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Zitiervorschau

a modernización en Colombia

UNIVERSIDAD

NACIONAL

-if COI CMfilA

Facultad de Ciencias Humanas y Económicas

James D. Henderson

La modernización en Colombia Los años de Laureano Gómez, 1889-1965

Traducción Magdalena Holguín

Clío Editorial Universidad de Antioquia Facultad de Ciencias Humanas y Económicas Universidad Nacional de Colombia, Sede Medellín

Colección Clío © James D. Henderson © Editorial Universidad de Antioquia © Facultad de Ciencias Humanas y Económicas , p. 763. En una ocasión, durante la década del veinte, adinerados jóvenes bogotanos organizaron un concurso para determinar quién se asemejaba más a Johnny Walker, el dandy de cubilete y chaqueta roja que aparece en las botellas de esta

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marca. Blair Niles, Colombia, Latid of Mrracles, Nueva York, The Century Co., 1924, p. 289.

132 / La modernización en Colombia tradicionales. En vano se buscan sig­ nos significativos de protesta social antes de la década del veinte. Los po­ cos estallidos de violencia popular eran respuestas lógicas a evidentes desafueros. Los disturbios de 1893, como se recordará, surgieron de una serie de artículos periodísticos difa­ matorios que enfurecieron a los arte­ sanos bogotanos. Un incidente similar ocurrió en Bogotá diecisiete años más tarde, el día de la Independencia de Colombia, el 20 de julio de 1911. El apogeo de la celebración debía ser una corrida de toros realizada en la nueva plaza, construida en el extre­ mo norte de Bogotá, cerca de la cer­ vecería Bavaria. Infortunadamente, la atracción principal, el popular to­ rero Valentín (Antonio Olmedo), se desempeño tan mal que fue un in­ sulto para los cientos de aficionados que habían acudido en tropel a verlo aquel día. El orden se deterioró rá­ pidamente; la multitud finalmente atacó a los toreros, arrancando tablas del ruedo, y se llevaron los toros. Se llamó a la policía, la cual, poco des­ pués de su llegada, comenzó a dispa­

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rar contra la muchedumbre. Esto oca­ sionó importantes disturbios que de­ jaron nueve civiles muertos, docenas de policías heridos y la estación de policía sitiada. Sólo cuando apareció el ministro de guerra, Mariano Ospina Vásquez, junto con varios oficiales del ejército y un puñado de soldados, pudo restablecerse el orden.5758 ' Como sucedió en 1893, los distur­ bios del día de la Independencia en 1911 fueron iniciados por ciudadanos corrientes que sentían que se los ha­ bía agraviado. Su objetivo no era tan­ to el de destruir la propiedad, como el de recuperar el costo de sus bole­ tos. Es por ello que muchas personas arrancaron tablas del ruedo y se las llevaron. El hecho de llevarse también los toros estaba más dentro del espí­ ritu del bien común y no del robo, pues condujeron a los animales al Panóp­ tico, los sacrificaron y les dieron car­ ne a los presos. La muchedumbre atacó a la policía, no porque esta re­ presentara un símbolo de autoridad, sino porque no comprendió lo que su­ cedía y había disparado sobre la tur­ ba?8 No se presentó otro incidente

Camilo Pardo Umaña, Los toros en Bogotá. Histeria y crítica de las corridas, Bogotá, Kelly, 1946; David Lee Sowell, “The Rise of the Worker’s Labor Movement, 1899-1919”, manuscrito inédito, Hundngton, Pensilvania, Juniata College, Departament of History, 1991, p. 20. A pesar de la paz que reinó sobre la mayor parte del territorio nacional durante su presidencia, Concha se vio obligado a manejar el endémico bandolerismo en algunas de las regiones fronterizas. En enero de 1916, por ejemplo, tuvo que declarar el estado de sitio en el departamento de Arauca, y enviar tropas para sofocar la revuelta encabezada por un liberal llamado Humberto Gómez. A fines de 1915, Gómez capturó la ciudad de Arauca, proclamando la República de Arauca, que duró poco tiempo. Para detalles sobre “La Humbertera”, véase James M. Rausch, The Llanos Frontier m Colombian History 1830-1930, Albuquerque, University of New México Press, 1993, pp. 269-279. Los colombianos humildes no eran sumisos. Tampoco se olvidaban de los agravios que les habla infligido la sociedad. Una excelente ilustración de lo anterior es el caso del militante

La república burguesa

arrancaron tablas del ruedo y se las llevaron. El hecho de llevarse también los toros estaba más dentro del espí­ ritu del bien común y no del robo, pues condujeron a los animales al Panóp­ tico, los sacrificaron y les dieron car­ ne a los presos. La muchedumbre atacó a la policía, no porque esta re­ presentara un símbolo de autoridad, sino porque no comprendió lo que su­ cedía y había disparado sobre la tur­ ba.58 No se presentó otro incidente importante de violencia urbana en Bo­ gotá durante los ocho años siguientes. Por la misma época de los distur­ bios de 1911 en la plaza de toros, hubo signos de que Colombia finalmente hacía verdaderos progresos en la so­ lución de su antiguo dilema respecto al transporte. Primero se conectaron las dos principales ciudades colom­ bianas con el río Magdalena a través de la vía férrea y, poco después, el interior de Antioquia se conectó con el Valle del Cauca a través del Ferro­ carril de Amagá. La terminación de este ferrocarril a fines de la segunda década del siglo creó un entusiasmo58 59

