis caderas mient ras sus ojos criminales no me quit an la vist a.

No dice nada con la boca pero sí con sus manos al t ocarme. Su respiración exasperada me provoca, sus expresión me consume aún más cuando posa sus labios en mi cuello para chupar y solt ar haciéndome marcas.

—Dime qué quieres, Alaska.

—A t í.

—¿Cómo?—gruñe en mi oído—¿Con un dedo t ocando t u hinchazón? ¿O mi polla dest ruyéndot e la vagina?

M is pezones se erect an con solo escucharlo. Sus labios se deslizan por mi oído hast a que la punt a de su lengua me provoca.

—¿Te gust a que t e llene? ¿Que me corra at iborrándot e de rico semen, niña?

—Sí…

Desliza sus labios sobre los míos sin besarme, int roduciendo dos dedos largos en mi ropa int erior húmeda hast a llegar al mont e mis labios vaginales.

—M ojadit a…—gruñe, acariciando mi sexo, empapándose de mis fluídos—. Tengo hambre.

Hunde el dedo y lo saca para most rarme cómo chorrea. M i corazón se agit a cuando se lo acerca a la boca para lamerlo, juguet eando con la lengua como si est uviera punzándome el clít oris, hincándome con la punt a, succionando hast a que mi boca lo busca y me pruebo en sus labios.

—M ira qué rico sabes…—hace sonar mis labios al solt arlos—¿Quieres saber qué es más rico?

M is mejillas explot an.

—M i pene ent rando en t u canal duro…—sisea—, cubriendo cada part e de t u rica vagina hast a que mis t est ículos choquen con t us nalgas mient ras grit as por más cuando t u amo t e mont a.

Sient o la ropa int erior t an mojada que me da pena «Quiero t ocarlo» , pero cuando int roduzco la mano en su pant alón, un act o brusco me hace arrugar la cara…

—Hm…

Porque sin querer t opé mi t obillo y el dolor es t an fuert e que no puedo sopesarlo al igual que el adormecimient o de mis párpados quizá por los medicament os que me inyect aron.

Se separa con una media sonrisa para luego levant arse, t odavía con el gran bult o ent re sus piernas, con el deseo aflorando para cada célula de su cuerpo al igual que mis ganas por ret enerlo.

—Est oy bien.

—Cuando t e folle t e quiero ent erament e despiert a y abiert a para mí, angliká. Si vas a llorar será solo por cómo t e mont e, no por un dolor en el t obillo.

Sonrío, mordiéndome el labio.

—¿El amo me cast igará?

—Debería—se abot ona la camisa, sin una pizca de humor—. Las bocas rebeldes solo se corrigen cuando las callas.

—Ent onces no t e vayas—suelt o una sonrisa—. No me lo ha pregunt ado, pero me gust aría una fust a en la nalga y una cena agradable—hace silencio—...t ú y yo...mañana.

—Duerme.

La seriedad en su rost ro solo lo hace ver más at ract ivo. Se va sin decir nada más que una orden en griego, la cual hace que sonría t ont ament e mient ras mis párpados empiezan a pesar en medio de la noche.

Siniestro

5:30 am.

El humo de mi puro parece esparcirse a la par que el día va aclarando el cielo. La t erraza muest ra las praderas de la casa a las afueras de M únich desde lo alt o, una vieja mansión que no ocupo desde la últ ima bat ida años at rás con los it alianos, y ya voy cuat ro horas con lo mismo, bebiendo y fumando sin dar solución a lo que ha est ado dando vuelt as en mi cabeza.

Dormir no es una opción cuando la ment e de un depredador se inquiet a. Tampoco ha sido una opción desde que pisé Aust ria, desde que la inglesa rebelde se ent romet ió en mi vida y mucho menos desde que el demonio llegó a est e mundo, ya que yo mismo puse armas en la mesa que mis enemigos t rat an de alcanzar como sea.

—¿M ás bourbon, señor?—el soldado ofrece mient ras la mucama que lo precede hace t emblar la bandeja, not oriament e con miedo.

—No.

Son como moscas chillonas, simples mierdas que est án acost umbradas a una vida mediocre porque solo las ment es maest ras dominan el mundo.

Se largan dejándome a solas con el vaso de t rago que t odavía no he t erminado. Camino not ando la hora en reloj ant es de exasperarme. Desde mi posición se puede observar la cust odia de mis soldados por el área, además de la habit ación de Alaska donde permanece dormida, sin olvidarme de lo que hizo horas ant es.

—¿Qué est á pasando?

—La…la… se-señora desapareció—chillaba la sirvient a a la que le dí un balazo en el cráneo—. No sé cómo pasó, me dijo que t endiera las sábanas y no supimos nada.

Por lo que ordené que le pongan un rast reador sin que lo not ara, apart e del que t enía en el móvil que arruinó la lluvia.

—Señor, solicit o su permiso para ent rar.

Drit on, el jefe de los Thirios aparece, por lo que accedo apenas gest iculando una mueca.

—Tenemos el avión privado sin rast reo list o y operat ivo, llegó hace una hora desde Grecia y ya aparca en el aeropuert o clandest ino a unos kilómet ros de aquí.

Bebo volviéndome a burlar del fracasado de El Tigre, que con su mísera idea de cerrar carret eras y aeropuert os pensó que iba a det ener al amo de la mafia y ya me encargaré de su cabeza marica cuando haya t iempo, porque la prioridad ahora es t omar decisiones ant eponiéndome al at aque del círculo que seguro hoy mismo ent ró en conflict o.

El viejo lo est á pensando dos veces después de la explosión en el bar, puedo int uírlo, pero el orgullo es lo único que le queda por lo que, aún cagándose de miedo, va a devolver el golpe ¿Y qué gané? Enemist ar a sus miembros, sembrar la duda cont ra las ambiciones de una simple est úpida t rasquilada a la que verán como culpable por las malas decisiones porque, así como lo hice con el heredero del viejo, mat aré a cada hijo de sus miembros cada vez que se at revan a amenazarme.

—¿Qué quieres?—espet o de mal humor al not ar que el t hirio no se ha ido. Se mant iene de pié, esperando permiso para decir algo más a lo que accedo.

—Not ificarle sobre su encargo.

Arrugo la frent e mient ras el humo de mi puro se cuela en el aire y, a lo lejos, puedo observar a Alaska dormir en la cama plácidament e.

—Que mis soldados le meen en la cabeza.

Traga saliva at urdido.

—No lo creo posible, amo. No le he t raído su cabeza porque ha sido difícil localizarlo.

Enarco una ceja, cont eniendo la ira.

—No hay una base de dat os de sus movimient os, ingresos, salidas del país y mucho menos prueba exist ent e de sus cuent as bancarias.

—¿Qué dices?

—Daniel Hoffman no exist e, no hay información sobre él y me t emo que no es cualquiera. Es alguien que sabe lo que hace y sabe jugar muy bien sus cart as.

La mandíbula me pesa mient ras el olfat o del depredador crece con un hambre del que no quedará huella.

CAPITULO 14

Siniestro

Pocas cosas en el mundo me fast idian, pero fallar es nat uraleza de inút iles que mi cerebro no concibe ni perdona, peor aún cuando hay algo que me int eresa.

Sopeso la inept it ud bebiendo un poco de t rago mient ras sus ojos parecen denot ar seguridad cuando en el fondo se caga en los pant alones. M i olfat o puede rast rear el miedo y por consecuencia una verdad o ment ira y la de él sería casi impercept ible «Como t iene que ser, sino no sería mi soldado» …de no ser por la t ensión en los dedos que lo det ala, el puño que le hiere las manos, además de la forma en cómo el nudo de su gargant a se cont rae.

—¿Sabes qué diferencia a un hombre de ot ro?—ent ono, acercándome—. No es el t amaño del pit o o la capacidad que t enga para luchar grandes bat allas, sino la int eligencia para engañar a sus enemigos, esa que nunca se va porque nace en uno como un don para gobernar el mundo.

Baja la cabeza, ret eniendo el aire.

—Un buen amo doma a sus best ias—palmo su hombro—. Sabe cuándo dicen la verdad y cuándo le mient en, los miedos parecen no t ener respet o ni en las peores sit uaciones.

—Amo…

—Eres un buen soldado, Drit on—concret o—, pero t ampoco indispensable. Todo en est e mundo se reemplaza y si hay algo que no t olero son los errores. Sería una pena t ener que llevar t u cadáver a la list a de basura que he ext erminado en mi vida.

—Señor, conoce mi t rabajo. Lidero, exijo y asesino llevando la bandera Van Loren como prioridad. Sería incapaz de ment irle, daría mi vida por ust ed en bat alla si así lo quisiera e hice t odo lo que est uvo en mis manos para ahondar en el encargo.

Exhalo humo de mi puro reparando su cara pálida.

—¿Y?

—Ent ré en los regist ros digit ales de la población Aust riaca y t ambién la europea. Hackee accesos de la int erpol, ingresé a bases secret as de espionaje y no hay información que respalde al susodicho. Es como si no exist iera.

—Piensas que es una ment ira.

—Pienso que voy a necesit ar ahondar más en lo que hace y dice, quizá con un poco más de t iempo, pero es mi deber informarle que hay empresarios que esconden su verdadera ident idad por miedo a at aques o secuest ros y no parecería raro en un mundo de magnat es.

M e giro mant eniendo la vist a hacia el frent e, con una ligera ansiedad que hace at ragant arme de fast idio.

—Tenga cert eza de que la señora Van Loren ha est ado prot egida en est os t res años, si es lo que le preocupa. Aust ria es t errit orio de los bast ardos salvajes, enemigo que penet re el área enemigo que muere por consecuencia. Los habit ant es de est a ciudad no han t enido nada que ver con la mafia en años. Ent iendo que su foco sólo sea la seguridad de la señora, pero no debería preocuparse de más cuando sólo es un t ipo simplón que no arma ni desarma. Considero que…

—A nadie le import a lo que consideres—increpo—.El reloj ya est á cont ando lo que t e queda de vida, no lo olvides. Largo.

La sensación de t abaco hace que mi lengua se ament ole mient ras el humo, que va diluyéndose, me sigue t rayendo a la ment e la imagen de la inglesa dormida.

Sopeso el humor con los músculos t ensionados por el est rés que afront o sabiendo que mi prioridad se cent ra en prot eger a mi legado así como vencer a mis enemigos; sin embargo, es imposible no quit ar el pensamient o de ot ro rondando como mosca sobre ella.

M is ojos no dejan de repararla y vagament e me parece que es un imán de malnacidos; la ven y se les para la verga, sonríe y los fracasados se muest ran t an encant ados que vuelven a buscar lo que no les pert enece y solo t al vez ahora comprenda la locura que desat ó en Brist ol, la demencia con la que act uó por haberla dejado viva cuando t enía que mat arla.

Bebo un poco más enfocando la vist a en su cuerpo envuelt o en una ligera sábana blanca. Hace más de t res años la inglesa me import aba una mierda. Valían nada sus grit os cuando la t omé como mía porque me daba placer ver su sufrimient o; lo frágil e ingenua que se veía al no querer mat ar ni una gallina, pero aún peor del amor que decía profesar a un hombre que la había engañado t oda su vida.

No era nadie. No significaba nada. Y t ampoco me import aba romperla.

Disfrut aba su dolor y de sus lágrimas pero un día el golpe a la cara fue asfixiant e, la maldición se volcó cont ra mí cuando su jodida boca rebelde se at revió a desafiarme. Cuando me most ró valor en esos ojos azules que ardían con los míos, porque ninguna mujer hast a ent onces se había at revido a mirarme a la cara.

M i polla no volvió a gozar t ant o penet rar ot ros cuerpos como cuando est aba el suyo. Ya no eran diez culos que esperaba mont ar sino uno. Quería dest ruír a esa majadera, cada insult o lo pagaba con una mamada, cada oración con un lát igo, cada act o con un follada que la dejaba noqueada.

No t enía t et as gigant es o el t rasero operado, t ampoco necesit aba arreglarse de más porque me excit aba así sin maquillaje. Y t al vez eso era lo que me gust aba.

Ella y t odo su mundo idiot a.

Ella y su rebeldía.

Ella, convirt iéndose poco a poco en la sombra que una día le quit aron.

Y heme aquí salivándola como un vil hambrient o. Heme aquí rompiendo nuevament e mis reglas, aunque ahora las consecuencias t engan un peso más grande y quizá t ambién un final inciert o.

—La carga est á list a, amo.

Avisa Sky t ras de mí mirando a un punt o neut ro y mi foco no cambia. Camino sin compañía al borde de la t erraza mient ras cruzo algunos muros para llegar a la part e int erior, siendo inevit able pasar por su puert a pero sigo de largo.

—La front era est á peinada, el cargament o list o.

—Iré con ust edes.

—¿Abrimos un espacio t ambién para la señora?

Todos callan, los t hirios me miran.

—No.

Y sigo mi paso hacia las camionet as blindadas que me alejan de est e lugar queriendo dist raer mi ment e.

El t rabajo es un fort ificant e nat ural cuando la cabeza se aloca «Necesit o mant enerme ocupado»

Aust ria es t errit orio familiar, pero no deja de est ar expuest a ahora que el círculo ha remecido en los países front erizos. Alemania llegó a at acarme aún con un pact o de paz y, aunque se haya arrepent ido de sus mierdas, lanzó el puñal con claras int enciones de herirme y no voy a darme el lujo de permit ir más juegos idiot as.

Si bien Suiza est á cont rolada por Irina, un solo país que me apoye no es suficient e. Conquist é los países del est e para formar mi mejor armada pensando que t enía cont rolado el nort e, pero después de lo que pasó en Alemania confiarse en quienes jamás han dado problemas sería un error garrafal que no voy a t olerar.

Eslovenia, Hungría, República Checa y Eslovaquia est án en la mira. Sus capos inút iles no quisieron met erse en la cont ienda, puede que ya uno que ot ro est é en la mira del círculo, por lo que no hay mejor est rat egia que amarrar la basura en un solo puño con alianzas, negocios y drogas, cualquier cosa que los haga dependiendes de mí cuant o ant es.

Al conformist a le das lo que busca y ahí se queda, creyéndose su propio cuent o sin ver más allá de sus narices. No piensan, no ambicionan, no demandan mient ras t engan para el día a día y yo les voy a cerrar el hocico por un buen t iempo.

—Las drogas ya han sido envasadas en los medicament os de la farmacéut ica Van Loren, mi señor. El “ kaos” va en camino a sus t ierras.

La mafia no se lidera sólo por el linaje sino por quien demuest re ser el más fuert e. Diversifico mis negocios para no depender de uno solo cuando est e baja. No solo est án los sat élit es secret os o las minas de diamant es, t ambién he invert ido buen t iempo y dinero en invest igaciones de la farmacéut ica Van Loren que t rae la creación drogas llamadas «kaos» que generen dependencias mort ales en quienes las prueban, además de dest ruírles el cerebro.

—El pact o se sellará con el cargament o—det ermino—. El jodido regalo que les est oy dando es una alianza que no se rompe. No quiero fallos.

—Con t odo respet o, mi amo ¿Qué es lo que gana ust ed? Le cedió una fuert e cant idad de carga ent re los cuat ro países, los capos no son hombres de honor.

—Nadie es hombre de honor en la mafia—saco el cigarro mient ras observo las t oneadas que van en camiones—. Digamos que es una pequeña inversión para ganar más. Cuando prueben el kaos no podrán dejarlo, es simple, soy su único creador y sus míseras cabezas ni siquiera procesarán un pensamient o en mi cont ra.

—¿Y qué hay de los it alianos? No est amos t ocando el país.

—It alia est á arruinada así como los Simone. No me met o en líos de perras sarnosas ni me preocupa cuando mi hermano est á al mando del asunt o…por ahora.

El t rabajo se hace pesado al pasar las horas. La amenaza es la maldit a policía front eriza que puede est ar met iendo sus narices, porque la Aust riaca est á de mi lado. De igual manera se t oman las precausiones, mis radares bloquean el espionaje aéreo y no sale ningún camión de mis bóvedas si no va direct ament e a la front era.

El kaos va camuflado en fármacos perfect ament e et iquet ados. Las empresas Van Loren t ienen fama en el mundo, especialment e en Europa, así que nadie sospecharía de ella. Para el mundo negro de la mafia soy Siniest ro, para la policía soy Siniest ro, para mis enemigos soy Siniest ro y, así como los ot ros bast ardos salvajes, solo usamos nuest ros nombre de pila cuando es necesario.

El chofer det iene el aut o mient ras Sky verifica la últ ima carga en camiones y eso nos t oma lo que queda de t arde. Una Aust ria amenazada no es opción para mí, el t erreno est á lleno de mis bóvedas de reservas de drogas, diamant es, fármacos que salen y t rafican por europa, así que no voy a exponerme.

—¿El t igre ha vuelt o a joder?

—No, mi amo. Se le ha perdido la vist a de nuevo, quizá acobardado por haber escapado de Alemania ilesos—bufa—. Tampoco sabemos nada del Gansgt er.

—Ese imbécil no es enemigo, no t iene la t alla, pero t ampoco le voy a t olerar pat alet as sin consecuencias. ¿Lo jodist e?

—Se le prohibió definit ivament e la ent rada a Aust ria, como ordenó, y confist aron sus achis en el sur.

—Si vuelve a at ent ar lo mat an. No quiero más moscas en mi comida.

Est oy hast iado de ver t ant o imbécil siguiendo órdenes, cansado por la falt a de sueño y hambrient o. Llevo horas sin dormir, días sin descansar como es debido. Sopeso el cansancio con alcohol como sea. No comí, no dormí, no follé y est e est rés empieza a fast idiarme.

—La señora Van Loren va rumbo a Innsbruck, mi amo—avisa Sky—. Trat ó de cont act arse con ust ed desde hace horas, pero al no t ener respuest a dejó dicho que… lo espera est a noche.

Opt o por no decir nada sin mirar el t eléfono que t odavía se mant iene apagado. Sky me sigue hast a el aut o, t omo el volant e yo mismo, se sube en el copilot o mient ras mis escolt as me siguen hacia el cent ro de Salzburgo, especificament e al últ imo piso de la t orre de un hot el de lujo en la ciudad, donde sacan a la gent e para que pueda ent rar.

«Necesit o dist raerme.»

—Bienvenido, señor Van Loren—dice un imbécil—. Hace mucho t iempo que no nos visit a por aquí.

Ignoro sus palabras mient ras reparo el área privada (ahora sin gent e) que cont iene un escenario a lo lejos, además de sillones rojos de sadomasoquismo y fust as que no hacen más que adornar un ambient e que en ot ra hora est aría lleno de grit os y gemidos.

Los grandes vent anales le dan un ambient e hist órico al lugar. Las cort inas son la at racción, en cada cuadrilát ero se hacen coit os normales y t ríos mient ras la gent e disfrut a del int ercambio de parejas que se dan ent re t odo el que juega en el lugar que no visit o hace años.

—Tráeme algo de comer.

—Por supuest o—da dos palmadas mient ras me sient o—. Esperamos disfrut e la comida, mi señor. Reciba el chocolat e, regalo exclusivo de la casa.

La bandeja la t rae una put a morena cuyo delant al es lo único que cubre su piel. Sus t acones resuenan en el paviment o de fina loza, las t et as las t iene manchadas de chocolat e a la par del culo que no deja de moverme.

—¿Desea fosh? Para su post re.

Desnuda deja la comida en la mesa para luego ret roceder hast a que se sube en la ot ra mesa acomodándose para mi gust o. Su mano viaja desde el borde de sus labios hast a su ombligo, siguiendo al sur hast a que se met e un dedo en el coño mient ras abre las piernas y…

—Toda suya, mi señor.

…No me produce nada. Le veo defect os cada que respira, se mast urba como t odas las zorras que fingen est ar excit adas cuando no es más que un guión barat o de novela que explot an, una put a a la que le pagan por most rarse que ni sabe menear bien el culo.

—M i señor…

«…Y yo ya no est oy para comida barat a»

M e ronda la gat a, presionando sus manos sobre una silla para darme complet a amplit ud de sus nalgas list as para ser mont ada con el culo más abiert o que un hoyo a presión.

—¿No come el post re? —gruñe y farfulla, se le not a en la cara el int erés—. Soy el post re favorit o de t odos los que me visit an. M et amela, mi señor. Aquí…

Se hunde un dedo, lo saca, lame y…

—No como post res de segunda, t ampoco suelo int oxicarme con cualquier porquería ¡Desaparece de mi vist a ya!

Su cara perpleja es el reflejo de mi fast idio, por lo que camino de vuelt a hacia la ent rada ant e la cara pálida del inept o que t rat a de ret enerme y al que solo t ermino haciendo a un lado hast a que mis hombres se int erponen en el lugar para darme salida.

No me prende, no me gust a, no me llama la at ención. Todo me sabe insípido porque solo pienso en una.

El humor no lo aguant o por lo que me fumo un puro. Bloqueo t odo t ipo de pensamient o al salir mient ras me abren las puert as del lugar y lo primero que veo es la cara de Sander pálida que se mant iene firme cuando lo fulmino con la mirada.

—M i señor.

—¡¿Qué carajos haces aquí?!

Tenía que est ar cuidando al demonio, t enía que quedarse con ella, no largarse hast a que le diera la orden para part ir a Grecia y no necesit a decir más, me llevo una mano a la cabeza hast iado de t ant a inept it ud porque, aunque parezca est úpido, empiezo a creer que esa cría nació con algo de brujería encima o que est á maldit a por hacerme rabiar cuando se le nombra.

—Señor, vine aquí a explicarle y a informarle que…

—¡Cállat e!

Si no lo mat o es porque me sirve. Lo hago a un lado mient ras me dan el móvil y al encenderlo primero que veo es una fot ografía de Arya salt ando unas olas en medio de una jodida playa que reconozco por sus aguas t urquesas. La fort aleza Rost ov.

La gargant a me cruje de ira al denot ar la imagen que no es solo una sino diez en diferent es ángulos del demonio, t an nít idas como peligrosas si se le ocurre a la basura most rarla.

“ Int eresant e el gen que t odo mundo busca y me pregunt o: ¿Dónde valdrá más est a pequeña joya? ¿Con un amigo o enemigo?” Adrián.

La provocación de Torment a es más que evident e. Hemos t enido t res años de paz sin embargo, aunque sea mi hermano no t endría cont emplaciones para arrancarle el cuello si se at reve a desafiarme.

Si mi humor est aba del diablo ahora se engrandece, camino hacia mi camionet a enardecido mient ras Sky agrega:

—Sander fue encont rado amordazado y dopado, mi señor. Nadie det uvo a su hermana porque es part e de su alianza, los guardianes que cust odian el área pensaron que salía sola. La cría ya est á de vuelt a en Innsbruck, sana y salva.

Excusas ridículas y más excusas ridículas. Pongo un pié en el acelerador seguido por mis escolt as, la cabeza me pesa de t odo el est rés que t engo encima «Est o es lo últ imo que voy a t olerarle» Con o sin alianza, así maneje o no Suiza ¿Qué se cree a esa perra? Tomando lo que no es suyo cuando le plazca.

Doy un puño en el volant e mient ras las horas de manejo van pesando en mis hombros, aument ando la rabia. Es muy noche cuando llego, los soldados me ven a lo lejos y enseguida abren las puert as del área permit iéndome el ingreso hast a aparcar cerca a los jardines mient ras un mensaje de voz se reproduce en el aut o, siendo incapaz de det enerlo:

“ Ant es que empieces a t irar fuego, hermanit o, debes saber que mi visit a no fue de cort esía sino por t emas que nos compet en.

El viejo Ronan subast ó nuest ras t ierras en el péndulo al mejor post or, saben que t enemos oro y diamant es ent errados así que van a invadirnos pront o. Est oy viajando a Chicago para ver al ot ro idiot a. Arya quería ir a la playa, necesit aba dist raerse, conmigo nunca le t ocarían un pelo. Bájale dos put as rayas a t u ácido y púdret e con t u inglesa, porque es la única capaz de sacart e el mal genio.”

M i humor se exsacerba al ver al perro con un conejo muert o en el hocico, pero cuando saco mi arma para dispararle el demonio se ent romet e persiguiéndolo, embarrándose en el lodo como si fuera un animal y t odo ant e los ojos de Alaska que la mira desde la puert a.

—¡Oye yo me encont ré a ese conejo!—grit a, sollozando—. Vino porque t endré un nuevo cast illo! ¡Es mi conejo y lo mat ast e, perro t ont o! ¡Dámelo!

Lucha con el perro que se t raga la cabeza del animal de pánico mient ras el cuerpo sale volando hast a que cae en mis zapat os empapándolo de sangre y mi humor se desfalca cuando la veo «Jodido karma».

Los pequeños risos cast años le caen por los hombros mient ras esconde los brazos hacia at rás como si la hubiese pillado en una t ravesura ent onces, sin dejar de mirarla, levant o mi zapat o aplast ando las t ripas del conejo que yace muert o en el cement o.

—¡Arya!

Alaska corre hacia nosot ros.

—¡M i conejo!

—¡Silencio!

Alaska me mira y parece que la esconde. La t oma en sus brazos llevándola hacia la cabaña mient ras doy la orden que peinen el área con un humor que empieza a hast iarme.

Verifico las zonas de salidas y escape, incluso las rejas que separan un helipuert o clandest ino en caso de emergencias mient ras dudo en ent rar pero por alguna razón t ermino haciéndolo, quedando at ónit o con la vist a.

