Lacan - Seminario 12 - Sanmiguel [PDF]

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Zitiervorschau

LOS PROBLEMAS CRUCIALES PARA EL PSICOANÁLISIS 1 Seminario de 1964-1965

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Les problèmes cruciaux pour la psychanalyse, llamado Seminario 12. Seminario pronunciado en la E. N. S. en 1964-1965. Para la traducción del cuerpo del texto, se tomó como transcripción fundamental, la publicada en diciembre del año 2000 por la entonces Association Freudienne Internationale, hoy ALI. Se acudió adicionalmente al excelente trabajo de Michel Roussan, aunque este se nos haya extraviado luego de nuestras primeras reuniones y sólo lo hayamos recuperado a partir de la XVIII sesión del seminario. Queda entonces por adelantar una urgente revisión que incluya de manera más sostenida y completa la exploración crítica que contiene el texto establecido por este autor en París, año 2003.

Los problemas cruciales para el psicoanálisis, seminario 1964-1965. Lección UNO

Lección 1 2 2 de diciembre de 1964

“Colorless green ideas sleep furiously Furiously sleep ideas green colorless” 3 « Songe, songe, Céphise, à cette nuit cruelle, qui fut pour tout un peuple une nuit éternelle » 4 Si el auditorio que tengo ante mí no fuese francófono, podría inmediatamente decir ¡esto sí es hablar!, pero sucede que, pese a la evidente necesidad del bilingüismo en nuestra cultura, debo suponer de que hay ciertas personas aquí que no entienden nada de inglés. Daré de ello un equivalente palabra por palabra: la primera palabra quiere decir sin color, la segunda verde, la tercera ideas en plural, la cuarta puede querer decir sueño, puede querer decir dormir sólo si se le agrega to antes, y puede querer decir duermen en la tercera persona del plural en el presente del indicativo. Ya verán por qué será éste el sentido sobre el cual nos detendremos. La naturaleza del indefinido en inglés, que no se expresa, permite entonces traducir hasta aquí, palabra por palabra: “incoloras verdes ideas duermen”, a lo cual se agrega algo que evidentemente es un adverbio, dada su terminación: furiosamente. Dije “esto sí es hablar”. ¿Sí es esto hablar? ¿Cómo saberlo? Precisamente para saberlo ha sido forjada esta... cadena significante, me atrevo apenas a decir frase. Fue forjada por un lingüista llamado Noam Chomsky. Este ejemplo está citado en una breve obra que se llama Syntactic Structures publicada por Mouton, en La Haya. ¿De qué se trata? De estructuralismo, crean en mi palabra, y de estructura sintáctica, de sintaxis. Ello merecería, inmediatamente, un comentario más preciso. No hago más que señalarlo. Sintaxis, en una perspectiva estructuralista, ha de situarse en un nivel preciso que llamaremos de formalización, por una parte, y por otra, concierne al sintagma. El sintagma es la cadena significante considerada en lo que respecta a la juntura de sus elementos. Syntactic Structures consiste en formalizar esas ligazones. ¿Todas las ligazones entre esos elementos son equivalentes? En otros términos, ¿no importa qué significante pueda estar en inmediata contigüidad con cualquier otro significante? Salta a la vista que la respuesta se inclina más hacia la negativa, por lo menos en lo que concierne a un cierto uso de esta 2

Las notas al pie que aparecen en esta primera lección corresponden tanto a la transcripción de Michel Roussan como a la de la ALI, Association Lacanienne Internationale. Se señala en cada caso, su correspondencia en la “Bibliografía General”. 3 N. Chomsky, Structures syntaxiques [La Haye, Mouton & Co. 1957], París, Seuil, 1969, p.17. Retomado por R. Jakobson, Essais de Linguistique générale, Vol 1, París, Minuit, 1963, p.204 y ss. [Cfr. 24 en la Bibliografía General]. 4 J. Racine, Andromaque, 1677, a. III, Sc.VIII. [Cfr. 135 en la Bibliografía General].

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cadena significante, a su uso, digamos, en el discurso. Este ejemplo se encuentra al comienzo de la obra en cuestión. Introduce algo que debe distinguirse del final de ese trabajo, a saber, la constitución, o el inicio, el esbozo de un razonamiento sobre la estructura sintáctica. Introduce una noción que conviene diferenciar: la de la gramática. Introduce su propósito, Syntactic structures, especificándolo como teniendo un fin: ¿cómo establecer la formalización, los signos algebraicos, digamos, para ilustrarles ya claramente de qué se trata, que permitirán producir en la lengua inglesa todo lo que es gramatical e impedir que se produzca una cadena que no lo sea? No me puedo anticipar aquí a juzgar lo que obtiene el autor de tal empresa; lo que puedo indicar es que en las condiciones particulares que le ofrece esta lengua positiva que es la lengua inglesa, quiero decir la lengua tal como se habla, no se trata de despejar la lógica de esa lengua; se trata, de algún modo, de algo que podría ser montado en una máquina electrónica, al menos en nuestros días, de tal manera que de ella no puedan salir más que frases gramaticalmente correctas y, ambición aún mayor, todas las formas posibles que le ofrece, al sujeto hablante inglés, su lengua. La lectura de esta obra es muy seductora porque da la idea de lo que resulta al proseguir tal trabajo, suerte de rigor, de imposición de un cierto real, que es el uso de la lengua, y de una posibilidad muy ingeniosa, seductora y cautivadora, que nos es demostrada, de llegar a amoldarse en fórmulas como por ejemplo la más compleja de la conjunción de los auxiliares con ciertas formas que son propias del inglés. ¿Cómo engendrar sin error la transformación del activo en pasivo y el uso conjunto de una cierta forma que es la del presente en su actualidad, que para decir leer, distingue read de I am reading, y que engendra de un modo enteramente mecánico I have been reading, por ejemplo, a través de una serie de transformaciones que no son las que corresponden a la conjunción de esas palabras sino a su composición? Hay en ello algo muy atractivo pero no es en absoluto lo que compromete mi esfuerzo, pues lo que me interesa es aquello para lo cual fue forjado este ejemplo. Fue forjado para distinguir lo gramatical de otro término, que el autor introduce aquí, en el orden de la significación. En inglés, eso se llama meaning. Al construir esta frase el autor piensa haber dado una frase sin significación, so pretexto de que colorless contradice a green, de que las ideas no pueden dormir, y de que resulta más bien problemático que se duerma furiosamente. Lo que lo sorprende es que, en cambio, pueda obtener de un sujeto, que él interroga, o a quien finge interrogar, pero que seguramente es al que recurre, que esta frase sin significación sea una frase gramatical. Tomo este ejemplo histórico porque está en la historia, en el trabajo, en el camino actual de la lingüística. Me incomoda un poco en razón de que no es en francés, pero esta ambigüedad hace parte asimismo de nuestra posición, ya lo verán. A quienes no saben inglés les pido hacer el esfuerzo de representarse que el orden inverso de las palabras furiously sleep ideas green colorless no es gramatical. Es a esto que corresponde: “Ahí quedaos cielos los en estáis que Nuestro Padre”, frase inversa de la bien conocida frase de Prévert que se dice: “Padre Nuestro que estáis en los cielos, ¡quedaos ahí!” 5 5

J. Prévert, Paroles, “Pater Noster” (París, le Point de jour, 1947), París, Gallimard, 1949. [Cfr. 130 en la Bilbliografía General].

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Está claro que lo gramatical no reposa aquí, únicamente al menos, sobre lo que puede aparecer en esas pocas palabras de flexión, a saber, la s de ideas, que viene a suavizar la falta de s al final de sleep, a saber, un cierto acorde formal, que el anglófono puede reconocer, y también la terminación ly que nos indica que se trata de un adverbio, ya que esas características siguen presentes en la segunda frase. Sin embargo, para un inglés ésta es de un grado absolutamente diferente de la primera, en lo que concierne a la experiencia de la palabra; es no gramatical. No ofrecerá, digamos la palabra, más sentido 6 que la plegaria irónica, hasta blasfema, de Prévert. Pero con el tiempo se la bautizará, créanme. Qué más respeto en ese quédese ahí... que el de esta frase una vez invertida. Esto indica que subrayarían ustedes de paso, en lo que acabo de articular, la palabra sentido. Ya veremos hoy para qué va a servirnos; veremos lo que introduzco por esa vía aquí. En efecto, el empeño de Chomsky está sometido, por supuesto, a la discusión de otros lingüistas. Se hace notar, y con entera razón, que existe cierto abuso o, en todo caso, que la discusión puede abrirse alrededor de esta connotación de lo meaningless, de lo sin significación. Seguramente, la significación se extingue del todo allí donde no hay gramática, pero donde hay gramática, quiero decir, construcción gramatical, experimentada, asumida por el sujeto, aquél que es interrogado, que es llamado, ahí, a juzgar, en el sitio, en el lugar del Otro (para reintroducir un término inscrito en nuestra exposición 7 del año pasado) como referencia, allí donde hay construcción gramatical, ¿puede decirse que no hay significación? Y es fácil, fundándome siempre sobre documentos, remitirlos a tal artículo de Jakobson en la traducción de Nicolas Ruwet, para que vuelvan a hallar en él, en tal artículo de la parte Gramática, en esos artículos agrupados bajo el título de Ensayos de lingüística general 8 , página 205, la discusión de este ejemplo. Me será fácil adelantar toda suerte de pruebas en el uso del inglés. En Marvel, por ejemplo, “Green thought in a green shade”, que él traduce enseguida entre paréntesis, o mejor, que traduce el traductor: "Un verde pensamiento en una sombra verde". Incluso tales expresiones rusas 9 enteramente análogas a la pretendida contradicción aquí inscrita en la frase. No hay necesidad de ir más lejos; basta con destacar que decir un round square en inglés, otro ejemplo tomado por el mismo autor, en realidad no es en absoluto una contradicción, dado que un square es utilizado a menudo para designar una plaza y que una plaza redonda puede entonces llamarse fácilmente un round square.

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Se trata entonces de la palabra pas: “Elle n’offrira pas plus de sens que…”, se refiere al pas de sens, asunto que retomará en la lección siguiente en torno a la ambigüedad del pas, también aquí aplicable al plus [N. del T.]. 7 J. Lacan, Les noms du père, 20 Noviembre de 1963, alocución pronunciada al día siguiente de la “excomunión mayor”. Cf. Lacan “[...] Está claro que el Otro no podría ser confundido con el sujeto que habla en el lugar del Otro, así no fuese sino por su voz. El Otro, si es lo que digo, el lugar en el que eso habla, no puede plantear sino un tipo de problema: aquel del sujeto de antes de la pregunta”. [Cfr. 90 en la Bibliografía General] 8 R. Jakobson, Essais de linguistique générale (traducción de N. Ruwet), vol 2, 1963, París, Minuit, vol 1, tercera parte: Gramática, p.205 (artículo publicado en octubre de 1959 bajo el título Boas´view of grammatical meaning). [Cfr. 67 en la Bibliografía General]. 9 Cfr. R. Jakobson, op. cit.

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¿Con todo, en qué vamos a empeñarnos? Ya lo ven, en equivalencias, y para decirlo todo, si trato de mostrar que esta frase puede tener una significación, entraré ciertamente en vías más finas. Partiré de la gramática misma. Observaré que, si esta frase es o no gramatical, es en razón de que, por ejemplo, lo que surge aparentemente como adjetivo en esta frase, a saber, colorless green, se encuentra antes del sustantivo y que aquí nos encontramos, tanto en inglés como en francés, ubicados ante un cierto número de efectos que falta calificar. Provisionalmente continúo llamándolos efectos de sentido. Ha de saberse que en esa relación del adjetivo con el sustantivo, el adjetivo lo llamamos epíteto 10 en griego. El uso en inglés, en francés y en toda lengua nos muestra que aunque este uso varía según la lengua, este asunto del lugar es importante para calificar el efecto de sentido de la juntura del adjetivo con el sustantivo. En francés, por ejemplo, el adjetivo se ubica antes del sustantivo, adjetivo que, si puedo decirlo, se identifica con la sustancia. Es diferente una bella mujer y una mujer bella. Se dirá que el uso epicatateto, el del adjetivo que precede, ha de distinguirse del epanateto 11 , de aquel que sucede, y que la referencia de la mujer a la belleza, en el caso del epanateto, es decir, del adjetivo que sigue, es algo de distinción, en tanto que una bella mujer es ya al interior de su sustancia que resulta ser bella… y aún hay un tercer tiempo a distinguir: el uso epanfiteto, o ambiente, que indicará que, en tal circunstancia, esta mujer pareció bella; que, en otros términos, no es lo mismo decir furiosa Hermione, Hermione furiosa, furiosa, Hermione… etcétera, y lo demás. El verdadero epanfíteto en inglés es aquel en el que se puede poner el adjetivo después del sustantivo; tanto epanateto como epicatateto van siempre adelante, pero el epicatateto va siempre más cerca del sustantivo. Se dirá: "uno de bella apariencia y provisto de una bella barba viejo hombre". Es porque viejo está más cerca de hombre que el hecho de que tenga una bella barba es una apariencia resplandeciente. Y entonces, henos aquí, por las solas vías gramaticales, en la capacidad de distinguir dos planos y, en consecuencia, de no verse enfrentado a la contradicción green colorless. Más aún, cierto recuerdo de Sheridan, que les había anotado por ahí, de un diálogo entre Lady Teazle y su marido Sir Peter 12 (naturalmente, uno jamás encuentra las notas que toma en el momento justo), nos enseña suficientemente que, por ejemplo, si Lady Teazle protesta porque se la torture por sus elegant expenses, por sus gastos elegantes, esto se hace para que notemos que la relación del adjetivo con el sustantivo en el uso hablado, cuando se trata justamente del epicatateto, no puede quizá ser tomado en inglés como en francés, y 10

έπίθεσις : I. Acción de colocar sobre. 1. aplicación (de un barniz), imposición (de las manos); 2. acción de colocar por encima, además, suma; 3. acción de aplicar, de atribuir a, aplicación de epíteto. II. Acción de alcanzar, de atacar a, esfuerzo por alcanzar a, intento de apropiarse de. III. Acción de imponer algo a impostura, fraude. Nota de Michel Roussan, sin especificar la fuente. 11 Sobre las formas del adjetivo cfr. Damourette & Pichon. Des mots à la pensée, essai de grammaire de la langue francaise [De las palabras al pensamiento, ensayo de gramática de la lengua francesa], París, Artrey, 1911-1927, tomo 1. [Cfr. 27 en la Bibliografía General]. 12 Richard Brinsley Butler Sheridan (1751-1816) The school for scandal, London,1777; L’école de la médisance [La escuela de la maledicencia], París, Aubier, 1969, a. II Sc. I. M. Huchon traduce con “gastos de elegancia” el “Then why will you ...thwart me in every little elegant expense?”. [Cfr. 144 en la Bibliografía General].

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que no podemos traducir elegant expenses por gastos elegantes, sino invirtiendo estrictamente su relación y diciendo elegancias costosas. También les tenía de Tennyson 13 cierta glimmering strangeness que, habiendo surgido del locutor a la salida de su sueño, debe traducirse desde luego por fulgores extraños y no por extrañezas luminosas. De manera que aquí tal vez se trate justamente de esta idea de verdor, de verdor ideal, en relación al cual colorless es más caduco. Es algo como sombras de ideas que se van ahí, perdiendo su color y, en una palabra, exangües. Están ahí paseándose, paseándose, ¿no es cierto? ya que duermen, y no tendría ninguna dificultad (permítanme finalizar este ejercicio de estilo) para demostrarles que es perfectamente concebible que si le damos al sleep (duermen) algo de metafórico, haya un sueño acompañado de cierto furor. Por lo demás, ¿acaso no es lo que experimentamos diariamente? Y para decirlo todo, si me eximen asimismo de esta vana cola de discurso (les dejo a ustedes su fabricación), ¿acaso no puedo hallar, al interrogar las cosas en el sentido del vínculo de la gramática con la significación, acaso no puedo hallar en esta frase la evocación, hablando con propiedad, del inconsciente donde se halla? ¿Qué es el inconsciente sino justamente ideas, pensamientos, Gedanken, pensamientos de verdor extenuado? ¿Acaso no nos dice Freud, en alguna parte, que así como las sombras de la evocación en los infiernos, al volver a la luz, piden beber sangre para recuperar sus colores 14 , no son acaso pensamientos del inconsciente los que aquí, duermen furiosamente? Pues bien, todo esto habrá sido un bonito ejercicio, pero no lo continué (no diría yo, hasta el final, ya que lo abrevio) más que para soplar sobre una tonta llamita, pues, simplemente, es por completo idiota. El inconsciente nada tiene qué ver con esas significaciones metafóricas, por muy lejos que lo llevemos, y buscar la significación en una cadena significante, gramatical, es una tarea de una futilidad extraordinaria. Porque si en razón del hecho de que me encuentro ante este auditorio, pude darle esta significación, bien podría haberle dado una totalmente distinta y por una simple razón: que una cadena significante engendra siempre, sin importar cuál sea, con tal de que sea gramatical, una significación, y aún diría más, no importa cuál, pues me fortalezco haciendo variar, y pueden hacerse variaciones al infinito, las condiciones de medio, de situación, pero aún más, las situaciones de diálogo; puedo hacerle decir a esta frase todo lo que quiero, incluyendo por ejemplo, dado el caso, que me burlo de ustedes. ¡Cuidado! En este extremo, ¿no interviene acaso algo diferente a una significación? Que yo pueda en tal contexto hacer surgir de eso toda significación, es una cosa, pero ¿se trata en efecto de significación? Pues ¿por qué dije que nada aseguraba la significación de hace un momento? Porque justamente acababa de darle una significación, ¿en relación a qué? A un objeto, a un referente, a algo que yo había hecho surgir por las necesidades de la causa, a saber: lo inconsciente. Hablando de contexto, hablando de diálogo, dejo desaparecer, dejo desvanecerse, vacilar, aquello de lo que se trata, a saber, la función del sentido. De lo que se trata aquí es de ceñir aún más la distinción entre los dos. 13 14

Alfred Tennyson (1st baron) (1809-1892), poeta y autor dramático inglés. S. Freud, [Die Traumdeutung, 1900, G.W. II/III p. 558, no. 1].

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En último análisis, qué es lo que hace que esta frase, elegida por su mismo autor, se haya contentado tan fácilmente con algo tan dudoso, a saber, que no tiene sentido? ¿Cómo un lingüista, que no necesita acudir a ejemplos extremos, al cuadrado redondo del que les hablaba hace poco, para darse cuenta de que las cosas que constituyen el sentido más fácilmente aceptado, permiten olvidar completamente el comentario sobre cualquier contradicción? ¿Acaso no se dice, con el asentimiento general, una joven muerta? Lo cual podría ser correcto, para decir que murió joven, pero calificarla de joven muerta, con lo que quiere decir el adjetivo puesto antes del sustantivo en francés, ¡debe dejarnos singularmente perplejos! ¿Es como muerta que es joven? Me he preguntado qué constituye el carácter distintivo de esta frase. No podemos creer en semejante ingenuidad de parte de aquel que la produce como paradigma. ¿Y porqué tomó tal paradigma, manifiestamente forjado? Y mientras me preguntaba qué era lo que constituía el valor paradigmático de esta frase, hice que me enseñaran a pronunciarla bien. Mi fonetismo inglés no es especialmente ejemplar; para mí, ese ejercicio tenía una utilidad: no desgarrar las orejas de aquellos para quienes ese fonetismo es familiar. Y en ese ejercicio me di cuenta de algo: que entre cada palabra, era necesario que yo retomara un poco de aliento Colorless… green… ideas… sleep… furiously. ¿Porqué era necesario que yo retomara un poco de aliento? ¿Se han dado cuenta de que, si no, eso hace… ss’gr… idea (s’s)leep… Una s que se encadena con una s, y luego p’furiosly. 15 Entonces empecé a interesarme en las consonantes. En todo caso hay algo que puede decirse, y es que ese texto padece de amusia, como quiera que lo entiendan, la música, las musas, como dice Queneau 16 : “Uno se divierte [on s’amuse] con las artes, uno vagabundea [on muse] con los lagartos 17 ". Y al darme cuenta, al contar esas consonantes, las dos l, la c de colorless, la g de green, la n, una tercera l, una cuarta l, me acordé de esos versos, que espero que les gusten tanto como a mí, los que están escritos abajo en el tablero, y que emplean muy precisamente la batería consonántica de la frase forjada. « Songe, songe, Céphise, à cette nuit cruelle, qui fut pour tout un peuple une nuit éternelle » 18 Haré fácilmente el trabajo inverso al que hice hace poco, para mostrarles que no es menos extraño hablar de una noche cruel que de un cuadrado redondo; que una noche eterna es seguramente una contradicción en los términos, y que en cambio, el valor emotivo de esos dos versos está esencialmente en la repercusión, en primer lugar, de esas cuatro s sibilantes que están subrayadas en el tablero, de la repercusión de Céphise en el fut de la segunda línea, en la repercusión de la t cuatro veces, de la n de nuit dos veces, de la labial primitiva p, promovida en su valor atenuado del fut y de Céphise, en ese pour tout un peuple, que 15

Colorless green ideas sleep furiosly. colorless green ideas sleep furiosly.

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Le dimanche de la vie [El domingo de la vida], París, Gallimard, 1951, [Cfr. 131 en la Bibliografía

General]. 17 R. Queneau, Les Ziaux, 1943, en L´instant fatal, París, 1946. 18 songe, songe, Céphise, à cette nuit cruelle qui fut pour tout un peuple une nuit éternelle. [Agregar notación fonética] [Cfr. 135 en la Bibliografía General].

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armoniza, que hace vibrar de cierta manera algo que seguramente, en esos dos versos, es todo el sentido, el sentido poético. Su naturaleza nos fuerza a acercarnos más íntimamente a la función del significante. Si seguramente los dos versos en cuestión no pretenden en grado alguno dar la significación de la fórmula del lingüista, nos obligan a interrogarnos si no estamos por esa vía mucho más cerca de lo que constituye su sentido, de lo que, sobre todo para su autor, era el punto verdadero donde él se aseguraba de su no sentido. Porque en un cierto nivel, las exigencias del sentido son, quizá, diferentes de lo que se nos presenta al comienzo, a saber, que en ese nivel del sentido, la amusia es una objeción radical. Ya ven por qué vía me decidí a introducir este año, buscando darles su tono, lo que yo llamo Problemas cruciales para el psicoanálisis. El año pasado hablé de los fundamentos del psicoanálisis 19 . Hablé de los conceptos que me parecen esenciales para estructurar su experiencia y pudieron ver que en ninguno de esos niveles se trató de verdaderos conceptos; que no pude hacer que ninguno resistiera, en la medida en que los hice rigurosos, en el lugar de referente alguno; que siempre, de algún modo el sujeto, que es quien aporta esos conceptos, está implicado en su discurso mismo; que no puedo hablar de la apertura o del cierre del inconsciente sin estar implicado, en mi discurso mismo, por esta apertura o este cierre; que no puedo hablar del reencuentro como constituyente, por su misma falta, del principio de la repetición, sin tornar inaprensible el punto mismo donde se califica esta repetición. Dante, después de otros, y antes de otros más, al introducir en De vulgari eloquentia, 20 del que hablaremos este año, los asuntos más profundos de la lingüística, dice que toda ciencia, pues para él se trata de una ciencia, debe poder declarar lo que es justo traducir por su objeto, y todos estamos de acuerdo; salvo que, para que objeto tenga su valor, en el latín que utiliza Dante, ahí se llama subjectum. En el análisis se trata precisamente del sujeto. Aquí, no es posible ningún desplazamiento que le permita hacer de eso un objeto. Que pase lo mismo en la lingüística no se le escapa a ningún lingüista como tampoco le escapa a Dante ni a su lector, pero el lingüista puede hacer un esfuerzo por resolver ese problema de forma diferente a nosotros los analistas. Es precisamente por eso que la lingüística profundiza siempre más adelante por la vía por la que despuntaba hace poco el trabajo de nuestro autor: la vía de la formalización. Es porque en la vía de la formalización lo que buscamos excluir es el sujeto. Sólo que, para nosotros los analistas, nuestro punto de mira debe ser exactamente contrario, en tanto allí está el pivote de nuestra pr©xij. Sólo que, ustedes saben que a ese respecto yo no retrocedo ante la dificultad, ya que, en suma, planteo, lo hice el año pasado, 21 y de manera suficientemente articulada, que el sujeto no 19

Cfr. 91 en la Bibliografía General. Dante, De vulgari eloquentia, Paris, La délirante, 1985, p 7: “Pero como hace falta que toda ciencia más bien descubra su tema en lugar de demostrarlo, para que se sepa sobre lo que se funda, decimos ante todo que llamamos lengua vulgar esta lengua a la que los niños están habituados por aquellos que los rodean, desde que empiezan a distinguir las voces; o aun, puesto que esto puede ser dicho más brevemente, afirmamos que la lengua vulgar es aquella que recibimos imitando sin ninguna regla a nuestra nodriza. Tenemos otra lengua secundaria que los Romanos llamaron gramática (abuela es la misma palabra) ... De estas dos lenguas, la más noble es la lengua vulgar... Por lo tanto es de esta lengua más noble y nuestra de la que tenemos la intención de hablar”. [Cfr. 28 en la Bibliografía General]. 21 J. Lacan Op. cit., El seminario XI, 22-VI-1964, entre otros. 20

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puede ser, en último análisis, más que eso que piensa luego soy. Lo que quiere decir que el punto de apoyo, el ombligo, como diría Freud, de este término del sujeto es, propiamente, sólo el momento en que se desvanece bajo el sentido, o el sentido es lo que lo hace desaparecer como ser, pues ese luego soy no es más que un sentido. ¿No es acaso allí donde puede apoyarse la discusión sobre el ser? La relación del sentido con el significante es lo que he creído desde siempre esencial mantener en el corazón de nuestra experiencia, para que todo nuestro discurso no se degrade. En el centro de este esfuerzo, que es el mío, orientado por una pr©xij, he puesto la noción de significante. ¿Cómo puede ser que, aún muy recientemente, en una de las reuniones de mis alumnos, haya podido escuchar a uno que dijo (de hecho, ya no me acuerdo cuál y, en últimas, sé bien que no fue el único que lo dijo) que la noción de significante de Lacan (también éste el suyo, en su mente) ¡le dejaba cierta incertidumbre! Si es así, después de que todo un artículo como "La instancia de la letra en el inconsciente" 22 , que les ruego releer (es un hecho que mis textos se vuelven más claros con los años [rumores]; se pregunta uno por qué, digo, es un hecho del que da fe más de uno, si no todos), ese texto es admirablemente claro, y el ejemplo CABALLEROS/DAMAS que allí evoco, como evocando en su acoplamiento significante el sentido de un orinal, y no el de la oposición de lo sexos, sino como insertándose, por el hecho del enmascaramiento de ese sentido, para dos niñitos que pasan en tren en una estación, en una división en adelante irremediable sobre el lugar que acaban de atravesar, el uno planteando que pasó a CABALLEROS, el otro que pasó a DAMAS. ¡Esta es una historia que no obstante me parece que debería abrir la oreja! Además, formulaciones que confinan menos con el apólogo, como estas: que el signo, sin importar cómo esté compuesto, y si incluye en sí mismo la división significante/significado, el signo es lo que representa algo para alguien, es decir, que al nivel del signo estamos al nivel de todo lo que ustedes quieran, de lo psicológico, del conocimiento; que pueden ser más finos, que existe el signo verdadero, el humo que dice que hay fuego, que existe el indicio, a saber, la huella dejada por la pata de la gacela sobre la arena o el peñasco, y que el significante es otra cosa. Y que el hecho de que el significante represente al sujeto para otro significante es una formulación suficientemente firme como para que, sólo por el hecho de forzarlos a no perderse, tenga esto alguna consecuencia. ¿Por qué es que desde entonces ese discurso sobre el significante puede conservar cierta oscuridad? ¿Es acaso porque durante cierto tiempo yo lo he querido así, por ejemplo? Sí. ¿Y quién es entonces ese yo [je]? Quizás es interno a ese nudo de lenguaje que se produce cuando el lenguaje tiene que dar cuenta de su propia esencia. ¿Será quizá que se ve obligado a que en esta coyuntura se produzca obligatoriamente alguna pérdida? Es exactamente unido a esta cuestión de la pérdida, de la pérdida que se produce cada vez que el lenguaje trata, en un discurso, de dar cuenta de sí mismo, como se sitúa el punto de 22

J. Lacan “La instancia de la letra en el inconsciente o la razón desde Freud”, pronunciado el 9-VI-1957 en La Sorbona y publicado primero en La Psychanalyse, vol. 3, París, PUF, 1957, luego en los Escritos. [Cfr. 82 en la Bibliografía General].

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donde quiero partir para marcar el sentido de lo que yo llamo relación del significante con el sujeto. Llamo filosófico a todo lo que tiende a enmascarar el carácter radical y la función originante de esta pérdida. Toda dialéctica, y especialmente la hegeliana, que viene a enmascarar, que en todo caso apunta a recuperar los efectos de esta pérdida, es una filosofía. Hay otros modos diferentes a la pretensión de tratar con esta pérdida. Está la de mirar a otra parte, y especialmente girar la mirada hacia la significación y hacer del sujeto esa entidad que se llama el espíritu humano, al anteponerlo al discurso. Es un viejo error cuya última encarnación se llama psicología del desarrollo, o si quieren, para ilustrarlo, piagetismo. Se trata de saber si podemos abordar su crítica en su propio terreno, ejemplo de la contribución que espero aportar este año a algo, para el psicoanálisis, que muestra que el discurso que proseguimos por él necesita elecciones, y especialmente la exclusión de un cierto número de posiciones que son posiciones que conciernen a lo real; que esas posiciones son falsas y que no lo son sin razón; que la posición que tomamos es la que, y quizás la única que permite fundar, en su fundamento más radical, la noción de ideología. No los dejaré partir hoy, todavía, aunque esto sea talismán superfluo, sin una fórmula inscribible en el pizarrón, ya que a la postre allí la coloco, que es esta. Si bien es cierto que la relación del significante es esencialmente con el significante, que el significante como tal, en tanto que se distingue del signo, sólo significa para otro significante, y nunca significa otra cosa que al sujeto, de esto debe haber pruebas de sobra. Pienso dárselas en el plano mismo de la crítica de Piaget, que pienso abordar la próxima vez, particularmente sobre la función del lenguaje egocéntrico; desde esa vez, daré pruebas, a manera de grafo, de grafo simplificado, indicador del camino que habremos de recorrer. Y la fórmula significante sobre significado, de un modo no ambiguo (esto, desde siempre), ha de interpretarse como sigue: que hay un orden de referencia del significante que fue a lo que el año pasado llamé otro significante. Esto es lo que lo define esencialmente.

¿Qué es entonces el significado? El significado no ha de concebirse únicamente con relación al sujeto. La relación del significante con el sujeto, en tanto que tiene importancia para la función de la significación, pasa por un referente. El referente quiere decir lo real, y lo real no es simplemente una masa bruta y opaca; lo real está aparentemente estructurado. De hecho no sabemos en absoluto cómo, mientras no tenemos el significante. No quiero decir entonces que, por no saberlo, no tengamos relaciones con esa estructura. En los diferentes escalones de la animalidad esta estructura se llama la tendencia, la necesidad, y es claro que se necesita que, aún eso que se llama, con o sin razón, pero de hecho, en psicología animal, la inteligencia, tenga que pasar por esta estructura. No sé por qué se ha cometido un error al respecto, pero la inteligencia, tanto para mí como para todo el mundo, es claramente no verbal. Lo que intentaré mostrarles la próxima vez,

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criticando a Piaget, es que esto resulta absolutamente indispensable para no cometer el error de creer que la evolución del niño consiste, siguiendo una voluntad predeterminada por el Eterno, desde siempre, en hacerlo cada vez más capaz de dialogar con el señor Piaget. Es plantearse la pregunta, si no resolverla, de cómo la inteligencia, en tanto preverbal, viene a anudarse con el lenguaje en tanto preintelectual. Por el momento veo que, para concebir lo que sea de la significación, es necesario tomar en primer lugar (lo cual no agota nada ni nos obliga a un andamiaje ni a conservar lo mismo indefinidamente) destacar que hay dos usos del significante en relación al referente: el uso denotativo, comparable a una correspondencia que se querría biunívoca, una marca digamos, una marca al hierro candente sobre el referente, y el connotativo, a saber, cómo (es sobre esto, ya lo verán la próxima vez, que girará nuestro ejemplo de la crítica de Piaget) un significante puede servir para introducir en la relación con el referente algo que lleva un nombre, que es el concepto. Y esta es una relación connotativa. Es pues por intermediación de la relación del significante con el referente que vemos surgir el significado. No hay instancia válida de la significación que no haga circuito, rodeo, por algún referente.

La barra entonces no es, como se dice, comentándome, la simple existencia, de algún modo caída del cielo, del obstáculo aquí entificado; es, en primer lugar, punto de interrogación sobre el circuito de retorno. Pero no es simplemente eso; es ese otro efecto del significante en que el significante no hace más que representar al sujeto. Y al sujeto se los encarné, hace un momento, en lo que llamé el sentido, en el que se desvanece como sujeto. Pues bien, es eso; a nivel de la barra se produce el efecto de sentido, y aquello de lo que partí hoy en mi ejemplo es para mostrarles cómo el efecto de significado, si no tenemos el referente al comienzo, puede plegarse a todo sentido, pero que el efecto de sentido es otra cosa. Tanto es otra cosa, que la cara que ofrece del lado del significado es precisamente, lo que no es unmeaning, no significación, sino meaningless, que es lo que hablando con propiedad se traduce, ya que estamos en el inglés, con la expresión nonsense precisamente, y que sólo resulta posible medir bien lo que concierne a nuestra experiencia analítica viendo que lo que se explora no es el océano, la mar infinita de las significaciones; es lo que ocurre en la justa medida en que esta barrera del no sentido, lo cual no quiere decir sin significación, nos revela la faz de rechazo que ofrece el sentido del lado del significado. Es por eso que, después de haber pasado por ese sondeo de la experimentación psicológica, donde trataremos de mostrar hasta qué punto [Piaget] falta a los hechos al desconocer la verdadera relación del lenguaje con la inteligencia, tomaremos otro enfoque y que, para partir de una experiencia que sin duda es, tanto como la psicología, igualmente diferente del psicoanálisis, tomaremos una experiencia literaria en particular, intentando darle su estatuto propio a lo que se llama nonsense (puesto que no somos nosotros quienes la inventamos,

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existe), interrogando Alicia en el país de las maravillas 23 , o a algún buen autor de ese tono, para ver qué esclarecimiento nos permite darle al estatuto del significante.

Traducción: Pio Eduardo Sanmiguel Ardila. Colaboraron en la revisión de la traducción y de esta versión en español: Belén del Rocío MORENO CARDOZO, Carmen Lucía DÍAZ LEGUIZAMÓN, Eduardo ARISTIZÁBAL CARDONA, Javier JARAMILLO GIRALDO, Mario Bernardo FIGUEROA MUÑOZ, Pilar GONZÁLEZ RIVERA, Tania ROELENS HRNCIROVA. Posteriormente he recibido precisiones, anotaciones, correcciones de Sylvia de Castro K., Myriam Cotrino y Luisa Matallana L., a quienes agradezco sinceramente el haberse tomado el tiempo para anotar sus dudas y enviarlas a este correo. Esta traducción continúa en proceso; así que, cualquier duda, comentario y/o precisión serán bienvenidos; comuníquelos, por favor, a la siguiente dirección electrónica: [email protected]

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[Cfr. 22 en la Bibliografía General].

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Lección 2 9 de diciembre de 1964

Le agradezco a mi público mostrarse tan atento ahora que retomo estos cursos. La última vez me pareció… tan numeroso. Comienzo con eso porque a decir verdad es parte de un problema que, diría yo, intentaré no solamente plantear hoy, [sino] respecto al cual quisiera definir algo que podría llamarse ¿cómo vamos a trabajar este año? Digo “vamos” al no concebir que mi discurso se despliegue en una abstracción profesoral de la que poco importaría en últimas quién saque provecho bien o mal ni por qué vía. En uno de esos ecos que no tardan nunca en llegarme justamente en razón de la especificidad de mi posición, supe que la última vez había sido didáctico, en últimas que sobre ese punto se me otorgaba una buena nota de progreso. Sin embargo eso no quiere decir que los haya tratado con consideración, si puedo decir, porque introducir el problema del que nos ocuparemos de entrada este año, el de la relación del sujeto con el lenguaje, de la manera como lo hice, a través de ese no-sentido, y permanecer allí, sostener su comentario, la pregunta, el tiempo suficiente para hacerlos pasar por vías, por desfiladeros que luego podía anular de un manotazo (entendámonos: en lo que concierne a los resultados, no al valor de la prueba), para al final hacerles admitir y casi diría, desde mi punto de vista, hacer pasar la bolita de una relación distinta, distinta de la del sentido, y apoyada, tal como lo hice, sobre las dos frases que hasta hace poco aun estaban en ese tablero, no puedo sino felicitarme de que tal discurso haya llegado a su meta. Si es verdad que está la falla, cuya formulación emprendí la vez pasada, entre algo que captamos en ese mismo nivel en donde funciona el significante como tal y como lo defino (el significante es lo que representa al sujeto para otro significante), si es verdad que esta representación del sujeto, que aquello en lo cual el significante es su representante, es lo que se hace presente en el efecto de sentido y que haya entre eso y todo lo que se construye como significación, esa especie de campo neutro, de falla, de punto de azar, lo que llega a encontrarse no se articula en absoluto obligatoriamente. A saber: lo que vuelve, como significación, de una cierta relación (ya lo articulé la vez pasada), que está por definir, del significante con el referente, con ese algo articulado o no en lo real, sobre el cual, es al venir a repercutirse, digamos, por no decir más por ahora, que el significante engendra el sistema de las significaciones. Ésta es, sin duda, para quienes han seguido mi discurso pasado, acentuación nueva de algo cuyo lugar podrán volver a hallar indudablemente en mis esquemas precedentes y hasta ver allí que de lo que se trataba en el efecto de significado hacia el cual había de conducirlos para señalarles su lugar en el momento en que daba el esquema de la alienación el año pasado, que ese referente existía, pero en otro lugar, que ese referente era el deseo en tanto que se lo puede situar en la formación, en la institución del sujeto, cavándose en alguna parte por ahí, en el intervalo entre los dos significantes, esencialmente evocado en la definición del significante mismo; que aquí, no el sujeto desfalleciente en esta formulación de lo que se puede llamar la célula primordial

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de su constitución, sino ya, en una primera metáfora, ese significado, por la posición misma del sujeto en trance de desfallecer, había de ser relevado de la función del deseo. Fórmula sin duda esclarecedora para designar todo tipo de efectos genéticos en nuestra experiencia analítica, pero relativamente oscura si tenemos que ubicar aquello de lo que se trata a fin de cuentas: esencialmente de la validez de esta fórmula y, para decirlo todo, de la relación del desarrollo, tomado en su sentido más amplio, de la posición del sujeto, tomado en su sentido más radical, con la función del lenguaje. Si esas fórmulas, producidas de una manera aun más aforística que dogmática, se dan como puntos de apoyo a partir de los cuales puede juzgarse o por lo menos seriarse la gama de las formulaciones diferentes que se le dan en todos los niveles en que este interrogante intenta, busca, proseguirse de una manera contemporánea, ya sea por el lingüista, el psicolingüista, el psicólogo, el estratega, el teórico de los juegos, etc., el término que planteo y, en primer lugar, el del significante que representa al sujeto para otro significante, tiene en sí mismo algo exclusivo que recuerda que al intentar trazar otra vía respecto al estatuto que habría que darle a tal o cual nivel concebido del significado, se arriesga seguramente algo que, más o menos, anula, se salta una cierta falla y que antes de dejarse atrapar allí, convendría tal vez echarle una segunda mirada. Al menos ésa es posición, yo diría casi imperativa que por supuesto sólo puede sostenerse intentando una referencia que no sólo se apoye en un desarrollo adecuado de las teorías con los hechos, sino que, también, encuentre su fundamento en alguna estructura más radical. Y asimismo todos los que pudieron seguir lo que desarrollé hace algunos años ante ellos saben que hace tres años, en un seminario sobre La identificación88 (no deja de tener relación con lo que les traigo ahora), me vi llevado a necesitar de cierta topología que me pareció imponerse, surgir de esta misma experiencia, la más singular, a veces, a menudo, tal vez siempre, la más confusa posible, aquélla con la cual tratamos en el psicoanálisis, a saber, la identificación. Con seguridad, esta topología es esencial para la estructura del lenguaje. Hablando de estructura, no se puede dejar de evocarla. El primer comentario, yo diría incluso: el primario, es que, por muy desarrollado que debamos concebir el discurso en el tiempo, si hay algo para lo cual el análisis estructural, tal como se ha operado en lingüística, está hecho para revelarnos, es que esta estructura lineal no es nada suficiente para dar cuenta de la cadena del discurso concreto, de la cadena significante, que sólo podemos ordenarla, acordarla, bajo la forma de lo que se llama, en la escritura musical, un pentagrama, que es lo menos que tenemos para decir, y que a partir de entonces, ¿cómo concebir el asunto de la función de esta segunda dimensión? Y si esto es algo que nos obliga a considerar la superficie... ¿bajo qué forma? ¿Bajo la forma en que hasta ahora ha sido formulada en la intuición del espacio tal como, por ejemplo, puede inscribirse de manera ejemplar en la Estética trascendental? ¿O si es otra cosa? ¿Si la superficie es tal y como se teoriza precisamente en la teoría matemática de las superficies tomadas estrechamente bajo el ángulo de la topología? Si esto nos basta, en resumen, si este pentagrama, este pentagrama - 14 -

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sobre el cual conviene inscribir toda unidad de significante, en el cual toda frase tiene sus cortes, ¿cómo viene este corte a ceñir, a striger, a seccionar este pentagrama en las dos extremidades de la serie de esas medidas? Digamos que en este lugar hay más de una manera de interrogarse; que hay haces de haces i . Seguramente no es demasiado pronto para replantear ante esta estructura el asunto de si, en efecto, como hasta el presente ha pasado por evidente en un cierto esquematismo natural, el tiempo ha de reducirse a una sola dimensión. Pero dejémoslo por el momento. Y para limitarnos a esa curiosa fluctuación en el nivel de lo que puede ser esta superficie, ya lo ven, siempre indispensable para todas nuestras ordenaciones, voy a necesitar justamente de las dos dimensiones del tablero. Además es evidente que cada línea noii tiene una función homogénea con las demás. Y simplemente, en primer lugar, para quebrantar el carácter intuitivo de esta función del espacio, en tanto que puede interesarnos, me dirigiré a hacer notar, a recordar, que en esta primera aproximación, que ya evocaba en los años precedentes, a una cierta topología muy estructurante de lo que ocurre con el sujeto en nuestra experiencia, aquello de lo cual había sido llevado a servirme, es algo que en nada hace parte de un espacio que parece de tal modo integrado a nuestra experiencia, y del que puede decirse que ante este otro que merece el nombre de espacio familiar, pero también particular, se trata de un espacio llamémoslo menos imaginable o hasta inimaginable, pero en todo caso un espacio con el que conviene familiarizarse, para tal paradoja que podemos volver a encontrar allí con facilidad, o tal ausencia de previsión del hecho de que ustedes sean introducidos en él por primera vez. Excúsenme si traigo aquí, a manera de distracción algo cuya forma volveremos a hallar posiblemente después, créanme. Esos elementos topológicos, respectivamente, para hablar de aquellos sobre los cuales he puesto el acento, el agujero, el toro, el cross-cap, están verdaderamente separados por una especie de mundo que los distingue de las formas (llamémoslas como las llamaron los gestaltistas), de las cuales hay que decir claramente que dominaron el desarrollo de una parte de toda una geometría, pero también de toda una significancia. No necesito remitirlos a investigaciones bastante conocidas y de mucho mérito, citemos sólo de paso Las metamorfosis del círculo129 de Georges Poulet, pero habría muchas más para recordarnos que a través del siglo fue la significancia de la esfera, con todo lo que tiene de exclusiva, la que dominó todo un pensamiento, tal vez toda una edad del pensamiento, y que no es solamente al verla culminar en tal gran poema, poema dantesco por ejemplo, que podemos sondear, medir, la importancia de la esfera, y hasta con lo que podemos relacionarle como perteneciente a su mundo, el cono, implicando todo lo que ha sido admitido en la geometría i

Que puede haber una gran diferencia de valores en una misma categoría de objetos [N. del T.] La mayor particularidad con que se encuentra la traducción de este capítulo es un uso deliberado de la palabra point en vez del habitual pas de la negación en francés. Sin temor a equivocarse, puede decirse que, dado el contenido de la lección, que subraya “la ambigüedad de la palabra pas, negación, a la palabra pas, sobrepaso” (cfr. la nota 6 de la lección anterior y la siguiente de esta), el autor evita los malentendidos que pueda ocasionar su uso indiscriminado. No obstante, no por ello el autor ha eliminado todos los pas de su discurso, y no es claro, a primera vista al menos, algún sentido adicional en estas ocasiones. Por otra parte, debe recordarse que hay otras formas de negar en francés que prescinden del pas, que igualmente están profusamente presentes aquí. No puede decirse, sin embargo, que lo estén en mayor medida que en otros capítulos [N. del T.] ii

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como sección cónica; ése es un mundo del que difiere aquel que introducen las referencias a las cuales aludí hace poco. Les mostraré un ejemplo, interrogándolos por supuesto. No voy a tomar ninguna de esas estructuras topológicas que ya enumeré porque en cierta manera son demasiado complicadas para nuestro objeto por el momento (el del choque que espero provocar), y además, si tomo la forma más familiar, aquella que todo el mundo termina creyendo haber hecho entrar en su horizonte auditivo, la de la banda de Mœbius... ¿acaso necesito recordarles qué es? Aparentemente ven dos de esas, no tengan en cuenta la multiplicidad del espesor (ya verán pronto qué quiere decir) sino simplemente la forma que hace que algo, que al principio podría ser, si quieren, como un segmento de cilindro [figura II-1] porque al mismo tiempo se podría recorrer la pared (me expreso adrede en términos relativos a la materia), el objeto, la inversión que se opera desemboca en la existencia de una superficie cuyo punto más notable es que sólo tiene una cara, a saber que, independientemente del punto de donde se parta, se puede llegar, haciendo el camino restante sobre la cara de la que se partió, a algún punto cualquiera de lo que podría hacerse creer que es una cara y la otra. Sólo hay una. E igualmente es cierto que sólo tiene un borde. Seguramente esto supondría el planteamiento de todo tipo de definiciones, por ejemplo la definición de la palabra borde, que es esencial, y que para nosotros puede resultar siendo de la mayor utilidad. Lo primero que quiero que noten es esto, lo cual sólo será para los más novatos. Al estimar este mismo objeto, diría yo que ustedes pueden prever, si aun no lo saben, lo que sucede, habiendo ya constituido esta superficie: ¿qué sucede si se la corta sosteniéndose siempre muy exactamente a la misma distancia de sus bordes [figuras II-2 y 3], es decir, si se la corta en dos longitudinalmente? Por supuesto, todo aquel que haya abierto cualquier libro al respecto sabe lo que pasa. A saber, da lo siguiente: no la superficie dividida sino una banda continua, que tiene de hecho la propiedad de poder reproducir exactamente la forma de la

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primera superficie recubriéndose a sí misma. En resumen, es una superficie que no se puede dividir, por lo menos con el primer tijeretazo. Hay otra cosa más interesante y que pienso que ustedes no habrán hallado en los libros, puesto que yo no la vi en absoluto. Se trata del problema siguiente: Una vez constituida la superficie ¿puede ser duplicada, recubierta, por otra que viniese a aplicarse directamente sobre su forma? Al hacerlo es fácil darse cuenta que al duplicar con una superficie exactamente igual a la primera aquella que vamos a aplicar sobre ésa [figura II-4], logramos como resultado que la terminación de la segunda banda que habíamos introducido en el juego, se enfrente a la otra terminación de la misma banda (ya que por definición dijimos que esas superficies son iguales), pero esas dos terminaciones estarán separadas por la primera banda; en otras palabras, sólo podrán juntarse atravesando la primera superficie. Esto no es evidente, y se descubre con la experiencia [...] está además en estrecha solidaridad con el primer resultado que les evocaba, de hecho más conocido. Admitan que este atravesamiento necesario de la superficie por la superficie que la duplica es algo que puede resultarnos bastante cómodo para significar la relación del significante con el sujeto. Quiero decir: ante todo el hecho que ha de recordarse siempre, de que el significante no podría en ningún caso significarse a sí mismo, salvo si se desdoblara. Punto muy frecuentemente olvidado, si no siempre ¡y por su puesto olvidado de la manera más inconveniente, allí donde convendría recordarlo más! Por otra parte, tal vez sea en relación con esta propiedad topológica que debamos buscar ese algo inesperado, fecundo si puedo decir, en la experiencia, que podemos reconocer por ser comparable en todo aspecto con un efecto de sentido. Llevo aun más lejos este asunto cuyas implicaciones mucho más sensibles tal vez podrán ver más tarde. Seguramente si continuamos el cubrimiento de nuestra superficie primera, banda de Mœbius, con una superficie que esta vez no sea equivalente a su longitud sino el doble [figura II-5], llegaremos en efecto, si acaso estas palabras tienen algún sentido, a envolverla por dentro y por fuera. En efecto, esto es lo que se realizó aquí. Entiendan que en la mitad hay una superficie de Mœbius y alrededor una superficie del tipo de la superficie desdoblada que hace poco corté con tijeras por la mitad, lo cual la recubre, repito, si esas palabras tienen algún sentido, por dentro y por fuera. Entonces ustedes constatan que esas dos superficies están anudadas. En otras palabras, y esto de manera tanto necesaria como poco previsible para la intuición simple, que está ahí justamente para darnos la idea de que la cadena significante (muy a menudo las metáforas - 17 -

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alcanzan una meta a la que previamente sólo creían encaminarse de manera aproximada), que la cadena significante tiene un sentido tal vez mucho más pleno (en el sentido en que implica eslabones, y eslabones que se encajan) del que le suponíamos al principio.

Tal vez siento algo como una vacilación ante el carácter un tanto distante de lo que acabo de aportar aquí, en relación con nuestros problemas. No obstante la división del campo que puede aportar esta estructura, la superficie de Mœbius, si la comparamos con la superficie que la completa en el cross-cap [figura II–6a] y que es un plano dotado de propiedades especiales, no sólo está deformado; es algo respecto a lo cual sólo puede decirse de hecho lo siguiente: que trae consigo su juntura eventual a través de una superficie de Mœbius: el ocho interior, como lo llamé [figura II-7].

Imaginen esto, en donde todavía se trata de llenarlo con una superficie imaginaria, imagínenlo simplemente como un círculo. Para darles una imagen simplemente, imaginen primero esta forma de un corazón, y que esta parte, la de la derecha, se monte poco a poco sobre la de la izquierda, como finalmente la ven hacerlo [figura II-8]. Queda claro que los bordes son continuos, que la homología, el paralelismo si quieren, en la cual entran, respecto a su opuesto, esos bordes, es lo que les permite alojar allí más fácilmente una superficie como la banda de Mœbius [figura II-9]. Siguiendo la superficie que engendrarán, siguiéndola de esta manera, con el espacio entre los bordes enfrentados, obtendrán efectivamente esta especie de inversión de esta superficie que es lo que les decía hace poco que constituye la definición misma de la banda.

¿Pero qué sucede aquí si completamos esta superficie con la otra? Que la banda de Mœbius corta necesariamente dicha porción en un punto, de hecho entonces en una línea, cuya

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localización importa poco, pero que para la intuición resulta más evidente aquí [figura II10]. ¿Qué quiere decir? Que si eventualmente pusiésemos a funcionar tal corte, a la manera (aunque en el lugar de lo que se sirve la lógica de clases tomadas en extensión) de lo que se llaman los círculos de Euler, podríamos evidenciar ciertas relaciones esenciales. Mi discurso no me permite llevar esto hasta el final, pero sepan que, en lo concerniente a un silogismo tan problemático por ejemplo como este: Todos los hombres son mortales Sócrates es un hombre Sócrates es mortal, (silogismo para el que espero que haya aquí un cierto número de oídos que tengan a bien aceptar el debate sobre algo diferente a la significación, o sea lo que yo llamé el otro día el sentido), que ese silogismo tiene algo que nos retiene y que además la filosofía nunca lo ha expuesto de entrada ni en un contexto puro, que no se halla en ninguna parte de las Analíticas4 de Aristóteles, quien, supongo yo, se habría cuidado muy bien de hacerlo. Ciertamente no porque fuera simplemente el sentimiento de reverencia o de respeto el que le hubiera impedido colocar a aquel de donde provenía todo un pensamiento en juego con el común de los hombres, sino que no es seguro que el término Sócrates, en ese contexto, pueda ser introducido sin prudencia. Y henos entonces llevados (con esto anticipo) al pleno centro de un asunto del tipo que precisamente nos interesa. Es singular que en un momento de florecimiento de la lingüística la discusión sobre lo que es el nombre propio esté enteramente en suspenso, quiero decir que si ha resultado exacto que se han publicado todo tipo de trabajos notables, que se han tomado todo tipo de posiciones eminentes sobre la función del nombre propio frente a lo que aparentemente va de suyo, la primera función del significante: la denominación, seguramente y para simplemente introducir lo que quiero decir, lo que sorprende es que cuando uno se introduce en uno de los desarrollos diversos tan categorizados que sobre ese tema han sido llevados hasta un verdadero valor, diría yo, de fascinación sobre todo aquel que lo advierta, resulta con demasiada regularidad, cuando se lee cada autor, que todo lo que dicen los demás es de lo más absurdo. Esto es algo bien destinado a retenernos y a introducir, diría yo, ese rinconcito, ese breve sesgo en el asunto del nombre propio, algo que empezaría por esto tan simple: Sócrates; y yo creo que al final ya no habrá manera de evitar este recelo, esta primera incumbencia. Sócrates es el nombre de aquel que se llama Sócrates. Lo que no es decir lo mismo, pues está el Sócrates bonachón, el Sócrates de los compañeros, y está el Sócrates designator. Hablo aquí de la función del nombre propio; es imposible aislarlo sin plantear la pregunta sobre lo que se anuncia a nivel del nombre propio. Que el nombre propio tenga una función de designación y hasta del individuo como tal (tal como se ha dicho, lo cual no es cierto, ya que al adentrarse por esa vía se desemboca en absurdos), que tenga ese uso no agota totalmente la pregunta sobre lo que se anuncia en el nombre propio. No es suficiente. Me dirán ustedes: ¡Dígalo, pues! Pero justamente esto necesita, de hecho, de cierto rodeo.

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Aunque seguramente ésa es justo la objeción que tenemos que hacerle al Sócrates es mortal de la conclusión, pues es seguro que lo que se anuncia en Sócrates está en una relación enteramente privilegiada con la muerte, pues si existe algo de lo cual estemos seguros sobre este hombre del que nada sabemos, es que él pedía la muerte, y en estos términos: “A mí, tómenme tal como soy, Sócrates el atópico, o si no mátenme”. Esto, resuelto, unívoco y sin ambigüedad. Y pienso que sólo el uso de nuestro pequeño círculo, no euleriano sino reformado de Euler, nos va a permitir, inscribiendo todo en los contornos, en un paralelismo devorador, todos los hombres son mortales, Sócrates es mortal, consideren que la reunión de esas fórmulas, la mayor y la conclusión [figura II-11], nos va a permitir distribuir dos campos del sentido, seguramente un campo de significación donde resulta muy natural que Sócrates llegue ahí en paralelo con ese todos los hombres y se inserte allí; un campo del sentido también, que se cruza con el primero, y a través del cual se nos plantea el asunto de saber si debemos darle al es un hombre que va ahí adentro de manera problemática (aun más para nosotros que para cualquiera), el sentido de que esté en la prolongación de ese traslape del sentido con la significación, a saber, si ser un hombre es o no pedir la muerte, es decir, ver entrar por ahí ese simple problema de lógica y al sólo hacer intervenir consideraciones de significantes, que entre en juego lo que Freud introdujo como pulsión de muerte. Volveré sobre este ejemplo. Hace un momento hablé de Dante y de su topología finalmente ilustrada en su gran poema. Me dije: pienso que si Dante volviera ¡se encontraría a gusto en mi seminario, por lo menos en los años pasados! Quiero decir que no es porque para él todo, de la sustancia y del ser, venga a girar alrededor de lo que se llama el punto, que es el punto a la vez de expansión y desvanecimiento de la esfera, que no le habría parecido supremamente interesante la manera como nosotros hemos interrogado el lenguaje. Porque antes de su Divina Comedia escribió De vulgari eloquentia28. Escribió también la Vita nova30. Escribió la Vita nova en torno al problema del deseo, y en verdad La divina comedia29 no podría comprenderse sin esa antelación. Pero seguramente en el De vulgari eloquentia manifestó sin duda alguna, con impasses, sin duda alguna con puntos de fuga ejemplares por los cuales sabemos que no es por ahí que hay que tomar (es por eso que intentamos reformar la topología de las preguntas), manifestó el más vivo sentido del carácter primero y primitivo del lenguaje, del lenguaje materno, dice, oponiéndolo a todo lo que en su época era apego, retorno obstinado a un lenguaje erudito, y para decirlo todo, prelación de la lógica sobre el lenguaje. Todos los problemas de confluencia del lenguaje con lo que se llama el pensamiento, y dios sabe con qué acento, cuando se trata del uno y del otro en el niño, después del señor Piaget por ejemplo, todo reposa en la falsa ruta, en el descarrío, en que caen investigaciones de hecho fulgurantes en lo que toca a los hechos, meritorias en cuanto a los agrupamientos meditados, en la acumulación; todo ese extravío reposa sobre el desconocimiento del orden que existe entre lenguaje y lógica. - 20 -

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Todo el mundo sabe y reprocha a las lógicas, a las primeras en aparecer, y particularmente a la de Aristóteles, el ser demasiado gramaticales, el estar demasiado afectadas por el sello de la gramática. ¡Cuán cierto! ¿No es justamente eso lo que nos indica que es de allí que parten? Hablo hasta de las formas más refinadas, las más depuradas que hemos llegado a darle a esta lógica. Hablo de las lógicas llamadas simbólicas, del lógicomatematicismo, de todo lo más refinado que hemos podido aportar en el campo de la axiomatización, de la logística. Para nosotros el asunto no consiste en absoluto en instalar este orden del pensamiento, ese juego puro y cada vez más ceñido que logramos poner a punto, no sin la intervención de nuestro progreso en las ciencias. No se trata de sustituirlo por el lenguaje, quiero decir, creyendo que el lenguaje en cierta forma no es más que su instrumento. Puesto que todo prueba, y en primer lugar justamente nuestra experiencia analítica, que el orden del lenguaje, y del lenguaje gramatical, puesto que el recurso a la lengua materna, a la lengua primera, aquella que habla espontáneamente tanto el lactante como el hombre del pueblo, no es objeción para Dante, contrariamente a los gramáticos de su época, para ver la importancia exactamente correlativa de la lingua grammatica. Es esta gramática la que le importa y es en ella donde no duda en volver a encontrar la lengua pura. Esta es toda la diferencia, todo el espacio, que habrá entre el modo de abordaje de Piaget y el de alguien como Vigotsky157, por ejemplo. Espero que ese nombre no sea extraño aquí a los oídos de todos. Es un joven psicólogo experimental que vivió tras la revolución de 1917 en Rusia, que prosiguió su obra hasta la época de su muerte desafortunadamente prematura en 1934, a los 38 años. Hay que leer ese libro, o bien, ya que planteé la pregunta ¿cómo vamos a trabajar? será necesario que alguien, y ya diré más adelante en qué condiciones, se haga cargo de esta obra o de alguna otra. De esclarecerla, si puede decirse, a la luz de las grandes líneas de referencia que son aquellas cuyo estatuto intentamos establecer aquí, para ver por una parte qué aporta, si puedo decir qué aporta esta agua a ese molino, y asimismo en qué responde sólo de manera más o menos ingenua. Esta es evidentemente la única manera de proceder en un caso como este, porque si el libro y el método que introduce Vigotsky se distinguen por una gran separación, de hecho tan evidente en los hechos que se sorprende uno de que en el último artículo que creo que se publicó del señor Piaget, aquél que fue publicado en P.U.F. en la compilación de los Problemas de psicolingüística116, sostenga en suma firmemente, y que pueda responder en un breve escrito que le fue adjuntado al libro, muy en la línea de la evolución de su pensamiento, respecto a la función del lenguaje, que él espera más que nunca que el lenguaje ayude al desarrollo en el niño de conceptos de los que quiere que… (no digo los conceptos ulteriores sino los conceptos, en el niño, tales que él vuelve a encontrar un límite allí en su aprehensión), que esos conceptos estén estrechamente vinculados a una referencia de acción. Que el lenguaje sólo esté allí como ayuda, como instrumento, pero secundario, y nunca se complacerá más que en subrayar su uso inapropiado en el interrogatorio al niño. Ahora bien, toda la experiencia demuestra lo contrario: que si algo impacta seguramente en el lenguaje del niño que comienza a hablar, no es para nada lo inapropiado sino la anticipación. Es el hecho de que antecedan paradójicamente ciertos elementos de lenguaje, que de hecho sólo deberían aparecer después de que, si puedo decirlo, los elementos de inserción concreta, como se dice, se hayan manifestado suficientemente. Es la antelación de - 21 -

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las partículas, de las pequeñas fórmulas, de los tal vez no, de los sino también que surgen muy precozmente en el lenguaje del niño, mostrando hasta, por poco que se lo note, un tanto de frescura, de ingenuidad, bajo ciertas luces, las que permitirían decir (y, en últimas, si se necesita traeré documentos) que la estructura gramatical es absolutamente correlativa de las primerísimas apariciones del lenguaje. Qué significa esto sino que lo que importa no es para nada ver lo que sucede en la mente del niño, seguramente es algo que se realizará con el tiempo, ya que llega a ser el adulto que creemos ser; es que si en un cierto estadio ciertas etapas han de subrayarse en su adecuación al concepto, y aquí nos sorprenderá que alguien como Vygotski, lo digo sólo de pasada, sin sacarle más provecho, por haber justamente planteado su pregunta en los términos que voy a decir, a saber, totalmente diferentes a los de Piaget, se percate de que aun un manejo riguroso del concepto, lo denota con ciertos signos, puede resultar en cierta forma falaz, y que el verdadero manejo del concepto sólo se logra, dice, singularmente, y desafortunadamente sin extraer sus consecuencias, en la pubertad. Pero dejemos eso. Lo importante sería estudiar, como lo hace Vygotski (lo cual es asimismo para él la fuente de percepción extremadamente rica, así no haya sido explotada en su círculo desde entonces), lo que el niño hace espontáneamente ¿con qué? Con las palabras, sin las cuales seguramente, todo el mundo está de acuerdo, no hay concepto. ¿Qué hace él con las palabras entonces (con esas palabras que se dice que emplea mal)? ¿Mal respecto a qué? Respecto al concepto del adulto que lo interroga, pero que no obstante le sirven para un uso muy preciso: uso del significante. ¿Qué hace con eso? ¿Qué es lo que en él corresponde, como dependiente de la palabra [mot], del significante, al mismo nivel en donde va a introducirse retroactivamente, por el hecho de su participación en la cultura que llamamos del adulto, digamos, a través de la retroacción de los conceptos que llamaremos científicos (suponiendo que sean éstos los que ganen al final la partida), qué hace él con las palabras que se parecen a un concepto? Hoy no estoy aquí para resumirles a Vygotski, ya que me gustaría que algún otro lo hiciera. Lo que quiero decirles es esto: que vemos reaparecer el alcance, con toda su frescura, de lo que Darwin31 descubrió un día con toda su genialidad, lo cual es muy conocido, el caso del niño que empieza, muy al comienzo de su lenguaje, a llamar algo, digamos en francés sería coin coin, fonetizado, [si] se trata de un niño americano, se fonetiza coué. Que ese coué que es el significante que él aísla, yo diría tomado de su fuente original puesto que es el grito del pato, el pato que él comienza por llamar coué, lo transpondrá del pato al agua en la cual chapotea. Del agua a todo lo que pueda igualmente llegar a chapotear allí, y sin perjuicio de la forma volátil puesto que ese coué designa también a todos los pájaros. ¿Y que termina designando qué? Apuesto lo que quieran: una unidad monetaria marcada con el signo del águila con la cual se la acuñaba en ese entonces, no sé si aun sea así en los Estados Unidos. Puede decirse que en muchas materias, la primera observación, la que marca, la que se transporta en la literatura, va cargada a veces, en fin, de una especie de bendición. Esos dos extremos del significante que son el grito a través del cual este ser vivo, el pato, se señala, y que comienza a funcionar ¿cómo qué? Quién sabe. ¿Es un concepto? ¿Es su nombre? Es más probable que sea su nombre pues existe un modo de interrogar la función de la denominación y es tomar el significante como algo que se pega o se desprende del - 22 -

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individuo para el cual está hecho para designarlo, y que culmina en esta otra cosa, de la cual yo no creo que sea azar y reencuentro, hallazgo del individuo, que no tenga nada que ver, que sea una participación muy probablemente nula, el que haya conciencia del niño. Que porque al final sea a una moneda que se apegue, no veo en ello ninguna confirmación psicológica. Digamos que veo en ello, si puedo decirlo, el augurio de lo que guía siempre el hallazgo cuando no se deja estorbar en su camino por el prejuicio. Aquí Darwin, sólo con haber recogido este ejemplo de la boca de un niñito, nos muestra los dos términos, los dos términos extremos en torno a los cuales se sitúan, se anudan y se insertan, tan problemático el uno como el otro, el grito por una parte, y por la otra esto, que les sorprenderá tal vez que les diga que tendremos que interrogarla a propósito del lenguaje, a saber, la función de la moneda. Término olvidado en los trabajos de los lingüistas pero del que está claro que antes de ellos, y en aquellos que han estudiado la moneda, en su texto, se ve venir en su pluma, en cierta forma necesariamente, la referencia con el lenguaje, el lenguaje, el significante como garantía de algo que sobrepasa infinitamente el problema del objetivo, que no es tampoco ese punto ideal, en donde podemos ubicarnos, de referencia a la verdad. Ustedes saben que de este último punto, la discriminación, el tamiz, la criba para aislar la proposición verdadera, es de donde parte Bertrand Russell, es el principio de toda su axiomática, y esto ha dado tres enormes volúmenes que se llaman Principia matemática140, lectura absolutamente fascinante si son ustedes capaces de sostenerse al nivel de la pura álgebra durante tantas páginas, pero parece que ante al progreso mismo de las matemáticas, el beneficio de éstos no ha sido absolutamente decisivo. Esto no es asunto nuestro. El nuestro es el siguiente: el análisis que Bertrand Russell hace del lenguaje. Pueden ustedes remitirse a más de una de sus obras. Les doy una que rueda actualmente por todas partes, pueden comprarla, es el libro Significación y verdad138 publicado en Flammarion. Allí verán que al interrogar las cosas a la luz de esta pura lógica, Bertrand Russell concibe el lenguaje como una superposición, un andamiaje de número indeterminado de una sucesión de metalenguajes, donde cada nivel proposicional se halla subordinado al control, a que se retome la proposición en un escalonamiento superior, en donde, como proposición primera, es puesta en duda. Por supuesto, esquematizo esto al extremo, cuya ilustración pueden encontrarla en la obra. Pienso que esta obra, así como de hecho cualquiera de las obras de Bertrand Russell, es ejemplar en esto: al llevar hasta sus últimas consecuencias lo que yo llamaría la posibilidad misma de un metalenguaje, demuestra su absurdo, precisamente por el hecho de la afirmación fundamental de donde partimos aquí y sin la cual no habría en efecto ningún problema de las relaciones del lenguaje con el pensamiento, del lenguaje con el sujeto, que es el siguiente: que no hay metalenguaje. Todo tipo de abordaje, incluyendo el abordaje estructuralista en lingüística, está incluido él mismo, depende él mismo, es él mismo secundario, está en pérdida él mismo respecto al uso primero y puro del lenguaje. Todo desarrollo lógico, cualquiera que sea, supone en el origen el lenguaje del cual se desprendió. Si no nos sostenemos firmes en ese punto de vista, toda pregunta que nos planteamos aquí, toda la topología que intentamos desarrollar es perfectamente vana y fútil, y no importa quién, Piaget, Russell, todos tienen razón. El único problema es que ninguno de ellos logra entenderse con ningún otro.

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¿Qué hago aquí? ¿Y por qué prosigo este discurso? Lo hago por estar comprometido en una experiencia que lo necesita definitivamente. ¿Pero cómo puedo continuarlo si según las premisas mismas que acabo de reafirmar sólo puedo sostener este discurso desde un lugar esencialmente precario, a saber, que asumo esta enorme audacia en la que, créanme, siento que lo arriesgo todo a cada vez, lugar propiamente insostenible, que es el del sujeto? En eso nada puede compararse con la llamada posición del profesor. Quiero decir que la posición de profesor, en la medida en que pone entre sí y el auditorio una cierta suma enmarcada, segura, fundada en la comunicación, forma ésa de cierta manera intermedia, barrera y cobijo, y que habitúa precisamente, que favorece, que lanza a la mente por vías que son las que pude denunciar muy brevemente hace poco al decir que eran las de Piaget. Ustedes saben que hay un problema de los psicoanalistas. Entre los psicoanalistas suceden cosas, algunas bastante cómicas, hasta diría: farsas, tal como lo recordé al comienzo de mi seminario del año pasado, como la que me sucedió durante tres años: tener en primera fila del seminario que sostenía en Saint-Anne, una sarta de personas que no se perdían una, ni tampoco una sola de las articulaciones de lo que yo profería, ¡al mismo tiempo que trabajaban activamente para que yo fuese excluido de su comunidad! Esta es una posición extrema y en verdad para explicarla sólo puedo recurrir a una dimensión muy precisa que llamé la farsa y que en otro momento situaré. Se habría necesitado otro contexto para que yo pueda decir como Abelardo: Odium mundo me fecit logica1. Tal vez esto pueda comenzar aquí, pero entonces no era de eso de lo que se trataba. Se trata de lo siguiente: de un incidente un poco mayor, entre otros que pueden ocurrir todo el tiempo en lo que se llama las sociedades analíticas. ¿Por qué ocurre esto? En último término porque si la fórmula que yo doy de las relaciones del sujeto con el sentido es verdadera, si el psicoanalista está ahí, en el análisis, como todo el mundo sabe que está (se olvida sin embargo qué quiere decir eso) para representar el sentido en la medida justa en que en efecto lo representará, y ocurre que el psicoanalista, bien o mal formado, y con el tiempo cada vez más, armoniza con esta posición, en esta misma medida, con lo cual quiero decir: a nivel de los mejores, ¡juzguen un poco qué puede ocurrir con los demás! En condiciones normales los psicoanalistas no se comunican entre ellos. Es decir, que si el sentido (esa es mi referencia radical) es lo que ya aproximé en otra parte hablando del Witz de Freud, que ha de caracterizarse en un orden que aunque ciertamente es comunicable, no es codificable con los medios de la comunicación científica aceptados actualmente, los cuales la última vez llamé, evoqué, hice puntuar bajo el término de no-sentido, como constituyendo la faz aterida, la abrupta, donde se marca este límite entre el efecto del significante y lo que le retorna por reflexión de efecto significado, si, en otros términos, en alguna parte hay un no sentido/un paso de sentido iii , éste fue el término del que me serví a propósito del Witz, jugando con la ambigüedad de la palabra pas, negación, a la palabra pas, sobrepaso, nada prepara al psicoanalista para discutir efectivamente su experiencia con el vecino. Ésa es la dificultad pero no digo que sea infranqueable, puesto que estoy aquí para intentar trazar sus vías. Ésa es la dificultad, que de hecho salta a la vista; basta simplemente con saber formularla: dificultad de la institución de una ciencia psicoanalítica.

iii

pas de sens

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Este impasse, que manifiestamente ha de ser resuelto por medios indirectos, por supuesto, se lo suple con todo tipo de artificios. Ahí es justamente donde está el drama de la comunicación entre analistas. Porque claro, está la solución de las palabras clave, y de cuando en cuando eso aparece. No a menudo. De cuando en cuando aparece. Melanie Klein introdujo un cierto número y luego, en cierta forma, podría decirse que yo mismo… el significante ¿es tal vez una palabra clave? No. ¡Justamente no! Pero desistamos. La solución de las palabras clave no es ninguna solución aunque sea aquella con la que se contenta una buena parte. Si planteo esta solución de las palabras clave es porque no sólo los analistas necesitan hallar la huella tras la cual andamos hoy. Bertrand Russell, para componer su lenguaje hecho del andamiaje del edificio babélico de metalenguajes superpuestos, ¡bien necesita de una base! Inventó entonces el lenguaje objeto: debe haber un nivel en que el lenguaje es en sí mismo puro objeto (desafortunadamente nadie es capaz de asirlo). ¡Los reto a que planteen una sola conjunción de significantes que pueda tener esta función! Otros, por supuesto, buscarán las palabras clave en otra punta de la cadena. Y cuando hablo de palabras clave en la teoría analítica se tratará de palabras tales como esas. Queda muy claro que no se puede sustentar en ningún sentido ninguna significación que se le dé a ese término. El mantenimiento del no-sentido, como significante de la presencia del sujeto, la ατοπια socrática, es esencial para esta búsqueda misma. No obstante, para proseguirla, en la medida en que no se ha trazado su vía, el rol de aquel que asume, no aquel del rol del sujeto supuesto saber, sino arriesgarse al lugar en donde falta, es un lugar privilegiado y que tiene derecho a una cierta regla de juego, y en particular esta: que para todos los que vienen a oírlo, algo no sea hecho, en el uso que se hace de las palabras que avanza, con moneda falsa. Quiero decir que un uso imperceptiblemente desviado de tal o cual de los términos que he avanzado en el transcurso de los años ha señalado desde hace tiempo y por adelantado quiénes serían los que trabajarían en lo que sigue y quienes abandonarían en el camino. Y es por eso que no quiero dejarlos hoy sin haberles indicado qué constituyó el objeto de mi preocupación en lo que respecta al público que aquí reúno y de lo cual me felicito. Con seguridad puede proseguirse esta investigación para el psicoanálisis, de la que hablé este año, manteniéndose en esta región que no es en ningún modo frontera, porque es análoga a esta superficie de la que les hablaba hace poco: su adentro es lo mismo que su afuera. Puede proseguirse esta investigación respecto al punto x, el hueco del lenguaje. Se la puede proseguir públicamente, pero es muy importante que haya un lugar donde yo tenga la respuesta sobre lo que ha sido conservado teóricamente de la noción de signo en mi enseñanza, que finalmente sólo había quedado tal vez en la palabra [mot]; la palabra quería decir algo. Pero para que esto encuentre su lugar, justamente en la medida en que mi auditorio se ha ampliado, tomé la decisión siguiente: el cuarto y quinto miércoles (cuando haya), los miércoles son los días en que tengo el honor de entretenerlos, el cuarto y el quinto serán sesiones cerradas. Cerradas no quiere decir que haya quien quede excluido, sino que se lo admite por solicitud. En otras palabras, dado que esto no comenzará este mes, por el hecho de que no habrá cuarto miércoles, sólo les hablaré la próxima vez y no el 23. - 25 -

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El cuarto miércoles de enero, toda persona que se presente aquí y, quién sabe, no hay razón alguna para que no sean igual de numerosos, pero ¿no es seguro que todos los que están aquí me lo soliciten? La relación $◊D, que queda a la derecha del grafo de cuya existencia están enterados por lo menos algunos de ustedes, tiene [sic], en un discurso tal y como el que aquí prosigo, y cuya función análoga aunque invertida de la relación analítica pienso haberles esbozado lo suficiente, plantea como estructurante, sano y normal, que en un cierto orden de trabajos participen personas que me han formulado la solicitud. Advierto que estaré completamente abierto a esas solicitudes, considerándome libre para convocar a la persona y abordar con ésta su buena ley y su mesura. Y será provisto de una carta que sanciona el hecho de que he accedido a su solicitud como se llegará aquí, el cuarto y el quinto miércoles hasta el final del año, lo que dará, ya lo calculé, ocho de esas sesiones, para trabajar según una modalidad en la que, lo indico desde ahora, tendrá que darle a algunos (y desearía encontrar quién quisiera ayudarme en eso) la palabra en mi lugar.

Traducción: Pio Eduardo Sanmiguel Ardila. Colaboraron en la revisión de la traducción y de esta versión en español: Belén del Rocío MORENO CARDOZO, Carmen Lucía DÍAZ LEGUIZAMÓN, Eduardo ARISTIZÁBAL CARDONA, Javier JARAMILLO GIRALDO, Mario Bernardo FIGUEROA MUÑOZ, Pilar GONZÁLEZ RIVERA, Tania ROELENS HRNCIROVA. Posteriormente he recibido precisiones, anotaciones, correcciones de Sylvia de Castro K., Myriam Cotrino y Luisa Matallana L., a quienes agradezco sinceramente el haberse tomado el tiempo para anotar sus dudas y enviarlas a este correo. Esta traducción continúa en proceso; así que, cualquier duda, comentario y/o precisión serán bienvenidos; comuníquelos, por favor, a la siguiente dirección electrónica: [email protected]

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Lección 3 16 de diciembre de 1964

Si la psicología, sin importar cuál sea su objeto, aunque sí que este mismo pueda ser definido, tal como se lo sostiene vanamente, como el único capaz de conducirnos de alguna manera, por la vía que fuere, al conocimiento; en otras palabras, si el alma existiera, si el conocimiento resultase del alma, los profesores de psicología, los psicólogos profesores, deberían reclutarse con los medios mismos con los que aprehenden su objeto y, para ilustrar lo que quiero decir, ellos deberían llevar a cabo [réaliser] lo que sucedería en cualquier sección de museo (digamos una al azar, la más representativa: la conquiliología, ciencia de las conchas), y deberían en resumen cumplir [réaliser] de un solo golpe tanto el conjunto del personal de enseñanza como la colección misma, donde el resumen de sus títulos universitarios serviría en esta metáfora (bastante bien, de hecho) para conformar la etiqueta de procedencia adherida a tal ejemplar. La experiencia prueba, aunque nada queda descartado para el porvenir, que hasta hoy no ha ocurrido nada parecido. El intento de un Piaget, que consiste, hablando propiamente, en hacer confinar de una manera tan estricta el proceso, el progreso del conocimiento efectivo, con un supuesto desarrollo de algo supuestamente inmanente a una especie, humana u otra, es algo que, seguramente, de manera ciertamente analógica (puesto que no hay fenomenología del espíritu, por más elemental que sea, que pueda quedar implicada en ello), debería desembocar en esa especie de selección-muestreo de la que hablo, en la que de cierta manera se haría del cociente intelectual el único patrón de comparación posible de quien tenga que responder por un cierto funcionamiento, por una cierta integración del funcionamiento de la inteligencia. De hecho el objeto de la psicología es tan poco unitario que esta traducción de la palabra alma, en el nivel en que le sirve a una teoría del desarrollo, es perfectamente insuficiente para colmar su uso y todo el mundo sabe que, en otros campos, llegaríamos a la misma paradoja: que quienes tengan que reconocer, de una u otra manera, y hasta administrar ese campo del alma, deberían también efectuar en sí mismos algún tipo, algún prototipo o algún momento fijo de lo que, a fin de cuentas, debería llamarse alma bella. Afortunadamente ya nadie sueña con eso desde que Hegel, ya lo saben, hizo recaer una profunda desconfianza sobre esa categoría de alma bella62. La relación del alma bella con los desórdenes del mundo quedó estigmatizada de una vez por todas y definitivamente con el comentario seguramente penetrante y que nos introduce en todos sus registros a la dialéctica que aquí se aplica: que el alma bella sólo se sostiene por ese mismo desorden. Sin embargo, es claro que en el reclutamiento que los psicoanalistas se imponen a sí mismos, en todo ese campo (que no pude recorrer totalmente con la luz del proyector), hay un lugar que se distingue por algo que se aproxima de manera muy singular a esta paradójica hipótesis y a la idea de que alguien que tenga que enseñar, que tenga que dar cuenta de lo que efectivamente es la praxis analítica, de lo que pretende conquistar sobre lo real, ese alguien, en cierta forma es, él mismo, lo que se escoge a la manera de una muestra, - 27 -

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particularmente bien entresacada, de ese progreso. De hecho, sienten bien que aquí se trata de algo muy diferente a lo típico, a lo estático; se trata de cierta prueba. Y entonces resulta tanto más importante precisar el alcance de esta prueba, y sin duda alguna el término de identificación que se introduzca aquí, por ejemplo dándolo como término para la experiencia psicoanalítica, sólo podrá al mismo tiempo introducir un punto extremadamente agudo de esta problemática. ¿En qué nivel se produce esta identificación en lo que concierne a una experiencia particular en sí misma? ¿El analizado sería alguien que transmite cierto modo de experiencia de aquél que lo analizó, tal como él mismo lo recibió? ¿Cómo pueden esas experiencias ubicarse la una respecto a la otra: la que antecede siempre tiene algo que sobrepasa e incluye en cierta forma a la que va a salir? O al contrario ¿le deja la puerta [abierta] para algún rebasamiento? Seguramente ése es el nivel más difícil en donde plantear el problema. Ciertamente es también aquel en donde ha de resolverse. ¿Cómo llegar por lo menos a pensarlo si no captamos la estructura de esta experiencia? Porque en la teoría psicoanalítica, independientemente de lo que pueda afirmarse de sustancial en el ámbito de esta identificación, esto no puede servir de manera alguna de módulo y medida, y los psicoanalistas mismos, aún los más enfeudados en tal o cual proceso tradicional (que, dios mío, no ha de profundizarse demasiado), reirían si se les dijera que lo que se trata de transmitir es una función del talante del ideal del yo; la identificación de la que se trata no puede ser definida, captada, en otra parte. Por supuesto, no sabríamos contentarnos con algo cuyo poder de evocación radicaría en el hecho de haberse ejercido una vez en una cierta dinámica. ¿Cómo encontrar ahí cualquier cosa, que sólo pueda resolverse en una especie de endogenia, de toma de conciencia de un cierto número de desplazamientos captados por dentro? Pero ¿qué de aprehensible, qué de transmisible, qué de organizable, qué de científico, para decirlo todo, podría asentarse sobre algo que sólo resultase entonces del hecho de pertenecer al ámbito de cierta masoterapia, si quieren, de cierto ejercicio de tipo respiratorio y hasta de cierta relajación; algo tan primitivamente próximo a la esfera más interna; a una experiencia a fin de cuentas corporal? Por eso es tan importante intentar captar de qué puede tratarse en una experiencia que se anuncia ella misma como ser de la dimensión más plena, lo cual seguramente no es posible sin identificarse enteramente con algo tan absoluto, tan radical, como lo sería hablar de la verdad [;] no puede sin embargo rechazar (en el ámbito de su experiencia, entiendo, en el ámbito de sus resultados), esta dimensión de lo verídico de algo que, de ser conquistado, resulta no sólo liberador sino más auténtico que lo que se incluía en el nudo que se trata de liberar. Asimismo, acaso no es por nada que a mi discurso llegan elementos de metáfora tan singulares, tal vez tan desapercibidos pero también sorprendentes, si los conservamos, como los de ese nudo, que nos remiten a lo que ya hice entrar aquí la vez pasada con ese pequeño modelo que les traía en forma de banda de Mœbius recordándoles la importancia de algo que es de tipo topológico. Y su uso queda sugerido en cierta forma enseguida con este simple comentario que tenemos que hacer, así fuese a partir de una prueba, de una prueba en cierta forma ingenua en cuanto a su realismo como la de Piaget, que consiste seguramente en que no es difícil señalar, en tal o cual giro del texto, la falla con la cual se demuestra que tomar el lenguaje simplemente como el instrumento de la inteligencia es desconocer muy profundamente que, lejos de - 28 -

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tratarse allí del instrumento de la inteligencia, él demuestra, al mismo tiempo y con la misma voz, con el mismo discurso (¿cómo es posible entonces que lo subraye en el mismo discurso?) que este instrumento sea tan inapropiado que el lenguaje sea justamente lo que le causa dificultad a la inteligencia? [sic]. Tal vez a la inteligencia le sea igualmente difícil subrayar los problemas que plantea el lenguaje. A la inteligencia le es difícil mantener una conducta apropiada a nivel del puro y simple obstáculo, de la pura, simple e inmediata realidad, aquella contra la cual se choca golpeándose la frente. Remitir esta impropiedad del lenguaje a no sé qué estado primitivo de lo que en este caso se llama el pensamiento no es aquí más que rechazar el problema sin resolverlo de ninguna manera. Porque si en efecto el lenguaje fue primero alguna cristalización que se impuso con el ejercicio de la inteligencia como aparato, ¿cómo no resulta evidente que la inteligencia habría hecho al lenguaje tan apropiado como hizo en últimas sus instrumentos primitivos, los cuales sabemos que son, de todos los instrumentos, a menudo los más maravillosamente hábiles, los más cautivantes para nosotros, al punto de que apenas si podemos restituir su perfección de equilibrio, hecha con el mínimo de materia y al mismo tiempo con la más escogida materia, que nos los hace... de ahí los instrumentos que podemos considerar, éstos, los primitivos, como los más preciosos desde el punto de vista de la calidad del objeto. ¿Cómo no habría sido el lenguaje algo análogo, a su manera, si efectivamente era creación, secreción, prolongación del acto inteligente? Muy al contrario, si hay algo que en una primera aproximación podríamos intentar definir como siendo al campo del pensamiento, pues bien, ¿por qué no provisionalmente, si hay que partir definitivamente de la inteligencia, no diría yo que el pensamiento (y por dios, que se trate de una fórmula que pueda aplicarse suficientemente a diversos niveles, por lo menos de manera descriptiva, para dar la impresión, al menos en un primer plano, de una aproximación), que el pensamiento es la inteligencia que busca volver a encontrarse en las dificultades que le impone la función del lenguaje? Lejos de podernos contentar de manera alguna, por supuesto (ésa es la primera puerta que abre la lingüística), con ese primer burdo esquema que haría del lenguaje el aparato, el instrumento, de alguna correspondencia biunívoca, no importa cuál, ¿no queda claro acaso que esta búsqueda misma, que se hace reduciéndolo bajo la forma crítica de la significación, del logicopositivismo y de su mito, si llegara a una extenuación del meaning of meaning, si agotara en todo uso del significante la extenuación de las diferentes significaciones que, una vez supuestamente connotadas, se nos dice, permitirán obtener un discurso, un diálogo, que no tendrá ambigüedad, si supiera siempre en qué sentido, en qué uso, en qué acepción, se trae tal palabra (quién no sabe, quién no ve, que lo fecundo que puede aportar el lenguaje, y aún su puro y simple funcionamiento consiste siempre no en operar sobre esta especie de conjunción, de aparato de cierta manera preformado que… tras lo cual sólo nos quedaría recoger, leer allí, la solución de un problema), quién no ve que es justamente esta operación la que constituye en sí misma la solución del problema, que esta operación de función, que transitoriamente llamé idealmente biunívoca, es justamente lo que se busca obtener al final de toda investigación? Planteado esto como una simple introducción de todo prefacio al abordaje de la dificultad del problema, vemos que si el enfoque lingüístico, que está lejos de datar, propiamente hablando, de nuestra época (hace poco me preguntaban sobre este uso del significante y del significado que, les respondía, ahora me parece corresponder en verdad a esas palabras en - 29 -

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curso que empiezan a escucharse en todas las esquinas y que están en uso, que se avanzan en las réplicas más comunes de los mítines), esos términos, esos términos no datan de ayer y sólo los estoicos pueden pasar por ser quienes los introdujeron técnicamente bajo la forma del signans y del signatum35. De hecho su raíz se puede llegar a mostrar mucho más lejos, y mostrar que basta con aproximarse a la función del lenguaje para que se introduzca un cierto tipo de división, que no es ambigüedad, que le apunta a algo absolutamente radical y por situación, porque estamos tan implicados en ese radical que sólo somos sujetos, digo yo, por estar implicados en ese nivel radical, y de una manera que nos permita sin embargo ver en qué estamos implicados. Y no es a otra cosa a lo que se llama estructura. La ambigüedad que captamos, ambigüedad que les voy a hacer seguir por las huellas en tal o cual campo más propicio para manifestarla, entre el sentido y la significación por ejemplo, (únicos capaces (no siempre es placer) de jugar con un matiz que nos parecería último por no poder siquiera ser remitido a la categoría superior de ser un matiz del sentido, puesto que se trata ya de una división en el sentido), es porque sólo a ese nivel se resuelven (ya verán que se trata de tal o cual tipo de uso de la palabra [mot]) se resuelven contradicciones patentes, patentes simplemente por revelarse, cuando tratándose de esas mismas palabras, por ejemplo de lo que se llama nombre propio, ven ustedes a los unos buscar lo más indicativo y a los otros lo más arbitrario, o sea lo que parece ser menos indicativo; uno, lo más concreto, el otro, lo que parece ir a lo opuesto, a lo más vacío que haya; uno, lo más cargado de sentido posible, el otro, lo más desprovisto; en cambio, ya verán que cuando se toman las cosas, en cierto debate, en cierto registro, con cierto sesgo, esta función del nombre propio es (es claro de la manera más transparente), propiamente hablando por lo que es y por lo que su nombre indica, y que definitivamente no es únicamente el nombre propio, es un word for particular139, como dice Russell; una palabra para lo particular, seguramente no. Seguramente no, ya lo verán. Pero retomemos la función de la tautología, que quisiera enseguida ilustrársela con algo. Hace poco hablé de realismo, de realismo ingenuo. Le opondría, le opondría un modo bajo el cual el materialismo, que corrientemente entra en nuestro discurso como una referencia, dios mío, muy poco explorada, el materialismo consiste en admitir como existente únicamente signos materiales. ¿Acaso esto constituye circularidad? ¡Pues no! Esto sugiere un sentido. La materialidad seguramente no queda explicada (¿y quién se sentiría a sus anchas actualmente para explicarla como una esencia, como una sustancia última?), pero que aquí se haga recaer ese término sobre los signos, sobre los signos en tiempos en que, por otra parte, yo dije a manera de referencia radical que el signo es lo que representa algo para alguien, es algo que nos ofrece a la vez el modelo de lo que [es] cierto tipo de referencia tautológica, pues sólo dije una cosa: que el materialismo es lo que sólo plantea como existente aquello de lo que tenemos signos materiales; ni siquiera ha rozado el sentido de la palabra materia y sin embargo entonces, por muy tautológica que sea, nos ofrece un sentido y nos muestra en cierta forma en una figura ejemplar, paradigmática, la utilidad de ese nudito cuyo contorno les hice el otro día, ese doble punto original que cuando se dibuja como el círculo introductorio a todo abordaje posible de la función ya sea del significante o del signo, les muestra ya que no podemos hacer uso de él como si fuera algo que de alguna manera pudiera reducirse al final a una referencia puntual. Si el - 30 -

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círculo favorece la aprehensión mítica de su encogimiento hasta algún punto cero, queda siempre algo irreductible en una estructura que no podría aniquilarse estrechándose sobre sí misma, y después de todo, animado aquí por el hecho de que lo que traje la vez pasada sobre la banda de Mœbius no cayó totalmente en el vacío (pude darme cuenta de eso), para ilustrarlo, para dar el esclarecimiento que lleva, que empieza a llevar, su valor ejemplar hasta su más alto nivel, voy a hacer que adviertan su implicación en adelante. Fue Saussure quien, hablando del significado (y todos saben que nunca habló al respecto de una manera definitiva, así fuese por causa de las ambigüedades que se precipitaron por la puerta de su teoría justamente sobre ese punto), lo más eficaz que dijo seguramente fue que, frente al significante, el significado presenta la relación del revés al derecho, o si quieren, del derecho al revés142. Y por supuesto, algo de esto nos sugiere la existencia del signo semántico, del signo en el lenguaje. Seguramente se trata (apegándose lo más estrechamente posible al análisis fonemático) es posible hablar de elemento sonoro en el análisis moderno de la lingüística sin considerarlo estrechamente vinculado con ¿qué? Con lo que se llama meaning. Y aquí volvemos a encontrar la ambigüedad de significación, de sentido. Si este año empecé mi discurso con este ejemplo, recogido en el ámbito de una obra de gramática, ejemplo del que les mostraba que, a pesar de su esfuerzo por el asemantismo, por el hecho mismo de ser gramatical, no dejaba de portar un sentido. Y sobre ese aspecto supe con seguridad hacerles sentir las dos vías en las cuales podíamos buscar lo que aquí se llama sentido, y que una no era la otra y que a una, vía de la significación que pudimos verse construir profusamente, y de una manera tan sobreabundante que resultábamos teniendo de sobra de dónde escoger, en la medida en que operábamos con algo, con cierta vía (y no resulta indiferente señalar que desde ahí me resultaba más fácil, más natural, devolverlos por vía de la traducción; por eso fue que escogí el ejemplo de una lengua extranjera), fue al traducirlo al francés que lograba yo hacer surgir casi todo lo que quería, a través de un procedimiento simplemente operatorio y absolutamente similar al del prestidigitador. Pero que otra cosa era la otra dirección que, para hacernos desembocar en el callejón, sin salida, de lo que es el punto sobrecogedor, el encanto de un texto poético, nos indicaba claramente que de lo que se trataba era de otra dimensión. Indudablemente, lo que dejó borroso, brumoso, en el nubarrón de esta dirección poética, es algo que no puede parecernos suficiente de manera alguna, pero justamente aquí los remito a la propiedad de esta singular superficie, que por supuesto tiene en cada punto un derecho y un revés. Lo importante es que se pueda llegar, siguiendo un cierto trayecto sobre su contorno, desde algún punto ya sea de este lugar a uno correspondiente del revés. Pues bien, cuando les dije: el significante es esencialmente algo estructurado con el modelo de dicha superficie de Mœbius, es eso lo que quiere decir, a saber, que es sobre la misma cara, aunque constituyendo derecho y revés, que podemos volver a encontrar el material. Lo material que aquí se halla estructurado por la oposición fonemática es ese algo que no se traduce pero que pasa, que pasa de un significante a otro, en su funcionamiento, en el funcionamiento que sea del lenguaje, aún el más azaroso. Es lo que demuestra en cierta forma esta experiencia poética: que - 31 -

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algo que pasa, lo cual es el sentido (diversamente localizable y diversamente señalado, según la modalidad en que pase; eso es lo que intentaremos hacer), es lo único que nos permite, a nosotros, una localización exacta de una experiencia que, por el sólo hecho de ser una experiencia enteramente no sólo de palabras [paroles] sino de palabras artificiales, de palabras estructuradas por un cierto número de condiciones que modifican el alcance del discurso, debe ser localizada respecto a lo que hace poco llamé el uso del lenguaje por algo o por alguien, sujeto, agente, paciente, que se encuentre atrapado allí. Voy a introducir entonces hoy, a introducir una de esas formas, una de esas formas topológicas, una de esas formas fundadas en la superficie cuyo ejemplo les di la vez pasada, a introducirlos, a introducirlos en esta función, pues pienso que a pesar de todo ustedes han oído hablar de la botella de Klein. Retomemos esta botella, apropiémonosla, y vamos a la botella de Klein y botella de Lacan; es de enorme interés, nos servirá de mucho y ya verán por qué. Les recuerdo que la vez pasada introduje el comentario de que el espacio, el espacio de tres dimensiones, es algo nada claro, y que en vez de hablar al respecto como atolondrados, hay que ver de qué diversas formas podemos captarlo, justamente por la vía matemática que es esencialmente combinatoria; y que algo muy diferente es plantear el asunto resuelto con las formas que pueden llamarse formas de revolución de una superficie, que nos dan ¿qué? En últimas sólo un volumen que no por nada se llama así. Se llama así porque está fabricado a partir del modelo, lo cual no es azar, de algo que es una superficie enrollada, superficie en donde se hace un rollo. Pues bien, después de todo es evidente que eso llena un pequeño espacio. Tras lo cual pueden agarrarlo en plena mano para divertirse con él. Hagan girar el círculo en torno a un eje, lo cual se llama esfera, ya lo dije. Hagan girar esta cosa, que llamaré triángulo o simplemente un ángulo dependiendo de si lo limito o no con una línea que corte los dos lados, y obtendrán un cono, una sección cónica o un cono infinito, según el caso. Pero hay cosas que no se comportan en absoluto así, que no requieren provisoriamente partir de un espacio ya construido y que hacen mucho bien. Se los dije, hay tres formas fundamentales: el hueco, ya volveremos a ésta; el toro, les dije; el crosscap. A fe mía, el toro no parece muy complicado. Tomen lo que quieran, un anillo de [backgammon], un neumático, simplemente. Comiencen a plantearse en su mente pequeños problemas, por ejemplo este: háganle un corte como este, exactamente como este, y si todavía no lo han hecho, si todavía no han reflexionado sobre el toro, díganme cuantos pedazos resultan, por ejemplo. Esto les prueba (el hecho de que las preguntas se puedan plantear así), que no son objetos de una intuición inmediata, como ya lo hice notar la vez pasada. Pero no vamos a demorarnos en estos pasatiempos. Quiero simplemente que adviertan cómo se construyen esas figuras de manera sencilla y combinatoria. Se construyen de la manera siguiente, y la forma más elemental que se le puede dar es la de una figura de cuatro lados, lados que están vectorizados.

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¿Qué significa aquí la vectorización? Significa que construimos esas figuras por sutura; que cosemos lo que aquí se llama borde (les omito la definición intermedia de lo que significa aquí borde), que va en el sentido de la vectorización, es decir, que un punto que se encuentre aquí sobre el vector, que es el punto a, llega a un punto a’, que no le corresponde en el sentido métrico pero que le corresponde de manera ordenada, en el sentido en que un punto b, que será más [+] en el sentido del vector, quedará entonces cosido al punto b’, sin importar cuál sea e independientemente de la distancia métricamente definida de a’ a b’. Lo mismo pasa con la pareja de los demás lados de dicha construcción. Evidentemente, aquí sólo es estrictamente cuadrado para la inteligibilidad del ojo, inteligibilidad visual, gestáltica, de la figura. Podría igualmente construirla así, pondría los vectores, lo cual tendría la misma significación ¿Por qué? Para construir un toro… ¿Cómo se construye un toro? Es fácil de comprender y por eso empiezo por ahí: un toro se construye suturando primero este lado con el otro, es decir, haciendo lo que para la intuición común es un primer cilindro o, si quieren, puede suponerse que el espacio del intervalo tiene alguna función. Hay gente así, está Santo Tomás, hay gente que quiere siempre atiborrar las cosas con el dedo. Es un tipo humano:¡hacen morcilla toda su vida! En fin, si quieren llenarlo obtendrán entonces un rollo lleno y a partir de ahí pueden cerrar ese rollo y obtendrán lo que está dibujado aquí. ¿Qué quiere decir esto? Que en una estructura que es de tipo esencialmente espacial, que no implica historia alguna, introducen sin embargo un elemento temporal. Para que esto quede plenamente determinado se necesita que connoten 1 y 1 con la misma cifra, pero [2 y 2] con una cifra o una connotación cualquiera que implique que sólo llega después i . No pueden hacer las dos operaciones al mismo tiempo. Poco importa cuál preceda a cuál, el resultado será el mismo: un toro; pero no dará el mismo toro, ya que en este caso dará dos toros, uno atravesando al otro. Hasta es una de sus funciones más interesantes.

i

Los dos signos diferentes (1 y 2) connotan la conjunción de la oposición, de dos en dos, de los lados del polígono fundamental, en dos operaciones de costura: 1 y 1 (1/1) por una parte, y 2 y 2 (2/2) por la otra, introduciendo así una temporalidad estructural.

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Al respecto entonces, y como simple ejercicio introductorio, ¿qué es una botella de Klein? Una botella de Klein es una construcción del mismo tipo, salvo que si dos de los bordes vectorizados se vectorizan en el mismo sentido (digamos que como en el toro, y consecuentemente propios para hacer una morcilla, como el toro) y los otros bordes opuestos, donde poco importa que la operación de sutura se haga antes o después de la otra, se obtendrá el mismo resultado, pero la operación debe realizarse en forma sucesiva, los otros dos bordes están vectorizados en sentido contrario. Voy a mostrarles enseguida en el tablero qué da, para quienes no han oído hablar de la botella de Klein. Da algo que, si quieren, al corte, al corte por supuesto, lo cual no quiere decir nada en este registro, puesto que no introducimos la tercera dimensión del espacio. Para la intuición común es una manera de ubicarse que habitualmente es la de ustedes, en la experiencia y en últimas tal vez pueda decirse también en la costumbre, pues nada hace objeción al hecho de que les sean más inmediatamente accesibles y familiares las dimensiones de la topología de superficies, basta con que se ejerciten un poco, hasta es lo deseable; esto es lo que da al corte [figura III-7].

Bueno. ¿Esto qué quiere decir? Quiere decir que esto (en corte, ya les dije, es decir que aquí [en a] hay un volumen que es común, que en el centro tiene un conducto que pasa [en b])… en otras palabras, esto merece llamarse botella [figura III-8] porque aquí está el cuerpo de la botella [en a] y aquí está el gollete; es un gollete que estaría prolongado [en b] de tal manera que al entrar en el cuerpo de la botella (si quieren, para acentuárselos mejor voy a señalar esta entrada aquí [en c]), quedará inserto, se suturará, en el fondo de esta botella. Entonces, en palabras, en términos, sin siquiera recurrir a mi figura: tienen una botella, botella de Vichy, botella de Vittel, le tuercen el gollete, lo hacen atravesar la pared lateral de esta botella y van a insertarlo en el culo de la botella. Esta inserción abre al mismo tiempo [c’’]... pueden constatar que obtienen la realización de algo, caracterizado por ser una superficie completamente cerrada (esta superficie está cerrada por todas partes) al interior de la cual sin embargo puede entrarse como en un molino, si me atrevo a decirlo. Su interior está íntegramente, completamente, en comunicación con su exterior. Sin embargo esta superficie está completamente cerrada.

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Que esta botella sea capaz de contener un líquido y hasta de no permitir, en condiciones ordinarias, que se riegue por fuera (se los voy a representar), es decir, de contener el líquido sin siquiera tener que preocuparnos por un tapón, es algo que, por supuesto, sólo haría parte de la física entretenida. La más simple reflexión les permitirá pensarlo. En efecto, si la enderezan así, tal como la dibujé, y de hecho la hacen funcionar como botella que se llena una vez que su fondo está en el aire [figura III-9], en a, y si la voltean, poniendo el fondo hacia abajo, ciertamente el líquido no llegará a regarse por fuera [en b]. ¡Les repito que esto no tiene estrictamente importancia alguna! Lo interesante es que las propiedades de esta botella son tales que la superficie en cuestión, la superficie que la cierra, la superficie que la compone, tiene exactamente las mismas propiedades que una banda de Mœbius, a saber, que sólo hay una cara, por lo cual se puede responder fácilmente y es fácil constatarlo.

Entonces, como esto puede también parecer... ser un poquito del registro del truco de magia, y como no lo es en absoluto, a pesar de que, por supuesto, podría pasar por ser analógico de un efecto de sentido, y como no es en absoluto de manera analógica que espero hablarles con esto, voy a intentar materializárselos de una manera que sea absolutamente clara.

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Si partimos de la esfera, no resulta cosa imposible que podamos hacer una botella con una esfera. Supongan que la esfera sea una pelota de caucho [figura III-10, en a], la repliegan sobre sí misma en cierta forma así [en b], ni siquiera tiene que resultar necesariamente ese pequeño embozo [en b’]; es más neto, siempre podrán convertirla en una copa si intensifican el repliegue en sí misma. Hasta diría que es así como comienza el proceso de formación de un cuerpo animal, que corresponde al estadio blástula luego del estadio mórula. ¿Qué tienen aquí? Tienen un afuera, un adentro, un adentro, la superficie esférica primitiva, y un afuera. Al realizar algo que puede ser un continente, no le han modificado nada a la función de las dos caras de la superficie respecto a la esfera primitiva.

Sucede algo muy diferente si, tomando primero la esfera y haciéndole esta cosa estrangulada [figura III-11, en a], toman una de las mitades de la esfera y la hacen entrar en la otra [en b y c]. En otros términos, esquematizo... ¿me siguen? Con esta pesa, con la doble bola que construí aquí por vía del estrangulamiento de esta superficie esférica, hago (supongan que esta sea la bola 1), lo que voy a hacer es que la bola dos haya entrado en su interior. Aquí tienen el afuera primitivo, el adentro, y lo que está enfrentado es una superficie del afuera primero con el adentro, ya no como en mi blástula de hace poco, con el adentro siempre enfrentado (el adentro está aquí) a la segunda parte de la superficie. ¿Eso es una botella de Klein? No. Para llegar a la botella de Klein se necesita otra cosa. Pero aquí es donde voy a poder explicarles algo que les señalará por qué llamar la atención sobre la botella de Klein. Y es que, supongan que exista alguna relación, alguna relación estructural, la cual no obstante está bien señalada desde hace mucho tiempo por la constancia, la permanencia de la metáfora del círculo y de la esfera en todo el pensamiento cosmológico, supongan que sea de esa manera que toque construir, para representárselo de una manera sana, que toque construir lo que concierne justamente al pensamiento cosmológico. El pensamiento cosmológico se funda esencialmente sobre la correspondencia no biunívoca sino estructural, el envolvimiento del microcosmos por el macrocosmos; llamen a ese microcosmos como quieran (sujeto, alma, νου̃ζ), llamen a ese cosmos como quieran (realidad, universo), pero supongan que el uno envuelve al otro y lo contiene y que el que es contenido se manifiesta como siendo el resultado de ese cosmos, lo cual corresponde allí miembro a miembro. Es imposible extirpar esta hipótesis fundamental y en ello reside cierta etapa del pensamiento que, si siguen lo que les dije hace poco, es de cierto uso del lenguaje. Y esto corresponde allí justamente en la medida y sólo en la medida en que, en ese registro de pensamiento, el microcosmos, tal como conviene, no está hecho de una parte en cierta forma volteada del mundo a la manera como se voltea una piel de conejo, no es como hace poco en mi blástula tal como la dibujé, con lo de adentro para

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afuera para el microcosmos; éste tiene claramente también un afuera, y que además se enfrenta al adentro del cosmos. Tal es la función simbólica de esta etapa de la reconstrucción de la botella de Klein a la que los llevo. Veremos que ese esquema es por supuesto esencial en cierto estilo y cierto modo de pensar, pero para representar una cierta limitación, una implicación no animada en el uso del lenguaje (se los mostraré en detalle y en los hechos). El momento del despertar, en la medida en que lo señalo, ya les dije, en que lo ubico históricamente en el cogito de Descartes33, es algo que no resulta inmediatamente aparente, justamente porque con ese cogito se hace algo de valor psicológico. Pero si se ubica exactamente de qué se trata, si es lo que yo dije, a saber, hacer evidente que la función del significante es y no es más que el hecho de que el significante representa al sujeto para otro significante, es a partir de este descubrimiento que cuando se rompe el pacto supuestamente preestablecido del significante con algo, resulta, resulta en la historia (y puesto que es de allí que partió la ciencia) resulta que es a partir de esta ruptura que (aun cuando enseguida y simplemente porque sólo se lo enseña de manera incompleta, y esto es así porque no se vislumbra su resorte último) que se puede inscribir una ciencia, a partir del momento en que se rompe ese paralelismo del sujeto con el cosmos que lo envuelve y que hace del sujeto psiquis, psicología, microcosmos. Es a partir del momento en que introducimos aquí otra sutura y lo que en otra parte llamé punto de basta esencial que es aquel que abre aquí un hueco gracias al cual se instaura entonces y sólo entonces la botella de Klein, es decir, que en la costura que se hace a nivel de ese hueco, lo que se anuda es la superficie consigo misma, de manera tal que lo que hasta ahora hemos localizado como afuera resulta unido con lo que hemos localizado hasta ahora como adentro, y lo que era localizado como adentro se sutura, se anuda con la cara que estaba localizada hasta entonces como afuera. ¿Es evidente? ¿Está suficientemente claro? ¿Se ve desde allá abajo, con esta mala iluminación? Aquí abrimos un orificio atravesando a la vez lo que en mi dibujo simbolizaba el cosmos envolviendo y lo que en mi dibujo simbolizaba el microcosmos envuelto y por esa vía es que llegamos a la estructura de la botella de Klein [Figura III-12]. ¿Ya la vieron lo suficiente? ¿No? Pues bien, voy a hacerla más grande, si no nunca comprenderemos nada. Aquí está completa. ¿Ya comienza a verse? [diversos ruidos y palabras] ¿Ya comienza a verse? ¿Captan lo esencial de lo que les expliqué hace poco, la estructura de la botella de Klein? ¡De verdad que está mal iluminado este tablero!... ¿No hay una luz que me permita ver si las personas de allá abajo alzan el cuello? ¡Al menos sería importante que vieran lo que dibujé! Los llevo ahí por una vía difícil y dado el tiempo y la necesidad de la explicación, esto no los va a llevar hoy directamente hasta su relación con el lenguaje. Asimismo, ya que no nos quedan sino diez minutos, voy a tratar de ofrecerles una breve explicación divertida, y podrán advertir su relación global con el campo de la experiencia analítica. Hay más de una forma de traducir esta construcción. Podría darles al respecto la figura de Gagarín el cosmonauta. Para simplificar y avanzar rápido (ya no tenemos tiempo), Gagarín el cosmonauta aparentemente está encerrado por completo, como el hombre antiguo en su

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pequeño cosmos paseador. Permítanme señalarles de paso que desde el punto de vista biológico, se trata además, entre nosotros, de algo bien curioso y que podría puntuarse respecto a la evolución de la descendencia animal. Les recuerdo lo difícil que resulta captar, captar de una manera aunque fuese un tanto concebible, cómo un animal que intercambiaba regularmente aquello que necesitaba (en lo que concierne a la respiración), con el medio en el que se encontraba inmerso por medio de las branquias, realizó esta cosa absolutamente fabulosa de poder salir, en este caso fuera del agua, enviándose al interior de sí mismo una fracción considerable de la atmósfera. Pueden notar que Gagarín, si acaso tiene él algún grado de responsabilidad en todo esto, realiza una operación redoblada de ese punto de vista evolucionista. Él se envuelve en su propio pulmón, para lo cual es necesario que a fin de cuentas orine en su propio pulmón, ¡pues es claro que se necesita que todo eso se meta en alguna parte! De ahí... de ahí el silogismo, que tendré que desarrollarles en el futuro porque es ejemplar, luego del famoso silogismo “Todos los hombres son mortales, Sócrates es un hombre, por lo tanto Sócrates es mortal”. Me pareció adecuado, para usos que podrán apreciar mejor más tarde, pero cuya introducción es una caricatura, una caricatura de ese famoso silogismo sobre Sócrates, que Gagarín, que todos los cosmonautas son meones, que Gagarín es un cosmonauta, por lo tanto que ¡Gagarín es un meón! Lo cual tiene casi el mismo alcance que la fórmula sobre Sócrates. Pero dejemos esto por el momento. Lejos de contentarse con ser un meón, Gagarín tampoco es un cosmonauta, y no lo es porque no se pasea por el cosmos, dígase lo que se diga; porque la trayectoria que lo arrastra era, desde el punto de vista cósmico, totalmente imprevista y porque puede decirse, en cierto sentido, que no hay dios que haya presidido la existencia de un cosmos que haya previsto o conocido nunca en nada la trayectoria precisa, la trayectoria necesaria en función de las leyes de la gravitación, la cual sólo pudo literalmente descubrirse a partir de un rechazo absoluto de todas las evidencias cósmicas. Todos los contemporáneos de Newton rechazaron indignados la posibilidad de la existencia de una acción a distancia, de una acción que no se propague progresivamente, porque ésa era hasta entonces la ley del cosmos, la ley de la interacción recíproca entre sus partes. En la ley de Newton hay algo, en tanto que le permite a nuestro proyectil llamado Sputnik ser una cosa que se sostiene de forma perfectamente estable, al nivel de una ley preconcebida, en eso hay algo de naturaleza absolutamente acósmica, y por ese mismo hecho, el hecho mismo de ese punto de inserción, pasa igual con todo el desarrollo de la ciencia moderna. Y en esto radica que la apertura en cuestión aquí, a saber, que el cosmos mismo, que el cosmos que le permite a Gagarín subsistir a través de los espacios, es algo que depende de una construcción de naturaleza profundamente acósmica. Es con esto, con la esfera interna, que tenemos que vérnoslas en el análisis, bajo el nombre de realidad. Realidad aparente que es la de la correspondencia de algo que se llama alma con algo que se llama realidad, aparentemente modelados uno sobre el otro. Pero respecto a esta aprensión que sigue siendo la aprehensión psicológica del mundo, el psicoanálisis nos da dos aperturas; la primera es la que, de ese foro, de ese lugar de encuentro en donde el hombre se cree el centro del mundo (pero lo importante no es esta noción de centro en lo que se llama, repitiendo como loros, la revolución copernicana, so pretexto de que el centro saltó de la tierra al sol, lo cual es una clara desventaja, a saber, que a partir del momento en que creemos que el centro es el sol, creemos así mismo que hay un centro absoluto, en lo cual los Antiguos, que veían al sol moverse según las estaciones, no creían; eran mucho

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más relativistas que nosotros), pero esto no es lo importante sino que el psiquismo, el alma, el sujeto en el sentido en que se lo emplea en la teoría del conocimiento, se representa no como el centro sino como el doblez de una realidad que por ese mismo hecho se vuelve realidad cósmica. Lo que nos descubre el psicoanálisis es, primero, ese pasaje a través del cual se llega al entre-dos, al otro lado del doblez, ese pasaje en donde ese intervalo (que parece ser lo que funda la correspondencia del interior con el exterior), donde ese intervalo (y ahí está el mundo del sueño, es la otra escena) puede percibirse. Lo heimlich de Freud, y por esto mismo es que al mismo tiempo es lo unheimlich, es esa cosa justamente, ese lugar, ese lugar secreto en donde ustedes, que se pasean por las calles, por esta realidad singular (tan singulares son las calles que es ahí donde me detendré la próxima vez para volver a partir: ¿por qué es necesario darles nombres propios a las calles?), se pasean por las calles entonces y van de calle en calle, de lugar en lugar, pero sucede un día que, sin saber por qué, van más allá de no sé qué límite, invisible para ustedes mismos, y llegan a un lugar en donde jamás han estado y donde... donde sin embargo... donde reconocen como siendo ése, ese lugar, donde les recuerda haber estado desde siempre y haber vuelto cien veces, ahora lo recuerdan. Ahí estaba, en su memoria, como una especie de islote aparte, algo no ubicado que, de repente, ahí, se pone en orden para ustedes. Este lugar, que no tiene nombre pero que se distingue por la extrañeza de su decorado, por aquello que Freud señala justamente tan bien, justamente con la ambigüedad que hace que heimlich o unheimlich sea una de esas palabras en donde, en su propia negación palpemos la continuidad, la identidad de su derecho con su revés, este lugar que propiamente hablando es la otra escena por ser aquella en la que (sin duda lo saben) ven nacer la realidad en este lugar como un decorado. Y ya saben que la verdad no es lo que está del otro lado del decorado, y que si ustedes se encuentran ahí, ante la escena, son ustedes quienes se encuentran en el envés del decorado y quienes palpan algo que va más lejos en la relación de la realidad con todo lo que la envuelve. El año pasado, en su momento, pareció o hasta hubo algo que mereció que se dijese que yo hablé mal del amor cuando dije que su campo, el campo de la Verliebheit, es un campo al mismo tiempo profundamente anclado en lo real, en la regulación del placer y al mismo tiempo fundamentalmente narcisista. Otra dimensión se nos ofrece con seguridad en esta singular coyuntura, aquella en la que sucede que, por las vías más reales del sueño, [ella] sea nuestra compañera al llegar a ese lugar de experiencia singular. Esto es índice de algo: de una dimensión cuyo acento seguramente sólo el poeta romántico supo hacer vibrar. Aún tenemos nosotros otras vías por las cuales podemos hacerlo oír: el del no-sentido, el de Alicia, no in Wonderland, sino justamente una vez que ha tenido lugar el sobrepaso, ese sobrepaso imposible en la reflexión especular que es el paso más allá del espejo. Eso es, [...] se presenta como siendo lo que puede venir a este singular encuentro [...] eso es lo que, en otra dimensión, dije que explorado por la experiencia romántica, eso es lo que se llama, con otro acento, el amor. Pero regresando de ese lugar y para comprenderlo, y para que haya podido ser captado, para que haya podido hasta ser descubierto, para que exista en esta estructura que hace que aquí, se vuelva a encontrar la estructura de dos caras fijas que permiten constituir esta otra escena, se necesita que se haya realizado en otra parte la estructura de la que depende el acosmismo del todo, a saber, que en alguna parte, lo cual se llama estructura, la estructura del lenguaje sea capaz de respondernos. Por supuesto que no se trata de ninguna manera con ello de algo que prejuzgue sobre la adecuación absoluta del - 39 -

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lenguaje con lo real, sino de lo que, en tanto lenguaje, introduce en lo real todo aquello a lo que podemos acceder de manera operatoria. El lenguaje entra en lo real y allí crea la estructura. Participamos en esta operación y al participar estamos incluidos, implicados, en una topología rigurosa y coherente, que hace que todo descubrimiento, toda puerta decisiva abierta en un punto de esta estructura, no podría plantearse sin la ubicación en la exploración estricta, sin la indicación definida del punto en donde está la otra abertura. Me quedaría fácil evocar aquí el incomprendido pasaje de Virgilio al final del canto VI [de la Eneida156]. Las dos puertas del sueño están inscritas allí exactamente, puerta de marfil, dice, y puerta de cuerno. La puerta de cuerno que nos abre el campo sobre lo verdadero que hay en el sueño y es el campo del sueño, y la puerta de marfil que es aquella por la cual devuelven a Anquises y a Eneas, con la Sibila, hacia el día; es aquella por donde pasan los sueños erróneos. Puerta de marfil del lugar más cautivante del sueño, del sueño más cargado de errores, es el lugar donde nos creemos ser un alma que subsiste en el corazón de la realidad. Traducción: Pio Eduardo Sanmiguel Ardila. Colaboraron en la revisión de la traducción y de esta versión en español: Belén del Rocío MORENO CARDOZO, Carmen Lucía DÍAZ LEGUIZAMÓN, Eduardo ARISTIZÁBAL CARDONA, Javier JARAMILLO GIRALDO, Mario Bernardo FIGUEROA MUÑOZ, Pilar GONZÁLEZ RIVERA, Tania ROELENS HRNCIROVA. Posteriormente he recibido precisiones, anotaciones, correcciones de Sylvia de Castro K., Myriam Cotrino y Luisa Matallana L., a quienes agradezco sinceramente el haberse tomado el tiempo para anotar sus dudas y enviarlas a este correo. Esta traducción continúa en proceso; así que, cualquier duda, comentario y/o precisión serán bienvenidos; comuníquelos, por favor, a la siguiente dirección electrónica: [email protected]

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Los problemas cruciales para el psicoanálisis, seminario 1964-1965. Lección cuatro

Lección 4 Enero 6 de 1965 Problemas para el psicoanálisis, así es como espero haber situado mi propósito para este año. En últimas, ¿por qué no dije problemas para los psicoanalistas? Es que por la experiencia se constata que para los psicoanalistas, como se dice, no hay más problema que este: ¿la gente viene a psicoanálisis o no? Si la gente viene a su práctica, saben que algo pasará (ésa es la firme posición sobre la que se afianza el psicoanalista), saben que pasará algo que podría calificarse como milagroso, si se entiende ese término remitiéndolo al mirari, que en extremo sumo puede querer decir sorprenderse. A decir verdad, gracias a Dios existe aún en la experiencia del psicoanalista este margen en el que lo que sucede es sorprendente para él. Un psicoanalista de los tiempos heroicos, Teodoro Reik, buena señal, acabo de recuperar su nombre propio, esta mañana se me había olvidado, cuando estaba tomando mis notas, y ya verán que esto tiene la más estrecha relación con mi tema de hoy. Entonces, Teodoro Reik tituló uno de sus libros Der überraschte Psychologue, El psicólogo sorprendido136. Y es que en el periodo heroico al cual pertenece, había verdaderamente muchas más razones que hoy para sorprenderse con la técnica psicoanalítica, porque si acabo de hablar de margen es porque, paso a paso, a lo largo de las décadas, el psicoanalista ha reprimido esta sorpresa en sus fronteras. Tal vez es que ahora esa sorpresa le sirve también de frontera, es decir, para separarse de ese mundo de donde viene o no viene toda la gente al psicoanálisis. En esas fronteras, sabe lo que sucede o cree que lo sabe. Cree saberlo porque allí ha trazado sus caminos, pero si acaso hay algo que deba recordarle su experiencia es justamente esta parte de ilusión que amenaza en todo saber demasiado seguro de sí mismo. En los tiempos de Teodoro Reik, este autor hace de la sorpresa, de la Überraschung, la señal, la iluminación, el brillo que le designa al analista que aprehende el inconsciente, que algo acaba de revelarse que es de este tipo, experiencia subjetiva de quien pasa de repente, y sin saber igualmente cómo lo hizo, del otro lado del decorado (eso es la Überraschung), y que es por esta vía, por este sendero, por esta huella que él sabe por lo menos que anda por su propio camino. Sin duda, el momento en el que comenzaba la experiencia de Teodoro Reik, tales caminos se hallaban impregnados de tinieblas y la sorpresa representaba su iluminación repentina i . Los relámpagos, por más fulgurantes que sean, no bastan para constituir un mundo. Y veremos que allí donde Freud había visto abrirse las puertas de ese mundo, no sabía propiamente aún designar por su nombre ni las caras ni los goznes de esas puertas. ¿Acaso ha de bastar con esto para que el analista, en la medida en que pudo localizar desde entonces el desarrollo regular de un proceso, forzosamente sepa en donde está y para dónde va? Una naturaleza puede localizarse sin ser pensada y disponemos de suficientes testimonios de que muchas cosas y tal vez todo, por lo menos los fines de esos procesos localizados, siguen siendo problemáticos para él. Hoy por hoy, el asunto de la terminación del análisis y del sentido de esta terminación no se ha resuelto. Sólo lo traigo a cuento aquí i

Cfr. Heráclito64, fragmento 64: τά δέ πάντα οὶακίζει κεπαυνόζ [el rayo gobierna toda cosa].