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tangible entre la gente de Antioquia y del Valle del Cauca. Una fotografía de 1920 sugiere este entusiasmo. Ella muestra damas en trajes de gala y caballeros con leyitas, sentados en si­ llas dispuestas a lo largo de un carro de plataforma, de la línea Amagá. Una locomotora clásica de la década del ochenta del siglo xix, calentada con leña, lo empujaba cuesta arriba. Estos antioqueños elegantemente vestidos habían construido laboriosamente el ferrocarril y tenían la firme intención de ver el resultado de sus esfuerzos?® A pesar de haber completado unas cuantas vías férreas importantes, el progreso en el área del transporte era de una lentitud exasperante. Para 1920, el 90% de las rutas terrestres de la nación seguían siendo caminos de herradura, y sólo se habían cons­ truido 743 millas de rieles. Un frag­ mento muy limitado de autopista era transitable por camión y automóvil. Rafael Uribe Uribe, durante una vi­ sita a Chicoral, ubicado entre Bogotá e Ibagué, cerca del río Magdalena, habló esperanzado del día en que un

Los colombianos humildes no eran sumisos. Tampoco se olvidaban de los agravios que les había infligido la sociedad. Una excelente ilustración de lo anterior es el caso del militante

indígena Quintín Lame, conservador y abogado penal, quien desde la segunda hasta la cuarta década del siglo, buscó, a través de la acdón legal, que se remediara la pérdida de las tierras tribales de su pueblo. Para más información sobre la lucha de Lame por la justicia, véase Manuel Quintín Lame, En defensa de mi raza, Bogotá, Comité de Defensa del Indio, 1971, y Las luchas del indio que bajó de la montaña al valle de la “cwilizacióm”, Bogotá, Publicaciones de laJRosca, 197.3; Manuel Quintín Lame Chantre, Los pensamientos del indio que se educó dentro j selvas colombianas, Bogotá, Funcol, c. 1980; Diego Castrillón Arboleda,

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El indio Quintín Lame, Bogotá, Tercer Mundo, 1973. La fotografía se encuentra en Patricia Londoño Vega y Santiago Londoño Vélez, “Vida diaria en las ciudades colombianas”, en: Alvaro Tirado Mejía, ed., Nueva historia de Colombia,

vol. 4, Bogotá, Planeta, 1989, p. 325.

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viajero pudiera salir de Bogotá en la mañana, almorzar en Ibagué y llegar a dormir a Cali. “Qué inmenso cam­ bio habrá”, caviló.60 Rufino Gutiérrez, geógrafo, se quejó de las dificultades del transporte en la región cafetera del sur de Antioquia a fines de la década, y el visitante ecuatoriano José Gu­ tiérrez Piérda describió el incon­ gruente panorama de “personas ricas y poderosas” que, después de llegar a Girardot por tren, se veían obliga­ das a continuar el viaje hada Honda, en el norte, “en miserables muías al­ quiladas” debido a la falta de agua en el río Magdalena. El colombiano Gutiérrez, quien describía por lo ge­ neral a Colombia en términos mara­ villosos, tuvo que admitir que el viaje río arriba de Barranquilla a Honda era de una interminable monotonía, interrumpida por mosquitos “inhu­ manamente tenaces” y un calor as­ fixiante, como de foija.61 La Colombia urbana experimen­ tó también una especie de progreso desigual en el ámbito del transporte. A comienzos de la segunda década, la calle principal de Bogotá y varias otras

rutas de importancia en las grandes ciudades fueron asfaltadas. El alcalde de Bogotá estaba tan maravillado con esta superficie llana, que ordenó a los empleados del municipio limpiarla con queroseno después de barrer, con el resultado de que la carrera Sépti­ ma estuvo a punto de disolverse. Aun­ que los tranvías de la ciudad fueron electrificados en 1910, avanzaban con tanta lentitud que se ganaron el ape­ lativo de “cometas”, por desconocerse cuándo aparecerían. Otros se burla­ ban, afirmando que la electricidad en Bogotá se movía más lentamente que las muías.62 Cuando se establecieron los primeros códigos de tránsito en Bogotá en 1912, la policía los hacía cumplir en bicicleta. No obstante, a pesar de todo, aquellos desarrollos presagiaban un cambio extraordina­ rio para la segunda y tercera décadas del siglo. Mientras que en Bogotá ha­ bía cien autos en 1912, en 1920 se había triplicado este número y, para 1930, se duplicó de nuevo.63 En 1921 se inauguró el servicio de buses entre Bogotá y Chapinero y, en 1923, la ca­ pital registró su primer accidente de