El lugar es cálido y, lejos de cómo lo dejé, ahora cubre de muebles blancos y cuadros art íst icos. No parece una fort aleza o una guarida sino algo más cálido; t odo est á limpio, no hay alcohol a la vist a ni más desorden que t res muñecas sent adas en la mesa con insignificant es t azas de juguet e «Toda est a anormalidad en mi vida me pesa», por lo que me largo a la pequeña t erraza agarrando una de mis bot ellas de bourbon que ahora est án guardadas en una vit rina, siendo imposible no escuchar sus voces a lo lejos:

—¿Por qué est amos en est a casa? No t rajeron mi cast illo.

—¿Cuál cast illo?

—El de mi isla llamada Arya, donde hay un ponny con peluca negra y muchos cachorrit os de Furia.

—M i amor…

—Le dije a ese t ipejo que t enía una más grande y bonit a que la de él y no quiero pasar vergüenzas.

—¿Qué t ipejo?

—El niño bobo que no quiso hablar conmigo, t ampoco quería jugar y no me prest ó su robot porque es un grosero—se queja—. Es un secret o ent re la t ía villana y yo, así que no puedo decirt e más, Alaska.

La voz se va alejando a medida que mis pies avanzan a la t erraza donde me sient o a t omar el t rago mient ras dejo de at ender llamadas, cent rándome en el peso que cruje en mis sienes.

Cierro los ojos t rat ando de t ener un poco de paz en medio del enjambre y no sé cuánt o t iempo pasa pero no logro t ener calma en mi cabeza, por lo que me levant o para servirme ot ro t rago ahora quedándome junt o a la baranda en medio del silencio.

El hast ío lo t engo al límit e, la ira a un punt o inacept able, mis enemigos t ejiendo sus t elañas y no sé qué me molest a más pero t odo me apest a, como si el fast idio empezara a dominar mi ment e.

—¿La noche es linda, ciert o? Est e es el mejor lugar de la casa, la soledad es buena compañera en moment os t ensos.

Ni siquiera la miro y su voz parece adormilarme.

—Eso suena pat ét ico.

—¿M ás que t u enojo de mierda?—se pone a mi lado, a un met ro de mí y el silencio empieza a ser incómodo—. Te est ás llevando las peores impresiones de est a casa. Arya no es así usualment e, no t e conoce mucho por ello t rat a de llamar la at ención. Y…Furia est á un poco frenét ico. Tenle paciencia.

—Es un maldit o perro de cacería al que pret endes educar como mascot a.

—Es mi perro y ella t u hija.

La palabra aún ret umba en mi cabeza.

—Sé lo que hizo La Pant era y no me molest a—agrega—. Arya la adora, la pasan bien junt as, por favor no t e enojes.

—M et e las narices donde no debe.

—Tú le dist e ese poder cuando le encargast e nuest ras vidas y, aunque no sea sant o de mi devoción, no ha hecho un mal t rabajo. Siempre ha est ado para nosot ras.

—¿Evadiendo las órdenes que se les pide?—me irrit o— ¿Pret endiendo a exponerla cuando su cabeza est á en el péndulo?

—Pero est amos en Aust ria con t us hombres y mient ras no salgamos de aquí no nos pasará nada, mucho menos si est ás con nosot ras.

Inhala y exhala, su pecho sube y baja siendo imposible volver a sent irme ext raño en medio del silencio.

—Sé que no eres un hombre de muchas palabras, pero al menos me escuchas y aunque no digas nada amo t u compañía—sisea—. No soy una mujer que espera que t odo le resuelvan, amo. Todo est o es un caos, incluyendo Arya, y sé que est ás molest o por t odo lo que pasó, pero realment e no iba a quedarme de brazos cruzados cuando podía hacer algo con mi vida. Para t í es import ant e la obediencia, para mí los sueños que no t ienen por qué apagarse.

No cont est o.

—Tal vez… para t í no sea relevant e porque siempre lo has t enido t odo, has logrado t odo o quizá porque nunca fallas, pero para alguien que creía t ener mala suert e en la vida, que comía dos veces al día para poder ahorrar y pagar la rent a del cuart o donde vivía, sola, a la que no querían darle t rabajo por ser inexpert a, en un mundo donde a nadie le import abas, es un sueño cumplido el llegar a t ener algo t uyo, quizá… porque nunca he t enido nada.

M e llevo el bourbon a la boca siendo imposible oler su perfume mient ras descansa los codos en la baranda mirando a los árboles, con el rost ro perdido.

—Pensé que la vida me había dado una oport unidad con Brist ol, que mi suert e había cambiado, pero nuevament e la idiot a que creía en las personas era engañada.

Sopeso en silencio

—No t enías forma de saberlo—pego mi cuerpo a la baranda, aún mant eniéndome a un met ro de ella—. El miedo es como el amor, ciega a las personas. Tu padre no midió las consecuencias.

—Con ment iras para prot egerme, que al fin al cabo son eso: ment iras. Huellas que no se van porque dañan ¿Y sabes? Tal vez ese el problema de t odos los hombres que he conocido; me ven como a alguien que t ienen que prot eger subest imando mi fuerza y ya est oy cansada de su lást ima…

El t rago arde en mi gargant a, me sigo quedando en silencio.

—Aunque…—agrega—exist an oscuras excepciones.

—¿Como cuáles?

—No sé—sonríe—.Unos que andan secuest rando a sus víct imas.

Tuerzo los labios, sin mucho humor, mient ras gira la cara para verme a los ojos.

—Yo t e rompí el mundo, niña.

—Tú me salvast e, M arkos—sisea, dando dos pasos hast a mí—. Fuist e el único hombre que ha creído en mí. Que puso un arma en la mano aún sabiendo que era un desast re. Que me dio poder cuando no era nadie en el mundo.

Sus ojos arden en los míos cuando me mira de esa manera y por alguna est úpida razón sigo su hechizo. M is hombros se relajan, su risa medio hace que se relaje mi humor hast a que se acerca sigilosament e, y solo reparo esa boca.

—No deberías creer en mí.

—Lo hago absolut ament e—sus ojos brillan—. Oscuro, maldit o, Siniest ro… así me gust as.

— Μην ερωτεύεσαι…είμαι η καταστροφή σου. «No t e enamores...soy t u dest rucción»

M e mira con los labios ent re abiert os, la respiración pesada como la mía y, después de dos segundos cerca, con sus pezones dándome una invit ación sugerent e, sus labios chocan los míos mient ras la t omo de la nuca devorándole la lengua que baila ent erament e con la mía.

Joder, necesit o est o, pero no aquí.

El hambre me incit a cual animal que devora a su presa favorit a. Sus caderas se soban cont ra las mías y un grit illo se alza cuando la t omo en mi hombro llevándola hast a el sót ano, donde cae casi empinada cont ra mí con un brillo en los ojos porque sabe perfect ament e dónde est amos.

Desde ya saboreo sus jugos en mi lengua, imaginando lo rosada que se ve su piel cuando mi fust a caiga sobre su clít oris, ansiando aliment arme de ella de nuevo.

Emit e un gemido cuando la clavo cont ra la pared mient ras sus manos t raviesean hast a llegar al cierre de mi pant alón, abriendo el bot ón y el pliegue que libera mi hinchazon erect a hacia arriba, la cual at rapa con dos manos t rat ando de apret arla.

—¿Le duele, amo? —jadea—Est á t an dura…

—Puedes probar… sobándola.

—¿Así?

Frot a, jadeando.

—Se ve… grande, gruesa…gorda, amo. Pobrecit o.

—¿Y dónde quieres que t e la met a?—siseo, en su oído, presionándome con su mano mient ras la punt eo.

—En t odas part es.

—¿Dónde? Enséñame dónde.

—Aquí…—me lleva hast a la ent rada de su sexo, hundiendo la punt a, humedeciendo mi glande con sus jugos.

—Sin cont emplaciones—det ermino, t omando una fust a que clavo en su espalda—. Hoy t e rompo, niñit a.

CAPITULO 15

Alaska

No sient o los pies, las piernas ni espalda, solo la corrient e eléct rica que me quema a la par de su lengua ruda punt eando la mía mient ras juguet eo con su glande en mi clít oris.

La ansiedad hace que me desespere. Su erección se engrosa «Ya me cuest a sujet arla con una mano…» y me duele más cuando se int roduce apenas un poco, luego lo saca, vuelve a int roducirse para luego frot arse fuera, deslizandose por el mont e de mi sexo mient ras mis ojos no dejan de ver cómo me vuelve loca.

—¿Te gust a?—gruñe, calent ando el lóbulo de mi oreja—¿Ves cómo se empapa de t í? Qué mojada est ás, niña rebelde.

Quiero hablar pero no me deja.

—Shh. Hoy vamos a jugar…rico—susurra con la voz ronca—. Cada palabra o gemido será un cast igo ¿Quieres saber cómo t e voy a cast igar, Alaska? ¿Lo que t e va a doler? ¿Lo…rico que t e voy a dar?—sisea, sucio t odavía en mi oreja.

Las mejillas me explot an. La ment e se me nubla siendo incapaz de responder, acariciando de arriba a abajo su pene duro, grande, calient e, hast a que mis dedos frenan en sus t est ículos y su mirada oscura me hace det enerme.

—Dat e la vuelt a.

Su voz ronca me excit a. Apriet o los dient es y luego cont inúo:

—Sí.

—¿Sí?

—Sí, mi señor.

M e giro y el soplo del vient o que se cuela por una vent ana hace que mi cuerpo se escarapele por la desnudez. Ya no pienso, no proceso, no imagino nada; es más, pareciera que mi cuerpo se est uviese preparando desde ya para el dolor, por lo que cierro los ojos al sent ir la venda que amarra t apandome la vist a con un nudo en la gargant a que no sé cómo disuadir.

Inhalo pesado y exhalo mierda. Hago un puño para combat ir la t ensión que me genera escuchar cosas moviéndose, cadenas cayendo, cajones que se abren sin siquiera imaginar lo que sigue después.

«Por Dios, frena est o» M i lado más lógico habla pero, aunque parezca ilógico, me gust a. Desde hace mucho ya no soy la chiquilla que le t emía enmascarando ese miedo en una coraza llamada rebeldía que más lo hacía enojar que est ar a gust o.

Ahora soy conscient e de lo que quiero con él, de t odo lo que he aprendido, de que me gust a más un sexo sucio y perverso que limpio y rosit a. Que aún t ensa «Porque Siniest ro es un hombre impredecible…» me prendo, aún con dolor me mojo, aún sabiendo cómo me gust a que me me mont e, aunque est a vez…

—¡M m!—doy un grit illo cuando la fust a helada baja del mont e de mi nuca pasando por la columna vert ebral hacia el inicio mi t rasero.

—Abre.

M e quedo helada y lat iga. El dolor no es t an incómodo, más es el placer que me da el sent ir el palillo deslizándose ent re el canal que abre mis piernas.

—M arkos.

—Silencio—vuelve a lat igar.

«Cada gemido o palabra t e cost ará…» Solo recuerdo las palabras y la humedad crece.

M i cuerpo se ent umece por el frío, las manos las t engo aún más quiet as ya no solo por la t ensión sino por la elect ricidad que empieza a calar dent ro cuando sient o sus dient es en mis nalgas.

Pasa su lengua ant es de morderme. M is mejillas explot an de ansiedad, ent re abro los labios expect ant e, aún más cuando me palmea de modo que quedo a su merced, bajando mi espalda hacia una soga que cae desde arriba en la que me sujet o.

—Um…

Hast a que int roduce el mango de la fust a en mis labios vaginales, hincando mi clít oris en forma circular mient ras sube por mi columna con besos para llegar al cuello que devora.

—M ar…

—Silencio—me da una palmada y me quedo rígida. M e t rabaja de t al forma que encorvo presionando mis muslos mient ras me voy meneando en la punt a.

Trat o de no gemir pero es imposible. M e empapo más y más a cada nada, ya no sé si soy persona o líquidos que parecen babear por mis piernas, aún más cuando con una mano me apriet a el pezón y la ot ra parece rasgar mi carne en la más fina int imidad de mi sexo.

—Sin pregunt as.

Gruñe t omándome de la cint ura hast a t irarme al colchón que yacía en el suelo cuando ent ramos. Est oy t an mojada que, a pesar de haber est ado t ant as veces con él, me da vergüenza. M is piernas t iemblan al caer en cuat ro y el grit o que sale de mi gargant a cuando me gira es t an alt o que t emo que Arya escuche.

Sopeso las emociones mient ras me t oma de las muñecas amarrándolas. Lo mismo hace con mis t obillos de modo que quedo a su merced expuest a, cont raída como una posición de part o, complet ament e abiert a con los muslos t emblando cuando el colchón sube y las cuerdas se est iran.

—Qué es est o…—gruño en pánico y vuelve a nalguearme—. M arkos…

No responde y sient o que se va. El no relajarme ahora hace que mis músculos se pongan duros, ya que t rat o de solt arme y me es imposible, t rat o de moverme y lo único que encuent ro es dolor cuando las punzadas de las sogas hacen fricción con mi piel sensible.

Los pasos se acercan de nuevo por lo que agudizo mi oído. Su colonia es un afrodisiaco para mi ment e, el olor a sexo podría desprenderse por t odas part es, aún más cuando sient o su nariz en mi pecho bajando sin t ocarme, solo acariciando la punt a de mis vellos invisibles hast a llegar a la int imidad que penet ra.

—Un poco más—sisea, abriéndome más las piernas con la soga.

La posición es incómoda no por la acción sino por lo que logra: que me abra t ant o a sus ojos, que el solo hecho de imaginar que me ve me sonroja.

—Qué hambre.—Gruñe.

Su nariz t oca el borde de mi sexo e inhala. La lengua la despliega de abajo hacia arriba apenas t ocando «M aldit o» y en un dos por t res puedo sent ir el pellizcón que me da dos punt adas que sost ienen mis labios vaginales sin vellos con…

«Pinzas»

—Quiero dest rozar ese coñit o. Abiert o, ent ero, complet o para mi polla.

Ahogo el grit o en un gemido mient ras el horror me invade de repent e. Esa sensación de pánico por lo desconocido combinado con la excit ación, los fluídos y su lengua bordeando las líneas de mi abert ura me prenden a niveles ext remos.

M e arqueo levant ando mi abdomen cuando su lengua me penet ra el canal, ent rando y saliendo hast a que logra desbordarme. M is cachet es son un caldero cuando prosigue lamiendo hacia arriba, chupando mi clít oris con su fuerza para luego solt arlo siendo t an best ia como el primer día.

Los pezones los t engo t an duros que hast a duelen. No sé qué hace que de pront o las cuerdas t raseras se levant an «Est oy en el aire» hast a que t oma mis piernas y la envuelve en su cuello mient ras succiona y se t raga el exceso de mis jugos.

¡Dios! El dolor de las pinzas es mínimo para lo que hace con sus dient es. M e est á dejando seca de t odo lo que chupa, de cómo met e dos dedos en mi canal mient ras con la punt a de su lengua me t rabaja el cent ro.

«No puedo, es asfixiant e»

M i pulso lat e a mil, mis pensamient os se desbordan aún más cuando apriet a mis nalgas hacia su boca mient ras con su mano est irada me quit a la venda y lo que es…

Oh, mierda.

La “ O” es perfect a en mis labios cuando solo veo sus ojos porque lo demás de su rost ro lo t iene ent errado ent re mis piernas. M e sient o como un animal expuest o en una carnicería; con las piernas y muñecas amarradas, unas pinzas abriendo mis labios vaginales y, aún así, mis paredes se cont raen hast a que…

—Dámelo.

Abre su boca recibiendo la explosión que segrego cuando me corro y lo chupa. La imagen de sus labios empapados y got eando de mí me sonrojan, aún más cuando se lame los labios mient ras t ira de las cuerdas que bajan mis piernas.

—Falt a el plat o de fondo—me mira con unos ojos que at erran mient ras sus dedos vuelven a deslizarse por mi vagina sensible, adolorida por los hincones de las pinzas mient ras t oma ot ras para ponerla en uno de mis pezones y…M aldit a sea.

Cierro los ojos y cuando los abro ya t engo una de sus manos encima, t ocando con morbo ot ro de mis senos siendo imposible no verle el t ronco que parece más vivo que nunca.

Es ext remadament e grande ahora, más grande de los que le he vist o ant es. Kilomét rico, lleno de venas hinchadas, empapado de líquido pre seminal en la punt a y me quedo sin habla cuando se acerca, caminando con las rodillas hacia mis senos, como si pudiese leer mis pensamient os…

—Sécame, niña.

Ent onces se apriet a en mi pecho, arañando mis t et as hacia adent ro para follármelas y el hecho que se frot e me quema, ver cómo la punt a choca en mi ment ón me da un hambre que sacia cuando aument a su rit mo y me deja chupársela.

«Oh… calient e»

Desde abajo se ve aún más grande, imponent e, maldit o. Ver ese cuerpo griego bronceado, musculoso, lleno de t at uajes mient ras se la mamo vuelve a empaparme mient ras su pene me rasga la gargant a y oh, mierda, lo quiero t ocar pero me es imposible. Con mis dient es lo raspo y le gust a. La succión se vuelve asfixiant e cuando ni respirar me deja, ya que apenas se vuelve a hinchar saca su miembro para correrse en mi cara empapándome de su líquido.

Um…salado.

Respirar me cuest a, aún más al verlo t an act ivo posicionándose encima de mí mient ras con una mano me limpia y con la ot ra apriet a uno de mis pechos para succionarme.

—Ext raño la leche—gruñe y el líbido se me dispara—. Sin sabor, t ibia, chorreando en mi lengua.

Sient o su erección creciendo ent re mis piernas, sobándose ent re mis labios vaginales y ni siquiera puedo moverme. El lat ir de mi corazón explot a, mi sexo se deshace en su punt a y ahora t ira de la cuerda elevando mi part e superior para que, aún con los brazos arriba, mi vist a quede al nivel que quiere.

—M íralo—con su mano dirige el pene hacia mi canal met iendo y sacando la punt a—. M ira cómo t e llena…

De un t irón empuja y se sient e embriagant e ver el t ronco rosado ent rar en mi sexo. Abro los labios solt ando una queja que se vuelve gemido. M e muerdo la boca para sopesar lo que me gust a, lo rico que se ve cuando ent ra y sale empapado hast a que se vuelve una best ia que embist e sin piedad alguna.

M i cabeza se gira hacia at rás mient ras mis brazos se sost ienen de la soga. Los músculos empiezan a dolerme pero aún más mi sexo en el que parece ent rar con difcult ad porque no cabe y, aún así, se int roduce por complet o quedando solo sus t est ículos fuera.

—M e vas a part ir…—gruño al ver cómo cont rae las nalgas mient ras me da duro, lo peor es que est oy t an abiert a que no puedo hacer nada, solo recibo y se sient e aún más al no t ener el capullo que envuelve mi sexo, ya que las pinzas hacen su t rabajo.

El sonido de su cuerpo cont ra el mío me excit a, aún más cuando sus manos quedan en mi espalda mient ras gruñe follándome como un loco. Ent ra, sale, ent ra y vuelve a salir rápido. No hay límit es para su sexo ni para el mío, se ent ierra duro hast a el fondo t ocando mis paredes más frágiles, llenándome de su polla gruesa mient ras mis labios logran besar su hombro y lo único que veo ahora son sus nalgas embist iéndome a t al punt o de hacerme grit ar alt o.

Gimot eo en su oreja mient ras su boca resuena solt ando gruñidos. Tira de las cuerdas por fin solt ándome; mis brazos caen en sus hombros, las piernas casi enrolladas en su cint ura y en un dos por t res se deshace de las piernas mient ras me folla en el aire, con mi cuerpo encima del suyo, hast a que acomoda la alt ura del colchón y lo baja elevando mis piernas.

«Dios…es insaciable»

El miedo que le t enía ant es al sexo con él no era por su rudeza sino por el hambre con el que parecía comerme. M uerde mi dedo gordo del pié mient ras me penet ra y es delicioso, nuevo, sencillo. Grit o sint iendo que me quiebra, que la sensación explot a en mi cabeza a medida que me dest ruye siendo imposible no sent ir que me asfixio cuando me cont raigo y me corro junt o a su miembro que no deja de llenarme.

Es un gruñido profundo y saciant e, su voz ronca junt a a la mía ext asiada pidiendo más y más, por lo que no hay límit e para ello. Prueba posiciones raras que me gust an, lo mont o como quiero y cada que el reloj marca ot ra hora el deseo se aviva, cada que mi cuerpo se sient e como t rapo me doy el lujo de besar su boca mient ras mis manos sost ienen su rost ro en medio de jadeos hast a que cae encima de mí y solo pido una noche cerca.

Su corazón lat e t an fuert e como el mío, la calent ura de nuest ros cuerpos fundiéndose acrecient a el vapor que se est ampa cont ra las lunas borrosas y, t odavía sin salirse de mí, pega el rost ro cont ra el colchón cerca de mi hombro para recuperar el alient o que en un dos por t res se conviert e en liberación y cansancio.

Los segundos pasan y por inercia lo acaricio con cuidado como si fuese una best ia que muerde. No sé qué est oy haciendo «Jamás lo pude t ocar así en est os años» pero aprovecho que su foco est á en ot ra cosa para hacerlo mío, llevando una de mis manos hacia su cabello y la ot ra hacia su espalda musculosa sin import arme cuánt o pesa en mi encima.

«S'agapó» es lo que pienso en mi ment e mient ras el sueño empieza a picarme.

Los guardias cambian de t urno a las 5:00 am y siempre son los mismos pasos que escucho fuera, por lo que puedo int uir la hora, cuánt a int imidad hemos t enido además de la razón de por qué me duele t ant o ent re las nalgas y piernas. «Bendit o vicio»

El sexo no empeora con el pasar del t iempo, al cont rario, se pone más exigent e. La cara se le not a cansada «Lo vi exhaust o desde que llegó a la cabaña», mis párpados pesan horriblement e por lo que me ent rego al sueño mient ras sus manos t odavía me t ocan en un vaivén de movimient os que olvido cuando la ment e se me nubla.

No sé cuánt o t iempo pasa, quizá ya han sido horas, y me sient o calient e. Escucho a Furia ladrar sabiendo que ya es de día siendo imposible abrir los ojos cuando el olor de mi colonia varonil favorit a t odavía se posa cerca.

«Solo cinco minut os más es lo único que necesit o» Al abrir la palma de mi mano soy conscient e de que me t opo con la suya. Lucho por verlo, ent re abro mis ojos sint iendo que un camión me arrolló anoche y efect ivament e est á aquí, t al vez no t an lejos de mí como creía.

—M arkos…—digo sin pensarlo, pero mi voz fue casi como un susurro, así que giro mi cuerpo t opandome con su cuello en el que descanso y se sient e t an bien que vuelvo a adormilarme.

Est á profundament e dormido y es la primera vez que no lo veo a la defensiva. La primera vez que me deja de alguna manera t ocarlo más allá del sexo y de la ansiedad que sient o me cuest a dormirme, por lo que ent re abro los ojos para mirarlo.

«Sant o cielo…qué maldit o cuerpo»

No fui t an conscient e del monument o de músculos que es cuando lo veo dormido. De lo grande que t iene t odo, incluyendo su t rasero, mient ras beso el nudo de su gargant a.

Pasan largos minut os, t al vez media hora, y solo cuando nos calent amos se da cuent a de mi presencia, por lo que se mueve «Est oy acost umbrada» y cuando pienso que se va a ir solo me volt ea haciéndome cucharit a para frist arse cont ra mi sexo desde at rás mient ras sus dedos empiezan a prenderme.

—Aún no me sacio como quiero—gruñe, con esa voz ronca de recién levant ado.

—Buenos días—sonrío al sent ir cómo me medio levant a la pierna—. ¿Quieres algo de desayunar?

—Ya t e est oy desayunando.

Y giro el rost ro para besarnos mient ras sus dedos se ent ierran en mi int imidad, pero lo freno cuando soy conscient e de la hora.

—Hay mucho silencio.

—¿Qué?

—Arya—me sient o de golpe sabiendo que el silencio significa la dest rucción cuando la rebeldilla est á en casa.

Est oy desnuda, mi ropa desgarrada, así que t omo un mant el que cubre no sé qué cosa salt ando en punt illas hacia la recamara y, cuando logro ponerme el albornoz, vuelo hacia la cocina viendo la peor pesadilla de alguien que t rat a de adiest rar a una dest ruct ora por nat uraleza.

—Furia se comió mi comida.

El perro est á encima de la mesa t ragándose gallet as, helado, además de t odo lo que encuent ra.

—¡Abajo!

Saco la t onelada que pesa ant es que M arkos lo not e—porque est a vez sí lo mat a— mient ras peino su cabello queriendo dejarla present able cuando sient o pasos que se acercan.

—Pórt at e bien, cielo. Tu padre est á aquí.

—Siempre est á cont igo—cruza sus brazos—. Ni siquiera me prest as at ención por est ar con Van Ruco, ya ni quieres jugar.

—Sh…—la regaño—. No debes decirle así. Y claro que no es ciert o, ayer llegast e muy t arde por irt e con Irina y t enías que dormir.

Alza los hombros como si no le import ara, ent onces le sonrío dándole un beso.

—M i gruñona ¿M e dirás qué cosas hicist e con la t ía?

Niega con la cabeza.

—Es un secret o. M e enseñó muchos videos divert idos y fuimos a la playa. Vamos a navegar por un mar de sangre algún día.

—Oh…—finjo sorprenderme—. ¿Y no me ext rañast e?

Niega con la cabeza.

—¿Ni un poquit o?

Sonríe negándose de nuevo y me la como a besos mient ras le hago cosquillas hast a que acept e que ext rañó a su madre, como es usual en nuest ras mañanas divert idas.

—¿M e quieres mucho?—dice, ent re risas.

—M uchisimo, eres mi vida.—Paro acariciándola.