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como testimonio de lo que planteo sobre lo que llamo la localización que no es necesariamente una localización pensada. Seguramente hay algo que queda seguro en esta experiencia y es que se asocia con lo que llamaremos efectos de desanudamiento. Desanudamiento de las cosas cargadas de sentido que no podrían llegar a desanudarse por otras vías. Ahí está el piso firme sobre el cual se establece el campo analítico. Si hago uso de ese término es justamente para designar lo que resulta de este cierre del que partí en mi discurso de hoy, al franquear o no las fronteras del campo. El psicoanalista tiene el derecho de afirmar que ciertas cosas, los síntomas, en el sentido analítico del término, que no es el de signo sino el de cierto nudo cuya forma, cuyo ajuste y cuyo hilo nunca han sido propiamente denominados más que como un cierto nudo de signos con los signos, y que es lo que propiamente hablando se halla en el fundamento de lo que se llama síntoma analítico, a saber, algo instalado en lo subjetivo que no podría resolver de manera alguna un diálogo razonable, aquí el psicoanalista le afirma a quien lo sufre, al paciente: usted sólo será liberado de eso, de ese nudo, dentro del campo. ¿Pero significa esto que para él, para el analista, hay en ello más que una verdad empírica mientras sólo la maniobre, mientras sólo la maneje en razón de la experiencia que tiene de los caminos que se trazan en las condiciones de artificio de la experiencia analítica? ¿Significa esto que todo esté dicho en ese nivel en el que él puede dar fe de su práctica en términos de demanda, de transferencia, de identificación? Basta con constatar el titubeo, lo impropio, lo insuficiente de las referencias que se le dan a esos términos de la experiencia. Y basta tomar sólo el primero, el capital, la placa giratoria, la transferencia, para constatar que, en el texto mismo del discurso analítico, propiamente hablando, en un cierto nivel de ese discurso, puede decirse que quien opera no sabe para nada lo que hace. Porque el residuo en cierta forma irreductible que queda en todos esos discursos, que concierne a la transferencia en la medida en que lo único que ha logrado por ahora (no más que el lenguaje común, que el lenguaje corriente) es lo que de eso ha podido pasar a la representación común como relación afectiva –mientras ésta no sea eliminada- puesto que el único sentido de afectivo es irracional, se sabrá, sobre uno de esos términos, la transferencia (y no necesito aquí volver sobre los demás, se espesan progresivamente las tinieblas a medida que se avanza hacia el otro término de la serie, la identificación), que no se ha captado nada, que no se ha teorizado nada de una experiencia, por más seguras que estén las reglas y los preceptos acumulados hasta aquí. No basta con saber hacer algo, moldear una vasija o esculpir un objeto, para saber en qué se trabaja. De ahí la mitología ontológica respecto a la cual se llega con justa razón a atacar al psicoanalista cuando se le dice: esos términos a los que usted se refiere y que, a fin de cuentas orientarán hacia ese lugar de confluencia confusa de la tendencia... ya que, en la filosofía común del psicoanálisis, es a eso a lo que se remitirá, por último y de manera errada, la pulsión. Ahí está, pues, aquello sobre lo cual trabajan ustedes. Ustedes entifican, ontifican una propiedad inmanente con algo sustancial: su hombre... antropología del analista... hace rato que conocemos esta vieja ούσία, esta alma, ahí siempre bien viva, intacta, no abordada. Pero el analista, para no nombrarla exactamente por su nombre salvo con vergüenza, se refiere sin embargo a ella en su pensamiento, con lo cual queda expuesto, con justa razón y todo derecho, a los ataques que ya saben de dónde le vienen, un poco de todos los lugares en los que el pensamiento tiene la capacidad y el derecho de reivindicar que resulta inadecuado hablar del hombre como de un dato; que el hombre, en numerosas

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determinaciones, que le resultan tanto internas como externas, en otras palabras, que se le presentan como cosas, como fatalidades, que el hombre no sabe que se halla en el centro de esas pretendidas cosas, de esas pretendidas fatalidades; que es desde una cierta relación inicial, relación de producción, de la cual él es resorte, que se determinan esas cosas, sin duda a espaldas suyas, a pesar de ser de su linaje. Hay que determinar si, al alcanzar con lo que enseño a quienes ponen en duda de esta manera, con toda razón, los estatutos dados, naturales del ser humano, hay que determinar si, al hacer las cosas de esta manera, favorezco (como se me reprochó recientemente, reproche que provenía de alguien muy cercano) la resistencia de quienes aún no han pasado la frontera, de quienes no han llegado al análisis, o si la verdad de lo que aporta el análisis puede ser o no un acceso para entrar en él; si, con una cierta forma de rechazar que un discurso englobe la experiencia no es posible que por el hecho de una determinación primordial del hombre a través del discurso, si al hacerlo así, al abrir la posibilidad de que se hable del análisis por fuera del campo analítico, favorezco o no la resistencia al análisis o si la resistencia de que se trata no es, desde adentro, la resistencia del analista a abrir su experiencia a algo que la comprenda. Nuestro arranque, nuestra base, que no es una base cerrada, es el sujeto que habla. Lo que aporta el análisis es que el sujeto no habla para decir sus pensamientos; que no hay el mundo, el reflejo intencional o significativo en cualquier grado, ese personaje grotesco e infatuado que estaría en el centro del mundo predestinado desde siempre a dar su sentido y su reflejo... Vean eso, ese puro espíritu, esta conciencia anunciada desde siempre estaría ahí como un espejo y vaticinaría. ¿Cómo podría suceder, volvamos siempre sobre esto, que vaticine en un lenguaje que precisamente le obstaculiza, a sí misma y a todo momento, la manifestación de lo más seguro que experimenta de su experiencia, tal como lo manifiesta claramente la contradicción ceñida por los filósofos entre la lógica y la gramática? Ya que se quejan de que es la gramática lo que mancha su lógica, cómo es posible que estén tan apegados desde siempre a hablar en un lenguaje gramatical con partes del discurso que fundan, como ellos mismos cuando reflexionan, los puros espejos; con partes del discurso en los que constatan que, esas partes son lo que mancilla su lógica, y que si se fían de ello, ¡justamente en ese momento es cuando se meten el dedo en el ojo! Tenemos una experiencia, una experiencia que prosigue todos los días en el consultorio de cada analista (no importa en absoluto que lo sepa o no), una experiencia que nos evita recurrir a ese rodeo por la crítica filosófica en tanto que da fe de su propio atolladero, una experiencia con la que palpamos que es el hecho de que hable, el sujeto, el paciente..., de que hable, es decir, que emita esos roncos o suaves sonidos a los que se llama material del lenguaje que ha determinado primero el camino de sus pensamientos, que tanto lo ha determinado ante todo, y de una manera tan original, que la lleva en su piel como un animal marcado, que se lo identifica primero por ese algo amplio o reducido, pero se da uno cuenta ahora de que es mucho más reducido de lo que se cree, que una lengua cabe en una hoja grande de papel como esta con la lista de su fonemas, y bien puede uno continuar intentando conservar los viejos clivajes y decir que hay dos niveles en la lengua: el nivel que no significa es el de los fonemas y los demás que significan son las palabras. Pues bien, hoy estoy aquí para recordarles que las primeras aprehensiones de los efectos de lo inconsciente fueron realizadas por Freud entre los años 1890 y 1900. ¿Qué fue lo que le dio su modelo? Artículo48 de 1898 sobre el olvido de un nombre propio, el olvido de un 43

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nombre de Signorelli como autor de los célebres frescos de Orvieto. Les señalaré que el primer efecto manifiesto, estructurante para él, para su pensamiento, y que abría la vía, no se produjo, y Freud lo puntualizó perfectamente, lo articuló de una manera tan fundamentada en este artículo, que ya saben ustedes que fue retomado al comienzo del libro de la Psicopatología de la vida cotidiana50 que debía ser publicado unos seis años después. Fue de ahí que volvió a partir, porque es allí donde se originaba su experiencia. ¿Qué es lo que se larga en este olvido? ... que se llama olvido. Y desde los primeros pasos ven bien que en lo que hay que poner atención siempre es en la significación, dado que, por supuesto, el olvido freudiano no es un olvido, es una forma de la memoria, y hasta su forma más precisa. Entonces, más vale desconfiar de palabras como olvido, vergessen. Digamos, un hueco. ¿Qué fue lo que se largó por ese hueco? Son fonemas. Lo que le falta no es Signorelli por ser Signorelli quien le recordaría cosas que se le atragantan. Justamente no hay nada que reprimir, ya lo verán, está articulado en Freud. Él no reprime nada, sabe muy bien de qué se trata y por qué Signorelli y los frescos de Orvieto lo han conmovido profundamente; esas cosas se emparientan con lo que más le preocupa: el vínculo de la muerte con la sexualidad. No se reprime nada, pero lo que se larga son las dos primeras sílabas de la palabra Signorelli, y enseguida dice, puntualiza: eso es lo que más se relaciona con lo que vemos, con los síntomas, y en ese momento tan sólo conoce los síntomas de la histérica. Es en el nivel del material significante que se producen las sustituciones, los deslizamientos, los juegos de manos, los escamoteos con los que hay que enfrentarse cuando se está por la vía, por la huella, de la determinación del síntoma y de su desanudamiento. Sólo que, en ese momento… aun cuando todo su discurso está ahí dándonos fe de que se encuentra a tal punto en el meollo de lo que se trata en el fenómeno que, no deja de acentuar como puede en todos rodeos de qué se trata, dice: en ese caso, es una äuβerlichen Bedingung, una determinación del exterior. ii Secundariamente, en un retomar de su pluma dirá: se me podría oponer que hay (lo cual prueba hasta qué punto siente claramente la diferencia entre dos tipos de fenómenos que podrían diferenciarse allí), que allí podría haber en el interior, en efecto, alguna relación entre el hecho de que se trate de un tropiezo con el nombre de Signorelli y el hecho de que Signorelli arrastra consigo, dados los frescos de Orvieto, ya que de eso se trata, arrastra consigo muchas cosas que pueden interesarme un poco más de lo que yo mismo creo. No obstante, dice, se me podría oponer, objetárseme, pero es todo lo que puede decir porque sabe bien que no hay tal, y vamos a tratar de ver, de entrar más profundo en el mecanismo y demostrar cómo ese caso princeps, ese modelo primero surgido en el pensamiento de Freud de algo inicial para nosotros, crucial, vamos a ver más en detalle cómo hay que concebirlo, qué aparatos se nos imponen para poder dar cuenta exactamente de aquello de que se trata. El hecho de que nosotros dispongamos para ello de cierta ayuda, por el hecho de que desde entonces hay algo que hemos aprendido a manejar como un objeto y que se llama el sistema de la lengua, por supuesto, es una ayuda para nosotros, pero sorprende tanto más el hecho de que el primer testimonio de Freud, de su discurso, cuando aborda este campo, deja completamente en reserva, deja esbozado claramente, que no hay absolutamente nada que agregar a su discurso, sólo queda agregar, aquí, signans y signatum. Aquí es donde seguramente toma bastante interés la función del nombre propio, tal como ya les anuncié

ii

una condición externa (extrínseca) [N. del T.].

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que me vería llevado a servirme de ésta. Esta noción del nombre propio toma su interés del privilegio que ha conquistado en el discurso de los lingüistas. Alégrense aquellos que constituyen la mayoría de mi auditorio hasta el presente, la más ad hominem, alégrense, analistas, ¡no sólo ustedes pasan apuros con el discurso! Justamente son ustedes hasta los más protegidos de eso. Los lingüistas, prefiero decírselos, no se las arreglan tan fácilmente con ese nombre propio. Sobre ese tema se ha publicado una cantidad considerable de obras que son para nosotros, que deberían ser para nosotros bastante interesantes de escrutar, en el sentido propio del término, de tomar parte por parte, con notas. Como no puedo hacerlo todo, me gustaría por ejemplo que alguien se encargara en las llamadas sesiones cerradas que reservo para este curso durante este año, para intentar reintroducir aquí la función del seminario. Un libro, por ejemplo de Viggo Brøndal sobre Les parties du discours20 [Las partes del discurso], excelente libro publicado en Copenhague por Munksgaard [1948], otro de una señorita Sørensen, bien simpático, que se llama The meaning of proper names147, igualmente publicado en Copenhague… Hay lugares en el mundo donde uno puede ocuparse de cosas interesantes, pero no consagrarse enteramente a crear la bomba atómica. Y por otra parte está The theory of proper names de Sir Alan H. Gardiner59 [1954], egiptólogo bien conocido, publicado en Oxford University Press. Este es particularmente interesante y, diría yo, fenomenal, pues es en verdad un compendio, una especie de punto concentrado, de lo que puede llamarse el error, el error consumado, evidente, aparente, desplegado, sobre el tema de los nombres propios. Este error, como muchos otros, tiene su origen en los caminos de la verdad, a saber, que parte de un pequeño comentario que hallaba su sentido por los caminos de la Aufklärung. Señala él que John Stuart Mill100, cuando instituye una diferencia fundamental en la función del nombre en general, hasta ahora nadie ha dicho qué es el nombre, y sin embargo se habla del nombre, del nombre en general; tiene dos funciones: denotar o connotar. Hay nombres que implican en sí posibilidades de desarrollo, especie de riqueza que se llama definición y que los remite en el diccionario de nombre en nombre indefinidamente. Eso, connota. Y además hay otros que están hechos para denotar. Llamo por su nombre a una persona aquí presente, en la primera fila o en la última. Aparentemente, eso no le concierne más que a ella. Lo único que hago es denominarla. Y a partir de ahí definiremos el nombre propio como algo que sólo interviene en la nominación de un objeto en razón de las virtudes propias de su sonoridad; que, además de este efecto denotativo, no tiene ningún tipo de alcance significativo. Esto es lo que nos enseña el señor Gardiner. Por supuesto, esto sólo tiene inconvenientes menores, por ejemplo forzarlo, por lo menos en un primer tiempo, a eliminar todos los nombres propios (son muchos) que tengan un sentido en sí mismos. Oxford, pueden cortarlo en dos y da algo, que se relaciona con algo que tiene que ver con el buey y así sucesivamente […] tomo sus propios ejemplos. Villeneuve, Villefranche, todo eso son nombres propios, pero al mismo tiempo eso tiene un sentido. En sí mismo esto podría intrigarnos. Pero, por supuesto, se dice que es independientemente de esta significación que tiene, que sirve, como nombre propio. Desafortunadamente, salta a la vista que si un nombre propio no tuviese ningún tipo de significación, cuando yo le presento alguien a alguien más, pues no sucedería absolutamente nada de nada. Sin embargo es claro que si yo, me presento ante ustedes como Jacques Lacan, digo algo, algo que enseguida implica para ustedes un cierto número 45

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de efectos significativos. Primero porque yo me les presento en un cierto contexto; si estoy en una sociedad, es que en esa sociedad no soy un desconocido. Por otra parte, desde el momento en que me les presento, Jacques Lacan, queda eliminado enseguida que se trate de un Rockefeller por ejemplo, o del conde de París. Ya hay un cierto número de referencias que vienen enseguida con un nombre propio. Bien puede suceder también que ya hayan oído mi nombre en alguna parte. Por supuesto entonces, eso se enriquece. Decir que un nombre propio, para decirlo todo, no tiene significación, es algo burdamente errado. Implica consigo, por lo contrario, mucho más que significaciones, toda una especie de suma de advertencias. En ningún caso puede uno designar como un rasgo distintivo suyo ese carácter de arbitrario o convencional, por ejemplo, porque es propiedad por definición de todo tipo de significante; en lo cual mucho se ha insistido, de hecho torpemente, sobre esta cara del lenguaje, cuando se acentúa que así es arbitrario y convencional. En realidad, a lo que se apunta es a otra cosa, de lo que se trata es de otra cosa. Aquí es donde toma valor ese modelito que, bajo diferentes formas aunque en realidad siempre las mismas, agito ante ustedes (hablo de quienes son auditores míos en este lugar desde mi curso de este año y que otros conocen bien desde hace mucho tiempo), mi banda de Moebius, mi botella llamada de Klein de la última vez. Es de eso que se trata, es de eso que retorna, es de un modelo, de un soporte que no es justo considerarlo como dirigiéndose sólo a la imaginación, ya que primero quise, si puede decirse, hacérselos captar con las entendederas, algo aquí, allá, detrás de la frente, que justamente se caracteriza por el hecho de que no se comprende… y ahí es donde Freud, en sus primeros ensayos, ponía sus manos sobre la cabeza de la paciente cuya resistencia precisamente quería levantar. Era una de las formas primitivas de esta operación. No es tan fácil operar, ahí, con esos modelos topológicos. No me es más fácil a mí que a ustedes. A veces ocurre que, cuando me encuentro solo, me enredo. Naturalmente, cuando llego ante ustedes, he hecho ejercicios. Entonces, para retomar mi esquema de la última vez, esa especie de medusita, ese pequeño nautilius flotante, bajo el cual me han dejado todo tipo de figuras que deben aclararles mucho a ustedes la situación. ¿Se alcanza a ver? Si les esquematicé así la última vez esta botella de Klein (es decir, tal como los matemáticos, que no son mala gente, creyeron deber soplar esta botella de Klein, si puedo decirlo, para entretenimiento del público), si se las represento así, exactamente en todo como lo hacen los matemáticos, puesto que existe toda una cara de los matemáticos que, de buena gana, se introduce por vía de la recreación. Una botella de Klein no es complicada, pueden mandarla hacer… Hasta proponía alguien que pusiésemos un almacencito aquí a la entrada, donde cada cual pudiese procurarse su botellita de Klein. Sería un signo de reconocimiento. No cuesta mucho una botella de Klein, sobre todo si se piden muchas. Como ya les expliqué, es una botella, es esta, una botella cuyo gollete habría entrado al interior para ir, ya se los explique, a insertarse en el culo de la botella. Y si, además, soplan un poco en 46

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ese gollete introducido, obtienen entonces ese muy, muy bonito esquema de una doble esfera, donde una comprende a la otra y como espero que la última vez lo hayan oído, esto resulta particularmente adecuado para hacer que, en cierta forma, palpen de la manera más original qué ventaja pudo encontrar tan pronto el hombre para su modelo en esta doble y conjugada imagen del microcosmos y del macrocosmos. A saber, que para mí sería un juego, al que desafortunadamente no tengo el tiempo de entregarme, se los esbozo, mostrarles por ejemplo la primera astronomía china, que es genial, se los aseguro, la que se llama astronomía del Kai Thien, que estaba compuesta por una tierra formulada de esta manera [figura IV-3], un cielo que la recubría como una taza sobre una taza, cielo cuyas raíces supuestamente se hundían en algo que más bien se tendía a considerar como acuoso, y que se asentaban a la manera como sobre el agua se asentaría una taza volteada. Esto ofrecía, más que la ubicación muy exacta de un cierto número de coordenadas geográficas y astronómicas, toda una concepción del mundo. El orden, el orden tanto de los pensamientos como de las cosas y el orden de la sociedad eran… se inscribían enteramente, de manera más o menos analógica, homológica, respecto a lo que tal esquema permitía marcar respecto a las relaciones de lo que podría llamarse las coordenadas verticales, las coordenadas respecto al acimut y con las coordenadas ecuatoriales. Si se estaba en China, por supuesto, el polo norte venía a ubicarse más o menos así, como un gorro inclinado, y por otra parte el polo del eclíptico, se sabía perfectamente que era diferente, venía a marcarse al lado. Esto podía prestarse para todo tipo de diferenciaciones, de analogías, se los dije, de inter-nudos clasificatorios, y de correspondencias donde cada cual podía volver a hallar su lugar con mayor comodidad que en otra parte. Ese esquema fundamental (les hago intervenir la astronomía china, es un ejemplo), ese esquema fundamental lo volverán a hallar siempre y en todos los niveles de metamorfosis de la cultura, más o menos enriquecido pero sensiblemente el mismo; más o menos magullado, pero con la mismas salidas, quiero decir, salidas necesarias siempre más o menos camufladas puesto que, aquí por supuesto [en A] no se sabe qué sucede pero, como en la base de la experiencia analítica puede uno igualmente dejar de saber lo que sucede, a saber, dónde está el punto de sutura, el punto de la sutura entre lo que yo podría llamar la piel externa del interior y lo que podría llamar la piel interna del exterior. Sin duda el análisis, les he dicho, nos ha enseñado un cierto camino de acceso al “entre dos”, una cierta manera que puede tener el sujeto de hacerse ajeno respecto a su situación al interior de esas dos esferas, la esfera interna y la esfera externa, puede llegar a meterse en el “entre dos”, lugar extraño, lugar del sueño y del Unheimlichkeit. En suma, si me permiten cortar por lo sano, diría que el asunto es el siguiente. Una vez que hayan tenido entre sus manos una botella de Klein, y tal vez sería ésta en efecto una razón para propagar el modelo de esta botella, podrán echarle agua por el único orificio

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que presenta, para ustedes que la tienen como un objeto. Pasará entonces aquí, por este cuellito de cisne y llegará a alojarse así en este “entre dos”, realizando un cierto nivel. Con la operación inversa, podrán hacer que salga cierto número de sorbos, hasta podrán beber en esta botella, pero verán que es maliciosa porque una vez introducida el agua en su interior, no es así de fácil sacarla toda. Aquí pasamos al plano de la metáfora. En últimas ¿qué es ir a explorar el campo del sueño o de la extrañeza en el análisis? Es ir a darse cuenta de lo que quedó atrapado, si puede decirse, entre esas dos esferas, de una significación, de un significado, que primero… con el que primero se hizo ahí la mezcla. Se vuelve a poner significado en circulación; se trata de saber para qué. Si nos confiamos en la ayuda que espero de esta pequeña imagen, debería ser pura y simplemente para evacuarla; no es para volverla a meter en su interior. No es para hacernos a una nueva alma con esta alma, que ya nos estorbaba lo suficiente con ese balanceo que resistía (como no sabemos exactamente ni el modo ni el equilibrio ni los estrangulamientos de esta vacuidad) jugaba como un lastre absolutamente inmanejable. Ya que basta con complicar un poquito esta figura (se los dejo a su fantasía y a su imaginación) para que vean que, por supuesto, sólo si se le inscriben compartimentitos puede hacerse de éste un instrumento con una estabilidad particular, por ejemplo un instrumento que baste con inclinar un poquito para que enseguida se precipite y se vuelque al piso. La meta, el objetivo de la evacuación de la significación es no obstante claramente el primer aspecto sugerido por la mira de nuestra experiencia. Hasta cierto grado, ¿cómo es posible que no se produzca más fácilmente? Es en razón de las propiedades engañosas de la figura. Voy a intentar explicarme, hacerles comprender lo que quiero decir en esta ocasión. Esta figura, la botella de Klein aquí dibujada, se presenta justamente bajo un aspecto engañoso porque es el aspecto bajo el cual efectivamente la estructura nos engaña, es el aspecto bajo el cual parece que nuestra conciencia, que nuestro pensamiento, que nuestro poder de significar duplica, como un doblez interno, lo que lo envolvería, con lo cual ya no tienen sino que voltear el objeto para crear esta idea del sujeto del conocimiento que, inversamente, envuelve, éste, al objeto del mundo que propone. Sólo que, cuando hace poco decía que eso no es avanzar algo que sea del orden intuitivo, que eso mismo no es el esbozo de una nueva estética trascendental, cuando los invitaba antes bien a desconfiar de las propiedades imaginativas de lo que impropiamente llamé el modelo, es porque, una botella de Klein de verdad, si me atrevo a expresarme así, introduciendo por primera vez aquí la palabra verdad, y en el nivel donde conviene, una botella de Klein de verdad no toma esta forma, esta forma con la que se las figuré burdamente en el tablero, a saber, para claridad, con una forma en corte transversal y que, naturalmente imaginan ustedes, si puedo decirlo, con su volumen, lo cual quiere decir con su redondez, hacen ustedes que cada una de las partes gire en torno a sí misma, hacen que se “cilindrifique”, lo cual les permite ver. Sólo que, vean, una superficie topológica es algo que exige que se distinga entre dos tipos de sus propiedades, las propiedades inherentes a la superficie y las propiedades que toma por el hecho de que, esta superficie, la ponen ustedes en un espacio, real éste, de tres dimensiones. Igualmente… igualmente, todo lo que puede ilustrarse aquí sobre la significación fundamental de la relación microcosmos/macrocosmos sólo tiene sentido por el hecho de que las propiedades subjetivas inherentes a esta topología están inmersas en el espacio de la representación común de lo que se llama comúnmente intersubjetividad, pero sobre la cual 48

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oí durante años a un cierto número de personas, que supuestamente trabajaban conmigo, hacer gárgaras desde el fondo de la garganta, creyendo que en esa palabra intersubjetividad agarraban el equivalente de mi enseñanza, que lo que constituye el fundamento del misterio y la esencia de la experiencia psicoanalítica es el hecho de que un sujeto comprenda a otro sujeto, que un vizconde se encuentre con otro vizconde, que un gendarme se encuentre con otro gendarme. La dimensión de la intersubjetividad nada tiene que ver con el asunto que estamos tratando de elucidar. Podemos intentar acercarnos a la verdadera forma, siempre para comodidad de ustedes, metiéndola en nuestro espacio de tres dimensiones. Pero ya verán lo que les sugerirá, en lo relativo a los impasses que conciernen a nuestra experiencia, por vías muy diferentes. ¿Qué es, en su esencia, esta botella de Klein? Es simplemente algo que linda mucho con un toro, quiero decir, un cilindro que curvan para que se junte por la sutura de los dos cortes circulares que terminan ese cilindro truncado (porque ése es uno), con lo cual harán lo que se llama un anillo. En vez de eso, supongan que están tratando de transformar ese cilindro truncado en toro, que dejen abierto aquí el corte circular, pero que el otro corte circular que se trata de suturar, lo lleven, así como se los ilustra ese dibujito, de manera que la dejen abierta, o de manera que la sutura, que la costura (recuerden sus prácticas caseras), que la costura se haga, si puede decirse, desde el interior, de tal manera que… si quieren, tómenlo por debajo aquí, el exterior de la parte de abajo vendrá a juntarse, a casar con el interior de la otra parte de abajo, y lo mismo aquí, del otro lado. ¿Qué obtienen entonces? Si no lo sumergen en el espacio de tres dimensiones de la intersubjetividad común, obtendrán algo que al mismo tiempo es abierto y cerrado, puesto que esas superficies sólo se atraviesan por el hecho de que ustedes se encuentran en un espacio de tres dimensiones. Por el hecho de su propiedad interna de superficie, no se necesita suponer para nada que se atraviesan para acabar en este estado de sutura. Es exactamente el mismo esquema que les recordé cuando, representándoles la forma fundamental de una superficie de Mœbius, que es esa especie de lámina tal como pueden representarla tomando una simple banda y anudándola consigo misma tras una simple media vuelta,... sólo podrán cerrarla con una superficie que coincida consigo misma, y si esta superficie no coincide consigo misma, la superficie de Mœbius la atravesará. Esta es una necesidad que está implicada en la inmersión en el espacio de tres 49

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dimensiones pero no define de ningún modo las propiedades de la superficie en sí mismas. Me dirán ustedes: ¡estamos en el espacio de tres dimensiones! Pues bien, en efecto, ¡adelante! También en el espacio de tres dimensiones esta estructura tiene una cualidad privilegiada que la distingue de otra, y que es esta: lo que viene a ocupar en mi esquema el contorno de esta entrada, de este hueco, de este orificio que le da su especificidad (y que hace de esta una superficie desde la cual las cosas no son orientables porque siempre pueden pasar del derecho al revés), el lugar de esta abertura es esencial, estructurante para las propiedades de la superficie: puede ser ocupado por cualquier punto de la superficie, y les bastará con un poco de imaginación para ver que, contrariamente a un anillo, a un toro que lo único que puede hacer, de cierta forma, es girar sobre sí mismo (pueden hacer que se quede en el mismo lugar pero gira todo su tejido), muy al contrario, aquí es en cada lugar del tejido que puede producirse, con un ligero deslizamiento, este anillo de falta que le da su estructura. Esto es lo que, hablando con propiedad, intentamos considerar hoy respecto al fenómeno llamado del olvido del nombre propio. La tesis es la siguiente: todo lo que los teóricos y particularmente los lingüistas han intentado decir sobre el nombre propio tropieza en torno al hecho de que seguramente es más especialmente indicativo, denotativo que otro, pero que se está en la incapacidad de decir en qué lo es. Que, por otra parte, tiene justamente frente a los demás esta propiedad, al mismo tiempo en que aparentemente es el nombre más propio para algo particular, de ser justamente lo que se desplaza, lo que viaja, lo que se lega y, para decirlo todo, si yo fuera entomólogo, ¿qué es lo que más desearía en el mundo sino ver un día una tarántula que llevara mi nombre? ¿Qué puede querer decir esto? ¿Por qué el nombre propio, al mismo tiempo que es supuestamente esa parte del discurso que tendría características que la especificaría enteramente, por qué justamente se lo puede emplear (contrariamente a lo que dicen en este caso, ya que no puede uno imaginar a qué tipo de deslizamientos de la pluma pudo arrastrar a los lingüistas semejante tema) puede emplearse perfectamente en plural, como todo el mundo sabe? Se dice los Durand, los Pommodore, lo que quieran, los Brossabourg en Courteline, ¿se acuerdan? El honor de los Brossabourg26, […]. Un nombre puede emplearse verbalmente, en función de verbo, en función de adjetivo, hasta de adverbio como algún día tal vez les haré palpar. ¿Qué es ese nombre propio, en la ambigüedad de esta función indicativa, y que parece hallar compensación en el hecho de que sus propiedades de remisión no son específicas (aun cuando lo sean) del campo significativo, se vuelven propiedades de desplazamiento, de salto? A ese nivel hay que decir, como lo creo, que es a eso que llega Claude LéviStrauss, en su pensamiento y en lo que articula, en el capítulo “Universalización y particularización”, del capítulo “El individuo como especie” en El pensamiento salvaje96. Él intenta integrar, mostrar, que el nombre propio no vincula nada más específico que el uso conscientemente clasificatorio que éste le da a las categorías en sus oposiciones para que, en el pensamiento, en su relación con el lenguaje, éstas determinen un cierto número de oposiciones fundamentales, de entrecruces fundamentales, de clivajes que en cierta forma le permiten al pensamiento salvaje volver a hallar exactamente el mismo método que el que da Platón, por ser aquel, fundamental, de la creación del concepto y a fin de cuentas

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nuestro nombre sólo habría de insertarse como el último término de ese proceso clasificatorio, el que ajusta las cosas lo suficiente como para alcanzar al individuo como un punto precisamente particular de la especie. Está claro, les ruego que se remitan a esos capítulos, que en el movimiento mismo de elucidación que es en el que Claude LéviStrauss se empeña, encuentra el obstáculo, y lo designa. Lo designa… lo designa propiamente hablando en el hecho de que se encuentra con la función del dador del nombre. El nombre propio es un nombre que es dado. Por el padrino, dirán ustedes, y en efecto esto podrá bastarles, si se resuelven a hacer del padrino el algún otro. Sólo que, no sólo está el padrino, también hay todo tipo de reglas, hay momentos, hay toda una configuración que es una configuración del intercambio y de la estructura social, y aquí es donde Claude LéviStrauss se detendrá a decir, a decir con toda razón, que el problema del nombre propio no podría tratarse sin introducir una referencia ajena al campo propiamente lingüístico; que no se lo podría aislar como parte del discurso por fuera de la función, del uso, que lo define. Precisamente contra esto pondré aquí reparos desde otro registro. Es igualmente falso decir que el nombre propio es, ahí, el ajuste, la reducción al nivel del ejemplar único (con el mismo mecanismo con el que se pasó del género a la especie y con el cual progresó la clasificación), es tan falso hacerlo, y tan peligroso, y conlleva consecuencias tan graves como llegar a confundir, en la teoría matemática de conjuntos, lo que se llama un subconjunto que sólo comprende un solo elemento con ese objeto mismo. Y aquí es donde quienes se equivocan, los que cometen el error, los que se internan bien lejos y perseveran en su error acaban por convertirse para nosotros en un objeto de demostración. Bertrand Russel identificó a tal punto el nombre propio con el denotativo y con el indicativo que terminó diciendo que el demostrativo, el demostrativo that, como lo dice en su lengua, este, es el nombre propio por excelencia. Se pregunta uno por qué no llama a ese punto x, en el tablero que le es familiar, por qué no lo llama Antonio por ejemplo, y Honorine a ese cabo de tiza. ¿por qué esa especie de consecuencia nos resulta enseguida tan absurda? Hay varias maneras de llevarlos por la vía por la que quiero llevarlos y primero, por ejemplo esta, que puede saltar a la vista enseguida; esto no se le ocurrirá a nadie porque ese punto, por definición, si lo pongo en el tablero por aquí, en una demostración matemática, es justamente en la medida en que ese punto es esencialmente remplazable, y es por eso también que nunca llamaría yo Honorine a ese cabo de tiza, y en cambio podría darle ese nombre a lo que Diderot llamaba mi vieja bata34. Esto sólo es un hint que hace intervenir la función de lo reemplazable. Y al mismo tiempo, en vez de, y por hoy (dada la hora) dar enseguida el salto que nos permitiría tal vez articular mejor, encadenar la próxima vez, les diré que no es como ejemplar de la especie ajustado como único, a través de un cierto número de particularidades, como ejemplares que puedan ser, que lo particular es denominado por un nombre propio; en ese sentido es que es irremplazable, es decir, que puede faltar, que sugiere el nivel de la falta, el nivel del hueco, y que no es como individuo que me llamo Jacques Lacan, sino como algo que puede faltar, con lo cual ese nombre irá ¿hacia que? A recubrir otra falta. El nombre propio es una función volante, si puede decirse, como cuando se dice que hay una parte del personal, del

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personal de la lengua en este caso, que es volante iii ; está hecho para colmar los huecos, para darle su obturación, para darle su cierre, para darle una falsa apariencia de sutura. Por eso es que… perdón, ya es bastante tarde como para que pueda hoy hablar mucho tiempo más, pero tal vez eso sólo sea ocasión para que ustedes, y Dios mío, cuán fácil de cumplir, vayan al texto que concierne a este olvido del nombre propio. ¿Qué verán allí? Verán algo que se ilustrará mucho mejor si parten de la noción de que el sujeto es inherente a un cierto número de puntos privilegiados de la estructura significante y que en efecto (esa es la parte de verdad en el discurso de Gardiner) han de ponerse a nivel del fonema. Con lo cual, conviene dar todo su peso a esto: que si Freud no evocó el nombre de Signorelli, lo dice, fue por circunstancias en apariencia absolutamente exteriores, absolutamente caducas, absolutamente contingentes. Se encontraba con un señor en un carro que lo llevaba a Ragusa hacia un lugar donde debía retomar la vía férrea. ¿De qué se hablaba? Se hablaba de cierto número de cosas, y luego hay cosas que no se dicen. ¿Y por qué no se las dice? Es lo que veremos. ¡Seguramente no se las dice porque se la reprime!, lejos de ahí. Entonces está hablando con este hombre cuyo nombre hasta conocemos gracias a la curiosidad de los biógrafos (es un señor Freyhau iv , legista u hombre de leyes en Viena) y se habla de esto y aquello, y particularmente, cuando Freud evoca… evoca lo que le contó recientemente un amigo, al evocarlo, habla de la gente de esa tierra, que no es precisamente la que están atravesando, ya que están en Dalmacia, pero que no está lejos, es Bosnia, es Bosnia que conserva aún todas las huellas de una población musulmana (Bosnia le había sido arrancado al imperio otomano no hace tanto tiempo), Freud señala hasta qué punto esos campesinos son ¿qué? respetuosos, deferentes, excelentes frente a quien se encarga de su salud, en resumen, ante quien hace de médico ante ellos, y al evocar lo que le contaba a este amigo (de cuyo nombre también disponemos, esta vez gracias a Freud, en las notas del artículo de 1898 del que les hablaba hace poco, que esa gente, cuando uno se ve llevado a decirle que seguramente su pariente que está ahí en su camastro va a morir, “¡Herr!”, dice el campesino bosnio, “¡Señor!”… pero con la nota de reverencia que (en un país de estructura social arcaica) implica ese nombre, el acento de buen grado sobre señor “Herr, bien sabemos que si hubieras podido hacer algo, seguramente estaría hecho, estaría curado, pero ya que no puedes, que pasen las cosa como quiere Dios, es en últimas, ¡es la voluntad de Alá!”. Eso es lo que cuenta Freud. ¿Y qué es lo que no cuenta? Él no relata cosas, dios mío, que no se cuentan así a cualquiera, y menos especialmente a alguien ante quien acaba uno de levantar aunque sea un poquito la dignidad médica, no se le cuenta que su mismo amigo, médico en la región bosnia, le dijo que para esa gente el precio de la vida está tan ligado, está esencialmente ligado con la sexualidad, que a partir del momento en que de ese lado ya no hay nada, la vida, pues bien, bien hace uno también en deshacerse de ella. Ahora bien sin duda ése es un término que no le es indiferente a Freud, por la razón que sea, en ese momento de su vida. En todo caso, seguramente no se puede decir que sea un nudo, un lazo que sea repelido por él de alguna manera, ya que es justamente en la medida en que eso interesa doblemente, primero por su práctica, recuerden el texto (por lo menos aquellos que iii

Volant: supernumerario. Lo volante es, en español, lo que no tiene asiento fijo, lo que es de quita y pon. No se aplica, sin embargo, para hablar del personal que es, strictu sensu, supernumerario, por no figurar en la plantilla [N. del T.]. iv Cfr. Standard Edition, Imago Publishing, nota 2 (Freud 1950ª, carta 96): “On the dalmatien coast of the Adriatic now known as Dubrovnik, Freud’s companion on the drive was a Berlin lawier named Freihaw.”…

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aún lo conservan fresco en la memoria), recuerden la función que hace intervenir otro nombre propio, el nombre de un pueblito, de un pueblito que queda al pie del paso de […] que se llama Trafoi, donde recibió la noticia, precisamente, de la muerte de uno de sus pacientes que no pudo tolerar tal decadencia de su potencia viril y que se mató. Recibió su noticia cuando estaba en Trafoi. Por otra parte, todo el mundo sabe bien que en ese momento precisamente su pensamiento se concentra sobre la importancia fundamental, psíquica, estructurante de las funciones del sexo y del apego del sujeto a todo lo que de ahí se desprende. Es justamente en esta medida que no avanzará, que no avanzará lo que podría informar sobre aquello que en cierta forma ha dado como otra característica de su clientela particular de médico […]. ¿Qué quiere decir esto? ¿Qué quiere decir que algo no está reprimido, que es revocado, un discurso, un discurso perfectamente formulado por él, y que ni siquiera necesita hacer esfuerzo alguno para volverlo a evocar, lo vuelve a evocar enseguida cuando da cuenta del asunto? ¿Qué quiere decir que los efectos, no de una represión sino de un discurso reintroducido, unterdrückt, hasta para usar el término que tenemos a nuestro alcance en el vocabulario freudiano, al interesarse en ese sujeto que la articulación, que la distinción, que la definición entre unterdrückt y verdrängt no está convenientemente articulada. Ahí está Rede, un discurso… un discurso que, sobre la media velada cosida de esta extraña manera por el interior y el exterior, un discurso que pasa al exterior […] es ausdrückt, si le dan a aus no el sentido que tiene en ex-presar, sino pasar afuera, hin aus. ¿Y entonces qué? Cómo se logra? ¿Por qué atrae eso? ¿Y qué es lo que sucede para que en ese momento algo se perturbe (y eso es… y ahí es donde Freud puso el acento), algo se perturba que da como resultado que ¿qué sale de Signorelli? Es que, en el fenómeno singular que aquí llamamos olvido, y del que les dije antes que era igualmente un mecanismo de la memoria, ante el hueco que produce y que todos conocen por experiencia, todos saben qué pasa cuando buscamos justamente el nombre propio que no logramos encontrar; pues bien, se producen cosas. Se produce una metáfora, se producen sustituciones. Pero es una metáfora muy singular, puesto que esa metáfora es totalmente la contraria de aquella cuya función pude articularles, función creadora de sentido, de significación, de sonidos, de sonidos puros que llegan. ¿Y por qué extrañamente ese BO de Boticelli, término tan cercano a Signorelli, tan cercano que hasta hay más de lo que Freud dijo al respecto; y no es sólo el ELLI lo que sobrenada, es también el O de Signorelli-Boltraffio. Sin duda aquí la otra parte la aporta Trafoi, pero todavía ese BO… y ese BO, Freud lo encuentra enseguida, sabe muy bien de dónde proviene: viene de otra pareja de nombres propios que son propiamente hablando BosniaHerzegovina. Y el HER de Herzegovina, ¿qué es? Ese Herr del relato, ese Herr en torno al cual gira entonces algo, ¿acaso no está ahí… aquí dejo el texto, el texto de Freud, pues lo que quiero mostrarles es que, aquí todo sucede como si, por el hecho de la acomodación del sujeto en el Herr fuertemente esclarecido por la conversación, ubicado en la cima del acento de lo que viene a constituir la confidencia del uno al otro de los sujetos, es como si el BO viniese a ubicarse allí en alguna parte en un punto marginal. ¿Y qué es lo que designa si no el lugar desde donde el Herr hala a Freud? Lo que Freud no dice en ese primer tanteo, porque aún no puede verlo, articularlo, porque la noción ni siquiera ha visto la luz, ni siquiera ha emergido plenamente en la teoría analítica, lo que no ve, es que la perturbación en cuestión aquí está esencialmente vinculada

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con la identificación. Ese Herr en cuestión es ese Herr que ha conservado en este caso todo su peso y toda su atrevimiento; que no quiere dejarse llevar con ese simple hombrecito de leyes un tanto más lejos hacia la confidencia médica; aquí, es el médico, el Herr, aquí está, Freud, identificado por una vez con el personaje médico, que tiene mucho cuidado ante el otro. ¿Pero qué es lo que pierde? Allí pierde como su sombra, su doble, que tal vez no es tanto, como lo dice el texto el Signor… eso tal vez sea ir demasiado lejos, como siempre se va en la traducción, en el sentido de dar […] En lo que me respecta, me vería llevado antes bien a ver que el O de Signor no se ha perdido en absoluto, y hasta se duplica en ese Boltraffio, ese Boticelli; si se piensa que es el sig, que igualmente es tanto el signans como el Sigmund Freud, lo que resulta ubicado en el punto de escotoma, en el punto en cierta forma ciego del ojo, es el lugar de su deseo propiamente hablando, en la medida en que es el verdadero lugar de su identificación, ya que todo esto tiene que ver mucho como lo que el año pasado les evoqué respecto a la función de la mirada en la identificación que (no omitan esto, que está en el texto, e igualmente articulado sólidamente, y dejado sin solución) y es que Freud anota que en varios de los casos que él ha puntualizado de esa manera, tiene lugar algo absolutamente singular, en el momento mismo en que él fracasa buscando el nombre de Signorelli, tan admirado por él, ¿qué es lo que, incesantemente (déjenme adelantarme a mi propio discurso), qué es lo que no deja de mirarlo? Digo que anticipo porque no es lo que Freud nos dice. Nos dice que en ese momento, durante todo el tiempo que buscó el nombre de Signorelli (y terminó por hallarlo, alguien le dio ese nombre; no lo halló él mismo), durante todo ese tiempo la figura de Signorelli, que está en el fresco de Orvieto, en alguna parte abajo a la izquierda y con las manos juntas, la figura de Signorelli nunca dejó de estarle presente, provista de un brillo particular. Le paso aquí la pelota a alguien que, atento a mis comentarios, me planteaba recientemente la pregunta ¿qué quiere usted decir exactamente, qué es lo que queda escrito en el texto de su seminario cuando dijo que el sujeto, desde donde se ve, no es de ahí desde donde se mira? Y recuerden también lo que les dije que era el cuadro: el verdadero cuadro es mirada; que es el cuadro el que mira al que cae en su campo y en su captura; que el pintor es el que, del Otro v , ante él hace bajar vi la mirada. Aquí Signorelli, y en la misma medida en que reluce en esta falsa identificación, en ese falaz entrecruce de la superficie en la que Freud se engancha, se sostiene y se rehúsa a dar todo su discurso, lo que ahí pierde de esa identidad cernida de ese hueco del nombre perdido y de ese sign... de ese sign encarnado hasta en el término a través de una especie de prodigiosa suerte del destino, que allí está de verdad escrito, escrito en significante, ¿qué sale ahí? Pues la figura, la figura proyectada ante él de él que ya no sabe desde dónde se ve, el punto desde donde se mira. Porque esa S del esquema, en la que les he mostrado que se constituye la identificación primordial, la identificación del rasgo unario, la identificación del I, desde donde en alguna parte todo se localiza para el sujeto, de esta S, él no tiene por supuesto ningún punto. Es aquello por lo cual el punto de nacimiento está por fuera, el punto de emergencia de cualquier creación que pueda ser del tipo del reflejo, del tipo de lo que se ve, de lo que se v vi

La versión dactilográfica de este seminario, producto de la estenotipia inicial, dice “del otro”. [hace bajar ante él/…], comentario al margen en el texto establecido por Michel Roussan.

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organiza de secreto, de lo que se localiza, de lo que se instituye como intersubjetividad. Este esclarecimiento que aparece de repente sobre la imagen misma de aquel cuyo nombre está perdido, de aquel que se presentifica como la falta, es en verdad... y Freud nos deja la cosa en suspenso, en cierta forma nos deja [...] nos deja su rendición, como se dice sobre ese asunto, es la aparición de ese punto de emergencia en el mundo, de ese punto de surgimiento a través del cual, lo que en el lenguaje sólo puede traducirse por la falta, viene al ser. Traducción: Pio Eduardo Sanmiguel Ardila. Colaboraron en la revisión de la traducción y de esta versión en español: Belén del Rocío MORENO CARDOZO, Carmen Lucía DÍAZ LEGUIZAMÓN, Eduardo ARISTIZÁBAL CARDONA, Javier JARAMILLO GIRALDO, Mario Bernardo FIGUEROA MUÑOZ, Pilar GONZÁLEZ RIVERA, Tania ROELENS HRNCIROVA. Posteriormente he recibido precisiones, anotaciones, correcciones de Sylvia de Castro K., Myriam Cotrino y Luisa Matallana L., a quienes agradezco sinceramente el haberse tomado el tiempo para anotar sus dudas y enviarlas a este correo. Esta traducción continúa en proceso; así que, cualquier duda, comentario y/o precisión serán bienvenidos; comuníquelos, por favor, a la siguiente dirección electrónica: [email protected]

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Lección 5 13 de enero de 1965 Tienen que saber que yo me pregunto si satisfago lo mejor que puedo los deberes de mi discurso. No me basta con que me lleguen alabanzas, como por ejemplo la de la última vez: que fue una faena exitosa. La elocuencia que puede conllevar el discurso es una complacencia para con mis oyentes, y no, tal como fingen cerciorarse de ello en más de un lugar, fuente de satisfacción para mí. Y este tipo de cumplidos, sobre todo cuando me llegan desde el lugar a donde dirijo un mensaje preciso, me decepciona aún más. Asimismo sin embargo, si hay puntos de esta asamblea en los que sé muy bien a quién me dirijo, hay toda una parte, toda una parte de esas caras que veo y vuelvo a ver a punto con el fin de localizarlas, de reconocerlas, sobre las que he llegado a preguntarme qué los llevaba a estar aquí presentes. Y esa es una de las razones por las cuales quise instituir el miércoles cerrado de mi seminario. Propiamente hablando, éste le dará nuevamente un sentido a esa palabra seminario, en la medida en que espero que haya quienes quieran contribuir a ello. Fue entonces cuando, al pedir que se me solicitara la entrada, solicitud que no se hizo para negar la entrada sino todo lo contrario, tuve también la oportunidad preciosa para mí, no solamente de ver (soy capaz, entre muchos tipos de eco, de imaginar qué pueden recibir tantos oídos atentos a seguir mi discurso) sino de recibir de boca suya el testimonio de lo que cada uno y cada una de esa parte de mi auditorio parece buscar en efecto en lo que vienen a oír aquí. Están los que me dicen sin rodeos que no entienden todo pero que luego, muy desconsideradamente, llegan a veces a darme prueba de que se reprochan el haberlo hecho, y de que en esa ocasión se han sentido estúpidos. ¡Que se tranquilicen, no son los únicos, y la ventaja que tienen sobre los demás es la de darse cuenta! ¿Qué significa que no comprendan todo? Que no comprendan todo un contexto (y con razón, porque yo no puedo entregárselos aquí), que es el de los puntos de apoyo sobre los que intento asentar para ustedes lo que me parece concluirse de una experiencia, la experiencia analítica, experiencia que forzosamente he avanzado más yo que ellos, hablo para esa parte de mi auditorio a la que me referí hace un instante. Ese contexto, no puedo [sic], quiero decir lo que me permite puntuar, para tal o cual sector más advertido de mi auditorio, qué correspondencia precisa puede hallarse en las fórmulas que, siendo resultado de mi experiencia, no son enteramente legibles para todos, precisamente en tal camino de investigación. Por ejemplo, la vez pasada, esas investigaciones sobre el nombre propio donde la fluctuación y hasta el desfallecimiento, la resplandeciente paradoja de las fórmulas de tal pensador nos ofrecen el medio de control que nos asegura que estamos, cuando abordamos un punto de coherencia, de coherencia interna, de coherencia que podría llamar global de toda nuestra experiencia, como la que les planteé la última vez bajo el título de identificación, que nos dan fe de que tratándose del nombre propio, no solamente lingüistas sino lógicos, y aún (digamos la palabra, no desmerece que se la pronuncie tratándose de Bertrand Russell) pensadores, dudan, resbalan, y hasta se equivocan cuando abordan ese punto de la identificación en el uso privilegiado que tendría el nombre propio al designar el

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momento elegido de la indicación, de la localización de lo particular tomado como tal. Seguramente aquí los analistas somos responsables; quiero decir, que no podríamos eximirnos de aportar nuestra contribución, si nuestra experiencia nos permite dar fe de una función de oscilación, de vacilación, de dinámica especialmente indicadora con la cual la función del nombre propio resulta atrapada en algo que es justamente nuestro campo, el campo de la experiencia psicoanalítica, si acaso merece ser designada como lo hago, de una cierta manera más integradora, más específica que cualquier otra, por interesar allí al sujeto. Por eso no es necesario que todos los que están aquí tengan presentes además, al nivel de su conocimiento, de su cultura, digámoslo, esos términos de referencia; que sobre eso pueden quedar puntos de enganche, anzuelos suspendidos, puntos en los cuales podrán más tarde, más lejos, hallar apoyo, en la estela de líneas a las cuales tendrán que referirse. Seguramente nada perderán en su marcha al recordar aquí el hilo conductor que habrían podido tomar, y en muchos esa sensación del hilo conductor, del Leitfaden, me es dada de una manera nada ambigua y que me asegura que el lenguaje no necesita estar cargado de erudición explícita, de referencias (cuyas listas no puedo ofrecerles en cada ocasión por el campo que tengo que recorrer), que no necesitan nada de eso para sentir que en tal o cual de sus trabajos particulares, mi discurso les sirve de ese hilo conductor. Por eso es que, a todos aquellos que me aportan ese testimonio (de una manera que yo creo oír y de la que creo poder cerciorarme), les está abierta por derecho la puerta de ese seminario, aún cuando partan del hecho, por razones que en ciertos casos son totalmente legítimas, de que no se precipitarán a contribuir a éste. Cualquiera de aquellos a quienes siento que ese discurso radical, como lo es nuestra experiencia (la experiencia analítica), les aporta (ya sea de muy cerca o de muy lejos), tal socorro, de todos aquellos anhelo su presencia, y pueden contar con que no se la rechazaré. La demanda que formulé no es pues una exigencia destinada, si puedo decirlo, a crear un acto de fidelidad, a bajar la cabeza bajo no sé qué arco a la entrada, es un deseo de conocer a quien le hablo y en qué medida puedo verme llevado a responder más precisamente a su pregunta. Ha de subrayarse de hecho, que salvo ciertas eminentes o notables excepciones, me sorprendió, se los señalo, (no lo echo de menos, y espero), me sorprendió tal vez por la poca prisa de quienes, teniendo más derechos para venir acá donde precisamente contribuir, no creyeron necesario (por una u otra razón, tal vez porque sienten de antemano que su derecho de entrada lo tienen asegurado), precisarme explícitamente aquello que yo esperaba que ellos plantearan de manera más articulada, a saber, en qué medida estarán dispuestos a aportar entonces, aquí, a este círculo, este círculo más restringido, la contribución de su trabajo. Entonces, pienso haber precisado, repetido, repetido a tiempo puesto que estamos a quince días de lo que será el primer miércoles al que llamé, ya oyeron en qué sentido, miércoles cerrado... Me veo forzado a volver sobre la fórmula, que ustedes sentían que no debe tomarse, de ninguna manera, de forma exclusiva: ese miércoles cerrado quiere decir que no podrán entrar sino aquellos que dispongan en esa fecha de la carta que los invita expresamente. Volvamos sobre nuestro propósito, aquél en el que los dejé la última vez. ¿Qué quiere decir, a qué apuntaba el momento al que habíamos llegado? ¿Dónde retomaré hoy? ¿Cuál 57

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es el sentido de ese menudo aparato del que algunos subrayan lo que llamaré, o que han llamado, la ternura con la cual les modelé la forma de esa botella de Klein? ¿Cuál es esa fantasía? ¿Acaso hay que escuchar ahí alguna cosa diferente a parábola? Y como muy a menudo sucede, para algunos la pregunta resulta nueva, ¿a dónde quiero llegar con esos modelos? Pienso haber designado lo suficiente el punto en el cual ese modelo [es] especial entre otros, puesto que hace parte de una familia. No está solo, se asocia con lo que llamé en el momento, evocándoselo más o menos para su uso, el toro y el cross-cap, con esa introducción fundamental sobre lo que puede diferenciar los unos de los otros en la medida en que intervenga o no esa singular superficie que se anuda de una manera específica consigo misma que le da, ya sea que se dibuje o que se aísle en una banda, la singular propiedad de sólo tener una cara, un solo borde: la superficie de Mœbius. Yo la nombré, mi discurso señaló el hecho de que, en la botella de Klein, en donde se ilustra de manera palpable para darle un soporte manipulable a la imaginación, en su esquematismo, que la botella de Klein ilustra algo que se llama, en una superficie apropiada para retenernos, por ofrecerse en cierta forma para agarrarla, porque, al igual que el toro, se presenta de entrada como una empuñadura, por el hecho de que nos presenta la imagen resultante de ese punto de retroceso que le llega en su propio decurso, por el cual, lo que llega de un lado por el interior resulta en continuidad con el exterior del otro lado, y del otro lado, igualmente, el exterior con el interior. En suma, no es tan fácil de imaginar, pero no es tan simple dar un esquema de éste que sea tan apropiado para retenernos. Si, por otra parte, en el discurso, en el discurso hegeliano por ejemplo, y este admirable prólogo a La Fenomenología que Heidegger aísla en las Holzwege para hacer de él un largo comentario, pero que, en sí mismo, en dos, tres páginas en verdad admirables, increíbles, sensacionales y que casi podrían sólo ellas bastarnos para darnos la esencia del sentido de la fenomenología, vemos designado en alguna parte ese punto de inversión de la conciencia como el único punto necesario en el que puede acabar el bucle. Y no hay mejor lugar que ese texto para ver el carácter de bucle que constituye la noción de saber absoluto, que permite que al empujar con el meñique, al adelantar un paso el sentido de ese sujetosupuesto-saber del que a menudo les he hablado aquí y que ustedes entienden con justa razón como el sujeto-supuesto-saber para el paciente, aquel que espera, aquel que mete en el Otro, ese Otro cuya naturaleza no sabe aún para no saber que hay dos acepciones del otro, que ubica ese sujeto-supuesto-saber, del cual les dije que es ya toda la transferencia, al nivel del discurso de Hegel. Tomen ese término de sujeto identificado con el bucle del saber, y, mejor que esta metáfora en últimas aproximada (que en nada evoca especialmente para la imaginación su carácter absolutamente radical), esta metáfora del momento de inversión de la conciencia, no vanamente ni sin razón fundamental nos hace palpar, creo, lo que yo llamaría (fórmula simple), nos hace palpar lo que yo llamaría las cosas tal como son. Después de todo, es bien lícito que hagamos uso filosófico (entiendo que para llevarlos por una cierta vía) tanto de las fórmulas más comunes como de las aparentemente menos chambonas, si con su alcance indican que sabemos mantenernos igualmente alejados de un discurso prematuro sobre el ser en tanto ser, aún más alejados de un discurso sin duda trillado, no sin razón, por

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todas las ambigüedades que se ha dejado que se mezclen en el uso del término de existencia. Tal como son significa... significa que, para aproximarnos muy lentamente a las cosas, no tenemos que sorprendernos tanto de tener que hablar del sujeto como de una superficie. Y acaso no reside sin duda ahí la razón, pero si tuviese que introducir, a alguien totalmente desacostumbrado a nuestro discurso, a la justificación de este proceder, yo diría, qué tiene de sorprendente que, si lo que se trata de abordar (se trataría, supongo, de alguien que nos llegaría desde la ciencia que podría pretender monopolizar el título de objetivo, por tratarse de la ciencia de laboratorio), yo diría, qué tiene de sorprendente el que estemos acostumbrados aquí a hablar como superficie de aquello de lo que se trata, en resumen, ¿de qué? Del funcionamiento del aparato que bien conocen ustedes como aparato nervioso. Y el aparato nervioso, sin necesidad de ir más lejos, pues también es la puerta por la que ingresó Freud, en el momento mismo del descubrimiento afirmado de conexiones interneuronales, de la función fundamental de red que representa el neuroeje; todo lo que se presenta como red puede reducirse a una superficie. Todo lo que sea red puede inscribirse en una hoja de papel. [Diversos ruidos] ¡Ya ven que estamos en un estado policivo!

Espero entonces que este absurdo intermedio no les haya hecho perder demasiado el hilo como para que no hayan oído que lo propio de una estructura de red es manifestarse en su conjunto como algo esencialmente reductible a una superficie, a saber, que no evoca en su naturaleza esta función ambigua, no resuelta, que nos parece tan obvia por causa de nuestra experiencia del espacio real, que se llama el volumen. En verdad, no tengo que entrar aquí en una crítica previa que sería la de la tercera dimensión, pero tengan por seguro que esa crítica previa, en el punto de la experiencia filosófica en que nos hallamos, no me parece haber sido profundizada tanto como convendría, quiero decir, nachträglich, en lo que concierne a la disimetrías, las fallas, la no homología de lo que se constata respecto al sistema de dos dimensiones cuando se pasa al de tres dimensiones. Y a decir verdad, ahí hay algo sobre lo que podría decirse que, como si se tratara de un ejercicio de escalas, nuestras escalas están tan mal construidas que, sólo por eso, empezar con escalas, yo diría que para abordar lo que concierne a la estructura subjetiva, sería ya suficiente justificación y prudencia metódica mantenernos en la superficie, a saber, algo que tanto satisface al nivel de la experiencia subjetiva, lo cual concuerda tan de cerca con lo que nos es exigido aprehender en ese nivel. No por azar el cuadro, valga decir, el cuadro de caballete del que tanto extraje el año pasado para manifestarles de qué se trata en la estructura de la pulsión escópica, no por azar se contenta con ser un plano, y a quien me conteste que la arquitectura es otra cosa le responderé (con un arquitecto en especial y con otros con quienes pude conversar entretanto) que la arquitectura se define como un vacío rodeado por planos, por superficies; que esa es su esencia y su estructura esencial, por lo menos en el plano del problema de realización subjetiva que nos plantea. El instante de ver siempre es un cuadro, y si afirmo que me contento, como con un estadio constructivo, con un escalón de nuestro progreso en últimas, con ese manejo de lo que tiene de propiamente espacial nuestra experiencia del 59

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sujeto y, si quieren, de la res extensa tal como puede reducirse para nosotros, entiendo no obstante que estamos forzados a efectuar su purificación, su extracción, por vías diferentes a las de Descartes, no a tomar ese pedazo de cera, ya tan enteramente sumido en lo maleable, lo informe y lo más accesible a la reducción de todas las cualidades, pero de donde nos puede llegar la duda, si no estamos tan seguros como él de la ausencia de común medida entre la res cogitans y la res extensa, si pensamos que para nosotros la res cogitans no nos ofrece más que un sujeto dividido por depositarse bajo el golpe de los efectos de lenguaje, de si ya en esta esquizia, en esta división, no nos vemos llamados a hacer intervenir un esquema, que no es de extensión pero que es pariente suyo propiamente hablando: el esquema topológico. En cambio, si hay algo que nuestra experiencia nos ordena introducir, justamente también en la medida en que anuda estrechamente para nosotros en los fundamentos del sujeto el lugar que le corresponde, si es en efecto en la relación con el lenguaje donde él determina su estructura, si es el lugar del Otro, con A mayúscula, el campo del Otro el que va a gobernar esta estructura, el campo del Otro (lo presento aquí como la articulación de lo que tendré que desplegar este año) ese campo del Otro se inscribe en lo que yo llamaré coordenadas cartesianas, especie de espacio de tres dimensiones, salvo porque no es el espacio: es el tiempo. Porque en la experiencia que es la experiencia creadora del sujeto en el lugar del Otro, tenemos que tener en cuenta claramente, independientemente de todas las formulaciones anteriores que se tengan, un tiempo que de ninguna manera puede resumirse con la propiedad lineal pasado-presente-porvenir, donde se inscribe en el discurso, en el indicativo, y de ahí lo que puede llamarse la estética trascendental comúnmente admitida en todo intento de inscribir, digamos, en términos más generales, el conjunto del mundo, el universo en términos de acontecimientos. Esas tres dimensiones de lo que pude llamar en su lugar, en un artículo… acepto que difícil de hallar, pero que espero que será puesto nuevamente al alcance de quienes quieran leer su carácter de sofisma (así lo llamé) fundamental, el tiempo lógico o el aserto de certidumbre anticipada75, viene a vincular aquí estrechamente su instancia con aquello de lo que se trata, a saber, ese punto privilegiado de la identificación. En toda identificación hay lo que llamé el instante de ver, el tiempo para comprender y el momento de concluir. Allí pueden hallarse las tres dimensiones del tiempo que están lejos de ser idénticas (también para la primera) a lo que se ofrece a recibirlas. Tal vez el instante de ver sólo sea un instante, y sin embargo no es enteramente identificable con lo que llamé hace poco el fundamento estructural de la superficie del cuadro. En lo que tiene de inaugural es otra cosa, se inserta en esta dimensión que el lenguaje instaura (como el análisis), que el lenguaje instaura como sincronía, que no debe confundirse de ninguna manera con la simultaneidad. La diacronía es el segundo tiempo en que se inscribe lo que llamé el tiempo para comprender, que no es para nada función psicológica pero que, si la estructura del sujeto representa esta curva, esta aparente solidez, ese carácter irreductible que tiene una forma como la que promuevo bajo el nombre de botella de Klein ante ustedes, el término comprender hemos de aprehenderlo en ese gesto mismo que se llama aprehensión y por el hecho de no podérselo reducir a esta forma sustancial de la superficie, en este aspecto de envoltura bajo el que se presenta, esto que las manos pueden agarrar, y ésa es su forma de aprehensión más adecuada; que no basta con

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creer que ahí está, burdamente imaginaria, de manera alguna reductible a lo tangible. Con seguridad que no, puesto que si es ahí donde la noción misma de Begriff, de concepto, puede plantearse de la manera más adecuada (tal como espero, llegado el momento, que deba contentarme aquí con una de esas luces laterales lanzadas de paso, como sucede, para tal o cual aspecto de la experiencia), verán que ese es un modo ante todo infinitamente más sutil que aquel que ofrece la oposición de los términos extensión y comprensión. El tercer tiempo o la tercera dimensión del tiempo en la que conviene que veamos hacia donde tenemos que localizar, dar, las coordenadas de nuestra experiencia, es el que llamo el momento de concluir, que es el tiempo lógico como apresuramiento y que designa expresamente esto: soy un hombre; lo cual se encarna en el modo de entrada en su existencia que es la que se le propone a todo hombre bajo este ambiguo término, ya que su sentido no lo ha agotado, y porque más que nunca, en ese momento histórico vive su sentido dudando. Quién no sabrá ver, más al nivel de nuestra experiencia analítica que en cualquier otra, que en esta identificación, en la que indudablemente la llegada al principio del semejante, la experiencia que se encauza por los caminos retorcidos sobre sí mismos, los ciclos que realiza, si tiene lugar por todo el rededor de esta forma tórica (la botella de Klein es una forma privilegiada de ésta), ese tiempo en el que se ciernen las vueltas y revueltas y la ambigüedad, la alienación y lo desconocido de la demanda, luego de ese tiempo para comprender, es no obstante un momento, el único decisivo, de hecho, el momento en que se pronuncia ese “soy un hombre”. Y lo digo enseguida por miedo a que los demás, si lo dicen antes que yo, no me dejen solo tras ellos. Tal es esta función de la identificación cuya designación nos parece favorecerse aquí con la botella de Klein. Si dibujo para ustedes una vez más lo que, por supuesto, es totalmente impropio denominar sus contornos, porque es verdad que esos contornos no contienen nada de lo que ya les presenté de dos maneras cuyos aspectos son francamente extraños el uno respecto al otro, aún en cuanto al uso que puede hacerse de tal o cual de sus cavidades, siguiendo la fórmula, la forma más simple es, no un contorno sino lo que asocia dos superficies, forma muy particular en la que hallarán aquí, viniendo a insertarse en el orificio circular a través del cual igualmente queda marcada la entrada posible en cada uno de esos dos espacios cerrados que define la superficie, en la medida en que la situamos precisamente en el espacio, y que conviene distinguir esa relación con el espacio de esas propiedades internas. Ahora bien, sobre esta superficie vamos a marcar y a definir (no porque sea un juego sino porque es un soporte que nos será esencial para ubicar tiempos mayores de la experiencia) que si esta forma es una de esas en las cuales podemos darle el más adecuado soporte para lo que es (en el punto en que siempre les he articulado las cosas para poder hacerlo oír sin introducir malentendidos), para lo que es, bajo la estructura del lenguaje, no sustancia, no ύποκείμενον, sino el sub [sous] en la medida en que digo que el sujeto es lo que el significante como tal representa ante otro significante. Esto, que se halla bajo [sous] la trama del significante y por cuanto debemos considerar todo sistema de significante como constituyente de una batería coherente y que implícitamente debe bastar (y como ya les dije, se necesita de muy poco), debe bastar para uso de todo lo que concierna al decir, y para decirlo todo, así definido el sujeto como aquello que del significante se representa en

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el interior del sistema del significante (esto es lo que entendemos por sujeto), el sujeto tiene una forma tal, tal que esta, o dos, cuando más otras tres, ya que el sistema de lazo, de lazo consigo mismo, de costura de la superficie consigo misma, es extremadamente limitado. Ésta como ejemplo que nos permita abordarlo de la manera más accesible, por lo menos en el tiempo presente de mi exposición, en el cual es aquí donde se representará el ejercicio efectivo de ese significante, a saber, lo que se llama decir o palabra, será el trazado de algo que, según las necesidades podemos concebir como línea o como corte, será el trazado de algo que se inscribe sobre esta superficie.

Tomemos por ejemplo esto, que parece sugerir la forma misma de esta parte tórica de la botella, la curva y los retornos, y la sucesión, y el recorrido de algo que sólo se supedita a condición de no traslaparse. Esto nos lleva a una progresión al mismo tiempo circular y obligadamente progrediente puesto que, si volviese atrás, lo único que podría hacer es traslaparse, lo cual no se contempla en la definición que dimos de cierto tipo de corte. Llegamos a lo siguiente: que la demanda como tal, si lo que llamo demanda es ese movimiento circular que tiende a ser paralelo a sí mismo y siempre repetido, que la demanda, en la medida en que no se la debe reducir esencialmente a la demanda de satisfacción de la necesidad de donde intentará hacerla partir una psicología empírica, sino en la medida en que es esencialmente aquello por lo cual el discurso se inscribe en el lugar del Otro (todo lo que se dice, en tanto se dice en el lugar del Otro) es una demanda, aun cuando esté, para la conciencia del sujeto, oculta a sí misma. Y de este talante de demanda y de lo de que depende eso, a saber, esencialmente la esquizia causada en adelante por la demanda en el sujeto, depende la función de lo que inscribí en la esquina derecha de mi grafo bajo la fórmula $◊D, sobre la cual tendremos tal vez la oportunidad de volver hoy antes del finalizar mi discurso. Pero por el momento, entendamos que la demanda se define como el discurso que viene expresamente a inscribirse en el lugar del Otro.

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Diré que la demanda, independientemente de dónde parta, progresa necesariamente (pueden hacer que parta del otro lado, el resultado será el mismo), la demanda progresa hacia un punto que es el que la última vez señalé como punto de identificación. Es justamente de lo que da fe para nosotros la experiencia analítica y lo que, lo sepan o no los habladores, teóricos, quiero decir, conozcan o no su alcance, es localizado por ellos, afirmado por ellos.

Toda la doctrina de la experiencia analítica, que introduce todo su registro sobre esos tres términos conjugados, la demanda, la transferencia y la identificación, sólo se concibe, sólo se aprehende, sólo se justifica efectivamente, hasta cierto punto… aun cuando yo agrego aquí, aun cuando yo vengo aquí a introducir que se necesita otra dimensión a falta de la cual, ésta, tal como se nos define y describe, quedará y permanecerá obligatoriamente encerrada en esta forma que, girando indefinidamente sobre sí misma, no podrá localizar en ninguna parte la certidumbre de un punto de detención.

El año pasado indiqué en qué sentido, respecto a lo que podemos llamar el conjunto de la figura, se inscribía esencialmente la función de la transferencia y del sujeto supuesto saber. Habremos de evocarla de nuevo en este tiempo, pero lo que quiero simplemente hacer presente para su mirada está en ese punto preciso en donde lo que dibujé como el bucle de la demanda se entabla i al nivel del punto de inversión, de retroceso de la superficie, y para intentar hacerles palpar de una manera tan sencilla lo que tal vez podría enunciarse más rigurosamente, mucho más correctamente desde el punto de vista de la teoría topológica con el uso de vectores para esquematizar la botella de Klein, de la misma manera que podrían ustedes esquematizar un toro, es decir, una piel cuadrada cuyo primer enrollamiento cilíndrico va seguido por una atadura que resulta en un anillo circular. La diferencia con la botella de Klein es que si el primer enrollado cilíndrico se hace así, lo que resultará será un nudo de las dos extremidades circulares del cilindro, pero de una manera i

s’engager: comenzar, entablarse, empeñarse, inscribirse, comprometerse, lanzarse… [N. del T.]

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que es inversa, de la una respecto a la otra. Por el solo hecho de esta inversión, cuando viene a entablarse aquí la demanda, si puede decirse, si puedo permitirme hablar en términos tan burdos desde el punto de vista topológico, a entablarse (ese es un lenguaje de partero al respecto) en la falsa S del punto de inversión de la superficie, obtenemos un aspecto diferente, muy diferente que se presenta en el bucle con el cual cada uno de los giros que hasta ahora se anudaban uno con el otro… aquí, si vamos en este sentido, ¿qué encontraremos?

Supongamos que aquí las cosas llegan acá [figura V-9, en a]. ¿Qué sucede? Que el bucle se devuelve para venir a reflejarse sobre el borde que llamaremos círculo de retroceso. Aquí, pasa, en lo que podemos llamar el segundo segmento del falso toro [en b] que es la botella de Klein, y luego nuevamente, al abordar el borde de ese círculo, pasa a la especie de mitad de tubo que constituyen en ese nivel cada una de las partes de ese toro en el momento en que se integran de esa manera tan especial. En cuyo caso es fácil demostrar que, por el hecho de que el número de sus puntos sólo puede ser par, la manera como volverá a salir de ahí será que la demanda, del otro lado, girará en un sentido contrario. A saber que, si aquí la demanda girará en un sentido como este (es decir, si quieren para ustedes en el sentido contrario a las manecillas del reloj, si se miran las cosas desde arriba), del otro lado será en el sentido correcto de las manecillas de un reloj, o al contrario. Porque es importante captar que aún en ese nivel radical, tan sencillo como sea posible, de la función del lenguaje, tenemos que vérnoslas con una realidad orientable. Porque si con seguridad los aspectos que presenta esta figura sólo tienen un carácter externo o contingente, respecto a la superficie, porque no se pueden localizar si no se los sumerge en el espacio, en el interior de la superficie, el punto de retroceso no se manifiesta en ninguna parte, para la superficie misma, de manera tangible. Inversamente, yo diría que la superficie (o quienquiera que habite allí) puede advertir, si pone suficiente atención, qué tipo de superficie es, precisamente en razón de ese fenómeno según el cual los recorridos que allí se realizan pueden localizarse como no orientables, en otras palabras, pueden localizarse 64

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como capaces de hallarse, en un punto cualquiera, invertidos. Repito: si sólo se consideran las propiedades internas a la superficie, hay un movimiento hacia la derecha y un movimiento hacia la izquierda; hay una derecha y una izquierda de un trazado, de un puro trazado de discurso, y puede localizarse que ahí una cosa sea dextrógira o levógira independientemente de las imágenes espaciales, independientemente del fenómeno del espejo. La superficie en sí misma, lo dije, no se mira, y sin mirarse conoce esta posibilidad de, o que sea posible que las cosas que giran en un sentido, giren siempre en el mismo sentido, o que si se trata de otro tipo de superficie, puede hacerse que lo que en un momento gira ahí en un sentido, llegue, tras cierto recorrido, a girar en el sentido exactamente contrario. Esto es algo que es absolutamente esencial definir, porque es lo que nos permite abordar ese algo en torno al cual giran toda la dificultad y los escollos presentes, quiero decir, los escollos que han llegado con el progreso de la teoría analítica, que consisten esencialmente en lo siguiente: si las cosas son como se las describo, a saber, que si no podemos, en ningún desarrollo, en ningún progreso de lo inconsciente en la medida en que puede cernirse en último término en algo que es de naturaleza de huella del discurso, de corte, en ese velo singularmente topologizado que intentamos dar del sujeto como siendo el sujeto de la palabra, el sujeto en tanto determinado por el lenguaje… pues bien, ahí tenemos el único soporte válido… y que no se encuentra a merced de las más burdas imágenes que son las que se dieron en la segunda tópica freudiana (hablo particularmente de imágenes del ideal del yo, hasta del superyó), es en la medida en que podemos llegar a asir, a ceñir los problemas, a ceñir los puntos nodales particularmente y aquel al que hoy le apunto, a saber, el de la identificación, es en la medida en que semejante esquema nos lo permite, que podemos intentar abordar, y con toda su generalidad, de una manera diferente a como se formula por el momento en la teoría analítica, a saber, de manera en extremo insatisfactoria para todo lector capaz simplemente de un poco de audición y de tono, de una manera extremadamente diferente, digo, lo que concierne a lo que yo llamaría lo inconsciente estructural. Porque seguramente es todo lo que justifica tantas elucubraciones en torno a fórmulas como la de distorsión del yo, y hasta formas atípicas, anormales, dominantes del superyó. Porque en efecto, es esta necesitada investigación, hallada en nuestra experiencia, nuestra experiencia que estuvo constituida primero ¿de qué? De eso a lo que se llamó escollos: los puntos analizables de lo que impropiamente se llama análisis del material. ¿Qué hice la última vez? Intenté sugerirles lo siguiente: que, por ejemplo, para una parte de este análisis de material, a saber, la que Freud llamó Psicopatología de la vida cotidiana, pero en donde no obstante sorprende mucho a fin de cuentas que, desde la primera hasta la última página, jamás se hable más que de asuntos de palabras … pues no hay una página, independientemente de la diversidad de los títulos que llevan los capítulos en ese volumen, no hay una página en la que no nos veamos confrontados, de la manera más directa y de la más radical, con esto: que se trata de algo en donde entra en juego lo que se llama propiamente, en el sentido en que lo entiendo, los significantes, es decir, palabras o signos escritos, cosas que tienen valor de significante y respecto a lo cual todo esto se sitúa y sin lo cual nunca puede captarse ni es accesible ni aprehensible ni comprensible en el sentido en que lo entiendo yo ningún intercambio, ninguna sustitución, metáfora, metabolismo de tendencia, por lo menos en ese volumen. Por supuesto, ahí captamos la divergencia, la

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ambigüedad, las dos partes que por ese hecho se proponen y que son subrayadas tanto por Freud como por los autores que con los años él integró a su texto, a saber, que en ciertos casos dominan lo que se puede llamar efectos de significación, pero que en otros casos, debo decir, para sorpresa, pues eso es lo que más los sorprende (sobre todo en una época en la que no tenían otra posibilidad que la de ver allí la contingencia de las huellas mnémicas), están los casos que operan esencialmente, no sobre el meaning, no sobre la significación, sino sobre algo que provisionalmente llamo otro, y sobre lo cual puedo contentarme con decirles que es otro, y sobre el cual no obstante pienso haber dicho lo suficiente ante ustedes como para que al llamarlo non-sens, lo cual no quiere decir ni absurdo ni insensato, pienso haberlo hecho entrever ya suficientemente, non-sens en lo que justamente es más, lo más positivo que hay, lo más unitario, lo más nodal en el efecto de sentido, a saber, en algo que se encarna al máximo en esos efectos de olvido de los nombre propios, tan ricos, tan esclarecedores al nivel del texto de Freud y del texto de quienes fueron los primeros en haberlo oído. Entonces es ahí donde hallamos el campo del primer descubrimiento analítico. Qué quiere decir que haya sido necesaria otra cosa sino precisamente que, sin duda de manera oscura, torpe y descarriada, lo que está ahí detrás, vuelto a hallar, es la estructura del soporte. Esta tópica singular ayuda a suplementar todo eso, que a menudo recae tan burdamente en las vías de la psicología más errada. Es también ahí donde se trata de constituir algo, yo no diría más manejable, sino algo, pura y simplemente, más verdadero, si le damos aquí a ese término de verdadero la orientación que simplemente quiere decir, lo cual no es lo mismo que el uso que hago de éste en otros registros, cuando digo que la palabra es lo que introduce la verdad en el mundo. Ahí, la palabra verdadero, tal como la empleo, así como hace un rato trataba de decir aquí las cosas tal como son, la palabra verdadero quiere decir real. Puesto que, o bien se trata de algo de su clase que ha de entenderse, propiamente hablando, como lo real, ya sea ese real que nos vemos dispuestos a admitir como una dimensión, tal vez la dimensión propia y esencial de lo real, a saber, lo imposible, esto es lo real, o todo lo que les digo no tiene ninguna razón de ser. Ahora bien, si partimos de ahí, ahí que ilustraré la próxima vez mostrándoles no solamente cuánto nos permite eso avanzar en el asunto en cuestión, a saber, la coherencia de los puntos sensibles de la experiencia analítica, sino también lo que nos permite avanzar en la institución misma de la lógica y permitirnos sobrepasar esos impasses, diría, extravagantes, en los que vemos proliferar, en la época moderna, esos sistemas tan satisfechos de sí mismos, tan infatuados, de la logística o de la lógica simbólica, que parecen no darse cuenta de que al criticar a Aristóteles, se adentran por vías de mayor atasco; vías en atolladero en el sentido en que no pueden de manera alguna proponerse como ese algo que se llama metalenguaje, como ese algo que pretendería sobrepasar, cubrir, manejar, determinar la esencia del lenguaje, allí donde, muy al contrario, sólo son extractos de éste. En verdad es irrisorio... y justamente ahí hay un punto sobre el que me gustaría que aquellos que colaborarán en nuestros trabajos del cuarto miércoles, me gustaría, ya que a pesar de todo no puedo, desde la posición en que estoy, quiero decir, con todo el camino que tengo que recorrer este año, adentrarme en lo que llamaría, por ejemplo, la crítica del libro de Bertrand Russell, Significación y verdad, me gustaría que alguien que le haya hincado el diente, es un libro fascinante, y de hecho fue uno de ustedes quien me trajo el texto, hoy en día difícil de hallar, por lo menos en francés, texto fascinante donde verán que

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todo el edificio del lenguaje, una construcción enteramente arbitraria, aunque extraordinariamente seductora por todo lo que permite percibir en los atolladeros a los que nos empuja, que esta construcción del lenguaje como hecho en cierta forma de una superposición, de un edificio de un número indeterminado de metalenguajes sucesivos que se incluyen y se cubren unos a otros, lo cual requiere de un lenguaje en la base que sería en cierta forma primario, y que él llega a llamar “lenguaje objeto”, y desafío a quienquiera a darme un solo ejemplo de eso, todo esto apoyado en una nota que, como en los textos como esos, no es menos importante que el texto y hasta lo es tal vez más, que habla de esta concepción del lenguaje como teniendo necesariamente que hallarse comandada por la teoría que se llama teoría de los tipos, a saber, del nivel de afirmación de la verdad: -

primer lenguaje, lenguaje objeto,

-

segundo nivel, lo que habla de lo que acaba de decirse en el nivel del lenguaje-objeto, a saber, por ejemplo: “dije que... esto es verde”, metalenguaje que ya comienza en ese momento,

-

“pero no debí haberlo dicho...”, primero fue necesario que se articulara la segunda proposición, cuya negación supone un tercer piso del lenguaje,

construcción sobre la que puede decirse que, salvo la voluptuosidad de un lógico, no podría captar en absoluto lo que concierne a la constitución del sujeto, a saber, lo que pone al hombre en posición de tener una relación con todo lo que puede decirse o ser, que lo que literalmente elude, en una fuga loca de lo que propiamente ha de llamarse los problemas del lenguaje, todo ello reposa, nos dice Bertrand Russell, sobre la sencilla necesidad de evitar las paradojas, a saber, esa burda paradoja llamada del mentiroso, paradoja que pienso haberles dicho cómo conviene resolverla; del pretendido atolladero logístico del “yo miento” es absolutamente cómodo, por lo menos para nosotros los analistas, ver que la objeción, la antinomia lógica no se sostiene ni un solo instante y no se necesita relacionarlo con la hermenéutica del señor Bertrand Russell para poder superarla, ni tampoco, por supuesto, con la pretendida paradoja del catálogo de los catálogos que no se contienen a sí mismos, y lo que sigue que ya conocen. Por hoy les digo simplemente por qué camino los llevo y por qué camino espera llevarlos mi próximo discurso, a un término tal que, en el que seguirá luego, nuestro próximo encuentro, a saber, el seminario cerrado, podamos discutir sobre sus puntos de detalle, para que pueda recibir allí tal contribución, tal objeción que le resultará lícita a tal o cual. Se trata de lo siguiente, que se esboza de la manera más clara a través (les ruego que se remitan allí), después de todo ¿por qué haría yo, así como lo hice durante años, una pura y simple lectura comentada de los textos de Freud? El punto es este: la primera aprehensión que resulta de la lectura de la Psicopatología de la vida cotidiana está hecha de esto: efecto de significación. Si algo no marcha, es que ustedes desean eso. Algo que significa algo, matar a su padre, por ejemplo. Ahora bien, esto no es de ninguna manera suficiente, porque no se trata de tal o cual deseo más o menos revelable fácilmente en tal escollo de la conducta que no es, ya se los dije, cualquiera, sino un escollo que concierne siempre, por lo menos en este volumen, a mi relación con el lenguaje.

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Lo importante es justamente que el lenguaje quede allí interesado, y en un punto que no concierne al deseo. Interesado, no en su órgano ni simplemente como delimitación, que de hecho al decir eso no dice simplemente lo que deseo descartar, y lo que Freud descarta desde el comienzo, puesto que esa es la condición misma de su debate, descarte de un trastabillar de palabras como de una parafasia en el sentido puramente motor del término, donde un trastabillar de palabras es un trastabillar de lenguaje. Es en función de una sustitución fonemática, huella ella misma, y huella esencial, la única que puede conducirnos al verdadero resorte de aquello de que se trata, es en ese sentido que interviene el deseo. Y del deseo de matar a mi padre soy remitido al nombre del padre puesto que es en torno al nombre, y no de una manera difusa en torno a cualquier escollo de palabras, es siempre al nivel del nombre, de la evocación propiamente nominal, que se establece, por lo menos en todo ese campo de la experiencia, el punto de referencia freudiano. Ahora bien, ese nombre del padre, si consideramos la estructura de la experiencia freudiana, si consideramos la teoría y el pensamiento de Freud, en ese nombre del padre es que está el misterio, pues es en razón de ese nombre del padre que mi deseo, no solamente es conducido a ese punto doloroso, crucial, reprimido, que es el deseo de matar a mi padre en este caso, sino a muchos otros más puesto que hasta ese deseo de acostarme con mi madre, que es la vía por la cual tiene lugar mi normalización heterosexual, es igualmente dependiente de un efecto de significante, aquél que designé, para resumir, aquí, con el término de nombre del padre. Ahora bien, esto es lo que se trata de seguir por las huellas en todo el enunciado de Freud, también para ver allí la solución de lo que queda abierto, a saber, de lo que de manera torpe él llama el carácter contagioso del olvido de los nombres. Y en un caso que se encuentra al final del primer capítulo nos mostrará esto, que es un primer abordaje. Sin duda es porque todos los asistentes a un cierto diálogo entre varios, a una primera conversación, se hallan presa conjuntamente de algo en común, que sin duda tiene que ver con un deseo (ya verán que no es cualquiera), que un mismo nombre propio, que todos han de conocer muy bien puesto que es el título de un libro que imagino que no debe ser brillante ni en su contenido ni en su teoría, que se llama Ben-Hur... no importa mucho, se trata de una muchacha encantadora que creyó poder decir al respecto, para asombrar un poco a los que la rodean, que había encontrado en éste tales ideas esenciales, no sé qué, sobre los esenios... Ese BenHur que la muchacha no encuentra, ¿qué es lo que el autor que nos trae este ejemplo, que es Ferenczi …[Reik]137, creo, si no me equivoco, de hecho poco importa, tomen cualquier ejemplo y siempre volverán a hallar la misma estructura. ¿De qué se trata? De algo que tal vez guarda cierta relación con un deseo, pero que era, si puedo decirlo, o que pasaba por esta vocalización, esta emisión de voz que se habría formulado bin Hure, soy la puta. ii ¿Y está ahí en tanto qué?, dirán ustedes. ¿Dónde está lo importante, dónde lo decisivo? ¿Se trata de lo que esta declaración oculta del anilloiii que pasa por entre la asamblea entre esta muchacha y los jóvenes que la rodean, a saber, de algo que tendería a hacer surgir los deseos de cada cual? ¿En dónde veríamos la garantía de que esos deseos tienen hasta un factor común? Pero que en todos [haya] algo que interesa la declaración del nombre propio, ii iii

bin Hure, soy puta [N. del T.] furet: hurón [N. del T.]

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(en la medida en que en toda tal declaracióniv la identificación del sujeto, e independientemente de la distancia a la que se produzca la relación con el nombre propio, la identificación del sujeto queda interesada), y ahí, en ese nivel, es donde está el resorte. Ahora bien, la manera como tenemos que definir topológicamente de qué se trata en el análisis, que es, claro está, la localización del deseo, pero no de tal o cual deseo, que no es más que sustracción, metonimia, metabolismo y hasta defensa, como es su figura más común; cuando se trata de localizar ese deseo donde el análisis debe hallar su término y sobre todo su eje, como si al final del año pasado lo hubiéramos planteado, es el deseo del analista el que es eje del análisis, ese deseo, debemos saber definirlo topológicamente en relación con este pase, ese fenómeno que de cierta forma está vinculado con él, que aquí sólo empezamos a aprehender, a descifrar, a apreciar, a saber, la identificación. Ahí está lo que será el sentido de mi discurso, el lugar donde lo retomaré la próxima vez.

Traducción: Pio Eduardo Sanmiguel Ardila. Colaboraron en la revisión de la traducción y de esta versión en español: Belén del Rocío MORENO CARDOZO, Carmen Lucía DÍAZ LEGUIZAMÓN, Eduardo ARISTIZÁBAL CARDONA, Javier JARAMILLO GIRALDO, Mario Bernardo FIGUEROA MUÑOZ, Pilar GONZÁLEZ RIVERA, Tania ROELENS HRNCIROVA. Posteriormente he recibido precisiones, anotaciones, correcciones de Sylvia de Castro K., Myriam Cotrino y Luisa Matallana L., a quienes agradezco sinceramente el haberse tomado el tiempo para anotar sus dudas y enviarlas a este correo. Esta traducción continúa en proceso; así que, cualquier duda, comentario y/o precisión serán bienvenidos; comuníquelos, por favor, a la siguiente dirección electrónica: [email protected]

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…en toda esta declaración…, se propone al margen en el texto de Michel Roussan [N. del T.]

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Lección 6 20 de enero de 1965 Tengo que avanzar en ese problema para el psicoanálisis, que es el de la identificación. Identificación que representa en la experiencia, en el progreso, en el paso que aquí intento hacerles dar en la teoría, la pantalla que nos separa de este objetivo que es el nuestro en tanto no resuelto y que el año pasado señalamos como el momento necesario a falta del cual queda en vilo la calificación del psicoanálisis como ciencia. Dije: el deseo del psicoanalista. En una topología intento asir, en una especie de haz, de reunión de hilos más simples que todo lo que les manifiestan las vueltas y revueltas, el laberinto de la lógica moderna de la identificación, en la medida en que entre clases, relaciones y números, ve escabullirse ante sí, como la bolita bajo los tres vasos, aquello que se trata de captar sobre la enunciación de lo idéntico. Asimismo, para facilitarles el acceso a nuestro camino de hoy, acaso partiré de la forma más difundida para cernir, desde hace dos siglos, hay que decirlo, este problema de la identificación: la imagen del círculo de Euler, tan cautivante que no hay estudiante que no haya abierto, que no se haya acercado a un libro de lógica, que pueda, si puedo decirlo así, librarse de su simplicidad. En efecto, se funda sobre lo más estructural, y si es engañosa es precisamente porque su falsa simplicidad se asienta sobre lo que se llama un punto particular, un punto privilegiado de la topología.

El círculo que define la clase, círculo a su vez incluido, excluido, coincidente con otro círculo, hasta varios, que supuestamente representan también los atributos de la clase que se busca identificar, ¿acaso necesito reproducir en el tablero algo que ya, creo, fue trazado cuando abordé por primera vez el silogismo cuya conclusión “Sócrates es mortal”...? Sócrates... los hombres... los mortales... Todo un gran buen siglo (lo contrario de lo que, de hecho, se llama el siglo del genio) se fascinó con este extraordinario engañabobos forjado por Euler a la moda de su época, tal como lo demuestran las innumerables obras publicadas en ese siglo sobre ese tema, fascinados con esta obra aparentemente impensable para ellos que era la educación de las mujeres. Esos círculos de Euler que ahora llenan sus manuales fueron forjados para una mujer, princesa además. Tal preocupación, tan tenaz, oculta siempre una subestimación del sujeto al que se apunta que porta lo suficiente esas marcas 70

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en todas las obras que se titulen con este fin, e igualmente, creo, es en la medida en que Euler, que no era en absoluto un espíritu mediocre, pensaba que le hablaba a doble título a una retrasada, que hizo circular esos atractivos círculos, pero sobre los cuales espero mostrarles que dejan escapar lo más esencial de lo que suponen captar. Asimismo, ¿no sorprende acaso que sea en un tiempo en el que la figura estaba en cierta forma integrada a la imagen mental común de la esfera, que se pueda operar con un círculo como se lo hizo en los tiempos romanos del círculo de Popilo sin preocuparse de que resulte, si se piensa, que ese círculo delimita, según la superficie sobre la cual se lo trace, campos de valencias que pueden ser muy diferentes y, en lo que concierne a la esfera, delimita exactamente lo mismo en el exterior y en el interior? Por muy pequeño que tracen el círculo en torno a mí, puedo decir que lo que encierran es todo el resto de la máquina redonda. Entonces, tengamos un poco de cuidado antes de manejar el círculo y sobre todo no olvidemos que su mayor mérito en este caso es darnos, con su forma, una especie de sustituto de lo que llamé, en el sentido en que lo hice llegar, la comprensión, en el doble sentido de comprensión verdadera, conceptual, de Begriff, aquello sobre lo que la Begriff vuelve a cerrarse, es este asidero cuya imagen da el círculo en tanto es (esto lo introduje la última vez) el corte de esta parte tórica de nuestra superficie sobre la que recaerá nuestro discurso de hoy, en parte, y por otra parte, al dar de esta comprensión únicamente una imagen, que es además soporte de todos los señuelos, y en particular de que extensión y comprensión puedan confundirse, de que en el círculo se imagine el conjunto numérico de los objetos sin subrayar las condiciones que implica que entre en juego el número y que son radicalmente diferentes de las características clasificatorias, por lo menos en aquello que nos permite aprehenderlo en la función de significación. La localización numérica es de otro orden, éste es un campo en el que no me adentraré hoy, porque es precisamente el tipo de asunto que he querido reservar para la parte cerrada de este curso, que llevará el nombre de seminario, quiero decir, que la homología de la función que toma el nombre del número (el nombre del número en tanto no podría distinguírselo de la función del número entero), la homología en el sentido en que es más sorprendente aún, más necesario que en las indicaciones que ya pude empezar a darles sobre la función del nombre, en tanto cubre algo, en tanto cubre precisamente un círculo pero de naturaleza muy especial, círculo privilegiado que marca el nivel de reflexión de la superficie de la botella de Klein en tanto que ésta es superficie de Moebius, el número, dado su cuerpo ocupa ahí, de manera evidente, evidente para el análisis de su estructura, para los problemas que le plantea al matemático... Ustedes saben que el matemático, en su ímpetu moderno, no podría tolerar que algún punto de su lenguaje no pueda, no esté construido de tal manera que no capte al mismo tiempo varios tipos de objetos heterogéneos. Los privilegios, las resistencias de la función del número entero a esta generalización matemática (aquí pongo términos entre comillas para no introducir una referencia más técnica) es lo que resulta problemático para el matemático; esto lo ha llevado a hacer esfuerzos considerables y el asunto es saber si han tenido éxito en homogeneizar la función del número con la de las clases. Espero que esto sea lo que se trate durante nuestro próximo encuentro, encuentro cerrado, aquí, a manera de seminario. Que me baste aquí con indicar, en conexión con la figura del círculo, que se llega, justamente al seguir la indagación matemática, que se llega a un esquema estrictamente homólogo a aquel que planteo aquí al darles el significante como representante del sujeto

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para otro significante. La teoría matemática que representa tanto la solución (esto es lo que cuestiono) como el tope, tal vez resulte más verdadero decirlo, de este intento de reducir, de resolver la función del número entero en el lenguaje matemático, desemboca en la fórmula siguiente, esquematizada exactamente de la misma forma en que les muestro cómo el sujeto en cierta forma se transporta de significante en significante, representando cada significante para aquel que lo sigue; bajo el uno, es del cero de lo que se trata para la serie de los uno que vendrán, en otras palabras, el descubrimiento condicionado por la investigación lógicomatemática más reciente, el descubrimiento de la necesidad de que el cero, la falta, sea la razón última de la función del número entero; que el uno originalmente lo representa, y que la génesis de la díada es para nosotros muy distinta de la génesis platónica, por el hecho de que la díada está ya en el uno en la medida en que el uno es lo que representará al cero para otro uno. Cosa singular ésta, que hace y que lleva en sí, sobre todo número n la necesidad del n + 1, justamente por ese cero que allí se agrega. Cosa extraordinaria: se necesitaron los largos rodeos del análisis matemático para algo que se da, en la experiencia del niño, para infatuación de los pedagogos que incluyeron en el nivel de los tests de minusvalía mental, de insuficiencia en el desarrollo, al niño que dice “tengo tres hermanos: Pablo, Ernesto y yo”14, como si justamente no se tratara de eso, a saber, que “yo” debe estar aquí en dos lugares, en el lugar de la serie de hermanos y también en el lugar de quien enuncia. Este niño sabe más de eso que nosotros, y cuando intenté reproducir con mi nieto, y en cierta forma poner a prueba, honestamente, con una niñita de cuatro años y medio, los primeros balbuceos, no de la enunciación del número sino de su utilización, pude sorprenderme de que Piaget no saca provecho en ninguna parte (con seguridad Piaget es alguien que no deja de tener una cultura suficiente en el campo de la lógica), que Piaget no saca provecho en ninguna parte de esto que se hace brotar, precisamente al nivel en que se pretende reducir el abordaje que hace un niño pequeño de la numeración de los objetos a un tanteo sensoriomotor, precisamente con una niñita de cuatro años y medio que probablemente no sabe (digo probablemente porque nunca se sabe a ciencia cierta) que no sabe contar más allá de diez, jugando con ella según las fórmulas mismas de Piaget, a saber, con esos famosos cubiertos, cuchillos y platos que se trata de aparejar siguiendo precisamente las vías definidas teóricamente por la primera formación del número, no obstante, poniéndola a prueba sobre el conteo, ante tres vasos, me dice: -

Cuatro. A ver, ¿de verdad? Sí, dice ella: uno, dos, tres, cuatro, sin ningún tipo de duda.

El cuatro es el cero de ella por cuanto es a partir de ese cero que ella cuenta porque, por muy cuatro años y medio que tenga, ella es ya el pequeño circulito, el hueco del sujeto. Ese círculo... ese círculo del que esta mañana busqué o, más bien, le pedí a alguien que me buscara ese famoso texto de Pascal que no quería evocar aquí sin rogarles que se remitieran a él, sin haberlo yo mismo releído. Gracias a los cuidados de innumerables universitarios que se encargaron, cada cual, de volverle a dar su reclasificación personal a esos Pensamientos, que nos fueron entregados en una carpeta cuyo desorden se bastaba a sí mismo, se necesitan en general tres cuartos de hora para encontrar, en cualquiera de esas ediciones, la cita más sencilla. Alguien gastó por mí esos tres cuartos de hora, lo cual me

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permite señalarles que en la gran edición, la edición Havet, encontrarán en la página 72 de los Pensamientos la referencia a esta famosa esfera infinita, cuyo centro está en todas partes y la circunferencia en ninguna. Esto es importante porque, dios sabe que Pascal es amigo nuestro, y amigo nuestro, si puedo decirlo, a la manera como lo es quien nos guía en todos nuestros pasos, neurótico como lo era. Esto no es para disminuirlo (ustedes saben que aquí no damos en la nota de la psicopatologización del genio), pero, bueno, basta con abrir las memorias de su hermana para ver hasta qué punto su angustia y sus abismos y todo este horror del que estaba rodeado, pudo arraigarse en la aversión de la que da fe tan precozmente y sorprende ver el testimonio que la hermana da al respecto, que seguramente al darnos testimonio no comprende absolutamente nada de lo que dice (evidentemente es la mejor condición para dar crédito al testimonio). El horror de Pascal, llevado hasta el pánico, hasta la crisis, a la crisis negra, a las convulsiones, cada vez que veía acercarse la amorosa pareja parental a su cama, es no obstante algo que merece tenerse en cuenta, con la condición por supuesto de estar en capacidad de plantearse la pregunta de saber qué límites debe imponerle la neurosis al sujeto. No son obligatoriamente límites adaptativos, como se dice, sino tal vez rodeos metafísicos, y por eso es que ese mismo hombre, a quien le debemos ese ejemplo de audacia prodigiosa que constituye esa famosa apuesta de la cual se han dicho tantas estupideces hasta desde el punto de vista de la teoría de la probabilidad, pero a la cual basta con acercarse para ver que es precisamente el intento desesperado por resolver la pregunta que aquí intentamos destacar: la del deseo como deseo del gran Otro. Esto no impide ni que esta solución sea un fracaso ni tampoco que Pascal, cuando nos formula su esfera infinita cuyo centro está en todas partes, demuestre precisamente tropezar con el plano metafísico. Quienquiera que sea metafísico sabe que es al contrario y que si hay esfera infinita (lo cual no está demostrado, seguramente), en la superficie en cuestión, lo circunferencial está por todas partes y el centro en ninguna. Es de esto que espero convencerlos, con la aprehensión de esta topología. En efecto, para retomar lo que les señalé la vez pasada, si lo que gobierna lo que sucede al nivel del sujeto es el juego de esta superficie, si el sujeto ha de concebirse como tope [butée i ] por las envolturas y también por las reversiones, por los puntos de reversión de esta superficie, él no conoce ni la superficie misma, si puedo decirlo, ni esos puntos de reversión. Es justamente el hecho de que, por estar implicado en esta superficie, no pueda conocer nada sobre ese círculo de rebotaduras ii siendo él mismo, que se plantea la pregunta desde dónde podemos captar la función de ese círculo privilegiado, sobre el cual les dije que no había que concebirlo de manera intuitiva; no se necesita que sea un círculo. Se lo puede alcanzar, así como el círculo, a través de un corte, pero noten que si realizan este corte, la superficie ya no conserva nada de su especificidad, todo se pierde, la superficie se presenta igual, semejante en todo a un toro al que le hubiesen hecho el mismo corte.

i

Tope de retención, estribo, contrafuerte. Muy probablemente es un error, tal como lo señala Michel Roussan con un al margen. Si se tratara del adjetivo buté/e y el error fuera la transcripción del género, el diccionario arroja “porfiado, da; terco, ca”. ii Cercle de rebroussements : círculo de retrocesos, con retrocesos, dando media vuelta, con sentidos contrarios a la dirección natural, a contrapelo. Un point de rebroussement es el punto doble de una curva donde las dos tangentes se confunden.

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La pregunta por lo que sucede al nivel del círculo de reversión, es a lo que hoy quiero intentar hacer que se aproximen, en la medida en que ahí podemos captar (dejo pasar el término, le pongo comillas para hacerme entender) el modelo de lo que nosotros interrogamos con la función de la identificación.

La última vez recordé que las espiras de una traza prolongada sobre la superficie externa de la botella de Klein (que aquí ven representada entera a la izquierda, representada sólo parcialmente a la derecha [figura VI-2], a saber, en el punto en el que nos interesa en las inmediaciones de lo que acabo de llamar círculo de reversión, o de rebotadura, como lo entiendan ustedes), las espiras de la demanda con su repetición en un toro sencillo (tal como ya lo desarrollé ampliamente en otra ocasión, y precisamente en relación con la estructura del neurótico), llegarán a volver sobre sí mismas, coincidiendo o sin coincidir, o aún sin tener que coincidir, simplemente prolongándose como tal como resulta fácil figurarlo, una vez que se le ha dado la vuelta completa al toro, insertándose dentro de esas espiras precedentes, podrá proseguir indefinidamente sin que nunca aparezca, al contar las vueltas, esta serie de giros suplementarios realizados al darle la vuelta al toro y la vuelta, si quieren, de su hueco central. Aquí, en la botella de Klein, ¿qué vemos producirse? Ya se los dije la vez pasada, y el esquema que acabo de figurarles hoy les muestra que, por una necesidad interna de la curva, esos giros de la demanda, sobre el círculo de reversión, al deber necesariamente reflejarse de un borde al otro de ese círculo para permanecer en la superficie misma, en el punto, en el campo de la superficie en la que se trama, llegará necesariamente, habiendo franqueado según la (pueden verlo, les representé su incidencia mínima), según, desde su perspectiva, un semicírculo, habiendo franqueado este paso, teniendo siempre que franquearlo un número impar de semicírculos, reaparecerá del otro lado tórico de la botella de Klein girando en sentido contrario. Lo que estaba a la derecha, ya que es de ahí que hacemos partir, como les indican las puntas de flecha que vectorizan ese trayecto, a la derecha, digamos que giramos en el sentido de las agujas de un reloj, si nos ubicamos convenientemente. Conservando el mismo lugar, es en el sentido contrario de las agujas de un reloj que viene a operar el movimiento de la espiral. Ahora bien, esto, esto para nosotros es, en cierta forma gracias al favor aquí recibido que nos ofrece esta figura topológica, que nos entrega el nudo, si puedo decir, intuitivo, ya que se lo represento con una figura, pero que no necesita en absoluto de esta figura que yo podría simplemente, de una manera que les resultaría más oscura, más opaca, apoyarla para ustedes sobre un dispositivo reducido a ciertos símbolos algebraicos, agregándole vectores, 74

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y que resultaría mucho más opaca para la representación de ustedes. Entonces, esta figura, con su recurso intuitivo, la destino a permitirles captar la coherencia que hay en ese punto (si lo definimos, si lo determinamos como cerniendo las condiciones, los favores y también las ambigüedades y por lo tanto los señuelos de la identificación), a hacerles captar también la conexión de ese punto, y que le da su verdadero sentido, con lo que constatamos en nuestra experiencia, lo cual es para nosotros la clínica, la clínica analítica, lo cual es tan forzado para nosotros, que hemos debido modelar allí nuestro lenguaje, a saber, la reversibilidad esencial de la demanda, lo cual hace que, en el juego dinámico, de complejos, no hay, por ejemplo, fantasma de devoración al que no le supongamos que implique, que necesite en cierto momento (momento que por fuera de esta teoría resulta oscuro en su inversión propia), digo, que resulte en esta inversión y que ordene el paso al fantasma de ser devorado. Captar la coherencia con el punto focal, con todas las determinantes que nos permitirán anudar la localización de ese punto focal, captar la coherencia de ese hecho de experiencia con lo que llamamos de manera tan confusa la identificación, precisa al mismo tiempo qué pasa con tal o cual identificación, con esta y no con otra. Ahí está en qué avanzamos y qué comanda nuestro paso. Una cosa queda segura, les hablé de las espirales de la demanda, me permitirán no explicar ya más, puesto que es asimismo algo accesible, quiero decir, no muy difícil de concederme, simplemente probando sus consecuencias; no puedo aquí proseguir un discurso que se constriñe (salvo transformando completamente la naturaleza de lo que les enseño) si no se da un salto lógico. Lo que llamaremos un enunciado en el sentido en que nos interesa, en el sentido en que tiene incidencias de identificación (no digo ahí identificación analítica sino identificación analítica y conceptual), es algo que, en efecto, queremos simbolizar claramente con un círculo, excepto porque nuestra topología nos permite distinguirlo estrictamente del círculo de Euler, a saber, que no hay que plantear contra éste la objeción que pudimos plantear hace poco, a saber, que ese círculo, al no precisar en qué superficie descansa, puede definir dos campos estrictamente equivalentes en el interior y en el exterior. Además, el círculo de Euler, para ser llevado aparentemente sobre un plano (quiero decir, que no se especifica nada al respecto), no obstante tiene manifiestamente la capacidad de deberse reducir a un punto. Un círculo que, a la manera de las espiras de nuestra demanda, da el giro de la parte tórica, ya sea del toro o de la botella, es un círculo que no tiene esa propiedad, ni el uno ni la otra; primero, no define dos campos equivalentes, por la simple razón de que sólo define uno: abrir la botella o abrir el toro con la ayuda de un corte así circular [Figura VI-3a], es

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simplemente hacer un cilindro en ambos casos; además, ese círculo no puede reducirse a un punto. Lo que nos interesa es para qué puede servirnos un círculo definido de esta manera. Ese círculo es el que va a permitirnos precisamente discernir lo que nos interesa sobre las funciones de la identificación. Digamos que, según ese círculo, que como ven es un corte, ya no es un borde, vamos a intentar ver qué pasa con las proposiciones nuestras, las que nos interesan: las proposiciones de la identificación. Tal como se los mostré una vez, para pasar a la práctica, podemos inscribir la proposición predicativa (como se dice para caracterizarla gramaticalmente), pues es la proposición más sencilla, la que apareció de primera en la tradición, respecto a la identificación, podemos inscribirla en el contorno de ese círculo.

En ese círculo así escrito podemos, tal como está ahí por ejemplo [Figura VI-4] (no tengan en cuenta aún ni las letras ni la función de esta línea diametral), podemos escribir “todos los hombres son mortales”. El “son mortales” debería haber sido escrito seguidamente; habría debido escribirlo también al revés, pero eso no habría agregado nada. También podemos escribir “Sócrates es mortal”. Se trata de saber qué hacemos al articular esos enunciados que, según el caso, llamaremos predicación, juicio o concepto. Aquí es donde puede servirnos el caso particular en el que opera ese círculo, que debe reflejarse en lo que llamé hace poco el círculo de retroceso en la botella de Klein. Ven entonces que al figurar en azul ese círculo de retroceso [Figura VI-5 en a], el otro círculo está hecho de una línea que viene a reflejarse en su borde [en b], para retomar su trazado sobre la otra parte de la superficie [en b’], aquella que el círculo de retroceso separa de la primera. Pero si así sucede, la primera mitad del círculo, la que era exterior a la primera mitad de la superficie tal como acabo de definirla así, continúa al contrario en el interior de la misma superficie si consideramos que el interior (esto es el interior de la botella de Klein [figura VI-6]), en resumen, que a ese nivel las dos mitades del círculo no son homogéneas; que desde el punto de vista de la identificación no es en el mismo campo (salvo si se quiere uno enceguecer a toda costa, tal como es la función del lógico formal), que no es en el mismo campo, en el sentido en que nos interesa, que se plantean el “todos los hombres” y el “son mortales”; que se plantean el “Sócrates” y el 76

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“es mortal”; que no se dice que por adelantado el “Sócrates” no deba distinguirse, en su función misma, lógica, de lo que sería el sujeto de una clase definida simplemente como predicativa. ¿Y quién no siente que no se trata de algo muy diferente cuando se dice que un hombre o todos los hombres son mortales, que no se trata de algo totalmente diferente a definir, por ejemplo, la clase de las ocas blancas? Hay una distinción radical que aquí se impone, que sostendremos con el vocabulario filosófico como podamos, que la distinción de las cualidades, por ejemplo, y de un atributo seguramente no es, no es homogénea, lo cual no significa de hecho que la clase de las ocas blancas no nos plantee problemas, en la medida en que el uso de la metáfora nos dará mucha guerra al calcular qué pasa con la prioridad de la pajarería o de la blancura. Y seguramente la clase de las ocas blancas puede reducirse de manera diferente a la de la definición que nos hace articular que todos los hombres son mortales. Al hablar de todos los hombres como mortales, no hablamos de una clase que especifica, entre las demás, a los mortales humanos. Hay otra relación del hombre con el ser mortal, y es precisamente esta que se halla en suspenso a propósito de la cuestión de Sócrates. Porque podemos cansarnos de evocar los problemas que pueden parecernos rebatidos y sentir su olor de escuela en lo que respecta a la universal afirmativa, a saber, ¿hay un universal del hombre? O bien, ¿en este caso el hombre quiere decir simplemente, tal como se esfuerza en plantearlo la lógica de la cuantificación, cualquier hombre? ¡Es que esto no es en absoluto lo mismo! Pero así mismo, ya que aún nos hallamos en ese tema en los debates de la escuela, tal vez, nosotros que tenemos un poco más de prisa y que podemos sospechar tal vez que en alguna parte hay extravío, replantearemos la pregunta al nivel del nombre propio, y preguntaremos si va de suyo, aún admitiendo que todos los hombres sean mortales, que se trate de una verdad que se presenta ella misma suficientemente como para que no debatamos sobre el sentido de la fórmula; si al partir de ahí es legítimo decir, concluir, deducir, que Sócrates es mortal. Porque no dijimos “el hombre cualquiera, que tal vez se llama Sócrates, es mortal”; dijimos “Sócrates es mortal”. El lógico va sin duda demasiado rápido. Aristóteles no se saltó ese paso, pues sabía lo que decía tal vez mejor que los que lo siguieron, pero muy pronto en la escuela escéptica, estoica, el ejemplo se volvió común. ¿Y por qué se dio con tanta facilidad el salto a decir Sócrates es mortal? Aquí no pude señalarles (porque después de todo, los dispenso de ello así como de muchas otras cosas) que en la escuela estoica se dio justamente un paso en torno al cual viró el sentido acordado como tal al término nombre propio: La őνομα, como opuesta a la ρη̃σιζ, a saber, como una de las dos funciones esenciales del lenguaje. La őνομα, en tiempos de Platón y Aristóteles, así como de Protágoras y también en el Cratilo, la őνομα, se llama, cuando se trata del nombre propio, la őνομα χύριον, lo cual quiere decir el nombre por excelencia. Sólo con los estoicos el ϊδιον toma el aspecto del nombre que, les pertenece particularmente, les gana de mano. Y eso es justamente lo que permite esta falta de lógica, pues en verdad si preservamos la originalidad de la función de nominación, entiendan con esto en dónde se valoriza al máximo esta función propia del significante que consiste en no poder identificarse consigo mismo, lo que, con seguridad, viene a culminar en la función de la nominación, ese Sócrates, que es al mismo tiempo un susodicho iii y un otrodicho iv (el que se declara como Sócrates y el que otros, otros que son los elementos de iii iv

soi-disant autre-disant

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este linaje, encarnados o no, están cubiertos con el nombre Sócrates) es lo que no puede tratarse de una forma homogénea con cualquier cosa que pueda incluirse bajo la rúbrica de “todos los hombres”. Intentemos ver esto más de cerca. Está claro que el veneno, yo diría la agresión de ese silogismo particular, está por entero en su conclusión, y asimismo no habría sido elevado a este valor de ejemplo clásico si no incluyese en sí ese algo que se satisface con el placer de reducción que siempre experimentamos nosotros cuando se trata de un escamoteo cualquiera, porque a fin de cuentas, siempre se trata de lo mismo, a saber, de la función del sujeto que habla. Y volver necesario decir simplemente que Sócrates es mortal porque todos los hombres lo son, es escamotear también lo siguiente: que para un sujeto hay más de una manera de caer bajo el golpe de ser mortal. Pocas cosas sabemos de Sócrates. Por muy sorprendente que parezca, este hombre del cual salió toda la tradición filosófica desde que apareció, toda la tradición filosófica llamada occidental, en fin, la nuestra, abran si quieren los quinientos volúmenes filosoficopsicológicos donde podrán ver abordado su tema, los otros casi quinientos en los que verán apreciar la fecha que constituye, el paso filosófico que aportó, no solamente no encontrarán que una sola de esas apreciaciones, de esas coordenadas, de esos balances coincida, sino que lo verán hasta oponerse punto por punto, término a término; les será imposible asegurar allí alguna certeza. No hay tema sobre el cual los eruditos, los escoliastas, no puedan divergir radicalmente. Y no es porque Platón nos de una imagen abundante al respecto, multiplicada y a veces seductora como un croquis de época, hasta como una fotografía, no es la multiplicidad de esos testimonios que agrega una sombra más de consistencia a esta figura, lo que hace que nosotros queramos interrogarlo en nuestro turno, a él, el gran cuestionador. ¡Qué misterio! Sin embargo, hay en ese susodicho por excelencia lo que, gracias a quienes lo han seguido (sin duda no ha sido por azar), en ese susodicho siempre susodicho Sócrates (lo cual aquí quiere decir exactamente lo contrario, a saber, que él no se dice), hay no obstante algo… dos cosas que son irrefragables, dos maneras que no se prestan a interpretación, en lo que respecta a los dichos de Sócrates. El primero… la primera de esas dos cosas, es la voz. Voz sobre la que Sócrates nos atestigua que no era una metáfora. La voz ante la cual él dejaba de hablar para oír lo que tenía que decirle, igual que uno de nuestros alucinados. Y, cosa curiosa, aún en ese gran siglo, el XIX de la psicopatología, hubo gran moderación respecto a ese punto del diagnóstico, y en efecto, mientras no se tenga una idea realmente adecuada de lo que puede ser (¿en qué funciones entra una voz más allá de su fenómeno, qué quiere decir en el campo subjetivo?), mientras no tengamos lo que nos permite, en mi discurso, formularla como ese objetito caído del Otro, así como hay otros de esos objetos, el objeto a, para llamarlo por su nombre, no tenemos entonces el aparato suficiente para situar sin imprudencia la función de la voz en un caso como el de Sócrates, privilegiado en efecto. Y lo que también sabemos es que hay una relación entre este objeto a minúscula, cualquiera que sea, fundamental, y el deseo. Y además, por otra parte, en lo que concierne a lo que nos interesa aquí de muy cerca, a saber, si es legítimo decir si Sócrates es mortal o no, tenemos, lo cual podría decirse rápidamente, que Sócrates pidió la muerte. Es una manera breve de expresarse, también pidió que lo alimentaran en el Pritaneo en el mismo discurso, llamado Apología de Sócrates, y por supuesto me ahorrarán ustedes, así como también les pedía hace poco que me ahorraran otros rodeos, hacerles aquí la lectura de la Apología de Sócrates y del Felón, y tal vez también de ese pasmoso encuentro con ese cura que se llama Eutifrón, con quien estuvo justamente la víspera y del cual nadie ha acentuado nunca en 78

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verdad lo que quiere decir que Platón haga que este encuentro tenga lugar la víspera, ni tampoco cómo fue que Platón, que en ese momento era no obstante uno de sus discípulos, no haya estado justamente ahí, ni en el proceso, ni durante la última conversación, la conversación antes de la muerte. Es posible que toda la obra de Platón sólo haya sido hecha para cubrir esta carencia. De la solicitud de ser alimentado en el Pritaneo se hará una insolencia. Rápidamente se empieza por hacer psicología, y no quiero designar de otra forma un discurso que me impresionó en su tiempo, discurso sin duda admirable, en el que pude oír, en un lugar destacado, hablar de la última manera que me haya conmovido del proceso de Sócrates, había algo que llegaba sin embargo, que se decía: que Sócrates habría podido sin duda (digamos la palabra, el matiz tal vez está demasiado acentuado) defenderse mejor; uno puede siempre pelear, debatirse teniendo en cuenta el pensamiento de los jueces. Está ahí la idea, que anima el secreto del compromiso existencial, de que algo nos pide siempre seguir al interlocutor en su campo situacional, y ven ustedes también a dónde nos conduce esta pendiente, la pendiente del análisis que yo llamaré vulgar, aquella en la cual hace poco mi declaración de que Sócrates pedía la muerte resultaba ambigua, pronto llegaremos a decir que Sócrates la rehuyó en una temerosa agresión, o también, para los más intrépidos, que Sócrates deseaba la muerte. Sócrates deseaba la muerte. ¡Justamente no! La tercera cosa, la que no sabemos y sobre la cual estamos en mora de aceptar o no lo que él mismo nos dijo; nos dijo que no sabía nada, que de lo único que sabía era del deseo, y que, del deseo, sabía un tanto. Sólo que, ese deseo de Sócrates… sobre el que tal vez no es exagerado decir que está en la raíz de los tres cuartos de lo que nos configura en la realidad, o lo que ustedes llaman así, a todos los que aquí estamos, ese deseo de Sócrates, el que se afirma en la άτοπία, es el que hace que Sócrates, en su tiempo, sea aquel que interroga al amo. Y es una de las grandes ilusiones que pudo desarrollarse en torno al hecho de que la cuestión del deseo de Sócrates no se subraya y con razón; una de las grandes burlas filosóficas es identificar al amo con el deseo puro y simple. Este enfoque del amo es el enfoque del esclavo, lo cual significa que él, el esclavo, tiene un deseo. Por supuesto también el amo, pero el amo, torpe como es, no sabe nada al respecto. El amo se sostiene, y esto es lo que pesca [sic] justamente en el análisis hegeliano, se ha destacado varias veces el asunto, si el amo en Hegel es lo que Hegel nos dice, entonces ¿de dónde la sociedad de amos? Por supuesto, es insoluble… Es muy soluble de hecho, puesto que el gran apoyo del amo no es su deseo sino sus identificaciones, la principal de las cuales es la identificación con el nombre del amo, a saber, con el nombre que éste porta, bien especificado, aislado, primordial en la función del nombre, por el hecho de ser un aristócrata. Sócrates interroga al amo sobre lo que él llama su alma. Sospecho que el punto donde lo espera, donde siempre lo vuelve a encontrar aún hasta en la impetuosa insurgencia de Trasímaco, es en el punto de su deseo, y justamente haciendo que testimonie ¿quién? El Otro por excelencia, el Otro que en su sociedad puede ser fácilmente representado por el Otro radical, aquel que no hace parte de esa sociedad, a saber, el esclavo, y ahí es… de ahí hace surgir la palabra válida. Tales son las maniobras que seguramente debían terminar claramente por provocar, independientemente de la admiración, del amor, que un personaje como Sócrates pudiese arrastrar tras de sí, terminar por provocar cierta impaciencia. Con todo, a éste ya estamos hartos de escucharlo siempre. Pero Sócrates dice esto: “no hay elección, o me dejan ser como soy, así sea ubicarme sobre la chimenea como un péndulo,

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en el Pritaneo, o la muerte, lo cual, a mi edad…”, agrega. Es uno de los raros toques de humor que haya en el discurso de Sócrates, porque, como cosa curiosa, Platón es un humorista, pero nada nos dice que Sócrates lo haya sido. Es un caso muy, muy particular; Sócrates no busca en ningún caso ser chistoso, es trágico. Y además, ¿cuál es esta singularidad trágica de los últimos momentos de Sócrates?... Dejemos ese punto en suspenso, sólo es trágico al final. En todo caso, lo que nunca dijo es que él fuera un hombre. Homo sum et nihil humanum alienum puto, es una palabra de poeta cómico151, porque ya no sabemos muy bien qué hay del hombre. Una cosa es cierta: que el hombre es el cómico v . ¿Entonces? A causa del tiempo ya no podría llevar más lejos lo que resulta de la interferencia, de la articulación de los dos círculos, “todos los hombres son mortales” y “Sócrates es mortal”. No es culpa mía si el camino es largo y si se necesita que les haga sentir todos los rodeos. Pues pueden ver bien aparecer en ambos términos, entre ese deseo enigmático y lo siguiente: que si es así, aquello a lo que llegamos, no sabemos muy bien cómo, a hablar de la pulsión de muerte y a hablar, o bien sin saber lo que queremos decir, o al contrario a rechazarla por ser muy difícil, vemos bien que es hacia allá, hacia ese punto de cita, que nos dirigimos. ¿Y qué relación, cómo deletrear lo que hay entre la demanda de muerte de un gran viviente y esta famosa pulsión de muerte que vamos a hallar tan implicada en un “todos los hombres” de una naturaleza muy diferente a la de los dos términos lógicos que ya adelanté, a saber, el no importa cuál o el universal hombre, en todos los casos el hombre sin nombre, y tanto más sin nombre además, porque es que lo que encontramos detrás es el inconsciente del hombre, seguramente innominado éste, por ser indeterminado. ¿Cómo vamos a poder sobrepasar este espacio abierto aquí entre la conclusión de “Sócrates es mortal” y de “todos los hombres son mortales”? Hoy sólo enfocaré mi puntuación en torno a un trazo topológico. En todo caso, e independientemente de la manera como se articulen esos dos círculos, seguramente no se recubren, por estar desglosados de toda la fuerza de la reversión topológica en torno a la cual hoy hice girar el juego de mi discurso. Puntuación que marcaré con esta línea virtual que no existe, que no está en la superficie, justamente, que es esencialmente engañosa. Es la que hace la articulación del silogismo en la menor, a saber, no en Sócrates es un hombre, cuya fragilidad toda acabamos de ver, sino simplemente la introducción del es un hombre, aquí, diametralmente [figura VI-7], en la proposición, independientemente de cuál sea: ya sea de todos los hombres son mortales en el contorno, o bien (recortándolo, si quieren, evidentemente está sugerido) Sócrates es mortal, teniendo como trazo de recorte común ese diámetro, que asimismo de hecho, ya que se trata de una topología y no de un espacio métrico, puede ser cualquier cuerda, ese diámetro sobre el cual inscribiremos es un hombre. v

O: lo cómico.