60 R. Uribe Uribe, Op. cit., vol. 2, p. 460. 61 Rufino Gutiérrez, Monografías, 2 vols., Biblioteca de Historia Nacional, vols. xxvin, xxx, Bogotá, Imprenta Nacional, 1921, p. 330; J. Gutiérrez Piérola, Op. cit, pp. 207-210, 236. Incluso para 1929, los visitantes se quejaban del incómodo y monótono viaje fluvial, y de los numerosos cambios en el medio de transporte que se requerían para llegar a la capital de Colombia. Véanse las observaciones de Alcides Arguedas en “La danza en las sombas”, Op. cit., pp. 734-736. 62 J. Vargas Lesmes y F. Zambrano P., Op. di, p. 73. Una copla popular de la época decía: “son cualidades tan nulas / las que hay en esta ciudad / que anda la electricidad / más despacio que las muías”. 63 Ibíd., pp. 76, 78-89. Según Vargas, de quienes conducían en Bogotá en 1923, el 14% usaba autos, la mayoría de los cuales eran taxis, la mitad usaba bicicletas y un cuarto se despla­ zaba en coches; el restante 11% utilizaba caballos, muías o burros.

La república burguesa /

tránsito, cuando un señor Pataquirá fue arrollado por un taxi. La aparición de un avión en los cielos de Bogotá presagió una verda­ dera revolución en el transporte co­ lombiano. El primer avión nacional fue llevado a Medellín en 1913 y, para 1916, un grupo de entusiastas bogo­ tanos había creado un club de avia­ ción, aunque no tenían aviones. Em­ presarios alemanes fundaron una compañía en Barranquilla, llamada la Sociedad Colombo-Alemana de Transporte Aéreo (SCADTA), en 1919, el mismo año de la inaugura­ ción en Europa de la primera ruta comercial entre Londres y París. Un año más tarde, SCADTA inauguró el primer servicio comercial en Colom­ bia. Así Colombia fue la primera na­ ción del hemisferio occidental con una aerolínea programada. En 1924, dos veces por semana, el servicio de correos conectaba a Barranquilla con Bogotá, y el servicio aéreo redujo el tiempo entre Bogotá y Girardot a veintidós minutos, lo cual representa­ ba una reducción del 50% de la jor­ nada. Para finales de la década, fun­ cionarios gubernamentales como Laureano Gómez, volaban por todo el país en viajes de negocios, quejándo­ se de que los ferrocarriles de la na­

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ción eran completamente insuficien­ tes comparados con los aviones.6465 Charles Lindbergh alabó los progre­ sos colombianos en la aviación cuan­ do visitó el país a comienzos de 1928. La agitada celebración de su llega­ da reveló la ' alegría de un pueblo que al fin era libre de remontarse sobre sus montañas. Otros cambios en la vida cotidia­ na colombiana rivalizaban con aque­ llos primeros vuelos en simbolismo e importancia. Se hicieron posibles nue­ vos patrones residenciales gracias a las mejoras en el sistema de transporte y al incremento de la riqueza en toda la nación. Mientras que los ricos ha­ bían vivido siempre en casas de dos pisos de estilo colonial en el centro de Bogotá, por ejemplo, para la se­ gunda década del siglo habían co­ menzado a mudarse a nuevos vecin­ darios residenciales ubicados en las afueras, hada el norte, induso cer­ ca de Chapinero.6* Una dase media que se extendía con rapidez comen­ zó a instalarse en barrios especialmen­ te construidos para ella. Uno de estos fue d barrio Santa Ana, desarrollado por Ernesto González, situado ai sur de la dudad. Se enorgullecía de ofre­ cer casas a predos razonables, un am­ biente sano y una ubicadón cercana

El Espectador-, 12 de abril de 1927. Información sobre los primeros viajes aéreos en Colom­ bia se encuentra en Frank G. Carpenter, Lands of the Andes and the Desert, Nueva York, Doubleday, 1926, pp. 2-16; B. Niles, Op. cit., pp. 356-385; R Londoño Vega y S. Londoño Vélez, Op. cit., pp. 2á8 y ss. Los diarios colombianos de la época están llenos de noticias sobre la aviación. Laureano Gómez trasladó a su madre y a otros miembros de su familia a Chapinero en 1916. Luego se mudó con su esposa e hijos a una casa en la Calle Décima, a una. cuadra del capitolio nacional.

136 / La modernización en Colombia a la línea del tranvía, para despla­ zarse fácilmente hacia el trabajo.66 Entre tanto, los pobres permanecie­ ron en el centro de la ciudad. Los hogares construidos por los ri­ cos se apartaban radicalmente de las viviendas tradicionales. El eclecticis­ mo decorativo fue la regla en la Co­ lombia de las décadas burguesas. Barrios enteros fueron construidos con un tema arquitectónico, tales como La Merced, al norte de Bogotá, cuyas im­ ponentes hileras de casas seguían un modelo inglés. En ciudades como Car­ tagena, la diversidad era la regla. El historiador de la arquitectura, Ger­ mán Téllez, ha escrito sobre el “fan­ tástico transplante formal” que tuvo lugar en aquella ciudad durante la segunda y la tercera décadas del si­ glo. Los cartageneros ricos eran como “reyes burgueses” en sus palacios úni­ cos, escribe Téllez; se refiere a sus fan­ tasías como el “aburguesamiento” de la elegancia, la vulgarización del lujo.6768 69 Tales excesos arquitectónicos re­ presentaban un extremo consumismo. Era también una manera parti­ cularmente victoriana de comunicar