—Ent onces dame eso, lo quiero para mí—señala la pulsera de oro que nunca me quit o, cuyas iniciales “ P.M ” aún brillan en mi muñeca y la sonrisa se me borra—. Dice P.M : princesa majest ad Arya, es para mí.

Pone su dedit o encima y como sea la dist raigo para que lo olvide. La t omo ent re mis brazos dándole vuelt as mient ras Furia se para en dos pat as porque t ambién quiere que lo carguen «Perro engreído» así que solo nos corremos y una pizca de dolor se enciende siendo incapaz de est ar t rist e por el regalo que me devolvió la vida.

Dije que no iba a volver a lament arme nada desde que Arya nació, pero es imposible borrar lo que queda como cicat riz en el alma. A veces me pregunt o qué será de mi bebé perdido ¿Est ará en el cielo? ¿Llorará buscando a su madre? ¿Papá lo est ará cuidando? ¿M e verá? ¿O simplement e no exist e? Esas pregunt as t odavía me queman por dent ro.

—¡Ahí viene el perro inút il!

Arya salt a de mis brazos corriendo por encima de los muebles mient ras Furia la persigue. Su risa es como un cicat rizant e del dolor, la miro y no me cabe en el pecho lo que significa, por lo que me t rago ciert as emociones que ya no deben pesarme como ant es y solo la reparo con una sonrisa.

—¡Furia, no!

Ent recierro los ojos al ver cómo se sube a los muebles blancos y luego me río hast a que la presencia de M arkos lo det iene, haciendo que salga disparado hacia el jardín con pánico dando pequeños jadeos ansiosos.

—Asust ast e a mi perro. Ya no me dará cachorrit os por t u culpa.

—Dile hola a papá—siseo en su orejit a cuando bajo su nivel pero se niega y t ampoco le exijo.

El caráct er se le sale desde ahora, cruza los brazos ret ándolo pero M arkos ni se inmut a, pasa de largo ignorándola hast a llegar a la t erraza donde se sient a con un vaso de t rago mient ras at iende a Sky que parece llevar t iempo esperándolo.

De reojo lo miro con ganas de comerle la boca. Todavía t engo el albornoz encima, el olor de su cuerpo cont ra el mío y él solo lleva unos pant alones, por lo que es imposible no reparar cada cent ímet ro de cuerpo perfect ament e t rabajado mient ras luce brillant e, como si hubiese dormido bien en t oda la noche.

Los guardaespaldas aparecen casi de inmediat o cuando se dan cuent a de su presencia. Se esfuerzan el doble al ver al amo, obedeciendo, bajándole la cabeza por el t emor y respet o que le t ienen al igual que los Thirios hombres que aparecen sin las zorras que siempre lo acompañan.

—Buenos días, señora—la mucama que llega uniformada junt o a ot ra mujer llama mi at ención, ya que les dieron el día libre cuando Irina se llevó a Arya—. M i soberana.

Saluda Calist a, la niñera que más parece un ex soldado de la mafia, pero Arya me levant a las manos para que la t ome y lo hago.

—Vet e. No voy a decírt elo dos veces.

—Arya—La regaño aunque sea nat ural, por mucho t iempo hemos vivido solas y t odavía no se acost umbra con ot ras personas.

—Como ordene, mi soberana.—Le hace una venia.

«¿Soberana?»

—Es lo que la Prinkípissa pidió que le digan de ahora en adelant e—explica en t ono griego, al ver mi rost ro at ónit o—. No quiere que le digan cría, es la heredera del clan más import ant e del mundo y le hemos jurado lealt ad desde la cuna sin conocerla.

—Puedes irt e.

Arya insist e levant ando el ment ón mient ras la sient o en la silla y, cuando ent reabro mis labios list a para explicarle que t odas las personas somos iguales, la frialdad con la que me mira me hace cerrar la boca al ver los mismos ojos azules fuego de Siniest ro en ella.

Cont engo el alient o cada vez que le not o el gen del amo dent ro y quizá la niñera t enga razón: no puedo negar en lo que se va a convert ir un día, pero t ampoco quiero obligarla a hacerlo si no lo desea.

—¿Te gust a el nombre “ soberana” ?

—Eímai énas drákos «Soy un dragón» , soy su soberana—gruñe en perfect o griego— La t ía villana lo dijo y t ambién que quizá pront o viviré en un cast illo en una isla griega con muchos sirvient es.

M e paralizo, sint iendo un aire helado en la t ráquea.

—¿Qué? —inhalo—.¿Qué más t e dijo?

—Que me vas a comprar muchos juguet es—acaricia mi mejilla con una sonrisa pícara y ent recierro los ojos, oliendo la ment ira del cachorro.

—Te crecerá la nariz de pinocho si sigues manipulando las cosas.

—Nooo, mi nariz—se la t oca, asust ada—. Es un secret o, no puedo decirlo.

Suelt o aire, acariciándola.

—Est á bien, respet aré t us decisiones, pero t en en cuent a que la t ía villana a veces exagera así que no debes hacerle mucho caso ¿Si? Te amo mucho, mi amor, y est aremos junt as siempre. ¿Quieres est ar conmigo siempre, mi pequeño mal versión dos, rebeldilla, t erremot o de Aust ria?

Asient e, por lo que la abrazo y milagrosament e se deja.

La sensación de perder a mi hija empieza a volverme loca «Jamás lo permit iría, primero me muero» y es t ant o mi miedo que, por alguna razón, t rat o de alejarla de los hombres que acompañan a M arkos a t odas part es para prot egerla, aunque ella parezca int eresarse al ver a t ant o t ipo de t at uajes acercarse a la casa.

—¿Le damos de comer a Furia?

La saco a ot ro lado con el perro siguiéndonos.

—Él no come croquet as—me regaña cuando t omo la bolsa—. Él come conejos con sangre, se los lame y le gust a. Y t ambién las t ripas, yo le dí una de mi mano.

«Est oy nerviosa, es eso». Hago silencio sopesando mi alt eración al darle cereales que come con gust o mient ras me llevo una mano a la frent e queriendo creer que la princesa dulce que veo es alguien de su edad y no un ser maligno que goza la muert e del ot ro.

M i expresión no cambia al pasar los minut os sin poder pasar la idea. Esa gent e no se va, mi casa parece plagarse de t ipos rudos y la ment e me juega en cont ra al imaginar quién sabe qué cosas le habrá dicho La Pant era a Arya, por lo que t omo el celular con la int ención de encararla pero cuando est oy a punt o de conect arme una llamada se cuela, siendo imposible cort arla…

—¿Alaska?

Abro mis ojos de golpe.

—Daniel.—Siseo.

—Fui a t u depart ament o en Innsbruck pero parece que ya nadie vive ahí ¿Te mudast e? ¿Est ás bien? Nadie supo nada de t í después de lo que pasó en la present ación de Lanka.

Hago silencio, inhalando y exhalando sin concent rarme.

—Sí. Lo sient o, fue precipit ado t odo. He est ado un poco desconect ada por el acoso de la prensa, ahora mismo fuera de la ciudad por precaución.

—Ent iendo y perdón si soy inoport uno pero hay papeles que debes firmar con urgencia. Todo se quedó en el aire después de lo sucedido, perdimos mucho dinero y ahora mismo t enemos demandas por incumplimient o de cont rat os con envíos. Además…Emilia apareció muert a en su casa y la policía invest iga el caso. El marido nos culpa direct ament e y quiere una indemnización. M i abogado hizo un salvoconduct o donde indica que ni t ú ni yo est ábamos ent erados del t ema. Hay muchas cosas que dejamos en el aire y no puedo solo… t e necesit o.

Suelt o un suspiro frot ándome la frent e.

—La gent e est á desmot ivada—agrega—. M uchas personas perderán su t rabajo si no sacamos est o adelant e junt os. Los caminos no siempre son fáciles pero no debemos darnos por vencidos cuando los sueños pesan más que los problemas ¿Ciert o?—hago una pausa, indecisa—. Lanka es t uya, Alaska. No le des la espalda cuando más t e necesit a. Les dije que hoy podrías arreglar el t ema laboral con ellos.

—¿Hoy?

—Es fin de mes y esperan que se les pague, pero est oy fuera del país y no sé si regresaré a t iempo. M uchos niños dependen de las madres solt eras cost ureras que insist ist e en cont rat ar para darles una oport unidad mejor.

Cierro los ojos y cuando los vuelvo a abrir Arya me mira curiosa.

—Est á bien, iré apenas pueda.

—Brillas, Alaska…Siempre lo haces en t odas sus formas. Por favor, cuidat e mucho.

Cuelgo con un sinsabor en la boca que me cuest a pasar. Él t iene razón, yo t ambién me met í en est o y los problemas no esperan, hay que enfrent arlos para darles una solución, peor aún cuando hay gent e vulnerable que depende de las decisiones que t omemos.

—¿Vamos a ir a ver a la maest ra? ¡Luego quiero ir a la plaza por un algodón de azúcar de unicornio!

—No, no iremos.

—Pero t odavía no me dan mi est rella. Quiero mi est rella.

M iro la fecha y veo que hoy es el últ imo día para la ent rega de not as de Angels Garden donde le dan est rellas a los mejores puest os del salón por el cierre de año en el que seguro Arya salió sobresalient e.

—Dijist e que ibas a ir… —salt a queriendo quit arme el t eléfono—¡Quiero hablar con mi t ía villana!

Piensa que la llamada fue de Irina. Se queja por las est rellas que quiere recibir y es imposible que se lo quit e de la cabeza cuando ama recibirlas además de est ar con sus amigas. Trat o de cambiarle el t ema pero no

funciona, Arya es demasiado int eligent e, de esas rebeldillas que no da su brazo a t orcer hast a que consigue lo que quiere por lo que el escándalo llama la at ención de los guardias que me ven esperando cualquier acción para at acarme.

—¿La soberana est á bien?—indica uno, bajándole la cabeza—¿Se sient e incómoda?

—¿Qué es lo que t e pasa? —gruño—.No es t u asunt o.

—M i asunt o es velar por que la soberana se sient a a gust o, mi señora.

M e ofende y enoja que quieran pasar por encima de mí, además de asust arme la idea de cómo la ven desde ahora «Por dios, no est á en edad» La t rat an como si fuese una reina de la mafia, dándole un poder que no deben porque aún no es t iempo y pront o son t res los que se ven at raídos por las quejas sujet ando sus armas como si pensaran que la est oy malt rat ando.

—Compórt at e—le hablo bajit o pero cruza los brazos enojada con los ojit os aguados, siendo imposible no sent irme culpable.

Siempre he querido que Arya t enga la vida más normal que pueda t ener y se lo est oy quit ando. Ama est ar con sus compañerit as, ama las clases, dest acar con los maest ros, part icipar de act uaciones y t ambién jugar al aire libre, como cualquier pequeña de su edad a la que no puedes prohibirle que vuele porque es su nat uraleza.

El enojo en su carit a sobresale pero me duele más la decepción con la que me mira. Bajo hast a su nivel dándole un beso en el cachet e mient ras le digo en su orejit a que est á bien, pero que debe ser discret a y que sólo iremos un moment o por lo que me sonríe.

M e baño, cambio y alist o para luego vest ir a Arya que insist e en ponerse ahora un vest ido rosa como si fuese una princesa. Nunca le he prohibido a mi hija qué ponerse, amo que t enga decisión desde ahora, que escoja el at uendo como quiere y est a vez no es la excepción. Se t ermina de poner sus bot as sola y cuando est amos list as la t omo en mi cadera encont rando el aut o fuera junt o a la niñera—que más parece ser un soldado—mirándome de forma neut ra.

—La Prinkípissa desea ir a Angels Garden—musit a Calist a, segurament e porque escuchó su pet ición—. No se le niega nada a la soberana.

Asient e conforme y solo respondo con una pregunt a.

—¿La ciudad est á libre?

—Hast a ahora sí, mi señora—confirmo lo que ya sé sabiendo que quizá sea la últ ima vez que Arya pueda est ar con sus amigas—. Iré con ust edes…, para lo que necesit e.

El guardia al mando me da informes de la sit uación. M arkos como siempre se resguarda con las ciudades front erizas, no hay orden de t oque de queda ent re los miembros del clan ni de algunos t hirios que peinan el área, por el cont rario, acceden y me acompañan en camionet as siendo lo más invisibles que pueden.

Llegamos a la ciudad y ordeno que paren los aut os cerca de las oficinas de Lanka. Arya se queja pero es solo un moment o. Aunque no haya peligro con mi gent e, ya que quienes t rabajan en la empresa son personas que conozco muy bien, prefiero no exponerla así que la dejo en el aut o con Calist a, quien primero muert a a dejar que algo le pase, ya que su piel est á llena de jurament os en griego al Clan Van Loren y esa gent e es un poco ext rema.

—Necesit o at ender unos asunt os, será breve.

No doy más explicación que est a. Saben que el amo jamás pisaría un kinder, t ampoco le import aría est as cosas banales cuando su foco est á en dest ruir a enemigos. Apresuro mi paso sint iéndome ext raña; nuevament e est oy usando la gorra, lent es y bufanda pero al acercarme sólo los veo sent arse frent e a la luna de vidrio, con unas caras preocupadas, así que ent ro por la part e post erior y, cuando est oy a punt o de abrir la puert a, sient o que alguien me t oma el brazo de improviso.

—¡Soy yo!—levant a las manos mient ras lo inmovilizo de golpe.

M i pecho sube y baja del sust o, la piel se me erizó de solo pensar que pudo ser algún enemigo y sin querer t erminamos cerca.

—¿Daniel?

M e abraza de improviso y me congelo, no por la acción sino por lo que veo de reojo por la ent rada principal: Guardias peinando el área, evit ando que gent e común se acerque, hast a que, segundos después, aparece la siluet a de un hombre alt o, bronceado, con un aspect o villano que deja boquiabiert a a quien lo mira «M arkos» irrumpiendo en Lanka y se me escarapela el cuerpo.

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Alaska

Nunca sent í el est ómago t an cont raído como ahora. El espasmo pasa por mi t ráquea agarrot andola de pánico al ver la figura masculina imponent e que parece oscurecer t odo lo que t oca t ras el marco de la puert a mient ras las manos de Daniel se aseveran en mi cint ura t omándome desprevenida.

—¿Cómo est ás?

No pienso, no respiro, no proceso nada y t ampoco le prest o at ención a lo que dice. Por un moment o mi ment e se nubla haciéndose la misma pregunt a: «¿Qué hace M arkos aquí?» siendo imposible que el corazón se me agit e al ver la reacción de los colaboradores al verlo.

Sus caras se pet rifican como si hubiesen vist o al mismísimo demonio ent rar por la puert a. Tili, la anciana que borda a mano la pedrería fina de las prendas, se persigna mient ras los demás ent reabren la boca. Y es que no es fácil sost enerle la vist a. No es sano mirar a los ojos a quien t e dest ruye con una mirada asesina. M uchos corren cuando sient en que se acerca, ot ros prefieren bajarle la cabeza, pero ellos no saben a lo que se enfrent an, mi adrenalina se dispara y solo…necesit o hacer algo.

—¿Alaska?

—Sí—t omo sus hombros desesperada y lo giro hacia el almacén subt erráneo donde no hay vent anas, solo ret azos de t elas que donamos, mient ras mis mejillas se calient an—. Lo sient o, es mejor que hablemos aquí para más privacidad.

—¿Est ás bien?—se det iene.

—Por favor, vamos—insist o, casi empujándolo «O salvándole la vida»—. Es que no t engo mucho t iempo.

M arkos no perdonaría a Daniel si lo mira ¿Cómo le digo que t iene que irse? ¿Cómo le explico que mi marido es el amo de la mafia griega, psicópat a, asesino y rey de la peor pest e de Europa? ¿Que si lo ve sólo lo mat aría?

Los labios me t iemblan y se me baja la presión cuando por fin cierro la puert a del subt erráneo que sólo el personal aut orizado conoce. El olor a guardado empieza a picar mis fosas nasales; hay polvo, una que ot ra araña, pero nada se compara con el peligro que azot a y solo t rat o de calmarme aparent ando una sonrisa.

«Por Dios, empiezo a desesperarme»

Ni siquiera sé cómo respiro cuando se pone a explicarme de est ados financieros y finjo prest arle at ención cuando mi cabeza est á en ot ra part e. M e niego a que est é pasando ahora, just o ahora. Las pregunt as sin respuest as son muchas, pero t rat o de enfocarme en lo sucedido mient ras me frot o una sien con la mano derecha deduciendo las posibilidades:

Alguien sopló el hecho. Alguien le dijo que salí con Arya t rat ando de echarnos de cabeza y posiblement e si la zorra rubia est uviera aquí habría pensando ella, pero no es el caso. M is sospechas van a los escolt as, la niñera, o quizá t ambién fue alguno de los Thirios hombres que para nada les gust a mi presencia.

Sigo con las manos heladas haciendo puños con el est ómago revuelt o. Est amos just ament e debajo de ellos y no se escuchan grit os, por el cont rario un ext enso silencio que nunca ha exist ido en Lanka.

Daniel sigue hablando y no le ent iendo nada, mi cabeza es un manojo de nervios con un hombre como M arkos arriba, en el mundo simple que t ant o odia, rodeado de gent e a la que llama “ corrient e” por ser

mundana y t emor es que suelt en información de t oda la infraest ruct ura de est a empresa si no paro est o rápido.

—Oye…¿Enserio est ás bien?—me mira poniendo su mano encima de la mía—. Tiemblas. Hast a parece que odias mi compañía.

—No—sonrío—. Es el frío y que est oy un poco apurada. Lo sient o, me t omast e de improviso. Dijist e que se iba a hacer difícil venir, así que salí corriendo a solucionar el t ema pensando que no había nadie a cargo y dejé ot ros asunt os a medias.

Ríe. Su aspect o jovial y empresario resalt a. Por alguna razón me cont agia la risa «Tengo que calmarme» Así que solo le sigo el rit mo.

—Dijeron que el vuelo se ret rasaba por la nieve, pero al final el t iempo mejoró. La verdad es que pude avisart e pero mira, aquí est oy. Lo que t iene que hacer uno para vert e, eh, señorit a.

—¿Cómo?

—Si t e decía seguro hubieras pasado el t ema para ot ro día ¿Ciert o?

M e pica la cara siendo imposible no sorprenderme «Ni sabe en lo que se est á met iendo, su vida corre peligro»

—Eso no se hace.

—Soy un t ipo con ambiciones claras, Alaska—empiezo a desvariar, me guiña el ojo y no t engo cabeza para procesar lo que dice—. ¿Seguimos?

Trago pesado fingiendo devolverle la sonrisa. Daniel t iene la ment e de un t iburón: no se desenfoca, lo que quiere lo consigue, es un empresario exit oso, así que t rat ar con él a veces es un poco int imidant e, aún más cuando sé que M arkos est á cerca, por lo que no es el moment o para hablar de sit uaciones incómodas.

Desvío el t ema viendo lo más urgent e que son los pagos a proveedores, at ender las demandas que int erpuso el marido de Emilia para recuperar un 80% de los act ivos, además de la sit uación laboral de t odos los t rabajadores que no hacen más que depender de nosot ros.

Fue mi idea darle la oport unidad a quienes menos probabilidades t ienen. El mundo suele cat egorizart e por qué est udios posees, de qué universidad llegas y se olvida del t alent o innat o de gent e que quizá la ha t enido difícil, por lo que me t oca personalment e el alma al sent irme ident ificada y no, no voy a dejarlos de lado.

—Est o ha dado la vuelt a al mundo—me pasa recort es de periódicos siendo imposible relajar mis hombros al leer pura basura:

«La muert e ext raña de la socia de la ex modelo que desapareció hace años»

«Demandas millonarias por daños y perjuicios de los asist ent es al lanzamient o de Lanka»

«¿Alaska Wells de regreso a las pasarelas?»

«¡La copia! V-St reet fashion anuncia una pelea mediát ica por el uso modelos similares, cuya explicación radica: “ Usaron el color rosa en sus at uendos, Lanka nos copia” »

Tiro los periódicos y papeles luego de leer las not ificaciones judiciales. Est oy met ida en líos grandes, la cabeza empieza a dolerme, el hecho que M arkos est á fuera no me deja t ranquila, aún más por est e buen hombre que, al parecer, respira t ranquilo sin saber lo que acecha.

—Tranquila. Lo solucionaremos.

—La gent e solo vive para invent ar mierda. ¿Quién carajos es V-st reet fashion?

—Nuest ra disque compet encia. Nos va a demandar por usar el color rosa en bikinis, un color universal que no sólo se usa en nuest ras prendas sino en las del mundo, alegando que no eres original y que ves t odo lo que hace con el afán de copiarla cuando ni sabes que exist e.

La ironía me t ensa.

—Y espera, no has leído a est e ot ro—enseña, agregando—: “ Alaska Wells sexualiza el rosa en bikinis, por usar el color que represent a a la mujer pura en prendas perversas” “ ¿Qué clase de mensaje le est amos dando a una sociedad que ve el color rosa como símbolo de candidez y pureza?” “ La romant ización de un color de ant año cuya modelo deja mucho que desear en las pasarelas”

Parpadeo sin ent ender lo que escucho para luego reír por mi desgracia, llevándome ahora dos manos a las sienes con el afán de calmar las t ensiones, ya que no sé si es una broma o gent e real que puede afirmar t ant a t ont ería.

—Solo falt a que me orine un perro—los nervios me hacen sonreír, pero me es imposible seguir con ello cuando sient o una punzada en el alma—¿Cuándo pasó t odo est o? Tant a mierda, t ant a t oxicidad hacia una persona que solo busca seguir sus sueños.

El silencio pesa más cuando no hay respuest as, siendo imposible recordar las veces que me sent é en una banca bajo la lluvia, sola, en un mundo de víboras que anda buscando mis moment os más débiles para at acarme sin que me haya met ido con ellos.

Papá t enía razón cuando decía que la gent e se ensañaba con uno por envidia, diversión o simplement e porque creces, pero no es hast a ahora que lo comprendo y esa soledad se sient e rara. Sin padre ni nadie en quien t e escudes cuando necesit as que alguien t e prot eja. Sin saber qué dirección t omar porque cada que respiras t e lanzan un cuchillo.

—Saldremos de est o junt os, no podemos vencernos ahora—t oma mi pierna—.Sé que es difícil, que buscas prot eger a t u hija, pero si solo huyes los problemas se acrecient an. Hay que salir a encarar, la prensa est á ansiosa por t us declaraciones. M ent e int eligent e, veamos est o como una posibilidad: t enemos a los medios encima, crit icándonos, pero encima y al parecer desde hace un par de días la demanda t iene buenos indicadores por la crít ica.

—No, t ú no sabes cómo es esa gent e. Es lo que quiere la prensa, que salga para hacerme caer y que t engan un por qué para burlarse. No seré part e de est e circo, t ampoco subiré sus rat ings sacrificando mi int egridad y mucho menos exponiendo a mi hija.

—Por supuest o.

—No me int eresa volver a las pasarelas, no como modelo exclusiva. Deseo lo que siempre he querido desde pequeña: hacer crecer algo mío, cambiar vidas, inspirar a ot ros para que t ambién lo hagan. Lanka es el hogar de mucha gent e que t ambién fue rechazada por un est ereot ipo, por la falt a de est udios o por la vida misma. Gent e que no ha t enido nunca nada y que espera un lugar seguro.

—Lo ejecut aremos.

—¿Y cómo haremos para pagar t odo lo que debemos? Perdimos t oneladas de prendas por el incendio que se armó en el lanzamient o de Lanka, el poco dinero que nos queda a las just as permit irá pagar algunos implement os pero no t odos los que necesit amos para cumplir con los cont rat os ext ranjeros. Los proveedores no esperan su pago, el hambre t ampoco espera, t enemos demandas millonarias y encima el caos mediát ico nos dest ruye—inhalo profundo—. Te debo mucho t ambién…, los adelant os que nos dist e se fueron al carajo.

—No t e preocupes, veremos la forma—punt ualiza—. Tengo dinero invert ido en ot ros negocios, pero ya he hablado con un amigo inversionist a en un banco de Berna para un prést amo.

—¿Invert irás más dinero del que hemos perdido en est o? ¿Cuando no sabes si podré pagart e?—me sincero—. ¿Por qué, Daniel?

—Porque creo en t u ment e brillant e, Alaska. Y en lo que piensas. Usa lo que queda para darle un adelant o a las casi cincuent a personas a las que le debemos pago, son los que más necesit an.

—¿Y los proveedores?

—Tenemos unas semanas más, veremos qué hacemos. Por lo pront o nuest ra gent e t iene que seguir produciendo prendas, t u creat ividad seguir diseñándolas y no perder las t elas que al pasar los meses podrían desvalorarse. Puedo cont ar con t u compromiso ¿Ciert o? Vert e más seguido, t ener reuniones…

Ent iendo su indirect a y solo asient o «Los problemas me han hecho ausent arme». Daniel siempre ha sido un hombre int eligent e, direct o, respet uoso y t ambién un t iburón en los negocios, por lo que su confianza est á basada en algo que t iene fut uro y, así como yo, creemos en Lanka.

—M uchas gracias, enserio. Deberías est ar demandándome pero aquí est ás dándome t u apoyo.

—Agradecemelo con una invit ación a comer. Y no acept o un no por respuest a.

—Ot ro día—digo, conscient e del peligro—. Por ahora me gust aría que me dejes a solas con los colaboradores.

—¿Pasa algo?

M e pica la nuca.

—No t e conocen, siempre has sido el inversionist a invisible, necesit o hablar primero con ellos para rescat ar sugerencias. Si t e ven probablement e se int imiden—mient o—. Voy a sonar grosera pero…es mejor que t e vayas.

Parpadea, sin ent ender.