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¿Qué significa que, en la medida de la heterogeneidad radical de la premisa y de la conclusión, se nos afirma y se nos propone como engaño? ¿Qué significa esta intersección de planos, entre planos que justamente no lo son puesto que ambos son huecos, huecos por naturaleza, si me permiten expresarme así? ¿Qué quiere decir esta identificación que permite ese paso falso del silogismo? ¿Qué quiere decir? Lo que quiere decir, lo ven articulado en las letras con las que marqué los tres pisos del círculo diametrado que está a la derecha abajo. La relación entre dos mitades del círculo que son, ya les dije, heterogéneas, si una es identificación la otra es demanda e inversamente. La relación entre ambas, en la medida en que es engañosa, está precisamente sostenida por ese diámetro, que no existe en ninguna parte. Puse la letra T porque allí volveremos a hallar la función de la transferencia, la función de la transferencia en tanto esencialmente ligada al otro engañado o al otro que engaña. La función de la transferencia en tanto función del engaño es aquello sobre lo cual girará la dialéctica de mi lección de febrero, las relaciones entre identificación, transferencia y demanda, en tanto se solidarizan entre tres términos, tres términos que les he entregado, pienso, familiares por mi discurso del año pasado, el término de indeterminación, sujeto de lo inconsciente, el término de certeza, como constituyente del sujeto en la experiencia, y de la mira del análisis, el término de engaño como la vía en la que su llamado mismo lo llama a la identificación. Si las cosas se anudan así entre esos términos, en donde no parece que podamos hallar salida que no sea engaño, es en razón de la estructura de esos grandes bucles, de ese gran nudo que, al hacerse y conjugarse en el campo en donde se juega la partida, nos ubica, en cuanto al deseo cuyo soporte, cuya concepción, sólo puede ser la de este mismo bucle, representado por la empuñadura tórica cuyo interior intentaremos hacer hablar la próxima

vez. ¿No reconocen ahí, luego de mis esquemas del año pasado, este desenlace, esta salida, como espasmódica, por fuera de la hiancia palpitante del inconsciente que, en el hueco mayor, en torno al cual hemos girado hoy, se abre y se cierra, el trayecto mismo de ida y vuelta de la pulsión por cuanto cerca algo que habíamos dejado en suspenso, hay que decirlo en este caso, en el vacío? Ese deseo y lo que determina (y que no deja de tener figura, que hoy se presenta al nivel de Sócrates como un enigma, y escogí mi ejemplo intencionadamente), el deseo introduce la cuarta categoría después de las otras, indeterminación, engaño, certeza; nos introduce la cuarta, que gobierna todo y que es nuestra posición misma, tan claramente articulado esto, visto, y enunciado por Freud, que es la posición misma del deseo, en tanto que determina en la realidad la categoría de lo imposible. Este imposible que a veces hallamos el modo de sobrepasar resolviendo lo que llamé la partida, partida construida, construida de manera que sea, en todos los casos y con 81

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seguridad, perdida. ¿Cómo se puede ganar esta partida? Ese es, me parece, el problema mayor, problema crucial para el psicoanálisis.

Traducción: Pio Eduardo Sanmiguel Ardila. Colaboraron en la revisión de la traducción y de esta versión en español: Belén del Rocío MORENO CARDOZO, Carmen Lucía DÍAZ LEGUIZAMÓN, Eduardo ARISTIZÁBAL CARDONA, Javier JARAMILLO GIRALDO, Mario Bernardo FIGUEROA MUÑOZ, Pilar GONZÁLEZ RIVERA, Tania ROELENS HRNCIROVA. Posteriormente he recibido precisiones, anotaciones, correcciones de Sylvia de Castro K., Myriam Cotrino y Luisa Matallana L., a quienes agradezco sinceramente el haberse tomado el tiempo para anotar sus dudas y enviarlas a este correo. Esta traducción continúa en proceso; así que, cualquier duda, comentario y/o precisión serán bienvenidos; comuníquelos, por favor, a la siguiente dirección electrónica: [email protected]

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Lección 7 27 de enero de 1965 (Seminario cerrado) En la relación del sujeto con el otro, en la relación del uno con los otros, hemos aprendido a distinguir en su sutileza, en su movilidad, una función de espejismo esencial; lo hemos aprendido doblemente a través de la enseñanza del psicoanálisis, con la manera como intento articularla desde hace doce a trece años. Sabemos que el fracaso de toda ética hasta aquí, y secundariamente de toda filosofía subjetiva, en gobernar ese espejismo, se debe al desconocimiento de aquello en torno a lo cual se regula de manera invisible: la función del objeto a en tanto que es ésta, en su ambigüedad de bien y de mal, la que centra realmente todos esos juegos. En ese juego, en efecto, no basta con decir que el objeto a corre, va y viene, y pasa como la bolita; por su naturaleza, está perdido y jamás vuelto a hallar. Sin embargo, de cuando en cuando, aparece en el área con una claridad tan deslumbrante que eso mismo es lo que hace que no se lo reconozca. Este objeto a lo califiqué, para lo que nos importa, a saber, la regla de una acción, como la causa del deseo. Se trata de saber para qué tipo de acción puede servir este reconocimiento de un nuevo factor, en la ética o en la filosofía subjetiva. Seguramente, cuando quise saber un poco más sobre mi público y, particularmente, en la medida del tiempo de que dispongo, sobre quienes me pidieron venir a este seminario cerrado, pude darme cuenta de aquello de lo cual ya había podido obtener ciertos ecos: que para algunos, para muchos y tal vez más, esta enseñanza toma su valor en una medida más amplia, mucho más variada y mucho más matizada de lo que yo suponía, valor que es el de toda enseñanza, por sostener (lo cual no es poco para más de uno) este estado de indeterminación (que ya sabemos que dispone de más de una astucia) que es en el que nos es dado vivir, siendo las cosas lo que son. Entiendo que sólo quedan aquí aquellos para quienes esta enseñanza, por la razón que sea, tiene un valor de acción. ¿Qué quiere decir esto? Se sabe, o no se sabe, aquí, que en otra parte tengo una escuela, una escuela de psicoanálisis, y que lleva el nombre de Freud y el nombre de la ciudad donde tomé a cargo su dirección. Una escuela es otra cosa, si merece su nombre, en el sentido que tiene ese término desde la Antigüedad; es algo en donde debe formarse un estilo de vida. Pido que vengan aquí quienes, por alguna razón, tomen mi enseñanza por el principio de una acción que sea la suya y de la que puedan dar cuenta. Que hoy estén casi llenas las catorce hileras les prueba que no busco, con una barrera arbitraria, con una barrera de apreciación del tipo que sea, de experiencia, de calidad o de prestancia, que no quiero ponerle barreras a nadie. No obstante, si quise que se me formulase el pedido [demande] de venir acá, es también para estar en posición de pedirles que dieran prueba aquí de aquello que se le exige a un cierto círculo más reducido, para que esta enseñanza adquiera valor. Quiero que, por distintas razones, y en un lapso bastante corto, pueda yo obtener algún testimonio de quienes están aquí, testimonio que, por supuesto, sería absolutamente vano y de hecho ineficaz esperarlo necesariamente en forma de una intervención hablada, aquí. Me gustaría. Sé por experiencia, y también por cuestiones de tiempo, que esto no es posible y que no es la mejor forma. Entonces, he pensado proceder de la siguiente manera para obtener ese 83

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testimonio en cuestión, que es el testimonio de una acción interesada en esta enseñanza: aquí se les propondrán trabajos, comentarios, informes, exposiciones, que tengan una especie de carácter de núcleo, de punto vivo que se manifiesta como particularmente ilustrado, renovado, o al contrario como un dar brillo, que se incorpora de manera singular con el hilo de mi discurso. Nada se hará para que esos núcleos sean más accesibles: lo que se les dará aquí no será la moneda suelta de mi enseñanza, a menos que precisamente entiendan con el término de moneda justamente esos momentos firmes [fermes], hasta cerrados [fermés], opacos y resistentes con los que en otra parte lo único que hago es quitarles las ganas de su presencia con lo que articulo para ustedes. A fin de cuentas entonces, si es según mi anhelo, lo que se les propondrá serán elementos más duros, más opacos, más localizados. Para quienes mi enseñanza puede tener ese valor más preciso, esto supone ser la provocación de una respuesta, respuesta que me será dada, si acaso no se me da aquí de manera consistente y articulada, me será dada en el intervalo de nuestros encuentros, en forma, no diría yo de cartas sino de breves memorias, de peticiones, de sugerencias, de preguntas que yo tendré que sopesar para elegir aquellas que, ulteriormente, constituirán aquí esos objetos de los que hablo, objetos de provocación de los presentadores. Pero ese diálogo (en ese diálogo que, ustedes están de acuerdo [vous le voulez bien], lo ven bien [vous le voyez bien], sólo puede llevarse a cabo con quienes, a fin de cuentas, aporten una contribución aquí, contribución para la cual se dispondrá de todo el tiempo necesario para elaborarlo en el intervalo de nuestros encuentros), está en la naturaleza de las cosas que sólo se produzca con una minoría. Muchos de quienes están aquí, a quienes dejé entrar hoy porque al fin y al cabo no hay misterio alguno, se darán cuenta, se darán cuenta, una buena parte de ustedes, que si sacan provecho, y es lo que deseo en toda ocasión, de lo que enseño en los demás miércoles, del largo discurso seguido o retomado que es el que prosigo hace doce o trece años, puede entenderse, hasta es esencial que en alguna parte, de un círculo, las cosas se pongan a prueba mediante una acción en la que participe cada cual, que sea de allí que parta, que irradie lo que continuaré buscando ante todos, de mi discurso. Es normal que las tres cuartas partes de las personas que están hoy aquí, lleguen en un momento a reconocer, pues, que para ellos no es el momento de venir a trabajar aquí, o simplemente que nunca tendrán nada que hacer ahí, sin que se sientan de alguna forma despojados por ello de algún mérito. Es simplemente que lo que aquí se hará no es de su incumbencia. Quiero aquí gente que esté interesada en su acción con lo que implica ese cambio esencial de la motivación ética y subjetiva que es, que introduce en nuestro mundo, el análisis. No prejuzgo en absoluto sobre quienes podrán asumir el rol que, aquí, conviene. Digamos que, para orientarme en ello, procederé como lo hizo Josué en un cierto recodo que nos cuenta su historia; ya verán cómo hacen, cuando de eso se trate, para tomar en sus manos el agua para beber i .13 i

Yahveh dijo a Gedeón: “Hay todavía demasiada gente; hazles bajar al agua y allí te los pondré a prueba. Aquel de quien te diga: ‘Que vaya contigo’, ése irá contigo. Y aquel de quien te diga ‘Que no vaya contigo’, no ha de ir.” Gedeón hizo bajar la gente al agua y Yahveh le dijo: “A todos los que lamieren el agua con la lengua como lame el perro, los pondrás a un lado y a todos los que se arrodillen para beber, los pondrás al otro.” El número de los que lamieron el agua con las manos a la boca resultó ser de trescientos. Todo el resto del pueblo se había arrodillado para beber. Entonces Yahveh dijo a Gedeón: “Con los trescientos hombres que

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Le doy la palabra a Leclaire. Título de la intervención: “Sobre el nombre propio, contribución a una reanudación del seminario de J. Lacan” S. Leclaire – En la cura psicoanalítica les pedimos a nuestros pacientes decirlo todo, incluyendo, subrayémoslo, el nombre de las personas que evocan, ya se trate, sencillamente, del señor Mascafierro ii , dentista, o, curiosamente del señor Arador iii , impresor. Ello no quita sin embargo que en las observaciones de nuestros informes, sólo podemos hablar de Ludovico iv , nuestro paciente, llamándolo Víctor v , justamente, para no llamarlo por su nombre. De esa manera podemos describir las particularidades de la vida amorosa de Víctor sin demasiada dificultad ni indiscreción, pero no podemos, de manera alguna, decir que se llama Ludovico; es un límite infranqueable. La comunicación de la experiencia analítica debe entonces contar, lo quiera o no, con la dimensión de un irreductible secreto. Por muy tentados que nos sintamos a realizar alguna nueva transgresión, no podríamos sin embargo, sin dejar de ser psicoanalistas, hacer más que ocultar siempre el signo singular, velar así bajo el nombre de Carrier o de Steiner la identidad de un Perrier, si tuviésemos que hablar al respecto; al hacerlo, imitamos el proceso psíquico mismo, pero al punto perdemos, en este último ejemplo, la evidencia de la referencia directa al Padre vi . Aunque en verdad no pienso poder indicarles con mayor sencillez cómo el nombre propio se vincula con lo más secreto del fantasma inconsciente, voy a intentar sin embargo, a partir de un fragmento de análisis, decirles algo más al respecto. Retomaré entonces el caso de Philippe, que me había sido útil para ilustrar la realidad de lo Inconsciente en el trabajo realizado en 1960 con Jean Laplanche, y resumiré, antes de ir más lejos en el análisis de un sueño de sed, el sueño al unicornio. Philippe lo contaba así: “La plaza desierta de un pueblito: es insólito; busco algo. Aparece, descalza, Liliana, a quien no conozco, y me dice: hace mucho tiempo vi una arena [sable] tan fina. Estamos en el bosque y los árboles parecen curiosamente coloreados con tintes vivos y sencillos. Pienso que hay muchos animales en este bosque y, cuando me dispongo a decirlo un unicornio [licorne] pasa delante nuestro; marchamos los tres hacia una claridad vii que se vislumbra, más abajo.” Tal es pues el texto manifiesto de ese sueño de SED [SOIF] del que partimos para llegar, por vía de las asociaciones llamadas libres, a extraer lo que insistía en decir, el texto han lamido el agua os salvaré, y entregaré a Madián en tus manos. Que todos los demás vuelvan cada uno a su casa.”, Jueces, 5. B. 4-7. ii Croquefer iii Laboureur iv Ludovic v Victor vi Père-y-est [padre-está-ahí] es una homofonía de Perrier. vii Cfr. al respecto la intervención de Paul Lemoine en el seminario cerrado del 24 de marzo: “[…] ¡la claridad [clairière] es clara [claire]!, p. 181.

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inconsciente que sigue: LILI – plage – SOIF – sable – peau – pied – CORNE, enigmática cadena de palabras cuya contracción radical nos da el licorne, significante que aparece ahí como metonimia del deseo de beber, que es el que anima el sueño. Para quien no ha tenido el placer de leer ese texto sobre lo Inconsciente, tal atajo debe parecerle altamente arbitrario, así como resulta tal vez enigmático para aquellos que lo han leído. Recordaré entonces brevemente lo que nos había aportado el análisis: - El deseo que subyace a ese sueño parece ser un deseo de beber; Philippe se había despertado más tarde en la noche presa de una sed viva que él relaciona con el hecho de haber comido arenques del Báltico. - Se evocan tres recuerdos de infancia, de cuando él debía tener 3 o 4 años: - en el primero intenta beber en sus manos, formando una copa, el agua que brota de la fuente del Unicornio, así llamado porque la remata una estatua del animal fabuloso, - en el segundo, estando en una hermosa selva de montaña, se ejercita en hacer un ruido de sirena con sus dos palmas recogidas en caracola, - en el tercer recuerdo se encuentra sobre la arena de una playa del Atlántico acordándose de Lili, una pariente cercana, sustituto materno por varias razones, quien, para molestarlo, lo llama (al mismo tiempo que le da de beber): “Philippetengo-sed”. - Los restos diurnos que se encontraron en el sueño son, además del Báltico de los arenques, una selva arenosa y coloreada por brezos en la que Philippe había paseado la víspera con Ana, su sobrina: habían notado huellas de ciervas. - Por último, es a través del análisis de un síntoma menor, llamado “del grano de arena” (evocado con relación a los recuerdos de playa), que se descubre el contexto que se relaciona con la sensibilidad y la erotización de la piel; Philippe, quien había investido particularmente sus pies, anhelaba tener la planta “dura como cuerno [corne]”. De esta manera, si no articulamos, por lo menos volvimos a poner en evidencia los elementos fundamentales de una especie de texto jeroglífico, texto que llamamos la cadena significante inconsciente: LILI – plage – SOIF – sable – peau – pied – CORNE

A quienes pidan ver lo inconsciente les respondo: es así como aparece. Este estudio del sueño nos permite ilustrar sencillamente los mecanismos fundamentales de los procesos inconscientes: la condensación, la sustitución metafórica y el desplazamiento metonímico. De esta manera, la playa [plage] original se ha vuelto la plaza del sueño: (en donde se halla la fuente) como si el GE de plage hubiese sufrido los efectos de la represión y ya no dejase aparecer sino el CE más indiferente de una place [plaza]. Donde GE estaba, CE advino, podría decirse invirtiendo para el caso la sorprendente fórmula freudiana. Ahí se trata de un proceso de sustitución metafórica (place por plage), de condensación en el sentido en que el significante place anuncia la escena de múltiples cuadros (montaña, mar y bosque) remitiendo precisamente a la más específica de esas escenas, la plage, cuya textura significante oculta además un sonido GE reprimido, homófono del JE del llamado del yo tengo [J’ai] sed.

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El unicornio es metonimia en el sentido en que todo en éste, tanto en la efigie como en la palabra, indica el desplazamiento y el intervalo que separa los términos que ése junta. Desde la li(t) de Lili, hasta el corne que Philippe anhelaba tener en los pies, el licorne sostiene en el intervalo de sus dos primeras sílabas los elementos intermedios de la cadena inconsciente. En otro plano, remite más sencillamente desde la fuente que corona hasta el agua que le brota; de los pies a la cabeza; por último desplaza el corne trasmudándolo de corteza en dardo. Es así como se descubre, enigmático, el deseo que sostiene ese sueño de sed y el falo (el que Lili desea) aparece allí en el lugar del tercer ojo, lugar donde Philippe carga una cicatriz. La insignia del unicornio, sigla del inconsciente philípico, nos presenta con ocasión de su SED ese esquema que sostiene y enmascara su deseo, esa cadena significante absurda, jeroglífica, compuesta y descabellada, pero insistente e inquebrantable; es la cifra ciega de su singularidad que se repite como marcada al hierro candente, y ahí reconocemos la máscara vacía de lo inconsciente. El nudo más sensible de esta cadena, condensado en el Unicornio, está al nivel de la plagesoif. Más precisamente aún, la volvemos a hallar bajo la forma del llamado-queja, repetido por Philippe en esta playa, j’ai soif, o de manera aún más detallada, Lili-j’ai-soif, que llevaba a que Lili saludase a Philippe con la fórmula de vuelta, Philippe-j’ai-soif. Habría podido detenerme ahí en el análisis del deseo de Philippe y considerar que había ido suficientemente lejos en mi intento de cernir lo propio de lo inconsciente de Philippe. Pero resulta que algunas críticas amistosas me han reprochado una cierta falta de rigor en este análisis, al mezclar indebidamente elementos heterogéneos, fonemas, palabras, cadena de palabras, frases articuladas, representaciones de cosas, imágenes, y sin alcanzar con la cadena Lili-corne más que un nivel preconsciente. Es cierto que no es fácil dar cuenta con todo rigor de los fenómenos inconscientes, problema crucial para el psicoanálisis, diríamos hoy. Recordé entonces una opinión que había planteado, a saber, que me parecía preferible por el momento, para sostener ese rigor, limitarse a ubicar lo que llamé experiencias de exquisita diferencia. De manera general, el elemento inconsciente propiamente dicho aparece como la connotación de una experiencia sensorial de diferencia, de la percepción de una exquisita diferencia (sobresalto distinguido, decía yo), en resumen, connotación de una experiencia de esta distinción diferencial en cuanto tal. En la experiencia de Philippe se trata, por ejemplo, de la diferencia entre lo unido que asegura un contacto de piel envolvente y la irritación puntiforme de un grano de arena errático, o también diferencia percibida visualmente y privilegiada entre la llaneza del esternón de los hombres y la garganta que marca el corazón materno, porque ese lugar femenino le pareció durante mucho tiempo presentarse en verdad como una especie de dehiscencia misteriosa. Pero pronto se verá otro aspecto de la dificultad de comunicación de la experiencia analítica. En efecto, una cosa es hablar de fonema o de cualquier elemento propiamente inconsciente y otra cosa es repetirlos o transcribirlos tal como aparecen en sí mismos, porque en cierta forma son fundamentalmente obscenos. Así, para llegar al campo de experiencia auditiva y vocal al que Freud le otorga cierto privilegio en la formación del fantasma, propondré, sin justificación adicional, lo que me pareció ser un fantasma inconsciente bastante primordial de Philippe. Es más inconsciente que la letanía j’ai soif, una especie de jaculatoria secreta, una fórmula jubilosa, una onomatopeya, podría decirse más prosaicamente, que puede traducirse con un mínimo de alteración, con la secuencia: 87

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POOR (d) J’e – LI

La articulación de esta fórmula, en voz alta o baja connotaba en su recuerdo la representación, la anticipación y hasta la realización de un movimiento de júbilo difícil de describir, del tipo enrollarse-desplegarse, complacerse con el resultado obtenido y volver a empezar; más sencillamente una especie de voltereta, podría decirse. Es raro que en análisis se lleguen a confesar esas fórmulas más secretas y siempre hay en ese develamiento aparentemente tan anodino algo que se vive como el extremo de la impudicia, y hasta como el límite del sacrilegio. También aquí, con el mínimo de alteración y sosteniéndome en el borde extremo de una transgresión, tengo ahora que dar el nombre completo de Philippe, aquel que muy pronto supo decir para responder al banal cómo te llamas tú: Georges Philippe Elhyani, nombre que ilustra de entrada el parentesco esencial entre el fantasma fundamental y el nombre del sujeto. Con el más perfecto rigor de una no-lógica de tipo primario, con la más inconsciente ligereza con la que cada cual estará en libertad de apreciar el peso de verdad, voy ahora a dejarme llevar hacia algunos comentarios analíticos de ese fantasma inconsciente. Puedo intentar primero señalar el sobresalto, sobresalto distinguido, exquisita diferencia, que se encuentra con esta fórmula; sería algo como la maestría de una creación, la realización de una reversión, antes bien una secuencia nada-algo que desaparecidoreaparecido, una especie de fórmula mágica que hace aparecer concretamente este encantamiento. ¿Es ya conjuratoria? Posiblemente. Pero tomemos ese fantasma elemento por elemento, como lo hacía Freud con los sueños. POOR, el fragmento más enigmático; lo funda, creo, el GEOR de Georges que se vuelve POR, aspirado hacia el final de Philippe; allí se unen muy probablemente la PEAU [piel] en su homofonía con el POT [vasija]; también se unen el CORPS [cuerpo] y hasta tal vez el COR [corno] cuyo llamado surge desde el fondo de los bosques, por supuesto también la GORGE [garganta], entiéndase tanto la geográfica como la anatómica. Por último, y con esto voy al extremo, en la medida en que este OR central se une con la MÈRE [madre], la MORT [muerte] aparece entre la Madre por una parte y el j’e del otro en la medida en que de O hacia A, j’e nos indica J(e)acques, el hermano de Philippe. ¿MORT por qué? Porque era ante todo el hermano mayor del padre, muerto poco antes del nacimiento de un nuevo Jacques hermano mayor de Philippe, porque además es también el nombre del marido de Lili. ¡Esto es algo que podría atraer a los interesados en esquemas y grafos! J’e es ante todo el doble GE de Georges; luego, el JE mismo del yo-je con el que Philippe quedó marcado muy pronto. Sabemos l’âGE de la plaGE, pero más bien, hallaríamos lo ambiguo JETÉ [lanzado] por sobre el borde de la litera, tanto el JEU preferido como el JE T’AI [te tengo], por último, de una madre colmada por él. Del LI, creo que ya dije casi todo, del LIT de LILI al LOLO por vía del LOLI ¡ahora ya casi institucionalizado! Me faltaba únicamente agregar allí la precisión del redoblamiento de LI en el nombre completo de PhiLIppe. Este es tal vez el esbozo del fantasma inconsciente que subyace la cadena LILI-CORNE. Este nivel de análisis, que me parece esencial, exige ciertos comentarios. 1. Ilustra, si fuese necesario, la naturaleza propia de lo que puede llamarse el estilo singular del proceder analítico en su esencia y las paradojas de su rigor. 88

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2. Ese nivel de análisis plantea también el asunto de los criterios que hacen que se vea uno llevado a distinguir, retener y subrayar tal pareja fonemática en vez de tal otra. En el caso de este fantasma inconsciente, propondré tres criterios entre otros: a. La insistencia repetitiva de los elementos significantes, es decir, de tal rasgo singular, único, irremplazable, diferencial y simbólico en su esencia. Así, tal rasgo singular, que delinea la cara o el cuerpo, para hablar en el plano de la imagen, tal rasgo significante fonemático, en la medida en que reaparecen durante el análisis de una forma siempre analógica; por ejemplo, OR. b. La dificultad para confesar esos rasgos, tanto mayor cuanto conciernen a lo más próximo del fantasma fundamental, a la esencia misma de la singularidad y de la intimidad del sujeto. c. Su índice de vitalidad, es decir, de presencia activa, constante, que caracteriza al individuo y recuerda así su profunda irreductibilidad. 3. También en este caso el análisis revela las relaciones del fantasma fundamental con el nombre del sujeto. ¿Hay que subrayar que aquí aparece la función del nombre del padre? 4. Ese nivel de análisis saca a la luz sobre todo de manera patente la ausencia constitutiva de relación lógica entre el nivel primario, inconsciente, y la elaboración secundaria preconsciente-consciente. Lo que comúnmente hallamos en el análisis son, de hecho, réplicas preconscientes del fantasma inconsciente. Así, a partir de un fantasma inconfesado tal como POOR (d) J’e – LI, hubiese sido muy natural captar una fórmula ya traducida en lengua, tal como, por ejemplo, las variantes de lenguaje siguientes, cœur joli, gorge à Lili, joli corps de Lili [corazón bonito, garganta de Lilí, bonito cuerpo de Lilí], Nuestra insistencia en Li-corne apuntaba a sostener, bajo las apariencias de una lógica secundaria, la esencia del proceso de tipo primario. Si el licorne no nos evitaba totalmente todo riesgo de una fórmula ya traducida en lengua, tenía no obstante la ventaja de no precipitarnos demasiado pronto en la vía de una comprensión analítica. Si, ante coeur joli, gorge de Lili, joli corps de Lili, nos dejamos llevar por nuestro oficio de analista, ese aspecto tranquilizador de nosotros mismos que, apoyado en una experiencia, cree saber, traduciremos automáticamente esta construcción de lenguaje en lenguaje falocéntrico. Haremos pronto del cuerpo un falo o una matriz, del corazón lo mismo de una forma más ambigua, de la garganta un desfiladero genital sobre el cual fundaremos alegremente nuestras construcciones intrepretativas, más sólidas, convincentes y eficaces. Menos sólida con seguridad, más extravagante pero sin duda tan eficaz, si no más, la interpretación que haría un corno [cor] del corps, evocación lejana, y de la garganta en hueco la plenitud del seno, al sostener esta interpretación sobre la evocación del gesto de las dos manos reunidas en copa para beber, o en caracola para llamar. Aquí lo importante es ver que nuestra interpretación tiende a recaer lo más a menudo sobre una traducción en lengua que, como tal, yerra el fantasma fundamental; tales son la fascinación y el privilegio del “sentido ya conocido” sobre el “no sentido”. 5. Por último, con estos comentarios, llegamos a plantearnos la pregunta sobre el modo de acción de nuestras interpretaciones y de su aparente gratuidad. En el caso de Philippe, evocar explícitamente a nivel de la interpretación el falicismo del cuerno, la feminidad

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esencial de la garganta o de la cicatriz, con una eficacia en el plano de la transformación de la organización libidinal de nuestro paciente. Es la paradoja, y para algunos el escándalo, de la acción analítica. El análisis le descubre al paciente, en el coloquio singular que es, por los rodeos inéditos de su historia, las estructuras fundamentales, también para él, que son la estructura del Edipo y la de la castración. Desprende para cada cual los avatares de esos pocos significantes clave, los que estructuran, metaforizan, y que son, en cierta forma, las piedras angulares de cada edificio singular. Pero evidentemente basta con que se olvide, por complacencia o dejadez, sólo esa palabra: singular, para que se descubra en ese punto la mecánica y la trampa de la función normativa del análisis; con un poco de Edipo y de castración el facultativo poseería una fórmula segura que sólo podría hacerle bien a cada cual, y sería, muy pronto para todos, una vía no menos segura hacia un genocidio sutil. Lo propio de cada cual es irreductible, como la barrera del incesto que protege y alimenta el deseo. La singularidad de Philippe es la que hemos tratado de cernir con este análisis; pienso primero, cuando considero el emblema del Unicornio; luego, al escuchar su fantasma POOR (d) J’e – LI que connota tan bien, en la síncopa del d’j, esta exquisita diferencia en el acmé del movimiento de reversión; por último, lo evocamos propiamente al develar un reflejo de su nombre, el GE hace balance allí antes de volcarse en torno al OR de Georges, para volverse a hallar jubilosamente en el GE del final, igual y diferente, interrogando ¿yo [je]? ¿quién? Philippe Elhyani¸su nombre que asimismo interroga, a la inversa, pregunta en suspenso en torno al reencuentro del LI. Me detendré ahí. Aunque sería posible ir más lejos y considerar por ejemplo el tema de la ROSA [ROSE] en la vida de Philippe; esta flor que parece surgir de una reversión del OR que ya consideramos central. La fuente del uniCORnio, en el recuerdo de Philippe conduce también a otro lugar elegido, muy cerca que se llama el jardín de las ROSAS [ROSES]. Pero prefiero dejar aquí y por ahora la oportunidad para la duda, la reflexión o, también, el sueño. Jacques Lacan – Deseo conservarle a esta primera reunión todo su carácter de austeridad. Le voy a pedir… a alguien a quien acudí expresamente para que estuviera presente en esta primera reunión, a Conrad Stein, quien, por los tiempos en que Leclaire se adentraba por primera vez en el ejemplo que retomó, completó y articuló perfectamente hoy, voy a pedirle a Conrad Stein, quien había planteado un cierto número de objeciones, de preguntas; que había dudado de la pertinencia exacta de la articulación, en ese momento, de la primera cadena que va del li al corne, que se reúne en licorne, de su carácter propiamente representante representativo del inconsciente, si le queda alguna pregunta sobre la pertinencia de lo que él había planteado, lo cual pudo precisar, gracias justamente a esas preguntas, como él mismo lo dijo. Si a Conrad Stein le parece que su pregunta o su solicitud de precisión se renueva de alguna forma; si está en condiciones de formularla inmediatamente, que lo haga; pondremos esa pregunta, si puedo decirlo, al orden del día, en el tablero. Nada más, porque deseo que intervengan hoy quienes prepararon otros temas, igualmente difíciles, ya lo ven, de entender así como de pasada, que el informe de Leclaire. 90

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He aquí en efecto, en lo práctico, lo que propongo: el informe de Leclaire (y los que seguirán, no lo dudo), merece en todo punto (está perfectamente a punto, está más que pulido), que se lo imprima. Se hará la impresión y se pondrá a su disposición en un lapso de diez días, se pondrá a su disposición a un precio moderadamente oneroso, y pienso que la manera más cómoda es ir a buscarla en el Secretariado de la Escuela de Altos Estudios donde la señora Durand, en el segundo piso del 54 de la calle Varenne, donde se la procurarán todos los que hayan querido tenerla. No obstante, tanto por la extensión de ese tiraje que se hará multicopiar como para asegurar lo que sigue, pido que levanten la mano quienes, no simplemente puedan desear tener este informe como un bonito artículo, sino quienes se comprometen a responder al respecto (y asimismo se tomará su nombre en el momento en que se procuren el texto) con un texto de por lo menos dos páginas sobre lo que despierte en ellos en términos de necesidad de interrogar y hasta de responder. Se comprometen a hacérmelo llegar antes de la reunión siguiente del seminario cerrado. Toda persona que, al procurarse ese texto, no aporte esta contribución, sale enseguida del acuerdo que al principio les dije que entiendo anudar aquí. Que levanten entonces la mano quienes desean ese texto para tener algo en qué apoyarse y qué enviarme ¡Levanten la mano! Entonces por lo que veo el tiraje será casi del doble, es decir, treinta y cinco o cuarenta ejemplares. Por si hace falta, Stein, ¿puede responder ahora o prefiere esperar que pase otro informe para madurar por ejemplo la respuesta que le pido? Conrad Stein – Prefiero decir algunas palabras enseguida, por las simple razón de que media hora de maduración no bastaría. Evidentemente no es posible retomar la discusión con Leclaire en el punto en que había quedado hace cuatro años. En efecto tendría necesidad de leer su texto para poderle hacer un comentario en detalle. Aquí, quisiera simplemente hacer algunos comentarios, y tomaré las cosas empezando por el final, por lo más cercano entonces. POOR (d) J’e – LI, ese fantasma efectivamente, en fin, esta expresión, esta referencia, digamos, absolutamente fundamental al fantasma inconsciente, porque el fantasma inconsciente es, por su naturaleza misma, indecible, POOR (d) J’e – LI está construido con toda evidencia como un sueño. Leclaire nos dio las diferentes palabras, las diferentes frases, los diferentes pensamientos formulados en lenguaje de los que POOR (d) J’e – LI constituye la expresión y el medio de la condensación y del desplazamiento. Ahora bien, ustedes saben, y es a ese respecto que quisiera yo pedirle, a quienes quieren intervenir sobre el texto de Leclaire, volver a leer la Traumdeutung, La interpretación de los sueños49, en la medida en que no tengan totalmente presente en su mente, puesto que en este asunto me parece indispensable, yo no lo hice suficientemente hace cuatro años, en esta discusión con Leclaire, ver en qué medida su análisis, su interpretación, es fiel reflejo del método, de la técnica freudiana tal como Freud la presenta en esta obra fundamental, y cuál es el aporte original de Leclaire, es decir, cuál es, en su trabajo, la parte que constituye una elaboración, una elucidación de todo lo que, en el texto de Freud, es problemático. Creo que hay que distinguir absolutamente esas dos partes. POOR (d) J’e – LI está construido como un sueño en la medida en que, entonces, los pensamientos formulados en lenguaje fueron objeto de desplazamiento y están contraídos

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según el proceso de la condensación, es decir, condensación-desplazamiento, el proceso primario. Es decir que constatamos ahí algo que es absolutamente fundamental en la exposición original de Freud: que el sueño y el fantasma tratan las palabras como si las palabras fuesen imágenes. Más tarde, dirá, trata las representaciones de palabras como representaciones de cosas. Las palabras son, desde ese punto de vista, imágenes acústicas y sufren la misma suerte de las imágenes visuales. Si recuerdo esto, es porque el término de traducción a lengua es evidentemente problemático. No puedo decirles gran cosa ahora; de hecho, creo que yo mismo recurro a esta noción de traducción a lengua; estoy menos seguro ahora de que las imágenes puedan traducirse a lengua. Creo que si se examina más de cerca la relación que existe entre las imágenes y la lengua, nos resultaría siendo como de un nivel diferente al de la traducción. Ése es un primer comentario. Segundo comentario, respecto a la cadena entonces que parte de Lili y termina en corne, Lili – plage – sable… etc. Pues bien, Leclaire dijo algo hace poco que me parece totalmente exacto y muy importante tener en cuenta: que esta cadena juega un papel privilegiado en tanto clave de la singularidad de la personalidad, si puedo decirlo, de Philippe. ¿Por qué o en qué? Pues bien, todo el argumento de Leclaire parte de un sueño, del sueño a la licorne que nos recordó al principio. Pues bien, ese sueño, como lo dice Freud en la Traumdeutung, ese sueño, es un rebus. El método para descifrar el rebus, el que le interesa a Freud, es decir, el método que permite que, partiendo de ese rebus que constituye el sueño, se llegue a lo que Freud llama los Traumgedanken, los pensamientos del sueño, los pensamientos del sueño que se expresan en forma de anhelo, pues bien, ese método, es la asociación libre. Ya saben que la asociación libre (podemos volver sobre el asunto), precisamente no es posible. No quita que este método es la asociación libre. En ese texto donde dice que el sueño es un rebus, Freud habla de la relación significante, Zeichenbeziehung entre el contenido manifiesto del sueño, del relato del sueño que Leclaire nos dio al comienzo, y los pensamientos del sueño, los anhelos que realiza ese sueño, del cual no nos dio representación exhaustiva, pero sería fácil hacerla, disponemos de lo necesario para ello. Esta relación significante plantea todo tipo de problemas que ahora no es posible abordar, pero lo que aparece con nitidez es que, en la singularidad de la persona de Philippe, como lo dijo Leclaire, la cadena que va de Lili a corne representa una cadena privilegiada que nos da una especie de clave del rebus. De hecho saben ustedes que los rebus no tienen clave… sí, en el fondo, la única clave que podría hallársele a un rebus, a una serie de rebus, a un conjunto de rebus, la única clave estaría ligada a la singularidad de la persona que ha compuesto esta colección de rebus. El rebus como tal no tiene clave; el sueño como tal no tiene clave; que haya un método, es otra cosa. O si el sueño tiene una clave, una clave muy general, es una clave que detenta una especie de configuración que es la del complejo de Edipo, pero eso es un problema que no puedo desarrollar ahora. Lo cierto es que esta cadena tiene claramente ahí un valor privilegiado, y si vuelven a leer La interpretación de los sueños, en fin, lo que se llama La ciencia de los sueños en la traducción francesa, de Freud, hallarán, respecto a los sueños de Freud, todo tipo de cadenas, que él no da explícitamente como tales, pero que pueden ustedes reconstruir muy fácilmente, no es difícil hacerlo, perfectamente análogas a esta cadena que parte de Lili y culmina en corne. Y es esta cadena, la cual privilegia Freud, fácil de reconstruir, la que le permite darnos la clave de sus sueños cuya interpretación ofrece en su obra. Entonces, no confundamos esta cadena con los pensamientos del sueño, es decir, con lo que propiamente pertenece, según Freud, a lo preconsciente. 92

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Ahora, un último punto. Último punto que es importante, sobre ese sueño que Leclaire analizó para nosotros: que el paciente tenía sed. Necesitaba beber. Si nos referimos de nuevo al texto original de Freud, vemos ahí toda una problemática que es absolutamente central en la Traumdeutung: la problemática de la necesidad. Hay todo un capítulo dedicado a la satisfacción o, digamos más bien, a la satisfacción de las necesidades del durmiente, y en el capítulo VII de la Traumdeutung, constatarán que hay un pasaje que nos muestra explícitamente, que se refiere explícitamente a un cambio de registro, es decir, que el sueño no puede permitirle al durmiente continuar durmiendo satisfaciendo su necesidad; está ese cambio de registro, que es el paso al del deseo. Y lo que parece permitirle seguir durmiendo, es justamente entregarse a esos fenómenos de condensación y de desarrollo que producen el sueño, según la condensación y el desplazamiento, es decir, según las vías del deseo. Esto quería simplemente indicarlo como un punto particular de ese sueño que permite, ahí, llegar a un asunto de deseo. No quiero hablar mucho tiempo, y como ya lo dije, de todas formas, lo nuevo que Leclaire aportó hoy a su interpretación del sueño de Philippe es demasiado importante como para que yo pueda comentarlo sin haber reflexionado largamente, con el texto en mano. Jacques Lacan – Entonces, concluimos. ¿Debo entender que el modo ante todo que permite la estricta aplicación del método, a saber, prelación del significante sobre todo metabolismo de las imágenes, a saber, que lo que usted llamó singularidad del sujeto, es aquí señalado de la mejor manera, justamente para permitirnos ubicar los tres tipos de pregunta que escandió usted aquí? ¿Le parece que es la mejor manera de incidencia para instaurar los asuntos que planteó usted respecto a la sanción que hay que darle a la larga Umschreibung, a la larga circunlocución que es (empleo el mismo término que Freud, ¿no?), que representa la Traumdeutung? ¿Es eso lo que debo oír en su intervención, a saber, que sanciona usted el método como siendo precisamente el que puede permitirle plantear las preguntas que usted ha planteado? Conrad Stein – Le diré que sí, y le diré sobre todo que no tenemos opción. Jacques Lacan – Bueno, entonces pienso que hay cómo darle a lo que hizo Leclaire al respecto, más precisiones, es decir, que le responda usted con un trabajo en concordancia. Lamento que sus preguntas no hayan sido (por eso era que en cierta forma le dejaba tiempo) más afinadas. No vamos a poder cubrir hoy todo nuestro programa. Le doy la palabra inmediatamente a Yves Duroux. Yves Duroux – Creo que, con el poco tiempo que queda, es muy difícil que pueda yo hacer mi exposición y que Jacques-Alain Miller pueda hacer la suya. Jacques Lacan- ¡Pues bueno, haga la suya! Yves Duroux – No es posible, en la medida en que Jacques-Alain Miller se apoya mucho en puntos que yo doy, y creo que el beneficio de la exposición se anularía si no nos apoyamos el uno en el otro, en una misma continuidad. Jacques Lacan – No, en absoluto, no necesariamente. Se retomará la próxima vez, poco importa. Entrega usted su trabajo, la gente quedará a la espera, y eso es todo. Yves Duroux – Casi será necesario que vuelva a empezar la próxima vez. Jacques Lacan – Pues ¿por qué no? Yo mismo había traído algo totalmente ejemplar, también lo postergo. Adelante. 93

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Yves Duroux – El tema de la exposición, de la que no ofreceré sino la primera parte, se titulaba El número y la falta. Se apoya en la lectura precisa de un libro de Frege que se llama Die Grundlagen der Arithmetik. El objeto propio de la investigación es lo que se llama la serie natural de los números enteros. O se pueden estudiar las propiedades del número, o estudiar su naturaleza. Entiendo por propiedad lo que los matemáticos hacen en un campo delimitado por los axiomas de Peano. No los enuncio. Tal vez Miller pueda enunciarlos. A partir de esos axiomas, se dan tipos de propiedades sobre los números enteros, pero para que esos axiomas puedan funcionar se necesita que quede excluido del campo de esos axiomas un cierto número de asuntos que se dan por entendidos. Esos asuntos, en número de tres, son: 1. ¿Qué es un número? El axioma de Peano da por conocido que se sabe qué es un número. 2. ¿Qué es cero? 3. ¿Qué es el sucesor? Creo que es en torno a esas tres preguntas que pueden diversificarse respuestas sobre la naturaleza del número entero. En lo que me concierne me interesaré en la manera como Frege, al criticar una tradición, da una respuesta. Y el conjunto de esta crítica y de esta respuesta constituirán el apoyo sobre el cual Jacques-Alain Miller desarrollará su exposición. Si el cero, planteado como problemático, no se piensa por fuera, en una función diferente de la de los demás números, si no es como punto particular a partir del cual es posible una sucesión, es decir, que si no se le da al cero una función prevalente, se reducen las preguntas que enumeré a otras dos que pueden enunciarse así: 1. ¿Cómo pasar de una reunión de cosas a un número que sería el número de esas cosas? Y ése es justamente el problema. 2. ¿Cómo pasar de un número a otro? Esas dos operaciones, una de reunión, la otra de agregación, toda una tradición empirista las trata como referibles a la actividad de un sujeto psicológico, esas dos operaciones utilizadas ambas ya sea para reunir objetos y nombrar la colección así formada, o agregar un objeto a otro objeto. Toda esta tradición juega con la palabra Einheit, palabra que no tiene traducción al francés, que en alemán quiere decir unidad y es a partir de un equívoco con esa palabra que es posible una serie de ambigüedades respecto a esas funciones de sucesor y de número. Una Einheit es ante todo un elemento indiferenciado e indeterminado en un conjunto cualquiera. Pero una Einheit puede ser también, o puede tomarse también como el nombre un viii , número uno.

viii

Un es un o uno. die Einheit: la unidad; Ein = un/o; colofón: …heit = sufijo (1) para la formación de conceptos abstractos para la designación o iniciación de una condición o disposición [p.ej.: Kind- es niño… y Kindheit es infancia; Frei- es libre… Freiheit es libertad; Krank- es enfermo/a y Krankheit es enfermedad]; (2) para la formación de conceptos colectivos (p.ej. Mensch- es hombre y Menschheit es humanidad [N. del T.].

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Cuando se dice: “un caballo y un caballo y un caballo”, el un puede indicar una unidad, es decir, un elemento en un conjunto donde se plantean, uno al lado del otro, tres caballos. Pero mientras se tomen esas unidades como elemento y se las reúna en la colección, no se puede inferir en absoluto que haya un resultado al que se le atribuya el número tres, salvo con un forzamiento arbitrario que hace llamar a esta colección tres. Para que pueda decirse: “un caballo y un caballo y un caballo, o sea, tres caballos”, hay que proceder a dos modificaciones. Se necesita: 1. Que el un se conciba como número, 2. Y que el y se transforme en signo más. Pero por supuesto, una vez que haya tenido lugar esta segunda operación, nada se habrá explicado. Simplemente, se habrá planteado el problema real que consiste en saber cómo uno más uno más uno da tres, puesto que ya no se lo confundirá con, sencillamente, la reunión de tres unidades. Por eso el retorno del número aportando una significación radicalmente nueva, es decir, no la simple repetición de una unidad [sic] ¿cómo ese retorno del número como surgimiento de una significación nueva puede pensarse, a partir del momento en que no puede resolverse el problema de las diferencias entre la igualdad de los elementos, simplemente planteados los unos al lado de los otros, y su diferencia que hace que cada número, agregado uno tras otro, tenga una significación diferente? Y toda una tradición empirista se contenta con remitir esta función del surgimiento de una nueva significación a una actividad específica, y función de inercia del sujeto psicológico, que consistiría en agregar según una línea temporal de sucesiones, agregar y nombrar. Frege cita un número importante de textos. Todos se reducen a esta operación fundamental de reunir, agregar, nombrar. Para soportar estas tres funciones, que son las funciones que enmascaran el problema real, hay que suponer un sujeto psicológico que enuncia y opera esas actividades. Si el problema es descubrir lo específico en el signo más y en la operación sucesor, se necesita para eso separar el concepto de número de esta determinación psicológica. Ahí es donde comienza la empresa propia y original de Frege. Esta reducción de lo psicológico puede operarse en dos tiempos: 1. Con una separación que Frege realiza en el campo de lo que llama, como todos los que han quedado atrapados en los conceptos psicológicos conocidos desde hace mucho tiempo, el campo de las Vorstellungen, campo de las Vorstellungen en el que mete por una parte lo que llama las Vorstellungen psicológicas, subjetivas, y por otra parte lo que llama las Vorstellungen objetivas. Esta separación busca borrar literalmente toda referencia a un sujeto y tratar esas representaciones objetivas únicamente a partir de las leyes que Frege llama lógicas. ¿Qué es lo que caracteriza esas representaciones objetivas? Esas representaciones objetivas están ellas mismas desdobladas en lo que Frege llama un concepto y en lo que Frege llama un objeto. Y hay que poner buen cuidado en que, tanto concepto como objeto no pueden separarse y que la función que les asigna Frege no es diferente de la función asignada a un predicado respecto a un sujeto, o, en el lenguaje de la lógica moderna, no es más que una relación monádica, es decir, una relación llamada de un elemento, que es el soporte de esta relación.

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Y es a partir de esta distinción que Frege realiza una segunda distinción que le hace relacionar el número, no ya con una representación subjetiva como en la tradición empirista, sino relacionar el número con una o dos representaciones objetivas y que es el concepto. La diversidad de las numeraciones posibles nunca remite, y en todo caso no puede soportarse sobre una diversidad de los objetos. Es simplemente el índice de una sustitución de los conceptos en el sentido en que comencé a hablar al respecto hace poco, sobre los cuales recae el número, cuyo número es predicado. Frege da un ejemplo bastante paradójico. Toma una frase que es: “Venus no posee ninguna luna”. A partir de esta frase, ¿a qué atribuirle ninguna? Frege dice que no se le atribuye el ninguna al objeto luna con razón, puesto que no hay, y que sin embargo la numeración cero es una numeración; entonces lo que se atribuye no es al objeto luna sino al concepto “luna de Venus”. El concepto “luna de Venus” se relaciona con un objeto que es el objeto luna y justamente, en esa relación del concepto “luna de Venus” con el objeto luna, esa relación es tal que no hay luna. De ahí que se le atribuye al concepto “luna de Venus” el número cero. Es a partir de esta doble reducción que Frege obtiene su primera definición del número pues las diferentes definiciones del número sólo tienen por objeto fundar esta operación sucesor de la que hablé hace poco. Primera definición del número: el número pertenece a un concepto. Pero esta definición “el número pertenece a un concepto” es aún incapaz de darnos lo que Frege llama un número individual, es decir, un número antecedido por un artículo definido, el uno, el dos, el tres, que son únicos como número individual. No hay varios uno, hay un uno, un dos. ¿Pero cómo saber, únicamente con lo que se tiene hasta ahora, si será el uno o el dos o el tres los que se atribuirán a un concepto y no, por ejemplo, Julio César? Todavía no tenemos nada que nos permita determinar si lo que se le atribuye a un concepto es ese número, que es el número único antecedido por el artículo definido. Para hacer comprender la necesidad de otro proceder para llegar a ese número individual que es el que se quiere estrictamente cernir, Frege toma el ejemplo, siempre, de los planetas y de sus lunas, y esta vez es: “Júpiter tiene cuatro lunas”. “Júpiter tiene cuatro lunas” se puede convertir en esta otra frase: “El número de las lunas de Júpiter es cuatro”. El es que liga “el número de las lunas de Júpiter” con “cuatro” no es análogo en absoluto a un es como el de la frase “el cielo es azul”. No es una cópula, es una función mucho más precisa que es una función de igualdad, es decir, que el número cuatro es el número que hay que cernir y plantear como igual al número de las lunas de Júpiter, es decir, al concepto “luna de Júpiter” se le atribuye un número. Y ese número se plantea como igual, en el es, a cuatro que es el número cuya propiedad, cuya naturaleza se intenta determinar en su relación con los demás números enteros. Ese rodeo obliga a Frege a plantear una operación primordial que le permite relacionar los números con una pura relación lógica. No voy a dar todos los detalles de esta operación, que es una operación de equivalencia, que es una relación lógica que permite ordenar biunívocamente objetos o conceptos. El “o conceptos” no debe preocuparlos en la medida en que, para Frege, cada relación de igualdad entre conceptos ordena asimismo objetos que caen bajo esos conceptos según la misma relación de igualdad, por lo menos en ese momento de su pensamiento. Una vez que se ha planteado esta relación de equivalencia, se puede llegar a una segunda, la verdadera definición del número (en el vocabulario de Frege, evidentemente), que es un

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poco particular pero que es absolutamente análoga… definición retomada además en toda la tradición logicista formalista. La definición es: el número que pertenece al concepto F, por ejemplo, del que hablé hace poco, es la extensión del concepto “equivalente al concepto F”. Es decir, que se ha planteado un concepto determinado F; se ha determinado con la relación de equivalencia todas las equivalencias de ese concepto F y se define el número como la extensión de ese concepto equivalente al concepto F, es decir, todas las equivalencias del concepto F. La extensión de ese concepto ha de tomarse en el más simple sentido, es decir, el número de objetos que hay en un lugar. Si las definiciones del número se obtienen a partir de esta relación de equivalencia, Frege piensa, habiendo excluido el número individual, más exactamente habiéndolo retrasado en su investigación, y habiéndolo en cierta forma puesto al final, como coronación de todo su sistema de equivalencia, Frege intentará a partir de esta máquina que podría ordenarse siguiendo dos ejes, un eje horizontal en el cual juega la relación de equivalencia, y un eje vertical que es el eje específico de la relación entre el concepto y el objeto, es decir, que la relación del concepto con el objeto es continuamente... es decir, que siempre se puede, a partir del momento en que se tiene un concepto, transformarlo en objeto de un nuevo concepto puesto que la relación del concepto con el objeto es una correspondencia puramente lógica de relación. Es a partir de esos dos ejes que constituyen su máquina de relación que Frege pretende ahora cernir los diferentes números y divisaremos que cernir los diferentes números consiste simplemente en responder a dos de las tres preguntas enunciadas al comienzo: “¿qué es cero?” y “¿qué es un sucesor?”, dado que si se tiene cero y si se tiene el sucesor de cero, el resto anda solo. Es a partir de esta definición de cero que puede señalarse un poco lo que puede virar en la definición de Frege. La primera definición necesaria es la definición del cero. El problema consiste en saber si va a poder definirse el cero que no sea con la referencia tautológica a la no-existencia de objeto alguno que quepa en el concepto. Hace poco, pude atribuir el número cero a “luna de Venus” porque: 1

Yo planteaba que “luna de Venus” era un concepto, es decir, que existía objetivamente. 2 Yo sé que no hay nada que quepa en éste.

Para ofrecerse ese número cero, Frege forja el concepto de “no idéntico a sí mismo” que él define como un concepto contradictorio y Frege declara que a cualquier concepto contradictorio (y deja aparecer los conceptos contradictorios aceptados en la lógica tradicional: el círculo cuadrado o la montaña de oro), a cualquier concepto al cual no corresponda objeto alguno, a ese concepto se le atribuye el número cero. En otras palabras, el cero se define por la contradicción lógica, que es el garante de la no-existencia del objeto, es decir, que hay correlación entre la no-existencia del objeto constatado, decretado, ya que se dice que no hay centauro, y por otra parte la contradicción lógica del concepto de centauro... contradictorio. Jacques Lacan - O Unicornio...

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Yves Duroux – O Unicornio. Se comprende muy bien si es el concepto contradictorio consigo mismo, el concepto a partir del cual podrá desarrollarse la definición del número. Hay un problema que se plantea y que Frege no resuelve (únicamente lo señalaré porque está planteado en la lógica matemática), a saber, si hay varias clases. Frege no se plantea el problema. Él piensa que, en la medida en que definió de manera general la relación del número con el concepto a través de la equivalencia de todos los conceptos, para la clase cero, hay varias. En todo caso, no se plantea el problema. Por ejemplo, los demás matemáticos se ven obligados a plantear una clase cero y un conjunto vacío. La segunda operación que permitirá engendrar toda la serie de los números es la operación sucesor. Frege da simultáneamente la definición del uno y la definición de la operación sucesor. Digo simultáneamente porque creo que puede decirse y mostrarse que una y otra se implican y la definición que da del sucesor sólo puede pensarse a partir del momento en que ha definido el uno a partir de esta operación sucesor. En otras palabras, para la operación sucesor sólo daré la definición de Frege, que él plantea antes del uno, y luego mostraré cómo esta operación sucesor sólo puede darse porque se da esta relación de uno a cero. La operación sucesor se define simplemente como sigue. Se dice que un número sigue naturalmente en la serie a otro número si ese número se le atribuye a un concepto en el cual quepa un objeto x tal que haya otro número, es el número que ese primer número sigue, tal que sea atribuido a un concepto en el cual quepa el concepto precedente y que no sea x, es decir, el objeto que cabía en el concepto precedente. Esta es una definición puramente formal que simplemente hace evidente que el número del concepto que sigue respecto al número que lo precede, el número que lo precede tiene por objeto el concepto precedente a condición de que no sea el objeto que cabe en el concepto precedente. Esta definición es puramente formal y digo que Frege la funda dando inmediatamente después… después pasa a la definición del uno. Dirá: ¿Cómo voy a dar la definición del uno? La definición del uno es bastante sencilla, consiste en darse un concepto igual a cero. ¿Qué objeto cabe en ese concepto? En ese concepto cabe el objeto cero. Luego, Frege se pregunta cuál es el concepto en el que cabe el objeto igual a cero y no igual a cero. Igual a cero y no igual a cero, recuérdese que es una definición contradictoria, por lo tanto define el número cero, en otras palabras, al darse una primera definición, el concepto igual a cero, en ese concepto cabe el objeto cero. Luego, al darse una segunda definición, el concepto igual a cero y no igual acero, es el número cero. Se sabe porque ya se lo definió hace poco. A partir de esas dos proposiciones Frege puede decir: “uno sigue a cero en la medida en que uno es atribuido al concepto igual a cero”. ¿Por qué sigue al cero? Porque cero es el objeto que cabe en el concepto cero y que al mismo tiempo no es igual a cero. En otras palabras, contradictorio. Entonces la operación sucesor se engendra por un doble juego de contradicciones en el paso del cero al uno. Sin exceder demasiado el campo de Frege, puede decirse que la reducción de la operación sucesor tiene lugar por una operación de doble contradicción. Al dar el cero como contradictorio, al dar el paso de cero a uno por la contradicción contradictoria, pienso poder decir que el motor que engendra la sucesión en Frege es puramente una negación de la negación. Todo el aparato que consistió en reducir el número es un aparato común a toda una parte de las matemáticas. Se lo desconoce a tal punto que no puede causar dificultad. Se lo puede perfectamente admitir como parte del campo de la lógica matemática y no plantearnos preguntas. Funciona muy bien totalmente

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solo. ¿Este aparato es capaz de responder a la pregunta, cómo es que después de cero viene uno? ¿Cómo ese uno es sucesor y cómo es tan sucesor que el que vendrá después del uno será el dos? Frege piensa haberlo resuelto de la manera que ya les dije: ese juego de doble contradicción. No me preguntaré por la legitimidad de esta operación. Dejaré esto al cuidado de Jacques-Alain Miller. Simplemente quisiera decir que entre los empiristas así como en Frege el nombre del número, que Frege llama número individual sólo se obtiene, en último recurso, como una especie de abuso de autoridad, como, si quieren, como un sello que lo sellado se aplicaría a sí mismo. Y en segundo lugar, tanto en unos como en otros, tanto en Frege como en los empiristas, el número siempre es capturado a través de una operación que tiene por función llenar a tope, ya sea por vía de reunión o por esta operación que Frege llama correspondencia biunívoca que tiene exactamente la función de reunir exhaustivamente todo un campo de objetos. Por una parte es la actividad de un sujeto, por la otra es la operación llamada lógica de equivalencia y que tienen la misma función. Creo que, si se quiere responder la pregunta planteada al comienzo, se puede preguntar cómo es posible el retorno del número como significación diferente, a saber, si hay otros principios que sean capaces de dar cuenta de esas significaciones diferentes. Sobre estos asuntos ofrecí, si quieren, una banda de Mœbius; ahora hay que torcerla. Es lo que hará Jacques-Alain Miller. Jacques Lacan – Las necesidades del corte de tiempo dejan entonces en suspenso el discurso de Yves Duroux hasta cuando Jacques-Alain Miller les muestre, en nuestra próxima reunión cerrada, su relación, su incidencia directa, con lo que nos ocupa en primer lugar, a saber, la relación del sujeto con el significante, en la medida en que aquí lo ven simplemente esbozarse (hablo para quienes las preguntas que [sic] pueden elevarse en sus formas más confusas) esbozarse en las relaciones del cero y del uno. Por supuesto, no se contenten con esta sumaria analogía. Si hoy hemos tenido el cuidado de hacer que den cuenta, con la mayor fidelidad, de un texto fundamental en la historia de las matemáticas, al cual una buena parte de ustedes no había sido iniciado, y mucho menos familiarizado, si nos tomamos ese cuidado es porque es necesario que sepan que son asuntos que se imponen a tal punto, que no obstante se plantean aún para gente, los matemáticos, que en últimas no tienen necesidad de esta elaboración para hacer funcionar su aparato, y tienen su fecundidad. En efecto, todo lo que son investigaciones matemáticas producidas recientemente, e investigaciones matemáticas suficientemente fecundas como para haber transformado absolutamente todo su aspecto, se halla fundada en la confesión de los mismos que la hicieron pasar a los hechos, particularmente por ejemplo Bertrand Russell, relacionada con esta obra inaugural y desconocida hasta que Russell, redescubre también él parcialmente su resorte, ya que la obra había permanecido durante más de veinticinco años en la más profunda oscuridad. Pienso que, por muy disparatadas a primera vista que puedan parecerles las dos intervenciones que oyeron hoy… y lo subrayo, aquellos a quienes esta disonancia les haga realizar un ejercicio de gimnasia mental que les pueda parecer demasiado arduo, precisamente ésos son aquellos de quienes dije que, después de todo, no están obligados a

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someterse a él. Si tal relación ha de ser establecida por ustedes, es ciertamente por mil hilos de comunicación, de los cuales sólo les citaré uno, puesto que en últimas se sabe desde hace mucho tiempo que cuando el filósofo intenta poner de acuerdo el pensamiento con el objeto de su captura, les dirá enseguida que el unicornio es algo, como se dice, que no existe. No obstante, un unicornio, ¿existe, y en qué medida? Un centauro, ¿existe, y existe un poco más a partir del momento en que es el centauro Tal, Neso o Quirón? Es un asunto que para nosotros es de la mayor importancia, porque es justamente de eso de lo que se trata en nuestra práctica, a saber, la incidencia de la nominación en su estado conceptual, o en su estado puro, en el nombre propio, con el que tendremos que vérnosla, en el initium mismo de lo que determina al sujeto, así como en su historia, en su estructura y en su presencia en la operación analítica. Ese texto de Duroux será igualmente [multicopiado], porque considero que es muy grande el servicio que les ha prestado al darles un resumen notablemente corto, absolutamente sustancial de una obra, las Grundlagen der Aritmetik de Frege, y que es la piedra, el punto, el hueso de referencia gracias al cual, esta conjunción que se habrá realizado en nuestra próxima reunión entre las preguntas en apariencia puramente técnicas que él ha destacado, se empalman con nuestra práctica. Entonces, todos los que deseen, en condiciones que son entonces más amplias que las que planteaba hace poco… El texto de Leclaire no debe tomarse (salvo a cuenta y riesgo de quien lo adquiera sin aportarle respuesta alguna), el texto de Leclaire, le será entregado a aquellos y sólo a aquellos que vayan a agregarle algo. Para los demás, que están aquí como oyentes y en cierta forma aún en vilo, todos los que quieran haber enfrentado para la próxima vez, haber preparado lo que nos traerá Jacques-Alain Miller, se les pide levantar la mano… Bueno, evaluamos entonces en ochenta el número de textos que se sacará, y entonces dentro de quince días, en el mismo puesto y en el mismo lugar, Duroux, si lo considera conveniente, tendrá el tiempo para revisar el texto aquí mecanografiado, que podrán hallarlo en la misma dirección de manera que aquellos que, pienso que son bastantes, han soltado algunas de las articulaciones perfectamente ceñidas y bien moduladas, y estrictamente equivalentes al texto de Frege, que éstos vengan entonces a nuestra próxima reunión para oír la continuación. Traducción: Pio Eduardo Sanmiguel Ardila. Colaboraron en la revisión de la traducción y de esta versión en español: Belén del Rocío MORENO CARDOZO, Carmen Lucía DÍAZ LEGUIZAMÓN, Eduardo ARISTIZÁBAL CARDONA, Javier JARAMILLO GIRALDO, Mario Bernardo FIGUEROA MUÑOZ, Pilar GONZÁLEZ RIVERA, Tania ROELENS HRNCIROVA. Posteriormente he recibido precisiones, anotaciones, correcciones de Sylvia de Castro K., Myriam Cotrino y Luisa Matallana L., a quienes agradezco sinceramente el haberse tomado el tiempo para anotar sus dudas y enviarlas a este correo. Esta traducción continúa en proceso; así que, cualquier duda, comentario y/o precisión serán bienvenidos; comuníquelos, por favor, a la siguiente dirección electrónica: [email protected]

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Lección 8 3 de febrero de 1965 Antes de empezar mi clase quisiera anunciar que le agradecería mucho a la señorita Hocquet que recordara al final del curso, escribiéndolo en el tablero, que no habrá clase en ocho días ni tampoco la habrá en quince. En efecto, voy a ausentarme durante ese periodo de quince días, un poco más. Entonces retomaré aquí nuestra reunión el 24 de febrero, lo cual cae un cuarto miércoles de mes, cuarto miércoles que, como ya lo saben, se reserva para esa forma de encuentro a la que llamo seminario cerrado y que, como saben, está abierto para todos aquellos que me lo hayan solicitado. Queda a cargo de aquellos comprender luego (de la misma manera en que yo me ejercité allí durante el último de esos seminarios cerrados), comprender qué tienen que hacer allí, en ese seminario, es decir, sacar ellos mismos las consecuencias: escoger si deben quedarse o partir. En cuanto a las numerosos personas de entre ustedes (y esto legitima mi anuncio público) que estuvieron en ese último seminario cerrado, preciso que podrán obtener, en un lapso que espero que sea corto, es decir, pienso que de aquí al fin de la semana que ya empezó, uno de los textos, y poco más tarde, el otro de los que, en suma, se decidió que su multicopia sería puesta a disposición de quienes quisieran referirse a ellos para el resto de esos seminarios. Estará a su disposición en el 54 de la calle Varenne, segundo piso al fondo del corredor; que se dirijan a los porteros de la señora Durand. Asimismo, le señalo a los miembros de la Escuela Freudiana que, evidentemente, tienen todos acceso al seminario cerrado; pienso que la mayoría irá al 54 calle de Varenne a procurarse esos textos, retirarán allí al mismo tiempo su carta de una pila aproximada que hice de esas cartas de entrada para su uso en el seminario cerrado. Me excuso ante aquellos que no la encuentren allí, simplemente querrá decir que no anotaron en una ficha azul su nombre a la entrada de ese seminario cerrado. Dicho esto, quisiera que hoy continuáramos avanzando en lo que constituye el problema crucial. Buscamos proponer una forma y, para decir precisamente la palabra, una topología esencial para la praxis psicoanalítica. Es con este fin que reproduje aquí, en esta forma de botella de Klein [figuras VIII – 1 y 2], forma que, si quieren, no es la única, como bien lo saben, puesto que ésa misma es una forma que puede parecerles, respecto a la forma más difundida, la más corriente, la más llevada a imágenes, en los más elementales libros, puede

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parecerles simplificada. No está simplificada en absoluto, es exactamente la misma pero se la podría representar de muchas otras maneras por la sencilla razón de que toda representación suya es una representación inexacta, forzada, puesto que toda representación que pueda darles es, sobre este tablero plano, evidentemente, una representación que es una proyección en el espacio en tres dimensiones a la cual no pertenece la superficie de una botella de Klein. Se trata entonces siempre de una cierta inmersión en el espacio. No obstante, hay una relación sin embargo análoga entre la estructura, la esencia de la superficie y esta inmersión. Hay una relación análoga, digo, entre aquello que la superficie está destinada a representar para nosotros y el espacio en que funciona; el espacio en que funciona es precisamente el espacio del Otro en tanto lugar de la palabra. No será hoy cuando intente proseguir esta analogía de un campo de tres dimensiones y de lo que llamo el espacio del Otro y el lugar del Otro, lo cual no es en absoluto lo mismo; digamos que aquí se podría introducir una cierta analogía con las tres dimensiones cartesianas del espacio, pero no lo haré hoy. En el tablero hay cuatro esquemas: el de arriba a la izquierda [figura VIII-3] está limitado, enmarcado por una barra en escuadra para aislarlo de los demás. No tiene ninguna relación con los demás. Para todos los que tuvieron la oportunidad de abrir ciertos comentarios que hice sobre el discurso de uno de mis antiguos colegas, comentarios que implican retomar y hasta rectificar ciertas analogías que él introdujo, términos que sirven para definir las instancias en la segunda tópica, más particularmente los términos yo ideal e ideal del yo... sobre los que, a propósito, queda en suspenso si Freud los distinguió auténticamente; y hace tiempo que yo dije que sí, pero la cosa puede, en efecto, mantenerse en forma de pregunta.

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Como quiera que sea, el autor al que me refiero había dado el paso (si me acuerdo bien en algún número cuatro o cinco de la revista La psychanalyse), había dado el paso puesto que igualmente yo ideal e ideal del yo tienen un sentido en psicología y es este sentido el que el autor buscaba empalmar con la experiencia analítica. Lo hacía en términos que puede decirse que son términos de la persona, hasta del personalismo e intentaba yo, en esos comentarios, sin interrogar propiamente hablando una fenomenología que conserva su precio, intentaba mostrar qué nos permite articular allí el psicoanálisis. Se trata entonces de una simple alusión a ese esquema que di en esa ocasión y podrán ver [en] detalle en este artículo que los pocos rasgos de los dibujos que hice a la izquierda corresponden.

Tal vez no sea vano que les recuerde de qué se trata. La virtud, la inspiración de esta construcción reposa enteramente sobre una experiencia de física divertida que se llama del ramillete invertido, gracias al cual, con el uso de un espejo esférico [a] (olviden por el momento esta parte del esquema [figura VIII-7]), gracias al uso de un espejo esférico puede hacerse aparecer, dentro de un jarrón supuestamente real que estaría colocado aquí [b], un falso ramillete [c’]. Con tal de que ese ramillete quede aquí oculto a la vista del espectador por alguna pantalla adecuada [d], el ramillete da, por el efecto de inversión que produce el espejo esférico, aquí, una imagen que, a diferencia de la imagen que está en el espejo plano, más allá del espejo plano, la imagen llamada real. Es decir, es efectivamente algo que se sostiene en el espacio a manera de una ilusión. En ciertos casos, los ilusionistas, y naturalmente en condiciones de iluminación propicias, en una atmósfera protegida por pantallas negras, llegan a hacer surgir esas especies de fantasmas de manera muy suficiente para por lo menos interesar el ojo.

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Es partiendo de ahí que, de manera puramente ficticia, me di gusto imaginando el modelo siguiente, ese que, al contrario, en torno a un ramillete haría surgir un jarrón ilusorio [figura VIII-8 en c’]. Queda bien claro que esta ilusión sólo se produce por un ojo [en S] que está ubicado en alguna parte en el campo de manera tal que eso pueda constituir imagen para él, es decir, que una cierta remisión de rayos del espejo esférico, luego de haberse vuelto a cruzar para constituir la imagen real, va a ensancharse en un cono [en i] en el fondo del espacio que le compete. Por supuesto, es necesario que el ojo capaz de recibir o que supuestamente ha de recibir la imagen real, esté en ese cono. En otros términos, lo cual se comprende fácilmente, se necesita que el espectador de ese espectáculo ilusorio esté en un cierto campo bastante limitado para que no escape pura y simplemente a los efectos del espejo esférico. Aquí es donde yace el resorte de la pequeña complicación suplementaria que le agrego, a saber, que esta ilusión de la imagen real es un sujeto. Ese sujeto es absolutamente mítico, y por eso es que aquí la S no está tachada. Es un sujeto que está ubicado al contrario (puede fácilmente comprenderse que es una exigencia) del lado del espejo esférico [figura VIII-9] (ese espejo esférico representa algún mecanismo interno al cuerpo) que ve en un espejo [A] la ilusión que se produce aquí para aquel que estaría aquí [I]. Esto no es muy difícil de comprender. En efecto, la posición de la S y de la I respecto al plano del espejo, aun cuando no aparezca en esta figura, es estrictamente simétrica. Basta entonces con que S encuentre su propia imagen eventual más allá del espejo en alguna parte en el cono en el que tiene su alcance la ilusión del espejo esférico, para que él vea en el espejo exactamente lo que vería si estuviese aquí, a saber, en el lugar marcado con I.

Es exactamente la relación entre [sic] la identificación que se llama ideal del yo, a saber, ese punto de acomodación que el sujeto, diría yo, de siempre (de siempre no es lo que cubre una historia, a saber, la historia del niño en su relación de identificación con el adulto); se trata entonces de un cierto punto de acomodación en el campo del Otro en tanto que está tejido, no solamente por la relación simbólica, sino por un cierto plano imaginario, tales son sus relaciones con los adultos que velan por su formación. Es, en cierta forma, fijado ahí, ubicado ahí, acomodado en ese punto, que él va a tener que, a todo lo largo del desarrollo mismo (para introducir aquí aquello de lo que se habla en el génesis), va a tener que, en el transcurso de ese desarrollo, acomodar esta ilusión que está ahí, la ilusión del jarrón invertido, es decir, hacer trabajar en torno a algo que es el ramillete que aquí hemos reducido a una flor para que quede claro, y hasta a ese signo, a ese redondelito que está en 104

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la punta del tallo, acomodar en torno a ese algo que aún no ha dicho su nombre, aun cuando ya esté escrito en el tablero, acomodar en torno a ese algo que aquí es la imagen virtual de la flor, acomodar, en suma, esta imagen del florero invertido. Esta imagen real del florero invertido, es el yo ideal, es la sucesión de formas de donde se cristalizará lo que se llama… algo de lo que llaman, de una manera demasiado monolítica, por una especie de extrapolación que produce una perturbación en toda la teoría, el yo. El yo se forma de las historias sucesivas de los yoes ideales que incluyen toda la experiencia de lo que podría llamarse el tomar las riendas de la imagen del cuerpo. Ahí es donde yace siempre lo que acentué con el título de estadio del espejo, en otras palabras, del carácter de núcleo de la imagen especular respecto a la instancia del yo. Vean la elaboración adicional que aporta este esquema. Es claro que aquí el espejo tiene su razón de ser, puesto que define una cierta relación entre el cuerpo, tomado aquí como oculto, y la producción de dominio de su imagen en el sujeto. Introduce aquí, de manera visible lo que en la experiencia del espejo es absolutamente claro, a saber, que, antes de esta experiencia, el lugar del Otro, el baño del Otro, el soporte del Otro, para decirlo todo, el otro que sostiene al niño en brazos ante el espejo, puede ocurrir, ésa es una dimensión esencial, que el hecho de que el primer gesto del niño, en esta asunción jubilosa, dije, de su imagen en el espejo, se coordina muy a menudo con ese voltear la cabeza hacia el otro, el otro real, percibido al mismo tiempo que él en el espejo y cuya referencia tercera parece inscrita en la experiencia. ¿Entonces? De lo que se trata en la evocación que hice aquí de este pequeño esquema, es de mostrar que la función y la relación que hay entre esta flor, como la llamé hace poco, designada aquí con a, y lo que efectivamente es lo que llamamos objeto a, esta flor no tiene, en esta experiencia y respecto al espejo, no tiene la misma función, no es homogénea con lo que viene a operar como indicación en torno a ésta, a saber, la imagen del cuerpo y el yo. Hasta puedo agregar, para quienes ya han seguido mis desarrollos al respecto durante el seminario sobre la identificación, que, con la única condición de hacer intervenir otro registro, el de la topología. Puede decirse, aunque evidentemente es una metáfora, que no siendo ahí más que una metáfora, más precisamente la metáfora de esta pequeña experiencia física, no busquen entonces hacerlo entrar ahí. De todas maneras, a pesar de que Freud mismo haya utilizado esquemas en últimas totalmente semejantes, en ningún caso pueden ustedes darle más realidad de la que nosotros mismos le damos aquí. No obstante, no olviden que de hecho, y con ayuda de una referencia mucho más próxima a lo real que es justamente la referencia topológica, subrayé, en efecto, que si la imagen del cuerpo, el i(a), se origina en el sujeto, en la experiencia especular, el a minúscula (ya saben qué instancia le doy en la economía del sujeto y su identificación), el a no tiene imagen especular, no es especularizable. Y ahí está todo el misterio: ¿cómo, no siendo especularizable, puede sostenerse, mantenerse (porque ése es el hecho de nuestra experiencia), que resulta centrando todo el esfuerzo de especularización? Es de ahí, lo recuerdo, que debe partir toda la cuestión para nosotros, más exactamente, el cuestionamiento de aquello de lo que se trata en la identificación y, más especialmente, en la identificación tal y como tiene lugar, tal y como se realiza, en la experiencia analítica. Ven ahí que el juego de la identificación, al mismo tiempo, que el fin del análisis, queda suspendido a una alternativa entre dos términos que gobiernan, que determinan las identificaciones del yo, que son diferentes sin que se pueda decir que son opuestos, ya que 105

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no son del mismo tipo. El ideal del yo, lugar de la función del rasgo unario, partida, enganche del sujeto en el campo del Otro, en torno al cual se juega sin duda el tipo de identificaciones del yo en su raíz imaginaria, pero también en otra parte, punto de regulación, invisible si quieren (pero pongo este invisible entre comillas, porque si no se lo ve en el espejo, su relación con lo visible ha de retomarse enteramente) y ya saben que el año pasado, para quienes estaban aquí, eché sus fundamentos. Pero dejo aquí ese punto entre paréntesis. Alrededor de, digamos, el a¸ oculto en la referencia al otro, alrededor del a, tanto como y más que en torno al ideal del yo, se juega el drama de las identificaciones del sujeto, y el asunto es saber si debemos considerar que el fin del análisis puede contentarse con una sola de las dos dimensiones que determinan esos dos polos, a saber, desembocar en la rectificación del ideal del yo, a saber, en otra identificación del mismo tipo y particularmente lo que se llama, lo que se admite designar como la identificación con el analista, si todas las aporías, las dificultades, las sin salidas de las que nos dan fe efectivamente la experiencia de los analistas y los decires de los analistas, si no es en torno a algo insuficientemente visto, apuntado y no ubicado al nivel del a, que juegan tanto esas sin salidas como la posibilidad de su solución. Es un recordatorio del camino por el que debemos avanzar ahora, y para proponerles una fórmula que reintroduce aquí nuestra aprehensión de la botella de Klein y de aquello de que se trata en esta figura, diré, la clave que intentamos dar con esta topología, es aquello de lo que se trata en cuanto al deseo. Si el deseo es algo con lo que tenemos que vérnosla en el inconsciente freudiano, es en la medida en que es algo muy diferente a lo que se ha llamado hasta ahora tendencia desconocida, misterio animal. Si el inconsciente es lo que es, esta abertura que habla, el deseo ha de formularse para nosotros en alguna parte del corte característico de la escansión de ese lenguaje y es lo que intenta expresar nuestra referencia topológica. Planteo la siguiente fórmula, antes de comentarla: podríamos decir que el deseo es el corte en el cual se revela una superficie como acósmica. Ese es el orden en el cual, hace ya un buen rato que deben sentirlo porque ya había sacado ese término de acósmico, y en más de un horizonte, el carácter no visto, profundamente antiintuitivo y, tal como recientemente me lo decía además un matemático con quien intenté poner en juego otros ejercicios sobre esta famosa botellita, “esas superficies horribles de ver”, quiero decir, que mi matemático, para resolver los problemas de que se trata, de común acuerdo, rehúsa enérgicamente, con toda razón, hasta mirar efectivamente, del lado de la horrible salida de la botella, esa especie de curiosa boca doble, abrazada y al mismo tiempo pegada pero desde el interior, que hace que se llegue a ese borde desde ambos lados a la vez. Hay cosas que pueden representarse en el nivel de la reflexión sobre ese borde, y yo, que no temo arrastrarlos hacia lo horrible, les hablé al respecto como de un círculo de retroceso, pero de hecho, ¡en ninguna parte hay círculo de retroceso! Si tomamos la superficie con todo rigor en ninguna parte está ese círculo porque simplemente, si nos atenemos a la manera como está representado ahí, puede deslizar por todas partes. Ya una vez hice con ustedes la comparación con medias, en una especie de nylon inmaterial, vueltas sobre sí mismas en alguna parte. Supongamos que ese nylon pueda atravesarse él mismo sin daño de manera más fácil que en el tablero; pues bien, verán que ese círculo de retroceso puede ser desplazado en todos los puntos de su recorrido. Justamente la esencia de la botella de Klein está hecha de su ubicuidad.

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Por supuesto es por eso que las preguntas que puedo plantearle al matemático le causan horror. Él dispone de otros métodos para formular las consecuencias de ese círculo de retroceso inaprehensible, y pienso que lo que les represento es no obstante, por muy horrible de ver que sea la construcción, más aprehensible, no para sus costumbres mentales, porque apenas intenten manipular un poco esta botella verán qué dificultades pueden encontrar, y sin embargo, esas imágenes i son singularmente más diciente[s] que si me contentase con algún pequeño símbolo y algún cálculo; no tendrían ustedes en absoluto la sensación de que eso tenga sentido. Pero queda claro que les ruego con eso ubicar ciertas cosas que ahora no voy a hacerles sentir (pueden ejercitarse en soledad para verificar su importancia), que para ir de un punto A a un punto B, representados aquí sobre el círculo de retroceso [figura VIII-10] pero que pueden ser cualesquiera, si tomamos un cierto tipo de camino de ida y vuelta, cortamos la botella de cierta manera que deje intactas sus características, a saber, que la cortamos, si les place, en dos bandas de Mœbius, es decir, dos superficies no orientables, como la botella. Si en cambio [figura VIII-11] procedemos de una manera que sólo parece ligeramente diferente (si quieren el primer trazo es el mismo pero el otro trazo pasa de otra manera), pues bien, cortamos también la botella, pero la transformamos en una especie de cilindro puro y simple, en otras palabras, en algo perfectamente orientable, en algo que tiene un derecho y un revés, lo cual es absurdo, pues el revés queda en la imposibilidad de pasar, salvo si traspasa un borde, del lado del derecho. Lo único que hace esto es darle imagen, aun cuando aquí quede en suspenso. Podríamos entrar en mayores detalles, ver con qué se relaciona la divergencia de esas posibilidades, y si se nos da el tiempo, la posibilidad de mostrar qué puede llegar a figurar esto. Verán que ahí hay hasta un buen corte, el que revela la superficie en su verdadera naturaleza que es la de superficie no orientable, y uno malo que la escamotea, la agota, la reduce a una superficie diferente y de todas formas más banal, más común, más accesible para la intuición… ya que así mismo, saben ustedes que históricamente, cosa curiosa, en un campo como el de las matemáticas donde por siempre la recreación ha servido en muchos casos como prueba piloto para los verdaderos problemas, es en la alta matemática, en la especulación matemática pura donde han aparecido primero esos extraños seres topológicos y que si ahora desciende a la recreación, ello es secundario. Lo cual es un proceso estrictamente opuesto a todas nuestras observaciones en otros campos de las matemáticas, si no es repetir “¡que nadie entre aquí si no es topólogo!”, de la misma manera como se decía otrora en la puerta de cierta escuela de pensamiento “que nadie entre aquí si no es geómetra”. i

“Espejismos” [mirages] en la copia dactilográfica producto de la estenografía.

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¿Entonces ahí la función de ese famoso deseo del analista, en esta superficie acósmica, sería la del que sabe tallar las pocas figuras? Puesto que nada deja de ser anunciado en el campo del pensamiento y de la historia, ¿la obra de Carlyle, Sartor resartus21, El tallador recortado, sería en cierta forma el anuncio y la prefigura de lo que afectará al sujeto con Marx y Freud? Seguramente hay algo de eso; hay algo en el análisis que hace eco a lo que porta el subtítulo de Carlyle, La filosofía de los ropajes, y no por nada comenzamos a entrar en el campo del análisis del deseo por el término Verkleidung, tan fútil, con la presencia en la palabra del término vestido, Kleid, que el término de déguisement [disfraz] en francés deja escapar. Pero la Verkleidung es otra cosa, tiene que ver con algún traje. Pero entonces nos servirá la frase de una reina difunta que le dice a su hijo: “bien tallado, pero hay que volver a coser”. En el campo del análisis, todo está en la eficacia del buen corte, que hay que considerarlo también en la manera como, una vez hecho este corte, nos permite el traje; traje tras el cual tal vez sólo hay nada; del traje, sólo se trata de voltearlo de otra manera. El sartor resartus en cuestión es, pues, y de eso quiero hablarles hoy, lo señalo, no es el paciente, no es el sujeto, es el analista. Porque lo que yo quisiera intentar hacer vivir un instante y poner en imágenes para ustedes, es una cierta dificultad que tiene el analista con sus propias teorías. Voy a tomar esto en el texto, lo escogí por ser el último que me ha llegado a las manos, creo que no fue publicado en el último número del International Journal of Psychoanalysis que ofrecía un informe del Congreso de Estocolmo en el que tuvo lugar esta intervención. Es la obra, digamos, de una joven mujer, o en el límite del momento en que ese término de joven empieza a tomar un sentido más vago; tampoco es una joven analista; sin embargo se halla en una posición bastante particular dentro de ese curioso medio que es la comunidad analítica. Digamos que en la sociedad inglesa representa una especie de bebé de todos. A fe mía, es bastante activa y bastante aguda, bastante inteligente, como ya lo verán, y en últimas no sin cierta audacia, audacia que el título de su intervención denota puesto que, en resumen, ella interroga uno de los términos que pasan, que se integran, que son tejidos de la manera más corriente en la experiencia psicoanalítica. Ella se desenvuelve en un cierto campo propiamente educativo, valga decir un estilo bien inglés del psicoanálisis y, por supuesto, hablar de ese estilo no significa zanjar orientaciones doctrinales porque las orientaciones doctrinales bien deberían oponerse y hasta batallar en ese propósito general que es no obstante de referencia formativa. El título es pues «La exploración inconsciente del “mal padre”»73 …bad parent, to maintain… para sostener la creencia en la omnipotencia infantil”. Aquí se trata de mostrarles por qué vía una practicante llega a poner en duda aquello en torno a lo cual gira todo lo que se le enseña que es el resorte de la experiencia analítica, en razón de los caminos por los que la ha conducido esta enseñanza, esta dirección. Ella se da cuenta de que todo lo que de ordinario se dice sobre la transferencia, a saber, error sobre la persona, reproducción de las experiencias hechas con los padres en la relación con el analista, condujo a acentuar de manera cada vez más prevaleciente los efectos que produjeron en el desarrollo del sujeto lo que puede llamarse, con un signo característico, un condicionamiento emocional inadecuado; condujo a las mentes cada vez más por esa vertiente genética donde el buen padre es el que se preocupa por aportar, en cada fase del desarrollo del niño y de las necesidades que le corresponden, ese algo que no producirá el llamado emotional disturbance, perturbación emocional; en resumen, condujo a centrar el asunto en torno a un ideal de formación afectiva donde, de lo que se trata es de algo de una relación entre dos seres vivos, el uno con necesidades, el otro estando ahí para satisfacerlas 108

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y que en cierta forma la salida, la buena formación, queda allí pendiendo de asuntos de armonía, de oportunidad, de etapas de asistencia. Que una analista, educada en esas aguas… de hecho no hay por qué sorprenderse porque esa vertiente, esa pendiente, sólo es sin embargo lo bajo de una pendiente, el análisis no ha salido en absoluto de ahí, y con lo que tenemos que vérnosla, no es aquello hacia lo que su praxis, en un cierto campo, en un cierto medio, llega a despuntarse fascinada. Partimos por supuesto de una experiencia muy diferente, a saber, que esto aparece como el resorte posible de aquello de lo que en efecto se trata, a saber, la ectopia de una respuesta, en el niño, a esos supuestos perjuicios de educación, educación que ahí está, ectópica, presente en el campo analítico en el lugar del analista. Es a lo que se llama la transferencia. No obstante hay que saber, por supuesto, si se le da importancia a mis fórmulas, si pueden ser aplicadas, es decir, ¿qué?, traducidas, y yo mismo fui quien trajo una traducción: transferencia es, en su esencia, engaño. Entonces, si es así, debe podérsele dar alcance, vigor, a la equivalencia neurosis de transferencia y neurosis de engaño. ¿Y por qué no? Intentemos. ¿A quién se engaña? Si la transferencia sí es ese algo con lo cual el sujeto, al alcance de sus medios, establece su asiento en el lugar del Otro (y no se necesitan muchas referencias para confirmárnoslo), se trata de saber si la interpretación de la transferencia (que se limita a constatar que lo que ahí se nos figura y representa en el comportamiento del paciente viene de otra parte, de más lejos, de hace rato, de sus relaciones con sus padres), si interpretarlo así no puede ser favorecer este engaño. Es por lo menos el asunto que por supuesto subrayo pero que por hoy les planteo como lo que subleva nuestra esperanza del análisis, a través de esta preciosa persona cuyo nombre por azar es Pearl. Después de algunos saludos a las autoridades de su medio, ella plantea correctamente la pregunta: “¿Cómo discriminar en el retorno de la “experiencia traumática” en la transferencia, en la situación analítica y la explotación, dice ella, se expresa bastante bien, de esas experiencias traumáticas para el mantenimiento, dice, de la omnipotencia o toda potencia, bien conocida en las referencias analíticas comunes, que son las que le pertenecen al niño e igualmente al inconsciente?” En otras palabras, alguien, una analista, plantea, en la propensión, en la pendiente actual, en la ladera que toma la experiencia analítica, el asunto de saber si, sin duda, esta interpretación de la transferencia que tiene el alcance de una experiencia rectificadora y de un juego que es importante, si limitarse a ese campo no es para el analista, en la medida en que aquí él es el otro, el otro del sujeto cartesiano… ese dios del que les dije que no se trata tanto de saber si no engaña sino si no es engañado, lo cual Descartes no subraya y si Descartes no lo subraya es en verdad por una razón: ¿no se ha sentido desde siempre que, [respecto a] ese dios que no engaña, [a] ese dios al cual Descartes hace entrega de manera tan generosa de la arbitrariedad de las verdades eternas, hay, ahí, por parte del gran jugador que allí se acerca enmascarado, cierto engaño? ii Pues, ¿qué le importa dejarle esas verdades si él, el sujeto del cogito, le sustrae en últimas la única cosa que para él cuenta: su certeza de ser el que piensa, res cogitans? Bien puede Dios ser el amo de las verdades eternas, pero el entregárselas ni siquiera asegura que Él mismo lo sepa. Ahora, para el analista se trata ii

Los agregados entre paréntesis cuadrados son míos [N. del T.].

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justamente de eso, y es saber hasta qué punto aquello de que se trata, es decir, la estructura de un sujeto, es algo que pueda referirse pura y radicalmente a ese doble registro de una cierta normatividad de las necesidades en medio de lo cual intervienen de manera más o menos oportuna esas incidencias que otrora se llamaba traumáticas, pero que a medida que pasa el tiempo se tiende cada vez más a reducir a lo que se llama efectos de traumatismos acumulativos, en otras palabras, a disolver en ese no sé qué que da la razón bien simple, siempre necesaria para dar cuenta de por qué su hija es muda, a saber, que debió ser en efecto que algo no funcionó en algún momento. En otros términos, si acaso no se toma un camino peligroso, al menos para un cierto número de pacientes, al permitirles a ellos mismos instalarse en una historia que a fin de cuentas hace las veces de tal al adecuarse a partir de la carencia [défaut] de ciertas exigencias ideales. Por supuesto, todo tipo de insights, como se dice, de puntos de vista, de aprehensiones relevantes pueden instalarse en esta función y este registro. Tampoco es falso decir que el yo puede suavizarse y hasta reorganizarse allí. Es justamente lo que les ilustra la figura VIII-9 (pido excusas por haber tenido que ocupar demasiado tiempo en esta figura al comienzo de este discurso de hoy). Todo lo que se juega en torno a la transferencia y a las identificaciones tanto provisionales como sucesivamente refutadas que allí toman lugar, vendrá a operar sobre la imagen i’(a) y a permitirle al sujeto reunir sus variantes. ¿Pero eso es todo? Si esto termina descuidando la función igualmente radical, la función que está en el otro polo de lo más secreto de lo que el análisis nos enseñó a ubicar en el objeto a. Insisto en que si el objeto a tiene la función que todo el mundo conoce, es claro que, en nuestra incidencia, no llega de la misma manera en los diferentes enfermos. Quiero decir que ha de exigirse que, en lo que vendrá, les diga qué es un objeto a en la psicosis, en la perversión, en la neurosis; y con toda probabilidad no será lo mismo. Pero hoy, quiero decirles cómo se le aparece, a una analista seguramente sensible, como ya lo verán, a su experiencia, el objeto a. Entonces aquí, poco importa que el caso con el que ella promueve sus reflexiones sea un caso borderline, como dice ella, con crisis que hasta llevaron a rotular vagamente pequeño mal, a menos que se trate de crisis de despersonalización, a un sujeto que vivió hasta los catorce años en la atmósfera de una pareja en la cual se producían tensiones, sacudidas, rows bastante numerosos hasta que, cuando el niño tuvo catorce años, la pareja se disuelve. Un hermano tres años mayor y una hermana, mayor aún. Que se lo llame esquizoide poco nos importa por el momento; sufre, a la manera como esos sujetos que incluimos al borde del campo psicótico, de esa especie de falsedad experimentada de su self, de sí mismo, de esta puesta en vilo, hasta de esta vacilación de todas sus identificaciones; por el momento, todo esto es secundario para nosotros. Lo que importa es lo siguiente: que a ese paciente lo psicoanaliza la analista en cuestión durante diez años, con una corta interrupción, que ella hizo hace… en 1954, ya un informe sobre él en la British Psychoanalytical Society. En 1954 parecen cumplirse justamente los diez años, pero lo que se nos informa es de un tiempo anterior, que ella misma sabe distinguir respecto a este paciente, con lo que yo llamaría su pequeño Geiger, su pequeño aparato de radiaciones de lo inconsciente, dos campos, dos periodos, dos fases de experiencia posible con tal sujeto, aquellas durante las cuales hay algo que funciona. El sujeto, diría yo, se presta al juego; en todo caso, hace progresos sorprendentes y la psicoanalista está contenta. Quiero decir que ella misma conoce bien todo este efecto de velo tras el cual ocurre ese misterioso intercambio, aquello con lo cual la analista, una vez

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más, en fin, en los campos que le son más cercanos, sabe bien que se sitúa su experiencia del día a día de la sesión analítica. Se sabe qué les dirige el paciente a ustedes en su discurso y si eso funciona o no, cómo juega eso y qué tipo de señuelo nos es presentado al mismo tiempo, que es a la vez apertura a la verdad; y ella sabe bien cuándo se produce eso. Pero hay periodos, nos dice, en los que yo ubico, experimento, algo que conozco bien, dice, eso no se produce para ella solamente con pacientes especificados de esa manera, en cierta forma me hallo, dice, fijada por él. Como se requiere que ella lo ubique en alguna parte, ¡su pequeño Geiger!, lo ubica ahí. Entonces, es ahí donde le pesa, donde le hace una placa, ahí. Y ahí, eso no quiere moverse en absoluto. ¿Y qué es lo que se halla aprisionado (el término es suyo, imprisonned), cierto? ¿Qué es lo que está aprisionado adentro? Es ella, la analista. Eso es. Pues bien, eso, ella lo ha planteado, de una manera… ella lo ha planteado, ella, durante diez años. Por más analista que sea, no estoy tratando de ironizar sobre los análisis que duran diez años, hablo de los analistas que sostienen una situación semejante diez años, es otra cosa; que lo sostengan con la placa que está aquí. ¿Qué significa esto? Significa que los resultados obtenidos le han dado campo al paciente y que, después de todo, muchas cosas de diverso tipo no han salido tan mal, incluyendo que dejó de ser un beatnik iii . Se casó, le sucedieron cosas que en general se consideran simpáticas. Hay que decir que, su regreso por primera vez a un periodo de tratamiento ocurrió luego de uno de sus breves fits, de una de esas crisis que le había sobrevenido en el momento en que, cosa curiosa, estaba derribando un árbol. Eso lo hizo regresar muy rápido, inseguro, a causa del pánico. La segunda vez, pues bien, es algo parecido. A mi fe, el paciente está a punto de tener… de ya no poder articular una palabra, de tener sudoraciones abundantes y de hallarse absolutamente embrollado, por esa razón, en su trabajo. Sorprende bastante que en esas condiciones una analista, como ya les dije muy bien introducida en el campo de los medios oficiales, tome partido por hacer en suma lo que podría llamarse, como ella misma lo expresa, una especie de supervisión del caso; ella atiende al paciente cara a cara. Y entonces ahí, suceden cosas absolutamente curiosas. Si, a nivel de su informe, dice ella que, seguramente tal vez haya habido un extravío durante diez años al dejar recaer todo el acento del lado de los estragos de los malos padres, en este caso del padre, la cosa tal vez puede revisarse. En la teoría ordinaria digamos que la parte sana del yo del analista, como se dice, que hasta entonces había dado la medida de las cosas, ha debido abrir campo a una parte supersana. A fin de cuentas, puede llegar a dudarse de que el padre esté en verdad en el origen de los estragos. Lo sorprendente es que, en comentarios cada vez más finos que va a hacer la analista y que, en cierta forma, cosa bastante interesante, en su propio informe, le llegan, le llegan de una especie de palabra en voz alta, palabra de ella misma de la que recibiría el mensaje secundariamente, se le ocurre un día exclamar que, sin duda, el paciente debe con todo tener mucha necesidad del mito del padre no satisfactorio. Ella se lo dice antes de pensarlo. Es ella misma quien lo nota. En resumen, ante las declaraciones de ese paciente, declaraciones de las que no habría razón para sorprenderse, por provenir de un sujeto psicótico, “que él tiene la sensación sin iii

Palabra que proviene del inglés americano beat generation «generación perdida», y de –nik sufijo yiddish de origen eslavo: Joven (o muchacha) insurrecta contra el conformismo burgués y la sociedad de consumo, que vive de la ocasión, sin domicilio fijo. Le Petit Robert 1, Dictionnaires Le Robert, París, 1986 [N. del T.]

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duda de que cuando eso está bien todo va bien, sin duda, pero que sin embargo no es él; que él está en otra parte”, puede dejarse pasar esto como un rasgo clínico. También puede uno preguntarse en qué medida y hasta dónde la analista ha trabajado en el sentido justamente de dejar intacto y hasta de reforzar el lado falsificado de la identificación fundamental del paciente. La analista percibe todo eso. Percibe, sin duda con cierto retardo, que de esta relación deteriorada con el padre, todo lo que puede captarse, cuando se halla uno al alcance para ver su signo y su resorte, es que el paciente ha hecho todo para mantenerla. El rol de la analista, o mejor, el vuelco que se produce en su objetivo, es preguntarse por qué el paciente en últimas, a través de una especie de inversión que le viene de un asidero en el que ella misma se dejó atrapar, englobar durante diez años, por qué el paciente, digamos lo menos, fue también cómplice del mantenimiento de esta mala relación. Es aquí donde sí tenemos que decir que, a pesar de percibir esta posibilidad, la disección que la analista hace de ésta, en el camino de esta revisión desgarradora, si puede decirse, es absolutamente insuficiente. Para hacérselos percibir se necesita que yo mismo formule, quiero decir, no de una manera decisiva, definitiva y en cierta forma radical, sino en el nivel de aquello de que se trata, a saber, del deseo… también ahí, si se le da un sentido a las fórmulas que planteo, si se puede admitir que en tal rodeo de mi discurso dije que el deseo del hombre era el deseo del Otro (con una A mayúscula) y si es de eso de lo que se trata esencialmente en el análisis, ¿dónde se presenta ese deseo del Otro? El deseo del Otro, en ese campo radical en donde el deseo del sujeto le está irreductiblemente no anudado sino precisamente constituido por esta torsión que mi botella intenta aquí representarles, es insostenible y exige trujamán. El trujamán mayor, aquel con el cual no hay tutía, es la ley, la ley soportada por algo que se llama el nombre del padre, es decir, un registro absolutamente preciso y articulado con identificación, cuyas coordenadas mayores me vi impedido de señalar en su tiempo, con la consecuencia de que no lo haré tan pronto. Pero en el nivel en que nos hallamos, lo que tenemos que ver es que en la transferencia se trata siempre de suplir con alguna identificación ese problema fundamental: el enlace del deseo con el deseo del Otro. El Otro no es deseado, puesto que es el deseo del Otro el que es determinante; es porque el Otro es deseante. En su momento lo articulé en torno al Banquete. Alcibíades se acerca a Sócrates y quiere seducirlo para arrebatarle su deseo, y toma la metáfora de la cajita silénica, quiero decir, en forma de Sileno, en cuyo centro hay un objeto precioso. Sócrates no poseía nada más que esto, su deseo. El deseo, como el mismo Sócrates lo articula en Platón, no se atrapa así, ni por la cola como dice Picasso ni de otra forma, porque el deseo, como se lo subraya, es la falta. Habitamos el lenguaje… hace poco hasta llegué a decirme, lo cual es divertido, que en alguna parte en Heidegger, no lo había notado, hay una sugerencia de que esa sería una solución para la crisis de alojamiento, pero la falta no se habita. Ésta, en cambio, puede habitar en alguna parte. Habita en efecto en alguna parte y la metáfora del Banquete toma aquí su valor: habita dentro del objeto a, no el Otro como espacio donde se despliegan las vertientes del engaño, sino el deseo del Otro, está ahí, oculto en el corazón del objeto a. Quien sabe abrir el objeto a, con un par de tijeras, de la manera correcta, ése es el amo del deseo. Y eso es lo que Sócrates hace con Alcibíades en un dos por tres al decirle: “Mira, no

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lo que yo deseo, sino lo que tú deseas, y al mostrártelo lo deseo contigo, es este imbécil de Agatón”. Entonces, cuando el paciente, durante una sesión que nuestra analista analiza ampliamente, llega a traer el síntoma siguiente, las cosas están para él en el punto en que no puede, durante su breakfast, sostener su tenedor sin darse cuenta de que querría al mismo tiempo pinchar el pan tostado y la mantequilla… que evidentemente están hechos para conjugarse pero que, en ese momento aún se encuentran en platos separados. Pues bien, lo instructivo es ver qué le responde nuestra analista ante esta breve declaración, tranquilizada por la posición cara a cara. «La parte suya que no puede mejorar, traduzco del inglés lo mejor que puedo, e hizo alianza conmigo está hasta el cogote, is fed up, en inglés, de ver la manera como continúa usted siendo incapaz de dar un paso hacia lo que le falta. Ese es el statu quo del que usted hablaba, y me parece que la razón por la cual no puede usted avanzar hasta coger uno de los objetos que desea, es que usted situó su propia boca de bebé hambriento en cada uno de ellos. Entonces, como usted cree inconscientemente que sólo hay suficiente alimento para una boca, es decir, que usted sólo puede hacer una cosa a la vez, la otra va a sucumbir al hambre y probablemente a morir. Es una razón por la cual usted había sido conminado a preservar el statu quo, lo cual quiere decir, a no permitirse sentir, porque es así como se expresó el paciente, que usted podía hacer o había hecho algo porque esto habría querido decir que una parte de usted, o uno de sus self, de sus síes [soi], ¡habría sido abandonado para siempre y habría muerto de hambre! » Aquí hay una interpretación sobre la que puede decirse, primero, que tiene bastante de circunlocución. Segundo, que busca alcanzar a todo vuelo aquello de lo que se trataba al principio y que no obstante la analista interroga, a saber, a toda costa la demanda, y no solamente la demanda sino justamente aquello en lo que converge forzosamente todo análisis de la demanda. Como en el análisis la demanda se hace por la boca, no hay por qué sorprenderse de que lo que se ofrece al final sea el orificio oral. No hay ninguna otra explicación para el tope pretendidamente regresivo que se considera como necesario hasta el punto de creer que es obligatorio, que está inscrito en la naturaleza de las cosas de toda regresión en el campo analítico. Si dejan de tomar como guía la demanda con su horizonte de identificación en la transferencia, no hay razón alguna para que la regresión desemboque forzosamente en la demanda oral, dado que el círculo de las pulsiones es un círculo continuo, circular, y que lo único es saber en qué sentido se lo recorre; pero como es circular, se lo recorre forzosamente obligadamente de cabo a rabo y hasta, durante un análisis, se tiene el tiempo de dar varias vueltas. Lo sorprendente es que no obstante, por una especie de sentimiento, de palpar justamente lo que se trata, ella distingue algo que es exactamente nuestra estructura, a saber, que justamente, porque la demanda oral se hace por el mismo orificio que la demanda invocante, porque la demanda de comer es la misma, por el hecho de que es la boca la que habla, tiene dos bocas. Todo eso es muy ingenioso pero yerra completamente lo esencial, a saber, que en tal síntoma, que es un síntoma ubicado desde hace tiempo y que constituye el enigma de los filósofos, el síntoma que yo llamaría de Buridan, a saber, del desdoblamiento del objeto y no, como se dice, de la libertad de indiferencia, la alusión, la referencia esencial que el sujeto le da en ese momento, es que se trata de algo muy diferente a la 113

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demanda; se trata de la dimensión del deseo, y de que ella no sabe efectuar allí el tijeretazo apropiado. Es tarde y tendré que volver sobre ese caso, puesto que debo interrumpirme aquí para volver sobre ese caso en la continuación. Espero que el tiempo no se haya prolongado demasiado en su memoria como para que hayan perdido su hilo. Pero lo esencial que vamos a ver es lo siguiente: que en ningún momento, luego de haber tenido esta inspiración de que lo que el sujeto ha mantenido a través de toda su historia es una necesidad de mantener su captura sobre el adulto, su omnipotencia… son tan espesas las tinieblas sobre la naturaleza de la omnipotencia infantil y sus exigencias que la analista ni siquiera entrevé algo que sin embargo está articulado de todas las maneras posibles en el campo de observación, y es que en ese caso (y respecto a un padre, un padre depresivo recordémoslo, es decir, en la economía del cual el objeto parcial tiene una importancia prevaleciente), el paciente, como todo niño, pero más que otro, justamente en razón de esta estructura del padre, el paciente, lo repito, como todo niño lo es en diversos grados, el paciente es él mismo ese objeto a. La captura del niño sobre el adulto y todo lo que hay en los mitos del niño, como se expresaba hace poco la analista, respecto a su omnipotencia, no tiene en absoluto su fundamento allí donde se dice, en una especie de pretendida magia, que igualmente se le atribuye, a condición por supuesto de que el paciente no sea capaz de hablar de su propia magia. Todo el mundo es capaz de hablar de ese lenguaje, pero no es una razón para creerles. En esta observación hay momentos muy finos en que la analista llega hasta a decir: “Ese tipo de pacientes tiene una manera de provocar en mí un cierto mood, un matiz sentimental que hace que ahí, sea irresistible: les creo”. Es en ese hecho de creerles que yace el resorte fatal, pues ella se da cuenta también claramente de que cuando se les cree, los pacientes se dan cuenta. Cuando los pacientes los engañan, se sienten recompensados. No hay otra fuente de la omnipotencia infantil (y no diré de las ilusiones que engendra, de su realidad), que esta: el niño es el único objeto a auténtico, vivo, real, y que él sabe enseguida, que, siendo así, él detenta, contiene al deseante. Pues bien, hasta el final de este retomar la observación de esta cohabitación, que termina (les diré en la continuación por qué) en una especie de satisfacción general, de happy end tan ilusoria como todo lo que pasó antes, la analista no llega aún a percatarse de aquello de lo que en verdad se trata. Ella cree que el arma del paciente se vuelve el mal niño después de haber sido el mal padre; era reducir a su padre a nada, reducirlo, a éste, a ser un objeto. Pero no hay allí nada que se le parezca, pues de lo que se trata no es del efecto que el niño intentaba obtener sobre su padre sino del efecto que él experimentaba, a saber, el de estar ubicado en ese punto ciego que es el objeto a. Y si justamente la analista hubiese podido ubicar la función de su deseo, se habría dado cuenta de que el paciente le producía a ella el mismo efecto, a saber, que ella quedaba transformada por él en objeto a. Y el asunto es saber por qué ella soportó diez años una tensión que a ella misma le era tan intolerable sin preguntarse qué goce podía ella misma extraer de allí. Ahí está la verdadera pregunta y surge ahí lo que más o menos legítimamente se llama contratransferencia, y que es, como lo ha sido siempre, la neurosis de transferencia, neurosis de transferencia de la que se dice que está en el fundamento de los análisis interminables. Es cierto, y esa palabra no en vano es homónima y homóloga del término

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neurosis de transferencia para designar las neurosis analizables. Y la neurosis de transferencia es una neurosis del analista. El analista se evade en la transferencia en la estricta medida en que no está a punto en cuanto al deseo del analista.

Traducción: Pio Eduardo Sanmiguel Ardila. Colaboraron en la revisión de la traducción y de esta versión en español: Belén del Rocío MORENO CARDOZO, Carmen Lucía DÍAZ LEGUIZAMÓN, Eduardo ARISTIZÁBAL CARDONA, Javier JARAMILLO GIRALDO, Mario Bernardo FIGUEROA MUÑOZ, Pilar GONZÁLEZ RIVERA, Tania ROELENS HRNCIROVA. Posteriormente he recibido precisiones, anotaciones, correcciones de Sylvia de Castro K., Myriam Cotrino y Luisa Matallana L., a quienes agradezco sinceramente el haberse tomado el tiempo para anotar sus dudas y enviarlas a este correo. Esta traducción continúa en proceso; así que, cualquier duda, comentario y/o precisión serán bienvenidos; comuníquelos, por favor, a la siguiente dirección electrónica: [email protected]

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Lección 9 Febrero 24 de 1965 (Seminario cerrado) Los saludo como quien se alegra de volverlos a encontrar luego de una larga ausencia. Voy a precisar algunos puntos por algunas pequeñas vacilaciones que han tenido lugar. Se entiende que no hay que ir a buscar cada vez una tarjeta para venir acá, así esto sólo tenga lugar cada mes. Las personas que han obtenido su tarjeta por diversas razones y que, en resumen, la depositaron la última vez en una caja (así fue como se organizaron las cosas) donde da fe de que su venida al seminario es regular... Las cosas se regularizarán con el tiempo. Sólo vendrán quienes tengan su tarjeta, y esta permanecerá en una caja que maneja la persona que controla la entrada y a la cual hay que remitirse siempre... para saber si la persona que pasa y dice “tengo mi tarjeta”, en efecto la tiene. Se obtiene la tarjeta una sola vez. Para los demás, su solicitud está pendiente. Hay quienes tienen una tarjeta de colores diferentes, una tarjeta provisional que uso para señalar que tengo que conocer más a la persona que se admitió de esa manera. Entonces, les ofrezco mis excusas por los malentendidos que han podido ocurrir. Hay personas que se desplazaron en vano; señalo aquí que lo siento. De hecho, pienso que no es muy raro que esas pequeñas vacilaciones puedan ocurrir en los comienzos de una organización difícil de poner a punto. Hoy quisiera introducir lo que escucharán con la intención de dejar el campo libre lo más pronto posible. Deseo introducirlo con algunos comentarios que buscan situarlo tanto para quienes, al llegar aquí con diversos prejuicios, quiero decir, con la idea que tienen de lo que debe hacerse en un seminario cerrado, bien podrían no darse cuenta enseguida de por qué van a escuchar expresamente lo que vendrá, como para las raras personas que vienen aquí desde hace muy poco. Hoy van a oír hablar de lógica. Supongo que la cosa no sorprenderá a quienes vienen y siguen mi enseñanza desde hace mucho tiempo. Para estas personas, debe dibujarse con el tiempo, de manera cada vez más firme, que hay relaciones íntimas, profundas, esenciales entre el psicoanálisis y la lógica. No parto de que aquí todos, ni siquiera muchos, sean lógicos, y de que yo pueda sobre este punto partir de que hablo a oídos enterados, sin embargo, por poco que éstos hayan tenido la ocasión de remitirse por ejemplo al capítulo introductorio de cualquier tratado de lógica, se darán cuenta de que los lógicos, para situar la lógica misma, para ubicarla (lo cual es en verdad lo mínimo a lo que debe obligarse un lógico cuando comienza un tratado de lógica), verán, les llamará la atención, sobre todo si yo les siembro la curiosidad en este punto, hasta qué punto las dificultades con que se encuentra el lógico para colocar su ciencia en la jerarquía, en la clasificación de las ciencias, son definitivamente análogas, corresponden a las dificultades que asimismo puede hallar el analista. Esto es sólo una indicación. El psicoanálisis es una lógica, e inversamente puede decirse que la lógica puede esclarecerse mucho con algunas preguntas radicales que se plantean en el psicoanálisis. Para

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limitarnos al nivel de la más escueta fenomenología, lo que sorprende, lo que sorprende a quien viene de afuera cuando llega y oye al psicoanalista hablar del valor, el acento, la traducción que hay que darle a tal o cual manifestación del comportamiento, a tal o cual síntoma, es algo en general que se manifiesta en ese recién llegado con la idea de una cierta ausencia de lógica; por lo menos de un cierto vuelco, de un cierto desorden en la lógica, y es frecuente ver que se plantee la objeción de que en psicoanálisis se sacará la misma conclusión a partir de hechos indebidamente llamados contradictorios (porque los hechos no pueden ser contradictorios, pueden ser opuestos, operar en sentido contrario), se subrayarán al punto las mismas conclusiones. ¿Quiere esto decir... quiere esto decir que la interpretación analítica, la estructuración de la teoría, hace poco caso de la lógica? ¡Justamente no! Este uso psicoanalítico de la lógica es una razón de más para que nos preguntemos cuáles son sus reglas efectivas... ¡porque en realidad eso no funciona sin reglas! Para nosotros es una sugerencia preciosa, tanto más insistente, de adentrarnos más que nunca en la lógica y hasta de darnos cuenta de que (ya lo decía y lo indicaba hace poco) la verdadera cuestión es ver si no hay alguna relación profunda que hace que la pregunta que plantean los lógicos, a saber, sobre qué hace mella la lógica... Porque no es tan simple, la lógica no nos da los hechos, o como se dice, las premisas. ¿Qué nos da la lógica? La manera de sacar provecho. ¿En qué recae, en qué milagro recae esta efectividad de la lógica? Porque, en últimas, y los mismos lógicos lo señalarán, a la lógica se la observa. No hay necesidad de pensar tanto en ello para observarla, salvo porque uno se da cuenta de que al observarla a veces se dan pasos en falso de lógica y de que es ésta la que nos pone sobre aviso. Pero bueno, en principio, cuando se razona no se piensa todo el tiempo en seguir las reglas de la lógica y, para decirlo todo, bien puede decirse que para razonar bien hay que arreglárselas sin la lógica, es decir, sin las reglas del buen razonar. Pero cuando se hace más, como el analista, se tiene la sensación o por lo menos se da la sensación de que no se la tiene en cuenta. Tal vez sea ahí donde empieza tanto más la necesidad que nos impone que no puede uno arreglárselas sin la lógica. Si no se la tiene en cuenta, se tiene esa sensación de que aquello sobre lo cual hace mella la lógica normalmente se convierte en ese momento en un asunto definitivamente de primer plano. Estas son verdades absolutamente generales. Hay un segundo plano, que es del que partí hace poco, a saber, la enseñanza que pude ya impartir, organizar, extraer desde hace algunos años. He destacado funciones que no he inventado, no son latentes, son patentes, están articuladas en el análisis, aun en aquellos autores que no las expresan con los mismos conceptos, siguiendo las mismas funciones con que yo lo hago. Están presentes, son manifiestas, están ahí desde el origen. Podría describirse una parte o por lo menos todo un lado, toda una cara de lo que articulé como el intento de situar, de establecer, una lógica de la falta, pero no basta con decir esto. Durante mi último discurso, el de comienzos de febrero, por ejemplo, pudieron ver articularse, oponerse, dos horizontes en dos polos, funciones del ideal del yo y del yo ideal, por ejemplo; función pivote, determinante del objeto a en esos dos términos opuestos de la identificación. Me vieron, me oyeron articularlo de cierta manera que me parece que pudo ser satisfactoria por lo menos para quienes ya estaban suficientemente entrenados por esta vía, es decir, que se manifieste, que tenga asidero a nivel del sujeto o al nivel de este objeto privilegiado, singular, que se llama objeto a, al nivel de las diversas formas más o menos

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engañosas de la identificación, a nivel de las vías en que ponemos a prueba esa función de la identificación, a lo cual le di el nombre de vías del engaño o de la transferencia. Tenemos ahí unos planos que no basta con enumerar, ni con acariciar de paso para creer que poseemos la clave de lo que habría que manejar. Esos dos mismos niveles, esos planos, se articulan, y lo hacen de una manera que ha de ser tanto más precisa cuanto que es más nueva, más desacostumbrada. Esta nueva lógica llegará a ser habitual, no lo duden, encontrará su articulación y su práctica en suficientes mentes como para que el tema, los tópicos, si puedo expresarme así, se propaguen y constituyan el fundamento organizador de nuestra investigación y de ahí puedan pasar al exterior, filtrar, osmosearse por fuera de manera tal que otros que en otros campos chocaban con tales atolladeros lógicos, reconozcan precisamente que ahí se forja un aparato cuya utilización, tal como puede esperarse, por supuesto, sobrepasa infinitamente el orden de simple regla práctica para uso de los terapeutas que se llamarían psicoanalistas. Entre esos problemas esenciales y en verdad enormes, prominentes, casi aplastantes, y no sólo en nuestro campo, el asunto de saber si lo Uno es una constitución subjetiva esencialmente, es un asunto primordial. Es hacia este asunto de lo Uno que entiendo dirigir la continuación de mi discurso de aquí al final de año, asunto sobre el que he martillado ampliamente, puedo decir que casi durante un año entero, hace tres años en mi seminario sobre la Identificación, hacia este asunto de lo Uno del rasgo unario, por ser la clave de la segunda especie de identificación distinguida por Freud, asunto esencial, pivote para esta lógica cuyo estatuto se intenta constituir. El problema es: el hecho de que este Uno sea de constitución subjetiva, ¿elimina que esta constitución sea real? Ese es el problema al que se destina a contribuir una reflexión, una meditación que estuvo extraordinariamente adelantada (veinticinco años exactamente) respecto a todo lo que las mentes eran capaces de recibir en ese momento: la meditación de Frege en el campo específico en el que lo Uno ha de adquirir su estatuto, a saber, el de la aritmética. Por eso exponemos su referencia, su punto terminal en nuestro discurso de este año, y también para que esa no sea una especie de simple signo que se hace en alguna isla, de algún Filocteto abandonado que habría dado gritos en vano durante ciertos años, y lo único que haríamos nosotros sería renovar ese paso, este crucero indiferente; que, evidentemente, ahí sucedía algo importante (ya no quiero insistir más) y que su esencia ha pasado a otro lugar. ¡No! Esto nunca es cierto, la esencia de una búsqueda no pasa a otra parte. Es al lugar mismo del hallazgo que se trata de volver si queremos en verdad recibir su huella, su marca, realzar también para nosotros su repercusión. Es por esa razón que la última vez le pedí a uno de los que fueron aquí signo de la verdad de aquello en lo que creo (que lo que tenemos por decir en psicoanálisis sobrepasa en mucho su aplicación terapéutica, que el estatuto del sujeto queda allí comprometido en esencia), es en la medida en que pude recoger aquí esta especie de respuesta que me muestra que efectivamente no se trata con eso simplemente de castillos en el aire, que en efecto están comprometidos, desde una cierta posición, un cierto número de mentes, con una sola condición, si puedo decir: que estén abiertos, que tengan lo que debe haber en el fondo de toda apertura docta, a saber, una cierta ignorancia, una cierta frescura, aquellos para quienes el uso de los conceptos no es algo sobre lo que siempre se ha sabido que cuando uno se refiere a la buena cordura práctica de papá y mamá, siempre puede dejar hablar a los que

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especulan, siempre puede también dejar que pasen de lejos los gritos de indignación, que pasan a diestra y siniestra, entre tal o cual desorden del mundo. Todos saben que la realidad consiste en no dejarse afectar por esos gritos. Lo que se llama realidad no es a menudo, y es justamente eso lo que tenemos que hacer en el psicoanálisis: llevar la función de la realidad, especialmente para nosotros los analistas, hasta un cierto coeficiente de sordera mental. Por eso la referencia a la realidad, muy a menudo planteada en el psicoanálisis, debe siempre incitarnos, más que a la reserva, a desconfiar un poco. A Dios gracias, me llegó una nueva clase, una nueva generación de gente no sorda, que me responda. Es a uno de ellos a quien doy hoy la palabra, para responderle a otro, a uno de los que, la última vez, aceptó hacernos el favor de introducir aquí el discurso y la pregunta de Frege, para responderle y también para abrirles las diversas vías en las que anhelamos que intervenga cualquiera de los que sea admitido aquí. Y el hecho de que este salón esté lleno prueba bien que no estoy poniendo ahí barrera artificial alguna, que dejo a quienquiera que se presente con el deseo manifiesto de participar en nuestro diálogo, que no pongo ahí barrera alguna. Pero ya que mi acogida es tan amplia, les ruego que me aporten, de la forma que sea, su respuesta; apórtenme el testimonio de que esa conducta mía tiene razón de ser. Leclaire, que intervino la vez pasada antes del informe de Duroux al que me referí, no está hoy aquí porque tenía un compromiso ya acordado desde hace rato. Tenía que hablar en una ciudad en el exterior, Bruselas, para llamarla por su nombre, de manera que la respuesta que hoy se le pudiera haber traído, o referente a lo que Leclaire dijo, no podrá realizarse hoy. Gracias a esto, no tengo que lamentar mucho el hecho, lamentable en sí sin embargo, de que después de que pedí que cada uno de los que se hubiese beneficiado con ese texto multicopiado (el cual fue puesto a disposición de cada cual, de quien quería), pedía que cada uno se comprometiera a dar una corto comentario escrito. En efecto recibí unos cuantos, que no sobrepasan los seis, lo cual es poco, dado que retiraron treinta y cinco textos de Leclaire del lugar donde dije que los podían hallar. No comento más el hecho de esta carencia. Dije y previne claramente que le daría a esto las salidas que fueran más convenientes, a saber, que no hay duda de que no puedo, que no está dentro de mi intención hacer de esta asamblea, llamada seminario cerrado, algo a donde vienen demasiadas personas que, independientemente del beneficio que puedan extraer de ello, se colocan en una posición de retiro que sólo puedo entender, en el seminario cerrado, como una cierta posición de rechazo. Por supuesto, se necesita que yo pueda saber en qué medida está dispuesto cada cual a contribuir en lo que, aquí, debe ser esencialmente sesión de trabajo. Dicho esto, yo no había pedido expresamente aportar comentarios al informe de Duroux. Hasta hoy no he recibido ninguno. Me gustaría recibirlos, después de que hayan oído la respuesta prevista, a la cual no pudimos darle campo al final del seminario anterior, la respuesta que va a darle ahora Jacques-Alain Miller, a quien doy la palabra.