la posición social de sus propieta­ rios.6® Pero más allá de esto, los nue­ vos estilos arquitectónicos daban una expresión concreta a la creciente aper­ tura de la sociedad colombiana, a un prolongado deseo entre los dirigen­ tes nacionales de emular a los países más “civilizados”. Sus nuevos proyec­ tos urbanísticos de estilos inglés y fran­ cés, cuyas zonas verdes se trasladaron del patio interior al entorno exterior, eran un elocuente testimonio de este importante cambio en la psicología de la élite.69 El traslado de la élite colombiana hacia los suburbios y su experimen­ tación con nuevas formas arquitec­ tónicas, reflejaron otros cambios socia­ les significativos. A lo largo de toda la historia nacional con anterioridad a este momento, los ricos y los pobres habían vivido en una estrecha proxi­ midad, donde los últimos servían con deferencia a los primeros que habi­ taban en el centro de la ciudad. Este patrón residencial, en el cual la élite ocupaba el centro y los demás vivían a su alrededor en círculos concéntricos caracterizados por decreciente rique­ za y posición social, replicaba y refor­

66 J. Posada Callejas, Op. cit., p. 407, presenta un mapa del barrio y la información promocional. 67 Germán Téllez, “La arquitectura y el urbanismo en la época actual”, en: Jaime Jaramillo Uribe, ed., Manual de historia de Colombia, vol. 2, Bogotá, Instituto Colombiano de Cultura, 1980, pp. 499, 503, 509. 68 El “lenguaje” de la arquitectura victoriana es tratado en Roger Dixon y Stephan Muthesius, Vwiorian ArchiteciuTe, Nueva York, Oxford University Press, 1978, 17-18. La “jerarquía del decoro”, reflejada en el carácter imponente de las casas victorianas, se trata en James A. Schmiechen, “The Victorians”, American Historiad Review, 92(2), abr., 1988, pp. 315-316. 69 Información adicional sobre la arquitectura colombiana de la época puede encontrarse en Alberto Saldarriaga Roa y Lorenzo Fonseca Martínez, “Un siglo de arquitectura”, en: Alvaro Tirado Mejía, Nueva historia de Colombia, vol. 5, Bogotá, Planeta, 1989, pp. 185-192.

La república burguesa

zaba de manera tangible la “jerarquía de la virtud” propuesta por la filosofía moral de la época. Cuando abandonó el centro, la élite renunció a la anti­ gua disposición residencial que expre­ saba realmente los esquemas filosófi­ cos que continuaba suscribiendo. Incluso a medida que se desarrollaba este proceso, los factores que lo ha­ cían posible —el cambio tecnológico y actitudinal, la creciente riqueza y la complejidad cada vez mayor de la es­ tructura social—• operaron transforma­ ciones sutiles y no tan sutiles en la ac­ titud de quienes no pertenecían a la élite. Las implicaciones de estos cam­ bios, y del hecho de haber abandona­ do el centro de la ciudad a la clase urbana, se harían evidentes en la tar­ de del 9 de abril de 1948. Por ese tiempo, sólo unos pocos colombianos, en su mayoría vincula­ dos con la derecha religiosa, se pre­ ocuparon por el carácter de la vida de la ciudad. Luis Serrano Blanco, uno de los colegas de Laureano Gó­ mez advirtió a quienes asistían al Congreso Eucarístico de 1913 que la vida urbana ponía en peligro el or­ den de la sociedad, pues erosionaba

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la fe y despertaba un malsano mate­ rialismo en las masas. Mientras que el alma de la persona rústica abriga una fe pura, angelical, decía Serra­ no, el ambiente urbano la “ahoga”: “Entre el libro y el periódico, la fra­ ternidad y el comité, la conferencia y el tumulto, va ahuyentándose la lim­ pieza de su alma”.™ Con el espíritu así perturbado, el habitante urbano cae con facilidad “en un torrente de anhelos, deseos y ambiciones sin me­ dida ni colmo”.70 7172Dos años más tar­ de, el arzobispojosé Manuel Caycedo comparó la ciudad moderna con la antigua Babilonia, lugar donde rei­ naba el mal, en medio

[...] de las vanidades humanas y los falsos resplandores del progreso ma­ terial que oscurece el verdadero bien y pervierte el ánimo con el fuego de la concupiscencia. Proclamó la bancarrota de la fe en el progreso nacional, cuyo fruto en­ venenado describió como la guerra que por entonces asolaba a Europa.78 Finalmente, los miembros de la de­ recha religiosa se encontraron senci­ llamente hablándose unos a otros. Los

70 Primer Congreso Eucaristía) Nacional de Colombia, Bogotá, Escuela Tipográfica Salesiana, 1914, p. 123. 71 Luis Serrano Blanco en lbid., p. 123. 72 M. J. Caycedo, Op. ai., p. 47. Estas observaciones de Serrano y de Caycedo son reformuladas por el sociólogo Beter Berger, quien escribe que “la forma específica de racionalidad rehcionada con la ciencia moderna, la tecnología y la economía tecnologizada, se impo­ ne como una fuerza\óxtraña en la mayor parte de las sociedad» tradicionales”. Berger utiliza la expresión “colisión de conciencias” para indicar la incomodidad experimenta­ da por hombres como Serrano y Caycedo cuando se enfrentan a los cambios generados por la modernización. Peter Berger, Brigitte Berger y Hansfried Kellner, The Homeless Mmd, Modmuatim and Consciousness, Nueva York, Vmtage, 1974, p. 147.