—Por favor, Daniel, confía en mí. Tienes que irt e ahora. Hubo una pelea ent re alguno de ellos y necesit o resolverlo.

M e pesa el pecho de repent e. Va a agregar algo pero un mensaje en su celular lo ret iene cambiándole la cara por complet o y sient o que la sangre me pesa, pero lejos de decir más levant a la cara t rat ando de sonreirme.

—Temas personales. Tengo que salir de la ciudad.

La t ensión se concent ra en sus dedos y solo agradezco la pizca de suert e.

—No t e preocupes. Ve t ranquilo. Yo soluciono lo que pueda ahora.

—¿Segura?

—Por supuest o.

—M e haces pensar que no me quieres ver ¿Tan feo soy?—«De hecho es at ract ivo» pero no sé qué más decirle—. Bromeo, est á bien, pero promét eme que si me necesit as vas a llamarme. Volveré pront o.

Asient o mant eniéndome lo suficient ement e lejos cuando sale y agradezco al cielo que el est acionamient o no quede por la calle principal, ya que es una calle peat onal cerrada, sino por la part e t rasera. La t ensión muscular se me acumula mient ras camina t ort uosament e lent o hast a que se mont a en un M ercedes negro y la cara le cambia cuando deja de mirarme, volviendo a su seriedad de siempre mient ras desaparece en la carret era.

Dios, gracias.

Reviso los cost ados y t echos pero no hay nadie. Hace más de t res años habría comet ido el error de hacerme evident e y ahora solo t rat o de cubrirme como sea. Si M arkos supiera que Daniel est uvo aquí desde mucho ant es lo hubiese enfrent ado, en cambio, no lo hizo y eso me da indicios que fue una casualidad t ort uosa o simplement e est á probandome, por lo que debo ir con cuidado con las cosas que le digo.

Int eligencia o no mant ener la calma es una vent aja. Tomo algunas prendas de ropa, agarro apunt es pasados sin fechas para llevarlos a mi brazo con el afán de aparent ar un t rabajo previo y me dirijo a las escaleras que me llevan al primer piso, t opándome con Rose, una de mis asist ent es, que al verme solo corre como si fuese su pase de vida.

—¡Alaska! —la cara la t iene pálida, los dedos le t iemblan—¡Es bueno vert e! Eh…t e han est ado buscando.

No necesit o decir más al ver el rost ro de un t hirio que se acerca, apart ando a Rose del camino de un manot azo brusco.

—¿Dónde est aba?—la manera en la que me habla me hace suponer que est o es import ant e. M arkos no est á aquí por nada, t iene alguna razón de peso.

—No me hables así—respondo enojada—. Recuerda a quién miras a los ojos.

Se da cuent a de la falt a por lo que ret rocede sin perder la mirada dura. Rose mira la escena at errada, el hombre t iene un t at uaje de alet as de dragón en la cara además de cort es y para nada se ve un t ipo decent e.

—Al amo no le gust a que lo dejen esperando.

—Pues cuando vengan de improviso avísenme. Digo, para est ar preparada y t raerles un fest ín con t odo y zorras incluídas—ironizo.

—Apresúrese—gruñe.

—Voy cuando se me pegue la gana, no cuando t ú lo digas. Largo.

Se resient e el malnacido mient ras pat ea un cubo que hay en el pasadizo, desquit ándose con Rose, quien se pega cont ra la pared at errada.

—¿Tú qué me miras?

Trago saliva mient ras le hago una seña para que no le haga caso. No es bueno que M arkos est é aquí. No es bueno que Daniel haya est ado aquí y parece que corrí una carrera marat ónica, que mi frent e suda en exceso,

siendo imposible no t oparme con las miradas llenas de pregunt as al ent rar en el t aller de confección donde reina pánico y silencio.

La mirada del amo me t ensa cuando me ve cruzar el umbral de la puert a, siendo imposible descifrar lo que piensa. Est á sent ado en mi escrit orio bebiendo, fumando e imponiendo su supremacía ant e colaboradores que emanan t error por ver t ant o hombre armado sin ent ender lo que pasa.

—Buenos días.—Digo en alt o queriendo saludarlos, pero los guardaespaldas me cierran el paso obligándome a girar hacia el amo que ahora t ruena los dedos en la mesa.

Respiro, calmo la ansiedad haciendo un puño, me quit o los lent es para darles una sonrisa de confianza cuando los ot ros me miran mient ras mis pasos se aceleran ant e la mirada de la best ia que parece desvest irme cuando me quedo a cent ímet ros de su cuerpo.

—No se fuma en est e lugar—Le indico ent re dient es con una sonrisa falsa.

—No me gust a que me hagan esperar. Primero t u señor, la ot ra mierdit a no import a.

No necesit a decir palabra para desat ar una cat ást rofe, sus hombres est án t an bien ent renados que con una mirada saben lo que quiere, por lo que deslizan las armas de sus pant alones y t rago saliva.

—No aquí, M arkos, por favor—insist o—. Est e es mi mundo, t uve que venir para arreglar problemas urgent es. No est abas en casa, t ampoco pude llamart e porque sé que est as cosas no t e int eresan. Además, no t e conviene que sospechen llamando la at ención con t us armas ¿Ciert o? Solo demoraré un minut o.

M i corazón lat e t an fuert e que sient o que me falt a el respiro. No sé por qué est á aquí, pero si hay t ant o soldado es porque hay que irnos por algo import ant e y no quiero más enfrent amient os ahora.

Pelear con el amo no es una opción delant e de inocent es, por lo que voy por el lado amable con una sonrisa…

—Gracias.

Y empiezo a t rabajar limit andome a hablar con las cost ureras aunque sea incómodo. Parece que escuchara sus corazones lat ir arrebat adament e con su presencia, se sient a fichándome cada paso, cada palabra, cada acción, por lo que me desquit o quit ándome el abrigo siendo imposible no sonreír cuando me repara.

Nunca fui amant e de las blusas semi t rasparent es pero est a me encant ó desde que la ví por int ernet hace algún t iempo. Es blanca, t iene encaje, resalt a mis pechos que, desde el embarazo y lact ancia, se han vuelt o más imponent es.

Sent ir que le gust o me humedece porque sé que lo que viene en una noche de venganza. Bat o mi cabello sent ándome junt o a las cost ureras, t rat ando de no sent ir la presión que me acosa cada que me quiero posar sobre sus piernas y solo les sonrío viendo los pendient e.

—Es un lindo bordado—le digo a Annie, una de las cost ureras cuyas manos t iemblan al sost ener la aguja—. ¿Cómo has est ado? ¿Tu niet o ya nació?

Asient e y le doy mis felicit aciones, pasando un moment o escuchando a cada uno, calmando sus ansiedades, riéndome con sus casos hast a que me sincero cont ándoles lo sucedido con Emilia y, posiblement e, las decisiones que t raiga lo que haremos.

—¿Cómo pagarás t odo est o, Alaska? Han sido muchas pérdidas—Los ojos de la anciana se llenan de lágrimas

—Veré la forma, no se preocupen.

Trat o de que no se escuche, no quiero met er a M arkos en est o.

—Es que el marido de Emilia vino a grit ar y quiso llevarse algunas piedras.

—Lo sé. Lo solucionaremos.

—Perdona que t e molest e, Alaska—dice una mujer que me sonríe junt o a una jovencilla—. M i hija es t u fan, ha empezado a coser.

M e abraza, converso con ella un moment o y la verdad es que alivio las t ensiones. Est ar aquí es algo que me fascina; a veces modelo probándome las prendas, ot ras solo diseño, he aprendido a usar agujas y cada que pasan los minut os descubro que no hay cosa mejor en el mundo que t rabajar en lo que t e gust a, porque no mides el t iempo en t us sueños.

La mirada de los t hirios me alert an de la hora y solo t rago saliva. Dejar a Arya sola t ant o t iempo no es opción sabiendo cómo se las juega, así que me apuro. De reojo not o que algunos miran las cámaras que no sirven por mant enimient o «Que gracias al cielo ya no funcionan» y t ermino despidiéndome de t odos con un abrazo sabiendo que t engo una responsabilidad grande con quienes creen en mí día a día.

—Ese hombre es malo, hija mía, no sé si t e convenga—me dice la ancianit a al oído, pensando que M arkos es mi novio—. Aunque se ve que t iene billet e.

Trat o de no reír para no evidenciarla. M arkos no me espera, cuando me doy vuelt a ya no est á en el salón así que salgo junt o a los escolt as not ando que la calle principal, donde siempre hay muchos comerciant es, ahora est á casi vacía.

No pienso, no pregunt o, no voy a arruinarme el día sabiendo que no van a decirme nada. El bullicio de los aut os t ocando sus bocinas en la ot ra calle me alt era, mant engo la mirada fría hast a que llego junt o a M arkos que ficha al hombre que est á fuera del aut o donde dejamos a Arya y que parece palidecer al vernos.

—M i señor.

—¿Dónde est á mi hija?

No cont est a y su vocecit a me hace girar la cabeza hacia el ot ro ext remo de la calle, donde hay un parque infant il con resbaladizas, golosinas y grit os de críos chillones que juegan.

—Se puso a llorar porque no llegaba, Calist a t rat ó de calmarla y casi salt ó de la vent ana cuando vio al t ipo de los algodones de azúcar.

—¡Hey, Alaska!—grit a una de las madres amigas de Arya, haciéndome señas con la mano y me paralizo.

Parece que la veo caminar en cámara lent a hacia mí y no hay t iempo para esconderme. Algo en M arkos levant a, el inst int o del cazador por aplast ar a una cucaracha cuando repara al chofer que t iembla pidiéndole que le perdone la vida.

—M arkos—det engo su muñeca a punt o de sacar el arma—. Por favor, aquí no… hay inocent es cerca.

M e lanza una mirada asesina mient ras la madre chismosa del salón de clases, cuyo afán es dedicarse a hacer grupos en redes sociales para crit icar a ot ras madres, vuelve a llamarme acort ando la dist ancia y la reparo cuando se acerca.

—¡Pensé que habías desaparecido!—giro el rost ro—. Como andas por t odos lados siendo exhibida… pensábamos que escapabas del mundo.

Su humor negro es claro pero no me amilano ant e nada. M e post ro levant ándole el ment ón con una sonrisa, es lo que a la gent e de mierda que quiere, vert e hundida, y no le voy a dar el gust o.

—¿Int errumpo?—agrega, cuando M arkos volt ea y la sonrisa se le borra de inmediat o.

Puedo ver una increíble curiosidad en los ojos, además de cómo se le erizan los pezones sobre la t ela de su ropa cuando lo mira. Se lo come ment alement e pero no me preocupa, ya que M arkos ni siquiera la mira.

—No, solo est ábamos esperando a Arya.—Le devuelvo la hipocresía.

—Est á muy ent ret enida, la maest ra t rajo a los niños a una act ividad en el parque y, cuando la vio, casi hace una escándalo por su est rella. ¿El caballero es alguno de t us socios?

Put a zorra.

—Es mi marido, el papá de Arya. M arkos Van Loren.

Ent reabre los labios, pasmada, con una perra envidia que disfrut o.

—Oh…M ucho gust o, señor Van Loren.

Le ext iende la mano pero M arkos ni se inmut a, la mira como si fuese cualquier ordinaria y solo le deja la mano ext endida.

—Localicen al demonio—espet a, hart o, caminando de largo hacia el parque—. No soport o est a gent e de mierda ni sus vidas de mierda.

Por Dios, qué vergüenza.

No sé si escuchó pero t rat o de calmarme. La mujer nos mira t odavía con los labios ent reabiert os cuando t rat o de alcanzarlo y sé lo que hay en sus ojos cuando duda de la int egridad de quien mira, por lo que enredo mis dedos junt o a los del amo t rat ando de parecer una familia, pero gira la cara como si fuese un sacrilegio t ocarlo en público.

—Por favor…solo sígueme la corrient e—t enso los dient es—.Ya est ás aquí, sólo finje que somos una pareja normal en una vida cot idiana o harás que el nombre de t u hija ent re en un chusmerío de por vida—no responde y empiezo a desesperarme cuando la mujer se nos acerca de nuevo—.Promet o compensart e. Como sea, lo que… quieras.

«Dios, en qué me met í de nuevo» Frena de golpe y me mira el escot e de encaje, fijándose t ambién en cómo mis dedos se deslizan por su t act o mient ras su mano se mant iene a regañadient es junt o a la mía y de una palmada en el t rasero me calla.

—M e la vas a chupar donde quiera—gruñe en mi oído mient ras las mejillas me arden. La mujer abre la boca avergonzada «Escuchó, mierda» Calist a palidece al darse cuent a de la presencia del amo, por lo que t rat a de at rapar a Arya lo más pront o posible, pero no se deja.

La linda cabellera cast aña resalt a ent re sus amiguit os que la siguen en la cama salt arina. Lleva una est rella en la frent e «Lo logró, como t odo lo que se propone» y al vernos solo se det iene, empujándolos.

—¿Ya ven, t ont os?—les dice a sus amiguit os—. Yo si t engo papá y es ese t ipo. ¡Papaaá!

Se baja apresurada corriendo y presumient o hast a que sus brazos impact an en las piernas de M arkos mient ras le levant a la vist a hablandole bajit o, desenmascarándose:

—Ellos t ienen un papá y yo no voy a pasar vergüenzas. Silencio.

M arkos no hace nada, Arya se gira y t rat o de no reírme, mordiéndome el labio de nervios mient ras regresa con los pequeños que, al parecer, vienen a mirar al padre de Arya por t odo lo que ella les ha dicho.

—M i papá es muy import ant e—le refut a una pequeña cuando llega—. Es chef y hace comida para la reina.

—M i papá es gerent e de un banco y t iene muchos papeles—Presume ot ro dejando a Arya molest a.

—M i papá mat ó a un hombre gordo y lo lanzó a los cocodrilos—sonríe orgullosa Arya—, es un villano y el de ust edes es mediocre.

Las madres quedan en shock y el silencio pesa, por lo que suelt o una carcajada a la fuerza t rat ando de que se vea nat ural mient ras t omo a Arya en mis brazos, con las manos t emblando.

—La imaginación que t iene—palidezco, arreglándolo—. No digas ment iras, cariño.

—Es ciert o, la t ía villana me enseñó un video donde…

Le t apo la boquit a met iendo el chupet e que t iene en la mano a la fuerza mient ras sopeso el dolor de cabeza con un beso en las mejillas hast a despedirme, sint iendo que nos siguen mirando cuando nos vamos.

«Trágame t ierra y escúpeme debajo de mis sábanas»

Los murmullos no se hacen esperar pero ya no me import a, ver la carit a de Arya sonreír hablando de su familia me llena complet ament e. Era molest ada por sus compañeros porque nunca veían al papá y, a pesar que ella no most raba su fragilidad, en el fondo sent ía que ese vacío le afect aba y ahora t uvo el gust o de presumirlo.

Quiere algodón dulce y no necesit a decírselo a M arkos porque inst int ivament e los guardias se lo compran. La boquit a se le llena de azúcar mient ras sonríe, de vez en cuando la sorprendo mirando a su padre, quien camina adelant e escolt ado por sus mat ones, pero al moment o que not a que la observan pone sus ojos en ot ra part e fingiendo no ver nada.

—¿Qué pasa?

Sky aparece con la cara pálida mient ras la rebeldilla me llena de algodón el cabello y, así como a mí, le llama la at ención que t odos los escolt as se apresuren a que lleguemos al aut o mient ras los labios de M arkos parecen hacer una línea dura.

—Es el círculo, amo—gruñen—. Κύριε, είναι εδώ. Εισβολή.

«Algo salió mal. Invasión»

Es el hombre de ojos más fríos que he vist o, sin embargo, he aprendido a diferenciar cuándo est á excesivament e molest o, por lo que acat o lo que dicen sin decir una sola palabra, llevándome la cabeza de Arya a mi pecho mient ras me sient an en el cent ro del aut o con dos t hirios a las vent anas y part en casi de inmediat o.

«Nos vieron, maldit a sea. ¿Invasión? ¿Qué est á pasando?» No dejo de pregunt arme.

Un ruido se explot a en el cielo y algo cruje en mi gargant a. Arya volt ea curiosa queriendo ver por la vent ana, pero la dist raigo mient ras se ven a más de cien hombres correr por las calles a medida que pasamos por una esquina y sólo cierro los ojos t rat ando de mant ener la calma.

El t iempo no es amigo cuando las dudas se acrecient an. Arya se adormece y para mi sorpresa ya no vamos a la cabaña, sino rumbo a un búnker t riangular en medio de unos viejos past izales que al llegar abre sus puert as dándole paso a la camionet a. El lugar es bajo t ierra, hay que bajar algunas escaleras y cuando llegamos lo primero que vemos son malet as con diamant es, armas, el perro encadenado en una esquina y las sirvient as que viajan con M arkos list as para at endernos, como si hubiesen cont emplado la emergencia.

—¡Rápido!—La t hiria morena indica que pasemos y M arkos solo nos met e en una habit ación, pero cuando quiere irse solo lo det engo.

—M arkos…

La palabra “ invasión” ret umba en mi cabeza. Arya salt a poniendo sus manos en la pared y probablement e solo t engamos segundos a solas.

—No t e muevas de est e lugar. Por nada del mundo salgas de aquí hast a que yo t e diga—voy a hablar pero me calla, enojado—. Obedece, por primera vez en t u jodida vida obedece, y no t e met as en más problemas.

Sus músculos se t ensan y la ansiedad me carcome t ant o que llevo mi boca cont ra la suya t ronando un beso fuert e que t oma por sorpresa.

—Est á bien, ve y regresa…o sino iré a buscart e.—Siseo mient ras sus ojos me envenenan, la mirada se le nubla, adrenalina se dispara y ya nadie dice nada, solo corren.

Desaparece por el umbral mient ras mi pulso aument a. Arya quiere que suelt en al perro y así lo hacen, las sirvient as parecen complacerla en lo más mínimo. Trajeron ropa, comida, dulces y medicament os. Ponen una t elevisión a t odo volumen para que se dist raiga, sin embargo, el nuevo sonido que cruje en el cielo at rae su at ención de inmediat o.

—¿A qué juegan? —pregunt a—¿Est án revent ando cohet es?

Le sonrío mient ras la llevo a la cama.

—Sí pero son cohet es feos, no para una villana. Vamos a dormir, Furia t ambién dormirá con nosot ras por si t ienes miedo.

—Yo no t engo miedo. Furia t iene miedo.

Asient o dándole por su lado a la par que int ent o calmar la ansiedad ocupándome en dist raer mi ment e con los dibujos animados que mira, pero es imposible al sent ir t ant o ajet reo por lo que sólo cuent o el t iempo que pasa.

M edia hora.

Una hora.

Dos horas.

Y nada. No hay más not icias de M arkos.

La angust ia me t ensa el cuello. No hay vent anas ni forma de ver qué pasa, huele a humedad y me pican las manos. El reloj es un efervescent e que no deja de producir est rés en mi cabeza. Los pequeños palillos avanzan silenciosament e y pront o ya no son t res horas sino cinco, por lo que presumo es de noche.

No puedo dormir con angust ia. Arya como siempre es independient e a la hora del sueño, casi igual a su padre al querer su propia almohada, espacio, mant a, así que me muevo dejándola arropada junt o al perro que levant a la cabeza cuando sient e que hay movimient o.

—Sh.

Y bast a una seña con mi dedo índice para que ent ienda que no quiero bullas ni t ravesuras. Est á ent renado, en est e caso se port a como un buen chico, así que pone su cabeza en los pies de Arya mient ras camino por el pasillo queriendo saber not icias, pero t odo est á oscuro.

—Presiona la herida. Ahora.

—No se salvará.

—Ent onces mát alo.

Las voces se escuchan lejanas pero logro ent ender lo sucedido; son los t hirios peleando en sus idiomas, hablando a lo lejos mient ras at ienden a un caído que balbucea palabras de peligro mient ras sangra del cuello agonizando.

—La cría t iene que irse, no est á segura en est e lugar y no nos vamos a dar el lujo de perder un gen del amo—coment a el t hirio que lo at iende, molest o—. Debió irse desde que se expuso al mundo.

—¿Qué hace ahora? Vet e a ver si est á bien.

—Tranquilo, est á durmiendo.

—¿Y la inglesa?

—Con ella y el canino. El air-F30 est á list o para su despegue. Esperan en Grecia las órdenes del amo.

El malhumor se les not a aún más cuando el hombre explot a en sangre.

—Est án aquí, alguien les dijo—da sus últ imas palabras el herido—. Alguien fue el soplón.

La pat rulla de guardias se acerca por lo que me adelant o pegándome cont ra la pared en lo que parece un hueco. El corazón me palpit a fuert e a la par que algo que me dice que me vaya, sin embargo, es inevit able que me quede escuchando:

—¿Dónde est án?

—En Tyrol. El círculo lanzó un misil como advert encia. Todo indica que ent raron desde Eslovenia.

—¿Eslovenia? ¡Había un maldit o pact o ent re front eras!

—Pact o que no se cumplió cuando desviaron el kaos de su dest ino. Los aliados no recibieron la carga, hubieron guerrillas en las front eras, gent e que esperaba la droga t erminó dándoles más problemas a los capos, por lo que t omaron acciones dejando ent rar al círculo a t ravés de sus t ierras.

Hago puños mient ras las sienes me t iemblan. A la zorra rubia se le revient a el hígado, la furia se le ve en los ojos al igual que t odos los que se reúnen en círculo mient ras la sangre del herido chorrea.

—Alguien t uvo que ser el soplón como dice est e imbécil, la carga fue direccionada correct ament e. Pocos sabían las coordenadas.

—¡Eso ya no import a! —gruñe ot ro sacando un arsenal de armas que pone en sus manos—. Import a que el kaos est á en manos enemigas y que el círculo est á avanzando. Les aseguró a los capos menores una droga mejor si se ponían de su lado. Habrá sangre y problemas.

—Un capo menor no es igual a un líder de imperio—defiende Drit on—. Los bast ardos salvajes han dominado imperios mayores en el mundo, esos peleles no son nada, no durarán cuando vean el poder del amo.

—Pero est án unidos y junt os son un problema. Tienen ira hacia los grandes que los despojaron en un pasado. Alemania est á con la Ndranghet a, su capo menor t iene riñas con los It alianos desde hace más de diez décadas. Quiso negociar con Torment a para que le devuelva el t errit orio que, según él, les pert enecía cuando los Simone se lo quit aron, pero en cambio est e mat ó a su enviado y lo clavó como provocación en la plaza de Roma cont ra el vyshe ¿Cómo llamas a eso?

Todos se quedan en silencio.

—Los húngaros, checos, Eslovacos y Eslovenos t ambién est án dominados por las riñas, se unirán, los bast ardos no aplacarán en nada ¿Crees que no buscarán at acar al más fuert e cuando se lo pongan en bandeja de plat a?—replica, el más alt o— El kaos solo es una maldit a excusa, exigirán garant ías al amo por sus hermanos, t al vez t ierras que no va a ceder ant e perdedores.

—El priet o t iene razón—cont est a Drit on—. Habrá una asamblea mañana. Todos los capos present es est arán a las afueras reunidos con su mugre para “ negociar” un acuerdo con el amo pero es peligroso, podría ser una t rampa. Lo ciert o…es que pusieron una condición.

—¿Cuál?

El silencio y el frio hace que mi corazón se est ruje. Ent re ellos se miran, algunos beben, el herido se desangra mient ras sus miradas asesinas se unen.

—Todos sabemos a quién buscan. Lo que t odo mediocre aspira probar de quien t iene poder y al amo no le import ará nada, porque el imperio vale más que cualquier mujer, sea quien sea.

M i mirada se congela.

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Aclaración:

LÍDERES DE CLANES VS CAPOS M ENORES

El líder del clan es el conquist ador que no solo posee un país, sino t iene dominio sobre varias naciones. El capo menor es como el jefe de un solo país, con menos alcance y poseciones, práct icament e obligado a depender del que manda.

Los bast ardos salvajes dominan imperios, no uno sino varias naciones. M arkos t iene gran part e del est e y el medit erráneo.

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CAPITULO 16

Siniestro

El olor a pólvora se cuela en mis fosas nasales cuando doy el últ imo disparo que ext ermina a los mediocres enviados por el círculo. Ganas no me falt an de acabar con sus míseras vidas de una vez por t odas, pero cada que doy un paso se esconden, cada que me muest ro se alejan cobardement e y es t ant o su pánico que prefieren at acarme por la espalda haciéndose invisibles.

—La zona est á despejada, señor.

—¿Cuánt as bajas t uvimos?

—Ninguna—musit a con un ipad en la mano—. Pero se presume que ést e sólo es un cincuent a por cient o de t ropas que vieron ent rando por el sur. Briana Román t ambién fue vist a, por lo que seguimos peinando el área con drones y ondas de calor. Es posible que se hayan escondido t ras las colinas.

Pego los dient es por la ira que me sobrecarga, observando los rost ros de mis soldados mient ras mi olfat o no me engaña, se enciende, sopesando el maldit o hecho de est ar perdiendo el t iempo en t ont erías.

—¿El búnker?

—Doblement e resguardado—afirma el soldado al mando—. No se preocupe, mi señor. El AIR-VL1 t ambién est á list o, en caso haya una emboscada por los t úneles evacuariamos a los suyos en menos de cinco minut os.

—Ret irada.

—Pero…

—¡Ret irada, he dicho!

Doy una peinada visual ent endiendo la provocación de la zorra de Briana junt o al viejo que creen que voy a caer en su mísera t rampa. Cuando el gat o sale de casa las rat as hacen fiest a y es claro que esa t rasquilada en su int ent o de líder no est á aquí, por el cont rario, t rama algo más queriendo que me aleje de la guarida para at acar en mi ausencia.