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Título de la intervención i : “Quinta Estación − Elementos De La Lógica Del Significante”101 Jacques-Alain Miller: “No tiene derecho a hablar de psicoanálisis quien no haya adquirido por un análisis personal, esas precisas nociones que sólo este puede entregar.” No tiene derecho… Imagino, damas y caballeros, que respetan mucho ustedes el rigor de esta prohibición, pronunciada por Freud en sus Nuevas conferencias sobre el psicoanálisis. Una pregunta se me plantea también a su intención, articulada como dilema: si, transgrediendo las prohibiciones, será de psicoanálisis que hablaré y sin tener derecho, cuando escuchan a alguien totalmente incapaz de presentar el título que autorizaría sus credenciales, ¿qué hace usted ahí? O en cambio, si mi tema no es de psicoanálisis, de nuevo, ustedes que tan fielmente dirigen sus pasos hacia esta sala para saberse alimentados regularmente con problemas relacionados con el campo freudiano, ¿qué hacen entonces aquí? ¿Qué hacen aquí sobre todo ustedes, damas y caballeros analistas, que escucharon esta advertencia dirigida particularmente a ustedes por Freud, de no ponerse en manos de quienes no sean, de su ciencia, adeptos directos, como dice Freud: todos esos susodichos sabios, todos esos literatos que cocinan su sopita en su fogón sin siquiera expresar agradecimiento por su hospitalidad? Que si la fantasía de quien hace las veces de quien tiene la sartén por el mango en sus cocinas pudiese divertirse viendo a alguien que es un vil ayudante de cocina adueñarse de esta marmita (y es natural que ustedes tengan gran interés en esta marmita puesto que de ella es que extraen su subsistencia), no es seguro que (y confieso que lo dudé) estén ustedes dispuestos a beberse una sopita preparada de esta manera. Y sin embargo, ahí están ustedes. Permítanme maravillarme por un instante de su asistencia y tener por un momento el privilegio de manipular este órgano precioso entre todos aquellos de los que disponen para su uso: su oreja. Entonces, será su presencia aquí lo que trataré de justificar para ustedes mismos, por razones que por lo menos sean confesables. Esta justificación se apoya en lo siguiente, que no podría habérseles escapado tras los desarrollos con los que se han encantado en este seminario desde el comienzo del año escolar: que el campo freudiano no es representable como una superficie cerrada. La apertura del psicoanálisis no resulta del liberalismo, de la fantasía ni del enceguecimiento de quien se ha instituido en el lugar de su guardián. Esta apertura resulta de que, si no se está situado en su interior, no por ello se es rechazado a su exterior, si es cierto que en un cierto punto, que escapa a una topología reducida a dos dimensiones, se produce su convergencia.

i

Se conocen tres versiones de este informe, el primero de los cuales es este, oral, que fue luego multicopiado, y editado en Cahiers pour l’Analyse, vol. 1-2, París, Seuil, 1966, 1975.

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El hecho de que yo pueda ocupar ese punto por un instante, es donde ustedes escapan al dilema que les presenté, y donde encuentran el argumento que justifica que sea necesario que ustedes sean aquí auditores de buena fe. Se trata, pues, de que yo llegue a ocupar ese punto. Con eso ven, damas, caballeros, hasta qué punto están ii comprometidos en la empresa que fomento, hasta dónde haberlosi implicado en su éxito o en su fracaso. CONCEPTO DE LA LÓGICA DEL SIGNIFICANTE Lo que busco restituir aquí, al recoger pedazos regados en el discurso de Jacques Lacan, debe designarse con el nombre de lógica del significante, lógica general por el hecho de que su funcionamiento es formal respecto a todos los campos del saber que pudieran especificarlo, inclusive el del psicoanálisis, lógica elemental en la medida en que allí estarán dadas las únicas piezas mínimas indispensables para asegurarle una marcha reducida a su movimiento lineal. La simplicidad de su economía no debería por ello disimularnos que las conjunciones que allí se realizan entre ciertas funciones son bastante esenciales como para no poder descuidarlas sin descarriar los razonamientos propiamente analíticos, e intentaré, adentrándome en un terreno que conozco mal, administrar la prueba de esto efectuando, según criterios puramente formales, una localización somera de las aberraciones conceptuales en las que se encuentra constreñida una ponencia, de la que de hecho sólo podemos reconocer su mérito, publicada en el [tomo VIII] de la revista La Psychanalyse, aberraciones que tal vez pueden deducirse del descuido manifiesto allí de la lógica del significante. Su relación con lo que llamaremos la lógica lógica [logique logicienne] resulta singular por el hecho de que trata exactamente sobre su emergencia y porque ha de hacerse reconocer como lógica del origen de la lógica, es decir, y el punto es capital, que no sigue sus leyes, que cae por fuera del campo de su jurisdicción puesto que la prescribe. Aquí, en lo que nos concierne, alcanzaremos esta dimensión de lo arqueológico por vía de un movimiento retroactivo a partir de ese campo de la lógica en donde precisamente se realiza el desconocimiento más radical por el hecho de que se identifica con su posibilidad misma. El hilo conductor será el discurso pronunciado por Gottlob Frege en sus Grundlagen der Arithmetik, privilegiado porque cuestiona los términos aceptados como primeros en la axiomática, que basta para construir la teoría de los números naturales, axiomática de Peano. Esos términos, que se aceptan como primeros de esta axiomática, ya se los enumeraron en el último seminario cerrado; se trata del término cero, del de número y del de sucesor. No nos ocuparemos de ninguna de las inflexiones operadas luego sobre esta primera mirada de Frege. Nos mantendremos entonces más acá de la tematización de la diferencia entre sentido y referencia, así como de la definición de concepto, introducida más tarde a partir de la predicación, que hace funcionar entonces el concepto en la dimensión de la no saturación, ii

El texto dice êtres en lugar êtes: “[…] combien vous êtres […]”. La estenotipia reza êtes [N. del T.]

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que es como el resto de la diferencia entre predicación e identidad. Esto para responder a alguien que cuestionaba de la ponencia anterior el descuidar el concepto de saturación. Queda entonces muy claro que no hablo (resultaría muy presuntuoso) como filósofo. De hecho, sólo conozco una definición del filósofo, la de Henri Heine, aceptada por Freud, citada por él, que dice: “Con su gorro de dormir y los colgajos de su bata, tapona los huecos del edificio universal.” iii La función del filósofo, la de saturar, no le es particular; lo que caracteriza aquí al filósofo como tal es la extensión de su campo, extensión que es la del edificio universal. Lo que importa es que ustedes se convenzan de que tanto el lingüista como el lógico, cada cual en su nivel, suturan. Tal vez entonces lo que haga aquí no será filosofía sino tal vez epistemología, y más precisamente tal vez, lo que Georges Canguilhem, a quien le sorprendería que se lo cite aquí, llama un trabajo sobre conceptos. Aquí esos conceptos son el sujeto y el significante. EL CERO Y EL UNO En su forma más general, la pregunta se enuncia así: ¿qué es lo que funciona en la serie de los números enteros naturales con lo cual hay que relacionar su progresión? La pregunta es entonces ¿de quién? La respuesta la doy antes de alcanzarla: es que en el proceso lógico de la constitución de esta serie, es decir, en la génesis de la progresión, opera, desconocida, la función del sujeto. Esta proposición no puede evitar tomar forma de paradoja para quien no ignora, y sin duda están ustedes al tanto, que el discurso lógico de Frege empieza excluyendo lo que, en una teoría llamada empirista, resulta esencial para hacer pasar la colección de unidades a la unidad del número, lo cual permite, en esta teoría empirista, pasar de la colección de la unidad a la unidad del número, o sea, la función del sujeto así llamado en una teoría empirista. La unidad así lograda para la colección sólo es permanente mientras el número funcione allí como un nombre, nombre de la colección, nombre que ha debido llegarle para que su transformación se realice en unidad. Entonces la nominación tiene aquí por función asegurar la unificación. Y en esas teorías empiristas, el sujeto asegura esta función correlativa del nombre que es la del don del nombre, cuyo vínculo esencial con la nominación se confiesa sin tapujos, tal cual, y puede agregarse que es de ese don del nombre, al cual puede permitir reducirse la función del sujeto, que se origina su definición de creador de la ficción. Sólo que ese sujeto, designado aquí por su nombre, es un sujeto definido por sus atributos psicológicos. El sujeto que Frege excluye al comienzo de su iii

Cf. las “Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis”, conferencia 35 sobre el problema de la concepción del universo (Weltanschauung), cita tomada de Heine, Das Buch der Lieder, “Die Heimkehr”, 58: “Mit seinen Nachmützen und Schlafrockfetzen / Stopft er die Lücken des Weltenbaus.”. La traducción de José Etcheverry, a pesar de ser la más parecida a la de J-A. Miller, contiene sin embargo un plural: «Con sus gorros de dormir y jirones de su bata, tapona los agujeros del edificio universal». La traducción de Luis López Ballesteros acude a otros giros: “Con su gorro de dormir y con los jirones de su camisón parcha las brechas de la estructura del Universo.” [N. del T.].

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discurso es ese sujeto, ese sujeto definido como detentor de un poder, y esencialmente detentor de una memoria que le permite circunscribir esta colección y no dejar que se pierdan todos sus elementos que son intercambiables. Entonces el discurso de Frege, que se erige de entrada contra la fundación psicológica de la aritmética, excluye al sujeto del campo en donde ha de aparecer el concepto de número. De lo que se trata es de mostrar que el sujeto no se reduce, en su función más esencial, a su poder psicológico. Saben ustedes que el discurso de Frege se desarrolla enteramente a partir del sistema fundamental de tres conceptos, el concepto del concepto, el concepto de objeto, el concepto de número, y de dos relaciones, relación del concepto con el objeto, relación que se llama subsunción, y la segunda que es la relación del concepto con el número que para nosotros será la asignación. Entonces el esquema es muy simple. Lo reproduzco.

Está claro que esta apertura, ∧, es la marca de la relación de subsunción como tal. La definición del concepto, tal como la da Frege, no tiene por qué sorprender, porque se sitúa en la línea del pensamiento más clásica, porque su función es de reunión. Pero lo inédito aquí, y lo específicamente lógico, es que el concepto se define con la sola relación que éste sostiene con lo subsumido. El objeto que cae bajo el concepto toma su sentido por la diferencia con la cosa, que es simplemente cuerpo que ocupa una cierta espaciotemporalidad en el mundo. Porque aquí el objeto se define únicamente por su propiedad de caer bajo un concepto, sin considerar sus determinaciones, que alguna investigación diferente a la lógica podría descubrirle. Entonces aquí se halla esencialmente privado de sus determinaciones empíricas. Resulta entonces que el concepto que será operatorio en el sistema no será el concepto formado a partir de determinaciones sino el concepto de la identidad con un concepto. Es con ese redoblamiento que entramos en la dimensión lógica como tal. Es esencial ver que la entrada en la dimensión lógica como tal se produce con la aparición de la identidad. De esta manera, en la obra de Frege sólo aparentemente se trata del asunto del concepto, por ejemplo, “luna de la tierra”. Se trata de hecho del concepto “idéntico al concepto luna de la tierra”, pues como se trata del concepto “idéntico al concepto luna de la tierra”, lo que cae bajo el concepto no es la cosa, como tal, sino únicamente la cosa en tanto que es una. La asignación del número, la segunda relación, se deduce de esta subsunción como extensión del concepto “idéntico al concepto luna de la tierra”. Se ve entonces que lo que caería en el concepto “luna de la tierra” sería la luna, pero lo que cae bajo el concepto “idéntico al concepto luna de la tierra” es un objeto, el objeto “luna de la tierra”, es decir, la unidad. De allí la fórmula de Frege, el número que se le asigna al concepto F es la extensión del concepto “idéntico al concepto F”.

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Esta tripartición de Frege tiene entonces el efecto de dejarle únicamente a la cosa el único soporte de su identidad consigo misma, con lo cual es objeto de ese concepto. El fundamento del sistema de Frege ha de señalarse entonces en la función de la identidad en tanto que es ésta la que realiza la transformación de toda cosa en objeto, por no dejarle más que la determinación de su unidad. Por ejemplo, si me pongo a reunir lo que cae bajo el concepto “hijo de Agamenón”, tendré esos hijos que llevan por nombre Crisotemis, Electra, Ifigenia y Orestes. Y sólo puedo asignarle un número a esta colección haciendo intervenir el concepto de lo idéntico al concepto hijo de Agamenón. Gracias a la ficción de ese concepto, cada hijo intervendrá aquí en tanto aplicado a sí mismo, lo cual lo transforma en unidad, lo cual lo hace pasar al estatuto de objeto como tal numerable. Aquí, lo lógico se origina por la conjunción de la función de subsunción, es decir, de reunión, con la función de la identidad con la cual (el punto es capital, pronto veremos su incidencia) lo subsumido se remite a lo idéntico. Y el nombre de la colección subsumida es ser “hijo de” para llegar a ser cuatro. Lo importante aquí, ya lo captan, es que la unidad, que podríamos llamar unificante del concepto como papel moneda [assignat] del número, está subordinada a la función de la unidad como distintiva. El número como nombre ya no es entonces el nombre que unifica una colección sino el nombre distintivo de una unidad. El uno, este uno de lo idéntico de lo subsumido, ese uno es lo que todo número tiene de común por constituirse ante todo como una unidad. En el punto de elaboración en que estamos, pienso que sentirán el peso de la definición de lo idéntico que voy a producir, en el hecho de que es la función que asume la identidad la que permite que las cosas del mundo reciban su estatuto de significante. Entienden que, en cuanto a esta definición de la identidad, en tanto que le dará su verdadero sentido al concepto de número, se deduce que no debe tomarle nada prestado, con el fin de poder engendrar la posibilidad de la numeración. Frege toma prestada esta definición, punto pivote en su sistema, de Leibniz. Aquella está en esta corta frase: “Eadem sunt quorum unum potest substitui alteri salva veritate, idénticas son las cosas cuando una puede ser sustituida por la otra sin que se pierda la verdad.” Lo que se cumple en esta fórmula, que podría parecer anodina si el mismo Frege no la subrayase, pueden calcular su importancia, es la emergencia de la dimensión de la verdad como necesaria para que funcione la identidad. En tanto lógico ocupado en la génesis del número, Frege sólo hace uso de esta definición en la medida en que permite la posibilidad de modificarla en una definición de la identidad consigo mismo. Y ahí damos en un punto aun más radical que al que apunta la definición de Leibniz, porque en últimas la definición de la verdad, cuando la identidad consigo mismo está en juego, resulta aun más amenazada. Después de todo, si seguimos la frase de Leibniz, el desfallecimiento de la verdad, esta pérdida de la verdad en la sustitución de una cosa por otra, esta pérdida cuya posibilidad queda abierta por un instante con la frase de Leibniz, a esta pérdida la seguiría, justo después, el restablecimiento de la verdad para una nueva relación, puesto que si yo sustituyo una cosa por una cosa que no le es idéntica, la verdad se pierde pero se vuelve a hallar en el hecho de que esta nueva cosa será idéntica a sí misma. Mientras que, el hecho de que una cosa no sea idéntica a sí misma subvierte de cabo a rabo el campo de la verdad, lo arruina y lo erradica hasta su raíz. Comprenden cómo la salvaguarda de la verdad queda

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comprometida en este idéntico a sí que asegura el paso de la cosa al objeto. Lo idéntico a sí surge en el campo de la verdad. Y lo idéntico ha de situarse en el campo de la verdad en tanto es esencial para que ese campo pueda ser salvaguardado. LA VERDAD ES. CADA COSA ES IDÉNTICA A SÍ Ahora, hagamos funcionar un poco el esquema de Frege, esta tripartición tan simple, es decir, para hacerla funcionar hagamos ese recorrido reglamentado que él nos prescribe. Tomemos una cosa x del mundo. Tomemos el concepto de este x. El concepto que intervendrá aquí no será el concepto de x sino concepto de lo idéntico a x. Tal es el objeto que cae bajo el concepto idéntico a x: es x mismo. En ello el número, y aquí está el tercer término del recorrido, el número, que se le asignará a esta cosa vuelta objeto con esta translación, será el número uno. Tomé x, lo cual quiere decir que la función del número uno es repetitiva para todos los objetos del mundo. Esta repetición que hace que cada cosa, por el hecho de pasar al concepto de lo idéntico a sí, y luego al concepto del objeto producido, hace emerger el número uno. Es a partir de su sistema ternario, en tanto soportado por la función de la identidad, que Frege puede realizar el engendramiento que busca de la serie de los números enteros naturales, en un orden que es el siguiente: primero engendramiento del cero, luego engendramiento del uno, por último engendramiento sucesor. El engendramiento del cero es admirable en su simplicidad que consiste en efectuarse así: cero es el número asignado al concepto “no idéntico a sí”. En otras palabras, concepto no idéntico a sí, como existe la verdad, objeto cero. Y el número, entonces, que califica la extensión de ese concepto, es el número cero. En ese engendramiento del 0, hice ver que está sostenido por esta proposición, que necesariamente lo antecede: que la verdad existe y debe ser protegida. Si no hay objeto que corresponda al concepto no idéntico a sí, es porque es preciso que la verdad persista. Si no hay cosa que no sea idéntica a sí, es porque es contradictoria con la dimensión misma de la verdad. Es en el enunciado decisivo de que el número asignado al concepto de la no identidad a sí es cero, donde se sutura el discurso lógico. Pero (ahí voy a atravesar rotundamente el enunciado de Frege) es claro que para realizar esta sutura primordial fue necesario evocar, al nivel del concepto, este objeto no idéntico a sí que resultó luego rechazado de la dimensión de la verdad y que el cero que se inscribe en lugar del número, trata como la marca de la exclusión. No hay, en el lugar del objeto subsumido mismo, en este lugar interior del sistema, escritura posible, y el cero que allí se inscribe, que podría inscribirse allí, sólo sería la figuración de una ausencia [blanc]. Ahora el uno se engendra por el hecho de que el cero como número es capaz de llegar a ser concepto y objeto. Si hay que pasar por el cero para engendrar el uno, es que lo que dije del x es sólo una ficción. Estamos en el campo de la lógica y no existe la posibilidad de darse un objeto del mundo. Por eso, una vez que se ha engendrado el número cero, se tiene por fin un primer objeto. Ello significa que Frege cuenta por nada este objeto que debió evocar y rechazar primordialmente. Entonces, ahora, ¿cómo engendrar el uno a partir de este primer objeto que es el número cero? Pues bien se da uno el concepto “idéntico al concepto del número cero”. En ese momento, el objeto que cae bajo este concepto “idéntico al concepto del número cero” es el objeto “número cero” mismo, y entonces es el objeto que hay que asignarle a ese concepto. Ahí se produjo el uno. Ven entonces que ese sistema opera gracias

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a una translación de los elementos definidos en todos los lugares del sistema. Se tiene el concepto del número cero y el número cero se convierte en objeto para producir al fin el número uno. Me gustaría plantear esta fórmula evidenciada, frente a ustedes que empiezan a creer que ese funcionamiento se efectúa un tanto lentamente. Me gustaría plantear esta fórmula evidenciada, puesto que es a ésta a la que todo nuestro desarrollo le dará una consecuencia cuyo valor tal vez empiecen ustedes a percibir : que el cero se cuenta como uno. Esta propiedad fundamental del cero de contarse como uno (allí donde su asignado conceptual sólo subsume en él falta de objeto, ausencia [blanc]), esta propiedad fundamental es el soporte general de la serie de los números tal como Frege la engendra. Esto queda caracterizado suficientemente, en una investigación menos profunda que la de Frege, al ser nombrado como el sucesor, es decir, sucesor de n obtenido por la adjunción del 1. Mientras que algunos se contentan con la simple presentación de la operación, n... n +1 da n’ sucesor de n – 3... 3 más 1 da cuatro..., esta operación que puede bastarle a ese n + 1, Frege lo abre para descubrir cómo es posible el paso de n a su sucesor, en tanto está asegurado por esta operación. La paradoja de este engendramiento, lo captan ustedes enseguida, van a captar enseguida que voy a producir la fórmula más general del sucesor a la que llega Frege. Esta formula es: “El número asignado al concepto “miembro de la serie de los números naturales que terminan en n’’ viene, en la serie de números naturales, inmediatamente después de n”. En otras palabras, la definición de n + 1 es: número asignado al concepto “miembro de la serie de los números naturales que terminan por n”. Demos una cifra, ya verán cómo es de gracioso, cómo el truco de manos es absolutamente sorprendente. Aquí está el 3, número honesto que conocemos bien, sobre todo aquí. Pues bien, ese número 3 me va a servir para constituir el concepto, miembro de la serie de los números naturales que terminan por tres. Resulta que el número que se le asigna a ese concepto es 4. Ahí llegó el 1. ¿Y de dónde llegó ese 1? Se necesita de un breve momento para captar la sutileza del asunto. Ahí está el número 3. Me salto el concepto “miembro de la serie de los números naturales que terminan en 3”, es decir, que hago funcionar el 3 como una reserva; no lo tomo ya como número, esta vez lo tomo, si quieren, como concepto. Voy a intentar ver qué hay en el vientre. Entonces descompongo. ¿Qué tiene 3 en el vientre? Tiene 1, 2, 3, tres objetos, como dirían ustedes. Sólo que nos hallamos en el elemento del número, y en el elemento del número se cuenta el 0. En la serie de los números naturales, el 0 cuenta por 1, es decir, que además está el cero, y que el cero cuenta por uno. Aquí ven la fórmula fundamental del engendramiento de la serie de los números.

De allí se desprende que es por la emergencia del cero como uno, emergencia que se produce como el recorrido del número en el interior del ciclo, que se determina la aparición

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del número sucesor en donde desaparece el uno. 1... n + 1... = n’. El 0 está montado, fijado como 1 al número siguiente que desapareció. A tal punto que, bastará con volver a abrir ese número siguiente una vez más y se hallará allí de nuevo ese 0 que cuenta por 1. Ese 1 del n + 1... que es sustituible (lo vieron hace poco), por todos los miembros de la serie de los números (en tanto que cada cual, por ser idéntico a sí, lo evoca necesariamente por no ser más que el cómputo del 0), autoriza a dar aquí esta interpretación del signo +, por el hecho de que su función de adición resulta redundante para producir la serie. Esta es entonces la representación, clásica si se quiere, del engendramiento [1.], y esta es a la que hay que llegar [2.] [Figura IX-3], es decir, que hay que pasar de la representación absolutamente horizontal, señalada aquí, a una representación vertical donde se ve efectuarse, a través de ese pretendido signo +, la emergencia del 0 que viene aquí a fijarse como 1 y a producir, por la diferencia de n a n’, lo que ya ustedes reconocieron como un efecto metonímico. El 1 ha de tomarse entonces como el símbolo originario de la emergencia del 0 en el campo de la verdad, y el signo + como el signo de la transgresión con la que el 0 llega a ser representado por 1, representación que es necesaria para producir, como un efecto de sentido, el nombre de un número como sucesor. Ven entonces que en una representación lógica, el esquema está como aplastado sobre sí mismo, y que la operación realizada aquí consiste en desplegarla en una dimensión vertical para hacer surgir el nuevo número. Ven entonces que si el 1 constituye el soporte de cada uno de los números de la serie, es en la medida en que es para cada uno de ellos, el soporte de 0. El esquema restituido les presentifica entonces la diferencia de la lógica del significante con la lógica lógica. Debe entonces permitirles aislar el número como efecto de significación, la función de la metonimia como efecto del cero. Entienden entonces que esta proposición suture la lógica, esta proposición formulada en el primero de los cinco axiomas de Peano, proposición que establece el cero como un número, esta proposición según la cual el cero es un número es la proposición que definitivamente permite al nivel lógico existir como tal. Esta proposición de que el cero es un número, como tal es insostenible, y su no validez quedaría marcada bastante por la duda que se perpetúa por su localización en la serie de los números en Bertrand Russell. Pero su singularidad queda denunciada aquí bastante, en el hecho de que ese número contado como objeto es asignado a un concepto bajo el cual no queda subsumido objeto alguno, a tal punto que para contarlo es necesario soportarlo en el número 1 mínimo, a fin de atribuirle el número 1 decisivo de la progresión. La repetición que se desarrolla en la serie de los números se sostiene en que el cero pasa, siguiendo un eje primero horizontal, sobrepasando el campo de la verdad bajo la forma de su representante como uno, y siguiendo un eje vertical en la medida en que su representante sólo tiene lugar por el hecho de su ausencia. Si entendieron esto, ¿qué es lo que constituye obstáculo entonces para nosotros, por lo menos aquí (puesto que sin duda sería normal que

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los lógicos empezasen a poner el grito en el cielo), qué constituye obstáculo para nosotros, por lo menos aquí, para reconocer en el cero, en tanto función del exceso, el lugar mismo del sujeto que sólo es eso: la posibilidad de un significante más? RELACIÓN DEL SUJETO CON EL SIGNIFICANTE La relación del sujeto con el campo del Otro, porque ahora jugamos con las cartas sobre la mesa, la relación del sujeto con el campo del Otro no es más que la relación matricial del cero con el campo de la verdad. Esa relación, en tanto es matricial, no podría ser (les recuerdo esto, porque esta proposición fue expuesta por Jacques Lacan hace unos tres años, si creemos en las notas sobre su seminario La Identificación), esa relación matricial no podría integrarse en una definición de la objetividad. Espero que lo hayan comprendido tal vez mejor. En todo caso, eso les quedó ilustrado con el engendramiento del cero a partir de la no identidad consigo bajo la cual no cae ninguna cosa del mundo. Y esa relación matricial (y ahí tenemos una conjunción esencial con esta lógica del significante evocada tan a menudo[…]) hace que la representación del sujeto ante el otro bajo la forma del uno del rasgo unario sea correlativa de su exclusión por fuera de ese campo. Bien saben ustedes que esa relación del sujeto con el Otro, con el gran Otro, hace que se deba representar ese sujeto aquejado por esta barra del significante que lo hace funcionar por fuera del campo del Otro, con el peligro de que, si uno se ubica del lado del sujeto, sea el gran Otro el que quede marcado por esta barra. Entonces ven esta lógica del significante ahí, en este intercambio, intercambio fundamental. La barra de la A mayúscula no es más que la relación de exterioridad del sujeto con el Otro que constituye a este Otro como inconsciente en la medida en que el sujeto no alcanza al Otro. Ahora, si el sujeto se sostiene de la serie de los números, no hay nada que pueda definir, definirlo en la dimensión de la conciencia al nivel de la constitución y de la progresión. La conciencia del sujeto ha de situarse al nivel de los efectos de significación hasta el punto en que sus reflejos puedan decirse, regidos por la repetición del significante, repetición que se produce por el paso del sujeto como falta. Espero que quede claro que esas fórmulas pueden, en todo caso podrían, deducirse con una anticipación transgresiva en el discurso de Frege. Pero si se requiere, digamos, materia probatoria que les muestre que esta función del exceso soportada por el sujeto, en el fondo, siempre ha estado patente, les citaré un pasaje de Dedekind, citado por Cavaillès en su libro La philosophie mathématique, donde él anota de hecho que Dedekind32 está de acuerdo aquí con Bolzano. Se trata de darle a la teoría de conjuntos su teorema de existencia, se trata de explicar la existencia, o la posibilidad de existencia de un infinito enumerable. ¿Y qué ejemplo da aquí Dedekind? Dice: “A partir del momento en que una proposición es verdadera, puedo siempre producir una segunda, a saber, que la primera es verdadera y así sucesivamente hasta el infinito”. Aquí es donde, al desnudo, la función del sujeto aparece como función del exceso que recibe en el lenguaje de Cavaillès el nombre de función de la tematización. Cuando el Dr. Lacan sustituye la definición del signo (la definición del signo como lo que representa algo para alguien), cuando la compara, la pone frente a la definición del significante como lo que representa al sujeto para otro significante, lo que quiere tener lugar

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aquí es la exclusión de toda referencia a la conciencia en la medida en que la cadena significante queda concernida. En esta cadena significante es necesario en efecto insertar el sujeto, pero esta inserción inevitablemente lo rechaza al exterior de esta cadena. Esto hace que la emergencia del sujeto, su inserción, como se dice, o su representación, sea necesariamente correlativa de su desvanecimiento. Y una vez más tenemos ahí una relación fundamental de la lógica del significante. Ahora podríamos intentar representar engendramientos tan originales en el tiempo como sería, en últimas, natural hacerlo, y entiendan bien que el tiempo, o por lo menos su representación lineal, están bajo dependencia de esta cadena. Y por tanto que ese tiempo que sería necesario para representar este engendramiento no puede ser lineal, puesto que, al contrario, producirá la linealidad de la serie. Entonces, si se quiere, puede decirse, y el Dr. Lacan sostuvo esas dos proposiciones juntas, creo que fue en el seminario sobre la Identificación, donde se puso el primer acento en el hecho de que el sujeto está en el origen del significante, y bien pudo ponerse en otro lugar, pienso en el seminario sobre La angustia89, que, al contrario, el origen del sujeto radica en que está excluido del significante que lo determina. En otras palabras, el sujeto está en el origen del significante; el nacimiento del sujeto debe remitirse a la anterioridad del significante. No debe sorprender percibir aquí un efecto retroactivo; la retroacción es esencialmente lo siguiente: ese momento de engendramiento de un tiempo que podrá por fin ser lineal y en el cual, tal vez, se podrá vivir. Simplemente conservar esas dos proposiciones; yo encontré por aquí y por allá en el discurso de Lacan, por supuesto, las dos proposiciones que hay que conservar juntas, sostener firmes: el sujeto es el efecto del significante; el significante es el representante del sujeto. Ahí está, es ahí, aquí, donde se mantiene el tiempo circular. Ven que, a partir de un discurso simplemente lógico, puede deducirse rigurosamente esta estructura del sujeto en su relación con el significante, tal como, con la mayor sencillez, lo ha machacado el Dr. Lacan, estructura en equilibrio de lo que aparece para desaparecer. Apertura o cierre del número, se descubre un cero en el número, hay un uno para abolirse en el número que se vuelve a cerrar. Y ahí comprenden por qué siempre se halla uno más respecto a lo que se había dicho, y que esa falta es también que ese uno de más se vuelve una falta, por supuesto, cuando se pasa a lo real. Ese es el cuento que les había sido narrado a menudo, cuando al doctor le gustaban las bromas, ese cuento de náufragos que se cuentan en una isla y que siempre resultan siendo uno más. Jacques Lacan – Es Shackleton143 [Sir Shackleton, L’Odysée de l’Endurance, París, Phébus, 1988] quien lo cuenta en una exploración del Antártico. Viven en condiciones muy muy especiales, un pequeño grupo aislado. Siempre resultan siendo uno más, con al mismo tiempo, uno que falta. Jacques-Alain Miller – Entonces ese signo + que transformamos, entendemos que no es la adición; que más esencialmente es la suma, la conminación [sommation]. En ese pseudo + está el sujeto que es conminado a comparecer en el campo del Otro, y que jamás comparece en persona. He ahí pues la dimensión fundamental de un llamado y de un rechazo que estructuran la división del sujeto, y ahí es donde se sitúa la alienación, lo saben ustedes desde el final del año pasado.

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PREGUNTAS A LA SEÑORA PIERA AULAGNIER No tengo el tiempo y en todo caso tampoco la competencia para hablar de este artículo, de esta intervención de la que quería hablar, y respecto de la cual quería plantear algunas preguntas en relación con la lógica del significante, pero bueno, intentaré hacerlo muy rápidamente; aquí, el tiempo me ayuda, puesto que me permite no tener que adentrarme demasiado en ese terreno que conozco mal. Hablo del artículo publicado en el tomo VIII de La Psychanalyse bajo el título “Comentarios sobre la estructura psicótica, I. Ego especular, cuerpo fantaseado y objeto parcial”11, de la señora Piera Aulagnier. Subrayaré entonces muy rápidamente estos puntos: que la alienación me parece aquí constituida en referencia primordial a la conciencia y que con eso realizamos tal vez (espero que la señora Aulagnier no se moleste conmigo) una desviación lagachiana del lacanismo porque la alienación, en lugar de remitirse a la división, sólo podría hallar su referencia última en lo que aquí se llaman respuestas, reconocimientos, en fin, la toma de conciencia. Luego, me parece que una frase de ese artículo podría permitir creer que el Otro no se concibe allí esencialmente y ante todo como un campo; la frase que dice: “El discurso, en ese comienzo alienante por definición, ese malentendido inicial y original es lo que da fe de la inserción de aquel que es el lugar de la palabra en una cadena significante, condición previa de toda posibilidad para el sujeto de poder insertarse allí, en su momento.” Ese término de inserción, además, me parece demasiado cómodo porque permite desatender justamente la dimensión del desfallecimiento del sujeto, por estar, en cierto punto, aquejado por el adjetivo mala, tiene demasiadas interpretaciones culturalistas; es lo que aquí se llama la entrada en los desfiladeros del significante. Por último, y esto sólo puedo señalarlo porque, digamos, no le he trabajado suficientemente, lo que la señora Piera Aulagnier intenta articular sobre la castración según lo cual el gran Otro sería su agente, y el sujeto el lugar, no me parece posible de desarrollar sin la referencia al rasgo unario, lo cual se señalaría tal vez con esta frase: “Lo que hay que agregar es que lo que se refleja en el espejo en tanto ego especular le cierra para siempre al psicótico toda posibilidad y toda vía hacia la identificación.” ¿Cómo podría concebirse la conclusión de ese mecanismo esencial, como me parece que lo dice muy bien la señora Piera Aulagnier, esta forclusión, sin esa relación con ese –φ correlativo esencialmente del sujeto en la medida en que lo que se disminuye aquí se tacha allá? ¿No será que a ese cuerpo fantaseado, ese cuerpo que el psicótico ve en el espejo, le falta definitivamente esa unificación que sólo podría darle la distinción del rasgo? ¿Lo que falta aquí no es acaso la subordinación, que al comienzo hemos considerado esencial, de la función de la unidad unificante a la función de la unidad distintiva y por tanto la función del rasgo unario como nódulo, raíz de esta castración? Una vez más creo haber trabajado demasiado poco como para poder decir aquí algo más porque, efectivamente, de eso no sé más. En cambio, lo que me parece y me pareció absolutamente compatible y articulado según las reglas de la lógica del significante, es aquí el punto, que el doctor Lacan recordó al

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comienzo de esta intervención, que es el objeto a, en donde bien se dice, en este artículo, que tiene al falo como punto giratorio de su constitución. Queda claro que la función del número puede remitirse a esta función del a como efecto de metonimia que elimina al sujeto obturando su lugar, por el hecho de que el sujeto se halla identificado con él. Porque en fin, si me atrevo a decir algunas palabras más concernientes al análisis, y de nuevo aquí desde un punto de vista totalmente formal, diré que lo que marca la metonimia de este objeto a, como la función del número, es que la infinitud del deseo es una pseudo-infinitud, es decir, que es una infinitud enumerable por el hecho de no ser más que una metonimia tal como aparece en forma de recurrencia en la teoría del número entero. El deseo, y aquí ven hasta qué punto las categorías articuladas en esta lógica pueden servir en el álgebra analítica, esta infinitud, ha de concebirse como la ley del paso del cero en tanto que abandona, como lo hace aquel a quien llamamos el maligno, su traza. En lo cual ven que no es tan maligno, puesto que se lo puede seguir por las huellas. Todavía es necesario calzarse los anteojos verdes del analista para pisarle los talones. El paso del cero es el uno en su función de repetición. Habría querido decir algo sobre lo que puede enseñarnos esta lógica del significante en el discurso de Claude Lévy-Strauss, a veces tan aparentemente unido al de Lacan. Diré (tal vez sea un tanto elíptico y tal vez un tanto insolente, pido excusas) que es por no discernir, en la articulación de la combinatoria y en el movimiento de sus variaciones, el paso del cero, que aparece para él la necesidad de una referencia exterior a la combinatoria, tal como la encuentra Levi-Strauss, con lo cual regresa al más primitivo de los materialismos del s. XVIII, en la estructura del cerebro. Ese retorno nos es ahorrado por lo que sabemos de la implicación del sujeto en la estructura, y no por su posición en el exterior, en la medida en que esta implicación funciona allí como intimación por la conminación que el significante hace del sujeto. Voy a terminar en donde en cierto momento pensé empezar, que era decirles la relación que tiene expresamente, exactamente, esta intervención con el comienzo de lo que el Doctor Lacan explicó este año. Alguna vez alguien se sorprendió de que el seminario de este año no se llamase Las posiciones subjetivas, como se había dicho el año pasado. Sin embargo, de cierta forma sí es las posiciones subjetivas lo que se ha tratado este año, que continúa tratándose aquí y que tal vez, sin duda, continuará tratándose. Lo que el Doctor Lacan nos explicó sobre todo al comienzo de este año, lo que intentó hacer, fue situar en una topología única las relaciones que mantienen en el espacio del lenguaje las circunscripciones del campo lógico, del campo lingüístico y del campo analítico. Intentó dar el principio de las particiones operadas según su pertinencia particular con los tres discursos de la lógica, de la lingüística, del psicoanálisis, en el espacio del lenguaje. La pertinencia para cada uno de estos tres discursos (y se ve cómo puede dar aquí el psicoanálisis el principio de una nueva clasificación), la pertinencia para cada uno de esos discursos, la posición, es la posición en donde se sostiene el sujeto respecto a lo representado que lo produce, que lo instituye. Lo cual puede y hasta debe decirse así: “el principio de la variación de las pertinencias es la variación de las posiciones del sujeto”.

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El conjunto de lo que dije sólo tiene valor de ficción. Justamente porque sólo tiene valor de ficción puede uno imaginar exportar algunos de sus términos a otra parte. ¿En qué consiste esencialmente un trabajo sobre conceptos? En reducir esta lógica a: 1 – la acción del significante como lo que el sujeto sólo puede alcanzar al ser representado y 2- la posibilidad no obstante del significado. Esta acción del significante y esta posibilidad del significado nos parece (lo digo como paréntesis) caracterizar esta inversión que Marx ubica en el principio de la ideología. Ahora, puede ocurrir que no se acepte únicamente que esto sea una ficción. A quienes no lo acepten, les diré entonces mejor, para colmarlos más completamente, les diré que se trató aquí de una farsa [farce]en la cual yo fui la marioneta, pero a quienes quieren que esto haya sido un relleno [farce], que se persuadan de que ellos fueron los pavos. Jacques Lacan – Luego de esta intervención extremadamente plena, como pienso que lo señala la atención que obtuvo, voy lamentablemente, sólo por la forma, dada la hora tan avanzada, a pedir si alguien pudiese traer el complemento de una pregunta que se le haya sugerido como absolutamente urgente. Acaso Piera Aulagnier, quien por supuesto, al haberla puesto en el banquillo de una manera, diría yo, tan zalamera, bien puede pensar que no nos vamos a quedar ahí y que, como disponemos de otros textos de Piera Aulagnier, publicados o no, y uno producido recientemente en público, tendré la ocasión de referirme a esto en la entera medida en que esta intervención radical, esta intervención nodal respecto a la función del cero y del uno, verán que es el pivote absolutamente esencial con el cual podremos escalonar, retomar asuntos que, yo me di cuenta durante este periodo de que, digamos la palabra, del aislamiento que quise tomar recientemente, retomar, digo, en su orden donde me di cuenta de que habían sido enunciadas en un orden que, seguramente, para todos aquellos que se remitieran a mis seminarios de los años pasados, resultaría absolutamente riguroso, debo decirlo. Debo atribuirme ese buen punto perfectamente didáctico de retomar, en su orden, todo aquello cuyas consecuencias he mostrado, en el nivel respectivo de la posición primero de la demanda y del deseo, y de un distinción absolutamente fundamental que hice, y respecto de las cuales tuvieron lugar a mi alrededor, y no solamente en el artículo de Piera Aulagnier, ciertos deslizamientos, casi obligados pero que siempre hay que enderezar, respecto a la distinción de las funciones que llamé opuestas que respectivamente son la privación, la frustración, la castración, que es tan esencial distinguir para reinstalar toda la teoría que damos de la cura en su forma más concreta. Pienso que lo que se les trajo hoy, que se multicopiará y pondrá a disposición en las mismas condiciones, es decir, sin que ustedes estén obligados a intervenir al respecto inmediatamente, en las mismas condiciones que el discurso de Duroux la vez pasada, pienso que no podía hallar mejor punto de partida luego de lo que voy a desarrollarles ahora durante el mes de marzo y al que entonces se le podrá tal vez aportar, primero de una manera que nos ofrezca el tiempo para hacerlo, tendremos dos sesiones cerradas al final del mes de marzo, y de una manera también que se diversificará con los diversos retoños que habré tenido el tiempo de retomar de aquí al final.

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Vuelvo a plantear entonces mi pregunta: ¿hay alguien que quiera plantear una pregunta urgente?

Traducción: Pio Eduardo Sanmiguel Ardila. Colaboraron en la revisión de la traducción y de esta versión en español: Belén del Rocío MORENO CARDOZO, Carmen Lucía DÍAZ LEGUIZAMÓN, Eduardo ARISTIZÁBAL CARDONA, Javier JARAMILLO GIRALDO, Mario Bernardo FIGUEROA MUÑOZ, Pilar GONZÁLEZ RIVERA, Tania ROELENS HRNCIROVA. Posteriormente he recibido precisiones, anotaciones, correcciones de Sylvia de Castro K., Myriam Cotrino y Luisa Matallana L., a quienes agradezco sinceramente el haberse tomado el tiempo para anotar sus dudas y enviarlas a este correo. Esta traducción continúa en proceso; así que, cualquier duda, comentario y/o precisión serán bienvenidos; comuníquelos, por favor, a la siguiente dirección electrónica: [email protected]

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Lección 10 3 de marzo de 1965

Lo lamento, la falta de tiza blanca probablemente no facilita la lectura de lo que escribí en el tablero. Sin embargo, me gustaría saber si resulta francamente invisible desde algún sector de la sala, para poder, no sé, modificar el ángulo… No se ve nada ¡como siempre! ¿Qué hacer?... Hoy les voy a hablar, intentaré hablarles, de una manera que represente un nudo entre el trayecto que hemos seguido hasta ahora y lo que se va a abrir. Intentaré hablarles de la identificación, quiero decir, de cómo, al presentársenos en la experiencia analítica, plantea su problema de una manera que aporta un empuje esencial a lo que se ha formado, en el transcurso de una larga tradición llamada más o menos justamente tradición filosófica, en torno a ese tema de la identificación. He intentado introducir para ustedes al sujeto, a través de una reflexión sobre lo que lo constituye en el centro de nuestra experiencia entendida como experiencia analítica, sujeto que parece habérsenos presentado en el curso de nuestros últimos decursos, sujeto que podría, si creemos en el camino estrecho por el cual intenté dirigir su mirada con la teoría de los números, que podría reconocerse en suma en lo que resulta estrechamente atinente, en el pensamiento matemático, al concepto de la falta, a ese concepto cuyo número es cero. Es notable la analogía de ese concepto con lo que intenté formularles sobre la posición del sujeto apareciendo y desapareciendo en una pulsación siempre repetida, como efecto, efecto del significante, efecto siempre evanescente y que renace; es notable la analogía de esta metáfora con el concepto tal y como la reflexión de un aritmético filósofo, Frege (cuánto hace que hablamos de él, ¡y alguien me preguntó cómo se escribía!), Frege se ve llevado a hacer [sic] partir necesariamente del apoyo, del complemento de ese concepto al que se le asigna el número cero para hacer surgir ese uno, también inextinguible, que se desvanece siempre para, en su repetición, agregarse a sí mismo, pero en una unidad de repetición de la que puede decirse que en ella palpamos que nunca puede volverse a hallar, a medida que progresa, lo que ha perdido, sino esta proliferación que la multiplica ilimitadamente, que se manifiesta haciendo presente, a manera de serie, una cierta manifestación de la infinitud. De esta manera, el sujeto se manifiesta uno como originándose en una privación y, en cierta forma, por intermedio suyo, encadenado, clavado a una identidad que, ya se les dijo en una reciente formulación, a una identidad que no es más que una consecuencia de esta exigencia primera sin la cual nada podría ser verdad, pero que deja al sujeto en suspenso, enganchado a lo que se llama, a lo que Leibniz (esto les fue señalado de manera admirable en una reunión más cerrada), referencia leibniziana de que la identidad no es más que aquello sin lo cual la verdad no podría estar a salvo. No hay duda; pero para nosotros, nosotros los analistas, ¿acaso el asunto de la identificación no se plantea de manera en cierta forma anterior al estatuto de la verdad? ¿Cómo no dispondríamos nosotros de su testimonio en ese fundamento resbaloso de nuestra experiencia que ubica en su raíz, tanto lo que se nos presenta en un momento profundamente idéntico como la transferencia en 133

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tanto se refiere para nosotros al doble polo de lo más auténtico que hay en el amor, como lo que se nos manifiesta por la vía del engaño? Planteemos que al haber tomado esta referencia al número, quisimos buscar el punto de referencia más radical, aquel en donde tenemos que ubicar al sujeto en el lenguaje instituido, antes de que, en cierta forma, el sujeto se identifique, se localice allí como aquel que habla. Ya antes de que la frase contenga su yo [je] en el que se plantea primero el sujeto, en la forma del shifter, como siendo quien habla, existe la frase impersonal. Hay un sujeto de la frase; ese sujeto es primero, en ese punto, raíz del acontecimiento en que él se dice; no es que el sujeto sea éste, ése, sino que hay algo; llueve. Tal es la frase fundamental, y en el lenguaje, es la raíz del hecho de que hay acontecimientos. Es en un segundo tiempo cuando el sujeto se identifica como quien habla. Y sin duda, tal o cual forma de lenguaje está ahí para, en su diferencia, recordarnos que hay modos más diversos de dar preeminencia, preexcelencia a esta identificación del sujeto de la enunciación, con aquel que en efecto la habla. La existencia del verbo ser en las lenguas indoeuropeas está ahí sin duda para llevar a primer plano este Ich a la manera de soporte del sujeto, pero tampoco toda lengua está hecha así, y tal problema o falso problema, lógica que puede plantearse en el registro de nuestras lenguas indoeuropeas, en otras formas del estatuto lingüístico; por eso hoy quise, sencillamente a manera de indicación, de punto de agarre, de referencia, poner en este tablero algunos caracteres chinos que ya verán qué significan y cómo pienso usarlos pronto.

Si los problemas lógicos del sujeto en la tradición china no se formulan con un desarrollo tan exigente, tan profundo, tan fecundo de la lógica, no es porque, como se ha dicho, en el chino no exista el verbo ser i . La palabra más usual, en el chino hablado, para el verbo ser se dice ch. Por supuesto, ¿cómo podría obviarse su uso? Pero que fundamentalmente sea (y es el segundo carácter de los tres escritos en el tablero -a la izquierda aparece en la forma de lectura más conocida de como se escriben esos caracteres en imprenta; a la derecha en la forma cursiva en que la recogí de una caligrafía monacal para traérselas-, y ya verán qué sentido tenía), el carácter de en medio, de esta fórmula que se dice yu ch’ti , como es el cuerpo, donde ese ch también es un ese, un demostrativo, y que el demostrativo en chino sea lo que sirve para designar el verbo ser), es ahí algo que muestra que es otra la relación del sujeto con la enunciación en la que se sitúa. Pero veremos a qué nivel habremos de retomar ahora nosotros, nosotros los analistas, ese problema, para extraer, para situar nuestro decurso actual, ése que finalizó antes de nuestra separación de antes de la interrupción de dos o tres semanas, para situar el alcance de lo que quisimos designar en esa relación del 0 con el 1 como lo que le da su articulación fundamental a la presencia inaugural del significante. Aquí es necesario que les designe, si no que les comente, porque sería demasiado largo el comentario, por poco que no sean más que tres páginas las que les designo en Massenpsychologie und Ich-Analyse, traducido i

ser o estar [N. del T.]

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como Psicología de las masas (en efecto se trata de masa ii , la referencia ha de tomarse de la obra de Gustave Le Bon) und Ich-Analyse, y análisis del yo, capítulo VII: “De la identificación”. Sólo se los señalo porque allí se ven concentrados todos los enigmas ante los cuales se detiene Freud, con su honestidad tan profunda al mismo tiempo que manifiesta, para designar con el dedo en dónde resbala, en dónde tropieza para él lo satisfactorio que podría haber en la referencia que está ahí por producirse, en el momento en que para él se trata de darnos la clave, el alma, el corazón de su tópica. Lejos de formularnos, a ese nivel, digo en ese capítulo, los términos de la identificación en la forma en cierto sentido feliz, resbalosa, dialéctica, que surgiría de sí misma, tal como los abordajes que ha hecho al respecto hasta entonces en su descripción desarrollística, en últimas, de los estadios de la libido, tal como pudo esbozarlos, particularmente en el momento en que gira su pensamiento y en el cual él pasa del registro de la temática consciente-inconsciente a la temática tópica, particularmente en lo que se llama la Introducción al narcisismo, ahí la identificación con lo primario parecía abrirse holgadamente, por una especie de progreso de la estructuración del exterior, hacia identificaciones más precisas en las que el sujeto, al ubicarse desde el campo al principio cerrado de ese pretendido autismo, del que tanto se abusa por fuera del análisis, lograba, en consideración a, con respecto al mundo exterior, volverse a encontrar en su propia imagen; identificación secundaria, y pronto, en referencia a aquello con lo que tenía que vérselas, encontraba esta multiplicidad perceptiva, esta adaptación que haría de él un objeto armónico de un conocimiento realizado. No hay nada de eso para Freud cuando se trata de abordar lo que, para el pensamiento del analista, es una instancia radical: la identificación. Nada menos apropiado para que se distinga, como siempre lo estuvo, la falla central de la psicología, para distinguir ese registro de esa ubicación del conocimiento en aquello que se nos representaría pura y simplemente, y ciegamente en cierta forma, como la punta necesaria de la escalada vital (yo se las doy), como lo que debe, sabe dios por qué, en este caso hay que decirlo, culminar en la función de una conciencia. Nada que distinga menos esa mira de la relación del sujeto viviente con un mundo, que lo distinga menos, digo como entendimiento, de algo de otro registro que ahí es irreductible como un desecho, desde el momento en que esta perspectiva se adopta como la esencial del progreso subjetivo, a saber, lo que en la tradición filosófica desde siempre se ha llamado voluntad. Y qué más irrisorio, una vez que esta apertura, esta profunda alienación del sujeto consigo mismo en dos facultades se convierta, una vez establecido, en una experiencia parcializada también, qué más irrisorio que ver a los siglos seguir planteándose esta pregunta, puesto que ahí se trata de dos facultades irreductibles: ¿cuál de las dos debe predominar en dios? ¿Acaso no hay algo profundamente irrisorio en el hecho de que una teología no haya dejado, por lo menos en la tradición de Occidente, que una teología no haya dejado de dar vueltas en torno a ese falso problema, a ese problema instituido sobre una psicología deficiente, ese Dios que debe saberlo todo, de donde resulta que, si lo sabe todo, debe entonces someterse a lo que sabe: que es impotente; o que debe haberlo querido todo, de donde se desprende entonces que es bien malo? La fuerza del ateísmo, la fuerza de la sin salida que encierra la noción divina, no está en los argumentos ateístas, que muy a menudo son más teístas que los demás; la lección es que hay que ir a buscar entre los mismos teólogos. ii

foule es multitud, muchedumbre, gentío y hasta el vulgo, la plebe.

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Que esto no los extravíe; no hay digresión alguna, paréntesis alguno, puesto que igualmente el correlato de la alienación divina es el término, y lo vemos en Descartes indicado en su lugar, no como se dice simplemente transmitido, heredado de la tradición escolástica, sino en cierta forma necesario por la posición del sujeto en la medida en que es de la falsa infinitud de ese yo siempre reproducido, de esta repetición que engendra ese falso infinito únicamente a partir de una infinita recurrencia, de donde parte la necesidad de asegurarse de que algo se funda que no es engañifa, y de la deducción de que definitivamente se necesita que el campo en donde se reproduce esta multiplicación infinita de la unidad en la que el sujeto se pierde, quede garantizada de alguna forma, garantizada por ese ser en el que sólo Descartes tiene la ventaja de designarnos que, aquí, entre voluntad y entendimiento habremos de elegir, y sólo la voluntad en su impensable más radical, la voluntad en la medida en que sólo de ella se sostiene la seguridad de la verdad y con la que Dios habría podido hacer que las verdades fueran muy diferentes, aún aquellas que nos parecen ser verdades eternas, que sólo ese Dios es pensable, pero designándonos de esa manera la sin salida. Ahora bien, justo en torno a eso gira un momento esencial del pensamiento de Freud, puesto que, yendo mucho más lejos que todo pensamiento ateísta diferente que lo haya antecedido, no nos designa únicamente el punto de la sin salida divina, sino que la remplaza. Si él nos dice que el soporte de una creencia en dios “espeginario” [“miraginaire” iii ] está en la temática paterna, es seguramente para darle otra estructura, y la idea del padre no es la herencia, ni el sustituto del padre, de los Padres de la Iglesia. Pero entonces, ¿cómo y cuál es el estatuto que hay que darle a ese padre en lo que concierne a nuestra experiencia, a ese padre original, a ese padre del que ya no se habla nunca más en el análisis a fin de cuentas porque no se sabe qué hacer con él, con ese padre? Ahí está cómo y dónde se sitúa la mira que proviene ahora de nuestra interrogación sobre la identificación en la experiencia analítica. En efecto, ¿qué vamos [a encontrar], qué sorprende en ese texto que les designo en la página 115 de las Gesammelte Werke en alemán, iv en el volumen XVIII de la Standard Edition para quienes leen el inglés, en la página 500? Que cuando tiene que hablarnos de la identificación, viene primero, en una anterioridad que hay que sentir claramente como un enigma que se nos propone como primordial, que la identificación con el personaje paterno se plantea primero, al deducirlo del interés, tan especial, tan especial que el muchachito muestra por su padre; que esa identificación es puesta ahí como un primer tiempo de toda explicación posible de lo que concierne a la identificación. Y en ese momento, como el analista podría equivocarse, iniciado por su experiencia y las explicaciones anteriores, y pensar que en este interés primero hay algo que fue señalado luego como lo que se llama la posición pasiva del sujeto de la actitud femenina, Freud subraya que no, que ese primer tiempo es hablando con propiedad, lo que constituye, dice, una identificación típicamente masculina. Él va más lejos, exquisitamente (la traducción al inglés es “típicamente”) es exquisit männlich en alemán. v iii

Mirage e imaginaire, espejismo e imaginario, pueden ser los componentes de este neologismo forjado por Lacan. Así pues, podría volcarse como “espejinario”o como “espeginario”, según el acento [N. del T.] iv Sigmund Freud, GW, Band XIII. Massenpsychologie und Ich-Analyse – VII. Die Identifizierung. Fischer Taschenbuch Verlag, Frankfurt am Main, 1999. v exquisite männlich: exquisitamente masculina.

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Esta primordialidad, que lo llevará a describir sólo en un segundo tiempo la rivalidad que, nos dice, va a tener lugar con el padre respecto al objeto primordial, ese primer tiempo adquiere su valor (una vez articulado en su aspecto primitivo, de donde surge también resaltada la dimensión mítica) por el hecho de articularse al mismo tiempo como vinculado con lo que de esta manera se produce como primera forma de identificación, a saber, la Einverleibung, la incorporación. Así, en el momento en que se trata de la referencia primordial más mítica, y podría decirse, y no sería un error decir, la más idealizante, por ser aquella en la que se estructura la función del ideal del yo, la referencia primordial se hace evocando el cuerpo. Sin embargo, vale la pena que interroguemos esas cosas que manejamos, esos términos, esos conceptos que dejamos en una especie de vaguedad [Flou] sin preguntarnos nunca de qué se trata. En cuanto a la incorporación, referente al primer estadio inaugural de la relación libidinal, sabemos que el asunto no es sencillo, al parecer; que ahí hay algo que seguramente se diferencia de aquello a lo que podríamos estar tentados, es decir, a hacer de ésta un asunto de representación, de imagen, el revés de lo que más tarde será la diseminación en el mundo de nuestras proyecciones diversamente afectivas. No se trata en absoluto de eso. Ni siquiera se trata del término de introyección, que podría ser ambiguo; se trata de incorporación, y nada indica que haya algo que aquí pueda ser puesto a cuenta de una subjetividad. La incorporación, si acaso es esta la referencia que Freud destaca, está justamente en que no hay nadie ahí que sepa que tiene lugar; que la opacidad de esta incorporación es esencial (así como en todo mito que haga uso, que se apoye en la articulación etnológicamente ubicable, de la comida canibalística) es ahí el punto definitivamente inaugural del surgimiento de la estructura inconsciente. Es porque ahí hay un modo absolutamente primordial en donde, lejos de que la referencia en la teoría freudiana sea, como se dice, idealista, tiene esta forma de materialismo radical cuyo soporte no es, como se dice, lo biológico, sino el cuerpo. El cuerpo, puesto que ya ni siquiera sabemos cómo hablar de él, justamente desde que el vuelco cartesiano de la posición radical del sujeto nos enseña a ya no pensarlo más que en términos de extensión. Las pasiones del alma de Descartes son las pasiones de la extensión, extensión que, si vemos con qué particular alquimia, sospechosa cada vez más después de un momento, y si seguimos la operación del mago en torno a ese pedazo de cera, una vez purificado de todas sus cualidades, pues dios mío, ¿cuáles son esas cualidades que tanto hieden como para que haya que retirarlas de esa manera, unas tras otras, para que ya sólo queden especies de sombras de sombras, de desecho purificado? ¿Acaso no captamos ahí que algo se deriva... que al haber llevado tan bien su juego con el Otro, Descartes patina hacia la pérdida de algo esencial que Freud nos recuerda? Nos lo recuerda en el hecho de que la naturaleza básica del cuerpo tiene algo que ver con lo que él introduce, lo que él restaura como libido. ¿Y qué es la libido? Porque asimismo esto tiene que ver con la existencia de la reproducción sexual pero no es idéntica, porque su primera forma es esa pulsión oral con la que tiene lugar la incorporación. ¿Y qué es esta incorporación? Y si su referencia mítica, etnográfica, se nos da en que quienes consumen la víctima primordial, el padre desmembrado, son algo que se designa sin poder nombrarse más que con términos velados como el ser; en que es el ser del Otro, la esencia de una potencia primordial que aquí, si se la consume, se la asimila; en que la forma como se presenta el ser del cuerpo, es la de ser lo que se alimenta de lo que en el cuerpo se presenta como lo más inaprensible del ser, que

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nos remite siempre a la esencia ausente del cuerpo; en que, con ese cariz bisexual de la existencia de una especie animal, en tanto que ligado a la muerte, nos aísla precisamente, como viviendo en el cuerpo, lo que no muere; esto hace que el cuerpo, antes de ser lo que muere y lo que pasa por las redes de la reproducción sexuada, sea algo que subsiste en una devoración fundamental que va del ser al ser. Lo que pregono ahí no es filosofía ni creencia; es articulación, es forma, de la que digo que nos interroga que Freud la ponga en el origen de todo lo que tiene para decir de la identificación. Y esto es riguroso, no lo duden; quiero decir, que el término mismo de instinto de vida no tiene más sentido que el de instituir en lo real esa especie de transmisión diferente, indagante; esa transmisión de una libido en sí misma inmortal. ¿Qué quiere decir… qué debe decirnos tal referencia? ¿Cómo concebir que Freud la ubique, de entrada, en primer plano? ¿Es esa una necesidad de institución original de aquello de que se trata en la realidad inconsciente o es un término, es un tope, es algo hallado por la experiencia instaurada? Para eso, adelantemos en la lectura. Vemos que la dialéctica de la demanda y de la frustración se instaura en un segundo tiempo respecto a esa referencia primera, a saber, lo que Freud nos plantea como la segunda forma de la identificación. El hecho de que en… a partir del momento en que se introduce el objeto de amor, la elección de objeto, nos dice, Objektwahl, se introduce también la posibilidad, por la frustración, de la identificación con el objeto mismo de amor. Ahora bien, así como sorprendía, en la primera fórmula que nos da de la identificación, ver allí la correlación enigmática (así es como se las subrayo) de la Einverleibung, la incorporación, así mismo Freud se detiene ahí ante un enigma. Nos dice que seguramente podemos encontrar fácilmente la referencia, en cierta forma lógica, de lo que concierne a esta alternancia que tiene lugar del objeto a la identificación; del objeto en tanto que se vuelve objeto de la frustración, que ahí no es más que la alternancia, nos dice (está en el texto de Freud, no soy yo quien lo pone a circular) de dos términos: la alternancia del ser y del tener; que por no tener el objeto para escoger, el sujeto llega a serlo [vient à l’être], y aquí Freud sopesa, articula terminantemente los términos de sujeto y de objeto. Pero también nos dice que, para él, lo único que hay ahí es un misterio, que nos hallamos ahí ante una perfecta opacidad. ¿Esta opacidad no puede aliviarse, zanjarse? ¿No es acaso por esta vía que avanza el progreso por el que intento conducirlos? Vamos a ver. La identificación, directa en cierta forma, del deseo al deseo es, nos dice Freud, el tercer término; identificación fundamental cuyo modelo, nos dice, nos lo da la histérica; a ella, a él, a este tipo de paciente, no le es necesario mucho para ubicar, en algún signo, allí donde se produce, un cierto tipo de deseo. El deseo de la histérica funda todo deseo como deseo de histérica; el juego, lo cambiante de la ecoificación, la repercusión infinita del deseo en el deseo, la comunicación directa del deseo del Otro se instaura allí como tercer término. ¿No basta acaso con decir que la agrupación permanece no sólo disociada, no sólo enigmática, sino perfectamente heteróclita respecto a lo que sin embargo Freud creyó tener que reunir en ese capítulo esencial? Ahora bien, es ahí donde creo que introduje una serie estructurada destinada no sólo a reunir, a permitir situar lo que serían los pilotes, los puntos de enganche esenciales que mantienen el pensamiento freudiano, y donde éste nos obliga al menos a cubrir ese campo cuadrado cuyos límites determina, sino también a integrar en él, a situar allí, lo que en nuestra experiencia nos ha permitido desde entonces experimentar vías y senderos por los cuales, al conducirnos el progreso de esta experiencia, 138

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nos permite percibir lo bien fundado de las percepciones de Freud, de las iniciales y también, por qué no, de sus debilidades. Esas debilidades, créanlo, no son justamente a nivel conceptual sino tal vez, ya veremos cómo, a nivel de la experiencia. En su momento introduje una tripartición que tiene el mérito de anticipar lo que alguien, en una entrevista reciente, pudo recordarles que era el título que quise darle en un momento dado al seminario de este año (sobre lo que se ha dicho que tal vez me acerco a éste más de lo que me había atrevido a prometerme), a saber, las posiciones subjetivas. Es justamente eso lo que introduje hace unos cinco años y tal vez más, al recordar cuán esencial resultan, hasta qué punto nuestra experiencia nos obliga a confrontar, para distinguir los pisos de las estructuras, los términos de privación, de frustración y de castración. Desde Freud, toda la experiencia analítica se inscribe como exploración cada vez más avanzada y cada vez más explorada de la frustración, sobre la que se articula propiamente hablando que constituye lo esencial de la situación y del progreso analíticos, por ejemplo, y que todo el análisis ocurre a su nivel. A decir verdad, esta limitante del horizonte conceptual tiene el efecto, de la manera más manifiesta y clara, de convertir propiamente hablando en impensable lo que Freud nos designa en su experiencia como el tope y el punto de detención (y también en ello se encuentra contento), el punto de tope de su experiencia, a saber, lo que se subraya en su texto como la roca (lo cual no es en absoluto una explicación), a saber, la castración. La castración, en la experiencia terminal de un análisis de neurótico o de un análisis femenino, es propiamente hablando impensable si la operación analítica no es más que esa experiencia que conjuga la demanda con la transferencia en torno a la cual el sujeto tiene que tener la experiencia de la falla que lo separa del reconocimiento de lo siguiente: que vive en otra parte que no es la realidad, y que esta hiancia, esta experiencia de la hiancia, es todo lo que tiene él que integrar en la experiencia analítica. La articulación de la castración con la frustración, por sí misma, nos ordena interrogar de otra manera, y de una manera fundamental, las relaciones del sujeto; no de la manera como en cierta forma puede agotarse en la doble relación de la transferencia y de la demanda. Esa localización necesita precisamente, como requisito previo, que se plantee como tal el estatuto del sujeto, el cual constituye el aislamiento (que tampoco soy el único que lo ha formulado) de la posición de la privación. Sin duda de manera confusa pero articulada, alguien como Jones71, que sin embargo hacía parte de una generación en la que se disponía de un poco más de horizonte, alguien como Jones le dio a la función de privación, cuando para él se trataba justamente de interrogar el enigma de la relación de la función femenina con el falo, le dio a la función de privación su momento sobresaliente indispensable para la articulación lógica de esas tres posiciones. Esto es lo que hacía necesario que nosotros planteáramos primero que el sujeto, el sujeto en su forma esencial, se introduce como en esta especie de relación radical; que es ininstituible [sic], que es impensable por fuera de esta pulsación, igualmente figurada en esta oscilación

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del cero al uno que resulta siendo, desde todo punto de vista necesaria para que el número pueda pensarse. Que exista una relación primera entre esta posición del sujeto y el nacimiento del uno, era lo que teníamos que cernir en torno a esta atención puesta sobre el uno, que nos hizo ver que hay dos funciones del uno, una de espejismo, que consiste en confundir el uno con el individuo, o si quieren, para traducir ese término, lo indivisible, y por otra parte el uno de la numeración, que es otra cosa, el uno de la numeración no cuenta a los individuos, y sin duda la propensión a la confusión es fácil, la idea de que ahí no se trata más que de su función tiene algo tan cómodo y tan simple que justamente se necesita de la meditación aplicada de un versado del número para darse cuenta de que el uno de la numeración es otra cosa. Otra cosa es la diferencia y la alteridad, e indudablemente todos los que han tenido que meditar, desde los primeros tiempos, sobre la naturaleza radical de la diferencia, han visto claro que en la numeración, en la diferenciación de la cualidades, se trata de algo diferente al problema de la distinción de los indiscernibles, ¿y por qué no es únicamente uno todo lo que se agrupa sobre sí mismo, inclusive la identidad de las cualidades? Todo lo que cabe en el mismo concepto demuestra la distinción fundamental entre lo semejante y lo mismo, o si quieren, para darle aquí el eco de un término familiar, entre lo parecido y lo mismo. Otra cosa es el registro de lo parecido y de lo mismo. El Otro está del lado, no de lo parecido sino de lo mismo, y el asunto de la realidad del Otro es distinto de toda discriminación conceptual o cosmológica; debe pensarse al nivel de esta repetición del uno que lo instituye en su heterogeneidad esencial. De lo que se trata es de interrogar lo que concierne a esta función del Otro para nosotros, cómo se nos presenta a nosotros, y eso es lo que pretendo introducir hoy. Porque seguramente ya se cruzó, ya se suavizó, se facilitó con nuestras últimas exploraciones la etapa de lo que siempre quise decir al introducir, justamente al nivel de este asunto del Otro, que es esencial para que sepamos qué quiere decir la identificación, al introducir la pregunta (que tanto horrorizó a mi alrededor a todos los que prefirieron considerar fútil y hasta inútilmente alejado de mi mensaje), la pregunta, así llamada, de los tarros de mostaza. El asunto de los tarros de mostaza (que se plantea primero de la siguiente manera: que el tarro de mostaza se caracteriza por el hecho de que, por experiencia, nunca tiene mostaza; que, por definición, el tarro de mostaza siempre está vacío), el asunto de los tarros de mostaza plantea esta pregunta, la pregunta precisamente sobre la distinción de los indiscernibles. Es fácil decir que el tarro de mostaza de aquí se diferencia del de allá, como nos dice Aristóteles, en que no están hechos de la misma materia. De esta manera el asunto se resuelve cómodamente y si escogí los tarros de mostaza es justamente para representar la dificultad. Si se tratara, como hace poco, del cuerpo, verían que Aristóteles no encontraría tan fácil la respuesta, porque siendo el cuerpo lo que tiene la propiedad no solamente de asimilar la materia que absorbe sino, lo vimos sugerido por Freud, de asimilar algo muy diferente con, a saber, su esencia de cuerpo, ahí ya no lograrían tan cómodamente distinguir los indiscernibles y podrían, con el monje... dudo en decir practicante de zen, ¡porque van rápido a difundir por París que yo les enseño zen! ¿Y qué podría resultar de esto? Bueno, a fin de cuentas es una fórmula zen, y el monje en cuestión se llama Tchi Un, que les dice: “como ese cuerpo”. Seguramente a nivel del cuerpo es imposible distinguir cualquier cuerpo de todos los cuerpos, no es porque aquí ustedes son doscientos sesenta cabezas que

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esta unidad es menos real puesto que igualmente, para el Buda, se trata de algo así como trescientos tres millones trescientos treinta y tres mil trescientos treinta y tres, y siempre era el mismo Buda. Pero no hemos llegado allá. Tomamos los tarros de mostaza, los tarros de mostaza son distintos pero yo planteo la pregunta: el hueco, el vacío que constituye el tarro de mostaza ¿es el mismo vacío o son vacíos diferentes? Aquí el asunto es un tanto más espinoso y justamente esta génesis del uno y del cero a la que se ve obligado el pensamiento aritmético se le reunirá. Para decirlo todo: esos vacíos son a tal punto un solo vacío, que sólo empiezan a distinguirse a partir del momento en que se llena uno, donde la recurrencia comienza porque habrá un vacío menos. Tal es la institución inaugural del sujeto. En la parte cerrada de mi seminario, alguien pudo lograr traslapar ante ustedes, de manera tan rigurosa la deducción que coexiste con cierta forma de mi introducción del sujeto, que no ha de ser por azar. Pero el apólogo que les doy del vacío y de su llenado y de la génesis de una distinción de la falta, tal como se introduce al nivel de la botella, el “¡una Tuborg, una!” (no seré el primero que haya sustituido el dios creador por el mesero del café), ¡una Tuborg, una!” significa, introduce la posibilidad de que luego pida otra, y sin embargo siempre será Tuborg, siempre igual a sí misma, ahí el punto esencial al nivel de la falta es la introducción del uno. La otra da luego la medida o la causa de mi sed, que también me da la oportunidad de pedirla para otro e instituir como tal, por correspondencia biunívoca, a este Otro puro; tal es el nivel de operación en donde se engendra, en donde se introduce, primero como presencia de la falta, el sujeto. Es a partir de ahí y sólo de ahí, que puede concebirse la perfecta bipolaridad, la perfecta ambivalencia de todo lo que ocurrirá luego al nivel de su demanda. Es en la medida en que el sujeto se instaura, se soporta como cero, como ese cero falto de llenado, que puede jugarse la simetría, diría yo, de lo que se establece, y que para Freud persiste enigmático, entre el objeto que puede tener y el objeto que puede ser. Es justamente por permanecer a ese nivel que puede llevarse a su término un relleno de escamoteo vi bien particular, porque no es cierto que para el sujeto todo se agote en la dimensión del Otro, que respecto al Otro todo es una demanda de tener sobre la que se transfiere, se instituye una falacia del ser. Las coordenadas del espacio del Otro no juegan en ese simple diedro; en otras palabras, el punto cero de origen de las coordenadas desde el cual podríamos instituirlo no es un verdadero punto cero. Lo que nos muestra la experiencia es que la demanda, la demanda en la experiencia analítica, no es importante simplemente para que la juguemos como plano y registro de la frustración, remitiendo al sujeto a esta institución, a esta instauración engañosa de un ser, de un ser cuya comparación, cuya referencia, cuya reducción al ser del analista ¡le aportaría el camino de salvación! La experiencia analítica nos muestra luego (ningún analista puede rechazarlo aun cuando no extraiga su consecuencia) que en la operación en cuestión, siempre hay un resto; que la división del sujeto entre el cero y el uno no puede ser reducida totalmente por ningún rellenado del uno, ni al nivel de la demanda de tenerlo ni al nivel del ser de la transferencia; que el efecto de la operación nunca es un puro y simple cero; que el sujeto, al desplegarse en el espacio del Otro, despliega un sistema de coordenadas muy diferente a las coordenadas cartesianas; que el punto cero de origen no existe; que la forma transparente, impalpable, medusante de la estructura del sujeto es justamente la que nos revelará de dónde surge la virtud del uno, que no es simplemente la de ser un signo, la de vi

Farce es también farsa, broma.

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ser la muesca primitiva de la experiencia del cazador, aun cuando sea ahí donde por azar nació; que la existencia del uno y del número, lejos de ser todo a lo que se aplica, y del lugar en que, lejos de serle consecuente, engendra al individuo, no necesita de nada individual para nacer; que la verdadera prioridad, especificidad, del número es consecuencia de lo que se introduce en las formas que intento presentificar para ustedes bajo el aspecto topológico, en el efecto del corte sobre esas formas. Efectivamente hay formas que se parten enseguida en dos de un solo corte, hay otras con las cuales se pueden hacer dos sin que desaparezca la forma, siguen siendo de una sola pieza. Esto es lo que lleva en topología el nombre de número de conectividad. Ese es el uso y el privilegio de lo que intento poner a jugar para ustedes, puesto que tiene fines prácticos de representación en forma de imágenes, y lo que dibujé hoy [figura X-3] en el tablero consiste en hacer partir, en la botella de Klein, un corte desde un punto…un corte, uno solo; parecerían dos porque pasa dos veces por el mismo punto. Por pereza, y también por una cierta sensación de lo inútil que resulta esta exposición de mis dibujos en un tablero tan mal iluminado, no hice la imagen que podría haber sido complementaria y que es fácil de imaginar. En el nivel de ese círculo mítico al que llamo círculo de retroceso, tomen dos puntos opuestos, hagan pasar el corte a través de toda la longitudinalidad de la botella de Klein hasta un punto opuesto [figura X4] puesto que el círculo retrocede, y podrán hacerlo volver al primer punto. De esta manera obtendrán, juntando aparentemente dos puntos opuestos de esta circunferencia que llamo círculo de retroceso, obtendrán así un solo corte. Este corte tiene la propiedad de no dividir la botella de Klein, simplemente de permitir desarrollarla en una sola banda de Mœbius. Acerquen esos dos puntos hasta obtener sólo uno, se darán cuenta de que algo les quedó oculto en la operación precedente, puesto que esa conjunción, así como la figura que se presenta aquí les permite aprehenderlo, tiene la propiedad sin duda de dejar intacta la banda de Mœbius, pero de que ahí aparezca un residuo. Los psicoanalistas conocen bien ese residuo que hay más allá de la demanda; ese residuo que también está más allá de la transferencia; ese residuo esencial por el cual se encarna el carácter radicalmente dividido del S [Es] del sujeto, es lo que se llama objeto a. En el juego de identificación de la privación primordial, el único efecto no es la manifestación de un puro hueco, de un cero inicial de la realidad del sujeto que se encarna en la pura falta; siempre hay, en esta operación, y especialmente manifiesto, surgiendo

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especialmente de la experiencia frustrante, algo que escapa a su dialéctica, un residuo, algo que manifiesta que en el nivel lógico en que aparece el cero, la experiencia subjetiva hace aparecer algo que llamamos objeto a, y que, por su sola presencia modifica, inclina, afecta toda la economía posible de una relación libidinal con el objeto, de una elección cualquiera que se califique como objetal. Esto, que es tan manifiesto y siempre presente; esto, que le da a toda relación con la realidad del objeto de nuestra elección su ambigüedad fundamental, ese algo que hace que en el objeto escogido, elegido, querido, amado, la duda sobre aquello que está en cuestión sea siempre ahí esencial, que siempre apuntamos a otro lado; la experiencia analítica está hecha para evidenciar esto, y está hecha también para hacer que nos preguntemos si el objetivo del análisis sí es satisfacernos con la identificación, como se dice, del sujeto con el analista, o si, por el contrario, la irreductible alteridad, el hecho de rechazarlo como Otro (eso es justamente lo patético terminal de la experiencia analítica) no debe ser, en cambio, para nosotros el asunto, el asunto en torno al cual debe girar para nosotros, elaborarse todo lo que concierne por el momento, en el análisis, a problemas difíciles que no son simplemente el resultado más o menos terapéutico, sino la legitimidad esencial de lo que nos funda como analistas, y ante todo esto, esto precisamente, que si no se conoce, si no se ha por lo menos señalado en dónde se sitúa lo que yo llamo la operación legítima, es imposible que el analista opere de manera alguna, de una manera que merece que se intitule como una operación. En sí mismo es un juguete ciego y atrapado en la falacia. Sin embargo esta falacia es justamente el asunto que se plantea al final del análisis. Qué es, al nivel de la castración, ese punto, ese punto que en el esquema tripartito, en la matriz de doble entrada en la que había intentado en un primer abordaje hacerles ubicar de qué manera se intercambia, en cada uno de esos tres niveles, la repartición recíproca de los términos de lo simbólico, de lo imaginario y de lo real; hacer que ubicaran las cosas en una primera aproximación hablando, no en esta época de posición subjetiva sino, para tomar sencillamente un esquema freudiano, de un cierto modo de acción, o de estado, de impuesto, de habitus como se diría en la tradición aristotélica, y de repartir, respecto a esos tres pisos de la privación, de la frustración y de la castración, las cosas a derecha e izquierda, del lado del agente y del lado del objeto. Les haré notar, si se remiten a los resúmenes que se dieron en esa época128, que dejé completamente en blanco lo que correspondía al nivel del lugar del agente de la castración. Ahora bien, justamente se trata de esta posición última, del estatuto que conviene darle a esta dimensión del Otro en el lugar de la palabra como tal en el análisis. Pueden sentir claramente aquí, que volvemos a encontrarnos con todo el asunto de la esencia y por qué no decirlo así con una fórmula, una fórmula heideggeriana, del Wesen der Warheit, del estatuto, si quieren, de la verdad.

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La próxima vez será hacia ese objetivo que (sin duda no directamente sino luego de varias etapas en las que intentaré articular mejor la dialéctica de la demanda y de la transferencia en el análisis), será hacia ese objetivo último que nos dirigiremos este año.

Traducción: Pio Eduardo Sanmiguel Ardila. Colaboraron en la revisión de la traducción y de esta versión en español: Belén del Rocío MORENO CARDOZO, Carmen Lucía DÍAZ LEGUIZAMÓN, Eduardo ARISTIZÁBAL CARDONA, Javier JARAMILLO GIRALDO, Mario Bernardo FIGUEROA MUÑOZ, Pilar GONZÁLEZ RIVERA, Tania ROELENS HRNCIROVA. Posteriormente he recibido precisiones, anotaciones, correcciones de Sylvia de Castro K., Myriam Cotrino y Luisa Matallana L., a quienes agradezco sinceramente el haberse tomado el tiempo para anotar sus dudas y enviarlas a este correo. Esta traducción continúa en proceso; así que, cualquier duda, comentario y/o precisión serán bienvenidos; comuníquelos, por favor, a la siguiente dirección electrónica: [email protected]

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Lección 11 10 de marzo de 1965 La última vez quedamos en el umbral de la demanda, de la demanda que nos importa, de la demanda analítica, de esa demanda en la que se inscribe el segundo piso de lo que se inscribe como frustración, en esa matriz que recordé la vez pasada en el tablero; de lo que en la teoría analítica moderna se plantea en efecto como central en una dialéctica concebida expresamente bajo ese término de frustración.

Es esta ola en la que se sostiene esa dialéctica (que doctrinalmente tiene su origen en una referencia a la necesidad del sujeto, necesidad cuya desactualización sería lo que habría de rectificarse en la maniobra transferencial) la que nos lleva, la que nos empujó, desde que desarrollamos esta enseñanza, a demostrar sus insuficiencias generadoras de error. Es para rectificar esta concepción, en efecto necesaria, de la función de la demanda, en una referencia más ajustada a lo que concierne a la función de la transferencia, que intentamos articular de manera más precisa lo que sucede, por efecto de la demanda. Y cómo no se exigiría esto, si uno se percata de que al referir todo lo que sucede en la terapéutica a esta dialéctica de la frustración, se aparta, se deja a la deriva, en cierta forma se permite desenganchar, al nivel de un horizonte teórico, todo lo que constituye el rudimento, el fundamento, la raíz del mensaje freudiano, a saber, aquello con lo cual se origina en el deseo y la sexualidad. Con lo cual, al “yo pienso” del sujeto del cogito, le sustituye un “yo deseo” que sólo se concibe en efecto como el más allá desconocido, nunca sabido por el sujeto, de la demanda, en tanto que la sexualidad que es el fundamento por el cual el sujeto (el sujeto en tanto que piensa, se sitúa, se soporta en la función del deseo), por el cual ese sujeto es el que Freud plantea, en el origen de su estatuto, como aquel al que, extrañamente, el principio del placer le permite radicalmente alucinar la realidad. Es ese estatuto, ese rudimento, el sujeto como deseante en la medida en que es sujeto sexual (que es aquello a través de lo cual, en la doctrina de Freud, se alucina originalmente, fundamentalmente, radicalmente la realidad), el que hay que acordar, recordar, coordinar, volver a hacer presente en la doctrina, con lo que sucede en el análisis mismo. No podemos hacerlo refiriéndonos a la opacidad de la cosa sexual, del goce que sólo motiva de la más oscura manera, de la más mistagógica, la cosa en cuestión y que yo llamé 144

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en alguna parte la cosa freudiana78. Lo único que allí se ofrece a la comprensión es precisamente lo que le da a esa palabra su irrisorio sentido, a saber, que sólo se empieza a comprender bien a partir del momento en que ya no se comprende nada. Asimismo, ¿cómo una técnica, que esencialmente es una técnica de palabra, se infatuaría por introducirse en ese misterio si no contuviese ella misma su resorte? Por eso es indispensable tomar como referencia la referencia aparentemente más opuesta a esta oscuridad falsamente calificada como afectiva. Por eso el rudimento, el fundamento radical de la función del sujeto, en la medida en que es él quien determina el lenguaje, es el único rudimento que puede darnos el hilo conductor que nos permita a cada momento ubicarnos en un campo. A algunos les puede parecer extraño que este año nuestras referencias hayan rozado lo que, con más o menos propiedad, oigo por aquí y por allá, por fragmentos, en un tono de queja, calificar de altas matemáticas. Altas o bajas qué importa, es cierto que no es por estar situada, como lo está, a un nivel de elemento, que sea en efecto ahí que sea la más fácil. Y no duden que esta desafortunada botellita, botella llamada de Klein, pronunciada klain, o de Klein pronunciada clã, como pronuncio yo, de la cual les doy cuenta este año, tal parece… tal parece que a los mismos matemáticos que se ocupan de ese campo bastante nuevo (no tan nuevo; todo depende de la referencia a la que se atenga uno en la historia), tal parece que, en efecto, si he de creerles a ellos mismos con quienes en ocasiones lo discuto, esta botellita no ha librado aun todos sus misterios. ¡Qué importa! No por azar es ahí donde debemos buscar nuestra referencia, puesto que la matemática, la matemática en su desarrollo de siempre, desde su origen euclidiano como ya saben, puesto que la matemática es griega de nacimiento, y toda su historia no puede negar que lleva su marca de origen, la matemática manifiesta, a través de toda su historia, y siempre de manera cada vez más brillante, más inundante a medida que nos acercamos a la época de nuestros días, manifiesta lo siguiente, lo cual nos interesa en sumo grado: que, independientemente de que se tome partido por tal o cual familia de pensamiento en las matemáticas, que preserve o que, al contrario, tienda a excluir, a reducir, hasta a anatematizar lo intuitivo, ese núcleo intuitivo que seguramente se encuentra ahí, irreductible, y le da a nuestro pensamiento ese soporte indispensable de las dimensiones del espacio (fantasmagoría insuficiente del tiempo lineal), los elementos más o menos bien articulados en la Estética Trascendental de Kant. Queda que, sobre ese soporte, donde ven ustedes que no he incluido el número (aun cuando ese número, intuitivo o no, nos ofrezca un nódulo de consistencia, de opacidad a tal punto más resistente aun, lo ven ustedes), todo el esfuerzo (se trata de saber si ese esfuerzo llega a los matemáticos) consiste en operar esa reducción lógica del número que, por más lograda que nos parezca entre algunos, nos deja sin embargo en vilo ante algo sobre lo que los matemáticos dan fe de que es irreductible, ese algo que hace que a los números del predicado se los llame números naturales. Pero subrayo que (y atestiguado de la manera más brillante [en] todo lo más recientemente construido, y ustedes deben tener una idea de su dimensión, de la fabulosa abundancia que representa desde hace más o menos un siglo), que ahí se capta lo que ya puede captarse en Euclides, o sea que, es por vía de la exigencia lógica que resulta que, sobre la operación, cualesquiera sea, de la construcción matemática, y de manera que resista la contradicción, todo debe ser dicho. Y ese todo debe ser dicho... es decir, independientemente del fragmento, del soporte extenuado de intuición que queda en ese algo que con seguridad no es el triángulo dibujado 145

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en el tablero ni recortado en un papel, y que sin embargo es aun soporte visualizable, imaginación de la relación de dos dimensiones conjuntas que bastan para subjetivarlo, que a pesar de la mínima operación, la de una traslación, la de una superposición, es necesario que justifiquemos con palabras qué legitima este aplicar de un lado sobre otro, y de tal o cual de las igualdades sobre las que estableceremos las más elementales verdades, respecto a ese triángulo, todo debe ser dicho que nos lleva, ahora que hemos aprendido no solamente a manipular sino a construir a partir de muchas otras cosas de una complicación muy diferente a la del triángulo, sabemos que es a partir de ahí, de ese todo deber ser dicho que se construyó, que se elaboró, que se levantó todo lo que, en nuestros días, nos permite concebir esta matemática con esa extraordinaria libertad que sólo se define por lo que se llama cuerpo, es decir, el conjunto de signos que constituirán, para una teoría, aquello en torno a lo cual cerniremos ese límite, que nos obliga a servirnos únicamente de esos elementos individualizados por letras, más algunos signos que los unirán. Esto se llama el cuerpo de una teoría. Introducen ustedes cualquier igualdad de una de las ecuaciones tomadas de ese cuerpo con algo nuevo, puramente convencional, con lo cual le dan su extensión, y a partir de ahí eso funciona, es fecundo. A partir de ahí, tienen la capacidad de concebir mundos, no sólo de cuatro dimensiones, sino de seis, de siete... Hace poco me recordaban que el último premio otorgado, premio Nobel de las matemáticas, que se llama el premio Fields, fue para un señor que demostró que a partir de la séptima dimensión, la esfera, que hasta entonces había seguido siendo perfectamente homóloga a la esfera de las tres dimensiones, la esfera cambia completamente de propiedades; aquí ya no hay soporte intuitivo alguno; ya no nos queda sino el juego de puros símbolos. Ahora, ese todo por decir, agotador, porque respecto al mínimo teorema ese todo por decir nos arrastra a escribir volúmenes, esta fecundidad del todo por decir... sobre la que hablaba recientemente con un matemático; fue de él que salió el grito “Pero en últimas ¿acaso no hay ahí algo que tiene cierta relación con lo que hacen ustedes en psicoanálisis?” ¿Qué le respondo? “¡Justamente!”. Por otro lado, ese todo por decir, una vez hecho, ya no le interesa al matemático. Para éste, así como para quienes lo imitan llegado el caso, los mejores entre los fenomenólogos, como lo dice Husserl en alguna parte, y justamente en ese breve volumen sobre El origen de la geometría66, está que, una vez hecho, ese todo dicho lo está de una vez por todas; ya no queda sino ratificarlo, poner su resultado por ahí en alguna parte, y partir con ese resultado. Y si también es en esa dirección que debemos buscar nuestra eficacia operativa ¿cuál puede ser el homólogo de ese aspecto evanescente del todo dicho agotado, respecto a un punto en el que éste sigue siendo la construcción o más exactamente la diferencia, cuando se trata de ese decir todo? Con seguridad aparece aquí la diferencia, puesto que de otra manera, ¿por qué sería necesario volver a empezar para cada cual la exploración de esa relación, que sin embargo es una relación de decir, que es el psicoanálisis? Por eso el interrogante radical sobre lo que concierne al lenguaje reducido a su más opaca instancia, la introducción del significante, nos llevó a ese intervalo entre el cero y el uno, donde vemos algo que va más lejos que un modelo, que es el lugar en donde hacemos algo más que presentirlo; donde articulamos que se instaura, titubeante, la instancia del sujeto como tal, al principio designada suficientemente por las ambigüedades en las que permanecen ese cero y ese uno, en los lugares mismos de la más extrema formulación logística. Dudo si debo hacer referencias demasiado rápidas y que sólo puedan llegar a ciertos oídos, al señalar que, el cero o el uno, que nacen en último término, y que están 146

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efectivamente articulados, ¿por qué será el uno o el otro, según la operación, el uno o el otro el que vendrá a representar lo que se llama, en la formalización de dichas operaciones, el elemento neutro? O también, que es el intervalo entre el cero y el uno donde se sitúa ese algo con el cual, en el conjunto, se diferencian los números racionales. Es en el intervalo entre el cero y el uno que podemos demostrar la existencia de un “no enumerable”, lo cual no se aplica fuera de esos limites. Pero qué importa, si una vez recordado, situado (y a riesgo de verificar sus fundamentos más radicalmente con algunos) tenemos ese estatuto; ¿quién no nota que, por mucho grado de logicización, de purificación de la articulación simbólica que logremos en matemáticas, no hay manera alguna de plantear mudamente, en cierta forma, ante ustedes su desarrollo sobre un tablero? Me sería imposible, si estuviera aquí haciéndoles un curso de matemáticas, hacerlos seguir y oír mudamente (la cosa es reconocida por todos los matemáticos), simplemente poniendo en el tablero la serie de signos. Siempre hay un discurso que debe acompañar ese desarrollo, en ciertos puntos de sus virajes, y ese discurso es el mismo que aquel que yo les profiero por ahora, a saber, un discurso común, en el lenguaje de todo el mundo. Y esto significa, el sólo hecho de que eso haya... eso significa que no hay metalenguaje; que el juego riguroso, la construcción de los símbolos se extrae de un lenguaje que es el lenguaje de todos en su estatuto de lenguaje; que no hay más estatuto del lenguaje que el lenguaje común, que es tanto el de la gente inculta como el de los niños. Puede captarse lo que resulta de esto respecto al estatuto del sujeto, sobre la base de esa evocación, e intentar deducir la función del sujeto de ese nivel de la articulación significante, de ese nivel del lenguaje que llamamos λέξις, aislándolo, propiamente aislándolo de esta articulación misma y como tal; que aquí el sujeto, situado en alguna parte entre el cero y el uno, se manifiesta como es, lo que me permitirán ustedes llamar por un instante, para darle imagen, la sombra del número. Si no captamos al sujeto en ese nivel por lo que es, que se encarna en el término de privación, no podemos dar el paso siguiente que consiste en aprender qué pasa con él en la demanda, en la φάσις por cuanto se dirige al Otro, es decir, que lo único que captaremos será la más insuficiente sombra en cuanto a lo que sucede, no cuando el sujeto hace uso del lenguaje, sino cuando surge de él. En la introducción de una especie de breve apólogo tomado, no al azar, de una novela de esa extraordinaria mente que es Edgar Poe, La carta robada principalmente76, que por razón de una cierta resistencia que presenta para esas especies de elucubraciones seudo analíticas, sobre las cuales no puede uno dejar de pensar que debería renovarse, en el campo de la investigación, algo equivalente a lo que ven ustedes en los muros: PROHIBIDO BOTAR BASURAS... La carta robada, a diferencia de las demás producciones de Poe, parece defenderse ella misma bastante bien puesto que, en cierto libro que muchos conocen, en dos volúmenes, sobre Edgar Poe15, de una persona titulada, La carta robada no pareció propia para un poso de heces; La carta robada es en efecto algo diferente. Ese pasaje sutil, esa especie de suerte fatal, de enceguecimiento que un pedacito de papel cubierto de signos, de una carta que se necesita que no se conozca, lo cual quiere decir que aun quienes la conocen, es decir, todo el mundo, debe arreglárselas para no haberla leído. En efecto, en la introducción a este apólogo, bastante sugestivo para nosotros, di una especie de primer intento de mostrar la autonomía de la determinación de la cadena significante, por el solo hecho de que se instituye como la sucesión más simple y

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al azar de una alternancia binaria. Lo que puede engendrarse de ahí, a partir de agrupaciones convenientes pero no arbitrarias, de esa agrupación triple que, titulada en la articulación que di con letras griegas, recubre otra manera que habría tenido yo para expresarlas que es, darle a cada una de esas letras su sustituto de tres signos, donde cada uno habría sido o un cero o un uno. ¿Por qué tres? ¿Qué es el signo central? Sólo me ocuparé de los dos signos extremos. La coherencia, la determinación original que resulta de esta pura combinatoria, depende en último término de lo siguiente: que recuerda radicalmente la suficiencia mínima que podemos hacernos de la alternancia de dos signos: el 0 y el 1. Lo que, de esos tres términos, les digo, va del 1 al 1, dejando vacío por el momento el término central, nos recuerda, en el estatuto del sujeto, la función radical de la repetición, y en qué la enunciación de la verdad se funda sobre una intransparencia fundamental. El paso del 1 al 0, símbolo del sujeto, y el del 0 al 1, nos recuerda la pulsación de este desvanecimiento, el más fundamental, que es en donde reposa, al analizarlo rigurosamente, el hecho de la represión y el hecho de que incluye en sí la posibilidad del resurgimiento del signo bajo la forma opaca del retorno de lo reprimido. Aquí, dije el signo. Por último, esta pulsación del 0 al 0, que sería el cuarto término de esta combinatoria, nos recuerda, fundamentalmente, la forma más radical de la instancia del Ich en el lenguaje, que es la que intenté en otro punto soportar con ese pequeño no fugitivo que puede obviarse en el lenguaje, que es el que se encarna en “hasta que no venga”, “antes de que no llegue”, en esa instancia fugitiva del sujeto que se dice al no decirse. Pero habiendo planteado esto simplemente para puntuar en qué dirección referirlos para volver a hallar un apoyo en mi discurso pasado, quiero hoy acentuar también algo diferente, cuya importancia a fin de cuentas tal vez no haya imaginarizado lo suficiente, aun cuando siempre intente hacerlo. ¿Qué relación, qué relación entre ese sujeto del corte y esta imagen (y esta imagen en el límite de la imagen, porque ya verán que de hecho no lo es) que intento hacerles presente aquí con ciertas referencias matemáticas como las que se llama topológicas y con cuya forma más simple me contentaré hoy... saben ustedes que es fundamentalmente la misma que la de la botella de Klein, de hecho se los recordaré y está inscrita, hace poco, en el tablero: la banda de Moebius. Sé que el comienzo de este discurso de hoy debió cansarlos, y por eso vamos a intentar hacer un poco de física divertida, algo que ya hice, no los sorprendo; ustedes ya saben cómo está hecha la banda de Moebius. Para quienes no habían venido aquí, la banda de Moebius consiste en tomar una banda y hacer que dé, antes de pegarla sobre sí misma, no una vuelta completa, no una vuelta completa, sino media vuelta, ciento ochenta grados. Con lo cual, lo repito para quienes no lo han visto aun, obtienen una superficie tal que no tiene ni derecho ni revés, en otras palabras, que sin pasar por su borde, una mosca o un ser infinitamente plano (como decía Poincaré127) que se pasee sobre esta banda, llega sin dificultad al revés del punto de donde partió. Esto no tiene sentido alguno en cuanto a lo que sucede en la banda, puesto que, en lo que concierne a la banda, no hay ni derecho ni revés. Sólo hay derecho y revés cuando la banda se sumerge en este espacio común en el que viven ustedes, o en el que creen vivir, por lo menos. Entonces no habría problema, en cuanto a lo que puede situarse en esta superficie, no habría problema de derecho ni de revés y entonces no habría nada que permitiera distinguirla de una banda común; de la banda que, por ejemplo, me serviría de cinturón. No tendría la malicia de efectuar esta torsión final.

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No obstante, en esta banda hay propiedades, no extrínsecas sino intrínsecas, que le permiten al ser que he supuesto hallarse allí limitado por su horizonte, en este caso es así, que le permiten no obstante darse cuenta de que se halla sobre una banda de Mœbius y no sobre mi cinturón. Esto es lo que se define cuando se dice que la banda de Mœbius no es orientable. Esto quiere decir que si el supuesto ser que se desplaza en esta banda de Mœbius parte de un punto habiendo ubicado en un cierto orden su horizonte, A, B, C, D, E, F (pongan cuantas letras quieran [Figura XI-2]), si hace un gesto i (en cierto sentido es la manera más rigurosa de definir la orientación), si prosigue su camino sin toparse con ningún borde, la primera vez que vuelva al mismo punto, encontrará la orientación opuesta, la palabra se leerá de manera palíndroma, en el sentido exactamente contrario. Esto es lo que constituye, para quien subsista allí, la originalidad de la banda de Mœbius. Bueno. Una vez recordadas esas verdades primeras, comienzo, como ya lo hice ante ustedes, a recortar el borde de la banda [figura XI-3a] y les recuerdo lo que ya les dije a su tiempo, a saber, qué sucede. Aparecen esos dos anillos [figura XI-3b], uno de los cuales sigue siendo lo que primitivamente era la banda de Mœbius, es decir, una banda de Mœbius, y el otro (saquemos la banda de Mœbius) no es una banda de Mœbius sino una banda enrollada dos veces sobre sí misma, una banda orientable en la que jamás le ocurriría al ser que subsista en ella la desventura de ver invertirse su orientación.

Si hago cada vez más ancho lo que retiro, voy a llegar a hacer un corte que pasa, como se dice, por en medio de la banda de Mœbius, lo cual, se dan cuenta, no tiene estrictamente ningún sentido. ¿Qué obtengo al hacer que el corte pase por en medio de la banda de Mœbius? Obtengo lo que habría ocurrido si hubiera reducido cada vez más la extracción de los bordes, ya no hay nada en medio, a saber, que al retirar de mi banda de Mœbius lo que puedo encontrar allí a mi gusto, a saber, todo lo orientable, me doy cuenta de que lo que constituye la esencia de la banda de Mœbius, es decir, su no orientabilidad, no yace i

s’il fait un mot: si da un paso, si dice una palabra.

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estrictamente en ninguna parte salvo en este corte central que hace que yo pueda simplemente, al cortar esta banda de Mœbius, convertirla en una superficie orientable [Figura XI-4].

Entonces lo que constituye el carácter no orientable de la banda de Mœbius no es, de ninguna manera, la disposición de sus partes. Su propiedad no ha de buscarse sino, justamente, en el corte que es lo único que tiene la forma de la banda de Mœbius, a saber, lo único que, obligó, en un momento, a voltear mis tijeras, tal como lo vieron ustedes en la última operación. Para decirlo todo, lo análogo entre esta superficie de Mœbius y todo lo que la soporta, es decir, formas (llamémoslas, para su satisfacción y rapidez, formas abstractas) como las que hay aquí, algunas, representadas en el tablero; lo que constituye su esencia radica por entero en la función del corte. El sujeto, así como la banda de Moebius, es lo que desapararece en el corte. Es la función del corte en el lenguaje, es esta sombra de privación que hace que el sujeto está en la anulación que representa el corte; que está bajo esta forma, esta forma de trazo negativo que se llama el corte. Espero haberme hecho entender suficientemente, y haber justificado al mismo tiempo esta introducción de la botella de Klein puesto que si miran de cerca su estructura, es lo que les dije, a saber, la conjunción, el enlace, en una cierta disposición que es necesario que vean ahora como puramente ideal, digamos, mejor que abstracta, la disposición de dos bandas de Mœbius, como se los representa lo que inscribí aquí en el tablero [Figura XI-5] y se los representaría aun mejor si, al carácter orientado de manera opuesta de los dos bordes que aquí son los de la banda de Mœbius, le sustituyese su desdoblamiento de la manera siguiente [Figura XI-6 y XI-6 bis]. Tal es el esquema de la botella de Klein.

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[Queda una incertidumbre respecto al dibujo del desdoblamiento de la banda de Mœbius. Por eso damos las dos versiones que se encontraron en las notas de los auditores. Como siempre, en esos casos, puede tratarse, o bien de un error de Lacan o de un error de anotación de sus alumnos, habida cuenta de la mala iluminación del tablero. La figura XI-6 bis parece concordar más con el comentario de Lacan: dos bandas de Mœbius de orientaciones inversas vueltas a pegar por su borde libre. Por otra parte, el sentido de rotación de la banda de Mœbius, levógiro o dextrógiro, no se deduce únicamente del sentido de los vectores, ya que se trata de un gesto, aquel con el cual se torcerá la banda en un sentido u otro, lo cual se aplica para los mismos vectores] ii

Esto, la introducción de esta forma de la botella de Klein, se destina a mantener, en estado de pregunta, para ustedes lo que concierne a esta conjunción del S con el A en la cual va a poder situarse para nosotros la dialéctica de la demanda. Suponemos que el A es la imagen invertida de lo que nos sirve de soporte para conceptuar la función del sujeto. Es un asunto que planteamos con ayuda de esta imagen: el A, lugar del Otro, lugar donde se inscribe la sucesión de los significantes ¿es ese soporte que se sitúa, respecto a aquel que le damos al sujeto, como su imagen invertida? Porque en la botella de Klein, las dos bandas de Mœbius se unen en la medida en que, lo ven ustedes de manera muy simple, sobre la forma cuadrada que acabo de modificar yo mismo en el tablero, se unen en lo siguiente: que la torsión de media vuelta se realiza en sentido contrario. Si una es levógira, la otra es dextrógira. Esta es una forma de inversión muy diferente y mucho más radical que la de la relación especular, a la que viene efectivamente, progresivamente, con el tiempo, a sustituir en el progreso de mi discurso.

Si una banda de Mœbius puede ocupar de esta manera respecto a otra esta función complementaria, esta función de cierre, ¿hay otra forma que pueda hacerlo? Sí, como resulta tan evidente desde hace mucho tiempo, puesto que la produje ante ustedes bajo otras formas; esta forma es la que se llama del ocho interior. Es decir, esta [Figura XI-7], que es una superficie perfectamente orientable, un simple redondel cuyo borde simplemente está torcido de una manera apropiada. Es una superficie orientable que tiene un derecho y un revés en la que basta con que le hagan la costura que esta disposición favorece, de un borde al otro, para ver que así crean efectivamente... que crean con ayuda de esta forma una banda de Mœbius [Figura XI-8]. Mantenemos esta forma (ya les introduje que su función es la de sustituir el círculo de Euler), por ser un instrumento indispensable, ya verán en qué sentido. Digamos ya que es lo que nos permite soportar esta otra función, la que yo llamo la del ii

Este comentario corresponde a la edición de la Association Lacaniennne Internationale, ALI. También Michel Roussan agrega un comentario en el mismo sentido [N. del T.].

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objeto a, y el acercamiento de esos dos complementarios, la otra banda de Mœbius en la botella de Klein y el a en esta, nos permite plantear una segunda pregunta. ¿Cuáles son las relaciones del objeto a con A? ¡Vale la pena que se plantee la pregunta, caramba! Si la teoría analítica deja en suspenso, y hasta a punto de dejar creer que deja abierta la puerta al hecho de que este objeto a, que identificamos con el objeto parcial, es algo que se reduce a una relación biológica, a la relación del sujeto vivo con el seno, con las heces o escíbalos, con tal o cual forma más o menos encarnada del objeto a, donde la función del falo está por completo presente, la pregunta que merece plantearse es si el objeto a depende o no de la relación con el A, con el Otro, con el estatuto que debemos darle al Otro, al A respecto al sujeto. Y si debe serlo ¿en qué medida depende de esa relación específica con el Otro que simbolizamos como [¿se trata de $◊D?], a saber, de la de la demanda? De paso simplemente, déjenme anotarles, en cuanto a los usos que puede darnos, aunque no sólo para nosotros, también para los lógicos, esta forma del ocho interior; observen, observen hasta qué punto, en todo caso para nosotros, puede ser de gran utilidad. Porque supongamos que tengamos que definir (y no dejamos de hacerlo, y Freud mismo cuando enriquece su texto con tal o cual esquemita que él ilustra, lo hace), si debemos definir con un campo limitado, con un campo del tipo círculo de Euler, campo en el que vale, o prevalece el principio del placer, nos vemos llevados, tanto por la doctrina como por los hechos, a una sin salida. Esta sin salida nos lleva a hablar de un más allá del principio del placer, a saber, ¿cómo una doctrina que construyó su fundamento del principio del placer como lo que instituye como tal toda la economía subjetiva, puede introducir allí lo que resulta evidente, a saber, que toda la pulsación del deseo va contra esta homeostasis, ese nivel de mínima tensión que es el que busca respetar el proceso primario? Observen cómo, por el contrario, y tal vez sea ésta una vía diferente a la que se llama puramente dialéctica para concebirlo, cómo por el contrario, no es sólo porque un círculo limita, define dos campos que se oponen (el bien y el mal, el placer y el displacer, lo justo y lo injusto), que se establece el vínculo del uno con el otro. Si al contrario nos obligamos a considerar que todo lo que se crea en el campo del lenguaje resulta necesario pasarlo por esas formas topológicas que, pondrán en evidencia lo siguiente, por ejemplo, que si definimos el campo de la banda de Mœbius [Figura XI-9] como el del reino, como siendo el del reino del principio del placer, ese campo estará atravesado forzosamente en su interior por el otro campo residual creado por esta línea que obligatoriamente tendremos si nos imponemos definir los campos opuestos no como se lo hace habitualmente, sobre una esfera (esfera infinita, si quieren, la de un plano), sino sobre una esfera que recorte un campo interior, un campo exterior, nos obligamos a hacerlo sobre esto [Figura XI-10] en la que reconocen ustedes (hoy no puedo volver a empezar su deducción) la imagen que se llama gorro cruzado, que es exactamente

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aquella en la que podemos crear la división de una banda de Mœbius (verifiquen, verán que ese campo es una banda de Mœbius), y esto, este campo interno, este campo del objeto a con el que aquí hago el uso lógico que sigue, ese campo excluido del sujeto, campo del displacer, ese campo del displacer atraviesa obligatoriamente el interior del campo del placer. Y nos quedará, a partir de ese modo de concebir, pensar el placer como necesariamente atravesado por displacer, y distinguir allí lo que hace, en esta línea que atraviesa, lo que separa el puro y simple displacer, es decir, el deseo, de lo que se llama dolor, con su poder de investimento que Freud distingue con tanta sutileza y para el cual el interior, el interior mismo de la superficie que hemos llamado a, que igualmente podríamos llamar de otra manera muy diferente en este caso (a saber, la porción, o como quieran), es en la medida en que esta superficie es capaz de atravesarse a sí misma, en la prolongación de esta intersección necesaria, que situaremos ese caso de investimento narcisista, la función del dolor, de otra manera: lógicamente; propiamente hablando, en el texto de Freud es impensable, aunque esté admirablemente elucidado. Por supuesto, lo único que hace esto es recubrir cosas bastante conocidas desde hace mucho tiempo, y me ahorré darles aquí la primera frase del capítulo II del Tao tö King92, porque también habría sido necesario que comentase cada uno de esos caracteres. Pero para cualquiera que se tome el trabajo de aprehender su referencia, esos caracteres son tan significativos, que no puede creerse que no haya algo de la misma vena lógica en lo que se enuncia, en ese punto original para una cultura, al igual que para nosotros ha podido serlo el pensamiento socrático en lo que tiene de original. “Que, para todo lo que concierne al cielo y a la tierra, que todos (el término universal está bien, bien aislado, y plantea la función de lo afirmativo universal como tal) que todos sepan lo que concierne al bien, entonces, es de ahí que nace lo contrario; que todos sepan lo que concierne a lo bello, entonces es de ahí que nace la fealdad”. Lo cual no es pura vanidad, decir que, por supuesto, definir lo bueno es definir al mismo tiempo el mal. No es un asunto de frontera, de oposición bicolor, es un nudo interno. No se trata de saber qué se distingue, en cierta forma, como se distinguirían las aguas superiores y las aguas inferiores en una realidad confusa; de lo que se trata no es de que sea cierto o no que las cosas sean buenas o malas (las cosas son), es de decir lo que concierne al bien que hace nacer el mal; el hecho, no que eso sea, no que el orden del lenguaje venga a recubrir la diversidad de lo real, es la introducción del lenguaje como tal lo que hace, no distinguir, constatar, ratificar, sino lo que hace surgir la travesía del mal en el campo del bien, la travesía de lo feo en el campo de lo bello. Esto es esencial para nosotros, capital en nuestro progreso, ya lo veremos. Porque se trata ahora de pasar de esta articulación primera de los efectos de la λέξις, aislada en cierta forma de manera artificial, en el campo del Otro y saber cuál es ese Otro. Ese Otro nos interesa en la medida en que nosotros, los analistas, tenemos que ocupar su lugar. ¿Desde dónde interrogaremos ese lugar? ¿Partiremos, para avanzar y porque la hora nos pisa los talones, partiremos de la fórmula en torno a la cual hemos intentado hasta hoy centrar el enganche, el abordaje de la actividad analítica, a saber, el sujeto supuesto saber? Porque por supuesto el analista no podría concebirse como un lugar vacío, lugar de inscripción, lugar (es un tanto diferente y ya veremos qué quiere decir) de repercusión, de resonancia pura y simple de la palabra del sujeto. El sujeto llega con una demanda. Es burdo, ya les dije, resulta escueto, hablar de esta demanda como pura y simplemente originada en la necesidad. La necesidad puede llegar a

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hacerse presente, a encarnarse, a través de un proceso que conocemos y que llamamos proceso de regresión, a hacerse presente, a hacerse instante en la relación analítica; es claro que al principio el sujeto llega a instalarse en la demanda, pero que nosotros tenemos que precisar el estatuto de esta demanda. Es cierto que precisar ese estatuto nos obliga a rechazar de entrada el esquema, insuficiente y escueto en todo caso, que promueve la teoría de la comunicación. La teoría de la comunicación, que reduce el lenguaje a una función de información, al vínculo de un emisor con un receptor, puede dado el caso prestar ayudas, ayudas limitadas de hecho, puesto que igualmente su origen, en todo caso, si no se lo separa del lenguaje, implicará, en su uso (hablo de los esquemas de la doctrina de la información) todo tipo de elementos que confunden. Es inadmisible referir a la ordinalización o a la cardinalización que sea, en función de un horizonte reducido a la función recíproca del código y del mensaje, todo lo que concierne a la comunicación. El lenguaje no es un código, precisamente porque, en su mínimo enunciado, acarrea con él al sujeto presente en la enunciación. Todo lenguaje, y más aun el que nos interesa, el de nuestro paciente, se inscribe, es bien evidente, en un espesor que sobrepasa en mucho el de la información, lineal, codificado. La dimensión de lo pedido [commandé], la dimensión de lo mendigado [quémandé], la dimensión del to demand en inglés, el demand es una fórmula más fuerte que en nuestra lengua. Demand en inglés es exigencia, y sólo podemos sonreír ante el artículo de alguien que, habiendo llegado a ser un especialista del tacto en psicoanálisis hizo un gran descubrimiento, descubrimiento maravilloso por los efectos catastróficos que tuvo, cuando abordó la interpretación de tal o cual de los rodeos del discurso de su analizada, diciéndole que ella pedía, to demand, haciendo uso del to demand en vez del to need. Sólo una profunda ignorancia de la lengua inglesa, como de hecho ocurría en esa época, de ese recién llegado a América, puede explicar lo brillante de tal descubrimiento, mendigar, es decir, to beg, la posición opuesta. Está entre ese to beg y ese to demand, ese pedir y ese mendigar, que para nosotros, se los señalo, no tiene en absoluto el mismo origen. No es porque las palabras lleguen a asimilarse a, la adversidad y la significación en el uso de la lengua, que podrían ustedes relacionar mendigar [quémander] con alguna conjugación entre quey y mandare. Quémander viene de caïmand que designaba el nombre de un mendigo en el s. XIV. Habiendo dicho esto de pasada, es en esta dimensión donde debemos interrogar primero la demanda, en la dimensión de saber, a falta de poder referirnos de manera alguna por supuesto, a alguna teoría extraplana de la transmisión de lo que sucede en el lenguaje como algo que se inscribe en términos de información, ¿en dónde vamos a buscar el espesor? ¿Acaso en el sentido de la expresión de aquel que se pronunciaba de la siguiente manera: que en últimas, toda palabra es sincera, puesto que con la palabra que sea, lo que expreso es justamente ¡el estado de mi alma!?, como está en alguna parte en Aristóteles, al comienzo del Περὶ Ψυχη̃ς5. Esa gente seguramente tenía noble el alma... e igualmente de hecho, habría cierta mala fe al aislar del contexto lo que escribe Aristóteles a ese nivel. Lo que escribe Aristóteles nunca debe rechazarse tan rápidamente. Como quiera que sea, es leerlo de cierta manera la fuente de muchos errores. La idea de que el lenguaje expresa siempre, en cierta forma, en oposición a lo comunicado, algo que sería el fondo del sujeto, es un pensamiento radicalmente falso, y al cual no podría entregarse especialmente un analista. ¿Se imaginan ustedes que cuando les hablo, les hablo

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de mi estado de ánimo? Intento situar lo que concierne a las consecuencias de tener precisamente que situarse, de tener que habitar el lenguaje articulado. Y esto puede proseguirse hasta sus últimos límites, a saber, hasta la forma más elemental, la más reducida, de lo que concierne a un enunciado, de un enunciado reducido éste a la interjección, como se expresaron los autores, desde Quintiliano132, respecto a las partes del discurso. Interjección, frase reducida, comprimido de frase, holofrase como dirían algunos, empleando uno de los términos más discutibles, interjección es, en el pensamiento de los antiguos retóricos, algo que debe aislarse dentro de la frase, y muy precisamente algo que hace surgir la imagen y la función del corte. ¿Una interjección sería, independientemente de cómo la planteemos, como se la ve planteada tan fácilmente y tan frecuentemente como algo que sería la pura y simple exclamación, algo cuya sombra traza esa puntuación que se llama signo de admiración? ¿Acaso al mirar una cosa, tal como sucede más allá de las apariencias simuladoras, no pueden ver ustedes que no hay una sola exclamación, por muy reducida que la supongan en la vocalización, que no sea (sienten ustedes claramente que hay una palabra que todavía no quiero pronunciar, es la palabra grito) que no sea un grito? Si digo ¡ah! en cualquier momento que sea... y hasta, saliendo de un knock-out, te llamo, y si digo ¡oh!, es una especie de puesta, es una O que voy a depositar en alguna parte del campo del Otro [Autre], para que ahí sea como germen, yo te otrifico [autrifie] o yo te avestruzo [autruche], como quieran. Y si digo ¡eh!, pues entonces es, eh, te espío, sí. En la interjección siempre está esta función infinitamente variada. Tomé los términos más burdos y adrede los más elementales, pero hay por supuesto otras interjecciones. Todos los que se hayan detenido un poco sobre el problema... y sólo tengo que rogarles que se refieran al libro de Brøndal sobre las partes del discurso donde verán que él siente la necesidad de darse cuenta de que hay interjecciones que serían calificadas como situativas, resultativas, suputativas. No hay interjección que no se sitúe exactamente en alguna parte en el corte entre el S y el A, entre el S y el lugar del Otro, lugar del Otro en que el Otro está presente. ¿Voy a llegar hoy hasta el grito o reservo su función para la próxima vez? Creo que adoptaré la segunda posición porque además será ahí donde se hará bastante bien el corte. Empiezo la próxima vez hablándoles del grito porque no puedo separar lo que tengo que decirles sobre el grito de lo que tengo que decirles sobre lo que, por lo que dicen personas bienintencionadas (es cierto que se están luciendo en otra parte, en lugares donde se habla de manera muy extraña de las relaciones analíticas) de lo que una persona bienintencionada declaró haber buscado de todo corazón al milímetro en mis Escritos: al parecer, ¡en ninguna parte estaría el lugar del silencio!

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Pues bien, si esta persona hubiese buscado mejor y ubicado en mi grafo la fórmula, el esquema, la articulación que conjuga la $ con la D juntados por el rombo conjunción/disyunción, inclusión/exclusión, tal vez se habría dado cuenta de que si es justamente en correlación con la demanda que aparece ahí por primera vez el $ [S tachado], tal vez no deja de tener relación con esta función del silencio. Pero, a decir verdad, se prefiere más hablar al respecto, en ciertos lugares, en términos emocionales, o de efusión. Es en esta hora de silencio que un analista (cuyo perfil en últimas no tengo por qué dejar de esbozar aquí, puesto que tendré que volver sobre ello como a un ejemplar típico de una cierta manera de asumir la posición analítica), es ésta la hora en que la solución de la neurosis de transferencia para él (y resultó ser un público bastante numeroso el que fue a oír semejantes garantías), en que la solución de la neurosis de transferencia se halla en el procedimiento llamado de aireación, como se expresa ¡se abren las ventanas! Solución recomendada para la neurosis de transferencia. Es cierto que tras una cierta manera de articular la transferencia misma, mal se ve en qué orden de referencia podría hallarse la indicación para su solución. Entonces, la próxima vez les hablaré del silencio para empezar mi discurso, cuando les haya hablado del grito. Pero hoy para terminar con algo que, luego de una sesión, dios mío, tan ruda, pueda distraerlos, para que puedan llevarse algo un poquito divertido, voy a contarles un cuento que podrán ver reproducido en el año 1873 del Diario36 de Dostoievsky. Es una ilustración que, si puedo decir, tomé para ustedes como manera de presentificar, de dar imagen a lo que acabo de decir sobre la interjección, en otras palabras, sobre la frase ultrareducida, hasta monosilábica, y van a ver que una interjección, por mucho que se la suponga surgiendo de no sé que última radicalidad, es algo muy diferente a lo que podemos pensar así; que, al contrario, está esencialmente [...] no sólo en el límite del sujeto y del Otro, sino en la presentación del mundo del sujeto al Otro, en la instauración misma de sus más radicales fundamentos. Dicho esto, prepárense para verla ilustrada de manera humorística. Dostoievsky cuenta que una tarde, bogando por las calles de Moscú, resultó navegando de concierto con un grupo de unas personas bastante bien vodkaizadas. Esas personas, como es de rigor, estaban en un debate bastante animado en que se trataba de nada menos que de las más universales referencias, cósmicas, y lo que nos pinta es lo siguiente. De repente, uno de ellos concluye ese debate lanzando, nos dice (es ruso, no puedo hacer aquí vanos juegos con una lengua que no conozco, buscaremos un equivalente), se trata de una palabra, nos dice, de cualquier forma impronunciable. Esa palabra, la pronuncia como una especie de golpe de desprecio universal, “definitivamente, todo es pura...” lo que piensen, dicho esto de la manera más convencida. A lo que otro, más joven e igualmente, en la punta de sus alas, se acerca y repite la misma palabra, igualmente impronunciable, con un tono interrogador. Luego de lo cual surge un tercero, que suelta la misma palabra a manera de un rugido, de un ladrido hacia el cielo a punto de romperse la voz... una especie de entusiasmo, tras lo cual el segundo que habló se acerca sin embargo al primero y dice “entonces, caramba, hablamos de cosas serias; estábamos al nivel del debate filosófico, ¿qué viene usted a introducir aquí, dice, reventándose la voz?, gracias a lo cual el cuarto (porque hasta ahora sólo habían intervenido tres; notaron que hasta ahora he dado cuatro réplicas), el cuarto interviene entonces, hablando de quinto, y reproduce la misma palabra, esta vez a manera de una revelación, de un ¡eureka! Acaba de iluminarlo la verdad, ésa es la palabra que es clave de todo. Con lo cual, otro, de aspecto más hosco, nos dice Dostoievsky, repite

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varias veces en voz baja esa palabra como para decir que, en todo caso, conviene no perder la cabeza. Lo cual da algo más o menos así: “ 1.- ¡Mierda! 2.- ¿mierda? 3.- ¡MIERDA! 2.- ¿¡mierda!? 4.- ¡MIERDA! 5.- mierda, ¿mierda? mierda... mierda...”