138 / La modernización en Colombia clérigos como el arzobispo Caycedo, podían anaLemizar la vida urbana con sus "áreos, salones, teatros, cines, clu­ bes y condertos”, percibía como algo que despertaba en las masas "una sen­ sualidad febril que lo invade y corrom­ pe todo”.73 75 Pero fue el poeta Luis Te­ 74 jada quien habló para el colombiano corriente y por él. “Yo no quiero la paz, maldita sea la tranquilidad su­ gestiva de la aldea”.74 A medida que se aproximaba la década del veinte, los colombianos habían visto la mo­ dernidad y se habían deádido a su

favor. Los avances en los medios no im­ presos durante las primeras décadas del siglo intensificaron la sensibilidad de Colombia frente al mundo. La apa­ rición de las primeras películas, y lue­ go de la radio, completó el vínculo cuyos antecedentes se habían inidado con los informes telegráficos de notidas que aparedan en los perió­ dicos antes de la Primera Guerra Mundial. El primer teatro de cine de Bogotá, el Olimpia, se inauguró en 1919. Esto sucedió cinco años después de que los empresarios antioqueños

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hubieran creado una compañía para la distribución de películas norteame­ ricanas en Medellín. Durante la dé­ cada del veinte, se abrieron decenas de teatros en las dudades y pobladones en toda la nadón, y los colombia­ nos de todas las clases sociales se aficionaron al cine. En algunas dudades, las familias más acomodadas al­ quilaban palcos en los teatros para ir al cine . todas- las semanas. En una oca­ sión, cuando los espectadores bogota­ nos se enfadaron por la mala calidad de una película de Charles Chaplin que habían aguardado con gran ex­ pectativa, destruyeron el interior del teatro Olimpia. Hubieran hecho lo mismo con el teatro Faenza, donde se presentaba la misma película, de no haber sido por la oportuna llegada de la policía/75 Fue la pesadilla hecha realidad del arzobispo Caycedo sobre la llegada de la vida moderna a Co­ lombia. El periodista Hernando Téllez hizo eco de las preocupaciones del buen arzobispo algunos años más tarde, cuando observó que el cine nor­ teamericano "martillaba y deshacía” la vida tradicional de la antigua Santa

M. J. Caycedo, Op. di., p. 47. Feter Berger ha sintetizado el dilema que enfrentaban los clérigos conservadores colombianos durante el siglo xx. “La crisis de la religión en el

mundo moderno es una ordalía que surge de su incapacidad de integrar todos los aspec­ tos de una vida compleja". El filósofo Alasdair Maclntyre, Afier Virtue, 2.* ed., Notre Dame, University of Notre Dame Press, 1984, p. 60, ha descrito el problema de la Iglesia como un conflicto que surge de la “liberación de la persona” de “aquellas formas obsoletas de organización social que la han aprisionado, simultáneamente con la creencia en un orden del mundo teísta y teológico y dentro de aquellas estructuras jerárquicas que intentaban legitimarse como parte de un orden mundial semejante” (p. 60). 74 Citado en P. Londoño Vega y S. Londoño Vélez, Op. ciL, p. 327. 75 A. Arguedas, Op. cil., pp. 828-829. La fachada azi nouveau del teatro Faenza puede verse en A. Saldarriaga Roa y L. Fonseca Martínez, Op. cil, p. 181.

La república burguesa

Fe, al ofrecer “una nueva versión del amor, del deporte, de la moda, de la comodidad —de la vida en general”.7677 79 78 La radio llegó a Colombia en 1923, cuando Pedro Nel Ospina contrató a la compañía Marconi Wireless para que estableciera una red de teleco­ municaciones nacional. El 12 de abril de aquel año, el presidente inauguró el servicio con un efusivo saludo al pro­ pio Marconi, quien se encontraba en Londres en ese momento. Felicitó al italiano por su invento y manifestó la esperanza de que la radio “sea pren­ da de mejoramiento moral y material para el pueblo colombiano”. Marconi respondió en análogos términos, fe­

licitando a Colombia por “el mayor acercamiento de esa joven y rica na­ ción a las grandes corrientes de la ci­ vilización".7’ Mientras que hombres públicos, fi­ lósofos y teólogos debatían los efectos que este nuevo invento podría tener

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sobre sus pueblos, los colombianos se precipitaron a iniciar su prolongado romance con los medios.’8 Gracias a la pantalla de plata, a los servicios internacionales de radio y de telé­ grafo, podían finalmente complacer su avidez por aquellas cosas que se encontraban más allá del cerco de sus montañas. Se convirtieron en fre­ néticos admiradores de las estrellas de cine, los deportistas y las celebri­ dades extranjeras, y los emulaban en sus propios clubes deportivos y en la industria de dne local.’9 El Tiempo se maravillaba de que ningún aconte­ cimiento político reciente hubiera agitado tanto a los bogotanos como la pelea entre Dempsey y Tunney en 1927. Una gran multitud de aficiona­ dos permaneció durante tres horas al frente de la oficina de telégrafos, aguardando los periódicos anuncios sobre el desarrollo de la contienda. Sin duda, muchos de ellos regresa­