El frío de Tyron empieza a demandar que nos abriguemos mient ras me mant engo alert a. No es verano en la zona, las colinas albergan cúmulos de nieve y pequeñas got as de hielo empiezan a caer mient ras cruzamos el lago casi congelado con armas arriba, un lugar casi inhóspit o para una bat alla ahora, quedando a medio camino de la cont ienda.

Est oy cansado de su mierda y t al vez me hierve más el hígado saber hast a dónde ha llegado una cara fea con culo fácil. Voy a t rapear mis cat acumbas de mis caimanes con su jodida carne podrida, asfixiaré su gargant a con mis manos y ya no sé si t enga paciencia para compart ir la venganza con ot ros, porque est a perra ya ha vivido mucho para t olerar su exist encia.

El peso de las responsabilidades hacen que mis músculos se cont raigan de nuevo. No confío en nadie, en nada, t al vez la única puert a segura es la que cont rolo yo mismo, por lo que mi fort aleza en Grecia y sus islas subalt ernas dominadas por mi propio sat élit e y t ecnología, son el lugar que más o menos me daría calma con respect o a la seguridad del demonio, que desde hace mucho debería haber est ado en donde pert enece.

Pero no lo hice. M e quedé aquí cuando debí irme y el peso de la respuest a hace que mi energía se acumule.

Subo a la camionet a blindada mient ras conducen a t oda velocidad de regreso hacia Innsbruck. Evalúo nuevament e las imágenes sat elit ales, los cuerpos moviéndose, el rost ro de una mujer en apariencia a Briana, ent onces recuerdo que la perra est á complet ament e dest ruída por el ácido que le t iró a Alaska hace t res años, así que la cara la debe t ener asquerosa.

—Señor, rodean los 40km del Búnker.

Lo sabía, maldit a zorra.

—Preparen minas explosivas—gruño—. ¡Quiero verlo ya!

—Base en Grecia iniciando cont eo—cont est an mis hombres desde el sat élit e que manejan, t odos conect ados por el mismo radar—. Esperando su orden.

—35 kilómet ros, señor.—Avisan los soldados.

—Un poco más.

Hago un puño reorganizando mi armada, dándole aviso a los t hirios que quedaron resguardando para que evacúen hacia el piso -2 del búnker y preparen los t úneles de emergencia en caso haya que evacuarlas.

—30 kilómet ros, señor.

—Ahora.

—Det onando minas explosivas en 3, 2, 1…

El brillo en el cielo es perfect o, mis ojos se encienden al not ar que los aut os de enemigos vuelan al igual que sus cuerpos al pisar las minas explosivas que recubren 30km a la redonda mi búnker como medida de prot ección.

—¡Bajas, quiero la cant idad de las bajas!

Ya puedo saborear la sangre inept a, sus caras quemadas, cráneos revent ados al igual que cuerpos hecho mugre. Llevo una mano a mi ment ón y t engo que esperar largos minut os para obt ener la respuest a.

—Las minas t enían un radio de 50 met ros, se dest ruyó a la mayor cant idad de aut os con soldados del círculo que se acercaban, sin embargo… t odavía se observan ondas de calor moviéndose.

—¿Qué?

—Ot ro pelot ón de resguardo ext ranjero—acerca la imagen sat elit al y det alla—. Asiát icos. Son asiát icos. Lo dicen las insignias.

La boca se me seca pero de ira «M íseros imbéciles» mient ras los demás se miran de reojo y uno de ellos t iene valent ía:

—Los griegos han sido enemigos de los asiát icos por siglos y por alguna razón han dejado las riñas, señor— int erviene ot ro—. No pueden cont ra ust ed solos y se van con los más grandes con claras int enciones. Si siguen a est e paso no podremos det enerlos, mi amo, es una pot encia mundial aliada con el enemigo.

—La guardia que escapó fue China, mi amo—suelt a la información que le envía un pilot o—. Se ha confirmado un t raslado de un avión Z desde Pekín hace minut os. Necesit a impedirles el paso aéreo, t al vez…los capos de las front eras puedan ser el primer bloqueo.

M e arde la sangre.

—¡No los quiero vivos!

Las sienes me explot an de rabia mient ras las alert as se me encienden por el peligro y pido que cont act en a los espías. «No puedo t omar decisiones sin pensarlas fríament e, no al saber qué es lo que buscan» El chofer corre a la mejor velocidad que puede, por suert e no llegamos t ras las colinas, t ampoco cruzamos ot ros ríos y no es que el círculo no haya est ado en la zona, sino que usó como est rat egia el desenfoque porque ahora saben por dónde at acarme.

Es mucha información la que t ienen, demasiada para un hombre que siempre se ha cuidado las espaldas. No t ener familia me hizo invencible en el pasado; ya que, al no t ener con qué amenazarme, darme un golpe bajo para debilit arme era casi un suicidio pero ahora t odo les da vent aja y empieza a pesarme las venas.

Las camionet as son de últ ima t ecnología, poseen radares que permit en conexiones int ernacionales con quien quiera hablar así que empiezan a t rabajar a mi rit mo. Llamadas ent ran y salen, la t ensión se cent ra en el ambient e, por lo que solo dejo el móvil cuando se desplaza una pant alla pequeña del t echo solar que da acceso a llamadas sin gps mient ras las ondas de sonido ent ran.

—¿Qué demonios est á pasando?

—La asamblea final t erminó ayer. Se fichó la cabeza de la señora Van Loren con t oda y ext remidades al igual que la cría en el péndulo, lo de los asiát icos es product o de la subast a. El bot ín por su cabeza es grande. Ofrecen la posibilidad de escalar en la pirámide del círculo, aliados int ernacionales, minas de diamant es, drogas, además un porcent aje de lo que se le incaut e y ya se ha formado una revuelt a int erna. Los asiát icos han ansiado sus t ierras ricas en minerales, oro, diamant es, además de sus negocios, mi amo, est a es la oport unidad de sus vidas; t odos cont ra uno de los más fuert es—explica el informant e—. Y es que…el mundo sabía que a ust ed no le ha import ado nada nunca…hast a ahora.

Las miradas cabiz baja de los Thirios al mando son las mismas y no se necesit a ser muy observador para saber lo que piensan. El silencio se mant iene mient ras el reloj pasa las horas, los refugiados en el búnker est án bien, las balaceras ya son bordeando las ciudades cont ínuas mas no en Innsbruck y por hoy la noche a est á a salvo pero mañana será ot ro día.

Sabía que est o iba a pasar t arde o t emprano, así que solo bebo mirando por el ret rovisor mient ras cinco camionet as nos resguardan. No se quiere llamar la at ención pero ha sido inevit able; pobladores (o t al vez espías del círculo) nos asedian con sus miradas, ot ros miran las placas falsas de los aut os mient ras se le dispara a un loco que pasa con sus ovejas por la carret era vieja.

M i mal humor se ext iende sabiendo lo que t oca aunque me siga fast idiando. Luchar cont ra t us enemigos se asemeja a un part ido de cart as, el cont rincant e hace sus jugadas prediciendo t us movimient os cuando creen acorralart e, sin embargo, el engaño en su art e de int eligencia y a mí no me van a venir a t ocar nada.

El enojo es algo que no soport o en mi cabeza. Las cosas son difíciles, por lo que son necesarias algunas decisiones rápidas y me veo obligado a int ent ar negociar con los capos, sabiendo que el riesgo se mant iene, al menos hast a que logre sacar al demonio sin peligro aéreo que dispare.

—Alguien int ent a conect arse a nuest ra red desde Chicago, amo.

El soldado int errumpe mi pensamient o. Elevo la vist a not ando el mensaje en clave que manda, siendo imposible no ident ificar a quién se refiere al ver la insignia de la cavalera como escudo mient ras las venas de las manos parece que se me revient an, cuando aparece t ras la pant alla.

Un bast ardo salvaje.

Alguien que no veo hace mucho. Su sonrisa irónica, el clan que lo precede, además de la orgía que se muest ra t ras él no hacen más que enfocarme en sus ojos grises, que parecen encenderse cuando me devuelven la mirada.

—¿Qué quieres?

—La sangre llama, hermano. Y la dest rucción…es un afrodisiaco que no puedo perderme.

Sopeso la t ensión mient ras lo escucho.

Alaska

Algunas horas después

Parece que me mart illan el corazón cuando abro mis ojos de golpe. El sudor empapa mi cuerpo, de pront o lo sient o t an calient e que me cuest a respirar, quizá por lo que soñé o t al vez por las mant as acolchadas que Arya me puso encima.

«Ladilla t raviesa» Duerme como un ángel siendo un t erremot o, siempre en el sit io más grande y con el perro ent re nosot ras, ya que odia que la abrace de noche. Sonrio est irando mis dedos hacia su hermoso cabello cast año mient ras la acaricio como si fuese una bomba at ómica para que no se dé cuent a, not ando el ruido y movimient os que hay fuera por lo que me levant o.

Es la voz de M arkos, puedo sent irla. M iro el reloj siendo casi las 1:20 AM . M e dormí pensando en lo que escuché y ni siquiera me dí el t iempo para procesar lo nombrado, por lo que t rat o de despejar mis ideas con un baño rápido a la par que voy escuchando la voz más cerca.

Es est úpido que me mire en el pequeño espejo que cuelga t ras la puert a pero lo hago. No es que me prepare para una cit a, t ampoco algo inédit o, pero esculco ent re las cosas que t rajeron los sirvient es y encuent ro lo

que buscaba, una pijama de seda rosa que ciñe mi cuerpo mient ras t rat o en segundos de secarme el cabello que aún got ea por el baño con el afán de arreglarme.

«M e veo bien. Yo al nat ural. La angliká rebelde»

Abro la puert a del baño pero ni siquiera ha ent rado, por lo que salgo casi en punt illas esperando que Arya no despiert e al darme cuent a que el amo est á en ot ro sit io, por la forma en la que lo ronda la perra rubia con cara fingida.

—Lárgat e.

Ordeno y gira la vist a hacia mí, sonriendo.

—¿Según la orden de quién?—cruza los brazos.

—Según la orden de t u señora.

Sost iene la vist a con una sonrisa irónica «La misma cara de frust rada busca polla», mient ras la presencia de M arkos se hace visible por el umbral de la habit ación, con una t oalla en el cuello sin más vest iment a que unos pant alones flojos.

M e mira y sient o que descubre claras int enciones. Lo miro y me prende por complet o, siendo inevit able que quiera est ar con él a solas.

—Le decía a t u soldado que puede irse.—Sonrío.

La zorra rubia mira con rabia sabiendo que odia que le llame de esa manera, por lo que su enojo, además de la orden visual que le da M arkos, la hace dar media vuelt a mordiéndose la lengua ardida.

No dejo de sonreirle a mi señor most rándome pat ét ica sin dejar de morderme el labio que mira, además de sent ir que mis pezones se endurecen, no solo por el cabello mojado que hace evident e la zona de mis pechos, sino por lo que provoca su rost ro recién afeit ado, el olor a shampoo varonil, además del cuerpo de Dios que se carga, así…con t odo y venas expuest as.

Se not a cansado y con un enojo que le revient a. Tira de mi brazo hacia dent ro cerrando la puert a mient ras me lleva a sus caderas y, aún conmigo colgada, camina hast a que caemos en la cama con una desesperación que lo carcome.

Gimo al sent ir su dedo explorando ent re mis piernas y el sabor de su lengua ansiando la mía me calient a más de lo que est aba cuando escuché su voz profunda. Tiene los hombros más duros que ant es cuando lo t oco, su irrit ación es evident e así como su desesperación por t omarme. Trat o de hablarle y no me deja, me besa t an rico que mi ment e se dist rae y ya no sé cómo se desvist e pero lo hace rápido para luego subirme la bat a que t ira.

—M arkos…

Y gimo cuando su dedo se hunde en mi canal a la par que ent ierra su boca en los pechos que succiona. Se escucha la fricción de sus labios cont ra mis pezones; los mordisquea, est ira y luego suelt a para llevar su lengua por el mont e como si fuese un post re que disfrut a.

Est oy quemándome viva con las manos quiet as así que palpo su pene duro. He querido medir su longit ud pero es inút il, su miembro parece inexist ent e y sólo recuerdo que en un pasado me reía cuando mis amigas hablaban de cent ímet ros, pensando que t odos los hombres no superaban una banana, aunque la desvent aja del placer con alguien como él es que medio duele por el salvajismo con el cojemos.

«Va a mat arme…»

Gruñe poniéndose de espaldas hast a que me orilla a est irar mi sexo en su cara mient ras yo succiono su miembro. La ola de calor pone mis sent idos sensibles. Frot o sus t est ículos queriendo morder, pero me gust a más lo salado que se sient e el glande cuando mi lengua lo recibe hast a que abro la boca casi quebrándome las abert uras para que quepa.

Succiono at ragant ándome como puedo «Qué rico» mient ras lo chupo como una palet a a la par que él hace que chorree, pero es t ant a su ansiedad que no espera; t oma mi cuerpo como si fuese una pluma dejando que me acomode yo encima mient ras penet ra y lo cabalgo.

—No—impide que lo bese—. Quiero vert e.

M e sujet o de los cost ados mient ras voy con movimient os hacia adelant e, at rás, adelant e, at rás, not ando la lujuria en sus ojos cuando me repara por complet o. La “ O” perfect a se suma en mis labios al sent ir el placer, hago mi cabeza hacia at rás aument ando el rit mo mient ras sus manos suben por mi cint uras hacia los pechos, ext endiéndolas hacia la espalda y no sé en qué moment o t odo se va al carajo.

Ni siquiera he disfrut ado como quiero y ya me da vuelt a subiéndome las piernas para embest irme. El sonido de sus labios ent reabiert os es lo que me llama, la forma en la que me penet ra me prende «Sin cont emplaciones» , pero es más un miedo est úpido el que me congela, porque me coge como nunca, como si no hubiese mañana o un fut uro, así que lo t omo de la nuca y como sea lo llevo a mi boca, aferrándome a su cuerpo.

—Jodida niña.

Suena con cada penet rada de alma.

—M e enojas, me enciendes—abro la boca mient ras me part e, desesperado—. Με τρελαίνεις.

«M e vuelves loco»

El acent o griego colapsa mis fant asías, más cuando el orgasmo parece acelerarse a la par de mi rit mo cardiaco porque parece que empot ra la cama con su sexo duro y fascint ant e.

—Piedad—inhalo fuert e cont eniendo el aire al sent ir que mis paredes se cont raen y la deliciosa liberación explot a al igual que él cuando gruñe disparando chorros que desbordan por mi ent repierna.

Est oy alucinando est upideces, sonrío como t ont a mient ras sigue el impulso y medio se sigue moviendo a la par que mis manos suben hast a su cabello para acariciarlo y, aunque me haga mala cara, no se despega.

Cierra los ojos cansado «Los problemas le pesan, quizá algo más allá que no va a decirme» al hacerle masajit os que recibe mient ras lo beso y lo sigo haciendo hast a que lo miro de frent e.

—Est á bien, lo hicist e bien, agapi…—murmuro—. Nos est ás cuidando, saldremos de est a. Confío en t í siempre.

Pero lejos de seguir sus ojos se hacen hielo. Siniest ro, Salvaje, Let al…t odo en él se oscurece.

—No deberías confiar en nadie, nunca. Las personas decepcionan.

M e quedo perpleja mient ras mis mejillas se encienden, enarcando una ceja para luego reírme a la par que descanso mi cabeza en su pecho cuando nos giramos. Est oy cont ando los segundos para que no me saque de ahí, sint iendo el lat ir de su corazón fuert e, cerrando los ojos, conect ándome con ese olor que me fascina y que a vez me envuelve.

—Solo un minut o, o t al vez dos…—susurro, me acomodo sint iendo que el sueño me embarga mient ras él se mant iene despiert o, mirando hacia el t echo.

—Hay una negociación al alba. Es import ant e, mant ent e con Arya aquí y no me desobedezcas. M añana mismo t omarán un vuelo a Grecia.

—¿No vendrás?

—No ahora.

Sus dedos t oman mi cint ura mient ras, con los ojos cerrados, experiment o una nost algia que me abruma. No quiero dejar a mi gent e sola, t ampoco mis sueños con Lanka, ni las pasarelas cort as que pueda t ener, ni las sesiones con lencería que yo misma creé, además de t odas sus deudas, y esa sensación me hace sent ir ext raña, como si est uviese feliz por est ar con él pero al mismo t iempo t rist e por lo que nos sucede.

M e digo a mí misma que siempre hay solución para t odo. Veré cómo hacer desde la mansión Van Loren. No sé, t al vez pidiendo algún t ipo de prést amo, t omando sesiones online con ellos y rogándole a Daniel que me perdone int erminables veces por lo que me convenzo que primero es mi familia.

El sueño me pica más rápido cuando me quedo en su pecho, dormit eo no sé cuánt o t iempo hast a que sient o que se mueve y, cuando me doy cuent a, su siluet a desnuda brilla en la t odavía oscuridad siendo inevit able ent reabrir los ojos cuando sient o que me est á mirando.

No me dice nada porque sigue. Toma ropa limpia, se pone cuchillos camuflados, armas en los bolsillos, además de anillos con filos mort ales que esconde siendo et ernament e un hombre int eligent e que se resguarda, como si fuese a una mat anza import ant e.

Parpadeo adormilada con una sonrisa ¿Cuánt o dormí? ¿Una hora? Todavía ni amanece, pero ya los pasos de los Thirios se escuchan desde fuera y solo me repara una vez más, t al vez a mi t rasero, hast a que desaparece por la puert a pero lejos de levant arme solo ent ierro mi rost ro en su almohada esperando la pesadez en mis ojos para volver a dormirme y…

No puedo, algo en mi pecho se oprime con fuerza.

M e giro mirando el t echo t odavía con las sábanas encima. Se escuchan voces en diferent es idiomas; griegos, albaneses, serbios, pero más que eso es la inquiet ud por lo que pasa, porque sé que es algo grave y que la desesperación de M arkos por t omarme no fue grat uit a.

—Armas.

El reloj que se ent ierra en una de las paredes como adorno me pone más ansiosa. Las 2:20 am. Se escuchan Pasos, t rot es de soldados, armament o que suben y no se va uno sino varios aut os, haciendo que las paredes vibren mient ras salen del subt erráneo t ensándome.

Voy al baño para asearme y al prender la luz me doy cuent a que cort aron el agua «¿Qué demonios est á pasando?» , pero me calmo, no debe ser grave.

3:40 am, no duermo. M e he puest o a ordenar la ropa t irada como si no t uviese afán de seguir con el sueño, pero me digo a mí misma que mañana seré la señora ojeras y que posiblement e est é t an cansada que puede que el hecho de est ar baja de energías con una diablilla en su moment o cúspide de t ravesura, no es una gran idea.

M e cubro con la bat a volviendo a la cama, cerrando mis ojos, t odavía con mis manos picando una ansiedad t errible hast a que se escucha un balazo que me hace levant arme de golpe siendo inevit able que mi gargant a no grit e el nombre de mi hija.

—¡Arya!

Corro inst int ivament e hacia la puert a pero cuando la voy a abrir escucho una discusión en mi idioma.

—Est e imbécil ya no servía—dice Rovena y por un pequeño hueco que hay en la puert a de madera not o que le da el cadáver de aquel herido de hace horas a un compañero—. Desaparecelo, el amo no quiere est orbos, mucho menos hoy ¿M e t ienen list o el aut o?

—Sí, irás con las t ropas de resguardo que pidió el amo—indica el ot ro soldado—. En la zona C est á el camión con mercancía en caja, además de algunos asient os, pero sé discret a que no t endrás quién t e resguarde ¿La señora Van Loren est ará present e?

Se pavonea, la hija de put a, mint iendo.

—Por supuest o, la vida de la cría pende de un hilo. Tiene que est ar, van a negociar la pequeña cabeza esa mocosa insoport able y, quién sabe, t al vez con Briana Román que dicen que la vieron en Aust ria, por lo que quizá t ambién los Capos y sus mujeres la t engan.

Hago un puño cont eniéndome, no sólo por las palabras hacia Arya sino por la mujer en la que no he dejado de pensar t odos est os años. Pego mi cabeza escuchando det alles y parece que la ira se me enciende. Veo la pulsera de mi pequeño mal que t odavía yace en mi muñeca siendo inevit able sent ir el dolor del pasado punzando mi alma, como a t oda mujer que le arrebat an a su bebé de golpe.

No puedo y est o me sobrepasa. Camino de un lado al ot ro t rat ando de masejear mis sienes y, en el espejo que veo en una esquina, la sombra de la Alaska oscura permanece int act a.

El amor es algo que me nace con los míos, pero no con los que odio. Tengo un defect o y es no perdonar a quien rompe mi confianza, ya que por más que he querido la ira se ent ierra en mi alma siendo inevit able para mí las segundas oport unidades cuando dolió t ant o.

La Alaska que creyó en la humanidad de la gent e murió en el día que esa perra se quit ó la máscara para clavarme la daga que mat ó a mi primer hijo. Y no se sient e rara la necesidad de saciar la deuda, por el cont rario, es algo que no se olvida, que se salivea, ansía y no parará hast a que lo logre.

Si no la mat é cuando pude fue por prot eger al nuevo bebé que llevaba en el vient re pero ahora el límit e se ha ido. Sient o mis dedos ansiando una navaja como el hambre en mi est ómago, la ansiedad por sangre como el respirar de mis pulmones y es cuando pasa un soldado nuevament e por la puert a cuando reacciono.

—Tienes cinco minut os, ve por las armas.—Le dicen a Rovena y recordar su voz hablando de negociaciones con Arya t ambién empiezan a calent arme.

Hay muchas pregunt as sin respuest as que pesan. Doy una bocanada de aire en lo que salgo por el pasillo sin guardias hast a llegar a la habit ación de mi pequeña. Ella saca lo mejor de mí, pero no quit a que aún t enga sombras dent ro, así que solo la observo un moment o hast a que not o al perro que me sient e.

—Que nadie la t oque—le ordeno y parece ent enderme. Dos veces más se lo pedí en el pasado y realment e fue salvaje con los ext raños, aunque sé que aquí est á mejor cuidada y sólo será un t iempo fuera.

M e mira adormilado para luego cerrar los ojos apret ando las pat as cont ra ella. Est á amaneciendo, t omo algo de ropa, un pant alón y casaca negra con capucha que me cubre la imagen hast a que salgo direct o al lugar donde t ienen el aut o y no est á la rubia, sino ot ros.

La t áct ica de arrast re que me enseñó Rich hace años funciona, además del hecho que est én lejos cuando me escondo t ras cajas que apilan mient ras suben los ot ros soldados, incluyendo la rubia que no deja de hablar de vergas.

Se dicen porquerías en el camino y algunos bromean con el t rasero que carga “ La señora Van Loren” como si fuese una sát ira de cuent o, por lo que respiro pensando en que mañana yo misma voy a ponerlos en cint ura y que sangrarán por t odas part es, poniendo en claro mis prioridades ahora.

La ansiedad es algo que ya no cont rolo, así como el hecho de querer est ornudar y me t apo las fosas nasales para que pase. Los movimient os golpean mi t rasero pero aguant o, dan ot ro t ipo de información que me parece ext raña, hablan de un depart ament o en At enas, las visit as del amo de hace un mes y sólo cuando preparan sus armas me doy cuent a que vamos llegando hast a que minut os después el camión para.

—Posht ë. «Abajo» —Dicen, en albanés a la par que desocupan el camión mient ras me aseguro de rodarme por un cost ado y lo que veo me deja perpleja.

El lugar es horripilant e, un descampado dent ro de lo que parece un gran circulo que va descendiendo con escaleras en rueda con una gran maleza a los cost ados.

Bajo un poco y not o que hay más arbust os que me permit en camuflarme, cuat ro hombres reunidos se ciñen en un círculo, cada uno con sus t ropas, mujeres a sus cost ados que asumo son sus esposas y armas que se apunt an mient ras discut en en mi idioma sobre garant ías para sus vidas y negocios.

El ambient e se carga y solo cuando avanzo logro escuchar mejor lo que dicen. M arkos observa con la cara gélida, los demás exigen, exigen y sólo exigen, por lo que sé que en un moment o explot ará así que t omo el arma que me robé y escondí ent re mi ropa, evaluando cada facción, segundo, mient ras mi corazón parece det enerse.

—¿Qué nos garant iza que el kaos será nuest ro?

—M i palabra.

—¡Tú no t ienes palabra, Siniest ro!—gruñe, un hombre mient ras hace un puño—. Dest ruirse la vida de muchos; mat ast e hijos, padres, esposas, nos dest ronast e de t ierras que eran nuest ras por t us ambiciones.

—¿M is ambiciones? ¿O sus inept it udes, peleles de mierda?

Los soldados de cada capo levant an las armas mient ras los de M arkos les devuelven el act o casi de forma inst int iva, siendo las mujeres que yacen a cada cost ado de los hombres t urbios las que guardan la cordura, levant ando sus manos derechas.

—Sabes lo que nuest ros señores quieren—dice, una de ellas, at reviéndose a mirarlo a los ojos—. ¿Dónde est á t u mujer? La verdadera.

Demanda y no les t emo, mis ojos arden mient ras apriet o los dient es dispuest a a dar un paso cuando de pront o sus ojos se dan cuent a del movimient o que hay t ras los capos, fichándome.

Se me seca el aire al not ar que me fulmina la vist a, pero es más la sensación de sus ojos volviéndose fríos segundos después lo que me irrit a, cuando una mujer pelirroja aparece de perfil posándose a su lado mient ras jala la vist a de los present es.

—Señora—un capo le hace una venia—. Su belleza no era mit o.