Traducción: Pio Eduardo Sanmiguel Ardila. Colaboraron en la revisión de la traducción y de esta versión en español: Belén del Rocío MORENO CARDOZO, Carmen Lucía DÍAZ LEGUIZAMÓN, Eduardo ARISTIZÁBAL CARDONA, Javier JARAMILLO GIRALDO, Mario Bernardo FIGUEROA MUÑOZ, Pilar GONZÁLEZ RIVERA, Tania ROELENS HRNCIROVA. Posteriormente he recibido precisiones, anotaciones, correcciones de Sylvia de Castro K., Myriam Cotrino y Luisa Matallana L., a quienes agradezco sinceramente el haberse tomado el tiempo para anotar sus dudas y enviarlas a este correo. Esta traducción continúa en proceso; así que, cualquier duda, comentario y/o precisión serán bienvenidos; comuníquelos, por favor, a la siguiente dirección electrónica: [email protected]

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Lección 12 17 de marzo de 1965 Hoy tal vez tendría pretexto para pedirles un poco de quietud... ¿Cómo devolver tanta gente? Y además, hasta cierto punto, me urge el tiempo, el cual resulta casi insuficiente para contener la trayectoria que me fijé este año. Les pido su atención, sobre todo en la medida en que me puedo ver llevado a ir bastante rápido, por la línea que entiendo desplegar hoy de un punto a otro, y que responde a lo que ya anuncié y hasta inicié la última vez respecto a lo que, en el punto en que nos hallamos de retomar, diría yo, más que la experiencia, la técnica psicoanalítica, a partir de la afirmación de que sólo se la puede pensar, no digo practicar, sólo se la puede pensar a partir de una noción totalmente articulada del sujeto, del sujeto como tal, del sujeto tal como por lo menos intenté focalizarlo para ustedes en torno a una cierta concepción de lo que es la experiencia del cogito cartesiano y de lo nuevo que éste introduce desde el punto de vista del ser sobre la posición pensada de aquel que se ofrecerá a algo que se llama psicoanálisis. No es necesario sin embargo que el sujeto lo sepa, si la fórmula clave que nos da el lugar en la experiencia del inconsciente es: él no sabía que. Ése es el estatuto, así como se los introduje el año pasado, de esa pulsación en la que aparece ese algo del que puede decirse que se traiciona más de lo que se revela, y como ya lo escribe, como nos lo alega la fórmula de Heráclito cuando habla de ὸ̉ ¥ναξ “Del príncipe, de aquél que pertenece al lugar de la adivinación, aquél que está en Delfos”, ον τὸ μαντει̃ον ὲστι τὸ ὲν Δελφοι̃ς, οÜτε λέγει οÜτε χρὺπτει, “él no dice, él no esconde”, ¥λλα οημαίνει, no hay otra traducción posible (lo que se emplea no es [...]), no hay otra traducción posible más que esta: “él hace significante”64i . Es quien recoge ese significante quien hace algo con eso; literalmente: lo que quiere. Todos saben que el analista no está en una posición sencilla respecto a ese lo que quiere; que él se separa de ese lo que quiere con todo tipo de murallas que son murallas de experiencia, de principio, de doctrina. Pero cuando se trata de abordar lo que la última vez llamé el segundo piso del uso de la palabra en el análisis, ese segundo piso nos interesa (puede decirse que éste ha sido bastante bien explorado, bastante bien desarrollado durante los años freudianos y post-freudianos), para nosotros se trata de situar qué pertenece a ese segundo piso, y también qué constituye su frontera y su límite. Como referencia, en este desbroce que es el mío, respecto al cual tienen razón si piensan que no por azar, cuando retomo hoy mi discurso, les indico, les designo (si se trata de un gesto diferente al que hace poco evocaba) que se trata de que para mí, para ustedes, por lo que esperan ustedes aquí, partamos de la posición del analista. En el tablero recordé, de manera aún más simple, diría casi desgastada, lo que, en el primer tiempo de ese desbroce, cuando, para unos analistas, de quienes hay que decir que, hasta i

Michel Roussan precisa que se trata del fragmento 93 de la edición citada en la nota 64 de la Bibliografía general, y que tales fragmentos provienen de distintas fuentes; éste, por ejemplo, proviene de Plutarco, de Pyth. or. 21, 404E.

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allí muy a menudo en el lenguaje, para ellos, esas tres índoles de formas de la dialéctica de la falta que se llaman privación, frustración, castración, se usaban de manera casi intercambiable, cuando recordé que, en el ámbito de la referencia a lo simbólico, a lo imaginario y a lo real, era conveniente ver que había algo, en esos tres niveles, radicalmente diferente; que la frustración, diría, al analizarla simplemente de manera semántica, es algo que lleva consigo, en su centro, su esencia y si puede decirse su acto, este en vano, esta cosa que huye, este fraude, este frustamiento ii que constituye incontestablemente la decepción de su estatuto en su versión más imaginaria, y que esto no impedía que su referencia objetal fuese algo real; que, por otra parte, su soporte y su agente, el Otro para llamarlo por su nombre, sólo podía situarse para nosotros bajo la forma más general del lugar de lo simbólico; que, propiamente hablando, sólo hay frustración allí donde algo puede reivindicarse, y que, asimismo, es la dimensión que no podría eliminarse de su definición, que asimismo ése es el marco más amplio en el que, en la experiencia de los psicoanalistas, se ha situado al parecer la situación cotidiana, el día a día de lo que puede descubrir, por etapas, una experiencia analítica cuando de hacerla confluir en el hic et nunc de la relación con el analista se trata. ¿Podríamos contentarnos de alguna manera con eso? Cuando de articular esta frustración se trata, no es posible que todo lo que se enuncia en el discurso del analista no se inscriba en el doble registro de la demanda que parte de una cuestión que se plantea desde el principio, el primer paso en el análisis: el sujeto viene a pedir el análisis. ¿Qué viene a pedir en el análisis? Toda la literatura psicoanalítica, cuando recae sobre esta experiencia (sobre esa experiencia de las etapas analíticas, como dicen algunos), se dedica a develar, a manifestar (a través de algo que está hecho al mismo tiempo de localización y también de construcción, y, al respecto, el pensamiento de lo que vive el analista), lo que demostró, unió, justificó la sucesión de lo que se presenta en la diversas etapas del análisis como demanda. Ahora bien, la conjunción de esta demanda con alguna concepción genética no podría tener lugar sin que de hecho aparezca allí cierto margen arbitrario. Pues, a decir verdad, lo que los autores han hecho, quiero decir, efectivamente, esto no tiene por qué no detenernos, se refiere, se atreve a referirse a una función en cierta forma... no diría biológica, puesto que eso sería introducir ahí un registro de un nivel elevado que ciertamente no está en cuestión, en ese nivel simple que llamaremos de la relación vital, simplemente, y hasta digamos un poco más: de la relación carnal. En la mayoría de los autores analistas se invoca la dependencia, la dependencia física, animal en que se encuentra el niñito ante su madre, como lo que define, lo que da, lo que ubica en el primer trasfondo de aquello sobre lo cual se desarrollará la demanda, lo que llamaremos la posición anaclítica. ii

frustrage, desgaste, defraudamiento… [N. del T.]

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Únasele a esta concepción (cuyo término central es tomado de la pluma de Freud, de hecho), únasele una noción como la de autoerotismo primordial o aún la de narcisismo primario, de esa época en la que, en una etapa muy inicial de su llegada al mundo, el sujeto, en la teoría freudiana, se concibe como constituyendo únicamente, tal como se lo explica muy a menudo en más de un lugar, una sola unidad, o un solo ser, como quieran, con el ser del cual acaba de desprenderse; con el ser del vientre del cual acaba de salir, esto es algo que se asocia a esa posición llamada anaclítica, que se revela en el ejercicio que hace el sujeto de su función de demanda. Sin embargo, ahí hay indiscutiblemente un salto, porque, en últimas, si no es imposible que esta posición anaclítica que, no obstante, si bien está presente en el tratamiento, nada tiene que ver con la posición de dependencia vital de la que hace poco les hablaba, de la que les acabé de hablar, si esta posición anaclítica puede concebirse, puede adoctrinarse exactamente como perteneciendo al mismo nivel en la estructura imaginaria que la posición narcisista, ello no significa que quedará zanjado el asunto de la relación primaria con la madre. No obstante, habrá de exigirse por lo menos algo que justifique la juntura y que nos asegure que, en esta imagen a menudo evocada durante el tratamiento analítico, no se trata de un apoyo establecido, de fusión, sobre una aspiración al retorno como a los orígenes entendidos en su forma, como decía hace poco, más carnal, que no se trata ahí de un fantasma propiamente hablando, que sobre eso podemos dar apoyo a cualquier continuidad en la que se traduciría la huella, huella que estaría más allá del lenguaje. Ahora bien, hasta ahora, nada nos lo confirma en la medida en que, ya explorado ese campo de la demanda, podemos justificar lo más paradójico que aparece en él sin referirnos a sus orígenes concretos y que son aquellos que habrían de concebirse fundamentalmente como los de la lactancia, de la lactancia, si es cierto que parece esencial en algo que, aquí o allá, puede presentarse como constante o grabado en la historia del sujeto. No es tanto porque ha tenido lugar de hecho y realmente, que en una función, en una función que es diferente, que hace en particular que lo que le sirve de símbolo a esa lactancia en el análisis, a saber, el seno materno, es absoluta y exclusivamente, dadas las metamorfosis bajo las cuales tenemos que ubicarlo y verlo traducirse, absolutamente exclusivo de una pura y simple experiencia concreta. Carácter en su primer aspecto simbólico, metabolizable, metonimizable, traducible y muy pronto, eso es lo interesante de la experiencia kleiniana, su aparición muy pronto en forma, por qué no decirlo, disfrazada, entstellt, desplazada del falo, asunto que debe llamar nuestra atención y hacer que no nos contentemos con algún (independientemente de cuál pueda ser su peso, su comodidad al ver los entrecruces a veces falaces que podemos hallar en la observación directa), que debe al menos hacernos mantener pendiente el estatuto de sus orígenes. Porque en esta experiencia de la demanda, en este análisis centrado en el estadio en que el sujeto encarna su palabra, ya no se trata del sujeto cuyo estatuto hemos marcado en el nivel más radical del lenguaje, del rasgo unario y del estatuto de la privación, en el cual se instala el sujeto. ¿Cómo no se siente que lo que hay que retener de la experiencia centrada de esta manera, articulada de esta manera, que lo que ha llegado con el pasar de los años y por etapas y que ha dado materia para argüir de manera seguramente matizada, sutil, por estar extremadamente dividida, diría yo de escuela a escuela, si acaso ese término permite precisar límites muy netos en el análisis, que ese algo de lo cual nos da fe esta experiencia, es el descubrimiento, es la manipulación, es la puntualización, es la interrogación precisa que, desde Abraham hasta Melanie Klein y después, se ha centrado y multiplicado en 160

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esfuerzos múltiples por asegurar sus avenidas, sobre el objeto parcial?, lo cual yo articulo aquí en nuestro discurso como el a. [Interrupción] Lo lamento, estoy un poco cansado. ¿De verdad escuchan tan mal?... Gracias por habérmelo señalado.

Pienso que la diversidad, la variedad de ese a minúscula, suponiendo que la lista que les hice aquí, no desborda pero seguramente articula de manera diferente su amplitud, sin que por ello vaya en absoluto en el sentido de no retener las reducciones mayores a que somete la experiencia analítica a esos objetos a. El predominio del objeto oral, si es que comúnmente se lo llama el seno; del objeto fecal, por otra parte, si lo ubicamos en el mismo cuadro o el mismo perímetro que aquel en el que se sitúan dos de esos objetos, articulados sin duda en la experiencia analítica, pero de manera infinitamente menos garantizada en cuanto al estatuto que les damos, a saber, la mirada y la voz, es necesario que nos preguntemos cómo... que nos preguntemos sobre el asunto de saber cómo la experiencia analítica puede hallar allí el estatuto fundamental de aquello con lo que tiene que vérselas en la demanda del sujeto. Pues en últimas, no es tan evidente que desde el primer momento esta lista sea tan limitada. Y sin duda, el privilegio de estos objetos queda claro por estar cada cual en una cierta homología de posición, en ese nivel de juntura que evocaba la vez pasada, entre el sujeto y el Otro. No obstante, ello no dice que lo que el sujeto pide, en su demanda al Otro, sea el seno. En la demanda al otro, el sujeto pide todo lo que pueda tener que pedir, en primer lugar, en el análisis, por ejemplo, que el Otro hable. Hay algo abusivo, excesivo, cuando se traduce enseguida lo característico de la demanda, a saber, que es cierto, se pide algo que el analista tendría, pero lo que se pide como lo que éste tiene, está en función de algo diferente que el mismo analista plantea como la verdad a la que se apunta en lo que pide el sujeto. Esto merece que nos detengamos ahí. Merece que nos detengamos ahí cuando este objeto a se instala así, menos como el punto de mira que como lo que surge en cierta hiancia que es la que crea la demanda. Y en lo que insistí la vez pasada, llevando mi pincel de luz en el sentido de ir a buscar la demanda y la frase en su forma más recogida, la que podría pasar por estar en el nivel de la pura y simple expresión, y que ahí, en la interjección, insistí en mostrarles que lo que constituye su valor y su precio, su especificidad, tanto más comprensible por estar allí recogida, es que siempre viene a dar en la juntura del sujeto y del Otro. Que lo que impone al interlocutor la más simple interjección en apariencia, es esta referencia común al tercero que es el gran Otro, y es algo que... siempre más o menos, invita a tomar una distancia, a temperar, a reconsiderar, a revisar, a volver a oponer, a redirigir la mirada hacia algún interlocutor anterior, a (puede uno plantearse seguramente la pregunta) entrever si no es alguna incidencia más reducida, más simple, más eficaz también, del lenguaje. Toda la teoría de Pierre Janet69 está construida sobre la teoría del mandato, de la orden dada, en tanto que, desde aquel que habla hasta el brazo que agita, él instaura una especie de estatuto común, inaugural, en la 161

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instancia de la conducta humana. iii Todo el mundo sabe que el análisis no puede contentarse con esta reconstrucción, que es sólo reconstrucción en el tablero, y que lo que concierne al gubernator en las barcas egipcias, a aquel que, con su varita da ritmo al batir de los remos, no es algo que concierna al estatuto del sujeto efectivo; que no hay orden que no se remita a una supraorden. Seguramente se plantea la pregunta sobre los casos en que la orden se encamina directo hacia su objetivo y se manifiesta eficazmente en lo que se llama sugestión. Pero ¿qué nos muestra el análisis si no que, en ese caso, la sugestión funciona respecto a ese tercer término que, en este caso, es el del deseo desconocido? Es al nivel de la repercusión del interés obtenido del deseo inconsciente donde se apoya quien sabe manejar ese tipo de teleguía que se llama sugestión, y si no lo tiene, la sugestión resulta ineficaz. Que se lo pueda hacer con medios extremadamente primitivos como el de la bola de cristal simplemente nos muestra la función eminente, por ejemplo, del punto brillante al nivel del objeto a. Entonces siempre está esta referencia tercera en el efecto de la demanda y sin embargo, ¿no es posible descubrir en alguna parte ese algo que tendría el privilegio de hacernos captar ese algo que sin embargo necesitamos, a saber, cuál es el estatuto, cuáles son los límites de ese campo del gran Otro, al que hemos sido llevados, llevados en el ámbito de la experiencia que es la del campo, del campo de artificio que se le asegura a la palabra en el psicoanálisis? Aquí es donde espero que el objeto, que hace poco hice circular por sus filas, a saber, la reproducción del célebre cuadro de Edvard Munch que se llama El grito, es algo, una figura que me pareció propicia para articularles un punto mayor, fundamental, sobre el cual pueden ocurrir muchos deslizamientos, muchos abusos se hacen y que se llama el silencio. Sorprende que para ilustrarles el silencio no haya encontrado nada mejor en mi opinión que esta imagen, que imagino que ahora ya todos han visto y que se llama El grito. En ese paisaje dibujado de manera tan singular, desprovisto por medio de líneas concéntricas, que esboza una especie de bipartición en el fondo que es la de una forma de paisaje, en su reflejo, hay también ahí un lago que forma hueco, en medio, y en el borde, derecho, diagonal, al través, obstaculizando en cierta forma el campo de la pintura, un camino que se fuga. En el fondo dos transeúntes, sombras delgadas que se alejan en una especie de imagen de indiferencia. En primer plano este ser, este ser cuyo aspecto, pudieron verlo en esta reproducción del cuadro, es extraño, ni siquiera puede decirse que sea sexuado. Tal vez en

iii

Cfr. L. Schwartz, Les névroses et la psychologie dynamique de P. Janet [Las neurosis y la psicología dinámica de P. Janet], París, P.U.F., 1955, p. 18: “En los pueblos primitivos aparece un proceder más inteligente. Durante los combates contra otra tribu, el jefe mismo no se abalanza sobre el adversario, sino que permanece en una cima desde donde puede ver y ser visto. Desde ahí, emite grito de guerra y dirige de esta manera el combate de sus sujetos sin combatir él mismo. Se trata entonces de una conducta diferenciada que constituye la parte principal del acto de comandancia: habiendo renunciado él a la acción, se especializa en los gritos de guerra que son órdenes y se transforman en lenguaje; sus sujetos muestran que han entendido porque prosiguen el combate sin tener que gritar ellos mismos. Ahí es donde puede hallarse el origen del lenguaje. Nuevamente se trata de dos conductas diferentes: el combate personal del jefe y el que sus sujetos efectúan ante él. El mandato es un medio intelectual, un acto intermedio entre esas dos conductas.” [N. del T. tomada de Michel Roussan].

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algunas de las repeticiones del cuadro que hizo Edvard Munch iv puede quedar más acentuado en el sentido de un ser joven y de una niñita, pero no tenemos razón especial para tenerlo más en cuenta. Este ser, este ser aquí en la pintura de aspecto más bien avejentado (por lo demás forma humana tan reducida que para nosotros no puede dejar de evocar las de las imágenes más someras, las más rudamente tratadas del ser fálico), este ser se tapa los oídos, abre mucho la boca, grita. ¿Qué es ese grito? ¿Quién oiría ese grito que nosotros no escuchamos, sino que ese grito impone justamente ese reino de silencio que parece subir y bajar por este espacio al mismo tiempo centrado y abierto? Ese silencio ahí parece ser en cierta forma el correlato que distingue en su presencia ese grito de cualquier otra modulación imaginable. Y sin embargo, lo notable es que el silencio no es el fondo del grito; ahí no hay relación de Gestalt. Literalmente, el grito parece provocar el silencio y, al abolirse, puede apreciarse que lo causa, lo hace surgir, le permite sostener la nota. El grito lo sostiene, y no el silencio al grito. El grito hace que en cierta forma el silencio se oville, en la sin salida misma de donde brota, para que el silencio escape de ahí. Pero cuando vemos la imagen de Munch, ya está hecho; el grito está atravesado por el espacio del silencio, sin que lo habite; no están ligados ni por estar juntos ni por suceder el uno al otro; el grito crea el abismo por donde se precipita el silencio. Esta imagen en que la voz se distingue de toda voz modulante, porque en el grito, lo que lo hace diferente, aún de todas las formas más reducidas del lenguaje, es la simplicidad, la reducción del aparato comprometido, aquí la laringe ya sólo es siringe. Faltan la implosión, la explosión, el corte; ese grito, ése, tal vez nos de la seguridad de ese algo en donde el sujeto ya no aparece como significado... sino ¿en qué? Justamente, en esta hiancia abierta que aquí, anónima, cósmica, marcada no obstante en una esquina por dos presencias humanas ausentes, se manifiesta como la estructura del Otro, y tanto más decisivamente cuanto que el pintor la eligió dividida en forma de reflejo que nos indica claramente, en ese algo, una forma fundamental, que es la que volvemos a hallar en el enfrentamiento, el enlace, la sutura de todo lo que en el mundo se afirma como organizado.

Por eso, cuando en el análisis (allí donde la palabra corre, y de la que se hace un uso aproximado) se trata de silencio... Silence and verbalization42, excelente artículo escrito por el hijo de Wilhelm Fließ, el compañero del autoanálisis de Freud, Robert Fließ. v iv

E. Munch [1863-1944], El grito. Sobre las diferentes versiones de este cuadro, cfr. Munch et la France, París, Ediciones de la Réunion des Musée nationaux, 1991 [N. del T. tomada de Michel Roussan]. v Existe versión en español de José Luis Etcheverry, trasladada del texto traducido al francés por Simona Roux y Zolty Liliana. Cfr.: Fliess R., “Silencio y Verbalización. Suplemento a la teoría de la «regla

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Ciertamente Robert Fließ denomina de manera correcta lo que concierne al silencio en lo que nos explica. Ese silencio es el lugar mismo en que aparece el tejido sobre el que se desarrolla el mensaje del sujeto, y donde el nada ha sido impreso deja aparecer lo que concierne a esta palabra. Y lo que le concierne es, precisamente, en ese nivel, su equivalencia con una cierta función del objeto a. Es en función del objeto de excreción, del objeto urinario o fecal, por ejemplo, de la relación con el objeto oral, que Fließ nos enseña a distinguir el valor de un silencio; por la manera como el sujeto entra allí, lo hace durar, se sostiene allí, sale de ahí, nos enseña la cualidad de ese silencio. Queda claro que no se lo puede distinguir de la función misma de la verbalización. De ninguna manera es en función de alguna defensa, de algún predominio de los aparatos del yo que se lo aprecia. Es al nivel de la cualidad más fundamental que manifiesta la presencia apremiante en el juego de la palabra, de lo que es indistinguible de la pulsión. Ese trabajo, esta referencia, de un analista de vieja cepa y sin duda de gran clase, es seguramente de gran valor, al mostrar cómo las vías de una cierta percepción de lo que concierne a la presencia erótica del sujeto es algo en lo cual tenemos derecho a confiar, y que es bastante esclarecedor. No obstante, ese silencio, en cierta forma tan denotado en su función musical, tan integrado al texto como puede estarlo, en sus variaciones, el silencio con que el músico sabe hacer un tiempo, tan esencial como el de una nota sostenida, de la pausa o del silencio, ¿es algo que podamos permitirnos aplicarle únicamente al hecho de la detención de la palabra? El callarse no es el silencio. Sileo no es taceo. En alguna parte, Plauto le dice a sus oyentes, con la ambición de quienquiera que sepa o quiera hacerse oír: “Sileteque et tacete atque animum aduortite”126, pongan atención, hagan silencio y cállense... son dos cosas diferentes. La presencia del silencio no implica de ninguna manera que no haya allí alguien que habla. Hasta es en esos casos que el silencio adquiere eminentemente su cualidad, y el hecho de que ocurra que obtenga yo aquí algo parecido a silencio, no quita en absoluto que tal vez, ante ese silencio mismo, tal o cual se dedique en un rincón a llenarlo con reflexiones más o menos emitidas en alto. La referencia del silencio al callarse es una referencia compleja. El silencio forma un vínculo, un nudo cerrado entre algo que es un entendimiento y algo que, hablando o no, es el Otro, es ese nudo cerrado que puede retumbar cuando el grito lo atraviesa o tal vez también cuando lo ahueca. En alguna parte en Freud está la percepción del carácter primordial de ese agujero, de ese agujero del grito. Cuando Freud mismo en una carta a Fließ lo articula, el Nebenmensch aparece es al nivel del grito, ese prójimo del que mostré que efectivamente es de esa manera como se lo debe nombrar, el más próximo, porque justamente es esa cavidad, esa cavidad infranqueable marcada por dentro de nosotros mismos, y a la que apenas si podemos aproximarnos. Tal vez ese silencio sea el modelo dibujado así, y ustedes lo han sentido, confundido por mí con ese espacio cercado por la superficie, e inexplorable por sí misma para sí misma, que constituye la estructura original que intenté figurarles al nivel de

analítica»” (1949), en El silencio en psicoanálisis (dir.: Juan David Nasio), Buenos Aires, Amorrortu, 1999 (2ª reimpresión), págs. 57 a 75.

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la botella de Klein. ¿Qué es entonces lo que tenemos que distinguir en las operaciones que son la de la palabra y la de la demanda? Al primer aspecto, en el primer tiempo, este corte que el esquema de la botella nos permite imaginar como el de su división en dos campos cuyo carácter de superficie de Möbius está ahí para figurarnos el aspecto cerrado sobre sí mismo, el aspecto no de doble sino de sólo una superficie, el aspecto que, en el significante, le da prioridad, unicidad, al efecto de sentido en la medida en que no implica, por sí mismo, el revés de un significado, en la medida en que se cierra sobre sí mismo y en que ante todo es ese corte al que se puede reducir, les dije, todo lo esencial que hay en la estructura de la superficie puesto que, si se lo realiza de manera apropiada, hace desaparecer su función esencial de ser sentido y puro sentido. El corte hace aparecer allí esta duplicidad, este derecho y este revés que figuran para nosotros la correspondencia, la división del significante y del significado. Ahora bien, esto quiere decir que en la demanda se desprenda, y por lo tanto aparezca algo que es de una estructura diferente, que aparezca, si puede decirse, por fuera de la previsión de lo que se pide, esto, que les está figurado por la relación, que reproduje una vez más aquí en el tablero, de la banda de Mœbius periférica y de este redondel reducido, de ese algo independiente que puede separarse ahí, que es caída, que es aparición de un residuo, de un resto en la operación de la demanda, y que aparece como la causa de un retomar por el sujeto, que se llama fantasma y que, en el horizonte de la demanda, hace aparecer la estructura del deseo en su ambigüedad; a saber, que el deseo, si puede desprenderse, surgir, aparecer como condición absoluta, y perfectamente presentificable como ese algo que, el sujeto que lo desea, que lo toma, como tal al nivel del Otro, lo hace subsistir simplemente por sostenerlo, insatisfecho, mecanismo histérico cuyo valor esencial subrayé, ya sea el único punto, el único término en que converge explicándolo la juntura de la demanda y de la transferencia que, en el engaño de la transferencia, de lo que se trata es de algo que, a espaldas del sujeto, gira en torno a captar de alguna manera, ya sea imaginaria o bien actuada, este objeto a, y que ese sea el término y la medida común en torno a la cual funciona todo el nivel llamado de la frustración, es lo que se trata de plantear ahí, de una manera que permita plantearse las preguntas a partir de ahí, y sólo a partir de ahí distinguir lo que la experiencia puede permitirnos actualmente ratificar sobre lo siguiente: ¿cuál es el origen, por qué puerta llegó la función de este objeto a? Aquí es donde hay que acentuar, recordar siempre, que todos nuestros conocimientos, en lo que concierne a un desarrollo que se justifique psicoanalíticamente, parten y se originan siempre en la experiencia, y en la experiencia de la cura. Por eso, por el momento aquí no nos basta simplemente con fundar de una manera en cierta forma arbitraria el estatuto del analista, forma prefigurada por nuestras categorías. Se trata de ver si nuestras categorías no son las que precisamente nos permiten hacer el mapa, comprender qué pasa con tal o cual tendencia teórica, en el medio analítico, en la comunidad de los analistas, con esta posición que, en cada analista, y muy naturalmente, no

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sólo de manera aislada, sino en la medida de la experiencia que ha tenido, a saber, de su experiencia formadora, de lo que, en cada analista, puede ubicarse como un deseo esencial, de referencia para él. Porque aquí se deduce de lo que se afirma y se localiza en las teorías de la técnica y los informes, que al poner el acento por ejemplo sobre una técnica que hace aparecer al nivel del Otro, para el sujeto, en el fantasma, la imagen fálica en la forma positiva en que es concebida y representada como objeto de fellatio, que ahí hay algo que se diferencia ya por el hecho de que en el corte, este objeto cae es del lado del A mayúscula y que este objeto está cargado, por lo menos en cierto registro nosológico, especialmente por ejemplo en el caso de la neurosis del obsesivo, para el autor y el práctico al que apunto y que muchos aquí pueden ubicar17. Queda claro que al centrar en torno al surgimiento de ese fantasma, en la medida en que aparece al nivel del Otro, es decir, del analista, una localización, un acercamiento, una crítica de la aproximación de la realidad que en esta perspectiva parecería ser la clave, el gozne, la puerta a través de la cual puede resolverse el poner de acuerdo al sujeto con un indicado supuesto objeto real. En todo caso, eso es algo que se distingue de otro pensamiento, de una teoría diferente según la cual sólo podría haber análisis que pudiera de alguna forma decirse acabado, salvo a nivel del sujeto mismo, en una fase que es precisamente una fase que sobrepasa esa etapa puramente identificatoria de localización, de enfoque, de tanteo de un cierto real, que es aquel al que se confina cierta técnica. Es en la medida en que el sujeto mismo puede llegar, más allá de esta identificación, a vivir el efecto de este corte como siendo él mismo ese resto, ese desecho mismo, si quieren, esta cosa extremadamente reducida de la cual efectivamente partió, en un origen que no se trata tanto de concebir como el de su historia sino como ese origen que permanece inscrito en la sincronía, en el estatuto mismo de su ser. Que algo, un tiempo, se viva como, que él sea este objeto, pedido al Otro, ya sea que se le pida seno, y hasta desecho, excremento propiamente hablando, en otros casos, en otros registros, en otros registros que no son los de la neurosis, esta función de la voz o de la mirada. Aquí la referencia esencial es la que hice en su momento respecto a la transferencia, al punto en que en la historia aparece el surgimiento, que surge de una manera primordial, velada luego, pero en un texto célebre de Platón que nos conserva el testimonio; se trata del texto de El Banquete. Al final de esta sucesión de discursos en que se constituye el Συμποσίον... de esos discursos que son œπαινον 'Eρωτoς, elogio o iluminación vi , en todo caso alabanza y celebración de la función del amor, he ahí que entre el cortejo de esos parranderos, no ciertamente inspirados, verdaderos juerguistas, verdaderos personajes que aquí llegaban a trastocar todas las reglas de esta celebración extraordinariamente civilizada, es Alcibíades... este Alcibíades que resulta así sin embargo en la cima del diálogo, y aun cuando la mayoría de los traductores, en la tradición francesa, desde Louis Le Roy hasta Racine134, y hasta el señor Léon Robin, no hayan creído necesario, por supuesto de manera alguna, prescindir de ese complemento inicial, se sabe que ciertos traductores en el pasado han dejado ahí, han retrocedido, ¡como si no fuese ahí donde se hallara la última palabra, el secreto en cuestión! Para entender de qué se trata entre el sujeto y el analista, ¿qué mejor modelo que este Alcibíades que, de repente llega a contar la aventura que tuvo con vi

Cfr. Platón, Obras Completas, Aguilar, Madrid, 1972, p. 597 (177 a a d [en adelante se anotará en itálicas la numeración tradicional erudita de la obras de Platón, que permite la identificación de cualquier pasaje en ediciones diferentes a la que aquí se cita]) [N. del T.].

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Sócrates, y lo hace delante de Sócrates y ante la asamblea de los demás eminentes y eruditos invitados? Se refiere entonces a ese Sócrates, primero lo alaba, ¡y en qué términos! En esos términos que lo hacen figurar a la manera de un paramento, de una caja… tomada de algo que envuelve un objeto preciado y que, a menudo, por fuera, se presenta con forma grotesca, caricaturesca, deformada. La antigua figura de Sócrates en su aspecto de Sileno, si no es verdadera, no es bella, surge de ahí, lo saben ustedes, y en el origen de su Gran libro, Rabelais133 lo retoma cuando se dirige a quienes están ahí para escucharlo, los tan refinados bebedores y los sifilíticos. En todos los tiempos, se ha escogido, desde afuera y desde adentro, una asamblea que se retoma con humor, como especificada por algún rasgo caricaturesco. Sucedió que a quienes constituyeron mi auditorio durante diez años, no se los calificó, desde afuera, aunque con otros términos, de manera más favorable. Aquí, tenemos a Sócrates, primero así, de esta forma enigmática, alabado, cantado, exaltado. ¿Y Alcibíades nos dará fe de qué? Es que ¿de qué no fue capaz para obtener lo que hay en esa caja, lo que concierne al secreto de Sócrates, si puedo decir? ¿De qué nos dice que fue capaz? Nada menos que de mentir, por lo menos es lo que dice él. Puesto que asimismo, todo lo que él nos pinta de su conducta de declaración de amor, de seducción dirigida a Sócrates, es algo que nos presenta como orientado enteramente hacia la obtención, un momento sin duda, por parte de Sócrates, de lo que concierne en el fondo de él a esta misteriosa ciencia, enigmática, profunda, sobre la que no le es dado nada más seguro que esta extraordinaria ὰτοπία de Sócrates; de ese algo que, en su conducta, lo deja por fuera vii , lo diferencia de todo lo que está en torno a él, lo deja, digamos la palabra, sin dependencia. Y si Alcibíades lleva las cosas tan lejos como para dar la impresión de tener allí la oportunidad de hacer ahí la demostración de la virtud de Sócrates, ya que el desarrollo de sus acosos lo llevará a acostarse durante la noche bajo el mismo abrigo que él, el abrigo de Sócrates, y en últimas, dios mío, probablemente era algo que valía la pena subrayar, puesto que, si creemos en sus testimonios, ocurría que Sócrates se lavara, pero no siempre, y entonces, si, en las declaraciones de ese ser… en las que de hecho se dice que Sócrates le confiere especial atención, y que se trata de una atención de amor, hay un hecho, y es que Sócrates lo echa y que toda la fábula, yo diría… porque ¿cómo saber si, al contarla, Alcibíades miente o no? Es cierto que él da fe de eso: “engañé, mentí”, ¿pero cómo calificar esa mentira allí donde tenía por objetivo aquello de lo que él mismo no podría dar cuenta? Pues ¿qué quiere él? ¿Es tan preciada la verdad para Alcibíades, quien es la imagen misma del deseo que siempre va derechito ante él, rompe todos los obstáculos, hiende la mar de la sociedad hasta el punto en que llega al final de su carrera y es abatido? ¿Qué es pues ese ὰ́γαλμα en cuestión que aquí es el centro del encanto de Alcibíades por la figura de Sócrates? ¿Y qué quiere decir… qué quiere decir esto que Sócrates le responde?: “Todo lo que acabas de decir… todo lo que acabas de decir ahí es algo que para ti no tiene más razón y lugar que esto: que amas a Agatón”… viii vii

Cfr. Platón, Obras Completas, op. cit., p. 595 (219 e) [n. del T.]. “− Me parece, Alcibíades —dijo Sócrates—, que estás sereno, pues de no estarlo, no hubieras intentado jamás, rodeándote con tan ingeniosos circunloquios, ocultar el motivo por el cual has dicho todo esto; a título accesorio lo colocaste al final de tu discurso, como si no fuera la razón de todo lo que has dicho el enemistarnos a Agatón y a mí, en esa idea que tienes de que yo debo amarte a ti y a ningún a otro, y Agatón ser amado por ti y por nadie más. Pero no me pasaste inadvertido, sino que ese drama tuyo satírico y

viii

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Dejemos la figura de Agatón cuyo nombre tarde o temprano podría servirnos para soñar. Indiquemos únicamente que no parece que nadie haya descubierto antes de mí que los comentarios que se le imputan a Agatón en El Banquete sólo pueden ser calificados de caricaturescos; que la manera como alabó el amor es la de un precioso pero que en su efecto sólo habría articulado los versos más irrisorios, y hasta la manera como están aliterados subraya ese rasgo excesivo que hace de él lo que netamente podríamos atrapar mucho más legítimamente de lo que Nietzche106 hizo con Eurípides, como un trágico penetrante hacia la comedia… ix Pero no importa. ¿No se trata acaso de que nos aparezca ahí la estructura, la estructura de engaño que hay en la transferencia que acompaña ese cierto tipo de demanda, el del αγαλμα oculto? Que esa transferencia tan especial que tenemos el derecho… que está ubicada ahí en la cumbre de lo que respecta al amor, ¿acaso no vemos remitirse, aunque con acentos contrarios, dos palabras de amor, la de Alcibíades y la de Sócrates, quienes, ya lo dije, con acentos que no son los mismos, caen bajo la clave de la misma definición? El amor es dar lo que no se tiene a alguien que no lo quiere. De Alcibíades es cierto que puede dar lo que no tiene, a saber, el amor que le pide Sócrates, el amor que lo remitirá a su propio misterio y que, en el diálogo de Alcibíades está increíblemente figurado, de una manera que me parece tan actual para nuestra reflexión aquí, puesto que es a esta pequeña imagen que aparece en el fondo de la pupila, es a ese algo que, en la visión, no es visión sino que está dentro del ojo, es en este lugar donde situamos ese objeto fundente que es la mirada, al que es remitido Alcibíades en el texto de Platón x . Y que Sócrates no lo quiera, es también una articulación esencial que exige que se la retenga. ¿Por qué no lo quiere? Porque todo el mundo sabe igualmente que se dice que Sócrates está, no sólo apegado a Alcibíades, sino hasta el punto de ser celoso; nos lo dicen el texto y la tradición. Y lo que Sócrates le devuelve a Alcibíades es también algo que él afirma no tener, puesto que no dispone de ninguna ciencia que no sea, dice, accesible para todos. Y lo único que él sabe es la naturaleza del deseo y que el deseo es la falta. Aquí es donde las cosas quedan en suspenso en el texto de Platón y que, tras la dispersión de una parte de la asamblea cansada, el paso por el sueño de otra, las cosas se retoman por la mañana en una discusión sobre la tragedia y la comedia. Lo esencial es esta suspensión en torno al punto en que Alcibíades es remitido ¿hacia qué? A lo que llamaríamos la verdad de su transferencia. ¿Y qué es lo que él intenta obtener de Agatón si no es, propiamente hablando, lo que en Freud se define como el deseo histérico? Lo que Alcibíades simula, lo que fue definido precedentemente en El Banquete como el mérito máximo del amor, el hecho de que el deseado, el deseable, se haga, se plantee, se consagre como siendo el deseante. Y es ahí, y es por esa vía que piensa él fascinar la mirada de aquel que de todas formas ya hemos visto que es un personaje de tipo extraordinariamente incierto en cuanto al fundamento de su palabra. Tal es la vía por la cual se nos abre, y ya ven, desde una Antigüedad que le otorga todas sus cartas de nobleza, la dialéctica de la transferencia, si puede decirse, la entrada en la historia “silénico” ha quedado al descubierto. […]”. Tomado de “El banquete, o del amor” (traducción del griego por Luis Gil), en Platón, Obras Completas, op. cit., p. 597 (222 c-d). [N. del T.] ix “La agonía de la tragedia es Eurípides. A ese género tardío se lo conoce bajo el nombre de comedia nueva ática…”. Cfr. 106 de la Bibliografía general, § 11, p. 86 y siguientes [N. del T. tomada de Michel Roussan]. x Cfr. Platón, Obras Completas, op. cit., p. 594 (219): “[…] pues la vista de la inteligencia comienza a ver agudamente cuando comienza a cesar en su vigor la de los ojos […]” [N. del T.].

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de un asunto propiamente hablando analítico. Yo propondré probar en un texto que elegí (que ya le propuse a algunos y espero que tal o cual lo escogerá y aceptará), mostrarles respecto a un texto elegido precisamente en razón de lo siguiente, que seguramente a través de las elecciones, tal vez prematuras (es un artículo en que el autor en cuestión construye sus propias armas), pero lo valioso de este artículo es aportar el testimonio, dar prueba de su primera experiencia analítica, y de su primera experiencia analítica con el silencio; que sea justo o no que titule esto El silencio es otro asunto, puesto que en últimas, tal vez no es en verdad de un silencio de lo que se trata. Pero a dónde lo lleva, con toda coherencia (y no puede decirse, a primera vista, bajo la influencia de qué guía doctrinal), a dónde lo lleva en su concepción de la relación del sujeto con el objeto parcial y del Otro con ese enigmático objeto total del que se cree poder pura y simplemente depositar su suerte y porvenir en manos del analista, allí donde es llevado, y la manera como ha de arreglárselas con las diversas referencias que le han ofrecido… que le son ofrecidas por las doctrinas más o menos corrientes en su diversidad, es algo que seguramente sólo puedo hacer que se desarrolle en un seminario más reducido que el que aquí se encuentra, pero que es, en último término, lo esencial a lo que apuntamos. Si esas categorías, si su articulación, la del S con el A y con a tiene algún sentido, es el de no poder adjuntarse a no sé qué bagaje cultural destinado a aplicarse allí donde se pueda, más o menos ciegamente. Esas cosas se construyen en torno a la experiencia analítica, y no es menos preciado saber cómo piensa el analista la experiencia analítica, quiera o no hacerlo en términos de pensamiento. Que diga “yo no soy de los que filosofan” no cambia nada al asunto; entre menos se quiere hacer filosofía más se hace, e igualmente resulta absolutamente forzoso que, en una experiencia como la experiencia analítica, el sujeto deje ver lo que llamaremos el fondo de su bolso y que, en un análisis, el analista esté tan en juego xi como el analizado, es el sentido y la mira hacia la cual los dirijo. Y no por nada es al nivel de esta experiencia de un silencio prolongado con una paciente, que el autor avanza la actualización de lo que él llama, impropiamente por cierto, su contratransferencia. Lo he dicho a menudo, el termino es impropio, y todo lo que tiene que ver con la posición del analista, todo, incluyendo el conjunto y bagaje de sus reglas, de sus indicaciones, de su doctrina y de su teoría, siempre debe ponerse a cuenta de lo que llamamos transferencia, es decir, que no hay, en ningún caso, nada de lo que no pueda sospechar el analista, nada que no pueda dudarse de participar para él en una identificación indebida. Traducción: Pio Eduardo Sanmiguel Ardila. Colaboraron en la revisión de la traducción y de esta versión en español: Belén del Rocío MORENO CARDOZO, Carmen Lucía DÍAZ LEGUIZAMÓN, Eduardo ARISTIZÁBAL CARDONA, Javier JARAMILLO GIRALDO, Mario Bernardo FIGUEROA MUÑOZ, Pilar GONZÁLEZ RIVERA, Tania ROELENS HRNCIROVA. Posteriormente he recibido precisiones, anotaciones, correcciones de Sylvia de Castro K., Myriam Cotrino y Luisa Matallana L., a quienes agradezco sinceramente el haberse tomado el tiempo para anotar sus dudas y enviarlas a este correo.Esta traducción continúa en proceso; así que, cualquier duda, comentario y/o precisión serán bienvenidos; comuníquelos, por favor, a la siguiente dirección electrónica: [email protected] xi

soit en cause: esté en tela de juicio, esté en duda, literalmente: esté en causa [N. del T.]

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Lección 13 Marzo 24 de 1965 (Seminario cerrado) ¿Llegaremos antes de finalizar el año a encontrar alguna regla, algún estilo? El tiempo es corto, ciertamente. Ya tuvimos dos seminarios cerrados durante los cuales tuvieron informes... ¿Quién no está de acuerdo? Sí son informes, es el nombre que merece lo que escucharon. Pudieron tomar notas y se dispusieron las cosas, en principio para que pudieran procurarse esos textos. Quienes tuvieron la suerte, quienes llegaron en el momento justo, pudieron en efecto obtenerlos. Como cometí la imprudencia de decir que esperaba una colaboración de quienes retiraran el texto de Leclaire (lo cual probablemente, para la mente de mis auditores, implicaba que quienes tomaran el texto y no aportaran contribución alguna, serían, como se dice en la escuela en la que parece que aún nos hallamos, señalados), resulta que me enteré con sorpresa de que hubo quienes no tomaron el texto de Leclaire para no tener luego que exponerse al reproche de no haber respondido a éste. Siempre se aprende algo. Hay que considerar probable que puedan quedar restos de ingenuidad en alguien que pudiera juzgarse, él mismo, lleno de experiencia... Afortunadamente no soy demasiado ingenuo al respecto. Bien. Entonces ahora nos hallamos ante la necesidad de recordar que lo que hacemos aquí es algo a lo que le di ese carácter cerrado, no porque podamos esperar ofrecer la línea y el campo de lo que debe tener lugar en otra parte, es decir, la puesta a punto analítica de las consecuencias de la investigación que adelanto ante ustedes este año, y que, por ejemplo, resulta poderse titular, este año, ontología subjetiva, donde el término subjetiva ha de tomarse en el sentido de un calificativo o de un predicado objetivo. Eso no quiere decir que lo subjetivo sea la ontología. Es la ontología del sujeto (¿y cuál es la ontología del sujeto a partir del momento en que hay inconsciente?), la línea que intento trazarles este año. Eso tiene consecuencias no tanto al nivel de la crítica, como se dice, sino de la responsabilidad del psicoanalista, término igualmente difícil de evocar en un contexto de sociedad psicoanalítica. En efecto, lo que esto implica a ese nivel, es que esto debe ser construido, articulado en otra parte, y no es fácil reunir un colegio donde las cosas puedan plantearse a este nivel, al margen de lo que este año persigo ante ustedes a manera de lección: dar un cierto muestrario. Entonces siempre habrá cierta arbitrariedad en la elección de lo que apoya la línea que intentamos precisar aquí, en su nivel de fundamento necesario; de lo que la apoya, proveniente de diversos campos. Ya lo vieron ilustrado con lo que extrajimos de la teoría de los números. Muestrario también de lo que puede interesarle al analista en un trabajo de articulación concreta respecto a un caso; trabajo de articulación esencialmente animado por nuestra línea de investigación. Y es lo que será puesto a prueba hoy con un cierto número de respuestas cuya pertinencia entraremos a calificar. Por hoy no diré nada más. Entonces, avanzando en la experiencia, vamos a ver qué resulta.

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No obstante, no quisiera dejarlos sin señalar en su momento (puesto que no podemos dejar pasar, sin embargo, este acontecimiento), el valor de imagen que debe tener para nosotros la hazaña de esta semana, la que sucedió a unos 175 y más kilómetros en el espacio, y que, ya lo dije, para nosotros, toma valor de imagen. No lo comentaré hoy porque nos llevaría demasiado lejos. Les ruego simplemente soñar con el valor que puede tomar nuestro Mayor del espacio, llamado Leonov i , respecto a lo que representa justamente, en esta ontología del sujeto, de qué manera el hombre puede ser propiamente esa cosa eyectada y al mismo tiempo conectada que es el objeto a. En cuyo caso... hoy estoy un poco torpe para dibujar las cosas ii , pero en todo caso no es muy difícil, aquí está nuestro Mayor y allá el objeto a. La cápsula sería el $... y entonces ¿dónde está el deseo si no al nivel del gran Otro, U.R.S.S.?... Me alegra que esto los haga reír porque, esta hazaña, con todo una de las más sensacionales que pueda ponerse en el activo de los hombres, esta hazaña tiene incontestablemente un aspecto de efecto cómico que radica profundamente en que es, efectivamente, la estructura última del fantasma, como tal realizada. Por supuesto, se la puede hallar en otros registros, pero puede decirse que no deja de tener alcance el que la hallemos ahí en su forma más perfectamente desexualizada. Saben ustedes que no fue con ese propósito que introduje ciertas reflexiones sobre el cosmonauta, pues los que escuchan bien mi curso pueden recordar que, respecto al silogismo clásico sobre el “Sócrates es mortal”, intenté construir otro, de aspecto caricaturesco, sobre Gagarín. Por supuesto, eso está, por fuerza, en relación con el objetivo que aquí resulta, no articulado sino esbozado; ya volveré sobre este punto. De hecho, al decirlo hoy, no creo hallarme completamente por fuera de nuestro campo. Lo que concierne a la posición subjetiva, a saber: si es enteramente reductible lógicamente o si debemos señalar la consideración de esta posición subjetiva, en la medida en que interesa al sujeto del inconsciente, del lado de un resto, a saber, justamente de ese objeto a. Es justamente entre esos dos términos, si la cosa se prosigue rigurosamente, que quedará en vilo la pregunta que puede plantearse respecto a la fórmula literal, casi gráfica, la fórmula literal decantada por la operación del alambique de Leclaire. Voy a preguntar ahora quiénes son las personas presentes con las que contamos. Enumero: Valabrega está ahí, Irigaray, ahí está Lemoine, sé que Oury está aquí, Kotsonis-Diamantis está, muchas gracias, Gennie Lemoine está ahí, Francine Markowitch está ahí, la señorita Mondzain y Major. Serge Leclaire- Voy a proponer que la discusión empiece con este texto por consideraciones que arbitrariamente calificaré de teóricas. De hecho, resulta que las de Oury y Valabrega recaen precisamente en el asunto del fantasma. Tal vez entonces Oury podría comenzar. i

El jueves 18 de marzo de 1965, Alexei Leonov, provisto de una escafandra autónoma, maniobra durante diez minutos por fuera de la nave espacial Voskhod 2, a la que se mantiene unido por un largo “cordon umbilical”. ii El dibujo proviene de las notas de Claude Conté, reseñado por Michel Roussan [N. del T.].

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Título de la intervención: A propósito del informe de Serge Leclaire del 27 de enero de 1965, “Sobre el nombre propio” Jean Oury- Me molesta mucho disponer únicamente de 12 minutos porque tengo un texto que, leyéndolo rápido, haría más o menos 30 minutos. Entonces, tendré que saltar muchas cosas que podrían ser importantes. En fin, tal vez en la discusión se podrán reintroducir. La intervención de Leclaire, la última vez, ciertamente me inspiró de manera un tanto poética; escribí un breve exergo que podrá desarrollarse luego. Admitamos que el “POOR (d) j’e-LI” es una Gestalt fonemática que se organizó a partir del nombre propio del sujeto, lo cual está demostrado en el texto, o más exactamente, en torno a su nombre y al apellido del padre. Figura reventada, fragmentada, que es reajustada según las leyes de un proceso primario; se profiere en el momento de desvanecimiento del Sujeto, grito de un goce primitivo, cristalizado, que se inscribe para indicar el camino casi inaccesible (tal vez retomo lo que decía Leclaire formulándolo de otra manera), especie de Holzweg del más íntimo significante. Panel de interdicción para la fenomenología de la significación; entrada en un campo del no-sentido, premisas de lo Inconsciente, dimensión vectorial de un punto de origen más o menos mítico; ese punto de videncia por fuera del campo reflejado-reflejante de donde puede verse surgir la esencia de la imagen, allí donde el Wo es war... concretiza el historial del sujeto hablante. Antes de formular ciertas críticas a la intervención de Leclaire, quisiera indicar a manera de hipótesis, pero a manera de hipótesis, la posible función y la génesis de esta Gestalt fonemática “POOR (d) j’e-LI”... Aquí es donde me veré obligado a reducir al máximo, porque hacía un sobrevuelo, muy rápido y parcial, de una literatura neurológica para intentar ver cuáles eran sus factores iii . Señalaba que hacía uso de esta expresión de Gestalt fonemática un poco en un sentido que se aproxima al que da Conrad, el neurólogo, cuando retoma el estudio gestaltista de la afasia a partir de Goldstein, etc., y señalaba que Conrad distinguía de la génesis de la Gestalt, una Vorgestalt o Pregestalt de una Gestalt final... salto todo eso... y pienso que esta Gestalt, “POOR (d) j’e-LI”, se acercaría mucho más a lo que Conrad llama una iii

Antes de formular ciertas críticas a la intervención de Leclaire, quisiera indicar a manera de hipótesis, la posible función y la génesis de esta Gestalt fonemática. Uso esta expresión en un sentido que se acerca al que indica Conrad cuando retoma el estudio gestaltista de la afasia, inaugurado por Goldstein. Tal parece que en este caso se trataría de una Vorgestalt (o Pregestalt) y no de una Gestalt finale, para retomar los términos de Conrad cuando estudia, a partir de los trabajos de Sander, la “génesis actual” de las Gestalten. He aquí cómo, a partir de esos datos, Ajuriaguerra y Hécaen resumen las características propias de esta Vorgestalt: “…cualidades fisionómicas que predominan sobre las cualidades estructurales, “colectivización” de la Gestalt, es decir, mínima diferenciación de la figura y del fondo; fluctuación, contornos difusos, impresión de inacabamiento, pérdida del grado de libertad y sensación de tensión del sujeto…” Me parece interesante recordar, con Ajuriaguerra y Hécaen, la teoría de la afasia según Conrad: “…Perturbación de la formación de las Gestalten verbales o de prensión auditiva de tales Gestalten, su formación se detiene en un estadio intermedio con pérdida de la función epicrítica de la verbalización, es decir, en un estadio de oscilación protopática de la Gestalt de la ejecución verbal”. Cfr. Ajuriaguerra y H. Hécaen, Le cortex cerebral, capítulo La afasia – El desarrollo del lenguaje en el niño, pp. 160 a 162, y luego, en el mismo capítulo, la sección Problemas físico-psicopatológicos – Teorías actuales, pp. 235 a 243. [Estos complementos provienen del texto de Michel Roussan. N. del T.]

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Pregestalt. Otro aspecto de esta Pregestalt, sin que importe siquiera cuál sea esta Pregestalt “POOR (d) j’e-LI”, es que puede evocarnos también otra concepción que es la de Guillaume sobre el período de la palabra-frase no diferenciada. Ese “POOR (d) j’e-LI”, jaculatoria secreta, acompañada de una especie de voltereta, como dice Leclaire, sería una especie de palabra-frase privilegiada que contiene en sí el origen de todos los desarrollos sintácticos ulteriores. Pero detengámonos todavía un breve instante para indicar que esta Pregestalt fonemática puede situarse de manera muy marginal, en lo que Luria y Youdovitch describen con el nombre de lenguaje simpráxico. En el artículo sobre “El mutismo y los silencios del niño”93, los autores, al comentar el análisis realizado por Zazzo de las concepciones de Luria, definen el lenguaje simpráxico como diferente al “lenguaje real por el hecho de que no resulta de la realidad y de la acción. Está mezclado en la actividad inmediata. No es más que una manera de subrayar el gesto, la mímica o la acción.” Lo distinguen del lenguaje planificador y del lenguaje informador. Salto... iv No obstante, aún cuando recordemos la articulación posible de esas concepciones con nociones tales como el esquema motor o los desarrollos teóricos de Schilder, podríamos citar también lo que dice Ombredane, que es interesante, respecto a la génesis del lenguaje del niño. Pero todo esto no parece circunscribirnos de manera muy precisa el problema, y parece mucho más importante, mucho más urgente y mucho más próximo a nuestro tema referirnos a un estudio muy preciso de André Thomas. Este estudio del cual sólo indicaré la referencia, se titula (fue publicado en un artículo de La Presse Médicale de febrero de 1960): “La caricia auditiva del lactante – el nombre y el seudónimo”153v . Desde los

iv

Sólo hay una manera de subrayar el gesto, la mímica o la acción. Las palabras sólo tienen valor semántico universal y sólo adquieren su sentido en un contexto concreto, preciso. Este lenguaje simpráxico se opone a lo que Luria describe como lenguaje planificador o como lenguaje informador. No obstante, aun cuando recordemos una vez más la articulación posible de esas concepciones con nociones tales como el “esquema motor” de Bergson (que implica la siguiente consecuencia: que en la afasia amnésica la lesión cerebral impediría “al cuerpo tomar la actitud específica necesaria para el reconocimiento del nombre del objeto presentado”; cfr. Ajuriaguerra y Hécaen) o los desarrollos teóricos de Schilder, “La experiencia no es una repetición mecánica sino construcción y reconstrucción en dirección de las necesidades biológicas, de los objetivos y de los deseos del individuo”), no obtenemos una explicación satisfactoria de la génesis de una Gestalt como “POOR (d) j’e-LI”. Podríamos citar lo que dice Ombrédanne respecto a la génesis del lenguaje del niño: “ [Pero] si el medio social juega un rol enorme en la constitución del lenguaje del niño, este no registra simplemente, “discrimina”, asimila, desarrolla ciertos procedimientos expresivos bajo condiciones de aprehensión y de elaboración que le son propias y que evolucionan lentamente por mutaciones sucesivas… transpone y reparte en sus actitudes categoriales subjetivas y sincréticas, el dato significativo que se le presenta, organizado según esquemas objetivos y analíticos”. v Fue retomado y desarrollado en el libro de André Thomas y S. Autgarden: La locomotion de la vie foetale à la vie post-natale, publicado en 1963, particularmente en el capítulo II. Los autores demuestran de manera precisa que el niño de unos diez días es exquisitamente sensible a su nombre:” […] La experiencia se realizó con dos gemelas univitelinas, la madre se ubica detrás de ellas, a la misma distancia de una y otra. [Cada cual] se voltea al ser llamada por su nombre, mientras la otra permanece indiferente. Por lo tanto, no se trata únicamente de la entonación; el nombre mismo es necesario”.

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primeros días de la infancia, el niño es exquisitamente sensible a su nombre..., y esta sensibilidad específica parece algo muy particular y sencillamente diferente al fenómeno descrito, por ejemplo, por Myklebust103 sobre los primeros sonidos a los que responde el niño; los que reproducen sus propios “laleos” provocan, dice, la detención del gorgeo. Por último, recordemos aquí los elementos fundamentales que articula Jakobson en un antiguo informe de septiembre de 1939 vi sobre: “las leyes fónicas del lenguaje infantil y su lugar en la fonología general. Dice que sólo se puede explicar la elección de los sonidos, en el paso del balbuceo al lenguaje en el sentido propio de la palabra, por el hecho de ese paso mismo, es decir, por el valor fonemático que adquiere el sonido.” Más adelante: “La riqueza fonemática del gorgeo cede lugar a una restricción fonológica.” Entonces, aún antes de lo que yo llamo la reducción fonológica que inaugura la organización de la palabra, desde la época del gorgeo, del balbuceo, antes de que el lenguaje se determine como sistema cerrado, se crea una polivalencia fonemática potencial, una sobreabundancia fonética en la que se individualiza el niño siguiendo un esquema que le es personal. ¿No habría ya, desde esta época (y esta es la hipótesis que formulo), la instauración de una especie de rejilla personal, de un sistema de tamices fonológicos, en el sentido en que, a la manera como lo usa Troubetzkoy154, a quien no cito vii , esos tamices Y más adelante: “El joven lactante, ya en la segunda década posee pues un nombre al cual reacciona, a condición de que llegue desde su madre (la madre o la persona que la remplace). Conviene recordar que basta con decir la última sílaba para que se manifiesta el carácter audible… La sonoridad del verbo esta sin duda alguna vinculado con un bloque de seducción, la sonoridad del nombre propio trae consigo una fuerte carga afectiva”. Señalemos, como lo hacen los autores, que el niño responde a una agrupación fonemática contenida en el nombre o en el seudónimo. Que esa agrupación, resultante de una fragmentación, es en sí misma pertinente para desencadenar la reacción del lactante. Esta sensibilidad específica es pues algo diferente al fenómeno descrito por H. R. Myklebust sobre los primeros sonidos a los que responde el niño, valga decir, los que al reproducir sus propios laleos, provocan “la detención de los gorjeos”. Se trata entonces de una puesta en acción de la función del significante del lenguaje. vi R. Jakobson, “Les lois phoniques du langage enfantin et leur place dans la phonologie générale” [Las leyes fónicas del lenguaje infantil y su lugar en la fonología general], informe presentado en el V congreso internacional de las lingüísticas, Bruselas, septiembre de 1939, en Principes de phonologie [Principios de fonología], pp. 368, 369, 379. vii Esta es la manera como se expresa al respecto Troubetzkoy en “Falsa apreciación de los fonemas de una lengua extranjera” 154, retomando las distinciones de K. Bûhler sobre los planos Representativo, Apelativo y Expresivo de la lengua: “El sistema fonológico de una lengua se parece a un tamiz por donde pasa todo lo que se dice. Sólo quedan en el tamiz las marcas fónicas pertinentes para individualizar los fonemas. Todo lo demás cae en otro tamiz donde quedan las marcas fónicas que tienen valor de llamado: más abajo hay aún un tamiz donde se separan los rasgos fónicos que caracterizan la expresión del sujeto hablante. Cada hombre se acostumbra desde la infancia a analizar de esa manera lo que se dice, análisis que se lleva a cabo de manera enteramente automática e inconsciente. Por lo demás, el sistema de tamices que hace posible este análisis está construido de manera diferente en cada lengua. El hombre se apropia del sistema de su lengua materna. Pero si oye hablar otra lengua, emplea involuntariamente el “tamiz fonológico” de su lengua materna para analizar lo que oye, tamiz que le es familiar. Y como ese tamiz no conviene en el caso de la lengua extranjera escuchada, se producen numerosos errores e incomprensiones. Los sonidos de la lengua extranjera reciben una interpretación fonológicamente inexacta, porque se los hace pasar por el “tamiz fonológico” de su propia lengua”.

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fonológicos serían como la clave, en el sentido de una clave de la escritura musical que permitiría descifrar la articulación del sujeto con el significante y sus semejantes? Ahora bien ¿no sería esta clave justamente parecida a esa Gestalt fonemática de la que hablábamos antes? Esta Gestalt funcionaría un poco como un sistema de resonadores, que perfilan en el lenguaje ambiente formas de significación para que puedan organizarse en un mensaje sobrecogido por el tamiz personal. Es el problema análogo al que... al que citábamos, de la relación que existe entre las lenguas extranjeras y la lengua materna, pero también, en el plano patológico, podemos relacionar esos fenómenos con el de las ilusiones verbales, o también con los delirios de autorreferencia. Pero al parecer es también el modo de funcionamiento del sistema preconsciente en el que se organizan las Wortvorstellungen. A este respecto, pienso que sería interesante recordar muy rápidamente algunas citas de Lacan en un seminario de enero de 1962. Dice: “Lo que nos interesa en el preconsciente es el lenguaje, tal como es en efecto cuando se oye hablar; escande, articula nuestros pensamientos... en el inconsciente estructurado como un lenguaje... pero no es fácil hacerlo expresarse en un lenguaje común. El lenguaje articulado del discurso común respecto al sujeto del inconsciente está por fuera; un afuera que reúne en sí lo que llamamos nuestros pensamientos íntimos. Ese lenguaje que corre afuera, y no de manera inmaterial (kilos de lenguaje, discos, etc.), ese discurso puede homogeneizarse por entero como algo que se sostiene afuera. El lenguaje recorre las calles y, en efecto, ahí hay una inscripción. El problema de lo que sucede cuando el inconsciente viene a hacerse oír ahí es el problema del límite entre este inconsciente y el preconsciente.” viii Y además: “Si hemos de considerar lo inconsciente, es ese lugar del sujeto donde eso habla, donde algo a espaldas del sujeto es profundamente reorganizado por los efectos retroactivos del significante implicado en la palabra. Es por eso, y por la mínima de sus palabras, que el sujeto habla, que lo único que puede hacer es nombrarse siempre una vez más, sin saberlo, sin saber con qué nombre.” viii

He aquí la cita completa tomada directamente del Seminario La Identificación, p. 94 y 95: “El sujeto de que se trata para nosotros, sobre todo si intentamos articularlo como sujeto inconsciente, comporta otra constitución de la frontera; lo que concierne al preconsciente, en la medida en que lo que nos interesa del preconsciente es el lenguaje, el lenguaje tal como en efecto, no sólo lo vemos o lo escuchamos hablar, sino tal como escande, como articula nuestros pensamientos. Todo el mundo sabe que los pensamientos en cuestión a nivel del inconsciente, aun cuando digo que están estructurados como un lenguaje, nos interesan por supuesto en la medida en que están estructurados en último término y en cierto nivel como un lenguaje, pero lo primero que hay que constatar es que no es fácil hacer que esos pensamientos de los que hablamos se expresen en el lenguaje común. De lo que se trata es de ver que el lenguaje articulado del discurso común, está por fuera respecto al sujeto del inconsciente en tanto que éste nos interesa. Un afuera que reúne en sí lo que llamamos nuestros pensamientos íntimos, y ese lenguaje que corre afuera, no de manera inmaterial puesto que bien sabemos, en la medida en que hay todo tipo de cosas que están ahí para representárnoslo, sabemos lo que tal vez no sabían las culturas en que todo sucede en el soplo de la palabra, sino que tenemos ante nosotros kilos de lenguaje, y sabemos por sobre todo inscribir sobre discos la más fugitiva palabra, sabemos perfectamente que lo que se habla, el discurso efectivo, el discurso preconsciente, puede homogeneizarse por entero como algo que se sostiene afuera. En sustancia, el lenguaje recorre las calles y, en efecto, ahí hay una inscripción, sobre una cinta magnética si es preciso. El problema de lo que sucede cuando el inconsciente viene a hacerse oír ahí es el problema del límite entre ese inconsciente y este preconsciente.” [N. del T.]

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Y por último: “El estatuto de lo inconsciente se constituyó en un nivel más radical, la emergencia del acto de enunciación.” Es una simple evocación, y podemos suponer que esta Gestalt “POOR (d) j’e-LI” está muy cerca del punto de emergencia o de desvanecimiento del sujeto ix . Un sujeto, por ejemplo, que sale de un coma, responde al llamado de su nombre mucho antes de que pueda despertarse ante el ruido que produce una frase cualquiera. Argumento suplementario para significar que esta Gestalt indica al sujeto hablante. Es aquí, por esta cara, por este punto, que puede ubicarse el fantasma (y ahí es donde llego a esta crítica de Leclaire), pero ese punto de ubicación no es el fantasma. Y ese es un reproche que yo podría hacerle a Leclaire: haber asimilado su “POOR (d) j’e-LI” a un fantasma. Fundamentalmente, el fantasma es en esencia mucho más escópico. Por supuesto, podemos citar a Freud, en la carta a Fliess del 25 de mayo de 1897, quien emite la hipótesis de que: “Las fantasías se generan por una conjunción inconsciente entre vivencias y cosas oídas, de acuerdo con ciertas tendencias.” x Pero el problema sigue intacto. La captación fenomenológica del fantasma plantea el problema de la puesta en imagen del fantasma. Pero ese problema implica introducir cierto marco simbólico en una ecuación. En todo rigor, me parece que esta Gestalt fonemática, sonora, señala el punto de donde se puede ver surgir la imagen privilegiada de un fantasma fundamental, grito conjuratorio y de apertura que marca la puesta en juego del gran Otro. Planteado de esta manera, me parece que podemos articular mejor lo que dice Leclaire, evitando el riesgo de caer en una justa especular con el paciente, riesgo que puede ser el resultado de una búsqueda obsesivo-estética de una clave fundamental del problema

ix

Leclaire subraya que lo proferido acompañaba un fenómeno de goce corporal esquematizado por una voltereta. Goce primitivo, arcaico, casi fetal (como lo recuerda André Thomas: “Durante los nueve meses de gestación, el feto ha ejecutado, además de los movimientos de los miembros superiores e inferiores, grandes movimientos del tronco, piruetas y volteretas…”). La connotación fonemática de este goce reproduciría en sí mismo ese movimiento de voltereta. Este es un problema que desemboca en una estética moderna, particularmente la de Pierre Klossowski. En un artículo reciente de Gilles Deleuze titulado Pierre Klossowski o los cuerpos-lenguaje [les corps-langage] ” (Cfr. Gilles Deleuze, “Pierre Klossowski ou le corps-langage”, Critique, 14, marzo de 1965) hallamos formulaciones que pueden evocar la preocupación de Leclaire sobre esa Gestalt particular. Por ejemplo: “Los silogismos y los dilemas se reflejan en las posturas y las ambigüedades del cuerpo”, o: “el mismo lenguaje es el doble último que expresa todos los dobles, el último simulacro”, y más adelante: “Si el lenguaje imita a los cuerpos, no es por la onomatopeya, sino por la flexión”, y “si los cuerpos imitan el lenguaje, no es por los órganos sino por las flexiones”, por último, como lo dice el mismo Klossowski: “son las palabras las que miman los gestos y el estado anímico de los personajes… Son las palabras las que toman una actitud, no el cuerpo; las que se tejen, no las vestimentas; las que centellean, no las armaduras…” Pero para volver a un terreno aparentemente más clínico, indicaría sencillamente ese hecho banal de la experiencia en que un sujeto que sale de un coma responde al llamado de su nombre… x “Estas tendencias son las de volver inasequible el recuerdo del que se generaron o pueden generarse síntomas. La formación de fantasías acontece por combinación y desfiguración, análogamente a la descomposición de un cuerpo químico que se combina con otro.” Cfr. “Manuscrito M [Anotaciones II]” (25 de mayo de 1987), en Sigmund Freud, Obras completas, vol. I (1886-1899), Buenos Aires, Amorrortu, 1976, p. 293.

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planteado por la relación analítica. Habría allí, al parecerxi , la búsqueda de una seguridad que, lejos de ser un más allá de la angustia hacia el lugar mítico del goce del Otro, gran Otro, no es más que una evitación con una posible recaída hacia una alienación posible del deseo del sujeto analizado en el deseo del analista. Podemos formular esto de otra manera. Lo que parece estar en cuestión aquí es la problemática del falo en la relación analítica. El camino que lleva hacia la unaridad del sujeto, significado por el nombre del padre, pasa por la Spaltung, el splitting que fenomenológicamente es la aparición del falo en el proceso de significantización. Hago aquí una referencia a una nota de Lacan de ese mismo seminario del 10 de enero de 1962, que, tras un desarrollo matemático de una función periódica [...] xii comenta: “[...] lo primero que encontramos es lo siguiente: que la relación esencial de ese algo que buscamos como el sujeto antes de que se nombre, a la manera como él puede hacer uso de su nombre para ser el significante de lo que es significado del asunto, de la adición de sí mismo a su propio nombre, es “splittarlo”, dividirlo en dos.” Por otra parte, la Gestalt fonemática, por su esencia del orden del gran A, del gran Otro, es el punto de ambigüedad, es decir, para sí mismo y para los demás. La emergencia de ese punto de ambigüedad en la relación analítica merece en efecto cernirse de una manera particularmente precisa. Tiene algo que ver con el punto de reversión, punto de articulación entre lo Imaginario y lo Simbólico. Intenté reducir al máximo mi intervención. Jacques Lacan- Gracias por haberlo hecho. Ya veremos qué haremos con lo demás que hizo. Serge Leclaire- Entre las posibilidades que tenemos de responder enseguida con detalle a cada intervención, por una parte, o por otra, subrayar un punto a riesgo de dejarlo para después y darle la palabra a otros, escogí la segunda fórmula porque no pienso que sea oportuno ni que yo ni que Lacan retomen la palabra para empezar. Pienso que es conveniente que quienes se expresaron por escrito lo hagan hoy ante todos. El punto particular que quisiera subrayar y que a mí me causa problema es la prevalencia del elemento escópico que Oury plantea como constitutivo del fantasma. Es sin duda lo que se evoca por lo común cuando se habla de fantasma, pero me pregunto si, analíticamente hablando, no debemos distinguir precisamente las formas de fantasma según la naturaleza del objeto, objeto en el sentido lacaniano, es decir, objeto a, implicado en el fantasma. En xi

Tal vez habría allí una problemática (aplicada a una relación privilegiada) análoga a la que se plantea la “lingüística estadística”, donde la “palabra-clave” sería para algunos (por ejemplo, para Pierre Guiraud, cfr. Les caracteres statistiques du vocabulaire − essai de méthodologie, París, PUF, 1954) “una palabra-tema cuya frecuencia presenta una diferencia característica respecto a la normal…” Pero en el caso del “POOR (d) j’e-LI”, el lenguaje es más secreto, más cerrado y resulta de una idiosincrasia bien particular. No obstante, quererlo captar, quererlo entronizar en el fantasma ¿no supone, por parte del analista, la búsqueda de una seguridad que, lejos de ser un más allá de la angustia hacia ese lazo mítico del goce del Otro (cfr. por ejemplo la sesión de Lacan del 13 de marzo de 1963), no es más que una evitación… i+1 xii i+1→ → 1 2

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otras palabras, si se trata de un objeto de la esfera escópica, de la esfera visual, estoy de acuerdo, pero en el ejemplo que yo escogí se trata de un objeto de otra naturaleza, que es precisamente un objeto del campo de la voz, de la esfera, digamos, vocal y acústica. No sé si es conveniente reducir necesariamente ese objeto a una dimensión escópica. Dejo abierta la pregunta porque pienso que ahí habría lugar a discusión. Sobre el asunto del fantasma, ¿quisiera Valabrega, quien tenía un asunto terminológico qué precisar, tomar la palabra? Jean-Paul Valabrega- Lo que tenía para decir confluye con uno de los puntos que subrayó Oury hace poco. Era un comentario muy breve, al cual sólo le doy un alcance terminológico, alcance que concierne al que pueden tener los comentarios terminológicos, porque quiero decirle a Serge Leclaire que, en conjunto, su intervención me pareció enormemente satisfactoria. Vuelvo, al igual que Oury, sobre la fórmula “POOR (d) j’e-LI”, de la cual Leclaire hizo un fantasma, como nos lo dijo Oury, y hasta un fantasma fundamental: la Urphantasie. El comentario que quiero hacer concierne igualmente a ese punto. ¿Puede considerarse una fórmula de ese tipo como un fantasma? No lo creo. Pienso que la fórmula contiene los elementos de base o los elementos significantes del fantasma fundamental. Salvo que lo uno no se reduce a lo otro. Sobre el contenido escópico, sobre la forma escópica de la que acabo de hablar, no estaría totalmente de acuerdo con lo que dijo Oury y en cambio estaría del lado de la indicación que acaba de dar Leclaire. Yo diría que lo que puede poner de acuerdo a quienes defienden la escopia, si puedo decirlo así, y quienes plantean que es necesario hacer distinciones a nivel de las pulsiones en la constitución del fantasma fundamental, definiría al fantasma como una historia que se cuenta, o mejor, más exactamente una historia contada, que resulta contada, lo que no implica que haya que saber quién la cuenta ni dónde se cuenta y para quién es contada. Lo único es que la historia relatada puede referirse a un contenido escópico o a otro; lo esencial que yo vería en el llamado fantasma fundamental, en la Urphantasie, es que, por lo menos en mi opinión, desemboca necesariamente sobre un mito. De hecho, por eso es que en psicoanálisis no se puede hacer más que pasar perpetuamente del significado al significante a través de la significación, y en todos los sentidos de ese paso. Esta definición del análisis se aplica evidentemente al descubrimiento del fantasma y del fantasma fundamental. Agrego un breve punto, que me parecería interesante preguntarle a Leclaire como complemento de su intervención; es este: ¿en su caso, cuáles son las condiciones clínicas de obtención de la fórmula en cuestión? A propósito de lo que dije sobre el análisis que pasaba del significado al significante a través de la significación, no se trata de una crítica (de hecho, sólo puedo decirlo); no hay ninguna crítica en lo que dije, eso fue lo que hizo Leclaire en su intervención; una vez más, eso es lo que reduce el alcance de mi comentario a un asunto de distinción terminológica. Serge Leclaire- Tendría dificultades para responder en pocas palabras a la pregunta sobre las condiciones clínicas de obtención de esta fórmula. Viene, surge, es entregada. De hecho, esta fórmula es un ejemplo tipo.

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Pero en lo que querría detenerme un breve instante es sobre el asunto del fantasma tal como lo argumenta Valabrega. Dice que para él es fantasma algo como el argumento impersonal de una historia. De acuerdo, tal vez la crítica le concierna a esta fórmula, pero no del todo, porque esta fórmula parece no obstante representar para el sujeto el esbozo, por muy frágil que sea, de una historia y no sólo de una historia: de una especie de acción. Cuando evoqué el gesto de la voltereta, bueno... la realización misma, somática, que acompaña la fórmula o que realiza la fórmula, pienso que se produce algo al nivel de la realización somera del modelo de una historia. Tal vez vuelva sobre este punto de manera más precisa más tarde, si me queda tiempo. Ahora quisiera pedirle a la señora Irigaray que nos comunique sus comentarios, porque me parece que tienen que ver, que pueden completar, por una parte los que hizo Oury sobre el asunto del nombre propio o el asunto de la sensibilidad al nombre propio, y tal vez también, por otra parte, porque ella retoma el problema del cuerpo en el caso de esta observación. Luce Irigaray- Sobre el seminario de Leclaire quisiera hacer tres comentarios sobre cosas bastante diferentes. El primer comentario concierne a la diferencia que existe en mi opinión entre el nombre y el patronímico, diferencia que Leclaire no subrayó lo suficiente. Cuando Leclaire habla del nombre propio, da como ejemplo Georges-Philippe Elhyani, y cuando Lacan habló al respecto, de hecho, dio como ejemplo Jacques Lacan. Ahora bien, me parece que entre Elhyani y Lacan por una parte, y Jacques y Georges-Philippe por otra, existen diferencias importantes. Lacan y Elhyani no son nombres propios, en la medida en que en Lacan o Elhyani el sujeto es sólo el elemento de un grupo, y al respecto podría invocarse lo que le exige un linaje a quienes llevan su nombre, ignorando la singularidad de cada cual. Georges-Philippe, Jacques, sitúan al sujeto en este linaje, en cierta forma son la imagen Sonora del sujeto. Dan cuenta de la singularidad del sujeto, por lo menos dentro del grupo Elhyani o Lacan, pero dan cuenta de éste sobre todo a nivel imaginario, lo cual no excluye ya, evidentemente, la presencia de lo simbólico. Al respecto, puede subrayarse que al niñito siempre se lo llama únicamente por su nombre, especialmente su madre. De hecho, si hay otro en el linaje, y particularmente el padre, que se llame Georges-Philippe o Jacques, se plantea un problema crucial para el sujeto y la homonimia del nombre, especialmente entre padre e hijo o madre e hija, es a menudo, me parece, una desventaja para el devenir del sujeto. Evidentemente, cuando el sujeto sale del grupo Elhyani o Lacan sólo puede significarse como Georges-Philippe Elhyani o Jacques Lacan, porque se encontrará entonces con otros Georges-Philippe o Jacques. Se puede ver que, grosso modo, esto se sitúa en el momento de la escolaridad, momento clave para el planteamiento del Edipo y el acceso a lo simbólico. A ese Georges-Philippe o Jacques primordiales y más imaginarios vienen a agregarse entonces el Elhyani, el Lacan, que situarán al sujeto en la sociedad en la que ahora entra verdaderamente, pues la familia es finalmente más otra madre que una verdadera sociedad. El nombre propio es pues conjunción de una imagen sonora y de una marca simbólica. Queda sin embargo una diferencia, me parece, particularmente al nivel de la identificación, entre los Georges-Philippe o los Jacques o los Elhyani y Lacan. Por ejemplo, el sujeto no reacciona de la misma manera a la muerte de un Georges-Philippe y a la muerte de un Elhyani.

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Entonces, segundo comentario, cuando Leclaire habla de la máscara vacía del inconsciente, me gustaría mucho que explicara lo que quiere decir, porque de hecho su texto no parece considerar lo inconsciente como vacío. De hecho, me parece que si los analistas consideran lo inconsciente como vacío, se encuentran más cerca de Claude Levi-Strauss de lo que creen. Si lo inconsciente está vacío, se manifiesta únicamente con cadenas de comportamiento (esta palabra debe entenderse en un sentido muy amplio), y no con contenidos o con imagen o fonemáticos. Ese problema de un inconsciente pleno o vacío parece absolutamente fundamental y si para los analistas resulta tan difícil hablar de lo inconsciente ¿no es acaso justamente que es ante todo una estructura que sólo se puede cernir por oposición, o por lo menos por comparación, con otros inconscientes, estructuras al mismo tiempo semejantes y diferentes de tal o cual sujeto? Tercer comentario: si el inconsciente nace del encuentro de lo orgánico con el significante ¿por qué Leclaire invoca experiencias de exquisita diferencia, movimientos de voltereta, actitudes de reversión que me parece que se sitúan en un nivel propiamente corporal? ¿Quiere decir con eso que el comportamiento corporal del lactante está desde ya organizado de manera paralela a la del significante? ¿Pero no implica esto suprimir entonces ese problema de la inserción del significante en el organismo, drama del que nacerá el inconsciente? Me parece que la originalidad de lo orgánico no se preserva lo suficiente. A menos que lo que sugiera Leclaire sea que se trate de una especie de fort-da que el sujeto prueba en sí mismo para dominar justamente este encuentro primordial entre lo orgánico y el significante. ¿Pero entonces toca el nivel inconsciente más arcaico, puesto que ya hay dominio? Serge Leclaire- Se han planteado varias preguntas. Por lo menos tres. De la primera sólo podría conservar todo el valor del, iba a decir, de los argumentos clínicos que se han planteado sobre el valor privilegiado del nombre propio. El asunto que yo plantearía a ese nivel, cuando la señora Irigaray dice que los nombres propios dan cuenta de la singularidad de cada cual, pero que lo hacen sobre todo a nivel imaginario, es que pienso que se ha planteado una pregunta en un punto particularmente sensible pues, por supuesto, faltaría precisar allí con más rigor qué se entiende justamente por ese nivel imaginario y está en oposición a qué. Por supuesto, a lo simbólico, ¿pero cómo y de qué manera precisamente en ese caso, al nivel de lo primario? Sobre el asunto de esta expresión de máscara vacía y de lo vacío en particular, creo que subraya o que activa toda la serie de los fantasmas que nos son familiares y, si puedo decirlo, que se relacionan con la oposición de lo pleno y de lo vacío. Tal vez la palabra que escogí no sea muy afortunada, pero lo que me enganchó fue esta imagen de máscara, por razones que sin duda sería necesario que retome. El término de vacío está empleado ahí en un sentido preciso, a saber, donde no hay sentido presto, donde no hay significación confeccionada, que es lo contrario de un pleno o un demasiado pleno de sentido. Si vacío tiene un sentido (hablando de la máscara de lo inconsciente o de la máscara vacía de lo inconsciente), es en esta dirección que quisiera que se lo entienda. En cuanto a la pregunta de la implicación del cuerpo, la pregunta del encuentro de lo orgánico y del significante, eso es lo que yo considero un asunto crucial, y si se me da un tiempo al final de esta discusión, pienso poder retomar de una manera precisa lo que tengo que decir al respecto, justamente a propósito de lo que subrayé ya hace poco sobre el valor,

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podría decirse casi animador en el plano muscular de esta fórmula “POOR (d) j’e-LI”, pues me parece (se los digo ya, esto no tendrá mucho sentido para ustedes), que esta fórmula es, de cierta manera, ya algo como un mimo de significante. Regresaré pronto sobre esto, se los digo, si nos queda tiempo. Jacques Lacan- Quisiera únicamente hacer un breve comentario sobre este asunto del nombre propio. La próxima vez escribiré en el tablero la referencia en alemán de una obra sobre la psicología del nombre propio de una tal Rose Katz xiii , si me acuerdo bien. No obstante creo que lo esencial ha sido... por Luce Irigaray... lo esencial en la distinción del nombre y del apellido es que el nombre lo dan los padres mientras que el apellido es transmitido. Esto es mucho más importante que el aspecto clasificatorio que opone lo genérico del apellido a la singularidad del nombre. Un nombre no constituye de ninguna manera una singularidad; cuando más, lo esencial es que traduce algo que acompaña el nacimiento del niño y que viene netamente de los padres. El niño ya tiene su lugar determinado, elegido en el universo del lenguaje del nombre propio, las más superficiales ilustraciones igualmente... Serge Leclaire- Lemoine, con quien terminaremos, si puedo decirlo, esta primera parte muy arbitrariamente delimitada, de los comentarios, digamos teóricos, o de los comentarios de tipo teórico. Paul Lemoine- No me parece que lo que voy a decir sea teórico porque lo que dije me fue sugerido más bien por ciertas reflexiones que me hice después de escuchar la brillante intervención que Leclaire nos hizo al final del seminario cerrado. Lo que tengo para decir tiene que ver con dos puntos, primero con el hecho de que Leclaire no se refirió en absoluto a la última frase del sueño, que me parece esencial a mí, porque esta frase era justamente un llamado a él, y hacía de este sueño un sueño de transferencia. En efecto, ¿qué dice la última frase? “Marchamos los tres hacia una claridad que se vislumbra más abajo”. Pues bien, para mí, ¡la claridad [clairière] es clara [claire]! Justamente lo que invoca en cierta manera el paciente es el nombre de Leclaire, y por lo tanto éste tiene ya un llamado al nombre. Ahora bien, hay un segundo llamado al nombre y otro nombre, que es el nombre del padre, y que está indicado por el unicornio [licorne]. Porque ¿qué es el unicornio? Es un animal fabuloso que sólo puede sosegarse, y Leclaire nos lo dice en su artículo escrito en 1960 en Les Temps Modernes94, si reposa en el regazo de una virgen. Ahora bien, ahí está justamente el problema del tabú de la virginidad y hay que señalar de hecho que esta virgen es tal vez la madre; esta virgen, es la madre de Philippe, pero no se alude a ello en ninguna parte del sueño. Pero la madre de Philippe es la que responde al deseo del padre. Si el padre se casó con una virgen, con una madre virgen, el nombre de Philippe, la identidad de Philippe [...] indiscutible en ese momento. Pero justamente Philippe es un obsesivo y el deseo de su madre es justamente lo que interroga. Es por eso que Philippe tiene enormes dudas sobre sí mismo y sobre su identidad, y es también la razón por la cual entró en análisis.

xiii

Rosa Katz, “Psychologie des Vornamens [Psicología de los nombres propios]”, en Schweizerische Zeitschrift für Psychologie und ihre Anwendungen, suplemento al número 48, Berna, Huber, 1964.

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Por eso ese paralelismo entre el nombre del analista que se encuentra, por su parte, fuera de circuito... y de hecho le preguntaré a Leclaire, como se lo escribí, si no hay ahí una contratransferencia, un exceso de contratransferencia, si justamente no se negó hasta el final a implicarse, escuchando únicamente, con una oreja tan atenta, el comienzo del texto del sueño, esta última frase que se le dirigía. En todo caso, esta última frase apunta al nombre del analista por una parte, y por otra parte al nombre del padre. Entonces ahí, quisiera referirme a lo que aquí se llamó hace poco el cuerpo, es decir, a la angustia del paciente. Creo que esto es esencial. Si, en efecto, el paciente habla de Lili y si todo está desviado en cierta forma hacia la Lili del licorne, y si todo lo que se refiere al cuerno [corne] se encuentra oculto y reunido en cierta forma en un animal fabuloso, es porque del lado de Lili hay, finalmente, un equivalente de la relación con la madre, pero un equivalente desplazado, es decir, mucho menos angustiante. Así mismo, la evocación del nombre del analista está mucho menos cargada de angustia de lo que estaría la evocación del padre. Y es por eso que el padre está enmascarado en ese sueño o condensado, si se quiere, en la imagen y por eso el analista, por lo contrario, aparece mucho más, pues se trata de una claridad. Esto me lleva a hablar de la fórmula “POOR (d) j’e-LI”. Hace poco se dijo que se trataba de una reversión, y estoy de acuerdo; hay una especie de simetría entre los dos elementos de esta fórmula. En efecto, por una parte Georges, y por la otra Lili, y en el medio, la d minúscula que es la flecha del deseo que Lacan nos enseñó a usar. Con esto quiero decir que la simetría es una falsa simetría y es falsa porque Georges se vuelve a encontrar a fin de cuentas con Lili, es decir, que Lili le... bueno, con Lili, él entendió, él agarró, él significó en cierta forma, vivió su deseo. Y es esta especie de travesía por el deseo lo que modifica la fórmula “POOR (d) j’e-LI”, reversión que de hecho hallamos en la fórmula simétrica, Lili tengo sed – Philippe-tengo-sed. Al parecer esta especie de reversión, es decir, ese retorno sobre sí mismo y esta manera de volver perpetuamente sobre sí mismo puede ser evidentemente el problema fundamental, la actitud fundamental de Philippe. Pero entonces ¿para qué sirve esta fórmula? Sirve para colmar una falta en la cadena significante y sirve por su singularidad, y creo que hay una diferencia entre la imagen que muy frecuentemente y muy fácilmente se encuentra en numerosos análisis, ya sea por ejemplo una torre que mira con dos ojos o puede ser un sifón que bruscamente se devuelve hacia la boca de una paciente o bien un títere también que se convierte bruscamente en un sexo erecto; pues bien, todas esas imágenes se las encuentra en un recodo esencial de un análisis y cada vez que hay una angustia que colmar. “POOR (d) j’e-LI” es una fórmula mucho más arcaica, de hecho esto ya se dijo, y es una fórmula que tal vez permite ir más lejos en el análisis del sujeto y que le permite finalmente al sujeto ¿qué? recuperarse cuando, por la angustia se encuentra detenido en el curso de sus asociaciones y en el curso de su vida. Porque lo que hay que decir claramente es que la angustia se vive corporalmente y que ese es el problema, y que lo que hace el análisis justamente, no es más que poner en marcha la cadena significante y modificar de esa manera lo que se encuentra encarnado en cierta forma por el sujeto. Y de hecho, el análisis, ¿no es, justamente y al fin de cuentas, una reencarnación del significante? ¿Acaso en último término no cura al sujeto permitiéndole reencarnarse en su lenguaje?

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Serge Leclaire- Lemoine tenía razón y le pido excusas por haberlo clasificado en la primera categoría. Debo decir, ya que nos encontramos ahora en la segunda serie de argumentos, a saber, argumentos clínicos, que le dejaré a cada testimonio sobre ese punto su valor de asociación, porque no pienso, aún cuando estemos en seminario, digamos, cerrado, que podamos entrar en la dimensión de una discusión de caso, ni siquiera del análisis de una contratransferencia. No porque no se pueda sino que creo que aquí no tendríamos ni el tiempo disponible ni la posibilidad de hacerlo. Yo pienso que lo que viene como eco de un texto analítico es, en sí, suficientemente elocuente. Quisiera darle ahora la palabra a la señora Kotsonis-Diamantis, quien nos presentará justamente, creo, una muy breve observación de otra cosa. Irène Kotsonis-Diamantis- En un artículo como el que Leclaire nos propuso, parece que él se proponía mostrarnos, a propósito de esos grupos de palabras, cómo a través de una cadena de significantes nos aparecía lo inconsciente. Digo: me parece, porque si nuestra propia experiencia no nos hiciera encontrarnos con tales nociones, estaríamos condenados a creerle bajo palabra. En efecto, parece que al nivel de una teorización, de una explicitación, de una referencia a un tercero, quien no es ni analista ni analizado, le parecerán arbitrarias tales nociones. Esto para decir que, si temporalmente aceptamos creerle bajo palabra, sólo será por vía de un rodeo por nuestra propia experiencia que nos veremos llevados a convencernos de eso de manera más segura. Siendo la relación analista-analizado una relación entre dos, el tercero, quien escucha, el auditor, no tuvo vía de acceso a ésta. Daré aquí un ejemplo de respuesta entre el analista y su paciente, en donde el diálogo se establece entre dos inconscientes y donde la referencia a un tercero resulta tortuosa. Durante una terapia, un niño me dice súbitamente: “¿Dónde está la naranja? ¿Dónde está la naranja?” y como yo me preguntaba interiormente qué podía significar esta naranja [orange], escribí un lapsus que me informaba, si no sobre esta significación, sí sobre mis propios fantasmas. Escribí: ¿dónde está la órgano [l’organe]? Ahora quisiera traer una historia que le escuché a unas personas que conocían a los interesados, poco tiempo después del informe de Leclaire. Escuché esta historia por fuera de todo campo psicoanalítico y si acaso hubo alguna intención psicoanalítica, ésta se ejerció por mi escucha; fue esta apertura especial conducida por el informe de Leclaire en particular y por la enseñanza de Lacan en general, a la que me remitía la historia que escuché, y que titularé La historia de Norberto. Se trata de una pareja. El marido tiene 25 años, médico, prometido para un brillante porvenir que se destina a ser tocólogo. Tienen una hija [fille] de dos años. La madre, ella misma apegada a su propia madre, es bastante indiferente con la hija [l’enfant]. En cambio, el padre siente una verdadera pasión por su hija. El padre presenta su examen de internado y reprueba ese día porque su hijita se había tragado una brocha y él se hallaba trastornado. Renuncia y entra en la marina para prestar su servicio militar. Allí, aunque excelente buzo, se mata partiéndose el cráneo contra un bloque de cemento. Para entonces la hija [l’enfant] tiene dos años. Volvemos a hallar a la viuda veinte años después, con su hija que para entonces tiene 22. Esta viuda se vuelve a casar con un hombre al que no quiere. Su hija se casa inmediatamente, también con un hombre al que no ama. Este hombre lleva el mismo apellido de ella y además se llama Bernardo, cuando su propio padre se llamaba Norberto. El matrimonio anda mal. La joven no soporta a su familia política y convence a Bernardo, su marido, de ir a vivir en una isla.

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Allá, cuando Bernardo conducía, ocurrió un accidente automovilístico que desfigura a la joven. Ésta logra rehacerse una cara más o menos normal pero diferente, tras varias intervenciones quirúrgicas. Poco tiempo después, tienen un hijo al que llaman Norberto. Este hijo es objeto de una gran pasión por parte de su madre. En cuanto al padre, se siente rechazado por esa pareja madre-hijo. La madre teme constantemente que Norberto se trague los productos nocivos que el padre, agricultor, usa, y particularmente el insecticida. Un día el padre llevó a su hijo al campo, donde tenía cosas que hacer. Trasvasó el insecticida en un recipiente y luego se fue a trabajar un poco más lejos, mientras el niño jugaba por ahí. Cuando volvió, constató que el nivel del frasco había bajado, por lo menos lo sospechó, pensó en su hijo pero no se detuvo en ello. Una hora más tarde, el hijo se sintió enfermo y mientras el padre lo transportaba al hospital, moría. Con esta historia me veía devuelta a lo que Leclaire nos dijo y me mostraba un poco de lo que él había señalado respecto a la aparición de las relaciones del fantasma con el nombre del sujeto y a fortiori, en la historia de Norberto, con el nombre del padre. ¿De qué manera lo volvemos a hallar aquí? Vimos a una joven que pierde a su padre cuando tiene dos años, que crece sola con su madre y que toma marido, y seguramente un falo, al mismo tiempo que ella. Su elección es la siguiente: señor X, que lleva el mismo apellido que el padre de la joven, y por lo tanto el mismo apellido de la joven. Se casa con Bernardo y había perdido a Norberto. De hecho, Bernardo, como agricultor bastante burdo, resulta ser exactamente lo contrario de Norberto, médico promovido a un brillante porvenir. Esta inversión silábica entre los dos nombres parece revelarnos claramente el fantasma más inconsciente, el más secreto de esta joven. Tal vez Bernardo no sea más que la imagen virtual, invertida, del Norberto tan deseado aunque ausente, o más bien ¡Oh, cuán presente! ¿Cómo va a poder esta mujer acomodar esta imagen virtual a la imagen tan real de Norberto su padre? De hecho, todo sucede como si Bernardo tuviese por misión anular a Norberto. ¿Quién lo invistió con esta misión? Tal vez en respuesta a su mujer, pero mucho más probablemente haya sido Norberto mismo, por cuanto es quien se manifiesta a través del deseo del Otro. ¿Qué es Bernardo para esta mujer? ¿No sería el antídoto, el contraveneno, el que anulará a Norberto? El primer parricidio que cometerá la mujer será casarse con Bernardo. A partir de ahí parece que Bernardo mismo se hará cargo, destruyendo primero la marca, la huella de Norberto en la cara de su mujer, matando luego a su hijo, el Norberto resucitado por dos años y con −no podría haber mejor elección− insecticida. Hay otros elementos que podrían profundizarse aquí. Por ejemplo, las referencias a la madre, que hallamos constantemente, con Norberto queriendo ser tocólogo, prestando su servicio militar en la marina, matándose en la mar, con la pareja yendo a vivir a una isla, pero ni el ejemplo, que es una historia relatada, para la cual no disponemos de análisis, ni mi experiencia actual me permiten ir más lejos de los pocos elementos que acabo de dar. Serge Leclaire- Hay pocas cosas que agregarle a esta extraordinaria historia. [Dirigiéndose a Lacan] ¿Usted había empezado a escribir “Historia de Norberto”? Jacques Lacan- Quise que se lo memorizara. Vale la pena. Es una historia que no fue ni puede ser analizada. Pero el nombre de Norberto no había sido escuchado, quise que se lo escribiera.

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Serge Leclaire- Todavía hay muchos informes. Señora Lemoine. Es sobre el sueño del unicornio. Gennie Lemoine- No soy analista ni médico (en todo caso eso se verá, creo, bien pronto) pero fui invitada a transmitirles mis reflexiones, todas intuitivas; helas aquí entonces: “Se podría ir más lejos”, dijo Serge Leclaire al final de la intervención. Pues bien, ¡no, no se puede! Así nos proponga una nueva variación sobre el tema or invertido, que daría rosa, como la cicatriz, o el sexo invertido, o la rosa invertida de la mujer, pero ni la cadena significante ni la cifra de “POOR (d) j’e-LI”, ni sobre todo el sueño mismo, son temas o textos que puedan variar infinitamente. Entonces, para ir más lejos tocaría ser el mismo analista y tener ante nosotros al analizado, es decir, proseguir el análisis. En fin, tendríamos que conocer el verdadero nombre del paciente. Ese nombre de Elhyani, hijo del Señor en hebreo, creo, aunque no sé hebreo, seguramente fue planteado por las necesidades de la causa. En ese caso veríamos, si lo conocemos, ese apellido, jugar en función de Leclaire, la claridad del sueño. Pero ni tenemos al hombre ni su nombre, a falta de lo cual sólo podríamos soñar en efecto, o peor, concluir, por ejemplo, en el complejo de castración. Pero al parecer el análisis es lo contrario de un diagnóstico, así sea el mismo paciente quien lo ofrezca simultáneamente. La simple toma de conciencia es poco operante. Pero Serge Leclaire dice también, y desde el comienzo, que el nombre propio está vinculado con lo más secreto del fantasma inconsciente, y yo quisiera partir nuevamente de esta frase. Retomemos un poco la historia del sueño. Philippe tiene sed. Logra engañarla pero evidentemente no satisfacerla apaciguando en sueño otras sedes, ecos preconscientes de una falta fundamental inconsciente. Así, el sueño es como una cámara de eco. En cambio, en un contexto de vida cotidiana, cuando Philippe dice “Lili, tengo sed”, expresa por lo menos dos deseos: necesita beber y ama a Lili. El más importante no es el que se formula, porque toda palabra es ante todo el signo de una necesidad de amor, de un llamado, y sin embargo espera que se le dé de beber, por lo menos en un primer tiempo. Entonces, al nivel del lenguaje, las cosas suceden de manera muy diferente en el sueño y en la realidad. En la realidad, la sed se expresa para obtener una satisfacción; en el sueño no se expresa, y lejos de satisfacerse, despierta otras sedes que, en cambio, duermen durante el día. En Philippe puede decirse entonces que el lenguaje de la vigilia muestra sin duda fisuras, está indudablemente lleno de lagunas como su lenguaje nocturno, puesto que deja ver bastante frecuentemente una fórmula desprovista de sentido como “POOR (d) j’e-LI”. ¿Por qué entonces el brote original en Philippe, en vez de hacerse normalmente representar y ocupar así, de sustituto en sustituto, la vida psíquica hasta el lenguaje, por qué el desplazamiento se malogró y culminó en esa sin salida de “POOR (d) j’e-LI”? Sin duda porque no hubo anclaje en el momento que se quiso. Sin duda porque un destete brutal dispensó al padre de cumplir su rol de separador. Esto es lo que nos enseñaría la continuación del análisis. Tal vez también haya faltado completamente el padre en persona. ¿Cómo saberlo? Hay un Jacques, hermano del padre, que parece haber cumplido, haber tomado a veces su lugar. Entonces la metáfora original no intervino. No llegó a separar lo que había que separar, para fundar de esta manera las oposiciones ulteriores, condiciones del discurso. La vida psíquica de Philippe se quedó como los pantanos en donde un nenúfar expulsa otro nenúfar indefinidamente. Ahí abajo se quedó, hiante, la pulsión originaria, la pulsión de muerte. Para fijar la ronda de las sustituciones falaces, Philippe puso un sello 186

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sobre su necesidad, una cicatriz que lo oculta pero al mismo tiempo lo castra. La cicatriz está sobre él, pero la rosa está en otra parte, tal vez en la claridad. No cualquiera puede mostrarle el camino; el paciente hace un llamado entonces al analista para que lo ayude a volver a convertir la cicatriz en dardo. Este llamado del analizado al analista toma la forma, desde el comienzo y a la llegada, de dos nombres propios, Georges-Philippe Hijo del Señor, con un signo de interrogación, y hace un llamado a Serge Leclaire para que éste retome consigo su historia en el momento en que su padre faltó, y para que le permita así reanudar la cadena significante, lo más cerca posible del primer eslabón simbólico. Tal vez Philippe culminará más tarde en una claridad donde podrá, vuelto hombre, coger la rosa. Vuelto hombre podrá igualmente hacerse llamar por su nombre propio, que no conocemos, y no Hijo del Señor. Hasta ahí, sigue siendo un niño que toma pecho de su nodriza, para gran satisfacción de ésta. Pero el paciente tendrá que liquidar su transferencia para no convertirse en el hijo del analista después de haber sido el hijo de su nodriza. Sólo entonces estará autorizado para llevar su nombre propio, que ya no será el de su padre, simbólicamente muerto. También podrá hablar en primera persona y dejar hablar en él a la segunda y tercera personas. Una vez finalizado el sueño del unicornio portador de su dardo dormido, Philippe, dos veces bautizado, habrá conquistado por fin su propia identidad. La transmisión del nombre propio es sin duda un hecho sociológico, pero el nombre propio va con la persona como el nombre común con la cosa, que no distinguiríamos si no fuera nombrada. De esta manera, llevar un nombre tiene un sentido y una acción sobre la persona, y puede hablarse de la conquista del nombre. Entonces, para el analista se trata de autorizar por poco que sea al inconsciente, luego de la separación de las personas, a fundar la primera. Desde esta perspectiva, la literatura sería un análisis magnificado en y por la persona del autor, mientras que, según la expresión de Jean Paulhan, sería un lenguaje amplificado donde metáfora y metonimia aparecen como vistas al microscopio. Pero el sueño no es un texto con nombre de autor; sólo es el revés de un poema. Serge Leclaire- Todavía tenemos por lo menos tres textos. Señorita Markovitch. Francine Markovitch- Me pareció que el comentario del sueño del unicornio planteaba ciertas dificultades que intenté precisar, pero el análisis no es un modo de pensamiento que me sea tan familiar y no estoy en la capacidad de elaborar con extremo rigor las pocas reflexiones que les propongo. Hay que admitir sin duda que la sustitución de los nombres reales por los que forjó el analista no deja de circunscribir y de ubicar todas las cadenas de significación que estos últimos proponen. Ahora bien, tal como se lo aborda en el texto en cuestión, ese riesgo parece corresponder a una disociación de la lengua; entre su aspecto fonético y su aspecto semántico habría una ruptura fundamental porque las sílabas de licorne se pueden tratar de manera aislada y, sólo después, como un paliativo, como el establecimiento de una relación, orientado como un vector, de lo fonético con lo semántico. En el fondo, este método parece implicar la precaución de tratar la lengua únicamente como huella acústica, allí donde Freud había liberado el problema de la disyuntiva en que se hallaba atrapado entre la contingencia del signo respecto al sentido y la relación unilateral, la causalidad entre signo y sentido. En esas condiciones, el punto en que desemboca, esa cadena significante “cuya contracción radical nos da el licorne, significante que aparece ahí como 187

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metonimia del deseo de beber, que es el que anima el sueño”, tal vez no nos hace pasar por un rodeo suficiente. Si “el análisis le descubre al paciente, en el coloquio singular que es, por los rodeos inéditos de su historia, las estructuras fundamentales, también para él, que son la estructura del Edipo y la de la castración. Desprende para cada cual los avatares de esos pocos significantes clave [...]” xiv , puede uno sorprenderse de que el personaje del licorne, sea tan pronto y sin un rodeo suficientemente largo, reducido a lo fundamental. Del tapiz de La Dama del Unicornio a la Fuente de Verdad protegida por Leones y Unicornios de la que se habla al final de La Astrea155, viaja un tema que, al inscribirse en un doble registro, sigue siendo uno sin embargo, registro del amor cortés y de la iglesia cátara por una parte, registro de la iglesia ortodoxa y del matrimonio por la otra. Que el unicornio sea un personaje como el León, es decir, que tenga un rol en el mito, no nos permite precisamente evitar el rodeo en cuestión: los desfiladeros del significante. Pero el mito no separa el León del Unicornio; los plantea juntos. Que aparezca un unicornio en ese sueño, y un sueño así es cosa rara, tanto como los recuerdos infantiles que se evocan (no todos tenemos la suerte de haber vivido en un país en que existe una fuente del Unicornio, llamada así porque la remata una estatua de un animal fabuloso, fuente que conduce también a otro lugar elegido, muy cerca, que se llama el Jardín de las ROSAS, y uno de los tapices de La Dama del Unicornio, el Gusto, nos muestra justamente una rosaleda), esta presencia del unicornio debería ponernos más atentos a la ausencia del león. Y también, si se considera únicamente el aspecto fonético de esas dos sílabas ¿qué vías de investigación no nos ofrece este ON [se] del impersonal cuando se intentaba mostrar que el nombre propio estaba en relación con lo más secreto del fantasma inconsciente? Habría entonces entre lo que se repite en el nombre del paciente, LI (y la repetición no es sólo insistencia) y el pronombre impersonal una especie de contradicción que tal vez no dejaría de tener relación con la ausencia del león. Se conoce el simbolismo del león y del unicornio en la iglesia ortodoxa, donde el león está del lado de la valentía y de la fuerza, el poder de la iglesia; puesto que hay una tradición en la iglesia cristiana que dice que el unicornio sólo pudo ser capturado por una virgen, se convierte en el símbolo tanto de la pureza como de la religión. Pero al seguir el desarrollo de los seis tapices de La Dama del Unicornio, se ve uno llevado a formular la hipótesis de que ese simbolismo autoriza una lectura cruzada, pues nos indica así mismo el otro registro, el de la herejía. Salvo que en ese punto aparece un desfase: la herejía y la ortodoxia no son el resultado de obliteraciones simétricas dentro de un campo único, pues la una es aquí como una máscara, como la voluntad de protegerse contra lo que ella llama la fascinación del maniqueísmo. Habría que admitir, para desarrollar esta hipótesis, que el orden de los tapices no es el orden en que se exponen actualmente en el Museo de Cluny, orden que revela más bien una cierta mitología resultado de los productos tardíos del cristianismo, sino el siguiente: el Gusto, el Olfato, el Oído, Para mi único deseo, el Tacto, la Vista.

xiv

Cfr. p. 90.

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GUSTO

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OLFATO

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OÍDO

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PARA MI ÚNICO DESEO

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TACTO

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VISTA

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Esos tapices parecen escenificar los sentidos como figuras fundamentales del cuerpo. La inserción del tapiz Para mi único deseo nos señala que aquí el cuerpo no es la metáfora de una realidad espiritual. Si hay homogeneidad entre esas seis escenas, éstas deben adentrarnos por la vía de un pensamiento del cuerpo. Para mi único deseo nos indica no obstante como un punto de inflexión de la curva en que se ubican esas figuras. Es el único tapiz que lleva palabras, lo cual no significa que el lenguaje esté ausente de los demás. Pero si esta serie de tapices es una historia atemporal, si es un drama que se desarrolla ante nosotros, tal parece que aquí tiene lugar una especie de crisis manifiesta en la contradicción entre el tema del cofre que es retomado en la tienda y el de las cadenas de la paloma, que también es retomado en las cuerdas que atan la tienda a los árboles. La tienda es como el punto de encuentro de esos dos temas. Al nombrarse, el deseo pasa por una reflexión, en el sentido preciso de retorno sobre sí, en lo imaginario, reflexión anterior a la reflexión especular. Y ese primer retorno sobre sí del cuerpo a través del lenguaje significa tal vez que la reflexión no es una estructura que pertenezca propiamente a la conciencia, al alma, pero que tampoco está distribuida de manera indiferente en todos los sentidos. Este corte, este blanco (pues Para mi único deseo no designa sentido alguno), indica que se pasa a otro orden, y se pierde la gracia de los primeros tapices. Al anhelar sus propias cadenas, el amor sólo puede reflejarse infinitamente en lo imaginario, indefinidamente, y es ahí donde él busca su propia muerte. Para mi único deseo es pues el signo de que sólo hay un deseo y de que no es posible que sea predicado del cuerpo, sino que él mismo es ese cuerpo. Al nivel de los sentidos se plantea una diferenciación del deseo. En el placer vinculado al ejercicio de todo sentido se plantea ya esa facultad de retorno sobre sí, que es la dimensión de lo reflexivo; es en ese punto, que es utilización del quiasma, que puede nacer la estética, y el espectáculo. En otros términos, la estructura del deseo es tal que, al designarla como falta, como corte, hace del placer no la satisfacción, no la cicatrización del corte, sino el retorno sobre sí de ésta. La consecuencia de esto es que la reflexividad no es una estructura que pertenece propiamente a lo inconsciente, sino que hay una distribución de la pareja consciente / inconsciente en la espesura carnal, por decirlo así. La superficie corporal, el lugar de la percepción, es el espejo en que se refleja el deseo. El deseo está en cuestión en ese retorno sobre sí del cuerpo. Esto no significa que haya una génesis del deseo a partir de los sentidos, pues es más bien esta posición corporal el lugar en donde se origina el tiempo. La posición relativa de los roles en el amor cortés, que es la máscara en que se expresa la herejía cátara, lo único que logra así es proyectar este reconocimiento de la situación del deseo: de quererse a sí mismo, lo que encuentra es la muerte y es lo único que puede encontrar. Lo que habría que articular aquí es la ausencia de simbolismo en este tapiz; el drama de los tres pájaros en la parte superior del tapiz, las actitudes heráldicas de los animales a ambos lados de la Dama, los escudos que llevan, la posición de los árboles del norte, el roble y el acebo respecto a los árboles del medio, el naranjo y ese árbol exótico, la atmósfera que crea la distribución en el tapiz de los animalitos, que parecen espiar al zorro, el lobo y la pantera, la presencia de dos banderas y su intercambio, la presencia al final de una sola bandera, la bandera cuadrada, gules con banda azur que llevan tres lunas de plata, todo eso sólo es simbólico para nosotros porque, al parecer, sólo puede tocarnos si realizamos una especie de trascendencia, es decir, si bloqueando el problema del sentido entre lo afectivo y lo racional, nos vemos obligados a buscar una tercera dimensión que sobrepase lo conceptual. La astucia de la ortodoxia consiste precisamente en haber planteado esta alternativa, y por lo tanto la necesidad de un sobrepaso que eluda lo

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imaginario, en lugar de comprender el sentido como la torsión sobre sí mismo del deseo. Ahora bien, esto es lo que está en escena en los últimos dos tapices. El tacto y la vista son los dos sentidos en los que se articula el pensamiento lógico de que se trata aquí mismo. En el campo del Begriff, del concepto, se juntan tanto el gesto de dominio, de dominación de la mano, y la mirada, la reflexión especular, es decir, ese juego en la superficie del espejo que desconoce la profundidad del espejo, el otro lado del espejo. Y si el tapiz la Vista es el último, tal vez sea para sugerir en este final dramático como la posibilidad de un retorno; veríamos entonces, como un cierre del ciclo de esos tapices. Tal vez en el Tacto se haya capturado por fin al unicornio. Pero al revelar quién puede capturarlo, como todo el mundo sabe, el tapiz desune una unidad; lo que comienza es otra historia, donde el deseo sólo puede seguir siendo deseo y perderse en lo imaginario: esta ofrenda, en cierta forma, que constituye la forma Para mi único deseo es un final, una muerte, no en el sentido de un carácter único y singular de la muerte, sino en el sentido en que hay una pulsión de muerte. Cuando la reflexión especular tienta la posesión y el saber, lo que encuentra el deseo es otra figura de la muerte, pero la ortodoxia es presa aquí de otro maniqueísmo diferente a aquel con el que ésta le reprocha la fascinación a la herejía. No están ambas en el mismo plano. La ortodoxia adecúa el deseo exilándolo, opera sobre éste una especie de economía que redime con la singularidad de la muerte. Al plantear la trascendencia respecto a lo racional, desconoce lo imaginario; en otras palabras, al mismo tiempo que reconquista el deseo en el punto preciso en que toca el deseo de muerte y se constituye como tal, escamotea la muerte. Ya que hace mucho tiempo nos rehusamos a ubicarnos en esta exterioridad respecto al cuerpo que es el ángulo histórico, tenemos que plantear la pregunta del sentido de la castidad cátara respecto a la divinización del cuerpo que produce el Renacimiento y que se transparenta en el tapiz de Pierre d’Aubusson. Esta divinización del cuerpo, asunto que retomó Nietzsche, extrañamente con la misma intención, es así mismo una divinización de las potencias nocturnas y de lo imaginario en oposición precisamente a este pensamiento ortodoxo, para el cual las metáforas de la luz, si se las reemplaza respecto a la mirada y por lo tanto respecto al cuerpo, tal como lo hicimos son únicamente las de la lucidez diurna. En efecto, tal vez lo que se expresa en la mística cátara sea algo diferente a una doble polaridad entre la sombra y la luz. O más bien, la sombra y la luz no son dos principios, sino que se cruzan en la naturaleza misma del deseo. No es imposible que la castidad cátara sea un sentido del cuerpo. Este pensamiento es estimado por el Renacimiento (que en este punto es herético) como una especie de muerte; considérese únicamente la manera como Miguel Ángel, en la tumba de los Médicis en Florencia, pule y esculpe el cuerpo de la noche en una especie de perfección y de plenitud donde todas las curvas parecen cerrarse sobre sí, mientras que la forma del día parece ser únicamente un esfuerzo por salir de la materia. De esta manera, esta posición de lo imaginario nos induce a no comprender en el lenguaje de los símbolos; aquí el uso de esta palabra es libre y no corresponde al del seminario. Si el pensamiento conceptual necesita del símbolo, el pensamiento del cuerpo no surge de una única inversión de los términos, imputable a una simetría geométrica. Lo que cae aquí es el simbolismo mismo.

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“El cuerpo creador se creó el espíritu como la mano de su querer – Das schaffende Selbst schuf sich Achten und Verachten, es schuf sich Lust und Weh. Der schaffende Leib schuf sich den Geist als eine Hand seines Willens.” xv En la mayoría de los pasajes en que Nietzsche habla del cuerpo, vincula el cuerpo con la estructura del Sí, Selbst, como para significar esa reflexividad del cuerpo propio. Lo importante es notar aquí la convergencia que existe entre el pensamiento budista y ciertos aspectos del pensamiento occidental. Al elaborar la noción del yo cósmico, lo que Nietzsche trae es la idea de cuerpo trascendental, aunque no haga uso de la expresión. Si este tapiz es en realidad un poema de doble entrada, por así decirlo, si como todo poema cátaro significa en dos planos, de tal manera que le permita una lectura diferente a cada iglesia, no resulta imposible figurar de esta manera esa continuidad en la historia del deseo. Antes de que se constituya como ese retorno del corte, era necesaria primero esa figura de la identificación que se encuentra presente en el primer tapiz, donde la Dama le da granos al halcón. Ella está delante de una rosaleda, pero en el segundo tapiz la rosaleda ha desaparecido. Los perfumes son la forma más sutil de esta distancia, de esta diferencia que, por su única presencia, sin que se trate aún de la complicación del corte y del retorno, plantea el cuerpo. Las banderas intercambiadas, en el Oído, están en el punto que precede al deseo como una especie de apogeo del cuerpo, como la dimensión del llamado. Ya se lee allí una melancolía. Y no obstante, sólo respecto a lo imaginario, sólo porque el cuerpo está en una especie de conjugación con el lenguaje, es posible esta dimensión armónica del cuerpo, este escuchar. De esta manera, la continuidad entre esos tapices está, no en el paso del uno al otro sino en una profundización de uno, cualquiera sea. Al parecer nos alejamos de ese sueño del Unicornio. Tal vez para completar este rodeo con algunas sugerencias, sería necesario subrayar la persistencia del paciente en desplazar el sentido de ciertos significantes del sueño sin tener en cuenta ese carácter, insólito sin embargo, que dice él experimentar en el sueño. Es gracias al método de la asociación libre que se ve llevado a adherirse a esa palabra arena [sable] de los significantes tomados de la vida diurna y unívoca. En el lenguaje de armería, de heráldica, sable es el nombre del color negro. Él se cuida mucho de acentuar el carácter mágico del bosque de árboles coloreados con tintes vivos y simples, aún cuando éste habla, por decirlo así; cuando sueña con numerosos animales de la selva, un unicornio pasa delante de él, es decir, justamente el animal mítico que no es del mismo tipo de todos esos animales, y que le da su forma al secreto de este bosque. Todos los recuerdos que evoca parecen excluir la reminiscencia (es la distinción de Kierkegaard entre rememoración y memoria), y, por decirlo así, el analista se ve tentado a entrar en el juego. ¿Acaso el paciente no se la ha jugado por su propio deseo? ¿Y el analista no se ve llevado en cierta medida a perseguirlo? Planteábamos la pregunta sobre si el amor cortés es el símbolo de la mística cátara. Muy al contrario, parece que el cuerpo no puede jugar el papel de símbolo, sino que lo que se introduce aquí es la única forma posible del pensar, el corte de la trascendencia inherente a lo religioso, por el hecho mismo de la reconciliación simbólica, es sólo la máscara de la ortodoxia. Ella llama fascinación del maniqueísmo al juego del deseo y de la muerte; hace de la muerte única un paso y, por ahí mismo, como ya lo dijimos, la birla. xv

“El sí creador se creó la estima y el desprecio, se creó el placer y el sufrimiento. El cuerpo creador se creó el espíritu como una mano de la voluntad”. Cfr.: Fr. Nietzsche, Ecce Homo, en 106.