76 Hernando Téllez, Textos no recogidos en libro, vol., I, Bogotá, Instituto Colombiano de Cultu­ ra, 1979, p. 243. Información adicional sobre el dne en Colombia puede hallarse en J. O. . Meló, Op. cii., pp. 435-462, Luis Alberto González Córdoba, “Historia del cine colombia­ no”, en: Avaro Tirado Mejía, Nueva hisima de Colombia, vol. 5, Bogotá, Planeta, 1989,

pp. 237-268. 77 Hernando Téllez, Cmcuenia años de radxdfusión colombana, Bogotá, Caracol, 1974, pp. 9,19-26. Ospina también transmitió mensajes por radio al presidente Hardmg de Estados Unidos y al rey Jorge V de Inglaterra. Según Téllez, el “despegue” de la industria radial en Colombia se remonta a la década del treinta. 78 Cuando se estrenó la película de Stephen Spielberg, E.T., en Bogotá a comienzos de 1983, íue exhibida cuatro veces al día en tres de los teatros de la ciudad, cada uno de los cuales tenía una capacidad de mil a dos mil espectadores. Sin embargo, este autor debió espe­ rar tres meses antes de poder encontrar boletos para él y su familia. 79 La industria de dne colombiana se discute en J. O. Meto, Op. al, pp. 459-462. La cultura del dne se menciona en\J Londoño Vqga y S. Londoño Vélez, Op. di., pp. 364-366. El Club Deportivo de Cúcuta aparece en una fotografía tomada cerca de 1915, en J. Posada Callejas, Op. cii., p. 531. Sus miembros, descritos como “pertenecientes a lo mejor de la sociedad de Cúcu^”, por “distinguirse tanto por su conducta ejemplar, como por su cultura”, practicaban el fútbol, el tenis, el dcUsmo y el béisbol.

140 / La mo&ermiuición en Colombia ron conmovidos a sus hogares cuan­ do el campeón Jack Dempsey perdió la famosa “lucha del largo conteo”.8081 82 (Los colombianos urbanos se con­ virtieron así en cercanos observadores del escenario mundial durante los años de la república burguesa. Era natural que se convirtieran en aficio­ nados y espectadores, pues al hacer­ lo sencillamente continuaban desem­ peñando el papel que habían jugado en la vida política de su nación. Du­ rante las primeras décadas del siglo y más allá de ellas, la mayoría del pue­ blo colombiano eran espectadores po­ líticos que aclamaban a los dirigentes nacionales famosos, estrellas de los partidos tradicionales a quienes esta­ ban apasionadamente apegados, a menudo a nivel del interés personal. La política significaba empleos, con­ trol de las políticas públicas y, en algu­ nos casos, seguridad personal o falta de ella. Y, además era un espectáculo maravilloso. La política nacional esta­ ba llena de drama, y ofrecía al espec­ tador una serie interminable de anéc­ dotas cargadas de emoción, que se desarrollaban con la regularidad de un moderno melodrama. Y, desde luego, era gratuita —al menos a corto plazo—. Uno de los más hechizantes

dramas de comienzos del siglo en Co­ lombia asumió la forma de una trage­ dia griega. Su protagonista era un an­ ciano en quien la hubris y el desprecio de sí luchaban por triunfar. El ancia­ no era perseguido por las furias, quie­ nes primero hicieron de él un paria, y luego lo destruyeron. Pero el anciano se levantó de nuevo y atacó a sus ver­ dugos en sueños. Era un drama ma­ ravilloso, que satisfacía a todos. Sirvió también como una especie de coda a una época plácida, pero compleja e importante de la historia colombiana.

Las tribulaciones de Marco Fidel Suárez

En la tarde del 6 de noviembre de 1923, el ex presidente Marco Fidel Suárez, quien para entonces tenía se­ senta y nueve años, fue atropellado por un camión de carga cuando ca­ minaba por la calle Doce en el cen­ tro de Bogotá. Por fortuna no se le­ sionó gravemente?1 Los transeúntes lo ayudaron a regresar a su casa, a cuatro cuadras de allí, y continuó tra­ bajando en su artículo “Primer sueño internacional”, publicado en El Nuevo Tiempo una semana después?2 Este

80 El Tiempo, 24 de septiembre de 1927. 81 Ptaro el accidente sí tuvo consecuencias. Un mes más tarde, uno de sus colegas observó que caminaba con gran dificultad, y consideró que estaba muy enfermo. Juan Manuel Saldarriaga Betancur, De sima a cima, o Marco Fidel Suárez ante la conciencia colombiana, Medellín, Imprenta Departamental, 1950, p. 289. 82 Después de ser presidente, Marco Fidel Suárez vivió en una modesta casa ubicada en la calle Quince con la carrera Décima. El “sueño” en el que estaba trabajando —“El sueño de Cuba”— había sido publicado en El Nuevo Tiempo el día de su accidente. Hoy día se conoce con el título de “Un sueño internacional”. Véase, Marco Edel Suárez, Obras, vol. 2,