El silencio encrudece mi alma como un t orbellino que me azot a. La boca se me seca, la desesperación me apaña y, como si fuese un puñal clavándose en mi corazón, la mujer que not a al amo posar su vist a en mi dirección t ambién lo hace conmigo y el impact o es como un golpe asesino cuando le veo la cara.

—M i nombre es Ant ígona… Ant ígona Van Loren—me sonríe, mient ras alza la voz en alt o—. La única y fiel mujer del amo hace más de cinco años, camuflada en las sombras. Primera esposa, cómplice y amant e del imperio del dragón que lidera el mundo.

CAPTULO 17

Alaska

¿Cuánt o duele que t e mat en el corazón t ant as veces?

Parece que mi cuerpo se congela mient ras un espasmo me deja sin habla. No sient o, no pienso, no respiro…, mis piernas son una gelat ina inest able cuando sus ojos ya no me miran sino a ella, cuando mant iene la quijada t ensa observando a esos hombres celebrar el regreso de la «Señora Van Loren» sin decir una palabra y t engo que t ragar fuert e para no derrumbarme.

El silencio es el peor de los amigos cuando no quieres procesar lo que t e cala. M is pies ret roceden casi por inercia, la bocanada de aire que doy me quema la gargant a por t odo lo que no cont rolo, siendo inevit able que mis ojos se llenen de lágrimas pero no… me prohibo llorar ahora, porque necesit o salir de aquí como sea así que solo escalo hast a llegar a la cúspide del pozo.

—Espero que la visit a haya sido de su agrado, “ señora” —la rubia zorra est á parada en el borde burlándose—. Por ciert o, ¿A quién se le obedece ahora?

Paso ignorándola con el pecho apret ado y t engo que morderme la lengua para no llorar aunque sea inút il que se me caigan las lágrimas. El lugar es t ierra inhóspit a pero aún así necesit o alejarme del nido de víboras, por lo que sólo me pierdo en el bosque presa de un nubarrón de emociones que arden por dent ro.

Segundos, minut os, horas…lo único que sé es que corro lo más rápido que sea de regreso por mi hija. El frío es una molest ia pero ya nada import a, mant engo el t rot e para calent arme con el afán de olvidar lo que ví, cerrando los ojos fuert e para evit ar que sigan cayéndome más lágrimas, pero…no puedo.

La frust ración es algo que me mat a, mi necesidad por querer ser lo más sincera conmigo misma sale a flot e most rándome lo que no puedo seguir pensando «Él, ella, junt os» y sólo me det engo cuando sin

querer me t ropiezo con una roca, not ando que el raspón en mi pierna es mínimo, pero t ambién lo suficient e para llorar con t odo el alma por cada cosa que no lloré y ret uve en silencio.

“ Te amo, M arkos”

“ Alaska, no…”

Sopeso el vacío sint iendo espasmos en mi pecho. Las cosas que callamos se acumulan y por más que int ent emos que se mant engan ahí, prot egiéndonos de los ojos del ot ro, llega un día en que t odo se desborda y duele el doble.

“ Est á embarazada, señora”

Las heridas que no se curan se infect an. Las cicat rices que ignoras se abren cada que caes de nuevo y permanecen ahí, como fant asmas que est án a t u lado porque no sabes cómo liberarlas hast a que llega el moment o en que t e das cont ra la pared y solo…

“ M e amas…”

“ El amor no es suficient e”

…vuelves con una mirada dist int a.

M e seco las lágrimas cansada de llorar como idiot a, sint iendo que el pecho de alguna forma me pesa menos que ant es por alguna razón que me hace sent ir cansada. El primer paso para crecer es afront ar t us errores por más dolorosos que sean y sí, lo hice: fallé. M e enamoré de alguien que pensé odiar, al que juré dañar, dest ruir, hacerle pagar sin saber que había perdido el juego inyect andomelo más en el alma, pero no voy a permit ir que est o me siga consumiendo.

Los espasmos parecen irse cuando me lavo el rost ro en un pequeño riachuelo helado que pasa por la maleza. El agua hace que mis labios t irit en; mis manos, rost ro y cuerpo parecen est ar en una congeladora «Est oy hecha un desast re» pero no import a porque parece que lloré por t odos los años que me quedé en silencio.

M e levant o lo más rápido que puedo t rat ando de volver como sea, siendo imposible que no not e un est ruendo en el aire que emana humo negro además de fuego que cae cerca.

—Arya.

Pienso en mi hija y me desespero. M i inst int o me dice por dónde regresar y desde ya empiezo a maquinar en cómo la sacaré de ese lugar sin que nadie lo not e. El arma se mant iene t odavía escondida en mi pant alón así que ahora la t omo en mi mano, regreso t rot ando hast a hallar un viejo granero que posee un carro de arrear t ierra y no me import a, es lo que necesit o.

—¡Oiga! ¡Regrese eso aquí!

M is pómulos pican no solo por el frío sino por la nueva explosión que empieza a sonar en el aire, la cual deja rast ro de gases t óxicos que me asfixian, así que piso el acelerador de est a cosa que parece un carrit o de golf grueso y, aunque la velocidad máxima parece t ort ura, en menos de lo que pienso llego al búnker.

El nivel de ansiedad parece est ar a mil en el campament o. Hombres van y vienen, hay grit os en griego, armas desplegadas formando un cerco a la redonda y por alguna razón parece que la bat alla est á lejos de t erminarse.

Sacan baúles con diamant es y cargas que M arkos prot egía en la cabaña. Las int roducen en camiones de la mano de los t hirios para llevarlos a no sé dónde y ést e es mi moment o. M e subo la capucha hast a el t ope met iéndome por las laderas hast a que corro en dirección front al bajando los escalones de t ierra que me llevan a las áreas privadas del búnker y…

—¡Furia!

El perro est á fuera, me mira moviéndome el bult it o que t iene porque la cola se la cort aron y sólo le pido que vaya por Arya. M e ent iende, es un perro int eligent e, pero quiera o no los segundos me mat an, el corazón parece desplegar lat idos violent os, la frent e me suda cada que pasa alguien y t engo que esconderme, así que cuando la veo quejarse sé que algo le hizo.

—¡Perro inút il! ¡M i muñeca! ¡Dámela!

—¡Hija!

Gira el rost ro ext rañada y solo le hago un ademán con el dedo para que haga silencio. Le ext iendo las manos y corre queriéndose quejar por el perro, pero es t an fuert e el abrazo que le doy que calla sin poder comprenderme.

—¿Qué t e pasó?

Su manit o se queda en mi rost ro seguro viéndome los ojos hinchados y es lo único que necesit o para ser más fuert e. He luchado por est a rebeldilla; la soñé, pedí y crié con t odo el amor que nunca me dio mi madre ausent e así que t engo t odo el derecho de ser egoíst a. Es mía, solo mía.

—¿Furia t e mordió? M ordió mi muñeca. Le voy a decir a mis soldados que t e compren ot ro perro para que ya no est és t rist e.

—Est á bien, amor, pero ahora nos vamos.

—¿A mi cast illo en Grecia?—sonríe, jamás le había vist o esa sonrisa—¡Sí! ¡Soy muy feliz! Por fin conoceré a mi pony y a mis cachorrit os.

—No, vamos a ot ro lado.

—Pero el soldado dijo que nos íbamos al avión ahorit a, no empacast e t us cosas y vamos a llegar t arde.

—¿Ahorit a?

—Es que ya est án t irando muchos cohet es y nos aburre.

Dios…

—Pero no t e preocupes—agrega, acariciandome—. Van Ruco est á luchando con los buenos y le va a ganar porque es un villano.

—¿Y t e da miedo?

—No, me gust a que sea villano porque yo t ambién soy una villana. Él no es un papá mediocre.

Inhalo fuert e sopesando lo que dice «Empieza a quererlo..» y por alguna razón deseo alejarla. Por alguna razón quiero que lo olvide.

—¿Ya nos vamos a mi cast illo?

—Sí, pero jugaremos al pact o de silencio. Si no dices nada por una hora ganas y t e llevas muchos dulces.

Abre la boca emocionada «Arya ama ganar más que por los premios» y solo la t omo en brazos pidiéndole al perro que nos siga mient ras evalúo posibles salidas y definit ivament e no vamos a ir por la puert a grande, ya que hay mucho soldado suelt o.

M i vent aja es que se ven preocupados y no piensan en nada más que en defenderse, por lo que corro hacia la salida de emergencia hast a que un fuert e sonido ret umba haciendo t emblar t odo y casi se nos cae una pared encima, por lo que me raspo el cuerpo cont ra la pared t rat ando de que Arya no se last ime.

—No t e preocupes, mi amor, no t engas miedo.

Se escuchan balas por doquier fuera. Los grit os de los t hirios hacen que las alarmas se enciendan, empiezan a pedir que t odos evacúen y no me queda ot ra que regresar por el camino imposible, pensando fríament e en las excusas.

—¡Busquen a la cría! ¡Prot ejan su vida ya!

¿Su vida? La apriet o cont ra mí con t ant a fuerza que se queja. Paso rápido queriendo que nadie me not e, pero los soldados se quedan mirando cuando ven que que paso de frent e y solo…

—Yo la sacaré.—Explico, queriendo que me dejen t ranquila.

—Necesit a resguardo, al menos hast a que llegue el amo—est ira su brazo para frenarme—. No es seguro que salga, señora. Quédese aquí.

La angust ia me t raspasa la gargant a mient ras me empapo de lo que sucede. Lo sigo a regañadient es esperando el moment o para escaparme pero es más difícil de lo que parece. Al parecer hacen un at aque de lo que creo es una defensa. Llegaron soldados de Grecia, lo sé porque port an los mismos uniformes que cuando pelearon conmigo cont ra Smirnov y no est án quiet os. Van de aquí a allá port ando armas, t repándose en máquinas de misiles y aut os que corren a t oda velocidad hacia el nort e mient ras mis ojos no hacen más que ver a la redonda.

—¡Traen misiles! ¡Est aban preparados para un at aque!!—gruñe ot ro guardia, ignorándome—. ¡Los hijos de put a iban a at acarnos de t odas maneras!

Algo hace que el cuerpo se me escarapele pero bloque las pregunt as ment ales, no cuando quiero irme ahora. M is pies corren lo más que pueden hacia adelant e cuando los soldados discut en pero ant es de salir Sky aparece mient ras se at reve, por primera vez en el t iempo de conocernos, a ponerme las manos en los brazos para evit ar que me vaya.

—¡Señora! Por favor, no lo haga.

Va al grano, seguro porque me est uvo siguiendo los pasos.

—Quít at e.

—Las cosas no est án bien fuera, hay una mat anza ahora mismo; fuego, disparos, masacre, por lo que deben irse a Grecia ant es de que caiga la t arde o sus vidas correrán peligro. El amo dio una orden. Por favor, no dé un paso en falso, despert á su enojo y…. —exhala impacient e—. Por favor, señora, hágame caso.

Tiembla cuando habla de M arkos como lo hace t odo aquel que le baja la cabeza y por un segundo lo mant engo en mi ment e, sin embargo, el enojo y la frust ración hacen que quiera no seguir siendo su presa. No me voy a poner en bandeja de plat a para un posible chant aje, mucho menos con mi hija y t ampoco vuelvo a pisar uno de sus dominios, sería mi ruina.

Algo haré, veré la forma, saldremos de est a y solo…«¡M ierda!»

—¡Abajo!

Un est ruendo vuelve a sonar y cubro a Arya con t odas mis fuerzas cuando la t ierra vuelve a desplegarse del t echo. Se ha mant enido en silencio por el juego pero ahora sí se asust a «Necesit o salir de aquí somo sea» .

—¡Señora!

Aprovecho el descuido de Sky, quien empieza a ordenar refuerzos mient ras t omo la k90 que solt ó un escolt a y corro con las fuerzas que me quedan hast a que veo una pradera a lo lejos. Si llego hast a el bosque lograré esconderme «Nadie bombardea un bosque» así que necesit o robarme algún aut o; veo uno cerca, corro hast a él not ando t res aviones de bat alla con insignias del dragón, por lo que solo me apresuro forzando la puert a hast a que abre.

—Yo no haría eso.

La voz de M arkos me paraliza. Las manos se me empiezan a ent umecer mient ras sus guardias reales van acorralándome y solo abrazo a Arya con fuerza cuando el perro les ladra. Sus rost ros serios podrían asust ar a cualquiera que no los conozca y, a pesar que no sacan sus armas, el sólo hecho de que se queden en círculo ya es para mí una clara demost ración de lo que busca.

—M i soberana—la voz de la niñera se suelt a y Arya la mira—¿Por qué no me ayudas a encont rar conejos? Ví unos cachorrit os por ahí, t e van a encant ar.

—¡Sí!

—No. Ella no se mueve de mi lado.

Calist a se queda pasmada mirando a quien no quiero mirar porque t odavía permanece t ras de mí y su sola presencia es como est ar en el infierno. Las mejillas se me calient an de enojo, mis brazos se siguen aferrando al cuerpo de mi rebeldilla mient ras deslizo el arma lent ament e, mirando de reojo a Furia que les enseña los dient es a quienes nos rodean y solo me mant engo fuert e.

Doy una larga bocanada en silencio t odavía escuchando los misiles que impact an en el aire. Rovena, la morena y las ot ras t hirias pasan de largo en las jeep de resguardo, nos miran pero no hacen más que most rar respet o hacia el hombre que t odavía se mant iene en su sit io y por alguna est úpida razón pienso en Ant ígona, que no aparece por ninguna part e.

—Quiero ir a ver a los conejit os cachorros—se queja—. Tú nunca me dejas hacer nada. Quiero ir, son míos.

—¡He dicho que no!—mi mirada se t ensa, me gana el desespero y pront o me doy cuent a que le hablé fuert e—. Perdón, mi amor, por favor hazme caso.

Pero se enfada orillandome a que la baje de mis brazos siendo inevit able que me enfrent e a la mirada de su padre, quien me repara de arriba a abajo como si quemara por dent ro.

—Preparen sus cosas, van a subir al maldit o avión ahora mismo.

Ordena y t odos se mueven.

—No voy a irme cont igo. Ni hoy ni nunca.

M is palabras resuenan t an fuert e que sient o el poder que emanan al salir de mi boca. La conmoción parece callar a t odos, incluyendo a Arya que me mira como si no comprendiera nada, y es por ella que t rat o de sopesar en el enojo con un puño sabiendo perfect ament e que no debería escuchar t emas que no le compet en.

—Vamos, mi soberana, los conejit os esperan—la niñera insist e al sent ir la t ensión y no me queda de ot ra que acceder a regañadient es con la condición que no se aleje de mi vist a.

Con una seña Sky mant iene a la guardia personal de M arkos a suficient e dist ancia como para darnos algo de privacidad y parece que ahora resguardan a Arya, que no deja de salt ar por el past o buscando conejos junt o al perro, mient ras vuelvo a lo mío enfrent ando lo inevit able.

No hay mucho t iempo, es lo que int uyo. A lo lejos se ve una pist a clandest ina con uno de los aviones de M arkos esperando, al igual que los t hirios que no hacen más que observarnos desde lejos fingiendo que miran a ot ra part e.

Sus ojos queman cuando los míos le devuelven la vist a. No hay ningún t ipo de amabilidad cuando posamos nuest ros ojos el uno al ot ro, mucho menos la comprensión con la que solía quedarme cada que se mant enía en silencio. Algo en mí se rompió est a madrugada, algo en mí dejó de funcionar cuando lo t engo cerca.

—Tienen que irse ahora. A Grecia. No hay más t iempo.

Le levant o la cara.

—¿Para qué? ¿Para que me vuelvas a encerrar como t u presa y ofrecer algún t ipo de cont rat o sexual de por medio? ¿O para vert e fornicar con t u verdadera esposa mient ras me quedo como la amant e?

M ant iene la t ensión en sus labios.

—M e desobedecist e. Te pedí que por ninguna razón salieras del búnker y fue lo primero que hicist e arriesgando t u vida. Dí una orden clara.

Río.

—¿Y por qué t endría que seguir t us órdenes? No soy ni t u t rapo ni t u perro, mucho menos la bola de idiot as que t e t emen para acat ar lo que digas.

—No es el moment o ni el lugar, Alaska—sisea, cont eniéndose—. Ahora no.

—¿Y cuándo ha sido el moment o, “ amo” ? ¿Hoy? ¿Al conocer la verdad sobre t u “ esposa” ?—la rabia viene como ironía y mis ojos se crist alizan ant e su silencio—. Quit émonos las caret as, M arkos, t u ment ira aquí t erminó. Fingist e casart e conmigo solo por t u venganza cont ra Brist ol, seguist e el engaño para ret enerme y como vist e que me iba de t us manos me embarazast e en el moment o más vulnerable de mi vida sólo para asegurarme a t u lado.

Su mirada se mant iene dura quedándose en silencio y por alguna est úpida razón quiero que me diga que no es ciert o, que me invent e alguna hist oria que pueda creer, me bese, me haga el amor y se quede así…como si est uviese perdido, como cada noche que compart imos junt os, pero no lo hace. Se mant iene serio como si est uviese lidiando con algo más fuert e, mirándome fijament e y…«No me quiero deshacer. No me voy a deshacer», así que solo…

—Ni novent a días, ni cuat rocient os más, ni mucho menos t res años…han sido suficient es—ent ono fría, ret eniendo las ganas de llorar—. M e cansé de esperart e. M e cansé de querer que me quieras como me merezco. Se acabó, M arkos.

Arde mi gargant a cuando mis palabras resuenan. Tengo la ment e t an cargada, la punzada de dolor t an oprimida que ya… no quiero verlo.

—No t e he dicho que t e vayas—dice, t omando mi brazo cuando me giro.

—No necesit o t u permiso. Al final—finjo sonreír—...no somos nada. Nunca fuimos algo.

Sus ojos queman cuando me miran, algo arde en él inexplicablement e y no sé si es mi corazón t raicionándome o lo que parece una t ret a, pero por alguna razón mant iene mi cuerpo junt o al suyo en medio de misiles explot ando en el aire, aferrándome a su piel mient ras pequeños dest ellos de ira parecen carcomerlo.

—Alaska…—apriet a los dedos en mi piel, t enso—. No es el moment o. No hay t iempo. Sube al avión, maldit a sea… Quédat e.

M is ojos se crist alizan «Es una gran t áct ica para un est rat ega como él: apañarle a los sent imient os» y de pront o el enojo, la ira y decepción se junt an at ragant ándome el alma.

—Ese ya no es un discurso para mí, mejor ve y díselo a t u esposa.

—¡M aldit a sea t u jodida boca!—explot a, t omándome de los brazos mient ras las balas se escuchan más cerca y peleo.

—¿Es lo único que sabes hacer? ¿Tomar t odo por la fuerza?—grit o, zafándome— ¿O será que no t ienes los maldit os huevos para acept ar que soy la primera mujer que t e dice NO cuando se le ant oja?— sonrío— ¿Te jode? ¿Te baja la hombría que pisot ee t u ego cuando se me dé la gana?

El cuerpo de Sky se congela, sus manos t iemblan, se queda complet ament e perplejo mirándonos.

—Te has pasado t oda t u vida imponiendo sobre ot ros, pero no t e has dado cuent a que aquí no eres nadie sin t u maldit a reput ación o dinero—lo daño, sabiendo dónde le t oca—. Tu mayor debilidad eres t ú mismo. Compras perras por placer, disfrut as mat ando inocent es, los hombres t e respet an porque t e t emen y no porque seas un líder que se haya ganado el t ít ulo.

—¡No me int eresa ser el put o lider pelele de nadie!

—¡Y a mí t ampoco lo que dejes o no de hacer con t u maldit a vida! Tú no me vas a venir a mandar porque no soy ni t u perra ni t u amant e para que me t rat es como se t e dé la gana. Y juro que si vuelves a int imidarme…no t endré piedad cont igo.

Sus ojos se enardecen y puedo sent ir cómo la venas se le hinchan de ira.

—M e est ás amenazando.

—Te est oy dando una put a advert encia. No t uve reparos en hacer ese libro de la mafia cuando quise. Con t al de que me dejes en paz podría volver a ret omarlo y créeme que cuando me buscan me encuent ran. Sé perfect ament e quién eres, qué haces y cómo funcionan t us negocios. Conozco cada alcant arilla donde van t us rat as, cada jodido rincón donde t e escondes así que o me dejas en paz o at ent e a las consecuencias.

Como creí su ira resalt a pero es más su ego dañado, por lo que es fuego cuando se enfrent a a mí y cuando creo que me va a t omar de nuevo para aprisionarme, un fuert e impact o remece la t ierra, por lo que grandes part ículas se desprenden por el aire llenando la t ierra de peligro.

—¡Señor, t enemos que irnos!

—¡Arya!—grit o, buscándola—¿Dónde est á mi hija?

Los disparos aument an y M arkos junt o a su guardia personal se encargan mient ras me escabullo buscando a Arya en medio de balaceras que esquivo cayendo, levant ándome, hast a dar con el acceso que va hacia la pist a clandest ina y corro con el perro que no me deja.

El calor que emana mi cuerpo me abraza las mejillas y pront o sient o que me mareo, que t odas las emociones vienen cont ra mí como un bofet ón ardient e, por lo que me ent erco buscándola, queriendo prot egerla, obsesionada con dar con ella cuando la veo mirando por la luna del avión como si t odo fuese un juego.

—¡Vuelen! ¡Tomen vuelo ya!—grit a un soldado.

—M e llevaré a mi hija —amenazo a Sky que est á en la puert a—.Así sea por encima de t í

—¿Y cómo la piensa defenderla? ¿Con su cariño? ¿Escondiéndola en sus brazos hast a que se la quit en y la ut ilicen como a un cordero de la mafia? —t rat a de cont ener el enojo—¡Est amos en un at aque! Gent e con armament o avanzado dispuest os a t odo por la cabeza de la cría. Ni siquiera sobrevivirá más de t res minut os, t ienen ondas de calor, el área peinada y las front eras son sus dominios. Por favor, confíe en mí.

No pienso, no proceso, no respiro. La quiero a ella, pero t odo parece est ar en llamas. Est oy confundida, cansada, llena de un enojo que me pone una venda encima y que me hace querer sólo t omarla e irme.

—No lo haga por ust ed sino por Arya. ¿Qué lugar le va a dar para esconderse? ¿En en el bosque? ¿Sola? No la van a dejar t ranquila, mient ras la t enga con ust ed la buscarán hast a debajo de las piedras en cualquier lugar donde se esconda. Nada es más seguro que la fort aleza Van Loren, es el único lugar donde ella est aría prot egida en caso de…

—No puedo.

—Alaska, use la cordura. Ent iendo que t enga diferencias con el señor, pero no es el moment o para arriesgar sus vidas. Súbase a ese avión, asegúrese de pisar la mansión Van Loren y luego habla de lo que t enga que hablar con el amo.

Ot ro est ruendo se escucha, drones que sobrevuelan por encima de nosot ros, el perro ladra en señal de peligro y la desesperación me mat a. Sus ojos, mis ojos, el dolor, la ira, el cansancio, el silencio y ahora… me llevo las manos a la cabeza «Van a mat arla» El pilot o empieza a dar la orden, Arya me ve y t rat a de bajar las escaleras, pero la alcanzo subiendo a la mit ad para abrazarla, sint iendo su perfume suave cuando le doy un beso y solo…

—Te demorast e mucho—se queja.

—Debes irt e ahora—acaricio su carit a, con la cabeza en llamas—. Ve con ellos y pórt at e bien hast a que vaya por t í.

—¿No irás?

—No puedo.

—Pero…—se confunde—, quiero que veas mi cast illo. Ven conmigo—no sé qué cont est ar, me vuelve a mirar frust rada «Nada la haría más feliz que ir a la mansión» y luego mira al perro, que se mant iene esperándome—. Furia, ven…

Lo llama pero no le hace caso, se mant iene a pie de las escaleras esperándome, ignorando el llamado de Arya como si pudiese ent ender lo que pasa.

—No hay t iempo—indica el pilot o—. ¡Tenemos que volar!

Inhalo fuert e, reparandola.

—Te juro que iré por t í pront o. No me demoraré. Encont raré la forma de sacart e de ese lugar, pero ahora, por t u bien, debes irt e.

—¿Ya no me quieres?

M e quedo en silencio, quedándome fría.

—¡Pues si ya no me quieres ent onces yo t ampoco t e quiero! ¡Y t ampoco quiero a ese perro t raidor!

—M i amor….

Se da media vuelt a enfada corriendo hacia el avión mient ras mi corazón se hace piedra. Las manos me t iemblan de impot encia: Sky t iene razón ¿Cómo voy a prot eger a Arya ahora? No t engo más que un arma encima cuando son millones los que vienen a at acarnos, t ampoco un plan que la resguarde y aunque me duela en el alma solo…

—¡Cierren puert as!—grit a el pilot o—. Avión acercándose.

—Señora…

Sky t raga saliva insist iendo e inhalo con fuerza, t omando mis propias decisiones, sabiendo que no se hacen cambios en la vida cuando vuelves al mismo círculo y, como si fuera un golpe cert ero, un nubarrón parece ensombrecer cada part ícula de mis pulmones, cada gest icular de mis labios volviéndolos fríos como el corazón que por alguna razón se me congela, volviéndome complet ament e sombra. Sin lágrimas…ni arrepent imient os.