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No por azar esas figuras del deseo se nos aparecen tejidas con los hilos de color y la trama de un tapiz. Nuestra cultura no nos transmitió todo eso en la materia de un bajorrelieve ni en la ilusoria profundidad pictórica, sino que nos la dio en la superficie viva de un tapiz, en el espesor de su superficie atravesada del derecho al revés por algo que vuelve a aparecer en el sueño en forma de cuerpo femenino. Lo que parece indicar el sueño, y lo que justamente es rechazado en la metáfora de la cuenca que forman las palmas de la mano, es una forma empobrecida y esquematizada del cuerpo: el sentido. Al contrario, la vectorización parece ser la siguiente: lo que el sueño indica sobre el cuerpo sólo está ahí para sugerir la presencia rechazada de ese tapiz, y a través de ésta, la conjugación más esencial de esas seis figuras del deseo, que es en fin, el cuerpo. Jacques Lacan- Sin perjuicio de los demás (ya se verá qué decisiones se toman) se multicopiará este informe en verdad notable. Como sólo hasta la próxima semana tendrán el texto de Jacques-Alain Miller, probablemente éste lo encontrarán un poco más tarde. Serge Leclaire- Por mi parte, lo primero que quisiera por supuesto, es que se retome este texto de la señorita Markovitch, teniendo presente también ante los ojos la serie de tapices de La Dame à la Licorne, lo cual no es tan difícil pero tal vez prefiero, en vez de responder, en vez de agregar también yo un comentario a esta discusión, dar la posibilidad, lo cual no será muy largo, a dos personas que también quisieron escribir, es decir, a la señorita Mondzain y al señor Major, de que les transmitan sus reflexiones. Marie-Lise Mondzain- Luego de los informes que ya se realizaron, me queda un poco la impresión de que las pocas reflexiones clínicas que me sugirió el texto de Leclaire van a traslaparse con cosas ya dichas y parecerá un poco como una repetición. No obstante, las entregaré como tales, ya que se me piden, empezando tal vez por lo último que le escribí a Leclaire, en razón de que las intervenciones precedentes pusieron el acento sobre el término “POOR (d) j’e-LI”. Leclaire nos había dicho en su texto que en general era bastante difícil para el analista obtener la comunicación de tales fórmulas, cuyo develamiento aparentemente tan anodino, dice él, tiene algo que se parece como al extremo de la impudicia, hasta como al límite del sacrilegio. Sobre todo puso el acento en el asunto del sacrilegio mostrándonos cómo el término “POOR (d) j’e-LI” estaba relacionado con el nombre del padre, con el nombre del paciente, con el patronímico. La señora Lemoine aludió hace poco a la significación posible de ese nombre Elhyani, hijo del Señor. Fue algo que yo también me planteé, pero tampoco sé más hebreo que ella. Por lo demás me pregunté si el nombre Elhyani era el nombre real o si se trataba de un nombre forjado. No quita que la convergencia sería en todo caso bastante sorprendente. Es un nombre con una resonancia semítica y en las Tablas de la Ley hay un mandamiento que dice: “No pronunciarás el nombre de Yahvé, tu dios, en vano”. Pensé que alguien que se llamaba Georges-Philippe Elhyani, ya fuera judío o hasta tal vez cristiano, no podía ignorar tal mandamiento y que el término “POOR (d) j’e-LI” podía aparecer, en cierta medida como una especie de taco y de sacrilegio en el sentido religioso, una manera de decir ¡maldición! [nom de dieu!] con enorme astucia y con esta forma de disfraz que es propia a veces de ciertos síntomas neuróticos, de rasgos clínicos que como analistas

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conocemos bien, en los que la trasgresión se revela de manera tanto más clara cuanto que quiere aparecer como camuflada. Hay otro aspecto de ese fonema “POOR (d) j’e-LI” que me llamó la atención, así como Oury y otros hablaron en el plano fonemático. Yo no tengo fuentes tan precisas como las que ofreció Oury. Fui a buscar en libros de psicología infantil, en fuentes bastante triviales, porque tenía la sensación de que esto me recordaba algo, de que me recordaba las palabras o los términos que inventan fácilmente los niños y sus juegos verbales. Lo que encontré no me satisfizo y al mismo tiempo fue un tanto satisfactorio, en el sentido en que todas las observaciones son prácticamente unánimes al subrayar que hay ciertos sonidos que aparecen antes que otros y que, por ejemplo, un sonido como la r es uno de los más precoces, particularmente asociado con los sobresaltos corporales agradables en los que sería bastante característico. La letra p sería una de las primeras consonantes que se pronuncia y en efecto se habla fácilmente de laleo. Ese vínculo entre los juegos verbales y los sobresaltos corporales agradables me llevó a plantear si habría un vínculo posible entre una expresión fonética de este tipo y el aspecto corporal agradable, ese placer físico que podía asociarse allí o que podía haberse asociado, y me pregunté, le pregunté a Leclaire si la dificultad que podía encontrar allí para obtener tales fórmulas, para obtenerlas por regla general, no podía ser el resultado de un olvido extremadamente precoz que sería contemporáneo o del mismo tipo, que iría en el mismo sentido que el olvido tal vez de la primera experiencia corporal agradable, hasta de las primeras masturbaciones que la observación misma de los lactantes parece haber realizado. Esto vendría a confluir con un problema del que Leclaire dijo que nos hablaría, que es el del inconsciente y de la cadena significante respecto al cuerpo y respecto a los problemas corporales. Este asunto del cuerpo, y del cuerpo de Philippe, me lo he planteado así mismo al nivel del sueño. Ya se dijo aquí cómo podía situarse el lugar de Leclaire en el sueño, respecto a esa claridad. Leclaire nos habló de ese sueño diciéndonos que era un sueño de sed, y situó el lugar del deseo al nivel de esta sed, si entendí bien. Para ser un sueño de sed, si se toma el término en el sentido de un sueño cuyo origen sería la sed, que tendría una fuente somática, no corresponde precisamente con lo que clásicamente se conoce de tales sueños en los que se esperaría, por ejemplo, con que Philippe sueñe por lo menos con una fuente; que sueñe con agua; que sueñe con cualquier líquido que absorber. En eso parece que hubo un cierto aplazamiento entre el sueño que desemboca en una claridad, que de hecho no se la espera, y la manifestación de la sed. De buen grado le preguntaría a Leclaire si el término de sueño de sed no debería tomarse en el sentido de que fue el sueño el que le provocó sed a Philippe. Porque en el fondo hay dos tiempos en el movimiento del relato que Philippe le hace a Leclaire; está el tiempo del sueño en que Philippe duerme, en que Philippe está recostado, en que Philippe sueña con Leclaire (sueña a Leclaire, así como en el diván del análisis está Philippe hablándole a Leclaire), y está, planteado en el discurso, un Philippe que sale del sueño, que se despierta para ir a beber y que, en ese momento, ya no es el Philippe ligado al deseo de Leclaire sino el Philippe ligado a Philippe-tengo-sed, al cuerpo mismo de su infancia y que, en el fondo, se orienta en dirección de otro deseo. Philippe-tengo-sed es un Philippe único en el mundo, único y distinguible de todos los Philippe del mundo, tal vez por su madre quien posiblemente lo alimentó cuando era niño o, en su relato por lo menos lo que aparece es 199

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otra figura de mujer, la de Lili, quien lo apodó Philippe-tengo-sed, y quien lo saludó de esa manera en tanto tal. Jacques Lacan- Lo que dijo la señorita Mondzain es en verdad importante. Yo le había pedido a Israël que interviniera. ¿Tiene algo listo? Lucien Israel- Me abstengo... Jacques Lacan- Entonces se lo pediremos a Major. Serge Leclaire- Voy a pedirle a Major que concluya, rogándole que venga enseguida, con una especie de comentario analítico de un talante muy cercano, al parecer, al material que ya se ha traído aquí, y la próxima vez quisiera tener la posibilidad de decirles lo que quería como conclusión de esta discusión, subrayar y [sic] aquello en lo que quería poner el acento a este respecto, a saber, el carácter tan particular de lo que aquí está en cuestión, del objeto del que puede tratarse, en la medida en que se trata de una fórmula, de una jaculatoria, de algo que se dice en voz alta o en voz baja. Y sobre todo quería recordarles al respecto otro elemento del análisis de Philippe que es el del sueño de la sierpe, al que de hecho se refiere Major, donde hallamos de manera aún más precisa lo que concierne al llamado. René Major- Yo diría que esto podría girar en torno al encuentro del deseo del analista y del advenimiento del sujeto, sobre la pista del nombre propio. Voy al punto más central. Es en el terreno privilegiado de lo inconsciente, por supuesto, de donde el sentido emerge del no-sentido, donde, en cuanto al nombre propio y sus relaciones con el fantasma fundamental, Serge Leclaire nos ha conducido hasta el borde de una trasgresión con el rigor de una lógica de tipo primario. Nos ilustró los mecanismos fundamentales del inconsciente: la sustitución metafórica y el desplazamiento metonímico. Al texto inconsciente del sueño del unicornio de Philippe, “Lili – plage – SOIF – sable – peau – pied – CORNE” elaborado en 1960, le agregó en enero pasado lo que correspondería a la transcripción fonemática del fantasma fundamental de Georges-Philippe Elhyani: “POOR (d) j’e-LI”. Nos dio los criterios que lo llevaron a distinguir, a retener, a subrayar tal pareja fonemática en vez de tal otra en su proceso analítico. Los criterios que escogió se apoyan esencialmente en tres conceptos fundamentales en psicoanálisis: la repetición de los elementos significantes, la irreductible pulsión cuyos representantes sufren el efecto de la represión, del desplazamiento y de la condensación, y por último la ausencia constitutiva de relaciones lógicas y de contradicción en el nivel primario de los procesos de lo inconsciente. Inconsciente, pulsión, repetición, en su indisoluble vínculo, llaman sin embargo a un cuarto concepto, tal como insistió en ello Lacan en su seminario sobre los fundamentos del psicoanálisis: la transferencia86. De hecho, algunos de los que ya hablaron volvieron sobre la transferencia. Me vi tentado a dar cuenta de esto aplicando el mismo método que desplegó Serge Leclaire, particularmente en su articulación con el nombre propio, pero esta vez me toca a mí conducirme hasta los límites de una nueva trasgresión: la de levantar el velo sobre la situación analítica, de donde, como tercero real, estoy excluido, para interrogar el deseo del analista. Posición difícil si lo es, donde se corre el riesgo de sorprender su propia mirada sobre lo invisible.

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Será a partir de dos sueños de Philippe que intentaré primero descubrir las huellas de transferencia en el nombre propio. Luego me aventuraré a abrir un camino en el lugar, en el coloquio singular de la experiencia analítica, del advenimiento del sujeto colocado en el deseo del analista, transcribiendo fonemáticamente el fantasma fundamental de Philippe. ¿No nace acaso de esta conjunción en análisis lo que Leclaire llamó en otro lugar el encuentro incestuoso? Lo que trato de puntuar aquí es este encuentro incestuoso en la articulación de la colusión de los nombres propios del analista y del analizante. Habría que hablar mucho más ampliamente de este encuentro. Básteme en esta ocasión con decir dos palabras más. En virtud de que la barrera de represión constitutiva de lo inconsciente se sobrepone a la barrera del incesto, el objetivo del análisis que aparece como develamiento del sentido, hasta del sentido de los orígenes, al intentar modificar el equilibrio sistémico, al intentar hacer conciente lo que es inconsciente, se vuelve una aventura incestuosa en potencia, mantenida en los límites de su virtualidad, tal como lo hizo Freud de manera ejemplar cuando, al realizar su trabajo princeps, la Traumdeutung, resuelve el enigma que se le plantea hasta entonces a él en su viaje a Roma, cuyo anagrama es amor, y hace que se despliegue en el orden simbólico lo que se movía en el imaginario. ¿No es en la renuncia a la fascinación del deseo, en su incidencia ligada a la madre y a los orígenes, tal como Edipo, o su asunción en su indisoluble vínculo con la castración, que tiene lugar el acceso al sentido, a la conciencia de sí, en oposición a la conciencia universal que es desconocimiento del deseo y de la castración? Volvamos a los dos sueños de Philippe, del que recuerdo sólo las dos últimas frases. Del sueño del unicornio, “marchamos los tres hacia una claridad que se vislumbra, más abajo”, elemento que ya fue subrayado; y del sueño de la sierpe, la última frase que también me parece relacionada con la transferencia, en que se habría herido entonces con un objeto oculto en el hueco. “Lo busco, pensando en un clavo oxidado. Más bien parece una sierpe”, subrayo sierpe [serpe], figurativos del apellido y el nombre del analista. Philippe intenta satisfacer su deseo de beber en la fuente del unicornio, estanque de su recuerdo, con el que se asocia el LI de Lili y con los cuales vienen a relacionarse los restos diurnos, evocación de su paseo en el bosque con su nieta Ana. Reconocemos ya los fonemas que constituye su nombre, ELI AN I. Acechando al jabalí, había notado, hacia el fondo de un valle por donde corría un arroyo, el agua clara [l’eau claire], la claridad del sueño, numerosas huellas de ciervos, de ciervas que señalaban uno de los puntos a donde llegaban a beber los animales. Como se sabe, el unicornio se representa con cuerpo de caballo pero con cabeza de ciervo. Intentemos reconstruir el discurso llenando las lagunas a la manera de un rebus, volviéndole a dar a los fonemas de la cadena inconsciente, el soporte de un discurso preconsciente: “por las huellas, y en la cabeza de un ciervo, llego a beber el agua clara de la buena palabra –podría decir Philippe en una fórmula no desprovista de la ambigüedad que sitia al obsesivo– donde, reflejándose en la fuente y sólo ofreciéndose como fortaleza inexpugnable para resistir mejor, este bonito cuerpo sólo me sirve a mí [ne sert qu’à moi], y sólo a mí-yo”, donde vuelve a hallarse el unicornio y, en la contracción radical del segundo miembro de la frase, el nombre propio del analista, tallado en el mismo mí-yo que servía para nombrar a Philippe.

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O también, constituyéndose como falo del analista y buscando la complicidad de este último para enmascarar su poco sujeto, según la fórmula de Leclaire: “del ciervo, yo soy el cuerno”. Pero, de hecho, ¿quién soy? ¿Dónde situarme y a qué sitio y lugar vendría yo? Apoyándome en el yo [Je] del analista, en su nombre SER-GE y convirtiéndose de esta manera durante un tiempo en su siervo [serf], Georges se constituye como sujeto deseante, quien, al desear el falo, el que Lili desea, lo llevará en la cabeza como en la onomatopeya que da el analista, traducción del fantasma fundamental “por yo [pour je]”. Aquí vuelve a encontrarse, en su ineluctable inversión, el juego apodíctico del “luego pienso” cartesiano. Pero continuemos prestándole a Philippe, respecto al segundo sueño, el siguiente discurso: “lo que me inflinge [inflige] esta herida en el pie es una sierpe [serpe]”. Y he ahí que la exquisita diferencia, señal del elemento inconsciente, llega a alojarse en dos fonemas, PE y JE, oposición del pene-falo y de la garganta como representantes de los dos polos de la bisexualidad del eso piensa y del yo soy, comentario del Wo es war, pero sobre todo de dos fonemas a partir de los cuales el analista forjó el nombre de Georges-Philippe Elhyani dejando allí la huella del suyo propio. Del PE de sierpe salió Philippe en 1960, nombre que fue completado en 1965 con ayuda del JE de Serge para dar Georges, y por último Elhyani, en que su advenimiento como sujeto se sitúa entre la fascinación por la cama [lit] de Lili [por el LI de Lili], y el libre saber de su analista, al igual que Freud fascinado doblemente por su joven y bonita mujer y por el saber bíblico de su padre. Tres fonemas PE, JE, LI, que volvemos a hallar en la transcripción del fantasma fundamental “POOR (d) j’e-LI”. Si entre el PE y el JE de “POOR (d) j’e-LI” aparece el OR que en su reversión hizo surgir la ROSA, en el COR del unicornio, en un movimiento idéntico, surge la roca, la de pulsión de muerte, tope del deseo y de la castración; pulsión de muerte constitutiva, en los términos de Leclaire, del sujeto deseante, pero también, roca de la irreductible singularidad del sujeto. El analista hará ascender esta herida que la sierpe inflingió al pie, no sin dejarla rezagarse en su verdadero lugar hasta la cabeza, cabeza del ciervo con un sólo cuerno, donde el JE de Georges-Philippe se estrechará en torno al orgulloso símbolo para constituir su identidad fálica; bonito puerto. Serge Leclaire- Intentaré responder y concluir el próximo miércoles. Traducción: Pio Eduardo Sanmiguel Ardila. Colaboraron en la revisión de la traducción y de esta versión en español: Belén del Rocío MORENO CARDOZO, Carmen Lucía DÍAZ LEGUIZAMÓN, Eduardo ARISTIZÁBAL CARDONA, Javier JARAMILLO GIRALDO, Mario Bernardo FIGUEROA MUÑOZ, Pilar GONZÁLEZ RIVERA, Tania ROELENS HRNCIROVA. Posteriormente he recibido precisiones, anotaciones, correcciones de Sylvia de Castro K., Myriam Cotrino y Luisa Matallana L., a quienes agradezco sinceramente el haberse tomado el tiempo para anotar sus dudas y enviarlas a este correo. Esta traducción continúa en proceso; así que, cualquier duda, comentario y/o precisión serán bienvenidos; comuníquelos, por favor, a la siguiente dirección electrónica: [email protected]

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Lección 14 31 de marzo de 1965

Me propongo que, en algún lugar, una parte de lo que intento desarrollar ante ustedes este año, y que será actualizado en el seminario cerrado, no quede en esa especie de suspenso académico en que quedan a menudo las cosas en los debates de las sociedades científicas, que así se llaman en el psicoanálisis. Para decirlo todo, prefiero que tengamos la sensación, por lo menos al comienzo, de consagrar tal vez demasiado tiempo a cavar un mismo tema. Prefiero caer en esa falla, en ese inconveniente, que en el inconveniente contrario, es decir, que se tenga la sensación de que lo único que se ha sacado son preguntas pendientes. Sobre el tema del informe de Leclaire, que estará también hoy a la orden del día, tal vez puedan tener la impresión, al irse, de cosas aún imprecisas o de un dilema no resuelto o no colmado. Pienso poder encargarme, más tarde, de ofrecer un cierre a lo que se haya planteado como pregunta. Para decirlo todo, quiero que la pregunta se desarrolle, y en un sentido distante de esta cosa con que nos encontramos en el camino: originalidades. En caso contrario, nadie habría conocido qué testimonio podría dar la pregunta de lo que estamos en capacidad de escuchar aquí. Lo que se totaliza a diversos niveles son beneficios. Lo esencial es la articulación de la pregunta. Por supuesto, las personas que se descubren de esa manera aportan aquí elementos preciosos. Exactamente, hay cosas que sólo pueden ser dichas con toda su precisión en la medida en que se elaboren aquí ciertas preguntas en respuesta. Creo que lo que sigue del curso que les hago este año sólo puede en realidad alimentarse con la manera como se abren aquí las preguntas, al nivel de las dificultades que plantean, digamos, no necesariamente a cada cual sino a más de uno. Esa puede ser ocasión para precisiones a un nivel mucho mayor que el que puedo lograr en primera intención. Señalo que, no estando todo precisado ni a punto, hay personas que, el martes pasado, es decir, lo intentaron la víspera del seminario cerrado y no encontraron ni el informe de Leclaire ni el informe de Jacques-Alain Miller en la calle de Varenne. Allá están desde el miércoles pasado por la mañana. Todavía pueden conseguirlos y adquirirlos. Creo que ahora tiene usted algo que decir, Leclaire ¿de una vez? Serge Leclaire- Creo que lo mejor para continuar la discusión es dar una vez más la palabra a un cierto número de personas que han manifestado el deseo de tomarla. Yo también deseo tomar la palabra, no precisamente para responder sino para participar en la discusión. En ese momento veremos, en el punto en que estemos, si surgen otras intervenciones no preparadas. Entonces, Safouan pidió hacer algunos comentarios. Le doy enseguida la palabra. Moustapha Safouan- Le pedí la palabra al señor Lacan porque la última vez escuchamos muchas cosas que eran justas pero también escuchamos algunas propuestas que eran francamente falsas, de manera que sería inútil proseguir esta discusión si no sacamos en claro el error de partida. Por ejemplo, se nos dijo que la barrera que separa consciente e inconsciente es la barrera 203

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del incesto. Me pregunto de dónde se sacó eso. Tal vez se tuvo la tentación de hacer una especie de teoría generalizada. Ahí están el psicoanálisis y la antropología [...]. Está bien, con tal de que se sepa lo que se hace. Pero para empezar, ¿qué quiere decir eso? Eso quiere decir que la barrera que separa el sistema consciente y el sistema psíquico del inconsciente es la misma que se erige entre el niño y su madre para impedirle acostarse con ella. Tal vez fuerzo un poco las cosas... bueno, que me den otra definición del incesto. Se me dirá que él no necesita ir a acostarse realmente con ella y que basta con que lo imagine para que esté ahí, en el incesto. Muy bien, pero si las categorías del señor Lacan están ahí para venir en nuestra ayuda, aún falta preguntarse si no hay en eso un abuso. Porque, lo que sucede en ese caso es que uno está obligado a utilizarlo aún más y se dice que él se lo imagina, pero invisiblemente. Es correcto, en su conjunto. Digo en su conjunto porque en ocasiones sucede también que el sujeto se vea, por ejemplo, al fondo de un corredor, en un atolladero. Ya se sabe lo que le sucede... lo que no deja de sucederle. Pero bueno, si él se ve invisiblemente y sin saberlo, no deja de plantearse el asunto con mucha más insistencia, a saber, ¿qué lleva pues al sujeto a salir de ese aislamiento? Una vez más ¿cómo llega a sospechar que él está ahí, sin saberlo, aún cuando lo haya olvidado completamente? Aquí, la experiencia psicoanalítica no deja duda alguna sobre la conclusión: es exactamente en la medida en que algo de la barrera del incesto se mantiene en su lugar, es decir, en la medida en que el Nombre del padre conserva aún para el sujeto algún sentido, y dije el Nombre del padre porque sabemos que en lo que concierne al padre real, es decir, al padre en su irreductible referencia a la posición del niño, ese padre, ya está muerto desde hace tiempo tal como el sujeto lo quiere. Entonces, es en la medida en que el Nombre del padre conserva algún sentido para el sujeto, que algo justamente puede llegar del inconsciente y abre paso hacia la conciencia. Si se pudo plantear la idea contraria, la exactamente opuesta, como ustedes ven, tal vez es porque se ha operado sobre una frase como ésta: "la ley no afecta únicamente al deseo; también a su verdad". Tal vez fue una frase que se dijo, que se escribió en alguna parte, pero jamás he escuchado que el señor Lacan la haya dicho así. Y aún cuando la hubiera dicho, no habría sido difícil ver qué entiende él con eso. Aquí, Ley no designa seguramente la condición del incesto; aquí, Ley designa la censura o más precisamente aún, la Ley del Otro, la ley de la autoridad del Otro. Como lo dice el señor Lacan, esta autoridad es esa autoridad oscura que le confiere al otro ese primer decir y que le da a sus palabras su valor de oráculo. En resumen, lejos de ser lo que afecta la verdad del deseo, la Ley, la moral del padre, es justamente lo único que rige la verdad. Otra propuesta que no se dijo aquí y sobre la que es igualmente importante tomar posición porque es necesario aclarar de qué se trata en el material que nos trae Leclaire, tanto más cuanto que es el mismo Leclaire el autor de esta propuesta, a saber, que el psicoanálisis y la experiencia psicoanalítica deberían llevar al sujeto hacia lo siguiente: hacia algo que sería como una transgresión, o vivida como transgresión (de paso les digo que es exactamente lo mismo pero todo está ahí): hacia un encuentro incestuoso. Pienso que ahí tampoco hay duda posible sobre la conclusión que nos impone la experiencia psicoanalítica, a saber, que si el sujeto durante la experiencia psicoanalítica debe ser llevado a realizar alguna transgresión, se trataría justamente de la transgresión de la tentación permanente de la transgresión. [...] transgredir justamente. No tenemos que conducir al sujeto hacia un encuentro incestuoso por la simple razón de que cuando viene a nuestro encuentro, ya viene 204

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con ese encuentro [...]. No hay que olvidar que mientras haya un análisis, tenemos que vérnoslas justamente con Edipos fallidos, fracasados. No tenemos que conducir al sujeto a franquear los límites o a imaginarse que él sobrepasa los límites, porque ¿qué otra cosa hace en su imaginación? Justamente lo conducimos a lo siguiente: a palpar que hay un límite que, en ningún caso, debería ser franqueado. Lo que [...] al final de un análisis, es la figura paterna, la figura paterna tal como opera en el complejo, es decir, la falta, tal como se manifiesta en un sujeto de sexo masculino en forma de una amenaza de castración, y en un sujeto femenino en forma de envidia del pene, lo cual nada tiene que ver con la demanda del pene. En otras palabras, el reconocimiento por parte de uno de estos de que no podría hacer uso de su falo salvo si lo somete a una jurisdicción precisa aún cuando no sea escrita, y la extirpación en el otro, quiero decir en el analizado de sexo femenino, de toda identificación con la madre en tanto omnipotencia. Ahora que se han afirmado o reafirmado esas evidencias, puedo pasar al material que nos aporta Leclaire. Primero que todo, ese “POOR (d) j’e-LI” no es un fantasma. Aquí concuerdo con la opinión de Oury, a saber, que ahí hay algo que está más cerca de aquello con lo cual el sujeto se fantasmatiza que del fantasma mismo. Más precisamente, yo diría que el fantasma no está en “POOR (d) j’e-LI”; está en el hecho de que el sujeto, al balbucearlo, se nombra. Demos un pasito de más: se nombra sobre fondo de un “él no sabe”. Y justamente, ese “él no sabe” es lo que por mi parte yo consideraré como el fantasma fundamental del sujeto; quiero decir que todos los fantasmas se alimentan al abrigo de ese “él no sabe” [...]. Ahora bien, en ese fantasma la señorita Mondzain no dejó de ubicar, con una perspicacia en verdad admirable, la transgresión que se urdía. ¿Y qué quiere decir esto? Quiere decir que uno no puede tomar tal idea del señor Lacan y desechar la otra. Con eso quiero decir que, por ejemplo, las tesis del señor Lacan sobre el nombre propio pueden verificarse en todos los casos a través de la experiencia psicoanalítica, esto es, que no hay en verdad un análisis en que el sujeto se vea conducido hasta ese punto radical en que su deseo resulte seriamente interrogado, sin que aparezca en primer plano del análisis el nombre propio, y más precisamente la relación del sujeto con el nombre propio, como en un punto donde puede postergarse aún por un tiempo su deseo ante esa vacilación radical que sólo el psicoanálisis puede provocar, y que en efecto provoca. ¿Qué sucede ahora? Lo que sucede es que a veces escuchamos comentarios como éste; cito: “En el fondo, el nombre, es eso: el nombre propio. El nombre es siempre el nombre de alguien o de algo diferente, es el nombre del padre o apellido, o también el apellido del marido, pero mi nombre propio es mi verdadero nombre, es ahí donde soy en verdad”. ¿Y qué significan comentarios tan desesperadamente ingenuos, aún cuando tengan el mérito de fluir naturalmente, quiero decir, de aparecer como por primera vez? Esto significa que la falta de donde el sujeto extrae lo que se llama su unaridad, de esa falta el sujeto se asegura o cree asegurarse sobre fondo de algo que ha sido reconocido siempre por todos los psicoanalistas serios como la realidad psíquica de lo unario, y que se llama el odio del padre. Y sólo cuando se ha franqueado este límite, podemos empezar a plantear preguntas que sean de verdad interesantes. Por ejemplo, llamamos a la posición [...] como la posición 205

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llamada de castración primordial que en ocasiones también calificamos como imaginaria, aunque a veces se olvide, o se tienda a olvidar que, por muy imaginaria, de suyo esta castración es claramente operante, es decir, que desposee al sujeto, le arrebata nada menos que su carne. Pero bueno, se dice que eso es una castración primordial, y reconocemos que mientras esté anclado a esta posición, no puede decirse que el sujeto tenga algún deseo. Entonces, ¿qué es lo que funda el deseo? Respondemos que es la Ley, pero que la funda en un vínculo indisoluble con la castración. De ahí la pregunta ¿qué quiere decir eso? ¿Acaso la posición [...] se vuelve a hallar necesariamente en las relaciones entre los sexos? Para expresarme en términos más precisos y que tomo prestados del señor Lacan, ¿qué significa llegar a ser acreedor o acreedora en el gran libro de la deuda, luego de haber sido deudor? Más precisamente aún ¿qué pasa con [¿yo {je} o - φ?] en esta operación? ¿En qué se convierte el deseo del analista en la ruina del bien supremo? Y si el deseo del analista, como lo dijo el señor Lacan, seguro y con certeza, es un deseo de diferencia máxima, ¿diferencia entre qué y qué? Estas preguntas no las planteo con un interés especulativo teórico, menos aún porque me dé por interesarme, así no más, sino por razones que claramente son [...], lo cual no le quita nada a su carácter inaplazable. Por ejemplo, sucede en ocasiones, es un ejemplo entre muchos otros, que tengamos que ocuparnos por ejemplo de una paciente anclada en la llamada posición de reivindicación masculina, y a veces sucede, con tal paciente en particular, que nos damos cuenta de que ésta, esta paciente, organiza toda su posición apostándole a la certidumbre de que no hay un hombre que pueda conocer a una mujer sin experimentar cierta angustia. Es cierto que es una certidumbre que tiene algo de fundamento (si no, ¿cómo habría llegado a plantearla?), lo cual no quita que es una certidumbre claramente falaz, y es importante saber en qué sentido lo es y en qué se funda, para que podamos ubicar la estrategia que conviene adoptar frente a esta paciente. Por lo demás, se entiende que no lanzo esas preguntas como muchos desafíos. No son preguntas sin respuesta posible; en verdad, me parecen perfectamente resolubles y hasta ya resueltas. No son ciertamente ni las más difíciles ni las más interesantes. Todo lo que quería decir con esto, es que ya es hora... es hora, si queremos que salga algo de este seminario diferente al aburrimiento, es hora de que empecemos a interrogar la enseñanza de Lacan desde un punto un poco más avanzado que el que hasta ahora hemos sostenido. Es todo. Serge Leclaire- Me permitiré responder enseguida a Safouan sobre aspectos marginales por supuesto y haré uso del mismo tono de libertad, y tal vez un tanto incisivo, que él mismo usó. Le diré que, en mi opinión, más grave aún que las certidumbres falaces que evocaba respecto a su paciente, me parecen las certidumbres garantizadas. Me parece que en todo su discurso hay algo como una referencia apasionada a una dimensión que sería la de la ortodoxia; entiéndase ortodoxia lacaniana. Estoy porque se interrogue por fin la enseñanza de Lacan, pero este interrogar no supone de entrada ninguna ortodoxia. De hecho, todo en el discurso de Safouan está marcado por el problema fundamental de la relación con la Ley. Y lo que me parece ser su característica, es sobre todo una manera de situarse respecto a la Ley, colocando de entrada a su interlocutor como estando en falta; no importa qué diga, lo que dice es falso, dice una estupidez, si no una burrada. En efecto él sitúa esto de entrada respecto a la Ley. De esta manera, cuando interroga o cuestiona esta proposición, nos hallamos muy del lado de las formulaciones freudianas, a saber, que la barrera del incesto se acerca, es casi equivalente, a la barrera de la represión. Yo pienso que 206

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no basta con invocar la Ley para rechazar esta posición como siendo falsa. Yo sé que este es uno de los ejes del seminario que sostiene Stein desde hace rato, y yo quisiera, ya que en este caso Major ha sido cuestionado, que responda, si se le antoja, de una manera tal vez más precisa, sobre esta pregunta particular de Safouan. Yo fui particularmente cuestionado sobre otro tema, que también resulta estar relacionado con el asunto de la transgesión. No pienso haberlo introducido en el documento que expuse aquí, pero se trata de algo que fue dicho en otra parte. Soy atrapado en flagrante delito de falta. Por supuesto, no es difícil, puesto que Safouan se funda en lo que escuchó; no tiene mi texto. Yo no dije lo que él informó, a saber, que el análisis es vivido como una transgresión, o que debe ser vivido como una transgresión o que debe realizarse una transgresión. Lo que dije es que en el análisis, y respecto al análisis, se planteaba el asunto de las relaciones entre la perspectiva analítica, una cierta perspectiva analítica, a saber, la búsqueda de un punto singular, de un punto irreductible, de un punto de origen, el recuerdo olvidado, el punto focal del origen, que se planteaba la pregunta de la relación entre esta concepción, digamos, del análisis, o ese fantasma sobre el análisis, y por otra parte, la significación del incesto. Y yo precisaba claramente el cuestionamiento concreto de algo que representa el punto de origen del incesto, no en su contexto dramático, sino en su realidad esencial. Es el asunto de la relación entre ese proceso del análisis y la realidad del incesto que yo había planteado. En efecto, tal vez el hecho de plantearla pueda ser vivido como una transgresión. Sobre el asunto del fantasma (volveré sobre esto más tarde) ya dije la última vez que, respecto a una ortodoxia, convenía tal vez, o tal vez se acostumbraba considerar el fantasma como algo diferente a esta fórmula, pero esto nos llevaría, creo yo, a retomar todo el asunto de una definición ortodoxa del fantasma. En últimas, más vale, creo yo, en el punto en que nos hallamos, tratar de encontrar otros y de examinar otros, fantasmas, al nivel de la práctica analítica. Sé bien que no respondí del todo a Safouan. ¿Tiene Major algo que decir? René Major- Se asimila la barrera del incesto a la barrera de la represión, en la medida en que la barrera de la represión es constitutiva de lo inconsciente. Esa es una analogía de estructura que debe situarse en un nivel muy diferente a aquel al que alude Safouan [...]. Serge Leclaire- En lo que me concierne, no tengo intención alguna de cerrar la discusión; sin embargo, me gustaría que avanzara. Le solicito entonces a Mannoni que tome la palabra. Jacques Lacan- Preciso sin embargo que lo que Safouan dijo es que gracias a la barrera del incesto se producía el retorno de lo reprimido. Octave Mannoni- Lamento ser presentado de esta manera porque temo no hacer avanzar la discusión. Muy al contrario, me parece que Safouan la había llevado hasta un nivel muy elevado ¡y ahora vamos a volver a descender! [...] excusas; ingenuamente creía sin haber mirado mi calendario, creí durante algún tiempo que era para el seminario cerrado del mes de abril. Entonces, lo que hice es un tanto atropellado. Yo habría querido examinar el pasaje, que me pareció un tanto rápido para mí, de la intervención de Leclaire, donde expone el no-sentido del fantasma fundamental, en el 207

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sentido de sus traducciones en lengua. Es cierto que él no dice exactamente sentido, habla de una cierta comprensión analítica que, creo que a su entender es una incomprensión. Me parece que ahí queda planteado un nudo de problemas de la mayor importancia. Puesto que se atuvo a las más estrictas formulaciones freudianas, hay que acordarle en efecto que los procesos primarios siempre están operando tras los procesos secundarios, pero me parece difícil negar, siempre en la topología freudiana, que “POOR (d) j’e-LI” sea justamente una producción secundaria donde se reconoce el efecto de los procesos primarios. Nos dice él que las críticas que no hace mucho le habían dirigido, concernían a ese punto, críticas que de hecho no conozco; pero en mi opinión, responder a tales críticas no es forzosamente aceptar su demanda, así como pronto se le pedirá a un astronauta que regrese con una muestra mineralógica de la Luna. No le podemos pedir que nos dé, así, el elemento de lo inconsciente, jamás obtendremos lo que podremos leer al respecto en las estructuras de lo secundario, justamente en la medida en que lo secundario está sometido al efecto de lo primario. Me parece que el sentido y el no sentido se encuentran, en cierta forma, en lo secundario, mientras nos atengamos a la terminología freudiana, y no veo otro lugar en que se pueda captar ni lo uno ni lo otro. Salvo que, el pasaje en que Leclaire trata este asunto es más elusivo que alusivo. Discutirlo equivaldría a oponer una manera de ver a su manera de ver, una manera diferente, lo cual carece entonces de interés. Me abstendré entonces (por lo menos hasta mi conclusión, cuando regresaré sobre la pregunta), me abstendré entonces, con la segura esperanza de que ese problema va a ser retomado, de hecho ya ocurrió, de una manera menos sucinta, y voy a tomar un camino totalmente diferente, girando muy libremente, demasiado libremente, en torno al asunto del nombre propio, un tanto a la aventura, con la idea de volver a hallar tal o cual comentario que, muy indirectamente, pudiera relacionarse con lo que nos expuso Leclaire. Creo que nada tenemos que esperar de la sociología ni de la etnología, salvo cómodos ejemplos, a veces. El nombre propio, tal como nos interesa, es tanto Toto como Gaetano de Romorantín. Lo que en nuestra sociedad se llama patronímico, en el fondo no es el nombre del padre. El padre de Jean Dupont no se llama Dupont, se llama por ejemplo Paul Dupont, y hay países, ya que hablé de etnología, hay países como Madagascar, donde, cuando nace Lacoute, su padre puede cambiar de nombre y llamarse en adelante Padre de Lacoute. Entonces, Padre de Lacoute es el nombre del padre, de la manera más simple. El uso sistemático de un apellido y de un nombre propio es un accidente histórico limitado, reciente, y su estudio, creo, no nos conduciría hacia nada que resulte muy interesante para nosotros. Sobre lo que Leclaire llamó la irreductibilidad del nombre propio, tal vez podría aportar una especie de aclaración indirecta contando una experiencia personal, que tiene la ventaja de ser totalmente artificial y casi axiomática. Es una experiencia que ha tenido mucha gente, pero tal vez no sobre bases tan claras. Yo necesitaba inventar nombres propios para los personajes de un libro que estaba escribiendo y que fue publicado en 195198-99. Como un nombre propio es sólo una serie de fonemas, se podía tomar una serie de sílabas en cualquier sentido. Ese libro fue escrito en 1949, en una época en que no se había formulado aún la teoría lacaniana del significante. La mayoría de los nombres del libro se fabricaron así, pero no todos, porque algunos me llegaron como espontáneamente. En cuanto a los demás, ya olvidé completamente las frases 208

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sin importancia de donde los saqué, me parece que eso se hacía bastante rápido, y tal vez había más complicaciones ocultas de las que me daba cuenta. De eso no podría decir nada; pero en cuanto a uno de esos nombres propios, recuerdo muy bien el detalle de su fabricación, lo tomé de lo que creía ser un verso de la canción de Marlborough i , a decir verdad es una cita inexacta, pero para el uso que le iba a dar, eso no tenía importancia alguna, y ya había hecho uso de frases probablemente más descocadas. Ese verso inexacto es “ensuite venait son page [luego venía su paje]”. Se podía tomar por ejemplo te venait agregándole un th, lo cual produce un hermoso nombre propio. Tan bonito que hasta dan ganas de buscarlo en el directorio telefónico. Ahora bien, en medio de los Thévenin, Thévenot, se encuentra, sólo para París, treinta y ocho Thévenait. Al descubrir eso, tuve la impresión de que yo competía demasiado con el estado civil, o más bien que el estado civil me hacía mucha competencia a mí, y renuncié enseguida a la fabricación. Tenía que tomar entonces las sílabas siguientes, lo que daba venait son. Venaisson es también un bonito nombre y si se busca en el directorio, no hay señal de Venaisson. Ni siquiera un nombre que se le parezca un poquito. Es perfecto entonces. Se adoptó entonces el nombre de Venaisson. Yo no me pregunto qué razones, que se me escapan, me llevaron a escoger Marlborough. Veo bien que Venaisson es el único personaje del que relaté su muerte y el único del que podría decirse, en rigor, que tenía un paje, pero bueno, sólo ahora me doy cuenta. De hecho, habría olvidado todo esto si, unos meses más tarde, no hubiese entrado en una leve crisis que es la que voy a relatar. Acabado el manuscrito, iba a llevárselo al editor cuando bruscamente me percaté de la existencia de un crítico cuya inteligencia y humor me gustaban mucho y que firmaba algunos de sus artículos con un seudónimo que se parecía enormemente a Venaisson. Como ese seudónimo es muy conocido, y como estoy diciendo demasiado de esto esperando no ocultar nada ahora, mejor enunciar ese seudónimo: se trata de Gabriel Venaissin. Quedé aterrorizado al descubrir esto; me parecía que si había llamado a mi personaje Dubois, ninguno de los Dubois de la tierra habría podido decir nada, pero la concordancia tan cercana de dos nombres más que raros, singulares, ausentes en los directorios, me parecía imposible de admitir. Había que cambiar el nombre de Venaisson. Me puse a hacerlo, haciendo uso de los mismos métodos y, naturalmente, ya no recuerdo nada de los numerosos nombres sustitutos que fabriqué. Pero, y ahí está el hecho oscuro que sólo podía constatar, no podía cambiar el nombre de Venaisson. Me parecía que se llamaba Venaisson y que no era mi culpa, y que yo no tenía nada que ver. Él defendía su nombre como Sosías ante Mercurio. Yo sabía que era yo quien se lo había dado, pero él me respondía, por así decirlo, como Sosías, que siempre lo había llevado. Me vi obligado a dejárselo. Como esta experiencia adquirió forma de anécdota, agregaré que Gabriel Venaissin publicó una crítica extremadamente elogiosa sobre mi libro, pero no la firmó Venaissin; la firmó con su verdadero nombre. Para la época, no me sorprendió, Venaissin era un seudónimo, un alias que no podía sostenerse ante Venaisson porque, a su manera, Venaisson era el verdadero nombre de mi personaje. Curiosa historia. Me parece instructiva, aunque no veo bien sobre qué quiere instruirnos. i

La canción de Marlborough es la canción de Mambrú. Cfr. Nerval, Histoire de l’abbé de Bucquoy: “El príncipe Eugenio triunfaba en Alemania, Marlborough en el Norte… El pueblo francés, sin poder hacer más, se vengaba con una canción”. [N. de T. tomada de Michel Roussan]

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Evidentemente, el nombre de Venaisson no tiene sentido en sí mismo. ¿Tiene un significado? Seguramente, pero en una cédula de ciudadanía hay una fotografía, huellas digitales, o señales particulares, o la firma del portador que a su manera es también fisionómica, sin lo cual la cédula de ciudadanía sería una tarjeta de visita. Necesita también, lo cual no es menos importante, el sello de las autoridades competentes ii . Venaisson no tenía nada de eso. Fabriqué los elementos más simples de una personalidad, una serie de fonemas que no bastaban en sí mismos, y lo que se decía de una persona imaginaria, a esta serie de fonemas, era atribuido por mí. El hecho es que esta construcción tan simple bastaba para hacer aparecer, en la subjetividad (en este caso, evidentemente en la mía), una forma no despreciable de la poderosa adherencia de esos elementos, si se quiere, algo que se parece a la irreductibilidad del nombre. Ya dije que se trata de lo que amarra el significante al significado. Tal amarre no tiene absolutamente nada de sorprendente. Existe hasta para los nombres comunes y, si me sorprende en el ejemplo arriba citado, es porque yo creía ser allí el amo de la nominación. En un sentido, no lo era. Vean ahora un ejemplo de amarre del significante con el significado en materia de nombre común. Se trata de un iraní que llegó a Francia hacia los 8 o 9 años y que, ya adulto, descubre de repente retrospectivamente las razones por las cuales rechazaba, cuando llegó a Francia, el café con leche francés. Lo que rechazaba no era el café, era la taza [bol]; no lo sabía en esa época. Naturalmente, la palabra bol en iraní tiene un sentido diferente: no sólo es la mitad de la palabra bolbol que designa al ruiseñor; es también el nombre monosilábico con que se designa el sexo de los muchachitos. Para él, con el viaje a Francia, todas las palabras habían cambiado, con todas las posibilidades de retruécanos bilingües, pero había una que se adhería de manera diferente a las demás, que estaba, como dice [...], arraigada; sólo entre todos, él resistía, en esta situación no obstante tan simple como es un cambio de lengua. Aunque por supuesto no pueda probarlo, estoy seguro de que él habría aceptado el tazón de café si se le hubiera dado un nombre francés para su sexo. Tal vez la traducción debió parecerle demasiado fragmentaria o demasiado parcializada. En el cambio de lengua, él perdía algo. No sé nada de lo que pudo ser el encuentro Georges/Lili marcado en el fantasma fundamental, pero el hecho de que se trate de nombre de niño y nombre de niña, tal vez tuvo algo que ver con su irreductibilidad. Los nombres propios cambian en ciertas condiciones. Por ejemplo, entre los nobles, con la muerte de los ancestros; entre las mujeres, con el matrimonio o cuando se toman los hábitos, etc. Esos cambios están institucionalizados. Por fuera de toda institución, a veces las histéricas se dan nombres propios que no les pertenecen. [...] la ortografía del que tienen. Cuando Casanova23, quien se había dado el nombre de Seingalt, fue interrogado por las autoridades de policía sobre las razones que lo llevaron a tomar ese nombre que no era el suyo, respondía indignado que ningún nombre podía pertenecerle más legítimamente, puesto que él era quien lo había inventado iii . Razón equivocada, pero que lo hace parecerse un poco a Venaisson. Lo interesante es comparar a las autoridades de policía y a Casanova desde el punto de vista de su actitud lingüística espontánea. Para la policía, Seingalt es un alias que tiene por ii

La police; en Colombia: la Registraduría, en tanto instancia responsable de la emisión de los documentos de identidad. iii Giacomo Girolamo Casanova, caballero de Seingalt, Histoire de ma vie [Historia de mi vida], París, Robert Laffont, 1993, 1999, t. 2, vol. 8, cap. II, pp. 728-729 y nota; cfr. también el vol. 7, cap. XII, p. 665.

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significado Casanova. Su argumentación es: 1- Seingalt, es Casanova, 2- Casanova, no es Seingalt... De ambos lados hay una falta. Para Casanova, la fórmula es menos clara pero más simple; se enuncia así: Seingalt, soy yo; el significante Casanova puede desaparecer. No puede uno imaginar sin una especie de vértigo qué pasaría si justamente, el yo, el “soy yo”, si se le diera el mismo nombre a dos gemelos homocigotos que sus mismos padres no pueden ni llamar individualmente ni reconocer. Sin embargo, la homonimia es, en sí misma, soportable. Puede haber, eso ocurre, dos Jean Dupont en la misma familia, en cuyo caso se trata de una homonimia como las hay muchas, que pueden causar errores y quid pro quo como los demás; en últimas, nos vemos mucho menos perturbados al encuentro de un homónimo que al encuentro de un sosías. El sujeto hablante, que sabe que él es Tal por su propio nombre, también se reconoce de otra manera. Dispone, para hablar, de la primera persona del singular. Su nombre lo hala hacia la tercera persona. Hay casos […] de choque entre esas dos personas. En tanto significante del argot, ¿bibilolo iv es un nombre propio o un pronombre personal? Intenten ponerlo en vocativo para ver. Tal vez no tenga importancia, un problema puramente gramatical, siendo bibilolo un [...] que designa a un sujeto pero que impone un verbo en tercera persona, yo soy, luego bibilolo es. Pero resultaría bastante notable que allí sólo haya una curiosidad gramatical y que esta manera de hablar no tenga implicaciones subjetivas. Salto un poco porque... Así (esto fue improvisado tal vez demasiado) el nombre propio está lejos de ser instituido de manera nuclear en una subjetividad, como si se buscara señalar un sujeto, a la manera como Descartes situaba [...]. Ciertamente el nombre marca al sujeto, actúa en él como una provocación, lo hace llegar [...] pero al mismo tiempo lo denuncia, lo objetiva, transforma al sujeto hablante en objeto del que se habla y el “Yo soy Tal” se enfrenta al “Yo soy yo” [...] y se distingue de éste. Ese “Yo soy Tal” sólo le aporta al “¿Qué soy?” una respuesta que se vive como insuficiente, y de ahí la obligación, como se dice, de hacerse un nombre. Obligación para todos y no sólo para los ambiciosos, obligación que todos cumplen con la ayuda de todos, y hasta de la Registraduría, para asegurarse de que su nombre tenga un significado, lo cual siempre está más o menos mal garantizado. Como el joven iraní que estaba mal asegurado del significado de bol, que era como un nombre propio parcial, y como Venaisson quien se había hecho un nombre a medida que yo hablaba de él. De esta manera, yo lo constituía en la única suerte de significado, en su caso muy particular de personaje literario, que podía tener su nombre. Siempre con la idea de aportar a las preguntas promovidas por Leclaire, un esclarecimiento lejano y muy indirecto, tan indirecto que no estaríamos fácilmente seguros de estar hablando de lo mismo, quisiera aportar muy brevemente un fragmento de observación que tiene que ver con el juego de los elementos fonéticos de los nombres propios en un obsesivo. Se trata de un caso bastante serio, al estilo del Hombre de las ratas, pero además severo, un sujeto muy inteligente y abierto, que al principio estaba obsesionado con la idea de que la atracción que tenía por su mujer era de carácter incestuoso, y esto lo atormentaba de una manera en extremo dolorosa. Actualmente, su análisis está en curso. Su vida ha iv

Proveniente posiblemente de bibi, yo, y lolo, leche [N. de T.]

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llegado a ser más fácil, pero no sin accidentes sintomáticos como este del que voy a hablar. Desde hace mucho tiempo tiene un colega, casi un amigo, que llamaremos Lemarchand. Ahora bien, un día cuando miraba descuidadamente en dirección a este Lemarchand pensando en otra cosa, no sabe en qué, se percata bruscamente de que, siendo el apellido de soltera de su mujer Martineau, digamos, los dos apellidos tienen en común la misma sílaba MAR. Cambié el apellido pero no la sílaba. Durante algunos segundos queda aterrorizado, y durante bastante tiempo le queda una oscura inquietud. Actualmente no tengo manera segura de dar cuenta de ese síntoma. Resulta evidentemente inútil interrogar la sílaba MAR; por decirlo así, está del lado del no sentido de la cosa. Si su colega se hubiera llamado por ejemplo, Artigues o Otineau, estoy seguro de que lo que lo habría remitido a Martineau habría sido la sílaba TI (siempre sin poderlo probar). El análisis en su conjunto me lleva a pensar que en ese síntoma se condensan y desplazan su miedo a la homosexualidad, los efectos de su identificación con una niña y su miedo a la castración; bien podría tomar a su colega por su mujer, la sílaba MAR puede desprenderse, etc. Pero lo más seguro y casi evidente, es que esta sílaba tiene la función de una placa giratoria, y hace pasar del circuito que contiene el significante que remite a su mujer al circuito en que figura el significante que remite a su colega. Evidentemente no sé nada de esos circuitos en cuanto tales. Se trata netamente de un elemento sintomático, es decir, de algo sobre lo cual, desde el punto de vista de la técnica, no hay que poner un interés demasiado directo. Pero desde el punto de vista de la teoría es otra cosa. Me parece que nos enseña por lo menos que el fonema MAR o cualquier otro fonema que cumpla el mismo papel de placa giratoria, no necesita que se le otorgue ninguna característica de primario. Lo primario ahí es la pura posibilidad de descomposición y de recomposición fonemática, es decir, de metonimia y de metáfora reducidas a los fonemas, con las amputaciones, los contactos prohibidos, las temibles confusiones a las que remiten por medio de lo que podría llamarse el circuito primario, con todo lo que eso implica, y en particular el campo del deseo inconsciente. Igualmente, podría decirse que los mecanismos primarios se manifiestan como no sentido en un síntoma para el cual se exige, en últimas, un sentido. El hecho de que se trate de un síntoma y no de una simple serie de asociaciones, le da a la cosa, si me atrevo a decir, un carácter de seria oscuridad. Los síntomas en análisis son, aún cuando en la cura convenga no enfrentarlos directamente, algo como lo que en teología son los testigos que se hacen degollar: tan absurdos como auténticos. Sin adentrarme en ello, sólo puedo dejar totalmente abierta la posibilidad de comparar el estatuto topológico del “POOR (d) j’e-LI” fantasmático con el MAR sintomático. Creo únicamente que una discusión bastante profunda sobre este punto permitiría ver más claramente, ya sea aproximando ambas fórmulas u oponiéndolas radicalmente. Serge Leclaire- Fui seguramente un tanto afirmativo hace un rato, un tanto tajante tal vez, en mi respuesta a Safouan y tal vez no haya subrayado suficientemente, si puedo decirlo, lo que su intervención tenía de pregunta abierta. El mismo Mannoni dijo hace poco que tenía la sensación de que su texto (me pregunto por qué) no planteaba las preguntas a un nivel tan elevado. Después de todo, juzguen ustedes. Lo que voy a decir, simplemente, es que me gustaría que esas preguntas así planteadas no caigan en el olvido. Sin duda no podemos aquí, por muy cerrado que sea este seminario, es 212

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decir, igualmente vasto sin embargo, elevar las discusiones de una manera tan libre como podría hacerse en efecto en pequeño grupo. Para volver a la intervención de Safouan, retengo la pregunta que estaba planteada, a saber, la de las relaciones de la Ley con la prohibición del incesto, porque su afirmación no le cambia nada; la pregunta sigue planteada. Yo creo que esa es la que en verdad está planteada y que se puede, por la vía que sea, abordarla para llegar a las formulaciones que él mismo dio. En cuanto a las preguntas que plantea Mannoni, afortunadamente no se dejan (y por eso es que están en verdad abiertas y son preguntas que, creo yo, seguirán insistiendo) no se las puede resumir mejor de como él mismo las presentó. Ahora me daré la palabra para participar en la discusión. Porque es cierto que me complace que mi trabajo, escrito de hecho en lo esencial en 1963, haya suscitado tantas respuestas. Por supuesto, conozco qué parte tienen en esta ocasión ciertas vigorosas incitaciones, pero ahí están los hechos: un diálogo parece abrirse. Si insisto en agradecer a quienes quisieron o aún quieran o anunciaron ya que todavía tienen algo que decir, todos los que quisieron manifestar aquí su interés, es porque, al comprometerse de esta manera, permitieron que algo comenzara. Es evidente que si mi ensayo no hubiese sido apoyado por sus comentarios, muy pronto habría sido letra muerta, como tantos otros ejercicios. E igualmente sin duda, ciertas palabras de verdad, que hemos escuchado, habrían quedado en el secreto de un archivo, o en los limbos de la no formulación. Quiero igualmente, de hecho por las mismas razones, agradecer a todos los que manifestaron su interés por esta empresa sin por ello dejarse llevar en contra de su sentimiento, a participar aquí, ahora, enseguida, en este diálogo, porque ellos saben, a menudo, como analistas, que una palabra debe llegar a su tiempo. Comprenderán entonces, que yo no tenga ninguna intención de jugar aquí al conferencista que, con su respuesta, debe poner fin a la discusión y como se dice, cerrarla. Muy al contrario, si retomo la palabra antes de que otros la tomen, es con el fin de proseguir el diálogo aportándole, aquí, directamente, otra contribución, y sin duda porque, tengo ganas de decir, hay quienes podrán encontrar que con esto hago alusión, retomo o respondo, a lo que se dijo. El otro día anuncié que hablaría sobre el cuerpo y sobre el significante; voy pues a dedicarme a ello. Hasta los menos clínicos de entre nosotros saben que preocuparse constantemente por un cierto dominio es un rasgo común de los neuróticos obsesivos. Pienso que a nadie le escapa que Philippe entra en esta categoría. Quisiera comenzar interrogando esta pasión por un cierto dominio. El gesto de las dos manos unidas como copa para beber, ilustra ejemplarmente lo que quiero subrayar aquí. Esa taza hecha con la palma de las manos, medio para beber, responde seguramente o acaso evoca con su vacío la plenitud del seno, pero para avanzar más rápido, diré que ese gesto me parece una manera de dominar la problemática conjunción de dos elementos. Lo problemático puede captarse en el hecho bastante conocido de que esta copa improvisada, hecha con las manos, se caracteriza en general por dejar escapar el agua por sus hendijas. En ese gesto, el placer de Philippe parece haber consistido, más que en beber, en hacer un cucurucho casi impermeable, atrapar momentáneamente lo que se riega; hace de esto un dominio, que consagra bebiendo esta agua. En una palabra, me parece que ahí hay un mimo o un gesto ritual que representa o actualiza, con el cuerpo o con una parte del cuerpo, la pura materialidad del significante. Agregaré también algo que todos notan: que ese gesto suscita precisamente el símbolo en su sentido primero, es decir, el de esforzarse en hacer que se

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mantengan juntos los elementos de lo que puede ser también el soporte de un llamado, hasta la escudilla de un mendigo. Cuando hablo de la pura materialidad del significante, designo con ello la pareja opuesta de dos elementos. Sin duda, para constituir un significante acaso importe poco que sus elementos sean acústicos, gráficos o táctiles; lo esencial es que la articulación de esos dos rasgos (en extremo, pura materialidad totalmente desprovista de significación), lo esencial, digo, es que esta oposición sea connotación de la antinomia. Creo que es justo decir que el significante es pura connotación de la antinomia, y para apoyar ahora mismo la captación de lo que pueden ustedes intentar atrapar de esta fórmula, agregaré que esta antinomia es fundamentalmente, en nuestra experiencia, la antinomia constitutiva del sujeto. Antinomia o también, como dice Lacan, “heteronomia radical”; es la dimensión que nos impone necesariamente la vía freudiana y nuestra experiencia de analistas. Por último, tendría que agregar aquí que el objeto, en el sentido lacaniano, a, es precisamente lo que escapa a la connotación significante y, ciertamente, en su naturaleza, lo que escapa a la antinomia. En esta perspectiva, a saber, que el significante es una pura connotación de la antinomia, se entenderá mejor tal vez lo que quiero indicar al presentar el gesto de las dos manos reunidas en copa como un cierto intento de dominio (gesto ritual) de la naturaleza misma del significante. Entiéndase bien que si ahí no evoco enseguida lo imaginario y la muerte, campos preferidos por el obsesivo, es sólo porque, obligado por el tiempo, apunto más a la precisión lineal de este esbozo que a los visos de los juegos de sombras. Únicamente agrego que el otro gesto, el de las dos manos juntas en caracola para hacer resonar el llamado, me parece que puede inscribirse en la misma línea de un cierto intento de dominio, y ya volveré sobre ello a manera de conclusión. El tiempo siguiente de mi interrogación concernía al término de dominio. ¿Cómo no evocar enseguida, sobre todo respecto a ese gesto, el movimiento de captación, captar con las manos? Pero, de hecho ¿qué pueden captar las manos? ¿Qué captación es posible ahí? Dejaré a otros la tarea de hablar del Begriff, del concepto, para sólo detenerme aquí un instante sobre el problema del cuerpo que se esfuerza por captar. ¿Pero qué? Pues bien, ¡justamente nada! O aún más exactamente: el objeto en su desnudez. Voy a intentar explicarme sumariamente. Baste para ello con recordarles la pura diferencia, o también, más modestamente, la pequeña diferencia que irreductiblemente volvemos a hallar, como pivote de nuestra experiencia de analistas, por supuesto, aunque también de vivientes, es decir, de deseantes. Esta pura diferencia nos interesa en grado sumo designarla primero a nivel del cuerpo, cuerpo del delito o cuerpo sensible como se dice, que es lo que subrayé con el término de diferencia exquisita. Aunque esta diferencia exquisita puede ilustrarse secundariamente, como lo fue en el caso de Philippe, con la irritación puntiforme y molesta del grano de arena que contrasta con lo unido, la nitidez de la piel, yo quisiera sin embargo dar al respecto un ejemplo más puro que recientemente tuve la ocasión de citar como término irreductible, tal como se lo puede hallar en los análisis que han sido llevados bastante lejos, a saber, la franja acidulada de un dulzor en su precisión de reminiscencia y en su indeterminación de recuerdo. ¿Creo que uso bien esas palabras? Ahí se ubica, sin escapatoria posible, la necesidad del puro sentido, a saber, el gusto… de un puro sentido, en este caso, el gusto que subtiende ahí, conecta y realiza esta pura diferencia entre el dulzor y la franja ácida, acidulada. Para pasar de esta manera del campo de la dulzura al de lo acidulado, el gusto, vector del puro sentido, surgiendo de esta hiancia 214

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misma del cuerpo, da, como en una excursión, la vuelta por el otro cuerpo antes de alcanzar la otra vertiente de la dehiscencia de donde había salido. Al principio basta con que ese otro cuerpo, que hace reflejarse el vector del sentido, no sea nada o casi nada: una bola de azúcar roja acidulada montada en una barrita, cereza, y que de hecho termina borrándose al fundirse. Nada o casi nada, y sin embargo, como pude comprobarlo el otro día, es por ejemplo el perfume tan pleno de un Williamine, un alcohol de pera, tan denso que antes de beberlo y de pasarlo por el gusto, sentía yo en mi lengua, con una precisión alucinatoria, los granos un tanto ásperos de esta especie de pera que se destila.

Pero resulta (y por supuesto, distingo estas dos posibilidades artificiosamente) que este otro cuerpo, a imagen del primero, sea también, posiblemente, lugar de una pura diferencia, y aparece entonces claramente por fin la dimensión del deseo. En otras palabras, si sustituimos la cereza en azúcar por la tetilla del seno, el puro sentido del gusto cerrará su excursión igual que si diese la vuelta entera por la madre, acercándose al mismo tiempo, o intentando acercarse a su boca, es decir, a su propia hiancia, una dehiscencia del cuerpo materno, en este caso la tetilla, para su orificio. Y simultáneamente el cuerpo materno (esto se representa fácilmente) da, por la vía, por el sentido del tacto al menos, aunque también, esperemos, por otras vías, por otros sentidos, sobre todo por la mirada, da la vuelta por el cuerpo hiante del hijo. Está claro, ya en esta figura, así lo creo yo por lo menos, partiendo de una diferencia exquisita, que al intentar captar el otro cuerpo en su inevitable hiancia, para remediar el suyo propio, el cuerpo se afirma como deseo, el cuerpo se afirma como deseo inextinguible. A partir de este esbozo que podría figurarse fácilmente en el tablero con un doble bucle, les dejo imaginar los juegos posibles en la variedad de los sentidos, del uno al otro, y les dejo también precisar, para una justa clasificación de las neurosis, la trampas y los impasses posibles de todos los circuitos de los sentidos, de todos los sentidos. En esos juegos, la pura diferencia escapa por supuesto a toda captación, pero lo que mejor connota esta pura diferencia es el significante tal como hace poco lo definimos: como pura connotación de la antinomia. Es cierto que Philippe no lo entendía así en su neurosis, y si ya dije cómo intentaba mimar el significante con el gesto casi ritual de las manos reunidas en copa, quisiera en ese punto subrayar un poco mejor hasta dónde también la fórmula jaculatoria “POOR (d) j’e-LI” parecía destinada a dominar el circuito del deseo, a riesgo de fijarlo como muerto. La vocalización de la fórmula secreta contiene en sí este apogeo en que se realiza la reversión. Y sobre todo, el movimiento del cuerpo que connota, es decir, la voltereta, desarrolla la 215

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figura misma del bucle sin duda en torno a alguna nada de la fórmula misma, o más precisamente, en torno a otro cuerpo ausente. Ese movimiento, cuyo mejor resumen es la secuencia absolutamente nada-algo, subraya la aparición, como al final de un truco de prestidigitación, de ese algo que estaría ahí, a la salida de este ejercicio de mimo del significante, y bien parece que en este caso, se haya producido con eso un resto excrementicio para un objetov . Aparece ahí como resto, como el punto en torno al cual se ha realizado el bucle, objeto presente e irrisorio cuya opacidad reemplaza el otro cuerpo ausente. Sostenido de esta manera por mi ejemplo y dejando deliberadamente de lado por hoy los fascinantes juegos del sentido de la mirada que sirven habitualmente para ilustrar los tiempos de la reflexión, de la reciprocidad o del señuelo, me atendré a ese modo particular de intento de captación que es la voz. Ante todo, me parece que la voz tiene el privilegio, en la medida en que ya no es simple grito o que aún lo es, de ser al principio captación, dominio en eco, del discurso que soporta la voz del otro. No hay mamá que no sea retomado en la voz del otro, y por esa razón la voz constituye una especie de modelo privilegiado de esa primera relación con el otro, después, porque la voz hace intervenir necesariamente otro órgano, a saber, la oreja, lo cual figura de cierta manera más singular el circuito del sentido, de boca a orejavi , como se dice; por último, porque la voz es, con todo, el vector privilegiado del significante, que por ese hecho se convierte, o es sobre todo, significante verbal. En la historia de Philippe, el llamado de sirena que se produce soplando en las manos en caracola, y ofrecido al eco del bosque, se presenta como imitación, redoblamiento, reproducción vacía del llamado de la voz. Pero también es, al estilo obsesivo, juego de dominio. Hay que evocar aquí el sueño de la sierpe para decir algo más sobre la voz, el grito y el llamado. En ese sueño, Philippe escenifica a un joven cuya pierna acaba de caer en un hueco. Sin duda se ha herido con una sierpe, pero lo único que se ve es una raspadura en el talón. El muchacho grita muy fuerte. Es un aullido insólito, tanto grito de terror como llamado irresistible que lleva a Philippe a evocar ese grito de la tradición Zen y que sería capaz de resucitar a un muerto. El grito remite sobre todo a un recuerdo de pánico ruidoso. Philippe tiene ocho o nueve años, está de viaje con sus padres y se encuentra solo en el gran parque de un hotel. Algunos muchachos de mayor edad que juegan a los bandoleros, lo atacan. Presa del pánico, huye gritando, pero no cualquier cosa, grita muy fuerte, como llamando, nombres de muchachos, ¡Guy! ¡Nicolás! ¡Gilles! para engañar y hacerle creer a sus atacantes que él también hace parte de una banda numerosa. Hasta intenta no proferir nombres muy conocidos, Pierre, Paul o Jacques, el llamado debe dar la impresión de ser preciso y justamente recuerda haber invocado así a Serge. Para la época, Serge era o Lifar o Stavisky. El tema del llamado a Leclaire fue, y es cierto que muchos de ustedes lo presintieron, un resorte importante de la cura, pero hoy ya no pretendo detenerme más en eso. Ese grito, ese llamado de socorro completa y aclara desde otra faceta el llamado del “Lili tengo sed” o la invocación de “POOR (d) j’e-LI”. De “Lili tengo sed” quisiera únicamente subrayar una vez más el carácter ambiguo de modelo o de eco respecto a la otra frase, o fase, del circuito de la voz, a saber, “Philippe v

vi

…un reste excrementiel à un objet. [un resto excrementicio para un objeto] …un reste excrementiel, (a), un objet. [un resto excrementicio, a, un objeto] …un reste excrementiel, un objet. [un resto excrementicio, un objeto] …de bouche à oreille, “de boca en boca”, es la expresión en español.

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tengo sed”, articulado por el relevo de Lili. Pero evidentemente es al nivel de la fórmula jaculatoria “POOR (d) j’e-LI” que quiero regresar para concluir. Ya mostré que en sí misma esta fórmula figuraba y hasta suscitaba ese movimiento de reversión necesario para comprender algo de la realidad de la pulsión y también, por supuesto, de la del deseo. Pero lo que quisiera acentuar otra vez aquí, es que esta fórmula constituye la manera como Philippe retoma la voz que lo llamaba por su nombre, y más literalmente aún, podría ser retomar la voz amorosa de su madre, que lo consiente al mismo tiempo que dice algo así como “mi tesoro”. Pero si en esta interpelación “mi tesoro” tenemos uno de los polos necesarios para el análisis de la fórmula, creo que desconoceríamos sin embargo lo esencial si no regresáramos a este límite de lo sagrado que podemos percibir en este encantamiento. Lo sospechaban ustedes: Philippe es judío y el tema de la fórmula de encantamiento, tanto como el carácter casi sagrado del tesoro que representaba él para su madre, lo conduce a recordar algunos elementos rudimentarios de su formación religiosa. […] del hebreo que aprendió a leer, no le queda nada o casi nada, salvo justamente esa oración esencial que se llama Semá. Le habían dicho desde muy pronto que era una oración que no había que olvidar jamás, pues convenía decirla en el momento de morir; es un viático, pero es también, en su recuerdo un tanto confuso, algo como una bendición. Concretamente, en su recuerdo, esas bendiciones, refunfuños incomprensibles, acompañados precisamente por la imposición de las manos sobre la cabeza (gesto paterno o sobre todo del abuelo) tienden sin embargo a confundirse en ese recuerdo con los temores maternos. Pero esta oración es también, es cierto, por una parte invocación a Dios, de quien no se puede decir el nombre, y también (y en su misma formulación) un llamado a aquel que debe decirla. He aquí el texto aproximado, o por lo menos su comienzo; esta fórmula, que hay que poder decir en el momento de morir: “Escucha Israel, el Eterno es nuestro Dios, el Eterno es Uno” vii . Y ahí vemos que esta oración a Dios es también un llamado a aquel que la dice. En todo rigor (así lo pensaba Philippe) la articulación de la primera palabra Semá, que es como se llama la oración, podía bastar para servir de viático. Era aquí donde quería llegar: en últimas, ¿qué dice aquí la voz? La voz dice “Escucha”… Escucha… Y ahora como ante este envite, guardando silencio el hablante puede por fin, tal el analista al instalarse en su silla, marcar el tiempo del final o del comienzo diciendo: “Lo escucho”. Lo cual, a decir verdad, ya hicieron ustedes, y yo también. Necesariamente, muchas intervenciones quedarán en veremos. Las hay escritas, no escritas y anunciadas. Digo “necesariamente en veremos” por hoy. Señor X- No preparé texto para decir lo que pensé de la conferencia de Leclaire porque quería escribírselo, pero él da la oportunidad hoy de decírselo sin haberlo preparado y quisiera articular algo sobre “POOR (d) j’e-LI” y en particular, sobre lo que sucede a nivel de la respiración de quien se duerme y que empieza a escuchar su respiración sin saber ya muy bien si es su respiración o si se trata en cambio del eco de algo diferente. Y es en ese nivel que puede hallarse esa especie de ritmo extrañamente volcado en el lugar mismo de vii

Semá Israel. Cfr. Deuteronomio, VI, 4. La traducción que propone Leclaire es una de las dos traducciones más importantes de este versículo, que divergen en la mayor o menor importancia que se le otorga como afirmación de monoteísmo: “Escucha, Israel, Yahveh nuestro Dios es el único Yahveh.” / “Escucha Israel: Yahveh es nuestro Dios, sólo Yahveh.” “Con ella comenzará la oración llamada Semá (“Escucha”), que sigue siendo una de las preferidas de la piedad judía.”. Cfr. Biblia de Jerusalén, Desclée de Brouwer, S. A., Bilbao, nueva edición, 1975, p. 199 (ver nota al pie), [N. del T.].

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esa respiración, y que es un tiempo de inspiración percibido, un tiempo de expiración igualmente percibido y que contiene en cierta forma esa especie de inversión. En cierta forma, esta especie de inversión no basta para explicar toda la fórmula, aún cuando sea percibida así, pero introduce de alguna manera, una posibilidad de fantasear sobre ese sonido de base y, a partir del momento en que le preguntamos a nuestros enfermos qué les emite esa especie de sistema de escucha dentro de sí mismos, se pueden hallar, muy a menudo, frases que tienen una enorme importancia para ellos y con las cuales juegan. Es cierto que después, muchos otros términos de todo tipo pueden venir con ése, y aquí estoy de acuerdo totalmente con sus interpretaciones sucesivas, con las cuales me siento muy cómodo, pero quiero decir con eso que, de cierta manera, hay una posibilidad para entrar en un camino muy profundo de la escucha del otro, a través de una sensibilización de éste a su propio ritmo respiratorio, lo cual de hecho es una manera de hacer pasar al nivel de la voz lo que articuló usted admirablemente. Jacques Lacan- ¿Tiene a bien Israël tomar la palabra ahora? No había previsto, aunque intenté asegurarme llamándolo hace ocho días, no creía que Durand de Bousingen estuviera hoy aquí. Hace poco le pedí a Leclaire el texto que Durand de Bousingen me envió muy pronto, uno de los primeros sobre la intervención de Leclaire. Serge Leclaire- Sí, justo antes de comenzar le pregunté a Durand de Bousingen si quería empezar tomando la palabra. Me dijo que, como no lo había revisado, prefería tener el tiempo de preparar una forma presentable y oral. Jacques Lacan- Entonces usted puede estar aquí en el seminario cerrado del próximo mes. Un punto despejado. Israël nos dirá lo que nos trae hoy y yo concluiré dando una indicación de lectura que me parece imponerse. Lucien Israël- Sufro de un molesto atavismo que hace que cuando uno de mis dioses me llama, respondo “heme aquí”, y, siempre por el mismo atavismo, actúo antes de pensar. Después de haber respondido “heme aquí”, desafortunadamente tuve más tiempo que Abraham antes de pasar al acto, lo cual hace que, en vez de sacrificar a uno de mis hijos (nunca se sabe si hallará uno a tiempo el cordero) sacrifico parte de mi texto para sólo interesarme estrictamente en el tema de “POOR (d) j’e-LI”, en esa palabra que llena la boca y que viene a tomar el lugar tal vez, no del deseo de beber sino del objeto del deseo… Pero bueno, todo eso ya se dijo. […] Bedeutung, y es por eso que esa palabra, que está hecha de piezas y pedazos, debería decir ese objeto en vez de esa palabra, a tal punto evoca los objetos surrealistas, y si fuera una palabra-valija viii , me vería tentado a ir a ver el baúl sangriento, una valija que contiene cadáveres despedazados. Cadáveres, hasta pedazos de inmortales, pedazos de mi […], y es ahí, en el fondo, donde me entrego a un jueguito que tal vez era lo único de lo que no se había hablado (no se puede saberlo todo), el pedazo de ese objeto surrealista evocado tiene otra forma de composición que, en materia de estudio tan lúdico, se llama el no taikon. El no taikon es el ensamblaje significante de pedazos de nombres con los cuales se constituye un nuevo término. Les voy a dar un ejemplo. En el fondo me siento con mucho ánimo para hablar del nombre viii

Mot-valise, palabra compuesta por elementos no significantes de dos o varias palabras; por ejemplo, motor car y hotel dan motel, en inglés americano. Cfr. el diccionario Le Petit Robert 1.[N. del T.]

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propio, y del mío, pues se lo invocó […]. Escribí mi nombre. Pero todos saben que ese nombre fue dado en mi país por Jacob ¿pero por qué? ¿Sencillamente para connotar o hacer que se recordara un combate […]? Más bien se trataba de cerrar un período que era el período patriarcal, y eso fue lo que se resumió en ese nombre, es decir, que tenemos las iniciales de todos los patriarcas y de sus esposas (deben ser siete, si no me equivoqué) y también esta asociación metonímica que se vuelve metafórica por sus efectos, no podía corresponder a una especie de fantasma, pues es un fantasma que yo aprecio. Por supuesto, si lo que acabo de decir está todavía demasiado infiltrado de imaginario personal, podría entregarse este objeto para una investigación cronológica; muchos otros lo han hecho y en ese “POOR (d) j’e-LI” se vería una serie de aberturas en cadena, abertura primero de los labios, de los dientes, luego de la lengua desprendiéndose del paladar, que nos conduciría a encontrar en el límite del objeto (que, como dice Leclaire, hace parecer, aparecer concretamente algo allí donde nada había) en el límite hallaríamos tal vez, ni siquiera un sentido, sino una pura […], es decir, un ritmo, claramente manifestado por ese sentimiento de enrollamiento y de despliegue de Philippe, ese distinguido sobresalto, esa diferencia exquisita que al final tal vez sólo sea percepción de la variación. Último comentario. Después de haber escuchado a Stein, que tomó la palabra inmediatamente después de tu intervención, me había preguntado si el rebus que él evocó, o el sueño era utilizable en una sola lengua o en varias lenguas. Un rebus está escrito en una sola lengua, pasa lo mismo con ese objeto fantasmático que tú sacaste, me pregunté si en eso no habría un ejemplo de un término válido en toda lengua. Ese fantasma nos remitiría entonces a un período en que toda la tierra tenía una misma lengua y palabras semejantes (reconocen ustedes la referencia) ix pero desconfiemos de esta aparente simplicidad porque no basta con leer el texto (una misma lengua y palabras semejantes), todavía hay que preguntarse qué palabras eran. Y el comentador, en este caso Rachi x , nos explica que esas palabras consistían en decir: “Dios no tenía derecho de escoger para él el mundo superior, subamos al cielo y hagámosle la guerra”. Todavía sería muy sencillo, hay otra explicación. Se dijeron: cada 1656 años el mundo sufre un cataclismo como el diluvio, hagamos pues una construcción para sostener el firmamento. Y eso es lo que acabo de hacer. Jacques Lacan- […] concluir […] bastantes puntos particularmente válidos, puntos fecundos en cada una de las intervenciones. Hace poco subrayé algo que merece, en muy primer lugar, que se retenga como el eje de lo que Safouan aportó de entre los muy importantes cuestionamientos en todo lo que él desarrolló hoy. Desearía que la intervención de Safouan, tal vez, en razón de su volumen, adjunta a otra, sea puesta al alcance de los oyentes y que se pueda conseguir. En la ponencia de Mannoni (de la cual sólo tuvimos su comienzo porque no podía hacer más), lo que nos dijo hacia el final sobre el síntoma me parece extremadamente importante. Paso lo que dijo Leclaire porque sobre eso voy a terminar. Sobre lo que aportó Israël hoy, lo que me parece de verdad importante es ese viejo fantasma, la lengua única, renovada y rejuvenecida por la manera como la plantea, cuyo asunto está efectivamente planteado desde La interpretación de los sueños por la experiencia analítica. ix x

Cfr. Génesis, XI, 1. Rabbi Rachi (1040-1105), comentarista del Talmud, fundador de la escuela talmúdica (Yeshive) de Troyes.

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Les dije que al dejarlos hoy les daría una indicación de lectura, y quisiera que en lo que sigue de la audición que me acordarán ustedes, quisiera que todos, todos los que están aquí hoy, y por lo tanto los que supuestamente se interesan de manera más próxima en lo que desarrollo ante ustedes, quisiera que tuvieran por primera urgencia leer ese libro de Michel Foucault que se llama Nacimiento de la clínica43. Michel Foucault que para mí es uno de esos amigos lejanos con quien sé, por experiencia, que estoy en constante y muy cercana correspondencia, a pesar de que lo veo tan poco, en razón de nuestras ocupaciones recíprocas, a Michel Foucault, a quien vi ayer por la noche le planteé la pregunta, respecto a ese libro, de si él había sido informado por alguna vía (no es raro, hay mucha gente que escribe en nuestro campo) de la temática que desarrollé el año pasado en tono a la visión y la mirada. Me dijo que de ninguna manera. Es tanto más notable cuanto que la obra de Michel Foucault (que resulta haber adoptado, que resulta, al comienzo, haberse en cierta forma infiltrado desde el primer tiempo de mi enseñanza en 1953) que la obra de Michel Foucault, sin otra coordenada desde entonces, que converge hacia esta teoría del objeto a que él ignora, hablando del nacimiento de la clínica, es muy exactamente lo que corresponde, al nivel de la medicina, con ese punto de interrogación que traje ante ustedes como íntimamente enredado al comienzo de mi discurso de este año, resulta corresponder exactamente con esta pregunta. Así como hay un momento, al comienzo del siglo XVII, en que nació la ciencia a secas, la nuestra, así mismo al nivel de la medicina se produjo, a comienzos del siglo XIX, esa mutación que hizo cambiar radicalmente de sentido el término de clínica. La manera como él resuelve ese problema es tan íntimamente coextensivo de todo lo que desarrollé ante ustedes sobre la función de la mirada, que sólo puedo ver allí tanto el estímulo, una comodidad, como la certidumbre de que ahí se trata justamente de lo que está a la orden del día para el pensamiento presente, de lo realizador, a diferentes niveles, autónomos, independientes y no obstante verdaderamente idénticos. Esto podrán constatarlo al leer este libro, que para todos los médicos es de un interés en verdad original, y es así mismo un síntoma del estado actual de diversas profesiones que la medicina francesa, que es a la que se dirige, puesto que está escrito en francés, lo haya absoluta y totalmente ignorado. Michel Foucault me dijo anoche que la venta de ese libro, de ese ejemplar libro que no tiene equivalente alguno, ¡se eleva a 475 ejemplares! Espero que aquí haya suficientes personas para hacer rebotar esa cifra. Repito que todo lo que hay en ese libro es absolutamente virgen, nunca ha sido dicho, que es el único libro que conozca que en últimas le permite a los médicos situar exactamente esa especie de mundo y de producciones médicas que es el que corresponde a todo lo que se ha hecho antes de los inicios del siglo XX, y el acceso a esto está, salvo por este libro, absolutamente cerrado. La operación que intentó plantear el principio de la exploración histórica en una obra, en un estilo como el que se indica en el trabajo de Lucien Febvre xi por ejemplo, respecto al problema de la increencia en el siglo XVI41, ese programa, a veces nos vemos incitados a interrogarnos sobre la manera como conviene leer lo que se expresó en esa época sobre la increencia, y que es tan distinto de la manera como se plantea ese problema para nosotros, que únicamente por esta vía podemos comprender hasta qué punto los fenómenos de la increencia han sido tanto más radicales de lo que son para nosotros en esta época, a tal xi

Lucien Febvre (1878-1956), historiador francés, uno de los creadores, junto con Marc Bloch de los Anales de historia económica y social.

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punto más avanzados sobre ciertos puntos y también sobre otros, mucho más acá de lo que es nuestra posición; de esta restitución de las coordenadas que permite darle su sentido auténtico a lo que se produjo en esa época, tenemos ahí un ejemplo absolutamente extraordinario; ese algo que hace que la historia de la medicina sólo se hace al nivel de la pequeñas historia, al nivel de Lenôtre, ¿no es cierto? Esto es radical y absolutamente transformado por la obra de Michel Foucault, aún cuando ese aspecto de pequeña historia y anécdotas, fracciones de textos, elección de párrafos que sacan algo a la luz (en alguien tan buscador, tan fisgón diría yo, como Michel Foucault) esté presente en la obra, aún cuando encontrarán allí mil alimentos, esto no adquiere su sentido y su importancia más que en razón de la línea profundamente directriz que lleva muy al extremo de una labor, al otro extremo de una labor de erudición articulada, el sentido de lo que hizo Michel Foucault que, en oposición al de Lenôtre, diría yo, no se ubica al nivel de la obra de Marx para comprender toda la historia anterior xii . A este respecto, extraeré de ese texto tan abundante que nos entregó hoy Serge Leclaire, extraeré ese punto en verdad notable que es aquel con el que se aproxima al término de sensorialidad en la génesis del objeto a. Ya lo verán, si saben leer atentamente ese libro y señalar sus pasajes más importantes, verán cómo esto podrá permitirles ubicar lo que aportó ahí Leclaire, al nivel de una cierta falla que es, en el libro, la que él designó como separando el pensamiento de Cabanis del de Pinel. O si quieren, más precisamente, ya que el de Pinel es ambiguo (es uno de los autores que Michel Foucault exploró más profundamente), lo que separa a Cabanis de Bichat. Hoy no puedo desarrollar este punto. Me gustaría que cuando vuelva sobre esto, sea la base para su conocimiento profundo del texto de Michel Foucault, Nacimiento de la clínica, entonces, en P.U.F.

Traducción: Pio Eduardo Sanmiguel Ardila. Colaboraron en la revisión de la traducción y de esta versión en español: Belén del Rocío MORENO CARDOZO, Carmen Lucía DÍAZ LEGUIZAMÓN, Eduardo ARISTIZÁBAL CARDONA, Javier JARAMILLO GIRALDO, Mario Bernardo FIGUEROA MUÑOZ, Pilar GONZÁLEZ RIVERA, Tania ROELENS HRNCIROVA. Posteriormente he recibido precisiones, anotaciones, correcciones de Sylvia de Castro K., Myriam Cotrino y Luisa Matallana L., a quienes agradezco sinceramente el haberse tomado el tiempo para anotar sus dudas y enviarlas a este correo. Esta traducción continúa en proceso; así que, cualquier duda, comentario y/o precisión serán bienvenidos; comuníquelos, por favor, a la siguiente dirección electrónica: [email protected]

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… “nos ubica al nivel de la obra de Marx para comprender la historia anterior.” En la transcripción de Jean Oury [N. del T. tomada de Michel Roussan].

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Lección XV 7 de abril de 1965 Este gesto tipo Churchill está para mostrar a quienes, desde hace 3 semanas, habiéndose encontrado aquí, en mi curso abierto o en mi seminario cerrado, no han podido ver empaquetados en una especie de muñeca, como se dice, esos dedos que en últimas tal vez me los agarró la puerta que intento abrir para ustedes. Me satisfizo hacer palpable, en el seminario cerrado, que se hizo algún trabajo (y no sólo que se puede hacer), en lo que intento esbozar como camino por recorrer. Este año, seguimos ese camino en torno a la función del significante y de sus efectos; de sus efectos con los cuales determina al sujeto, singularmente, por rechazarlo... por rechazarlo a cada instante de los efectos mismos del discurso. Como me enteré que el año pasado se comentó en un informe sobre las cátedras para la admisión a profesor universitario, es decir, que se trataba de un título, si entendí bien, que era el “de la palabra verdadera y de la palabra engañosa”, a saber, que el sujeto no había sido inventado por Lacan y por Claude Lévi-Strauss, que ya Platón, quién sabe si Parménides, se habían interesado en ello. Es un comentario excelente, en verdad; esto me permitirá responderle a quienes, habiéndome escuchado en los cursos de los años pasados, se impacientaban con que ese discurso, en su opinión, no culminara en conclusiones suficientemente rápidas. ¿Por qué −se lo decía así y no sin pertinencia ni humor−, si tanto nos habla de la verdad, no dice lo verdadero sobre lo verdadero? Algunos de estos impacientes han cambiado de bando, contentos en últimas de volverse a reintegrar a esas formas de enseñanza en las que se alegra uno de sentirse seguro con ciertas coordenadas opacas que pueden dar la sensación de que ahí ¡sí se tiene el objeto último! ¿Es tan seguro que se tenga razón al contentarse con ello, y que esta opacidad misma no sea el signo de que ahí sea donde está la verdadera ilusión, si puedo decirlo, a saber, que se contenta uno demasiado pronto, y que la verdadera honestidad está tal vez ahí donde siempre se deja la apertura del camino sin cerrar, la verdad inacabada? Esto era lo que, en verdad, encontraba yo siguiendo la indicación de ese informe. Encontraba (por supuesto que no lo descubría en esta ocasión) a dónde los remito, a saber, al mismo tema nuestro de este año, ese libro de Platón que se llama el Cratilo, y donde verán, entre Hermógenes, Cratilo y Sócrates, proseguirse un diálogo bastante útil que no termina más que en la valorización de una completa sin salida en el debate y donde Sócrates, despidiendo a Cratilo, a quien, incontestablemente [...], despide con la fórmula: Pues bien, camarada mío, hasta la próxima ocasión. Me instruirás al volver, es decir, cuando hayas reflexionado bien en todo lo que constituyó nuestro rompecabezas de hoy. A lo que el otro responde: Entendido. Por tu parte, intenta pensar más en ello. 222

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Tal diálogo, éste entre otros en todo caso, si no todos, está ahí para que captemos que los diálogos de Platón, lejos de decir lo verdadero sobre lo verdadero, están hechos expresamente para dejarnos en suspenso, dando de verdad la sensación de que sabe más de lo que nos entrega, y esto sin equívoco. Si sabe más de lo que nos entrega y si no lo dice, hay ahí alguna razón que a decir verdad, aun cuando nos la dijera, no se avanzaría mucho más, pero que ya, en las huellas que nos da, puede leerse más allá lo que, luego de él, constituye nuestro camino, y muy precisamente el lugar está marcado por, por ejemplo, lo que la experiencia de lo inconsciente puede llevar a decirles. Tal vez tengan ustedes ocasión de abrir ese libro durante las vacaciones. Eso me gustaría, en la medida en que ahí podrán hallar, marcado netamente, lo que constituyó el nódulo de la tradición clara, perfectamente legible del λεκτóν, considerando el estatuto del significante. Allí hallarán confirmado lo que, al principio, voy a intentar resumir así, de una manera que nada tiene de original, lo que está inscrito al comienzo de esta tradición y que reposa en la oposición, concerniente a la función del significante, entre esas dos grandes funciones que Aristóteles admirablemente distingue, plantea, afirma en su simplicidad3-6 y de donde conviene partir para ubicarse respecto a todo lo que se dijo después y que seguramente no data ni de Saussure ni de Troubetzkoy ni de Jakobson, teoría del significante que ya los estoicos y particularmente por ejemplo un Crisipo19 había llevado a un punto extremo de perfección. Signans y signatum están circulando ya hace unos dos mil años. La oposición es la de őνοµα y de ρη̃σις. La función de la nominación merece reservarse como original, como teniendo un estatuto opuesto al de la enunciación o de la frase, sin importar cuál sea, proposicional, definicional, relacional, predicativa; de la frase en tanto nos introduce en la acción eficaz del síntoma. Culmina en esta captación cuyo culmen es la formación del concepto; es algo que, por otra parte, deja en suspenso la función de la nominación en la medida en que introduce en lo real ese algo que denomina y que no basta con resolverlo en torno a una manera de hacer que la etiqueta que permite reconocerla se ajuste a una cosa que ya estaría dada. Ya hemos insistido suficientemente en el hecho de que esta etiqueta está lejos de llegar a considerarse como algo que sería el redoblamiento, la lista, la lista hecha, pura y simple, de algo que ya estaría almacenado, si puede decirse, bien dispuesto, como un registro de accesorios. La nominación, la etiqueta en cuestión, parte de la marca, parte de la huella, parte de algo que, al entrar en las cosas y modificarlas, está en el comienzo de su mismo estatuto de cosas. Y es por eso que esta función de la nominación trae consigo una problemática, problemática en torno a la cual giran Hermógenes, Cratilo y Sócrates; Hermógenes adquiere este aspecto de la verdad por enunciar sobre la nominación que es la que se desarrollará luego, en la insistencia sobre el convencionalismo de la nominación, sobre el carácter arbitrario de esa elección del fonema que [...] tomado en su materialidad, tiene algo de indeterminado, de voladizo... ¿Por qué llamar a esto así y no asá? Nada nos obliga a captar lo que podría llamarse una semejanza, una conveniencia de la palabra con la cosa y sin embargo... y sin embargo Sócrates, Sócrates el dialéctico, Sócrates el interrogador nos muestra su inclinación muy clara hacía las enunciaciones de Cratilo, quien en otro radicalismo, insiste en mostrar que allí no podría haber función eficaz de la 223

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nominación si el nombre, en sí mismo, no incluyese esta perfecta conveniencia con la cosa que designa. Es en la operación, a menudo divertida, siempre paradójica, y en verdad de una desenvoltura bien hecha para liberarnos de todo tipo de prejuicios que tengan que ver con ciertas costumbres tradicionales, que tengan que ver con la génesis de la significación y particularmente con todo lo que se llama etimología, que nos muestra con esta facilidad, esta gran frescura, casi ese juego con el cual se hace valer ante nosotros esta interrogación del significante fonemático, la manera como las palabras son recortadas, incitadas, en el debate. Con la manera como se conduce el juego, en torno a una supuesta expresividad del fonema, nos muestra seguramente algo diferente a lo que se confunde con ingenuidad. Porque yo creo que lo que Platón nos demuestra en este ejercicio, en esta manera de investigar, como si creyera en eso, los elementos primarios en las palabras, gracias a lo cual podríamos interrogarlos; de la manera como responden a lo que se ven llevados a designar; en la manera como juega con la palabra οκληρóς, que en griego quiere decir duro, y sobre el que él nos hace notar que la labial, y el re de rei quiere decir fluir [couler] en griego, se adapta muy poco a la dureza que se quiere expresar con la palabra οκληρóτης. Que lo que en verdad él nos muestra es algo, a saber, ese ejercicio que consiste en mostrarnos en todo lo que se relaciona con esta función de la nominación, lo cual es importante, lo que nos muestra él en su juego con las palabras, es la manera de cortarlas con tijeras. Es también porque lo esencial en la función y la existencia del nombre no es el corte, es, si se lo puede decir, lo contrario, a saber, la sutura. El nombre propio sobre el que dirigí su atención al comienzo de este discurso (al mismo tiempo que, por otra parte, sobre la función del número), dirijan por un instante su atención a lo que el nombre propio tiene de esencial. El nombre propio, ya en su nominación, όνοµα ϊδιον, entraña esa ambigüedad que ha permitido todos los errores, de querer decir por una parte el nombre que es propio a alguien o a algo, a tal o cual objeto, que es el nombre especificado en la pura función de la denotación, para designar. Pero propio quiere decir también nombre propiamente hablando. ¿Y no es ahí donde hay que ver lo esencial de esta función del nombre propio, a saber que, entre todos los nombres, este es el que nos muestra de la manera más propia, la más propia de la función del nombre, qué es el nombre? Ahora bien, si con esta fórmula vacía se ponen ustedes a mirar, les encargo que lo hagan (el tiempo, además del incidente técnico que atrasó el comienzo de mi discurso el día de hoy, el tiempo me falta para ilustrárselos con un gran número de ejemplos), verán que, de todos los nombres, sin importar cuáles sean ni la extensión que podamos darle a la función de la palabra nombre, que, de todos los nombres que hemos de interrogar bajo este aspecto de la nominación, el nombre propio es aquel que presenta más manifiestamente ese rasgo que hace de toda institución fonemática del nombre, del acto fundador del nombre en su función de designación, ese algo que siempre contiene en sí esa dimensión, esa propiedad de ser un collage. En la estructura misma del nombre propio, es dejar escapar algo esencial como ese supuesto nombre particular que se le había dado al individuo... ese algo a lo cual

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el enunciado de Claude Levi-Strauss en El pensamiento salvaje, cuando haría del nombre propio (lo cual lleva él hasta sus últimas consecuencias, hasta el término de la designación del individuo) la punta y en cierta forma el perfeccionamiento de la función clasificatoria, es demasiado fragmentario y demasiado parcializado. Nos falta lo que ya planteé aquí: que el nombre propio siempre quedará inscrito en el punto donde justamente, la función clasificatoria, en el orden de la ρησις, choca, no ante una muy grande particularidad sino al contrario ante una desgarradura, la falta, propiamente ese hueco del sujeto, y justamente para suturarlo, para enmascararlo, para pegarlo. Aquí adquieren todo su valor algunas de las cosas que fueron dichas en el seminario cerrado, y particularmente cuando alguien vino a aportarnos su experiencia de autor, literario, y nos habló de sus dificultades con un nombre propio dado a un vano personaje inventado sin embargo. Le pareció que el nombre propio no era algo tan arbitrario como para que se le pudiera dar cualquiera. La manera como el collage cuya sutura destinada a enmascarar ese hueco, tanto más evidente cuanto ahí se trataba del hueco representado por un personaje inventado, es ahí testimonio de esa experiencia que se encuentra marcada asimismo en la de todos aquellos, novelistas, dramaturgos o que tengan esta función, de hacer surgir personajes más verdaderos que los personajes vivos y buscan designarlos de una manera que nos los haga sensibles. ¿Habré de recordarles al respecto, haciendo eco a antiguos períodos de mi enseñanza, hasta qué punto toma esto relieve en ciertas obras y particularmente en la de Claudel, Sygne de Coûfontaine, extraña y resonante designación para ese personaje que nos muestra, en la obra de Claudel, algo bastante singular? ¿Nos hallamos ahí en el derecho o en el revés de la revelación cristiana, cuando Claudel forja para nosotros bajo ese personaje femenino esa especie de Cristo singular, que acumula en ella todas las humillaciones del mundo, que muere diciendo no? Sygne de Coûfontaine, quien porta, enmascarado en su nombre ese significante singular, el primero, de hecho ambiguo, entre el nombre del pájaro de cuello curvo y la designación propia también de ese signo [signe] que se le ofrece al mundo de algo de una actualidad muy singular, en el momento en que surge esta trilogía de Claudel, y este extraño Coûfontaine donde volvemos a hallar el eco de esta forma del cisne [cygne] donde se nos designa que viene hacia nosotros la fuente nuevamente abierta, aunque invertida de un antiguo mensaje. Esa palabra que además lleva consigo esa preocupación, esa huella del significante elemental en esta Û con acento circunflejo que era tan importante para él (lo dije en otra ocasión, lo recordé en mi seminario), fue necesario hacer forjar un signo tipográfico que no existe en la lengua francesa para las mayúsculas, para que el circunflejo con que está coronada la Û de COÛFONTAINE pudiera ser llevada a la imprenta. Sir Thomas Pollock Nageoire..., ¡qué invento! porque con esta extraña nominación ¿no sabemos ya lo suficiente sobre el personaje de L'échange25, para saber todo lo que ocurrirá en el drama? Esta vida singular del nombre propio la volverán a hallar, si saben estar atentos, si saben escucharla, en todos los nombres propios, ya sean antiguos, reconocidos, clasificados, o ya sean los que pueden ser forjados por el poeta.

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Creo en verdad que si fuese necesario agregar algo a ese especie de residuo, de escoria, en torno a la cual se vio llamada recientemente a opinar la atención de las personas del seminario cerrado, a saber, ese “POOR (d) j'e-LI” del cual el análisis de Leclaire, en lo que concierne a su parte, en este informe inaugural sobre el inconsciente donde algo había sido promovido, por él y por su coautor, a la atención de un auditorio psicoanalítico más vasto, respecto a la originalidad de lo que pude yo acentuar en la enseñanza de Freud sobre lo inconsciente, ese algo del que pude leer, no sin satisfacción, en la pluma de alguien ciertamente no amistoso, que todo el mundo sabía, desde Freud, que el hecho de la enunciación de lo siguiente: que el inconsciente está estructurado como un lenguaje, desde Freud, ¡era una perogrullada! En lo que me concierne, es seguramente lo que yo pienso, aún cuando haya llegado por aquel que sólo pretende decirlo para contradecirme; pues bien, dios mío, si lo saca es para algo, tanto más cuanto que el personaje en cuestión, y que le hace una objeción a lo que enuncio, siente la necesidad de connotarlo, de comentarlo con una serie de precisiones que resultan ser, como por azar, muy exactamente lo que yo enseño sobre el sentido de la fórmula. Se podrían decir muchas cosas a partir de esta noción, de este enunciado de que toda nominación en su uso debemos referirla siempre mentalmente al hecho de que es memorial del acto de la nominación. Ahora bien, este acto no se hace al azar. Acentuar el convencionalismo en tanto que intenta dar su estatuto al significante, es sólo una cara del problema. Convencional es el nombre, para quien recibe la lengua en su facticidad actual, en su resultado, pero en el momento en que el nombre se da, ahí está precisamente el rol y la función de elección de aquel que (muy genialmente y de una manera que a fin de cuentas jamás ha sido retomada) aquel que el Cratilo designa como un actor necesario en esta historia, a saber, lo que él llama el δηµιουργός όνµάτωνο, el artífice del nombre. Éste no hace cualquier cosa, ni lo que quiere; para que la denominación sea aceptada se necesita algo que no basta ni siquiera con decir que sea el consentimiento universal, porque ese consentimiento universal, ¿quién lo representará en el campo de un lenguaje? Esta denominación se produce en alguna parte. ¿Qué hace que se propague? El otro día les hablaba de la hazaña colectiva que representa la aparición en el espacio de ese extraordinario nadador del que les mostré por un instante qué volteretas podía dar para nosotros en la imaginación todo tipo de maneras singulares de ilustrar, les dije, la función del objeto a. No insistí ¡no importa! Pero volveré. Pero qué extraño en últimas que nadie haya pensado hasta hoy llamarlo con el nombre que seguramente le resulta más apropiado y propicio. ¿Cómo es posible que no haya respondido al llamado cuando se es tan intrépido, tan tranquilo para calificar de cosmonauta a personas que se propulsan en un campo que seguramente ningún cosmos, en los tiempos en que había una cosmología, cuya trayectoria nadie había previsto jamás [sic]?¿Por qué no llamaríamos a Leonov, por el lugar que ocupa si puedo decirlo (desde hace mucho tiempo, desde cuando hay gente que nos pinta a los mensajeros que surgen en alguna parte, en el espacio, provistos con esas plumas ridículas que convierten su imagen en verdad, en todos los cuadros, en algo propiamente hablando intolerable), por qué es que no se lo llama un ángel?... Vean pues, ¡se ríen ustedes! Pues es por eso que no se le llamará un ángel. No se lo llamará un ángel porque, como quiera que 226

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sea, cada cual está aferrado a su buen ángel, ustedes creen en eso. Hasta cierto punto yo también. Yo creo en eso porque no se los puede eliminar de las Escrituras, lo cual le subraye un día al padre Teilhard de Chardin, que casi llora. ¡Es también la diferencia entre mi enseñanza y lo que se llama progresismo! Me parece que la debilidad está del lado del progresismo. Esta pequeña prueba tiene no obstante un aspecto decisivo, pues ven bien que a una novedad no se la puede llamar de cualquier manera, aún cuando parezca llenar con un vino nuevo la vieja cuba [outre]... El ultra-ángel [L'outre-ange]i siempre está ahí. Ya ven que esta experiencia que concierne a la nominación nos haría desembocar directamente también hacia la función de las lenguas muertas. Una lengua muerta no es en absoluto una lengua con la que no se pueda hacer nada, como lo prueba la experiencia; desde que el latín fue lengua muerta sirvió eficazmente como lengua de comunicación. Hasta es por eso que pudimos tener, durante todo ese período llamado escolástico, lógicos extraordinariamente buenos; la ρησις funciona, y admirablemente, y tanto mejor tal vez, justamente por cuanto ella permanece ama del terreno. La ρησις funciona admirablemente en una lengua muerta, pero no la nominación. Recibí ecos humorísticos; como mi impotencia momentánea me impidió ojear tantas páginas como acostumbro estos últimos tiempos, lamento no poder sacarles, de las actas del Concilio Vaticano, la manera como se expresaba allí la designación del autobús, por ejemplo, o del bar, que al parecer funcionaba por ahí en una esquina; les iba bastante mal. ¿Cómo hacer nuevas nominaciones en una lengua muerta? Quiero decir, nuevas nominaciones que se inscriban en la lengua. En cambio, todo el De vulgari eloquentia al que me referí en mis lecciones de comienzos de este año, me refiero a esa obra de Dante, puramente admirable, donde se defiende la función propiamente literaria, la lingua grammatica que él suponía hacer con su toscano, elegido entre otros tres, léanlo (es más difícil de conseguir que el Cratilo), léanlo y verán hacia qué se inclina Dante, hacía una realidad de la que sólo puede hablar un poeta, que propiamente hablando es la de esta adecuación, que sólo a un poeta le es dado sentirla, de la forma fonemática que ha tomado una palabra y de ese intercambio entre el significante y el significado que es toda la historia de la mente humana. ¿Cómo un significante, insensiblemente, pasa a uno de esos costados del significado que no había aparecido aún? ¿Cómo el significante mismo cambia profundamente con la evolución de las significaciones? Eso es algo sobre lo que lo único que puedo es pasar, pero donde, por lo menos les indico una referencia: que el latín causa, tomó su peso a partir del día en que Cicerón tradujo por causa la αιτια griega, es el punto de giro que hace que al final, esta causa, que aún es la causa jurídica primero, la causa latina haya llegado al final para designar la res, la cosa, cuando la res, la cosa llegó a ser para nosotros la palabra nada [rien]. Esta historia del lenguaje es algo que, para no ser propiamente hablando el campo en el que ha de operar el psicoanalista al proseguir su práctica, le muestra a todo momento las vías y los modelos en los que debe captar su realidad. Y en la intervención que hizo Leclaire del “POOR (d) J’e-LI” sobre la cual, ejemplo paradigma, se hizo la pregunta sobre en qué i

L’outre-ange: “el ángel odre”; ¿evocación también de l’outrance, la ultranza? [n. del T.]

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borde estaba: ¿preconsciente, inconsciente? ¿Es un fantasma? Creo que la imagen de partida en la que conviene fijarnos, para comprender de qué se trata, es que [es] aquello de lo que se encuentra más cerca y ahí hallamos la experiencia analítica. ¿Quién de los analistas no ha palpado la función, en cada uno de sus analizados, de algún nombre propio, el suyo o el de su cónyuge hombre o mujer, de sus padres, hasta del personaje de su delirio, que juega con el nombre propio en la medida en que se pueda fragmentar, descomponerse, hallarse infiltrado en el nombre propio de algún otro? El “POOR (d) J’e-LI” de Leclaire es ante todo algo que funciona como un nombre propio. Y si tengo que designar el punto de la botella de Klein donde ese “POOR (d) J’e-LI” ha de inscribirse, es en el borde, si puedo decirlo, el orificio de reversión a través del cual, al tomar cualquiera de los lados en cuestión en esta doble entrada de la botella de Klein siempre al envés de la una le corresponde el derecho de la otra e inversamente. Y si quieren una imagen que les satisfaga aún más, la función del “POOR (d) J’e-LI” o de cualquier cosa que en la historia de alguno de nuestros pacientes pudiese [...] corresponder allí, pues bien, se trata de la función propia que, respecto a un patrón, en el sentido que puede tener esa palabra para la costurera, el patrón que representa el fragmento de tejido [...] que servirá para descomponer tal puntada del vestido, o tal manga, donde la función de las letricas está destinada a mostrar con qué debe ser cosida alguna cosa. Es a partir de allí que puede captarse, comprenderse, esta función de sutura facticia, que debería permitirnos con la suficiente atención, con un método que es justamente el que intentamos crear aquí o por lo menos sugerirles, permitirnos captar y hasta diferenciar, en esta imagen una especie de soporte primitivo con el cual podría distinguirse la manera como se hacen las suturas en tal o cual. Con eso quiero decir que eso no se hace ni en el mismo punto ni con el mismo objetivo en el neurótico, en el psicótico ni en el perverso. La manera como se hacen las suturas en la historia subjetiva está propiamente en la imagen, el paradigma de Leclaire, puesto que se trata de algo que constituye su valor, y que no es pura y simple curiosidad fonológica; esta sutura está estrechamente asociada a lo que Leclaire designa como la diferencia exquisita, diferencia sensorial. Y ahí es donde se especifica el rasgo obsesivo; ahí está ese nuevo elemento que puede agregársele a lo que, propiamente hablando, se llama clínica, en la medida en que el psicoanálisis tiene algo que adjuntarle a esa antigua palabra de clínica. En esa sutura misma está atrapado ese punto exquisito de lo sensible, ese aspecto de cicatriz, yo diría casi queloide, para llegar hasta la metáfora, ese punto elegido que designa, en el obsesivo, algo que queda atrapado en la sutura, que hay que, propiamente hablando, desbridar. Esto es lo que nos permite situar el punto original de aquello que, por otra parte, puede servir como demostración sobre la función del significante, pero que también nos designa la función particular que ocupa en el ejemplo así aislado. Todo esto exige seguramente que nos tomemos el trabajo de hacer circular esas nociones que, en efecto, no son nuevas, que ya pueden encontrarse en Freud y que sería fácil; creo que no necesito designarle a todos los que lo han leído un poco en qué punto podemos encontrar sus homólogos, desde el aber, el Abwehr, el amen, que es Samen en El hombre de las ratas53-54 y muchos otros. Pero también, si es ahí donde hemos de ubicar algo cuyo

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secreto y manejo intentamos volver a encontrar, no será seguramente desviándonos ni ateniéndonos a lo que se nos da sino intentando proseguir, según la fórmula de Freud, la construcción, respecto al sujeto, que podemos extraer su conveniente provecho. Si saben buscar su instancia, volverán a hallar en todos esta separación, esta separación que deja en el nombre esa sutura por él representada. Œdipus... en últimas lo tomo porque me lo solicita el hecho de que en efecto es el primero que puede venirnos a la mente. Œdipus, pie hinchado ¿va de suyo? ¿Qué hay en el hueco entre la inflamación y el pie? Justamente, el pie perforado. Y del pie perforado no se dice que haya sido vuelto a pegar. El pie hinchado, con su enigma que queda abierto en el medio, tal vez está más en relación con toda la historia edípica de lo que parece al principio. Y ya que alguien se entretuvo presentificando mi nombre en este debate ¿por qué no divertirnos un poco? Puesto que Jacques es, por una parte, Israel (de esto habló uno de nuestros testigos en el seminario cerrado), Lacan quiere decir lacen en hebreo, es decir, el nombre que conserva las tres consonantes antiguas que se escriben más o menos así [fig. XV-1]. Pues bien, ¡eso quiere decir y sin embargo!

Si este año le doy a ese tejido, a esa superficie, que es aquella en la que intento dibujarles la topología del significante, esta nueva forma (en la historia del pensamiento matemático, y por lo tanto forma lógica), forma que no es por azar que haya llegado tan tarde, si Platón no la tuviese, y que sin embargo es tan simple, banda de Mœbius que redoblada da la botella de Klein, ¿cuál es el enigma que allí reside? ¿Qué quiero decir? ¿Acaso creo que existe? Es claro que evoca analogías, y en el campo biológico propiamente dicho. La última vez indiqué, para quienes estuvieron en el seminario cerrado (lo repito aquí porque aquí puede repetirse la consigna para mi público completo), hablé de El nacimiento de la clínica de Michel Foucault. Dije que era una obra que había que leer por su enorme originalidad y por el método en que se inspira, el acento que pone en el viraje de la instancia anatómica en el pensamiento nosológico. Impresiona y sorprende ver que en esta incidencia (quiero decir: de la anatomopatología), el cambio de mirada, el cambio de foco que hace pasar de la consideración del órgano a la del tejido, es decir, de superficies tomadas como tales, con el modelo entendido esencialmente como lo que distingue la epidermis de la dermis, los pliegues de la pleura de los del peritoneo, en el total cambio de significación que adquiere el término de simpatía a partir del momento en que, siguiendo esos pliegues, esos clivajes, que toda la evolución de la embriología ha hecho tan palpables, en resumen, que desde el Tratado de las membranas de Bichat, la anatomía cambia de 229

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sentido y cambia al mismo tiempo el sentido de todo lo que puede pensarse de la enfermedad. La manera como esos pliegues se envuelven, particularmente en el campo embriológico, se anudan, se contornean, llegan a ese punto de estricción, como de cierre de un bolso, de cierre de una bolsa para aislarse en su forma adulta, es algo que merecería ubicarse, casi a manera de un ejercicio, en cierta forma estético, pero que ante el biólogo tendría ese efecto de sugestión que, por lo demás (no dudo que muy pronto, pues una vez dada la cosa, y siempre en la punta de un cierto orden de reflexión, que es en una estructura original de torsión del espacio, en su manera comparable a esa curvatura que el físico capta en un cierto nivel del fenómeno, en otra forma de torsión, de involución, como ya parecen estar las palabras preparadas para acogerlas) residiría la originalidad de la función viviente del cuerpo como tal. En verdad, esto no es más que sugestión de paso que busca, en el punto en que los dejo antes de las vacaciones, escandir ese algo con el que yo querría ilustrar de una manera más viva lo que contienen fórmulas como aquellas a las que he regresado varias veces y que planteo como esenciales, diciéndoles primero que es el eslabón clave para evitar deslizar hacia alguno de esos errores de derecha o de izquierda demasiado rápidos o demasiado [...] ilustrarles esta fórmula de que el significante, a diferencia del signo, es algo que representa a un sujeto para otro significante. Tal vez haya habido aún ahí cosas ante las cuales, por no estar acostumbrados a la fórmula, eviten ustedes extraer consecuencias. No me atuve a esto porque el año pasado, al darles la fórmula, tal vez nueva a ojos de algunos, de la alienación, representa, dije, a un sujeto para otro significante, pero en la medida en que si el significante determina al sujeto, al determinarlo lo tacha, y esta tachadura quiere decir al mismo tiempo vacilación y división del sujeto. Hay ahí seguramente algo que en su paradoja (y les afirmo sin embargo que no intento hacerla más pesada), que la paradoja no era el medio como yo buscaba capturar la atención; que, si puedo decirlo, la paradoja me fuerza a mí mismo, por ser sin embargo esencial acentuarla. No digo que el significante no pueda ser materialmente semejante al signo, signo que representa algo para alguien. La teoría del signo se impone tanto, se impone a tal punto a la atención de ese momento que vivimos de la ciencia, que pude escuchar a un físico con quien sostengo largas discusiones, decir que a fin de cuentas, los cimientos, el asiento de toda la teoría física en tanto que exige el mantenimiento de un principio de conservación llamado conservación energética, sólo podrá entonces hallar este asiento, esta certidumbre última, cuando hayamos llegado a formalizar todo el descubrimiento físico moderno en términos de intercambio de signos. El prodigioso éxito de la concepción cibernética, que se dirige ahora hacia esta extraña cosa que se califica como información, le apuesta al registro de la información, toda especie de transmisión a distancia por poco que en cualquier momento se presente como acumulativa; tal vez voy un poco rápido, que quienes saben estimen, de lo que digo, su pertinencia a su manera y a su antojo... En biología, por ejemplo, se llegará a hablar de información para definir lo que emana de tal sistema glandular en la medida en que esto repercutirá más allá en algún lugar del 230

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organismo. ¿Quiere esto decir que haya que entender en eso dos polos llamándolos emisor y receptor? Hágase lo que se haga, se subjetiva, lo cual resulta propiamente hablando, ridículo. En últimas, ¿por qué por esta vía no considerar como información los rayos solares, puesto que al acumularse en alguna parte en la clorofila, o simplemente al recalentar el botón de la planta, determinan y se acumulan en los efectos de eclosión, de abertura de la planta viva? La ingenuidad con la que al parecer se adopta, en esta formalización de ese tema de la información, la función del emisor y del receptor, sin que se note hasta qué punto, ahí, se pisotea el terreno del viejo sujeto del conocimiento, a saber, que a fin de cuentas, al tomar esta vía en la que cada punto del mundo sería valorado por la manera como más o menos conoce todos los demás puntos, tiene algo singular, paradójico, donde se manifiesta, de la manera más apreciable, una pérdida, y cuyo modelo sólo puede darlo manifiestamente lo siguiente: que estamos acostumbrados ahora a disponer del manejo de objetos que podemos alejar casi indefinidamente de nosotros, que son máquinas, y respecto a las cuales, en la medida en que las hacemos (justamente, esas máquinas), ser sujetos, que las pensamos como máquinas que piensan, que efectivamente, reciben de nosotros informaciones gracias a las cuales ellas se dirigen. Hay en eso una especie de evolución, hasta de deslizar del pensamiento, para el cual, en últimas, no veo obstáculo alguno. En cierto campo, a condición de definirlo, puede producir, y producir servicios enormemente apreciables, la equivalencia información-mé [...] parece tener cierta fecundidad en física. ¿Podemos contentarnos con eso en lo que concierne al estatuto del sujeto respecto al signo? El signo puede parecerles en cierta forma sostenible, si lo entendemos precisamente de esta manera que continuamos diciendo que funciona siempre para alguien. La inversión de esta posición, a saber, que en los signos hay unos que son significantes en tanto representan al sujeto para otro significante ya ven en qué medida, en últimas, responde a esta tendencia, a esta curso del pensamiento, pero ese sujeto nos permite hacer de eso otra cosa, otra cosa determinable, localizable, y cuyo metabolismo puede ser aprehensible con sus consecuencias. ¿Y por qué? Forjé para ustedes un ejemplo, o más bien lo tomé, no cualquiera, lo tomé del artículo de un lingüista que, literalmente, aunque lo plantea para definir qué es el signo lingüístico, fracasa en ello, debo decir, radicalmente. Y retomo el mismo ejemplo para intentar hacer con eso algo para ustedes: una muchacha y su amante. Convienen, para encontrarse, el siguiente signo: cuando la cortina (modifico un poquito el ejemplo), cuando la cortina esté recogida, esto querrá decir “estoy sola”. Tantas materas, tantas horas. Cinco materas indican así “estaré sola a las cinco” [Fig. XV-2].

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En función de que esta convención ha sido fundada en palabras, en un lenguaje, en la medida en que hay nominación, acto fundador que hace de esa cortina algo diferente a lo que es, ¿acaso podemos identificar esto pura y simplemente con un signo, con una combinatoria de signos puesto que hay dos, en otros términos, con un semáforo en verde, al que se le adjuntaría un índice? Digo que no. Y como eso no se entiende enseguida, me veo forzado a forzar lo que guardo en la manga, o, en otros términos, a interrogarlo con mis fórmulas. Sola; pongamos sola en el lugar de la cortina. Definí que el significante es lo que representa a un sujeto para otro significante. Que el amante esté o no ahí para recibir aquello de que se trata, no cambia en nada el hecho de que “sola” tenga un sentido que va mucho más lejos que decir semáforo en verde. ¿Qué quiere decir “sola” para un sujeto? ¿Acaso el sujeto puede estar solo, cuando su constitución de sujeto es estar, si puedo decir, cubierto de objetos? Solo, quiere decir otra cosa, quiere decir que el sujeto desfallece en la medida en que ahí no hay “uno [un]” [Fig. XV-3a], que podemos duplicar siguiendo la fórmula [Fig. XV-3b] en la medida en que ahí no hay uno solo [un solo, un seul].ii Segundo elemento: las cinco. Con la adjunción de este segundo elemento se instituye la estructura elemental de la ρησις. Si quieren lo ilustro lo más rápidamente posible) puedo decir que uno u otro pueden servir de sujeto o de predicado. “Sola” predicado de un “las cinco”, “las cinco” predicado de “solamente”. Eso puede querer decir tanto “sola a las cinco” o “solamente cinco horas”. Esto es totalmente secundario frente a lo que tengo que mostrarles, a saber, que en este intervalo, el solo que está en el denominador del uno solo [un solo] que determina lo que ella es, ese solo, en su buena función de objeto a, debe surgir, a saber, que entre los dos, entre sola y a las cinco, el amante es llamado expresamente como el único [le seul] que puede colmar esta soledad [Fig. XV-4].

ii

Estos los esquemas sin traducir:

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En otros términos, lo que vemos producirse, lo que hace que, en tanto estructura significante, esto se sostenga y subsista, es en la medida en que el λέχτόυ, o lo que es legible de lo que así se expresa, deja abierta una hiancia en donde se estructura la función de un deseo. Aquel a quien ese λέχτόυ se dirige, ya sea que lo lea o no, en el λέχτόυ está llamado a funcionar en la hiancia, en el intervalo que determina dos direcciones, por una parte el “sola a las cinco” y la dirección de lo que los estoicos llamaban no sin razón el τυγάυου, la cita, el encuentro electivo, y, en el sentido contrario, lo que el sujeto, dividido en su anuncio de estar solo, oculta y disimula, que es su fantasma que es ser la única [la sola]. En la división del sujeto, haberse convertido, como objeto, en la única [en la sola], funciona como deseo que pende enteramente del deseo del Otro. Sólo el deseo del Otro da sanción al funcionamiento de este llamado. El deseo fantaseado por el sujeto que se anuncia como solo para ser la única [la sola], ese deseo, es el deseo del Otro. El acento que aquí se pone en la fórmula el significante representa al sujeto para otro significante, lo notaron ustedes, consiste en diferenciar el significante, no del lado del receptor como siempre se hace, y donde se confunde con el signo, sino del lado del emisor, porque si digo que el significante representa al sujeto para otro significante, es en la medida en que el sujeto en cuestión es el que lo emite. Ahora bien ¿qué queremos decir cuando hablamos de lo inconsciente? Si lo inconsciente es lo que les enseño porque está en Freud, allí donde eso habla, deben poner ustedes el sujeto detrás del significante que se anuncia. Y ustedes, que reciben ese mensaje de su inconsciente, están en el lugar del Otro, del desconcertado. Y, para hablarles en los mismos términos del otro día, “Bebedores tan ilustres y sifilíticos tan preciosos”, lo cual hoy en día se traduce como se lo traducía detrás de una ventana considerando mi abundante auditorio de Sainte-Anne: “¡público [...] de homosexuales y toxicómanos!” (el público de los demás siempre está constituido por homosexuales y toxicómanos), todos ustedes entonces, psicóticos, neuróticos y perversos que hacen parte de mi auditorio en tanto Otro, ¿qué significa esto? ¿Que están ustedes ante ese mensaje? Pues bien, ese es un punto importante por precisar, porque ahí hay un rasgo de clínica, quiero decir, de apertura en dónde ubicar el interrogante. Si usted es psicótico, quiere decir que se interesa en el mensaje esencialmente en la medida en que ella [¿él?iii] sabe que ustedes lo leen. Siempre se olvida al examinar al psicótico. Él, no sabe qué quiere decir el mensaje, pero el sujeto engendrado en el significante del mensaje sabe que él lo lee, a él, al psicótico. Y no diré que se trate de un punto en el que nunca se insiste suficientemente; es un punto que jamás ha sido visto. Si usted es neurótico, se interesa usted en la cita, y por supuesto, para fallar a ella, porque, de todas maneras, no hay ninguna cita. Si usted es perverso, se interesa en la dimensión del deseo, usted es ese deseo del Otro, está atrapado en la medida en que el deseo es siempre el deseo del Otro, usted es la pura víctima, el puro holocausto del deseo del Otro como tal. iii

Este comentario entre corchetes es de los miembros de la Association Freudienne Internationale que participaron en la elaboración de su edción.

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Es tarde (porque me retardaron) y por eso hoy no podré mostrarles, en la botella de Klein misma, que ahí están los campos que este comienzo determina. Sepan que el primer miércoles de mayo retomaré ahí mi discurso. Les digo, ya que la última vez me preguntaron de nuevo si mi seminario se realizaría después de que ya lo había anunciado terminantemente, que el último miércoles de este mes de abril habrá un seminario cerrado.

Traducción: Pio Eduardo Sanmiguel Ardila Colaboraron en la revisión de la traducción y de esta versión en español: Belén del Rocío MORENO CARDOZO Carmen Lucía DÍAZ LEGUIZAMÓN Eduardo ARISTIZÁBAL CARDONA Javier JARAMILLO GIRALDO Mario Bernardo FIGUEROA MUÑOZ Pilar GONZÁLEZ RIVERA Tania ROELENS HRNCIROVA Esta traducción continúa en proceso; así que, cualquier duda, comentario y/o precisión serán bienvenidos; comuníquelos, por favor, a la siguiente dirección electrónica: [email protected]

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Los problemas cruciales para el psicoanálisis, seminario 1964-1965. Lección dieciséis

Lección XVI 28 de abril de 1965 (Seminario cerrado) Hoy estaremos un poco apretados por el tiempo. Me eximo entonces del preámbulo que generalmente hago en este seminario cerrado, para darle enseguida la palabra al doctor Durand de Bousingen, quien tiene algo interesante que comunicarles, en la línea de la obra de Leclaire, sobre lo que ahora se llama, de manera decisiva, que pasó a nuestra conciencia común con el título de Poordjeli. Robert Durand de Bousingen- Me gustaría titular el ensayo que les presento hoy, De la intervención de la asociación fonemática en la estructuración del fantasma primitivo. En su intervención, Serge Leclaire intentó precisar en su forma más condensada la fórmula donde se origina lo imaginario de Philippe. La secuencia “POOR (d) j'e-LI” parece en efecto lo más cerca del fantasma fundamental, constelación donde se recuerda, en la vivencia regresiva de Philippe, su relación del ser con el lenguaje, la voltereta en la percepción eternamente rechazada y retomada en la problemática del obsesivo, de la falta en ser del lenguaje. Es raro, dice Leclaire, que se llegue en análisis a la confesión de esas fórmulas tan secretas. Muy a menudo, la investigación psicoanalítica se detiene en la frase “Lili, tengo sed”. Esta frase construida con las defensas de la gramática, sólo se halla en un nivel secundario, ya bastante elaborado, culminación de un trabajo de constitución fantasmática profundo que, no por quedar a menudo en la sombra de la verbalización analítica, implica que sea preverbal. En efecto, es Freud quien nos dice, en la carta número 79 a Fließ: Confírmase cada vez más que el punto a través del cual irrumpe lo reprimido en la neurosis obsesiva es la representación verbal y no el concepto que de ella depende. i Por lo que dijo más tarde, sabemos que ese hecho no se limita a la neurosis obsesiva. Si se examina la obra de Freud, particularmente en su dimensión autoanalítica donde se origina su experiencia, sorprende que el desciframiento freudiano se aplique prácticamente siempre a estructuras lingüísticas ya muy elaboradas, palabras, frases. Es precisamente en el nivel de la estructuración obsesiva del discurso que interviene el análisis freudiano. Numerosos ejemplos pueden encontrarse en la interpretación onírica, en la interpretación tan construida del discurso del Hombre de las ratas, donde intervienen no fonemas sino Wortbrücke, puentes de palabras, lo que muestra hasta qué punto su investigación se ubica frecuentemente como nominal. Esta percepción de la distorsión del discurso al nivel de la palabra es la que da a la obra de Freud esa marca de un genio del juego de palabras, donde sin embargo resulta ya obliterada la encarnación del deseo en el fonema original. El trabajo de Leclaire me llevó entonces a intentar articular por esta vía, buscando vincular en lo más profundo del discurso del sujeto, bajo el aspecto propiamente fonemático de lo formulado original, el destino de éste. De esta manera debería ser posible aproximar el i

Carta 79, del 22 de diciembre de 1897.