La república. burguesa

tipo de accidente no era algo inusual para él pues, durante toda su vida, Marco Fidel Suárez acostumbró cami­ nar por el medio de la calle, con la cabeza inclinada y como si se olvidara de todo lo que lo rodeaba.88 Tres años antes, cuando era presidente de la na­ ción, había sido atropellado por un ciclista cuando caminaba por la in­ tersección de la calle Décima con la carrera Octava. Tampoco aquella vez fue herido de gravedad, e hizo que la policía dejara en libertad al ciclista.*83 8485 86 Los incidentes descritos son signi­ ficativos y simbólicos, pues ilustran tanto el carácter y la vida de Suárez como los de su país?5 Marco Fidel Suárez era un hombre que pertene­ cía a la antigua Colombia, a la repú­ blica premodema, adormilada, donde salvo por un jinete o un lento carrua­ je, las calles eran completamente se­ guras para los peatones. Al ser una persona de hábitos personales fijos, no estaba dispuesto a cambiar sus costum­ bres únicamente porque el país se veía envuelto en una rápida metamorfosis. Ambos accidentes ocurrieron en un momento en el que la carrera de

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Suárez se encontraba en uno de sus puntos bajos, el primero cuando so­ portaba terribles críticas por su ma­ nejo del cargo más alto de la nación, y el segundo poco después de que una poderosa coalición de enemigos po­ líticos lo hubiera sacado de la presi­ dencia. Sin embargo, de acuerdo con su carácter, Suárez se levantó y con­ tinuó con sus asuntos como antes, se­ guro de que al final sería reivindicado. Y en cierta forma lo fue, pero de una manera típica de los hombres públi­ cos de su época en Colombia. Entre su humillación pública en '1921, y su muerte en 1927, Suárez defendió sus actuaciones y, en una serie de artícu­ los periodísticos, que habrían de lle­ nar doce volúmenes con el título de Sueños de Luciano Pulgar,66 se extendió sobre la política colombiana y puso en la picota a sus enemigos. Estos sue­ ños eran construidos como diálogos entre Luciano Pulgar (Suárez) y va­ rios hombres másjóvenes. Escritos en un estilo mesurado y elegante, en el que abundaban las alusiones litera­ rias y eruditas disquisiciones sobre li­ teratura, gramática y vocabulario, los

José J. Ortega Torres, Horacio Bejarano Díaz y GuiUermo Hernández Alva, eds., Bogotá, instituto Caro y Cuervo, 1966, pp. 1.551-1.693. 83 Alrededor de 1923, Suárez le dijo al periodista Nicolás Posada: “Gran parte de mis

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escritos tuvieron por cuna las calles por donde suelo caminar Los ruidos de las calles me parecen los ruidos de un bosque por el que voy vagando. Miro a los hombres como si fueran árboles". J. M. Saldarriaga Betancur, Op. cit., p. 289. Los detalles de ambos incidentes pueden encontrarse en Jorge Ortega Torres, Suárez, Bogotá, instituto Caro y Cuervo, 1956, pp. 534, 542. Suárez. murió el 3 de abril de 1927, a la edad de 72 años.

Los Sueños de Luciahi Pulgar llevan cuatro ediciones, la más reciente de las cuales, aún incompleta, hace parte de las ' Obras de Suárez. La cuarta edición (volúmenes 2-4 de las Obras, 1966-1984), que contiene los volúmenes 1-8 de los Sueños, incluye un índice, además de extensas anotaciones de José J. Ortega y otros. Sólo estas anotaciones representan una importante contribución a la moderna erudición colombiana.

142 / La modernización en Colombia Sueños constituyen a la vez un clásico de la literatura política colombiana y un monumento a la época de Suárez y a hombres semejantes a él.8788 89 Marco Fidel Suárez fue un erudi­ to de la tradición de Miguel Antonio Caro, su mentor y amigo. Infortuna­ damente para él y para su partido, era, al igual que Caro, un político inepto y enemigo de los compromi­ sos, que finalmente perjudicó su cau­ sa en lugar de promoverla. Ante todo, Suárez era una personalidad compleja, un hombre de problemas que nunca se permitió a sí mismo ni a los demás olvidar este hecho. El se­ gundo de los tres presidentes antio­ queños de la época republicana bur­ guesa, Suárez constituye una de las personalidades más intrigantes de la moderna historia colombiana. Suárez llegó ál mundo cargado de dificultades que hubieran condenado a un hombre de menor valía a una vida oscura. Nadó en la pobreza, hijo ilegítimo de una lavandera mestiza de la aldea de Bello. Su madre, sin em­ bargo, lo mimaba, y luchó por darle

las ventajas que, con el tiempo, le per­ mitirían al joven Marco ingresar al sacerdocio. Rosalía Suárez era conodda en Bello como una mujer de irre­ prochable carácter, • a pesar de la reladón que había sostenido de joven con un hombre llamado José María Barrientes. Se cree que Barrientes, quien luego desposó a una mujer de su propia dase social, contribuyó con un modesto apoyo financiero al sos­ tenimiento de su hijo ilegítimo.88 No obstante, la mayor contribución al posterior éxito de Suárez provino de sí mismo. Desde sus primeros años manifestó una inteligencia brillante que asombraba a quienes lo conocían. Poco después de ingresar al semina­ rio a la edad de catorce años, impre­ sionó de tal forma a Manuel Uribe Angel, quien le había prestado al jo­ ven un abstruso libro y luego lo había interrogado acerca de él, que Uribe lo abrazó y exclamó: “¡Usted es el maestro y yo su disdpulo. Usted pue­ de digerir hierro, piedras, y cuanto se le ocurra!”.89 Suárez pasó diez años en el semi­