Letal Briana El humo que infesta la sala de la pequeña asamblea improvisada al sur de Austria me produce asco. Mis manos no pueden estar quietas al igual que las de los demás; algunos drogandose para pasar el rato, otros siguiendo noticias locales donde informan de la batalla y uno que otro sopesando el frío con alcohol que no hace más que reflejar la tensión evidente de los presentes al tener en juego más que el nombre del círculo en esta batalla. «No voy a perder. No puedo perder ahora» Me lo digo cada mañana al abrir los ojos, cada que aguanto las ganas de vomitar cuando el viejo Ronan me toca y veo mi rostro frente al espejo quemado, lleno de llagas, totalmente deshecho bajo la máscara que cubre la mitad de mi rostro por precaución, pensando una y otra vez en mi venganza. —¿Nada?—le comento a Bastian, el hombre de confianza de mi nuevo marido. —No. Y exhalo pesado llevándome una mano al pecho al mirar por la ventana la destrucción en el aire que no se sabe de qué bando es, pero lo cierto es que esta noche habrá un ganador inminente. Desde la vieja guarida que nos facilitó uno de los capos estamos a salvo como espectadores; no tocamos zona roja, pero sí podemos ver cada misil que sale de nuestros aires rumbo al búnker donde se alberga el nido de ratas que voy a exterminar antes que exterminen ellos conmigo. Cada día que pasa me pesa no haber matado a Alaska cuando pude. Cierro mis ojos y todavía me parece verla encerrada en esa carceleta completamente a mi merced, sola, vulnerable, y me proyecto tomando el mismo cuchillo que le quitó la vida a su primer hijo para volver a clavárselo en el corazón y así por fin cerrar el maldito círculo que no me ha dejado en paz desde hace más de tres años. —¡Señora Briana! Hombres entran corriendo mientras tiran un cuerpo mutilado a mis pies dándome cuenta que es…«Un capo» y el general al mando de las fuerzas del círculo me mira, como si le costara procesar palabras que alertan a mi mente. —Descubrieron la trampa.—Agrega. Los otros viejos se levantan de sus sillas mientras el sonido de una respiración pesada aumenta, cargando a los presentes. —¿Qué demonios pasó? —Intentamos todo, siguieron sus órdenes al píe de la letra, tratamos de…

—¡Al grano, maldita sea! —La señora Van Loren se acostó con los capos en una orgía, tal y como usted demandó. La amarraron, la follaron cuanto quisieron, pero cuando los líderes se disponían a matarla…esta intespectivamente les cortó el pito y la garganta sin que puedan defenderse. —Imposible. —La pelirroja dejó que la tocaran a propósito para que los capos se confiaran y sólo cuando despidieron a sus guardias sacó lo que tenía escondido. —¿Pelirroja? ¡¿De qué estás hablando?! Me pica la cara por tensión. —Antígona Van Loren. Todos los testigos la vieron. La ira me calienta las mejillas, apenas y puedo tragar saliva de lo furiosa que me siento cuando su nombre entra como impacto de un proyectil en mi cabeza. Suelto el grito más fuerte que he dado exacerbada y parece que la sangre se me va de la cólera, que mi mundo sucumbe ante los ojos de los otros ancianos que no pueden creer lo que escuchan. —¡Es una maldita trampa! Les digo pero no me creen, toman las armas de sus bolsillos y… —¡Les estoy diciendo la verdad! ¡Tienen que creerme!—agrego, reparando cada una de sus caras mientras mis pies rodean el círculo que forman como si estuvieran acorralándome—. Ustedes la vieron de su brazo en la fiesta negra de la asamblea hace más de cuatro años; su verdadera esposa es Alaska Wells, la modelo de pasarelas que filtró información del círculo en ese libro de la mafia, no Antígona. Esa zorra sólo era un soldado que usaba de pantalla. Mi pecho sube y baja con sudor en la frente y el desespero hace que me pique la nuca tratando de tomar un cuchillo como sea cuando me amenazan. —Las esposas no son importantes para los líderes de la mafia, cambian de ellas como de ropa—habla uno de ellos—. Dijiste que su mujer era importante, su arma más débil y resultó que nunca significó nada. Siniestro no tuvo interés en retenerla, por el contrario, la cedió sin negarse ¡Perdimos tiempo persiguiendo a la zorra cuando pudimos tener a la cría antes! —¡No!—explico, desesperada—. ¡Siniestro les está viendo la cara de imbéciles a todos, como siempre lo hace! —¡Acepta que fallaste, puta de mierda!

—¡Alaska Wells es la mujer! ¡Antígona sólo es un soldado que haría cualquier cosa por su líder! Me apuntan con sus armas y trato de calmarme. —Señor, nos acaban de informar que perdemos tropas—dice el general portando una radio sin señal en las manos con la cara pálida—. Siniestro estaba preparado para el contraataque cuando invadimos las tierras cercanas al búnker. Explotaron las minas, descubrieron los resguardos asiáticos y también los proyectiles enviados. El caos se formó hace un momento, las familias de los capos exigen venganza y amenazan con tomarán acciones contra nosotros. Me llevo las manos a la cabeza a punto de explotar, sin saber cómo manejar la maldita ira que guardo. Debí suponerlo, no iba a quedarse tan calmado, no cuando atacamos de frente y por lo pronto tengo que defenderme. —Tu maldito plan se fue al carajo. Nos has metido en un problema mayor con tierras que queríamos dominar y que ahora son enemigos del círculo. —Tomarán el mando sus hijos. Son jóvenes, no les conviene irse contra el círculo, venceremos ¡Les he jurado mi vida que venceremos! —apuntan hacia mí—¡¿Qué están haciendo, malditos idiotas?! Cargan sus armas sin emitir palabra alguna. —¿Qué crees que les vamos a decir a las familias de los capos después de haberle ofrecido protección por traicionar a Siniestro? Necesitamos al culpable, le entregaremos tu cabeza a las viudas y nos quitaremos la responsabilidad en la que nos metiste por tu estúpida cabeza estúpida—me escupe—. Eso nos pasa por confiar en una zorra de mierda despechada. Esa zorra sigue siendo la mujer de Ronan Stav, el líder del círculo al que le juraron respeto—interviene Bastian alzando su arma, mirándome como si fuese imprudente—. O se calman o de aquí nadie sale con vida. Ustedes deciden. El corazón se me atiborra de latidos al igual que mis ganas por apretar sus gargantas. Pasan largos segundos para que hagan caso, uno a uno va bajando su arma mientras mi frente pica sin quitarles las miradas de odio. No me quieren, eso es claro desde que tomé el mando yo y no uno de ellos que han estado años al costado del líder, pero tenerlos contra mí siendo una mayoría me sigue dando desventaja, a pesar de ser la mujer de Ronan Stav ante todos. —Peleen hasta el final ¡Maten a esos malditos!—Entona uno de ellos antes de irse pero la pelea está vencida desde que truena el último avión en el cielo. Me sirvo un trago con las manos engarrotadas de ira al fallar una vez más después de años tratando de dañarlos «Tengo que pensar con la cabeza fría» Era obvio que Siniestro iba a

contraatacar, es inteligente, conoce a la gente del círculo y es lo que más me molesta, que me tiran entera responsabilidad a mí cuando dije que necesitábamos otras tácticas, aparte de las que ya teníamos. —El jefe ya lo sabe—me avisa Bastian sin ápice de emociones, antes de irse—. Pide que te retires de Austria inmediatamente y regreses a Creta lo antes posible. Si Siniestro te encuentra será tu fin. —No me iré sin haberla encontrado, a ella o a la cría. —Un avión alzó vuelo hace diez minutos, es más que seguro que son ellas. Acéptalo de una vez, Briana. —¡No!—vuelvo a servirme otro trago, ahora con la mano temblando—. La sed de venganza no se acojona sino crece. A golpes tuve que aprender a defenderme en la vida y con golpes he logrado lo que he querido siempre. No volveré a fallar. Bebo desesperadamente cuando se va dando un portazo, incluso me trago los pequeños pedazos de hielo que permanecen en el vaso de ron, tratando de buscar saciedad mientras mi mente parece ver luces extrañas y al mirarme al espejo lo que creo ver regresa como si pudiese leer mis pensamientos. La silueta extraña de un hombre viejo de barba blanca se acerca a mí lo suficiente como para que nadie escuche y sopeso la ira, tensión, el dolor cuando sus ojos se encienden como si fuese la chispa de un cerillo. —La frustración con el desamor siempre es un mal peligroso, Briana. Sonríe, burlándose de nuevo. La imagen del señor Otto como un espejismo fantasmal regresa para atormentarme, como cada noche que lo evito en mi cabeza. —Te enamoraste de Siniestro siendo su esclava, pensando que algún día ibas a tener protagonismo. Y lo que no puedes soportar es que ella fue su elección. —¡Ella no tenía que ser la mujer del amo sino yo! Siniestro no debió haberme traicionado eligiéndola a ella—alzo la voz, frustrada—. Prometió que sería su skyla, que me daría una oportunidad para arrodillarme pero cada día que pasaba sus ojos la iban mirando más, más y más…olvidándose de las otras—mis ojos pican—. Ella no debió traicionarme, pero lo hizo. Decía que me quería, que yo era su amiga y me quitó al hombre que amaba. —Estás demente—susurra el espejismo en mi oreja—. Cada vez más loca, Briana. —Yo le gustaba al amo, lo juro…—me llevo una mano a la mitad del rostro, sin tocar el otro lado dañado—. No me vendió, pudo hacerlo y no lo hizo. Yo tenía una oportunidad con él, Alaska Wells me lo quitó. La risa suave parece retumbar en mi cabeza, como si fuese el demonio hablándome.

—Siniestro sabía que Alaska Wells era una chica mundana, compasiva, de buenos sentimientos ¿Por qué no podría aprovechar a una simple puta como tú? Acéptalo, Briana, fuiste el gancho perfecto para sus planes y nada más. Solo te utilizó, como lo han hecho todas las personas en tu vida. Mi ojo late con fuerza. —No…eso no es cierto. Alaska me quitó todo lo quería para mí…incluso convenció al amo para que me odiara y ambos me humillaron, maltrataron, arrastraron…,pero lo peor fue las heridas que dejó en mi piel—siseo, acariciando mi máscara—. Ella lo hizo por envidia, porque yo era más bonita y no soportaba verme como competencia para su hombre…porque cada que le contestaba sus ojos se prendían hacia mí. Siguen las risas. —Me dijo que era su esposa—gruño, con los ojos aguados—. Que era su jodida boca rebelde y en sus ojos ví lo que jamás había visto de un hombre: una necesidad única por tenerme a su lado, porque solo inventaba excusas para no dejar irme en los 90 días del acuerdo. Yo era su angliká, yo iba a darle hijos si me los hubiese pedido yo…—trago saliva, cortando mis ideas—.No quedará impune. Cada cosa que ambos me hicieron la pagarán así tenga que levantar a los muertos, así tenga que traer del infierno a sus más grandes enemigos, porque esta guerra…la voy a ganar mate a quien mate, incluso a su cordero. Lágrimas caen de mi rostro mientras las risas siguen en mi cabeza recordando el día en el que lo ví con ella, en esos segundos que noté el interés del amo porque esté bien, tenga todo lo que cualquier mujer apreciaría y que ella negaba con su estúpida dignidad fingida. Lo quería para mí tantas veces…, pero iba a hacer mi papel a la perfección para no fallarle hasta que entendí que esto se salía de las manos cuando Alaska empezó a disfrutar de su compañía. Cuando se encerraban a diario en la cápsula y no salían en horas, incluso pasaban la noche follando mientras mi corazón se partía. —Madre… ¿Estás bien? Una vocecita se escucha desde el marco de la puerta y sólo me agacho extendiendo los brazos hacia el pequeño que se suelta de la mano de la criada. —Damián… —¿Qué te pasa?—limpia mis lágrimas y me quedo en silencio. Ronan lo aceptó como hijo de Smirnov sin sospechar que su verdadero padre era Bristol y su verdadera madre Marcela, por lo que es un cordero que ha llegado a ser blanco para algunos miembros del círculo que lo ven como amenaza. Ya sabe pelear a tan pronta edad porque es inteligente y, según su entrenador, es capaz de clavar un cuchillo sin contemplación alguna desde ahora pero no quiero que lo dañen, por

ende solo va a algunas batallas como espectador junto a su guía en una motocicleta, ya que ha mostrado interés en ellas desde pequeño. Lo miro y sus ojos grises se encienden. Todavía lleva la marca de un mal golpe que se dio en la calle, el recuerdo de una madre atormentada, un padre asesinado, así como que yo soy su única luz en el mundo. —Estamos perdiendo—comenta, con el rostro serio—. El enemigo abrió fuego cuando estábamos llegando. Es lo que dijeron los soldados, lo escuché. Alguien se lo dijo, madre. —Ganaremos. Contigo lo haremos…—mis uñas tocan el borde de su nariz reparando su rabia, los ojos que parecen un caldero, además de la forma en la que me mira. —¿Te dañaron? —Siempre lo hacen pero sobrevivo por tí, porque soy lo único que tienes. Su pequeño rostro se llena de ira, aún más al ver mi cara llena de llagas por el ácido propagado entonces la acaricia. —No quiero que te vuelvan a dañar. Prométeme que jamás te vas a ir como se fue mamá Marcela. No me vas a dejar solo. —Por supuesto, cariño—digo, tomando su mentón en mi mano—.No si tú estás a mi lado porque… —Somos la raza que cobra con creces a nuestros enemigos y que si golpea lo hace aún más letal. Termina la frase mientras me abraza a la par que mis uñas peinan el cabello que le cubre hasta los hombros y solo sonrío, jurando que este no es el fin, solo el comienzo de algo más grande. Siniestro. La nieve entierra por completo los cadáveres de los caídos mientras el río de sangre que emanan sus cuerpos parece humedecer mis zapatos. Huele a peste y victoria «Vencimos» después de casi tres horas el último rehén ha sido capturado y sólo se dejaron vivos a los altos mandos de la operación mediocre del círculo, ya que sus muertes serán transmitidas en vivo mientras le doy calidad de vida a mis caimanes. —Rastreadores fuera. No hubo signos de espionaje. El kaos ya empezó a actuar en sus cuerpos, mi amo—repara al avión secundario alzar vuelo con los rehenes—. El viaje a la muerte los espera. —Que sean enviados directamente a los subterráneos. No quiero mugre en mi piso.

—Por supuesto, mi señor.—Agrega Driton mientras nos dirigimos a mi nave personal ahora, harto de tolerar el maldito clima de Austria. —¿Sobrevivientes? —Ninguno. No hay nadie vivo en el área. Doy un vistazo a la redonda que está totalmente deshabitada y llena de cadáveres antes de subirme al avión que empieza a elevarse segundos después de tomar asiento. El piloto detalla la altitud mientras la asistente me sirve un trago y no hay nada más que me guste ver que el paisaje totalmente desolador que dejamos en tierra al notar la sangre, los cadáveres decapitados, fuego ardiendo en las naves destruídas del enemigo junto a uno que otro regalito que dejé para el círculo cuando se atreva a aceptar que perdieron. Exhalo profundamente cubriendo la ventana y, cuando por fin reposo la cabeza en el respaldar de cuero, empiezo a sentir la maldita tranquilidad que me da el hecho de procesar que a esta hora mi nave principal debe estar aterrizando en la isla, aunque el sinsabor previo me haya hervido la sangre. Ganamos pero a un precio muy alto. Casi hieren a mi hija, jodieron todos mis planes y la maldita zorra sigue viva, por lo que el mal humor no se me va aunque todo en mí huela a victoria. —Mi señor. El hielo del vaso de cristal toca mi lengua cuando la imagen de Rovena aparece. Trae el uniforme de batalla con un escote en el cual es fácil identificarle las tetas fingiendo ofrecerme algo de comida que descarto. No sé ni cuándo fue la última vez que probé bocado, no me interesa por ahora, ya que las ansias por llegar a la calidez de Grecia es lo único que me importa. —Debería comer, se va a desnutrir, mi amo. —¿Te he preguntado tu opinión? —No—dice, sin levantar el rostro—, pero lo veo tan cansado que creo sé lo que necesita ahora. Sonríe, tratando de sentarse a mi lado pero… —Largo. Espeto aún con mal humor mientras lleva su trasero a otra parte y me concentro en beber a la par que la pantalla de mi ipad me da acceso al seguimiento de vuelo del avión principal que pronto aterriza en isla. Parece que una bolsa de piedras se liberara de mi espalda cuando la tecnología confirma la llegada. Debería estar celebrando mi victoria pero no, el enojo ha infectado cada parte de mi

cuerpo y tengo que sopesarlo usando la lógica que hoy demora en entrar en mi sistema acostumbrado al control que empiezan a quitarme. Dejar de pensar en la maldita escenita del campo de batalla, los capos, las batidas y todo lo que se viene es imposible porque todo me recuerda a una sola mujer que no he podido quitarme de la cabeza en años. Los puños los tengo contenidos al igual que los dientes, la incongruencia que desacelera mi mundo controlado empieza a sucumbir de nuevo, a pesar del impulso sexual que corre por mi tronco haciendo que mi hambre despierte. Me sirvo otro trago mientras las horas pasan y mis dedos no dejan de tronar en la mesa que alberga un sinfín de noticias que se filtran en el mundo de la mafia. Para esta hora ya se debe conocer que gané, mis enemigos estarán alerta, los líderes de otras tierras pensarán dos veces en darme la contra, el círculo perderá otro halo de poder importante en el gremio y los demás reservarán sus fuerzas porque soy una amenaza. Las moscas no desaparecen cuando hay comida que les importe pero al menos el miedo a que las maten las mantiene lejos…por ahora. Las sienes me vuelven a explotar al igual que el cansancio que no soporto y necesito calma entre tanta guerra, ya que nada me gusta, nada me excita, nada me da sosiego, sólo una. La base griega alerta el cielo despejado para iniciar con el descenso en la isla, por lo que mis ansias aumentan mientras pienso tomarme todo lo que queda de la tarde y noche, al menos por hoy en una maldita tregua. —Bienvenido a casa, mi señor—indica el piloto cuando por fin tocamos tierra firme. Mi guardia personal se junta con la guardia que resguarda la mansión y tanto sirvientes como soldados entrenados me bajan la cabeza dándome la bienvenida al pasar por su lado en el lugar que decidí dejar por un tiempo porque me traía recuerdos que no quería procesar por nada. Desde hace tres años no vivo aquí constantemente. Más han sido las batallas que la paz, más me he mantenido fuera que en casa y es inevitable que se me atore un nudo en la garganta cuando mi fortaleza se hace visible a la par que mis pasos van avanzando. Los grandes jardines son lo primero que observo antes de notar las luces prendidas del segundo piso de la mansión lo suficientemente grande como para albergar a veinte invitados. El silencio es absoluto, todo está pulcro y en orden e intuyo quién ya habita la segunda planta, pero hay tanta cosa que tengo que solucionar urgentemente antes de darme el descanso que sólo me quedo mirando las escaleras con ansias de olvidarme de los problemas. —Bienvenido, señor—Sky mantiene una cara pálida cuando me sigue—. Me gustaría hablar con usted en privado, es un tema importante. —Amo.

Pero no hay tiempo para más cuando los zapatos de quien creo resuenan, dandole paso a su silueta alta, llena de tatuajes y pelirroja caminando hacia mí para bajarme la cabeza en señal de obediencia. —Ni siquiera tuve tiempo de asearme pero quería saludarlo—Antígona sonríe todavía con la ropa sucia y llena de sangre—. Todavía huelo a mal sexo y miseria. Se acomoda entre los soldados siendo la única sobreviviente de los red men junto a Arthur, quien quedó postrado en una cama después de la explosión que Smirnov detonó cobardemente en Marruecos. Desde ese momento ha venido encargándose de algunas operaciones en secreto. Los thirios sueltan a reír cuando cuenta cómo la follaron, cómo ni sus míseros miembros ni siquiera llegaban a su altura, además de la forma en cómo les cortó pito mientras se desangraban por la garganta pero mi mente está en otra parte. —Austria ha vuelto a ser nuestra después de cinco minutos en las manos del círculo—ironiza un thirio—. Ahora que los capos están muertos ¿Qué debería seguir? —Sus hijos deben estar jurando hoy para no perder la sucesión familiar antes que otros los invadan—contesta Antígona—, lo que no saben es que al mismo tiempo que pensaron ponernos una trampa, nuestras fuerzas recuperaron el kaos robado y desfalcaron sus tierras en silencio. Les dimos una jugada maestra a sus mentes inútiles, el amo pensó en todo, como siempre ¡Viva el imperio Van Loren! —¡Viva!—responden. —Ahora tocará reorganizar las distribuciones de droga en Europa, pero antes debemos asegurar que el kaos llegue a los almacenes secretos en Groenlandia, ya que Austria ha sido tocada por el enemigo—continúa Driton—. Son grandes cantidades, casi toda nuestras reservas europeas, toneladas de carga y contrabando que deben ser enviadas por el puerto de Amberes ahora que la situación es pan comido ¿Cuándo deberíamos iniciar el proceso, amo? Me miran y no tengo cabeza. —Lo más pronto posible. Ahora déjenme descansar. Largo todos. Sus sonrisas se borran al ver que no habrá celebraciones. Sky se mantiene a pié de las escaleras, paso por su lado y quiere hablar, pero descarto cualquier tipo de estupidez en este momento porque la cabeza me estalla y sólo quiero ver a una persona. Me enrumbo hacia los pasillos principales con las alcobas más grandes «Son más grandes de lo que recordaba» y opto por seguir en silencio, todavía con mi cabeza estallando, cuando mi mano estampa la perilla de la habitación de quien espero ver pero aparentemente no hay nadie y la cabeza se me calienta. Todos los otros ambientes están cerrados porque no estuve presente, incluyendo la cápsula que mandé remodelar hace un año, y por alguna razón mis ojos se despliegan a otra parte

harto de todo, sopesando aún el mal humor cuando abro la puerta de mi habitación y encuentro al demonio acostado en mi cama con una muñeca a su lado. —¡Oye tienes que tocar! Mi muñeca está encuerada, no la veas. —¿Qué demonios…? —Esta es mi habitación. Es la más grande y bonita y decidí que sea mía. Además, dice Arya… Señala la pared pintada con la letra A, a la par que veo toda mi ropa en el suelo, como si hubiese saltado encima de ella y parece que todo me cae encima: la ansiedad, el enojo, mi mal humor, el cansancio, así que la trato de sacarla de la cama pero es rápida corriendo, por lo que ríe pensando que es un juego y casi vuela hacia el otro extremo provocándome. —¡No me atrapas! No tengo paciencia. No voy a perder mi tiempo con criaturas demoniacas cuando sólo espero ver a otra, por lo que voy al punto… —¿Dónde está Alaska? Y su sonrisa se borra, cruzando los brazos enojada. —No subió al avión, amo—Sky aparece por el marco de la puerta respondiendo—. Entregó a la cría y tomó la decisión de quedarse en Austria. No quiere verlo. El rostro pálido de Sky acelera lo que empieza a ser un nudo en mi garganta que no controlo y que es difícil de procesar cuando los ojos de Arya me miran. •──────✧✦✧──────• ¿Listas para lo que viene? Explotará. Nos vemos el fin de semana. Babies, recuerden que comento sobre los dias de actualización y spoilers en mis redes sociales, para quienes me preguntaron. * Grupo de Facebook: Historias de Flordivento

Letal 6 - 8 minutes Un día después. Aleska Las noches son frías en Innsbruck, peor aún si no tienes un lugar estable para dormir. El poco dinero que me quedaba en la cartera lo distribuí primero en un albergue pet friendly donde Furia y yo pasamos la noche después de huir de la batalla y luego en algún lugar para rentar por lo pronto, al menos hasta que salga de las deudas. El viejo departamento donde vivía con Arya se destruyó por completo. Perdí mis tarjetas de crédito no sé dónde, me congelaron las cuentas bancarias por la estúpida demanda del marido de Emilia y, a pesar que no tenía grandes sumas de dinero ahorradas, al menos hubiese servido para sobrevivir en lo que decidía qué hacer con mi vida, pero ahora todo se complica con las deudas millonarias que tenemos, sin contar que la mafia todavía quiere mi cabeza. —Estaremos bien—acaricio la cabeza del perro que me trae en el hocico una manta, como si pudiese decírmelo a mí misma—. El destino es incierto. Hoy estamos arriba, mañana abajo, nadie nace preparado para las tormentas pero aprendemos a sobrellevarlas porque de eso se trata la vida ¿Cierto? Me mira como si pudiese entenderme mientras levanta las dos patas para darme un abrazo y cierro los ojos agradeciendo que esté aquí, diciéndome una y otra vez a mí misma que no sirve de nada llorar cuando ya eres inmune, que los problemas no se arreglan victimizandose o martirizandote porque “oh, la gente se ensaña contigo” “todos me odian”, sino recontruyéndote aún cuando cueste hacerlo. Las cosas se aceptan tal y como son al igual que los errores. No me quito la culpa porque también quise herir, traicionar, jugar a mi favor llevada por la ira y simplemente no funcionó. —Te daré tu comida ahora.—Menea el trasero para luego ir corriendo hacia su plato y devorarse las croquetas en segundos, mientras espero que no destruya nada de este lugar más pequeño. Renté el ático de un edificio de la ciudad, siendo lo único que puedo permitir solventar por ahora y el panorama se ve tan terrible que no sé cómo carajos llegaré a fin de mes. Es un lugar pequeño, tiene una habitación, una mini sala, cocina americana, además de un ventanal enorme donde te puedes sentar a leer viendo las montañas de nieve y donde Furia amará estar cuando lo deje solo. Me agacho para recoger la manta mientras voy a la cocina para darle más croquetas siendo inevitable ver la encimera, me trae recuerdos que me apañan el corazón «Porque ya ha sido un día y no puedo vivir sin pensar en Arya» así que solo pongo fría la mente diciéndome una y otra vez que será pronto porque voy a recuperarla como sea.