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lenguaje fundamental del sujeto lo más posible del nivel primario, donde reina la identidad de las percepciones y donde juega el puro material sonoro, en su oposición fonemática, sucesión discontinua, alternada y escandida, de una cadena donde la asonancia, contigüidad y continuidad van a constituir el discurso del sujeto, introduciéndolo en el mundo del significante, de la demanda y del deseo. Me gustaría plantear en este punto una primera pregunta introductoria. ¿Es posible señalar en el autoanálisis de Freud y particularmente en la Traumdeutung, algo que pueda hallarse lo más cerca de su fantasma fundamental? Esta me parece una tarea difícil, aunque intentada de manera brillante por algunos autores. Hay que acordarse aquí que el descubrimiento freudiano se hizo en el movimiento mismo de la resistencia a éste, y que el discurso articulado en el que se apoya Freud constantemente metaforiza precisamente en él la dimensión misma de la represión. No obstante, es posible volver a hallar una referencia fonemática en su obra, en un breve artículo titulado El significado de la sucesión de las vocales ii , Gesammelte Werke55, vol. 8, p. 349. Freud señala aquí un mecanismo de distorsión que conduce a reemplazar un nombre por otro cuya sucesión de las diferentes vocales es similar, lo cual recuerda lo formulado original, tabú o reprimido. Si “mi tesoro [trésor chéri]” constituye para Philippe la reminiscencia secundariamente sacralizada de la palabra materna, podrá manifestarse, en el “POOR (d) j'e-LI” permitido, a través de una sucesión de vocales idénticas:

En esta corta nota, Freud privilegia de esta manera la vocal y su sucesión sonora. Sería interesante preguntarle a Leclaire sobre la posible relación entre la sucesión de las vocales del “POOR (d) j'e-LI” y las del nombre de Philippe. Pero la observación del pequeño Hans ¿no es uno de los únicos textos freudianos o uno de los más notables, donde pueda intentarse investigar en su proceso genético la estructuración del fantasma primitivo por asociación fonemática, en el lugar mismo de la formulación edípica transmitida por Freud en el material verbal original del niño? De hecho, Freud anota, al comienzo de la observación la importancia de la posibilidad de percatarse directamente en el niño de aquellas “formaciones edificadas por el deseo iii que en el adulto exhumamos con tanto trabajo de sus enterramientos”. Señala igualmente en esta observación (G. W., p. 256) la estructura de tipo auditivo puro del juego de prendas, y de esta manera privilegia una vez más lo escuchado por sobre lo visto, en la estructuración del fantasma en el niño. Nos dedicaremos entonces a un intento de enfoque de las asociaciones fonemáticas del pequeño Hans a todo lo largo de su observación y a través de su evolución. Por supuesto, se necesitaría elaborarlo a partir del texto alemán, y este ensayo nos mostró una vez más la catastrófica aproximación de la ii

El valor de la secuencia de vocales (1911), en Sigmund Freud Obras Completas, vol. 12, Buenos Aires, Amorrortu, traducción de José Etcheverry; y también: El significado de la aliteración de las vocales, Obras Completas, Tomo II, p. 1643, traducción de Luis López Ballesteros y de Torres. iii “formaciones de deseo” en la traducción de José Etcheverry. Bs. As., Amorrortu, Vol 10.

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traducción francesa, que hace imposible toda aproximación lingüística desde el texto francés. Este trabajo especulativo sobre un texto intentará completar el análisis concreto y regresivo de la construcción de la fantasmática de Philippe. El texto introduce la pregunta inaugural de Hans con la frase: “Mama, hast du auch einen Wiwimacher?”, mamá, tienes tú también un Wiwimacher? seguido de, hablando de la ubre de la vaca: “Aus dem Wiwimacher kommt Milch”, sale leche de su Wiwimacher, que viene inmediatamente antes de la amenaza de castración de la madre: “der schneidet dir den Wiwimacher ab”, se te cortará el Wiwimacher, que lleva a la respuesta de Hans, haré pipí con el popó. ¿Por qué traducir tutu y perder de esta manera toda posibilidad de análisis lingüístico? Señalemos las palabras clave de esta secuencia tan densa: Mama – Wiwi – Milch. Wiwi – Popo, equivalencia de Hans en respuesta a la amenaza de castración de la madre. De hecho, Hans señala, hablando sobre Wiwi – Popo, que son los Löwen, leones, y las Lokomotive las que tienen Wiwimacher. Hans completa su investigación: “Papa, hast du auch einen Wiwimacher? ”, papá, ¿tienes tú también un hace-pipí? Por supuesto, responde el padre, introduciendo de esta manera a Hans en un mundo humano caracterizado por la atribución de un pene reivindicado también por la madre. De ahí entonces, papá-mamá = poseedores de un Wiwimacher. Es notable que a partir de ese instante, Papá y Mamá se transformarán definitivamente, y hasta el final de la observación, en Papi, Mami y más tarde Grossmami. La apropiación que hacen los padres del pene queda marcada de esta manera por la contaminación de la I de Wiwi, al nivel de la denominación de las figuras parentales. Sólo quedarán alienados a la predominancia de la A los hijos Hans y Hanna. Entre todos sus amigos (G. W. p. 251-252), Franzl, Fritzl, Olga, Berta y Mariedl, será a Fritzl (una niña, dice él) y a Mariedl a quienes de hecho preferirá en adelante. El nacimiento de Hanna completa las asociaciones de Hans, luego de la amenaza de castración de la madre: “Aus meinem Wiwimacher kommt kein Blut”, mi Wiwimacher no sangra. Esta asociación bastante ansiógena, relacionada con el parto de la madre y fuertemente reprimida, se manifestará más tarde con la introducción de series dominadas por el fonema U, sobre las que volveremos más tarde. Interesémonos ahora en la palabra clave de la fobia: Pferd. Esta aparece primero, luego de la afirmación de la madre de que tiene un Wiwimacher, ahogada entre un conjunto de otros objetos animados e inanimados. El objeto fobígeno escogido no es la jirafa o el elefante sino el Pferd, que se ordena en torno al fonema P. De esta manera, Hans vuelve a hallar, por asociaciones fonemáticas con Papi, el significante de la función paterna, y la simple elección fonemática permite apoyar la interpretación de Freud de la relación del caballo con la figura paterna. El rechazo de la madre a tocar el pene de Hans, estructurará, apelando a la

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amenaza de castración, schneiden, otra serie fonemática cuya particularidad surgirá del hecho de ser directamente respuesta a la expresión materna que concierne a la demanda de Hans: “Es ist eine Schweinerei”, es una porquería. El primer sueño de angustia que precede a la fobia (G. W. p. 259) connota el miedo a que la madre se vaya, privando a Hans del Schmeicheln, las caricias, expresión original de Hans, puesto que se le explica en el texto. Aquí se ve la asociación por asonancia que puntúa el mismo contenido fantasmático que schneiden, asociación que constituye una respuesta fonemática a la amenaza de castración. El miedo a perder schmeicheln precede exactamente a la fobia propiamente dicha: “das mich ein Pferd beissen wird”. Toda esta serie, que se articula en torno a la amenaza materna, está puntuada por la serie fonemática: schneiden, Schweinerei (palabras de la madre), Schmeicheln, beissen (palabras de Hans), serie que se organiza en la modalidad fálica (G. W. p. 260). De esta manera, la angustia se traduce literalmente por las palabras, schmeicheln provocará beissen. De hecho, los caballos que muerden son los caballos weiss, blancos, completando así esta serie (G. W. p. 265). En ningún momento el padre le significa a Hans la castración simbólica; éste sólo se atreve a decirle que las mujeres no tienen Wiwimacher, lo cual Hans no puede creer, y que son las mujeres las que hacen niños, dejándolo de esta manera pendiendo de su temor imaginario de la castración. Toda la observación mostrará hasta qué punto en esta investigación la palabra del padre seguirá siendo ansiosa y relativamente vana a este nivel, lo cual el niño significará finalmente: “Tú y yo, tenemos un pene pequeño, pero son las mujeres las que hacen a los niños”. ¿No es esto lo que constituirá la falta definitiva de Hans? Luego de la insistencia del padre en su interpretación forzada del caballo-padre castrador (G. W. p. 287-288) intervendrá la secuencia fonemática dominada por las U, y que puntúa la regresión anal de Hans. Es cuando está furioso, Zurn, que retiene sus Lumpf (288). Ese Lumpf aparecerá en el discurso respecto a los Hose, calzones de la madre, retomando la asociación anterior Wiwi = Popo, muy reprimida de la primera amenaza materna. El asco de Hans se expresará a través de una condensación entre la P y la U: Pfui. ¿Puede, en ese nivel fonemático, relacionarse esta serie regresiva con otro desconocimiento del padre, y también de Freud, de hecho, cuando propone la nominación de la fobia de Hans como una Dummheit? Recordemos que la Blut, la sangre, violentamente reprimida desde el comienzo de la observación, viene a puntualizar así la vivencia del parto de Hanna. Recordar esto confirma, cuando Hans retoma la historia de Fritzl (G. W. p. 293), quien ha geblutet, sangrado, unas líneas más abajo, revelando que ahí es donde él ha atrapado la Dummheit, la tontería. Aparece de esta manera una extraordinaria constelación significante en este punto en torno a la U, que recordaremos brevemente: -

La U de Dummheit puntúa el desconocimiento del padre y de Freud.

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-

La U de Lumpf puntúa el desconocimiento del padre con la regresión anal correlativa.

-

La U de Blut puntúa la castración imaginaria vivida en la palabra de la madre.

Puede extraerse un nuevo hilo asociativo en la estructura fonemática, cuando (G. W. p. 302) el padre asemeja el Lumpf con los pelos púbicos de la madre, con su Wiwimacher. El padre de Hans notará entonces la transformación definitiva del Lumpf en Lumpfi, que restablece de esta manera, en la organización fonemática del significante anal, el pene materno que expresa la persistencia de Hans en el desconocimiento de la diferencia de los sexos. Ese mismo registro sobreentenderá el nombre imaginario de su hijo preferido, Lodi, que introduce de manera verosímil la serie de los Saffalodi, Schokolodi, etc., donde se significa con la asociación de las O, A, I, la aprehensión de la teoría anal del nacimiento, revelada por el padre de Hans, que constituirá la punta extrema del develamiento de la palabra.

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Así, cada letra parece puntuar, con su dominante fonemática, un sector de lo imaginario del sujeto y constituir su elemento vectorial y dinámico en la elaboración del discurso de éste. -

La letra I puntúa lo que podría llamarse el atributo del pene, donde Hans manifiesta su esfuerzo por atribuírselo a los padres, intentando así sobrepasar en lo imaginario la forclusión de su relación con el falo en la palabra del padre.

-

La O emplaza la regresión anal de Hans combinada con la U de Blut castrador que promoverá el Lumpf.

-

En torno a la P girará la problemática paterna de la observación.

-

La A atraerá a los humanos sin pene, Hanna, Hans, respecto a quienes lo poseen, Vatti, Mammi.

Esos elementos fonemáticos, artificialmente aislados en este punto de nuestra investigación, seguirán en la elaboración de la palabra [mot] los mecanismos fundamentales de los procesos primarios. La fijeza de su estructura se recordará en los desdoblamientos fonemáticos, significantes repetitivos de lo reprimido en el discurso. Ese desdoblamiento, de extrema importancia, sólo puede ser indicado aquí, SchwEInerEI, PApA, MAmA, HAnnA, POpO, etc. A nuestro nivel, podría constituir una forma específica de la función de redundancia descrita por Roman Jakobson. Al mismo tiempo, el desplazamiento-sustitución y la condensación, testigos de la intercambiabilidad de los elementos, culminarán en una organización cada vez más compleja. Aquí, la metáfora mayor parece ser la asimilación de la I y de la O sobre la que ya habíamos insistido. La condensación producirá las figuras complejas de las palabras clave de la observación. Lumpf condensa la U y el PF, Pferd da Pfui agregando la I en la negación del deseo, etc. Cuando el discurso culmina en su forma elaborada adulta quedará definitivamente fijada, en la palabra y la frase, la estructura inconsciente, huella perdida de la comunicación, que pasa bajo la ley alienante esencialmente diacrónica del discurso común. Pero el constante empuje del deseo primario conducirá a reiterar la demanda y a extender su campo de llamado. De esta manera, las cadenas metonímicas que culminarán en las articulaciones preconscientes de las demandas, van a portar consigo en adelante esos significantes fonemáticos electivos y primitivos que han connotado el paso del sujeto por los estadios clásicos de las pulsiones orales y anales. El tipo de interpretación significante de Freud se plantea, respecto a este intento de aprehensión del discurso, en el nivel fonemático, dirigiéndose esencialmente a las conexiones de palabras. Es la asonancia de la palabra la que introduce un significante nominal, el nuevo Wort. Wegen dem Pferd se vuelve wägen, lo cual explica la fobia a los coches (G. W. p.293); Bohrer remite a geboren. Hasta Freud subraya en nota al pie (G. W. p. 294), respecto a la insistencia del padre sobre la explicación del Wegen dem Pferd, que lo único por descubrir es la conexión de palabra, Wortanknüpfung, que al padre le escapa. Ahora hay que parar para interrogarlos, si es posible. No habrán dejado ustedes de notar que tal posición metodológica remite más al alogicismo del proceso primario que a la lógica de lo consciente, aun cuando las necesidades de la comunicación oral y mi tendencia racionalizante hayan podido velar el centelleo ubicuo y la titilante y efímera combinatoria de la inconsciente resonancia fonemática. ¿Puede tal enfoque aportar nuevas luces a la comprensión de la constitución del discurso, en el niño, o de su regresión estructural,

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particularmente en el psicótico? Los trabajos de Winnicott159 en el niño [La psychanalyse, V, 21-41], que se encarna en el fonema, o los de Perrier [Évolution Psychiatrique, 1958, II, 421-444], donde la regresión esquizofrénica del lenguaje de su paciente alcanza la dimensión fonemática a través de sus ejercicios de solfeo, petrificación sonora o mecánica de su deseo, serían ilustrativas a este respecto. Volviendo a Juanito, podría mostrarse con numerosos ejemplos cómo la aprehensión de esta dimensión fonemática permite volver a hallar las interpretaciones de Freud. Éste interpreta la figura del caballo que arma jaleo como un miedo y un anhelo de la castración del padre. En alemán, esta secuencia responde al Pferd que beisst, castigo de la mordedura que remite a la culpabilidad de las Schweinereien, cochinadas de Hans, y al Pferd que arma Krawall, jaleo, manifestando de esta manera su paso a la dimensión de los A, individuos sin pene y sin potencia. El Krawall, término inventado por Hans, está entonces marcado por la castración imaginaria. El A se reúne aquí con el EI de beissen. El discurso de Hans responde aquí, no a la letra sino al fonema, a lo que Freud nos dice sobre su miedo al padre y por su padre. De manera aún más imprudente, la audacia sólo sonríe a lo inconsciente, acerquémonos con nuestra fragilísima clave a la Traumdeutung. Ante todo señalaremos algunas líneas fundamentales, aunque disimuladas al comienzo del capítulo VII (G. W., II-III, p. 530) que trata sobre el olvido en los sueños: “En los sueños mejor interpretados es preciso a menudo dejar un lugar en sombras; de ahí arranca una madeja de pensamientos [...]; es el ombligo del sueño, el lugar que se vincula con lo no reconocido iv , die Stelle anderer dem Unerkannten aufsitz. Los pensamientos oníricos [...] desbordan en todas las direcciones dentro de la enmarañada red de nuestros pensamientos. Desde el lugar más denso, aus einer dichteren Stelle, de ese tejido, surge el deseo del sueño como el hongo de su micelio.” Ese verdadero lugar de lo inconsciente, lugar de lo reprimido primario, de donde surge el deseo, ¿no podría estar relacionado con un predominio fonemático? Proposición que querríamos afianzar con una referencia al sueño Marburg-Hollthurn (G.W., II-III, pp. 438523). Toda la dinámica de ese sueño se expresa en el paso de la A de Marburg, enfermo, Matter, materia, a la O de Hollthurn, Holothurien, Molière, motion of the bowels. Su significación es tan burdamente injuriosa y escatológica, que Freud sólo puede indicar su sentido, resultante de la psicología anal. Es en ese mismo sueño donde, por haber introducido un RE (R) inglés donde no convenía, los pensamientos de Freud se ven llevados a la escena infantil de carácter incestuoso en que él fue expulsado por una palabra enérgica del padre, ein Machtwort, literalmente una palabra de poder o de autoridad, ¡que tal vez fue sencillamente fuerte! Lo que Freud nos dirá sobre la incorrección gramatical que asemeja from con fromm, piadoso en alemán, y de su relación con la impiedad ante la persona sagrada del padre ¿no está ya contenido en la dinámica que introduce el fonema O en esas dos palabras?

iv

“lo no conocido” en la traducción al español de José Etcheverry, p. 519, Amorrortu, Vol. V; “lo desconocido” en la traducción de Luis López Ballesteros y de Torres, T. 1, p. 666, Madrid, Biblioteca Nueva, 4ª edición, 1985.

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Subrayemos que aquí, el significante literal mayor puntuado por Freud, paso de la A a la O, se confunde muy exactamente con su dimensión fonemática. Yendo ahora al extremo ¿será posible aislar estructuras fonemáticas significantes, al nivel mismo de la constitución de la palabra, apelando de esta manera a referencias fonéticas? ¿No podría haber allí afinidades estructurales elementales entre ciertos fonemas, átomos simbólicos dijo Sapir141, y la expresión remanente y repetitiva del nivel primario, por ejemplo, a partir del comentario de que la negación se expresa, en un enorme número de lenguas, con elementos muy a menudo monosilábicos de articulación nasal? La teoría de Jespersen70 indica por ejemplo, la tendencia de los sonidos a agruparse según su grado de sonoridad, grado de apertura en la constitución de las sílabas de Ferdinand de Saussure. Las numerosas excepciones al esquema de Jespersen ¿no serían altamente significativas, desde el punto de vista de la estructuración semántica, del fantasma original, constituyendo una singularidad exquisita del sujeto? En este punto convendría, lo sienten ustedes bien, retomar este ensayo a la luz de los trabajos de la lingüística estructural, buscando también ahí, como lo dice Roman Jakobson, “analizar sistemáticamente los sonidos de la palabra a la luz del sentido, y el sentido mismo refiriéndose a su forma fónica”68. Es en esta arista existencial, que vincula indisolublemente la fonética con la semántica, retomando en este nivel la última intervención de Leclaire, que se encarna el deseo en la intersección de dos campos: en la articulación del sonido y del sentido. Si los fonemas sólo son pura alteridad, son asimismo el producto de un sujeto en movimiento motor, acústico o auditivo, que emite o recibe rasgos distintivos a partir de la materia sonora bruta. La corporeidad del significante ¿no es entonces precisamente el sonido recibido en su modulación material, emitido en un funcionamiento dinámico del órgano vocal, recibido por una masa corporal más o menos sosegada? La búsqueda del dominio gestual del obsesivo ¿no es, al nivel del lenguaje, ese esfuerzo dramático por enlazar éste a su corporeidad fundamental, que le disimula constantemente la fuga metonímica de su deseo, tanto menos soportable cuanto que no puede encarnarse en ninguna parte? Leclaire subrayó muy finamente ese momento en que el fantasma primitivo de Philippe realiza esa aproximación de la corporeidad originaria con ese júbilo de tipo enrollarsedesplegarse eternamente recomenzado, momento existencial puntiforme en que el verbo se encarna verdaderamente en lo más profundo de la experiencia corporal. Lenguaje del cuerpo, es cierto, pero sobre todo lenguaje con un cuerpo estático y cinético, receptor y emisor de una línea temporal y melódica, a través del placer jaculatorio de un cuerpo por fin significante. Aquí, Philippe parece hallarse lo más cerca de un representante de esta repetición circular de las cadenas inconscientes primitivas, forma original de la demanda, pero donde el reencuentro de la dimensión del ser lo pondrá en la vía de poder asumir la pérdida, efecto de la instalación del significante. Entonces, en la percepción de la barra que separa la ley fonética de la ley semántica al mismo tiempo que las liga indisolublemente, me inclinaría a ver un momento privilegiado en que se introduce para el sujeto, en la experiencia auditiva vivida, la percepción del fundamento mismo del descubrimiento analítico, el sentido del sentido; más claramente: de la estructura del significante. Estaríamos aquí lo más cerca de la ruptura vivida entre lo fonético y lo semántico, experiencia que se constituye en una misteriosa dehiscencia del campo auditivo y vocal, que introduce al sujeto a la proximidad de la significancia de su 242

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discurso, conduciéndolo así en su experiencia subjetiva misma del acto de la palabra, a esa connotación de la antinomia de la que hablaba Leclaire. El advenimiento al sentido del sonido conducirá al sujeto a poder ubicar su discurso en el nivel de su imagen especular por fin situada y reconocida. El sentido hueco de la demanda, hiancia radical hasta entonces angustiante, podrá anclarse en el cuerpo del sujeto por fin reconocido y permitirle pasar de la palabra vacía a la palabra plena. Me parece que es de ahí de donde la comunicación de un fantasma primitivo como el de Philippe, en análisis, extrae su valor inaugural para el sujeto. El hecho de que la aprehensión de tal nivel sea rara en el análisis del obsesivo, sólo nos recuerda lo que sabemos sobre las dificultades de su cura. Esta dimensión fonemática, siempre residual ¿no constituirá para el sujeto el llamamiento de lo inconsciente mismo, referencia a la identidad de las percepciones del nivel primario, que perfora al nivel de una diferencia exquisita, que rompe el hilo del discurso, y que a veces percibirá el paciente o el psicoanalista? Se plantea por último el asunto de saber cómo evitar, en ese nivel de estudio fonemático, una distorsión junguiana, precisando bien la estructura de una eventual prematuración fonética en la articulación del significante con el primer discurso del sujeto. Pueden ver que reintroduje (¿acaso no hay que reintroducirla siempre?) la pregunta por el estatuto topológico de la dimensión fonemática en el campo del análisis. ¿No nos lleva el fonema, como dice Lacan, lo más cerca de las fuentes subjetivas de la función simbólica [La psychanalyse, I, p. 29]?80 Es en el fort-da, OH de la ausencia, AH de la presencia, en una pareja simbólica de dos jaculaciones elementales, donde el objeto se ensarta y pica el anzuelo. Así el símbolo se manifiesta en primer lugar como asesinato de la cosa, y esta muerte constituye en el sujeto la eternización de su deseo. (J. Lacan, La psychanalyse, I, p. 123). Por qué no concluir ahora, como lo hacía Jacques Lacan en su informe de Roma, apelando a la palabra de los dioses hindúes: Da... Da... Da... Jacques Lacan- El deseo de que nuestra reunión de hoy cumpla con el programa que me propuse, a saber, introducir una nueva orientación en nuestro trabajo del seminario cerrado con el texto que la señora Aulagnier les presentará, ese deseo hará que sólo podré responder brevemente a este trabajo cuyo interés pienso que no les ha pasado inadvertido. Quiero decir que, a fin de cuentas, es un trabajo bastante inaugural, aunque suceda al de Leclaire, en un cierto campo de exploración en que resulta ser, por lo menos, una investigación posible, aún cuando tal vez no esté aún situada suficientemente. Sin embargo, pienso que en mi último curso señalé yo mismo el punto preciso de la topología donde hay que concebir que se inscribe la fórmula del tipo “POOR (d) J’e-LI”. Entonces, no avanzaré por el momento en ninguna articulación elaborada, desde el punto de vista dogmático, sobre la situación propiamente hablando de esta vena de investigación que acaba de ilustrarles de manera brillante Durand de Bousingen. No obstante, no puedo no señalar, aunque sea de la manera más corta y más alusiva, los puntos donde parece que esta investigación muestra una dirección por desarrollar. Quiero simplemente... simplemente hacerles notar, allí donde él introduce el diptongo EI de schneiden, schweinerei, 243

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schmeicheln y beissen, ¿cuál es ese sonido peculiar de la sh estrechamente asociado con todas las formas sibilantes, es decir, de consonantes, particularmente en sus dos especies, fricativas y sibilantes, schneiden, schweinerei, beissen y weiss y muchas otras? Lo único que hago aquí es señalar lo importante para lo que sigue. Asimismo, asociada con la vocalización U, en el momento en que aparece, podrán ustedes (U, que es una labial), allí ven asociadas igualmente las consonantes labiales, particularmente la L de Lumpf mismo, el PF de Pferd y la labial. Esto es igualmente importante de señalar; subrayo su importancia. Auque con gusto lo discutiría, tal vez yo no le daría exactamente la misma interpretación que él le da, a saber, de representante en suma del objeto fálico, si entendí bien, que él le da a la intrusión de la I en las series fonemáticas que él subrayó. Pero esto sería tema de una discusión particular. También ahí, tal vez con el objetivo de alertar a quienes sólo estarían advertidos a medias (yo no sé si Durand de Bousingen se hace ilusiones al respecto, habría podido engendrarlo), quisiera hacerle notar que la interpretación de la afinidad fonética de las vocales en Jespersen y en Jakobson es estrictamente opuesta en una y otra, a saber, que allí donde en Jespersen hay escala de sonoridades, el análisis de Jakobson procede tal como lo fundó definitivamente de manera admirable en su método, [...] Preliminaris que seguramente ustedes conocen, procede por distinctive features, rasgos distintivos, y particularmente que la A se opondría aquí a las demás vocales como lo compacto a lo difuso, al intervenir en esta ocasión otros rasgos distintivos. Pienso que esto le ha aportado a quienes supieron tomar notas un cierto número de materia para preguntas. Esas preguntas me podrán ser dirigidas en diversos contextos, pero para quienes sólo pueden contactarme aquí, ruego que las personas que tengan algo que agregar en la línea de tal trabajo, me lo hagan llegar directamente a mí mismo, porque no considero que la línea, el debate, la vena abierta por este trabajo de Leclaire, esté por ello cerrado; tenemos tiempo, de aquí a final de año, para volver sobre él. Esto me da también la oportunidad de disculparme ante las personas que me comunicaron dos textos muy interesantes, uno es el de René Major que daba respuesta muy especialmente tal vez al hecho de la torsión o de la objeción que pudo producirle, la última vez, Safouan. Lamento no poder hacer presentar hoy ese trabajo de René Major, pero tampoco me causa gran remordimiento, puesto que pienso también que tendremos la oportunidad de hacerlo volver aquí por otro sesgo. En efecto, en su respuesta nos da un resumen muy elegante de lo que Stein evidenció en su seminario sobre Tótem y tabú149, particularmente respecto al parentesco, la afinidad, hasta la sobreposición de la barrera del incesto con la barrera que separa lo inconsciente de lo preconsciente. Es una cuestión inmensa, y no hay que lamentar que se la deje hoy abierta sin que podamos debatirla más precisamente. No obstante, quiero simplemente desde ahora tomar una posición estrictamente idéntica a la que tomé la vez pasada en el momento de la intervención de Safouan. Se trata de la pertinencia del comentario, al cual no creo que Major responda (una vez hice una primera lectura del texto de Major), comentario de Safouan que me parece muy pertinente, según el cual es en la medida en que nos acercamos a esta barrera del incesto, que la otra barrera, la que está entre lo inconsciente y lo preconsciente, resulta regularmente, en fin, en la experiencia, resulta franqueada, y se produce el retorno de lo reprimido. Esto indica por lo

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menos que si las barreras pueden colindar o cruzarse en alguna parte, no funcionan en el mismo sentido. Pero, repito, esto es sencillamente algo que señalamos; indicación para el porvenir. La segunda persona con la que quiero disculparme es Béatrice Markowitch, quien nos hizo un comentario muy notable que resulta confirmarnos así, luego del de Francine Markowitch, que quienes manifiestan la mayor sensibilidad en este campo que es el nuestro aquí, y que yo intento hacer aprehender, no necesariamente son los técnicos. Por supuesto, a este respecto no quiero dejar de mencionar que el trabajo de Leclaire, que nos ha interesado de la más candente manera, es un trabajo ya antiguo y que, si de algo puedo regocijarme es, a saber, de ver que en últimas, surgiendo desde cierto punto de mi enseñanza, pueden producirse otros, otros trabajos. Evidentemente, sólo puedo deplorar el tiempo de latencia que tal vez una organización, durante algunos años, que no es otra que la de la Sociedad a la que todos pertenecemos, debe tener en alguna parte, en ese retraso del surgimiento de trabajos que, ya que aquí se ha hecho uso de su término, de trabajos lacanianos... Entonces, le doy la palabra, sobre un tema que señala un tiempo, a saber, que no debemos reducirnos a trabajos que datan de hace ocho años, que convendría aquí... Era un poco el objetivo del comentario de Safouan, en su forma de llamado un tanto agresivo: que hay cosas que aún no se han remachado diez mil veces y que son también muy interesantes. Es de este tipo de trabajo lo que va a plantear la señora Aulagnier, a quien le doy ahora la palabra. Piera AulagnierLA ESPECIFICIDAD DE UNA DEMANDA O LA PRIMERA SESIÓN Quien pretenda aprender por los libros el noble juego del ajedrez, pronto advertirá que sólo las aperturas y los finales consienten una exposición sistemática y exhaustiva, en tanto que la rehúsa la infinita variedad de las movidas que siguen a las de apertura. [Trabajos sobre técnica psicoanalítica (1911-1915 [1914]: Sobre la iniciación del tratamiento (Nuevos consejos sobre la técnica del psicoanálisis, I), Sigmund Freud]. Impresiona como una mente clara, perspicaz. Al preguntarle yo qué lo movió a situar en el primer plano las noticias sobre su vida sexual, responde que es aquello que él sabe sobre mis doctrinas. No ha leído nada de mis escritos, salvo que hojeando un libro mío halló el esclarecimiento de unos raros enlaces de palabras; y tanto le hicieron acordar estos a sus propios «trabajos de pensamiento» con sus ideas que se resolvió a confiarse a mí. [...] Se haría extender por un médico un certificado según el cual necesitaba, para restablecerse, de ese acto que meditaba con el teniente primero A., y este se dejaría mover por el certificado a aceptarle las 3,80 coronas. El azar de haberle caído por entonces en las manos un libro mío guió hacia mí su elección. Pero conmigo no se podía ni hablar de aquel certificado. (El hombre de las ratas). Entre el momento en que el Hombre de las ratas decide ir a ver a un médico para pedirle un certificado, aunque también habría podido ir a pedirle un medicamento o un consejo, poco importa, y aquél en que se presenta ante Freud, algo ha llegado a cambiar radicalmente el

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objeto de su demanda; el azar lo lleva a encontrar un libro de Freud y ese libro decidirá de su elección. Lo que viene a pedirle a Freud es que éste haga funcionar su saber para que al sin sentido del síntoma se sustituya una palabra que retransforme sus “elucubraciones cogitativas” v en discurso; lo que él sabe sobre ese saber es que tiene que ver con la vida sexual, o sea, con el deseo. Es en ese momento preciso en que el sujeto acepta lo que yo llamaría la hipótesis (y la hipoteca) de lo inconsciente, que hay permutación del objeto de la demanda y que se inaugura la transferencia. Lo que quisiera demostrar con esta exposición es que hay, desde la primera sesión, una instalación original de lo que llamaría “el discurso transferencial y la economía que lo rige”. Para hacerlo, intentaré despejar los puntos siguientes: 1. Las maniobras del comienzo encuentran su origen previamente al encuentro; ese primer tiempo ha moldeado de manera privilegiada el deseo del analista pero también la demanda del sujeto. La relación analítica no puede concebirse como desarrollándose entre un sujeto virgen de todo saber y otro único supuesto saber. 2. En la cura, el sujeto, diga lo que diga, o no diga, siempre está presente como único discurso; sujeto-objeto de la palabra, ya sea que él hable o que eso hable, lo que se vuelve objeto de análisis es la palabra tomada como objeto. El analista, ya sea que interprete o que sólo sea escucha, hace parte integrante de ese discurso. En este registro y sólo en éste, se actualiza lo que comúnmente se llama un fantasma de fusión. 3. Si es cierto que la técnica analítica sólo es posible a partir de una noción articulada del sujeto, esta articulación nos lo designa como ser de palabra que llega, a través de su decir, a convertirse en bisagra y develamiento entre registro de la demanda y registro del deseo. 4. Si, al nivel de la demanda, tenemos el derecho de hablar de evolución histórica o temporal y, en lo que concierne a la dinámica de la cura, de regresión de la demanda, al nivel del deseo sólo podemos reconocer la irreductibilidad y la perennidad de su mira así como del fantasma que lo soporta. Esto introduce el estatuto que daré del fantasma. Viene a sustituir una falta de sentido que ha aparecido al decir el sentido fantasmatizado que se le otorga a posteriori a un malentendido primero, que intenta de esta manera enlazar lo irreductible de un “no sabido” con la demanda de saber que sostiene todo discurso. Postular que la especificidad del encuentro analítico constituye, para el sujeto, una experiencia inaugural que no puede dejar reducirse a una pura repetición, implica volver a interrogar los conceptos de transferencia y de fantasma en sus acepciones más clásicas. En los límites de esta exposición, no sólo puede ser cuestión de ofrecer una ilustración exhaustiva del sentido de esos términos, sino de demostrar que el origen de la transferencia es ante todo transferencia del objeto de la demanda y que esta primera permutación será la que acarree seguidamente el atributo transferencial en sentido amplio. Existe una v

“trabajos de pensamiento” y “elaboración mental” en las traducciones de José Etcheverry y Luis López Ballesteros, respectivamente.

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instalación tópica y económica que precede la evolución dinámica y que es la única que puede explicarnos su mecanismo. En lo que concierne al fantasma quisiera evidenciar a dónde apunta el deseo que éste escenifica como telón de fondo de todo el devenir de la cura, pantalla sobre la cual llegarán a proyectarse los objetos trampa del deseo. Entre esos objetos, sea que se los nombre objeto de la pulsión, objeto de la demanda u objeto del placer, poco importa, hay dos que tienen un papel privilegiado y que se mantendrán a todo lo largo de la existencia del sujeto como soporte de su demanda y de su fantasma: son la mirada y la voz, voz a través de la cual se ha formulado el primer llamado y lo primero escuchado que se hizo respuesta, mirada que es la primera que le ha dado al sujeto su estatuto de objeto de mirada y objeto de deseo, valga decir, lo que sostiene y escapa a todo discurso pero cuya omnipresencia se halla en el centro del mito infantil. La captación del objeto es, en su origen, tanto sonora como visual. La angustia, que para el niño surge en lo oscuro, recuerda el apólogo que hace algunos años nos propuso Lacan sobre la mantis religiosa; lo que la crea no es la ausencia de la mirada sino el hecho de que el sujeto, de repente, ya no ve lo-que-es-mirado, desapareciendo como objeto de su propia mirada, referencia alienante, sin duda, pero necesaria para fijar el deseo del otro; lo que le aparece entonces es ese deseo en todo su enigma. Palabra y escucha, mirada y objeto de mirada, ahí tenemos el origen de lo que, en toda relación, en la medida en que compromete dos deseos, se vuelve añagaza de una unidad mítica que apunta a hacer que el objeto de la demanda sea apto para el deseo. Esta primera relación madre-hijo, boca-seno, que encontramos en el linde de toda teorización analítica, mito de una fusión entre el sujeto y el Otro donde tendría su origen la angustia de castración y la herida narcisista, es, diría yo, la respuesta de la realidad a un llamado y a una mirada que siempre han sido demanda de otra cosa. Lo fantasmatizado no es esta respuesta en cuanto tal sino la distancia que revela entre toda respuesta y lo informulado del llamado como lo informulable de la mirada. Esta distancia se mantendrá desde el primero hasta el último día de la existencia; ese vacío es el que viene a llenar el fantasma; éste intenta soldar un significado con un significante, la apelación, la nominación que es el sujeto en el discurso del Otro a imagen de lo que llega a hacer del sujeto el objeto de deseo. Si puede decirse que el sujeto está en cada secuencia, en cada lugar de su fantasma, así como en el sueño, es justamente en la medida en que en el fantasma él se hace conjuntamente mirada y objeto de la mirada, enunciado y sujeto del enunciado. Si hay un fantasma fundamental que sostiene la dinámica de la cura, es en la medida en que en todo fantasma está presente la dimensión de la escucha y de la mirada, aquella que designa efectivamente, en la realidad analítica, en esta otra escena donde se desarrolla el análisis, el lugar del analista. Fantasma del retorno al vientre materno, de retorno al seno, fantasma de nacimiento o fantasma de seducción, no importa, independientemente de su textura, el fantasma es siempre puesta en escena de una respuesta que enlaza el "¿qué quiere él?” de quien habla con el "¿quién soy?" de aquel a quien se dirige. Lo que cambia no es la respuesta que da su fantasma sino el tiempo de surgimiento de la demanda que modifica su objeto, ese fragmento de realidad que, al hacerse objeto de placer, llega a revelarle al sujeto lo que está más allá de su principio.

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Si hay razones para decir que lo propio de la cura es poner en juego la regresión tópica, es en la medida en que el analizado siempre opondrá a lo que yo llamaría la realidad de la cura una respuesta fantasmática idéntica y porque el analista viene a situarse en ese lugar de la escucha y de la mirada que hace parte de la textura propia del fantasma. Si se quiere hablar de regresión narcisista, hay que volver a pensar entonces cuál es la relación del narcisismo con la falta cuya negación pretende ser. El objeto narcisista, es uno mirado por el Otro; lo que el narcisismo quiere negar es que pueda existir en el deseo del otro una respuesta diferente a la que hace del sujeto el objeto único de ese deseo; él pretende ser la negación de lo irreductible de ese deseo así como de esa falta que lo sostiene. Todo lo que concierne a una instauración de la situación analítica (que, por lo demás, es de la única que estamos autorizados a hablar), nos remite entonces a ese doble registro de la demanda y del deseo. Lo propio del análisis es hacer coincidir lo que se constituye en su objeto con lo que está en el centro de nuestra praxis: el objeto analítico. Todo análisis comienza por una demanda de análisis que se dirige a aquel que efectivamente tiene el poder de responder ahí: el analista. El objeto de esta demanda hace del encuentro analítico una relación que no puede superponerse a ninguna otra. La demanda del Hombre de las ratas apuntaba, en su origen, a un certificado; esto era lo que quería obtener del médico, certificado que habría venido, puede decirse, a darle al síntoma estatuto de objeto médico, medio de cura sin duda ilusorio pero nada nos afirma que habría sido ineficaz; todos sabemos hasta qué punto la más inesperada prescripción o la más anodina puede bastar en ocasiones para poner sordina a lo que concierne a la sintomatología. El Hombre de las ratas no ignoraba de ninguna manera lo absurdo, lo ilógico de sus obsesiones, la demanda de certificado sólo podía ser un mal negocio pactado entre él y el otro. "Tome mi síntoma a cuenta suya, autentifíquelo con su sello y de esta manera yo podré dejárselo como objeto rehén"; ese era el sentido de su proceder así como de todo proceder médico de ese tipo; es en ese sentido que el objeto de la demanda estaba falseado desde el comienzo. Pero cuando, en efecto, viene a ver a Freud, "pondrá en primer plano los datos relativos a su vida sexual" puesto que "eso es lo que él conoce de la doctrina"; lo que pedirá ya no es un certificado que anularía el síntoma sino el sentido de sus "elucubraciones cogitativas". De esta manera se abre paso la demanda que se dirige específicamente a Freud-analista; Freud vendrá a responder a ésta. Pienso que toda demanda de análisis se arraiga en ese punto preciso del discurso donde, en esta historia hablada que es la suya, le aparece al sujeto una falta de sentido; mientras el sujeto no choque con el no sentido y con lo no sabido, no puede haber aquí demanda que nosotros podamos recibir. En cambio, en ese momento, no pienso que tengamos derecho a hablar de falsa demanda puesto que lo que se pide es ese recurso a otro sentido que sería, y es, en efecto, el objeto de nuestro saber. A través de esta permutación tiene lugar, para el sujeto, una especie de adecuación entre el objeto de la demanda y el objeto de la respuesta. Yo diría que esta adecuación misma es la que se convertirá en develamiento de la inadecuación fundamental de todo objeto respecto al del deseo. A partir del momento en que el deseo de curar se enuncia como deseo de saber, estamos en el registro de la transferencia, la relación analítica está implicada aquí desde su comienzo a través de esta demanda transferencial primera que se mantendrá a todo lo largo de la cura. El "yo no sé" remite a la dimensión de lo inconsciente, cuya existencia el sujeto ha aceptado postular a 248

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priori, postulado cargado de consecuencias cuya importancia para el ser del sujeto se subestima a menudo. Desde ese momento, el analista se supone ser el único que posee lo no sabido, la falta de sentido del discurso. El "yo no sé" se volverá a formular como "dígame lo que sabe"; desde ese momento, la demanda del sujeto se vuelve soporte de su transferencia; el objeto faltante al que apunta la demanda es localizado definitivamente en el Otro; lo que vendrá a hacer presente para el sujeto el a (signo algebraico que viene a indicar, como nos lo recordaba últimamente Lacan, no una naturaleza particular que sería propia del objeto parcial sino la homología de posición de todo objeto parcial en sus relaciones con la demanda y con el deseo) es la palabra del analista. Esta primera maniobra del juego es la consecuencia de lo que preexiste a la entrada en análisis; su fruto será su especificidad y la originalidad de la relación que se creará entre el sujeto de la palabra y la palabra tomada como objeto. Lo que preexiste, lo definí como la hipoteca de lo inconsciente. Hace de dos sujetos en causa los garantes de otra dimensión del discurso, los partenaire de una partida en que lo que está en juego se halla en otra escena; es en esta otra escena que el analista planteará su tablero de juego, mientras que el sujeto planteará el suyo sobre la escena que se soporta lo que se llama lo real, sin que ninguno de los dos partenaire ignore el doble juego que se instaura. Pero mientras el analista es supuesto saber que su victoria implica que él se acepta perdedor en el plano de la realidad, al analizado, en cambio, le resulta placentero hacerse engañador, aún cuando para ello debe reconocerse engañado. Al intentar arrastrar al analista hacia donde lo llama, al nivel de la añagaza de lo que llama su realidad, intenta un jaque mate que apunta a quien sin embargo el fantaseará siempre como el eterno ganador. Llego de esta manera a la segunda maniobra del comienzo, la cual llamaría la instauración del placer: "Desde que vengo a verla, siempre estoy obsesionado; continúo dudando de todo y espero que tenga usted a bien decirme el sentido de todo eso. Me tiendo, hablo, usted me escucha y me mira; es todo lo que obtengo y continúo viniendo aún cuando tengo la impresión de que ya no se qué busco aquí y me pregunto qué es lo que encuentro." En el momento mismo en que el sujeto se pregunta sobre lo que encuentra ahí, no sabe que acaba de aportar él mismo su única respuesta válida. A la duda de su realidad se opone en la sesión la certidumbre de mi escucha; ahí está el objeto de su placer. Dije que el análisis comienza con una demanda particular que hacía de la palabra de nuestro saber el objeto de la demanda del sujeto. Habría podido agregar que, paralelamente, su palabra se vuelve para él, objeto supuesto de la demanda que él proyecta sobre nuestro silencio. Con su palabra, el analizado intenta situarnos en el registro de la demanda; con su silencio, el analista se sitúa por fuera de lo previsto por la demanda. Su silencio es testigo de un resto, de lo que cae de todo discurso; haciéndose escucha, viene a completarlo, a aportar aquí el develamiento de una dimensión diferente [autre]. Toda demanda se sitúa, implica, en su estructura misma, la escucha; surge sobre un fondo de silencio. Toda palabra tiene como revés indisociable la escucha del otro [autre], poco importa que sea que este otro sea proyectado sobre el interlocutor real o que sea fantaseado en la ausencia. Solamente el discurso delirante, y sólo éste, surge sobre fondo sonoro. En 249

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los demás casos, el silencio, en su función de escucha, es lo que viene a dar fe del deseo ignorado del discurso. Es soporte de lo que yo llamaría el fantasma de lenguaje, que sostiene a todo discurso para convertirlo en el llamado de lo que podría venir a responder, no a la demanda sino al deseo. Pero esta dimensión de nuestro silencio sólo se le aparecerá al sujeto en el momento mismo en que este privado de éste, ya sea durante la irrupción de nuestra palabra, palabra esperada, sin duda, pero ya veremos cómo esta es develamiento de la falta. Mientras nuestro silencio sólo esté presente como escucha, es lo que se convierte, para el sujeto, en demanda de palabra. Decirle al analizado que debe decirlo todo implica que puede decir todo, inclusive lo que no puede ser escuchado de él. Asumimos la responsabilidad de la escucha; venimos a garantizarle la presencia de otro sentido y, ante todo, que en lo que concierne al decir, nada será objeto de rechazo. Nuestra escucha es el soporte de esta creencia que es suya, la de tener en su poder el objeto demandado por nosotros. "¿Cómo hace usted para recordar todo lo que digo?". Si no sabe cómo lo hago, de lo que sí está seguro es que mi escucha es un receptáculo sin falla. En ese sentido, somos verdaderamente llamado a la transferencia y al engaño; a la transferencia, gracias al hecho de que nuestra escucha es la que inviste toda palabra con los emblemas que constituyen su objeto analítico; se convierte así en el objeto privilegiado y único de la demanda; y engaño porque, en realidad, el analista, garante del deseo, jamás puede ser el sujeto de una demanda cualquiera, ni siquiera de lo que se llama la cura. Objeto de pulsión, objeto de demanda, objeto de placer, esas son tres entidades que han de situarse en el mismo registro, el del objeto-añagaza que, remodelado por el fantasma, llegará a sostener el deseo proyectándose en este lugar en que el objeto sólo puede estar presente como falta. Lo que demuestra la relación analítica, gracias a esta identidad que crea entre palabra y objeto de placer, es justamente que el placer nunca puede dejarse reducir a la única dimensión de lo que sería del orden de una experiencia corporal. Toda respuesta erógena sólo es fuente de placer en la medida en que se vuelve prueba del éxito de un encuentro que tiene lugar en otra parte; es efecto del placer y no causa. Es justamente por eso que "cualquier cosa" puede llegar a ser objeto de placer, lo cual nos recuerda Freud cuando escribe que el objeto de la pulsión es aquello que no le está atribuido primitivamente; es lo que puede ser intercambiado a voluntad. En este campo, el fetiche nos provee una prueba brillante. Ahora bien, ¿qué es el fetiche si no lo que viene a recubrir, al nivel del espejo que es el cuerpo del otro, lo que falta por nombrarse? El encuentro entre el sujeto y el fetiche se sitúa entre una demanda de identificación y el Otro en tanto proveedor de emblemas. Pero este Otro está en la mayor ambigüedad. Por una parte, investido con el fetiche, viene a dotar el pene del sujeto con ese poder de goce que se lo hace reconocer como emblema fálico; se presenta así como aquel que tiene el objeto de la demanda y del placer, pero por otra parte, sólo detenta ese poder porque así lo quiere el peticionario mismo; este último es el que, con su demanda, inviste al Otro con el poder de la respuesta, y sólo depende de él desposeerlo. Si toda demanda nos remite, en último análisis, a la dimensión imaginaria donde se juega la identificación, es justamente porque ésta última está soportada por ese objeto-añagaza gracias al cual el sujeto intenta nombrarse frente al deseo. El placer viene a dar pruebas del buen funcionamiento del añagaza.

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"El placer, me decía un perverso, es mi respuesta al placer del otro; es la prueba de mi éxito... Es a ella a quien le gusta sufrir; yo sólo hago lo que ella espera, el fuete es lo que a ella le gusta de mí"; y, en otra sesión, respecto a lo que llamaba la estafa del silencio: "Yo sé que a usted le gustaría hacerme creer que lo que la obliga a callarse es la regla analítica; en realidad, usted necesita mis palabras; si usted me pide hablar no es por mi bien, es por el suyo; si me callara, si de repente todo el mundo se callara ¿qué haría usted? Usted no existiría ya, por no oír." Hay una especie de paralelismo entre los dos objetos que ese sujeto interroga con esas dos fórmulas, el fuete y la palabra, los dos objetos del placer del Otro y para los cuales el placer del sujeto se vuelve signo de éxito. Con eso no quiero decir que objeto de análisis y objeto perverso sean similares sino que todo objeto de demanda, cualquiera que sea, todo objeto parcial, puesto que de eso se trata, prefigura la función del fetiche. Llega como respuesta a la primera demanda, al "¿qué quiere él?" que le plantea al sujeto la enunciación de su nombre; a este enunciado, el objeto-fetiche, o como lo dije antes, el objeto pre-fetiche, viene a responder dando un nombre al enigma del deseo de aquel que lo nombra. Soy aquel que habla; es así como en análisis llegará a nombrarse el sujeto. La palabra, en su función de objeto, se hace emblema, soporte del juego identificatorio instalado así desde la primera sesión. Palabra y escucha, cada término se convierte para el Otro en el emblema gracias al cual se puede, o se cree, reconocerse; es por ahí que se abre la partida y que el análisis encuentra en ello su placer. Llego de esta manera a la tercera maniobra, la instauración del fantasma de deseo. Citaré a manera de exergo la definición que da Lacan, en su texto Kant con Sade, de la función del fantasma: “El fantasma es lo que hace al placer apto para el deseo.” Esta breve formulación resume mejor de lo que habría yo podido hacerlo, lo que representa para mí aquello que definí en mi introducción como la irreductibilidad y la perennidad del deseo y por lo tanto del fantasma. El sujeto que viene a vernos no tiene lo que desea pero, en cambio, lo que posee es esa ilusión de conocer su objeto; enfrentado a lo imprevisto de su discurso, lo que resulta interrogado es justamente esta ilusión. Para preservarla, la transformará en la certidumbre del fantasma; ésta es la que, en el tiempo muerto entre dos placeres, viene a sostener la búsqueda y a relanzar la demanda. No hay objeto de deseo; esta ausencia es lo que llamamos la falta, pero, en cambio, hay una mira: la de la negación de la falta. Es en la medida en que el objeto del placer, retomado y remodelado por el fantasma, se hace encarnación de esta negación, que se convierte en la añagaza del deseo. El objeto fantaseado sigue la evolución temporal e histórica de la demanda; la mira del fantasma permanece, en cambio, inmutable: hacer que todo objeto de placer sea apto para el deseo fantaseando, en el incompletamiento propio de toda insatisfacción, la certidumbre de la existencia del objeto de la búsqueda. Todo fantasma surge posteriormente al placer; es cuando la demanda se encuentra con el objeto de la respuesta, donde el placer muere por haber sido satisfecho, que el deseo llegará a hacerse

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soporte de la posibilidad de una nueva demanda fantaseando la certidumbre de un último encuentro. Esta certidumbre, ese fantasma, es el que, en análisis, llegará a sostener el placer del sujeto en el tiempo vacío que separa las sesiones así como en el tiempo muerto de su propio placer. En el momento en que se reúnen su demanda, demanda de nuestra palabra, y el objeto de la respuesta, nuestra interpretación, en ese enfrentamiento en donde culmina su placer y donde la satisfacción le revela la inadecuación propia de todo objeto de respuesta, surgirá el fantasma de la certidumbre de los reencuentros de una última palabra de una última interpretación que vendría a cerrar definitivamente el ciclo de la demanda, mito que, desde la primera sesión, fija el deseo del analizado, se hace soporte y reactivación de su discurso. El fantasma es siempre interpretación retroactiva de una vivencia cuyo sentido para el sujeto quedó como "ese goce ignorado por él mismo" que funda el fantasma del Hombre de las ratas. De ese sentido perdido para siempre, el fantasma viene a dar, a posteriori, una escenificación, proyección en imágenes de un visto, de un escuchado o de un experimentado donde lo propio era ser en el origen, para el sujeto, una falta de sentido. Esta escenificación de la falta original de una primera palabra funcionará como telón de fondo que le permite al discurso sostenerse. De esta manera el fantasma viene a enlazar un antes perdido para siempre y un después siempre hipotético; lo ya-dicho de un primer llamado tiene un aún no-dicho para el cual él se presenta como prefiguración de la respuesta. En la sesión, el sujeto hace de la palabra objeto de la demanda; este objeto mismo es el que será retomado por el fantasma. Lo que el fantasma tendrá que hacer apto, en la cura, para el deseo, es la palabra tomada como objeto. Esta palabra fantasmatizada es la nuestra, lo cual definí como mito de una última interpretación; la demanda transferencial nos muestra así, en contrapunto, la transferencia de deseo. Paralelamente con esta instauración del placer y del fantasma de deseo que forman uno de los polos de la economía de la cura, aparecerá el displacer y la frustración que lo rige y que formarán el otro. A menudo citar un autor es prueba de la estimación que tenemos por su trabajo, pero no siempre se le hace un favor. En efecto, a menos que se haga un estudio completo de su texto, sólo se puede ofrecer una mirada fragmentaria y por lo tanto insatisfactoria de su pensamiento. No obstante, quiero citarles un pasaje de un texto de Conrad Stein que hace parte de una conferencia que sostuvo este último, titulada Transferencia y contratransferencia o el masoquismo en la economía de la situación analítica150. Lo que quisiera subrayar en ese texto es la definición que Stein nos da de la frustración en análisis. Según él, lo que introduce esta dimensión en la cura es la palabra del analista, quien con su irrupción viene a frustrar al sujeto de esta expansión narcisista que es lo que, para el autor, representa el telón de fondo que describí con el término de fantasma. Es en la expansión narcisista, en favor de la regresión tópica, retorno al principio del placer, en la situación analítica, donde el paciente experimenta placer. El nos indica claramente el origen de la frustración: "En la unidad de la palabra del paciente y de la escucha del analista, toda acción que vincule representaciones de las personas tiene lugar en el seno de la única persona que ocupa no solamente el consultorio del analista sino el mundo entero y

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que no podría tener ni interior ni exterior... Pero el analista que escucha podría también pronunciarse... en la realización de la expansión narcisista, esta única eventualidad constituye una falla a través de la cual se introduce un poder heterogéneo; esta falla se manifiesta en la espera, fenómeno que se opone al de la expansión narcisista y que tiene la cualidad del displacer; el displacer afecta la espera de la intervención del analista, independientemente del contenido de la acción esperada... la posibilidad de la intervención del analista es real." Esto le permite concluir que lo que inviste al analista, para el paciente, con el poder de la frustración, sería la realidad de esta eventualidad. Si cité este fragmento, es porque, por una parte, siempre es agradable encontrar por fuera una especie de confirmación de nuestro pensamiento, por otra parte porque me parece que lo que se desprende de este texto es que la frustración se presenta allí como teniendo una relación directa con la palabra y no, como se ha dicho a menudo, con algo que sería del orden de un poner fuera de circuito del placer pulsional concebido en la sola dimensión del actuar. A este respecto, me permito recordar aquí todo lo que se ha dicho relacionado de manera específica con el análisis del neurótico. La especificidad de la demanda psicótica, así como de la demanda perversa, exigiría instaurar una tópica diferente de relación. En la sesión, en últimas el neurótico se exime bastante bien de actuar. Él encuentra su placer a nivel del objeto de su demanda, o sea, de la palabra. En análisis, la frustración debe entonces, como lo hace Stein, concebirse en su relación con el decir y con la escucha. En cambio, no creo que esta eventualidad de la irrupción de nuestra palabra sea el lugar de la frustración. Me parece más que lo que introduce la frustración es la irrupción en la intemporalidad de lo inconsciente, en la intemporalidad del tiempo de la sesión, de la finitud del tiempo. Para el analizado, el fin de la sesión, así como lo que éste prefigura, valga decir, el fin del análisis, depende únicamente de lo que quiera el analista. Sobre ese fondo de certidumbre en que se desarrolla su discurso, certidumbre de la escucha y certidumbre de la mirada, se esboza en el horizonte aquello que se le opone por ser incompatible con toda certidumbre, es decir, el tiempo, llamado constante a la falta, puesto que todo sujeto, en la medida en que es mortal, puede siempre revelarse ante el Otro como el faltante. La muerte, presentificada como muerte posible del analista, viene a significarle al sujeto lo que, por ser tiempo pasado, está perdido para siempre y lo que hace de todo tiempo futuro, por ser tiempo posible de la muerte, tiempo de una frustración ¡siempre pendiente! La posibilidad de la muerte del analista se traduce a menudo, en el discurso del analizado, como ese temor a la anulación de su discurso, temor contra el cual él se preserva con esa convicción, tan a menudo expresada, de la presencia de las notas que nosotros tomaríamos sobre él. De esta manera, en alguna parte, se asegura de la existencia de una inscripción, de un signo transmisible que le garantiza la perennidad de su discurso. La frustración en análisis me parece relacionada siempre con la frustración de una palabra, y esta dimensión aparece en la sesión por vía de la temporalidad. Es porque se lo ve como un Amo del tiempo, que el analista se vuelve agente de la frustración para el sujeto. Aunque rara vez aparezca en la primera sesión (hay un tiempo para la interpretación), no me parece posible, en la perspectiva económica elegida, no abordar el problema de nuestra palabra.

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Dije que, con su silencio, el analista se hace testigo de la persistencia de un resto, de lo que cae por fuera del discurso; viene a completarlo, a introducir aquí el develamiento de una dimensión diferente. En cuanto su palabra, si se diferencia de cualquier otra, es porque da prueba de este corte entre demanda y deseo. En lo que concierne al mecanismo cuestionado de esta manera, ciertamente no es el marco de la primera sesión el que puede dar cuenta de éste; en efecto, no puede olvidarse que hay un tiempo de la interpretación y que lo que se interpreta no es el material (en tanto material bruto, hay tanto o más desde la primera sesión) sino el efecto de sentido de su inserción en el tiempo del sujeto. Podría decirse que lo que interpretamos es la puntuación del discurso. Ahora bien, no es posible hablar de esta puntuación sin pasar por este análisis mío, es decir, el del primer encuentro, con lo que será su devenir y su evolución. No obstante, en tanto la palabra del analista es lo que puse en el centro de este encuentro, no me parece posible no describir, así sea someramente, cuál es su rol; ya definí ese rol más arriba como el del develamiento de lo que cae "por fuera de la previsión de la demanda", es decir, el deseo. En efecto, si la demanda del analizado es demanda de la palabra de nuestro saber, y por lo tanto de la interpretación, el deseo, por su parte, es deseo de una última interpretación, y en la medida en que no hay última interpretación salvo en el mito del analizado, paralelamente a su concepción mítica de la última sesión, la última interpretación, al no poder ser más que el reconocimiento justamente de la perennidad de lo inconsciente, toda interpretación se vuelve develamiento de un resto. Es lo que indica al sujeto lo que deberá asumir al cabo de su recorrido, es decir, su castración. Si es cierto que insertándose en la continuidad del discurso, la interpretación viene a enlazar un decir actual con un ya-dicho y un aún-nodicho, no hay que olvidar que, paralelamente a esta función de puente entre dos demandas, viene a recordarle también al sujeto que el deseo sólo puede sostenerse gracias justamente a la incompletud inherente a toda interpretación respecto a esta "última" que es su objeto. Viene a relanzar el deseo, en oposición al statu quo del placer al que apunta el analizado. Más que corte del discurso, se quiere develamiento del efecto de sentido de todo corte. Espero haber podido ilustrar así lo que son, en mi opinión, las maniobras del comienzo que podrían definirse en su conjunto como una instauración específica del discurso. Me quedaría por decir de qué manera afectarán las del final, es decir, lo que se constituye en mira de nuestra praxis. No estoy tan segura de que, como lo dijo Freud, pueda darse fácilmente su descripción esquemática. No obstante, creo que di una palabra sobre este fin al decir que toda interpretación sólo podía culminar en el develamiento de un resto, de un irreductible del deseo y que era eso lo que el sujeto tenía que asumir al cabo de su recorrido; ese punto final es, conjuntamente, el punto teórico sobre el cual se funda toda praxis. Para cada analista, lo que vienen a revelar las maniobras del final, es el fundamento mismo de su teoría. Al cabo del recorrido, si el analizado encuentra el develamiento de lo que Lacan llamó el fantasma fundamental, el analista busca aquí por su parte esa referencia primera, ese punto de origen que vendrá a completar fantasmáticamente un saber cuya propiedad es, en mi opinión, la de tener que tropezar eternamente sobre un último no-sabido. La mira de la praxis está indisolublemente ligada al deseo del analista, independientemente del objeto que, según su óptica teórica, haga las veces de añagaza de ese deseo. Si el

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fantasma de deseo del analizado en la cura reposa sobre la certidumbre de esta última interpretación que vendría a cerrar el círculo repetitivo donde se inscribe su demanda, el fantasma del analista es, tal vez, el descubrimiento de un último saber que vendría a cerrar el círculo donde se inscribe la demanda de su deseo en tanto analista. Asumir que todo deseo, inclusive el del analista, sólo se sostiene de la falta que es su objeto, es lo que me parece la principal referencia que ofrece, para nuestra conceptualización del análisis, la teoría de Lacan. Esta se diferencia de todo lo que concerniría a una referencia biológica, a una experiencia corporal entendida no como objeto de fantasma sino como inscripción verídica de una historia ante la cual la palabra vendría, podría decirse, por añadidura. Pero avanzar en ese tema me llevaría a desbordar el marco de esta intervención. Lo que espero haber podido mostrar, paralelamente a la especificidad que postulo como propia del encuentro analítico, es que lo que está en el centro de nuestra investigación, lo que constituye su objeto privilegiado, es la palabra del deseo, lo que surge en el momento mismo en que se cierra el ciclo de lo biológico y de la necesidad para dejar aparecer una hiancia ante la cual todo objeto se revela en falta para colmarla. Este objeto siempre en falta es el que retoma el fantasma; a su imagen se remodela todo objeto de placer, cualquiera que sea, desde el seno al pene pasando por todo ese abanico de elección que ofrecen los objetos parciales. La realidad biológica de la existencia viene a superponerse a una cadena significante, preexistente, donde el lugar del sujeto, así como de todo objeto, se significa con un nombre. Es al sentido de ese nombre, sentido ignorado por él, que viene a responder el Otro y no al significado de la demanda; es frente al deseo del que está investido ese nombre, doble enigmático de sí mismo, que el sujeto se descubre como faltante. Al "¿qué quiere él?, al que le resuena en eco el "¿quién soy?", el fantasma viene a responder "soy aquel que él quiere". Esta certidumbre de la existencia del objeto del deseo viene a soportar y a relanzar la ambigüedad de la demanda. "No soy impotente, y sin embargo cuando amo lo que deseo, huyo; nada le falta a mi cuerpo y todo parece escaparle a mi deseo, es por eso que vengo a verla." Este preámbulo tan bonito con que un sujeto formulaba su demanda de análisis, me parece poder cerrar este debate. Demuestra la singularidad del encuentro analítico; prefigura lo que será la culminación, el descubrimiento de que el deseo sólo se sostiene gracias a la falta de su objeto, de que el cuerpo al que no le falta nada es el lugar donde viene a encarnarse un yo que preexiste en tanto objeto de deseo a esta encarnación y que, ante la mortalidad de ese soporte, sólo podrá sobrevivirse con la persistencia de un nombre. Asumir el más allá del placer es hacer de un nombre el soporte simbólico de la falta. Ahí está la especificidad ya no de la demanda sino de la respuesta que viene a dar el análisis. Jacques Lacan – No estamos obligados a conservar siempre la misma fórmula que se adoptó hoy, dado que eso era lo que teníamos, la fórmula de informes largos que dejarán poco tiempo para un debate. No sabría no obstante, en lo que me concierne, alegrarme suficientemente porque Piera Aulagnier nos haya aportado un texto cuya riqueza, densidad, pudieron ustedes apreciar de paso, de un martilleo tal vez un tanto precipitado para quienes no están formados ya, forjados en todos esos rodeos, pero que seguramente es un texto de referencia. Por eso les 255

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advierto... les advierto que será multicopiado y puesto a su disposición, así sea porque, una vez emitido ese texto, tendré que referirme a él en lo que sigue para, en el momento, completarlo, corregirlo, mostrar en qué puntos me parece que tal vez sus afirmaciones sólo se aplican a un campo que conviene limitar, cuyo carácter reducido conviene marcar, pero que, de todas maneras, en cada una de las afirmaciones, propuestas que avanzó hoy Piera Aulagnier, merece consideración porque, es siempre garantizado y confirmado en todo punto por la experiencia. Volveré entonces a referirme a ese texto y justamente por esto es que este texto llega exactamente a su tiempo. Como pudieron notarlo, esto puede ubicarse fácilmente por ejemplo respecto a lo que Piera Aulagnier dijo sobre el silencio, que viene a prolongar exactamente lo que pude yo plantear, en uno de mis últimos cursos, en referencia a un cierto artículo. Sobre muchos otros puntos, en el plano de la técnica, anticipa ciertas cosas que puede esperarse que yo aborde. Tal vez por primera vez abre la puerta, sin que yo se lo haya sugerido de ninguna manera, abre la puerta a un asunto tan delicado, el manejo del tiempo en la sesión analítica y su carácter estándar o regulable a voluntad del analista. Si tuviera algo que decir, tal vez discutiría el título. Esta primera sesión es una designación de un límite simbólico. Diremos que más bien son los abordajes, el marco, el umbral, ciertamente, de la práctica analítica lo que aquí se designa, donde el término de primera sesión sólo está ahí para figurarlo. En efecto, en la mayor parte de esta exposición, que concierne a lo que podría llamarse muy justamente, en fin, la apertura de la partida, hay algo que hace parte de lo que yo llamaría el estatuto pre-analítico del análisis, y asimismo, la referencia que hizo usted a ciertos términos lleva en sí misma esta referencia, ese carácter de índice pre-analítico. Sin duda se trata de la mira nachträglich, como decimos, aquella que podemos realizar a posteriori a partir de la experiencia y, se trata justamente de eso que sólo la experiencia analítica nos permite instaurar: el estatuto de lo que la precede y de aquello sobre lo que opera. En el marco de la Escuela, la mía, tendremos, el 20 de junio de este año, es un domingo, tendremos una reunión sobre ese tema que anuncié aquí en mi curso y es a partir de ahí, por cierto, que vincularé esta comunicación sobre el tema Introducción a la clínica psicoanalítica. Se trata nada menos que de comenzar a ver qué estatuto puede darse a esta clínica psicoanalítica de la que se habla desde hace largo rato, a partir de las funciones de mi enseñanza. A manera de introducción aportaré, acompañando la invitación, si puedo decirlo, un breve texto donde me permitiré introducir menos ironía. Quiero decir que, para mostrar la vía, para indicar dónde estamos, en la dirección en la que me parece que podría hacerse una contribución, haré notar hasta qué punto lo que hace poco llamé las funciones […] que, desde que mi enseñanza perdura, intento, para quienes me escuchan y que ante todo son practicantes, hacerles pasar por las venas, respecto a su objeto y a la manera como conviene que operen, hasta qué punto esas categorías no necesitan ni siquiera que se las modifique una pizca; simplemente que se las repita textualmente; a tal punto es de la deducción más inmediata que puede surgir una dirección señalada del lado de la fenomenología; hasta qué punto, a partir de esas nociones, {hay} algo, que nunca se busca al nivel del síntoma, que sin embargo constituye propiamente la originalidad del síntoma en el sentido analítico del término. Mostraré esto en pocas líneas, permitiéndome agregar ahí que, el que hasta ahora nadie lo haya hecho (digo, entre mis oyentes) sugiere, demuestra, a qué punto cierto grado de irreflexión, término que ha de considerarse, a pesar de su aspecto

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negativo, como el que contiene valor positivo. Porque el sólo hecho de formularlo así prueba que no podemos acudir al respecto a la reflexión de quienes me escuchan, porque por definición esta irreflexión no puede ser alcanzada; aportar la reflexión ahí es disolverla. ¿Qué es esta irreflexión fundamental que impide que ese paso tan simple (ya verán la articulación en esas pocas líneas) no se opere? Al respecto puedo decir que, en muchos puntos, lo que nos aportó Piera Aulagnier hoy es en cierta forma el principio, el comienzo, la tendencia, y prepara literalmente lo decisivo que puedo tener para introducir, que considero que debe inaugurar una etapa en ese campo de la exploración de la clínica psicoanalítica. Por hoy los dejaré ahí, pues igualmente, si queda algún enigma pronto sabrán a qué atenerse. Quiero simplemente preguntar, antes de que nos separemos si, sobre el tema de los puntos que evocó la señora Piera Aulagnier, sobre lo que yo llamaré la teoría de Stein, sobre la dinámica de la situación analítica precisamente respecto al narcisismo y la frustración que resulta de ahí, si tiene comentarios qué hacer al respecto, ya se trate de la manera como Piera Aulagnier lo resumió, o bien de la manera como, lo vio usted, ella criticó, ¿cierto?, modificando ligeramente su sentido, el punto, el sesgo, el impacto, el bocado de impacto donde el narcisismo sería afectado. ¿Tiene usted algunos comentarios que agregar? Conrad Stein– No inmediatamente. Jacques Lacan– Bueno, lo reservamos para el próximo seminario cerrado.

Traducción: Pio Eduardo Sanmiguel Ardila. Colaboraron en la revisión de la traducción y de esta versión en español: Belén del Rocío MORENO CARDOZO, Carmen Lucía DÍAZ LEGUIZAMÓN, Eduardo ARISTIZÁBAL CARDONA, Javier JARAMILLO GIRALDO, Mario Bernardo FIGUEROA MUÑOZ, Pilar GONZÁLEZ RIVERA, Tania ROELENS HRNCIROVA. Posteriormente he recibido precisiones, anotaciones, correcciones de Sylvia de Castro K., Myriam Cotrino y Luisa Matallana L., a quienes agradezco sinceramente el haberse tomado el tiempo para anotar sus dudas y enviarlas a este correo. Esta traducción continúa en proceso; así que, cualquier duda, comentario y/o precisión serán bienvenidos; comuníquelos, por favor, a la siguiente dirección electrónica: [email protected]

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Lección 17 5 de mayo de 1965 Si ser psicoanalista es una posición responsable, la más responsable de todas puesto que éste es aquel a quien se le confía la operación de una conversión ética radical, aquélla que introduce al sujeto en el orden del deseo, orden cuya posición filosófica tradicional intenta situar todo lo que en mi enseñanza concierne a la retrospección histórica, este orden les muestra que ha quedado en cierta forma excluido. Ha de saberse cuáles son las condiciones que se requieren para que alguien pueda decirse “soy psicoanalista”. Si lo que aquí les demuestro parecía desembocar claramente en que esas condiciones son tan especiales que ese “soy psicoanalista” no pueda descender en ningún caso de una investidura que, al beneficiario, no podría provenir i en ningún caso de ningún lugar diferente, habría entonces, al parecer, alguna contradicción si se dice que al escucharme o por lo menos al tomar en serio lo que digo (lo cual parece implicar que se viene a escucharme), se pueda igualmente continuar pensando que es suficiente con recibir esta investidura, digamos, por lo menos desde los lugares en donde lo que digo es letra muerta. Esto hace parte seguramente de las condiciones constitutivas de lo que yo llamaré: sobre la dificultad, sobre lo serio en nuestra materia. Volveré sobre este preludio puesto que además mi discurso de hoy sólo será un intento de recoger las condiciones lógicas en las que se plantea la pregunta sobre lo que podemos concebir como el saber que se espera del psicoanalista. Todo lo que aporté ante ustedes desde comienzos de este año, concierne a este lugar que podemos darle a aquello sobre lo que operamos, si acaso es del sujeto de lo que se trata. Lo que intenté que sintieran es que ese sujeto se sitúa, se caracteriza, esencialmente como siendo del orden de la falta, mostrándoles en los dos niveles del nombre propio por una parte, de la numeración por la otra, que el estatuto del nombre propio sólo puede articularse no como una connotación cada vez más aproximada de lo que, en la inclusión clasificatoria llegaría a reducirse al individuo, sino, al contrario, como la saturación de ese algo de un orden diferente que es lo que, en la lógica clásica se oponía a la relación binaria de lo universal y lo particular, como algo tercero e irreductible a su funcionamiento, a saber como lo singular. Quienes tienen aquí una formación suficiente para escuchar ese repaso que hago de ese intento de homogeneizar lo singular con lo universal, conocen también las dificultades que ese acercamiento le oponía a la lógica clásica y el estatuto de ese singular no solamente puede ser dado de una mejor manera en la aproximación de la lógica moderna, sino, me parece, que sólo puede ser precisado en la formulación de esta lógica a la que nos dan acceso la verdad y la práctica analítica, que es lo que intento formular ante ustedes aquí y que puede invocar, que podría invocar, si lo logro, esta lógica, a formalizar el deseo. Por eso insistí en que esos comentarios sobre el nombre propio se completaran con esta lógica moderna de la numeración en donde resulta también que es esencialmente en la función de la falta, en el concepto mismo del cero que se arraiga la posibilidad de esta i

¿no podría provenirle? [N. del T.]

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fundación de la unidad numérica como tal, y que solamente por ahí escapa a las dificultades irreductibles que oponen a ese funcionamiento de la unidad numérica la idea de darle una fundación empírica cualquiera en la función del último término que sería la individualidad. Asimismo, pensaba yo que era justamente esencial llegar hasta allí para que pudieran sentir la distinción que hay entre toda concepción de la tendencia en tanto científica, en tanto nos lleva al orden de lo general; que la tendencia es específica y que el error de traducir Trieb por instinto consiste precisamente en el hecho de que haría de la tendencia alguna propiedad, algún estatuto que se insertaría en el algo vivo en tanto que es típico, que cae bajo el orden, bajo las garras, bajo el efecto de lo general; allí donde es por una vía singular que tenemos finalmente que invertir el asunto de saber cómo es posible que podamos atrapar algo de lo que podamos hablar científicamente. ¿Qué es ese algo? Ya lo saben, es el objeto a. Saben ustedes que es por la vía contraria, la de una incidencia siempre singular, y de la incidencia de una falta, que se introduce ese resultado sobre el cual, a través de un efecto de resto, podemos operar y desde el cual queda por saber en qué posición se requiere que estemos, que nos mantengamos, para poder operar allí correctamente. Es así como hoy, para llegar, al final de nuestro discurso de este año, a dar la fórmula de ese estatuto de nuestra posición, retomaré hoy ese discurso, recogiéndolo en torno a dos posiciones fundamentales de lo que les enseño sobre nuestra lógica, lógica de nuestra práctica analítica, lógica implicada en la existencia de lo inconsciente: 1- El significante, a diferencia del signo (que representa algo para alguien), el significante es lo que representa a un sujeto para otro significante. 2- ¿Qué quiere decir, en nuestro campo, en el campo que descubre el psicoanálisis, qué quiere decir la fórmula, el sujeto supuesto saber? Para reanudar el hilo con lo que les propuse de un modelo para aclarar una cierta tripartición de ese campo durante mi curso del 7 de abril, les recuerdo lo que aquí se reproduce a la derecha, para ustedes, de este tablero, la señal en la ventana, hecha por nuestra hipotética amante, a aquel a quien ella le ofrece su acogida. La cortina recogida a la izquierda, sola, y las cinco materitas de flores, a las cinco.

¿Por qué diremos que en este caso se trata de significantes? Lo dije la última vez, se trata de significantes (aún cuando parezca tratarse únicamente de elementos semiológicos), porque esto no tiene efecto si no es traducible en lenguaje; sin duda se trata de un código, pero ese código se traduce (esto es particularmente notable a nivel del primer término, del sola), se traduce en algo cuyo carácter ambiguo fundamentalmente, si no resbaloso, les manifesté. ¿Qué es estar sola sino articular ese término que hace surgir, en el hueco que lo 259

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sigue inmediatamente, la ambigüedad de lo que se articulará bajo el deseo de ser la sola ii , para la cita a la que es llamado “el solo”, bajo el movimiento donde se crea, en los dos sentidos, de la dirección que indica la línea en la que se articula esa pareja significante, por una parte la cita para el encuentro, y por la otra el deseo que lo subtiende, que surge de la formulación misma? No es todo; el estatuto de lo que se articula ahí es en cierta forma independiente de cualquier hecho; se ofrece ante todo como algo significado, como ese más allá que yo llamé con el término con el que los estoicos lo designan, el lektÒn, así como fue de los estoicos que tomé el término de tugc£nw18 para designar lo que se produce en la dirección hacia la derecha donde se constituye el llamado al solo para las cinco. Que se pueda dar este ejemplo, ese modelo, en cierta forma rudimentario, o tal vez somero, les permite captar que podría seguir abierta la discusión sobre el estatuto que hay que darle a este encuadre de la ventana, que ahí es lo que recubre lo real en su movimiento, en su multiplicidad, que le da forma, que constituye sujeto de frase.

Esta frase es frase en la medida en que por lo menos apreciablemente en el primer término, en ese sola, algo emerge que no es sino del orden del sujeto, que, en cierta forma, no tiene ningún respondiente real. Como les dije, ¿qué es estar solo, en lo real? ¿Qué es solo? Ese sola podría en rigor evocar la suficiencia, pero es precisamente lo que es, ahí, no solamente por no evocar sino por evocar lo contrario, a saber, la falta. Si se lo toma en ese nivel de lógica donde se muestra lo primordial del deseo respecto a toda repartición, vemos, en cierta forma, invertirse lo que la lógica clásica nos presenta en el registro de la necesidad, se necesita y basta. Es en el orden inverso que se presenta aquí, que a lo que aparentemente se anuncia como bastarse, le falta esencialmente, le falta algo que surgirá entre el solo y la hora. En otras palabras, el nivel en que tenemos que captar todo lo que concierne a nuestro campo se distingue por una repartición fundamental que voy a intentar una vez más subrayar con otros ejemplos. En una referencia que llamaremos, para simplificar, por convención, la del conocimiento tradicional, la función del signo (al igual que en ciertas lógicas de hecho, y particularmente, les ruego que lo miren, quienes puedan verse tentados por la cosa, en lo que le concierne al nivel de la enseñanza búdica sobre la lógica), la función del signo es puesta de relieve de manera admirable. El signo es, esencialmente, no hay humo sin fuego, como lo saben ustedes, e igualmente, de hecho, no hay nada mejor que el humo para ocultar el fuego. El fuego, referente real, el humo, signo que lo cubre, y por ahí en alguna parte el sujeto, inmóvil, receptáculo universal de lo que detrás de los signos hay por conocer de supuesto real. ¿En qué se oponen la función del significante y lo que de ahí resulta para el estatuto del sujeto? No es fácil hacer que lo sepan con una especie de deletreo y además, si es posible, sólo lo sería en un proceso mayéutico en cierta forma en el que, en cada encrucijada, sólo habría demasiadas ocasiones para que se evadan ustedes de la cadena. Por eso, rogándoles ii

Como sustantivo y como adjetivo [N. de T.]

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notar que no haré uso enteramente hoy de éste, les doy la función completa en la que se distingue la relación del sujeto en el estatuto del significante. Hemos de [?], nos dice la fórmula que planteé ante ustedes: que el significante es lo que representa a un sujeto para otro significante. ¿Qué se nos sugiere con esta fórmula? ¿Y por qué no la llave y la cerradura? En cuanto a la cerradura, no se trata de lo que nos permitirá descubrir cuando haya caído el pestillo o la clavija, sino de su relación con algo que la hace funcionar. ¿Pero qué es la llave iii ? Entre la llave y la cerradura todavía está la cifra; aquí la llave es engañosa. Lo que nos interesa en esto, una cerradura, que es una composición significante, es la internidad de esta composición con la polivalencia, la elección, el enigma para el caso de la cifra, lo que le permitirá funcionar. En un cierto estado de la cerradura, sólo hay una cifra que puede operar, ese uno de la cifra que supone un sujeto reducido a este uno de una combinación. Ahí no hay juego; el sujeto no es el receptor universal: tiene la cifra o no la tiene. Y el rol de la llave es bien sugestivo, es bastante divertido para representarnos que es en efecto un resto, una cosilla operatoria, un desecho en el asunto, pero sin duda indispensable que, a fin de cuentas, representa el soporte efectivo y real donde intervendrá el sujeto. En otras palabras, en la fórmula que ven aquí segunda [figura XVII- 3b] que se sustituye a la primera [figura XVII-3a] en tanto que la primera nos designa el S1 que representa ante el S2 al $ que es el sujeto; pueden ver por debajo del S que si quieren en este caso es la cifra, representando ante el S de la cerradura lo siguiente: [1/a] que es el uno del sujeto, en la medida en que está reducido a ser o no la llave que hay que proveer.

Esta pequeña presentación, preámbulo, es esencial para plantear lo que debe cuestionarse. ¿Cuál es, en ese primer nivel (en la medida en que sea aquel en que hemos de operar en análisis), cuál es, cuál debe ser, cómo se presenta lo que llamaremos el estatuto del saber? Porque a fin de cuentas lo hemos dicho, y aún si no lo hubiéramos dicho, es claro que el psicoanalista es llamado, en la situación, como siendo el sujeto supuesto saber. Lo que él ha de saber no es saber de clasificación, no es saber de general, no es saber de zoólogo. Lo que ha de saber se define por ese nivel primordial en que hay un sujeto que es llevado, en nuestra operación, a ese tiempo de surgimiento que se articula: yo no sabía. O bien yo no sabía que ese significante que está ahí, que ahora reconozco, estaba allí donde yo estaba como sujeto, o bien que ese significante que está ahí que usted me designa, que usted articula para mí era para representarme ante él que yo era esto o aquello. Esto es lo que descubre el psicoanálisis. Y aquí subrayaré para ustedes, tomando casi al azar ejemplos en las primeras articulaciones de Freud, hasta qué punto es así como debe expresarse, de una manera apropiada, lo que se llama la estructura del síntoma. La afonía de Dora51 sólo reconocida, sólo es reconocible, para representar al sujeto Dora, respecto a ese significante que no tiene otro estatuto que el de significante, si se apunta correctamente al funcionamiento del síntoma, y que se articula, “sola con ella”, sola con ella, es decir, la iii

clé, llave, clave.

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señora K. Ella ya no puede hablar en la función misma en la que ella está sola con ella, y la afonía representa a Dora, de ninguna manera ante la señora K., con quien habla ella y tal vez demasiado abundantemente, en las circunstancias comunes, sino cuando ella está sola con ella cuando el señor K. está de viaje. La tos de Dora. ¿Dónde ubica Freud la tos de Dora? Lean el texto. Cuando él designa allí un síntoma es en función del momento en que esta tos toma función de significante, de advertencia diría yo, dada por Dora a algo que surge en esta ocasión y que no habría surgido de otra manera. Y hay que leer el texto de Freud para seguir el recorrido puramente significante […] de juego de palabras en torno al padre, que es un hombre “de recursos”, lo cual quiere decir, dice Freud, sin recursos, en el sentido en que la palabra recurso quiere decir también en alemán potencia sexual. No hay Vermögen iv , ¿qué puede ser más puramente significante que ese juego de palabras homonímico y además la inversión negativa de lo que quiere decir, sin lo cual nada de la tos de Dora tendría el sentido que Freud le da, que es también el que tiene ese síntoma, que es también el del sustituto que la pareja de su padre y la señora K. le aporta a esta impotencia, particularmente lo que Freud articula, de hecho sin llevar para nada las cosas hasta sus últimas consecuencias, de la relación genitobucal? Tomen a Juanito, la extravagante historia de la partida de Gmunden con no sé qué, la gobernanta a caballo sobre la montura del carruaje. ¿Cómo nos la interpreta Freud? A saber, bien puedo contarles invenciones así, si ustedes me cuentan otras. Les pregunto cómo nacen los niños y ustedes me hablan de la cigüeña. El significante vale por el significante. La única persona que no lo sabe hasta que se lo dicen es el sujeto, es Juanito. De hecho, no es de ninguna manera lo mismo porque ahí la función significante es de una molécula mucho más grande; es una gran fábula a la que se entrega Juanito. Y para tomar un tercer ejemplo y completar nuestra histérica y nuestro fóbico con el obsesivo, recuerden en El hombre de las ratas, lo que sucede en esos intentos desesperados por adelgazar a los que se entrega el Hombre de las ratas, ¿en función de qué? En función de que en el mismo momento, ante su bien amada está un tal Dick; es para no ser dick que él quiere adelgazar. Todo su esfuerzo por adelgazar… él se esfuerza por adelgazar hasta el punto de no poder más, ¡muy precisamente para significarse ante el significante Dick y nada más! Pero, pero, pero, algo que, que yo sepa, nunca se ha subrayado en sus rasgos generales, y sin embargo esa era la ocasión, ya que aquí nos hallamos, más a nuestras anchas, para apropiárselo, es lo que resulta al hacer un examen sencillamente ingenuo, a partir del momento en que la categoría va en tren, si puede decirse, la categoría del saber, y es que es ahí donde yace lo que nos permite distinguir radicalmente la función del síntoma, si acaso es que al síntoma podemos darle su estatuto como definitorio del campo analizable. La diferencia de un signo, de una matidez por ejemplo, que nos permite saber que hay hepatización de un lóbulo, y de un síntoma en el sentido en que debemos entenderlo como síntoma analizable y que justamente define y aísla como tal el campo psiquiátrico y que le da su estatuto ontológico, es que siempre hay en el síntoma la indicación de lo que se debe iv

“Cuando insistió otra vez en que la señora K. sólo amaba al papá porque era «ein vermógender Mann» {un hombre de recursos, acaudalado},[…] por ciertas circunstancias colaterales de su expresión yo noté que tras esa frase se ocultaba su contraria: que el padre era ein unvermögender Mann {un hombre sin recursos}”; p. 42, vol. VII, traducción de José Etcheverry, Buenos Aires, Amorrortu, 1976 [N. de T.].

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saber. Nunca se ha subrayado suficientemente hasta qué punto, en la paranoia no se trata únicamente de los signos de algo que recibe el paranoico, es el signo de que en alguna parte se sabe qué quieren decir esos signos, que él no conoce. Esta dimensión ambigua, por el hecho de que hay algo por saber y que está indicado, puede ser extendida a todo el campo de la sintomatología psiquiátrica en la medida en que el análisis introduce allí está dimensión nueva, que es precisamente que su estatuto es el del significante. Miren hasta qué punto (por supuesto no pretendo agotar en estas pocas palabras la infinita multiplicidad, el brillo en cierta manera tornasolado del fenómeno) hasta qué punto en la neurosis, está implicado, dado, en el síntoma original, que el sujeto no llega a saber, y que el estatuto de la perversión está también estrechamente ligado con algo, ahí, que se sabe, pero que no se puede hacer saber. Es de la indicación definida, en el síntoma mismo, de esta dimensión, de esta referencia al saber, de donde quisiera ver partir, en una reunión que anuncié para el fin del seminario cerrado y que tendrá lugar, no como lo dije el 20 de junio sino el 27 de junio, por invitación de un grupo (que la gente calificada recibirá y que quienes no están calificados no tienen más que darse a conocer para recibirla), que me gustaría que parta una cierta revisión propiamente hablando nosológica, que me gustaría verla partir al nivel del elemento que es el síntoma, la puesta en valor de esta dimensión, de esta instancia y su variedad, su variabilidad, su diversidad que la última vez manifesté como tripartita (debo decir que lo hice a título introductorio, de introducción a esta materia) diciendo que ese saber en cuestión, en la medida en que también es falta, hasta fracaso, se diversifica en los tres planos aquí aislados del lektÒn, del tugc£nw y del deseo según las tres variedades: -

de la psicosis que sabe que hay un significado, hasta diría que vive allí, es un lektÒn, pero que no por ello está segura de nada,

-

la neurosis con su tugc£nw ¿para cuándo el encuentro? ¿Cuándo tendré, no la llave, sino la cifra?

-

y del perverso para quien el deseo mismo se sitúa, propiamente hablando, en la dimensión de un secreto poseído, vivido como tal, y que como tal desarrolla la dimensión de su goce.

Pero qué ha de decirse además de ese saber, que se inscribe primero en esta subjetividad del yo no sabía, donde es el yo [je] proseguido de la vibración de ese no, que no es la simple negación sino el “se requiere que yo no sepa”, el “antes que yo no sepa”, “ruego al cielo que yo no haya sabido”, que es la prolongación del yo [je] mismo al que hay que dejar pegado, donde ese yo [je] tiene un estatuto muy diferente al del shifter. No es el mismo yo [je] que dice “yo te hablo” puesto que el (yo)te hablo no es más que un recordarle a la actualidad una articulación que en sí misma sigue siendo ambigua en su valor, aún cuando se proponga siempre como instituyendo una relación. Ese yo [je] del yo no sabía, ¿dónde estaba y qué era antes de saber? Es justamente aquí donde se encuentra el momento

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propicio para evocar la dimensión en que culmina y cambia toda la tradición clásica en la medida en que ahí acaba un cierto estatuto del sujeto. Son numerosos, no obstante, aquellos de ustedes que saben dónde propone Hegel el acabamiento de la Historia en ese mito increíblemente irrisorio del Saber absoluto. ¿Qué puede querer decir esta idea de un discurso totalizador? ¿Totalizador de qué? De la suma de las formas de la alienación por las cuales habría pasado un sujeto, de hecho lo saben ustedes, bien ideal, puesto que igualmente no puede concebirse que sea realizado como tal por ningún individuo. ¿Qué puede querer decir este extraño mito? Y a decir verdad ¿no es evidente que sería postergado desde hace largo rato a la manera de un sueño de pedante, si no estuviese justamente articulado por una dialéctica muy diferente a la del conocimiento y si no se nos dijera que es el ser de deseo lo que allí se perfecciona y en la medida en que los caminos a través de los cuales ese deseo ha pasado son astucias de la razón? ¿Pero quién es el astuto? Es aquel que se perfecciona v en ese domingo de la vida, como un humorista lo articuló bastante bien, del saber absoluto puesto que es aquel que dirá “yo siempre hablo paja” vi o aquel que podrá decir “a partir de ahora yo fornico”. ¿Dónde está la astucia? ¿En el deseo o en la razón? El análisis está ahí para enseñarnos que la astucia está en la razón porque el deseo está determinado por el juego del significante. Que el deseo es lo que surge de la marca, de la marca del significante sobre el ser vivo y que a partir de entonces, lo que se trata de que articulemos es ¿qué puede querer decir la vía que trazamos del retorno del deseo a su origen significante? ¿Qué quiere decir que haya hombres que se llaman psicoanalistas y a quienes interese esta operación? Es del todo evidente que en ese registro el psicoanalista, ante todo, se introduce… introduciéndose como sujeto supuesto saber, es él mismo, recibe él mismo, soporta él mismo el estatuto del síntoma. Un sujeto es psicoanalista, no erudito amparado tras categorías en medio de las cuales intenta arreglárselas para hacer cajones en los que tendrá que organizar los síntomas que registra, de su paciente, psicótico, neurótico u otro, sino en la medida en que entra en el juego significante. Y es por eso que un examen clínico, una presentación de enfermo no puede de ninguna manera ser la misma en los tiempos del psicoanálisis o en los tiempos que lo preceden. En los tiempos que lo preceden, independientemente de la genialidad que le haya puesto el clínico (sabe dios que hace poco pude refrescar mi admiración por el estilo deslumbrante de Kraepelin cuando describe sus diversas formas de paranoia) ha de distinguirse radicalmente de lo que, por lo menos teóricamente, en potencia, de lo que ha de exigirse de la relación del clínico con el enfermo, así fuera en el plano de la primera presentación. Si el clínico, si el médico que presenta no sabe que una mitad del síntoma (como acabo de articulárselos recordándoles esos ejemplos de Freud), que de una mitad del síntoma está a cargo, que no hay presentación de enfermos sino del diálogo de las dos personas y que sin esta segunda persona no habría síntoma acabado, está condenado, como sucede para la mayoría, a dejar v

achever: culminar, finiquitar, terminar, perfeccionar, acabar; aquí lo intraducible no concierne a que el uso antitético de esta palabra es, como en español, tanto perfeccionar algo como que “algo se acabe”, sino porque está el sentido del “acabar” sexual (eyacular). vi “je jaspine toujours”, donde jaspiner incluye una connotación sexual; a pesar de querer decir bavarder, causer [charlar, parlotear], se usa rara vez y muy indirectamente para evocar una situación sexual y que podría entonces hallar traducción en expresiones colombianas como “hablar paja”, “mamar gallo”, “joder”, etcétera [N. de T.].

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la clínica psiquiátrica estancarse en el camino del cual debería haberla sacado la doctrina freudiana. El síntoma tenemos que definirlo como algo que se señala como un saber ya ahí, para un sujeto que sabe que eso le concierne, pero que no sabe lo que es. ¿En qué medida podemos, los analistas, decir que estamos a la altura de esta tarea de ser aquel que, en cada caso, sabe lo que es? Sólo a ese nivel, ya ahí donde está ubicada, se plantea la pregunta por el estatuto del psicoanalista. La pregunta está facilitada por la evolución de las concepciones de la ciencia misma respecto al saber. Pudimos creer durante mucho tiempo que el problema de la apariencia y de lo real estaba bien planteado; que todo el estatuto de la ciencia dependía de la puesta a prueba, del tanteo de la percepción. ¿Pero qué quiere decir esta oposición del yerro a lo real, sino que lo real en cuestión, así sea el de la ciencia más antigua, es lo real del sabio? Y lo que no se ve es que, ese real del erudito, a saber lo que es un saber ¡es nada más y nada menos que un cuerpo de significantes y ninguna otra cosa! Si la noción de información pudo tomar esta forma anónima que permite cuantificarla en términos de lo que se llama bit, es en la medida en que el almacenamiento, el storage de elementos de información se basta a sí mismo ante nuestros ojos para constituir lo que se llama un saber… Salvo por supuesto que eso sólo comienza a tener sentido si ustedes hacen circular en alguna parte, no importa donde, y no pueden evitar su sombra, a un sujeto sin duda infinitamente móvil. Si les place escribir en términos de información el funcionamiento interno de un organismo biológico por ejemplo, significa que, independientemente de lo que tengan, en alguna parte pondrán, al igual que Descartes (no necesariamente en la glándula pineal, sino donde quieran ponerlo, se encontrará bien siempre en alguna parte, en cualquier otra glándula de secreción interna), a un sujeto, un sujeto que se escabulle, un sujeto huidizo. Por ese saber, tal como hemos de darle un estatuto, ya no es una lógica aristotélica la que pueda responder, puesto que, ya lo verán, basta con plantear la pregunta al nivel de la ciencia, de una ciencia moderna, de una ciencia que es la nuestra, para hallarnos ante problemas muy curiosos en impasse que son los que llamaron la atención de Aristóteles. En su caso, se trataba del contingente. Un acontecimiento que tendrá lugar mañana ¿es verdad ahora que tendrá lugar o que no tendrá lugar? Si es verdad ahora, entonces es que se juega ahora. Por supuesto, Aristóteles era un espíritu con demasiado buen sentido como para no evadirse de tal coerción, y esto es para que subrayemos que no siempre es cierto que una proposición debe ser verdadera o falsa. Esta solución, sea buena o mala, ha sido discutida. No es esto lo que nos interesa; es darnos cuenta de que podemos plantearnos la pregunta de saber si la doctrina newtoniana era cierta antes de que la formulara Newton. Pues bien, ¡me gustaría saber como se las arregla la asamblea al respecto! Pero para mí, con gusto mostraré mis cartas diciendo que me parece poco verosímil decir que el saber newtoniano era cierto antes de haberse constituido por Newton, por la simple razón de que ahora ya no lo es. ¡No lo es en absoluto! En la necesidad misma del saber, de la articulación significante, está esta contingencia de no ser más que una articulación significante, una cerradura montada. Nosotros, los analistas, ni siquiera tenemos que ir tan lejos; simplemente este entechado está hecho para que no nos hallemos tan desorientados por tener que vérnosla con una exigencia tan diferente. ¿Cuál es esta exigencia? Se sitúa en el nivel de la incidencia

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significante original, aquélla donde el sujeto resulta al mismo tiempo surgir y al mismo tiempo alienarse por el hecho de esta incidencia significante. De ese significante al que se le exige que, para representar al sujeto, se dirija, en tanto significante, sea el representante diplomático del sujeto ante otro significante, ¿va a exigirse de nosotros que lo hallemos en toda ocasión? ¿Cuál sería la paradoja de una exigencia y de un deber que no sería aquel que siempre ha asumido el erudito, como el sofista, que es el de tener respuesta para todo?… para todo lo que se ha organizado como discurso, para todo lo que se ha montado como combinación significante; estar siempre a la altura del discurso, no de ese algo absolutamente original que es o que sería ese significante único y supuesto ese ×noma primordial donde el sujeto se especificaría respecto al mundo entero del significante. Lo absurdo de esta posición se demuestra suficientemente, y ahí está el punto de vértigo que conlleva incluso la idea de interpretación; es a la vez lo que nos permite escapar de ahí, eso es lo que la relativiza. No es con eso con lo que tenemos que vérnosla, no más de lo que nuestro conocimiento de psicoanalista podría desembocar en esa especie de fatalismo de saber según el cual la respuesta ya estaría en nosotros y no por el hecho de que de nosotros se espere la respuesta. Las posibilidades del reencuentro, que es de lo que se trata en el llamado del deseo, son en sí mismas más que improbables, e igualmente el horizonte de signos, de significados sobre los que se despliega la experiencia subjetiva es por su naturaleza enigmática y se anuncia como tal al nivel del lektÒn. En lo que concierne al deseo, no será hoy que avance el término, salvo para decir que se trata de lo real del deseo y de su estatuto en la operación analítica. Digamos simplemente que en primer lugar y fenomenológicamente, se nos anuncia como siendo el campo de lo imposible. Henos aquí bien cercados. ¿Acaso efectivamente la posición del analista se resumiría en ese algo que llamaríamos, no fatalismo del saber sino fetichismo; que de un saber imposible de sostener, el analista sería algo como el borne o la pequeña viga? Ahí está el punto de impasse donde entiendo concluir hoy, para intentar, la próxima vez que nos veamos, volverlo a abrir.

Traducción: Pio Eduardo Sanmiguel Ardila. Colaboraron en la revisión de la traducción y de esta versión en español: Belén del Rocío MORENO CARDOZO, Carmen Lucía DÍAZ LEGUIZAMÓN, Eduardo ARISTIZÁBAL CARDONA, Javier JARAMILLO GIRALDO, Mario Bernardo FIGUEROA MUÑOZ, Pilar GONZÁLEZ RIVERA, Tania ROELENS HRNCIROVA. Posteriormente he recibido precisiones, anotaciones, correcciones de Sylvia de Castro K., Myriam Cotrino y Luisa Matallana L., a quienes agradezco sinceramente el haberse tomado el tiempo para anotar sus dudas y enviarlas a este correo. Esta traducción continúa en proceso; así que, cualquier duda, comentario y/o precisión serán bienvenidos; comuníquelos, por favor, a la siguiente dirección electrónica: [email protected]

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Lección 18 12 de mayo de 1965

La última vez los dejé en la pregunta planteada sobre el estatuto del analista. ¿El analista puede ser sencillamente el sujeto supuesto saber? Terminé en la figura planteada de lo que implica tal suposición, de cómo ésta nos forzaría a sostener una especie de función fetiche del analista respecto a esta posición del saber. Para que el análisis empiece y se sostenga, seguramente el analista es supuesto saber. Sin embargo, todo lo que implica justamente de saber el fundamento del psicoanálisis nos afirma que no podría ser ese sujeto supuesto saber porque el saber fundamental del psicoanálisis (el descubrimiento de Freud) lo excluye. Hoy no iré más lejos. Aquí trazo el límite de donde partir hoy, en donde debe culminar mi discurso. Mi discurso hoy será únicamente el desarrollo de esta antinomia, abriendo tal vez únicamente en su final, la falla, la hiancia, a través de la cual podemos concebir, en la medida en que esta falla, esta hiancia, está ya trazada, que la posición del analista sin embargo se sostiene efectivamente. Nos quedamos en esta pregunta respecto al analista ya la última vez, relativa no a su capacidad, por supuesto, demasiado fácil y mítica de imaginar no sé qué virtud, don innato o adquirido que lo pondría en posición de asumir lo que tiene que hacer. De lo que se trata es de su posición radical como sujeto cuando decimos que en el fundamento del análisis él debe ser el sujeto supuesto saber, y articulé la última vez de qué manera esto podría tener un sentido. Dados los delineamientos de lo que Freud nos dio respecto a la experiencia analítica, esto sólo puede representar una cierta disponibilidad (que él aseguraría, que lo definiría como tal, a lo cual equivaldría), una cierta disponibilidad en el orden del significante a proveer. Y por supuesto, esto no deja de hallar respuesta, eco, preparación, en la manera como definí para ustedes, no sin razón, el significante como siendo lo que representa al sujeto ante otro significante. Es por eso de hecho que la coyuntura analítica es el punto donde se disuelve lo que tiene de ceguera en el lingüista esta distinción que él cree hacer, o deber hacer como esencial, de los dos niveles pretendidamente lingüísticos, el uno que implicaría inherencia de la significación, opuesto al otro que la excluiría; en otras palabras, para ir rápido, la oposición de la palabra y del fonema. Desde el punto de vista nuestro, el de nuestra experiencia, aquél de la falta, nunca se da más que la palabra de lo que sea, y al nivel que sea, donde el fonema se halla estrictamente en igualdad en la experiencia, lo que prueba abundantemente que en ese campo, uno de aquellos de donde parte Freud, el olvido de los nombres, el fonema, su olvido, está en el principio; que este olvido no es de ninguna manera el olvido de la palabra como

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significación, que muy a menudo subsiste, sino de la carencia de una articulación de significancia. Al respecto recordé, para decírselo, que, curiosamente, la expresión misma en francés la palabra me falta [le mot me manque], es fechable; que no se usaba en francés antes de cierta época. A saber, que hay alguien del círculo de los preciosos que atestigua, comienzos del siglo XVII por lo tanto, que puede registrar, ya que lo hace día tras día recogiendo las expresiones de afortunada invención que ve surgir en su medio, que esta expresión, la recogió, la subraya; la palabra me falta fue inventada en alguna parte entre esas personas que dialogaban una frente a la otra, sentadas en lo que se llama las comodidades de la conversación; en otras palabras: sillones146i . Llega hasta a darle legitimidad a ese rasgo, a esa notación, al afirmar que antes de esta dicción preciosa, la expresión la palabra me falta, por no ser de uso en francés, hacía sospechar una parte de impensable sobre esa falta de significante y que es justamente ahí, siempre al nivel de la creación significante, que se introduce algo que abre la vía de lo que más tarde puede captarse. La palabra me falta no implica todo Freud, pero me ofrece una manera de introducir, de retomar en este caso, la forma de una pregunta que la última vez introduje sobre lo que concierne a un saber antes de ese momento, independientemente de cómo lo designemos, en donde emerge, sin que podamos decir en virtud de qué madurez, salvo tal vez en la posibilidad de su composición significante. ¿Qué quería decir la palabra me falta antes de Freud? En todo caso, queda claro que no tenía el mismo valor significativo. Pero no es por ese lado que debemos buscar el resorte de incidencia de esta coyuntura significante que, para nosotros, es eso en torno a lo cual estructuraremos la noción de saber. La única prueba que preciso es indicar su esterilidad, su cierre, que implica la otra vertiente, aquélla que se llama del logicopositivismo que, al ir en busca del meaning of meaning, al asegurarse, al precaverse, diría yo, de las sorpresas de la conjunción significante desmembrando en cierta forma (¿cómo hacerlo sino de manera siempre retrospectiva?) la diversidad de esas refracciones significativas, no culmina más que en esa curiosa expansión que, en tal obra, titulada así, Meaning of meaning107 de Ogden y Richards… de Richards y Ogden, culmina por ejemplo, respecto a lo bello, desparramándonos a lo largo de las columnas, entre corchetes y paréntesis de una página entera, las diversas acepciones en que puede tomarse esa palabra, haciendo a partir de entonces estrictamente imposible hasta comprender por qué esas diversas significaciones se encuentran ahí reunidas. El lógicopositivismo hace pensar en efecto, diría yo, por el contraste y el enlace de los dos términos en que se afirma, en algo como en esos monstruos que poblaron el bestiario medieval, y para no volver sobre nuestro eterno unicornio o sobre alguna quimera, bastante manidos por el uso escabroso, dudoso, que hacen de él los lógicos, puesto que convendría siempre ser prudente respecto al estatuto exacto de esos monstruos, lo compararé aquí con otro, del que ustedes han oído hablar menos: el mirmicoleón ii . Tiene el antepecho de león y el cuarto trasero de hormiga. No es sorprendente, como nos lo afirman los eruditos autores de dichos bestiarios, que sólo pueda morir; la hormiga, así se la erija, como lo hace Prévert, hasta las fabulosas dimensiones de los famosos 18 metros, y por qué no, nos dice Prevert, la i

Cfr. 146 de la Bibliografía General, p. 173: “Ie fçay bien ce que ie veux dire, mais i ene puis m’expliquer comme ie voudrois. Ie fçay bien ce que ie veux dire, mais le mot me manque” [Sé bien lo que quiero decir, pero la palabra me falta]. ii Jacques Prévert (Mirmicoleon (myrméléon (formica-lé))…

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hormiga, en todo caso, por no saber evacuar lo que el león devora. Tal es la mierda positivista, o lógico-positivista tras abundante rumia de lo que no logra captar en la virtud dialéctica de un término como lo bello, del que se diría, al respecto, cuando uno emite una exhalación al ver finalizadas las dificultosas elaboraciones de los autores del Meaning of meaning, que diría mucho más el primer idiota que nos haga subrayar que bello rima con sello iii . La palabra me falta. La palabra me falta tenía antes de Freud su valor revelador. La palabra me falta implicaba, en su sola composición de artificio precioso, la apertura de un camino de verdad que debía hallar, con Freud, su acabamiento en saber. Entiendo ahí la palabra “verdad” en el sentido propiamente heideggeriano, la ambigüedad de lo que se revela por permanecer aún medio oculto. Cierta irreflexión médica de la que me veo rodeado puede seguramente… cuando digo, cuando dije la última vez que se plantea el asunto del estatuto de un saber ya sea el newtoniano o el freudiano, antes de que efectivamente aparezca… decirme: lo que usted nos está diciendo ahí, usted que se interesa en nosotros, que nos enseña cosas bien escabrosas, ¿es entonces que el inconsciente sólo sería una invención de Freud? - ¿Y por qué no? - ¡El sujeto representado por el significante es una cosa que sólo data de su discurso! Ahora bien, precisamente de lo que se trata es del estatuto del sujeto respecto a un saber. Ese sujeto, tal como lo encontramos primero, como afirmado, supuesto efectivamente en todo saber que se cierra, ¿dónde estaba antes? Cuando un saber como el saber newtoniano se acaba, observemos qué sucede con el estatuto del sujeto. Conviene que la cosa nos retenga un instante, aún cuando el problema lo haya subrayado ante ustedes desde hace bastante tiempo. El saber newtoniano, en la historia de la ciencia, realizó una especie de apogeo, ejemplo tanto paradójico como verdaderamente ejemplar, paradigmático, para no caer en pleonasmo, un ejemplo entonces de lo que es en verdad el estatuto del sujeto, puesto que en esta fórmula, que de repente arraiga los fenómenos enigmáticos que han cautivado la atención de los calculadores a lo largo de los siglos, en el cielo, los reúne, los encierra en una fórmula que no tiene para ella más que su exactitud, puesto que es tan impensable, en nombre de alguna propiedad experimentada en todo lo que el hombre conoce en sus relaciones con el mundo, con lo que él enseña, no hay acción a transmitirse que no suponga un medio que la transmita; que le proponga esta acción a distancia propiamente hablando impensable y que hace surgir de la boca de los contemporáneos como en un solo grito “¿Pero cómo tal cuerpo, tal masa aislada en tal punto del espacio, puede saber a qué distancia está de otro cuerpo para estar vinculada con éste por esta relación?”. Y por supuesto, para Newton no hay duda alguna que esto supone en sí un sujeto que mantenga la acción de la ley. Todo lo que sea del orden de lo físico o lo parezca resulta de la acción y de la reacción de cuerpos que siguen las propiedades del movimiento y del reposo, pero le parece a él que la operación gravitacional, sólo puede estar soportada por ese sujeto puro y supremo, esa especie de cúspide del sujeto ideal que representa el dios newtoniano. En eso, los contemporáneos equipararon, con toda razón, a Newton con ese dios, puesto que lo mismo es crear esta ley y haberla articulado en su rigor.

iii

“que beau rime avec peau”

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Pero no es menos cierto que un sujeto demasiado perfecto, que el sujeto del saber que es el verdadero primer modelo de ese saber absoluto que atormenta a Hegel, que ese sujeto nos deja completamente indiferentes y que allí la creencia en dios no se ha remozado en nada; que ese sujeto no es nada y que el único que no lo sabe es él, y éste es justamente el signo, precisamente, de que no es nada. En otras palabras, es en la ambigüedad de la relación de un sujeto con el saber, es en el sujeto en tanto que falta aún al saber, que reside para nosotros la nervadura, la actividad de la existencia de un sujeto. Es por esto que no es en tanto soporte supuesto de un conjunto armónico de significantes del sistema que se funda el sujeto, sino en la medida en que en alguna parte hay una falta, que articulo para ustedes como siendo la falta de un significante, porque esta es la articulación que nos permite alcanzar de la manera más sencilla la articulación freudiana para extraer de allí su resorte esencial. Seguramente, para no dejar por el momento este horizonte de cielo estrellado ante el cual Kant todavía se prosternaba, observen que si desde siempre es ahí donde el hombre ha practicado sus escalas, sus ejercicios de significantes, es únicamente por ahí que ha buscado siempre al sujeto supremo, sin hallarlo nunca por lo demás. Pero tal es la fuerza, la pregnancia del funcionamiento del significante, a tal punto que es también ahí donde él conserva sus miradas volteadas, cuando desde siempre sabe bien que los dioses están entre nosotros. Están en un lugar diferente al cielo. Lo único que él situará serán sus constelaciones epónimas. El último resto, tras esta expulsión del cielo de toda sombra divina con Newton, nos queda en forma de esas señales que esperamos, que nos llegarían de alguna parte, y paradójicamente, como se dice, de alguna vida en otro planeta. Yo pregunto, si en efecto nos llegara algún signo o señal que pudiéramos calificar de significante, ¿en nombre de qué nos aseguraría esto alguna vida, si no es que, por muy poco fundada que esté, identificamos la posibilidad de articular el significante con el hecho de una vida que sería su soporte? ¿Acaso sólo la vida puede producir un significante? Y si estamos tan seguros de esto ¿en nombre de qué? Seguramente el primer criterio sería saber dónde definiremos el límite, la definición de una pulsación natural. Como al parecer, según las últimas noticias, no hemos recibido de alguna lejana galaxia nada diferente a lo que sería, propiamente hablando un significante ¡¿cómo definirlo sino en términos lacanianos?! Quiero decir que, en lo que nos concierne, lo único que aceptaremos como prueba en alguna parte de la presencia no de un ser vivo sino de un sujeto, será un significante que podremos articular muy precisamente como orientado respecto a otro significante. Primera condición: alternancia, pero que de manera especial nos daría fe claramente de uno de sus miembros. Sería necesaria entonces alguna variación y, para decirlo todo, la forma como un morse nos da la indicación, a saber, la existencia de dáctilos o de espóndeos para que, en el primer tiempo, sepamos claramente que un significante sólo vale en ese caso para otros significantes. Pero eso todavía no sería suficiente: se necesitaría ese elemento de imparidadiv , de excepción, de paradoja, de iv

“oddité”; en inglés: oddity, rareza, extrañeza, “imparidad” [N. de T.]. Se trata de una palabra inglesa o de un neologismo construido a partir de esta palabra inglesa, que aparece en diversas ocasiones en la obra de Jacques Lacan, con destinos diferentes en las traducciones al español: disimetría, disparidad, imparidad, extrañeza, bizarro… El 16 de noviembre de 1960, Lacan inaugura su seminario “La transferencia en su disparidad subjetiva, su pretendida situación, sus excursiones técnicas” con una referencia a esta palabra en

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aparición y de desaparición fundada como tal, que nos mostraría claramente que algo alterna que es precisamente la relación de uno de esos significantes con un sujeto. Para decirlo todo, imparidad y alternancia. Necesitaríamos el testimonio de la puesta en orden significante de algo donde el sujeto se manifestaría como capaz de asegurar un puro azar, a saber, una sucesión de “cara o sello” reagrupados bajo forma significante. En otras palabras, la mejor prueba que podríamos tener de la existencia de un sujeto en los espacios estrellados sería si algún mensaje, de mínimo cuatro términos, resultara responder a la sintaxis que, en el capítulo introductorio a La carta robada de Poe77, intenté articular como los a, b, g, d, que quienes han leído esta pequeña introducción saben que están compuestos a partir de un cierto agrupamiento de lanzamientos de puro azar, y que el hecho de agruparlos, de nombrarlos de cierta manera unitaria, independientemente de cuál sea, de hecho, culmina en una sintaxis de la cual ya no se podría escapar. Que se descubra una sintaxis análoga en una sucesión de signos nos aseguraría que se trata ahí en efecto de un sujeto. Si se creen con el derecho de justificar por qué, al mismo tiempo, ustedes lo llamarán vivo… Intenten articular por qué. Esto nos llevará tal vez por las mismas vías por las que voy a intentar avanzar ahora. Freud se libra de la objeción que me hacía hace poco mi interlocutor, considerado como irreflexivo, de la siguiente manera: es que, al responder a la pregunta de dónde esta el sujeto de lo inconsciente antes de que Freud lo hubiese descubierto, la respuesta es justamente que lo que Freud nos define como sujeto es esa relación nueva, original, impensable antes de ser descubierta, pero afirmada, de un sujeto con un no saber. ¿Es necesario que ponga los puntos sobre las íes? Lo que quiere decir “lo inconsciente” es que el sujeto rehusa un cierto punto de saber; que el sujeto se designa al no saber de adrede; que el sujeto se instituye (este es el paso en que la articulación freudiana se enriquece con lo que esbozo al margen sobre la relación del sujeto con el significante), que el sujeto se instituye de un significante rechazado, verworfen, de un significante del que nada se quiere saber. ¿Cuál es ese “se”? No es más extraño que el sujeto que desaparece con total desinterés en la base de un sistema absoluto. Lo que Freud nos designa es la subsistencia del sujeto de un no saber. Para nosotros el asunto consiste en elaborar un estatuto tal para ese sujeto, que no nos veamos forzados a darle una sustancia, a saber, a creer, como los junguianos, que ese sujeto es dios. Aquí es donde busca servir el repaso que les hago: que lo que representa el trazado de toda la dialéctica que culminó en nuestra ciencia, reposa sobre un aproximación cada vez más articulada del sujeto en tanto designado por una relación que recubre esa relación afirmada, concreta, experimental, con el significante faltante, por Freud. Toda la dialéctica, esa que parte de Platón, forjó esto para nosotros, y de ello da fe el compendio de los textos mayores, que conciernen a la elaboración de un pensamiento de saber en nuestra tradición. De cuando en cuando les recuerdo los puntos de articulación los siguientes términos: “Anuncié para este año que trataría sobre la transferencia, sobre su disparidad subjetiva. Este no es un término que haya elegido fácilmente. Subraya esencialmente algo que va más allá de la simple noción de disimetría entre los sujetos. Plantea, en el título mismo... se subleva, si puedo decir, desde el principio contra la idea de que la intersubjetividad por sí sola pueda proveer el marco en el cual se inscribe el fenómeno. Hay palabras más o menos cómodas según las lenguas. En realidad lo que busco es algún equivalente del término impar [odd, oddity], de la imparidad subjetiva de la transferencia, de lo que ella contiene esencialmente de impar.” Cfr. “Para un soporte bilingüe del seminario de Jacques Lacan”, en http://www.lutecium.org/gaogoa.free.fr/bases.htm

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esenciales; les recordaré o indicaré, según mi audiencia, aquí por primera vez, el texto verdaderamente fundamental. Es El sofista118 de Platón, al que les ruego remitirse. Allí verán en filigrana intervenir las articulaciones esenciales, y las verán superponerse con el mayor rigor, hasta el punto de emerger en ciertos lugares como algo que rompe el lienzo, de la definición que actualmente la referencia lingüística nos permite dar del sujeto como de aquello por lo que responde la posición del significante, el significante, entiendo elemental del fonema, en el sistema de la batería significante en donde se instaura la realidad concreta de toda lengua existente. Ahí conviene recordar dos temas que están incluidos en el aforismo fundamental del significante que representa al sujeto para otro significante. Todo está en el estatuto de ese otro, todo lo que diré de ese otro en lo que seguirá, emerge, está articulado ya perfectamente, con el término de ese Sofista que les acabo de evocar, y precisamente bajo la rúbrica del Otro. Si el estatuto moderno del sujeto no está dado en Platón, es en la medida en que allí se escabulle, que no está allí articulada la tensión que hay de este Otro con el Uno, y que, este Otro nos permitiría fundarlo como lo que yo llamo el uno de más, este uno de más que no ven ustedes emerger en la teoría de los números sino a nivel de Frege; en otras palabras, esta concepción de lo singular como falta, esencialmente. Se esbozan dos relaciones en esta relación tercera, que articulo yo para ustedes, del significante representando algo ante otro significante, y en el significante representando al sujeto en una función de alternancia, de vel, de o bien, o bien; o bien el significante que representa, o bien el sujeto y el significante que se desvanece. Tal es la forma de la singularidad esencial que es justamente aquélla que se le requeriría al analista si tuviese que responder fundamentalmente, irreductiblemente por esta nominación fantasmática que siempre aparece en el horizonte y que ustedes vieron recientemente discutir en mi seminario cerrado, a propósito de un cierto ejemplo de esta formulación específica, onomástica, con cuya falta quedaría colmada por la formulación de un nombre. La composición de la díada significante, de la pareja que sea, que todo uso de la lengua y especialmente de la lengua poética conoce bien, aquella que se expresó en la fórmula poética “las palabras hacen el amor” v o también, para citar a otro poeta: “A cada noche su día, a cada monte su valle, a cada día su noche, a cada árbol su sombra, a cada ser su no (n, o, vi como en Platón, que sólo habla de ese no y de la distinción de ese no y del no ser), a cada bien su mal”, lo cual hay que entender aquí no como contrarios en lo real, sino como oposiciones significantes. Ahora bien, es en torno a eso que gira toda la elaboración platónica, esta díada, para subsistir en el pensamiento de Platón, necesita de la introducción del Otro como tal. Para que ser y no-ser no sean contrarios igualmente siendo, dando así cobijo a todas las prestidigitaciones del sofista, se necesita que el no-ser sea instituido como Otro para que el sofista pueda allí ser rechazado. Asombroso abrazo de Platón con el sofista que quisiera que uno de ustedes, durante el próximo seminario cerrado pudiera comentarlo mostrándonos lo que aparece por todas partes: la extraordinaria similitud, los visos de reflejo que hacen que a cada vuelta de página leamos las características de la palpitación actual, presente en la historia del psicoanalista mismo. v

Cfr. A. Breton, Les pas perdus, les mots sans rides, París, Gallimard, 1969: “…decimos “juegos de palabras” cuando lo que está en juego son nuestras más seguras razones de ser. Por lo demás, las palabras han dejado de jugar. Las palabras hacen el amor”. vi Lacan deletrea para evitar la confusión homofónica entre non (no) y nom (nombre) [N. de T.]