La “república de los gramáticos” es el título que dio Germán Arciniegas a la Colombia de la ¿poca de Suárez. 88 No obstante, se negó a reconocerlo hasta cuando Suárez hubo dejado su marca en Bogotá veinticinco años más tarde. Sin embargo, el hecho de que Suárez usara a menudo su apellido paterno en la correspondencia de familia sugiere que sus relaciones con la familia Barrientes eran relativamente amistosas. Debe señalarse que circunstancias semejantes a

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las que rodearon su nacimiento y su niñez han sido algo común en todas las ¿pocas de la historia colombiana. Para información sobre la infancia y juventud de Suárez, véase Fer­ nando Galvis Salazar, Don Marco Fidel Suárez, Bogotá, Kelly, 1966, pp. 25-36. Las palabras elegidas por Uribe no fueron las más acertadas. Durante la mayor parte de su vida, Suárez sufrió de indigestión crónica. La reacción de Uribe Ángel ante el inteli­ gente joven fue idéntica a la de Miguel Antonio Caro quien, unos diez años más tarde, dijo, “Yo no le pregunto a usted sobre su latín, porque nunca acostumbro interrogar alumnos que saben más que el maestro”. C. A. Díaz, Op. cit., p. 135.

La república burguesa

nario, abandonándolo cuando la guerra civil de 1876 condujo a su clau­ sura. Fue por aquella época cuando decidió no ser sacerdote, insistiendo en que su “pequeñez humana” le im­ pedía seguir esta sublime vocación. Se convirtió entonces en maestro de es­ cuela. Dos años después uno de sus amigos, el padre Baltazar Vélez, con­ venció a Suárez de que continuara su educación en Bogotá, y lo apoyó finan­ cieramente con este fin. Esto puso al joven en contacto con Carlos Martínez Silva y Miguel Antonio Caro, quienes le brindaron su amistad, y con futu­ ras figuras públicas, como José Vicen­ te Concha y Miguel Abadía Méndez, quienes fueron süs alumnos. Cuando se inició La Regeneración, en la dé­ cada del ochenta del siglo xix, Suárez ingresó al servicio del gobierno, pri­ mero como asistente de Caro en la Biblioteca Nacional, y luego como sub­ secretario en el Ministerio de Rela­ ciones Exteriores. Asumió estos cargos después de haber obtenido cierto gra­ do de celebridad local, al derrotar a todos los otros aspirantes en un con­ curso con un ensayo sobre la gramá­

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tica española. Sintiéndose incómodo cuando se lo llamó a aceptar el pre­ mio por el “Ensayo sobre la gramática de Andrés Bello”, respondió con la humildad que lo caracterizaba: “Re­ cibo este diploma, no como un pre­ mio, sino como un estímulo para hacer­ me digno de él”.90 La fortuna política de Marco Fidel Suárez iba a la par con la del partido nacionalista, cuya causa hizo suya. Gracias al partido, ocupó la presiden­ cia cuando era relativamente joven. Y gracias al partido pudo ahorrar el dinero que le permitió casarse con el amor de su vida, Isabel Orrantia, con quien tuvo dos hijos antes de ter­ minar el siglo.9192Su dedicación al nacionalismo lo llevó de lo sublime a lo ridículo. A mediados de la década del noventa, se encontró defendiendo con vehemencia al gobierno en un de­ bate contra Rafael Uribe Uribe y José Vicente Concha en la Cámara de Re­ presentantes, y correteando de un lado a otro por la Plaza de Bolívar repar­ tiendo voladores para que se lanza­ ran después de un discurso de Miguel Antonio Caro.9

90 J. Ortega Torres, Op. cit., p. 505. Información adicional sobre esta etapa de la vida de Suárez puede hallarse en Sánchez Camacho, Marco Fidel Suárez, Bucaramanga, Imprenta del Departamento, 1955, pp. 27-60; F. Galvis Saiazar, Op. cit., pp. 53-107. El ensayo está publicado en M. F. Suárez, Obras, Op. cit., vol. 1, pp. 3-88.

“Estoy perdidamente enamorado... de una monja”, escribió a su amigo Luis Martínez Silva, refiriéndose a la erudita y estudiosa Isabel. Sin embargo, inicialmente no tenía dinero, y la boda hubo de posponerse durante varios años, hasta 1895. Al escribir sobre todo esto en su espléndido ensayo “El corazón del señor Suárez”, Luis Eduardo Nieto Caballero hace este ,e^:c