Arya no hubiese entendido la situación si se quedaba conmigo. Ella solo quiere jugar, no la hubiese podido callar, peor aún escapar con ella cuando era el blanco de persecuciones. Los thirios luchaban por frenar a las tropas del círculo y a duras penas pude camuflarme entre los arbustos utilizando las técnicas que un día me enseñaron junto al perro que parecía sacar sus habilidades de caza. Se mantuvo en silencio y observando. Nos arrastramos por la tierra rogando porque no nos cayera un misil encima y, cuando todo parecía haber acabado, simplemente nos fuimos en una larga caminata de cinco horas hasta que llegamos a un pueblito donde pasamos la noche. Cualquier padre quiere lo mejor para sus hijos, no podía arrastrar a Arya conmigo en condiciones inciertas aunque se me rompió el corazón que se haya subido a ese avión enojada. Fue la mejor decisión no por mí o por su padre sino por ella, estará bien cuidada, alimentada, protegida, sobre todo a gusto con la mansión que tanto presumía y que un día le conté que era suya, como si fuese un cuento de hadas. Sopeso la ansiedad buscando la gorra, lentes y ropa holgada que me cubra antes de salir a la calle. Por suerte pude recuperar atuendos que dejé en la lavandería antes del atentado sino estaría muriendo de frío ahora. El riesgo es constante pero no me puedo quedar de brazos cruzados, tengo que trabajar por lo que quiero y por suerte el lugar parece tranquilo. Las calles parecen normales, no se de dificulta llegar hacia donde estoy y al llegar solo… —Buenas tardes—saludo y el portero ni siquiera me mira. El gym parece poco visitado. Camino escuchando en las radios prendidas las noticias sobre el atentado que el gobierno intenta cubrir con mentiras, ya que Austria es tierra de mafiosos. No es la primera vez que visito este lugar. He visitado este sitio cada que lo necesitaba desde hace algún tiempo por razones que pensé no tener que utilizar nunca. Espero a que se vaya la última chica del cuarto de aseo y cuando no hay nadie abro uno de los lockers con la clave que me sé de memoria encontrando lo que busco mientras doy una ojeada para ver si alguien me mira. Las manos se me tensan pero el radar está ahí, intacto. El aparato cabe en mi palma, lo enciendo dándole presión en el conector buscando la señal correcta que entabla la comunicación que quiero: —¿Will?—siseo al notar que la luz roja se enciende. Dos segundos… —Señorita Wells, le tengo excelentes noticias. Inhalo y exhalo con fuerza. —Estoy lista.

Contesto y algo en mi pecho se descarga mientras lo escucho sabiendo que no todas las decisiones que una toma en la vida tienen que pensarse con la cabeza sino con lo que necesita. Después de hablar un rato me llevo el radar y me aseguro de llevar el viejo móvil, porque es lo único que me permite mantenerme conectada a Calista, la nana de Arya «Aunque sé perfectamente que me rastrean». Me dice que está bien, que ha jugado mucho y de tantas cosas que le pido que haga, incluso mandar una fotografía, parece que se aburre y ya no contesta. Tengo que mantenerme tranquila por mi propio bien ahora, enfocarme en lo mío y ya pero los problemas parecen ser una nube negra en mi cabeza, peor aún cuando me doy cuenta que hay paparazzis rondando la zona y que es muy tarde para escapar ya que estoy a cinco pasos de la entrada principal por donde los trabajadores me miran como si fuese un espectáculo. —¡Alaska! Trato de cubrir mi rostro como sea. Me empujan, apañan y trato de conciliar con mi lado más pensante para no responder de manera precipitada cuando me provocan, siendo casi imposible al escuchar la mierda que me tiran como queriendo pelea. —¿Es cierto que mataste a tu socia? —Permiso. —¡Alaska! ¿Te has replanteado en sacar el libro de la mafia de nuevo? Las ediciones se acabaron con el escándalo pasado, ahora reapareces con otro escándalo, la prensa empieza a especular que siempre traes tragedias ¿Qué tienes que decir al respecto? No contesto. Se aglomeran delante de mí mientras Rose, la asistente de la empresa, intenta moverlos. —¿Quién es el padre de tu hija? ¿Es cierto que fuiste infiel? ¿Es alguien que tiene que ver con Lanka? Respiro hondo logrando dar unos pasos mientras mi negativa a hablar prosigue estando harta, tomando la mano de Rose cuando de pronto me asfixian. —¡Hey! ¡No empujen!—gritan entre ellos empezando a pelearse y el pánico se desata—¡Hey! La cara me arde al sentir que no respiro, un poco más y sus manos me tocan el trasero así que de un tirón Rose logra medio zafarme mientras los flashes me ciegan. —Alaska ¡¿Quién es el padre?! ¿A quién metiste en tu cama? ¿O no lo acuerdas?—me provocan «No caigas, es lo que quieren: rating» —¿Consideras que tu hija es una bastarda?

Mierda. —Considero que eres un maldito desubicado—giro la cabeza, controlándome—Lávate el jodido hocico antes de despotricar estupideces. —¡¿Quién es el padre?! —¡Alaska! Para el diario News…—gritan y gritan y llega un punto donde sólo quiero que la tierra me trague. Las puertas se cierran mientras ordeno que bajen las cortinas que quitan la visibilidad de lo que sucede dentro y aún así puedo sentir los reflejos de las cámaras, sus gritos cizañeros, los insultos, mentiras que arman, entre otra sarta de cosas negativas que sólo me cargan. Camino tratando de sobreponerme, me miro al espejo y las ojeras se me marcan. Me veo demacrada, cansada, un poco pálida y de tan abrumada que deben notarme mis propios colaboradores deciden darme mi espacio yéndose sin hacer preguntas mientras respiro profundamente, sujetando mi cuerpo con las dos manos apoyadas en una de las mesas a la par que noto el buzón con una llamada perdida de un “Número desconocido” de anoche, el cual no tiene señal ni dirección, mucho menos hora. Puedo intuir quién es y no digo nada, opto solo por borrar la notificación sin ápice de emociones mientras me voy a refrescarme un rato y, al volver, es notoria la presencia de alguien que se levanta de la silla cuando me ve pasar hacia el salón. —Alaska, perdón que te interrumpa. Es que…el señor Balton desea hablar contigo.—Sisea Rose haciéndome muecas y, cuando entiendo quién es, solo suspiro tratando de recuperarme. —Buenas tardes. Iré al grano, tienen que desocupar este lugar mañana mismo. No tengo garantías para que puedan seguir ocupando mi local, no se ha pagado las últimas tres facturas y no pienso seguir manteniendo forajidas en un lugar digno. El hombre alto me repara como si fuese una cualquiera. Se nota que tiene carácter y eso, sumado a mi impulsividad, no es una buena combinación que deba existir ahora. Quiero mandar todo al carajo, a todos a la mierda, pero trato de calmarme. —Teníamos un presupuesto—agrega, quejándose. —Que se le ha pagado puntualmente. —¿Está diciendo que digo mentiras? No contesto.

—Mírelo por usted misma—me da los pagarés, estados de cuenta y una carta notarial—. Entiendo que la señora Emilia haya sido encargada de la administración, pero ya va un año fallándome. Parece que se me cae la quijada al darme cuenta que no solo hizo malas cuentas sino que salió robándome «Y encima el marido me pone una demanda» Inhalo para contener la tensión, las mejillas se me acaloran al descubrir otro fraude más, por lo que ahora menos me arrepiento de lo que Ethan hizo. —No me gusta toda esta ola de escándalo, el contrato indica que debe pagarse puntualmente el alquiler, además de mantener la integridad de los ocupantes. —Esto no volverá a pasar. —Por supuesto que no. Si no desocupan el lugar mañana mismo tendrá otra demanda que le sume al escándalo en el que ya se ha metido. Los músculos me pesan, la gente empieza a mirarme con miedo, los paparazzis siguen fuera, un lado de mí se quiere ir al carajo, hundirse en la cama con el perro, sin embargo…sólo levanto la cabeza. —Nos vamos a quedar. —No me puede pagar. —Le pagaremos hasta el último centavo lo que se debe pero por favor denos un mes más—respiro hondo—¿Ve a todas estas personas de aquí? Son seres humanos como usted que quieren trabajar, que no han tenido una oportunidad para surgir y que le está poniendo todo el empeño para cumplir sus sueños. —Yo también tengo que comer, señorita. —Y lo hará, solo le estoy pidiendo un mes más, solo un mes—se queda en silencio y mi frente suda—. Tenemos máquinas, telas, los últimos implementos que nos queda para hacer que esto funcione, señor… ¿Cuántas veces le han cerrado las puertas cuando ha querido una oportunidad? No va a alquilar este lugar rápido, son meses de pérdida. Si no lo llegamos a hacer entonces quédese con lo que hay dentro: máquinas, implementos, joyas. Tiene mi palabra. El escándalo todavía se puede escuchar desde fuera y solo respiro profundamente ignorándolo, con el corazón latiendo fuerte al saber que si nos corren de este lugar terminaremos de perder lo poco que nos queda. El hombre repara el rostro de quienes me acompañan y vuelve hacia los grandes ventanales que muestran flashes rebotando en las lunas de vidrio sin decir más palabra que una mirada hostil. Lo piensa, mis palabras calan su cerebro nada empático, reniega dejando papeles en la mesa y…

Treinta días, ni uno más. Y no me lo agradezca, no lo hago por usted sino por esa gente que sí es noble de corazón y lleva una vida de respeto, no de farándula. Se va hablando de más por la puerta posterior y, cuando las costureras me miran a la cara, siento que mil camiones me arrollaron mentalmente. El silencio de la sala empieza a hacer presión «Tengo tanto encima que me sobrepasa», sin embargo, no hay tiempo para rendirse, ni siquiera para pensarlo, por lo que levanto el mentón con una sonrisa hablando fuerte: —Tenemos mucho trabajo hoy. No se saca adelante un sueño solo pidiéndolo ¿cierto? Y la esperanza brilla en sus ojos así como la posibilidad de seguir con lo que muchos aman hacer al igual que yo. El trabajo es el principal motor del alma. Extendemos mesas para adaptarlas a las máquinas de coser así como al concepto que empezamos a crear desde cero mientras me dedico a no pensar, solo trabajar, trabajar y trabajar sin siquiera fijarme en la hora hasta que esto salga adelante. Tenemos ideas, lapiz, papel, telas que sobraron de las últimas compras, implementos reducidos y mucha imaginación, por lo que procesamos todo en las máquinas hasta crear bocetos que podrían funcionar. —El dibujo es excelente, Alaska; algo sexy, atrevido, sensual…Eres muy talentosa. —Necesito algo más, no sé, algo diferente. —Solo alcanza para 20 prendas, es la tela que sobró—indica otra costurera con una actitud pesimista—¿Cómo compraremos más? No hay más dinero para invertir, sólo deudas. Ni siquiera sabes si podrás pagar. —Con esas 20 que vendamos será suficiente. Si no se pueden replicar entonces hagámoslas únicas. La gente busca no ser igual a los demás; las piezas que usaba en Level Gold no se repetían, se vendían como exclusivas, así que esta no será la excepción. —No tenemos cámaras, ni luces, ni espacios dónde fotografiar. —Pero sí nuestros móviles, la luz natural y los paisajes de la ciudad que vamos a aprovechar—refuto—. Y toda nuestra intención. —Además, esta colección será la primera de nuevos hits que pasarán a la historia—agrega Rose, con una sonrisa—, porque será Alaska quien lo modelará. Me guiña el ojo mientras todos sonríen esperando que diga vuelva a las pasarelas después de tres años ausente «Nada de presión». Es gente que de alguna manera ha seguido mi carrera, a veces traen a sus hijos para hacernos fotos, todos quieren que vuelva a las pasarelas, sin embargo, no hay más palabras en mis labios ya que aún es algo que no he decidido y sinceramente tampoco en lo que quiero pensar.

Me apaño al trabajo para no sentir que me falta algo. Es como si estuviera en automático creando, probándome bocetos, organizando las labores, viendo los pagarés, escribiendo mails que cae la noche después de no sé cuántas horas sin parar y, a pesar que Will tenga mejores noticias hoy, no puedo dejar de pensar en lo que se avecina. —Alaska… Rose se acerca con la cara pálida y de inmediato peino el área buscando tomar mi arma por instinto, pero todo está bien. —Es que…bueno—prosigue—. No sé cómo decírtelo, Daniel… —¿Qué pasó con él? ¿Lograron comunicarse? ¿Regresó de su viaje ya? Sus mejillas se vuelven rojas. —Daniel y tú…, acaban de sacar esta nota, tienes que verlo—me muestra la tablet con un video corriendo en redes—. Hay rumores de que sales con él. Mis ojos parpadean sin poder entender cómo demonios se filtró esta información. Es un video de la cámara de seguridad de un auto que por el ángulo calculo estaba aparcado en una esquina cuando intenté que Markos no lo viera. La imagen sigue reproduciéndose y Daniel me abraza antes de irse a su coche mientras en mi rostro es evidente, como si quisiera esconderlo, pero no hay nada más y de lo simple hacen un lío que puede llegar a incomodarlo. —Dios, qué vergüenza—me sobo la cien de los líos en los que me meto—¿Todavía no has podido contactarte? —Lo último que supe fue que tenía un pendiente familiar fuera del país. Lo vi un poco preocupado pero ya no me quise meter. —Ojalá no lo vea. —Y si lo ve no creo que le moleste todo este escándalo, pierde cuidado. Bueno…—sonríe—. Le gustas desde hace mucho. Imagino que le viene bien que lo saquen en público con una chica bonita. Me quedo en silencio y nota mi incomodidad. —Lo siento…—arruga un ojo—¿Tendrás problemas con tu marido, cierto? Y exhalo fuerte. —No tengo marido. Nunca lo tuve, de hecho. —Concreto sin emoción, tranquila y suena raro, algo dentro de mí se sorprende, ya no duele ni afecta como antes.

Me limito a poner la bolsita de té en la taza con agua caliente con una calma extraña y es…como si estuviese en modo avión todo el tiempo, como si ya no me importara ni siquiera mencionar su nombre o el pasado, quizá porque hice consciente lo que él nunca me dará y lo que yo no podría permitirme a su lado. Y así es, completamente una ironía. El mundo, la vida, las personas: no siempre estarán para tí cuando tú lo quieres, tampoco van a permanecer toda una vida a tu lado. Los tiempos cambian, las personas cambian, quienes creemos son amores verdaderos se vuelven enemigos, quienes pensamos amar por toda la vida un día ya no significan nada. Lo único que me importa ahora es recuperar a Arya y si tengo que reactivar algunos negocios de mi padre, lo haré con tal de tener protección para poder cuidarla yo misma sin necesidad de otros. La mafia no mide cuánto dinero tengas sino cuánto poder emanes, qué controlas, a quién asesinas, cual depredador en la jungla que marca territorios y acciones, y es lo mismo que haré con mi hija para asegurarle un futuro. Will se ha encargado del asunto desde que lo cité hace algunos meses, porque sabía que las cosas iban a ser difíciles aunque nunca habría imaginado que tanto. Arya es la luz de mi existencia pero su vida una joya que muchos anhelan por ser la hija de Siniestro y sé que para volver a tenerla hay que hacer sacrificios importantes. —¿Tienes los nuevos colores en tela que podemos reciclar? Me limito a cambiar de tema, trabajar y trabajar lo más que puedo para ocupar mi mente. Rose me mira como si estuviese viendo a otra persona. Sus grandes ojos cafés se mantienen abiertos, a la par de sus labios rosados que se cierran cuando no sabe qué responder. —Es…casi media noche ¿Vas a seguir trabajando? Dios. La maldita hora. Ni siquiera la noté. —Por supuesto. Quiero dejar esto encaminado, no tenemos tiempo que perder. —No has comido nada en toda la tarde. —No he tenido mucha hambre. —Te puedes enfermar, sobró un pedazo de pizza que pedimos. —Estoy bien—sonrío—. Muy bien, enserio. Me comí unas galletitas hace rato. Me sigue viendo extraño pero ya no le doy cuerda al asunto. Termino mi té sin dejar de ver el móvil y no hay fotografía de mi rebeldilla, por lo que dudo si volver a escribir «Ya es medianoche, debe estar dormida» y sopeso la ansiedad diciéndome a mí misma que está bien hasta que retumba en mi cabeza lo suficiente.

La mansión Van Loren es una fortaleza única en medio de una isla perdida, en montañas perfectamente aseguradas, con amplia vegetación a la par de última tecnología que no permite el rastreo de los demás. Cuenta con más autos que una tienda de exposición, aviones de colección, pistas de aterrizaje, bodegas con alimentos, bebidas, tragos, además de áreas verdes para deporte, gimnasios, espacios de recreación, caballerizas, subterráneos con animales salvajes, invernaderos y todo lo que un lugar perfecto no tendría que envidiar, lo cual lo hace impenetrable. Sería imposible llegar ahí sola, no existe en el mapa, las coordenadas solo son sabidas por los pilotos y el mismo Markos, lo cual la hace uno de los lugares más seguros del planeta y sé que Arya estará bien…pero cada minuto que paso la extraño como si hubiesen sido años sin verla. —¿Enserio te vas a quedar? Es tarde. No quiero dejarte sola. Todos ya se han ido y tú ni cuenta te has dado. ¿Qué tal si salimos a tomar algo el fin de semana? —Sí, estaría bien. Hace mucho no llevo una vida normal y no es mala idea, antes que se dé lo que se tiene que dar. Rose me ayuda cerrando todo con orden, apago algunas luces para despistar a cualquier tipo de paparazzi que haya quedado fuera trabajando con una lámpara mientras le pido un segundo para terminar lo que estaba haciendo antes de irnos. Terminamos rápido y prendo las alarmas. La madrugada parece tranquila, todavía hay gente turisteando en las calles; se puede ver la gran montaña con nieve a lo lejos, hay una feria a unas cuantas cuadras a la redonda donde la gente baila y bebe cerveza hasta inyectársela en el cerebro, por lo que es agradable después de tanto lío que viví hoy. Rose es amable y dedicada, lo ha sido desde que entró a trabajar y lo mejor es que no hace preguntas que podría estarse preguntando en silencio. Caminamos un poco más por una pendiente, subimos unas cuántas escaleras, todavía escuchando la música a lo lejos y de rato en rato miro hacia atrás como si fuese costumbre, pero no pasa nada y ella parece que ni lo nota. Me cuenta de su vida, la escucho, decido seguir preguntando para no ahondar en la mía hasta que llegamos a la estación que tiene que tomar para dividirnos. —¿Sigues viviendo fuera de la ciudad? ¿Quieres que te acompañe? —No. Ahora estoy como a siete calles. No te preocupes, ve tranquila. Nos despedimos, opto por apresurarme mientras los edificios de cuatro pisos me dan la bienvenida en una calle angosta antes de la pista. La alegría de la gente sigue escuchándose aún cuando estamos medio lejos, hay una pareja besándose en la otra esquina, gente caminando que ni me mira, así que sigo mi camino hasta que la sombra de alguien parece tras de mí, pero cuando vuelvo a voltear no hay nadie. «Cálmate, no pasa nada»

Estoy tan acostumbrada a estar a la defensiva que quizá empiezo a alucinar estupideces. Me lo digo una y otra vez siendo imposible seguir caminando con un nudo en la garganta. Cuento mis pasos utilizando viejas técnicas de persuasión. Algo cambia cada diez segundos, parece que gente se va o alguien se ausenta. Una persona se esconde coincidentemente al llegar al conteo, enfoco la vista hacia adelante con la cara seria, tratando de llegar al otro extremo mientras las luces de los postes tintinean y cuando me doy cuenta ya no hay nadie. La pareja que se besaba no está, tampoco las personas, mucho menos el ruido de la gente que “casualmente” dejó de divertirse para este momento. Inhalo fuerte apretando el arma que tengo escondida en mi jean, al igual que los cuchillos que se ciñen por todas partes de mi ropa, con una maldición en mis labios que no dejo de sisear cada segundo que transcurre y si quiere jugar…va a tener su juego. La sombra parece volver pero no volteo. Me voy para una calle y sigue, salgo a otra y vuelve, por lo que solo exhalo sintiendo que el estómago se me revuelve, caminando en una sola dirección haciéndole creer que no me he dado cuenta de su presencia «Porque el diablo se siente más diablo cuando se engrandece creyendo que es la última chupada del mango» mientras deslizo el arma entre mis dedos. ¿Enojo? ¿Ansiedad? Algo que no sé cómo titular o describir se enciende en mi pecho cuando ya ni siquiera me sorprende. Si fuera un enemigo ya me hubiese matado. Por supuesto que no iba a dejarme en paz, me está observando, rastreando, siguiendo, así que apresuro el paso hasta llegar a una calle trampa que conozco. No hay salida, se voltea a un callejón de ladrillos donde usualmente la gente siempre se equivoca porque cree cortar camino, pero en realidad llegas a un basurero. El corazón me late con fuerza cuando sigo, les hago creer que tengo miedo «Eso probablemente le haga subir el ego» y, como creí, hay un lapso donde ya no escucho nada aunque de nuevo siento otros pasos que vienen como si hubiesen cortado la calle. Me sudan los dedos cuando aprieto el arma, por fin llego a la esquina y volteo de golpe, disparando por impulso hacia adelante cuando de pronto… El cuerpo de Daniel lo esquiva con inteligencia. —¡Hey! Y algo se me paraliza. Mi mente, mis reflejos, los ojos se me vuelven saltones de la impresión mientras mis mejillas se encienden de la confusión y me quedo perpleja dos segundos antes de ir en su auxilio. —¿Sorpresa?—dice, confundido. —¡Daniel! ¿Qué haces aquí? —¿Dónde aprendiste a manejar armas?—me repara de arriba a abajo—. Eres buena.

Y no respondo, solo veo que no tenga ninguna herida. —Te ví saliendo con Rose, grité desde mi auto y se perdieron en el camino, así que decidí caminar para encontrarlas…—no dice más, su sonrisa se borra al mirar mi expresión—. Pareces decepcionada ¿Esperabas a otra persona y no a mí? Bromea pero tenso la mandíbula, negando rápido con la cabeza. —Por supuesto que no. Solo… me diste un susto. Pensé que iban a asaltarme. Mantengo mi silencio sintiendo que el corazón se me envuelve. —¿Estás bien? Enarco una ceja tensa «No entiendo por qué a todos se les ha dado el afán de hacerme la misma pregunta» —¿Me veo mal?—respondo, casi a la defensiva. —No, de hecho, te ves preciosa como siempre…solo no sé, te siento un poco…lejana. Menos dulce, más altiva, como si fueras inalcanzable—acorta el espacio entre nosotros, tratando de cubrir el silencio incómodo—. Estaba en Suiza arreglando unos problemas familiares, me llamó el señor Balton. Dijo que iba a desalojarnos así que tomé el primer avión a la ciudad y bueno, fue inevitable toparme con las noticias. Usa un tono bromista pero se me cae la cara de vergüenza. —Lo siento. No tengo palabras ni excusas ni nada compensaría las mil disculpas que te debo—suelto, cansada de los problemas—. Te estoy metiendo en líos; primero con Lanka, luego con las deudas y ahora con esta gente que solo se dedica a tirarme mierda para ganar más seguidores. El rolex que lleva en la muñeca le brilla con las luces. —No me importa. No me molesta, al contrario, me gusta toda esta…onda diferente—sonríe—. Nada me gustaría más que fuera verdad. No me molestaría salir contigo. Es entrador (directo, diría yo) y me siento tan incómoda que no sé cómo actuar, aunque sabía que tarde o temprano iba a ser más notoria las intenciones que he tratado de ignorar inventando excusas. Hace mucho no ligo con nadie, hace mucho no estoy soltera y es que la sola idea me parece absurda porque no estoy buscando “otro clavo” que quite un mal sabor de boca. Nunca me ha ido bien con hombres que no me interesan, tampoco tengo experiencias como para presumir cuando he sido un desastre. No me fue bien con Rich cuando quise quererlo, no me irá bien con nadie así lo quisiera.

—No conoces nada sobre mí, más que lo que he querido mostrarte. —Y tengo suficiente con ello. No soy un hombre que sepa esperar, esas cosas me parecen estúpidas. Así como soy en los negocios soy en la vida. Tomo la oportunidad cuando alguien me importa y es claro que no me amas, pero soy un tiburón que va por lo que quiere…cuando lo encuentra. Desliza su brazo por mi cintura apretándome a su cuerpo y puedo oler sus ansias. Huele a perfume caro, a gustos exquisitos al igual que el perfecto porte que maneja. Es guapo, visionario, un tiburón asesino. De esos hombres que no tienen pelos en la lengua, que toman lo que quieren y si quieren lo explotan. —Daniel…—Inhalo fuerte mientras toma su mano para ponerla en la mejilla y, al sentir que sus labios se acercan, me es imposible evitar ver las mismas sombras que me siguieron pasando de largo. «No fue Daniel, era imposible que él armara toda esta farsa» Mis manos se clavan en sus brazos mientras su mirada gira por instinto y los ojos de Driton, junto a los hombres de Markos, me peinan al igual que Sky, quien se mantiene pasmado «Habían venido por mí» La tensión se eleva cuando Daniel les hace frente, sin titubeos, y el estómago se me revuelve cuando el jefe thirio se larga tirando una burla, sabiendo lo que significa. •──────✧✦✧──────• Si hubiese sido Markos en vez de los thirios el que haya visto la escena, este chico no sobreviviria la noche. Recuerden que este el punto de vista de Alaska, ella narra, no sabemos qué cosas pasan porque no hemos leido todavia el punto de vista de Markos. ¿Listas para lo que se viene? Sensual, un movimiento sensual...(8) Ya saben dónde encontrarme. Compartan sus partes favoritas