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El psicoanalista es la presencia del sofista en nuestra época, pero con otro estatuto, con la razón que ha surgido, que ha visto la luz, se sabe por qué los sofistas operaban al mismo tiempo con tanta fuerza pero también sin saber por qué. La tanta fuerza radica en lo siguiente: lo que nos enseña el análisis es que en la raíz de toda díada está la díada sexual, lo masculino y lo femenino. Lo digo de esta manera porque hay una muy pequeña oscilación en torno a la expresión, si la dijera, el macho y la hembra. Las ambigüedades en la lengua de la función del género de lo que alguien como Pichón, quien creía tal vez demasiado en el pensamiento como para no tener singulares fluctuaciones en su manera de analizar los fenómenos y las palabras, llamó la sexuisemejanza27. Está bien. Preferiría la sexuilatencia, porque el hecho de que el sillón se llame "el sillón", la silla "la silla", sólo tiene sexuisemejanza para los imaginativos. Pero la presencia del género como simplemente correlativa de la oposición significante está, para nosotros, subrayándonos justamente la distinción del género y del sexo, hecha para recordarnos que en lo que funda la oposición diádica (y sabe Dios si le causaba problemas a Platón, puesto que tuvo que inventar al otro para hacer subsistir allí el ser), la oposición diádica sólo tiene como fundamento radical la oposición del sexo, oposición sobre la cual nada sabemos. Porque Freud mismo lo articula y en muchos textos, dándonos equivalentes, metáforas, de la oposición masculino-femenino, paralelos de lo activo y de lo pasivo o del ver y del ser visto, de lo penetrante y lo penetrado tan apreciado por una célebre cretina, pero lo masculino y lo femenino no sabemos qué es. Y Freud lo reconoce, lo afirma. ¿Qué es, para que el saber (me refiero al saber capaz de dar cuenta de sí mismo, al saber que sabe articular el sujeto –no hay otro que le de su estatuto a lo inconsciente, lo inconsciente nada quiere decir fuera de esta perspectiva – ), qué es lo que hay en ese saber de tal como para que al acercársele funcione, y de una manera unilateral, a saber, en el sentido del puro eclipse, de la desaparición del significante no solamente de lo Verworfen fundador del sujeto sino de lo Verdrängt, represión de todo lo que se le puede aproximar aún de lejos y que nos da testimonio de la presencia del sujeto en lo inconsciente donde el sujeto de lo inconsciente es el sujeto que evita el saber del sexo? ¡Confiesen que ese asunto es un tanto sorprendente!… que de hecho, para que reposen un instante, nos permitirá echar un vistazo hacia atrás y hacerles un comentario, que tal vez algunos de ustedes se han hecho, sobre ese camino que intento elaborar para ustedes en las horas que me reservo mi día de descanso, de un momento a otro me sorprendí diciendo, pero, ¡no hay palabra en griego para designar el sexo! Como solamente disponía de diccionarios griego-francés a mi alcance, me veía reducido a ir a buscar en los autores. En el Tratado de los animales8-9 de Aristóteles (esto me llevó a hacer cosas que no eran hallazgos, porque me gusta mucho ese Tratado de los animales) pude constatar que Aristóteles, en últimas, dijo casi todo lo importante en zoología, pero, sobre el tema de la reproducción (no hablemos del sexo), sostuvo no obstante ideas necesariamente un tanto flotantes, por faltar la microscopia. Y la comunidad del término opšjma, esa especie de líquido que se derrama y de donde vuelve a partir la atribución por igual al macho y a la hembra del opšjma, con la única diferencia de que la hembra se lo derrama en sí misma mientras que el macho lo derrama por fuera, es una distinción fenomenológicamente bastante válida, pero que nos parece tal vez bastante justa para darnos idea del aprieto en

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que se pudo estar, en efecto, durante siglos, al respecto de lo que concierne esencialmente, simplemente, a la reproducción. En cuanto al sexo ni hablar. Y esto puede explicarnos muchas cosas. Con ciertos escrúpulos, hice una llamada telefónica a alguien que se encuentra aquí a mi izquierda, y que nunca se niega a ayudarme con esto, para preguntarle cómo, en un diccionario francésgriego, se expresaba el sexo, en griego. Me respondió unas pocas cosas que querían decir que era gšnoj, el género, fÚsij, la naturaleza, y que en este caso se trataba […], es decir, la diferencia entre el macho y la hembra. ¡Pueden ver ahí esta perífrasis! Esas cosas son muy interesantes, y no se le podría causar gran perjuicio a Platón por desconocer completamente esta dimensión, que tal vez le habría ayudado mucho en sus complicaciones, en sus aporías del Sofista. Pero no por ello dejaba de tener cierto vislumbre, puesto que igualmente el horror que manifiesta él por la categoría del šnant…oj, de lo contrariado, respecto a las oposiciones que se caracterizan por el si y el no, son justamente el testimonio de que aquí se aborda un misterio que seguramente es aquel a lo largo del cual convenía pasar. Evidentemente, los latinos tienen sexus, y aludiré únicamente de pasada al hecho de que ese sexus, si podemos designarle un origen es del lado del secare. Se aproximan así un poco a la verdad freudiana, pero bueno todavía eso no llega muy lejos. Hay algo extraño, y es que sobre el sexo, sabemos (digo: saber) por el hecho de la investigación científica, sabemos mucho más. Una cosa que sorprende, simplemente al examinar lo que sucede al nivel de los animales llamados protistas o circunvecinos. Es una cosa que todo naturalista no solamente sabe sino que puede articular en claro. No voy a citarles los autores, pero casi todos los que se han ocupado de los problemas de la sexualidad lo han dicho y se han dado cuenta, desde que sabemos un poco más gracias al microscopio, sabemos, pero no extraemos las consecuencias, que el sexo no es en absoluto relación con la reproducción necesariamente. Primero, porque hay organismos que se reproducen de una manera asexuada, y que entre los que son intermedios entre la reproducción asexuada y la reproducción sexuada, en otras palabras, los que, según el muestreo del rechazo de la estirpe, se reproducen ya sea de manera asexuada o como haciendo algo que nos da la idea de una relación con la reproducción sexuada. Esto nos hace pensar (en esos organismos elementales cuyas categorías no tendré la pedantería de enunciar aquí porque no quiero recargar mi exposición) de que lo que sucede cuando hablé de reproducción sexuada es sobre todo algo en que lo esencial es más bien lo contrario de la fecundación antes que la fecundación misma, a saber, una meiosis, es decir, una reducción cromosómica, tras lo cual puede haber una conjunción pero no forzosamente una reproducción; puede también ser considerado como un rejuvenecimiento y hasta es eso, esencialmente la conjunción sexual. En otras palabras, la relación, el vínculo de la diferenciación sexual con la muerte es aquí manifiesto y tangible y de una manera ambigua. Es la relación con la muerte lo que sufre allí como las características de una verdadera relación, esa pulsación fundamental de que el sexo es al mismo tiempo el signo de la muerte y que es al nivel del sexo que tiene lugar la lucha contra la muerte como tal, pero no al nivel de la reproducción. Aquí la reproducción no es más que una consecuencia, un uso en este caso de células más especializadas que las otras en tanto sexuadas, en otras palabras, en el momento en que aparece la autonomía del germen respecto al soma. Pero por naturaleza, nada indica que el sexo sea en su origen un mecanismo reproductivo.

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Si nos detenemos en ese fenómeno fundamental de la reducción cromosómica, en otras palabras lo que se llama meiosis, y aquello que resulta de ahí como expulsión de lo que, en los bancos de la escuela nos llamaban los pequeños glóbulos polares, respecto a la formación de las células sexuales, vemos allí en lo concreto, en lo material, la expresión de otra polaridad, la de la relación del organismo con algo que es un resto, algo que es el complemento de lo que justamente está perdido, reducido en la meiosis y que, tal vez, podría estar destinado a aclararnos lo que concierne a la función fantasmática del objeto perdido, encarnado metafóricamente por objetos que tal vez no siempre, con esta forma del residuo expulsado del organismo vivo, tienen más que una relación absolutamente externa. Especulo, sueño… ¡Schwärmereien! ¡Pero es extraño que esas especies de schwarmerein nunca tengan, jamás, jamás estén hechas en el campo psicoanalítico! Todos los descubrimientos de la sexualidad e igualmente de hecho son abundantes, rebosan, se agregan a ésta todos los días, y sin embargo los cromosomas son apasionantes. Es objeto de discusiones febriles para todos los que se ocupan de ese algo que se llama la reproducción de los vivos, sin importar cuáles sean. Para los psicoanalistas se trata estrictamente, para ellos, ¡de letra muerta! Jamás vi un texto, cualquiera que sea, en una revista psicoanalítica o parapsicoanalítica, que se interese mínimamente en ese campo de los descubrimientos de la biología moderna, en el sexo ni en las preguntas que la biología plantea. Ahí hay un fenómeno que no podemos dejar de considerar, teniendo en cuenta las indicaciones que esto conlleva, no forzosamente ilegítimas de hecho, sobre lo que concierne verdaderamente a la posición de los psicoanalistas, ¿respecto a qué? A ese algo que toma su forma que se impone cada vez más, a saber, el sujeto supuesto saber en tanto sujeto de lo inconsciente, es decir, el sujeto supuesto saber lo que no hay que saber, en ningún caso. Entonces esto es tal que nos muestra el vilo, la paradoja que significaría pensar el psicoanalista como aquel que ha de proveer, que ha de responder por el significante singular porque falta en su relación con el otro significante. Porque si esa relación radical conlleva la cobertura original, la Verborgenheit, la exclusión fundamental de lo que, por vía de la doctrina psicoanalítica misma, constituye su vínculo último, a saber, lo que concierne a la correspondencia del macho y de la hembra, independientemente de cual sea la correspondencia, es muy claro que todo indica que la posición del analista no está ahí en una exclusión menor que la de todo sujeto instituido que lo haya precedido. Es justamente por eso que el análisis sigue entero en la tradición del sujeto del conocimiento, con la única condición de que nos demos clara cuenta de que desde hace tiempo el conocimiento ha sido expulsado lejos del sujeto, y de que el sujeto en cuestión no es más que el sujeto en relación con el significante faltante. En cambio, lo que nos enseña la experiencia y efectivamente lo que surge en ese campo de experiencia, es precisamente esta metáfora, y no es por nada que hace poco evoqué la correspondencia que esta metáfora puede tener con una de las realidades más fundamentales del sexo, a saber, la pérdida de ese alguito donde se instituye la relación más estrecha del sujeto del inconsciente con el mundo del fantasma. Que sea allí a donde la experiencia analítica de hecho, haya llevado al psicoanalista, nos permite ahora abrir la pregunta sobre lo que le solicita ese punto, ese punto de desviación lateral, ese punto indicado de una relación con el sexo, que de todas maneras, no podría recubrir más que una imagen que podemos hacernos, mítica, de la relación macho y hembra. Esto es lo que

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resulta del texto divino, los hizo hombre y mujer, tal como no duda en retomarlo el señor Ernest Jones armado con su tradición protestante. Acaso no captamos ahí que, para otras tradiciones de pensamiento… lo ilustro: la del Tao, por ejemplo, que parte enteramente de una aprehensión significante, aprehensión de la que no tenemos que buscar qué significación representa para ellos, puesto que para nosotros es absolutamente secundario. Las significaciones pululan siempre, si ponen dos significantes uno frente al otro, eso produce pequeñas significaciones. No son obligatoriamente bonitas bonitas. Pero que el comienzo sea, como tal, la oposición del yin y del yang, de lo macho y de lo hembra, aún cuando no supieran lo que quiere decir, esto por sí solo implica al mismo tiempo ese espejismo singular de que ahí hay algo más adecuado para no sé qué fondo radical, al mismo tiempo que, de hecho, eso puede justificar el fracaso total de toda realización del lado de un verdadero saber. Y por eso es que sería un gran error creer que existiría la mínima cosa que esperar de la exploración freudiana de lo inconsciente para alcanzar en cierta forma, para hacer eco, para corroborar lo que han producido esas tradiciones, califiquémoslas, etiquetémoslas (detesto el término), de orientales, de algo que no es de la tradición que elaboró la función del sujeto. Desconocerlo es prestarse para todo tipo de confusiones, y si algo por nuestra parte puede alguna vez ser alcanzado en el sentido de una integración auténtica de lo que, para los psicoanalistas, debe ser el saber, seguramente es en una dirección muy diferente. Proseguiré este discurso la próxima vez respecto a la posición del psicoanalista.

Traducción: Pio Eduardo Sanmiguel Ardila. Colaboraron en la revisión de la traducción y de esta versión en español: Belén del Rocío MORENO CARDOZO, Carmen Lucía DÍAZ LEGUIZAMÓN, Eduardo ARISTIZÁBAL CARDONA, Javier JARAMILLO GIRALDO, Mario Bernardo FIGUEROA MUÑOZ, Pilar GONZÁLEZ RIVERA, Tania ROELENS HRNCIROVA. Posteriormente he recibido precisiones, anotaciones, correcciones de Sylvia de Castro K., Myriam Cotrino y Luisa Matallana L., a quienes agradezco sinceramente el haberse tomado el tiempo para anotar sus dudas y enviarlas a este correo. Esta traducción continúa en proceso; así que, cualquier duda, comentario y/o precisión serán bienvenidos; comuníquelos, por favor, a la siguiente dirección electrónica: [email protected]

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Lección 19 19 de mayo de 1965 Como en el juego de la morra i , en que tijeras, piedra y papel se disputan en círculo indefinidamente, piedra rompiendo tijeras, papel envolviendo piedra, tijeras cortando papel, pueden enunciar ustedes, en una analogía, que encubre algo seguramente más complejo, que los tres términos de mis últimos discursos, y muy especialmente el de la última vez, erigieron ante ustedes bajo las rúbricas del sujeto, el que tuve más cuidado en aguzar, para su entendimiento, del saber, que fue asimismo el segundo término al que intenté darle todo su peso, respecto a lo que abarca el nombre de inconsciente. Lo inconsciente es un saber, cuyo sujeto persiste indeterminado, en lo inconsciente. ¿Quién sabe? ii El sexo, por último, del cual tampoco por azar ni prisa no señalé la última vez, con todo su relieve, que el sentido de la doctrina freudiana es que el sexo es uno de sus escollos, sexo en torno al cual, escollo en torno al cual, gira esa relación triple, esa economía, en que cada uno de esos términos se remite uno al otro siguiendo una relación que, a primera vista, puede parecer ser aquella con la que se los introduzco, en una relación de dominancia circular. El sujeto se indetermina en el saber, el cual se detiene ante el sexo, el cual le confiere al sujeto esta nueva especie de certidumbre a través de la cual, estando determinado su lugar de sujeto y al no poderlo ser sino a partir de la experiencia del cogito, con el descubrimiento de lo inconsciente, de la naturaleza radical y fundamentalmente sexual de todo el deseo humano, el sujeto adquiere su nueva certidumbre, la de encontrar su morada en la pura falla del sexo. Esa relación de dominancia rotatoria es esencial para fundar lo que está en cuestión en mi discurso desde su comienzo. ¿De qué estatuto del sujeto se trata en lo que se vuelve a engendrar para él por vía de la operación analítica? Y asimismo, ya que sólo esta operación analítica le da su estatuto, de lo cual hablaremos hoy, luego de esta introducción, no se trata de constatar, como un hecho del mundo, esta dominancia que se rechaza a través de cada uno de los tres términos, sino de reformularla, de hacer sentir sus efectos, a la manera de esta forma bajo la cual, para nosotros, se ejerce, que es propiamente la forma del juego. Pienso que también para quienes llegaran a escucharme hoy por primera vez, saben lo suficiente de Freud para reconocer qué término esencial constituye en su enseñanza la relación entre saber y sexo. Ya se trate de su acercamiento, de su descubrimiento de la dinámica psicoanalítica, es en términos de que el sujeto sabe más de lo que cree, dice al respecto más de lo que quiere, y demuestra, sobre sus propios fundamentos, esta forma de saber ambiguo que, en cierta manera, se renuncia a sí mismo en el momento mismo en que se confiesa, que Freud introdujo la dinámica de lo inconsciente. Y cuando teoriza, es en torno a ese punto oscilante de la pregunta sobre el sexo, de la pulsión epistemológica, de la i

Hay homofonía entre la mourre y l’amour: la morra y el amor. Michel Roussan anota al margen que, justamente, la copia dactilográfica dice au jeu de l’amour, de l’amora. Pero esta última palabra, l’amora, no es más que la traducción “fonética”, en francés, de la morra, lo cual induce a concluir que la primera palabra es mourre y no amour. En cuanto a morra, cfr. G. Ifrah, Histoire universelle des chiffres [Historia universal de las cifras]. París, R. Laffont, 1994, t. 1, p. 128. ii Qui sait-il? En las notas de R. Bailly reza Qui sait? [¿Quién sabe?]. Michel Roussan agrega una homofonía posible: Qu’y sait-il? ¿Podríamos acaso agregar también: Qui c’est-il?

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necesidad de saber lo que concierne al sexo que se introduce, genéticamente, en la historia del niño, todo lo que en adelante alcanzará pleno desarrollo en las formas, tanto de su persona como de su carácter, como de sus síntomas, de toda esa materia que es la nuestra y que nos interesa. Pero es aquí donde adquiere su incidencia lo que yo he querido articular para ustedes en su diferencia dialéctica, cuando les hablé de verdad a propósito del saber. ¿Dónde está ese saber? Donde tiene su estatuto, allí donde lo hemos constituido, allí donde, no inconsciente sino externo a nosotros, se funda en la ciencia. ¿Dónde estaba la verdad antes del establecimiento del saber? Asunto que, ya se los recordé, no data de ayer. Su fecha es exactamente contemporánea de las primeras articulaciones lógicas: está en Aristóteles. Es el estatuto de la contingencia de la verdad antes de que se revele en saber. Pero lo que nos demuestra la articulación freudiana es una relación divergente de esta verdad con el saber. Si el saber se hace esperar, si la verdad está en vilo mientras no se haya constituido el saber, es bien claro que independientemente de quien la haya formulado, 300 años antes la fórmula newtoniana misma no habría dicho nada, a falta de que esta verdad pudiese insertarse en su saber. Es la estructura freudiana la que nos revela y levanta el sello de ese misterio: se descubre que la orientación de la verdad no es hacia un saber, ni siquiera a un saber por venir que siempre está en relación con un punto x, en una posición lateral. En el fondo, lo que tenemos que traer a la luz en tanto verdad, en tanto ¢l»qeia, en tanto revelación heideggeriana, es algo que suministra para nosotros un sentido más pleno, si no más puro, a este asunto sobre el ser que en Heidegger se articula y que se llama para nosotros, para nuestra experiencia de analistas, el sexo. O nuestra experiencia está errada y no hacemos nada bueno, o es así como se formula, es así como debe formularse aquí. La verdad sobre el sexo está por decirse, y es porque es imposible (esto está en el texto de Freud), -es por eso que la posición del analista resulta imposible- iii , es porque es imposible decirla enteramente, que se desprende de ahí esa especie de suspenso, de debilidad, de incoherencia secular en el saber, que es, propiamente, la que denuncia y articula Descartes para desprender de ahí su certidumbre de sujeto, donde el sujeto se manifiesta justamente como la señal, el resto, el residuo de esa falta de saber, a través de lo cual alcanza lo que lo ligó, lo que se rehúsa al saber, en el sexo; a lo cual se encuentra suspendido el sujeto bajo la pura forma de esa falta, a saber, como entidad desexuada. Un saber, pues, se refugia en alguna parte, en ese lugar que podemos llamar (y porqué no, puesto que ahí volvemos a encontrarnos las antiguas vías), en un lugar de pudor original, respecto al cual todo saber se instituye en un horror infranqueable respecto a ese lugar donde yace el secreto del sexo. Y por eso es importante recordar (todo el mundo puede saber esto, pero es sorprendente que se lo olvide) que conocemos muchos efectos en cascada de lo que concierne al sexo, así sea únicamente la multiplicidad de los seres existentes, pero que sería velar el asunto, que sería escamotearlo, hacer del sexo el instrumento en que sus efectos resultarían justificados por su teleología. El sexo, en su esencia de diferencia radical, sigue intacto y se rehúsa al saber. La introducción de lo inconsciente cambia completamente el estatuto del saber, y redobladamente; redoblamiento que ha de repetirse en cada uno de los niveles en que iii

Otra posibilidad de traducción: “…(esto está en el texto de Freud: que la posición del analista es imposible), es por eso, porque es imposible decirla…”

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hemos de retomar los tres polos donde se constituye nuestro orden subjetivo. El saber de lo inconsciente es inconsciente por lo siguiente: que del lado del sujeto, el saber se plantea como indeterminación del sujeto; no sabemos en qué punto del significante se aloja ese sujeto presunto saber. Pero por otro lado, ese saber, aún inconsciente, está en una referencia de interdicto fundamental respecto a ese polo que lo determina en su función de saber. Hay algo que ese sujeto… [de] iv ese saber no debe saber. Esa es constitución radical, no accidental, aún cuando todas las cadenas en que se liga esta concatenación subjetiva nunca sean más que singulares y fundadas sobre esta captura, esta inclusión primera que constituye toda la lógica, lógica que se trata de que fundemos nosotros, a fin de captar cómo se recorre, y dónde estamos cuando nosotros, los analistas, pretendemos jugar a eso. Hay una pregunta que acaba de ser planteada en un concurso, uno de esos concursos que, en un medio como éste, es algo que representa cierta ilustración; una pregunta que se plantea allí bien puede considerarse de actualidad. Se preguntó a quienes deben superar esa barrera, ese steeple-chase de lo que llaman la agregación: "¿Puede el hombre representarse un mundo sin el hombre?". Aquí yo diría, no la manera como yo le habría aconsejado a cualquier candidato tratar este asunto, sino el sentido en el que yo mismo lo habría tratado. Es claro, desde siempre, que el mundo en cuestión nunca haya sido aprehensible más que como haciendo parte de un saber; es fácil para nosotros darnos cuenta que la representación no es más que un término que sirve de caución al señuelo de ese saber. El hombre mismo fue fabricado, a todo lo largo de sus tradiciones, a la medida de esos señuelos. Por lo tanto es bien claro que no podría quedar excluido de esta representación, si continuamos haciendo de esta representación la caución de ese mundo. Pero se trata del sujeto, y para nosotros el sujeto, en la medida justamente en que puede ser inconsciente, no es representación, es el representante, Repräsentanz de la Vorstellung; está ahí en el lugar de la Vorstellung que falta. Es el sentido del término freudiano de Vorstellungrepräsentanz. No se trata de que nos contraargumentemos que este hombre, con el que cubríamos el mundo desde siempre, ese macrantropos v que era el macrocosmos, estaba hecho, por supuesto, sexuado; sino justamente, resulta demasiado claro que a falta de poder decir de qué sexo era, tenía ambos, y ahí está justamente todo el asunto. El hecho de decir que se encuentra un toquecito del uno y del otro, una mezcla de los caracteres en los vertebrados superiores, no le agrega nada.

El sujeto de donde tenemos que partir es la pieza que le falta a un saber condicionado por la ignorancia, y de lo que se trata en cuanto a este (sino es por éste que hemos de hallar al hombre) está siempre en la posición de desecho respecto a su representación. Y en esta iv v

Así en Michel Roussan. Cfr. A. Koyré, Parcelse, París, ediciones Allia, 1997, p. 24.

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medida puede decirse que hasta el psicoanálisis, siempre se representó al mundo sin el hombre verdadero, sin tener en cuenta el lugar en donde está como sujeto, lugar sin el cual no habría representación, muy precisamente porque la representación no tendría, en el mundo, representante. Es así como marqué en el tablero [figura XIX-1], con sus características, las mismas que acabo de enunciar, esos tres polos, del saber en tanto inconsciente, que tal vez sabe todo, salvo lo que lo motiva, del sujeto que se instituye en su certidumbre de ser falta de saber, y de ese tercer término, que es precisamente el sexo, en la medida en que, en esta esfera es rechazado al comienzo, en la medida en que es de donde surge aquello de lo que no se quiere saber nada. Es aquí donde voy a preguntarles: ¿quieren que juguemos hoy? No digo más, no les digo ¿quieren jugar conmigo? Porque en últimas, desde donde hablo, a saber como analista, jugar conmigo no dice con quién se juega. No les digo tampoco que algo se juega. Por muy analistas que seamos, estamos en la historia y si la física se funda sobre los términos de “nada se pierde, nada se crea”, pregunto, a quien haya aquí reflexionado sobre la historia, si el fundamento de esta idea de la historia no es, propiamente, “nada se juega”. Para todos los que tuvieron el tiempo de experimentar algo de lo que, en nuestro tiempo, pareció jugarse en lo que de historia puede escribirse, para quienes tuvieron el tiempo de ver desfondarse algún puro juego en la historia, ¿no es acaso evidente que la marcha de las cosas le da su verdad a lo que acabo de enunciar bajo esta forma “nada se juega”? Si hay una verdad de la historia, la verdad marxista por ejemplo (esto es precisamente lo que, desde un cierto punto de vista, puede verse uno llevado a reprocharle), es que, si el sujeto de la Historia sí está ahí donde se nos dice, en sus fundamentos económicos, todo se jugó de antemano. Pero es justamente lo que queda demostrado en cada rodeo: basta simplemente con que pongamos en su lugar aquello de lo que se trata, allí donde se cree dirigir el juego. Lo cual no quiere decir que ese juego no tenga su estatuto, y que se halla en alguna parte entre los tres términos que acabo de dibujar para ustedes. Es ahí dentro donde entraremos ahora y donde proseguiré mi discurso para los analistas, aun cuando resulte que por mucho juego que yo adelante a su cuenta, será siempre allí donde se corra menos riesgo, que lo arriesgarán todo, y arriesgarán poco allí donde el riesgo sea mayor. Pero para eso se trata de saber qué quieren decir esos términos ¿qué quiere decir el juego mismo, en cualquier nivel en que empleemos esa categoría? El juego es un término de una extensión amplia, desde el juego del niño hasta el juego que se llama de azar y hasta lo que se ha llamado, de manera despistadora, la teoría de los juegos, entiendo, aquella que parece datar del libro del señor Von Neumann y de su colaborador105. Hoy intentaré decirles cómo, desde el punto de vista del análisis, que tiene todos los caracteres de un juego, podemos aproximarnos a lo que concierne a ese registro. El juego es algo que, desde sus más simples formas hasta las más elaboradas, se presenta como la sustitución, a la dialéctica de esos tres términos, de una simplificación que, ante todo, la instituye como sistema cerrado. Lo propio del juego es siempre una regla, aun cuando esté oculta; una regla que excluye a manera de interdicto ese punto, que es justamente el que les designo, al nivel del sexo, como el punto de acceso imposible, en otras palabras, el punto donde lo real se define como lo imposible. El juego reduce ese círculo a la relación del sujeto con el saber. Esa relación tiene un sentido y sólo puede tener uno: el de la espera; el sujeto espera su lugar en el saber. El juego siempre es el de la relación de una tensión, de un alejamiento a través del cual el sujeto se instituye a distancia de lo que existe ya en alguna parte como saber. Si hice ejercitarse durante por lo menos un 280

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trimestre al pequeño rebaño de cuyo cayado disponía entonces en el juego de par o impar (¡en ese tiempo yo todavía creía que algo se jugaba!), era para intentar hacerles entrar esta verdad por las venas. Quien detenta las canicas sabe si su número es par o impar. De hecho, poco importa que lo sepa o no, hay saber en su mano, y la pasión del juego surge por el hecho de que, al frente, yo me instituyo como sujeto que sabrá. En la forma que sea, la de una apuesta [enjeu], o la de las canicas mismas, la realidad que toma su lugar pierde lo que, en ese triángulo, en ese tri-polo, es lo imposible de saber, pero que, al ser mochado vi en el juego por estar excluido en ese imposible, se vuelve la pura y simple realidad del elemento en juego [l’enjeu]. La apuesta [l’enjeu, lo que está en juego] es, en cierta forma, lo que enmascara el riesgo. A fin de cuentas, no hay nada más contrario al riesgo que el juego. El juego encapucha el riesgo, y lo demuestra el hecho de que los primeros pasos que se dieron en la teoría de los juegos, no a nivel de Neumann, sino en Pascal, comienzan por la teoría del reparto. Esto quiere decir que en cada momento de un juego puede concebirse un reparto equitativo de lo que está en juego [en jeu]; es posible un cálculo de las esperanzas que hace que, si se detuviera un juego en ese medio, no simplemente sucedería que cada uno de los jugadores retire lo que apostó [sa mise], lo cual sería injusto, sino que lo apostado [mise] será compartido (y enunciar lo siguiente es enorme; sin embargo da la estructura misma de aquello de lo se trata), en función del cálculo de las esperanzas de los jugadores. No entraré en el detalle de aquello de lo que aquí se trata, contentándome con remitirlos a los opúsculos, fundamentales en la materia, de Pascal, que de hecho constituyen ley desde entonces, y por las mejores razones. ¿Qué significa esto? Que, para nosotros, cuyos caminos están facilitados por esta teoría de los juegos en la que se demuestra que lo que se llama estrategia es algo que nos indica que lo que es perfectamente calculable, lo que en un número de casos bastante extendidos como para que esto constituya punto de partida para toda elaboración relativa al ejercicio de los juegos, en un número bastante grande de casos, dada la connotación de los lances posibles de un jugador con el conjunto de los lances posibles de otro, hay un punto, llamado punto de silla, tal como se dice silla de montar, donde se traslapa, como siendo estrictamente idéntico, lo que deben jugar los dos jugadores para obtener, ambos y en todos los casos, la mínima pérdida, demostrando así que la naturaleza del juego está lejos de ser pura y simple oposición entre los jugadores, sino, en el comienzo, en su comprensibilidad misma, posibilidad, por el contrario, de acuerdo. Lo que en todo juego busca el jugador, el jugador como persona, es siempre algo que implica esta conjunción como tal de dos sujetos, y el verdadero elemento en juego [enjeu] del asunto, es ese jugador, sujeto dividido en la medida en que interviene allí él mismo como elemento en juego a título de ese pequeño objeto, de ese residuo que conocemos bien nosotros los analistas bajo la forma de ese objeto al que le di el nombre de una letra minúscula, de la primera. Si hay algo que soporte toda actividad de juego, es ese algo que se produce por el encuentro del sujeto dividido, en la medida en que es sujeto, con ese algo a través de lo cual el jugador se hace él mismo desecho de algo que se ha jugado en otra parte, el otra parte a todo riesgo, el otra parte desde donde ha caído del deseo de sus padres, y precisamente ahí, el punto de donde él se escabulle yendo a buscar, al contrario, esa relación de un sujeto con un saber. Y para ilustrarles de la forma más rudimentaria el carácter fundado que les indico como siendo radicalmente, en el juego, la relación de un sujeto con un saber, les evocaré una vi

Rabattu: bajado, rebajado, allanado, abatido, podado, volteado…

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imagen, para mí particularmente sorprendente, la de una niñita que, hacia los tres años, había hallado ese juego en un ejercicio que no por azar consistía en venir a abrazar a su padre, que consistía en ir a la otra punta de la pieza y acercarse a pasos lentos, poco a poco más precipitados, escandiendo su avanzada con esas tres palabras: ¡ya va a pasar, ya va a pasar, ya va a pasar! vii Tal es la imagen fundamental donde está incluido todo lo que se llama, en su diversidad, actividad lúdica, hasta en sus más complejas y más ordenadas formas, aislamiento del sistema por medio de una regla donde se determina la entrada y la salida del juego, al interior del juego mismo, el sujeto en lo que tiene de real, y de real imposible de alcanzar, materializado, si puedo decirlo, en el elemento en juego [l’enjeu]. Y es en esto que el juego es la forma propicia, ejemplar, aislante, aislable, de la especificación del deseo, deseo que no es más que la aparición de este elemento en juego, de este a que es el ser del jugador, en el intervalo de un sujeto dividido entre su falta y su saber. Noten que en ese juego, si la realidad es reducida a su forma de desecho del sexo, a su forma in-sexuada, el otro beneficio del juego es que la relación de verdad está allí [sólo] en razón misma de la supresión de ese polo de realidad como imposible, la relación de verdad está suprimida. Puede uno preguntarse en todo sentido qué hay de la verdad de la ciencia antes de que se afirme. Puede uno preguntarse qué hay de lo inconsciente antes de que yo lo interprete, y lo propio del juego es que, antes de que se juegue nadie sabe qué va a salir. Ahí está la relación del juego con el fantasma. El juego es un fantasma hecho inofensivo y conservado en su estructura. Esos comentarios son esenciales para introducir lo que deseo articular para ustedes hoy, a saber, lo que sucede con el juego del análisis (si acaso es que, tal como parece, el análisis es un juego en la medida en que se prosigue al interior de una regla), y de lo que se trata es de saber cómo ha de conducir ese juego el analista, para saber también cuáles son las propiedades exigibles de su posición para que la conduzca a esta operación de una manera correcta viii .

Digamos primero para qué nos sirve este esquema [figura XIX-2]; para decirnos lo que sin duda sabemos, pero que estamos lejos de articular en todos los casos, y esto también se explica. Este esquema, consiste en que, en un análisis hay, en apariencia, dos jugadores. Esos jugadores, cuya relación intenté articular para ustedes como una relación de vii

ça va arriver! es también ¡ ya va a llegar! para que conduzca esta operación de manera correcta [pour qu’il la mène, cette opération, de facon correcte], en las notas de Jean Oury.

viii

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malentendido, puesto que el lugar que ocupa uno de los jugadores, siendo el otro el sujeto, es el de sujeto supuesto saber, en cambio, si confían en mi articulación esquemática, el sujeto (si acaso podemos hablar de ese polo en su constitución pura), el sujeto sólo se aísla al retirarse de toda sospecha de saber. La relación de uno de esos polos con el polo del sujeto es una relación de falacia, pero es también por eso que se acerca al juego; el sujeto supuesto saber realiza la conjunción de ese polo del sujeto con el polo del saber, del cual el sujeto habrá de saber primero que en el nivel del saber no ha de suponer sujeto, puesto que es lo inconsciente. ¿Qué resulta de eso? Si nos atenemos a esos dos polos es porque, desde el punto de vista del juego, esto constituye tal vez dos jugadores en el sentido en que, en la teoría de los juegos del señor Von Neumann, lo que se llaman jugadores son simples agentes, agentes que se distinguen uno del otro simplemente por un orden de preferencia, pero el hecho mismo de que esos agentes, en los casos que hace poco evocaba, puedan ponerse de acuerdo sin siquiera conocerse, sobre la simple hoja de papel que utiliza el señor Von Neumann para demostrar que ambos jugadores sólo tienen un único y mismo turno de juego, prueba que son perfectamente compatibles para indicar a la misma persona, y desde un cierto punto de vista y hasta un cierto límite, si el analista, en su posición pura, original, sólo tiene la del sujeto tal como la defino cartesianamente, suponiendo a aquel que en todo caso se dice que, aún cuando nada sepa, es aquel que piensa que no sabe nada y que esto basta perfectamente para asegurar su posición ante el otro jugador, que sabe, sin duda, pero no sabe que sabe, queda claro que esos dos polos pueden muy válidamente constituir, hasta cierto punto, una misma persona si definimos a la persona no a través de esta referencia sino por el interés común. Y el interés común es lo que se llama la curación. ¿Qué quiere decir eso de la curación? Exactamente lo que sucede en algún punto posible en el que Pascal detiene el juego y puede hacer en ese momento la repartición de las apuestas [les mises] de una manera satisfactoria para ambos. La curación no tiene ningún otro sentido que esta repartición de los elementos en juego [enjeux] en un punto cualquiera del proceso, si partimos de la idea de que, hasta cierto punto, sujeto y saber están perfectamente hechos para entenderse. Es lo que todos los analistas de la escuela de El psicoanálisis de hoy104 llaman, en ese falso lenguaje tomado de la psicología, "la alianza con la parte sana del yo", en otras palabras, ¡equivoquémonos juntos! Si hay algo que intento reintroducir, que le permita al analista culminar en algo diferente a una identificación del sujeto indeterminado con el sujeto supuesto saber, es decir, con el sujeto del engaño, es en la medida en que recuerdo lo que, aún quienes tienen esta teoría, saben en la práctica: ¡que hay un tercer jugador! Y que el tercer jugador se llama la realidad de la diferencia sexual. Por eso es que, ante esta realidad de la diferencia sexual, el sujeto que sabe, que no es el analista sino el analizado, se ha constituido desde hace mucho tiempo en su propio juego, aquel que ha durado, comenzado y culminado hasta el análisis, […] necesario de dos sujetos, del sujeto dividido, por una parte sujeto y, por el otro lado, saber, pero no juntos. Y de ese algo, a través del cual él no se puede aprehender más que como caído y decaído de la realidad de la que no quiere y no puede saber nada; en lo que hace que siempre el hombre ha de huir lo imposible de la realidad sexual, en ese algo que es su suplemento lúdico y al mismo tiempo su defensa, ese algo que conocemos bajo la forma de lo que se revela en el fantasma en la medida en que la causa es la puesta en juego del sujeto, bajo la forma de ese objeto de la relación de objeto, puesta en juego [mise en jeu] entre los dos términos subjetivos opuestos del sujeto y del saber inconsciente. En esta sustitución del a, del objeto 283

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de desecho, del objeto de caída, por aquello de lo que se trata −la realidad de la relación sexual−, está lo que le da su ley a esa relación del analista con el analizado, en el sentido en que lejos de que haya de contentarse con alguna repartición equitativa de los elementos en juego [les enjeux], tiene que vérselas con algo en donde se halla claramente en una posición de oposición a su partenaire. Como en todos los casos en que no hay acuerdo posible en el juego, tiene que vérselas con un partenaire a la defensiva, pero cuya defensiva es peligrosa y prevaleciente por el hecho de que, contrariamente a lo que muchos se imaginan, esta defensiva no está dirigida contra él, contra el analista. Lo que constituye su fuerza es que está dirigida contra el otro polo: el de la realidad sexual. Esta es imbatible justamente por el hecho de que, no teniendo por esa razón solución, la astucia del conductor del juego, si el analista puede acaso merecer ese nombre, sólo puede ser la siguiente: hacer que de esta defensiva se llegue a, se desprenda, una forma siempre más pura. Y esto es lo que es el deseo del analista en la operación. Llevar al paciente a su fantasma original no es enseñarle nada, es aprender de él cómo hacer. Es el paciente quien sabe qué hacer con el objeto a y su relación (en un caso determinado) con la división del sujeto, y nosotros estamos en la posición del resultado en la medida en que lo favorecemos. El análisis es el lugar en donde se verifica, de una manera radical en la medida en que muestra su superposición estricta, que el deseo es el deseo del Otro. No porque en el paciente se dicte el deseo del analista, sino porque el analista se torna el deseo del paciente. Es lo que les he expresado por el triangulito en rojo [figura XIX-3], que les muestra en qué espacio virtual del lado del Otro, lugar ocupado por el analista, se sitúa el punto de deseo, es decir, en el polo estrictamente opuesto al lugar donde yace lo imposible de la realidad del sexo.

Ahora bien, ahí es donde yace lo supremo de la astucia analítica, y sólo ahí puede ser alcanzada. Solamente con esta mira, y en la medida en que el analista está allí absolutamente reblandecido, puede pasar algo de lo que constituye, propiamente hablando, la única ganancia concebible. Solamente en el punto en donde va hasta lo máximo aquello que hace que el saber se constituya como el guardia, pero entiéndaselo en el sentido de sirviente, de ese rechazo de la realidad sexual, de esta tan íntima a„dèj, de este pudor radical, es justamente en ese punto que este pudor puede traicionarse. Que esta guardia sea llevada hasta su más perfecto punto es lo que puede dejar pasar algo de una falta de guardia, pues a esta realidad del sexo, no se le supone saber.

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Y ahí es donde dejaré oscilante el asunto de las últimas posiciones subjetivas. ¿Este supremo pudor, sabe o no sabe? Están los que creen que sabe. ¿Pero cómo saber lo que sabe, si no en ese nivel del Otro donde surgirá la sombra de ese significante omnipotente, de ese nombre supremo, de lo omnisciente que siempre ha sido la trampa, el lugar elegido de la captura, para aquellos que necesitan creer? Como todo el mundo sabe, “creer en ello” quiere decir, puede querer decir, quiere siempre decir, hasta la gente que cree lo afirma y lo dice, es la teoría fideísta, que uno sólo puede creer en aquello de lo que no está seguro. Quienes están seguros, pues bien, justamente, no creen en ello. No creen en el Otro; están seguros de la cosa. Esos, son los psicóticos. Y por eso es perfectamente posible, contrariamente a lo que alguien de esta Escuela escribió sobre la Historia de la locura de Michael Foucault (a quien sólo se le puede reprochar una cosa: no dar de la psicosis esta fórmula, por no haber asistido a mi seminario sobre el presidente Schreber79), [decir que] hay un discurso perfectamente coherente de la locura que se distingue por el hecho de que él está seguro de que la cosa sabe. Los dejaré en este punto (son las dos de la tarde) al que los llevé hoy. ¿Qué debe ser, qué puede ser, ese deseo del analista, para sostenerse al mismo tiempo en ese punto de suprema complicidad, complicidad abierta? ¿Abierta a qué? A la sorpresa. Lo opuesto a esta espera en que se constituye el juego en sí, el juego como tal, es lo inesperado. Lo inesperado no es el riesgo. Uno se prepara para lo inesperado. Lo inesperado, también, si me permiten un instante volver sobre este esbozo de estructuración para-euleriano que intenté darles como necesario por lo menos para ciertas cosas, el ocho invertido, porciúncula cuyo campo externo es esta banda de Mœbius que debe necesariamente atravesarla, la porciúncula, verán que lo inesperado halla allí su aplicación admirable. Pues ¿qué es lo inesperado sino lo que se revela como siendo ya esperado pero sólo cuando sucede? Lo inesperado, de hecho, atraviesa el campo de lo esperado. En torno a ese juego de la espera, y enfrentando la angustia (tal como Freud lo formuló en textos fundamentales sobre ese tema), en torno a ese campo de la espera debemos inscribir el estatuto de lo que concierne al deseo del analista. Esto es lo que retomaré dentro de quince días, ya que la próxima vez tendremos un seminario cerrado. Traducción: Pio Eduardo Sanmiguel Ardila. Colaboraron en la revisión de la traducción y de esta versión en español: Belén del Rocío MORENO CARDOZO, Carmen Lucía DÍAZ LEGUIZAMÓN, Eduardo ARISTIZÁBAL CARDONA, Javier JARAMILLO GIRALDO, Mario Bernardo FIGUEROA MUÑOZ, Pilar GONZÁLEZ RIVERA, Tania ROELENS HRNCIROVA. Posteriormente he recibido precisiones, anotaciones, correcciones de Sylvia de Castro K., Myriam Cotrino y Luisa Matallana L., a quienes agradezco sinceramente el haberse tomado el tiempo para anotar sus dudas y enviarlas a este correo. Esta traducción continúa en proceso; así que, cualquier duda, comentario y/o precisión serán bienvenidos; comuníquelos, por favor, a la siguiente dirección electrónica: [email protected]

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Lección 20 26 de mayo de 1965 (seminario cerrado) En estos primeros pasos de mi seminario cerrado, es inevitable, por supuesto, que las cosas no tomen enseguida ni su forma ni su estilo ni su método y que ciertas cosas queden pendientes. A nuestro amigo Leclaire le pareció una lástima que no hubiese habido aquí respuesta alguna (respuesta pública, quiero decir), a lo que escribió Jacques-Alain Miller, y cuyo texto fue puesto a disposición de todos. Entonces le doy primero la palabra a Leclaire quien aportará algunos comentarios al respecto, cuyo interés no es el simplemente protocolario de festejar la importancia de ese texto de Jacques-Alain Miller, sino el de suministrar una respuesta propiamente analítica. Esta intervención de Leclaire será breve. Jacques-Alain Miller le responderá si lo considera bueno y oportuno. Esta respuesta tampoco debe ocupar demasiado del total de nuestra sesión de hoy que, les recuerdo, está consagrada a la atención que solicité que se le prestara al texto de El sofista, y sobre el cual intervendrán, en dos intervenciones igualmente nutridas (por lo tanto nuestro programa es bastante pesado), Audouard primero, Kaufmann después. Serge Leclaire – Intentaré ser breve, y aún así responderle a Miller, es decir, para poner las cartas sobre la mesa de una vez, intentaré decir en qué la posición del psicoanalista es irreductible a cualquier otra, y hasta diría más, no solamente irreductible, sino tal vez, propiamente hablando, inconcebible. Lo haré apoyándome en el texto de Miller del 24 de febrero y, más precisamente aún, en lo que constituye su fascinante perfección95. En su apasionante labor de interrogar los fundamentos de la lógica, de la lógica que él llama lógica [logicienne] i , y de acopiar en la obra de Lacan los elementos de una lógica del significante, Miller llega a presentarnos un discurso muy maravilloso, y no le disimularé mi satisfacción al leerlo, puesto que las circunstancias no me habían dado ocasión de escucharlo. El ensayo de Miller se preocupa por ser, creo, un discurso lógico, como su objeto, o hasta arqueológico, como él lo dice, y sobre todo un discurso capaz de comprender el otro discurso, el discurso que resulta de la experiencia analítica. Pero, para llegar a tal discurso, el que Miller intentó sostener, es necesario, si puedo decirlo, mantener firme el punto que justamente hace posible la articulación de un discurso lógico, es decir, ese punto que él mismo nos presenta como el punto débil así como el punto crucial de todo discurso, a saber, el punto de sutura. Hay que comprender, nos recuerda Miller, que la función de sutura no es propia del filósofo. Es importante que se persuadan, nos recuerda, hasta insiste en eso, de que el lógico, al igual que el lingüista, en su nivel, sutura. De eso estoy convencido. Es claro que Miller, lógico también, o arqueólogo, también sutura. Pero justamente ahí está la diferencia: el analista, tenga lo que tenga, y aún cuando i

Cfr. el seminario cerrado del 24 de febrero, página 120: “Su relación con lo que llamaremos la lógica lógica [logique logicienne] resulta singular por el hecho de que trata exactamente sobre su emergencia y porque ha de hacerse reconocer como lógica del origen de la lógica, es decir, y el punto es capital, que no sigue sus leyes, que cae por fuera del campo de su jurisdicción puesto que la prescribe.”

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intenta discurrir sobre el análisis, el analista no sutura o por lo menos −cómo decirlo− debería esforzarse en cuidarse de esta pasión. Podría detenerme ahí. Sería evidentemente la forma más breve. No obstante, quisiera intentar argumentar un poquito más. Decir “sutura” se dice fácil. Más precisamente, ¿de qué se trata? ¿En qué consiste ese punto de sutura que se menciona? Una de las proposiciones que subraya el texto de Miller, que constituye uno de los ejes, de los pivotes, es el siguiente: es en el enunciado decisivo de que “el número asignado al concepto de la no identidad consigo es cero” que se sutura el discurso lógico. Lejos de mí la idea de cuestionar la importancia de este comentario. Muy al contrario, le es útil tanto al analista como al lógico. Pero yo quisiera ir más lejos e interrogar el interés de Miller por el concepto de la no identidad consigo. En su texto, la introducción de ese concepto de la no identidad consigo viene después de aquel, no menos fundamental, del concepto de la identidad consigo ii que es planteada a propósito de Frege pero evocando la proposición de Leibniz, a saber, “idénticas son las cosas cuando una puede ser sustituida por la otra sin que la verdad se pierda” y que es a partir de ahí que se llega a esta otra proposición subrayada en el texto de Miller, a saber, “La verdad es, cada cosa es idéntica a sí”. En ese texto tuve el cuidado de retomar, también ahí, el asunto de la cosa. ¿Qué era esta cosa idéntica a sí? Miller no guarda silencio al respecto; muy al contrario, nos precisa, intenta precisarnos, en las páginas 6 y 7, las relaciones del concepto, del objeto y de la cosa. El objeto (tal vez resumo) es la cosa en tanto que es una y el concepto es lo que subsume, si comprendí bien, la existencia del objeto. Cada cosa es idéntica a sí, lo cual le permite al objeto, la cosa en tanto una, caer bajo un concepto. Esa es una proposición que él llama “pivotal”. “Idénticas son las cosas cuando una puede ser sustituida por la otra sin que la verdad se pierda”, es necesario que la cosa sea idéntica a sí misma para que la verdad quede a salvo, y ahí hallamos, pienso, lo que constituye el acento, la preocupación más importante de ese texto, a saber, salvar la verdad. También ahí, no se trata necesariamente de una preocupación que sea radicalmente extraña al analista, pero pienso que no es una preocupación esencial, ni sobre todo su única preocupación. Ya les dije: éste, el analista, éste, no sutura, no le preocupa lo mismo, no tiene la misma preocupación por salvar la verdad. En la proposición “la verdad es, cada cosa es idéntica a sí”, el analista diría más bien, yo por lo menos, “la verdad es también”, pero la realidad es también, y la realidad, para el analista, es contemplar la cosa en tanto no es una, contemplar la posibilidad de lo no idéntico a sí. No digo que Miller no lo haga, pero lo hace bloqueando enseguida lo “no idéntico a sí”, el concepto de lo “no idéntico a sí”, con el significante, con el número cero. Voy a intentar darme a comprender de una manera un tanto más vivaz. Si por un tiempo se renuncia a salvar la verdad, la Verdad con V mayúscula, ¿qué aparece? Lo que aparece es la diferencia radical, en otras palabras, la diferencia sexual, la diferencia de los sexos. Al respecto podemos hallar una referencia extremadamente precisa en la obra de Freud. En el momento en que, al discutir sobre la realidad de la escena primaria, a propósito de la observación del Hombre de los lobos56, Freud se interesa en la problemática de la castración en sus relaciones con el erotismo anal, le llega esta curiosa expresión de concepto inconsciente. Se excusa de ello, no sabe muy bien de dónde viene eso. Le viene ii

Cfr. página 123.

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del inconsciente; propone un concepto inconsciente. ¿Y de qué se trata en ese concepto inconsciente? Ciertamente se trata de una unidad, de una unidad que es el concepto, pero una unidad que recubre cosas no idénticas a sí mismas, que recubre, en su ejemplo, las heces, el niño o el pene, ¿por qué no entonces el dedo, el dedo cortado o el granito en la nariz, hasta la nariz? Tenemos la introducción de un concepto inconsciente, la noción de concepto inconsciente y, en el primer ejemplo de Freud que le llega, una cosita que puede ser separada del cuerpo, pero precisamente una cosita, digamos, indiferente, que en sí misma no es singular. ¿Acaso tenemos ahí el concepto o realidad de una cosa no idéntica a sí misma? No llegaré a pretender que así sea; quisiera simplemente, volviendo esta vez a la experiencia del análisis, darles otro ejemplo de uno de esos casos donde podría uno quedar embrollado tras esas referencias a la identidad a sí, a la no identidad a sí, fundamentales. Entonces, todavía en la experiencia del Hombre de los lobos, hay muchos momentos en que su experiencia pivota, se vuelca, en que algo cambia radicalmente. En el Suplemento a la historia de una neurosis infantil97 que nos da Ruth Mack Brunswick, ella señala textualmente uno de esos momentos en que el mundo pivota en torno a su eje, en que la estructura del mundo, el orden del mundo parece desvanecerse. Es cuando, inquieto por la presencia de ese grano en su nariz, el Hombre de los lobos, ya habiendo consultado a un dermatólogo, se oye decir que no hay nada que hacer, que ese grano seguirá igual, que no cambiará, no hay nada que hacer, no hay que curarlo ni quitarlo. Me dirán ustedes que ese grano es entonces justamente una de esas cosas, así, que resulta coincidir consigo misma. ¿Quiere decir que es idéntica, que puede ser ubicada como idéntica? De ninguna manera pienso que sea así. Lo prueba el hecho de que irá a consultar a otro dermatólogo, se hace extirpar el grano, experimenta de hecho un éxtasis agudo cuando se lo han quitado. Queda aliviado durante un tiempo. El velo, de nuevo, que lo separaba del mundo se desgarra y él está de nuevo presente en el mundo. Pero por supuesto, eso no dura, y lo que reemplaza al grano es un hueco. Y, por supuesto, su preocupación delirante (bueno, el delirio no tiene porque asustarnos), será lo que se pueda hacer con ese hueco, con esa cicatriz, con esa rayita. No se la ve, pero él, que tiene su espejo y que mira constantemente su nariz, ve ese hueco. El momento decisivo, otro momento decisivo, que esta vez lo lleva a retomar un tramo de análisis, es cuando se le dice que las cicatrices nunca desaparecen. También ahí, es lo mismo, ya se trate del grano o de la cicatriz del grano, cosas diferentes, son sin embargo las mismas cosas. También para él, ahí, el mundo gira en torno a su eje, y ya no puede vivir así, es absolutamente insoportable. En la formulación que nos propone Miller y que, debo decir, me sirvió mucho para mi reflexión, pienso que falta tal vez un paso por la problemática, digamos, de la identidad de los ceros. ¿Qué hace que un cero se parezca a otro cero, cuando se da uno cuenta, no obstante, de que el concepto del cero es precisamente “lo que más se parece” y que es ahí donde hallamos lo esencial de la identidad, cuando algo del orden del cero aparece? ¿Por qué? Pues porque justamente nos presenta esta diferencia radical. Cuando digo que el analista no sutura, es porque es necesario, en su experiencia, que ni siquiera el cero le sirva para ocultar esta verdad de una diferencia radical, es decir, en último análisis o, realmente, diferencia última de la realidad sexual. Porque ¿qué es lo que ve, si no sutura? ¿Qué es lo que puede ver? Puede ver justamente esta diferencia radical: la realidad del sexo subtendida por la fundamental castración. Puede tener presente el enigma 288

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de la generación, no solamente el del engendramiento de la serie de los números, sino el de la generación de los hombres. Y tal vez puede entrever entonces la verdad desde un costado que es, muy exactamente, el de la muerte. En otras palabras, no creo que el analista, de ninguna manera, pueda situarse fundamentalmente respecto a la verdad. Es una de esas diferencias, es una de esas dimensiones. Para él, es igualmente importante la dimensión del señuelo o la del engaño, sin que por ello, de hecho, privilegie la otra, como se dice, alógica. Podría decirse que el campo del analista es más bien un campo necesariamente a-verídico, por lo menos en su ejercicio. El analista se rehúsa a suturar, les dije. De hecho, no construye un discurso, ni cuando habla. Fundamentalmente, y es por eso que la posición del analista es irreductible, el analista está a la escucha. Y todo lo que uno le dice al analista al respecto, inclusive yo, los discursos que se escuchan, pueden esclarecerlo. ¿Está a la escucha de qué? Está a la escucha del discurso de su paciente y lo que le interesa en el discurso de su paciente es precisamente saber cómo quedó encordado para él ese punto de sutura; cómo quedó encordado para el paciente, para el discurso de su paciente, ese punto particular de sutura donde necesariamente, en efecto, se sutura un discurso lógico. En ese sentido, todo lo que nos aporta Miller nos es extremadamente preciado. Si Miller, y él nos lo dice en su tan agradable introducción, se sitúa, para hablarnos, en un punto de una topología de dos dimensiones, ni abierta ni cerrada, y por lo tanto ni afuera ni adentro, de acuerdo; y además, damos acto de que lo ocupa; valga. Pero el analista, en cambio, aún cuando habla o cuando se esfuerza por hablar, siempre a la escucha del discurso del otro, pues bien, es más bien como el sujeto del discurso lacaniano, es decir, que no tiene lugar y no puede tenerlo. Estaría del lado de la verdad de la muerte o del lado del sujeto, es decir, necesariamente evanescente, sin lugar, sin ocupar, jamás, verdaderamente, lugar alguno. Concibo que esta posición o esta “no posición” del analista pueda causarle vértigo al lógico, al apasionado por la verdad. Puesto que, en efecto, él es el testigo, en su acción, de esta diferencia, diferencia radical también, entre, digamos, un suturante, entre un deseante suturado y uno que se rehúsa a suturar, un no suturante, un deseando-no-suturar. En cierta forma, sé bien que esta posición es insoportable, pero creo que, hágase lo que se haga, no hemos terminado de intentar −y tampoco usted, Miller, no ha terminado−, de intentar poner o, como se dice, poner al analista en su lugar. ¡Afortunadamente, por cierto! Porque el hecho de que él solo se meta allí (eso sucede) por cansancio, o que se intente obligarlo a ello, hará que, en todo caso, el día en que el analista esté en su lugar, ya no habrá análisis. Jacques Lacan – No indicaré aquí, no recordaré, que las cosas que empecé a articular en los dos últimos cursos buscan evidentemente dar ciertas indicaciones ya avanzadas sobre los asuntos que, de manera bastante pertinente, plantea aquí Leclaire. No tuve tiempo de afinar los violines, si puedo decirlo, antes [...] relacionado esto con nuestros trabajos, los de cada cual. Miller estuvo muy ocupado estas últimas semanas. Esto hace que no haya yo podido acordarle toda la importancia que habría podido tener en el propósito de Leclaire de hablar. Entonces, Miller está en este momento en la libertad, puesto que no fue informado con anterioridad, de responderme ahora o de postergar su respuesta. Para que no sea demasiado lejos, aún en este caso, estoy dispuesto a darle la palabra al comienzo de la próxima reunión aquí, del próximo curso que, sencillamente, ocupará el lugar de nuestras reuniones.

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Miller, ¿quiere usted, responder en otros términos, en ocho días, o quiere responder enseguida? Jacques-Alain Miller – Dentro de ocho días me convendría mucho más. Jacques Lacan –Lo entiendo. Pues bueno, no hay razón para que improvise usted sobre proposiciones que fueron planteadas y que merecen un examen muy, muy serio. Entonces usted tendrá la palabra de primero. Le doy inmediatamente la palabra a Audouard10. Xavier Audouard – Na… Mšnei ”Estw Taàt'œstai Tˆ m»n M£la ge Eafšstata Lšgeij ¢lhqšstata Lšge Pîj lšgeij P£un mû no}n

Sí Por supuesto Así es De acuerdo Sin duda Perfectamente [Enteramente] Evidentemente Dices verdad Dilo pues ¿Qué dices tu? Así lo creo en verdad…

Estas son las palabras de Teeteto, ese “bienaventurado joven” elegido en tu círculo, ¡oh Sócrates!, para hacer eco al discurso mayéutico del Extranjero, para ofrecer en respuesta su deseo al deseo del Extranjero. Me veo llevado hoy a ocupar ante ustedes el papel de un particular “bienaventurado joven”, atrapado como estoy en el anzuelo del maestro iii antes de estarlo en el del cuestionario. ¿No piensan ustedes irresistiblemente, al escuchar así abrirse y volverse a cerrar, como una jeta, la boca de Teeteto, en el momento en que el pez que se asfixia succiona aire en la mano del pescador? Llega un Extranjero al círculo al que Sócrates ha citado la víspera; viene de Elea, de donde los discípulos de Parménides y Zenón. En nuestros días, nos llegaría seguramente de los Estados Unidos. Tal vez esté hoy en día entre nosotros, tal vez esté hoy en día en nosotros, ¿por qué no? Este otro llegaría a nuestro círculo a interrogarnos sobre el sofista, quien puso la verdad en apuros, desde que le hizo perder sus bases mismas, por haberse referido a la verdad. La prueba nos la suministra el comienzo del diálogo de Platón sin decírnoslo. En efecto, nadie sabrá quién, en ese diálogo que concierne a la definición del pescador de caña, es el pez y quién el pescador... la boca de Teeteto se abre y se cierra sobre el anzuelo tendido por el Extranjero, pero el Extranjero es más bien el pez puesto que la tarea de su discurso es escapar a las redes tendidas por el sofista; pero el sofista mismo, ¿no es a él a quién hay que capturar y atrapar en la nasa, pescándolo al hilo de las dicotomías gracias a las cuales se alcanzará por fin su definición? ¿Qué se hizo entonces el pescador? iii

maître: amo.

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Según el punto de vista que se adopte, Teeteto-pez pescará a posteriori, en boca del Extranjero, la verdad que quiere captar; o bien el Extranjero pescará, en acuerdo con Teeteto, la rendición del sofista; ¿o no será más bien que el sofista haya pescado, a fuerza de trampas, a los dos que hablan de él? porque a fin de cuentas, el Extranjero y Teeteto van a quedar enganchados en el juego de un enorme sofisma que consistirá en utilizar, de entrada en el juego, como base esencial de su encuentro, lo mismo que buscan obtener en su encuentro: que la participación, la comunidad, la coinwn…a ofrezca, en el juego de lo que es y de lo que es diferente, un estatuto admisible para los fant£smata, para los simulacros, sobre los que el sofista sostiene que son pura y simplemente no-ser. Pero así como el pez es el verdadero pescador, así como el pescador se hace más bien pez de su pez, así como el pescador pasa al pez y el pez al pescador, asimismo, lo reconocerán ustedes, el método gracias al cual el Extranjero buscará la definición del sofista y que recuerda la dicotomía, hace pasar lo que primero era predicado al sujeto, planteando primero por ese hecho un sujeto con el que ya no se sabe qué hacer, puesto que queda en el origen independiente de los sujetos y de los predicados que ha engendrado. Ese sujeto que es primero pescador de caña y que luego se volverá el sofista, se lo ilustro con una referencia al texto: iv EXTRANJERO.– ¿Qué cosa, pues, podríamos proponer que resulte fácil de conocer y que sea mínima, conllevando no obstante una definición que no sea menos laboriosa que la que pueda importar cualquier tema de mayor importancia? Por ejemplo, ¿acaso el pescador de caña no es un tema notorio y que al mismo tiempo no reclama en absoluto una atención demasiado grande? TEETETO.– Así es. EXTRANJERO.– Y, sin embargo, en el tema que el método conlleva, así como en su definición, espero que no dejaremos en absoluto de encontrar provecho para la meta a que aspiramos. TEETETO. [el bienaventurado joven] – Esto podrá resultar estupendo. EXTRANJERO.– Pues bien: he ahí el punto por donde abordaremos la cuestión. Dime: ¿le reconoceremos nosotros un arte, o si no un arte, sí al menos alguna otra facultad o potencia? TEETETO.– Negarle el arte sería la respuesta menos admisible de todas. EXTRANJERO.– Pero todo lo que verdaderamente es arte se resume, a fin de cuentas, bajo dos formas. TEETETO.– ¿Cuáles? EXTRANJERO.– La agricultura y todos los cuidados consagrados a la conservación de los cuerpos mortales; todo el trabajo que se refiere a lo que, construido y modelado, queda comprendido bajo la denominación de objetos mobiliarios; la mimética, finalmente, ¿no tiene todo este conjunto derecho a una denominación única? TEETETO.– ¿Cómo es esto y qué denominación es esta?

iv

En adelante se transcribirá la traducción de El sofista o del ser de Francisco de P. Samaranch, publicada en Platón, Obras Completas, Madrid, Aguilar, 1972, segunda edición, primera reimpresión. Se optó por esta traducción por su enorme similitud con el texto citado por Audouard. Traducción al francés de A. Diès, París, Belles Lettres, 1969. Se señalan entre corchetes las diferencias fundamentales.

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EXTRANJERO.– Podemos decir que para todo aquello que desde un no-ser anterior, alguien conduce posteriormente al ser; conducir es producir, y ser conducido podemos decir que es producido. TEETETO.– Correcto. EXTRANJERO.– Pues bien: este poder o capacidad es propio de todas las artes que acabamos de enumerar. TEETETO.– Efectivamente. EXTRANJERO.– Producción es, pues, la denominación bajo la cual hay que reunirlos. TEETETO.– Sea. EXTRANJERO.– Luego de esto viene todo aquello que tiene forma de disciplina y de conocimiento, luego lo que tiene forma de ganancia pecuniaria, de lucha, de caza. En efecto, nada de todo esto [se] fabrica; es lo preexistente, lo ya producido, lo que unas veces uno captura en ello por medio de la palabra o la acción y otras veces defiende uno en ello contra el que lo quiere coger. Lo mejor sería, pues, a fin de cuentas, reunir todas estas partes bajo el nombre de arte de adquisición. TEETETO.– Ciertamente, parece adecuado hacerlo así. EXTRANJERO.– Supuesto que la adquisición y la producción abarcan de esta forma el conjunto de las artes, ¿bajo qué título, Teeteto, hemos de colocar el arte del pescador de caña? TEETETO.– De alguna manera, es evidente, en la adquisición. v No les haré toda la definición dicotómica del pescador de caña, salvo para indicarles el estilo mismo con el cual se le obtiene y que el comentador resume como, entonces, arte o de producción o de adquisición, arte de adquisición, ya sea por intercambio o por captura, arte por captura, ya sea por lucha o caza, arte por caza, ya sea del tipo animado o del tipo inanimado... Esa es la dicotomía que ha dejado, como les decía, en el origen, el verdadero sujeto. Es a partir de él que se empezó a dicotomizar. Asimismo puede uno referirse a la otra serie de dicotomías que será la caza de los vivos, del tipo inanimado entonces, dividida en vivos que caminan o que nadan, natatorios que pueden volar o que se quedan en el agua; se trata entonces de la pesca que tiene lugar por medio de barreras o golpeando la presa. Ahora bien, a fin de cuentas, en esta primera aproximación a la definición del pescador de caña, y más lejos del sofista, ¿de qué manera se manifestará? Veamos más bien. El esquema será el arte de escoger lo semejante o lo mejor por purificación. Arte de escoger lo mejor que se hará con cosas corporales o espirituales, más bien espirituales, bueno, o bien, arte de escoger las cosas espirituales y que será pues, o corrección o enseñanza. Enseñanza que será entonces enseñanza de los oficios o educación. Educación que será o amonestación o refutación... ¿Pero entonces qué es lo que el Extranjero quiere alcanzar así, que ya está ahí, y que una vez está ahí, está ya perdido? ¿No resulta inaprehensible ese sofista por plantearse como puro origen del discurso que se sostendrá sobre él? ¿No se escabulle todo sujeto una vez empieza el discurso, por quedar envuelto por el discurso mismo? Ahora bien, notémoslo de paso, el sofista es justamente aquel que se escabulle tras su discurso, sin poderlo señalar y hacerlo verdadero por su reconocimiento, envolviendo ahí los demás y dejándose envolver v

Ibídem, p. 1001 [218c/219d] En adelante se citará entre corchetes la numeración tradicional erudita de las obras de Platón]. [T.]

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él mismo. Pero es justamente contra eso que protesta el Extranjero, mostrando su carácter de develamiento, de purificación, de c£qarsij, de aquel que él cree que es el verdadero educador. Una vez más no puedo resistir leerles el pasaje en que el Extranjero intenta definir a este educador verídico, o verdadero. Habla del sofista: EXTRANJERO.– [Entonces, los sofistas] Plantean a su hombre una serie de cuestiones a las que, creyendo él que responde algo que valga la pena, no responde, sin embargo, nada que tenga valor; luego, comprobando fácilmente lo vacío de opiniones tan equivocadas, las reúne en su crítica, las confrontan unas con otras y, por medio de esta confrontación, las demuestran, acerca de los mismos objetos, bajo los mismos puntos de vista, bajo las mismas relaciones, mutuamente contradictorias. De tal forma que, al ver esto, los interlocutores llegan a concebir un descontento de sí mismos y llegan a alimentar disposiciones más conciliadoras respecto de los demás. Gracias a un tratamiento de esta clase, todas las opiniones orgullosas y quebradizas que ellos tenían de sí mismos les son quitadas, privación esta en que el oyente encuentra el mayor de los encantos y en que el paciente encuentra el más duradero provecho. Hay, en efecto, mi joven amigo, un principio que inspira a los que practican este método purgativo, el mismo que hace decir a los médicos del cuerpo que el cuerpo no podría sacar provecho del alimento que se le da hasta tanto no se hayan evacuado los obstáculos internos. Así, pues, a propósito del alma se han forjado ellos esa misma idea: de todas las ciencias que se le puedan ingerir, ella no va a sacar ningún provecho hasta tanto que se le haya sometido a la refutación y hasta tanto que, gracias a esa refutación, haciendo que llegue a sentir vergüenza de sí misma, se la haya desembarazado de las opiniones que cierran el camino a la enseñanza, que haya sido llevada a un estado de pureza evidente y haya llegado a la creencia de que sabe exactamente lo que sabe, pero no más de lo que sabe. vi “Creer saber exactamente lo que sabe, pero no más de lo que sabe.” ¿No es ésta la expresión más palpable de una tautología a la que tendremos que regresar? Aquí empezará un encaminamiento lógico al que les ruego prestarle toda su atención y del que no quiero dar una ilustración demasiado cargada refiriéndome incesantemente al texto. Entonces se las resumo: 1- Para instruir a la juventud sobre toda cosa, hay que conocer todas las cosas. 2- Ahora bien, ser omnisciente es imposible. En el sofista es, pues, un falso semblante vii . Pues qué, cuando alguien afirma que lo sabe todo y que se lo va a enseñar todo a los demás a cambio de casi nada y casi en una nada de tiempo, ¿no hay que pensar que no lo dice más que en forma de juego o broma? viii Ese juego es la mimética, que remplazará la realidad por imitaciones e ilusiones. Cito:

vi

Ibídem, p. 1011-1012 [230b] faux-semblant viii Ibídem, p. 1015 [233e/235a] vii

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Así, pues, el hombre que se hace pasar como capaz de producirlo todo, en virtud de arte única, sabemos bien que, a fin de cuentas, no va a fabricar más que imitaciones y homónimos de las realidades. Confiado en su técnica de pintor, podrá, enseñando desde lejos sus dibujos a los más inocentes de entre los muchachos jóvenes, producirles la ilusión de que, sea lo que sea lo que él quiera hacer, está perfectamente capacitado para crear la verdadera realidad de aquello mismo. ix Ahora bien, esa imitación también puede traerla el discurso, mientras que nosotros, los demás, continúa el Extranjero, por la experiencia hemos puesto fin a las ilusiones, fant£smata. Cito: Respecto de la gran mayoría de los que en aquellos años de su edad oyeron tales discursos, ¿no es acaso inevitable, Teeteto, que una sucesión suficiente de años que van transcurriendo, el avance de la edad, las cosas abordadas de cerca, las pruebas que los fuerzan al contacto evidente con las realidades, les hagan cambiar las opiniones recibidas entonces, les hagan encontrar pequeño lo que entonces les había parecido grande, difícil lo que les parecía fácil, hasta el punto de que los simulacros que llevaran las palabras se vayan a desvanecer en las realidades vivientes? Teeteto, el buen joven, responde: Sí, por lo menos en la medida en que le es dado a mi edad juzgar sobre ello. Pero pienso que yo soy aún de aquellos a quienes separa una larga distancia. x “Los simulacros que llevan las palabras se desvanecen ante las realidades vivientes”, ¿no escuchan ahí al psicoanalista designarle a su paciente “curado” la ventana a través de la cual ve por fin la realidad?... y a través de la cual, si el paciente por fin comprendió en verdad, no dejará de abalanzarse él mismo. En resumen, es el Extranjero directamente llegado de los U.S.A., es decir, de nuestros “usos”. Así, a la luz de nuestra experiencia y de nuestra cordura y de nuestro amor por la Realidad, hemos entendido que este, el sofista, es un mago, un ilusionista. ¿Y qué fabrica? Simulacros, f£ntasmata, ¿y qué son entonces los simulacros? Pues bien, no son copias. A diferencias de estas últimas, son construcciones que incluyen el ángulo del observador, para que la ilusión se produzca desde el punto mismo donde el observador se encuentra. Cito: EXTRANJERO.– El primer arte que yo distingo de la mimética es el arte de copiar. Pues bien: se copia con un máximo de fidelidad, cuando, para realizar su imitación, uno toma del mismo modelo sus relaciones exactas de longitud, de anchura y de profundidad, y reviste además cada parte de los colores que le convienen. TEETETO.– Pues qué, ¿acaso todos los que imitan no intentan hacer otro tanto? EXTRANJERO.– Por lo menos no lo hacen así los que tienen que modelar o pintar alguna obra de gran envergadura. Si ellos reprodujeran, en efecto, estas bellezas con sus verdaderas proporciones, tú sabes bien que las partes superiores se nos aparecerían demasiado pequeñas y las partes inferiores demasiado grandes, puesto que vemos las unas de cerca y las otras de lejos. TEETETO.– Enteramente.

ix x

Ibídem Ibídem

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EXTRANJERO.– ¿Acaso los artistas, de hecho, d[ej]ando de lado a la verdad, no sacrifican las proporciones exactas par poner en lugar de ellas, en sus figuras, las proporciones que han de crear una ilusión? TEETETO.– Enteramente. EXTRANJERO.– En tal caso, ¿no es exacto que al primero de estos productos, puesto que ha sido copiado fielmente sobre el objeto, le damos el nombre de copia, ει̉χονα? TEETETO.– Sí. EXTRANJERO.– ¿Y no debe llamarse a esta parte de la mimética con el nombre que le hemos dado anteriormente, a saber: el arte de copiar? TEETETO.– Es exacto. EXTRANJERO.– Y qué, ¿cómo habrá que llamar a aquel que a unos espectadores desfavorablemente situados pareciera copiar lo bello, mientras que para las miradas capaces de abarcar plenamente las proporciones muy vastas pierde esta pretendida fidelidad de la copia? ¿Acaso lo que simula de esta manera la copia que en manera alguna es no será un simulacro? xi El sofista crea ilusión entonces, pero desde el mismo punto de vista en que se halla su interlocutor. Crea representantes de la representación, copias del simulacro, Vorstellungrepräsentanz. Su arte es el arte del fantasma. Ahí será donde se introduzca la pregunta que podría pensarse como la esencial del diálogo: ¿qué estatuto darle al no-ser, a lo que no le atina al ser xii en el simulacro? Y sin embargo, la manera como nosotros lo introducimos nos llevaría a pensar más bien que en realidad el acento no recae sobre el estatuto del no-ser y sí sobre esa pequeña distancia, ese pequeño alabeo de la imagen real respecto a la copia que depende del punto de vista particular observado... que ocupa el observador y que constituye la posibilidad de construir el simulacro, obra del sofista. De esta manera el no-ser plantea en verdad, y para nosotros, el asunto del sujeto, porque si el f£ntasma es posible, ello resulta del lugar particular que ocupa el sujeto respecto al Sujeto universal y omnividente. Tendríamos razones para pensar que el diálogo sobre el estatuto del no-ser puede transponerse en un diálogo sobre el estatuto del Sujeto. Pues bien: comencemos. Dime: lo que no es de ninguna manera en absoluto, ¿tenemos nosotros la audacia de enunciarlo de alguna manera? A lo que finamente responde Teeteto: ¿Por qué no? pîj g¦r oß̉ xiii Pero el Extranjero sigue su infalible lógica, fundada en una lógica cuya verdadera falla sólo veremos mucho más tarde. El no-ser no puede atribuírsele a ningún ser. De donde deduce que, bajo la forma que sea, pensarlo es imposible, pero lo está de más, puesto que es ya hacer de eso una unidad y subsumir al ser en el concepto de unidad. El sofista, por su parte, espera, pleno de ironía, que su paciente (la palabra es de Platón, ya lo vieron), se empantane en este camino trillado: xi

Ibídem, p. 1016-1017 [235a/237e] ce qui manque l’être. En la publicación de este artículo en Cahiers pour l’analyse el autor lo remplaza por ce qui manque d’être, lo que falta de ser o en ser. xiii Platón, op. cit., p. 1017 [236b/237c] xii

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EXTRANJERO.– Por consiguiente, si nosotros afirmamos que él posee un arte de hacer simulacros, el mero hecho de emplear estas fórmulas supondrá darle en bandeja la réplica. Con toda facilidad él volverá contra nosotros mismos nuestras propias fórmulas, y cuando nosotros lo llamemos hacedor de imágenes, nos preguntará que qué es, a fin de cuentas, lo que nosotros entendemos por imagen y designamos como tal. Nos es, pues, necesario, Teeteto, buscar qué es lo que razonablemente se le podrá responder a este señor. TEETETO.– Evidentemente, nosotros le responderemos aduciendo las imágenes que se producen en las aguas y en los espejos, las imágenes pintadas o grabadas y todas las demás cosas de esta misma especie. EXTRANJERO.– Es evidente, Teeteto, que en toda tu vida no has visto un solo sofista. TEETETO.– ¿Por qué? EXTRANJERO.– Te producirá la impresión de quien cierra los ojos o carece en absoluto de ellos. TEETETO.– ¿Cómo así? EXTRANJERO.– Apenas tú le respondas en el tono y sentido que dices, si se te ocurre hablarle de lo que se forma en los espejos o de lo que las manos modelan, se reirá de tus ejemplos, hechos todos para un hombre que ve. El fingirá desconocer los espejos, las aguas e incluso la misma vista, y te preguntará exclusivamente qué es lo que se debe deducir de esos ejemplos. xiv Entonces, este camino trillado es que “asignándole [al sofista] como campo suyo de operaciones el simulacro y como obra suya el engaño, afirmaremos que su arte es un arte de la ilusión, ¿diremos entonces nosotros que nuestra alma se forma en las opiniones falsas como consecuencia de su arte?”. De donde se desprende que en nuestra alma hay seres que no son y no-seres que son. Nos embrollamos en la contradicción; si decimos que el sofista logra su impostura, decimos entonces al mismo tiempo que el no ser puede ser puesto que él lo logra ahí, y hasta llega a definirlo. Si queremos hacer desaparecer el no-ser, hay que hacer desaparecer al sofista mismo y su arte. Pero si hacemos desaparecer al sofista y su arte, pues bien, créanme si quieren, es a esto a lo nos introduce Platón aquí mismo, ¡entonces lo esencial está perdido! ¿Por qué? Porque al hacerlo retornaríamos al Padre de nuestros discursos, a Parménides, cuyo oráculo se sigue escuchando: “No, jamás plegarás por la fuerza a los no-seres a ser; más bien aparta de este camino de búsqueda tu pensamiento.” Que al hacerlo, quedaría cerrado todo camino hacia el parricidio, que todo simulacro quedaría prohibido y que, a fin de cuentas, para que el Padre sea, sería necesario que el lugar del no-ser, es decir del Sujeto, fuera colmado por esa palabra interdictora a la que ni siquiera convendría responder; siendo el padre un monolito inatacable y el hombre un guijarro virtual que no puede desprenderse de él. ¡Bienaventurado sofista que quiere hacernos posible llegar a ser más bien “dioses, mesas o palanganas” por gracia de sus simulacros! Pero él, el Extranjero, se asusta: – Te haré, pues, aún una súplica más insistente. – ¿Cuál? dice Teeteto. xiv

Ibídem, p. 1019 [238d/239e]

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– De no considerarme en manera alguna como un parricida. xv Pero, de hecho, si el Extranjero tiene miedo, ¿qué es entonces si no un simulacro de parricida? Quisiera acortar en lo que sigue y resumir como buen escuelero la doctrina que se constituye, a lo largo del diálogo, y que el Sofista busca suprimir incluyéndola en una Aufhebung que no esperó a Hegel, Aufhebung sobre la que habremos de preguntarnos. Cito: EXTRANJERO.– Así, pues, al filósofo, a todo aquel que ponga estos bienes por encima de todos los demás, al parecer, le viene impuesta por ello mismo una norma absoluta: no dejarse imponer de ninguna manera la inmovilidad del Todo, bien sea por aquellos que defienden el Uno, bien sea por los que defienden la multiplicidad de las Formas; a aquellos que, por otra parte, mueven el ser en todos sentidos no hay que hacerles ni tan siquiera caso, antes hacer suyo, como hacen los niños en sus deseos, todo lo que es inmóvil y todo lo que se mueve, y decir que el ser y el Todo son a la vez una cosa y la otra. xvi De esta manera Platón se esfuerza por conciliar a Parménides y a Heráclito. El Ôn y la g™nhsij, el ser y el devenir, los ¢c…nhta y los cec…nhmšna, lo inmutable y lo que se mueve, el ser verdaderamente afectado por el pensamiento puro y el devenir afectado por la sensación. Él adopta una posición intermedia entre el ser y el no-ser, donde el devenir no es nada xvii . Si es cierto que el ser sea, no es estrictamente cierto que el no-ser no sea. La g™nhsij, el devenir, no es ser, pero no es nada. El ser y el no-ser no están en presencia, sino el ser y el otro, que sólo es no-ser de este “ser aquí” al participar en el ser que aún no es. Así se constituye la categoría de la coinwn…a, de la participación, de la comunidad. En efecto, si no hay coinwn…a entre los géneros, ya sólo hay una identidad pura que prohíbe todo pensamiento. Al contrario, si la coinwn…a es universal, todo está en todo y el movimiento es sólo reposo. Pero si la coinwn…a es limitada, no cualquier cosa tiene relación con cualquier cosa, así como ciertos grupos de letras son impronunciables, otras son pronunciables, por virtud de ciertas letras que de hecho permiten las consonancias. El filósofo aparece así como quien ve lo uno en lo múltiple y lo múltiple en lo uno, quien ve el vínculo como una oposición y la alteridad como un vínculo, quien ve que la limitación del ser por el no-ser funda la posibilidad del todo. Aquí está, en resumen, el triunfo del Extranjero: EXTRANJERO.– Así, según parece, cuando una parte de la naturaleza de lo distinto y una parte de la naturaleza del ser se oponen mutuamente, esta oposición, si se nos permite decirlo así, no es menos ser que el mismo ser, pues, en ninguna manera, lo que ella expresa no es lo contrario del ser; es simplemente una cosa distinta de él, ¿no es así? TEETETO.– Es muy evidente. EXTRANJERO.– ¿Con qué nombre, pues, lo denominaremos?

xv

Ibídem, p. 1021 [240e/242a] Ibídem, p. 1028 [248d/249e] xvii le devenir n’etant pas rien – donde el devenir no es nada. Al traducir esta fórmula, el no en español adquiere un valor expletivo que no está en el francés. Hay que entenderlo entonces en el sentido de “es algo”, “es no noda”. xvi

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TEETETO.– Es evidente que se trata del no-ser que buscábamos a causa del sofista. xviii Se desprenderá de ahí rápidamente una nueva definición del sofista, y que ya no será una aporía sino la posibilidad por fin de tenerlo en la línea y de instalarlo en el día del juicio. Al rehusar el no-ser en pro del otro, el Extranjero quiso y creyó mostrar que el no-ser sólo era una creación del sofista porque el sofista se rehúsa a darle un estatuto ontológico, conduciendo por astucia a su paciente a una contradicción inadmisible. Y es en ese mismo terreno del sofista donde deberá ganarse ahora la batalla, en el campo de la opinión y del discurso, de la verdad y de la falsedad. Para el sofista, la falsedad no es. Cito otra vez: TEETETO.– […] no comprendo por qué nosotros ahora vamos a definir en común el razonamiento [discurso]. EXTRANJERO.– He ahí algunas reflexiones que, quizá, si quieres seguirme en ellas, harán que lo comprendas fácilmente. TEETETO.– ¿Cuáles son? EXTRANJERO.– Hemos descubierto que el no-ser es un género determinado entre los demás géneros, y que él se distribuye sobre la serie de los seres. TEETETO.– Exacto. EXTRANJERO.– Pues bien: lo que nos queda por hacer es el examen que nos lleve a ver si se mezcla también con la opinión y con el razonamiento [discurso]. TEETETO.– ¿Por qué? EXTRANJERO.– Si él no se mezcla con esto, es necesario que todo sea verdadero; si él se mezcla en ello, entonces se da la opinión falsa y el falso razonamiento [discurso]. El hecho de que lo que uno se represente o lo que uno enuncie sean noseres esto es lo que, a fin de cuentas, constituye la falsedad, tanto en el pensamiento como en los razonamientos [discurso]. TEETETO.– Así es. EXTRANJERO.– Pues bien: desde el momento en que hay falsedad hay también engaño. TEETETO.– Sí. EXTRANJERO.– Y desde el momento en que hay engaño, todo se llena necesariamente de imágenes, de copias y de ilusiones. TEETETO.– ¿Cómo no, en efecto? EXTRANJERO.– Pues bien: hemos dicho que era en este refugio donde se había escondido el sofista, pero él se ha obstinado en negar absolutamente que hubiera falsedad. Según él, en efecto, no hay nadie que conciba ni enuncie el no-ser, pues el no-ser no tiene, bajo ningún aspecto o relación, ninguna parte en el ser. xix Entonces hay que establecer el ser de lo falso. ¿Todos los nombres concuerdan? No. ¿Los que concuerdan expresan un sentido? Los que concuerdan expresan un sentido, los demás no. No hay serie pura de nombres, no hay serie pura de verbos que exprese un sentido, solamente la concordancia de los nombres y los verbos. Me eximo de citar para no alargar mi texto. Más allá de esta concordancia, todavía se necesita una, entre el sentido dicho y el xviii xix

Ibídem, p. 1036 [257c/258d] Ibídem, p. 1038 [260a/261b]

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tema [sujet] del que se habla. De allí se deducirá si el discurso será verdadero o falso. El discurso falso “dice una cosa distinta de lo que en realidad es”. “Así, pues, un entramado de verbos y de nombres que de hecho enuncie, respecto a un sujeto, como si fuera distinto, lo que es idéntico, y como existente, lo que en manera alguna existe, esto es con toda exactitud, al parecer, la clase de unión o entramado de palabras que constituye real y verdaderamente un razonamiento [discurso] falso.” xx Reconocieron el estilo del Extranjero, espero. Ahora bien, discurso, imaginación, opinión, pueden resultar de esta misma calificación, productoras de ilusiones, de imágenes de simulacros. Pero el simulacro, f£ntasma será a su vez dividido en dos, el simulacro que tiene lugar por medio de instrumentos y la persona que hace el simulacro prestándose a sí misma como instrumento. Ahí está la mimética, Tisot se hace simulacro de quien ya saben xxi , pero éste, Tisot, sabe a quién imita. Otros podrían no saberlo y no obstante imitarlo sin embargo. De hecho, eso se ve todos los días. Tenemos, pues −continua el Extranjero−, dos imitadores que, creo yo, hay que llamar distintos uno del otro: el que no sabe absolutamente nada y el que sabe. xxii Traduzcamos: el que tiene una referencia segura, mientras el otro no la tiene, sino sólo una dÒxa, una opinión. Ahora: el sofista es de estos, “no es, ni mucho menos, del número de los que saben, sino del de los que se limitan a imitar”. Es, según un neologismo que introduce aquí Platón, un doxomimo xxiii . Este, “[…] en reuniones privadas, fragmentando su razonamiento en argumentos breves, fuerza a su interlocutor a que se contradiga a sí mismo.” Y, sin embargo, no es un sabio pues nada sabe. Es hora de concluir, o más bien de que les diga por qué casi no es pertinente concluir. El diálogo platónico queda aquí cortado pero recortándose. En efecto, para precisar al sofista en su definición, el Extranjero se apoya en el hecho de que el sofista, a diferencia del sabio, no sabe. ¿No sabe qué? Lo que es la justicia, por ejemplo. Disponiendo únicamente de una dÒxa, de una opinión, hace sin embargo un discurso. Ese discurso no se apoya en ninguna referencia seria. ¿Cuál sería tal referencia? La vía mayéutica por donde el sabio, por su parte, ha logrado definir la justicia, de dicotomía en dicotomía, partiendo siempre hacia la derecha si escribe en griego. Esa vía le da una referencia segura sobre la naturaleza de la justicia y le permite no crear simulacro, pero ¿de qué se trata? ¿De la idea de la justicia que funda la investigación e inmediatamente se dicotomiza, o de la idea de la justicia que contiene nachträglich, a posteriori, todas las dicotomías, todas las encrucijadas del camino por las cuales se habrá llegado allí?

xx

Ibídem, p. 1041 [263c/264c] Henri Tisot, cómico, gran imitador de de Gaulle. xxii Ibídem, p. 1044 [266e/268a] xxiii “[…] Sin embargo, por mucho que nuestra expresión pueda parecer demasiado atrevida, aunque solamente sea para distinguir la una de la otra, a la imitación que se apoya en la opinión le daremos en nombre de doxomimética; a la que se apoya sobre la ciencia, le daremos el nombre de mimética sabia.”, p. 1044 [266e/268a]. El neologismo no aparece pues, en la traducción al español, como una referencia directa al sofista [“doxomimo”] sino al tipo de imitación [doxomimética]. Más adelante, sin embargo, Teeteto dirá: “[…] imitador del sabio,[…] este es, verdaderamente, en su absoluta realidad, nuestro sofista.” p. 1045 [268a/268d]. [N. del T.] xxi

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¿Quién sabe, entonces? ¿Quien comienza o quien llega? ¿El sujeto del que se parte o el sujeto al que se llega? ¿Qué es ese sujeto supuesto saber sino el sabio mismo? ¿Saber qué? Que siempre supo precisamente lo que había que saber. El sofista, éste, pretende que saber y no saber dan lo mismo porque no hay verdad del simulacro, porque la distancia que crea el simulacro lo diferencia tanto de la copia de la realidad como de la realidad misma; que el simulacro es el único que instituye al sujeto incorporándolo como esa misma distancia; que el sujeto sólo es y puede ser referencia si se evidencia en cada instante del proceso dicotómico que él es la distancia nueva que se toma respecto a toda referencia; que ese sujeto jamás sobrevolará como sujeto de conocimiento el conjunto de las distancias en que se instituye; que el sujeto por conocer es un simulacro, un fantasma. Por último, sólo se lo puede conocer desde el punto de vista particular del sujeto al que se le revela. A fin de cuentas, sólo el sofista impide el diálogo sobre el sofista por ser un enorme sofisma. Suprímanlo por un instante de su lectura, hagan de él un escéptico, por ejemplo, quien no disuelve la verdad en el discurso sino la suspende antes de todo discurso, y verán que podría recibir exactamente las mismas objeciones que el sofista por parte del Extranjero. Ustedes saben que, para el sofista, el hombre es la medida de toda cosa, de todo lo que es así como de todo lo que no es. Este, el sofista, se instituye como el cero de donde partirá la numeración, y como el cero que la sostendrá, para que se lo obtenga a él mismo a través de la numeración. Lo que permitirá, por ejemplo, todas las enumeraciones del Extranjero, a riesgo de que el Extranjero considere el cero de la llegada como el Uno del saber. Por su parte, el escéptico, declara ser el cero como un Uno designable al comienzo. Al Extranjero le resultará fácil mostrarle que él es sabio, puesto que él sabe qué es él, aun cuando sea simulador de nosaber. Ya que el Extranjero, por su parte (es su sofisma), tiene la ciencia en el lugar de los que no la tienen o dicen no tenerla. Él pasa por ser el sujeto de todo saber. Lo que nosotros sabemos es que nos habla y habla de nosotros dia tras dia en nuestros divanes, que habla en nosotros cuando escuchamos hablar a quienes hablan; es el alma del obsesivo que frecuenta todos los lugares del análisis, y el sofista −¡quiera el cielo que exista!− sería nada menos que el analista mismo, una vez que ha perdido sus referencias en la distancia constituyente del simulacro, y su voz sería sencillamente la de Teeteto, que aquí lo remplaza: Na… Mšnei ”Estw Lšge

Sí Por supuesto Así es Dilo pues…

Jacques Lacan − Pienso que debemos agradecerle a Audouard su discurso en extremo preciso y elegante, que me parece tener de entrada una ventaja, que es la de haber constituido la mejor introducción al Sofista para quienes aquí aún no lo han abierto, por lo que sé. Creo que es legítimo proceder como lo hizo Audouard, es decir, a fin de cuentas, poner en el activo de Platón lo que sin embargo no se enuncia respectivamente, a saber, esta función fundamental de la distancia en lo que impropiamente se tradujo como simulacro, y que está representado por el término griego f£ntasma .

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Evidentemente, lo importante de ese discurso es que permite mostrar con qué precocidad habría podido, si puedo decir, instituirse en la reflexión filosófica, el estatuto del fantasma. No obstante, quiero creer que es exacto decir que Platón no lo fundó, no más de lo que no supo fundar el estatuto de la copia, o de lo que cree ser la copia, en el fundamento del arte. Ello dice hasta qué punto es emocionante el tema en el que nos adentramos, si tomamos un diálogo de Platón, puesto que debemos sin embargo retener algunas referencias a lo que ha sido esto, si puede decirse, históricamente, en función de Platón, por muy englobante que haya sido siempre esta función, aún para nosotros. No me disgustaría que alguien aportara un eco, hasta una respuesta a lo que hoy planteó Audouard. Y en últimas, quién sabe, tal vez la cosa tiente a Jacques-Alain Miller, al mismo tiempo que le responda a Leclaire la próxima vez. No me disgustaría saber qué le han inspirado, o qué pueden inspirarle de aquí a entonces, en ocho días, al salir de sus trabajos personales, el discurso de Audouard. Ya no quisiera postergar más tiempo darle la palabra a Kaufmann, quien seguramente sólo podrá, en los veinte minutos que nos quedan, introducir las cosas en extremo fecundas y de una especie, de un cariz absolutamente singular y diferente, de lo cual tuvo a bien brindarme una ojeada. Kaufmann, ¿se siente con humor para hacer la introducción en veinticinco minutos? Pierre Kaufmann − Ah, sí, tanto más cuanto que se lo puede interrumpir. Son unas pocas minucias, de referencia principalmente. Es probable que no tenga tiempo para su desarrollo, pero como los textos están al alcance de todos, me limitaré a dar algunas referencias producto de una asociación de ideas que se me ocurrió sobre El sofista. Ustedes saben que, hacia el final de El sofista, se trata del número. Cuando leía ese pasaje, resulté pensando en las ovejas de Polifemo, y se me despertó la curiosidad de ir a buscar por el lado de Polifemo. Y la referencia me pareció lo bastante útil como para que les hable de eso, particularmente lo que cuenta Polifemo, que prueba que ese cuento del pescador de caña es una historia muy antigua; de hecho, resulta muy difícil desenredar todos sus nudos. Puede verse que el problema de las relaciones entre el asunto del fantasma, por una parte, y el de las relaciones entre los elementos, por la otra, es decir, entre el fuego, el aire, etc., todo eso ciertamente circuló en el pensamiento griego, y creo que el diálogo de El sofista ha de tomarse de ese contexto. Me limitaré entonces a darles algunas referencias a las que me remití. Disponemos de cierto número de textos sobre Polifemo. Primero, por supuesto, está el arquetípico texto respecto a la sofística, a saber, OÜ-tij. La pregunta grave, conocen el pasaje, ¿quién es? Nadie. En suma, esto nos propone al comienzo el problema mismo que se discutirá en El sofista, pero desde otro punto de vista, a saber, ¿cuáles pueden ser las consecuencias del empleo del oÝc. Precisamente, Platón responderá que para interpretar correctamente la desventura de Polifemo en la Odisea65, es importante distinguir entre oÙc, es decir, la negación de ™nant…on, negación fundada sobre el principio de identidad, digamos, y, por otra parte, el m», es decir, una negación diferencial que nos ubica, como saben, por la vía de la diferenciación significante, es decir que, en últimas el error fatal de Polifemo fue, no propiamente atenerse al principio de identidad sino (las cosas son un poco más complicadas) confundir simultáneamente dos planos, por una parte del plano fonético, y por la otra el plano en que debe intervenir esa distinción entre el m» y el oÙc.

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Pero esto no parecería tener gran relación con el fantasma si precisamente no asistiéramos, con la historia de la mitología, a una progresiva revelación del mito. Los textos de que disponemos son entonces, primero La odisea, por otra parte El cíclope40 de Eurípides, en tercer lugar un Idilio de Teócrito, por último Las metamorfosis108 de Ovidio. Entonces, el texto de Platón ha de situarse entre la interpretación del mito por Eurípides en El cíclope por una parte, y por la otra la evolución que experimentó el mito tras él, es decir, en Teócrito152. Pues bien, lo que resulta bastante interesante en esta aventura, lo divertido, es que progresivamente se reveló lo que permanecía oculto al comienzo en la aventura de Polifemo, a saber, que apareció progresivamente el fantasma en la forma de Galatea. Saben ustedes que en Teócrito, Galatea es la ninfa de la que está enamorado Polifemo. Y todos los enamorados que frecuentan el parque de Luxemburgo saben que en la fuente de Médicis pueden hallar una representación plástica del descubrimiento de Polifemo de los amores de Galatea (su ninfa adorada a la manera de un fantasma) y Acis. Por otra parte, saben que esto no le trajo buena suerte a Acis, quien fue aplastado por una roca. No le trajo suerte, salvo porque Acis tiene algo que ver, en este caso particular, con un río, es decir que Acis resultó reabsorbido en una corriente, lo cual hace pensar, en definitiva, que su suerte no fue tan funesta como podría parecer al principio. Entonces: en La odisea, Polifemo y Ulises; en El cíclope: Polifemo y Sátiro, pero aún no Galatea. Polifemo mantiene prisioneros a los sátiros. Los sátiros lamentan su Galatea, pero no hay nada de eso. Es porque sabemos que después viene Galatea, es simplemente por esa razón que podemos establecer aquí una conexión entre las diferentes fases del mito. En cambio, en Teócrito y en Ovidio, ahí sí vemos aparecer en carne, si no en hueso, a Galatea. El último texto al que tendríamos que hacer referencia, sería el poema de Góngora60, que pertenece al mismo ciclo, en lo que respecta a la evolución del mito, y que nos da, en lo relativo al nacimiento del Cíclope, una indicación que podemos, de alguna forma, si no sabiendo aquí cómo se constituyeron las cosas, bueno, ser un segmento que nos de una interpretación del Cíclope, es decir, que las cosas se vuelven a cerrar. En el poema de Góngora, escuchamos el canto de Polifemo. Aunque es un tanto tarde para leer versos… «Sorda hija del mar, cuyas orejas a mis gemidos son rocas al viento: o dormida te hurten a mis quejas purpúreos troncos de corales ciento, o al disonante número de almejas -marino, si agradable no, instrumentocoros tejiendo estés, escucha un día mi voz, por dulce, cuando no por mía.» Y entonces, un poco más allá, asistimos al nacimiento del Cíclope. Esto es lo que nos dice: «Marítimo alción roca eminente sobre sus huevos coronaba, el día que espejo de zafiro fue luciente la playa azul, de la persona mía. Miréme, y lucir vi un sol en mi frente, cuando en el cielo un ojo se veía;

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neutra el agua dudaba a cuál fe preste, o al cielo humano, o al cíclope celeste.» Esto debería, por supuesto, comentarse largamente, pero nos plantea inicialmente el asunto de saber qué relación hay entre el ojo del Cíclope, la sofística, la fonética y el desarrollo del mito de Galatea. En lo que respecta al ojo del Cíclope, saben ustedes que se trata sin duda del orificio del cráter rodeado de fuego y en últimas puede decirse que lo que se nos plantea en La odisea hace que el saber ¿qué relación hay entre el vientre zumbante de sonidos del Cíclope, zumbante decimos del furor verbal del Cíclope interior al cráter, y la relación de ese sonido con el ojo del Cíclope, es decir, el orificio del cráter, el hecho de que este ojo es único, y por último el hecho de que este desventurado Polifemo se deje engañar, como saben, por Ulises? En otras palabras, ¿por qué ese Cíclope estaba destinado precisamente a no comprender que OÜtij no era un nombre propio, o más bien que podía ser al mismo tiempo un nombre propio y otra cosa, dependiendo del punto de vista en que uno se ubique? OÜtij , nadie, es un nombre propio en la medida en que se lo interprete fonéticamente. Yo puedo llamarme OÜtij , puedo llamarme Nadie. Por otra parte, no puede decirse que OÜtij no sea un nombre propio. Al parecer, aun cuando Homero […] no nos lo haya dicho, con seguridad sus auditores comprendían que Οϋτις quería decir “no uno entre otros”, es decir, OÜtij es precisamente un nombre propio en la medida en que lo que se designa con OÜtij no se puede colocar en una serie de términos generales asimilables unos a otros. OÜtij significa que Ulises se designa como no siendo “uno entre otros”, en el sentido en que podría decirse por ejemplo una silla. Cuando se dice una cierta silla, pues bien, se trata de una silla entre otras sillas, […] que tal vez podríamos acercarnos a la relación con la aritmética, latente en La Odisea. En ésta, OÜtij se designa a sí mismo como no siendo “uno entre otros”, OÜtij. Sólo que se trata de otra cosa diferente a eso, y si es otra cosa diferente, tenemos que introducir la categoría de la alteridad, es decir, que en el lugar de oÙc, tenemos que introducir el mh, y es ahí donde se desplegará la astucia de Platón. De hecho, ¿por qué el Ciclope está destinado justamente a no hacer esta distinción? Pues bien, Platón nos enseñará precisamente que quien sólo tiene un ojo no puede distinguir entre el reflejo y la representación; en otras palabras, no es capaz de introducir, en la categoría general de lo imaginario, las diferenciaciones que podemos hacer todos nosotros en tanto que tenemos dos ojos. Aquí el comentario resultaría tardío, pero ocupémonos únicamente de la conexión de las ideas. El comentario debería buscarse en el Timeo125 de Platón, donde éste vincula, como saben, el problema de la inversión, el problema de la derecha y de la izquierda, con el problema del espejo y con el problema del simulacro. Siendo esto suficiente entonces en lo relativo a La odisea, podemos pasar al tema del Cíclope en Eurípides. Una de las transformaciones principales a la que asistimos en Eurípides consiste en que el Cíclope de Eurípides ya no es simplemente lo ardoroso, ya no es lo ardoroso del griterío de la protesta; Polifemo, su nombre lo indica, es precisamente eso. Ya no es simplemente lo ardoroso, no es simplemente el fuego, sino que vemos introducirse ahora una diferenciación entre el elemento sólido y el elemento líquido; diferenciación que precisamente estará en el nódulo de la versión que dará Teócrito del mismo mito. Aquí me limitaré a citarles algunos fragmentos del Cíclope de Teócrito: 303

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“Blanca Galatea, ¿por qué rechazas a quien te ama? xxiv Y un poco más abajo, lo cual nos ofrece un punto de referencia sobre el pescador de caña, situación del pescador de caña: ¡Infortunio que mi madre no me hubiera engendrado con branquias! Me hundiera hacia ti, y besara tu mano, si no quieres tu boca; te daré o flor de nieve o una amapola suave, etc. xxv Y de hecho, un tanto más lejos el poeta retoma diciendo: Cíclope, Cíclope, ¿adónde se ha ido tu razón? Si trenzaras canastas y heno recién segado que dieras a tus ovejas, de seguro mucho más sensata serías. Ponte a ordeñar la que está presente ¿por qué persigues lo que te escapa? xxvi Aquí ven que el problema del fantasma en Teócrito, a saber Galatea, y de la posición de Galatea en el elemento líquido está muy precisamente empalmado con el problema del espacio y, tal como justamente lo hace Platón, con el asunto de las dimensiones y del número del espacio. Esto nos da el fantasma como situándose en un espacio unidimensional que se comparte entre el acercamiento y la huída. Y además, debería justamente establecerse la relación con el pescador de caña. Hay otro registro, que compromete a otro de los enemigos de Ulises, a saber, Palamedes, que nos indica, de una forma que, en mi opinión, no puede deberse al azar, que ese pescador de caña representa efectivamente un dato que subyace en todas las discusiones de la sofística y de la filosofía en sus relaciones con la sofística. No voy a extenderme aquí sobre Palamedes. Y sin embargo sería bastante fácil porque disponemos de muy pocos textos sobre Palamedes. Saben quién es Palamedes. Sólo para interesarlos en la historia, diré que un texto de Pausanias110 nos dice, distanciándose con ello de otras versiones, que Palamedes fue asesinado cuando partía a pescar. Se trata de un pasaje sencillo en que Pausanias refiere su visita a unas pinturas que representan precisamente a los enemigos de Ulises. Pues bien, este breve rasgo nos invita a interesarnos en Palamedes, y cuando uno se interesa en Palamedes, se ve que Ulises se encuentra cercado de manera harto significativa, por una parte por Polifemo, el que vocifera, por un lado, y por Palamedes quien no es otro, como saben, pero es bueno recordarlo, no es otro que el hombre de lo escrito. Palamedes es el Dreyfus del ejército griego. En el ejército se echó a circular una carta según la cual pretendía traicionar a los griegos, y por otra parte, le llenaron los bolsillos de monedas de oro; referencia ésta, además, a las relaciones entre la lingüística y la aritmética. De esta manera, el desafortunado Palamedes resultó convencido de traición, y fue propiamente lapidado por los griegos en castigo por ese crimen. Ulises se halla en el origen de esta triste historia, puesto que la desavenencia entre Palamedes y Ulises viene de que Ulises no era muy partidario de partir a la guerra y entonces simuló locura, en circunstancias en las que xxiv

Blanche Galatée, pourquoi repousses-tu celui qui t’aime? Quel malheur, que ma mère ne m’ait pas mis au monde avec des branchies! Je plongerais pour te rejoindre, je baiserais ta main, si tu ne veux pas ta bouche; je te porterais des lys blancs et de tendres pavots, etc. xxvi Cyclope, Cyclope, où s’est envolé ta raison? Si tu allais tresser des corbeilles et cueillir de jeunes branches que tu porterais à tes agnelles, sans doute tu aurais bien plus de sens. Trais celle qui se présente; pourquoi poursuis-tu qui te fuit? xxv

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no profundizo; había uncido su arado con un asno, si me acuerdo bien, y otro animal, y estaba sembrando sal. En últimas decía: ya ven que no soy apto para ir a la guerra; pueden verlo, estoy completamente chiflado. Salvo que Palamedes, para convencerlo, hizo algo muy sencillo, algo similar a un juicio de Salomón, puso al pequeño Telémaco ante el arado. Ulises detuvo entonces el arado y de esta manera Ulises quedó en evidencia; en últimas se vio que Ulises no deliraba. De esta manera, Palamedes pudo más que la simulación del delirio de Ulises, precisamente porque Palamedes es el hombre de lo escrito. ¿Qué es lo que permite decir que Palamedes es el hombre de lo escrito? No solamente lo que acabo de recordarles sobre las circunstancias en las que fue acusado falsamente, sino también tradiciones en extremo diversas y confusas (existe una tragedia Palamedes de Sófocles, que desafortunadamente se perdió), pero Palamedes pasa por ser el inventor, según algunos, de ciertas letras, pero aún más interesante, del alfabeto, es decir, del orden de las letras, lo cual permite, en últimas, constituir la palabra en escrito. Lo que nos permite comprender aquí a Palamedes es que un escrito confisca al sujeto de la enunciación. En otras palabras, lo que se disimula detrás de todo eso es un cierto número de astucias (de las cuales da cuenta implícitamente El sofista de Platón) sobre la relación del sujeto de la enunciación con el sujeto del enunciado, es decir, en El sofista, la relación del nombre con el verbo y de lo que sucede en ese deslizamiento de sentido con el cual el nombre que es potencia se actualiza en el verbo. Palamedes alcanza aquí los temas que apreciamos, puesto que entre los servicios que le prestó a la justa causa, encontramos el de haber tranquilizado a los griegos en presencia de un eclipse. Aquí el eclipse ciertamente no interviene gratuitamente. Además es asimismo el inventor del juego de damas. No tuve tiempo de buscar cómo jugaban a las damas exactamente los griegos, ni cómo se comían los peones, como lo hacemos hoy; si los griegos comían peones. Entonces, en lo concerniente a las relaciones con la aritmética, les recuerdo también que, según cierta tradición, Ulises no es en absoluto el hijo de quien se cree, a saber, del pobre Laertes, sino de Sísifo, que indefinidamente vuelve a empezar. Ven que nos encontramos aquí en la vía que nos llevará al problema platónico de la díada, y que nos permitirá nuevamente por lo tanto, en El sofista, articular los problemas de la aritmética con los problemas de la lingüística. En suma, se trata de comprender qué pasa con la unidad numeradora dentro del número, e igualmente, si enganchamos esto con el tema de Palamedes y del orden que se establece entre las letras, lo que se plantea aquí es el asunto del nombre propio, del número ordinal al número cardinal. Pero avanzada la hora y habiendo dado las pocas referencias que quería, creo que puedo poner fin a estas observaciones. Jacques Lacan – No les diré “volvamos a nuestro asunto” [volvamos a nuestras ovejas] porque justamente nuestro amigo Kaufmann los sembró ahí, lo enganchó a su vellón, y hasta sin avisarles. Hasta nueva orden, se nos escapará la asociación fundamental de donde partió para llevarnos de El sofista a Polifemo, lo cual no tiene importancia alguna porque gracias a él han salido ustedes sanos y salvos de la caverna. Una de las mayores satisfacciones que tuve, muy personal, es la de ver en este caso a nuestro amigo Kaufmann traerme, así, en bandeja, un texto que yo creía tener el privilegio 305

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de haberlo estudiado, porque todo el mundo, durante años, ha hecho correr la bola de que el modelo de mi estilo lo tomaba yo de Mallarmé. Es un error, es precisamente en el Polifemo de Góngora donde me había formado hasta ahora, y no me parece en absoluto cosa de azar que sea en ese punto donde hoy Kaufmann, con una precisión de brújula, me haya encontrado. No quiere decir que alguien que no me haya relacionado con Góngora, sea enteramente por azar, seguramente es alguien que nunca debió leer el Polifemo. Nos encontraremos con esas cosas en lo que sigue. Ahí tuvieron gran abundancia de referencias y de ninguna manera me parece que sea de nimia importancia ese subrayado que hizo él de la diferencia fundamental de la negación griega entre el oÙc y el m», introducida ya hace mucho tiempo en nuestro discurso. Pero les daremos desarrollo posteriormente. Buena suerte le deseo a la meditación de ustedes de aquí a cuando nos volvamos a encontrar y los invito muy especialmente a intentar remitirse por sus medios a los textos mayores cuya instancia nos introdujo Kaufmann aquí. Pierre Kaufmann – ¿Puedo agregar sencillamente una palabrita? Un punto que se refería al asunto del fantasma. Existe una edición ilustrada de Freud, realizada en vida del autor, que nos da todos los datos que podemos llegar a necesitar sobre la cuestión del fantasma. No sé qué tan conocida es la cosa. Es esa imagen que nos representa la condición del hombre; y todos los elementos de la teoría del fantasma se hallan en la ilustración. Precisamente, esto puede interesarnos en lo que concierne a la gruta. Traducción: Pio Eduardo Sanmiguel Ardila. Colaboraron en la revisión de la traducción y de esta versión en español: Belén del Rocío MORENO CARDOZO, Carmen Lucía DÍAZ LEGUIZAMÓN, Eduardo ARISTIZÁBAL CARDONA, Javier JARAMILLO GIRALDO, Mario Bernardo FIGUEROA MUÑOZ, Pilar GONZÁLEZ RIVERA, Tania ROELENS HRNCIROVA. Posteriormente he recibido precisiones, anotaciones, correcciones de Sylvia de Castro K., Myriam Cotrino y Luisa Matallana L., a quienes agradezco sinceramente el haberse tomado el tiempo para anotar sus dudas y enviarlas a este correo. Esta traducción continúa en proceso; así que, cualquier duda, comentario y/o precisión serán bienvenidos; comuníquelos, por favor, a la siguiente dirección electrónica: [email protected]

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Lección 21 2 de junio de 1965 En lugares donde poco pongo mis pies, se habla (bueno, por fases) de la palabra diálogo. Se pone a dialogar juntas a personas que bien puede decirse, en el sentido más riguroso del término, que están en orillas diferentes, y de eso se espera no se qué. Mientras no haya diálogo más seguro entre el hombre y la mujer, valga decir, en el terreno en que respectivamente son hombre y mujer, en el terreno de su relación sexual, permítaseme ser escéptico en cuanto a las virtudes del diálogo. Esta posición es la analítica. Por eso es que el psicoanálisis no es un diálogo. En el campo en que ha de aplicarse el análisis, se pudo notar –porque ahí, eso saltaba a la vista-, que el diálogo ¡no produce nada! Esta verdad primera, esta puerta abierta que derribo, es conocida desde siempre y de ninguna manera puede considerarse desvinculada del hecho de que lo que se llama “los diálogos de Platón” (no sé si lo notaron ustedes, pero) nunca son diálogos; quiero decir, que nunca se trata de intercambio de comentarios entre dos personajes donde el uno sería de verdad quien sostiene una de las tesis en cuestión y el otro la otra. Siempre hay uno que representa una de las dos tesis, que por cualquier razón se recusa, se escabulle, se declara insuficiente; y se toma entonces a una tercera persona que consentirá en hacer algo que, a primera vista, parece el rol del idiota pero es trujamán bastante útil sin duda, pues es de esa manera que se intentará hacer pasar algo, que no siempre es un diálogo, muy a menudo es una exposición. Así es como empieza El sofista. De esa manera se desarrolla. Acontece entre el extranjero de Elea y aquel de quien se trata, el que empezó la cosa, es decir, Sócrates. Pero, colmo de astucia, eso termina con otro Sócrates, un pequeño Sócrates errante, Sócrates el joven. Tal vez hay también algo así en el hecho de que este año sentí la necesidad, en un momento dado, de tener el gesto de cerrar el seminario para poder tal vez... para hablar un poco más con la gente y que la gente me hable. En eso hay una función tercera. Pero lo propio de las funciones terceras consiste en que, con todo, deben regresar al círculo. Y por eso es que hoy, así se trate de uno de nuestros días reservados para mi curso, pienso que no es inoportuno que surja algo aquí, de una respuesta sobre lo que se fomentó en mi seminario cerrado, en el que, de hecho, funciona una parte muy amplia de esta asamblea. Entonces, en mi último seminario cerrado se enunció algo, que en boca de Serge Leclaire se dirigía al trabajo que había hecho Jacques-Alain Miller sobre la teoría del número en Frege. Había insistido mucho Serge Leclaire en que esto no se quedase, digamos, atascado o pendiente y le propuso algunas observaciones. Hoy, Jacques-Alain Miller dará la respuesta a lo que había dicho Serge Leclaire, que, creo que lo verán, es una respuesta que tendrá su lugar en lo que encadenaré seguidamente, ya sea hoy, ya sea la próxima vez. Por otra parte, pueden ver ustedes que nuestro programa de este año nos ha llevado, en últimas... ha querido ser esencialmente un abordar la función del analista a partir de lo que funda su lógica propia. ¿Cuál es el medio con el que intentamos acceder por este camino a lo que sería nuestro fin, que consiste en definir la posición del psicoanalista? No es, tal vez no es sólo esto [...], especie de malentendido al definirse únicamente, definir qué es, para el psicoanalista, su relación con dos términos por ejemplo como los de la

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verdad y el saber. Es imposible (aun cuando eso sea, si puedo decir, lo más sensible para la experiencia del psicoanalista, puede enseguida, al respecto, especificarse, interrogar, dar respuestas, ser corregido si las da erradamente), es imposible situar exactamente la relación del psicoanalista eficaz con esos dos términos, tan esenciales para especificar la posición del que sabe, sin remitirse, de manera más radical, a aquello en lo cual podemos acercarnos a toda una experiencia, que es la que precedió al análisis. Es en las relaciones entre la verdad y el saber que nos trasladamos al terreno de la lógica, y que la lógica, ya se la capte allí donde fue articulada en último término, en este autor tan importante (tal vez más importante de lo que en general se lo reconoce) que es Frege, o bien en el origen, en el momento en que comienza, en que se articula lo que tal vez sea demasiado general llamar una dialéctica, en tal o cual de las articulaciones de Platón, y precisamente en los Platón que se denominan “del último periodo”. Pues bien, unos primeros pasos de esta lógica, antes de que se cristalice bajo la forma como se transporta a través de los siglos empaquetada bajo el nombre de lógica formal (que de hecho no es más que una característica de las más externas), al nivel de El sofista, lo señalé, y hubo quien quiso trazar sus primeros pasos en mi seminario, al nivel de El sofista, donde se articulan las más ardientes cuestiones en torno a esos dos términos, verdad y saber. Por eso, justo después de Jacques-Alain Miller tomará la palabra uno de quienes, en ese punto, sigue lo mejor que he podido comenzar a articular este año, para aportarles algunas observaciones sobre El sofista, y porque consideré indispensable hacer este relevo antes de dictar, los dos miércoles que siguen los dos cursos con los que espero este año cerrar suficientemente lo que había empezado a abordar, si recuerdan, este año, ya en la apertura de mi primer seminario, en torno a los asuntos del sentido y el no sentido propiamente hablando, centrándome en dos cadenas significantes pretendidamente sin sentido alguno, y sobre las cuales les señalaba que sin embargo eran portadoras de sentido, por muy opacas que fueran, por la simple razón de que eran gramaticales. Que quienes estuvieron en ese primer curso se remitan a ello antes de que yo retome lo que seguirá en mi curso, es decir, al final de nuestra reunión de hoy y las próximas veces. Le doy la palabra a Miller. Jacques-Alain Miller – Pido disculpas primero por sostener este discurso apenas en forma, elíptico. Me excuso por ello ante ustedes y muy particularmente ante Serge Leclaire. Tal vez alguno de ustedes se acuerde aquí de algo así como una carta [lettre] i que yo inserté durante un tomar la palabra dedicada a la quinta estación de una lógica del significante, dirigida especialmente a una dama analista excepcionalmente hábil, algo así como, ¿no es cierto?, una carta [lettre] de solicitud de respuesta. Pero en el camino, esta carta, créanlo, se perdió, y si se perdió es que las cartas [lettres] no van adonde queremos sino adonde ellas quieren. Tal vez se la robaron; de nuevo, es la carta [lettre] la que quiere que se la roben, para ir adonde ella quiere, y si llegó a las manos de Serge Leclaire, es porque ese era su terminal. Porque la carta [lettre] quiso que lo fuera. Porque además él quiso serlo ii , y le agradezco que justifique así lo injustificable que digo ante ustedes; esta es pues una ocasión i

Carta y también letra [N. del T.]. ...il a voulu l’être: literalmente quiso serlo, pero también, por homofonía con lettre, quiso carta, quiso letra [N. del T.].

ii

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para fechar una correspondencia en la cual al doctor Lacan no le disgusta hacer de oficina de correos. Un intercambio sin duda, pero ciertamente no un diálogo. Ni Serge Leclaire ni yo buscamos un diálogo. Sólo hablamos para rechazar que estemos en posiciones recíprocas. Sólo paramos oreja para escuchar en el discurso la parte de uno mismo, secreta. Serge Leclaire supone que lo que pronuncio como discurso mío corresponde forzosamente a lo que la realidad sexual no nos parece suturar, en cambio el analista, al ser analista en su palabra, puesto que, dice Leclaire, “El analista no construye discurso; en su palabra, el analista no sutura; el analista se rehúsa a suturar, les dije. De hecho, no construye un discurso, ni cuando habla. Fundamentalmente, y es por eso que la posición del analista es irreductible, el analista está a la escucha. Y todo lo que uno le dice al analista al respecto, inclusive yo, los discursos que se escuchan, pueden esclarecerlo. ¿Está a la escucha de qué? Está a la escucha del discurso de su paciente y lo que le interesa en el discurso de su paciente es precisamente saber cómo quedó para él ese punto de sutura [...] En ese sentido, todo lo que nos aporta Miller nos es extremadamente preciado. Espero que aprecien tanto como yo la delicadeza con que Serge Leclaire introduce su comentario. ¿Valioso para él mi discurso? ¡Muchas gracias! ¿Pero preciado como la palabra de un analizado en su diván? ¡No, gracias! Y el derecho de decir aquí ese “¡no, gracias!” es lo que voy a defender, y como ya lo dije demasiado brevemente y de manera inconclusa, el desconocimiento que produjo Serge Leclaire en la lectura que hizo de mi texto, lectura que tan exactamente dirigió hacia el concepto pivotal de lo que yo articulé, a saber, el concepto de sutura. En todo caso, espero que mi respuesta no hará desvanecerse [...] y cuyo carácter inédito, con seguridad no me deja incólume que, en tanto analista, él haya hecho uso de mi discurso. Espero que se trate de un uso diferente, en mi opinión, al de una palabra de analizado que él es capaz [...] que no tuvo el cuidado de distinguir el discurso que desmonté, el de la lógica del lógico, de Frege, y el discurso que articulé, a partir de Jacques Lacan, el de la lógica del significante. Desatendió el que sea a partir de esta lógica del significante, asumida como mi discurso, que podía decirse suturada la serie de los números engendrados en el discurso de Frege; que esta lógica era lo suficientemente general como para ser llamada con justo derecho “del significante”. Entiendo con ello descubrirle a Leclaire que el discurso que sostiene en nombre del analista, y que le opone al mío, estaba ya anticipado y hasta contenido por adelantado. De hecho, no nos hallamos en situación de reciprocidad, pero no de la manera como él cree. Les pido que me excusen porque ahora me dedicaré a leer algunas cortas notas. Es patente que el interés en mi texto sólo tiene su origen en la posibilidad de darle valor por contraste a dos posiciones. Resumo su análisis: “Mientras que el lógico sutura, el analista no sutura porque el segundo difiere la sutura que la verdad pide: mientras el concepto lógico toma en su parentela objetos idénticos a sí mismos, el concepto inconsciente reúne cosas no idénticas a sí mismas.” Tomemos el primer punto. ¿Qué es la sutura en Jacques Lacan? Es un concepto no temático que le sirve en el campo del análisis. ¿Qué supone la importación que hago de éste? 309

Los problemas cruciales para el psicoanálisis, seminario 1964-1965 Lección veintiuno

Importar su uso supone que el funcionamiento de las categorías, cuyo valor está garantizado en el campo de la palabra libre, siga siendo adecuado en el campo de esta palabra restringida que llamamos discurso. ¿Pero qué importamos al importar la sutura? Creo que esto: una estructura que instala una escena, una cadena donde el sujeto se produce en primera persona, que es la cadena o la escena de su palabra en su relación con la otra escena, con la otra cadena donde no hay, para el sujeto, reflexión concebible, por el hecho de que allí él no es más que un elemento. Diré entonces que un discurso suturado se reparte entre una cadena aparente y una cadena disimulada que se manifiesta en un punto, punto cuyo ocultamiento crucial, al mismo tiempo apatético y temático es la condición para la apertura del discurso. Pero esto implica que toda sutura no sea sutura de la realidad sexual, es decir, que la otra escena no sea (en todo caso es el uso que le doy) no sea la única. Por ser estructura de la sutura, es formal; lo que quería articular sobre una teoría del discurso abre la posibilidad de una generalización de la causa inconsciente o ausente por fuera del campo del análisis. ¿Qué hay del analista respecto a la sutura? Consideren la formulación de Leclaire: “El analista no sutura o por lo menos, debería esforzarse −cómo decirlo− cuidarse de esta pasión.” Tomemos el campo del análisis como campo de la palabra libre. El sujeto analizado sutura su falta en ser, efecto metonímico del deseo, causa metafórica. Por su parte, el analista no sutura. Es cierto porque es sujeto supuesto saber, porque se mantiene en esta posición y porque habla desde ese lugar. Y si se convierte, digamos (y en ese punto Leclaire está, por supuesto, ahí, en total acuerdo al respecto), en un sujeto que supone que sabe, es decir, si él caracteriza su posición como punto de certidumbre, para dar a su saber un contenido, de esa manera supuestamente se adecua a lo real, modelo de la identificación del analizado, y con ello sutura, es decir, sutura la falta por la cual es sujeto deseante. Es entonces el deseo del analista lo que hace de su palabra no suturada. Y con ese deseo, cubre la dimensión de la ética del psicoanalista, marcada